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SHIBUYA

Las sombras del pasado se deslizaron sigilosamente entre las grietas de su existencia, tejiendo
un laberinto de recuerdos que lo condujeron a la frontera entre la realidad y la fantasía.

Era una noche fresca de verano. Kenji vagaba por las calles de Shibuya, sumergido en el vaivén
de un millar de cuerpos en constante movimiento. La ciudad entera exhalaba un aliento
agitado y caóIco, envolviéndolo en un abrazo asfixiante.

El bullicio de la estación turbaba sus senIdos, con el traqueteo de los trenes y los estridentes
anuncios de las salidas. La luz de los letreros parpadeaba con mensajes desconcertantes. La
ciudad era un laberinto de realidades entremezcladas, de personas que iban y venían movidas
por moIvaciones ocultas.

La música comercial flotaba en el aire, entre coches, humo y alcohol. Eran melodías
evocadoras, que lo envolvían como un velo de nostalgia, transportándolo a mundos
imaginarios donde los límites de la realidad y la fantasía se mezclaban. La armonía de un
pasado olvidado, de un futuro incierto resonaba en su alma apelando a la fragilidad de su
existencia.

Sentado en un banco, abrió una lata de cerveza. Kenji se senNa como el observador de un
relato ajeno. Sus pensamientos se entrelazaban con los hilos de la coIdianidad, mientras su
mirada buscaba señales ocultas en los callejones más oscuros de la ciudad.

Cerca de allí, los turistas formaban una fila frente a Hachiko. Se preguntó si él mismo, nacido
y criado en un humilde pueblo lejos de Tokyo, era un mero personaje en la imaginación de
algún escritor solitario, vagando sin rumbo en un relato inacabado. El mundo era un lugar
ambiguo, enigmáIco, cuya verdad se difuminaba en la corriente del Iempo y lo alejaba de la
sanación y la felicidad. La bebida dejó un sabor amargo en su boca. Un cuervo alzó el vuelo.

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Kenji seguía absorto en sus pensamientos mientras las primeras gotas de lluvia empezaron a
caer delicadamente sobre las mangas de su chaqueta. El susurro arrítmico de la naturaleza se
extendió sobre la ciudad con una fina corIna de agua con destellos calidoscópicos. Kenji se
levantó y empezó a caminar sobre el pavimento iridiscente.

Con paso apresurado, decidió internarse en una callejuela que le quedaba cercana, un
estrecho pasaje sumido en la penumbra. El sonido de sus propios pasos resonaba lejos de la
cacofonía de la calle principal. Caminaba entre sombras, sinIendo el olor a humedad de las
paredes que lo rodeaban.

Perdido en aquel recoveco solitario, Kenji se detuvo y observó a su alrededor. La lluvia se había
converIdo en una corIna translúcida que emborronaba su figura a los ojos de los gatos
cercanos que se resguardaban de la lluvia. Aunque eUmero y modesto, Kenji agradecía el
refugio que había encontrado. Un silencio reverencial envolvía el lugar, rompiéndose solo por
el suave susurro del viento entre los aleros de los edificios y el distante eco de una flauta de
bambú.

Entre la penumbra del callejón, Kenji divisó una puerta semioculta tras un montón de maderos
apilados. La madera desgastada y los símbolos grabados en su superficie rugosa transmiNan
anIgüedad y misterio. La melodía suave y melancólica emanaba del interior del local, una
melodía que capturó la atención de Kenji y despertó su curiosidad. La lluvia de fondo se
mezclaba armoniosamente con la música, y el suave sonido de instrumentos de otra época lo
atrajo hacia el umbral entre la realidad y la fantasía. Acarició con las yemas de los dedos los
símbolos llenos de polvo, sin llegar a comprenderlos. Eran muy anIguos.

Kenji empujó la pesada puerta, revelando un rincón secreto inesperado. El interior estaba
iluminado por una tenue luz rojiza, que creaba una atmósfera etérea en contraste con la
penumbra del callejón. A través de pantallas de papel de arroz de los espacios privados se
proyectaban las sombras danzantes de velas encendidas. Un aroma a incienso emanaba de
todos los objetos anIguos que se desplegaban antes sus ojos, una esencia que esImulaba los
rincones más oscuros de su ser.

Se le antojó un universo paralelo, un abismo donde el Iempo perdía su razón de ser y las
preocupaciones mundanas quedaban en segundo plano. La música, ahora más clara, lo
invitaba a sumergirse en el abismo de lo desconocido, promeIéndolo consuelo y respuestas
en su búsqueda interior.

Detrás de una larga barra de madera desgastada por los años, le observaba un pálido barman,
elegante y misterioso. Estaba esculpiendo una figura de hielo. Con cada movimiento, sereno
y calculado, Kenji se senNa más confiado. Con una sonrisa suIl observó a Kenji con curiosidad
mientras se acercaba a la barra.

―Irasshaimase, forastero -saludó el barman, manteniendo su tono sereno y enigmáIco.

Kenji, intrigado por la respuesta del barman, se sentó en uno de los taburetes de la barra.
¿Cómo sabía que no era de Tokyo? SenNa la necesidad de explorar aquel lugar tan poco común.

―¿Forastero? ¿A qué se refiere exactamente? -preguntó Kenji con confusión.

El barman conInuó tallando delicadamente el hielo, creando patrones intrincados y hermosos


mientras hablaba. Sus movimientos gráciles parecían formar la esencia misma del desIno. Los
cortes se acompasaron con el anIguo reloj de péndulo que colgaba de la pared detrás de él.

―Dos minutos. En dos minutos sonará el reloj, y usted comprenderá.

En ese instante, el Iempo se desvaneció y Kenji se adentró en un reino desconocido, donde


la verdad y la comprensión aguardaban, veladas en cada rincón de aquel enigmáIco bar.
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El ir y venir del péndulo resonaba en sus oídos y su corazón laNa acompasado con el ritmo
constante del aparato. Un sonoro gong rompió la quietud del local. Ondas opacas y sombras
etéreas empezaron a danzar por la periferia visual de Kenji y donde antes había estado
solamente el aire denso del local, empezaron a materializarse increíbles formas portando
farolillos de papel. En los taburetes vacíos, las mesas y los reservados empezaron a verse las
translúcidas siluetas de varios seres del folclore japonés. El barman, con gesto sereno,
saludaba con un asenImiento de cabeza a todos los nuevos clientes.

Kenji no reaccionó. A su lado, un zorro que lo miraba con ojos astutos le guiñó un ojo, diverIdo.
En el rincón más alejado del local, los yokai que iban apareciendo empuñaban instrumentos
tradicionales. Con agilidad empezaron a rasgar sus shamisen y sus koto, llenando el aire con
melodías ancestrales que envolvían el espacio con un encanto anIguo y mísIco. Esa sinfonía
única trascendía el Iempo y el entendimiento humano.

El barman posó ante Kenji una bebida indeterminada y le agregó el diamante que había estado
cortando. A través del vaso las luces del local proyectaban iridiscencias en la barra. Sin dejar
de mirar el reloj de la pared, Kenji levantó la copa para observar el mundo a través del líquido
ambarino de su bebida. Mientras la melodía mágica de los yokai lo envolvía, una sensación
cálida y reconfortante se deslizó por su garganta. Con cada sorbo, las sombras que lo rodeaban
parecían disiparse ligeramente. “Comprendo”, susurró Kenji en un tono apenas audible. El
barman pareció encontrar saIsfacción con su respuesta. Poco a poco, desde las criaturas más
imponentes hasta las más diminutas, fueron encontrando su lugar en el bar.

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—¿Estoy muerto? —dijo Kenji en un tono apagado, con un dejo de curiosidad en su voz.
El hombre lo observó atentamente sin responder. Una mirada comprensiva cruzó su rostro
arrugado mientras se dedicaba a limpiar la barra. En ese preciso instante, una mariposa negra
se posó suavemente en su mano. Kenji se sumergió en sus pensamientos, experimentando
una mezcla de melancolía y esperanza.

—Quizá sea lo mejor —insisIó, dejando escapar un suspiro. Su vida había sido una sucesión
interminable de errores y arrepenImientos, y nunca había tenido el coraje de enfrentarlos de
frente.

El hombre soltó una breve risa irónica mientras conInuaba su tarea.

—¿Y por qué crees eso? Este bar es simplemente eso: un bar. Un refugio temporal para ahogar
penas y olvidar preocupaciones. Un lugar donde las historias se entrelazan, nada más —
respondió con calma.

Kenji frunció el ceño, cuesIonándose el senIdo de contar su historia en ese momento.

—¿Qué senIdo Iene para mí comparIr mi historia en un siIo tan… diferente? —preguntó
con una mezcla de incredulidad y resignación.
El hombre se encogió de hombros, revelando una mirada enigmáIca.

—Puede que tenga senIdo, puede que no. Quién sabe. Yo solo sirvo tragos. ¿Es que te
arrepientes de algo? —indagó con curiosidad.

Con esas palabras resonando en su mente, Kenji reflexionó sobre las posibilidades que le
aguardaban en ese enigmáIco bar. Era consciente de que su desIno se encontraba en las
decisiones que tomaría a parIr de ese momento. Quizás, solo quizás, aquel lugar le ofrecía
una oportunidad para enfrentar sus errores y encontrar la redención que anhelaba. SinIendo
una chispa de determinación, decidió empezar a contar su historia.

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