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4 El Imperio Otomano
4 El Imperio Otomano
El Imperio Otomano fue un estado monárquico que existió entre 1299 y 1922 d. C. Creció
desde Anatolia (actual Turquía) y llegó a abarcar el sureste europeo, el Cercano Oriente y el
norte de África. Estuvo gobernado por la dinastía osmanlí, también conocida como la Casa de
Omán, un linaje de origen turco.
En 1453, los otomanos tomaron Constantinopla (capital del Imperio Romano de Oriente) y la
convirtieron en su capital, bajo el nombre de Estambul. Desde allí, lograron constituir un gran
imperio que perduró hasta el siglo XIX.
En los últimos tiempos del imperio, los movimientos nacionalistas, la competencia con las
potencias extranjeras y los conflictos internos llevaron a una época de crisis e
inestabilidad. Durante la Primera Guerra Mundial, el estado otomano llevó a cabo el
genocidio armenio, considerado por muchos historiadores como el primer genocidio del siglo
XX.
Con el fin de la Gran Guerra, la derrota concluyó en una serie de tratados que impusieron una
partición de los territorios del Imperio y la constitución de la actual República de Turquía.
Durante su época de esplendor, el Imperio llegó a abarcar casi toda la cuenca del
Mediterráneo.
El Imperio Otomano se ubicó como puente entre Oriente y Occidente, por lo que ocupó una
posición central en los conflictos mundiales durante casi seis siglos. En su época de apogeo, su
territorio conectaba tres continentes: Europa, África y Asia.
El Imperio otomano fue fundado en 1299 d. C. y perduró hasta 1922 d. C. En sus más de 600
años de historia, el Estado otomano vivió el final de la Edad Media, atravesó la Edad
Moderna y subsistió hasta mediados de la Edad Contemporánea.
Desde el siglo XI d. C., Anatolia estaba gobernada por el Sultanato de Rüm (una monarquía
gobernada por la dinastía selyúcida). Dentro del territorio, había diferentes tribus turcomanas
que habían emigrado desde Asia central y le pagaban tributos al sultán para afirmar su
fidelidad.
Hacia mediados del siglo XIII d. C., el Imperio mongol venció a la dinastía selyúcida y las tribus
turcomanas ganaron independencia. Una de estas tribus, ubicada originalmente en las colinas
de Bitinia, estaba liderada por Osmán I, fundador de la dinastía osmanlí. Osmán inició una serie
de campañas y comenzó a expandir sus territorios.
Durante el siglo XIV, los descendientes de Osmán I continuaron su legado y realizaron una
serie de conquistas que permitieron conformar un estado territorial en toda Anatolia y la
península balcánica europea.
Los cristianos occidentales iniciaron cruzadas para evitar el avance de los otomanos hacia
Europa.
A comienzos del siglo XV, el Imperio mongol invadió Anatolia y casi logra desintegrar el estado
otomano. Tras un periodo conocido como Fetret (“interregno”), Mehmed I logró reconquistar
territorios y erigirse como nuevo gobernante del estado otomano. Durante décadas, Mehmed
y sus sucesores se dedicaron a restablecer el orden interno, suprimir las revueltas de los
principados conquistados y centralizar el poder en la dinastía osmanlí.
Desde mediados del siglo XV, con la conquista definitiva de los Balcanes, el Imperio comenzó
un periodo de crecimiento y esplendor, marcado por la solidez de sus instituciones y por la
continua ampliación de sus fronteras.
Se conoce como el Sultanato de las mujeres al periodo que abarca desde mediados del siglo
XVI hasta finales del siglo XVII. En este tiempo, algunas veces, los herederos legítimos se
convertían en sultanes cuando todavía eran muy pequeños o por alguna razón eran ineptos
para gobernar. Por eso, las Valide Sultan (madres legales de los sultanes), ejercieron muchas
veces su influencia y, en la práctica, actuaron como sultanas.
Sin embargo, no hay que confundir el nombre del periodo con la idea de que las mujeres
efectivamente ejercían como sultanas o podían ser herederas legítimas. Fue un periodo
donde se permitió la excepcionalidad de que las Valide Sultan se convirtieran en regentes
oficiales de los sultanes en momentos de inestabilidad o debilidad política de la dinastía
imperial.
La mayor exponente de este periodo fue Valide Kösem Sultan, también llamada Mahpeyker,
que fue regente de dos dinastías y con su habilidad para la política logró restablecer el orden
interno en momentos de inestabilidad.
Con el siglo XVII comenzaron a aparecer las debilidades militares. Los iraníes atacaron las
fronteras orientales y tomaron los territorios del Cáucaso, Azerbaiyán, Irak y el sureste de
Anatolia. Esta debilidad se acentuó con las revueltas kurdas en Siria. Sin embargo, Munrad IV
(1623-1640) logró retomar el control en Anatolia y el Medio Oriente árabe y, en 1639, firmó un
tratado de paz con los iraníes a través del cual se estableció el control otomano de Irak y el
control iraní Azerbaiyán y el sur del Cáucaso.
Sin embargo, los conflictos internos y las disputas por el sultanato continuaron durante los
reinados de Ibrahim (1640-1648) y Mehmed IV (1648-1687). Este periodo estuvo marcado por
el ascenso al poder de la familia Kröpülü, cuyos miembros ejercieron como visires del sultán y
lograron mejorar la estabilidad del poder por unas décadas.
En 1645 comenzó la Gran Guerra Turca, un conflicto que duró hasta finales de siglo, en el que
los otomanos se enfrentaron con varias potencias (como el Sacro Imperio Romano Germánico,
Imperio ruso y la República de Venecia, entre otras) con el fin de expandirse por el territorio
europeo.
A finales del siglo, los otomanos intentaron conquistar Viena, capital del Sacro Imperio
Romano Germánico y fracasaron. Esta derrota llevó a una gran pérdida de recursos militares,
organización y disciplina, además de los territorios de Hungría y Transilvania.
Durante el siglo XVIII, el Imperio se vio en constantes conflictos con la monarquía de los
Habsburgo y con los zares rusos.
A comienzos del siglo XIX, Selim III (1789-1807) introdujo una serie de reformas a fin de
mejorar el estado general del imperio y la organización militar. A su vez, jugó un papel
fundamental en los juegos de alianzas de las potencias europeas (con Francia, Inglaterra y
Rusia). Sin embargo, los conflictos de poder internos continuaron y las diferentes facciones
intervinieron en el poder (por ejemplo, con la “revuelta de los jenízaros” en 1807).
Hacia mediados del siglo XIX, el imperio se hallaba en una grave crisis económica y
administrativa. En 1876, el sultán fue depuesto por un grupo político heterogéneo, conocido
como “los Jóvenes Turcos”, que buscaba restaurar un gobierno constitucional y democrático.
Se instauró una monarquía parlamentaria, conocida como la “Primera Constitución”, que duró
solo un año hasta que el nuevo sultán logró disolverla.
Sumado a esto, durante el siglo XIX, se extendieron los movimientos nacionalistas que
buscaban crear estados propios para las naciones o etnias que habitaban el imperio. Muchos
de ellos fueron apoyados por los países europeos, que se podían beneficiar con el
debilitamiento del Imperio.
Los “Jóvenes Turcos” impusieron una monarquía parlamentaria y ubicaron a Mehmed V como
sultán.
Entre 1896 y 1909 gobernó Abdul Hamil, cuyo propósito fue dar unidad e integridad al
imperio que se estaba desmembrando. Buscó frenar la expansión de las ideas nacionalistas.
Por un lado, resaltó los derechos de todos los ciudadanos imperiales y aludió a la idea de la
gran patria otomana. Pero por el otro, utilizó a la policía para perseguir y reprimir la expresión
de ideas opositoras al régimen.
Durante su gobierno los intereses financieros europeos se terminaron de afianzar dentro del
territorio otomano. En forma de inversiones para la construcción de ferrocarriles y puertos, el
capital extranjero y la deuda, se introdujeron con fuerza en el imperio. Sin embargo, las
inversiones no se vincularon con el sector industrial, por lo que, con el tiempo, se creó una
dependencia de las importaciones llegadas desde los mercados europeos.
En 1908, a través de una rebelión, los Jóvenes Turcos obligaron al gobierno de Abdul Hamil a
restablecer la Constitución de 1876. Luego, el nuevo parlamento dictó su destitución e impusó
la designación de Abdul Hamil II como nuevo sultán, aunque con un poder limitado.
Mientras tanto, frente a la inestabilidad interna, las potencias europeas presionaron sobre las
fronteras. Los Habsburgo anexaron los territorios de Bosnia y Herzegovina, y Bulgaria declaró
su independencia.
Por otro lado, pasados los meses, el nuevo régimen parlamentario liderado por el CUP (partido
mayoritario) comenzó a enfrentarse a una gran oposición interna, vinculada a los círculos
políticos conservadores otomanos, las altas jerarquías religiosas, porciones del ejército y el
mismo sultán. En 1909 se desató una contrarrevolución que fue sofocada en pocas semanas.
Primera Guerra Mundial, Genocidio armenio y desintegración del imperio (siglo XX)
Se calcula que en las fronteras con Siria e Irak existieron más de veinticinco campos de
concentración que fueron utilizados para confinar a la población armenia. Actualmente el
número de víctimas armenias es discutido por diversas posiciones. Las fuentes alemanas
(aliadas al Imperio Otomano durante la Guerra) estimaron más de un millón y medio de
víctimas. En cambio, los medios oficiales otomanos rebajaron la cifra a medio millón.
Con el final de la Primera Guerra Mundial, la firma del Tratado de Versalles estableció la
partición del Imperio Otomano. Algunas regiones del imperio fueron anexadas por las
potencias victoriosas de la guerra; otras lograron su independencia y se constituyeron como
nuevos estados. Sin embargo, los conflictos en la región se prolongaron y fue recién con los
tratados de Sevres (1920) y Lausana (1923) que quedaron delimitados los nuevos límites de la
República de Turquía.
Desde su fundación hasta finales del siglo XIX, la principal forma de gobierno del Imperio
otomano fue la de una monarquía absoluta en la que regía un sultán. Durante los gobiernos
de Mehmed II (1451-1481) y Solimán el Magnífico (1520-1566), se estableció la organización
política del imperio que, con ciertas modificaciones producto del contexto histórico, se
mantuvo durante siglos.
El sultán, “señor de dos mares y dos continentes”, se encontraba en la cúspide de una estricta
jerarquía estatal. El ceremonial y los protocolos le otorgaban un lugar sagrado, vinculado con
el mandato divino musulmán.
Inmediatamente por debajo del sultán se encontraba el Gran Visir, que presidía el divan, el
Consejo de Estado. Además, estaban los jenízaros (soldados del sultán) y el agá (su
comandante), los juristas (que redactaban las leyes), los ulemas (jerarquía religiosa) y
los defterdar (tesoreros del imperio)
En el vasto territorio del imperio, la soberanía del sultán se ejercía en relación a la
proximidad o lejanía de la capital. Las regiones más cercanas a Constantinopla estaban
divididas en beylerbeyilik (regiones) y sanjacatos (provincias), y estaban sujetas a un mayor
control y dependencia del poder central. En cambio, en las zonas más alejadas, los territorios
estaban organizados como principados semiautónomos.
Asker. Eran los soldados y servidores del estado. Practicaban la fe musulmana, juraban
lealtad perpetua al sultán y se integraban en el complejo entramado de costumbres,
conducta y lenguaje que caracterizaba al ceremonial otomano.
Esta distinción no era estamental ni rígida ya que las personas podían, en relación a su
ocupación, pasar de una clase a otra. Se trataba más bien de una distinción jurídica que
permitía establecer privilegios o deberes según su pertenencia al entramado burocrático
imperial.
Por otro lado, el Imperio otomano era un Estado multiétnico, compuesto por cientos de
pueblos y comunidades de distinto origen, que vivían dentro del territorio del imperio pero
que conservaban sus costumbres y prácticas religiosas con bastante autonomía. La protección
y la libertad del imperio permitieron a estas comunidades mantener por siglos una identidad
propia vinculada a su idioma, sus costumbres, sus creencias y su historia.
Durante los siglos XIX y XX, muchas de estas comunidades tomaron del contexto histórico y del
auge de los movimientos nacionalistas europeos la iniciativa para reclamar una autonomía
completa y, a la larga, generar la caída y desintegración del imperio.
La religión oficial del Imperio Otomano era el Islam, y la expansión de sus territorios
obedeció, en principio, al propósito de llevar la religión a todo el mundo. Sin embargo, durante
los primeros siglos, los turcos mostraron una gran tolerancia respecto a la práctica de otras
religiones dentro del Imperio.
Por otro lado, en vez de dividir a los grupos por su origen étnico, las autoridades otomanas
organizaban a las comunidades conquistadas según su práctica religiosa en diferentes millet:
ortodoxo, armenio gregoriano, judío, católico o protestante.
Entonces, las comunidades que no eran musulmanas se organizaban en torno de sus líderes
religiosos. Y las jerarquías de cada millet estaban conformadas por reconocidos asesores
cercanos al sultán otomano.