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—Una buena idea —dijo el padre.
—éVoy a la farmacia? —pregunté
Anton.
—iSeria muy amable por tu parte!
—se alegrd la madre.
—Hombre, se da por supuesto —dijo
Anton.
—Bueno —gruiié el padre—, tampo-
co es tan por supuesto. Aun me acuerdo de
cuando tu...
—Deja de criticar —lo interrumpid
la madre. A Anton le dijo—: Pregunta, por
favor, qué es lo mejor para las torceduras.
El caso es que Anton se pasé la tarde
enrollando al tobillo de su madre pajios frios
empapados en acetato de aluminio. Hacia mu-
cho que su padre se habia ido a la oficina y
Anton dijo por décima vez:
—jSeguro que ahora tu pie esté mu-
chiifisimo mejor!
—Casi podria tener la impresién de
que quieres deshacerte de mf esta noche —dijo
la madre.
—Y eso por qué? —exclamé Anton
intentando dar a su voz un tono de indigna-
cién.
—Bueno —dijo la madre riéndose—,
de papé no tienes nada que temer: esté en la
oficina. Pero conmigo no habias contado y
ahora intentas curarme por todos los medios.
—Pero, mama... —dijo Anton.
Pero su protesta result6 poco convin-
cente.