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CONQUISTA Y URBANIZACION

Ciudades novohispanas en el siglo XVI:


la fundación de Guadalajara

Román Munguía Huato

Universidad de Guadalajara
Centro de Estudios Metropolitanos
Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño.
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Conquista y Urbanización
Ciudades Novohispanas en el siglo XVI:
la Fundación de Guadalajara

El primer americano descubierto por Colón


hizo un descubrimiento atroz.
Georg C. Lichtenberg
Los fuertes ejércitos indígenas que, a la manera de los pueblos primitivos,
trataban de imponer respeto, temor y admiración con la pompa y el esplendor
de sus ricos atavíos y con el brillo de sus arreos, conseguían de sus adversarios
exactamente lo contrario que se proponían: como lobos hambrientos,
los españoles lanzábanse contra aquellas huestes, atraídos como el hierro por el imán,
por el oro y las esmeraldas con que el enemigo aparecía enjoyado.
.
El Dios Fuerte ha sido siempre y en todas partes el mejor de los misioneros.
Georg Friederici

Nosotros los españoles padecemos de una enfermedad del corazón


para la que hallamos remedio con el oro, y sólo con oro.
Hernán Cortés

INTRODUCCION

“Hacia 1550, a una generación de la conquista de México –escribe George Kubler–, se levantaba
sobre las ruinas de la civilización indígena un Estado colonial. La creación de este nuevo orden
político se vio obstaculizada por disputas ocasionales y la consabida lucha por el poder” (1).
Ciertamente, la construcción del orden colonial de la Nueva España implicaba el ejercicio político
de formas diversas de dominación de los españoles invasores sobre la población nativa: la técnica
de la conquista consistió desde el exterminio violento hasta el adoctrinamiento religioso y cultural.
De esto último escribió Robert Ricard en La conquista espiritual de México; pero era una
“conquista espiritual” pertrechada con “el caballo y el hierro”. Sin embargo, en definitiva, la
verdadera conquista de un pueblo sobre otro, de una cultura sobre otra, pasa por el sometimiento
militar de los vencidos a través de una guerra invasora para controlar vastas regiones y avasallar a
los pobladores autóctonos. En este caso, las ciudades novohispanas tuvieron un papel muy
importante. Los puntos de control y dominio, tanto económico como político, se localizaban en los
centros urbanos que iban fundando y edificando los españoles a lo largo y ancho del nuevo
territorio. Las ciudades serían la sede del poder despótico tributario español. La “nueva” red urbana
incipiente fue construida para asegurar el control militar y político de la explotación de la mano de
obra indígena, los recursos minerales y agrícolas de la vasta región para beneficio de la Corona. En
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1580 había en América 225 ciudades, en 1630 eran ya 331.

Es cierto que muchas ciudades durante el siglo XVI se establecieron como centros productivos o
de abastecimiento para los europeos, pero, en los hechos, todas obedecían a la lógica de la
expansión y consolidación de la conquista. Como bien señala Kubler, “muchas ciudades nuevas
cumplían funciones diversas en forma adecuada. Valladolid (la actual Morelia), Michoacán, fue
fundada en 1541 con fines comerciales y para asegurar las comunicaciones con la frontera después
de la guerra de Mixtón” (2). En efecto, fueron ciudades que cumplían funciones diversas pero sus
actividades específicas estaban en relación con las necesidades de la dominación territorial. En tal
razón, podemos decir con este autor “que la fundación de las ciudades para españoles no
constituía, en sentido alguno, una empresa dejada al azar. El lugar de emplazamiento se escogía
con gran cuidado y de acuerdo con un plan general de dispersión” (3). Si bien es verdad que
Kubler se está refiriendo propiamente a la localización y a los criterios del trazado urbano
fundacional, nosotros podemos derivarlo al ámbito estratégico de la geografía del poder colonial
conforme se desarrollaba la conquista de nuevos territorios. Kubler tiene muy presente que
algunas ciudades cumplían funciones estratégicas, otras “eran simples escalas en las rutas
comerciales e incluso otros más cumplían la necesidad de mantener separados a los indios de los
europeos”. Cual haya sido su función específica, lo cierto es que las ciudades formaban parte de un
todo social, cuya estructura territorial y sistema de gobierno correspondían a la lógica del poder
político del vasallaje colonial durante el siglo de la conquista. Los grupos indígenas sobrevivientes
del exterminio español fueron congregados por los conquistadores; este mecanismo de control
permitió a los misioneros el adoctrinamiento religioso, la castellanización. La política de
congregación de pueblos fue un ataque a los fundamentos de la vida indígena y, por ello, nunca
fueron aceptadas, pues se había impuesto a la fuerza, causando violencias y traumas a los indígenas
(4).

Las ciudades novohispanas durante la primera mitad del siglo XVI funcionaron como bastiones
político-militares y religiosos de esa gran empresa de lucro y codicia que fue la conquista. No fue
necesario que hayan estado fortificadas o amuralladas, aunque algunas si lo estuvieron por poco
tiempo, bastaba que sirvieran como puntos estratégicos de la consolidación del dominio de la
Corona y como puestos de avanzada en la expansión militar.

Este trabajo intenta ofrecer una interpretación del fenómeno urbano del siglo XVI en el marco
histórico de la Conquista, sobre la base de una reflexión analítica y crítica que aporte elementos
que contribuyan a superar la visión limitada y tradicional demasiado descriptiva y formalista de
este hecho. La visión fenomenológica e “historicista” de la urbanización de la primera mitad de ese
siglo, por lo general deja de lado la naturaleza social-histórica de una conquista violenta que a
sangre y fuego, e ideas evangelizadoras, sometió y exterminó a los indígenas (5). Para fundar
ciudades españolas, la conquista realizó una guerra implacable y encarnizada contra los indios. En
este sentido, como asevera George Baudot, la creación y la organización de las ciudades
hispanoamericanas respondía en primer lugar a una necesidad política fundamental. La conquista
como política expansionista imperial. “Se trataba de ocupar el país, de dotarlo de una red
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suficientemente densa de centros de decisión que dispusieran de todos los poderes, económicos y
políticos, de opción y de control, para una gestión inmediata. La ciudad había sido pues concebida,
en el imperio español, como un instrumento esencial de la colonización y como célula básica de la
sociedad colonial”. Se trataba, en suma, en primer lugar de la ciudad como centro de poder político
militar (6).

1. “DESCUBRIMIENTO” Y CONQUISTA DEL “NUEVO MUNDO”: LA PRIMERA


GLOBALIZACION.

El punto de partida para entender la naturaleza histórica del proceso general de la conquista de
México, del orden colonial, hay que establecerlo sobre la premisa de la expansión original del
capitalismo. En la historia del mundo, la primera civilización universal propiamente dicha fue
producida por el capitalismo, creando así las condiciones previas al enlace internacional actual que
denominamos la “globalización”, que no es otra cosa más que la mundialización del capital en sus
formas más desarrolladas y complejas. Pero todo tiene su génesis y “es posible ubicar el principio
de esa historia de manera completamente tradicional –como dice Krippendorf–, en el célebre viaje
de Cristóbal Colón, quién quiso llegar a las Indias por vía marítima en 1492 y llegó a América” (7).
Sabemos, pues, que el afán de lucro motivó las primeras circunnavegaciones del mundo, aunque
no es conveniente reducir las motivaciones fundamentales de los exploradores y los navegantes al
simple factor “económico”. La trascendencia histórica de las expediciones navieras durante el siglo
XV son conocidas, en especial la de Colón, pero debemos señalar que es imposible explicar la
historia del “descubrimiento” del Nuevo Mundo, y en consecuencia, el “descubrimiento” y la
conquista de México –así como la fundación de las nuevas ciudades–, si no se tiene referencia a
las causas fundamentales de este magno proceso social cuyas consecuencias históricas todavía se
perciben claramente el día de hoy; como es el levantamiento armado y la lucha de resistencia del
movimiento indígena zapatista en el estado de Chiapas, en el sureste de México (8).

Krippendorf afirma que “la disgregación y la ruina final del feudalismo después de casi un milenio
tuvieron muchas causas, una de ellas la enfermedad contagiosa que se extendía desde Italia: el
capitalismo”. La enfermedad epidémica, como decía Hernán Cortés a los indígenas, para los
españoles conquistadores solamente se podía remediar con el oro, y sólo con el oro. “Colón –
según Krippendorf, citando al historiador Carlo M. Cipolla– no era ni más ni menos que un
‘agente del capital genovés’. Representaba el expansivo capital comercial italiano, que ya se había
establecido firmemente es España –tanto en el comercio costero como en el artesanado y en las
pequeñas y medianas empresas– y que entonces deseaba servirse de esa potencia atlántica,
tecnológica y políticamente avanzada, para compensar la pérdida ante los turcos de su zona de
retaguardia y la interrupción de la ruta por tierra a Asia” (9). En pocas palabras, la fuerza motriz de
la expedición de Colón, el “descubrimiento” de una vía marítima a las “Indias”, había sido el
capital comercial italiano o, por decirlo en términos más generales, el afán expansionista del
comercio capitalista. En realidad el “descubrimiento” de América contribuyó a establecer las
condiciones geográficas, económicas y políticas para la primera unidad mundial. “La famosa
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declaración de Carlos V (1519-1556) de que en sus dominios nunca se ponía el sol fue más que un
aforismo de hombre satisfecho; formaba de manera concisa la nueva realidad, resultado de la
expansión española realizada desde hacía apenas treinta años” (10).

De 1492 a 1521, con la conquista de México-Tenochtitlán por Cortés, se cierra un ciclo de


expediciones y “descubrimientos” que ya había creado las primeras ciudades españolas en el
“nuevo continente”. Dos meses después de que Colón hubiera llegado a América, ya fundaba un
poblado, el Fuerte Navidad, donde dejó a unos cuantos españoles cuando él regreso a España,
como puesto de avanzada de una prevista red de factorías comerciales, al estilo portugués. Sin
embargo, sustituida por la Isabela y por Santo Domingo, será esta última, la primera ciudad capital
y residencia del virrey, fundada en 1494, y sede de los altos funcionarios, el puerto de
abastecimiento, el centro del poder y el único lugar de asentamiento hispano durante los primeros
años del establecimiento colonial. “Catorce años después de fundada, dice Picón-Salas, ya Santo
Domingo es toda una ciudad hispana con conventos escuelas, sede episcopal. ‘Que cuando los
indios las vean les cause admiración, y entiendan que los españoles pueblan allí de asiento, y los
teman y respeten para desear su amistad y nos los ofender”, daban como requisito a las ciudades
que surgieran en América las Leyes de Indias” (11).

En su libro Historias Extremas de América, Rafael Domínguez Molinos nos narra cómo la
conquista del “nuevo mundo” dio lugar a muchas situaciones insólitas, consecuencia del
despliegue de unas voluntades obsesionadas en perseguir y conseguir riquezas áureas. En “Historia
de ciudades”, Domínguez escribe que en el año 1503 la responsabilidad del Descubrimiento es
traspasada a la Casa de Contratación de Sevilla y, entre otros propósitos, pretende construir “la
instalación de bases permanentes en Tierra firme”. Este objetivo dio lugar a la creación de las
primeras poblaciones permanentes de españoles de América. “Son producto de este esfuerzo
desproporcionado una serie de ciudades, algunas viables y que aún perduran, otras dignas de casta
de monstruos de feria; ciudades imposibles desde el primer día, ciudades sin agua, o situadas en
una zona absolutamente insalubres, ciudades que cambian de desplazamiento por motivos
insólitos. Una serie de aberraciones aportadas por la fuerza de una hazaña febril, monumentos
pétreos al furor inútil... Digna cuna para Don Quijote, personaje cuyo desmadre profundo resulta
casi trivial, aburrido, si se compara con ciertos hechos de la Conquista” (12). Ciertamente, hubo
ciudades cuyo desplazamiento se originaba por motivos disparatados. Domínguez Molinos
menciona algunos ejemplos: una ciudad sin agua, Nueva Cádiz de Cubagua y una ciudad que
camina y se desplaza continuamente, Nuestra Señora de los Remedios del Río de la Hacha. La
primera de éstas ha desaparecido, la segunda aún pervive con su nombre considerablemente
reducido.

En realidad, en la mayoría de los casos, si cambiaba frecuentemente el punto territorial sobre el


cual se fundaría la nueva ciudad. Este fue el caso de la muy noble y leal ciudad de Guadalajara.
Pero si en algunos casos había indecisión para erigir las nuevas ciudades de conquista, sea por
errores o conflictos internos o externos, en otros la situación era distinta. La más importante de
ellas no dio lugar a ninguna duda, porque tenía que manifestar material y ostensiblemente que un
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nuevo poder se levantaba sobre el derrotado; la superposición de las culturas se hace evidente en el
caso de la maravillosa y destruida México-Tenochtitlán, la cual dejó embelesados a las huestes
militares y religiosa de Hernán Cortés, según cuenta Bernal Díaz del Castillo. Un nuevo imperio se
levantaba sobre otro. Se trataba, entonces, de que la nueva ciudad le causará admiración a los
indios cuando la vieran, y que los españoles que la allí asientan fueran objeto de temor y respeto.
Del antiguo esplendor azteca no quedaría sino vestigios de su traza urbana, cuya disposición fue
utilizada por los españoles: la ciudad de México, el más importante bastión de la conquista, vendría
a ser, desde entonces, la urbe colonial más importante del Imperio; metrópoli del Virreinato.

2. DE LA FUNDACION DE LAS CIUDADES DURANTE LA CONQUISTA DE MEXICO.

Los orígenes históricos de algunas grandes ciudades a veces se recubren de un halo mítico o
legendario; es el caso de la fundación de México-Tenochtitlán, Puebla de los Ángeles o
Guadalajara. La historia de las ciudades latinoamericanas se presenta en ocasiones reducida a
literatura del realismo mágico y no como estudio objetivo del pasado remoto. Más allá de las
leyendas, lo cierto es que la fundación de algunas ciudades de la Nueva España se erigió sobre los
escombros de la cultura indígena y aplastando sin misericordia la resistencia nativa a la conquista
peninsular. Fueron razones estratégicas fortalecidas por la tradición y prestigio de la ciudad de
Tenochtitlan lo que motivó su reconstrucción para convertirla en la metrópoli de la Colonia. “El
triunfo de los cristianos –escribe Kubler– sobre los sarracenos, en España, se manifestó por medio
de la ocupación de las ciudades árabes: la Cristiandad buscó entonces identificarse con las ruinas
de civilizaciones anteriores, en su afán de imprimir un nuevo espíritu a las antiguas formas. En
Tenochtitlán, los motivos de la ocupación son posiblemente similares a los de la recolonización de
Granada y Córdoba, durante la Reconquista en España” (13). Así pues, la superposición y el
dominio de la civilización y religión verdaderas sobre las culturas atrasadas no sólo se dio física y
materialmente con la destrucción de los antiguos centros urbanos y la construcción de la moderna
ciudad española encima de éstos, sino también con las fundación de nuevos asentamientos en
inhóspitos y lejanos parajes como fue el caso de Guadalajara.

Los conquistadores españoles se toparon en territorios mesoamericanos con pocos centros urbanos
cuyas características formales y tamaño distaban bastante de las ciudades peninsulares. El “sistema
urbano” indígena era enormemente centralista y jerárquicamente hegemónico; primero con
Teotihuacan y posteriormente con México-Tenochtitlan. Con la primera se inicia el dominio del
altiplano central sobre el resto de las poblaciones indígenas y con la segunda se consolida el cabal
poderío de los aztecas hacia los pueblos vasallos, tanto en lo político-militar como en lo
económico-religioso. El despotismo tributario sobre el cual se levantaba la pirámide social del
antiguo Imperio azteca requería de una ciudad predominante sobre las numerosas poblaciones
sometidas al poder mexica.

Indudablemente, tal situación de control político y de dominio geográfico fue comprendida y


aprovechada por los conquistadores no sólo en el plano bélico con ejércitos aliados (los
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tlaxcaltecas) en contra del centro metropolitano, sino también territorialmente en tanto que a la
destrucción de la gran ciudad México-Tenochtitlan se superpuso la sede del nuevo poder imperial.
El Virreinato necesitaba, en muchos sentidos, también de una centralización urbana que permitiera
controlar el proceso de dominio, de exploración y conquista de los territorios indígenas. Los
españoles fundaron decenas de ciudades y poblados obedeciendo a la lógica de expansión de las
necesidades militares, a las de carácter exploratorio y de avanzada militar y religiosa. En cierta
forma, el “despotismo tributario” solamente cambió su sede territorial trasladándose a ultramar.

Conviene mencionar a Mérida y a Cholula como otras dos poblaciones donde los españoles
construyeron sobre las ruinas de los núcleos prehispánicos, aunque el proceso común para las
fundación de centros urbanos consistió en elegir un nuevo sitio y definir el trazo. “Se debe a las
instrucciones –no muy específicas– recibidas por Pedrarias Dávila en 1514 y repetidas a otros
colonizadores, entre ellos a Hernán Cortés, la uniformidad en la disposición de casi todas las
fundaciones coloniales. A partir de ese orden, el plan estándar de cuadrícula, con la plaza mayor al
centro y circundada por edificios civiles y religiosos, se aplica en toda la Nueva España y perdura
hasta nuestros días por su simplicidad” (14). En México, la urbanización y la colonización durante
la conquista fueron concomitantes. Como bien señala Kubler, “la fundación de innumerables
pueblos fue quehacer y privilegio especial de los primeros colonizadores de México...
Comenzando con las primeras incursiones en el país, todas las autoridades se empeñaron en una
campaña continua, nada sistemática y muy prolífica de creación de ciudades. Los caminos
seguidos por los conquistadores, misioneros, obispos, sacerdotes y colonos civiles estaban
bordeados por cientos de nuevos pueblos fundados antes de 1580; a una generación de la
Conquista, los españoles habían dotado a la Nueva España de todos los atributos necesarios para
establecer una sociedad colonial. Esto incluía un centro metropolitano inexpugnable, una extensa
red de ciudades provinciales para los colonos europeos, fundaciones mineras y artesanales bien
equipadas, alojamiento para millones de colonos indígenas y acomodo provisional, en la periferia
de la Colonia, para las tribus nómadas. Los establecimientos iban de aquellos que albergaban sólo
algunas familias, a ciudades hasta de 60 mil habitantes” (15). Salvo el caso de la ciudad de
México, cuyo nombre de Tenochtitlan perduro hasta mediados del siglo , la mayoría de las
ciudades en su fundación comenzaron congregando sólo algunas decenas de familias, como fue el
caso del villorrio de Guadalajara.

En términos económico-políticos, la conquista significó, en primer lugar, una guerra de exterminio


de la población aborigen y un proceso de expoliación y saqueo de sus riquezas indígenas; en
segundo, como bien señala Paul Singer, el sistema económico implantado gradualmente por los
europeos en lo que después sería América Latina “tenía como objetivo general la obtención de un
excedente comercializable. Era éste el que confería sentido a la colonización. La empresa militar y
misionera tenía como objetivo más inmediato establecer, en tierras americanas, un modo de
producción capaz de producir une excedente que pudiese ser apropiado por la metrópoli y
rápidamente vendido en los mercados europeos” (16). Aunque al principio, al menos durante
buena parte del siglo XVI, la ciudad no era eminentemente una entidad económica-productiva en sí
misma, cumplía la función de ser receptora material y enlace de los excedentes hacia la metrópoli
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peninsular.

“No se había establecido una verdadera división del trabajo entre campo y ciudad. Ésta absorbía
parte del excedente extraído del campo, pero a cambio no le suministraba nada que tuviese valor
económico. No por eso dejaba la ciudad colonial de desempeñar un papel esencial en la
constitución y, más tarde, en el mantenimiento del sistema colonial. Su papel consistía
esencialmente en concentrar, y así potenciar, la fuerza de persuasión y la fuerza de coerción de la
metrópoli en el cuerpo de la sociedad colonial. El instrumento básico de la fuerza de persuasión era
la Iglesia, el de la fuerza de coerción eran los cuerpos de tropa y la burocracia civil. Ambos, para
ser eficientes, necesitaban una base urbana. Como reconoce Gibson –citado por Singer– ‘si los
españoles iban a utilizar la estructura política sobreviviente de la sociedad nativa en el
mantenimiento de su propio dominio, eso tendría que ser hecho presumiblemente a partir de
centros urbanos equivalentes’. En la Nueva España, tanto como en el Perú, las sociedades
precolombinas ya estaban organizadas de modo de asegurar una transferencia sistemática del
excedente del campo a la ciudad, sede de la clase dominante sacerdotal. Los españoles heredaron
esa organización y trataron de utilizarla para sus propios fines. Para eso establecieron ciudades de
españoles al lado de las comunidades indígenas, transformadas en encomiendas” (17).

La ciudad, entonces, además de desempeñar un papel estratégico en el mantenimiento del sistema


de explotación indígena, cumplía una función en el reparto del excedente. “La parte de la Corona
era colectada por un sistema fiscal de base urbana... Era claro que la apropiación del excedente por
sus beneficiarios ‘legales’ no era, en general, pacífica. De este modo, surge en América un sistema
urbano, creado con el objetivo básico de sostener el sistema de explotación colonial. La ciudad de
la conquista es implantada como punto fortificado, a partir del cual se irradia el poder colonizador,
sometiendo a las poblaciones indígenas a la autoridad política del rey e ideológica de la Iglesia,
expropiando y redistribuyendo tierras...” (18).

Según el historiador Luis Weckmann, “Es natural pensar que el origen de la ciudad
hispanoamericana es básicamente de inspiración antigua: por una parte deriva de las ruinas que los
españoles tenían a la vista, y por otra de los pueblos fundados a raíz de la Reconquista, que por
razones militare tienen una planta análoga. Según Miranda –escribe Weckmann– el trazo y la
distribución de las áreas en las ciudades fundadas por los españoles responden a estos
antecedentes. Si el diseño en cuadrícula de esas fundaciones reproduce más o menos uno de los
modelos de Vitrubio, el gran arquitecto romano venerado en el Renacimiento, declara Ruggiero
Romano, es por mera coincidencia: más lógico sería suponer que dicha planta imita las villas
nuevas, bastidas o pueblas de la Europa medieval, fundadas en el sur de Francia, en Castilla y en el
Levante español en el periodo de la Reconquista. Kubler coincide en esta apreciación, y Foster
informa que Bribiesca, al norte de Burgos, es el primer pueblo castellano (fue fundado en 1314)
cuya planta es reticular... Es igualmente significativo que en las primeras reales órdenes para el
trazo de ciudades en las Indias –entregadas a Pedrarias Dávila en 1514– se dispone la regularidad,
para que desde un principio reine el orden urbanístico. Pedrarias, como se sabe, aplicó al pie de la
letra, cuando cinco años después fundó Panamá. Los historiadores del urbanismo
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hispanoamericano consideran a Santo domingo el primer elemento de una serie que pasando por
Panamá, Oaxaca, la Antigua Guatemala, Ciudad Real y otros centros menores produjo la
perfección de Puebla y Lima” (19). Weckmann explica adecuadamente las características formales
de la urbanización novohispana y cuales fueron sus raíces culturales arquitectónicas:

“De las primeras fundaciones de ciudades en las Indias surgieron dos tipos básicos que
posteriormente serían claramente definidos en la legislación indiana: las de ‘costa de mar’ (como
Veracruz) y las ‘mediterráneas’ o de tierra adentro (como México). Los elementos urbanísticos de
uno u otro tipo eran los mismos: el trazo de vías públicas correspondía a un tablero reticular en
forma de cuadrícula (por su semejanza con el que usa en el juego de damas, algunos autores lo
llaman damero) y uno de sus cuadrados centrales (en ocasiones rectángulos) era ocupado por la
plaza mayor a la cual daban frente la casa de gobierno y la iglesia parroquial o catedral. La
limitaban arcadas o portales que a veces se prolongaban en algunas calles adyacentes; y
generalmente frente a otras iglesias se dejaba una plazoleta o rinconada. La diferencia esencial
entre los dos tipos de ciudades era que en las marítimas la plaza mayor tenía que situarse al mar o
en sus cercanías. Entre las poblaciones ‘mediterráneas’, tuvieron carácter diverso los centros
mineros, por lo general situados en zonas abruptas donde la topografía hacía imposible la
aplicación del trazo en cuadrícula. Este trazo, de origen mesopotámico y egipcio, fue adoptado y
difundido por los griegos y los romanos, inclusive en España, donde en la Época de los
descubrimientos eran mudo testimonio de ello, entre otras, las ruinas de la Mérida y de la
Tarragona romanas. Aquellos modelos sirvieron de base para el trazo clásico de la ciudad colonial
hispanoamericana, expresado en síntesis en las Ordenanzas de 1573 sobre la fundación en las
colonias” (20).

Así entonces, una de las herencias de la conquista será la ciudad novohispana, cuyos fundamentos
urbanísticos, como hemos visto, reflejan en su traza la visión de un nuevo mundo ordenado y de
progreso. La ciudad de la conquista combinará utopía con exterminio. La ciudad concentradora del
poder económico, político y espiritual debía manifestar el dominio de una sociedad “castiza”,
criolla y cristiana sobre una sociedad “bárbara”, plebeya e infiel. La urbe novohispana se levantará
majestuosa sobre los cimientos del genocidio, la explotación del trabajo indígena y el despojo de
los recursos naturales del Nuevo Mundo. Bien dice Jorge E. Hardoy que “una primera red de
fundaciones españolas en esos territorios (aztecas e incas) estuvo apoyada en el tributo de los
indígenas, construida con la mano de obra de los indígenas, aprovechando, en muchos casos,
fundaciones urbanas precolombinas. La influencia de las ciudades precolombinas y las áreas con
densa población indígena fue decisiva en la formación de esa red urbana básica... Los españoles
trajeron una forma de vida urbana que impusieron sobre sociedades indígenas que antes y después
de la conquista y hasta fines del siglo XIX seguirían siendo predominantemente rurales. La ciudad
fue la forma de vida que adoptaron por conveniencia administrativa y comercial, por seguridad y
porque respondía al espíritu gregario de los españoles” (21)

El trazo de las ciudades españolas bajo los preceptos de la cuadrícula, o el modelo clásico del
tlabero de ajedrez, ya contenido en las ideas filosóficas de Aristóteles en su visión utópica de La
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política, intentaba materializar un supuesto orden social, armónico y justo; un orden divino cuyo
sustento urbano-arquitectónico, a partir de la plaza mayor, irradiaría la vida pública y privada de
una moderna organización social. La traza urbana colonial manifiesta claramente los valores del
imperio. La plaza mayor reunía todos los símbolos del poder dominante: poder político, con el
palacio del virrey o del gobernador, poder religioso con la catedral o la iglesia principal, poder
económico con el mercado, poder municipal con el cabildo, poder social con los palacios y casas
consistoriales de los vecinos residentes más poderosos y ricos, y también poder jurídico e
ideológico con picotas y cadalsos para los autos de fe inquisitoriales. Como afirma Rojas-Mix, el
urbanismo, la plaza mayor, fue un instrumento de dominio colonial (22).

La urbanización durante la conquista y la Colonia se desarrolla dialécticamente entre la utopía de


un nuevo mundo y la realidad cruenta de la explotación de los aborígenes. La ciudad nace entre la
certeza de la riqueza áurea y plateada y la duda teológica acerca de la naturaleza de la población
indígena; es decir, según los conquistadores españoles, ¿eran los indios americanos verdaderos
hombres cristianos, predestinados, por tanto a la salvación final de sus almas? O acaso, por el
contrario, ¿eran monstruos con aspecto humano, bestias de carga? Hubo quienes pensaron que no
eran ni lo uno ni lo otro; es decir, eran, en todo caso, una especie intermedia entre lo humano y el
restante mundo animal. Esta disputa doctrinaria que ponía a pensar más a los teólogos
evangelizadores que a los encomenderos, la vino a resolver supuestamente el papa Pablo III en una
bula promulgada el 2 de junio de 1537, la cual señalaba que “los indios son verdaderos hombres
dotados de alma”; eran, pues, verdaderos siervos de Dios. Pese a ello, el virrey en México
afirmaba que no había mejor remedio que el trabajo en las minas para curar “la maldad natural” de
los indígenas. La “mita” era el camino de la salvación divina para los indios, pero también era una
máquina para triturarlos. Arnold J. Toynbee, en su Estudio de la Historia, escribió que “las
atrocidades cometidas en México y Perú por los conquistadores españoles exceden las fechorías
del ejército romano que saqueó Asia Menor en 189-188 A.deC.”.

Los conquistadores españoles, dice la crónica indígena recogida por el Códice Florentino, eran
“como puercos hambrientos que ansían el oro”. La explotación minera de la plata y la riqueza
áurea permitió edificar maravillosas ciudades coloniales como Taxco, Guanajuato y Zacatecas, o
florecer a la ciudad de México, la Ciudad de los Palacios. Pero estas nuevas ciudades construidas
según las ordenanzas urbanísticas de Carlos V, recogidas y ampliadas por Felipe II, no
consideraban en absoluto a los indios “cristianos” como sujetos ciudadanos de las bondades
urbanas: en la noble y leal ciudad se les segregaba territorialmente en campamentos cercados en la
periferia urbana. Barrios indígenas cuyos pobladores construían las casas consistoriales, las
casonas señoriales y mansiones palaciegas, así como los edificios públicos y religiosos. La fuerza
de trabajo indígena levantaba la nueva ciudad pero no podía vivir en ella.

La imposición del nombre fundacional de la ciudad futura formaba parte del ritual medieval
obligado entre los propios conquistadores. Consistía en un acto solemne y que en muchos casos
obedecía al capricho del jefe, laico o religioso, de la expedición la denominación. El caudillo
pronunciaba “tan pomposamente y abundantes en palabras” la toma de posesión (“actas
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posesionales”) que coincidía con la imposición del nombre.. Dice Georg Friederici que “el modo
de bautizar e imponer nombre a las nuevas tierras forma parte de un capítulo especial y notable en
la historia del descubrimiento y la penetración de América por los españoles. La tradición, el
patrón establecido y la coincidencia sólo prevalecían aquí por cuento que, siguiendo el precedente
de los portugueses, se daba preferencia, para estos efectos, a los nombres de santos, y
principalmente, a los del calendario; venían luego los nombres que recordaban a los de la patria, a
los que anteponían una veces, y otras no, el adjetivo ‘Nuevo’; y, finalmente, los que se prestaban
para dar a las tierras recién descubiertas una tentadora resonancia, haciendo la propaganda en torno
a ellas” (23). Como hemos mencionado, el nombre que Colón impuso al primer asentamiento
fortificado español en el Nuevo Mundo (novi orbis) fue el de Navidad. Luego bautizaría en 1493 a
la segunda fundación con el nombre La Isabela (en honor a la reina Isabel I de Castilla, su
protectora) en la isla de La Española (Haití y República Dominicana). Colón bautizo dos ríos,
siguiendo el precedente africano, con el nombre de Río de Oro, y a las primeras denominaciones
fundacionales se les agregaba frecuentemente la palabra “Rico” o “Rica”; es el caso de la Villa
Rica de la Vera Cruz, primera ciudad fundada en 1519 por Hernán Cortés en tierras mexicanas;
Venecia la Rica fue el primer nombre que se dio a la ciudad de México.

La fundación de una población española en estas tierras constituía un acto político. Es decir,
constituía la manifestación de poder y dominio de un grupo social sobre otro. Este acto político
significa, en primer lugar, el designio –apoyado por la fuerza– de ocupar la tierra y afirmar el
derecho de conquista. Este acto político, nos dice el historiador José Luis Romero, desde el primer
momento se formaliza de acuerdo al hecho institucional de las Ordenanzas de los Pobladores. “La
toma de posesión del territorio y la sujeción de la población indígena constituyeron siempre los
objetivos primordiales” (24). El nuevo asentamiento implicaba muchas cosas, entre ellas, la
culminación de una experiencia o baluarte para una conquista: “Un pequeño ejército de españoles
o portugueses comandado por alguien que poseía una autoridad formalmente incuestionable, y
generalmente acompañado por cierto número de indígenas, llegaba a determinado lugar y, previa
elección más o menos cuidadosa del sitio, se instalaba en él con la intención de que un grupo
permaneciera definitivamente allí”. Se perfeccionaba el acto político con un gesto simbólico: el
conquistador arranca unos puñados de hierba, da con su espada tres golpes sobre el suelo y,
finalmente, reta a duelo a quien se oponga al acto de fundación. El acto solemne se completaba de
acuerdo a una especie de rito: se celebraba una misa –consagrando una fundación a un santo, que
en el caso de Guadalajara fue San Miguel Arcángel, por haberlos ayudado y salvado en los
combates contra los indígenas– se entronizaba una imagen religiosa y, entretanto, se redacta un
acta de fundación (de hecho la primera acta de Cabildo) “ante el presente escribano (quien siempre
acompañaba al caudillo) y testigos”, se repartían los solares de la traza urbana y, desde luego, se
sentaba en el acta el nombre de la población. El fundador cumplía “su tarea como uno que fijaría la
localización de un establecimiento manufacturero. Seleccionaba el tamaño del pueblo y el palacio
municipal, marcaba el plan de las calles, distribuía los lotes, y daba a la futura ciudad un nombre.
Todos los presentes se convertían en miembros de la municipalidad y firmaban el acta de
organización y juraban apoyarla. El fundador luego designaba un consejo local y magistrados, y
frente a este cuerpo juraba mantenerla” (25).
1

El nombre de las nuevas fundaciones formaba parte de la mentalidad española por recordar su
lugar de origen y conferirle, sobre todo, una denominación hispánica para que los indígenas
supiesen a quién pertenecían verdaderamente esas tierras. Nueva España, Nueva Galicia, Nueva
Lusitania, Nueva Toledo, Nueva Granada, Nueva Viscaya, Nueva Castilla, fueron nombres de
regiones que –como dice Romero– denunciaron esa tendencia de crear una nueva Europa; como las
ciudades que se llamaron Valladolid, Córdova, León, Medellín La Rioja, Valencia, Cartagena, o
antepusieron el nombre de un santo al viejo nombre indígena: Santiago, San Sebastían. Había,
pues, un gusto del conquistador por remedar su tierra natal. Precisamente, por esa razón a las
tierras indígenas del Chimalhuacán se les bautizó como la Nueva Galicia y a su principal ciudad
con el nombre de Guadalajara, en honor de la ciudad natal de Nuño de Guzmán. El nombre de
Guadalajara es herencia de la lengua árabe Wad-al-Hidjara, cuya etimología significa “río que
corre entre piedras” (relativo al río Henares, que por su poca agua y abundancia de piedras fue
llamado así por los árabes), aunque el historiador Gutierre Tibón afirma que también puede
significar “valle de fortalezas”. Guadalajara, como hemos dicho, lleva su nombre en recuerdo del
lugar de origen de Nuño de Guzmán. Este sanguinario conquistador fue el presidente de la primera
audiencia de la Nueva España, pero resultó ser un fiasco, era un tirano rapaz y cruel, y una
avalancha de quejas llegó a España. Después de que se le retiró del gobierno de la Nueva España,
emprendió la conquista de lo que sería la Nueva Galicia, sobre la cual ejerció jurisdicción como
primer gobernador real en los años 1530-1531. Más tarde se retiró en desgracia y se le encarceló.
En 1560 la audiencia de la Nueva Galicia fue trasladada de Compostela, (Nayarit), a Guadalajara.
Nuño de Guzmán bautizó a este territorio con el nombre de ”Conquista del Espíritu Santo de la
Mayor España”, pero desde la Corona le ordenaron cambiarlo por el de “Reino o Provincia de
Nueva Galicia”.

3. DE LA FUNDACION DE GUADALAJARA, EN NUEVA GALICIA.

Cuenta Fray Antonio Tello –en su Crónica Miscelánea de la Santa Provincia de Xalisco, (escrita
en 1653)–, que en Tlacotlán, en 1535 (lugar del tercer y penúltimo intento fundacional de
Guadalajara), “se cometió a los españoles una gran conspiración de cazcanes, tecuexes y
tzacatecos, en que murieron muchos indios y algunos españoles, y se les apareció el apóstol
Santiago (por) segunda vez, y les ayudó...” (cursivas mías: RMH). Fue, pues, una de las tantas
acometidas contra los españoles. Pero una de las más sangrientas batallas aconteció el 28 de
septiembre de 1541, en el mismo Tlacotlán. Fray Antonio Tello narra que “a las diez u once del día
se mostraron los enemigos, se veían indios (por doquier), y era tanta la multitud de ellos alderredor
de la ciudad, que no se veían sino indios enemigos, embijados y desnudos, pareciéndose al diablo,
de quienes traían la guía y forma, tanto que ponían espanto..., luego por escuadrones entraron
bailando y cantando mil canciones al demonio. Al cabo de pocas horas y vicisitudes entre las
huestes conquistadoras se vio “llegada la hora de Dios para vencer o ser vencidos, que de su parte
tenían a Dios”. Tanto así, que –cuenta Fray Antonio Tello– interviniendo a favor de los españoles
peleó San Miguel, Santiago y hasta los ángeles. Fue, así, una batalla entre el ejército de Dios –así
1

los arengó Fray Bartolomé de Estrada– contra “el ejército de Lucifer de los indios paganos” (26).

Según Tello, los españoles eran alrededor de 100, a pie y a caballo; los indios eran cerca de 50 mil.
Después de tres horas de encarnizada y sangrienta guerra, murieron más de 15 mil indios y de los
españoles no murió más que uno; un tal Francisco Orozco. Tal victoria no podía ser, para los
españoles, más que una “obra del cielo, (era) imposible vencer a tantos enemigos si no fuera con la
ayuda de Dios, de Santiago y de los ángeles... fue esta una de las más maravillosas batallas que
hubo en la Nueva España y Galicia. Pero fueron ayudados del favor divino”.

Frente a tal situación de constantes acometidas beligerantes, los españoles decidieron trasladarse al
último y definitivo asentamiento en el Valle de Atemajac. Escribe Georg Friederici que: “En sus
informes de guerra, los conquistadores exageraban siempre, y a veces en proporciones enormes y
gigantescas, los efectivos de las tropas enemigas. Abultaban por sistema las bajas del adversario y
disminuían por lo general las propias”. Además, si nos atenemos a la Visión de los Vencedores, no
era la primera vez ni la última que el Dios de los españoles acudía en su ayuda. “En la conquista de
Cuba –escribe Friederici– acudió personalmente en ayuda de los españoles la Virgen María,
vencedora en la batalla contra los zemes o cemíes, que eran los dioses de los siboneyes”. Como
bien lo explica este autor en su magistral estudio histórico: “La teoría del Dios fuerte –que forma
parte de lo él llama la técnica de la conquista–, que ve en la victoria de un pueblo sobre otro, no el
triunfo alcanzado por unos hombres sobre otros hombres, el avasallamiento de un pueblo débil por
otro más poderoso y superior a él desde el punto de vista de la guerra, sino la victoria del Dios
fuerte, del Dios del pueblo victorioso sobre el débil, no es hoy exclusiva de los pueblos primitivos”
(27).

Los conquistadores españoles, al parecer, no solamente dependían de la espada y del signo


de la Cruz en las empuñaduras para vencer a los indios, sino también de la ayuda de su Dios fuerte.
En tal sentido, la conquista fue una Guerra Santa, una especie de cruzada contra los indios
paganos. Desde esta perspectiva, escribe Friederici, “la guerra debe ser justa, justum piumque
bellun, postulado que era piedra angular en la disputa del Padre de Las Casas con el de los juristas,
encabezado por Sepúlveda. Lo adquirido en una guerra emprendida con justo título era una
adquisición aprobada por los dioses... La apropiación del país conquistado por las armas y todo el
botín hecho en la guerra tenían su título de legitimidad en el hecho de que se consideraban como el
premio a la victoria, otorgada por los dioses... Y de esta concepción según la cual el Dios mismo
interviene en favor del pueblo que lo invoca se desprende como secuela natural el artículo de fe de
que, en realidad, es el mismo Dios, como el Dios más fuerte, el que vence y gana el botín”. El dios
fuerte venció, no sin dificultad, en maravillosas batallas a los dioses paganos.

En el excelente trabajo de Robert D. Shadow, Conquista y Gobierno Español, se presenta muy


clara la “gestación de la política fronteriza entre los años de 1530-1570" realizada por los
españoles en el norte y noroeste de México. “Como bien se sabe, dice Shadow, las primeras
entradas españolas en los territorios indígenas al norte del Lerma-Santiago fueron realizadas por
las fuerzas expedicionarias encabezadas por Beltrán Nuño de Guzmán. Uno de los principales
1

rivales de Hernán Cortés en la lucha sanguinaria por el control de la naciente colonia, Nuño de
Guzmán inicio su entrada en la primavera de 1530 con lla esperanza de unir las provincias del
noroeste con sus posesiones en Pánuco, y de este modo rebasar el el poder y la fama lograda por
Cortés en la conquista del Anáhuac. Pero don Beltrán nunca alcanzó los triunfos codiciados. Al
entrar a las tierras flacas del cercano norte, Guzmán no halló ni el oro, ni las amazonas, ni las
poblaciones indígenas capaces de satisfacer sus ansias de fortuna y poder... Durante la década de
los treinta las tensiones y hostilidades en la frontera (con las tierras chichimecas) aumentaron
inexorablemente; la explosión ocurrió con la gran Guerra del Mixtón de 1541-42. Encabezada por
los cazcanes de Teúl y Juchipila, esta ofensiva planeada amenazó seriamente a la comunidad
fronteriza española e hizo temblar a toda la colonia (...) Era, pues, una lucha armada que
sobrepasaba las barreras étnicas (por la unión de casi todos los grupos indígenas) y,
consecuentemente, representó un desafío gravísimo a la hegemonía española” (28).

Después de la cruenta batalla entre las huestes conquistadoras y los indios cazcanes en Tlacotlán,
los intrusos españoles decidieron no correr más riesgos y se mudaron a un lugar más seguro y
menos agreste. El único obstáculo para tomar una decisión era el temor de desatar la furia de Nuño
de Guzmán, quien, entre otras cosas, no quería que hubiese paisanos suyos en sus tierra de
Tonalán. El 30 de septiembre de 1541, dos días después del fiero enfrentamiento, Cristobal de
Oñate convocó a sesión de cabildo, en donde se decidió, una vez más, la necesidad de cambiarse
de sitio por el peligro que representaban las arremetidas indígenas. El domingo 9 de octubre se
publicó un bando en el pueblo de Tetlán para que se registraran aquellos que desearan
avencindarse en el nuevo villorrio. Cuenta Fray Antonio Tello, que el contador Juan de Ojeda –en
la reunión de cabildo– intervino para determinar de una vez por todas dónde había que hacer
asiento definitivo, y entender que el regreso de Guzmán a estas tierras era muy dudoso, pues tenía
cuentas pendientes con la corona real en España. Algunos presentes dijeron que “convenía que se
pasasen entre Ocotlán y Tonalán, en el llano de Atemaxac, otros en Tuluquilla, y siempre hubo
diversidad de pareceres sobre donde pasarían, y los aficionados a Guzmán los contradecían, y
estando en esto, entró a donde estaban en cabildo Beatriz Hernández, mujer de Juan Sanchez de
Olea, y dijo (después de arengar y pedir licencia para emitir su voto, que, aunque mujer podría ser
acertado): “Señores, el rey es mi gallo, y yo soy de parecer que nos pasemos al valle de Atemazac,
y si otra cosas se hace, será de servicio de Dios y del rey, y lo demás es mostrar cobardía, ¿qué nos
ha de hacer Guzmán, pues ha sido causa de los trances en que ha andado esta villa”. Dicho esto, el
gobernador Cristobal de Oñate sentenció: hágase así, Sra. Beatriz Hernández, y pueblese do está
señalado”.

Resuelta esta indecisión y el temor hacia Guzmán, nombraron comisionados a Juan del Camino y a
Miguel de Ibarra –quien a la postre sería el primer alcalde del cabildo de la naciente ciudad– para
buscar el sitio más adecuado, “los cuales fueron al valle de Tonalán y pueblo de Atemaxac, y de
allí pasaron al pueblo que es agora Tuluquilla”, pero viendo que estas estancias pertenecían a
Guzmán y además el ojo de agua era muy cenagoso, se pusieron de acuerdo “y fueron (el 5 de
febrero de 1542) al puesto a do hoy está la ciudad de Guadalajara y echaron de ver que ser aquel
mejor sitio, por tener unos llanos y ser más acomodado para correr si viniese los enemigos, y buen
1

arroyo de agua y muchos manantiales con buenas entradas y salidas por todas partes, y les pareció
podrían meter el arroyo a la ciudad, y a engañaron –dice Tello–, porque después fue dificultoso el
hacerlo; pero hiciéronse muy buenos pozos y los hay. Y habiéndolo visto todo, y ser sitio y valle
tan desembarazado para poder pelear y correr, se trazó la ciudad y se repartieron solares para todos
los vecinos, con que se volvieron y dieron cuenta al gobernador, y a cada vecino su solar y traza
para que acudiese a hacer sus casas...” El 14 de febrero se levantó el acta fundacional de la
definitiva Guadalajara neogallega y con ella se instaló el cabildo.

Tello escribió que “engañarónse también los primeros vecinos al ver tanto manantial, pues como el
tiempo de lluvias estaba recíen pasado, resultó que muchos de estos ojos de agua eran de carácter
transitorio y muy pocos los de descarga permanente, así vinieron los primeros pobladores a sufrir
escasez y falta de agua”. No quisieron escoger, sin embargo, un punto muy cercano al río (a la
postre llamado San Juan de Dios) por ser sitio bajo y pantanoso. “No elijan sitios muy bajos,
decían Las Leyes de Indias, porque suelen ser enfermos, ni tampoco muy altos, por la molestia de
los vientos y dificultad de servicio y acarreo..., fúndense en los medianamente levantados”. Y
siguiendo estas ideas los primeros pobladores comenzaron a edificar a la ciudad en donde el
terreno empieza a levantarse; es decir, al poniente de donde ahora se encuentra el Teatro
Degollado. Otra gran ventaja de haberse fundado Guadalajara en este valle de Atemajac fue, como
dice Tello, que vino a quedar en el ‘comedio de México, y de la ciudad de Compostela y villa de
Culiacán, y tener a un lado la villa de Colima’ y así quedo Guadalajara como paso forzoso para ir
de una a otra de estas partes.

Pero antes del asentamiento definitivo, hubo una Guadalajara trashumante. En 1529 Nuño de
Guzmán emprendió la expedición decisiva de lo que sería la Nueva Galicia, en cuyo territorio
tenían que someterse las tribus rebeldes chichimecas. Una de los primeros asentamientos españoles
en estas tierras fue la Villa del Espíritu Santo, o Santiago Galicia de Compostela. El 3 de diciembre
de 1531, Nuño de Guzmán comisionó a Juan de Oñate para someter a los indios sublevados del
Teul, dándole para ello los títulos de capitán y alcalde mayor, para que fundara en Nochistlán la
villa de Guadalajara. Así entonces, el primer lugar elegido como sede de la avanzada española en
estos parajes inhóspitos fue la fundación de Guadalajara en Nochistlán (capital de los chichimecas)
el viernes 5 de enero de 1532; el segundo lugar fue Tonalá, en 1533; el tercer intento de
establecerse fue Tlacotlán, en 1535.

Con la fundación, lo primero que se instaló fue el cadalso y la horca, por aquello de los
inconformes y, sobre todo, de los subversivos indígenas. “En Guadalajara, señala López Moreno,
así como en algunas otras ciudades latinoamericanas, la voluntad ‘real’ de ordenamiento espacial,
expresada a través de una serie de ordenanzas, no experimentó dificultades en la fundación ni en
los primeros años de vida... incluso en el desarrollo urbano posterior, se hizo largamente inspirado
y sustentado en este modelo, que se sintetiza en la utilización generalizada del ‘Plan de Damero’.
La elección de una tierra plana, con pocos inductores de modificación a la extensión paulatina de la
malla ortogonal instaurada desde el acto fundacional, permitirá el desarrollo de la cuadrícula como
la forma principal de organización urbana”. Debemos mencionar que la fundación de Guadalajara,
1

como poblado español, estaba flanqueada por tres pueblos indígenas; tenía como asentamiento
vecino inmediato a una comunidad indígena ya existente que era Mezquitán (posteriormente
denominado por los españoles San Miguel de Mezquitán), pueblo de indios tecuexes que a la
llegada de los españoles pertenecían al cacicazgo de Tonalá; San Juan B. De Mexicaltzingo,
pueblo fundado por el virrey de Mendoza en 1540 con indios mexicanos y algunos tarascos que
vinieron con él a la guerra del Mixtón que aquí se quedaron cuando el virrey regresó a la ciudad de
México; y, San Sebastían de Analco, fundado por los indios tecuexes y cocas que se vinieron de
Tetlán siguiendo a los frailes franciscanos. Analco significa “del otro lado ” (29). “Del crecimiento
y unión de estos cuatro núcleos primitivos de población se formó la actual Guadalajara”, nos dice
Arturo Chávez Hayhoe en su artículo “Guadalajara de 1542 a 1560". Por cédula real del 10 de
mayo de 1560, Guadalajara pasaría a ser capital de la Nueva Galicia.

Con el emplazamiento definitivo de Guadalajara, se empieza a consumar la conquista de estas


tierras y se inicia, también, el dominio colonial. José Luis Romero nos dice que “la implantación
física de las ciudades constituyó un hecho decisivo para la ocupación del territorio americano por
los conquistadores europeos”. Tal implantación urbana implicaba diversos problemas, pues se
trataba de construir una nueva sociedad y un nuevo proyecto económico basado en la esclavitud y
en la servidumbre del trabajo indígena. “Si la ciudad fue protagonista de la ocupación del territorio
–dice Romero–, el grupo urbano originario fue el protagonista de la vida de la ciudad y de cuanto
ella operó en su contorno”. En la historia de los orígenes de Guadalajara, las crónicas y testimonios
proporcionan una idea de los primeros pobladores: Había extremeños, castellanos, vizcaínos,
andaluces, montañeses y portugueses. Según las actas de cabildo eran 64 peninsulares, casi todos
ellos con sus respectivas familias, los que decidieron afincarse en estas tierras. La historia urbana
local inicia entonces con una población en alrededor de 250 españoles, sin contar la población
indígena, cuya cantidad, al parecer, se desconoce en la visión de los vencedores. Al cabo de dos
años de su fundación el número de vecinos españoles se había reducido a más de la mitad (para
1544 era una treintena de familias), y no fue sino hasta 1548 que la población hispánica empezó a
crecer lentamente.

El cosmógrafo y cronista de Indias Juan López de Velazco, a finales del siglo XVI –citado por
Romero–, escribía en su Geografía y descripción de las Indias acerca de los españoles que venían
al mundo como “hombres enemigos del trabajo, y de ánimos y espíritus levantados, y con más
codicia de enriquecerse brevemente que de perpetuarse en la tierra...”. En el grupo fundador había
de todo, como es de suponerse; los conquistadores y colonizadores no eran un grupo homogéneo,
no tenían por qué serlo; pero –dice Romero–, “las circunstancias lo hicieron homogéneo, puesto
que unieron a sus miembros frente a una misma situación. Acaso el grupo se comportaba
homogéneo; pero de todos modos pesaba sobre cada uno de sus miembros su tradición originaria y,
sobre todo, los vestigios de su inserción en la sociedad que provenía”. Posiblemente muchas de las
diferencias políticas entre los fundadores de las ciudades novohispanas se debían a la distinta
procedencia de sus lugares de origen, de sus tradiciones, costumbres y hábitos, así como su
extracción clasista. No obstante, una cosa era segura, frente a los objetivos más importantes de la
conquista y del coloniaje, los acuerdos eran compartidos por todo el grupo fundador a través de las
1

sesiones de cabildo. (30). Acuerdos, por ejemplo, relativos a la política urbana de segregar a la
población indígena en los alrededores de la ciudad, así como el de obligarlos a realizar el trabajo
material en la construcción de los edificios y de las obras “urbanas”. Los españoles fungían
únicamente como supervisores, capataces o administradores.

Hacia 1605 Guadalajara cuenta con 1200 indígenas asentados en los barrios periféricos (31). Una
población diezmada considerablemente a lo largo de medio siglo; sin embargo, el crecimiento de la
ciudad requería necesariamente de mano de obra indígena Igualmente, las poblaciones española y
criolla se iban haciendo también más estratificadas, empezaban a proliferar oficios que recaían en
dichas poblaciones. Cuentan, no obstante, Antonio de Ulloa y Jorge Juan –en sus Noticias
Secretas, publicadas en 1735– que “los europeos y chapetones que llegan a aquellos países son por
lo general de un nacimiento bajo en España, o de linaje poco conocido, sin educación ni otro
mérito alguno que los haga muy recomendables...”. Según Romero, la imagen predominante de los
grupos urbanos españoles originarios es la de “gente de condición humilde pero aventurera,
codiciosa y dispuesta a prosperar. América fue, en efecto, una oportunidad para los que buscaban
el ascenso económico y social. Gente sin tierras y sin nobleza, buscaban ambas cosas en el nuevo
mundo. La actitud era contraria a la radicación definitiva y al trabajo metódico y continuado. El
éxito en tierra americana consistía para el nuevo poblador en alcanzar un aposición análoga a la de
los hidalgos peninsulares, posición a la que debía servir de fundamento la riqueza fácilmente
adquirida y la numerosa población indígena sometida”, y explotada, debemos añadir (32).
Ciertamente, el grupo urbano originario fue el protagonista principal de las nuevas ciudades, en
tanto se constituyó, con el paso del tiempo, en su mayoría, en una elite de nobles y oligarcas.
Implantó una cultura dominante sobre el conjunto de la sociedad indígena, mestiza, criolla y negra.
Aunque, como sabemos, las culturas dominadas han sabido preservar históricamente sus
tradiciones y sus visiones. En la visión de los vencidos, aparecen como protagonistas de la historia
urbana los propios indígenas, bien sea como constructores directos –albañiles, peones, carpinteros,
artesanos, etcétera–, de los edificios públicos consistoriales, religiosos-conventuales, de las casonas
señoriales de los españoles y criollos; también aparecen como pobladores de los barrios o ghettos
en que vivieron hasta hace un siglo; asimismo, siguen siendo protagonistas actual con sus
tradiciones y formas culturales –que van más allá de la visión folclórica de las elites dominantes–,
como forma de sobrevivencia y conservación de su identidad.

A MANERA DE EPILOGO

Es notable que en la mayoría de las crónicas de la fundación de esta ciudad, y en todos los
discursos oficiales u oficiosos conmemorativos de tal fecha, impere una visión sesgada y
tendenciosa de la ciudad fundada en nombre de su majestad Carlos V. Se presenta la historia
fundacional como una epopeya legendaria cuyos protagonistas son unos españoles emprendedores,
valientes y aguerridos (lo cual, en gran medida es cierto); portadores de una elevada moral cristiana
de amor al prójimo evangelizándolo para salvar su alma (de lo cual existen serias dudas). La
crónica de la fundación aparece, pues, en general, como una historia incruenta, resultado
1

meramente del espíritu de aventura de los expedicionarios españoles y no como una historia que
también tiene su lado oscuro; su lado trágico. La historia aparece como un canto homérico, como
una novela heroica y como un cuento que “brota de un épico episodio que se acerca a lo legendario
(...) En la que hasta las mujeres pelearon con brío venciendo cabalmente a los indios” (33).
Algunas crónicas hacen una apología de la fundación de Guadalajara, tratando de ocultar la verdad
de los acontecimientos; negando, consciente o inconscientemente, la realidad histórica de los
hechos dramáticos de toda conquista de una cultura sobre otra. Se pretende encubrir o minimizar,
por ejemplo, la saña de las innumerables masacres de indígenas cazcanes, tecuejes y zacatecos.

Del pequeñísimo poblado de 200 españoles y una cantidad mayor de indígenas, a más cuatro siglos
y medio de su fundación, Guadalajara es una gran urbe metropolitana con cerca de cinco millones
de habitantes con su secuela de contradicciones y conflictos sociales, económicos y políticos. Los
fundadores de esta ciudad quizás nunca se imaginaron que el villorrio de aquel entonces, siglos
después se convertiría en una gran ciudad; en una enorme metrópoli cuyas dimensiones les
asombraría, y quizás también les aterraría. La historia verdadera de Guadalajara no tiene por qué
presentar como héroes a Nuño de Guzmán, a Cristóbal de Oñate o a Beatriz Hernández. Eran
conquistadores como cualesquiera otros que intentaron y lograron someter a sus enemigos
indígenas. La ciudad manifiesta históricamente a cada sociedad, y la Guadalajara de hoy dejó de
ser, desde hace mucho tiempo, la ciudad colonial para convertirse en una urbe metropolitana
semicolonial bajo la hegemonía de otro imperio, cuyos dominios territoriales harían palidecer de
envidia a Carlos V o a Felipe II, pero a que a sus actuales dueños se les hace pequeño. En la
Guadalajara de fin de milenio hemos erigido monumentos en honor de los fundadores,
especialmente en la llamada Plaza tapatía; sin embargo, hay únicamente dos o tres levantados en
memoria de los nativos, casi escondidos en alguna parte de la ciudad: la historia urbana local no
registra, simbólica e ideológicamente, en su memoria colectiva quienes fueron sus primeros
pobladores que resistieron la conquista española (34).

Notas y referencias bibliográficas:


1. Kubler,George. Arquitectura mexicana del siglo XVI, FCE, México 1983.
2. Ibid. p. 85. Kubler cita a Beaumont, Crónica de Michoacán, III, p. 41. De acuerdo con los términos del
acta de fundación, el propósito de la ciudad era “para el seguro y resguardo de los caminos que cruzan de
unas poblaciones a otras, e puedan pasar y caminar las gentes libremente por ellos, evitándoles los riesgos y
peligros que, en parajes despoblados como ese, está cometiendo la gente barbara que anda desparramada por
las quebradas e montes de esta tierra...”. Fray Pablo Beaumont escribió en su crónica que la guerra del
Mixton fue una de las primeras grandes rebeliones indígenas durante la conquista. Este hecho aconteció en
1541 y fue determinante para el cuarto y definitivo sitio de la fundación de Guadalajara en el Nuevo Reino
de Galicia (Vease “Rebelión en Nueva Galicia”, en La violencia en México, prologo y selección de
Orlando Ortiz. Editorial Diógenes, México, 1978, página 88).
3. Ibid. página. 88.
4. MORENO Toscano, Alejandra. Geografía económica de México, siglo XVI. El Colegio de México.
1

México, 1971, página 77.


5. Un ejemplo de esta visión fenomenológica es el texto: “Las ciudades latinoamericanas y el proceso de
colonización” de Richard M. Morse. Las ciudades latinoamericanas. Volumen I. Antecedentes. Sep-
Setentas. 96, Secretaría de Educación Pública, México, 1973, página, 81. Desde luego, este ensayo tiene
méritos y aportes interesantes sobre el tema; sin embargo, carece del desarrollo analítico del marco
histórico, es decir, la conquista, para entender cabalmente la relación entre urbanización y proceso de
colonización.
6. BAUDOT, George. La vida cotidiana en la América Española en tiempos de Felipe II. Siglo XVI, FCE.
México, 1992. Pag, 242. “Las principales ciudades del imperio se fundaron relativamente pronto y en el
siglo XVI ya eran más de cuarenta las villas así creadas por los españoles: Las fundaciones se sucedieron a
ritmo rápido durante el reinado de Carlos V; citemos por ejemplo, entre otras, Panamá (1518), Veracruz
(1519), Cumaná (1521), Coro (1523), Guatemala (1524), Santa Marta (1525), Puebla (1531) Cartagena
(1533), Trujillo (1534), Lima (1535), Cali (1536), Asunción (1537), Guayaquil (1538), Bogotá (1538), La
Habana (1538), Santiago de Chile (1541), Mérida de Yucatán (1542), Guadalajara (1542), Valparaíso
(1544), Potosí (1546), Zacatecas (1548), Concepción de chile (1550). Bajo el reinado de Felipe II,
naturalmente, el ímpetu fundador pierde velocidad, pero sigue siendo impresionante. De este periodo
citemos por ejemplo Cuenca en Ecuador (1557), Mendoza (1559), Tucumán (1565), San Agustín en la
Florida (1566), Caracas (1567), Córdoba en la Argentina (1573), Cochabamba (1574), Maracaibo (1574),
León en México (1576), Buenos Aires (1580), San Luis Potosí (1590), y Monterrey (1596). Por supuesto
que la importancia de esas ciudades podía ser muy variada, desde ciudades opulentas como México, Lima o
Potosí, hasta las aglomeraciones de dimensiones modestas como Cochabamba, Buenos Aires, Tucumán o
Mérida”.
7. Krippendorf, Ekkehart. El sistema internacional como historia. Introducción a las relaciones
internacionales. FCE. México, 1985.
9. Sobre el conflicto chiapaneco y el movimiento indígena zapatista existe abundante bibliografía. Antes y
después del 500 Centenario se produjo mucha literatura sobre el carácter histórico del “descubrimiento” y la
conquista. Vease, por ejemplo: Nuestra América frente al V centenario. Emancipación e identidad de
América Latina: 1492-1992. Varios autores. Editorial Joaquín Mortiz. Planeta. México, 1989. Horacio
Labastida escribe que “... siempre hay un pero que agregar cuando se regresan las páginas de la historia.
Nunca importaron a los soldados de Cortés ni a los colonos del Virreinato las palabras cristianas del
evangelio, a pesar de izarlas como normas de conducta. Sin piedad persiguieron a los nativos, los
esclavizaron y mataron en labores agrícolas o en los túneles de las minas de oro y plata, tumbas de millones
de cadáveres que provocaron rápidamente el empobrecimiento demográfico en los dominios de Felipe II y
sucesores. Civiles y soldados, unos más y otros menos, saquearon a poblaciones inermes que, para
sobrevivir, abandonaron los pueblos y refugiáronse en abruptas montañas o alejados destierros. Esta es la
barbarie que explica en nuestros días de los descendientes de Kukulcán y Chac en los altos y las cañadas del
Chiapas zapatista, o de los tarahumaras en los acantilados y las barrancas de la sierra chihuahuense. Son los
hijos de los desplazados de los antiguos desplazados por las ambiciones de los militares y aristócratas
hispanos; continúan escondiéndose en virtud de que la arbitrariedad expoliadora se ha multiplicado en los
años de vida independiente... Siguiendo la ruta de la Colonia y el siglo XIX, en nuestro ahora se repite la
historia de los desplazados. En Chiapas prolifera una casta divina dueña y señora de hombres y riquezas; se
trata de acaudalados locales y no locales y de fortunas acumuladas con el desahucio de los legítimos dueños
de las tierras... (Aquí) se registra el genocidio de Acteal, los tiroteos y asesinatos de desplazados, y las
torturas y baños de sangre de una raza noble y buena, por la que hoy habla el Espíritu (La Jornada, 16 de
enero de 1998). Rigoberta Menchu Tum, Premio Nobel de la Paz, al condenar los hechos violentos
registrados el 22 de diciembre de 1997 en el poblado de Acteal, municipio de Chenhaló, Chiapas, dijo que
“la matanza de Acteal y las agresiones en Ocosingo son crímenes de lesa humanidad, y demuestran que
después de cinco siglos de opresión y discriminación es muy poco lo que ha cambiado para los indígenas”.
9. El sistema internacional como historia. Op. Cit. Pág. 39.
10. Ibid. Pág. 41.
11. Vease de Mariano Picón-Salas, “Las primeras ciudades indianas: Santo Domingo”; capítulo IV. De lo
europeo a lo mestizo. Las primeras formas de transculturización, en: De la Conquista a la Independencia.
FCE, México, 1975, página 72.
12. Domínguez Molinos, Rafael. Historias Extremas de América, Plaza & Janes, Barcelona, 1986.
13. Arquitectura mexicana del siglo XVI, Op. Cit. Página 75.
14. HARTUNG Franz, Hort. “Apuntes sobre los antecedentes de los asentamientos humanos en México”.
DIMENSIONES. Revista de Arquitectura y Urbanismo. Universidad de Guadalajara. Nº 1, 1989, página13.
15. Arquitectura mexicana..., Op. Cit. Página 73.
1

16. SINGER; Paul. “De la ciudad de la conquista a la ciudad comercial”. Campo y ciudad en el contexto
histórico latinoamericano, en: Economía política de la urbanización. Editorial Siglo XXI, México, 1975,
página112.
17. Ibid. página 117. Singer se refiere a Gibson, C., “Spanish-institutions and colonial urbanism en New
Spain”. (En: Hardoy & Schaedel (eds.), El proceso de urbanización en América Latina desde sus orígenes
hasta nuestros días, Buenos Aires, Editorial del Instituto, 1969, p 226).
18. Ibid. p. 119.
19. Weckmann, Luis. La herencia medieval de México, FCE y El Colegio de México, México, 1996,
página 412. Sobre la fundación de Panamá realizada en 1519 por Pedrarias Dávila, el cronista español Pedro
Cieza de León escribió que la ciudad “está trazada y edificada de levante a poniente, en tal manera, que
saliendo el sol no hay quien pueda andar por ninguna calle della, porque no hace sombra ninguna. Y esto
siéntese tanto porque hace grandísimo calor y porque el sol es tan enfermo, que si un hombre acostumbra
andar por él, aunque no sea sino pocas horas, le dará tales enfermedades que muera; que así a acontecido a
muchos”. Crónica De la ciudad de Panamá y de su fundación, y por qué se trata della primera que de otra
alguna (Descubrimiento y conquista de América. SEP/UNAM, México, 1982. Página, 214).
20. Ibid.
21. HARDOY, Jorge E. “El proceso de urbanización...; las ciudades coloniales españolas”; en: América
Latina en su arquitectura. Roberto Segre (relator). UNESCO. Ed. Siglo XXI, México, 1975. Página 49.
“Cuando hacia 1580 López de Velasco completó su detallada síntesis de la situación de las colonias de
España y América, había quedado completada la red urbana que perduraría hasta finalizar el período
colonial que se mantendría, sin mayores variantes, hasta la segunda mitad del siglo XIX: habían sido ya
fundadas las dos sedes virreinales iniciales –México y Lima– y las dos sedes de los virreinatos que serían
establecidos en el siglo XVIII –Bogotá y Buenos Aires–; las sedes de las audiencias –Santo Domingo,
Panamá, Guadalajara, Guatemala, Quito, Santiago y La Plata–; los puertos del comercio internacional –
Cartagena, La habana, Veracruz, Portobelo, Acapulco y el Callao– y regional –Valparaíso, La Serena,
Guayaquil, Santa Marta, La Guayra, Campeche y San Juan–; los principales reales de minas –Guanajuato,
Zacatecas y Potosí– y centenares de centros de colonización y defensa de fronteras, puertos menores y
millares de centros de adoctrinamiento religiosos y reducciones de indios”.
22. ROJAS-MIX, Miguel A. La plaza mayor. El urbanismo, instrumento de dominio colonial, Barcelona.
Muchnik Editores, 1978. La plaza mayor además de concentrar la vida social, la comunicación y el
intercambio, representaba el espacio de aculturación excepcional para los indios y los mestizos, que podían
encontrar allí reunidos todos los elementos simbólicos de los nuevos poderes y todos los modelos
dominantes de las nuevas condiciones de existencia, aunque también era lugar de sincretismo cultural con la
presencia del tianguis y otras actividades indígenas.
23. FREDERICI, Georg. El carácter del descubrimiento y de la conquista de América, FCE, México,
1987, página 452. “Colón tenía un patrón propio, al que casi siempre se atenía: comenzaba por el nombre
del Salvador, al seguía inmediatamente el de la Virgen María, venían luego por orden riguroso los de los
miembros de la Casa reinante, y enseguida el de España... Es muy notable y característico la abundancia de
nombres de santos en el bautismo de los lugares recién descubiertos y la constante repetición del de la Santa
Virgen, muchas veces bajo la advocación de la Inmaculada concepción”.
24. ROMERO, José Luis. Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Ed. Siglo XXI, México, 1976, página
61.
25. HARING, C.H., El imperio español en América, Alianza Editorial Mexicana y Consejo Nacional para
la Cultura y las Artes. México, 1990. Página, 212. Sobre el cabildo, Haring hace una de las mejores
interpretaciones históricas de lo que significó el papel político de esta institución en la urbanización de la
conquista y la colonización. “La unidad local de gobierno político en Hispanoamérica como en la propia
España –escribe Haring–, la etapa más baja de la jerarquía administrativa, era la corporación municipal o
ayuntamiento –el cabildo como se le llamaba generalmente en las colonias (‘La palabra cabildo se usaba
para designar no sólo al consejo municipal sino también otros cuerpos análogos, como un capítulo de
catedral. También se aplicaba al edificio municipal en donde el consejo municipal sostenía sus reuniones’).
Y al menos desde un punto de vista, esta institución en la historia del imperio americano fue de extrema
importancia. Fue la única institución en donde el elemento criollo o hispanoamericano en la sociedad estaba
representada en gran medida. Y fue una de las pocas instituciones que mantuvieron una pequeña medida de
autonomía local... los conquistadores del siglo XVI por lo general, al entra a una nueva región para
someterla y ocuparla, como primer paso, fundaban un pueblo y establecían algún tipo de organización
municipal. Cortés lo hizo en Veracruz en 1519, antes de iniciar su osada marcha hacia el corazón del
imperio de Moctezuma. Valdivia lo hizo en 1541, al fundar Santiago como refugio y base para la conquista
de ese paraíso terrenal, el valle central de Chile”.
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26. TELLO, Antonio Fray. “Capítulos del Libro Segundo de la Crónica Miscelanea de la Sancta Provincia
de Xalisco” (1653); en: Testimonios de Guadalajara. UNAM, Biblioteca del Estudiante Universitario. 35,
México, 1973, página 7 a 27. Prologo y selección de José Cornejo Franco. En su excelente “Historiografía
de la conquista de Occidente”, Jorge Gurría Lacroix da a conocer los principales autores (“soldados-
cronistas”) españoles e indígenas de la conquista de estas tierras. En: Lecturas Históricas de Jalisco. Antes
de la Independencia.Tomo I. Gobierno de Jalisco. Secretaría General. Unidad Editorial, Guadalajara,
Jalisco, México, 1982.
27. El carácter del descubrimiento...; Op. Cit. Página 468.
28. SHADOW, Robert D. “Conquista y Gobierno Español”, en: Lecturas Históricas del Norte de Jalisco.
José María Muriá, Manuel Caldera y Silvia Guerrero (compiladores). Gobierno del Estado de Jalisco, 1991.
Esta región occidental mexicana tuvo en Nuño de Guzmán uno de sus más sanguinarios conquistadores; casi
todas las descripciones biográficas coinciden en su barbarie desenfrenada: pueblos arrasados, hombres,
mujeres y niños ultrajados o asesinados, etcétera. Por sus desmanes fue apresado y remitido a España donde
murió. Frustrado por no hallar oro ni hacer fortuna ni poder, escribe Shadow, “Guzmán recurrió a las
tácticas de enriquecimiento tan a menudo empleadas por los conquistadores cristiano: el pillaje y el
comercio de esclavos. A lo largo de su marcha, Guzmán quemó pueblos y esclavizó a los moradores. La
brutalidad de la entrada guzmaniana pronto se hizo infame, pero pese a la política de tierra arrasada, la
expedición no acabó con la resistencia (indígena) en el área. Más bien, sirvió, en forma dialéctica, para
avivar y consolidar la oposición nativa hacia los invasores... La Guerra del Mixtón demostró la capacidad de
los indios de movilizarse y actuar con solidaridad frente al enemigo común, y así derrotar la política
imperialista que buscaba la conquista militar a través del fomento y aprovechamiento de las divisiones y
disensiones internas de los grupos indígenas. Tanto los tepehuan/tepecano de la cuenca del río Bolaños
como los zacatecas y guachichiles de los desiertos orientales tomaron parte en el levantamiento, Las fuerzas
locales españolas fueron insuficientes para contener la rebelión, y sólo se reprimió cuando una columna de
soldados comandados por el mismo virrey Mendoza llegó desde México y derrotó a los guerreros indígenas
en los peñoles de Mixtón, cerca de Jalpa, Zacatecas. La venganza hispana fue despiadada. Los líderes del
movimiento fueron ejecutados y los demás indios capturados fueron herrados y vendidos como esclavos.
Los que tuvieron la suerte de escapar de la tropa española buscaron refugio en las barrancas y cerros de la
Sierra Madre. Allí esos refugiados se unieron a grupos indígenas locales y, protegidos por el terreno
escabroso, formaron la ‘región de refugio’ más grandes y duradera en Nueva Galicia”. Página 46.
29. Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Op. Cit. Página 58.
30. LOPEZ MORENO, Eduardo. La cuadrícula en el desarrollo de la ciudad hispanoamericana
Guadalajara, México. Editorial Universidad de Guadalajara, 1992. Página 19.
31. CALVO, Thomas. La Nueva Galicia en los siglos XVI y XVII. El Colegio de Jalisco y Centro de
Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA). México, 1989, página 20. “... hacia 1604-07 la ciudad
ya cuenta con unos 160-173 vecinos, es decir, más de 500 españoles y un número igual de castas, tal vez
1000-1200 no-indígenas, a los cuales habría que añadir unos 1200 indígenas de los barrios; por lo tanto,
unos 2 5000 habitantes en total...; durante toda la segunda mitad del siglo XVI, la guerra chichimeca
bloqueó toda la expansión comercial y Guadalajara no era más que una simple correa de trasmisión en el
mecanismo de aspiración hacia Zacatecas...”.
32. Latinoamérica...; Op. Cit. página 59.
33. Veanse, por ejemplo, los textos de Arturo Chavez Hayhoe; y de José Luis Razo Zaragoza: “Fundaciones
de ciudades, villas y pueblos”, capítulo XIII del libro Historia temática Jalisciense. Primera Parte. Reino
de Nueva Galicia. Universidad de Guadalajara, México, 1981, página 129.
34. En la Plaza Tapatía está ubicada, a su vez, la Plaza de los Fundadores; en esta última se levantó un
motivo escultórico, adosado al Teatro Degollado, que representa a las huestes conquistadoras militares y
espirituales en el momento en que deciden establecerse por fin en estas tierras. En otras partes de la plaza
existen varias alegorías de los vencedores; en el único lugar donde aparecen los vencidos es en el
altorrelieve escultórico adosado al Teatro; pero están sumisos, de rodillas, al poder. Visión idílica que trata
sutilmente de borrar de la memoria histórica a los nativos y sus luchas de resistencia. La ideología simbólica
urbana de la cultura dominante hace patente su conservadurismo político y su racismo encubierto no sólo en
los discursos conmemorativos de cada 14 de febrero, día de la fundación de la ciudad, sino también en los
motivos escultóricos de la urbanística caótica de la Guadalajara metropolitana.

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