Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Teología, Cristología, Antropología
Teología, Cristología, Antropología
TEOLOGÍA-CRISTOLOGÍA-ANTROPOLOGÍA[*]
(1982)
Introducción
A esta luz, los dos documentos cristológicos de las dos últimas Sesiones
quizás puedan formar un todo. Aunque, como es obvio, esta valoración se deja
al juicio del benévolo lector.
2. Parece posible aplicar aquí, con las debidas adaptaciones, el criterio que se
empleó en la definición de Calcedonia: hay que mantener la distinción, sin
confusión ni separación, entre la Cristología y el problema de Dios. Es la
distinción que existe igualmente entre los dos tiempos de la revelación que se
corresponden entre sí: uno, el de la manifestación universal que Dios hace de
sí mismo en la creación primordial, y otro, el de la revelación más personal
que progresa en la historia de la salvación desde la vocación de Abrahán hasta
la venida de Jesucristo, el Hijo de Dios.
3. Existe, por tanto, reciprocidad y circularidad entre la vía que se esfuerza por
entender a Jesús a la luz de la idea de Dios, y la que descubre a Dios en Jesús.
3.2. Por otra parte —aunque hay que decirlo con gran humildad, no sólo
porque la fe y la vida de los cristianos no están en conformidad con esta
revelación totalmente gratuita que ha tenido su cumplimiento en Jesucristo,
sino también porque el misterio revelado sobrepasa todos los enunciados
teológicos—, el misterio de Dios, tal y como se ha revelado definitivamente
en Jesucristo, contiene «riquezas insondables» (cf. Ef 3, 8), que superan y
transcienden los pensamientos y deseos del espíritu filosófico y del espíritu
religioso dejados a sus propias fuerzas. Todo cuanto de verdadero hay en
ellos, es contenido, confirmado y llevado a su propia plenitud por este
misterio, abriendo a las más nobles intuiciones de los hombres un camino
despejado hacia Dios siempre mayor. Los errores y desviaciones que se dan
en ellos, son corregidas por este misterio, guiándolas hacia los senderos más
rectos y plenos que sus deseos buscan. Así también el misterio de Dios, que
debe ser entendido cada vez más profundamente, recibe de ellos e integra sus
intuiciones y experiencias religiosas, de modo que la catolicidad de la fe
cristiana se realice más ampliamente.
1.2. Por tanto, los tres nombres divinos son en la economía de la salvación
como son en la «Teología» según la acepción que dan a este término los
Padres griegos, es decir, nuestra ciencia acerca de la vida eterna de Dios.
Aquella economía es para nosotros la fuente, única y definitiva, de todo
conocimiento del misterio de la Trinidad: la elaboración de la doctrina
trinitaria ha tenido su origen en la economía de la salvación. A su vez, la
Trinidad económica presupone siempre necesariamente a la Trinidad eterna e
inmanente. La teología y la catequesis tienen siempre que dar razón de esta
afirmación de la fe primitiva.
1. Los promotores de esta teología dicen que las raíces de sus ideas se
encuentran ya en el Antiguo y en el Nuevo Testamento y en algunos Padres.
Pero ciertamente el peso de la filosofía moderna, al menos en la construcción
de esta teoría, ha tenido una importancia mayor.
1.1. En primer lugar, Hegel postula que la idea de Dios debe incluir el «dolor
de lo negativo» más aún la «dureza del abandono» (die Härte der
Gottlosigkeit) para alcanzar su contenido total. En él queda una ambigüedad
fundamental: ¿Necesita Dios verdaderamente el trabajo de la evolución del
mundo o no? Después de Hegel, los teólogos protestantes llamados de
la kénosis y numerosos anglicanos desarrollaron sistemas «staurocéntricos» en
los que la pasión del Hijo afecta, de modo diverso, a toda la Trinidad y
especialmente manifiesta el dolor del Padre que abandona al Hijo, que «no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rom 8, 32,
cf. Jn 3, 16), o también el dolor del Espíritu Santo que abarca en la Pasión la
«distancia» entre el Padre y el Hijo.
1.2. Según muchos autores actuales, este dolor trinitario se funda en la misma
esencia divina; según otros, en una cierta kénosis de Dios que crea y se liga
así, de alguna manera, a la libertad de la creatura; o, finalmente, en una
alianza estipulada por Dios, con la que Dios libremente se obliga a entregar a
su Hijo; de esta entrega dicen que ella hace el dolor del Padre más profundo
que todo dolor del orden de lo creado.
En el Nuevo Testamento, las lágrimas de Jesucristo (cf. Lc 19, 41), su ira (cf.
Mc 3, 5) y su tristeza (cf. Mt 17, 17) son también manifestaciones de un cierto
modo de comportarse de Dios mismo, del cual se afirma explícitamente en
otros pasajes que se aíra (cf. Rom 1, 18; 3, 5; 9, 22; Jn 3, 36; Apoc 15, 1).
4. A pesar de cuanto hasta ahora hemos dicho, los Padres citados afirman
claramente la inmutabilidad e impasibilidad de Dios[19]. Así excluyen en la
misma esencia de Dios la mutabilidad y aquella pasibilidad que pasara de la
potencia al acto[20]. Finalmente, en la tradición de la fe de la Iglesia, la
cuestión se ilustraba siguiendo estas líneas:
4.1. Con respecto a la inmutabilidad de Dios hay que decir que la vida divina
es tan inagotable e inmensa, que Dios no necesita, en modo alguno, de las
creaturas[21] y ningún acontecimiento en la creación puede añadirle algo
nuevo o hacer que sea acto, algo que fuera todavía potencial en él. Dios, por
tanto, no puede cambiarse ni por disminución ni por progreso. «De ahí que, al
no ser Dios mutable de ninguna de estas maneras, es propio de él ser
completamente inmutable»[22]. Lo mismo afirma la Sagrada Escritura, de
Dios Padre, «en el cual no hay variación ni sombra de cambio» (Sant 1, 17).
Sin embargo, esta inmutabilidad del Dios vivo no se opone a su suprema
libertad, como lo demuestra claramente el acontecimiento de la encarnación.
Conclusión
[*] Texto de las conclusiones aprobadas «in forma specifica» por la Comisión
Teológica Internacional. Texto oficial latino en Commissio Theologica
Internationalis, Documenta (1969-1985) (Città del Vaticano [Libreria Editrice
Vaticana] 1988) 308-350.
[3] Cf. Concilio Vaticano I, Const. dogmática Dei Filius, c.2: DS 3004;
ibid., Cánones, 2. Sobre la revelación, canon 1: DS 3026.
[4] Cf. Concilio Vaticano II, Const. pastoral Gaudium et spes, 36: AAS 58
(1966) 1053-1054; ibid., 41: AAS 58 (1966) 1059-1060; ibid., 56: AAS 58
(1966) 1077; Id., Const. dogmática Lumen gentium, 36: AAS 57 (1965) 41-
42; Id., Decreto Apostolicam actuositatem, 7: AAS 58 (1966) 843-844.
[5] Cf. Concilio Vaticano II, Const. pastoral Gaudium et spes, 76: AAS 58
(1966) 1099.
[6] Cf. Concilio Vaticano II, Const. pastoral Gaudium et spes, 22: AAS 58
(1966) 1042.
[8] Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogmática Lumen gentium, 7: AAS 57
(1965) 9-11.
[9] Concilio Vaticano II, Const. dogmática Lumen gentium, 39-42: AAS 57
(1965) 44-49.
[14] Véanse los textos de R. Kuhn, Gottes Trauer und Klage in der
rabbibischen Überlieferung (Leiden 1978), 170ss; 275ss.
[15] Orígenes, Homilia in Ezechielem, VI, 6: SC 352, 226-230 (PG 13, 714-
715); Id., Commentarium in Matthaeum, XVII, 20: GCS 40, 640-643 (PG 13,
1537-1540); Id., Selecta in Ezechielem, 16: PG 13, 809-813;
Id., Commentarium in Romanos, VII, 9: PG 14, 1127-1130; Id., De
principiis, IV, 4, 4:SC 268, 408-412 (31: PG 11, 405-406).
[18] Cf. Rufino, Expositio in symbolum: DS 16; Tomus Damasi, 14: DS 166;
Concilio I de Toledo, cánones 6-7: DS 196-197; León I, Epist. Quam
laudabiliter a Toribio de Astorga: DS 284; Id., Tomus ad Flavianum: DS 293-
294; Concilio de Calcedonia, Symbolum: DS 300; León I, Epist. Promisisse
me memini al emperador León I: DS 318; Anastasio II, Epist. In prolixitate
epistolae: DS 358; Concilio de Letrán bajo Martín I (649), canon 4: DS 504;
Concilio Romano (362) bajo Nicolás I, cap. 1: DS 635; Concilio IV de Letrán,
cap. 1, De fide catholica: DS 801; Concilio II de Lyón, Professio fidei
Michaelis Paleologi imperatoris: DS 852.
[19] Por ejemplo, Orígenes, Contra Celsum, IV, 14: SC 136, 216-218 (PG 11,
I [144-1045).
[20] Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.9, a.1, c: Ed. Leon. 4, 90.
[21] Cf. Concilio Vaticano I, Const. dogmática Dei Filius, c.1: DS 3002.
[22] Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.9, a.2, c: Ed. Leon. 4, 92.
[23] Agustín, Enarratio in Ps 55, 6: CCL 39, 682 (PL 36, 651).
[26] cf. Concilio Vaticano II, Cosnt. pastoral Gaudium et spes, 44: AAS 58
(1966) 1064-1065; Id decreto Ad gentes, 15: AAS 58 (1966) 963-965; ibid.,
22: AAS 58 (1966) 973-974; Pablo VI Echort. apostólica Evangelii
nuntiandi, 64: AAS 68 (1976) 54-55; Juan Pablo II, Exhort.
apostólica Familiaris consortio, 10:AAS 74 (1982) 90-91.