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CONPICIONAMIENTOSAMBIENTALES

DEL GRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL


(SIGLOS ·XIX Y XX)

MANUEL GoNzÁLEZ DE MoLINA

INTRODUCCIÓN

La pretensión de este texto 1 es mostrar la conveniencia de usar varia-


bles de índole ambiental para explicar adecuadamente el «atraso» de la
agricultura española. Estas variables llegan incluso a cuestionar la idea
misma de «atraso» y permiten formular algunas hipótesis explicativas de
las grandes líneas de su evolución. En primer lugar, trataremos de mostrar
las vinculaciones que la idea de «atraso» tiene con un enfoque económico
reduccionista, que considera el crecimiento económico como el único mo-
delo de desarrollo que proporciona progreso y bienestar. En segundo lu-
gar, cuestionaremos la misma idea de «atraso» a partir de un análisis físi-
co~biológico de la agricultura española en los momentos en que surge el
debate. En tercer y último lugar, trataremos de formular una hipótesis so-
bre lo ocurrido durante las dos últimas centurias, apoyándonos en el bino-
mio medio ambiente-desarrollo tecnológico. Como parece obvio, este ca-
pítulo pretende destacar, sobre todo, los factores ambientales en la

. l. . Agradezco la labor de revisión de este texto que ha realizado amablemente José


Manuel Naredo y sus siempre estimulantes sugerencias. Los comentarios de cada uno de
los firmantes de este libro han enriquecido y matizado las principales tesis de este capítu-
lo.
44 EL POZO DE TODOS LOS MALES

explicación del «atraso». Con ello no queremos decir que éstos determi-
nen la evolución del sector o que la expliquen por sí solos. Factores de ín-
dole económica o institucional tuvieron también gran importancia. El aná-
lisis ambiental que proponemos en realidad lo que hace es delimitar el
escenario en el que tuvo lugar dicha evolución, explicando no tanto lo que
ocurrió como lo que no pudo ocurrir de ninguna manera.
(La gran mayoría de las interpretaciones sobre el pasado del sector
agrario español se han fundamentado, efectivamente, y aún se fundamen-
tan en lo que podríamos llamar «par11:~ig~~_de!_~!raso», gobernado por un
conjunto de ideas-fuerza y un modo particular de operar. Entre ellas, la
creencia ciega en la bo~a~_~_(:'._!_cr~il)li~.!!!..()~CO!lQmj~o, _ al que se consi-
dera único modelo de desarrollo, esto es, la única manera de crear rique-
za y aun de distribuirla. Pese al escepticismo que sobre su conveniencia ha
introducido la crisis ecológica, su existencia continúa colocada en el cen-
tro del análisis historiográfico como un axioma incuestionable. Se mide
con tasas e índices que pretenden mostrar la velocidad y amplitud del fe-
nómeno, tanto más positivo cuanto mayores sean. Otra de ellas es la vi-
sión del medio ambiente como un obstáculo que haya que vencer o como
un yacimiento inagotable de recursos y materias primas que se extraen sin
consecuencias físicas ningunas. Un obstáculo que sólo puede vencerse con
la inteligencia humana expresada en la tecnología. La representación del
triunfo humano sobre la ·naturaleza tiene su símbolo en la difusión y uso
masivo de tecnologías cada vez más sofisticadas. Cuanto mayor es el
uso de capital en forma de tecnologías agrarias, más avanzado resulta un
país; cuanto mayor es la dependencia de los factores naturales, mayor es
el atraso de su agricultura. Esta idea surgió del convencimiento antropo-
céntrico del poder sustitutivo del capital económico por el natural, de la
tecnología por los recursos naturales y funciones ambientales.
Las posibilidades tecnológicas de modificar los parámetros edafocli-
máticos han aumentado de manera exponencial respecto a las de los si-
glos xvm y x1x. Hoy se pueden recrear las condiciones de suelo, tempe-
ratura, humedad, etc. necesarias para cultivar cualquier planta tanto en
los trópicos como en el polo o en los desiertos. Esto ha hecho aumentar
la ilusión de que las limitaciones ambientales de la agricultura se han
superado. Sin embargo, una observación atenta a los modernos sistemas
de cultivo (hidropónicos, forzados bajo plástico, etc.) revela que las limi-
taciones tan sólo han cambiado de sitio, su escala es distinta. La supera-
ción definitiva de los obstáculos que opone la naturaleza al desarrollo de
la agricultura se convierte en una ilusión efímera. Ello nos lleva a la ter-
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 45

cera idea que sustenta el paradigma del atraso: las leyes físico-biológicas
que gobiernan el funcionamiento de los ecosistemas no son de aplicación
al sistema económico, de manera que éste funciona de manera autóno-
ma. Pero los sistemas modernos de producción agraria tienen su Clave de
funcionamiento en el importante subsidio de energía, agua y nutrientes
que reciben del exterior, con frecuencia de lugares muy lejanos. En el
caso que nos ocupa, el agua -por su coste de transporte- es el recurso
que menos ha cambiado de escala por su captación a lo sumo comarcal
(salvo las previsiones de trasvases que establece el Plan Hidroiógico Na-
cional). De hecho ha sido este recurso el que ha reaparecido, tras déca-
das de optimismo, como un serio factor que amenaza la continuidad del
crecimiento agrario español.
La manera de operar dentro del paradigma ha sido casi siempre
la misma: la comparación entre magnitudes abstractas, derivadas del
propio sistema económico, generalmente de carácter monetario o, aun
siendo físicas, lo bastante abstractas (kg, por ejemplo) como para ocul-
tar las cualidades y propiedades físico-biológicas de lo que se compara:
rendimiento, productividad, etc. Se compara, pues, como si los paquetes
tecnológicos fueran ambiental y culturalmente indiferentes y por tanto
aplicables a cualquier sistema agrario, cuando por lo general han sido
pensados y diseñados para climas templado-húmedos de occidente. Se
comparan, además, cosas difícilmente comparables. Por ejemplo, se
comparan magnitudes monetarias e incluso físicas pero igualmente abs-
tractas, como los kilos de trigo que una hectárea produce en cada país.
Sin embargo, la comparación es poco rigurosa, dado que el trigo no es
el mismo en una zona que en otras: en la España seca abundan los tri-
gos duros y en Inglaterra, por ejemplo, los trigos blandos. El trigo duro
responde mejor a la sequía, pues es menos productivo, en tanto que el
trigo blando responde bien a las abundantes precipitaciones y da ma-
yores rendimientos. No obstante, el trigo duro es más rico en proteínas
y minerales. Las comparaciones así resultan muchas veces artificiales y
poco explicativas. Se olvida, en definitiva, que cada sistema agrario tie-
ne unos suelos específicos, como específicos son sus rasgos agroclimáti-
cos, su material genético, sus formas (culturales) de manejo de los re-
cursos, la cantidad y calidad de las tareas que conforman cada proceso
de trabajo (lo que puede dar lugar a diferencias apreciables en la pro-
ductividad), etc. El paradigma del atraso, en fin, facilita comparaciones
entre realidades distintas en el espacio y en el tiempo, mirando con in-
diferencia su naturaleza físico-biológica.
46 EL POZO DE TODOS LOS MALES

l. LA PRODUCCIÓN AGRARIA DESDE UNA PERSPECTIVA ECOLÓGICA

Lo que aquí se reivindica es la conveniencia de analizar la producción


agraria no sólo como un fenómeno económico o social, sino también
como un proceso físico-biológico o, para ser rigurosos, lo que aquí se de-
fiende es la necesidad de que cualquier razonamiento de carácter econó-
mico considere las relaciones que en cualquier actividad humana se
establecen con la naturaleza. Un enfoque integrador de las variables am-
bientales con las propiamente sociales y económicas es el que provee la
ecología agraria o agroecología, que parte de un principio básico: la dife-
renciación entre ecosistemas naturales y ecosistemas artificiales en los
que el hombre interfiere y manipula los grandes ciclos y procesos físico-
biológicos. Todo ecosistema natural es un conjunto en el que los organis-
mos, los flujos energéticos y los flujos biogeoquímicos se hallan en
equilibrio inestable, es decir, son entidades con capacidad de automante-
li nerse, autorregularse y autorreparase sin intervención humana. Las so-
il ciedades de cazadores-recolectores se apropiaron de la producción pri-
maria neta de tales ecosistemas sin provocar cambios sustanciales en su
i
estructura, dinámica y arquitectura (véase Toledo, 1993). Sin embargo,
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desde el surgimiento de la agricultura, los seres humanos reemplazaron
parcial o totalmente los ecosistemas naturales por conjuntos de especies
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animales o vegetales en proceso de domesticación. Así surgen los «agro-
ecosistemas» (Altieri, 1989) o ecosistemas manipulados y artificializados
'• 1
"!¡ por el hombre con el fin de producir alimentos, materias primas, energía
1¡ útil, interfiriendo en los mecanismos por los que la naturaleza se renue-
va continuamente (Margalef, 1979). Por tanto, la diferencia de los siste-
mas agrarios con los ecosistemas naturales reside en que estos tienen la
capacidad de automantenimiento, autorreparación y autoproducción, en
tanto que los ecosistemas manipulados por los seres humanos son inesta-
bles, requieren energía y también materiales del exterior para su conti-
nuidad en el tiempo (Gliessman, 1998).
En este sentido, nos interesa distinguir dos grandes tipos de socie-
dades -y por tanto dos sistemas agrarios- en función de su fuente de
energía predominante: sociedades de base energética solar (Wrigley,
1988) y sociedades de base energética fósil. Como veremos, una com-
paración entre ambas, únicamente sobre la base de los rendimientos por
hectárea, resulta un sin sentido. Han sido E. A. Wrigley (1988, 1989) y
R. Sieferle (2001) quienes han realizado una mejor caracterización de
las sociedades de base energética orgánica que, por razones que se com-

J
·~

CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 47

prenderán en seguida, son de absoluta aplicación a los sistemas agra-


rios. Éstas, efectivamente, constituían el sector energético, la fuente bá-
sica de energía de este tipo de agricultura y de las sociedades que sobre
· ellas se asentaban. Porque el aprovisionamiento energético se realizaba
a partir de la fijación de la energía solar irradiada a través de converti-
dores biológicos primarios, las plantas; éstas servían tanto para alimen-
tar al ser humano como a los animales que le proporcionaban trabajo
útil. Salvo algunos productos elaborados que provenían de fuentes mi-
nerales, la inmensa mayoría de los objetos y materias primas que el ser
humano utilizaba provenían de la tierra y eran el resultado del proceso
fotosintético. 2 La biomasa proporcionaba, pues, tanto los alimentos, las
materias primas, como los combustibles indispensables para el funcio-
namiento de la sociedad. Por ello, el metabolismo entre sociedad y na-
turaleza tenía a las actividades agrarias en su punto principal de inter-
sección. Las sociedades de base energética orgánica eran sociedades
esencialmente agrarias, no podían ser de otra manera.
Pero el proceso fotosintético requería para su realización dotaciones
concretas de suelo en el que las plantas pudieran desarrollarse. Dado que
no todos los tipos de biomasa satisfacían las necesidades alimentarias de
la población, era preciso dedicar una cantidad determinada de territorio
a su domesticación y cría, que constituía la parte del territorio que era
cultivada. Los terrenos de pasto iban destinados a la alimentación animal
y, finalmente, los terrenos forestales a la producción de combustible y
materiales de construcción, madera y leña. La superficie agraria útil que-
daba, pues, dividida según sus aprovechamientos, en terrenos agrícolas,
pecuarios y forestales, cuyo grado de incompatibilidad dependía de la ca- ¡¡
pacidad que cada territorio tuviera de producir biomasa y los estilos de
manejo que se implementaran. Aunque la energía solar era también res-
,!Ji
ponsable de la energía mecánica, de origen eólico e hidráulico a través de
la circulación general de la atmósfera, el suministro energético funda-
mental provenía del manejo del territorio mediante convertidores bioló- 'I
gicos. Ello introducía cierta «rigidez» en la organización territorial, ya ,/
j
que cada sociedad -de acuerdo con sus características ambientales y su
dotación de recursos- necesitaba dedicar una porción de las tierras a la
alimentación de su población, a proveerla de combustible y materiales de
construcción y a alimentar el ganado. Carece, pues, de sentido el concep-

2. Excepto Ja arquitectura vernácula, que utilizaba materiales abióticos abundantes


en el entorno (piedra, arena, etc.).
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to de «tierras incultas» utilizado peyorativa e indiscriminadamente para


calificar todas aquellas tierras no agrícolas. Muchas de ellas desempeña-
ban funciones esenciales y su cambio de uso podía provocar serias crisis
de abastecimiento, tal y como ocurrió con la leña en la Inglaterra del si-
glo xvm, favoreciendo la transición energética hacia los combustibles fó-
siles.
Se comprende así que las sociedades de base orgánica fuesen socie-
dades fundadas en la escasez (Wrigley, 1992), dado que las posibilidades
de acumular energía eran bastante limitadas. Las cosechas tenían ciclos
inferiores al año, pero requerían la inversión de trabajo humano, animal
y nutrientes. Los pastos tenían una vida raramente superior a los veinte
años, lo que establecía limitaciones al tamaño máximo de la cabaña ga-
nadera y, por tanto, a su capacidad de fertilización a través del estiércol.
El mayor depósito de energía estaba constituido por los bosques, pero su
tumo de reposición era muy largo en el tiempo, lo que obligaba a apro-
vechamientos realmente exiguos. En ese contexto, las posibilidades de in-
corporar energía externa a los sistemas agrarios eran escasas y poco du-
raderas y la potencia transferida no podía ser importante. Se comprende
así que la población viviese en régimen de autosuficiencia y que los in-
tercambios, mercantiles o no, fuesen poco significativos; no tanto por vo-
cación autárquica o atraso económico, sino por un cálculo racional de la
utilidad que reportaría invertir la escasa energía excedente.
Se comprende también que este tipo de sociedades tendiese a ser es-
tacionario y a buscar distintos equilibrios entre su población y la dotación
de sus recursos. El crecimiento agrario, como incremento de la produc-
ción per cápita o de la productividad por trabajador, no podía mantener-
se de una manera continuada en un tipo de economía que necesitaba sos-
tener un balance equilibrado entre los terrenos agrícolas, de pasto y de
monte. Ello no niega el importante papel desarrollado por el comercio en
las agriculturas preindustriales, pero ayuda a explicar por qué este co-
mercio se centraba bien en aquellos alimentos indispensables (granos bá-
sicos) para el sostenimiento de sociedades con déficit estructural, bien en
aquellos productos secundarios no imprescindibles. Los intercambios de
nutrientes (estiércol y otros fertilizantes orgánicos) o de energía (made-
ra o carbón vegetal) no podrían sino ser extremadamente limitados. En
resumidas cuentas, la cantidad de energía disponible y, por tanto, las po-
sibilidades de incrementar significativamente la producción y los rendi-
mientos (con un stock de tierra mayor, con una cabaña ganadera más
grande, ampliando la capacidad de importación, etc.) dependían final-
1 i ..

CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 49

mente de la dotación territorial de que dispusiera cada sociedad y de sus


específicas condiciones ambientales. Volveremos sobre esto dentro de un
momento.
No es este el lugar adecuado para desarrollar las razones que que-
braron los equilibrios inestables propios de este tipo de sociedades y
promocionaron el crecimiento económico. Hay, no obstante, cierto con-
senso en que la entronización de las economías de mercado y el triunfo
definitivo del capitalismo, a través de las revoluciones liberales, tuvieron Ji
gran parte de responsabilidad. Ahora bien, de no haberse encontrado li
fuentes energéticas alternativas, carbón por ejemplo, y de no haberse llii
puesto a disposición de los agricultores nuevas fuentes de nutrientes, la 11'
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agricultura hubiera permanecido relativamente estancada o en niveles de ¡i
1:
crecimiento bastante modestos. El carbón y el aumento de la potencia !I
que su explotación proporcionó redujeron los costes de la importación de
todo tipo de productos agrarios y liberó buena parte del territorio de las
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«Servidumbres» forestales y pecuarias. No sólo quedó más tierra para cul-
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tivar sino que pudo cultivarse más intensamente gracias a las importa-
ciones primero de guano y después de fertilizantes químicos, gracias a los
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avances de la química agrícola. Pero esto último no ocurrió hasta bien en- .l
trada la segunda mitad del siglo XIX. Hasta prácticamente la crisis agro-
pecuaria de finales de siglo, la agricultura europea había avanzado gra-
cias al modelo británico de mixed farming que originaría la llamada
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«revolución agrícola» y que pudo aplicarse con mayor o menor fortuna ¡:¡:
según las condiciones ambientales en cada país. La aparición de los ferti- ¡¡¡
lizantes químicos, cuya aplicación masiva a la agricultura significaba la in- 1!
corporación por primera vez de energía y materiales exógenos a los sis- 'I
1(
temas agrarios, marcó la transición hacia un tipo de agricultura, la ,,

industrializada, que se fundamenta en el suministro constante de carbu- IÍ



rantes para las máquinas, fertilizantes para las plantas, pesticidas para su
tratamiento y semillas mejoradas para una mejor respuesta de las cose-
chas. Una agricultura que ya no requiere del uso de animales para el tra-
bajo y de sus subproductos para la fertilización y que por tanto ha podi-
do prescindir de los pastos y de los montes, variando sus funciones
completamente. Una agricultura que, gracias al petróleo, ha podido in-
cluso recrear los parámetros edafoclimáticos que hacen más o menos fa-
vorable el crecimiento de las plantas. Una agricultura que ya no desem-
peña ninguna tarea importante en el suministro de energía para la
sociedad y que, por eso, puede permitirse el lujo de ofrecer balances
energéticos negativos; esto es, que requiere más energía que la que ge-
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nera con la cosecha. Ha dejado, pues, de ser una parte esencial del sector
energético para ser una parte subsidiada y dependiente. Desde esta pers-
pectiva ecológica de la producción agraria, resulta absurdo analizar la
evolución del sector a partir de los obstáculos económicos y sociales que
se opusieron desde comienzos del siglo x1x al desarrollo agrario, sin te-
ner en cuenta la distinta naturaleza y pautas de cambio de las agricultu-
ras de base energética solar y fósil. El resto consiste en explicar la transi-
ción de una a otra, los cambios que hicieron imposible el mantenimiento
de las primeras y las posibilidades tecnológicas con que contó cada so-
ciedad, de acuerdo con su dotación de recursos, para practicar las segun-
das. Se trata, en definitiva de hacer más compleja la explicación, más allá
de argumentos simplificadores. En este sentido cualquier intento de ana-
lizar la evolución del sector agrícola español desde los inicios de la revo-
lución liberal debe partir de un examen pormenorizado del funciona-
miento de la agricultura española y de sus limitaciones ambientales.

2. EL PUNTO DE PARTIDA: LA AGRICULTURA ESPAÑOLA A FINALES


DEL ANTIGUO RÉGIMEN

La agricultura española de entonces era, como todas las de su época,


una agricultura de base energética orgánica. Mantenía, pues, una depen-
dencia estricta de su dotación territorial. El territorio requerido para la
producción de una cantidad determinada de biomasa dependía del tipo
de plantas que se utilizaran y de sus condiciones de crecimiento. En otros
términos, las características edafoclimáticas establecían limitaciones muy
estrictas a la producción primaria o a la productividad natural. Cada
agroecosistema requería una dotación específica de territorio, mayor o
menor, para producir la misma cantidad de biomasa. Y esto resulta,
como veremos, fundamental para explicar las diferencias en los rendi-
mientos de las cosechas entre distintas zonas en el interior de cada país y
entre distintos países.
Finalmente, las posibilidades de incrementar la producción y los ren-
dimientos en este tipo de sistemas agrarios estaban también limitadas por
su productividad natural. En efecto, como ya vimos al comienzo, el in-
cremento de la producción por hectárea es una función directa de la
energía adicional que se incorpora. En contraste con la agricultura in-
dustrial, el input de energía adicional tenía que provenir de fuentes bio-
lógicas, normalmente internas a la explotación agraria o a la comunidad
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 51

fm!J >600mm
lia601-650mm
~65 1-700 mm
~701-750mm

MAPA DE EVA POTRANSPIRACIÓN POTENCIAL

PRECIPITACIONES
EN MM
[:=:J >400
l;r;!,c,r ':I >600
h'J~-1 >800
~ ~r~~,-- ~:I >llXX>
J7¡v)ixrl > 1200
iJ·W1t d>1400
->1600

- >1800
oo
- >UXlO
- >2200

MAPA DE PRECIPITACIONES
52 EL POZO DE TODOS LOS MALES

campesina: trabajo humano, trabajo animal y estiércol, que a su vez de-


pendía directamente de la capacidad del agroecosistema de producir bio-
masa. En otros términos, la capacidad para incorporar energía estaba li-
mitada a su vez por la cantidad de territorio disponible y por el tipo de
convertidores, las plantas, que pudieran adaptarse a las condiciones am-
bientales. Bien es verdad que el input de energía podía aumentar me-
diante importaciones directas de biomasa (o territorio, según se quiera
expresar) de otras zonas en forma de granos, pajas, animales o de hom-
bres; pero tal importación tenía forzosamente que hacerse con un coste
energético en transporte menor que lo importado, lo que reducía su vo-
lumen y su radio de acción.
Desde esta perspectiva no puede decirse en rigor que la agricultura es-
pañola de finales del Antiguo Régimen fuese una agricultura atrasada o
ineficiente. Nada más lejos de la realidad. Estaba sometida a unas condi-
ciones edafoclimáticas que limitaban su capacidad de producir biomasa.
La clave de la actividad agrícola y de su estabilidad a lo largo del tiempo
-lo que hoy denominaríamos «Sustentabilidad»- se encontraba en la
mayor adaptación posible a dichos parámetros ambientales. Ello era lo ló-
gico, dado que los niveles de productividad primaria neta, y en general de las
plantas útiles, dependían del grado de satisfacción de las necesida-
des de nutrientes y transpiración. Es por ello que su abundancia o escasez
determinaba los rendimientos de la vegetación natural y sobre todo de los
cultivos. Como quiera que la disponibilidad de nutrientes dependía del ré-
gimen de humedad, puede decirse que éste constituía el factor principal
que había que tener en cuenta. Sin embargo, la Península ibérica en su
conjunto no puede decirse que reciba precipitaciones suficientes.
La Península ibérica puede dividirse, atendiendo al régimP,n de hume-
dad, en cuatro grandes zonas edafoclimáticas que, ordenadas de noroeste
a sureste, son las siguientes: údica, ústica, xérica y arídica. La primera se
caracteriza por la abundancia de lluvias en invierno y primavera, de tal
manera que el agua no constituye un factor limitante por su escasez, sino,
por lo contrario, requiriendo su eliminación o drenaje. Su régimen de hu-
medad y sus temperaturas suaves favorecen los aprovechamientos fores-
tales y pecuarios. La segunda constituye un régimen de transición hacia el
edafoclima xérico, donde la falta de precipitaciones y su distribución in-
traanual constituyen la principal dificultad para el crecimiento óptimo de
las plantas, en especial durante el verano. Finalmente, el régimen arídico
establece condiciones extremas y hostiles sin aportes de agua suplementa-
rios a las lluvias. Los suelos de la zona xérica y arídica son generalmente
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 53
TABLA l. ZONAS EDAFOCLIMÁTICAS DE LA ESPAÑA PENINSULAR

Régimen de Régimen Situación Extensión (millones


humedad de temperatura de hectáreas)

Údico t* <15ºC Norte y oeste. 7,8


Pirineos y altas
montañas interiores.

Ústico 8º <t* <15ºC Transición del údico 1,9


al xérico.

Xérico 8º <t* <15ºC Submeseta norte 36,7


y centro.
15º <t*<22ºC Parte de la submeseta
sur y periferia.

Arídico 8º <t* <15ºC Monegros y zonas de 3,1 ~ l


la submeseta norte, . 1

15º <t* <22ºC sureste. 11


1¡¡
FUENTE: Hontoria, El régimen de humedad de los suelos en la España peninsular, 1995. Tesis Doc-
toral, Universidad Politécnica de Madrid. Citado en Naredo (2001b).
11 1
i,1
1. ,
calizos y pobres en materia orgánica, en tanto que los suelos del noroeste
!¡:
son generalmente ácidos y ricos en materia orgánica, siendo, a priori, ap- ' 1.!1"···1 :
.

tos para la actividad pecuaria (Gaseó, 1996: 41). ,.


En cada una de estas zonas, el factor limitante es distinto: en la zona
údica es la baja concentración de nutrientes, debido al lavado de los sue-
los; en la zona xérica, el agua disponible en el suelo, sobre todo en el ve-
rano, que es una estación seca; y en la zona arídica el factor limitante
principal es la salinidad, por el exceso de sales, que a su vez es conse-
cuencia de la falta de precipitaciones (Gaseó, 1996: 43). Partiendo del su-
puesto de que los rasgos agroclimáticos no han variado sustancialmente
desde finales del siglo xvm, éstos determinaban en buena medida el
mapa de los cultivos y el calendario de las principales faenas agrarias, y
no la rutina y la ignorancia o la inercia, como se ha argumentado en re-
lación a la agricultura tradicional. Por ejemplo, las lluvias abundantes en
el noroeste aconsejaban los cereales de primavera, el maíz por ejemplo,
ya que la reserva de agua en el suelo se mantenía cargada durante todo
el año y las temperaturas y la radicación solar eran más altas a partir de
esa estación. El encharcamiento, que generaba la abundancia invernal
de precipitaciones, hacía difícil la práctica de la agricultura y obligaba a
la utilización de técnicas muy sofisticadas de drenaje. Por el contrario, la
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escasez de lluvias en la zona xérica, que se manifestaba sobre todo en la


existencia de veranos secos y de altas temperaturas, sólo hacían posible
el cultivo de cereales con ciclo invernal, como por ejemplo el trigo o la
cebada. Durante el verano, la actividad agrícola era prácticamente impo-
sible sin enmiendas hídricas, esto es, sin riego. Las rotaciones del cereal
con las leguminosas y el barbecho o los marcos de plantación, más o me-
nos amplios en función de la mayor o menor humedad, constituían for-
mas de adaptación a la escasez de precipitaciones. Las labores tenían
como principal objetivo favorecer la transpiración del agua disponible
para las plantas y evitar la escorrentía superficial, la evaporación directa
y la filtración profunda, maximizando las posibilidades productivas de la
escasa agua disponible (Gaseó y Gaseó, 1999: 91).
Como puede apreciarse en la tabla 1, el edafoclima predominante es
el xérico, que afecta prácticamente a las tres cuartas partes del territorio
peninsular. Por tanto, las condiciones agroclimáticas propias de la Espa-
ña seca o xérica caracterizaban a la mayor parte de la agricultura espa-
ñola y eran responsables de su productividad natural. En este sentido nos
interesa destacar varios de sus rasgos definitorios: a) la existencia de un
período seco, de duración variable que paraliza la vida vegetativa y obli-
ga al riego si se quieren cultivar plantas de ciclo primaveral o veraniego
o realizar segundas cosechas; b) la lluvia recogida a lo largo del año sue-
le ser menor que la evapotranspiración, lo que determina un déficit hí-
drico importante; y e) la distribución anual de las precipitaciones suele
ser bastante irregular, como irregular es su distribución interanual, ha-
ciendo aparecer períodos de sequía. Qué duda cabe, ambos fenómenos
explican tanto los bajos rendimientos como las oscilaciones en el nivel de
las cosechas que era característico a finales del siglo xvm.
Los balances hídricos realizados por el método de Blanney-Cridle,
mucho más ajustados y precisos, han permitido incluso mostrar que, efec-
tivamente, la escasez de precipitaciones era el principal factor limitante de
la agricultura española no atlántica, reduciendo su rendimiento potencial.
Los balances realizados para algunas comarcas de Cataluña para el culti-
vo principal de la época, el trigo, muestran que durante los períodos críti-
cos de su desarrollo vegetativo, la floración y llenado del grano, las preci-
pitaciones medias solían ser inferiores a la evapotranspiración del cultivo,
dependiendo el rendimiento final en buena medida de las reservas del sue-
lo y de su capacidad de retención.
El balance hídrico realizado, también para el trigo, dentro de las con-
diciones edafoclimáticas de la Vega de Granada y para una rotación típi-
'
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1

CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 55


1
TABLA 2. DISPONIBILIDAD MEDIA Y NECESIDADES DE AGUA EN EL SUELO DURANTE LAS ,i .
FASES DE REPRODUCCIÓN Y MADURACIÓN (ABRIL-JUNIO), EN LA SEGARRA '

Etc PE PE-Etc Agua Déficit Exceso Perco- Evapo-


en el hídrico. hídrico. Jación. transp. l·
suelo. real.

Capacidad de retención de agua disponible para las plantas de 50 mm

Abril (2ª quincena) 60,0 23,3 -36,7 0,0 36,7 0,0 0,0 23,3
Mayo 88,8 57,1 -31,7 0,0 31,7 0,0 0,0 57,1
Junio 21,6 41,8 20,2 20,2 0,0 0,0 0,0 21,6

Capacidad de retención de agua disponible para las plantas de 10 mm

Abril (2ª quincena) 60,0 23,3 -36,7 0,0 36,7 0,0 0,0 23,3
Mayo 88,8 57,1 -31,7 0,0 31,7 0,0 0,0 57,1
Junio 21,6 41,8 20,2 20,2 0,0 0,0 0,0 21,6

Capacidad de retención de agua disponible para las plantas de 200 mm

Abril (2ª quincena) 60,0 23,3 -36,7 36,3 0,0 0,0 0,0 60,0
Mayo 88,8 57,1 -31,7 4,5 0,0 0,0 0,0 88,8
Junio 21,6 41 ,8 20,2 24,7 0,0 0,0 0,0 21,6

FUENTE: R. Garrabou et al. (1999: 216).


Etc: evapotranspiración del cultivo; PE: precipitación efectiva (PE= Px0,6).
1 !
1
ca «al tercio» (trigo/erial/barbecho blanco; véase tabla 3) muestra el mis- ¡
mo fenómeno. El cultivo sufría estrés hídrico a partir del mes de abril, en 1!
1'
!
que se daban las fases más críticas para el rendimiento final (floración y
l'

llenado del grano). El rendimiento relativo calculado teniendo en cuen-
1
ta este hecho se debió situar en un 60 % del rendimiento máximo obte- ¡!
nible si no hubiera existido escasez de agua. El balance también muestra
que de marzo a noviembre no existían excedentes de agua y que en los
meses de mayo, junio, julio y agosto se producían déficits importantes.
Ello quiere decir que sin las enmiendas hídricas no era posible cultivar
plantas de ciclo primaveral o veraniego. Las condiciones ambientales de
la zona sólo permitían cultivos de invierno, con la limitación añadida que
significaba la escasez de precipitaciones en los períodos críticos del ciclo
vegetativo.
En definitiva, los balances muestran algo fundamental: el agua cons-
tituyó el factor limitante principal de los rendimientos de la agricultura
española, especialmente en la zona xérica o seca; esto es, en la mayoría
del país. Los rendimientos por hectárea de los principales cultivos, sobre
1Í ll
!¡.:·
¡
1,
56 EL POZO DE TODOS LOS MALES

TABLA 3. BALANCE HÍDRICO DEL TRIGO. CONDICIONES DE SECANO DE SANTA FE (GRA-


NADA) . DATOS REFERIDOS AL CICLO DEL CULTIVO EXPRESADOS EN MM

Mes Novie. Diciem. Enero Febrero Marzo Abril Mayo Junio Total

P.r~cipita- 26 55 45 40 32 28 28 17 280
CIOil

Etc 6 12 17 21 103 148 185 35 527


ETRc 6 12 17 21 103 66 28 17 270
Varia- 20 43 .28 10 72 29
ciónR
Reserva 20 63 90 100 29
Excedente 9 9
Déficit 82 157 18 257

i FUENTE: J. C. Ávila y M. González de Malina (1999: 286).


,j~ Etc: evapotranspiración máxima del cultivo; ETRc: evapotranspiración real del cultivo; R: re-
1 serva del suelo. El ciclo del cultivo va, en este caso, desde mediados de noviembre a junio.
'
1 todo de los cereales, no pudieron competir con aquellos que se obtenían
1
en zonas de Europa y de la misma Península Ibérica donde no existían li-
.'
1

"! 1
I~
! 1

mitaciones hídricas. En la comarca de Vic, por ejemplo, donde las preci-


pitaciones eran más abundantes (741 mm), los rendimientos (21 hl/ha)
l! eran equiparables a cualquier zona húmeda de Europa (Saguer y Garra-
l bou, 1996: 102). En este sentido, carece de rigor establecer comparacio-
1' nes entre el nivel de los rendimientos por unidad de superficie en este
tipo de agriculturas, en las que no existen como hoy posibilidades de mo-
dificar, haciéndolos más homogéneos, los parámetros ambientales.
La diversificación y especialización de cultivos y, por supuesto, el in-
cremento de los rendimientos en secano dependía de las posibilidades tec-
1 nológicas del riego. Éstas eran realmente escasas a finales del siglo xvrn.
1 Los riegos en una agricultura de base energética orgánica eran riegos

l movidos por gravedad, que aprovechaban la energía cinética prove-


niente de sus desplazamientos por las pendientes. La orografía y los coe-
I' ficientes de escorrentía condicionaban, pues, su amplitud, en tanto que
el régimen de los ríos y arroyos condicionaba la dotación de agua dispo-
nible a lo largo del año. Ello explica la desigual y «caprichosa» distribu-
ción de los riegos en la Península. Eran riegos que se basaban en peque-
ñas presas de derivación, sin apenas capacidad de almacenamiento, y en
una red de canalizaciones que transportaban el agua hasta las parcelas.
Aún no se disponía de la tecnología adecuada para realizar obras de re-
gulación mediante grandes presas, ni de Ja energía suficiente como para
extraer agua del subsuelo en cantidades significativas. Sólo las surgencias
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 57

naturales y las norias movidas por el viento o motores de sangre realiza-


ban esta labor, con dotaciones de agua y posibilidades de irrigación muy
limitadas. Regadíos como éstos estaban sometidos, pues, a fuertes limita-
ciones en el caudal y en su distribución a lo largo del año, debido a
la irregularidad y fuerte estacionalidad de las precipitaciones, de la alta
evaporación y de la escasa escorrentía, que reducía considerablemente
los recursos hídricos disponibles. Tales limitaciones se hacían más severas
a medida que se iba progresando hacia el sureste peninsular.
A ello se debe, y no a otra cosa, el carácter «extensivo» que mues-
tra la distribución de los cultivos en los regadíos de la época y que ha
sido visto normalmente como un signo de atraso. Las posibilidades de
diversificación productiva dependían más del medio ambiente que del
afán de los agricultores. La dotación de agua determinaba el tipo de
cultivos que podían formar parte de las rotaciones. Pero la escasez
de precipitaciones tenía no sólo un efecto directo sobre el nivel de las
cosechas, sino también otro indirecto que las reducía aún más y limita-
ba la posibilidad de aumentarlas. En efecto, la escasez de humedad li-
mitaba la producción de biomasa en general y, por tanto, la producción
de pastos naturales. Los residuos del cultivo no eran suficientes para
mantener una cabaña ganadera que proporcionara trabajo, transporte,
carne, leche ... y sobre todo estiércol, principal materia fertilizante para
unos suelos en general pobres en materia orgánica. Era práctica habi-
tual la selección de variedades de cereales que produjeran mucha paja
con que suplementar la alimentación animal. 3

3. Las diferencias morfológicas de los tipos de trigo que se cultivaba en cada zona y
sus diferencias con las variedades híbridas y mejoradas de hoy, cuya homogeneidad es bas-
tante significativa, deben tenerse en cuenta a la hora de comparar no sólo entre países sino
también entre distintos momentos de la evolución del sector agrícola: comparar los rendi-
mientos del trigo a comienzos del siglo x1x y en la actualidad no resulta tarea fácil, preci-
samente por su distinta utilidad y diferencias morfológicas. Los trigos del siglo XIX tenían
una doble función: alimentar a los habitantes de cada zona y proporcionar paja abundan-
te para alimentar también al ganado de labor. De esa manera, la disminución del pasto dis-
ponible que siguió a la expansión de las tierras cultivadas desde el siglo xvm -o proceso
de agricolización- pudo ser compensada mediante la sustitución del ganado vacuno por
el mular, gran consumidor de ese residuo. El cultivo de cereal respondía, pues, a dos ne-
cesidades a la vez dentro de la misma parcela. La expansión del cultivo podía realizarse así
sin una disminución sustantiva de la capacidad de tracción y transporte y sin provocar una
importación masiva de paja y grano de otros lugares, cosa que las comunicaciones hacían
difícil y costosa. El índice de cosecha, esto es, la relación entre grano y paja, nos puede dar
una idea de estas diferencias morfológicas. Los datos disponibles para Andalucía y Cata-
luña, extraídos de Cartillas Evaluatorias y otra documentación contable, hablan
de que dicho índice pasó de los 1,6 kg (Granada), e incluso 2 kg {Lleida), por cada uno de
paja, al índice actual, que según López Bellido {1991: 212) se sitúa en 1 kg de paja por cada
58 EL POZO DE TODOS LOS MALES

~I 1¡
El mantenimiento de la cabaña ganadera mínima obligaba a dedicar
una porción del territorio a pastos, necesidad tanto más acuciante en el
contexto de la recesión que estaba sufriendo la ganadería trashumante a
finales del Antiguo Régimen. Sin embargo, la escasez de biomasa hacía
que estos territorios tuvieran una capacidad de sustentación reducida y,
por tanto, que la cabaña ganadera que podían alimentar fuese también
pequeña (Jiménez Blanco, 1986, para Andalucía oriental; !barra y Pini-
lla, 1999, para Aragón), sin comparación posible con la ganadería que se
practicaba en las zonas húmedas de Europa. Los estudios de los que
se dispone hacen pensar en que esta no era muy numerosa y estaba pen-
·¡ sada más para las faenas agrícolas que para producir estiércol y carne o
.l. leche, salvo en la España húmeda y lo que quedaba de la ganadería tras-
l· 1:
humante. Las consecuencias de este fenómeno incidieron directamente so-
bre los rendimientos por unidad de superficie, dado que el menguado ta-
1
maño de la cabaña ganadera provocó una escasez estructural de estiércol,
·I la principal materia fertilizante.
r: La mayor parte de los trabajos que abordan la cuestión y Jos cronistas
il¡
de la época señalan la escasez de fertilizantes orgánicos como el principal
l1·I: problema de la agricultura tradicional (Ibarra y Pinilla, 1999; González de
I•
11
¡¡
Molina y Pouliquen, 1996; Mateu, 1996; Balboa y Fernández Prieto, 1996).
Pocas eran las alternativas al uso de estiércoles. En Cataluña, por ejemplo,
se utilizaban los formiguers, producto de la combustión en finca de los
residuos de poda del olivo y de la viña, en cuya elaboración se utilizaba ho-
jarasca proveniente de zonas forestales sobre las que se tenía algún de-
recho de uso (Saguer y Garrabou, 1996: 90). Un cálculo sobre la cabaña
ganadera que recoge el censo de 1865 (García Sanz, 1994: 104), el prime-
ro disponible para Ja Península -cuyas cifras son un poco mayores a
las que debió de haber a finales del xvm-, muestra que la disponibilidad
1
l! de estiércol era de unos 55,4 millones de Tm en fresco, del que sólo
una parte podía aprovecharse, tanto por las pérdida que acarreaba su
~~ fermentación y secado como porque sólo una parte de Ja cabaña pastaba
en Jos campos de labor o estaba estabulada. Aún suponiendo que tal

kg de grano. En otros términos, el grano pasó de representar la tercera parte de Ja cose-


cha total a constituir prácticamente la mitad. Como tendremos ocasión de ver más ade-
lante, estos datos son coherentes con Ja evolución que ha seguido el proceso de selección
y mejora de semillas de cereales, centrado en el aumento de la parte de la planta destina-
da a grano en perjuicio del tallo y otros órganos (Brown, 1999). La pérdida progresiva de
fibra para alimentar al ganado de labor no ha encontrado apenas dificultad, en la medida
en que la tracción animal ha sido sustituida por la mecánica y se han generalizado Jos pien-
sos compuestos.
·¡ ! ,.

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¡: ' i,

CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 59


iid i: !
cantidad de estiércol fresco pudiera aprovecharse, era claramente insufi- 1

ciente para subvenir las necesidades de los cultivos. La cifra sobre superfi- . i: T
~!
cies de que disponemos más cercana al referido censo es la que ofrecen las l
estadísticas agrarias (G.E.H.R. 1991: 1185) para 1886-1890 y que se refie-
re únicamente a la superficie cultivada de cereales y leguminosas: 14,5 mi- 1

llones de ha. Dividiendo la producción teórica de estiércol por dicha ex-


tensión, correspondería a cada hectárea unas 3,8 Tm de estiércol en fresco l 1:1
i
1 11.!
(2,8 seco). Con dicha cantidad, que equivaldría a unos 15 kg de N2, 9,5 de
P20 5 y 20 de K20 (11, 7 y 15 kg respectivamente para estiércol hecho), no 1

1
!¡ ¡ ~1·. 1.
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.

habría suficiente para compensar las extracciones de un cultivo de trigo


con los rendimientos medios de la época (10-11 hl/ha), generándose défi- 1·1

l
1

cits importantes en nitrógeno (de hasta 20 kg/ha) y en menor medida de


fósforo (3 kg/ha).
i1.
En ese contexto, las posibilidades de aumentar los rendimientos es-
taban severamente limitadas. Podía recurrirse a un hipotético mercado il
de estiércol para suplementar las carencias propias. Pero además de l
provocar un déficit aún mayor en las zonas de origen y estar muchas ve-
ces prohibida su extracción, el alcance tenía que ser forzosamente local r;'I¡

l
y, por tanto, las disponibilidades reducidas. En esas condiciones, la de-
cisión más lógica era la de tratar de sacar el máximo rendimiento al es-
tiércol disponible a precios razonables. Ello explica que se aplicara con
preferencia en aquellas tierras de mayor potencial productivo, especial-
mente en los regadíos, y en aquellas partes del territorio en las que los
costes de transporte no superaran los beneficios de su uso, esto es, en
los ruedos de los pueblos o de los grandes cortijos. El resto de las tie-
rras de cultivo, la inmensa mayoría, debían practicar el barbecho en
combinación con el cultivo, dando lugar a rotaciones de mayor o menor
intensidad: año y vez, al tercio, al cuarto, etc. Incluso en determinadas
zonas irrigadas, la escasez de estiércol obligó a practicar rotaciones bie-
nales con barbecho blanco o a realizar tarquines, práctica ésta que im-
posibilitaba durante casi un año el cultivo. 4 Como ha mostrado Enrie
Mateu (1996: 264), hasta la Introducción por Valencia del guano a me-
diados de la década de los cuarenta, no se pudieron aumentar los ren-
dimientos, incrementar las tierras dedicadas al arroz y reducir las áreas
4. El entarquinamiento consistía en convertir la parcela en una especie de balsa a la
que iban a parar grandes cantidades de agua provenientes de los ríos cercanos. Los limos
sedimentados constituían un magnífico fertilizante rico sobre todo en nitrógeno. En la
Vega de Granada ésta era una práctica frecuente en aquellas zonas, como Pinos Puente,
que tenían derechos de riego constante y escasez crónica de estiércol (Núñez y González
de Malina, 1998).
60 EL POZO DE TODOS LOS MALES

TABLA 4. RESUMEN DE LOS BALANCES DE NUTRIENTES (EN KG) PARA VARIAS ROTACIONES
EN SECANO. CONDICIONES AGROCLIMÁTICAS DE LAS PROVINCIAS DE GRANADA

Extracciones Aportaciones Balance

Rotación Nz PzOs K2 0 Nz PzOs KzO Nz PzOs K20


Al «tercio» 40,6 10,4 15,4 41,9 1,6 2,4 1,3 -8,8 -13,0
Al «tercio» 64,6 17,6 32,6 118,5 5,2 7,8 53,9 -12,4 -24,8
semillado
Ruedos (trigos/ 105,5 30,8 46,6 212,1 24,4 42,6 109,6 -6,4 -4,0
habas)
Olivar 14,3 2,9 12,4 12,0 -- -- -4,3 -2,9 -12,4

FUENTE: M. González de Malina (2001).

de barbecho en las huertas valencianas. En definitiva, las disponibilida-


des de estiércol y la búsqueda de su máxima utilidad determinaban la
intensidad del cultivo y, por tanto, el tipo de rotaciones características
de cada zona, sobre todo en los secanos. 5
La organización del espacio agrícola en la provincia de Granada pue-
de servirnos de ejemplo. La más generalizada era la rotación al «tercio»,
en la que el trigo de invierno ocupaba el lugar central, seguido a conti-
nuación por un año de descanso y un tercero y último de barbecho. En la
tabla 4 hemos recogido el resumen de los balances de nutrientes que he-
mos realizado para varias rotaciones y el cultivo anual de olivar. Allí se
muestra que las extracciones de nutrientes que generaba el cultivo del
trigo debían ser repuestas con dos años de descanso; a falta de aporta-
ciones de estiércol, el balance sólo se equilibraba al cabo de los tres años.
La rotación al «tercio» semillado constituía un sistema un poco más evo-
lucionado, propio de algunas grandes fincas de Andalucía que disponían
de una gran cabaña de ganado de labor y podían permitirse el lujo de
añadir algún estiércol. La diferencia con el anterior consistía en sembrar
en una parte del barbecho leguminosas (habas o garbanzos). Las legumi-
nosas ejercían un efecto positivo, como muestra el balance, produciendo un
superávit estimable de nitrógeno, lo que a su vez repercutía directamen-

5. Aunque éste era el principal factor que determinaba la intensidad de las rotacio-
nes practicadas, las disponibilidades de mano de obra fueron responsables de rotaciones
muy amplias, sobre todo en aquellas zonas, por ejemplo, del interior de Andalucía aleja-
das de los núcleos de población; téngase en cuenta que estaba considerado como un «país
vacío», con una densidad de población rural relativamente baja (González de Molina y
Gómez Oliver 2000).
¡:
11

CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 61 1:


!I
te en la mejora del rendimiento del trigo, que pasaba de 11 a 16 hl/ha. Sin
embargo, la clave de esta rotación residía en el aporte de estiércol (1 r
Tm), que resultaba esencial para el crecimiento de las leguminosas, no ll
tanto por el déficit de nitrógeno cuanto por el de fósforo, ya que el pota-
sio abundaba en el suelo; a pesar de ello, el barbecho seguía siendo aquí
una condición esencial de la reposición de nutrientes. En definitiva, el ba-
lance sugiere que allí donde hubo ganado suficiente se semilló el barbe-
cho, cuya amplitud dependió de la cantidad de estiércol disponible.
En los ruedos de los pueblos y en algunos cortijos se practicaba una
rotación bianual de trigo y habas, allí donde resultaba relativamente fácil
y barato transportar y aplicar el estiércol producido en los establos y los
residuos urbanos. Los rendimientos eran bastante altos (17 hl/ha de tri-
go, una cantidad similar de habas), pero aún distaban de los conseguidos
en Dinamarca, Bélgica, Inglaterra u Holanda, prueba de la limitación
que suponía la falta de precipitaciones y el específico régimen de hume-
dad mediterráneo. El balance arroja una situación de relativo equilibrio
en fósforo y potasio y un importante superávit de nitrógeno que, a la lar-
ga, debió repercutir en la propia fertilidad del suelo. No obstante, la ro-
tación no era posible sin el aporte de hasta 7 Tm de estiércol y, conse-
cuentemente, una gran cantidad de ganado: los datos de que disponemos
sobre la cabaña ganadera granadina a mediados del siglo xvm muestran
la imposibilidad de disponer de una cantidad de estiércol suficiente como
para generalizar este sistema. Finalmente, en la tabla 4 se recoge el resu-
men del balance realizado sobre el olivar, en el que se aprecia rápida-
mente la diferencia de necesidades respecto a los cereales: éste requería
tres veces menos nitrógeno y fósforo y un 20 % menos de potasio. El dé-
ficit que aparece en el balance es lo suficientemente reducido como para
estimar que la fijación simbiótica de nitrógeno o la realizada por los
organismos libres eran suficientes como para reponerlo, máxime cuando
el marco de plantación (entre 50 y 60 pies por hectárea) era bastante
amplio. Además, las hierbas solían ser redileadas, con lo que el aporte
de nutrientes debía ser algo mayor. Quiere ello decir que el olivar cons-
tituía, junto con la vid, en las condiciones de falta estructural de nutrien-
tes, la única alternativa que permitía un cultivo anual sin barbecho y sin
tener que recurrir a la aplicación de abonos desde el exterior. No obs-
tante, los rendimientos del olivar eran bastante irregulares debido a su
alta sensibilidad a las lluvias de octubre-marzo de la temporada anterior
(Naredo, 1983: 197).
Merece la pena detenerse un momento a valorar la práctica tan habi-
62 EL POZO DE TODOS LOS MALES

tual del barbecho. Considerada como el paradigma de la extensividad del


cultivo, se ha asociado con el desinterés de los propietarios o con la falta
de capitales y mano de obra suficiente para cultivar la tierra, como un
símbolo del atraso. Pero el barbecho era, tal y como acabamos de ver,
ante todo una práctica agronómica absolutamente necesaria en agroeco-
sistemas con baja dotación de nutrientes o con escasa capacidad de im-
portarlos de fuera. Conocido es también como una práctica de control de
malas hierbas. En algunos trabajos se ha señalado que el barbecho favo-
recía, además, la infiltración del agua en el suelo y evitaba su evaporación
o su transpiración por las malezas (Gaseó, 1996: 50; Schlegel y Havlin,
1997; Garrabou et al., 1999: 207-209). 6
En aquellas zonas en que se disponía de pastos adicionales, se po-
día lograr un cultivo algo más intensivo. Es el caso de las comarcas
de Urgell y La Segarra, zonas con precipitaciones bastantes irregu-
lares y no superiores a los 500 mm, donde la rotación característica era
de «año y vez», combinando el trigo con el barbecho blanco. Los ren-
dimientos de este sistema eran de unos 9 Qm cada dos años. La rota-
ción bienal era posible gracias al aporte de unas 3 Tm/ha de estiércol
durante el año de barbecho, procedente sobre todo del ganado de la-
bor, de una pequeña porción del ganado de engorde y de los excre-
mentos humanos. La clave, sin embargo, residía en que el ganado de la-
bor y de engorde de estas fincas se alimentaba de pastos externos a la
finca y de una porción de la misma que se dedicaba a la producción de
forrajes. Por tanto, la intensidad del cultivo estaba en relación también
con la cantidad de tierra que, subsidiariamente y en competencia con la
alimentación humana, se dedicara a la producción de pasto o forraje
para «producir» estiércol. De cualquier modo, todos estos ejemplos
muestran la existencia de una acusada coincidencia entre densidad ga-
nadera y difusión del cultivo de leguminosas. Sin embargo, la tabla 4 per-
mite extraer una conclusión importante que explicaría la mencionada
coincidencia. Se ha dicho con razón que el nitrógeno constituía el prin-
cipal factor limitante de la agricultura tradicional (Chorley, 1981; Over-
ton, 1991; Ellis y Wang, 1997), pero los sistemas de cultivo adoptados

6. En la propia Galicia, sin limitación hídrica aparente, el barbecho constituía una


práctica generalizada a mediados del siglo xvm, exceptuando las fachadas atlántica y can-
tábrica. Las razones de esa práctica eran variadas para Balboa y Femández Prieto (1996:
219), relacionadas «en algunos casos con la irregular distribución de las lluvias (sobre todo
la escasez de precipitaciones entre la primavera y la entrada del otoño) y más general-
mente con deficiencias edafológicas y con una poco intensiva utilización de fertilizantes».
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 63
TABLA 5. BALANCE HÍDRICO DEL CULTIVO DEL TRÉBOL. CONDICIONES DE SECANO DE
SANTA FE (GRANADA). DATOS REFERIDOS AL CICLO DEL CULTIVO EXPRESADOS
ENMM

Datos E F M A Ma J Ju Ag s o N D Total

Precipitación 45 40 32 38 28 17 5 3 16 39 53 55 371
ETP 22 28 108 129 195 234 275 242 183 93 33 22 1.546
Kc 0,55 0,75 1,05 1,05 1,15 0,55 0,1 0,1 0,1 0,1 0,55 0,55
ETc 12 21 113 135 224 129 26 24 18 9 18 12 743
ETRc 12 21 113 57 28 17 5 3 16 9 18 12
Variación R -81 -19 30 35 43
Reservas 100 100 19 o o o o o o 30 65 100
Excedente 33 19 8 60
Déficit 79 196 112 21 21 2 431

FUENTE: González de Molina (2001).


Kc: coeficiente de cultivo; ETc: evapotranspiración máxima del cultivo; ETRc: evapotranspira-
ción real del cultivo; R: reserva del suelo. Los cálculos se inician el primer mes (octubre) de
recarga del suelo.

fueron capaces de superarlo; sin embargo, a medio y largo plazo el fós-


foro se convirtió en el principal factor limitante de los rendimientos, tal
y como se refleja en la mencionada tabla. Ya vimos anteriormente la ta-
rea imprescindible que el estiércol desempeñaba en la hoja de barbecho
semillado de la rotación al tercio. En latitudes más húmedas, las mayo-
res precipitaciones producían más pasto, permitían alimentar a más ga-
nado y disponían de más estiércol para subvenir las necesidades de fós-
foro que las leguminosas necesitaban. Era el «círculo virtuoso» que hizo
posible la «revolución agrícola».
Ello nos lleva a una pregunta fundamental: ¿podía ensayarse en la
Península una rotación que produjera ese «círculo virtuoso» propio del
mixed farming británico? Las posibilidades eran escasas. Las leguminosas
pratenses habían alcanzado cierta difusión en la Península, pero sólo en
aquellas zonas que disponían de humedad suficiente. El gran problema
residía en sus importantes requerimientos de agua. Su introducción en las
zonas xéricas hubiera provocado su nacimiento con las primera lluvias de
otoño y su agostamiento en los meses de mayo o junio, compitiendo
además con el agua disponible para la cosecha de cereal (Gaseó, 1996:
50). El balance hídrico que hemos realizado para las condiciones edafo-
climáticas de Santa Fe (Granada) resulta bastante indicativo. Desde abril
hasta septiembre el déficit hídrico hacía imposible su cultivo, al margen
-~l f ·- -

64 EL POZO DE TODOS LOS MALES

de la baja productividad que generaban en general las bajas precipitacio-


nes. Buena parte de la España seca compartía con Santa Fe un período
seco y la escasez de precipitaciones, aunque fuesen menos severos. El cul-
tivo de las pratenses propias de la revolución agrícola no era posible sin
el auxilio del riego y, dentro de él, del suministro de grandes cantidades
de agua supletoria.
Por otra parte, los rendimientos pastoreables hubieran sido mucho
más exiguos que en Inglaterra, dada la escasez de precipitaciones. Duran-
te el verano, el animal mejor adaptado a ellas, el buey, hubiera sufrido es-
casez de proteínas y, en general, de alimento. La mejor opción era la de
:]!
plantar leguminosas-grano, que competían menos por el agua disponible
_¡r para la próxima cosecha, su riqueza en proteínas era alta y además podían
~ ji¡ almacenarse fácilmente. La fibra imprescindible para la alimentación ani-
mal se podía conseguir en los rastrojos o en las hierbas de los ribazos, lin-
;r
;¡: des, riberas de los arroyos ... Sin una dotación suficiente de humedad, el
1¡I círculo virtuoso no era factible. Prueba de ello es que allá donde el agua no
,¡:
constituía el factor limitante fundamental, la asociación entre cereal y le-
.1
j .
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¡I

guminosas pudo darse, aumentar la cabaña ganadera y los rendimientos
alcanzaron niveles parecidos a los de la Europa húmeda.
11
No obstante y de modo general, se puede decir que incluso en aque-
\· llas zonas de la Península donde no existían grandes limitaciones hídricas
~1
para los cultivos cerealícolas, la escasez de fertilizantes constituyó tam-
ll'I'
J~ bién un factor limitante. En la comarca catalana de Osona, la posibilidad
11 de generalizar la rotación de cuatro años en la que se combinaban habas,
1
trigo, maíz, alforfón y mezcladizo dependía no sólo de la posibilidad de
cultivar legumbres, sino también de las disponibilidades de estiércol para
el abonado de los campos. Los cálculos realizados por Saguer y Garrabou
(1996: 108) demuestran que la capacidad de fertilización de la cabaña ga-
nadera daba sólo para 7.000 ha, menos de la mitad de la superficie culti-
vada. Las elevadas necesidades de fertilización se convirtieron en el fac-
tor limitante principal de la agricultura gallega, tal y como insinuábamos
antes. Sabida es la importancia del toxo para el sistema de fertilización de
la agricultura tradicional. Su maceración con las deyecciones animales
producía un estiércol de excelente calidad, del que se empleaban a lo lar-
go del año grandes cantidades. La agricultura intensiva gallega utilizaba
entre 18 Tm por hectárea para los cereales y el doble de esa cantidad
para la patata.
El mismo caso gallego puede ejemplificar perfectamente las rigide-
ces territoriales a que estaban sometidos los sistemas agrarios de base
' ¡

l í· .· l ·
'

CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 65 1

energética orgánica. Dadas las ingentes cantidades que se requerían de


«toxo», el monte ocupaba la mayor parte del territorio y su valor se me-
día atendiendo a su capacidad de producirlo. «Así, la ampliación de la
superficie cultivada encontraba un límite infranqueable en las ingentes
necesidades de fertilización; restar espacio al monte para ganar tierras
de labor representaba un descenso en los rendimientos» (Balboa y
Fernández Prieto, 1996: 221). Dado que la mayor parte de los satisfac-
tores era de origen vegetal o utilizaba la biomasa como combustible,
había que destinar cada porción de tierra a un uso preciso que solía ser
hasta cierto punto incompatible con los demás (agrícola, pecuario o fo-
restal). Como las disponibilidades de tierra no eran ilimitadas, la ali-
mentación animal competía con la humana y el combustible para la co-
cina y la calefacción con los demás. El grado de rigidez territorial
dependía, pues, de las disponibilidades de tierra de cada comunidad.
Esto explica que los sistemas agrarios de base energética orgánica ten- ¡ 1
dieran al equilibrio y que la idea de crecimiento continuo, lo que co- f
1:
múnmente entendemos por crecimiento económico, contase con pocas
posibilidades. i!
En definitiva, el éxito de las cosechas no sólo dependía de las prác-
ticas agrícolas que se desarrollaran en la parcela cultivada; resultaba
imprescindible la utilización subsidiaria de otras parcelas equivalentes
de tierra dedicadas al descanso para reponer los nutrientes perdidos en
la cosecha anterior, a la producción de forrajes, a pastos naturales, etc.
de tal manera que el territorio real que se necesitaba para la pro-
ducción agrícola resultaba mucho mayor. Ello era la consecuencia de
los dos factores que encadenados limitaban los rendimientos de la agri-
cultura española: la escasez de precipitaciones y la escasez estructural
de fertilizantes. La amplitud del territorio real ocupado dependía de
la severidad de tales limitaciones. El cálculo que hemos realizado sobre
el sistema agrario de la Granada del siglo XIX arroja, en comparación
con el sistema que se practicaba en el condado de Norfolk, cuna de la
«revolución agrícola», un resultado inequívoco: la provincia andalu-
za necesitaba cuatro veces más territorio para producir la misma can-
tidad de producto, medido en materia seca (González de Malina,
2001).
A ello debe añadirse una característica ya señalada de este tipo de
economías y su efectos en un país sumamente montañoso como España.
La baja capacidad de almacenar y utilizar energía imponía unas comuni-
caciones difíciles y muy costosas que desalentaban en buena medida los
66 EL POZO DE TODOS LOS MALES

intercambios comerciales. 7 Éstos constituían la única manera de añadir


energía o nutrientes a los sistemas agrarios y, sin embargo, eran escasos y
en buena medida periféricos a la población rural. Los altísimos costes de
transporte en el interior del país acababan encareciendo de tal manera
las mercancías -entre ellas los granos- que entorpecían su circulación.
Ello obligaba a cada pueblo o cada comarca del interior peninsular a de-
dicar grandes cantidades de tierra, especialmente en la zona seca,
al cultivo de cereales, en la medida en que el ganado de labor y los pro-
pios labradores tenían en la cebada y en el trigo la principal fuente de
aprovisionamiento energético. Ello explica que la estructura territorial
de los sistemas agrarios del interior peninsular respondiera a la clásica
distribución de ager, saltus y silva de la tradición romana. Sólo las zonas
del país que tuvieron fácil comunicación por río o mar, esto es, las peri-
11 féricas costeras o próximas, pudieron importar granos para consumo hu-
~ mano o alimentación animal y prescindir de tal estructura o expandir la
••! 11
porción de territorio dedicada a la agricultura o, incluso, especializarse en
¡ii otro tipo de cultivos distinto de los cereales. Pero todo cambiaría a par-
j~ ~. tir de la revolución liberal con la introducción de la propiedad privada y
del mercado.
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:¡ t 3. EL CRECIMIENTO NECESARIAMENTE LENTO DE LA AGRICULTURA

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DECIMONÓNICA

11
Los gobiernos liberales diseñaron una política agraria que tenía que
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solucionar ante todo el grave problema de aprovisionamiento de granos
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básicos y, al mismo tiempo, aumentar la producción y la renta de los agri-
1 cultores. Tales objetivos se identificaron rápidamente con el crecimiento
l.l continuado de la producción agrícola, removiendo para ello cuantos obs-
1¡¡
táculos de carácter institucional se oponían al libre juego de la iniciativa
l

¡ individual. Los países de la Europa húmeda y, sobre todo, Inglaterra, que


habían protagonizado, y seguían haciéndolo, una fase de crecimiento
agrario en base al modelo tecnológico del mixed farming, se convirtieron
i íii para políticos, técnicos y economistas en el modelo que había que imitar.
7. Las fuertes oscilaciones de los precios de los cereales y demás productos agrarios
¡; básicos en el interior de la Península es un tema recurrente en la literatura económica de
q Ja época anterior a la revolución liberal. Véase por ejemplo las discusiones parlamentarias
que dieron lugar al decreto de 13 de junio de 1813 y el de Contribución Directa de sep-
'¡¡ tiembre del mismo año, en Vicios de la Contribución Directa decretada por la Cortes Ex-
!j traordinarias en 13 de Septiembre de 1813, Madrid, Imprenta Ibarra, 1814.
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CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 67
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Sin embargo, tal modelo no podía aplicarse en la mayoría del país, tal y
como hemos visto en el epígrafe anterior. Durante estos años fue con-
:¡ li
formándose la imagen de atraso que culminaría con los «regeneracionis- :l1 : !I1
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tas». Con ellos cristalizó una visión pesimista de la evolución del sector il
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agrario que vio en la reforma agraria liberal la principal causa del inmo- l
1

vilismo y del estancamiento productivo. Esta visión de un siglo «perdido» i

ha permanecido sin solución de continuidad hasta hace muy poco tiem-


po, alimentando un tópico que, sin embargo, carece de fundamento. 8
Dos son las razones que lo desmienten: en primer lugar, la inconve-
niencia de comparar sin las debidas cautelas lo que estaba ocurriendo en
la agricultura española con lo que acontecía en las agriculturas del nor-
oeste europeo. La idea de atraso surgió de la confrontación del modelo
británico, convertido en paradigma del desarrollo, con la realidad social
y ambiental de los agroecosistemas mediterráneos, para cuya aplicación
se tenían serias «desventajas ecológicas comparativas». Sin embargo, las
diferencias en cuanto a la productividad estaban en buena medida am-
bientalmente determinadas 9 y, por tanto, las posibilidades de que la pro-
ducción por activo creciera significativamente y convergiera con la ingle-
sa estuvieron restringidas a lo largo del siglo x1x, habida cuenta de que la
tecnología disponible permitía sobre todo incrementos de la producción
por hectárea. En segundo lugar, la existencia de cambios significativos a
lo largo del siglo echan por tierra la idea de inmovilismo o de estanca-
miento, ideas tan repetidas en la historiografía sobre el siglo x1x. Los tra-
bajos más recientes muestran que la agricultura española creció durante
esa época aunque ciertamente de manera modesta. No podía ser de otra
manera, dadas las fuertes limitaciones ambientales y tecnológicas a las
que debía enfrentarse. La mayor parte de las innovaciones que eran fac-
tibles durante el siglo y que se aplicaron en mayor o menor medida no
implicaban cambios profundos en el paisaje, ni en la tracción animal ni en

8. Tortella ha sido el historiador que más críticamente ha enjuiciado la evolución del


sector agrario durante el siglo x1x. Para él, el «estancamiento de la agricultura», reflejado
sobre todo en la escasa productividad, fue el máximo responsable del retraso de la econo-
mía española entre 1830 y 1930 (Tortella, 1988). No generó la demanda que cabía esperar
para el desarrollo de un sector industrial de bienes de consumo y factores de producción
para la propia agricultura; la transferencia de capitales a otros sectores de actividad fue es-
casa y mantuvo durante demasiado tiempo un gran contingente de población activa nece-
saria para la industria y demás actividades urbanas.
9. Ya hemos advertido que, para producir la misma cantidad de biomasa por hectá-
rea que se cosechaba en el condado de Norfolk, se requerían cuatro hectáreas en la pro-
vincia de Granada. La producción por activo tenía que ser necesariamente distinta, máxi-
me si se tiene en cuenta que la carga ganadera por hectárea era sensiblemente inferior.
68 EL POZO DE TODOS LOS MALES

la mayoría de los útiles, ni provocaban una disminución de los activos


agrarios que aumentara significativamente la productividad del trabajo,
sino al contrario, es decir, mantenían sin apenas cambios los procesos de
trabajo tradicionales. A finales del XIX aún no se podía acabar con el bar-
becho, había tierras aún «incultas» por su función pecuaria imprescindi-
ble, los regadíos aún eran poco intensivos, las máquinas apenas se habían
extendido, etc. Todo ello facilitó una lectura de la realidad en clave de in-
movilismo. La dificultad para incrementar los rendimientos completó
esta visión con la de estancamiento.
Nuestra intención en este epígrafe no es la de hacer un recuento de
los cambios habidos, cuestión ésta que se ha hecho en otros capítulos.
Nuestra tarea consiste en mostrar que el crecimiento agrario del siglo XIX
tenía que ser necesariamente lento, habida cuenta de las limitaciones am-
bientales a que estaba sometido; pero, también, que el logro de los obje-
tivos de la política liberal generó desequilibrios que sólo pudieron resol-
verse a finales del siglo XIX y comienzos del xx con la llegada de los
fertilizantes químicos. Aunque nos movemos aún en el terreno de las hi-
,, pótesis, parece que tales desequilibrios rebajaron las posibilidades de cre-
"f¡I
cimiento de unas zonas respecto a otras. En este sentido existe margen
para una interpretación crítica de la política liberal que no se fundamen-
te en el atraso, sino en su grado de eficiencia respecto al potencial de los
sistemas agrarios españoles. Veámoslo.
Las medidas agrarias que acompañaron a la revolución liberal espa-
ñola trajeron consigo tres cambios significativos para los sistemas agra-
rios: la mercantilización de la tierra y de los demás recursos naturales; los
inicios de la ruptura del sistema tradicional integrado de aprovecha-
miento agrosilvopastoril; y el predominio del uso agrícola del suelo sobre
los demás, o «agricolización». El principal agente de este triple proceso
fue la expansión del cereal. El logro del abastecimiento interno y aun de
excedentes para la exportación constituyó (R. Robledo, 1993) el princi-
pal objetivo de la política agraria liberal. De acuerdo con las distintas po-
sibilidades edafoclimáticas, se configuraron dos modelos de desarrollo
agrario que estuvieron vigentes a lo largo del siglo XIX. El primero de
ellos corresponde a la zona údica, esto es, el noroeste del país, donde el
sistema funcionaba con una alta dosis de rigidez territorial. A pesar de
ello, los rendimientos, que ya eran elevados en la segunda mitad del siglo
xvm, siguieron elevándose a lo largo del XIX. Claro está, este incremento
requirió una inversión en mano de obra muy importante, razón por la
cual esta zona no destacó por sus incrementos de productividad. En una
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 69

economía de base energética orgamca con una fuerte tendencia a la


autosuficiencia no era posible alcanzar altas tasas de productividad, ele-
mento éste que se suele considerar como un indicador del proceso de
«modernización».
En cualquier caso, el aumento de los rendimientos fue la consecuen-
cia de la reducción del barbecho bianual y de la ampliación del policulti-
vo intensivo en base a nuevas rotaciones, nuevos cultivos y un mayor es-
fuerzo fertilizador. El crecimiento de la producción no podía basarse,
pues, en la progresión de las tierras de cultivo, porque sus efectos eran
contraproducentes, dada la rigidez del sistema. Como ya dijimos, la am-
pliación de las tierras cultivadas a costa del monte encontraba el «límite
infranqueable» de la producción de tojo, elemento esencial para la «fa-
bricación de estiércol», cuya reducción traería consigo a su vez la reduc-
ción de la capacidad de fertilización y, por tanto, de los rendimientos.
Pero también podría entenderse el fenómeno a la inversa: mejorar las
disponibilidades de estiércol sólo podía venir de un incremento de la ca-
baña ganadera y del uso de mayores cantidades de tojo. A comienzos del
siglo xx, las estadísticas de la Dirección General de Agricultura estima-
ban que la superficie cultivada suponía sólo un 31,3 %, en tanto que casi
el 70 % restante seguía siendo monte que no se podía roturar. La mane-
ra en que pudieron aumentar los rendimientos fue mediante el proceso
de «individualización» del monte, que permitió una dedicación casi mo-
nocultural al tojo, y la extensión de la práctica de las «estivadas» (espe-
cie de roza, tumba y quema) que, además de proporcionar una cosecha
extra, favorecían un crecimiento más vigoroso del tojo al año siguiente,
cortando su sucesión natural. El aumento del número de cosechas anua-
les y, sobre todo, la ampliación de los prados permitieron el crecimiento
de la cabaña ganadera y del estiércol disponible; ello gracias a la mejora
en la dotación de agua durante el período estival a través de nuevos rie-
gos. Todo esto hizo posible la reducción del barbecho y la introducción
de nuevas rotaciones. 10 Se pudo practicar, pues, con ciertas variantes el
círculo virtuoso de la revolución agrícola. «Se trataba en suma de un
aprovechamiento intensivo de las posibilidades naturales, que fue gene-

10. «La expansión de las superficies pratenses y los prados es una constante desde
mediados del siglo xvm, en estrecha relación con el incremento de la cabaña ganadera,
dando lugar a una de las características más destacadas del agro gallego actual: la especia-
lización ganadera. Este proceso dio lugar a que los prados, con una producción que en el
siglo xvm se valoraba inferior a la del labradío, se fueran convirtiendo en uno de los com-
ponentes más apreciados de la explotación gallega y, en general, de la cornisa cantábrica»
(Sánchez Regueiro y Fernández Prieto, 1999: 351).
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70 EL POZO DE TODOS LOS MALES

ralmente alabado por técnicos en la segunda mitad del siglo XIX» (Balboa
y Fernández Prieto, 1996: 226).
Pocas eran, sin embargo, las posibilidades de practicar algo parecido
i en la España seca. Las vías que se podían transitar para conseguir un in-
cremento sustantivo de la producción, sobre todo de granos básicos, no
r eran muy numerosas ni estaban exentas de dificultades. En primer lugar,
se podía tratar de intensificar la producción y los rendimientos mediante
un uso más intensivo del trabajo humano. En algunas zonas del país la
1 densidad demográfica y, por tanto, el número de activos por hectárea era
~
., ~ mucho menor que en otras: por ejemplo, Andalucía o Extremadura en
.r
Ji¡ relación a Cataluña o a la cornisa cantábrica. No cabe duda, la existencia
de grandes propiedades supuso una barrera a las probabilidades de un
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uso más intensivo del factor trabajo y, en este sentido, la reforma agraria
.. ¡!
liberal no ayudó del todo a eliminarla. No obstante, de tal uso intensivo
no se podían esperar soluciones al estancamiento de los rendimientos, ya
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que dependían de variables agronómicas y ambientales. Más sentido tie-


~ ne considerar la falta de dinamismo de la población española en el siglo
1! 1
x1x como un factor que dificultó en su conjunto un uso más intensivo de
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este factor. Las continuas epidemias y la alta mortalidad infantil estuvie-
j! ' ron en el origen de algunos períodos en los que hubo escasez de mano de
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obra (Ávila Cano y González de Molina, 1999).
En segundo lugar, se podía aumentar la intensidad del trabajo ani-
11 mal, mejorando de paso la productividad general del sistema. Para ello
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; •¡ era necesario aumentar la dotación del ganado de labor. Sin embargo,
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.

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' ello chocaba con la escasez de pastos y la baja producción de biomasa en
¡ji las explotaciones agrícolas, c¡ue limitaba ampliamente las posibilidades
de aumentarlos. Era lógico además que la demanda de tracción creciera
j! como consecuencia de la roturación de nuevas tierras, de su cultivo más
'¡ !
' ;I intensivo y de la integración del mercado y la ampliación de las necesi-
•1
~
dades de transporte. La solución adoptada, sobre la base de un stock de
~ alimentos animales que poco podía crecer, fue doble: por un lado, au-
mentar la cabaña de labor a costa de la cabaña de renta; 11 y, por otro
·1. lado, la sustitución parcial del ganado bovino por el equino. Las ventajas
1l

i
de éste, especialmente el mular, residían en sus menores exigencias ali-

11. En Andalucía, y es de suponer que en otros lugares de la Península, esta reduc-


ción se vio facilitada por la disminución que experimentó la ganadería de subsistencia de-
¡, bido a la introducción de la propiedad privada y la consiguiente desaparición, mercantili-
1. r ~

zación o limitación de las áreas de pasto comunal o de aprovechamiento común (Ortega


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Santos, 1999).

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CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 71

mentidas, en su mayor velocidad y radio de acción 12 y en que podía


alimentarse mejor de los residuos de la producción agrícola, que se ha-
bría de expandir, como veremos, a costa de los pastos naturales. 13
En tercer lugar, el aumento de los rendimientos estaba directamente
vinculado con el aumento de las disponibilidades de estiércol. Esta solu-
ción era la más problemática, habida cuenta de las escasas posibilidades
que la capacidad de sustentación de los sistemas agrarios de la España
seca ofrecían para aumentar significativamente la cabaña ganadera. Se
comprende así que hubiera durante la mayor parte del siglo x1x una li-
mitación física muy importante no sólo para elevar el rendimiento de los
cereales, sino también para la introducción de rotaciones más intensivas
y de nuevos cultivos. Como veremos en el epígrafe siguiente, rotaciones
con cierto grado de intensidad como las que fueron características de los
inicios del siglo xx sólo pudieron practicarse con el auxilio de fertilizan-
tes químicos. Con todo, existió margen en algunas zonas para el aumen-
to de la dotación de estiércol. López Estudillo (1996: 192) ha mostrado la
mejora que experimentó la alimentación del ganado en los cortijos de
la campiña cordobesa y que se tradujo en un aumento de su peso en vivo,
casi duplicando el estiércol disponible. En cualquier caso, este fenómeno
no se produjo antes de los años setenta 14 y no significó más que una me-
jora en la fertilización de los ruedos. La otra vía utilizada, allí donde su

12. Según el estudio que realizó la Junta Consultiva Agronómica para Málaga en su
memoria sobre la ganadería española (1892: 429 y ss.) referida al año 1891, cuyos resulta-
dos son extrapolables a la mayor parte de la España seca, las razones de la preferencia del
ganado mular sobre el vacuno para labor eran: agronómicas {la disminución de pastos na-
turales, o la conveniencia para las explotaciones de olivar), económicas {el mular resulta-
ba más económico de mantener), de movilidad {los mulos permitían trasladar a los labra-
dores a largas distancias de los núcleos de población y realizar al mismo tiempo todo tipo
de faenas), de ahorro de tiempo por obrada (con un mulo se araba casi el doble de exten-
sión que con una yunta de bueyes, aunque su labor fuese un 20 % menos profunda), etc.
Los grandes cortijos con establos y pastos naturales o espontáneos pudieron mantener
bueyes como ganado de labor. Más difícil resultó a los yunteros que carecían de tierras
propias y pastaban en pastos comunales; su privatización y mercantilización alentó su sus-
titución por los mulos cuya alimentación a través del mercado resultaba más económica.
13. Desconocemos si este proceso desembocó en la adaptación de variedades de ce-
reales que produjeran más paja o si condujo a un aumento de la producción de cebada,
cosa que sí ocurriría con el cambio de siglo. Sí parece clara la especialización de determi-
nadas zonas en su cultivo, cuestión sobre la que volveremos más adelante. En cualquier i '
i
caso, el número de cabezas de ganado mular se multiplicó por seis entre 1750 y 1865, se-
gún los cálculos de García Sanz {1994: 96), quien argumenta para explicar la sustitución
que es una especie «resistente, frugal y rápida en sus movimientos, la más idónea para un
país en el que predominaba la aridez climática».
14. Desconocemos el origen de los alimentos que hicieron posible esa mejora en el
peso vivo. No obstante, la presencia del maíz y otros productos parece indicar que hubo
que recurrir al exterior de las fincas para suplementar las disponibilidades propias.
72 EL POZO DE TODOS LOS MALES

alto coste en transporte podía enjugarse con altos ingresos, fue la impor-
tación de guano. Éste comenzó por el puerto de Valencia en el año 1844
(sólo cuatro años después de que lo hiciera en Inglaterra) y adquirió cier-
ta importancia según Enrie Mateu (1996: 264), haciendo posible cierto
aumento de los rendimientos, la desaparición de barbechos y la amplia-
ción de las zonas dedicadas al cultivo de arroz. Tenemos constancia tam-
bién del uso de guano en la Vega de Granada hacia la década de los años
sesenta, pero sólo en aquellos cultivos que ofrecían un alto rendimiento
monetario y justificaban los costes de transporte (González de Molina y
Pouliquen, 1996). Aunque constituía un excelente abono, el uso de gua-
no apenas podía paliar la falta de nutrientes, especialmente en los rega-
díos más intensivos. Su precio lo convertía en un producto prohibitivo,
especialmente para las zonas del interior peninsular.
En cuarto lugar, se podían vencer las limitaciones hídricas mediante
la ampliación de las tierras irrigadas. Dado que aún no era posible elevar
cantidades significativas de agua por encima de cota y que las grandes
obras de embalse y regulación distaban mucho de las posibilidades tec-
nológicas de la época, 15 la ampliación del regadío podía venir principal-
~·· : mente por dos vías complementarias: mediante la ampliación de los
canales de riego, tanto en longitud como en capacidad, y mediante la con-
solidación de las dotaciones de agua de los regadíos ya establecidos. Para
esto último se amplió la explotación, o se abrieron nuevos afloramientos
naturales y pozos artesianos: al utilizar aguas provenientes de los embal-
ses naturales del subsuelo, se pudo paliar en alguna medida el estiaje de
las aguas superficiales. En cualquier caso, con estas soluciones técnicas
no se pudo ampliar considerablemente la extensión alcanzada por los re-
gadíos tradicionales. Ello no debe ocultar el raquitismo inversor del Es-
tado, que no se sentía concernido en un problema que consideraba pro-
pio de la esfera privada. En su tardía reacción no ofreció más que
ventajas fiscales y subvenciones a una parte de las costosas obras que se
necesitaban. Los avatares de la construcción del canal de Urgell consti-

15. La experiencia del embalse de Níjar (Almería), con unas dimensiones muy
ambiciosas para la época pero que hoy parecerían ridículas, constituye un buen ejemplo de
los problemas existentes para desarrollar este tipo de soluciones. El denominado Pantano
de Isabel II comenzó a construirse en 1820 gracias a la iniciativa de una empresa privada,
pero las obras no empezaron hasta finales de la década de los cuarenta y tuvieron un cos-
te bastante elevado. La escasa envergadura del vaso limitaba su capacidad de regulación e
irrigación. En 1861 ya estaba relleno de fango y piedras y sólo daba para regar unas diez
hectáreas, lo que indica problemas serios de diseño y planificación hidráulica (Al-Mu-
dayna, 1991: 556).
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 73

tuyen un claro exponente de las dificultades para construir grandes obras


hidráulicas. Quizá una acción más decidida del Estado hubiera favoreci-
do la ampliación de los regadíos pero siempre con las limitaciones que te-
nían los sistemas tradicionales.
Con todo, las superficies dedicadas al riego y su consolidación hídri-
ca fueron significativas, sobre todo allá donde la orografía creaba condi-
ciones favorables. Entre 1860 y finales del siglo, Cataluña pasó de tener
unas 50.000 ha irrigadas a una cantidad 2,3 veces superior, suponiendo el
13 % de las tierras cultivadas (Pujol, 1995). Andalucía pasó igualmente
de tener 133.534 ha a 192.062 en 1904, aumentando en un 44 %, la gran
mayoría de las cuales (más del 90 % ) estaba situada en la zona oriental,
y más concretamente en Granada, aprovechando las posibilidades que
ofrecía Sierra Nevada (Sánchez Picón, 1998). Algo semejante ocurrió en
Navarra (Lana Berasaín, 1999), Valencia (Mateu, 1999), Aragón (!barra
y Pinilla, 1999), etc. Precisamente en Navarra, Lana Berasaín ha docu-
mentado la instalación en Cortes durante 1844 y 1845 de un complejo
mecánico para la elevación de aguas, movido por tres máquinas de vapor
de 30 Cv y tres bombas aspirantes-impelentes. Este autor aduce razones
convincentes para explicar el fracaso de otros proyectos semejantes que
son predicables a otras zonas de la geografía peninsular: «Otras iniciati-
vas igualmente ambiciosas planteadas en esos años no llegaron a concre-
tarse, habida cuenta de las inversiones implicadas y la incertidumbre so-
bre su retorno ... y de los problemas presentados por el mantenimiento
en una zona donde el combustible (tanto hulla como leña) faltaba y las
reparaciones y reposición de piezas no dejaban de presentar dificultades»
(Lana Berasaín, 1999: 379).
Salvo el agua, que aún no constituía un bien económico, se podían au-
mentar la dotación del resto de los factores (ganado, estiércol, mano de
obra, alimentos animales, etc.) mediante el recurso a un mercado que co-
menzaba a articularse. En términos físicos, el mercado constituye la for-
ma institucionalizada de intercambiar energía y materiales en las
sociedades capitalistas y la agricultura liberal de entonces pretendía ser-
lo. Pese a que existían ámbitos no mercantilizados de intercambio, la im-
portación de otros factores de la producción de zonas distantes sólo po-
día hacerse mediante mecanismos comerciales. Se podía importar de
fuera granos o pajas para alimentar el ganado y aumentar su número o
peso en vivo, de tal manera que aumentara la disponibilidad de estiércol;
se podía traer de otras zonas excedentarias el trigo imprescindible para
la alimentación humana, permitiendo de paso la especialización en otros

X
74 EL POZO DE TODOS LOS MALES

cultivos comerciales; etc. Lo que ocurre es que su cuantía estaba limi-


tada por la dificultad de las comunicaciones, las situaciones geográficas
desfavorables y la rentabilidad en términos físicos del transporte que es-
tablecía su umbral en la existencia de un superávit energético: el coste del
transporte no podía ser superior al contenido del producto agrario que se
pretendía transportar. 16 No obstante, las necesidades de cereales-pienso
o de granos básicos o de fertilizantes como el guano constituyeron, entre
otros productos, un poderoso acicate para la integración del mercado y la
ampliación de su radio de acción. Lo veremos más claro con la introduc-
ción de los fertilizantes químicos. Sin la importación de estos productos,
la especialización relativa de determinadas zonas del país durante el siglo
XIX no hubiera sido posible. Baste un ejemplo: la especialización triguera
de las provincia de Granada no hubiera sido posible sin la importación
masiva de cebada de la campiña cordobesa.
Dadas las escasas posibilidades de incrementar los rendimientos por
unidad de superficie existentes sobre la base de una mayor dotación de
trabajo, tracción, agua y estiércol, un aumento como el que se requería
de la producción de granos sólo podía venir de la expansión de las tie-
rras cultivadas y dedicadas al cereal. Desde esta perspectiva se explican
bien las condiciones institucionales favorables para su expansión de que
gozó durante todo el siglo. Las consecuencias que ello podía tener, te-
niendo en cuenta la rigidez territorial que caracterizaba el equilibrio
agrosilvopastoril de una agricultura de base orgánica, iban a ser menos
dramáticas que en la zona údica: al depender la fertilización más del
barbecho que de un ganado que por naturaleza veía limitado su tama-
ño y su capacidad para producir estiércol, las tierras de cultivo pudie-
ron crecer a costa del pasto y del monte sin disminuir la capacidad de
reponer los nutrientes extraídos en la cosecha. La reducción de la ca-
baña o el cambio en su composición, privilegiando el ganado de labor,
fueron respuestas adaptativas a este modelo de crecimiento.
Quizá ésta fuese la alternativa más «racional» desde el punto de vis-
ta del abastecimiento interno, del mercado y de los grandes intereses
agrarios del momento, pero debería valorarse si otras alternativas eco-
Iógicamente más adaptadas, como los cultivos leñosos (vid y olivar), hu-
biesen sido factibles. En cualquier caso, los costes sociales fueron bas-

16. Evidentemente, este lógico principio de economía no regía para mercancías sin
papel alguno en el sistema energético. Recuérdese que las actividades agrarias constituían
la fuente casi exclusiva de la que dependían las sociedades de base orgánica. Los produc-
to de consumo suntuario, bienes de equipo, tejidos, etc. escapaban a ese principio básico.
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 75

tante considerables, aunque sólo se han evaluado en términos de con-


centración de la propiedad y de exclusión campesina de la tierra. Sería
interesante, por ejemplo, valorar la falta de expectativas de empleo de
una cerealicultura que demandaba poca mano de obra y que, al mismo
tiempo, consumía mucha tierra útil. En este sentido deberían explorar-
se las posibilidades que tuvo el sector agrario español de importar ma-
yores cantidades de granos básicos, tanto trigo como cebada, y especia-
lizarse aún más en los cultivos arriba mencionados. Físicamente esta era
una opción hasta cierto punto practicable con los medios de comunica-
ción y transporte de la época. Resta saber si había condiciones insti-
tucionales y de mercado para ello. Respecto a los costes ecológicos, es-
tá por hacer un estudio en profundidad y con el rigor necesario, pero
algunos indicios apuntan a que éstos debieron de ser importantes. La
expansión del cereal determinó la roturación de montes y pastos y su
conversión en tierras de cultivo. En Cataluña, por ejemplo, la superficie
cultivada creció en un 63 % entre 1790 y 1885 -de 700 a 1.142 miles
de ha (Pujol, 1995: 406 y 429)-, se supone que a costa de terrenos fo-
restales y pecuarios. En el caso de Andalucía no faltan evidencias con-
cretas de la desaparición de importantes extensiones forestales por el
cambio de uso que llevaron a cabo los nuevos propietarios, tras proce-
sos de privatización de bienes municipales y eclesiásticos (López Estu-
dillo 1992; Cobo et al., 1992). No obstante, los datos disponibles (Ber-
na! y Drain, 1985), muy fragmentarios y poco fiables, hablan de un
crecimiento de la superficie cultivada no superior al 5 % entre comien-
zos de siglo y 1873.
La disminución de los terrenos de pasto y monte en beneficio de la
agricultura y el establecimiento de los cerramientos -que introdujeron
los rastrojos y el pastoreo de los eriales en el mercado- debió limitar
cuando no disminuir la cabaña ganadera durante el siglo x1x. Como es bien
sabido, no existe acuerdo sobre este punto en nuestra historiografía, a lo
que contribuye la inexistencia de censos ganaderos agregados hasta 1865
y la discutible calidad de las estadísticas posteriores. En cualquier caso,
sí parece claro que cambió la composición de la cabaña: el ganado de la-
bor, sobre todo el mular, aumentó de manera significativa y fueron el ga-
nado vacuno y sobre todo lanar y caprino los que vieron disminuir sus
efectivos. Los cálculos realizados por García Sanz (1994) para el período
entre 1750 y 1865 reflejan un incremento modesto del peso en vivo de
la cabaña ganadera (lo que debió traducirse en un incremento paralelo
de la producción de estiércol). Este fenómeno no se entiende tampoco sin
76 EL POZO DE TODOS LOS MALES

un aumento, aunque fuera modesto, de las disponibilidades de alimentos


para el ganado. Para García Sanz, la misma expansión agrícola generaba
condiciones favorables para el mantenimiento al menos de la densidad ga-
nadera; hemos de suponer que gracias a la utilización de los residuos de la
cosecha y al cultivo de cereales-pienso.
Sin embargo, los datos aportados por el G.E.H.R. en su estudio de
la ganadería española entre 1865 y 1929 (1978 y 1979) hablan de un des-
censo apreciable de la cabaña ganadera en su conjunto, tanto en núme-
ro de cabezas como en peso vivo, hasta 1908. A partir de esa fecha co-
menzó una sostenida recuperación, pero su incidencia sobre los
rendimientos por unidad de superficie ya no era la misma, dado que la
fertilización ya no dependía en exclusiva del ganado. Ello concuerda
con el ritmo seguido por el proceso desamortizador en los montes es-
pañoles, que no se inició hasta finales de la década de los años cin-
cuenta y comienzos de los sesenta, con el crecimiento más intenso de la
producción triguera y el receso consiguiente de otros cereales como
la cebada y con la intervención de la Administración Forestal en los
montes de utilidad pública y de aprovechamiento común. Hasta esas fe-
~· chas se sabe que los pueblos opusieron una fuerte resistencia a perder
sus derechos de disfrute pecuario de los terrenos comunales y baldíos,
así como a perder las servidumbres pecuarias de muchas tierras de la-
bor. No debe resultar extraño, pues, el mantenimiento hasta 1865 de la
densidad ganadera primero y su posterior disminución a partir de esa
fecha y hasta comienzos del siglo xx.
Sea cual sea el grado de aumento, disminución o cambio en su com-
posición interna, sí parece claro que la cabaña ganadera no aumentó du-
¡: rante todo el siglo x1x por encima del crecimiento de las tierras cultiva-
das, de tal manera que se hizo aún más difícil la generalización o, al

I ¡~
,,.
menos, la ampliación significativa de rotaciones más intensivas y con me-
nor presencia del barbecho en el secano. Las transformaciones liberales
·1";
dieron lugar, pues, a un tipo de economía agraria desequilibrada (seme-
jante a la que Wrigley llamó «economía orgánica avanzada», 1992) que
se veía obligada a funcionar con flujos de nutrientes de radio cada vez
:.¡;¡ más amplio y empujada a la especialización productiva para podeii com-
,'~
:1

petir en el mercado. En definitiva, los desequilibrios propios de este tipo
de economía, aún dependiente de las disponibilidades de tierra, convir-
1! tieron en acuciante la búsqueda de sustitutivos del suelo o de sus pro-
11 ij ductos. La demanda para la difusión de tecnologías ahorradoras de tierra
¡,\iq
ji

¡: estaba creada.
:\l '¡ \ ¡i
,¡. 1¡ ;1
¡.· j¡[:,
Jf¡ ~ 1L!;
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 77

4. ABONOS QUÍMICOS Y CRECIMIENTO AGRARIO

La crisis finisecular fue consecuencia, como es sabido, de la mejora


de las comunicaciones sobre todo marítimas y de la subsiguiente inte-
gración del mercado de productos agrarios a escala internacional. La
caída de los precios puso al descubierto las desventajas ecológicas com-
parativas de la Península para el cultivo del cereal y la falta de compe-
titividad de un modelo de crecimiento volcado sobre todo hacia el inte-
rior. Pero abrió, al mismo tiempo, la posibilidad de importar energía y
nutrientes e incorporar nuevas tecnologías. Nuevos aperos, nuevos sis-
temas de riego y, sobre todo, abonos químicos permitieron romper las
rigideces territoriales que frenaban las posibilidades de crecimiento. Sin
el aporte de la fertilización química no hubiera sido posible la intro-
ducción de nuevos cultivos, la reducción de los barbechos o su semilla-
do y la roturación de nuevas tierras. Parte del territorio se vio liberado
de sus funciones pecuarias y fertilizadoras, lo que favoreció su puesta en
cultivo. Con el aporte supletorio de nutrientes del exterior de los siste-
mas agrarios y de carácter mineral, por tanto con un consumo de terri-
torio insignificante al provenir del subsuelo, el crecimiento agrario pudo
alcanzar tasas mucho más elevadas que en la situación anterior. De ahí
que, equivocadamente creemos, se haya datado en la crisis finisecular
los inicios de la modernización agraria española. Más adelante veremos
también cómo la adición de energía fósil para conducir, regular o ele-
var el agua resultó imprescindible para el aumento de dichas tasas. In-
cluso la disponibilidad de carbón permitió sacar del sistema energético
buena parte de los montes y tierras incultas, y, con ello, propició su ro-
turación o su dedicación a la silvicultura.
Parece haber evidencias suficientes en los trabajos de índole local o
basados en contabilidades privadas de que el estancamiento relativo de
los rendimientos en secano a lo largo del siglo x1x terminó con la
introducción de los abonos químicos. Las estadísticas oficiales, pese a
sus deficiencias, lo corroboran. Éstas hablan de un incremento conti-
nuado de los rendimientos por hectárea, de un crecimiento de la pro-
ducción y de la diversificación de cultivos que tuvieron su fundamento
en la adición de nutrientes del exterior (también, claro está, con una
mayor dotación de agua, como luego veremos). Éstos elevaron los ren-
dimientos en las hojas de cultivos, permitieron semillar los barbechos o
ampliar su superficie dentro de ellos y reducirlos en las rotaciones e in-
cluso eliminarlos sobre todo en los regadíos, acortar la duración de las
......... .....,...-
d i 1

78 EL POZO DE TODOS LOS MALES

rotaciones y repetir, por tanto, los cultivos de mayor interés económico,


introducir plantas y variedades hasta entonces difíciles de cultivar por
su gran consumo de nutrientes y roturar suelos muy pobres y hacerlos
aptos para el cultivo.
Sin embargo, la tardía y escasa aplicación de fertilizantes químicos,
convertidos como toda nueva tecnología en símbolo de la «moderniza-
ción», hasta bien entrado el siglo xx fue, como no, considerada como un
indicador más del atraso. Se han aducido muchas razones para explicar la
'• ' 11 tardanza en aplicarlos y la menguada cantidad utilizada hasta bien entra-
'' 1
·: ¡ do el siglo: los fracasos cosechados en la puesta a punto de esta tecnolo- -
.1 gía con anterioridad a la década de los años 90 del siglo x1x; los altos pre-
~1
•• 1 cios y frecuentes fraudes característicos de las primeras década.s; Ja falta
f¡ de redes de distribución adecuadas sobre todo en las zonas más interio-
[, 1 res del país, etc. Pero no se han tenido en cuenta otras razones de índole
ambiental que pueden ayudar también a explicar el retraso y demuestran
r que, en determinados aspectos del problema, en realidad no hubo tal.
1r
,¡. Utilizando argumentos agronómicos o puramente ambientales, resulta
:1¡, ' un sin sentido establecer el grado de «modernización» de una agricultu-

:·111 .· ~·)' '
ra comparando el nivel de uso de abonos en general -mezclando ma-
' i! .
' 1!
cronutrientes que poco tienen que ver entre sí- o la cantidad de nitró-
1 geno, fósforo o potasio por hectárea. Las características de cada suelo
'111 hacen diferente el tipo de fertilización mineral requerida, como sabe
cualquier agrónomo, o que sin el aporte adecuado de agua resulte inútil
·11

'[! aumentar la dosis de abonado, o que los requerimientos varíen en fun-


i' ción de los cultivos que se siembran, o que la práctica de combinar ferti-
I:
¡1
lización orgánica con la química resulte, en condiciones de escasez gene-
·I
"!1 ral de abonos, una manera de limitar la pérdida de materia orgánica en

>1
~-

los suelos, etc.
Con éstos y otros argumentos, se puede buscar respuesta a los cua-
'I tro interrogantes principales que plantea la introducción en la Penín-
' sula de los abonos químicos: por qué se difundieron relativamente tar-
de, por qué se difundieron en tan escasa cantidad, por qué la geografía
de su distribución fue tan desigual y, finalmente, por qué durante tantos
años fueron los abonos fosfóricos los más utilizados, con porcentajes
superiores al 70 % del total. Al margen de los factores económicos arri-
·1 ba enunciados y los problemas para su puesta a punto, la introducción

l 11. 1\
relativamente tardía tiene varias interpretaciones. En primer lugar, el
tamaño de las explotaciones debió de desempeñar un papel importante.
1
" 11 !, El caso andaluz puede servirnos para explicarlo. Las grandes fincas dis-
1 1 ':
I, :',
i' h
¡,:
1 ;~ .l. ~ ;i
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 79

ponían de más tierra y, por tanto, su necesidad de ahorrar este factor


era menos acuciante, podían seguir utilizando el barbecho. Solían dis-
poner, además, de una cabaña ganadera cuyas deyecciones podían ser
utilizadas en una intensificación que, como veremos más tarde, no re-
quería grandes cantidades de estiércol y que sin embargo ofrecía mu-
chas ventajas: el semillado de los barbechos con leguminosas. No obs-
tante, la ampliación significativa del barbecho semillado necesitó
finalmente de los abonos químicos (López Estudillo, 1996: 13). Los pe-
queños propietarios, en cambio, encontraron al comienzo barreras de
entrada en los fraudes y en los altos precios. En la Vega de Granada,
por ejemplo, fueron éstos los primeros gracias al adelanto de este insu-
mo que hicieron las fábricas azucareras. Pero este modelo de integra-
ción agroindustrial estaba lejos de generalizarse.
En segundo lugar, el estímulo para su aplicación vino fundamental-
mente de la introducción de nuevos cultivos, sobre todo en las zonas de
regadío semintensivo donde el ahorro de tierra era una necesidad acu-
:¡r'
'! i
¡¡
ciante y donde el guano había abierto ya el camino. En el resto del país,
,,li
tuvo que llegar la crisis finisecular y Ja disminución de los precios para
que ésta se considerara una solución viable con que recuperar el umbral rT,. ·11
·'

de rentabilidad de los cultivos tradicionales. Pocas oportunidades existí-


:¡ 1
.J
an para sustituir el cereal que no fueran las de Ja vid y el olivo, cuyos
mercados estaban limitados por la propia crisis. En cualquier ca- ¡
so, hay que buscar razones de peso para explicar el retraso que no pue- .!
'I
1
den ser las convencionales que se han dado dentro del paradigma del
atraso. De hecho, zonas como la Vega de Granada, el sur de Navarra o
las huertas valencianas introdujeron los abonos químicos prácticamente
al mismo tiempo que las zonas de agricultura más «avanzada» de Eu-
ropa.17
Las explicaciones al uso poco intensivo en cantidad que se hizo de
los abonos químicos pueden ser también varias. En primer lugar, debe te-
nerse en cuenta que hasta Jos años cincuenta del siglo xx no se completó
la sustitución del estiércol por los químicos, que durante muchas décadas
se usaron en combinación con los orgánicos, en menor proporción al
comienzo y viceversa. De esa manera no se puede establecer una relación
directa, como se ha solido hacer, entre la cantidad de abonos químicos

17. Refiriéndose a Valencia, Enrie Mateu (1996: 256) ha constatado que: «Los cam-
bios siguieron una cronología muy cercana a la que se había dado en Europa. Guanos, sul-
fato amónico y superfosfatos se utilizaron casi al mismo tiempo que en las agriculturas
avanzadas del Norte».
80 EL POZO DE TODOS LOS MALES

empleada y el grado de intensidad del cultivo, ni utilizar dicha cantidad


para explicar las diferencias observables en los rendimientos por hectárea
respecto a otros países del norte europeo. En segundo lugar, el uso agre-
gado que se suele hacer de las dosis de abonado por hectárea (Zapata
Blanco, 1986) encubre el consumo preferente de abonos fosfóricos sobre
los potásicos y nitrogenados, con lo que una comparación más ajustada de-
bería duplicar o incluso triplicar en muchos casos esa cantidad. Luego tra-
taremos de dar una explicación agronómica a esta preferencia. En tercer
lugar, dada la escasez de precipitaciones y la subsiguiente falta de hume-
dad para el crecimiento de los cultivos, las dosis no podían ser muy altas.
Como dice Urbano Terrón (1992: 456): «El agua tiene un coeficiente de
rendimiento muy pequeño. Es necesaria la presencia de cantidades im-
portantes de agua en el suelo para que los rendimientos sean significativos.
En la práctica suele ser el factor que interviene en forma más notable en
la obtención de determinados rendimientos. Es inútil querer aumentar és-
tos a base de forzar el abonado si las condiciones hídricas del suelo no son
adecuadas. El agricultor debe esforzarse en controlar la humedad del sue-
l lo (riego y drenaje) si quiere conseguir la mejor respuesta a sus fórmulas
!' ' . 1 ~1'
de abonado».
Ello es de especial aplicación a la España seca, donde una dosis ele-
i vada de abono químico no implicaba a la fuerza unos rendimientos pro-
porcionalmente elevados. Ello explicaría además que a la altura de los
1.
años sesenta . del siglo xx aún los rendimientos por hectárea de trigo
l

i
(Simpson, 1997) en la Europa mediterránea fueran muy inferiores a los
\' de la Europa húmeda, pese a tener un acceso semejante a la fertiliza-
; ción química. En realidad, hasta que no se logró ampliar de manera sig-
i nificativa las tierras irrigadas y se utilizó material genético mejorado, las
t
¡~ cantidades de abono químico por hectárea no alcanzaron dosis conside-
rables. Como veremos inmediatamente, la aplicación de este principio
ii' resulta útil para explicar la permanencia del barbecho en muchas fincas
!
del sur de la Península, por ejemplo, y Ja preferencia de sus propieta-
rios por las leguminosas-grano, porque consumían poca agua y no com-
petían con el cultivo principal de los cereales. De ahí que la dosis re-
querida para lograr aumentos significativos de los rendimientos no
fuera muy importante y, sobre todo, se consiguiera con Ja adición de un
sólo macroelemento, el fósforo. Esta explicación responde en parte
también a la tercera cuestión suscitada anteriormente: el porqué de su
desigual distribución geográfica. Como ha señalado acertadamente Jo-
t
sep Pujo! (1999), la difusión de los fertilizantes químicos estuvo muy
l 1

i:
¡ l
1
!:
11
1
¡
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAJ'¡OL 81

condicionada por las circunstancias ambientales de cada ámbito geográ-


fico; al ser particularmente difíciles de adaptar a las agriculturas medi-
terráneas, los rendimientos de la cerealicultura peninsular siempre se si-
tuaron por debajo de la media europea.
El porqué del uso tan extendido de fosfatos tiene una explicación
agronómica que, pese a variar según el tipo de cultivo y aprovecha-
miento, alude a la escasez relativa de fósforo, ya sea en los suelos.
o como consecuencia del tipo de rotaciones que se practicaban. En las
rotaciones tradicionales en secano, la llegada del superfosfato significó
una elevación de los rendimientos significativa y a un precio razonable.
Si volvemos a la tabla 4, en la que recogíamos los balances de las rota-
ciones más comunes de la provincia de Granada, observaremos que és-
tas, salvo en el olivar, presentaban superávits de nitrógeno, en tanto que
el potasio abundaba en el suelo en cantidades suficientes como para
que los déficits allí presentes no tuvieran demasiada incidencia en los
rendimientos. No ocurría lo mismo con los déficits de fósforo, nutrien-
te que, como ya dijimos, era escaso en los suelos peninsulares, y no ha-
bía forma de reponerlo sino con el uso de grandes cantidades de es-
tiércol. Es por ello por lo que la sola utilización de abonos fosfóricos
provocó una respuesta significativa de los cereales que no sólo provocó
un aumento directo de los rendimientos, sino también indirecto, puesto
que permitió semillar los barbechos y elevar la intensidad del cultivo.
La forma más sencilla y barata de aumentar los rendimientos en los sis-
temas de cultivo tradicional que utilizaban el barbecho y que, por tan-
to, no tenían graves problemas de nitrógeno gracias a la deposición at-
mosférica y a la fijación libre, era la aplicación de abonos fosfatados.
Hasta que la intensidad del cultivo, utilizando las primeras semillas me-
joradas y rotaciones sin barbecho, comenzó a provocar déficits de
nitrógeno, la fertilización química en los secanos fue fundamentalmen-
te fosfatada.
Una explicación complementaria, basada en Gros (1979) , dan Sa-
guer y Garrabou (1996: 115) a la utilización preferente de los superfos-
fatos en Cataluña: «el alza de los rendimientos de los cereales en las re-
giones áridas de Cataluña fue, en gran medida, el resultado de la
¡;:
introducción de los fosfatos que permitieron una utilización más eficaz
de los recursos hídricos. Ante estos resultados, también es perfecta-
I
11'
¡ ,
mente comprensible el predominio de los fosfatos en la primera fase de
· 1
introducción de los fertilizantes industriales». Igual ocurría en los rega-
díos. Resultaba fácil y hasta cierto punto económico introducir una le-
.11
l;
1 ··
82 EL POZO DE TODOS LOS MALES

guminosa en las rotaciones para reducir sensiblemente el uso de fertili-


zantes nitrogenados y concentrarse en los fosfatados. 18

5. AGUA Y CRECIMIENTO AGRARIO

Pero, como ya hemos argumentado, el aumento de los rendimientos


y la relativa diversificación de los cultivos que reflejan las estadísticas de
la producción agraria entre 1890 y 1935 no hubieran sido posibles única-
1
mente con la mejora de la fertilización. Fue necesario ampliar las tierras
!1
de riego y consolidar sus dotaciones de agua, sobre todo en la estación
seca. De nuevo, el ejemplo de la Vega de Granada al tiempo de la intro-
! ducción de la remolacha nos puede servir de ejemplo. La vieja rotación
f de cino-seis años en la que se alternaban las habas con el trigo, el lino y
1
r el cáñamo, fue sustituida desde comienzos de los años ochenta del siglo
~
XIX por otra de tres años en la que se sucedían las habas, la remolacha y
1•

1 el trigo o las patatas. Su expansión fue posible gracias a la importación de
11
!11
1
fertilizantes químicos, pero también porque se dispuso de una mayor do-
¡l1
tación de agua durante el verano, proveniente de la explotación y canali-
:r
l•
111
1
zación de nuevos recursos. El balance hídrico que realizamos en su mo-
mento sobre esta rotación (Ávila Cano y González de Molina, 1999: 304)
H
·11·
descubrió que las necesidades de agua eran considerables: 2.860 m 3 de
,¡f media anual, lo que suponía un incremento de casi el 50 % respecto a la
rotación anterior y de casi el doble de la practicada a mediados del siglo
;11
xvm. La demanda de la remolacha se centraba entre los meses de marzo
ll'·i y setiembre, período durante el cual la planta recibía un total de ocho rie-
.~
l~
1if
18. El caso de la Vega de Granada puede servirnos de ejemplo. La introducción de
n nuevos cultivos como la remolacha y de rotaciones más intensivas para hacer frente a la
demanda de las fábricas azucareras se convirtió, a finales del siglo x1x, en la salida a la cri-
1l sis finisecular en esta comarca granadina. Se pasó de la rotación tradicional de cinco y seis
años, en la que se combinaban los cereales y las leguminosas con las plantas textiles (cá-
j! ñamo y lino), a una mucho más corta en la que alternaban la remolacha con las habas y el
li trigo o la patata. Tanto por la reducción del ciclo a tres años como por las características
11¡
agronómicas del cultivo, la remolacha significó un aumento de las necesidades de nutrien-
tes. El balance de nutrientes realizado (González de Molina y Pouliquen, 1996: 163) mues-
tra que para hacer frente a las carencias de fósforo y potasio que provocaba la nueva ro-
1:111
tación se requería duplicar, como mínimo, las aportaciones de estiércol, provocando un

~
incremento de los costes imposible de asumir. También en la Vega de Granada el abono
químico más utilizado fue el superfosfato. Pinilla (2001) ha constatado el mismo fenóme-
no para Aragón cuando se introdujo allí la remolacha. Por su parte, Enrie Mateu ha reco-
gido testimonios de agrónomos de la época que subrayaban la importancia que para las
1 huertas valencianas tenía el superfosfato y su función favorecedora del crecimiento de
1 las leguminosas (Mateu, 1996: 260), tanto para consumo como para abono en verde.

l
'I
I'
¡1

"1!
¡I
I,
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 83 1;
H
1
gos, siendo más numerosos y abundantes en agua entre julio y setiembre.
¡1
La tabla 6, donde se recogen las aportaciones de agua de riego por cada
rotación histórica y su distribución a lo largo del año, muestra el impor- l
tante incremento experimentado en las aportaciones durante el período
seco. Conforme fue haciéndose más intensivo el cultivo, tuvo que haber
1.
más dotación de agua en el verano. Podríamos, pues, establecer una co-
rrelación muy significativa entre disponibilidad de agua en el período , 'I :
·: ¡111
seco y posibilidades de intensificar y diversificar la producción en los re- : . ¡I ' ,
gadíos. Con la dotación existente hasta finales de los años ochenta del si- ¡ ··:11·
I· .,
glo XIX, la expansión de la remolacha no hubiera sido posible. Fue me- ' '¡!
! ¡!.
nester utilizar de manera más intensa las aguas del subsuelo mediante un 1: !
• ;¡
mayor aprovechamiento de las surgencias ya conocidas y la apertura y :!' I
·I
encauzamiento de otras. En este sentido, el acuífero comenzó a operar
como un embalse de regulación de carácter natural. Los datos que apor-
tan !barra y Pinilla (1999: 414 y ss.) permiten pensar que algo semejante :. ¡1
ocurrió en Aragón también con la introducción de la remolacha. En el '¡!
1 ! j!
sur de Navarra, Lana Berasain (1999: 373 y 374) ha constatado lo mismo
i;
para otros cultivos. i
.. ¡·
En definitiva, cuanto más amplias y mejor dotadas en el período seco 'I
fuesen las tierras irrigadas, mayor sería el empleo de fertilizantes quími- 1 ,¡
cos y, en definitiva, mayor el crecimiento agrario alcanzado. La tecnolo-
gía para ello comenzaba a estar disponible. Todo ello coincidía con el
1
convencimiento, entre políticos e intelectuales, de que el agua constituía
un factor determinante en el desarrollo agrario español. Hubo un con-
senso bastante generalizado en la necesidad de realizar una política hi-
drológica que pusiera en manos de los agricultores mayores dotaciones
de agua, prácticamente sin coste alguno. El Estado asumió teóricamente
un papel protagonista, aunque compartiendo con la iniciativa privada la

TABLA 6. APORTE MENSUAL ESTIMADO DE AGUA EN LOS REGADÍOS CONSTANTES


A PARTIR DE LAS ROTACIONES TIPO EN SANTA FE (GRANADA). DATOS EN MM

Año Marzo Abril Mayo Junio Julio Agosto Setiem- Aporte medio
: 1
bre anual

1750 13 51 63 38 166
1850 9 42 59 42 25 8 185
1904 18 34 80 63 46 46 278
1977 12 36 84 84 108 96 36 456

FUENTE: Ávila Cano y González de Molina (1999: 300).


~ ··~

84 EL POZO DE TODOS LOS MALES

financiación del plan de obras hidráulicas de 1902. Esta política «regene-


racionista», que se prolongaría casi hasta la actualidad, se centró fun-
damentalmente en la expansión continuada de la oferta de recursos
hídricos mediante la realización de grandes infraestructuras que serían fi-
nanciadas básicamente con recursos públicos.
Sin embargo, los resultados del Plan Nacional de Aprovechamientos
Hidráulicos de 1902 y del resto de la política hidráulica restauracionista
fueron realmente escasos. Las causas, resumidas por Ortega Cantero
(1999: 170 y 171) remiten a problemas de carácter institucional antes que
ambiental o económico: «No se lograron corregir con tales medidas los
graves problemas planteados, y la empresa hidráulica siguió manifestan-
do, en conjunto, una premiosidad extrema y una eficacia muy limitada.
Hasta mediados de los años veinte, sus beneficios fueron escasos. Las ra-
zones del fracaso hay que buscarlas tanto en las deficiencias inherentes al
planteamiento seguido, con su ausencia de criterios rigurosos de valora-
ción selectiva, como en las crónicas dificultades de financiación pública
-agravadas con frecuencia por la disparidad constructiva derivada de
aquella ausencia de criterios-, que los sucesivos presupuestos extraordi-
narios fueron incapaces de remediar, y, por último, en las permanentes
reticencias manifestadas por la iniciativa· particular -privada o regio-
nal- respecto del protagonismo hidráulico estatal que entrañaba el Plan
de 1902».
Hubo planes y proyectos, informes, etc., pero la realidad distó mucho
de las buenas intenciones. El Informe sobre Regadíos de la Junta Con-
sultiva Agronómica, publicado en 1918, que ofrecía datos de 1916, per-
mite evaluar la política hidráulica restauracionista hasta ese momento.
La superficie regada aumentó sólo en un 11 % respecto a comienzos de
siglo (tabla 7), pasando de 1,23 a 1,36 millones de ha. En el caso de An-
dalucía, los regadíos aumentaron en un 13 %, aumento que se concentró
casi exclusivamente en la parte oriental (Sánchez Picón, 2001). El Plan de
1902 contemplaba para Andalucía la puesta en regadío de 187.300 nue-
vas hectáreas, lo que significaba duplicar las existentes en ese año; sin
embargo, apenas si llegaron a ponerse 16.000 nuevas hectáreas en la
cuenca del Guadalquivir. En Navarra se generaron también grandes y
ambiciosos proyectos hidráulicos, como los canales de Lodosa y las Bar-
denas y embalses de regulación en el Ebro y Yesa; pero poco fue lo que
finalmente se hizo. Las tierras regadas pasaron de las 187.972 de 1904 a
las 20.654 de 1921 (Lana Berasain, 1999: 383). Otro tanto podemos decir
de Aragón. Allí la expansión del regadío se vio prácticamente reducida a
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 85

TABLA 7. AMPLIACIÓN DE LA SUPERFICIE (HA) REGADA ENTRE 1904 Y 1916

Tipo de regadío 1904 1916 Diferencia en%

Con aguas superficiales ~.134.166 991.993 -12,5


Con aguas subterráneas 96.928 374.448 286,3
Con riego constante 891.478 1.179.624 32,3
Con riego eventual 339.616 186.817 -45,0

Total 1.231.094 1.366.441 11

FUENTE: Junta Consultiva Agronómica (1904 y 1918).

la provincia de Huesca, donde se culminaron las obras del Canal de Ara-


gón y Cataluña, y a algunas realizaciones contempladas en el Plan de
Riegos del Alto Aragón (!barra y Pinilla, 1999: 406).
Tan pobre balance choca, sin embargo, con la relativa modernización
agraria de la que hemos hablado y que supuso un crecimiento más am-
plio y firme de los rendimientos, la introducción de nuevos cultivos y, por
primera vez, un crecimiento apreciable de la productividad del trabajo.
Ello fue posible gracias a la consolidación de las dotaciones de agua de
los regadíos existentes mediante el uso de nuevas tecnologías de extrac-
ción y elevación de aguas subterráneas. Los datos de la tabla 7 lo de-
muestran: disminuyó considerablemente el riego eventual y disminuye-
ron las tierras regadas con aguas superficiales. Fueron las tierras regadas
mediante aguas elevadas las que experimentaron un ascenso espectacu-
lar (286 % ). Por el tipo de tecnología empleada, puede afirmarse que en
buena medida la iniciativa de este cambio correspondió de nuevo al sec-
tor privado y a los escalones más bajos de la Administración. Los efectos,
sin embargo, no podían ser más que locales y de extensiones reducidas.
Los trabajos que venimos citando hablan, más que de un aumento de la
superficie irrigada, de un aumento del agua disponible sobre todo en el
verano. S. Calatayud y J. M. Martínez Carrión (1999) han estudiado estas
transformaciones en un trabajo reciente en el que concluyen que desde
finales del siglo x1x tuvo lugar un proceso de innovación técnica para me-
jorar los sistemas de riego y aumentar la dotación de agua de acuerdo
con las necesidades hídricas de los nuevos cultivos. La intensificación de
las producciones de cítricos, plantas industriales, frutales y hortalizas no
hubiera sido posible sin el incremento de los recursos hídricos, tal y como
vimos antes. La captación y aprovechamiento de las aguas subterráneas
constituyó la principal vía para incrementar la capacidad de riego en las
i 1,
l

86 EL POZO DE TODOS LOS MALES

primeras décadas del siglo xx. Junto a los sistemas tradicionales de rega-
dío, que se incrementaron y perfeccionaron, se introdujeron nuevos sis-
temas de elevación mecanizados y motorizados.
A diferencia de los riegos por gravedad, los sistemas de elevación re-
querían el suministro de energía externa abundante, de tal manera que su
difusión estuvo bastante relacionada con los problemas de instalación y
distribución de energía de Ja época. De los primeros motores de vapor y
de las turbinas se pasó a comienzos de siglo a los motores accionados por
gas pobre, aceites pesados, electricidad y gasolina. El desarrollo de ma-
teriales para construir tuberías capaces de resistir varias atmósferas de
presión, hizo posible además elevar agua a profundidades difíciles de al-
canzar hasta entonces. Pero hasta la aparición de los motores eléctricos,
la difusión de los sistemas de elevación estuvo limitada por diversos pro-
blemas. Los de vapor por la carestía del combustible y Ja frecuencia y di-
ficultad de reparación de averías. Los de explosión a gasolina tenían que
soportar también la carestía de un combustible con precios superiores al
propio carbón. Pese a lo idóneo de un sistema que reutilizaba los resi-
duos del cultivo, los motores de gas pobre tuvieron problemas de funcio-
,,
1;<
,_
namiento y exigieron la atención de personal cualificado. Es por ello que
hasta la adopción de los motores eléctricos, su difusión estuvo limita-
da. Tenían la ventaja de su fácil manejo, de su bajo coste de adquisición
y mantenimiento y de integrar en un solo artefacto bomba y motor. Su
principal inconveniente provenía, sin embargo, de la baja disponibilidad
de energía eléctrica, que era aún mayor en las zonas rurales, y del distin-
to carácter de una oferta constante y de una demanda centrada en los
meses de verano, lo que encarecía el suministro. De hecho, la disponibi-
lidad de energía eléctrica condicionó la generalización de este sistema de
elevación y redujo la explotación de Jos acuíferos hasta las décadas de los
años cincuenta y sesenta.
No obstante, este tipo de tecnología estaba adaptada a los pequeños re-
gadíos y difícilmente podía conseguir una gran difusión territorial, tanto
por su coste e inestabilidad en el suministro de energía como por
la menguada capacidad de elevación y profundización en los acuíferos. En
1916, eran poco más de 37.000 hectáreas las que se veían beneficiadas con
i
l\j el uso de estas máquinas, menos del 3 % de Ja superficie irrigada. El núme-
ro de artefactos mecánicos era de 5.966. Aunque no disponemos
del número de hectáreas beneficiadas para 1932, es de suponer que cre-
cería de manera significativa, dado que el número de artefactos se había
elevado a 29.443, más de la tercera parte de los cuales eran eléctricos.
j •.
1

ij
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 87

Pese a ello, los riegos españoles en su mayoría siguieron siendo básicamen-


te los tradicionales, accionados por gravedad. Los sistemas de aprovecha-
miento propios de la agricultura industrial, basados en embalses de regula-
ción y explotación de las aguas subterráneas a alta profundidad, apenas si
se habían introducido. Esto explica que la orientación productiva de los re-
gadíos mostrase una dedicación aún muy importante a los cereales, aunque
ya con cierta presencia de cultivos más intensivos. No cabe duda, el raqui-
tismo inversor del Estado en obras hidráulicas debe considerarse una seria
limitación al crecimiento agrario, este de carácter institucional.
Pero no fue hasta las décadas de los cuarenta y cincuenta cuando
existió la posibilidad de utilizar grandes máquinas para tracción y movi-
miento de tierras y construir grandes embalses de regulación. En ese
tiempo, la mejora del suministro eléctrico y su abaratamiento facilitaron
la instalación de potentes bombas de extracción de aguas subterráneas en
grandes cantidades. De esa manera no sólo pudieron consolidarse defini-
tivamente los regadíos tradicionales, superando la disminución veraniega
del caudal de agua, sino también vencer a gran escala las rigideces que
establecía el sistema de riego por gravedad mediante la elevación de
agua con motores a cotas superiores al punto de toma. Aparecieron tam-
bién nuevas técnicas de riego a presión (aspersión, goteo, etc.) que aba-
rataron el alto coste que significaba la construcción de la infraestructura
necesaria para la ampliación de los riegos a pie. La expansión y consoli-
dación del regadío constituyó uno de los soportes básicos del proceso de
industrialización de la agricultura española y de la «Superación» del
«atraso relativo», o de convergencia con las agriculturas más avanzadas.
Entre 1950 y 1980 se pusieron en riego cerca de un millón de hectáreas
con la regulación de las aguas superficiales, multiplicándose por diez la
capacidad de embalse (de 4.000 a 40.000 hm3) y situando a España a la
cabeza del mundo en porcentaje de superficie geográfica ocupada por
embalses. A partir de 1960, la superficie irrigada a partir de aguas subte-
rráneas se disparó también hasta los 1,3 millones de hectáreas con los que
se contaba a finales del siglo xx. En definitiva, en la segunda mitad de esa
centuria, la superficie regada se multiplicó por tres, situándose en los 3,6
millones de hectáreas en 1995, aproximadamente el 19 % de las tierras
cultivadas (Naredo, 1999: 69).
Gracias a ese enorme y continuado aumento de la oferta de agua,
muchas de las tecnologías de la «revolución verde» pudieron aplicarse o
hacerlo en condiciones más favorables, especialmente en lo que se refie-
re a las semillas mejoradas y a los fertilizantes. El aumento de la dotación
,_,._
j

88 EL POZO DE TODOS LOS MALES

de agua disponible permitió aumentar las superficies regadas y, al mismo


tiempo, consolidar su dotación hídrica. En íntima conexión con la expan-
sión de la oferta de agua, comenzó a disminuir la importancia relativa de
los cultivos cerealícolas y a aumentar la superficie ocupada por los culti-
vos más intensivos. El resultado de este indudable proceso de intensifi-
cación fueron dos tipos de cultivos para los que se tenían ventajas com-
parativas y que suponían una utilización más intensiva de los factores,
tanto de capital como de trabajo, y, como no, de grandes cantidades de
agua incluso en verano: nos referimos a la producción hortofrutícola,
buena parte de la cual se practica hoy en las zonas costeras mediterrá-
neas, zonas de las más «atrasadas» históricamente.

6. GERMOPLASMA, ENERGÍA Y LÍMITES TERRITORIALES AL CRECIMIENTO


AGRARIO

Otros aspectos deben tenerse también en cuenta para comprender en


su integridad la incidencia que el medio ambiente tuvo sobre las posibi-
lidades de crecimiento. Aquí vamos a tratar dos de ellos que parecen
esenciales: por un lado, el material genético utilizado y sus peculiarida-
des; y por otro, la adecuación entre la oferta de energía y las necesidades
que de la misma tuvo la agricultura española. Otros aspectos como la in-
cidencia de plagas, malezas y enfermedades de los cultivos y las posibili-
dades de combatirlos con tecnologías adecuadas carecen de una investi-
gación mínima y agregada que nos permita establecer su relación con el
·j nivel de producción y diversificación de los cultivos. Merecerían especial
11 atención los problemas que en este sentido tuvieron las nuevas varieda-
1
des de plantas o los nuevos cultivos en su proceso de adaptación al con-
j!'. texto ambiental español.
j Josep Pujo! ha estudiado los problemas de adaptación del material
11 biológico a la agricultura española en relación con las posibilidades del
crecimiento agrario. Establece tres grandes períodos que coinciden más
'1l .·j
~
l. o menos con la periodización que aquí hemos establecido: un primer pe-
H ríodo que iría desde 1840 a 1870, antes de que se comenzara a pensar en
il
la mejora y adaptación de nuevas semillas, en el que hubo intercambio de
l)
1.1. variedades en ámbitos geográficos relativamente reducidos; un segundo
;j período que iría desde finales del siglo x1x, en que las innovaciones bio-
!1
lógicas comenzaron a estar disponibles, hasta los años treinta, en que se
hicieron ensayos de diverso tipo y resultado. Entre 1880 y la primera
11
.1 ,
~

j,
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 89

guerra mundial, los esfuerzos se centraron en adoptar las variedades más


productivas de otros países, que en general se saldaron con el fracaso, da-
das la dificultades que las condiciones edafoclimáticas ofrecían para su
adaptación.
En los años veinte y treinta se produjo un cambio de estrategia. Si-
guiendo los avances en el campo de la genética, se trató de mejorar las
variedades autóctonas usando métodos de selección e hibridación. Ni
qué decir tiene que las variedades locales eran aún poco productivas. Pu-
jol (1998) ha resumido los problemas de adaptación de este segundo pe-
ríodo para el trigo de manera convincente: «el estudio realizado hasta
ahora permite plantear, al menos a nivel de hipótesis: a) que las varieda-
des de trigo que se habían adaptado a las condiciones medioambientales
mediterráneas eran menos productivas que las del centro y norte de Eu-
ropa, y limitaban tanto los niveles de fertilización como las posibilidades
de mecanización; b) que las variedades más productivas de otras zonas
cerealícolas no se pudieron adaptar en la gran mayoría de los casos a las
condiciones de la Península, manteniendo sus cualidades; c) que sólo se
empezó a atisbar la superación de las limitaciones que generaban las ba-
ses biológicas del sector a medida que se fueron desarrollando las técni-
cas de selección e hibridación, que no dieron resultados relevantes de to-
dos modos hasta después de la segunda guerra mundial; y d) que, si bien
las iniciativas que se desarrollaron para cambiar esta situación hasta la
década de 1930 no fueron insignificantes, sí fueron probablemente insu-
ficientes a tenor de la experiencia italiana».
El tercer período -aunque no último, dada la línea de manipulación
genética abierta por la biotecnología- comenzaría en los años cincuenta.
A partir de ese momento, los rendimientos de la cerealicultura española
experimentaron un importante aumento en cuanto las nuevas variedades
se pudieron combinar con dotaciones mayores de agua y fertilizantes quí-
micos. Tales semillas estaban diseñadas para proporcionar una alta res-
puesta a esos dos factores. Pero esto no ocurriría hasta que comenzaron a
difundirse con fuerza por toda la Península las tecnologías propias de la
«revolución verde».
Finalmente deberíamos ocuparnos de los obstáculos que encontró el
crecimiento agrario español para asegurarse un suministro adecuado y
sostenido de energía y los efectos que ello tuvo sobre la producción agra-
ria. Desgraciadamente, muy poco es lo que se ha investigado sobre el
tema y resulta, por tanto, difícil llegar a conclusiones que superen el ám-
bito de las conjeturas. No obstante, podemos formulai: algunas hipótesis
90 EL POZO DE TODOS LOS MALES

que pueden ser de utilidad. La transición de la agricultura de base ener-


gética orgánica a la industrial podría entenderse como el proceso de su
externalización del sistema energético. El sector agrario pasó de consti-
tuir la fuente de energía casi única de las sociedades a convertirse en un
sector subsidiado. Recuérdese que los agroecosistemas requieren de un
1
aporte de energía para poder mantenerse y repararse y reproducirse. En
l ese sentido, el incremento de la producción inducida por el modelo de
desarrollo elegido, el crecimiento económico, requirió un suministro
:1ii constante y creciente de energía externa a los sistemas agrarios. Hasta tal
Ji1 1
punto que el balance entre la energía invertida y la cosechada fue ha-
1!
1

i
ciéndose cada vez menos productivo, hasta terminar siendo en no pocos
' 1¡ 1
casos negativo. De la misma manera que antes establecíamos una corre-
!.·.11· 1.•.
:J ¡ lación estrecha entre agua y crecimiento económico como una caracte-
:JI 1 rística específica de la mayor parte de la agricultura española, también
·¡ !
'i l existió una íntima relación entre la disponibilidad y accesibilidad de
l 1
energía y el crecimiento, expresada sobre todo en el ritmo que experi-
l
lj
1
1 mentó el crecimiento de la productividad del trabajo.
h1 En principio, todos los sistemas agrarios experimentan limitaciones
l! L
!I¡¡1 ¡';>1¡ energéticas, si bien la incidencia de tales limitaciones depende de la es-
pecífica dotación de recursos del medio ambiente. Las fuentes de origen
biológico dependen de la capacidad de producir biomasa de los ecosiste-
mas y, por tanto, de la eficiencia de las plantas en la captación de energía
solar y de la abundancia de tierras. Las fósiles dependen de las reservas
que se posean en el subsuelo o de la accesibilidad a las mismas a través
del mercado. En el primer caso, la disponibilidad de energía depende del
propio sector agrario, y en el segundo caso la responsabilidad se trans-
:1 fiere al sistema industrial y de servicios. En otras palabras, las posibilida-
t des y ritmos de crecimiento de la agricultura española dependieron de
J"i sus propias posibilidades de producir biomasa en tanto que su agricultu-
·! ra fue de base energética orgánica, lo que explica sus bajos rendimientos.
Sin embargo, cuando la agricultura mundial comenzó a depender de los
combustibles fósiles y de las fuentes minerales, la agricultura española
pudo «emanciparse» de las limitaciones territoriales y crecer con más
fuerza y converger con las agriculturas más avanzadas. Hasta que el su-
i1¡ ministro de energía fósil, del que carecía España, estuvo disponible para
'i' los agricultores y a precios baratos, transcurrió un período de tiempo en
que, pese a crecer los rendimientos y la productividad, las posibilidades
de una convergencia real con las agriculturas más avanzadas del mundo
estuvieron limitadas. Ello traspasa al sector energético de nuestra econo-

·¡

CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 91
TABLA 8. TRABAJO UTILIZADO ANUALMENTE (Y ELECTRICIDAD) EN LA ACTIVIDAD AGRA-
RIA ESPAÑOLA (PJ=10•SJ)

1950-1951 1977-1978 1993-1994

PJ % PJ % PJ %

Mano de obra 2,2 16,3 1,0 0,8 0,6 0,7


Ganado 7,8 56,4 2,1 1,9 0,3 0,4
Maquinaria 3,7 27,3 110,4 97,3 83,4 98,9
Total parcial 13,8 100,0 113,5 100,0 84,3 100,0

Electricidad 2,2 10,2 52,7


Total general 16,0 123,7 137,0

FUEN TE: J. M. Naredo (2001).

mía cierta responsabilidad sobre los ritmos del crecimiento agrario, una
vez que la tecnología y las comunicaciones hicieron posible la aplicación
de combustibles fósiles. Lo hemos podido comprobar con la relación en-
tre el crecimiento del número de motores de elevación de aguas subterrá-
neas y el suministro de energía eléctrica.
En definitiva, hasta finales del siglo x1x, las posibilidades de incre-
mentar la cantidad de energía incorporada al proceso de trabajo agríco-
la fueron bastante limitadas, por depender de la escasa capacidad del
propio sistema para producir biomasa. Las posibilidades de incrementar
la productividad fueron, por tanto, pocas. Téngase en cuenta que la pro-
ductívidad, al medir la cantidad de producto por trabajador, en realidad
da cuenta de la cantidad de energía externa que se puede incorporar para
aumentar los rendimientos o sustituir mano de obra (Pimentel et al.,
1993). Ello debería tenerse en cuenta cuando se fundamenta el atraso de
la agricultura española en las bajas tasas de productividad, sobre todo
para el período anterior a la guerra civil, ignorando los condicionamien-
tos ambientales.
Aunque algunos historiadores han reconocido últimamente la im-
portancia de las características climáticas de la Península, siguen sin
comprender el funcionamiento físico de los sistemas agrarios y extraer
de ello las debidas consecuencias. «Las críticas de Mallada [quien se re-
fiere a las hostiles condiciones edafoclimáticas para el cultivo] han sido
utilizadas -argumenta Simpson (1997: 67)- con frecuencia durante el
último siglo como excusa para explicar la baja productividad de la agri-
1: Tr
1

92 EL POZO DE TODOS LOS MALES

cultura española. No obstante, una agricultura próspera no es sólo el re-


sultado de un suelo fértil o de una climatología favorable, sino también
de la intensidad con que se aplica el trabajo, el capital o la tecnología y
la naturaleza de la demanda social del suelo». Tales afirmaciones mues-
tran un significativo desconocimiento de la estrecha relación que du-
rante ese período existió entre las condiciones edafoclimáticas y las
posibilidades de aplicar el trabajo humano y animal con una intensidad
semejante a la que se empleaba en Inglaterra, por ejemplo. La produc-
tividad dependía de la demanda efectiva de empleo que pudiera gene-
rar cada sistema agrario, y ésta era bastante escasa en los secanos cere-
alistas españoles. 19 Capacidad que contrastaba, por ejemplo, con la que
ofrecían los regadíos. Éstos daban trabajo prácticamente durante todo
el año y los secanos apenas unos meses. Ya hemos explicado las dificul-
tades para irrigar los secanos, dificultades que no se superaron hasta
bien entrado el siglo xx. Con ello no queremos sobrevalorar la impor-
tancia de los condicionamientos edafoclimáticos, cayendo en una espe-
cie de determinismo ambiental. Pero tampoco parece adecuado mante-
ner el poder sustitutorio que de la naturaleza tiene la tecnología, esto
.
es, del capital humano y técnico sobre el capital natural. No son más
r que parcialmente sustituibles. Este tipo de razonamiento idealista gene-
ra la ilusión de que las limitaciones ambientales fueron siempre supera-
bles o que ofrecieron el mismo grado de dificultad en el siglo x1x que
en el xx. Se sustentan, además, en la falsa suposición de que las solu-
ciones tecnológicas son ambientalmente indiferentes y, por tanto, apli-
cables a cualquier contexto ambiental.
El proceso de mecanización, vector fundamental del aumento de la
productividad, puede constituir un buen ejemplo de esto que decimos
(véase el texto de L. Fernández Prieto en este volumen). Antes de la apli-
cación del motor de combustión interna a las máquinas que realizaban
tareas como la siega o la trilla, todas ellas dependían de la capacidad de
tracción animal y más tarde de la tracción a vapor. Ambas soluciones
dependían estrechamente de la capacidad de producir biomasa (para ali-

19. Dadas las escasas posibilidades del secano español, los cultivos más viables (ce-
real, olivar o vid) tenían un fuerte componente estacional en la demanda de mano de obra,
a lo que había que añadir barbechos y descansos. La redacción de la Revista Mensual de
Agricultura (1850, I, p. 237), en una nota de contestación a un artículo de Juan Manuel
Prieto sobre las causas del atraso de la agricultura española, alegaba precisamente esta ra-
zón: «El cultivo de cereales tiene, entre otros inconvenientes, el de exigir, durante una o
varias épocas del año, un número excesivo de trabajadores que, durante las demás tempo-
radas de él, no tienen ocupación».
CONDICIONAMIENTOS AMBIENTALES DEL CRECIMIENTO AGRARIO ESPAÑOL 93

mentar el ganado o para combustible), cosa que la España seca producía


en escasa medida. Las posibilidades de aumentar sustantivamente la trac-
ción animal, y con ella la productividad, estaban limitadas. De ninguna
manera podían compararse con los incrementos de productividad conse-
guidos por esa vía en Inglaterra por ejemplo. A ello deben añadirse los
problemas de adaptación de muchas de las nuevas tecnologías de tracción
mecánica cuando comenzaron a estar disponibles. Son conocidos, además,
los problemas de peso y escasa manejabilidad de las máquinas de vapor
aplicadas a la tracción y su inadecuación a los suelos de, por ejemplo, la
campiña andaluza; por no hablar de la resistencia de los sindicatos cam-
pesinos a su introducción (Naredo 1989). En definitiva, hasta comienzos
del siglo xx no se logró romper la rigidez territorial de los sistemas agra-
rios peninsulares, con la aplicación de fertilizantes químicos, con las pri-
meras máquinas y con la aparición de las motobombas accionadas por
combustibles fósiles, cuya difusión y adaptación no fue ambientalmente
fácil. Ya hemos visto que las tecnologías mecánicas y, sobre todo, las de
irrigación, estaban estrechamente vinculadas a la evolución del sector
energético. Una investigación más detallada seguramente descubriría más
relaciones entre el ritmo de aumento de la productividad del trabajo y el
suministro constante y barato de energía fósil. De hecho, ésta fue la clave
del proceso de industrialización de la agricultura española desde los años
cincuenta, tal y como muestra la tabla 8.

7. CONCLUSIONES PROVISIONALES

A la vista de todo lo hasta aquí expuesto, se pueden extraer algunas


conclusiones de interés que, no obstante, deben ser provisionales dado el
carácter inicial que aún tienen los estudios ambientales en el análisis his-
tórico. Hasta que no se tuvo la capacidad de transportar y usar grandes
cantidades de energía para recrear unas condiciones ambientales homo-
géneas, la productividad de los agroecosistemas estuvo determinada por la
capacidad, diferente en cada caso, de producir biomasa. Hasta ese momen-
to, cuando pudo disponerse a precios baratos de las tecnologías de la revo-
lución verde, los rendimientos por unidad de superficie variaron en función
de las condiciones edafoclimáticas de cada sistema agrario. En otros
términos, los factores limitantes de la producción primaria pesaron de ma-
nera inversamente proporcional a la capacidad del hombre para interferir
y manipular, añadiendo energía y materiales del exterior, los cinco
!:h

94 EL POZO DE TODOS LOS MALES

grandes procesos físico-biológicos: energético, biogeoquímico, hídrico, su-


cesional y de regulación biótica, mediante la adición de energía, nutrien-
tes, agua, material genético mejorado y combinaciones (rotaciones) de
cultivos.
De acuerdo con ello, los diferentes ritmos de crecimiento agrario ob-
servables entre países en los siglos x1x y xx deben ser explicados por un
conjunto de factores de índole económica e institucional, pero también
por la diferente capacidad tecnológica de que dispusieron para disminuir
la incidencia de las limitaciones ambientales en la producción. Ello otor-
ga importancia a cuestiones como el grado de adecuación de los distintos
paquetes tecnológicos a la específica dotación de recursos y funciones
ambientales de cada sistema agrario, haciendo su introducción más o me-
nos ventajosa. En el caso que nos ocupa, la evolución del sector agrario
español durante los siglos x1x y xx se entiende mejor como resultado de
la importación y posterior imposición de un modelo de desarrollo basa-
do en un tipo de recursos naturales y un tipo de soluciones tecnológicas
a ellos adaptadas muy diferentes a las condiciones socioambientales pro-
pias de los países mediterráneos. Éstas se convirtieron en factores limi-
tantes muy serios para el logro de estándares productivos como los del
norte de Europa.
La situación actual, sin embargo, está demostrando que el crecimien-
to económico no se puede mantener de manera indefinida si no es a cos-
ta de un grave deterioro de los recursos naturales y de las funciones am-
bientales de los agroecosistemas. Por ejemplo, nuevos incrementos de la
t producción y de los rendimientos chocan frontalmente con las disponibi-
r,
lidades limitadas de agua en las zonas xérica y arídica y con la capacidad
!;¡
de los agroecosistemas para reciclar la contaminación química que está
generando el uso intensivo de fertilizantes y fitosanitarios, al menos al ni-
~
~ '
vel de eficiencia en el uso de los recursos que hoy conocemos. Salvo para

r
~: ;
el caso del agua, que aún no se transporta a grandes distancias, las limi-
taciones ambientales han cambiado de escala. Ya no son locales, sino glo-
1
bales, superando incluso el «reducido» ámbito de los Estados-nación,
~ caso del efecto invernadero, de los fenómenos de polución, del agota-
~! miento de los recursos, de la inseguridad alimentaria, etc. Como ha argu-
mentado José Manuel Naredo (2001): «La agricultura moderna consiguió
elevar y estabilizar los rendimientos a base de desestabilizar la relación
de los sistemas agrarios con el entorno ecológico en el que se desenvuel-
ven y de acentuar su dependencia de la extracción, y el deterioro, de
recursos practicados en otros territorios más lejanos».

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