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BOLILLA 5.- FAMILIA Y SUCESIONES.

1) GESTIÓN DE LOS BIENES EN EL RÉGIMEN DE COMUNIDAD. GESTIÓN DE LOS BIENES DE TITULARIDAD


CONJUNTA Y DE TITULARIDAD INCIERTA.

En el régimen de comunidad, la regla general es el sistema de la administración separada, por el cuál cada
uno de los cónyuges tiene la libre administración y disposición de sus bienes propios (Art. 469) y de los
bienes gananciales que haya adquirido (Art. 470).

No obstante, se establece que cuando se trate de la disposición de los derechos sobre la vivienda familiar
o los muebles indispensables de ésta, o sobre el transporte de éstos fuera de aquella, se requiere el
asentimiento del otro cónyuge. Dicho asentimiento debe versar sobre el acto en sí mismo y sus elementos
constitutivos (Art. 456).

Los bienes de titularidad conjunta son administrados y dispuestos en conjunto, cualquiera que sea la
importancia de la parte correspondiente a cada uno. En caso de disenso entre ellos, el que toma la iniciativa
del acto puede requerir que se lo autorice judicialmente en los términos del art. 458: el acto autorizado se
volverá oponible al otro cónyuge, pero no le generará ninguna obligación personal.

Las partes indivisas de los bienes de titularidad conjunta pueden ser administradas y dispuestas en forma
libre, salvo para los casos en que el CCyC aplica restricciones al poder dispositivo (art. 470), requiriendo
asentimiento del cónyuge que no es parte en el negocio.

A las cosas de titularidad conjunta se aplican las normas del condominio en todo lo no previsto. Si alguno
de los cónyuges solicita la división de un condominio, el juez de la causa puede negarla si afecta el interés
familiar.

El “interés familiar” es un concepto jurídico indeterminado que el juez debe valorar en cada caso concreto,
teniendo en cuenta los principios de solidaridad familiar y la prohibición del ejercicio abusivo del derecho.

Mizrahi parte de considerar que la familia no es portadora de interés propio. En ella solo se realizan
intereses que son exigencias de las personas que la integran, por lo que no podrá atribuirse al interés
familiar naturaleza de categoría jurídica diferenciada.

Señala que, para algunos autores, el significado normativo de interés familiar podría aludir a una suerte de
concepto estándar, esto es, a una serie de pautas orientadoras, prefijadas de antemano y destinadas a
resolver diversos problemas en cada caso, pero esta interpretación presenta el grave inconveniente de la
dogmatización por sujeción del juez a pautas objetivas pudiendo conducir a soluciones injustas.

Para otros, el interés familiar es aquel traducido como el interés que abarca la comprensión de lo
necesario o conveniente para la agrupación familiar vista en su integridad. Esta propuesta analítica termina
admitiendo la existencia del interés familiar como categoría jurídica diferenciada, en tanto se lo estima
diverso y de grado superior a los intereses de los miembros de la familia involucrados en el caso, ingresando
en el terreno de la abstracción muy cercano a la teoría organicista de Cicu.

Agrega que, en todas las situaciones de conflicto, este se suscita entre intereses de los sujetos y no entre
los intereses de estos y el de un hipotético ente supraindividual: el grupo familiar. De tal modo, el
interés familiar para la ley no es otro que el propio interés del sujeto involucrado dada su invocación
legítima, no abusiva, sin que interfiera o lesione un legítimo interés de otro integrante, y encuadrada dentro
de la regla de la solidaridad.

Así, el juez, para dar con el interés personal digno de protección —con el cual se identificará el
interés familiar—, tendrá que realizar el balance respectivo teniendo en cuenta la magnitud de los
intereses en juego y la vigencia de dos notas de peculiar gravitación en el derecho de familia: la
prohibición del abuso del derecho y la solidaridad familiar.

Volviendo a la normativa bajo análisis, se establece en el art. 473 que son inoponibles al otro cónyuge los
actos otorgados por uno de ellos dentro de los límites de sus facultades pero con el propósito de
defraudarlo. Lo normado tiene el fin de impedir maniobras de las que un cónyuge intente valerse para
evitar la aplicación del régimen de comunidad, preservando la integralidad del patrimonio ganancial.

Los bienes respecto de los cuáles su titularidad es incierta (pues no puede probarse la propiedad
exclusiva) son reputados como pertenecientes a ambos por mitades indivisas.

Respecto de las cosas muebles no registrables, se establece que actos de administración y disposición a
título oneroso aquellas cuya tenencia ejerce individualmente uno de los cónyuges, celebrados por éste con
terceros de buena fe, son válidos. Sin embargo, no serán válidos cuando se trate de los muebles
indispensables del hogar o de los objetos destinados al uso personal del otro cónyuge o al ejercicio de su
trabajo o profesión. En tales casos, el otro cónyuge puede demandar la nulidad dentro del plazo de
caducidad de seis meses de haber conocido el acto y no más allá de seis meses de la extinción del régimen
matrimonial.

2) GESTION A TITULO DE MANDATARIO. CASOS DE GESTIÓN EXTRAORDINARIO. RENDICIÓN DE CUENTAS.

Uno de los cónyuges puede dar poder al otro para representarlo en el ejercicio de las facultades que el
régimen matrimonial le atribuye, pero no para darse a sí mismo el asentimiento en los casos de disposición
de los derechos sobre la vivienda familiar y/o sobre los enseres que la componen.

No pueden los cónyuges acordar la irrevocabilidad del poder y, con ello, cualquier limitación a la facultad
de revocar el mandato oportunamente conferido, ya sea que se dirija a impedir en forma absoluta dicha
libertad, o bien que tienda a menguar o dificultar su concreción, a través del establecimiento de un
conjunto de condiciones que, en la práctica, representen eventuales trabas para dar por terminado el
mandato.

Asimismo y, sobre la base de reconocer la confianza que supone el vínculo marital, el CCyC exime
a los cónyuges de la obligación derivada del contrato de mandato de rendir cuentas de los frutos y rentas
percibidas (Art. 1324, inc. f), mas admite la facultad del titular del bien de requerirla de modo expreso. De
modo que, si nada dicen los cónyuges, se presume la eximición de tal obligación.

Si uno de los cónyuges está ausente o impedido transitoriamente de expresar su voluntad, el otro puede
ser judicialmente autorizado para representarlo, sea de modo general o para ciertos actos en particular, en
el ejercicio de las facultades resultantes del régimen matrimonial, en la extensión fijada por el juez. La
decisión judicial cuenta con un amplio margen de discrecionalidad para acordar, o no, la venia requerida,
mas estará siempre orientada a la satisfacción del interés familiar.
A falta de mandato expreso o de autorización judicial, a los actos otorgados por uno en representación del
otro se les aplican las normas del mandato tácito o de la gestión de negocios, según sea el caso:

● Si lo obrado por el cónyuge hubiere sido con conocimiento de su consorte y sin su oposición,
habiendo podido hacerlo, se aplicarán las normas del mandato tácito.
● Si un cónyuge hubiese asumido oficiosamente la gestión de un negocio del otro por un motivo
razonable, sin intención de hacer una liberalidad y sin estar autorizado ni obligado, regirán las
normas de la gestión de negocios.

Cabe resaltar el carácter transitorio de la ausencia o del impedimento, puesto que de ser permanente la
misma deberá actuar el curador del cónyuge impedido.

3) DISPOSICIÓN DE BIENES GANANCIALES. RESTRICCIÓN AL PODER DISPOSITIVO. ACTOS QUE REQUIEREN


ASENTIMIENTO. OPORTUNIDAD PARA EL OTORGAMIENTO. EFECTOS DE LA FALTA DE ASENTIMIENTO.

Como se adelantó, el principio general es que la administración y disposición de los bienes gananciales
corresponde al cónyuge que los ha adquirido. Sin embargo, también aquí se aplican nuevamente las
restricciones referidas a la protección de la vivienda familiar, no pudiéndose disponer de los derechos sobre
la misma y/o sus enseres indispensables, ni transportar éstos últimos fuera de ella sin el asentimiento del
otro.

Además, también se restringe en el art. 470 la disposición de los bienes gananciales, requiriéndose el
asentimiento del otro, para enajenar o gravar:

a) los bienes registrables;


b) las acciones nominativas no endosables y las no cartulares, con excepción de las autorizadas para la
oferta pública, sin perjuicio de la aplicación del artículo 1824.
c) las participaciones en sociedades no exceptuadas en el inciso anterior;
d) los establecimientos comerciales, industriales o agropecuarios.

También requieren asentimiento las promesas de los actos enumerados en los incisos anteriores. Además,
se aplican las normas de los artículos 456 a 459 al asentimiento y a su omisión.

La regulación sobre el asentimiento pone fin a una discusión mantenida bajo el imperio del CC. La misma
versaba sobre la relativa posibilidad que uno de los cónyuges otorgara asentimiento general anticipado por
los actos que habría de realizar el otro. El CCyC prohíbe tal posibilidad al establecer que el asentimiento ha
de ser otorgado respecto de cada acto en particular. En la práctica, ello lleva a un resultado positivo: se
traduce en una más acabada protección hacia el cónyuge no disponente, quien podrá así formar un juicio
propio con la mayor cantidad de elementos posibles que le permitan decidir, de un mejor modo, respecto a
la conveniencia de brindar el asentimiento que le es solicitado.

El CCyC omite referir la forma en que debe prestarse el asentimiento, por lo que este podrá efectuarse por
instrumento público o privado, verbalmente, o por signos inequívocos, aunque en este último caso se
puede plantear el problema de la prueba si el cónyuge que debió prestarlo lo desconociese después.

En conclusión, el asentimiento requerido, tal como en el sistema del CC, se caracteriza por ser unilateral
(única parte el cónyuge no titular); no formal (siempre que el negocio para el cual se otorga también lo sea);
especial (no cabe asentimiento anticipado general que cubra todos los actos futuros); revocable (hasta la
celebración del negocio para el que fue otorgado), anterior o posterior a la celebración del acto a que se
refiere; y sustituible (por vía judicial).

En caso de haberse realizado el acto sin el asentimiento requerido, el otro cónyuge puede demandar la
nulidad dentro del plazo de caducidad de seis meses de haber conocido el acto y no más allá de seis meses
de la extinción del régimen matrimonial. Ello, sin dudas, redunda en una mayor seguridad hacia la
comunidad jurídica toda, al evitar decisiones encontradas por parte de la doctrina jurisprudencial.

4) DEUDAS Y CARGAS DE LA COMUNIDAD. PRINCIPIOS QUE LA RIGEN. PASIVO PROVISORIO Y PASIVO


DEFINITIVO. EXTENSIÓN DE LA RESPONSABILIDAD.

Al momento de analizar la relación entre la comunidad de bienes, sus dos miembros y terceros
acreedores, hay que tener en cuenta la cuestión de las deudas entre los cónyuges y los terceros y entre los
cónyuges entre sí. Así, el pasivo de la comunidad se constituye por las deudas que deben solventarse con
bienes gananciales, además de las obligaciones pecuniarias propias de cada cónyuge.

La doctrina distingue entre unas y otras de la siguiente manera:

● Obligaciones por las deudas. Hacen al aspecto externo, es decir a las relaciones jurídicas
entre los cónyuges y los terceros acreedores. En estos casos se habla de pasivo provisorio, y se
relaciona con la cuestión referida a qué bienes pueden atacar los acreedores para saldar su deuda,
en caso de no haber solidaridad entre los cónyuges.
● Contribuciones por las deudas. Referían al aspecto interno, es decir, a la deuda que tiene
un cónyuge respecto del otro cuando éste utilizó bienes propios para saldar una deuda contraída
para beneficio de la comunidad, o al crédito de uno respecto del otro cuando el segundo utilizó
bienes gananciales para saldar una deuda personal. Es lo que se conoce como pasivo definitivo, y
tiene relevancia al momento de disolverse la comunidad de bienes, ya sea por cambio de régimen
o por disolución del matrimonio.

La ley 11.357 resolvía la cuestión de la siguiente manera: cada cónyuge respondía frente a sus acreedores
con todos sus bienes propios y los gananciales adquiridos por él. Se establecía la excepción del cónyuge que
no contrajo la deuda y que debía responder frente a los acreedores con los frutos de sus bienes propios y de
los gananciales por él adquiridos cuando la finalidad de la deuda hubiera sido:

● Atender las necesidades hogareñas;


● La educación de los hijos;
● La conservación de los bienes gananciales.

El esquema de responsabilidad diseñado por el CCyC para los consortes bajo régimen comunidad es el
siguiente: separada por principio (contracara del principio de libertad de administración y gestión), solidaria
excepcionalmente, y concurrente en un caso especifico. El mismo se desarrolla a continuación:

● Principio General (Art. 467, primer párrafo). Cada uno de los cónyuges responde frente a sus
acreedores con todos sus bienes propios y los gananciales adquiridos por él. No interesa si la deuda
fue contraída para beneficio del deudor o de la comunidad. Por tanto, el acreedor sólo podrá ir
contra los bienes del cónyuge que contrajo la deuda (ya sean bienes propios o gananciales
adquiridos por él) pero no contra los bienes propios o gananciales adquiridos por el otro cónyuge.
● Excepciones (Art. 461 y 467, segundo párrafo). Primeramente, ambos cónyuges responderán
solidariamente, aunque sólo uno hubiese contraído la deuda, cuando el motivo de la misma fuera
solventar:
o Necesidades ordinarias del hogar.
o Sostenimiento y educación de los hijos (respecto al CC, se agrega el sostenimiento).

En segundo lugar, el cónyuge que no contrajo la deuda deberá responder con sus bienes
gananciales, cuando el motivo de la misma fuera solventar los gastos de conservación y reparación
de los bienes gananciales.

Como puede apreciarse, la diferencia entre un sistema y el otro radica en la forma de responder ante las
excepciones:

● CC. En los tres supuestos se responde con los frutos de los bienes propios y de los gananciales
adquiridos por el cónyuge no contrayente.
● CCyC. En los dos primeros supuestos de excepción, el cónyuge no contratante responde en
forma solidaria. En tanto, en el tercer supuesto, responde con los bienes gananciales adquiridos por él.

Las recompensas son un mecanismo destinado a corregir los desequilibrios que beneficiaron el patrimonio
ganancial en perjuicio del patrimonio propio de uno de los cónyuges o bien, a la inversa, lo incrementaron
en detrimento de aquel, por efecto de la gestión patrimonial efectuada vigente la comunidad. Se expresan a
través de créditos entre los cónyuges que se determinarán mediante una operación contable una vez
extinguida aquella, en la etapa de liquidación, para establecer con exactitud la masa de bienes que
ha de entrar en la partición de la comunidad.

El cónyuge cuya deuda personal fue solventada con fondos gananciales, debe recompensa a la comunidad;
y ésta debe recompensa al cónyuge que solventó con fondos propios deudas de la comunidad (Art. 468).

5) GESTION DE LOS BIENES EN EL REGIMEN DE SEPARACIÓN.

En el régimen de separación de bienes es regulado en lo que refiere a la cuestión de la gestión entre los
Arts. 505 al 508. En el primero se reconoce que cada uno de los cónyuges tiene la libre administración y
disposición de sus bienes personales. De ésta manera, cada uno de los integrantes del matrimonio conserva
su independencia patrimonial y, por ende, retiene la propiedad y el exclusivo uso, goce y disposición de sus
bienes y de los frutos de los mismos, tanto de los que sea titular a la fecha de comenzar el régimen como de
los que adquiera, por cualquier modo legítimo, durante su vigencia.

Sólo puede hablarse de bienes personales o privativos, pues en éste régimen no hay distinción alguna
entre bienes propios y gananciales.

En virtud de los principios de solidaridad familiar y de protección integral a la familia es que el orden
público restringe la autonomía de la voluntad respecto de la disposición de los derechos sobre la
vivienda familiar y de los muebles indispensables de esta, así como el transporte de éstos fuera de ella.
Para éstos actos se requiere el asentimiento del cónyuge no titular del bien (Art. 456).

Se instituye el principio de separación de responsabilidad por deudas, regla que se complementa


con la solidaridad pasiva respecto de las deudas contraídas para solventar las necesidades ordinarias del
hogar, el sostenimiento, y la educación de los hijos comunes (Arts. 455 y 461).
Los gastos para el sostenimiento de los hijos de uno de los cónyuges que conviven con el matrimonio en el
régimen de separación de bienes no se encuentra expresamente previsto como deber de contribución (Art.
456), mas entendemos que tales erogaciones deberían ser computables como necesidades ordinarias del
hogar y también, como no, como obligación alimentaria del padre afín (Art. 676).

El art. 506 prevé que, tanto respecto del otro cónyuge como de terceros, cada uno de los cónyuges puede
demostrar la propiedad exclusiva de un bien por todos los medios de prueba. Los bienes cuya propiedad
exclusiva no se pueda demostrar, se presume que pertenecen a ambos cónyuges por mitades.

Demandada por uno de los cónyuges la división de un condominio entre ellos, el juez puede negarla si
afecta el interés familiar.

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