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LA DECLARACION DE AMOR: PALABRA Y ACTO. David Flores. Voy @ comenzar a hablar sobre la dectaracién de amor por el lado opuesto, por el lado del amor cuando no se fo declara, cuando es un hecho indudable, evidente, entre los miembros de una Pareja y, por eso mismo, no requiere declaracién alguna. Ese amor dulce que se vive y se disfruta sin Palabras, porque no hacen palabras para amar y sentirse amado, porque las Palabras salen sobrando cuando de lo que se trata es de embriagarse con ese Sentimiento sublime, de dicha plena, de comprensién mutua y mutua entrega y, Por lo tanto, de complementariedad realizada, Se trata de la faceta de amor en ue la certeza de la reciprocidad impregna el alma del enamorado con una Serena ¢ ilimitada alegria, La faceta en cuyo interior ningan enamorado resiste {a tentacién de exclamar extatico: “jesto es el amor, fa esencia de la vidal", Amar y saberse amado en forma perfecta y total, sin fisuras, sin grietas, Sin malentendidos. Amor que se sia en continuidad con el de otro tiempo, extrafio, caldo en la zona oscura de la memoria, en que esta plenitud del amor incondicional fue ya experimentado, Reminiscencia, repeticion, a la ver que especie de nostalgia inconfesada por ese paraiso originario del amor con la madre primordial, tiempo del pre-edipo, diria Freud, cuando en el saberse amado no existfa la duda, precisamente porque no existia la palabra. Asi, el amor sin palabras es el amor perfecto, ef amor del incesto sin interdiccién, Pero, siempre hay un pero, todo aquel ya adulto ha experimentado tal felicidad en el amor compartido con otro, ha debido también aprender lo fragil ¥ lo doloroso que resulta cuando el encantamiento se rompe. Ciertamente tal estado es breve, y a la postre las palabras, que de todos modos, aunque ‘gnoradas, estuvieron siempre presentes, asi fuera en forma virtual, como no Pronunciadas, como pensamientos tatentes, fugaces y desechables, irrumpen Para abrir en el interior de esta dicha el hueco propicio para la entrada de la dude, y de los fantasmas arcaicos de exclusion y engafo, cuyas manifestaciones neuréticas de desconfianzas, celos y reclamaciones escuchamos tras el divan todas las tardes. El enamorado entonces duda, y empieza a querer saber sobre lo que él es para el otro; requiere definir con exactitud que es lo que ef otro busca en él Surge el temor, la angustia, que mina y contamina la perfeccién de! amor, el miedo a perder al otro, 0 a dafiatlo, etc.; requiere saber y empieza a pedirlo, y de la demanda de saber pasa a la exigencia de seguridad, de garantia o de prueba. La gozosa serenidad deja su lugar a la rivalidad, a la lucha por el dominio y el control sobre los deseos del otro. Se vuelve vigilancia del otro, de cada parpadeo, de cada suspiro, y todo en el otro deviene de una posible mentira; el otro se vuelve sospechoso y el enamorado paranoico. Y puede todavia afiadir a la demanda de seguridad la amenaza, mas 0 menos escrita, de volverse loco 0 morir: “si tu no me amas, como yo a ti, mi vida ne'tiene mas sentido; luego, tal vez me matare...y tu serds culpable..." Tal es una de las. posibles figuras discursivas que puede siempre surgir en labios de un enamorado. Dramética, y hasta novelesca, con su recurso al chantaje moral, muestra claramente el lado bélico (y masoquista) del amor, es decir, ta ambivalencia que le es inherente. Y esto emerge no solo mediante palabra, sino @ causa de las palabras, esas en cuya estructura esta el prestarse al equivoco, al malentendido, o quien sabe, al bien-entendido. Ahora bien, esta faceta tormentosa del amor es justamente la de la angustia que empuja al del enamorado a emitir un acto, a hacer un acto, a hacer algo, lo que sea , con miras, si lo pensamos del lado Yo, a reestablecer el orden y {a tranquilidad. Y aqui dejo de lado de quien simplemente huye, Porque me interesa el del enamorado que se arriesga. Hablo de un ser humano que no esta en paz, alguien que sufre, la soledad, fa tristeza, el abandono; alguien que no vive un instante sin pensar en el otro a quien ama, recordando, sofiando; en fin, alguien que lleva muchas noches sofiando en silencio, alguien desesperado que sabe muy bien que para modificar ese estado de tensin insoportable, algo debe hacer. En este punto situé ta declaracién de amor, como ese acto necesario, inevitable en tales condiciones, y que expresa la urgencia del sujeto por decir al otro que se lo ama y se lo necesita. Ponerlo y exponerlo en palabras. Pero no nos precipitemos a obviar la cuestion. Decir, hacer. El psicoandlisis nos sensibiliza respecto al desnivel existente entre ambas cosas: se puede hacer sin decir (es tal vez el acting out), y se puede también decir sin hacer. Permitaseme ubicar rapidamente al decir en tres dimensiones. En primer lugar decir es siempre decir algo, hablar de algo. Nombrar, apalabrar, €s, antes que nada, poner en escena la ausencia de lo nombrado la palabra tiene, desde ya, la vocacién de la evocacién; transforma y sustituye la ausencia de lo nombrado en la presencia de la palabra que lo nombra, misma que, entonces, pretende tapar aquella ausencia, a la vez que sitlia a lo nombrado en otro lugar, en el lugar de lo otro, exterior al orden de la palabra Lo nombrado, por el hecho de serlo, es ya otro, y eso mismo lo ubica en una zona de exilio desde donde, si puedo decirlo asi, se hace hablar. En todo caso no seré ocioso recordar, con Freud, que, por lo menos a veces, cuando uno habla dice otra cosa y algo mas de lo que cree estar diciendo. El inconsciente habla, y acaso se hace oir. Lo cual me conduce a la segunda dimensi6n, la del quien habla. Reconocemos aqui la no correspondencia, y hasta el oscilamiento del sujeto de la enunciacién respecto al Yo del enunciado. Por lo comin el primero se escurre por fuera de su decir, parece desvanecerse. Pero a la inversa, hay decires en donde lo localiza como Yo, lo cual, de nuevo, nos remite al inconsciente. En tercer lugar tenemos la dimensién alocutoria del decir: quien habla, se situé donde se situé, y diga, finalmente fo que diga, habla @ alguien en quien halla una escucha igualmente problematica. Si el sujeto que habla no es una unidad como su discurso mismo no es univoco, el otro tampoco es nunca por entero quien se supone que es. He aqui la dimension de la transferencia. Ahora bien, hay dichos especiales, en cierto modo escandalosos, porque en ellos el sujeto se funde con el discurso que emite, es decir que el mismo se ‘entrega al otro en y con sus palabras. No solo se habla de algo al otro; se hace algo con el otro. Son las ocasiones en que, como dice Eugenie Lemoine, decir es hacer, y es el caso de la declaracién de amor, y que va mas lejos del discurso amoroso, si entendemos a este como Ia tentativa de elaboraci6n y dominio imaginario de las pasiones y los fantasmas. Después de todo, hablar del amor es poca cosa respecto al amor: al amor se /o hace, y quien declara su amor a otro, ciertamente hace ef amor. Cuando el enamorado dice su amor a quien ama, actéa, mostrandosele como un ser a quien algo le falta. Algo que pretende que el otro tiene y que podria otorgérselo, algo que, mas alla de las imagenes contingentes de los atributos perceptibles 0 intuibles del otro, permanece innombrable, irrepresentable como te! y que, sin embargo, debe nombrar, como pueda, Porque experimenta esta punzante necesidad de informarselo al otro. La declaracién es anuncio, aunque también demanda; el declarante pide correspondencia: “te amo y quiero que me ames”, Si bien esta formulacién, que puede parecer banal, implica que la demanda de amor lo es: también de reconocimiento y de saber, saberse amado por e! otro en todo lo que uno es. Se trata de un saber de reconocimiento imaginario, el det propio Yo, y de un saber de certeza (y de dominio, como vefamos), es decir, un saber que suprima la duda y la angustia, que neutralice ese deseo que presiona y que cierre el circulo de las pasiones reciprocas, de las apaciguadoras certidumbres del mutuo entendimiento, y en fin, de la fusién identificatoria de que hable al inicio, y que implica reducir al otro a un alter-ego. Es la vertiente especular, narcisista, de la demanda de amo; su lado defensivo. Por otra parte, si la palabra localiza al objeto de la demanda como una imagen entre los atributos del otro, no es menos cierto que més all4, Io que el enamorado demanda del otro vale en tanto signo. El amor se alimenta de signos, deca Lacan, y a su vez el signo vale en tanto don desinteresado del otro, es lo que lo hace signo de amor. El signo de amor puede ser, por lo dems, cualquier cosa. Alguien se sabe amado cuando el otro le ofrece un guifio, un suspiro, un sutil roce de manos, o hasta una cocacola que el sujeto no espera. Y esto aqui es fundamental lo que se da es signo de amor cuando se le da esponténeamente, sin que el otro lo espere, sin que el otro lo pida. Cuando el sujeto demanda al otro un signo de amor, este deja de serlo, se aliena en el su caracter amoroso; ya no es signo de amor sino de compromiso, lo que genera es una duda, y una duda, y una deuda. Pero a la inversa, cuando el sujeto demanda al otro un signo de amor, en realidad lo esta dando, esta entregando su amor, es decir, su falta, a aquel a quien se dirige. Ubicado en esa posicién de incertidumbre, mordido por una angustia que le hace tartamudear, al deciarar su amor se dectara como necesitando algo del otro; se arroja, se abisma, se juega, haciendo a un lado todo orgullo, toda dignidad, en fin, toda vanidad narcisista. Durante un instante, mientras habla al otro de su amor, atisbando en su mirada, pendiente de sus gestos, el sujeto se borra en cuanto tal, deviniendo aquelio que se entrega a la disposicién de aquel a quien ama, a sus deseos, a sus caprichos, en cuyas garras podrd, tal vez, ser aspirado, devorado, despedazado, o al revés, instalarse como lo que el otro desea accediendo asi a ese paraiso donde las palabras llegan a sobrar. Nuestra cuestién es que entre estos dos tiempos cargados de imagenes fantasmaticas, el previo y el posterior a la declaracién, ef acto mismo implica lanzar los dados, asumir a apuesta en la que el sujeto se expone al otro, de quien queda subjetivamente suspendido. Es asi que la deciaracién no es solamente discurso, es también acto. Acto de dar. Ofrenda y sacrificio. Es otra vez Lacan quien define al amor como el dar lo que no se tiene. Un dar que se sitéia mas allé de la exigencia de retribucién, un dar sin espera de recompensa; es eso fo que el enamorado realiza con su acto declaratorio. Y dar de ese modo es darse: el objeto de ofrenda no es otra cosa que el sujeto mismo, que se funda con esa palabra, “yo te amo’, que lo representa y, mas aun, lo vehiculiza. Por este medio el sujeto invoca al otro en un plano mas profundo, mas radical, que el de la mera alteridad imaginaria del semejante; requiere saber que el otro esta realmente ahi, més alld de las méscaras, y que puede confiérsele. Después de todo no se ama a cualquiera, sino 2 alguien fundamentalmente enigmatico en el nivel de su deseo, alguien que ha venido rehusando al sujeto (en el sentido de! versagung freudiano), el reconocimiento de su unidad yoica Enigmético, misterioso, angustiante, pero asi y todo, el enamorado confia y se lanza. El acto amoroso sélo puede ser emitido por quien confia en que el oto le sostendré su lugar en la trama relacional de los seres humanos, lugar en donde es reconocido por los otros y en donde é! mismo, en consecuencia, se puede reconocer y delimitar. Confia, pues, en que no perdera sus referencias identificatorias, disolviéndose en la nada. Confia en el otro en tanto le supone la disposicién y ta fuerza necesaria para sostenerlo. Suposicién que no es certeza pero que es, y por eso mismo, el nticleo de amor. El amor al otro se sostiene en Io que el sujeto le supone. Todo el mundo reconoce esta dimensién ilusoria de! amor que, si no es ciego es, por lo menos bastante miope. Y por mi parte cito una vez mas a Lacan quien en cierto pasaje amplio su definici6n diciendo que “el amor es dar lo que no se tiene a un ser que no lo es". No lo es, pero se lo supone; esta es la condicién basica para el amor. El acto amoroso, la entrega amorosa es, entonces, una cuestién de fe. Tal vez la gran dificuttad que siempre ha habido para objetivizar la esencia del amor mas acd del epifenémeno que lo ilustra, 1a dificultad para cercar intelectualmente el amor y hacer de el una definicién precisa y englobante, tiene que ver con esta dimensién del suponer, de la confianza, de la fe. Quien ama supone que el otro es lo que no es — Freud nombra a esto transferencia -, y supone también que el otro posee lo que a el le falta, ese algo que escapa a la palabra y que provoca, sin embargo, el deseo; ese algo que el otro le rehiisa, pero ello no impide que podria llegar a darselo, y es entonces que se vuelve necesario nombrar ese algo, abstraer de el un signo demandable y otorgable, ponerlo en el registro de ta palabra, mediante lo cual, al mismo tiempo, e! sujeto problematiza su encuentro con el otro, y se ve obligado a formularse preguntas como estas: *zPodria el otro amarme?, {podria el otro desear darme a mi su amor?, {Qué tengo yo de amable?, Qué puede querer el otro de mi?” Preguntas insidiosas, acuchillantes, angustiantes tanto mas que no pueden ser contestadas, y que no obstante son las dudas que el enamorado ha de atravesar, sin mas proteccién que la de su fe, para emitir este acto amoroso que es la declaracién, La declaracién de amor es un acto de palabra, y es también una palabra que actiia, en tanto el sujeto se entrega en ella. Tal vez no es la unica pero es, me parece, una situacién paradigmdtica en donde un sujeto se sitda en un punto de enfrentamiento y ruptura consigo mismo, con su historia y su destino. Dar lo que no se tiene, darlo en palabras, que no por ser del orden del signo se evita que ellas, y con ellas, el sujeto se arroje en manos del otro, cuyo deseo es, repito, un enigma quien se entrega a otro nunca sabe lo que va a'suceder, no hay garantia, hay apuesta, hay riesgo. Asumir ese riesgo es amar. Monterrey, Nuevo Leén, Marzo de 1994

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