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El juego de la copa (fragmento)

(Del libro Cuentos de Terror para Franco – Vol. V)

El misterio y las consecuencias que encierra el juego de la copa es un asunto que escapa
a la comprensión de cualquiera. Nadie puede comprender —y mucho menos predecir— cómo irá
a terminar cada sesión de ese peligroso juego.
El grupo de adolescentes de ese tranquilo pueblo jamás podría haber imaginado que
aquella simple ocurrencia iría a terminar en una serie de hechos espeluznantes.
Todo empezó en el colegio, al cual iban los seis chicos y donde cursaban el tercer año.
Uno de ellos, Sebastián, invitó ese viernes a los demás para reunirse en su casa a comer unos
panchos, tomar unos jugos y jugar a las cartas. Eso era habitual en este grupo. Una vez se
reunían en la casa de uno, otra vez en la de aquél, y así iban rotando de casa en casa.
Hacia el anochecer de ese viernes, los amigos fueron llegando. Todos en bicicleta. Primero
lo hizo Federico, más tarde apareció María y por último llegaron Zulma y sus primos, los mellizos
Collmann, Felipe y Carlos.
Mientras Sebastián, con la ayuda de María, ponía a hervir las salchichas, Federico agarró
la guitarra y comenzó a puntear algunos acordes.
A eso de las diez de la noche comenzaron a jugar a la loba, y eso se extendió por dos
horas más o menos, hasta que en un momento Felipe propuso:
—Che, ¿no quieren jugar un juego fantástico, pero medio terrorífico…?
—¿Qué juego? —preguntó uno.
—El juego de la copa —contestó Felipe.
—Ah, sí, yo escuché hablar de eso, pero es peligroso…—dijo María.
—¿De qué se trata…? —preguntó Zulma.
—Es un juego donde se invocan espíritus y se le preguntan cosas…—respondió Felipe.
—Y vos… ¿dónde aprendiste ese juego? —le preguntaron a Felipe.
—Lo leí en un libro, además lo jugué algunas veces cuando estuve en la casa de unos
parientes en el Sur.
Y ahí se armó una discusión un poco seria y un poco en broma, algunos cargando a los
otros, con que podría aparecer un espectro maligno y asesinarlos a todos; otro que decía que si
se invocaba a un espíritu podría ocurrir que después no quisiera irse de la casa, y por tanto el
lugar quedaría embrujado. El asunto fue que estuvieron más de media hora discutiendo,
haciéndose bromas y algunos proponiendo que no pasaría nada y que era una linda noche para
jugar a algo diferente.
Como siempre ocurre, la curiosidad unida a la atracción del misterio pudieron más, y por
tanto se decidió que jugarían. La única que se opuso en todo momento y jugó de mala gana fue
María.
—¿Y con qué se juega? —preguntó Federico, que no tenía ni idea del asunto.
—Bueno… los elementos del juego se pueden comprar, se compone de un cartón grande
con números y letras y una copa de cristal, pero yo sé cómo puede armarse uno, algo casero —
explicó Felipe.
—¿Con qué vas a armar el juego? —le preguntaron.
—Se necesita una mesa redonda, papel, una birome y una copa de cristal. ¿Tienen copa
de cristal? —le preguntó Felipe a Sebastián.
—Sí. Mi mamá tiene un juego de seis copas muy finas, pero lo mezquina más que a
nosotros, así que si llegás a romper una, el lunes venís, le explicás y te hacés cargo —bromeó
Sebastián—. Están escondidas en el ropero. Voy a buscar una.
—¿Qué se hace con la copa? —preguntó María, la más temerosa de todos.
—La copa es la que responde las preguntas. Hay que colocarla boca abajo. Se desplaza
en la mesa marcando las letras o números y formando palabra o cifras. Es la conexión de lo
terrenal con lo espiritual.
María se quedó callada, intrigada y muy pensativa.
Enseguida nomás, Felipe se puso a cortar una hoja, formando un montón de papelitos
cuadrados. Luego escribió una letra mayúscula en cada uno hasta completar todo el abecedario, y
terminó de armar el juego, escribiendo uno por uno los números del cero al nueve. Los demás
miraban intrigados y cada tanto, preguntaban algo o hacían bromas. Felipe no decía nada y
seguía adelante, hasta que por fin anunció:
—Bueno, ahora vamos a acomodar el juego y cada uno debe sentarse alrededor de la
mesa.
Y todos se sentaron alrededor de la mesa redonda de la cocina, mientras Felipe —ya
sentado— colocaba en un círculo completo los papelitos, ordenados alfabéticamente, y luego de
la zeta, los números del cero al nueve. Este último cerraba el círculo, ubicándose al lado de la
letra A. La copa —boca abajo— fue ubicada en el centro de la mesa.
—Bueno, ahora ya estamos listos para empezar —dijo Felipe y comenzó a explicar de qué
se trataba—. A partir de ahora tenemos que ponernos serios, y el que no quiera jugar o se va a
poner a bromear o molestar durante el juego, mejor que no se siente a la mesa. Tenemos que
apagar la radio y todo debe quedar en total silencio. Cada uno debe concentrarse en alguna
persona querida que haya muerto y con la cual quisiera volver a hablar.
—¿Ehh? ¿Qué decís…? —dijo María.
—¿Qué tomaste? —lo cargó Sebastián—. ¿Cómo vamos a hablar con los muertos?
—Bueno, ya les dije que a partir de ahora se terminaban las bromas. O lo tomamos en
serio, como debe ser, o lo dejamos. ¿Qué quieren hacer? ¿Jugamos o no? —advirtió y preguntó
con severidad Felipe.
Ahí se armó otra discusión medio seria y medio en broma, hasta que uno preguntó:
—Che, Felipe... ¿vos vas a hacer de médium?
—No —respondió— yo únicamente estoy organizando el juego. Si participa un médium de
verdad, la cosa es mucho más seria y... peligrosa. Cuando participa un médium, la sesión ya es un
asunto donde hasta puede aparecer un ectoplasma...
—¡¿Quéééé?! ¿Ectoqué...?
—Ectoplasma. Es una emanación material del médium que se transfigura en un cuerpo
entero o...
—No, che, dejémonos de embromar con estas cosas, yo tengo miedo —dijo María— mejor
sigamos jugando a la loba.
—Quedate tranquila, María, que aquí no hay posibilidades ni peligro de que aparezca un
ectoplasma ni nada parecido, porque para eso la persona que hace de médium tiene que tener
poderes —tranquilizó Felipe.
Luego de un breve intercambio de opiniones y nuevas cargadas, todos aceptaron que se
pondrían definitivamente serios y concentrados.
Ya sentados los seis, Felipe ordenó tomarse de las manos y apoyarlas sobre el borde de la
mesa. Debían cerrar los ojos y concentrarse en el ser querido muerto. Luego preguntó quién
quería ser el primero en invocar a un espíritu. Se hizo un silencio, porque a todos ya empezó a
invadirlos el miedo.
—¿Alguien quiere invocar...? —preguntó Felipe.
—Yo quiero invocar a mi prima Cristina... —dijo con un tono sombrío Federico.
Y todos se miraron con preocupación e intriga. Sabían que Cristina había muerto
trágicamente hacía un año, cuando estaba por terminar el colegio secundario. La mató su novio,
porque estaba enloquecido y enfermo de los celos. El padre de Cristina no aguantó el dolor y,
antes de que la policía lo pudiera apresar, mató al novio.
—Bueno, hagamos silencio para que Federico haga la invocación —pidió Felipe.
Todos cerraron sus ojos, se apretaron las manos y se concentraron. Luego de unos
segundos:
—Cristina, si estás aquí enviame una señal...
Silencio.
—Cristi... me gustaría que estuvieras aquí, nadie te olvidó. Si estás...
Y la hoja de una ventana que estaba abierta, se cerró con violencia.
—Ésa es la señal —dijo Felipe— ahora todos ponemos nuestros dedos como hoy. Tu
prima ya está aquí, así que podes comenzar con las preguntas.
—Cristina... si estás aquí y me estás escuchando, quiero decirte que todos te extrañamos y
nadie te olvidó —y unas lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Federico—, que nos da
mucha rabia lo que pasó, porque todos teníamos el presentimiento de que ese loco de Rubén
alguna vez haría algo malo. Siempre te amenazaba y hasta tenía celos de nosotros, tus primos.
Bueno... ahora quiero preguntarte si ahí, en el cielo o donde sea que estás... ¿lo ves al
desgraciado de Rubén?
Y la copa comenzó a desplazarse hasta la letra N y luego la O.
—Ese desgraciado debe de estar en el infierno... —habló Federico, pero sin que eso fuera
una pregunta para el espíritu; sin embargo la copa comenzó a desplazarse, y todos se
sorprendieron, se miraron y vieron como la copa iba de una letra a otra hasta formar la palabra:
CUÍDENSE.
Ahí sí que todos se removieron en sus sillas y se miraron con mucha preocupación.
—¿Qué querés decir,... Cristina? ¿Tenemos que cuidarnos de Rubén?
Y la copa respondió: SÍ.
—¿Quién tiene que cuidarse...?
TODOS MIS FAMILIARES —respondió la copa.
—¿Y... yo también?
CLARO, BOBO, SOS MI PRIMO —marcó la copa.
—¿Rubén... nos puede hacer algo?
SÍ —marcó la copa.
—¿Y qué... qué nos puede hacer?
Y la copa comenzó a desplazarse con mayor rapidez, marcando una letra tras otra, como
si fuera una máquina de escribir: ES UN ALMA EN PENA respondió, y luego de una muy breve
pausa, antes de que Federico volviera a preguntar algo, agregó: ES PELIGROSO.
¡Mamita querida! Ahí sí que el miedo ya se hizo carne y María se levantó diciendo que no
jugaría más y también Sebastián, muy asustado, dijo:
—Che, basta con este juego, yo tengo miedo, aparte mirá si el espíritu se queda en mi
casa... ¿qué hago?
Y en ese breve instante de desconcentración, un florero que estaba arriba de la heladera
estalló en mil pedazos, provocando un susto de padre y señor nuestro a todos.
—Creo que tengo una mala noticia para todos —dijo Felipe—. No se puede abandonar el
juego hasta que los espíritus hayan partido. Puede ser muy peligroso si se abandona antes.
Vamos a decidir entre todos.
Se armó una gran discusión, y ahora ya participaban todos. María y Zulma no querían
saber nada de seguir. El hermano de Felipe no decía nada y Sebastián —nervioso y asustado—
exclamó:
—¡No, no! Si es así, sigamos jugando, yo tengo que seguir viviendo en esta casa. ¿Y si el
espíritu se queda? ¿Eh? ¿Qué hago?
—Yo quiero seguir el juego. Quiero saber cuál es el peligro... —habló Federico con tono
grave y la mirada perdida.
Felipe explicó lo que podría pasar si se abandonaba el juego de esa manera, con lo que
todos se convencieron rápidamente y retomaron sus posiciones.
De nuevo alrededor de la mesa, concentrados y con los dedos rodeando la copa,
reanudaron el juego.
—¿Seguís acá, Cristina...? —preguntó Federico.
SÍ —respondió la copa.
—Quiero saber más de lo que dijiste sobre Rubén... —empezó diciendo Federico, pero el
movimiento de la copa lo interrumpió. Con el silencio apenas quebrado por el sonido de la copa
rozando la mesa, veían cómo se movía rápidamente, marcando:
AHORA ÉL ESTÁ AQUÍ.
—¿Cómo... cómo que él está aquí?
SÍ —marcó de nuevo y agregó— SU ALMA NO SE RESIGNÓ Y SIGUE EN LA TIERRA
PARA VENGARSE ………..

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