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ueraconas Sonckd Senaates Dioto e poring: oud Lue Grez Dagmmaste’M* Gavew De Fuente even © Esescnes om Onl SA Pose 2087 Prodan, Gana, 98 ose 200-971 Deptt og N73 408 ‘Segunda edt6n mayo de 2001, 2000 eras. rormion, praia Salaianos $8 Burae 18 Sareago IMPRESO EN CHE / PRIVTED IN CHL ‘Ne eta parma a rorocutn lao evo do 1 Fueron despertados muy de mafiana FUERON despertados muy de mafiana por los remezones de una pesada mano. Chicho y Pablo dormian en el suelo, en plena calle Recoleta, tapados con papeles y cartones. —iNo vais a levantaros? —la voz profunda de fray Andrés, les recordé un deber. Los nifios vieron la apariencia de un franciscano, con amplia sotana hasta el suelo y una cabellera muy espesa coronando la cabeza, El religioso calzaba sandalias, jsin calcetas!, y llevaba una soga atada a la cintura. —¢Por qué nos despierta? —protestaron los muchachos—. Qué hemos hecho de malo? 5 Fray Andrés, con voz célida, se incliné para hablarles: —Pues, si queréis ir por la limosna, debéis hacer como yo y levantaros muy temprano. Es menester caminar toda la ciudad hasta conseguir lo necesario de estas almas reacias a dar algo. —2Qué tenemos que ver con usted, padre? —protesté muy serio, Pablo. Andresito se quedé pensando; reconocié el sacrificio de esos nifos, ‘durmiendo bajo un cielo desnudo, sin abrigo, desvalidos, Se disculp6, respetuosamente, y se marché por la calle Recoleta en direccién ala ribera norte del rio Pablo se habia despertado casi por completo, La pequena panaderfa en la esquina de la calle habia abierto ya sus puertas y un agradable olor a pan recién salido del horno se apoderaba del aire, —iQué rico olor! —dijo Pablo. ¥ se levanté pensando en ir al negocio y pedir pan, sabiendo que no tenfan un peso para ‘comprarlo, Chicho también se incorporé del suelo de un salto, é —Vmonos de aqui. El olor pan fresco me esté matando, Recogieron los papeles y cartones y se ‘marcharon. Chicho y Pablo eran hermanos. Habjan salido de su casa decididos a no regresar a ella sin dinero. Tenjan todas las esperanzas de triunfar; de hacer lo que fuera necesario para ganarse el sustento diario y tener algo que ofrecerles a sus padres y hermanitos. La vida de este parde muchachos, como loshay tantos en las grandes ciudades, no era fécil. 2 El mercado de la ribera norte del rio EL MERCADO de la ribera norte del rio estaba en todo su esplendor, Los vendedores lenaban el aire con sus gritos; ofrecian sus productos con frases ingeniosas y divertidas. Las compradoras, principalmente, se sentian siempre muy halagadas. Chicho y Pablo llegaron tempranito al mercado y se mezclaron con la gente, un verdadero rfo humano, que bajaba y subia de un lado al otro, sin cesar ni un instante, ‘Una sefiora, con sendas bolsas de género, vino al encuentro de los muchachos. —{Le llevamos las bolsas, sefiora? —No, nifio. No son muy pesadas — respondié la mujer, dispuesta a continuar su camino —Por favor, sefiora —insistié, Chicho— No hemos tomado desayuno. Estamos muertos de hambre. La mujer se detuvo; se los quedé mirando. Un golpe de compasién se apoder6 de su pecho. Ella era madre y pens6 en sus hijos; si ellos tuvieran que pedir como lo hacen estos nis: “{Qué horror! Ni Dios lo permita’, —Esta bien, nifios —acept6 la mujer—. tin me quedan muchas cosas que comprar. Pablo cogié la més pesada y Chicho la otza, porque era el més pequefio de los dos. Lasefiora demoré bastante en completar sus compras; los nifios, siempre detrés de ella, ‘comprobaron que las fuerzas se van agotando ‘amedida que pasael tiempo y nohay descanso. Felizmente, la sefora dio por terminadas sus compras y se dirigié a la salida del mercado; su intencién era llamar un taxi, El mismo Chicho, solicito y despierto, dejé la bolsa junto a suhermanoy corrié unos cuantos metros en direccién contraria al tréfico de vehiculos; conseguir un taxi libre, al mediodfa, era a veces imposible. Después de cruzar la calle, 10 arriesgando su vida, entre los cientos de automéviles que rugian en el trénsito, Chicho consiguié un taxi. Trotando junto a la portezuela del conductor, lo condujo hacia el sitio donde esperaba la seftora. Los nifios la ayudaron a subir, pusieron las pesadas bolsas en el piso del vehiculo y Pablo estiré la mano para recibir unas monedas pequefias. El taxi emprendié la marcha.y Pablo conté las monedas: ciento cuarenta y cinco pesos. Eran las primeras ganancias del dia y ya se habia pasado la maftana. —1Qué hacemos, Pablo? Podian adquirir unas cuantas calugasde leche y venderlas en los buses; pero no era mucho lo que podian comprar con ese Una pareja de carabineros los observaba desde hacfa rato; los niftos, al notarlo, ‘optaron por alejarse del lugar. —Ahora mismo nos agarran por sospechosos —advirtié Pablo a su hermano. Asf legaron a la playa de estacio- namiento, junto a la extensa avenida que subfa hacia la parte alta de la ciudad. Varios 12 cuidadores de automéviles corrfan de un lugar a otro, orientando a los conductores para estacionar sus vehiculos. —Aqui no hay nada que hacer — comentd Chicho. —Es tu culpa —rezongé Pablo. ¥ tron6, en contra de su hermano—: |Dormis tanto, que siempre Ilegamos tarde a todas partes! Sorpresivamente, Chicho se abalanz6 a un automévil que ingresaba al estacio- namiento, buscando un sitio desocupado. —éSe lo cuido, sefiora? —2Se lo lavamos? —agregé Pablo—. Por quinientos pesos se lo dejamos como nuevo. —Vuelvo en media hora Donde conseguir los implementos necesarios para realizar @1 trabajo? El problema no era tan sencillo de resolver. —iVoy donde las pergoleras! —grité Chicho, y se disparé corriendo en direccién a los puestos de flores. CChicho iba en busca de un tarro con agua limpia; faltaba un trapo para lavar y otro para secar, La tienda de géneros era la solucién. Pablo cruzé la calzada y entré decidido en el negocio que vendia telas por kilos. La cajera dela tienda se horrorizé cuando Pablo le hizo el ruego. No estamos autorizadas para regalar nada —dijo la joven. Pablo no se dio por vencido; no podia hacerlo. Se pase6 varias veces por el interior dela tienda, buscando un trozo de tela que, por su mala calidad, nadie quisiera comprar. —2Y si le regalamos este? —pregunté una de las vendedoras que habia estado hhurgueteando en un cerro de telas, "—Ti sabes que el patron tiene prohibido {que regalemos la mercaderia —se disculpé la cajera. Seguramente Pablo rogaba con la mirada; la desesperacién se escapaba a través de sus ojos. La joven vendedora eligié un trozo de género barato, lo puso en la balanza y lo pagé con su dinero. —Toma—le dijo al nito—. Ojalé te sirva de algo, 14 —iClaro que sf! —respondié Pablo. Y salié disparado hacia la calle. En los estacionamientos, Chicho esperaba con un tarto de lata oxidada lleno de agua, Dividieron el trapo en dos y se entregaron a la tarea de lavar el vehiculo con entusiasmo y energia. ‘Mientras uno quitaba el polvo con el trapo mojado, el otro secaba, (Si pudieran hacer ese trabajo con diez, veinte automéviles! Seria conveniente, Por desgracia, los estaciona- mientos estaban siempre ocupados; los cuidadores y lavadores de autos ya se habian repartido la ciudad y cada cual cuidaba losuyo. Chicho y Pablo comprendian que esta oportunidad no era mas que eso: una excepcién, No podfan quedarse allf para siempre; los otros cuidadores seguramente los echariano tendrian forzosamente que pagar un derecho para trabajar allt La duefia del automévil regresé més tarde de lo anunciado y los muchachos esperaron junto al vehfculo con temor y nerviosismo;felizmente, nadie fue a exigirles que se marcharan. Llegé la dama y les dio quinientos pesos, 15 —2Qué podemos comer? —pregunté —Nada—determin6, secamente, Pablo. Los planes de Pablo consistian en invertir aquel dinero para doblarlo triplicarlo, Regresar con s6lo algunas ‘monedas era un fracaso; querian tener algo que ofrecer. Se ditigieron al puesto de dulces y galletas ubicado junto a la parada de buses. All{ compraron diez barras de chocolate ‘Superocho. Es lo que hacia la mayoria de los vendedores ambulantes, muchos de ellos tan nifios como Chicho y Pablo. —Los vendemos a cien pesos y nos ‘ganamos casi el doble por cada barrita. Prohibido comerse los chocolates. Hasta que Jos hayamos vendido todos. Hecho? —Hecho —respondié, Chicho. —Dame tu palabra de hombre. Y Chicho se la dio. Sabia que estaba haciendo un acto de verdadero sacrificio, pues el hambre le perforaba el est6mago. 3 -Trepacdos en las pisaderas de los buses Paso treps égilmente en la pisadera de un bus. A cien los Superocho. Superocho a cien —ofrecié su mercancia. ‘Chicho hacia lo mismo en el interior de otro bus. Sin hablarse casi, como dos perfectos desconocidos, se cruzaron en repetidas oportunidades, subiendo y bajando. de los buses que paraban, para dejar o recibir pasajeros. Hasta que lograron vender casi todos los chocolates; rendidos, hambrientos, comprobaron que nadie se hace rico de la noche a la mafiana, Pablo considers llegado el momento de hacer una pausa. —Tienes permiso para comerte un. ‘Superocho. 7 Tendidos sobre el césped de la plazoleta, rasgaron los envoltorios plateados de dos barritas de chocolate y las comieron con verdadero placer. Unos metros més allé, dos nifios discutian acaloradamente, —iMés teatro! —decia uno de ellos— 2C6mo vai a convencer a los pasajeros si no ie ponis mas empefo? Habfa que contar la triste historia de la madre que abandonaba a sus hijos, porque no tenia cémo alimentarlos; en su desesperaci6n, alguien tenia que hacerse cargo de ellos. Porque esos nifios que cantan cen os buses no lo hacen por gusto, sino para mendigar de un modo més digno. Chicho y Pablo se interesaron por la conversacién de los nifios y observaron atentamente la escena que se desarroll6 a continuacién; era evidente que esos nifios pasaban por la mismas desventuras. Chicho y Pablo habian visto muchas veces cantores ambulantes, con guitarras flautas y charangos; perojamés aun diio tan singular como éste. Uno de los chiquillos sacé de su bolsillo un par de cucharas 19 Pequefias, las junt6, una contra la otra, formando una castaftuela. Elritmono se hizo esperar; la voz del chiquillo salié fuerte, poderosa, chillona, encrespaba los nervios: era una cancién con una historia conmo- vedora. Acto seguido, el més pequefio de los dos se adelanté unos pasos y comenzé a hablar: “Senores pasajeros, no queremos molestarlos en su largo viaje; no queremos cansarlos, porque sabemos que vienen del trabajo. Nosotros no cantamos para gastarnos el dinero en vicios y pecados; la plata que ustedes nos dan, se la damos a nuestra madre que no tiene para alimentarnos. Por es0, sefiores pasajeros, les agradecemos mucho lo quenos puedan dar. Muchas gracias’. —Les deseamos mucha suerte y que Dios se los pague —completé el mayor, mientras el pequeno estiraba la mano simulando recibir muchas monedas de un Piblico que s6lo existia en su mente. Los ‘muchachos se abrazaron; estaban contentos; el mayor, satisfecho con el discurso del pequefio. Recogieron sus bartulos y se marcharon, a conquistar su publico. 20 Chicho y Pablo guardaron silencio. (Quizés ambos pensaban lo mismo; conseguir ‘una guitarra, una flauta y salira cantar; pero ellos no eran artistas. El dia se habia ido definitivamente. Se hizo fresca la tarde y se llené la plazoleta de sombras misteriosas, amenazadoras. Los muchachos abandonaron el lugar, antes de tener una mala experiencia. Fray Andresito los esperaba; como siempre lucia su largo hdbito, sandalias, soga atada a la cintura, Al verlo, Chicho y Pablo trataron de huit, pero fray Andresito se las arreglé para salirlesal encuentro; nora fécil escapar de él, —2Por qué nos persigue? —murmur6, apenas, Chicho, Os equivocdis, rapazuelos — respondid el religioso. Fray Andrés tenia la rara virtud de escuchar a todo el mundo, pero acudla s6lo junto a aquellos que de verdad lo necesitaban, —Nosotros no queremosnada con usted —Adijo Pablo. —Pero, si me llamdis a cada instante. Los muchachos Jo miraron como si se a tratara de un loco. :En qué momento lo habfan llamado? El hombre tenfa el rostro leno de picardia. —Nos toma el pelo —protesté Chicho, Fray Andresito caminé entre los dos nifios y los cogié, amigablemente, de los hombros. Asileshablé: "Vosotros pedis la limosna al igual que yo. Cada vez. que lo hacéis, sin desearlo, estdis pensando en mi, Estamos en os mismos oficios pero nada es sencillo y vosotros lo sabéis, No todos los hombres estan dispuestos a sacrificar lo propio para darnoslo. De modo, pues, que es menester dar algo de nosotros cada vez que solicitamos lo ajeno. ¢Me vais siguiendo?”. Chicho y Pablo respondieron que si, aun cuando en su interior sabian que el hombre hablaba de un modo muy extrafo. Fray Andresito, que adivinaba hasta los pensamientos, sonrio y Prosigui6: "Vosotros ofrecéis vuestra fuerza y capacidad de trabajo; yo, en cambio, hago verdaderos milagros; aunque no lo credis. Saco de la cama a un enfermo; le devuelvo la raz6n a un demente; le doy la vida a un mortal que la ha perdido; le arranco la rabia 2 @ un perro; cambio muletas por piernas, como si fuera lo més sencillo del universo. A cambio de esto, exijo que se tenga fe en mis servicios; de lo contrario, ningtin milagro es posible. Asf consigo mis limosnas, y puedo aseguraros que la gente, después de conocerme, se vuelve generosa y comedida”, Los muchachos no supieron qué responder. Era dificil entenderse con un humilde cristiano que se creia santo. Fray Andresito hundié sus manos en la tiinica que llevaba y sacé de ella dos equenes calentitos, como recién sacados del homo, y se los regal6 a los muchachos, Fue tal el embrujo que ocasionaron los pequenes en los nifios, que ni cuenta se dieron de que el“mochito” ya habia desaparecidode su vista. Los pequenes, rellenitos con cebollas, estaban sabrosos. Fue aquella una merienda inesperada; se sentian satisfechos y encantados, porque el religioso estaba resultando todo un misterio. Prepararon la cama en el suelo y se metieron en ella, entre papeles y cartones, En el cielo habia estrellas y nubarrones, pero ninguna luna que les hiciera compania. a 4 Misterioso estuvo aquel despertar Misteriosoestuvo aquel despertar: amanecié como todos los das del Sefor, pero fray Andresito no se present6. —Es que no aguanto la curiosidad — revent6 Pablo—. Vamos a buscarlo. Y se marché, seguido de su hermano Chicho, a la iglesia de la calle Recoleta. All los recibi6elportero, Fra una persona con muchos afios sobre los hombros. Lucia muchas canas en la cabeza, pero sus cejas eran negras. Caminaba a pasos lentos y cortitos, con la columna vertebral encorvada. Cuando los muchachos preguntaron por fray Andresito, él viejo les cerr6 la puerta en las narices y sali6 corriendo hacia el interior del edificio. Al cabo de un rato regresé el portero con dos pequenes tibios, igualitos a los de fray Andresito, —Son de ayer —les dijo—, peronoestin aftejos. Los muchachos comprobaron que los equenes habfan salido de la misma cocina; tenian el mismo sabor que los anteriores. No cabia duda. El religioso misterioso vivia en ‘ese convento, Pero, :por qué raz6n el portero no permiti6 que lo visitaran? Decidieron no darle més importancia al asunto y volver al diario combate por el sustento. Ese dia result6 més complicado que el dia anterior. La venta de los Superocho sobrantes no reporté mayores ganancias; apenas recuperaron el dinero invertido. El envoltorio delos chocolates se habia estropeado,senotaba que no eran “frescos” y tuvieron que bajarlos de precio: veinte pesos menos por cada barra, Chicho estaba desolado. El negocio no habia resultado. Pensaba y miraba a su alrededor; buscaba en su mente alguna solucién. De pronto noté que una de las esquinas estaba lena de gente y, al mismo tiempo, vacia. —iPablo! En la esquina no hay nadie. —{Cémo que no hay nadie? —troné Pablo, 28 —Quiero decir —prosiguié Chicho—, que no hay nadie vendiendo, Entonces comprendié Pablo lo que su hermano queria decir, Reunieron el dinero ganado con las ventas de los chocolates, cruzaron la calle y se dirigieron ala tienda de telas. Alli compraron un trozo de franela amarilla y con las mismas tijeras de la vendedora la partieron y dividieron en trozos més pequettos; diez, en total; cinco para cada ‘uno. Y salieron a venderlos de inmediato. En el cruce de las calles Recoleta y Bellavista, esperaron la detencién obligada de los vehiculos, para abordar a los conductores y oftecerles las franelitas por la ventanillas. —iA cien pesos! jPara a limpieza de su automévill En los mil vehiculos que pasaron se fueron los diez pafitos amarillos y dejaron lunos pesos en las manos de Chicho y Pablo. Sentados en la cuneta contaron y contaron las monedas. Un grupo de muchachones los estaba observando, Cuando Pablo y Chicho lonotaron, ya era demasiado tarde: los cuatro jovenzuelos estaban junto a ellos. a —Hola, compadre —dijo uno de los muchachones a Pablo. Y agregé, muy sonriente—: Ustedes tienen lo que nosotros ‘queremos y nosotros tenemos lo que ustedes quieren. = 2Qué cosa? —respondié Pablo y traté de levantarse para escapar con su hermano. E] muchachén lo atrapé de un hombro y lo ‘obligé a permanecer sentado. —Dinero, amigo —susurré el gran- dulén con cara de dormido—. Dame lo que hay en tu bolsillo y yo te ofrezco un remedio para el hambre, Qué? {Hacemos el negocio, compadre? —y mostré un tarrito azul, que contenia un liquido espeso, color amarillo, utilizado como adhesivo por los carpinteros y fabricantes de muebles. —Con esto hasta el hambre se quita — coment6, divertido, el muchacho—. Damela plata y te lo doy a probar. Pablo sabia que se encontraba en una situacién delicada y peligrosa; esos muchachos estaban dispuestos a conseguir el dinero a toda costa. Comprendia que de no satisfacer las demandas de los desconocidos, de todos modos se tomarian 28 lo que deseaban. Hacerse los valientes era absurdo e inttil. —dEstis seguro de que quita el hambre? —pregunts Pablo, haciendo un esfuerzo por mostrarse fuerte. ‘—iPruébalo! —insisti6 el muchachon. Pablo entregé sus quinientos pesos y le indicé a Chicho que lo imitara. El tarrito con el adhesivo fue abierto una sola vez; los dos nifios debfan aspirar al mismo tiempo el olor penetrante de la substancia. Pablo, presionado por las muecas burlonas de los muchachones, aspiré profundo; Chicho, en su inocencia, lo hizo a todo pulmén. Aquello fue la entrada en una verdadera pesadill sintieron nduseas y ganas de vomitar. eVomitar qué, si tenian el estomago vacio? Las risotadas de los muchachones eran erupciones volcénicas; asf al menos lo percibfan Chichoy Pablo. Las palabrotas, que salian del grupo, parecian murciélagos aleteando en la penumbra, Los neumaticos de un vehfculo rechinaron en la calzada; se abrieron las portezuelas del furgén celular y deél salieron cuatro policias, 28 El grupo intenté de inmediato la dispersién. Dos de ellos fueron apresados en @ acto; los otros, capturados en el puente, después de una corta persecucién Chicho y Pablo fueron levantados en vilo y depositados en el interior del furgén policial. No lograban comprender lo que estaba ocurriendo; distingufan la realidad a medias. Ni siquiera sospechaban que aspirar semejantes productos quimicos producia un dafo irreparable en el cerebro: ese adhesivo, de apariencia util, era veneno para las células cerebrales. Pero a esos muchachos el problema no les asustaba, puesto que no iban a laescuela y no les interesaba aprender nada de ella. La calle era su aula; y su formacién, Ja vaganeia. El furgén celular, después de unas cuantas vueltas, sacudidas y brincos, se detuvo en la primera comisaria que encont:6 abierta, Los menores fueron sacados del furgén y conducidos al interior del edificio. Frente a un gran estrado de madera, Chicho y Pablo no supieron lo que se les Pidi6 que entregaran: sus nombres o sus almas; estaban desolados, vacfos, como si a1 estuvieran observando desde el interior del cascarén con forma de nifio. Las puertas grises del calabozo se cerraron con estruendo; las cerraduras se quejaron hasta partir el alma. En ese ‘momento lo perdieron todo. 5 Fray Andrésal bordede la mafana Fray Andresito se presents al borde de la maftana, en la comisarfa primera de la ciudad; alli esperé alos nifios, que salian del calabozo que los mantuvo detenidos por algunas horas. CChicho y Pablo fueron liberados; nunca se explicaron cémo y por qué los dejaron en libertad, mientras los cuatro muchachones permanecfan en a cércel. Nadie dio ninguna cexplicacién; zque sabia el hombre del asunto? Lociertoera que fray Andresitolos esperaba al otro lado de la calle, cuando salieron de la comisarfa Fue como tun milagro. Fray Andresito echd a caminar;los nifos lo siguieron, cruzando el puente, entrando nla calle Recoleta, Atravesando el barrio El 93 Salto para seguir caminando mas allé de la iglesia de la Recoleta Franciscana. —iOiga, padre! —advirtis Pablo—. Este camino nos lleva derechito a nuestra poblacién, —As{ es —respondié el hombre. Y no dio lugar a mas preguntas 0 cuestio- namientos. Pero los niftos no querfan regresar a casa;no todavia, Pablo se atolondré al tratar de detener al religioso y explicarle que no tenfan motivos para volver al hogar, miserable, de sus padres; ademas, por qué se tomaba tales atribuciones? Por qué lo hacia? Eran menores de edad. “JNo es eso?”, pregunté fray Andresito. Pidiendo limosna por las calles, expuestos a todos los peligros y tiesgos de la ciudad, metiéndose en problemas, durmiendo en el suelo como animalitos sin duefo. —Todo eso lo entendemos, padre. Pero, por favor, no queremos regresar a la poblacién —rog6 Pablo. —Pues, no comprendo que no deséis tomar al sitio al que pertenecéis. 34 No queremos volver con la cola entre las piernas. Hasta el momento, todos sus esfuerzos Por triunfar, por no ser una carga para sus padres, eran un rotundo fracaso. —¢Fracaso? —se tomé la barbilla fray Andresito—. Yo os mostraré dénde esté vyuestro éxito y vuestro lugar, Dificil era alcanzarlo. El religioso caminaba como un rayo, entre las humildes casitas de la poblacién. Enla parroquia, el padre Jacques hacia los arreglos necesarios para el desayuno comunitario, Como una tromba entré fray Andresito en el galpén de madera que cobijaba una larga y estrecha mesa, muy parecida a esas que se ven en las pinturas de la “Ultima Cena”, la de Cristo con sus apéstoles. El Padre Jacques, un sacerdote francés venido @ estas tierras lejanas a ejercer su misién cristiana, se sorprendi6: el fraile era muy singular; hacia tiempo que no vela algo similar: como ciertos frailes de provincia, de e08 que ya no existfan. Porque el padre Jacques era un religioso moderno; vestia 36 pantalén de pafto oscuro, chaleco y casaquilla deportiva. —0s traigo un par de bellaquitos dijo fray Andresito, Se volvi6 hacia la puerta y les dio una orden a los niftos—: ;Adelante! Estdis en vuestro hogar. Chicho y Pablo entraron, arrastrando los pies, sin saber donde meterse, para escapar a la mirada juzgadora del padre Jacques. —Mealegro verlos de regteso—expres6 con acento francés, el sacerdote. Los chicos se sintieron peor que en aquellos momentos amargos en el calaboz0 dela comisaria. Fray Andresito los arrinconé contra la pared y les puso en el pecho una charla de media hora; esa charla fue como una espada, era lo que se llama estar entre la espada y la pared. —iBs que no veis cémo este sacerdote organiza las comidas diarias de esta poblacién? —troné el hombre. Era muy cierto. El padre Jacques, dolido por las grandes dificultades econémicas de los vecinos, se vio forzado a organizar una gran olla comin. Es decir, un comedor comunitario, para que los que no tenian un 7 pan que llevarse a la boca, lo pudieran hacer ena parroquia. —En este preciso instante observo que el padre Jacques prepara el desayuno para sus hijos desposefcios —coneluyé su discurso fray Andresito. Chigho y Pablo pudieron comprobar cémo algunas madres, acompanando a sus hijos mAs pequefios, colaboraban con la parroquia, poniendo tazones de pléstico sobre la mesa. —iNo es esta vuestra mesa? —fray Andresito, radiante, les indicé el comedor de la parroquia. ¥ seesfums, ahi mismo, sin que nadie se percatara; porque Chicho y Pablo se volvieron a mirar la mesa y el padre Jacques se dedicé a observarlos con profunda atencién. 6 Apenas unos minutos con sus padres asian estado con sus padres apenas unos minutos, durante el desayuno, en el comedor comunitario de la parroquia. Ahi, Chicho y Pablo refirieron lo mal que les habia ido en su salida fuera de casa para buscar fortuna. El padre de los muchachos guard6 silencio y la madre les acaricié tiernamente la cabeza a ambos; quedaba claro que ellos preferian a sus hijos en el hogar y no en las calles. Sin embargo, los muchachos se las arreglaron para partir una vez més; en esta ocasion ambos lo prometieron, permanecerian solamente la mitad del dia fuera de casa. Ademés, el padre Jacques deseaba integrarlos a la escuela. Debian llegar al centro de la ciudad y de ahi, ditigirse al sector de los barrios altos donde la bondad tenia que ser més robusta, puesto que estaba mejor alimentada, Era muy temprano todavia;en la parada del bus habia un considerable grupo de personas que esperaba movilizarse a las calles y sitios principales. Pablo le hablé a un hombre corpulento y bajito, con apariencia de obrero. Caballero, no tiene diez pesos que nos dé para el bus? Mi hermanito y yo tenemos que ir al centro, E! hombre negé con un movimiento de cabeza, CChicho andaba en lo mismo ante una sefiora vestida con sencillez, que lo miraba sonriendo; al parecer, no tenfa ninguna moneda que dar. Luego, Pablo, frente a otro hombre; Chicho, frente a una seftorita la que bi.sc6-en su cartera y le dio una moneda de diz pesos. Asi, entre las veinte o més Yeoras que esperaban en la parada, svofsivn reunir noventa pesos. El pasaje costaba mucho mas y ellos eran dos. O medios que sumados, hacian uno; pero, sacdranse las cuentas que se sacaran, locierto 40 cera que no les alcanzaba para el pasaje. E bus tan esperado lleg6 a la parada y se detuvo con brusquedad. Mientras los pasajeros subjan a la maquina, Pablo medit6: imposible pedir que les levaran hasta el centro de la ciudad por noventa pesos solamente; era demasiado lejos y los conductores no se arriesgan, porque sube un inspector y encuentra a los nifios sin los boletos correspondientes. Chicho preguntaba al Conductor si los Mevaba hasta el centro, El hombre nada respondia. Entonces intervino Pablo. —No vamos al centro, Vamos hasta el cementerio, no més. {Nos puede llevar por noventa pesos? El conductor asintié a regafiadientes y solt6 el pedal del embrague para que el motor del bus se pusiera en marcha. —ZPor qué le difjiste que thamos hasta elcementerio? —Porque hasta ahé vamos —coneluy6 Pablo. Pablo respet6 el acuerdo con el ‘conductor y se baj6 ene cementerio, tal como Jo habia planteado; Chicho tuvo que seguir a a su hermano, por mucho que no le gustara la idea de quedar a medio camino. Pablo entendia perfectamente la molestia de CChicho; en otras circunstancias, habrian engafado al conductor, continuando el viaje hasta el centro; con tanto pasajero no se habria notado que los chicos no se bajaban enel cementerio. Pero, desde que apareciera fray Andresito en las vidas de Chicho y Pablo, se estaba produciendo en ellos un cambio muy profundo. — Qué podemos ganar aqui? —indags Chicho. Nada se podia ofrecer alli ningtin tipo de servicio. La gente llegaba al cementerio, compraba sus flores y entraba con ellas al campo santo, En el interior de éste, habia personas para poner agua a las flores y a los arreglos que se ubicaban junto a las cruces, —Es la hora del canto —murmuro, triunfante, Pablo. Y sacé dos cucharitas de su bolsillo. —{De dénde las sacaste? —troné Chicho. —Del comedor de la parroquia — respondié el nifo, con inocencia y candor. 42 ZY si te descubre el padre Jacques? Chicho estaba indignado. Pero Pablo parecia més preocupado del cumplimiento de sus propésitos que de la furia de su hermano. El padre Jacques podia pensar que ‘eran unos ladrones; que no se podia confiar enninguno de ellos, pero cuando seenterara del motivo que habia levado a Pablo para tomar prestadas esas cucharas, con seguridad no se enojaria. Yo canto y ti dices las palabras a los pasajeros. —Qué palabras? —explot6 Chicho. El discurso de los cantores callejeros. Antes de que Chicho alcanzara a retenerlo, Pablo salts al primer bus detenido frente a las puertas del cementerio. A Chicho no le quedé més remedio que salir detrés de su hermano, En el interior del bus, Pablo se paré en ‘medio del pasitlo, dispuesto a cantar. Chicho se metié las manos a los bolsillos; estaba muerto de vergienza, El bus se puso en ‘marcha y Chicho tuvo que sacar répidamente las manos de los bolsillos para buscar una barra de la cual aferrarse. 43 Pablo inicié el ritmo golpeando las cucharitas. La cancién soné en su garganta, vibrante, potente. AChicho le parecié eterno aquel momento; le parecié que Pablo se vengaba de él, repitiendo por lo menos dos veces las estrofas de la horrible cancién. Pero el peor de los momentos vino mas tarde una vez terminado el canto: le tocaba su turno, decir el discurso de los cantores ambulantes; la madre, la falta de dinero, la miseria y el hambre. Silencio. Pablo se desesperaba. Quiso cantar de nuevo la cancién, pero suhermano selo impidi6. Chicho no dijonada. No pudo decirlo, porque le parecié demasiado cierto y-para los pasajeros aquello sonaba a cuento. Guards silencio y recorri6 el pasillo del bus, asiento por asiento, con la mano extendida. Durante la jornada de cantar y pedir dinero, habian cruzado el puente y se encontraban en el centro de la ciudad. —La préxima vez, tii vas a estirar la mano para pedir —se quejé Chicho. Recaudaron trescientos sesenta y un pesos. No habia estado tan mal, después de todo. Discutieron mucho quién cantaria y “4 quién pediria. En lo tnico que lograron ponerse de acuerdo fue que lo harian en uno de esos buses relucientes, pintados de crema y amarillo, Los buses que iban al barrio de las casas lindas. Chicho y Pablo compro- brian que no siempre viajar hacia lo lindo significa un lindo viaje. En plena marcha, en el interior del bus, se dispusieron a cantar. Pero antes de que lo hicieran, un muchachito alz6 la vor. —Muy buenas tardes, sefiores pasajeros. Pablo pegé un brinco y traté de ver, entre los pasajeros. —Lo que nos faltaba —dijo—, la competencia. Chicho también brineé, a su modo. —Buenas tardes, ya? —murmuré apenas—. {Es que se nos pasé otra vez. el almuerzo? Pablo consiguié ver a los dos muchachitos en el pasillo. No eran como Chicho y tantos otros que cantaban en los buses; éran distintos, bien vestidos y de buena presencia. Se habian comprado un instrumento indigena, el que soplaban haciéndolo sonar como una flauta. No 45 oe trataban de burlarse de los nifios cantores; deseaban divertirse y algunos pasajeros miraban con simpatia este show imprevisto. Cantaban y hacian sonar la flauta, Lo ‘nico que no hicieron fue pedir limosna; es claro, no la necesitaban. Elbus se alejaba cada vez.mds del centro de la ciudad y el plan de Chicho y Pablo se estaba esfumando. Naturalmente que la situaci6n no les hacia ninguna gracia a los hermanos. Entonces, Pablo no aguant6 més. —Me gustaria darle un bofeton a ese payaso —rugi. Chicho trat6 de apaciguarlo, pero el mal humor de st hermano echaba vapor por las ventanillas de la nariz. —ZQué no ves acaso como se rie de nosotros? Pablo se abrié, como pudo, camino entre los pasajeros que viajaban de pie y se dirigié al muchachito con la intencién de remecerio, CChicho grits desce atrés. Los muchachitos se quedaron en silencio y algunos pasajeros frataron de intervenir. Ei conductor del bus, alertado del escéndalo que estaba a punto de explotar, aprovechs la luz roja del seméforo ee para dar por conclitido el asunto, Chicho y Pablo se vieron forzados a dejar el bus. Y quedaron abandonados en una avenida muy grande, con doble sentido de transito. El aire era mucho més puro, los 4rboles hermosos y los prados interminables, Hasta sintieron un poco de frio. La cordillera se les venfa encima, como si las nubes la empujaran desde el cielo. Los dos hermanos caminaron en silencio un buen trecho. No sabian dénde se encontraban; tampoco sabian adénde se dirigian. Estaban desorientados. Lo recomendable era rehacer el camino seguido por el bus, asi encontrarian nuevamente el centro de la ciudad. Necesitaban abordar otro bus para regresar, de lo contrario, tendrian que caminar toda la noche para hacer la larga jormada a pie. Y, como regresar con las manos vvacias a la parroquia? :Qué sorpresa le darian al padre Jacques? gCémo explicaria Pablo el asunto de las cucharas? Se habian propuesto colaborar can el comedor de la parroquia, Las casas hermosas de aquel barrio parecian vacias. Nadie en los jardines; apenitas una luz en el interior de alguna habitacin; ar Juz que proventa de otro jardin, al centro del edificio. Siguieron caminando, desalentados, sin rumbo definido. Y encontraron una joven muchacha que barria la vereda con una escoba; recogia las hojas secas caidas de los reciosos arboles. —Seforita, ino tiene algo de comer que nos dé? La joven no levants la vista del suelo y siguio barriendo. Los nifios no pudieron insistir, pues dos perros enormes se les echaron encima y de un salto espectacular Jos tumbaron sobre el césped. Ahf quedaron los hermanos sin poder moverse. La joven dejé de barrer, calmé a los perros con una voz suave, pero autoritaria. Los perros no cedieron, tampoco mordieron, jpor suerte! Finalmente, del interior del jardin, asomé un guardia vestido de azul y con revélver al cinto. —Voy a ver si encuentroalgo que darles dijo la joven, y desaparecié en la casa. Entonces comenzé el interrogatorio. Los perros, con sus lenguas htimedas, obligaban a estarse muy quietos. La voz del guardia intimid6 atin més a Chicho y Pablo. 4B —1Qué hacen aqui? Por qué andan mendigando? :No estarian pensando entrar a robar? {Qué hacen tus padres? {Trabajan? {No? {Por qué estén cesantes? Seguramente son tan ladrones como sus hijos. :Andan armados? {Con cuchillos? {Con piedras? {Son peligrosos? ;Pensaban asaltar a la sirvienta cuando la vieron sola barriendo en Ja puerta? ,Creyeron que estaba indefensa? Pero se equivocan, par de bribones. Aterrados los nifios respondian con la mayor velocidad posible; el sefior guardia podria enojarse y ordenar a los perros que mordieran. Todo parecia espantoso, hasta que regresé la joven con unos paquetes: era sémola y fideos para la sopa y una bolsa desechable con pan afiejo. —Aqui tienen —les dijo la joven—. Ya,

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