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1962

Teoría del Folklore Venezolano


Miguel Acosta Saignes

Muchas limitaciones rodean a quienes trabajan en el terreno de la investigación folklórica


en Venezuela. (…) el menosprecio por tal tipo de actividad, a la cual se niega enjundia por quienes
piensan monopolizar, dentro de otras disciplinas, cuanto sea sistemático y dingo de meditación
científica; la ceguera histórica cuyo producto es la negación de toda actividad no reglamentada
académicamente; la tozudez semifeudal según la cual, cuanto el pueblo hace, piensa y dice, nada
vale, pues no se elaboró dentro de aulas, a las cuales naturalmente no pueden acudir los obreros y
campesinos.

Para algunos, en los medios universitarios, el trabajo de recolección de materiales


folklóricos es labor menuda, actividad de tercer orden, impropio de quienes sean capaces de
remontarse a la altura de la especulación académica.

Quienes así piensan, prolongan en nuestros días el antiguo menosprecio de las “castas
superiores” por los sectores populares: pardos, indígenas y esclavos. (…), deseamos explicar los
motivos por los cuales nos hemos dedicado a recoger, como parte de nuestra actividad en las
ciencias sociales, materiales folklóricos, a presentarlos ordenados, a analizarlos, a solicitar los
últimos rasgos de forma murientes, a acercarnos al pueblo para verlo trabajar y recitar, fatigarse y
cantar; doblarse sobre las semillas y guardar viejos romances; irse hacia los grandes ríos en la
peregrinación estacional del pastoreo y levantar la copla en medio de la polvaredas; sufrir toda
clase de privaciones y rasgar el cuatro para los joropos y los corridos; sentir la mano implacable del
señor semifeudal y decir, en décimas y coplas, la irrenunciable esperanza y la crítica de las
desigualdades que es decisión de continuar una lucha secular por un mínimum de justicia.

El fundamento de nuestra búsqueda está en el conocimiento de la estructura de la


formación económico-social en que vivimos. En toda sociedad estratificada resulta ficticia
cualquier afirmación sobre la cultura global. Los estratos económico-sociales tienen una de sus
expresiones en la distribución desigual de los patrimonios culturales. Mientras los miembros de la
clase alta reciben una educación altamente institucionalizada, mientras sus individuos acuden a
centros docentes organizados, desde el kindergarten hasta la universidad, los trabajadores, y
especialmente los del campo, trasmiten sus patrimonios por vía tradicional, por la palabra y el
ejemplo. Son condenados así a no disfrutar de la extraordinaria riqueza de conocimientos
acumulados por medio de la escritura.

Si cultura es cuanto el hombre crea, no carecen los sectores económicos débiles de


cultura, sino la poseen diferente, transmitida no en forma civilizada, sino primitiva. (…) los obreros
levantan edificios, construyen máquinas complicadas, fabrican toda clase de productos cuya
utilidad sólo conocen de lejos. A cambio de su fuerza de trabajo no reciben obreros y campesinos

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más que jornales y salarios absolutamente indispensables para subsistir con sus familiares. Por tal
posición de inferioridad, hasta hace pocas décadas nadie se preocupaba por averiguar cómo
habían vivido, (…). Los museos han recogido, hasta hace poco tiempo, sólo creaciones de
individuos cultivados dentro de las clases superiores o llegados hasta ellas por el deseo de
compartir riquezas y honores. Sólo el reconocimiento de los méritos de los trabajadores, el análisis
de su papel creador, la compresión de la categoría histórica que es el pueblo, ha conducido a la
creación de museos folklóricos, al estudio de los patrimonios culturales de los sectores
económicos y, por consiguiente, socialmente débiles.

(…). Quedan en nuestros días dos sectores frente a frente: los estratos superiores, cuya
cultura se trasmite por las vías de una educación sistematizada, y los sectores del pueblo, cuya
cultura continúa siendo, como en los grupos primitivos, de índole tradicional. Por supuesto, surgen
innumerables casos de circulación de bienes, como en el de los campesinos venezolanos que
conservan romances castellanos, conocidos en el mundo de los letrados sólo por algunos eruditos.

En la sociedad civilizada, considerada en abstracto como una entidad homogénea y


dividida en la práctica en clases, de vida e intereses antagónicos, el pueblo no sólo conserva
tradiciones, en todos los órdenes, sino realiza creaciones. Sus patrimonios culturales muchas veces
son reservorio de la ciencia que los toma, los clasifica y les da un ordenamiento técnico sobre la
base de los conocimientos de los trabajadores. (…). No es, pues, el campesino un ignorante en el
sentido del desconocimiento de su medio, sino en otros terrenos a los cuales no puede alcanzar.
Pero el hombre de la ciudad resulta tan ineficaz en el campo como el hombre rural en la urbe.

Así, nos colocamos dentro del viejo concepto del folklore formulado por Thoms: es para
nosotros el conjunto de bienes culturales propios de los sectores económicamente inferiores en
las sociedades civilizadas. Ciertos folkloristas esgrimen contra tal concepto una peregrina objeción:
la de su antigüedad. En el fondo, quienes sí arguyen, sencillamente eluden la consideración del
fundamento social del folklore, la desigualdad de las clases. Esta es una verdad social irrefutable y
de ella nace el fenómeno de la convivencia de dos formas de cultura en las sociedades civilizadas.
Una es la de los sectores donde se trasmite por la escritura, con todas las consecuencias que ello
implica. Otro es de quienes deben nutrirse de la tradición y la creación que permanece anónima.

Congruentemente con tal pensamiento, no consideramos como folklore las


manifestaciones culturales de los pueblos indígenas actuales. Sus patrimonios han de ser
estudiados por la Etnología. Otra cosa es la circulación incesante de rasgos entre ellos y sectores
mestizos de la población. Tal fenómeno simplemente sirve para mostrar la inacabable dinámica de
la cultura. Es decir, el folklore, en Latinoamérica, no consta únicamente de patrimonios
estratificados, con raíz en viejos usos españoles, indígenas y africanos. Constantemente recibe
nuevos elementos, asimila rasgos que pueden ser antiguos, pero habrán permanecido fuera del
mundo de las clases, confinadas a las situaciones marginales. Nos parece motivo de confusión el
denominar folklóricos a los bienes culturales de sociedades marginales que permanecen con
estructuras etnológicas antiguas, con gran integridad. El folklore contiene solamente cuanto es

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propio de los sectores ágrafos en las sociedades civilizadas, los cuales viven dentro de la estructura
de éstas y no en los márgenes geográficos o culturales.

Al nombrar a los sectores ágrafos, no aludimos sólo al enorme porcentaje de analfabetos


de Latinoamérica, sino también a quienes puedan haber aprendido a leer en las numerosas
campañas de alfabetización, realizadas durante las últimas décadas, en varios de nuestros países.
No basta aprender a leer por medio de cualquiera de los modernos métodos intensivos. No
termina la condición de analfabetos por la simple magia de poder interpretar algunos símbolos.
Millares y millones de seres continúan viviendo en las mismas condiciones anteriores a su
alfabetización, en cuanto a las posibilidades de continuar estudios, de mejorar ampliamente las
técnicas, de lograr siquiera lo indispensable para subsistir.

El folklorista viene a ser, pues, como una especie de escribano de los sectores ágrafos,
donde la función fundamental de transmitir conocimiento, es a través de la palabra y el ejemplo.
El folklorista recoge, para introducirlos en la corriente histórica, los elementos culturales
conservados o creados por los sectores dichos. De no recogerse este material, se perderían
preciosas informaciones para el estudio de multitud de fenómenos, sobre la dinámica cultural,
sobre los procesos de endoculturación, acerca de los modos de interpretación de la realidad
ambiental por parte de los sectores populares.

(…). Hay verdaderos sabios en cuanto a los recursos de su medio ambiente en las regiones
rurales; existen interpretaciones muy exactas de los fenómenos meteorológicos; se conservan
experiencias seculares y milenarias en cuanto a la siembra, las cosechas, las propiedades de los
suelos; las relaciones bióticas. Todo expresado en forma naturalmente empírica, muchas veces
con arcaísmos desconocidos en las ciudades, pero con penetración y exactitud impensadas por
quienes diseñan la capacidad creadora del pueblo.

No sería posible hallar en una sociedad esclavista, como la prolongada en Venezuela hasta
1854, interés alguno por manifestaciones folklóricas. Sin embargo, a mediados del siglo XIX
muchos caracteres populares especialmente los de origen indígena, atrajeron la atención de
algunos estudiosos liberales. El autor venezolano que usó por primera vez el término folklore, en
forma sistemática y el primero, además, que preparó un libro de esa materia, fue Arístides Rojas.
La palabra folklore se habría empleado esporádicamente, en informaciones procedente del
extranjero antes de uso por Rojas.

Como es bien sabido, durante la segunda parte del siglo pasado fueron muy frecuentes los
escritos sobre costumbrismo, rama considerada en Venezuela como una especialidad literaria. Se
emparenta con folklore por la descripción de modos de vida, usos generales, giros del lenguaje. A
propósito de un libro de esa índole, escrito por Eugenio Méndez y Mendoza y prologado por
Manuel Fombona Palacio, escribía en 1897, en El Cojo Ilustrado. J. Güell y Mercader, desde
España: “Trabajos como el del señor Méndez y Mendoza, son además de amenos y educativos
muy convenientes hasta para la historia de los pueblos a que se refieren. Desde que la historia no
es la recopilación de sucesos puramente políticos y militares; desde que es en ella indispensable la
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contribución de lo que los ingleses llaman folk-lore [sic], descripción de las costumbres de cada
población y de cada comarca, libros como el de que hablo, cuando están bien hechos, constituyen
una labor trascendental y seria…” Es la primera mención que hemos hallado de la palabra folklore
en Venezuela. Como se ve, de un autor español, aplicado a obra de costumbrismo.

En el libro de Arístides Rojas publicado en 1907, después de su muerte, por un hermano


suyo, titulado Obras Escogidas, se encuentra una parte denominada “Contribuciones al folk-lore
venezolano”, la cual apareció por primera vez en realidad en ese volumen, pues no se incluyó en
ninguna de las obras publicadas por el autor. Encontramos aquí las primeras reflexiones de un
venezolano, escritas seguramente en la última década del siglo pasado, acerca de folklore: “La
literatura popular –escribía Arístides Rojas– , la ciencia popular, cuanto se refiere a la historia
íntima de la familia, de la localidad y versa sobre costumbres, usos, creencias, supersticiones,
tradiciones, fenómenos de la naturaleza, dichos, relatos, cantos populares, adivinanzas, refranes,
el porqué de todas las cosas, juegos, augurios, etc., transmitidos de una manera oral de padres a
hijos de generación en generación, es lo que constituye el ramo de los conocimientos humanos
que se llama hoy folk-lore”. (…) Arístides Rojas, no solo fue nuestro especialista inicial en esa
disciplina, sino el primero en concebir un libro sobre tal tema en Venezuela.

En otros párrafos el autor nos cuenta cómo llegó a interesarse por esta disciplina; “Hace
cerca de cincuenta años –explica–, en 1846, que por la primera vez escribimos sobre esta materia,
en las columnas de El Liberal, que redactaba nuestro padre (…). Nuestros escritos versaron sobre
las oraciones religiosas impresas que cargan al cuello ciertos bandoleros de profesión (…) Más
tarde disertamos acerca de los amuletos venezolanos en las columnas de una hojita semanal
titulada Ecos del Ávila, en 1818. Estas fueron nuestras primeras contribuciones al folk-lore
venezolano, sin que entonces nos fuese conocido el nombre genérico que sintetiza hoy, en todas
las naciones civilizadas, el estudio oral de un pueblo. Pero fue más tarde, desde 1852, cuando al
entrar en el ejercicio de la profesión médica, hubimos de fijarnos de manera más acuciosa en el
estudio de los diversos materiales del folk-lore venezolano…”.

Como se ve, Rojas redactaba las precedentes líneas cerca de cincuenta años después de
1846, es decir por 1895. Podemos concluir que por esta fecha comenzó el empleo del término
folklore entre los estudiosos venezolanos pues, poco después, como vimos, se le encuentra por
primera vez en una revista venezolana, en El Cojo Ilustrado, en 1897.

(…). Sí aparece inicialmente la palabra folklore –que Arístides Rojas escribía folk-lore,
siempre con guión- en El Cojo ilustrado, la primera publicación venezolana dedicada en parte a tal
disciplina fue la interesante revista, infortunadamente de vida muy breve, De Re Indica. En el
cabezal, debajo de este nombre, se explicaba: “Órgano de la Sociedad Venezolana de
Americanistas ‘Estudios Libres’. Antropología, Etnología, Lingüística, Folklore, etc.” El primer
número apareció el 20 de septiembre de 1918, bajo la dirección del doctor Julio C. Salas. Sólo
aparecieron cuatro. El último se editó en julio de 1919. Diez miembros constituían el grupo de
“Estudios Libres”: Julio C. Salas, Luis R. Oramas, P. M. Arcaya, Alfredo Jahn, José Ignacio Lares, J. L.

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Andara, Samuel Darío Maldonado, Cristina Witzke, Abelardo Gorrochotegui y Enrique Suárez
Borges. La selección de Folklore, en De Re Indica, estuvo a cargo de J. A. Rodríguez López.

En el mismo año de 1918 se fundó la revista Cultura Venezolana, de la cual fue director J.
A. Tagliaferro. En ella existió una sección llamada “Folklore Venezolano”, en la cual se recogían
coplas, relatos, corridos, etc., hasta después de 1930.

En 1924, el doctor José E. Machado, al incorporarse a la Academia Nacional de la Historia,


como individuo de número, dedicó su discurso a consideraciones sobre el folklore. “En Venezuela
–expresaba al comenzar– no ha tenido auge esta clase de estudios, a los cuales sólo nuestro
eminente historiógrafo el doctor Arístides Rojas dedicó especial atención, aunque otros
compatriotas han escritos especiales monografías, circunscritas a un aspecto de la poesía popular
(…) Por el momento, también nosotros nos ceñiremos a breves notas sobre aquel punto concreto
de folklore venezolano…”

Como es natural, desde cuando se comenzó a usar el término folklore, se han suscitado
controversias acerca de la propiedad de su empleo. Citaremos solamente, como parte de nuestro
brevísimo recuento histórico, el trabajo titulado “Contribución a la Demopedia”, publicado por
Enrique Chaumer en Boletín de la Academia Venezolana de la Lengua, en 1944. “Sorpréndeme -
decía Chaumer- que los mismos que se han dedicado al estudio del folklore ignoren que hay un
vocablo castellano, demopedia, creado por Mariano de Cavia, para no continuar cometiendo el
innecesario anglicismo…”

Otra fecha muy importante para la historia de los estudios folklóricos en nuestro país es la
de 1939, en los meses de junio y julio de ese año, dictó el doctor Eloy G. González el primer curso
sistemático sobre folklore, organizado en Venezuela. Fue incluido en los cursos libres de Extensión
Cultural”, ofrecidos a los estudiantes y al público por el instituto Pedagógico Nacional.

En 1947 se creó la primera institución dedicada exclusivamente al cultivo del folklore


como disciplina científica: El Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales, dirigido por Juan
Liscano, quien creó la primera revista dedicada sólo al folklore, con el título de Revista
Venezolana de Folklore, de la cual aparecieron dos números.

No han sido muchos los cultivadores de la ciencia folklórica entre nosotros. Ya


apuntábamos como una de las causas del escaso interés o del menosprecio por las cosas
populares, la extensión hasta nuestros días de mentalidades semifeudales. (…). Se trata de la
penetración cultural, dentro de la formación económica-social venezolana, por parte de las fuerzas
económicas invasoras que han detentado nuestras riquezas mineras. (…). Toda conquista apareja
una penetración cultural y todos los conquistadores o bélicos, o económicos, acompañan su
dominio por la imposición de normas culturales, por la penetración dentro de la personalidad de
los conquistados, por la propaganda de sus formas de vida, por la intención de romper tradiciones
y cuanto reafirme la conciencia colectiva de un pasado común, fundamento de las modernas
nacionalidades. La penetración cultural extranjera ha colonizado las mentes de muchos sectores.
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Legiones de intelectuales esgrimen, con orgullo, cosmopolitismo frente al interés por lo nacional
que otros cultivamos; se declaran universalistas para no mirar en la entraña explotada del pueblo;
se dicen ecuménicos par ignorar la explotación que tienen junto a sí, (…). Sirven, en definitiva, a
todas las fuerzas anti populares, y quiéranlo o no, sufren de una mente colonizada, a veces por
vías sutiles; en ocasiones, por medios perfectamente contables. (…). Entregan a los invasores, con
el pretexto de remontarse a la altura de los más grandes pensadores, hasta las más humildes
armas intelectuales de resistencia. (…). Y hoy no pueden existir grandes pensadores en los países
latinoamericanos si son capaces de negar nuestra realidad, la necesidad de luchar por el
acendramiento de los valores nacionales; si no son capaces de reconocer las verdaderas líneas de
lucha del pueblo; si son incapaces de comprender la etapa histórica en que vivimos, si no alcanzan
a penetrar en las corrientes sociales indicadoras de próximas y profundas transformaciones. (…) no
pueden hacerlo por su ceguedad cosmopolita, por su empecinamiento en no comprender los
valores culturales del pueblo, por su desconocimiento de la categoría histórica constituida por
éste, (…). El ser del hombre es simplemente un ser histórico, en una época determinada, en un
período cronológico, con características bien propias, y no un ente universal, inaprensible. El
Hombre venezolano de hoy necesita, ante todo, y para poder dedicarse a labores de cultura más
altas, obtener una verdadera libertad económica, imposible mientras no se logre la del país en
total.

Las mentes colonizadas repudian todo acercamiento al pueblo, (…). Esas raíces entre
nosotros provienen de fuentes diversas: la africana y la indígena. Para quienes piensan que no
debe ser llamada cultura ninguna manifestación que no sea trabajo especializado de la inteligencia
o labor propia sólo de la filosofía, nada habrían aportado a la cultura venezolana los indígenas y los
africanos. Pero para quienes pensamos que cuanto el hombre crea es cultura, todo es diferente.
(…); en fin, todo cuanto ha significado labor inicial, creación de alimentos, de viviendas, de modos
de vida, ha sido transmitido por el pueblo. Éste, además ha creado con sus manos las riquezas
fundamentales de las cuales se han nutrido, en lo esencial y en lo accesorio, los sectores que
menosprecian, como en los tiempos coloniales, el trabajo manual.

(…). Vinieron, a través de tres siglos, hasta 1810, trabajadores del campo, artesanos,
individuos especializados en labores pecuarias y en muchos oficios. No venían de un mundo idílico,
sino de una sociedad de clases en la cual existían el desempleo y la miseria, la explotación y la
servidumbre. Y no bastaba llegar a Indias para convertirse en un propietario todopoderoso.
Muchos españoles y también portugueses, vinieron como simples soldados y así permanecieron.
Otros se dedicaron a labores del campo como jornaleros. Si muchos lograron tener a sus servicios
indios y negros, otros muchos nunca alcanzaron fortuna. (…). Hasta hubo soldados y campesinos
españoles incorporados a las cimarroneras, es decir a los conjuntos de negros alzados, a quienes
se unían; indígenas, desocupados, fugitivos de la justicia semifeudal perseguidos por las leyes de
discriminación. Así, no todos los patrimonios culturales de Venezuela se han originado en los
sabios, gobernantes y nobles de España. El pueblo trajo sus especialidades, sus modos de trabajo,
sus sufrimientos, sus técnicas, sus canciones, sus leyendas, sus modos de ver la vida desde los

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sectores humildes. Ágrafos eran en la Península extensos sectores, ágrafos vinieron y ágrafos
continuaron siendo. No poseían otro medio de transmisión de cultura que el de indígenas y
africanos. Los pardos fueron los herederos de los modos de cultura tradicional de gentes oriundas
de tres continentes y quienes, además, debieron adaptarse a las circunstancias ambientales y
sociales de los períodos de la Conquista y de la Colonización.

El sistema semifeudal creado en América, no desapareció con el proceso de


independencia. Los trabajadores continuaron sometidos a condiciones de servidumbre, las
grandes masas permanecieron analfabetas; los gobiernos, desde 1830, fueron expresión de los
grandes propietarios de la tierra. Sólo cuando el petróleo se convirtió en elemento fundamental
de la economía venezolana, aparecieron factores modificantes. (…), los procesos sociales
engendran contradicciones y así surgió el proletariado petrolero, pero lejos de modificarse las
condiciones de servidumbre en el campo, se acentuaron. (…), ésta vino a fortalecer su situación
social. Así, los antiguos sectores ágrafos permanecieron dentro de las formas tradicionales de
cultura. Sólo un corto número de trabajadores, en comparación con las masas todas del pueblo,
aprendió a leer.

¿Qué ocurrió durante este proceso de transformaciones económicas y sociales?


¿Qué pasó con el surgimiento de un proletariado industrial, especialmente alrededor del petróleo,
y en otras industrias en los últimos tres lustros? En el campo ninguna alteración social hubo. Las
masas campesinas y las de los trabajadores en general, continuaron desde el punto de vista aquí
estudiado, en la misma circunstancia anterior, es decir, ningunos factores profundos podían
contribuir a mejorar la vida de las masas. Por el contrario, durante la década concluida el 23 de
enero de 1958, el proceso económico de la acumulación primitiva de capital, despejó como
corresponde a tal etapa, a millares de campesinos, los empujó a los límites de las tierras
cultivables, los obligó a trasladarse, desposeídos, a la periferia de las ciudades, a formar parte del
ejercito industrial de reserva. Un proceso cien veces visto en el desarrollo del capitalismo, se
produjo con iguales caracteres generales en Venezuela.

Al señalar el 23 de enero de 1958 (…). Sólo empezó otra etapa del mismo proceso de la
acumulación primitiva, ahora profundamente interrumpido en su significado de estructuración
nacional, por la penetración de renovadas fuerzas económicas invasoras. Por todo esto las
condiciones generales del pueblo no han mejorado hasta el punto de modificar los modos de
transmisión de su cultura y no ha tenido acceso a las fuentes de la educación sistematizada en la
medida necesaria para que se produjesen hondas modificaciones en los modos tradicionales de
transmisión de conocimientos. Los factores incidentes, para modificar la cultura tradicional del
pueblo, han sido adversos. Aquí aparecen de nuevo las fuerzas invasoras de la economía,
manifiestas en modo de comunicación cultural que, lejos de coadyuvar a la conservación de
cuantos conocimientos significasen mantenimientos de un sentido nacional, han contribuido a
destruir y desorganizar patrimonios. Aquí figuran las transmisiones de radio, los aparatos
mecánicos, tocadiscos, las películas televisadas, las tiras cómicas y el cine en general.

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Teóricamente, los sistemas modernos de difusión de cultura, como la radio y la televisión,
sirven para modificar en beneficio de todas las circunstancias de aislamiento y para superar en
cierto modo la incapacidad para la lectura. Pero esto es únicamente la teoría benévola, el ideal
inalcanzable. En verdad, en nuestro país la radio y la televisión, en su mayor parte, están
funcionando en sentido opuesto. Lejos de contribuir al mejoramiento de la cultura, tienden a
destruir cuanto valores tradicionales existían y aún sobreviven; lejos de aportar enseñanzas
valiosas, tienden a la destrucción de la conciencia nacional. Esto significa, desde luego, que desde
el punto de vista intelectual, cada locutor o cada artista, o cada trabajador, sea en lo personal
responsable. Se trata del sistema que se expresa a través de esos medios de difusión. Tomemos un
ejemplo bien demostrativo: las películas del Oeste.

(…). Esto no es el cine apropiado para los jóvenes latinoamericanos. Porque nuestros niños
viven en un continente a medias todavía indígena; no pueden aprender que es justo el genocidio
con armas modernas, de indígenas armados de flechas; ni se justifica el ataque a ellos cuando
aprendieron a manejar los fusiles suministrados por los propios conquistadores. Nada pueden
obtener nuestros hijos de la violencia presentada como sistema. No tenemos lejanos Oeste entre
nosotros; ni aspira ninguna de nuestras naciones a conquistar por la fuerza a otras sociedades.

Tampoco prestan colaboración formativa los llamados grupos o espectáculos folklóricos


usuales en la radio y la televisión. El folklore es creación popular, no de individuos ni de grupos
bien conocidos. Que éstos a veces aprendan los modos de interpretación popular o se inspiren en
ella es otra cosa. La comercialización del llamado folklore ha contribuido a calificar como folklore a
todas esas manifestaciones musicales capaces de conducir más bien a un repudio de lo folklórico
por la falta de gracia y de gusto frecuente en ellas. El folklore no se puede exhibir por televisión a
menos que se traigan grupos que lo practiquen en sus lugares de origen. Cuando se convirtiese tal
procedimiento en permanente, para ciertos conjuntos, ya éstos dejarían de ser propiamente
folklóricos. Estarían dentro de un ámbito de mercancías, donde las creaciones populares no llegan
con espontaneidad, carácter también del folklore. Este en realidad no se enseña en escuelas, ni en
espectáculos. Es respetable porque significa los modos de vida del pueblo; sólo puede usarse
como punto departida para creaciones cuya raíz esté en lo popular, no para burdas imitaciones.

(…). Estos, lejos de intentar un conocimiento realmente verdadero de nuestro de folklore,


para crear productos valiosos, derivados, incorporan modos de actuación extranjeros a los
espectáculos luego presentados como folklóricos. Responsabilidad de quienes dirigen las
actualizaciones y de quienes pagan programas que, con el pretexto de ser venezolanos, resultan
profundamente antinacionales. Como resultan de falso nacionalismo, otros, presentados por
empresas sólo interesadas en explotar nuestras riquezas y entre sus pretextos de acercamiento a
Venezuela emplean cuanto presumen atractivo.

La propaganda intensa en los ámbitos de la radio y la televisión tiende a convencer a los


venezolanos sobre la propiedad de reemplazar las tradiciones, de sustituir las costumbres, de
alterar todos los patrones tradicionales. ¿Cuáles deben reemplazarlos, según los conquistadores

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económicos? Pues patrones principalmente norteamericanos: los niños deberán sentirse cowboys
y no llaneros; (…) transformarse en astros de cine o de televisión y olvidar que estamos urgidos de
especialistas en el campo.

Toda la gente humilde comienza a sentir como inútiles sus tradiciones. Si en algún caso lo
son, en otros, por el contrario, constituyen un fundamento creador. No se trata aquí de una
defensa irreductible de cuanto sea viejo, tradicional, antiguo. No. Pero recordemos los valores
nacionales de cuentos, canciones conocimientos generales, alimentación, ínsitos en la cultura
folklórica. (…). En grandes regiones campesinas en lugar del reemplazo obligado por los
anglicismos, se guardan formas del castellano, arcaísmos, conocidos sólo por eruditos y a veces
empleados como elegantes formas literarias por los escritores; se mantienen tradiciones relativas
a la conquista, a la independencia; se han conservados leyendas nacidas de las realidades
nacionales o regionales. Pero todo esto tiende a desaparecer, no sustituido por un inevitable y
normal dinámica de todas las culturas, sino por productos concebidos especialmente para destruir
los valores tradicionales que reafirman la nacionalidad.

El individuo amnésico es inútil para la sociedad. Quien todo lo ha olvidado y nada puede
recordar, nace, como si dijéramos, cada minuto. (…). Le falta el recuerdo coordinador de sus
experiencias; el hilo creador de la personalidad, el sentimiento de continuidad y, por consiguiente
de afirmación en el espacio y en el tiempo. Ocurre lo mismo con un pueblo sin tradiciones. Buscará
a cada paso orientarse por signos actuales, deberá ser guiado, como el amnésico; carecerá del
sentido de la historia en común, de la base de los sentimientos nacionales. Los pueblos que
abandonen su folklore se colocan en ese camino. Y esto lo saben muy bien los técnicos sociales de
los países invasores económica y culturalmente. La desorganización de la personalidad colectiva
obedece a directivas bien concretas, procedentes de fuera, organizadas a través de todos los
medios de difusión y, más gravemente, a través de radioemisoras y televisoras. (…) la mayoría de
quienes trabajan en forma inmediata en esta labores, ignoren el resultado social, pero no es
menos cierta la existencia de un grupo de responsables cabalmente conscientes de sus propósitos.

Sustituir el joropo, baile nacional, por un híbrido de otros varios bailes nacionales que se
conservan sanamente en sus respectivos países; alterar el sentido de fiestas populares y
ceremonias; llamar folklore a la divulgación musical y a espectáculos de autores bien conocidos y
productores a escala comercial, es simplemente contribuir a una funesta labor de fondo: la
destrucción de raíces nacionales. Porque lo son sus alimentos (…); sus leyendas (…); sus imágenes
nacionales, que contribuyen a la estructuración de la personalidad venezolana y al mantenimiento
de lazos que deberían de ser indestructibles.

Son imágenes nacionales la personalidad de Bolívar, la de Páez, en el ámbito histórico; en


el campó geográfico, el Llano, la Guayana, los Andes, el Orinoco; en la alimentación, la hallaca, la
hallaquita, la arepa, el jojoto; en literatura oral, Tío Tigre y Tío Conejo; en la escrita; Cantaclaro,
Santos Luzardo; en las leyendas, el Tirano Aguirre, la Mula Maniá, la Llorona, etc. Pero los comics,
las revistas de muñequitos, como se dice entre nosotros, han reemplazados para los niños a las

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novelas de Gallegos; La Ilíada de nuestros párvulos está constituida por los suplementos
dominicales; Aquiles ha sido suplantado por Súperman, (…).

(…). No toda forma antigua fue mejor. Pero para sustituir unos modos de vida por otros,
unas formaciones psicológicas por las que se basen en nuevas concepciones creadoras, no se
puede comenzar por destruirlo todo, por dejar vacías las personalidades, por desarraigar de las
colectividades cuanto significó para ellas valores tradicionales, (…).

En los últimos años, un corto conjunto de investigadores se ha propuesto rescatar lo


rescatable. Desde luego, mucho se ha perdido ya. Nosotros hemos tratado de reunir materiales de
muchas formas a punto de morir. Unas han desaparecido o están a punto de borrarse, por el
influjo de aquellas propagandas dirigidas a destruir las bases de una personalidad nacional;
algunas inevitablemente están condenadas a desaparecer, para dar paso a otras, (…); pero aún en
los cambios deberán incluso utilizarse formas tradicionales, que lejos de desaparecer, se juntan
con nuevas formas de cooperación creadas por la humanidad.

Ningún folklorista, antropólogo, sociólogo, podría regocijarse con el estancamiento de la


vida cultural. Pero justamente hay quienes, fuera de esas disciplinas actúan, no como
observadores interesados en los naturales procesos de transformación, sino como guías
conscientes de la destrucción de formas indispensables para la continuidad de la personalidad
nacional. El folklore posee patrimonios universales, producto de las transculturizaciones
interminables propias de la humanidad. Más las transculturizaciones inducidas ya ni pueden
regocijarnos, ni podemos contemplar impávidos las falsificaciones presentadas como genuinos
productos populares.

Toda transformación progresiva sea bienvenida, cuando nace de nuevos modos de vida. Si
una revolución agraria hiciese desaparecer modos de vida tradicionales, para reemplazarlos con
otros mejores, deberíamos celebrarlo. Pero no la sustitución de todo el acervo tradicional por
modos no sólo extranjeros, sino incompatibles con los ideales venezolanos y con las formas
aconsejables para nuestras características y para el período social en el cual vivimos. Todo país
tiene el derecho a escoger su destino histórico y nuestras naciones poseen el ineludible deber de
salvaguardar cuanto signifique una fuerza creadora un impulso para el trabajo futuro, un acervo
para el mantenimiento y acendramiento de la personalidad nacional.

Dentro de todo eso actúa el folklorista: algunos como simples recolectores de aspectos
que le agradan; otros como verdaderos científicos, para aportar datos a la historia de los procesos
de contacto y a los estudios de la cultura y de la dinámica social; otros como investigadores
conscientes de los plenos valores de la creación popular, con la clara convicción de obtener
materiales de gran valor, hasta ahora por lo general menospreciados, materiales lleno de
significado, no por el simple hecho de ser tradicionales, sino por testimoniar el ingenio, la gracia, la
atingencia, la capacidad creadora del pueblo.

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