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UNIDAD 1: El sufrimiento humano, saberes y prácticas

Peresson, F. (2013) - “Las psicoterapias hoy”

La serie de las psicoterapias son una sumatoria de intervenciones o de procedimiento, de


técnicas o métodos tan diferentes entre sí, tan disímiles en lo que hacen a sus fundamentos
como así también a los fines buscados por cada uno.

El requisito de lo presencial, hasta no hace demasiado tiempo algo común en todas ellas, el
estar ahí como condición de posibilidad de lo psicoterapéutico está dando paso a la moda:
la consulta y el tratamiento pueden ahora realizarse “in absentia o in effigie”, o sea vía
on-line.Este posible campo, serie, se presenta más caracterizado por la diversidad, por la
variedad y por otra parte siempre abierto a la novedad. Esta diversidad muestra que los
fines buscados por cada procedimiento tanto se oponen como se contradicen unos con
otros.

Si nos referimos a los orígenes de cada uno de los procedimientos “psicoterapéuticos”


vamos a encontrar que algunos se sitúan dentro de la racionalidad científica, otros en
cambio por fuera de estos parámetros. Tampoco encontramos un denominador común si
nos referimos a los procedimientos que hacen a la legitimación de sus prácticas.
Este im/posible campo de “la psicoterapia” suele ser presentado como un campo de
combinaciones que tiende a la unificación. La operación que lo hace posible se denomina
“integración”. La relación entre diferentes prácticas se caracteriza por su absoluta
incongruencia. No hay “la psicoterapia”, no tenemos una práctica unificadora que sea el
resultado de una articulación rigurosa de nociones y métodos que hubieran derivado en un
marco teórico conceptualmente lógico y coherente. Esta diversidad, definida por Peresson
como incongruente, muestra que plantear que las psicoterapias constituyen un conjunto
homogéneo no es más que un síntoma ilusorio.

El discurso médico
En el corpus hipocrático, la enfermedad pasa de ser considerada como posesión
demoníaca o castigo divino a un desarreglo de la naturaleza propia del cuerpo. Esta primera
tekhne se funda a sí misma como arte sin palabras, como práctica técnica en silencio, sobre
todo se propone silenciar la palabra del enfermo, “se abandona el poder de la palabra por el
poder de la mirada”. El nuevo objeto es la physis, el nuevo método es la mirada.
Saber del órgano
La segunda consideración atañe a la medicina del órgano, este saber médico se basa, no
en un sujeto que habla acerca de lo que padece, sino en lo que los médicos suponen que
es un lenguaje intrínseco de los órganos, natural de los órganos. Lo que se logra es borrar
paulatinamente al enfermo. La medicina pasa a ser una disciplina que trata órganos
enfermos, y no a sujetos enfermos. Más aún, todo lo que el enfermo pueda decir de su
enfermedad, todo lo que pueda contar de su sufrimiento, se transforma en obstáculo para el
saber médico.

Psiquiatría, manicomio y curas morales


Foucault muestra cómo la locura se transforma en enfermedad mental, y como la
enfermedad mental tiene su interlocutor, su Amo Absoluto, que es el psiquiatra. Pinel es el
que le “inventó” al loco su propia morada. Sin embargo, el manicomio es más que una casa,
es un tratamiento. Este es el momento de la psiquiatría que también se caracteriza por
haber puesto en funcionamiento una serie de “tratamientos morales” para el enfermo
mental.

Desde el psicoanálisis
El psicoanálisis ha generado un espacio que habilita el ejercicio de la psicoterapia.
En el principio era el verbo. El propio Freud relata el caso de una paciente tratada por uno
de sus maestros, (Anna O. - Breuer, 1880). Una de las primeras técnicas que adopta es la
hipnosis con catarsis. El nombre que le pone la paciente a su tratamiento es “cura por la
palabra”. Es un tratamiento que se basa en aquello que la paciente puede rememorar
acerca de su padecimiento, de esta manera esta inicial psicoterapia toma al síntoma como
el relato de un acontecimiento traumático y olvidado.

El Charcot de Freud
Las psicoterapias modernas tienen, según Peresson, un punto claro de inicio que es la
hipnosis de Charcot. Esta debe entenderse como una condensación de dos experiencias
del joven Freud, su transferencia con Charcot y el valor que una técnica adquiere por esa
misma transferencia. Si bien se inicia con la hipnosis de Charcot, la psicoterapia moderna
se funda con Freud. Charcot destaca la importancia del acontecimiento en la provocación
del ataque histérico, y el acontecimiento tiene que ver con la relación del sujeto con sus
circunstancias de vida, es por esta razón que la eficacia traumática del acontecimiento no
es el resultado de la lesión del órgano. Así, cuestiona lo anatomopatológico, toda una serie
de nociones y conceptos que conforman el saber médico de la época.
La hipnosis y el acontecimiento en la histeria, no son dos hallazgos destinados a hacer la
historia de la psiquiatría; si son en cambio el punto de partida fundamental para Freud.
Freud no propone solamente otra práctica terapéutica, sino que funda una teoría del
psiquismo humano que podríamos denominar teoría del sujeto del inconsciente, de la cual
se desprende una forma de intervención terapéutica.

El moderno tratamiento anímico


En “tratamiento psíquico (tratamiento del alma)”, Freud dice que “tratamiento psíquico
quiere decir, más bien, tratamiento desde el alma… un recurso de esa índole es sobre todo
la palabra, y las palabras son, en efecto, el instrumento esencial del tratamiento anímico”.
Este texto propone algunos principios nuevos y necesarios para definir un procedimiento
como psicoterapéutico: la relación terapéutica es parte de la cura, lo anímico influye y afecta
lo orgánico, la cura es por y mediante la palabra, el neurótico no es un órgano enfermo, el
tratamiento del síntoma es psicoterapia. La terapia psicoanalítica, cono análisis, llega a roer
lo real del síntoma, allí donde los avances farmacológicos solo logran, a veces,
enmudecerlo.

Tres enfoques, tres perspectivas, tres discursos o hasta se podría decir, tres paradigmas.
Psicología, psiquiatría y psicoanálisis, tres maneras de plantear la enfermedad y la cura, y
lo que va de uno a lo otro: la terapéutica. Esta presentación parte de tomar en cuenta lo
que se podría definir como las posiciones iniciales y básicas de cada uno de ellos.
Tenemos una terapéutica psicológica que se distingue por el cambio, entendido como
proceso de aprendizaje, ya sea que el cambio consiste en la experiencia del insight o el
descondicionamiento de conductas.

Tenemos una terapéutica psiquiátrica que se basa en el fármaco para el órgano, como así
también en las adecuaciones morales que requiere cada época.
Tenemos una terapéutica psicoanalítica que atiende al síntoma y su interpretación, al uso de
las variaciones transferenciales, sosteniéndose en el siguiente principio: el sujeto sabe más
de lo que dice. Diferenciamos acá lo que podríamos denominar “el análisis” en el sentido
estricto del término, dado que a entender de Peresson este apunta a algo más allá de la
terapéutica del síntoma, este “más allá” fue planteado por Freud como una revisión de los
fantasmas originarios para encontrar como se ha fijado el neurótico frente a la castración

Lagache, F. (1985) - La unidad de la psicología


2. Daniel Lagache: la unidad de la psicología y la teoría general de la conducta
En 1936 Edouard Claparede planteaba su preocupación por lo que consideraba un atraso
de la psicología respecto de otras disciplinas. Afirmaba: “no hay varias físicas ni varias
químicas, del mismo modo, no hay, o no debería haber más que una sola psicología”.
En ese contexto, en 1949, Daniel Lagache planteará su programa de unidad para la
psicología, considerando a la conducta como su objeto indiscutible.

Su proyecto implica conciliar lo que para él son los dos grandes enfoques de la psicología:
el naturalista y el humanista. No obstante, a la hora de ver de qué manera estos enfoques
se plasman en la práctica, no le resulta sencillo encontrar alguna corriente que respete
todos los postulados. Por un lado, ni siquiera el conductismo se ajusta a los requerimientos
del naturalismo. Tampoco lo hace la psicología experimental, que a partir de la teoría de la
Gestalt se centra en el estudio de las totalidades estructuradas. Por la otra parte, en el
bando humanista, la situación es similar: la psicología fenomenológica descree de lo
inconsciente, y el psicoanálisis apela a leyes y explicaciones causales.
Lagache interpreta estos conflictos y puntos de cruce entre naturalismo y humanismo como
un momento dialéctico de la historia de las vidas en la búsqueda de la verdad. No habría
ninguna cuestión real que permitiera dar la razón a uno u otro grupo, sino más bien habría
que buscar una síntesis más abarcativa que los englobará a los dos. A partir de allí, su
proyecto superador, siempre esbozado pero nunca concluido, de unificar la psicología
partiendo de una teoría general de la conducta.

La conducta como objeto de la psicología: organismo, personalidad y situación


En su definición del término conducta se presenta la complejidad y heterogeneidad de las
referencias teóricas a las que apela Lagache. Sostiene que “la conducta es el conjunto de
operaciones, materiales o simbólicas, mediante las que un organismo tiende a realizar sus
posibilidades y a reducir las tensiones que amenazan su unidad y lo motivan”. En primer
lugar es evidente la perspectiva funcional de esta definición, que pone de relieve la
adaptación del organismo a su medio. También es evidente su filiación con el conductismo
molar, ya que se considera el “conjunto de operaciones” y no las reacciones aisladas. No se
limita a observar los aspectos exteriores y materiales de la conducta, sino que incorpora la
dimensión simbólica.

En este sentido, la conciencia se reintegra al campo de la psicología como un tipo de


conducta o como uno de sus momentos significativos. Pero el problema de la significación
no se resuelve por referencia a una teoría de lo simbólico, sino en relación con la
adaptación. El significado de conducta es la propiedad de reducir las tensiones que
amenazan la integridad del organismo y de permitirle realizar sus posibilidades. La
estructura del organismo es también resultado de su historia, por lo que Lagache la
equipara al concepto de personalidad. El eje diacrónico abre también a una consideración
genético-evolutiva en la que es importante destacar toda una línea de referencias que se
remonta a Bergson, con su invención de los esquemas sensorio-motrices, pasando por
Wallon y Piaget. Personalidad y organismo serían conceptos co-extensivos, sólo habría
entre ellos diferencias de enfoque y terminología pero no diferencias específicas que
resistan un análisis de fondo desde el punto de vista de la conducta.

Psicología experimental, psicología clínica y conducta


Para Lagache la disputa entre experimentalismo y humanismo es únicamente metodológica,
ya que abordan un objeto común que es la conducta.
Al humanismo le correspondería el método clínico y el naturalismo se valdría del
experimental. La psicología experimental sería la más rigurosa y eficaz, por su control de las
variables y técnicas de laboratorio. Aunque su limitación sería la imposibilidad de traspolar
este tipo de abordaje a la psicología humana.
La psicología verdaderamente apropiada pata el abordaje del hombre en situación es la
psicología clínica. En esta psicología es posible encontrar los rastros de su formación
médica en la psiquiatría dinámica (Bleuler, Jaspers, Blondel, Malinowski), por el otro, de su
formación filosófica y fenomenológica (Jaspers, Sartre).
Por último, Daniel Lagache se identificará con el psicoanálisis hasta su muerte en 1972. Ya
en 1945 Lagache “desmedicaliza” y “despsicopatologiza” la clínica, situándola en el seno de
la psicología y orientándola hacia el hombre normal.

La psicopatología clínica se nutre de la psiquiatría, pero su objeto rebasa al de la patología


mental: no es el hombre enfermo, sino la vida del hombre en conflicto, en un enfrentamiento
polémico con la realidad y consigo mismo. Se ocupa de las maneras de ser (más cerca del
existencialismo y de la fenomenología) y de reaccionar (adaptadas como inadaptadas) de
un ser humano concreto y total frente a una situación, es decir, se ocupa de la conducta.
En 1949, la psicología clínica queda definida para Lagache en estos términos: “es
esencialmente una disciplina
psicológica basada en el estudio profundo de casos individuales, es el estudio de la
conducta humana individual y sus condiciones (herencia, maduración, condiciones
fisiológicas y patológicas, historia de vida), el estudio de la persona total en situación”.
El instrumento específico de esta psicología es la interpretación comprensiva. Aquí toma el
célebre binomio jasperiano comprensión-explicación, reservando el término comprensión
para la formulación de los tipos ideales (relaciones generales en términos de las cuales
deben interpretarse las conductas concretas).
Psicología clínica y psicoanálisis: del análisis del inconsciente al análisis de la conducta
Lagache es un pionero en la inserción del psicoanálisis en la universidad, un medio que, en
Francia, siempre le había sido hostil. Tiene éxito en esa tarea que implica por un lado poder
impartir una formación psicoanalítica completa en la licenciatura en psicología, por otro,
lograr que los psicólogos puedan practicar el psicoanálisis sin ser acusados de ejercer la
medicina de manera ilegal. A la larga, logra ambos objetivos. Lagache no vacila en romper
con la ortodoxia médica de la Sociedad Psicoanalítica de Paris en 1953 y en fundar la
Sociedad Francesa de Psicoanálisis (de la cual es elegido presidente).
En ese contexto en que la psicología se define como ciencia de la conducta, para Lagache
ya es hora de que el psicoanálisis aceptes sus progresos. Hablar de inconsciente implica
sustantivar un adjetivo: el inconsciente no es una sustancia, sino una cualidad de ciertas
conductas. En consecuencia, la hipótesis que sostiene la existencia de una “mente
inconsciente” no sólo es inexacta sino que es inútil para el estudio de conductas concretas.
La psicología aporta el concepto de personalidad, que supera a la dupla
conciencia-inconsciente, ya que permite dar cuenta de la adaptación al medio.
Así es como el inconsciente y otros conceptos centrales del psicoanálisis son redefinidos no
en relación a una psicología del yo, sino a la psicología de la conducta y las teorías del
aprendizaje. El punto de vista dinámico se basa en el conflicto de un organismo que intenta
adaptarse a su medio, y ya no es originado por la represión de representaciones sexuales
inadmisibles para la conciencia (ya no existen la conciencia ni el inconsciente como
instancias psíquicas). La neurosis entonces no sería más que una mala adaptación.
Como conclusión general, Lagache opina que el hecho de que dos disciplinas tan
heterogéneas, investigando sobre diferentes materiales y utilizando técnicas distintas hayan
sin embargo llegado a principios explicativos “prácticamente idénticos”, significa que, en
realidad, la psicología experimental y la psicología clínica abordan distintos aspectos de un
mismo objeto. Mientras que la primera se dedica a las conductas segmentarias, la segunda
enfoca las conductas molares.

Psicología social: conducta, grupo y campo psicológico


Partiendo de la base de que todo organismo se encuentra “en situación” y que, de todas las
situaciones, las sociales son las determinantes para la constitución de la personalidad, el
autor llega a la conclusión de que no hay individuo sin interacción con el entorno familiar,
por lo que su desarrollo puede definirse como un proceso de socialización. En este punto
aparece una doble referencia; por un lado, al interaccionismo simbólico, y por el otro, a la
teoría del campo psicológico de Kurt Lewin.
El concepto de campo psicológico implica una representación global que integra las
nociones del medio y al organismo. Desde esta perspectiva la conducta se definiría a partir
de las transformaciones del campo psicológico que tienen por agente al organismo. Lo que
“pone en movimiento” al organismo es la motivación, un estado de disociación y de tensión
determinado por necesidades que, al estar mediatizadas por la cultura, dejan de ser
imperativos de la naturaleza.
El psicoanálisis también tiene aquí su lugar, ya que a Lagache le parece necesario articular
los determinantes sociales con los relativos a la historia individual. La obra de Pieron nos
permite ver cómo, desde principios de siglo, una vertiente de la psicología francesa situaba
la conducta como objeto de la disciplina. Sin embargo, la concebía en términos muy
distintos de los empleados por el conductismo, apartándose de él, entre otras cosas, en la
consideración otorgada a la conciencia y la fisiología.
Luego vemos a partir de Daniel Lagache, la importancia de no partir de la oposición
antitética de conceptos como hacía la psicología clásica, sino de la interdependencia de las
realidades que supuestamente les correspondían. Si Lagache no logró articular una teoría
general de la conducta de manera sólida y convincente, no puede negarse que su proyecto
de unidad haya tenido el valor de un llamado a cerrar filas frente a la eterna crisis de la
psicología.

Peresson, F. (2020) - Cap. 4: La operación psicoterapéutica y su tiempo


Abordamos al ser humano en el momento en que nos demanda una intervención sobre su
malestar, a ese ser humano lo describimos con el significante $ (sujeto barrado), un sujeto
dividido, en este caso por su síntoma. También se puede decir de la siguiente manera: el
sujeto dividido no termina de saber porque sufre.
La intervención psicoterapéutica se dirige a hacer algo con ese síntoma, dos posibilidades:
a) intentar resolverlo, b) intentar eliminarlo. Estos dos caminos, resolución o eliminación,
marcan las dos grandes orientaciones de las psicoterapias actuales.
La psicoterapia es una estructura formada de elementos diferentes que se articulan entre sí:
1) Dos posiciones básicas con lugares diferenciados y relacionados,
2) Reglas de funcionamiento en base a: la asociación libre, o a responder a objetivos
acordados, etc.,
3) Un vínculo nuevo, que es conocido como transferencia o sugestión (empatía, raport),
que vincula a las dos posiciones. En relación a éste hay tres posiciones
psicoterapéuticas posibles: a) ignorarlo siguiendo el modelo del científico que busca
no interferir en el experimento, b) usarlo como un poder para conseguir algún
objetivo terapéutico, o c) dilucidarlo.
En función de cómo se lo defina va a resultar la intervención terapéutica que se
ponga en marcha.
4) Otro componente, un relato. Quiero resaltar el “un” porque cada paciente se va a
convertir en alguien único como resultado de la historia que hace de su vida, autor y
destinatario de una novela familiar íntima y singular.
5) El acto terapéutico. Lo que llama “operación terapéutica”, que tiene algo del armado
ficcional. El acto psicoterapéutico moderno tiene como fundamento la palabra del
terapeuta como único medio para incidir en lo real del síntoma. La palabra si es una
interpretación, se dirige a deshacer lo traumático que se manifiesta en el síntoma.
Es un acto en el que se intercambian palabras y es a partir de lo que se dice, y lo que se
escucha de lo que se dice que se engendra la experiencia de la cura, que consiste en incidir
directamente sobre el núcleo traumático para que algo se modifique. El psicoanalista espera
que el sufrimiento del paciente no sea mostrado, sino dicho, que lo experimentado como
sufrimiento pueda ser hablado para otro.
La experiencia freudiana el mostró al mundo que la palabra hace al sujeto, es decir que el
ser viviente se humaniza sólo si hay un otro que lo desea y le habla, que no hay vida
humana por fuera del orden que instituye la palabra. Esto es lo esencial de la cura analítica,
y lo que llevó a lacan a explicar “en el ICC hay que ver los efectos de la palabra en el sujeto,
por cuanto estos efectos son tan radicalmente primarios que propiamente son lo que
determina el estatuto del sujeto como sujeto”. Por lo tanto, la palabra como la piedra
fundante del sujeto.

Lo psicoterapéutico en su época
Cualquier operación psicoterapéutica está inscripta en un determinado momento histórico,
cultural y político.
Los humanos están moldeados por su deseo ICC, singular y propio de cada uno, y también
por los prototipos subjetivos de cada época, de un modo estandarizado de desear y gozar
para todos (todos quieren alcanzar lo mismo).
El discurso social, implanta un modelo de subjetividad que queda interferida por lo
sintomático de cada uno. Lo sintomático no termina de encajar en los prototipos subjetivos
propios de cada contingencia histórica, por lo cual hay una tensión permanente que suele
dar lugar a dos fenómenos: hay sujetos con una disposición -sintomática- a la adaptación y
hay sujetos con una disposición -sintomática- al aislamiento.
Si la relación entre lo sintomático singular y lo subjetivo estandarizado es siempre
problemática, una de las cuestiones a ver es: ¿dónde está lo normal, en el espectro que va
desde la adaptación al aislamiento dónde debería estar lo normal?
Una posible respuesta: lo normal es un clise propio de cada época, es el clise que le queda
cómodo a los juegos del poder de cada época.

Neoliberalimo/neomalestar
En la historia de las civilizaciones se distingue especialmente la Modernidad porque la
misma fue delineada por dos estructuras que aún nos determinan: el capitalismo y la
democracia. La estructura Económica y el sistema Político requirieron para su
funcionamiento que las relaciones humanas se transforman en relaciones horizontales entre
semejantes. En su tiempo fue una concepción no solo novedosa sino inclusive
revolucionaria, porque se da un pasaje de una sociedad estratificada en estamentos
cerrados, jerárquicos, a una relación social igualitaria.
Esta concepción de lo humano dio lugar a una nueva ideología, la ideología de la igualdad.
Lo social se ordenó en torno de la igualdad entre los semejantes, pero también alrededor de
algunos significantes amo (S1) como el respeto al padre y a las figuras que representan la
autoridad, al matrimonio heterosexual, al ciudadano educado, al trabajador responsable, a
la mujer que se entrega a la maternidad, y algunos otros valores. Este ordenamiento se
convirtió en el emblema de la normalidad.
La normalidad fue un valor que se impuso mediante complejos dispositivos de regulación de
las relaciones sociales: discursos morales, una doctrina jurídico-psiquiátrica, reglamentos
administrativos, y por supuesto de leyes generales y de una red de instituciones normativas
y correctoras de conductas.
Entonces, ciertas conductas son instituidas como signos de “normalidad” que estimulan la
configuración de la subjetividad alrededor de algunos comportamientos estandarizados.
En nuestros días, el llamado “neoliberalismo” en tanto doctrina caracterizada por la
centralidad del “mercado”, la preponderancia de lo financiero, la reducción del Estado, la
flexibilización laboral, auge del consumidor (¿fin del ciudadano?), y una generalizada
estandarización subjetiva.
El neoliberalismo propone lo que llama una “individualidad estandarizada”, lo “vivible” cada
vez más limitado a consumir los objetos que el mercado impone (saciar su demanda), a
amarse a sí mismo por sobre todas las cosas (toda la libido volcada al narcisismo), a ser el
hacedor de su propio éxito (éxito o fracaso), a autoimponerse metas para alcanzar el éxito
(el superyó siempre demanda), a adoptar una serie de “programas” que le permitan sacarle
el juego a cada instante del día. Sujetos en los cuales la instancia yoica predomine sobre el
deseo.
En relación a la palabra “neomalestar”, Freud proposo el término “malestar” para explicar la
articulación entre el sujeto y la cultura, ¿qué implicaba esa articulación? para el sujeto no
otra cosa que una renuncia forzada por algunos dispositivos culturales que reprimen, de
diferente grado, a la satisfacción pulsional. Hay satisfacción, sí, pero siempre es parcial.
En la obra de Freud el superyó operaba decisivamente como instancia represiva y como
instancia propia de la función paterna, lo cual daba lugar, paradójicamente, a que cada
sujeto tuviera alguna orientación en su vida, porque cada uno por lo menos sabía lo que no
debía hacer. Ahora bien, el siglo XX mostró de diversas maneras una relativización de la
función paterna, un desdibujamiento o si se quiere una declinación del poder simbólico del
padre. Entonces, los humanos en su drama contemporáneo: cierta errancia del sujeto por la
carencia o ausencia o humillación del padre. Para Lacan es esta “caída” del padre, la que
explica en gran medida la neurosis contemporánea.
Por amor al padre ideal se aceptaba lo que este prohibía que era ponerle freno a la pulsión,
cuando el padre se desdibuja como ideal regulatorio entonces lo que manda es la demanda
pulsional, podríamos decir avalada por el superyó que siempre requiere algo más del sujeto.
En la estructura psíquica el superyó es la exigencia que siempre interpela al sujeto, le hace
presente al sujeto una demanda que éste debe acatar: exige reprimir más y más, o exige
más y más satisfacción.
Tendríamos dos consecuencias clínicas: el padre idealizado que mediante la instancia
superyoica prohíbe predominan en las neurosis los rasgos inhibitorios (no puedo hacer lo
que quiero), el superyó sin la regulación del padre exige más y más satisfacción pulsional,
predominan en las neurosis los rasgos desinhibitorios (hago lo que quiero).
La conocida frase publicitaria “compre ya”, es un ejemplo palpable donde se puede apreciar
que la (in) satisfacción pulsional debe ser permanente, para lo cual hay que aplastar al
sujeto con el consumo, suministrando un objeto tras otro. No hay otra regulación que no sea
esa, es decir, no hay una instancia que ponga algún freno, que inserte alguna espera.
El Neoliberalismo pone su cuña perversa ensalzando el consumo, la performance individual,
exaltando el goce e imponiéndolo como destino para la vida.

UNIDAD 2: Lo terapeútico en la historia


Peresson, F. (2020) - Cap. 2: Muta ars

Entender y tratar enfermedades nunca estuvo en manos de cualquiera, sino que estaba en
relación directa a personajes especiales, poseedores de un saber sobre "lo enfermo", y que
ejercían su "oficio" siguiendo pautas específicas; el padecimiento, dolor o sufrimiento que
experimentaba un sujeto era convertido en enfermedad por la mirada y el saber de quien
portaba un saber consagrado. De esta manera, tenía lugar un cambio de significación: el
padecimiento, físico o psíquico, siempre es subjetivo, pero no la “enfermedad” no, ésta es
un signo, una significación social estándar y universal.
Antiguamente, las curas mágicas, llevadas a cabo mediante encantamientos,
oráculos, plegarias o salmos, tenían eficacia no tanto por su técnica sino por la serie de
creencias que eran compartidas por toda una comunidad.
Esa manera de “curar” o tratar “enfermedades” formaba parte de una cosmovisión no sólo
de lo enfermo sino del mundo, que predominó durante mucho tiempo antes de la irrupción
de lo que se conoce como “medicina científica”, medicina que se impuso en el mundo
occidental.
La primera “medicina” que se desliga de la magia y se define como “racional y científica” es
la hipocrática, y su modo de concebir a la enfermedad y la cura pueden recuperarse a
partir de la lectura de los poemas homéricos (la ilíada, y la odisea). De acuerdo a P. Lain
Entralgo, en estos relatos la enfermedad es una sanción, un castigo, muchas veces divino,
que pasa de una generación a otra. Las palabras que forman parte esencial de la
“terapéutica” aluden a aquellas que no implican plegarias (una demanda que requería que
alguna divinidad respondiera) o conjuros (un texto ya construido dirigido a los dioses que
tenía una significación previamente establecida), sino al uso de la palabra como decir
placentero. Con ello, P. Lain Entralgo el decir placentero alude al uso de la palabra en su
capacidad de influir sobre cualquier otro, enfermo o sano, su virtud para cambiar el corazón
de los hombres. Ya no se trata de dirigirse a las deidades sino directamente al enfermo
buscando que la palabra actúe sobre su naturaleza y produzca las modificaciones que lo
curen. La acción terapéutica está dada, entonces, por la eficacia de lo que se dice, por el
sentido que constituyen la combinatoria de las palabras y no por el contenido sagrado.
La figura social que hace uso de esta palabra "curativa", es el chamán o hechicero, alguien
en quien se combina “un llamado religiosos y una preparación técnica”.

Curar en silencio (“muta ars”)


El surgimiento de la medicina técnica o científica, con su nuevo modo de tratar las
enfermedades, tiene un mito fundador en el cual aparece un nombre propio: Hipócrates. El
saber hipocrático marca un corte profundo con lo que algunos autores, entre ellos
Hipócrates, llamaban medicina primitiva, refiriéndose a las curas mágicas y sus creencias.
El “corpus hipocrático” propone nuevos fundamentos para entender qué es la enfermedad,
la cual comienza a ser explicada sin recurrir a las concepciones mágico/religiosas. Hay un
verdadero giro copernicano, una reconsideración extrema por la cual la enfermedad pasa de
ser considerada exclusivamente posesión demoníaca o castigo divino a ser identificada
como un desarreglo de la naturaleza propia del cuerpo. En relación a esto, “la cura” se
funda a partir del principio de “muta ars”, arte muda, nuevo oficio que reduce el lugar de la
palabra. Se trata de una forma de curar sin cantos, sin ensalmos.
El arte de curar se separa, se divorcia de la palabra, por lo cuando donde se practica la cura
hipócrita la palabra es un estorbo, un verdadero obstáculo que hay que retirar del acto
terapeútico. Esto se debe a los nuevos presupuestos en los cuales se sostiene la práctica
hipocrática, que son considerados racionales, demostrables y por lo tanto verdaderos: la
causa de todas las enfermedades se encuentran en el cuerpo y en el ambiente, las causas
pasan a ser de origen puramente “natural”, entendiéndose que el cuerpo y su entorno
inmediato son plenos merecedores de ese calificativo. Esto hizo necesario que se buscaran
medios de tratamientos que respondieran a la materialidad natural de las enfermedades, por
lo tanto los nuevos remedios van desde las dietas rigurosas a la ingesta de determinados
pharmacos, a una diversidad de maniobras manuales sobre el cuerpo, una gama de
prácticas y de elementos de una materialidad tan evidente como la misma enfermedad.
Esta nueva práctica cuestionó enérgicamente a la palabra, para la misma la palabra es
inspiradora de todas las sospechas y desconfianzas, y la mayor sanción recayó en la
palabra del enfermo, que a partir de ese momento se le enseñó a enmudecer, a censurar
sus vivencias. Entonces, doble obligación para el enfermo: callarse la boca y mostrar su
cuerpo.
Se abandona el poder de la palabra para darle lugar a otro poder: la mirada, por eso se
puede decir que el naciente médico se obliga a no escuchar al enfermo y se impone mirarlo.
En el “corpus” se distinguen claramente las causas más significativas que son la razón
delas enfermedades: el “cuerpo” afectado por la vida desordenada, el medio ambiente, la
alimentación inadecuada, los avatares climáticos, todos estos factores ocupan el primer
lugar para el diagnóstico y los tratamientos.
Esta “medicina hipocrática” fue posibilitada en parte por las prácticas empíricas que se
venían llevando a cabo desde siglos anteriores, pero para Lain Entralgo, lo fundamental es
el rigor teórico proveniente de la filosofía griega, que dió lugar a nuevas maneras de
entender el mundo, donde los hechos del mundo comienzan a tener una interpretación más
racional, las relaciones entre ellos deben ser demostradas, se imponen métodos reglados
para razonar, todo lo cual lleva a cuestionar la mera intuición o la iluminación. Este
instrumento cada vez más poderoso, que es la “razón”, el razonamiento en base a principios
lógicos, revierte las concepciones sobre la enfermedad y da lugar a otra manera de
entenderla a ella y a la cura.
Esta razón exige métodos y objetos nuevos par el saber en general, y en el caso de la
naciente medicina dio lugar a lo siguiente:
● La enfermedad pasa a ser entendida como un desorden interno de la naturaleza
humana.
● La causa de la enfermedad es entendida como un efecto de una acción natural
anómala que perturba el equilibrio propio del cuerpo, y el de éste con el cosmos.
● La práctica terapéutica deja de ser “intuición”, “operación mágica”, para pasar a ser
“arte”. Procedimientos reglados y objetivables, posibles de ser transmitidos en un
diálogo abierto y transparente. Este arte implica dos elementos: saber hacer y saber
porque se hace, “saber” que cuestiona y desplaza a la magia.
● Si bien todo lo existente seguía siendo de origen divino, la parte humana fue muy
estudiada, hubo avances en el estudio de la anatomía, de la fisiología y de la
embriología.
● Se construye lo que se llama un “logos médico”, un saber hacer y un saber sobre el
porqué de las cosas, que se denomina: physio-logía. Por lo tanto el médico es aquel
que tiene un saber profundo, razonado, sobre la naturaleza de lo humano en estado
de salud y de enfermedad.
Entonces, la naturaleza puede ser conocida y razonada. Se privilegia la mirada más que el
discurso. Se destaca el “razonamiento” en contra de la “opinión”.
Esta nueva medicina, que tiene sus raíces en las prácticas mágicas, será válida en tanto
destierre de sí cualquier rastro de lo mágico.
La medicina hipocrática, no sólo explicaba la enfermedad, también explicaba las razones
del deslizamiento de lo sano a lo enfermo y viceversa, y comienza a instalar un criterio
moral que hace de lo sano, en tanto ausencia visible de la enfermedad, lo normal, y a la
enfermedad casi un sinónimo de lo anormal.
En principio, el estado de normalidad lo puede lograr y mantener cualquiera, siempre que se
haga devoto de los ideales médicos sobre una vida sana. Estos ideales, con el paso de los
siglos, se convertirán en las guías morales de los buenos ciudadanos, a partir de que la
razón médica comience a ser adoptada como uno de los principios de mayor
preponderancia a partir de los cuales modelar la vida social.

Las palabras y la razón


La palabra en el “corpus hipocrático” es esencialmente “palabra comunicativa”, que puede
ser pregunta, prescripción, medio de ilustración o agente persuasivo, pero siempre la
palabra prestigiosa del médico, el único que en el acto de la cura está autorizado a usar la
palabra, en cambio la palabra del enfermo en tanto “doxa”, no es más que un saber bajo, o
vulgar que bordea la suprema ignorancia.
Así, la práctica médica se funda en: lo perceptivo (la mirada), en el razonamiento (razonar
conforme a principios lógicos) y en la palabra que “tiene saber” (la del médico).
Entonces, el saber del lado del médico, pero éste también debía ser puesto “afuera”, al
alcance y a la consideración del enfermo, dado que curar era también instruir al enfermo,
enseñarle a conducirse en la vida conforme a los principios del buen vivir, del saber
armónico de la naturaleza.
En el “corpus” no se desconoce la incidencia del “alma” sobre el cuerpo, porque se entendía
que la naturaleza del hombre era unitaria, pero lo que se destaca son los progresos en el
estudio de lo somático, por lo cual se puede decir que por primera vez se despunta la idea
de que los fundamentos de la enfermedad están en el cuerpo afectado por sus propios
órganos y por su entorno natural. La subjetividad -diríamos hoy-, comienza a ser
desplazada hacia afuera del campo de lo tratable.

Peresson, F. (2020) - Cap. 3: La psiquiatría, enfermos mentales y curas morales.


La locura es una enfermedad
En “Historia de la locura en la época clásica” (1964), Focault enfoca un acontecimiento que
tiene dos dimensiones: la primera es que la locura es transformada en enfermedad mental y
como cualquier otra enfermedad tiene un tratamiento (moral), y la segunda es que la
enfermedad mental tiene un nuevo interlocutor, tiene su Amo que es la Psiquiatría.
En la antigüedad y la Edad Media los “locos” eran considerados como representación de la
alteración de la naturaleza humana. Era lo desconocido para la conciencia lúcida, que se
revelaba en fragmentos delirantes, imágenes alucinatorias, y demás. La “locura” era
próxima tanto como lejana, íntima y ajena al mismo tiempo.
Es Pinel -padre de la psiquiatría moderna- quien le concede al loco, ahora enfermo mental,
su propia morada: el manicomio. Los locos apartados de los vagabundos, de los pobres, de
los desahuciados, que hasta entonces eran sus compañeros de reclusión. Sin embargo, el
manicomio es más que una casa de alojamiento, sino que es un tratamiento en sí mismo,
porque es un mecanismo de transformación de las personas. Ese conjunto de muros y
personas son la manifestación de un nuevo enunciado, son los soportes necesarios para
implantar en esos nuevos enfermos un orden moral y disciplinario a partir de una fuerte
determinación: para que haya restauración es necesario primero culpabilizar y que el
culpabilizado se haga responsable de tal culpa.
Este es el momento donde la psiquiatría se caracteriza por poner en funcionamiento el
“tratamiento moral”, donde el “enfermo mental” hace su ingreso a la racionalidad de la
Iluminación de la mano de este tratamiento (su enorme importancia al punto de que se ha
arraigado en la mentalidad común, se ha visto y se ve, en la locura uno de los estigmas de
la degradación humana).
El tratamiento se basa en la siguiente premisa: es necesario reintroducir en la normalidad a
la vida desordenada de estos “locos”, asistirlos como lo haría un buen padre, que no se
priva de reprimendas y de algún castigo físico, para que retornen a un sistema ordenado,
porque la propia enfermedad mental es un claro extravío.
El tratamiento requería que el paciente fuera retirado de su medio familiar (ya contaminado
por la propia locura). La separación, la internación y la suspensión de los contactos
vinculares con los más próximos, eran las indicaciones que debían cumplirse para poner en
marcha el tratamiento.
Foucault propone que la psiquiatría se ocupa de aquello que queda por fuera de “la razón”,
probablemente a partir de entonces la disciplina sella su destino como una terapéutica que
se apega a lo normal que cada época diseña para sí misma.
En esa época comienza a surgir una idea de lo humano diferente, lo humano distinguido por
su razón, por su autonomía y por la libertad de elegir o decidir (siempre acatando a las
normas del nuevo orden social). Se presenta un nuevo objeto: el individuo. El individuo
dueño de su libertad, la misma se pone en juego en el encuentro con ciertos avatares en
donde esta condición puede ser reducida o directamente perdida. El individuo libre
encuentra en su conciencia el sentido correcto que ilumina todos los actos de su vida, pero
también puede encontrarse jaqueado por sus pasiones, que pueden terminar por dominarlo
y degradando. Se constituyen así dos prototipos contrapuestos, antagónicos y al mismo
tiempo, complementarios: el ciudadano responsable y el delincuente, la madre ejemplar y la
prostituta, el trabajador aplicado y el holgazán, el que razona y el loco extraviado y hasta
cierto punto incorregible.
La psiquiatría propone en lugar de las cadenas: a) una categoría nueva: el enfermo mental,
la misma se define como una nueva forma de alienación; b) la creación de una morada: el
manicomio y, c) una nueva terapéutica: el tratamiento moral.
Foucault destaca: es cierto que Pinel libera de las cadenas al loco, pero también lo encierra
en el mundo de la sinrazón, cortando toda posibilidad de diaĺogo o comunicación con el
mundo de los razonables. De esta manera se tiene al “enfermo mental” sin cadenas, pero
también sin discurso.

El tratamiento de la “exclusión”
La “exclusión” es el principio que explica los tratamientos propios de la época, los
fundamentos de ésta no se encuentran en las técnicas que se utilizan, ni en los personajes
que las aplican, están más allá de todo esto, para Foucault las razones de la “exclusión” hay
que buscarlas en el Poder, en cómo cada época administra, regula, distribuye, organiza la
vida en comunidad.
La exclusión es el principio moral, pero también operativo, del cual se sustentan diversos
tratamientos que tienen como objeto lo “raro”. Se trata a lo temido mediante la exclusión,
separando a algunos hombres de la cercanía de lo humano para colocarlos en un lugar por
fuera, donde lo humano se diluye.
La exclusión en tanto separación y también ocultamiento, era la forma de tratar lo que se
consideraba extraño en la época.

La locura renacentista
Focault señala que en las cercanías del Renacimiento se patentiza una transformación, lo
humano tiene otro horizonte que dio lugar a que los hombres se ejerciten en una nueva
posición: aquel que goza de sí mismo. Y otra vez la locura es la que refleja este
acontecimiento, dice Foucault: “de esta adhesión imaginaria a sí mismo nace la locura, igual
que un espejismo…”.
Propone entender los cambios de los locos entre la Edad Media y el Renacimiento como el
tránsito que va de “la experiencia de lo trágico del mundo” a “la experiencia de la infatuación
de lo humano”, la locura revelaba el oscuro sinsentido de la vida y por otro lado denuncia la
soberbia humana.
Estas dos formas de la locura, arquetípicas de dos épocas, señalan y muestran -para
Foucault-, que la locura está ahí siempre presente, como algo inevitable de la experiencia
humana, dado que la misma es parte del destino posible de los hombres.
Los hombres comienzan a sentar las bases de la no aceptación de la locura en la relación
social, la misma debe ser retirada de los vínculos de los ciudadanos normales. No debe
dejar de tomarse en consideración que los prejuicios subjetivos formaron parte de una
extraordinaria operatoria del Poder, que buscaba homogenizar la vida humana alrededor de
ciertos valores. Si el loco es encerrado no es porque exista una supuesta esencia de la
locura que determine el asilo o el manicomio como solución, sino que a las instituciones del
encierro las necesitaba el Poder. Así, las disciplinas dan por aprobado que locura y encierro
son “naturales” el uno para el otro.

El tratamiento moral: el “loco” es un enfermo mental


La locura comienza a ser percibida como una enfermedad más, en este caso como
“enfermedad mental”.
En este contexto se da a entender que el loco puede tener un lugar en el mundo de los
sanos siempre y cuando acepte que la locura es su culpa y por lo tanto destierre de si su
locura, renuncie a su delirio, a sus alucinaciones. Si el loco es portador de su locura, y esta
es falta -moral- o infracción -jurídica-, lo que se le va a demandar en el manicomio es que se
haga responsable de la misma, que la enfrente y finalmente se deshaga de ella. Aquello que
en el loco hablaba y lo que en él se decía, su discurso propio y más original, debe ser
silenciado, censurado o reprimido, y este “debe ser” es la responsabilidad que debe asumir
el loco frente al psiquiatra.
Sería con Pinel -propone Esquirol, su eminente discípulo- donde el tratamiento moral
encuentra su forma más pura y acabada, tratamiento nuevo que implica: una nueva, y
exclusiva institución donde el mismo rinde sus frutos, una reconsideración de loco como
llamado a la responsabilidad, y finalmente que la curación de la locura es posible.
El tratamiento moral es el enfoque inaugura una nueva matriz terapéutica, que establece
que un tratamiento o el psicoterapeuta, debe modificar, cambiar, corregir todo lo que sea
necesario en el individuo, con el fin de llevarlo a adaptarse a los requerimientos que fija la
normalidad de cada época.
Si antes de esta época la locura fue sancionada con el encierro, porque era un error o una
falla que hacía del loco culpable, ahora la locura es una falta de la cual el loco debe hacerse
responsable.
En este momento, Foucault no piensa en el manicomio como una variación de la “exclusión”
o una “detención” medida punitiva, sino que el internamiento es un “beneficio”, una medida
positiva pensada solamente para el tratamiento de los “locos”. El manicomio como el lugar
donde se puede dar lugar a que la naturaleza de la locura se manifieste en estado puro,
para que el psiquiatra la pueda tratar debidamente.
Para Pinel el manicomio debía ser un sitio donde reine la moral pura, el lugar de la
“uniformización ética”. El manicomio debe organizarse con las mismas bases morales y
jurídicas que sostienen a la sociedad, por eso su dinámica terapéutica se sustenta en tres
principios: a- el silencio, no hay respuesta al delirio, no hay diálogo posible, ni actitudes
críticas o compresivas, sólo silencio o indiferencia; b- el reconocimiento en el espejo, se
buscaba que el enfermo mental se viera como en espejos, los mismos le devolverían su
locura en tanto desatino, su alienación en tanto inadecuación al mundo; c- el juicio perpetuo,
el rol del psiquiatra, las normas y demás debían ser una gran instancia cuyo objetivo
permanente es juzgar, castigar y corregir.

La “ciencia” de las enfermedades mentales comienza en este punto: son necesarias la


observación para tener un diagnóstico preciso a partir del cual aplicar una terapéutica que
derrote a la locura, no hace falta entender el sentido del delirio, ni las razones de la
alucinación porque son parte del “cuerpo” de la locura que debe ser eliminado. Es cierto que
esta psiquiatría tuvo el mérito de avanzar en el ordenamiento de los síntomas, diferenciando
síntomas primarios de secundarios y partir de esto proponer nosografías más definidas, así
también la locura entra por primera vez en el horizonte de las enfermedades tratables y
curables, pero el discurso del loco, sus palabras, dichos metafóricos, neologismos fueron
puestos por fuera de lo aceptable, cerca de aquello de lo disparatado, de aquello que
carece de sentido y de valor.
Otro elemento a considerar es lo que Foucault llama “la apoteosis del médico”, se reconoce
que la figura del médico y el manicomio son el soporte de todas las operaciones
terapéuticas. El psiquiatra no sólo es quien decide quién entra al manicomio, sino que
fundamentalmente es quien representa la garantía de honorabilidad moral. El semblante de
médico es fundamental en tanto es la máscara perfecta del buen padre, del juez justo, del
ciudadano ejemplar.

El órgano, la razón de la locura


Siglo XIX momento en el cual el prejuicio cedió frente a las nuevas ideas científicas, es el
marco en el cual la medicina hace de lo anatomopatológico su objeto de estudio, tiempo en
que la medicina se hace racional, objetiva, definitivamente científica.
Este es el tiempo de los órganos. La mirada médica hace emerger la materialidad de los
órganos que pasan a ocupar el lugar de causa primera y última, de razón suficiente.
En este momento singular se opera una transformación epistemológica sobre la esencia de
lo humano, a partir de enfoques y estudios, inspirados en el positivismo científico, se
impone una perspectiva del cuerpo como sustancia biológica.
En este contexto, lo que se termina haciendo es borrar paulatinamente al enfermo. La
medicina pasar a ser una disciplina que trata órganos enfermos, y no a sujetos enfermos,
más aún todo lo que el enfermo pueda decir sobre su enfermedad, lo que pueda relatar y
contar sobre su sufrimiento es un obstáculo para el saber médico.
Si la cura es posible, en primer lugar está dada por el saber que se extrae del órgano.
Pinel no comparte esta perspectiva anatomopatológica.
J. M. Charcot fue uno de los responsables del notable giro epistemológico que llevó al joven
Freud de la neurología a la psicoterapia de la histeria. A él se le debe una concepción
distinta del síntoma -histérico- como resultado de una causa en la cual el sujeto vivió una
experiencia “traumática” con un partenaire, que “lo traumático” persistía por fuera de la
conciencia, la detección de zonas con una inusual afectación erógena. La utilización de la
hipnosis en la recuperación de lo olvidado con el consiguiente efecto parcial o total sobre el
síntoma.

UNIDAD 3: La Psicoterapia moderna


Freud, S. (1989) - Tratamiento psíquico (tratamiento del alma)
“Tratamiento psíquico” quiere decir, más bien, tratamiento desde el alma -ya sea de
perturbaciones anímicas o corporales-. El tratamiento anímico es para Freud un empeño
por provocar en el enfermo los estados y condiciones anímicos más favorables para la
curación. El tratamiento consiste en trabajar sobre perturbaciones anímicas o corporales
que influyen en lo anímico del sujeto, con recursos que de manera primaria e inmediata
influyen sobre lo anímico del hombre. Un recurso de esa índole es sobre todo la palabra, y
las palabras son, en efecto, el instrumento esencial del tratamiento anímico. Las palabras
son los principales mediadores del influjo que un hombre pretende ejercer sobre los otros, el
ensalmo de la palabra puede eliminar fenómenos psicopatológicos, tanto más aquellos que
tienen su raíz en estados anímicos.
En este sentido, darle a la palabra este papel en la salud del ser humano en general y en el
tratamiento psíquico en particular es una manera de enmarcar su teoría no desde lo anímico
determinado por lo biológico, sino más bien la relación entre lo corporal y lo anímico,
dándose en acción recíproca, marcando en su época un quiebre epistemológico en el
campo de la salud. Freud reivindicando el valor de la palabra está a su vez reposicionando
al sujeto, dándole otro lugar donde juega un papel importante y que porta un saber que sólo
tiene él. Reivindica su derecho a ser escuchado y atendido.
La relación entre lo corporal y lo anímico es recíproca, pero en el pasado los médicos
desestimaron la acción de lo anímico sobre el cuerpo. Temían que si concedían cierta
autonomía a la vida anímica dejarían de pisar el terreno seguro de la ciencia. Sin embargo,
muchos padecimientos no encontraban una causa orgánica: entre estos enfermos, un grupo
cuyo cuadro clínico incluye no poder realizar labores intelectuales a causa de dolores de
cabeza, fallas de la atención, dolor de ojos al leer, vómitos, trastornos digestivos, etc. Estas
personas no pueden considerarse ni tratarse como enfermos de la vista o del estómago,
sino que hay en ellas una afección del sistema nervioso en su conjunto. A tales estados se
los nombra como nerviosidad (neurastenia, histeria).
En estos enfermos los signos patológicos no provienen sino de un influjo alterado de su vida
anímica sobre su cuerpo. Por tanto, la causa inmediata de la perturbación ha de buscarse
en lo anímico.
El ejemplo más cotidiano y corriente de la influencia anímica sobre el cuerpo es la expresión
de emociones: tensión y relajación de los músculos faciales, actitud de los ojos, el aflujo
sanguíneo a su piel, las posturas, etc.

Freud retoma el estado anímico de la expectativa, por medio de la cual una serie de las más
eficaces fuerzas anímicas pueden ponerse en movimiento hacia la contracción o la curación
de afecciones corporales. La expectativa angustiada no es indiferente para el resultado, la
cual sería importante saber con certeza si su eficacia para enfermar es tan grande como la
que se le atribuye. El estado contrario sería la expectativa esperanzada y confiada, respecto
a la cual Freud propone como antecedente de la sugestión, ya que es mediante ésta, que el
paciente pone en movimiento fuerzas anímicas y, dependiendo de cuán grande sea su afán
de sanar, será el influjo que estas tengan sobre la cura.
A su vez, la expectativa confiada depende de la fe en que se están dando los pasos
correctos en esa dirección, es decir, de su respeto al arte médico en general, y del poder
que se le atribuya a la persona del médico. Es así que la persona estará más dispuesta (o
no) a ser sugestionada por el analista. Este concepto está en relación a lo que luego Freud
llamará transferencia.
En relación a la hipnosis, la propone como el paradigma de todo tratamiento anímico,
puesto que en el estado hipnótico se evidencia cómo la vida anímica influye sobre lo
corporal. En ésta se da el fenómeno del “rapport”, el cual hace referencia a la obediencia
por parte del hipnotizado hacia el hipnotizador: sólo a ella la ve, la oye y comprende.
Mientras que frente al mundo exterior permanece como un durmiente, se muestra despierto
únicamente ante la persona que lo pone en estado hipnótico, este es su rasgo más
significativo.
La resistencia del hipnotizado al estado de sumisión marca el poder limitado de la hipnosis.
Una persona que se revele contra la sugestión provocada por la hipnosis se podría pensar
que su resistencia fue más fuerte. Freud dirá que el grado de obediencia que se logre
dependerá más del hipnotizado que del hipnotizador. En este sentido, las personas
muestran distintos grados de aptitud para el tratamiento hipnótico, muchas de ellas se dejan
influir sólo hasta cierto punto, pasado el cual se detienen.
Por último, Freud compara la relación hipnótica con la relación amorosa, haciendo alusión al
grado de sometimiento similar que está presente en ambas. Tanto en la persona enamorada
como la hipnotizada se da una conjunción de estima exclusiva y obediencia cŕedula. Freud
señala que el trecho que separa el enamoramiento de la hipnosis no es muy grande, más
bien las coincidencias son llamativas: la misma sumisión humillada, igual obediencia y falta
de crítica hacia se dan hacia el hipnotizador como hacia el objeto amado.

Peresson, F. (2013) - Un itinerario, el pasaje de la neurología a la histeria (la sugestión,


la hipnosis y la catarsis)
La mirada de Charcot va a ser de gran relevancia para la trayectoria freudiana, dado que le
sirve como eje ordenado en este pasaje que hace desde la neurología hacia lo que luego
será el psicoanálisis. La hipnosis, desde Charcot, le permite una aproximación a la realidad
psíquica. La necesidad de recurrir a este método se debe a que era evidente que había
síntomas que excedían lo meramente orgánico, hallando sus causas en factores anímicos.
Es así que la neurología no ofrecía las respuestas que planteaba el síntoma histérico, el
cual, notaron, tenía lo anatómico a su servicio. También se vale de la sugestión hipnótica de
Berheim, la cual permite la eliminación de los síntomas, y del método hipnótico catártico de
Breuer, el cual le permite conocer la composición de los síntomas mediante la recuperación
de recuerdos olvidados, la elaboración de los mismos y la “expresión verbal del afecto”.
Freud se va alejando cada vez más del discurso médico y luego, de la hipnosis como
método. Hasta ese momento no había nada escrito sobre la histeria como padecer
subjetivo. Él plantea que la causa del síntoma está en el acontecer subjetivo y no en el
órgano, quedando en evidencia un quiebre epistémico. Esto no sólo cambia el modo en que
se concibe el síntoma (causas psíquicas que subyacen a lo orgánico), sino que, además,
implicaba un cambio en los métodos de la cura y en los roles que se ponían en juego en la
misma: se da una declinación del lugar del saber, permitiendo el “despertar de la histérica”,
ahora es ella quien habla de su síntoma. Es así que también dejó de implementar la
hipnosis como método de cura, considerándolo el artificio que le posibilitó encontrar “el
mecanismo de la histeria”, la palabra del paciente en conjunto con la indagación del
analista.

Las dos modalidades del “tratamiento directo” mencionadas por el autor son:
1 - Se instila al enfermo en la hipnosis una sugestión cuyo contenido es la eliminación de
su sufrimiento.
2 - Se reconduce al enfermo, hipnotizado, en la prehistoria psíquica del padecer, siendo
constreñido a confesar la ocasión psíquica a raíz de la cual se generó la perturbación
correspondiente. Este método se conoce como catarsis.

A partir de los hallazgos de Bernheim, Freud precisa una definición de sugestión. La


sugestión es el núcleo y clave del hipnotismo. “Por ella se entiende una variedad del influjo
psíquico; se singulariza frente a otras modalidades del influjo psíquico- la orden, la
comunicación y enseñanza u otras- por ser despertada a raíz de ella, en un segundo
cerebro, una representación cuyo origen no se somete a examen, sino que se acoge como
si se hubiera generado espontáneamente en ese cerebro (no consciente).”

A partir del caso Katharina, el autor piensa un cambio de posición que Freud pone en
marcha: El autor plantea, primeramente, un cambio de escenario para la práctica
profesional en Freud: se encontraba por fuera de lo médico, por lo tanto también lo estaba
de los espacios en donde la práctica médica era llevada a cabo. El caso de Katharina pone
en marcha el deseo del propio Freud, permitiendo ver la manera de encarar una demanda
ya no desde el una posición médica, sino que se trata de una demanda de alivio respondida
desde un deseo de investigar.
Comienza a constatarse la construcción de nuevos lugares, un lugar diferente para el
paciente, a quien se le pide que relate lo que le pasa, no debe mostrar sino hablar. Debe
hacer uso de la palabra para ir interiorizando al terapeuta de su sufrimiento. El saber
advendrá desde el lado de la joven.
Freud se plantea si es posible emprender “un intento de análisis”. Evalúa que en esas
circunstancias la hipnosis es sustituible por una “conversación”, por lo tanto en “análisis” no
queda reducido a las posibilidades del artificio técnico; y por otro lado, un análisis es posible
porque esta joven presentaba su síntoma articulado con angustia.
Freud va puntuando los hechos relatados por la joven, tornándose significativos. Repara en
algunas palabras que la paciente utiliza. Se establecen nuevas relaciones que dan lugar a
nuevas significaciones, sustentadas en la revelación de los recuerdos y en la reiteración de
ciertos términos.
No se trata de que el terapeuta ilumine una zona oscura, sino que Khatarina pueda “vencer”
aquello que impide recordar.
Freud apuesta al relato de la joven, pero no deja el tratamiento solamente librado a las
ocurrencias de la misma, sino que se muestra con dominio sobre la conducción del análisis
hasta encontrar el hecho que permanece oculto a la conciencia. Con el fin de ir guiando
hacia un objetivo: las escenas traumáticas que explican el síntoma.
Hay, por lo tanto, un cambio de posición en la relación analista-paciente. Freud no es el que
va guiando exclusivamente a la paciente en su hablar, si bien es importante que sepa
indagarla. Es así que la subjetividad comienza a cobrar un rol importante y se escapa de la
invisibilización a la cual estaba sometida en las prácticas médicas.

El método analítico se convierte en una investigación para la propia paciente. El método es


una combinación de una técnica, la hipnosis, y de un principio, la causa del síntoma es un
acontecimiento desalojado del saber consciente.
Los hallazgos encontrados tienen tanto interés teórico (nexo causal, proceso ocasionador,
factor accidental, sucesos de la infancia, etc) como práctico (método de tratamiento de la
histeria/ sus síntomas).
Por todo esto último es que se convierte en un método de investigación, porque podemos
vislumbrar cómo está conformado el aparato psíquico, cuáles son sus mecanismos, etc.

Freud, S. (1894) - Sobre psicoterapia de la histeria


Puede ser posible que el procedimiento de la presión -sobre la frente- fracase, que no
promueva reminiscencia alguna. En tal caso, caben dos alternativas: la primera, que en
lugar donde uno investiga no haya realmente nada para recoger, o bien que se haya
tropezado con una resistencia que sólo más tarde se podrá vencer, que se esté frente a un
nuevo estrato en el que aún no se puede penetrar. Ahora bien, es posible un tercer caso
que de igual modo significa un obstáculo, pero no de contenido, sino externo. Este caso
sobreviene cuando el vínculo del enfermo con el médico se ve perturbado, y significa el más
enojoso obstáculo con que se pueda tropezar. Si esa relación de la enferma con el médico
es perturbada, también se deniega su buena disposición. Este obstáculo sobreviene en tres
casos principales:
1. El de una enajenación personal, cuando la enferma se cree relegada,
menospreciada, afrentada, o ha escuchado cosas desfavorables sobre el médico y
el método de tratamiento.
2. Cuando la enferma es presa del miedo de acostumbrarse demasiado a la persona
del médico, perder su autonomía frente a él y hasta caer en dependencia sexual de
él.
3. Cuando la enfermera se espanta por transferir a la persona del médico las
representaciones penosas que afloran desde el contenido del análisis. La
transferencia sobre el médico acontece por enlace falso. Aflora algo en la conciencia
de la enferma y en virtud de la compulsión a asociar, dominante en la conciencia,
eso se enlaza a la persona del médico, a raíz de este enlace falso.

Freud, S. (1978) - Fragmentos de análisis de un caso de histeria


En el curso de una cura psicoanalítica, la productividad de la neurosis se afirma en la
creación de un tipo particular de formaciones de pensamiento, la más de la veces iccs, a las
que puede darse el nombre de “transferencias”.
Éstas son reediciones, recreaciones de las mociones y fantasías que a medida que el
análisis avanza no pueden menos que despertarse y hacerse conscientes; pero lo
característico de todo el género es la sustitución de una persona anterior por la persona del
médico. Se trata de toda una serie de vivencias psíquicas anteriores, que no es revivida
como algo del pasado, sino como un vínculo actual con la persona del médico.
En la técnica analítica la transferencia es algo necesario, no se la puede eludir.
Ahora, la cura psicoanalítica no crea la transferencia, sino que meramente la revela, como a
tantas otras cosas ocultas. La única diferencia reside en que, espontáneamente, el enfermo
sólo da vida a transferencias tiernas y amistosas que contribuyan a su curación; y donde
esto no es posible, se alejará sin ser influido por el médico que no le es “simpático”.
En el psicoanálisis, son despertadas todas las mociones, aun las hostiles, a las que
haciendo conscientes, se las aprovecha para el análisis.
Entonces, la transferencia destinada a ser el máximo escollo para el psicoanálisis, se
convierte en su auxiliar más poderoso cuando se logra colegirla en cada caso y traducírsela
al enfermo.
UNIDAD 4: El dispositivo freudiano
Freud, S. (1985) - Iniciación del tratamiento
Freud habla de consejos, no de reglas incondicionales, puesto que la plasticidad de los
procesos anímicos y la diversidad de las constelaciones psíquicas dificultan una
sistematización acabada de la experiencia.
La Metáfora del ajedrez, ayuda a hacerse una idea gráfica: sólo las aperturas y los finales
pueden someterse a una exposición sistemática. Nuevamente insiste aquí con la
importancia de propiciar que las ocurrencias del paciente fluyan.

“Nuevos” consejos: periodo de aceptación provisoria de los pacientes: se trata de un sondeo


que permita estimar si el paciente es apto para el análisis y la cuestión diagnóstica.
“Cuestiones previas”: la posibilidad de que el paciente llegue al tratamiento con una “actitud”
transferencial ya hecha, hace más difícil dilucidar las condiciones de amor y enturbia el
campo de las resistencias. La expectativa (confianza) en el psicoanálisis: no es necesaria,
no se trata del “visto bueno” de la conciencia. Lo que sí es necesaria es la sumisión a la
regla fundamental.
Estipulaciones sobre tiempo y dinero: tema central para Freud, aunque se trata de seguir las
recomendaciones en su fundamento y no pensarlas como normativas aplicables para todos,
puesto que lo que importa, en Freud, es que la técnica se subordina al trabajo contra las
resistencias y a la idea de hacer conciente lo inconciente. Sobre el tiempo: La abreviación
de la cura es un deseo justificado, pero la dificultad de su cumplimiento está en que las
alteraciones anímicas se consuman con lentitud, eso debido al modo de funcionamiento del
proceso primario y la complejidad del entramado sintomático. El analista puede relanzar en
buena o mala forma el proceso, pero este sigue su propio camino, no es manipulable.
Sobre el dinero: como cuestión que se maneja como se maneja lo sexual. “Es más digno
cobrar acorde a las pretensiones reales que luego afligirse por ello”. Freud se manifiesta en
contra de los tratamientos gratuitos, porque las resistencias se acrecientan.
Sobre la “situación”: habla del uso del diván para eliminar el influjo sobre las
comunicaciones del paciente. Hay que dejarle escoger al paciente en su relato por donde
comenzar. La única excepción es la regla fundamental (según la cual uno debe comunicar
sin previa crítica todo cuanto le venga a la mente). En el transcurso del relato acudirán
pensamientos, en vez de seguir la trama como en una conversación ordinaria, hay que darle
paso a esas ocurrencias. Hay que enunciar la regla siempre. No hay que buscar un relato
sistemático, por ende corresponde desaconsejar la preparación previa del paciente a las
entrevistas.
Por otro lado, Freud dice que no hay que ubicarse como punto de respuesta “total”. Si se
necesitase otra terapia, la tiene que comandar otro profesional. Manejo de los tiempos, o
cuando se empiezan a comunicar cuestiones al analizado: Punto crucial. No se trata de
enunciar las cosas ni bien se coligen. Se trata de la transferencia. Hasta que no esté
operando, el analista no tiene lugar y lo que diga, incluso cuando sea acertado, solo traerá
aparejado un crecimiento exponencial de la resistencia. El psicoanálisis no es sugestión
cuando se apoya en la transferencia para vencer las resistencias.

Freud, S. (1985) - Observaciones sobre el amor de transferencia


El procedimiento de la asociación libre produce ese amor de transferencia: puede ser odio
también, pero se trata de un afecto fuerte. Si tomamos los afectos como efectos, hablamos
de lógica y podemos situar coordenadas precisas.
Freud, entonces, intentará establecer la lógica del amor de transferencia: Lo que descubre
es que, el amor hiperintenso, sobreviene con regularidad en un punto en el que se alentó al
paciente a admitir un fragmento penoso y fuertemente reprimido de su vida. Es decir, el
enamoramiento existía desde antes, pero ahora la resistencia empieza a servirse de él para
inhibir la prosecución de la cura. Concluye que, cuanto más cerca se está de lo traumático,
más se hace sentir el amor de transferencia como demanda de amor. Si bien es cierto que
esa demanda existía previamente, en el análisis se trata de que el analista quede en serie,
ocupando un lugar predeterminado por los puntos cruciales del sujeto (clisé).
El médico tiene que discernir que el enamoramiento ha sido impuesto por la situación
analítica y no se puede atribuir a las características de su persona. ¿De qué modo debe
comportarse el analista para no fracasar en esta situación, si es cosa para él decidida que la
cura tiene que abrirse paso a pesar de esta transferencia amorosa y a través de ella?
Exhortar a la paciente tan pronto como ella ha confesado su transferencia de amor, no sería
un obrar analítico, sino un obrar sin sentido. Uno habría llamado lo reprimido a la conciencia
sólo para reprimirlo de nuevo.
La técnica analítica impone al médico el mandamiento de denegar a la paciente la
satisfacción apetecida. La cura tiene que ser realizada en la abstinencia: hay que dejar
subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo y
la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados.
Consentir la apetencia amorosa de la paciente es entonces tan funesto para el análisis
como sofocarla. Uno debe guardarse de desviar la transferencia amorosa, de ahuyentarla o
de disgustar de ella a la paciente; y con igual firmeza uno se abstendrá de corresponderle.
Uno retiene la transferencia de amor, pero la trata como algo no real, como una situación
por la que se atraviesa en la cura, que debe ser reorientada hacia sus orígenes iccs y
ayudará a llevar a la cc lo más escondido de la vida amorosa de la enferma, para así
gobernarlo.
El amor de transferencia tiene similitudes y diferencias con otros tipos de amor, todos
conllevan un carácter infantil y tienen que ver con ciertas condiciones inconscientes: un
rasgo, la voz, etc., que tiene cierta vecindad con lo traumático.
Las diferencias y rasgos que le aseguran una posición particular al amor de transferencia: 1)
es provocado por la situación analítica (esta propiedad es decisiva para el obrar médico); 2)
es empujado hacia arriba por la resistencia que gobierna esa situación, y 3) carece en alto
grado del miramiento por la realidad objetiva, es menos prudente, menos cuidados de sus
consecuencias, más ciego en la apreciación de la persona amada de lo que querríamos
concederle a un enamoramiento normal. Pero no es lícito olvidar que justamente estos
rasgos que se desvían de la norma, constituyen lo esencial de un enamoramiento.

Freud, S. (1985) - Dinámica de la transferencia


Todo ser humano adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida
amorosa, o sea, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará,
así como para las metas que habrá de fijarse. Esto da por resultado un clisé (o varios), que
se repite -es reimpreso- de manera regular en la trayectoria de la vida. Ahora, sólo un sector
de esas mociones determinantes de la vida amorosa han recorrido el pleno desarrollo
psíquico. Otra parte de esas mociones ha sido demorada en el desarrollo, está apartada de
la personalidad cc, así como de la realidad objetiva, y sólo tuvo permitido desplegarse en la
fantasía o bien ha permanecido por entero en lo icc. Esto se reedita de modo conciente o
icc en la realidad objetiva o en la fantasía. Por ese circuito se intentará satisfacer lo que
Freud llama “representaciones-expectativas libidinosas”, que pueden hallar satisfacción en
la realidad o no. Esto es lo que se hace serie, lo que se repite.
Si la necesidad de amor de alguien no está satisfecha en la realidad, lo hará en otro lado
(en la fantasía o en otras personas). Puede producirse una introversión de la libido. Esto es
lo que ocurre en las psiconeurosis, y significa una regresión de la libido a la fantasía
inconsciente y con ello a los puntos de fijación, a los objetos de amor y mociones infantiles.
Por otra parte, las representaciones-expectativas libidinosas pueden volcarse o transferirse
a otras personas. En este caso, las investiduras libidinales se atendrán a los modelos o
clisés preexistentes. La transferencia no es, entonces, un proceso que se dé
exclusivamente en el dispositivo analítico. Sería el depósito de las mociones en una
persona que sustituye u ocupa el lugar de otra. Lo diferencial en el psicoanálisis es la
utilización de la transferencia como herramienta terapéutica.
Dinámica de la transferencia: ¿qué sucede con la investidura libidinal insatisfecha? Se
volcará al médico atendiendo a esos modelos predeterminados (clisé). Si se persigue un
complejo desde la cc a lo icc, la resistencia aumenta: en este momento se da la
transferencia como un compromiso, puesto que acerca al icc y a la vez sirve a la
resistencia.
En la cura analítica la transferencia se nos aparece siempre, en un primer momento, sólo
como el arma más poderosa de la resistencia, en tanto se vuelve difícil confesar una moción
de deseo prohibida ante la misma persona sobre quien esa moción recae. Sin embargo, la
transferencia sobre el médico podría igualmente servir para facilitar la confesión (“ante ti no
me averguenzo, puedo decírtelo todo”).
Freud separa la transferencia “positiva” de una “negativa”, la transferencia de sentimientos
tiernos de la de sentimientos hostiles. La positiva se descompone, a su vez, en la de
sentimientos amistosos/tiernos que son susceptibles de cc, y las de sus prosecuciones en lo
icc -estos se remontan a fuentes eróticas-.
La transferencia sobre el médico sólo resulta apropiada como resistencia dentro de la cura
cuando es una transferencia negativa, o una positiva de mociones eróticas reprimidas. La
transferencia positiva de sentimientos tiernos, en cambio, permite la sugestión.
Se debe aceptar que los resultados del psicoanálisis se basaron en una sugestión; lo que
por Ferenczi se ha descubierto: el influjo sobre un ser humano por medio de los fenómenos
transferenciales posibles con él. Se aprovecha la sugestión para hacerle cumplir al enfermo
un trabajo psíquico que tiene por consecuencia necesaria una mejoría duradera de su
situación psíquica. Entonces, la transferencia de mociones de deseos prohibidos
obstaculizan la “confesión”. La transferencia de sentimientos tiernos la facilita.
La transferencia aparece, entonces, como la condición del éxito terapéutico a la par que es
la mayor resistencia.
¿Cuál es entonces el beneficio de la transferencia? No se puede ajusticiar a un enemigo in
absentia -en ausencia de-, in efiggie.

Freud, S. (1985) - Consejos al médico


a. La técnica desautoriza todo recurso auxiliar (aun el tomar apuntes), y consiste en no
querer fijarse en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma
“atención parejamente flotante”. Este precepto de fijarse en todo por igual, es el
correspondiente necesario de lo que se le exige al analizado, a saber, que refiera
todo cuanto se le ocurra, sin crítica ni selección previas.
b. No se recomienda que se tomen notas extensas, se redacten protocolos, etc. (puede
producir impresión desfavorable en muchos pacientes). Además mientras uno toma
apuntes forzosamente practica una dañina selección en el material. Algunas
excepciones a esta regla son las fechas, textos de sueños. El registro por escrito
puede hacerse al anochecer después de terminado el trabajo.
c. Mientras el tratamiento de un caso no esté cerrado no es bueno elaborarlo
científicamente. No especular ni cavilar mientras se analiza. Someter el material
adquirido al trabajo sintético del pensar sólo después de concluido el análisis.
d. Se le exige cierto sentimiento de frialdad que se justifica porque crea para ambas
partes las condiciones más ventajosas: para el médico el muy deseable cuidado de
su propia vida afectiva; para el enfermo, el máximo grado de socorro que hoy nos es
posible prestarle.
e. Así como el analizado debe comunicar todo cuanto atrape en su observación, de
igual modo el médico debe ponerse en estado de valorizar para los fines de la
interpretación, del discernimiento de lo icc escondido, todo cuanto se le comunique.
El médico ha de estar en condiciones de servirse de su icc como instrumento de
análisis, su icc lo habilita para restablecer, desde los retoños a él comunicados de lo
icc. Por lo tanto, es lícito exigirle que se haya sometido a una purificación
psicoanalítica, y tomando noticia de sus propios complejos que pudieran perturbarlo
para aprehender lo que el analizado le ofrece. Esto es porque cualquier represión no
solucionada en el médico corresponde a un “punto ciego” en su percepción
analítica.
f. El médico no debe ser transparente para el analizado, sino, mostrar sólo lo que le es
mostrado. En la práctica es inobjetable que un psicoterapeuta contamine un tramo
de análisis con una porción de influjo sugestivo a fin de alcanzar resultados visibles
en tiempo más breve.
g. Como médico es preciso ser tolerante con las debilidades del enfermo, darse por
contento si, aun no siendo él del todo valioso, ha recuperado un poco de la
capacidad de producir y de gozar. La ambición pedagógica es tan inadecuada como
la terapéutica. Esto en relación a que a raíz de la solución de inhibiciones del
desarrollo, el médico queda habilitado para indicar nuevas metas a las aspiraciones
liberadas, pero hay que tener en mente que no todos los neuróticos poseen un gran
talento para la sublimación.
h. ¿Dentro de qué límite se debe reclamar la colaboración intelectual del analizado en
el tratamiento? No hay una respuesta universal, sino que lo decide en primer término
la personalidad del paciente. Pero siempre hay que mantener la precaución y la
reserva, es incorrecto dictar al analizado deberes (recopilar recuerdos, reflexionar
sobre tal, etc.)

Freud, S. (1985) - Recuerdo, repetición y elaboración


Plantea una nueva modalidad de trabajo: el médico pone en descubierto las resistencias
desconocidas para el enfermo, el paciente narra con toda facilidad la situaciones y los
nexos olvidados. En términos descriptivos: llenar las lagunas del recuerdo, en términos
dinámicos: vencer las resistencias de la represión.
Cuando se aplica esta nueva técnica el analizado no recuerda, en general nada de lo
olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción,
lo repite, sin saber que lo hace. Por ejemplo: el analizado no refiere acordarse de haber sido
desafiante e incrédulo frente a la autoridad de los padres, en cambio, se comporta de esa
manera frente al médico.
Pronto se advierte que la transferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la
repetición es la transferencia del pasado olvidado, pero no sólo sobre el médico: también
sobre todos los otros ámbitos de la situación presente. Por eso se tiene que estar preparado
para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye al impulso de
recordar. En esto participa la resistencia, mientras mayor sea esta, tanto más será sustituido
el recordar por el actuar -repetir-.
Entonces, el analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la
resistencia. ¿Qué repite o actúa? Repite todo cuanto desde las fuentes de su reprimido ya
se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rastos
patológicos de carácter. Y además, durante el tratamiento repite todos sus síntomas. Por lo
tanto, no se debe tratar su enfermedad como un episodio histórico, sino como un poder
actual.
Este método es un método rememorativo, ya que el sujeto pone en acto cuestiones que no
tienen que ver con el aquí y ahora, sino que pertenecen, como dijimos, al arsenal de su
pasado, siendo preciso darles un lugar en el presente para que el enfermo se acerque a sus
síntomas.
Otra pieza de la técnica analítica: el vencimiento de la resistencia comienza con el acto de
ponerla en descubierto. Ahora nombrarla, no puede producir su cese inmediato. Es preciso
dar tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él, para
reelaborarla, vencerla prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y obedeciendo la regla
analítica fundamental. Sólo en el apogeo de la resistencia se descubren las mociones
pulsionales reprimidas que la alimentan y de cuya existencia y poder el paciente se
convence en virtud de tal vivencia. En esas circunstancias, el médico no tiene más que
esperar y consentir un decurso que no puede ser evitado pero tampoco apurado.
En la práctica puede convertirse en una ardua tarea para el analizado y en una prueba de
paciencia para el médico, no obstante, es la pieza de trabajo que produce máximo efecto
alterador sobre el paciente y que distingue al tratamiento analítico de todo influjo sugestivo.

Algunas observaciones. El olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce la más de


las veces a un “bloqueo” de ellas.
Hay un tipo particular de vivencias importantísimas, sobrevenidas en épocas muy
tempranas de la infancia y que en su tiempo nunca fueron entendidas, pero han hallado
inteligencia e interpretación con efecto retardado, la mayoría de las veces es imposible
despertar un recuerdo (se llega a tomar noticia de ellas a través de sueños).

Freud, S. (1994) - Construcciones en el análisis


El propósito del trabajo analítico es mover al paciente para que vuelva a cancelar las
represiones. A tal fin, debe volver a recordar ciertas vivencias, así como las mociones de
afecto por ellas provocadas, que están por el momento, olvidadas en él. Sabemos que sus
síntomas e inhibiciones presentes son las consecuencias de esas represiones, sustituto de
eso olvidado.
El analista no ha vivenciado ni reprimido nada de lo que interesa, por lo tanto su trabajo no
puede ser recordar algo. ¿En qué consiste entonces su tarea? Tiene que colegir lo olvidado
desde los indicios que esto ha dejado tras sí, tiene que construirlo. El analista extrae sus
conclusiones a partir de jirones de recuerdos, asociaciones y exteriorizaciones activas del
analizado. Para el análisis, esta construcción es sólo una labor preliminar.
El analista da cima a una pieza de construcción y la comunica al analizado para que ejerza
efecto sobre él, luego construye otra pieza a partir de nuevo material que afluye, procede
con ella de la misma manera, y en esta alternancia sigue hasta el final.
Diferencia “construcción” de “interpretación”, esta última se refiere a lo que uno emprende
con un elemento singular del material: una ocurrencia, una operación fallida, etc. Es
“construcción”, en cambio, que al analizado se le presente una pieza de su prehistoria
olvidada.
Se plantea la pregunta de ¿qué garantías tenemos, de que las construcciones no son
erradas, poniendo en juego el éxito del tratamiento por defender una construcción
incorrecta? Ante un error, lo que sucede es que el paciente queda como no tocado, no
reacciona a ello ni por sí ni por no. Puede que esto sea una retardo de la reacción, pero si
persiste, estamos autorizados a inferir que nos hemos equivocado, y en la ocasión
apropiada se lo confesaremos al paciente sin menoscabo de nuestra autoridad. Esa ocasión
se presenta cuando sale a la luz material nuevo que permite una construcción mejor, y de
tal suerte, rectificar el error. La construcción falsa cae fuera como si nunca hubiera sido
hecha.
A la respuesta de “sí” por parte del analizado frente a una construcción, no se le otorga
validez tan rápido. Este “sí” directo es multívoco. Puede en efecto indicar que reconoce la
construcción como correcta, pero también puede ser “hipócrita” en tanto le resulta cómodo
para su resistencia seguir escondiendo la verdad no descubierta. Este “sí” sólo posee valor
cuando es seguido por corroboraciones indirectas, cuando el paciente produce recuerdos
nuevos que complementan y amplían la construcción. Sólo en este caso se reconoce el “sí”.
La posición que el analizado adopte ante nuestras construcciones, se la toma en cuenta y a
menudo se extrae de ella valiosos puntos de apoyo. Pero, estas reacciones del paciente
son las más de las veces multívocas y no consiente una decisión definitiva. Sólo la
continuación del análisis puede decidir si nuestra construcción es correcta o inviable. Y cada
construcción es considerada apenas una conjetura, que aguarda ser examinada,
confirmada o desestimada. No se le demanda al paciente un asentimiento inmediato, no se
discute con él cuando al comienzo la contradice.

La construcción va al lugar de la represión originaria puesto que, el trabajo analítico se


propone mover al paciente a cancelar represiones de su desarrollo temprano. Para esto
debe poder recordar ciertas vivencias, y las mociones de afecto provocadas por ellas, que
por el momento están olvidadas. En relación a esto es importante la relación transferencial
que se establece respecto del analista ya que favorece el retorno de estos vínculos
afectivos y con esta materia prima producir lo deseado. Si bien el camino que parte de la
construcción debería culminar en el recuerdo del analizado, no siempre se llega tan lejos,
no se consigue llegar hasta este recuerdo de lo reprimido. Sin embargo, si el análisis fue
ejecutado de forma correcta, se alcanza una cierta convicción sobre la verdad de la
construcción que en lo terapéutico rinde de igual modo, ya que esta pieza de la prehistoria
olvidada del paciente, es una ficción de alguna manera creada por el analista que suplanta
los recuerdos perdidos para siempre.

Freud, S. (1994) - Análisis terminable e interminable


Freud comienza aduciendo que la experiencia le ha enseñado que la terapia psicoanalítica,
es decir, el librar a un ser humano de sus síntomas neuróticos, de sus inhibiciones y
angustia, es un trabajo largo. Por ello, afirma, desde el comienzo mismo se emprendieron
intentos de abreviar la duración de los análisis.
Estos interrogantes lo llevan a una problemática de profundo interés: ¿existe un término
natural para cada análisis? ¿Es posible llevar un análisis a un término tal? Primero, habría
que ver qué entendemos por “final o término de un análisis”. En lo práctico, es fácil decirlo:
el análisis ha terminado cuando analista y paciente ya no se encuentran en la sesión de
trabajo analítico, y esto ocurrirá cuando el paciente ya no padezca de sus síntomas, así
como de sus inhibiciones y angustias, y además, haber hecho consciente lo reprimido y
eliminado las resistencias. Si se está impedido de alcanzar esta meta por dificultades
externas, mejor se hablará de un análisis imperfecto que de uno no terminado.
INTERRUMPIDO.
El otro significado de “termino” es mucho más ambicioso ¿se podría alcanzar un nivel de
normalidad psíquica absoluta?
La etiología traumática de las perturbaciones neuróticas ofrecería al análisis la oportunidad
más favorable para la curación. En cambio, la intensidad de las pulsiones y la alteración del
yo serían los factores desfavorables para tal efecto. En este punto, el problema deberá
referirse a los impedimentos que obstan a la curación analítica.
Se pregunta ¿Es posible tramitar de manera duradera cierto conflicto pulsional, o sea,
domeñar de manera definitiva la exigencia de la pulsión? En este punto se detendrá en el
poder incontrastable del factor cuantitativo, el punto de vista económico de su
metapsicología, como un elemento crucial.

Respecto del Yo, y de su alteración producto del proceso defensivo, Freud se interroga si
nuestra teoría no podría producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en
el interior del Yo, una neo creación que constituya una diferencia entre el sujeto analizado y
el no analizado. En ese sentido, apuntará a que la rectificación del proceso represivo
originario y la creación de nuevos diques anímicos, que pondrían término al hiperpoder del
factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica.

Freud presenta un escepticismo sobre la abreviación del análisis puesto que establece que
no es posible determinar de antemano el tiempo que va a llevar un análisis, debido a que
los proceso de elaboración psíquica no pueden adelantarse y tampoco apurarse. No se
sabe a priori el tiempo en que el sujeto logrará traer lo icc y lo reprimido al análisis.
Respecto a la discusión acerca de un posible análisis profiláctico o preventivo, Freud se
manifiesta desde un rotundo rechazo: si un conflicto pulsional no es actual, no se
exterioriza, es imposible influir sobre él mediante el análisis. Razones éticas también lo
desautorizan.

Al final, Freud destaca dos temas que dan lucha al analista, y que están ligados a la
diferencia entre los sexos. La envidia del pene en la mujer, y la revuelta contra la actitud
pasiva hacia otro hombre o amenaza de castración, para el varón. Temas directamente
relacionados con el complejo de castración.
Freud establece que el querer alcanzar la masculinidad es en ambos, acorde con el Yo, en
cierta época (fase fálica). Luego se produce la represión y los destinos de la feminidad
dependen de su desenlace. Frecuentemente se halla que el deseo de masculinidad se ha
conservado en el icc y despliega desde la represión sus efectos. Según Freud, lo que cae
en represión es lo propio del sexo contrario. Ambos temas los ubica como “roca de base”
para la prosecución del análisis produciendo su término, pero no sin mencionar ni haberle
ofrecido al analizante toda la incitación posible para reexaminar y variar su actitud frente a
ello.

UNIDAD 5: Divergencias postfreudianas: Psicoterapias Psicoanalíticas


Freud, S. (1988) - Nuevos caminos de la psicoterapia psicoanalítica
La tarea del médico es llevar al enfermo de neurosis a tomar noticia de sus mociones
reprimidas, de sus mociones iccs que subsisten en él, llevar a la CC del enfermo lo anímico
reprimido. Para eso se debe poner en descubierto las resistencias que se oponen. Ahora,
descubrir las resistencias no siempre garantiza su superación.
Los síntomas y las exteriorizaciones patológicas son de naturaleza en extremo compuesta,
los elementos de esa composición están constituidos por motivos, por mociones
pulsionales. Sobre estos motivos el enfermo no sabe nada o, su saber es insuficiente.
El enfermo de neurosis nos ofrece una vida anímica desgarrada, segmentada por
resistencias, y al paso que las analizamos y eliminamos estas últimas, ella crece
orgánicamente, va integrando todas las mociones pulsionales en su “yo”, que hasta ese
momento estaban escindidas de él y ligadas aparte. Esto se debe a una compulsión a
unificar y unir. Cuando se consigue descomponer un síntoma, librar de cierta trama a una
moción pulsional, ella no permanecerá aislada: enseguida se insertará en una nueva. Se
consuma una psicosíntesis en el analizado, sin nuestra intervención, de manera automática
e inevitable. Hemos -el analista- creado las condiciones por medio de la descomposición y
la cancelación de las resistencias. No es cierto que en el enfermo quede algo
descompuesto, a la espera de que lo recompongamos de algún modo.
(Acá se diferencia de Ferenczi con lo que propone es la actividad del analista)
Nuestra tarea es hacer CC lo reprimido y poner al descubierto las resistencias.
Este hacer está atravesado por la abstinencia, no se debe hacer del paciente que se pone
en nuestras manos en busca de auxilio un patrimonio personal, a plasmar por él su destino,
a imponerle nuestros ideales. El analista no debe ofrecerse como modelo identificatorio. No
se debe educar al enfermo para que se asemeje a nosotros, sino para que se libere y
consume su propio ser.
Frente a los fenómenos transferenciales que el análisis suscita es que el analista debe
sujetarse a este estado de privación o abstinencia, para que la cura sea posible. Si se
llegase a consentir de algún modo, se correría el peligro de que el enfermo desplace la
libido, mostrando mejoras sustitutivas, camino no deseable para el avance de la cura. No
basta con conseguir algunas mejoras modestas y no duraderas.

Ferenczi, S. (1989) - El problema del fin del análisis


Nuestra principal labor en el tratamiento de un caso de histeria es la exploración de la
estructura fantasiosa, que se produce en forma automática e inconsciente. Gran parte de
los síntomas desaparecen así. Ello nos llevaría a pensar que el develar la fantasía (una
realidad psíquica) bastaría para producir la curación, saber hasta qué punto ese contenido
fantasioso representa una realidad efectiva no tendría gran importancia para el éxito del
tratamiento.
Mi experiencia, por el contrario, me dice que no se puede resolver definitivamente ningún
caso de histeria mientras no se realice una construcción que separe rigurosamente lo real
de lo puramente fantaseado. Es la única forma de evitar ciertas experiencias desagradables
mediante la huida a la enfermedad, al mundo fantasioso. El neurótico no puede
considerarse curado hasta que no renuncia al placer del fantaseo inconsciente, a la mentira
inconsciente. Es buen camino detectar la deformación de los hechos por el enfermo.
En ese sentido la exigencia de asociación libre es muy importante. Las asociaciones que
arrancan de esa pequeña deformación actual conducen a sucesos infantiles análogos,
mucho más importantes, en esa etapa la mentira ahora automática, era aún consciente y
deliberada. La mentira de un niño es mentira de necesidad, es algo impuesto por la
necesidad. Solo puede forzarse a la mentira mediante la amenaza de una desgracia mayor.

El Superyo debe su aparición a una represión deliberada de los impulsos reales que ha sido
preciso desmentir, mientras que los preceptos morales impuestos por la educación son
situados en primer lugar con una insistencia exagerada. La mentira y la moral tienen que
ver. Al comienzo para el niño todo lo que es gustoso está bien. Aprende a considerar y
sentir que muchas cosas de buen gusto son malas, también descubre que la obediencia a
los preceptos que implican renuncias difíciles son fuente de felicidad de satisfacción
extrema.
Entre la amoralidad original y la moralidad adquirida hay una transición en que cada
renuncia impulsiva y cada afirmación del desagrado están ligadas al sentimiento de la no
verdad, de la hipocresía. 64 El análisis debe remontarse a la formación completa del
carácter humano que, en ocasión del rechazo impulsivo se ha constituido como
automatismo protector retornando a sus fundamentos impulsivos. En otros términos, ningún
análisis sintomático puede considerarse terminado si no ha sido simultáneamente o
después un análisis del carácter.

¿Qué sucede con un hombre que pierde su carácter en el análisis? En realidad la disolución
de la estructura de un carácter no es más que una transición hacia una estructura más
adecuada, una recristalización. Algunos rasgos comunes de las personas que han realizado
un análisis hasta el final: la separación más neta del mundo fantástico y del mundo real
permite una libertad interior casi ilimitada, un mayor dominio de los actos y de las
decepciones, un control más económico y eficaz. En los pocos casos que he alcanzado ese
objetivo ideal, tuve que atribuir gran importancia a determinados aspectos de la
presentación y comportamiento del enfermo habitualmente descuidados. Singularidades
como las particularidades narcisistas y los manierismos.
Hemos de presentar a los pacientes una especie de espejo para que tomen conciencia de
las particularidades de su comportamiento. Debe ser siempre con tacto, no advertir
directamente sobre estas cosas.
Que un análisis pueda ser finalizado es posible solo si dispone de un tiempo infinito. Se
trata menos del tiempo físico que de su determinación interior a mantener el análisis todo el
tiempo que sea necesario, sin calcular su duración real. Durante este tiempo no solo debe
ser revivido el material inconsciente, también debe ponerse en función el tercer medio
técnico del análisis: la perlaboración (o translaboración) analítica.
Perlaboración: El revivir bajo la transferencia aquellas situaciones que no son pasibles de
ser reducidas por las vías del recuerdo o la repetición. Es el proceso durante el cual el
paciente va a tener que abrirse camino, rompiendo las resistencias que lo mantienen en una
lógica de imputación, incriminación, y que le impiden avanzar.

Esta perlaboración, la pena que uno siente, se relaciona con la fuerza entre lo rechazado y
la resistencia, con un factor cuantitativo. El descubrimiento de la causa patógena y de las
condiciones de formación de síntomas es un análisis cualitativo. Es posible realizar tal
análisis sin que se consiga la modificación terapéutica. Cuando tras muchos mecanismos
de transferencia y resistencia vividos en análisis, se produce de forma imprevista un
progreso importante esto se explica por el efecto de perlaboración.
Hay una tarea difícil que debe ser realizada en cada caso y que afecta el ablandamiento
progresivo de esas resistencias que consisten en dudar de la fiabilidad del analista (su
solidez y paciencia). Los analistas deben soportar tales tentativas de análisis por parte del
analizado con enorme paciencia, pero su esfuerzo siempre vale la pena. Si el paciente no
coge al analista mintiendo o deformando, sin ninguna soberbia, si ve que el analista admite
los errores, entonces se puede dar como recompensa un cambio en el comportamiento del
paciente.
Mediante estas tentativas los pacientes intentan repetir situaciones de la infancia en la que
los educadores y los padres incomprensivos reaccionaron contra la “maldad” del niño con
manifestaciones afectivas intensas, induciendo al niño a adoptar una actitud de rechazo.
Para esto es condición previa que el analista haya finalizado su propio análisis. 65 Los
análisis muestran que son las tendencias libidinosas los verdaderos motivos de la formación
del carácter y de las resistencias.
Ningún análisis puede darse por terminado mientras que la mayoría de las actividades de
placer preliminar y de placer sexual final, en sus manifestaciones normales y anormales, no
hayan sido vividas a nivel emocional. La castración masculina como el abandono del
complejo de virilidad en la mujer sin resentir las potencialidades del papel femenino son los
indicios de la superación de la neurosis. Ningún análisis puede terminar antes de que el
paciente admita cambios a nivel de su modo de vida y de su comportamiento que ayudan a
descubrir y dominar determinados nidos de rechazos antes ocultos e inaccesibles.
El análisis termina verdaderamente cuando no hay suspensión ni por parte del médico ni
por parte del paciente, el análisis debe morir por agotamiento, siendo el médico el más
desconfiado. Un paciente verdaderamente curado se desprende del analista con lentitud
pero firmeza, de modo que si quiere volver pueda hacerlo.
El proceso de distanciamiento lo podemos caracterizar de esta manera: el paciente se ha
convencido de que el analista es para él un medio de satisfacción nuevo, pero siempre
fantástico, que no le importa en el plano de la realidad. Cuando poco a poco supera el duelo
por este descubrimiento se orienta hacia otras posibilidades de satisfacción más reales. La
renuncia analítica corresponde a la resolución actual de las situaciones de frustración
infantiles que se hallaban en la base de las formaciones sintomáticas.
La transformación de los síntomas antes del fin del análisis es importante: el obseso
comienza a manifestar una emotividad histérica en lugar de pensamientos desprovistos de
afectos, o el pensamiento del histérico se torna temporalmente una obsesión. En otros
casos no hay otro camino para la curación que el paso por una psicosis temporal. Estoy
convencido de que cuando hayamos advertido nuestros errores y sepamos contar con los
puntos débiles de nuestra personalidad, el número de casos analizados hasta el final irá en
aumento.

Alexander, F. y Ross, H. (1971) - Psiquiatría Dinámica


Principios psicodinámicos de la terapia
Cuando se descubrió la influencia dinámica de las tendencias, la terapia consistió en llevar
a la conciencia el contenido psicológico reprimido. La hipnosis catártica, era un
procedimiento, un recurso por el cual se lograba que el yo no rechazara el material
reprimido. Freud pronto advierte que la movilización de lo reprimido no era suficiente para
curar los síntomas neuróticos, sino que el yo debía experimentar cambios a fin de volverse
capaz de integrar en su sistema el material reprimido. Por lo tanto, el objeto de la terapia,
debe consistir en producir cambios en el yo. Con esta nueva orientación, el centro de interés
se traslada desde la comprensión del ICC, al conocimiento del simbolismo, el arte de
traducir el lenguaje pictográfico arcaico del ICC en pensamiento verbal, hacia el estudio de
los mecanismos de defensa del yo. El descubrimiento decisivo con respecto al modo en que
cabe influir sobre las defensas del yo, fue el del fenómeno de la transferencia.
En la hipnosis catártica, el factor terapéutico consistía en una experiencia emocional, en
revivir experiencias del pasado reprimidas. Freud pronto reconoció que la experiencia en sí
no era el factor patogénico más importante, sino aquellas experiencias precedentes que han
hecho vulnerable al paciente. Lo que el paciente sentía como un tramo, con frecuencia era
un incidente enteramente trivial.
Después de que Freud llegó a reconocer la importancia de la exploración genética de la
temprana historia de un individuo para la comprensión de los factores que desencadenaban
la neurosis, sus esfuerzos terapéuticos se encaminaron hacia la reconstrucción del primer
desarrollo emocional. Para ello era menester llenar las lagunas de la memoria producidas
por las represiones. En este sentido, las asociaciones libres eran un recurso ideal para el
estudio sistemático del pasado del paciente. Siguió un periodo en que la reconstrucción
genética del desarrollo de la personalidad se convirtió en el objetivo de la terapia. Sin
embargo, gradualmente, fue apreciándose cada vez más la importancia de las experiencias
emocionales del paciente en la relación transferencial con el psicoanalista. Ferenczi y Rank
(1926) exponían que el factor terapéutico eficaz no es el recordar, sino el revivir las
experiencias traumáticas en la transferencia. Las lagunas de la memoria pueden no llenarse
nunca, pero un paciente puede curarse si aprende una nueva solución para sus conflictos
psíquicos emocionales pasados, cuando éstos reaparecen en su vinculación emocional con
el psicoanalista.
La importancia de la actitud del terapeuta hacia el paciente también ha sido explorada. En
los últimos años se ha ido prestando atención creciente al fenómeno de la
contratransferencia. Originalmente, Freud concibió como neutral el papel del analista,
suponiendo que el terapeuta servía meramente como una pantalla sobre la cual el paciente
proyectaba las reacciones emocionales originadas durante la infancia en sus relaciones con
sus padres. La personalidad y sus reacciones, a pesar de sus esfuerzos por permanecer
impersonal, influyen en el curso del tratamiento. Investigaciones prestan particular atención
a la mutua relación emocional entre paciente y médico, el concepto de la experiencia
emocional correctiva del paciente como factor central en el tratamiento psicoanalítico ha
evolucionado.

La terapia psicoanalítica tiende a ampliar el campo de acción del yo, haciendo conscientes
las tendencias reprimidas. Con tal propósito trata de movilizar el material ICC. A fin de
superar las represiones mediante maniobras psicológicas sistemáticas, deben conocerse
las causas de la represión. Por ejemplo, el niño reprime las tendencias cuya expresión le ha
causado dolor (sufrimiento físico, castigo, privación del amor paternal), y la inseguridad
consiguiente. La aparición de tal tendencia constituye un peligro ante el cual el yo reacciona
con angustia. Según Freud, la angustia es la señal para que el yo reprima tales impulsos
peligrosos. Esencialmente, este proceso es similar al condicionamiento.
Desde este punto de vista, la terapia psicoanalítica se revela como un proceso de
recondicionamiento. El yo es inducido a enfrentar un impulso reprimido eliminando la
angustia que suscitó la represión. Ello se logra reproduciendo la situación original, pero
cambiando las condiciones de modo que pierdan su efecto productor de angustia. La
finalidad de la terapia consiste, primero, en revivir la situación interpersonal que condujo a
las represiones originales, y segundo, en proporcionar un nuevo tipo de experiencia
adecuada para contrarrestar los efectos de las respuestas paternas. El analista debe ser
capaz de responder a las modificaciones emocionales del paciente de un modo que
contrarreste y neutralice el influjo perturbar de los padres. En sustancia, sólo se trata de un
recondicionamiento emocional.
La actitud objetiva del terapeuta recomendada por Freud es diferente a todo lo que el
paciente ha experimentado antes, porque la objetividad completa no existe en las relaciones
humanas ordinarias.
La conclusión es que, en lugar de sus espontáneas reacciones contratransferenciales, el
terapeuta debe asumir hacia el paciente una actitud que a la luz de la historia de éste,
aparezca apropiada para anular las influencias patógenas paternas. De este modo, las
experiencias emocionales durante la terapia tendrán una influencia correctiva, cuyo
resultado será la eliminación de las represiones.
Ferenczi propone que el paciente, al revivir los conflictos originales en la situación
transferencial, suministra el principal instrumento de la terapia psicoanalítica.
Todo esto, empero, no confuta el valor de la comprensión, que de por sí posee un efecto
reductor de la angustia. Una cosa comprendida por una persona pierde su cualidad
amenazadora, comprender significa dominar. Las actitudes planteadas adecuadamente y la
correcta labor interpretativa, constituyen la terapia psicoanalítica.

Respecto a los anhelos de dependencia del paciente que tienden a prolongar el tratamiento,
la función de la terapia analítica es contrarrestar esa tendencia e inducir al yo del paciente a
que acepte la tarea de gobernarse a sí mismo. Toda realización independiente y exitosa de
una función adaptativa del yo, significa un paso hacia la salud mental.
Por su propia naturaleza, la técnica analítica, necesita establecer una relación de
dependencia entre paciente y terapeuta, a fin de permitir que el paciente reviva y encare de
nuevo las antiguas e irresueltas relaciones interpersonales con los padres. Al fomentar la
dependencia, prolonga la condición neurótica. Para disolver las reacciones infantiles, uno de
cuyos rasgos es siempre la dependencia, hay que reproducirlas en la transferencia; sólo
entonces se puede combatirlas. Las sesiones prolongadas diariamente favorecen el
desarrollo de una intensa relación de dependencia y por lo tanto postergan la recuperación.
Superar este punto débil de la técnica analítica es una de las cuestiones técnicas cruciales.
Para esto, el analista debe dar consecuentemente al paciente la mayor independencia
posible (reduciendo el contacto con el paciente al mínimo necesario, por ejemplo). Es
indispensable la conveniente reducción de la frecuencia de las sesiones, con interrupciones
más o menos largas, animar al paciente a realizar fuera del tratamiento nuevas experiencias
vitales adecuadas para aumentar la confianza en sí y estimular la esperanza, etc.

Peresson, F. (2020) - Cap. 8: De “yo” a “yo”


Ferenczi cuestiona la posición del analista en la dirección de la cura, lo que se llamaba
“neutralidad analítica”, lo que Lacan refiere como “rostro cerrado, labios cosidos”. Ferenczi
dirá que no es intrínseco a la función del analista o de la técnica el estar en silencio, sino
que es solo un momento que se sostiene para obtener determinado efecto.
La flexibilización que propone estaba dirigida a cuestionar a la “técnica ortodoxa”. Se había
reducido la “técnica analítica” al encuadre (a su mantenimiento y rigurosidad), cuando la
experiencia freudiana era al revés: la sesión era el icc y la técnica estaba a su servicio.
Ferenczi buscaba que la sesión facilitara que el paciente mediante algunas
manifestaciones, actuando o hablando, diera paso a que sus fijaciones iccs logren un
cambio de estado y puedan ser interpretadas. Así, la flexibilidad del analista es la que da
lugar a la “actividad” del analizante.
Diferencia el tratamiento de los síntomas del fin del análisis, como dos momentos que se
podían diferenciar. El fin del análisis es el momento de resolución del carácter, al que definía
como la cristalización de lo defensivo, de las defensas más usadas para contrarrestar lo
pulsional, esto daba como resultado cierta forma de ser (carácter) en el cual algunos
síntomas se habían fundido con el propio “yo”. Así, el acceso a lo defensivo primario
plasmado en el carácter, sería posible por medio de la elasticidad en la técnica.

Durante el periodo “posfreudiano” de la historia del psicoanálisis surge lo que se conoce


como teoría de la relación de objeto. Los más destacados exponentes de esta orientación
fueron R. Fairbain, D. Winnicott y M. Balint. Este punto de vista consistía en leer e
interpretar al psicoanálisis freudiano a partir de la dupla sujeto-objeto, dándole tanta
autonomía a dicha relación que dejaba por fuera al Complejo de Edipo, el cual perdía todo
su valor estructurante.
La relación de objeto supone que la neurosis es causada por la fijación libidinal a algunos
objetos parciales (objetos primarios), esto trae como consecuencia un síntoma que se lo
llama: detenciones en el desarrollo de la “personalidad”, lo cual da lugar a una relación
(neurótica) fragmentada y distorsionada con la realidad. Cuanto más fijaciones libidinales a
aspectos parciales de los objetos primarios, menos vinculación con la realidad, en donde
habitaría el objeto total, un objeto al que nada le faltaría (ni le sobraría), sin carencias y sin
excesos. Acá se parte de considerar que hay un desarrollo normal que posibilita pasar del
objeto parte al objeto todo, y poder tener con este una relación de amor autónomo.
Esta teoría sobre la relación de objeto promueve un “objeto” que pasa de lo parcial a lo
integral, en donde el objeto parcial tiene un carácter de primario, pero su devenir lo va a
llevar a fundirse en un objeto total, este proceso está garantizado por la maduración
psicológica como por la evolución orgánica.
Esta postura del psicoanálisis realiza una interpretación de las tesis freudianas a partir de
un enfoque del tipo “evolucionismo biológico”, porque parte de considerar que las
“necesidades” primarias responden enteramente a lo biológico.

Psicología del Yo: parten de la idea central de considerar que el Yo puede quedar desligado
de las presiones que sufre de parte del Superyo y del Ello, y que por consiguiente, es la
referencia básica en el análisis.
Hartmann es el referente teórico de esta orientación, y para captar su importancia es
necesario tener en cuenta sus tres nociones claves: adaptación, autonomía del Yo, áreas
libres de conflicto del Yo.
● Adaptación: es una función esencial porque hace posible la relación recíproca entre
el organismo y su medio, es el nexo necesario para que se produzca ese encuentro.
La adaptación entre organismo y su medio pasa a convertirse en el hecho
problemático que el psicoanálisis debe reivindicar. La terapéutica analítica tiene
como objetivo encarar y resolver el problema de la adaptación. Esto a partir de la
psicología del Yo.
● Autonomía del Yo: se trata de “dos aparatos” y sus respectivas funciones son: a-
aparatos de autonomía primaria (percepción, motilidad y memoria), el término
“aparato” porque busca explicar el carácter primitivo de estas futuras funciones
yoicas, “autonomía” para destacar el hecho de que no son funciones surgidas por un
conflicto entre los impulsos y la realidad, “primaria” porque estos mecanismos son
ubicados en el polo de lo innato, presente desde el primer momento de vida.; y b- la
autonomía secundaria, que se refiere a las áreas del Yo que si bien surgen del
conflicto con el Ello, han podido sustraerse de la conflictividad y han a pasado a
cumplir una función adaptativa para Yo.
Hay una impronta del “innatismo” que es un requisito necesario, puesto que de ella
depende la posibilidad misma de la adaptación del organismo o del mismo “sujeto
humano” al mundo. El Ello cumple una función desadaptativa que es contraria a la
supervivencia.
● Áreas libres de conflicto del Yo: la noción de autonomía yoica se relaciona
directamente con estas partes que no resultaron dañadas por los conflictos, que no
están involucradas en el conflicto, y por eso pueden funcionar en forma estable y
relativamente independiente de las otras instancias psíquicas y del mundo exterior.
El análisis debe ser el análisis de las “resistencias”. El Yo puede recuperar en el análisis esa
autonomía en la medida en que necesite menos dedicar su energía en defenderse de su
ICC o de sus pulsiones. La práctica se orienta a partir de los límites y posibilidades del “yo”,
lo cual da lugar a que el analista no tenga que lidiar con la dialéctica ICC/síntoma, sino que
se centra en el Yo y sus resistencias.

Psicoterapias breves psicoanalíticas, éstas pueden ubicarse en tres ejes, los cuales son:
a- Temporal, tomando en cuenta el sentido más común, entienden que cuanto menos
tiempo lleve resolver el síntoma menos va a sufrir el paciente.
b- Finalidad, definir con anterioridad los alcances del proceso terapéutico, o si se quiere,
comenzar una terapia planteando objetivos o metas, lo cual permitiría saber con
anticipación qué se quiere resolver. Para esto es necesario tener el control del proceso
terapéutico, quitar del medio los posibles imprevistos. También se considera que el
tratamiento puede dar lugar a reformulaciones o cambios de objetivos.
c- Instrumentos, en términos de flexibilidad como diversidad técnica,como multiplicidad
técnica. Planteado el objeto terapéutico, todo instrumento técnico puede ser válido.

Fiorini
El modelo etiológico: la psicoterapia breve “se orienta fundamentalmente hacia la
comprensión psicodinámica de los determinantes actuales de la situación de enfermedad,
crisis, o descompensación. Puede tener presente lo histórico del paciente, pero lo actual, las
condiciones de vida, el afuera (el afuera es lo contrario a lo transferencial), pero
esencialmente debe aprehender la estructura de la situación transversal en la que se
actualizan los determinantes patogénicos. Si bien tenemos algo que detonó de la “estructura
de la personalidad” la razón del síntoma está en el afuera, en todo el campo interaccional,
en particular la familia, instituciones, grupos, problemáticas sociales, a partir de lo cual se
justifica rotundamente.
En esta perspectiva adquieren legitimidad los intentos de abordaje múltiples, a diferentes
niveles simultáneos, de la estructura compleja heterogénea, de la existencia enferma
(enfoque multidimensional).
La flexibilidad en la elección de técnica, en función de cada situación concreta es el rasgo
distintivo de la psicoterapia breve. Estos criterios respaldan una de las características
básicas de la terapéutica breve: la de operar con una estrategia multidimensional.

UNIDAD 8: Terapias cognitivo-comportamentales


Beck, A. y otros (2005) - Terapia cognitiva de los trastornos de la personalidad

Cap 1. Introducción
El doctor Beck a comienzos de los años sesenta, desarrolló la terapia cognitiva como un
tratamiento para la depresión, estructurado y breve, centrado en la problemática presente y
destinado a resolver problemas actuales y a modificar el pensamiento y las conductas
disfuncionales. A partir de ese momento se adaptó esta terapia para su aplicación a un
amplio conjunto de trastornos psiquiátricos (fobias sociales, drogadicción, trastornos de la
alimentación, problemas de pareja) y a distintas poblaciones (se estudia el uso de esta
terapia en poblaciones: de presos, de escolares, pacientes con diversas enfermedades no
psiquiátricas y muchos otros grupos). Éstas han modificado el objetivo, la tecnología y la
duración del tratamiento, pero los postulados han permanecido sin cambios. La terapia
cognitiva también ha sido modificada para su aplicación a grupos, problemas de pareja y
terapia familiar.
El modelo cognitivo propone que todas las perturbaciones psicológicas tienen en común
una distorsión del pensamiento, que influye en el estado de ánimo y en la conducta de los
pacientes. La mejoría de esos estados de ánimos y comportamientos resulta de la
modificación de las creencias disfuncionales subyacentes.
En todas las terapias cognitivas que derivan del modelo de Beck, el tratamiento se basa en
la formulación cognitiva de un trastorno específico y su aplicación a la conceptualización o
comprensión de cada paciente. El terapeuta busca, mediante diversos recursos, producir un
cambio cognitivo -en el pensamiento y el sistema de creencias del paciente-, para
conseguir, a partir de allí, una transformación duradera de sus emociones y
comportamientos.
Se especifica un problema que es importante para el paciente, se identifica y se evalúa una
idea disfuncional asociada, se diseña un plan razonable y se evalúa la eficacia de la
intervención.
Aunque la terapia debe planearse a medida para cada individuo, existen ciertos principios
que subyacen en toda aplicación de la terapia cognitiva:
● Principio 1: la terapia cognitiva se fundamenta en una formulación dinámica del
paciente y sus problemas planteada en términos cognitivos.
● Principio 2: la terapia cognitiva requiere de una sólida alianza terapéutica.
● Principio 3: la terapia cognitiva enfatiza la colaboración y la participación activa. La
terapia como un trabajo en equipo.
● Principio 4: la terapia cognitiva está orientada hacia objetivos y centrada en
problemas determinados. Se pide que se enumeren los problemas y que se fijen
objetivos específicos.
● Principio 5: la terapia cognitiva inicialmente destaca el presente. Implica poner un
fuerte énfasis en los problemas actuales y en las situaciones específicas que alteran
al paciente. El terapeuta cognitivo suele comenzar la terapia con un examen del aquí
y ahora, más allá de cuál sea el diagnóstico. La atención puede centrarse en el
pasado en tres circunstancias: cuando el paciente expresa una fuerte predilección
por hacerlo; cuando el trabajo centrado en el presente produce pocos o ningún
cambio desde lo cognitivo, conductual y emocional, o cuando el terapeuta considera
que es importante comprender cómo y cuándo se forjaron ciertas ideas
disfuncionales que afectan al paciente en la actualidad.
● Principio 6: la terapia cognitiva es educativa, tiene por objeto enseñar al paciente a
ser su propio terapeuta, y pone énfasis en la prevención de las recaídas. Se ayuda a
establecer objetivos, identificar y evaluar pensamientos y creencias, y a planificar
cambios de conducta, así como también a cómo se debe hacerlo.
● Principio 7: la terapia cognitiva tiende a ser limitada en el tiempo. En los pacientes
con depresión y angustia suelen ser de 4 a 14 sesiones. Sin embargo, hay pacientes
que necesitan tratamientos de uno o dos años para modificar creencias
disfuncionales muy rígidas y modelos de comportamiento que contribuyen a su
malestar crónico.
● Principio 8: las sesiones de terapia cognitiva son estructuradas. No importa cuál sea
el diagnóstico o la etapa del tratamiento, el terapeuta tiende a armar una estructura
establecida para cada sesión.
● Principio 9: la terapia cognitiva ayuda a los pacientes a identificar y evaluar sus
pensamientos y comportamientos disfuncionales y a actuar en consecuencia.
● Principio 10: la terapia cognitiva se sirve de una variedad de técnicas para cambiar
el pensamiento, el estado de ánimo y la conducta. Se utiliza el cuestionamiento
socrático, el descubrimiento guiado, así como también técnicas que provienen de
otras orientaciones terapéuticas -terapia del comportamiento y guestáltica-. El
terapeuta selecciona las técnicas según el planteamiento de cada caso y los
objetivos que establece para cada sesión.
Estos principios se aplican a todos los pacientes. Sin embargo, la terapia varía
considerablemente según los casos, la índole de las dificultades, los objetivos, la capacidad
del paciente para establecer un vínculo terapéutico sólido, su motivación para el cambio,
etc. El énfasis que se da al tratamiento depende del trastorno particular.

La formación de un terapeuta cognitivo


El desarrollo de los conocimientos técnicos que requiere un terapeuta cognitivo se puede
describir en tres pasos:
1) Los terapeutas aprenden a estructurar la sesión y a utilizar las técnicas básicas.
Adquieren además, la habilidad para conceptualizar un caso en términos cognitivos,
fundamentándose en una evaluación inicial y en los datos obtenidos en la sesión.
2) Los terapeutas comienzan a integrar la conceptualización con su conocimiento de
las técnicas. Afianzan su capacidad de comprender el desarrollo de la terapia y
logran identificar con mayor facilidad los objetivos más importantes. Adquieren
mayor habilidad para conceptualizar a los pacientes y la profundizan a lo largo de las
sesiones. Amplían su repertorio de técnicas y son más hábiles en su selección y
uso.
3) Los terapeutas integran más automáticamente los datos nuevos a la
conceptualización. Profundiza su capacidad para plantear hipótesis que confirman o
modifican su visión de los pacientes. Pueden varían la estructura y las técnicas para
adecuarlas a los casos difíciles.

UNIDAD 9: Psicoterapias Existenciales / Psicoterapia Gestáltica


Frankl, V. (1987) - Conceptos básicos de Logoterapia
La logoterapia se presenta como un método menos retrospectivo y menos introspectivo que
el psicoanálisis, más bien mira al futuro, es decir, a los cometidos y sentidos que el paciente
tiene que realizar en el futuro. A la vez, la logoterapia se desentiende de todas las
formulaciones del tipo de círculo vicioso y de todos los mecanismos de retroacción que
desempeñan un papel importante en el desarrollo de las neurosis. De esta manera rompe
con el típico ensimismamiento del neurótico, en vez de volver una y otra vez sobre lo
mismo. En este modelo, el paciente debe enfrentarse con el sentido de su propia vida para,
a continuación, rectificar la orientación de su conducta en tal sentido. Así es que, la
logoterapia se centra en el significado de la existencia humana, así como en la búsqueda de
dicho sentido. De acuerdo con este modelo terapéutico, la primera fuerza motivante del
hombre es la lucha por encontrarle un sentido a su propia vida, por esto, Frankl habla de
“voluntad de sentido”. Considera entonces que su cometido es ayudar al paciente a
encontrar el sentido de su vida, hacerlo consciente del logos oculto de su existencia , de
algo que regrese a la existencia otra vez, por eso considera al hombre como un ser cuyo
interés consiste en cumplir un sentido y realizar sus principios morales.

La frustración existencial se da cuando la voluntad de sentido del hombre se frustra, es


decir, cuando se ansía encontrar un sentido concreto a la existencia personal. Esta puede
resolverse en neurosis, específicamente la logoterapia toma el término de “neurosis
noógena'' que tiene su origen en la dimensión noológica de la existencia humana. Se trata
de un término logoterapéutico que determina lo que pertenece al núcleo de lo espiritual de
la personalidad humana, no como una connotación religiosa sino como esto
específicamente humano.
Entonces este tipo de neurosis nacen de los conflictos entre principios morales distintos, de
estos problemas espirituales en donde la frustración toma un papel fundamental. El interés
del hombre, su desesperación por que la vida sea valiosa conlleva una angustia espiritual, y
la tarea del terapeuta es llevar al paciente a través de su crisis existencial de crecimiento y
desarrollo.
Según el autor el vacío existencial puede deberse a la doble pérdida que el hombre tiene
que soportar desde que se convirtió en un verdadero ser humano. Al principio de la historia
de la humanidad este perdió algunos instintos animales básicos que conformaban esta
conducta y le daban seguridad, que hoy en día le es negada para siempre, y el hombre
tiene que elegir.
A esto se le suma que en los últimos tiempos el ser humano tuvo otra pérdida, las
tradiciones que le sirvieron de contrafuerte a su conducta y le indicaban lo que debía hacer
se están diluyendo rápidamente. Esto acarrea que no sepa lo que le gustaría hacer, y se
avoque en la mayoría de las veces en lo que otros hacen o en lo que otras personas
quieren que haga. El vacío existencial entonces se manifiesta sobre todo en un estado de
tedio y muchas veces de forma enmascarada, es por eso que la logoterapia también está
indicada para casos psicógenos y en “pseudoneurosis somatógenas”.
El método de Análisis existencial, pretende conseguir que vuelvan otra vez a la conciencia
tanto los hechos instintivos que están en el inconsciente del individuo como el sentido
potencial de la existencia que ha de cumplirse y su voluntad de sentido.
Considera que la esencia íntima de la existencia humana está en su capacidad de ser
responsable entonces intenta hacer al paciente plenamente consciente de sus propias
responsabilidades; razón por la cual debe dejarle la opción de decidir por qué, ante qué o
ante quién se considera responsable.
La función del logoterapeuta consiste en ampliar y ensanchar el campo visual del paciente
de forma que sea consciente y visible para él todo el espectro de las significaciones y los
principios. Basa su técnica de la "intención paradójica" en la dualidad de que, por una parte
el miedo hace que se produzca lo que se teme y, por otra, la hiperintención estorba lo que
se desea.

En relación al caso de Ladislao, dentro del caso podemos pesquisar de modo concreto a lo
que el autor denomina como frustración existencial, donde es posible situar aquel malestar
vinculado a los eventos del paciente, un hombre mayor de edad, cursando la vejez, y que se
ve con el afronte de episodios desdichados en su vida. Su familia estaba conformada por su
esposa y sus dos hijos, quienes, una vez mayores conformaron su familia alejados de sus
padres y lugar de residencia. En otro episodio penoso se vió con la pérdida de su
compañera de toda la vida, su esposa. En efecto, Ladislao, se enfrenta según él, a una
herida irreparable.
Tanto la pérdida de su esposa como la lejanía de sus hijos, dejaron vaciado de sentido la
vida del hombre ya mayor, con lo cual, se puede pensar allí aquel vacío existencial que le
han dejado aquellos achaques. Ahora, Ladislao, debe encarar una vida totalmente distinta y
sinuosa, dado que todo lo que había brindado como motivo de vivir, le había sido arrebatado
por los avatares de la vida. Allí el objetivo del terapeuta será que el paciente logre hallar un
sentido, un significado de la existencia y de la vida misma. Para ello la logoterapia será el
instrumento por el cual, sea posible reinvertir nuevos vínculos y actividades. Se debe
remarcar la actividad y la capacidad de crear un vínculo con el analista como crucial en el
devenir terapéutico.

Perls, F. y Baumgardner, P. (1989) - Fundamentos de la terapia Gestalt


La terapia Gestalt consiste en atender a otro ser humano en tal forma que le permita ser lo
que realmente es. Es una terapia existencialista, que se ocupa de los problemas
provocados por nuestra aversión a aceptar la responsabilidad de lo que somos y de lo que
hacemos.
Separa “hablar acerca de…” y la moral, del proceso de la terapia. Lo que nos deja es el
estudio de los datos, y de la conducta observable. Se ocupa de lo que experimentamos,
más bien que de lo que pensamos. Esto significa que el terapista Gestalt debe suministrar
una situación especial: se convierte en un catalizador que facilita la percepción del paciente
de lo que existe en el momento, y que frustra los diversos intentos de evasión del mismo.
La Gestalt como “la unidad definitiva de experiencias”. La “experiencia” de nosotros mismos
es en gran parte física y, en consecuencia, depende de la percepción de nuestro cuerpo. Al
quedar satisfecha la necesidad del organismo, al dar y tomar del medio ambiente, la Gestalt
se completa y la situación termina. La conciencia de una necesidad disminuye y después
desaparece, y pueden surgir nuevas necesidades.
El propósito de la psicoterapia es restaurar las partes perdidas de la personalidad y por
medio de ella pueden recuperarse nuestra experiencia y nuestro funcionamiento
rechazados. El terapista se dedica con el cliente al proceso de recuperar sensaciones y
conductas que el cliente ha desechado y que ahora considera que no le pertenecen
(técnicas de restauración y recuperación).
Nos ocupamos del ego, del “yo” y del “no yo”, y cómo otra persona ha transformado algunas
de sus partes. Fritz plantea que no puede haber ninguna renuncia de alguna parte de
nosotros mismos, de maneras de ser y de obrar que son nuestra esencia misma, sin
pérdida de vitalidad. Al rechazar un sentimiento o impulso de obrar, interrumpimos el flujo de
energía que nutre a nuestro ser orgánico. Para apropiarnos de esa energía, se debe
encontrar alguna manera de entrar en contacto nuevamente con nuestro ser rechazado, a
aceptar nuevamente aquellos sentimientos y conductas que se han transformado en un “no
yo”.
Separa el “hablar de…”, no basta con que el paciente sepa, por ejemplo, el funcionamiento
y la patología de su personalidad, pues sigue sufriendo. Sabe pero comprende muy poco.
La Gestalt se ocupa de descubrir y utilizar los papeles sociales fingidos del paciente, y de
llenar los huecos que existen en su personalidad. Sobre todo aquellos papeles que dejan al
paciente sintiéndose exhausto y perdido.
El método: fijarse continuamente en la conciencia y en los principales instrumentos que trae
el paciente, como su voz y sus demandas de la terapia. Necesitamos: propósito, método,
instrumentos.
Respecto a lo que plantea Freud, Fritz sostiene que Freud conjetura hacia atrás, en lo que
concierne al papel de la primera experiencia destructiva y al comportamiento
contraproducente que surge y persiste. Fritz opina que nos gusta apegarnos al pasado
infeliz para evadir la responsabilidad de lo que hacemos y para no crecer hasta llegar a una
conducta autosuficiente.
La teoría de la Gestalt asume que el organismo humano y su medio ambiente, que incluye a
otras personas, forman una sola unidad indivisible. Lo uno no ocurre sin lo otro. Se ocupa
de lo que ocurre entre el organismo y el medio ambiente, en los niveles biológico y social.
La percepción del cuerpo como fuente continua, probablemente la primaria, en la que el
paciente se descubre a sí mismo, en relación a lo que lo rodea.
Fritz nos deja:
GESTALT: una terapia existencial, que se ocupa de lo que es, o del fenómeno existente. No
depende de “hablar acerca de…” o de lo que “debe ser”.
PROPÓSITO: recuperar partes perdidas de la personalidad.
FENÓMENOS CON LOS QUE SE TRABAJA: papeles sociales (conducta opuesta al
proceso natural), y huecos en la personalidad (partes del ser que ya no se experimentan, o
a las que se niega expresión).
MÉTODO: vigilar continuamente la conciencia.
INSTRUMENTOS: para los papeles: la voz, para los huecos: la evasión, las demandas
hechas por el paciente en la situación terapéutica.
EXPERIENCIA: es contacto, estamos en contacto con nosotros mismos por medio de
nuestros cuerpos y nuestras emociones. Experimentamos el mundo con nuestros cinco
sentidos.
PERCEPCIÓN CORPORAL: es la clave para descubrir las dificultades del paciente. Las
situaciones inconclusas y los sentimientos inexpresados se revelan a través de las
tensiones corporales.

Ciardini, G. (1993) - Ladislao H. Una experiencia clínica


Relato de una historia clínica de una persona que sufre una severa depresión reactiva, y
cómo a través de la construcción de un sentido de vida, emerge de su situación.
Ladislao H., es un jubilado de 72 años. Nace en Polonia en el seno de una familia judía
dedicada a las tareas rurales. A los 13 años, emigra a la Argentina junto con su tío (pérdida)
Sus padres y hermanos desaparecen en medio de los horrores del nazismo y de la SGM.
Se instala en Misiones donde retoma los trabajos del campo.
A los 27 años se instala en Buenos Aires, trabajando en talleres y fábricas.
Se casa, tiene un hijo, una hija, nietos.
En 1987 se jubila, se acoge a los “beneficios” de la jubilación. Comienza a ser atendido
clínicamente (primera pérdida, deja de trabajar).
En 1989 su hija viaja a Polonia con su esposo e hijo, consiguen trabajo y residencia, y allí
se quedan (segunda pérdida).
1991: luego de sufrir los avatares de un cáncer de hígado, muere su esposa (tercera
pérdida).

Ladislao fue absorbiendo con entereza y siempre con actitud optimista las sucesivas
pérdidas que fue teniendo a lo largo de su vida. La abrupta pérdida de su compañera de
toda la vida lo sumió en la soledad. “No tengo más nada para hacer”, “para qué seguir
viviendo”, sus frases recurrentes. Gradualmente fue deteriorándose físicamente, su aspecto
descuidado y sucio iban marcando el avance de la muerte sobre la persona.
Se negaba sistemáticamente a la interconsulta psiquiátrica, “¿qué me va a decir el
psiquiatra? ¿me va a devolver la vida?”
Se recurrió a todos los medios al alcance, desde una psicoterapia “silvestre” a toda la gama
de medicación antidepresiva y tranquilizante. Todo parecía -y era- inútil.
Juan, otro jubilado, comienza a visitar a Ladislao. Se le pregunta si puede dar una mano
para arreglar un problema con un bombeador, frente a lo cual no se niega y lo arregla.
Durante este trabajo, retomó contactos con otras personas mayores del barrio. Se sintió
satisfecho de su trabajo y se sintió por primera vez útil en algo, luego de largos meses.
Comienza una amistad con Juan, vuelve a tocar el acordeón, se une a un campeonato de
truco. Se compromete para hacer algunos arreglos en el galpón del club. Charlando con los
demás se encuentra con muchas otras personas con problemas similares a los suyos, pero
que habían creado un ámbito de reunión y convivencia, ayudándose mutua y
solidariamente.
Ladislao reconoce que le gusta ir al club. A medida que todo esto iba sucediendo, el
aspecto de ladislao se iba modificando gradualmente, recupera su peso, sonríe más
frecuentemente, mejora su diabetes.
Actualmente, ha reencontrado en su club una razón para vivir, se vuelve a despertar su
sentido de comunidad y lo acompaña una modesta alegría. Prácticamente no toma
medicamentos: los antidepresivos y tranquilizantes han desaparecido de su botiquín. Lo que
no pudieron las medicinas ni psicoterapias, lo pudo el sentimiento de solidaridad y afecto de
un buen ser humano.
Ladislao dice que le ha encontrado un nuevo sentido a su vida.

Conclusiones
A través de la lectura de este trabajo se puede observar cómo la elaboración de un sentido
de vida -Frankl, V- por parte de la propia persona, con la ayuda y el sentido solidario de un
lego, puede ser un elemento clave para la superación de una severa crisis depresiva
reactiva. En este caso específico, el sentido de solidaridad y el encuentro de un sentido de
vida, fueron más efectivos que la administración de psicofármacos y psicoterapias.

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