DAVID CONTRA GOLIAT.
33er. Congreso de Niños. Smirna, sábado 6/oct./2018.
Nadir Carreño Maufras.
I. La historia. 1º Samuel 17:1–58.
Como ocurría frecuentemente, el ejército filisteo estaba
enfrentado al israelita, comandado por Saúl. En este ca-
so ocurrió algo extraordinario: Goliat, un gigante filisteo
de casi tres metros de estatura, poderosamente armado
y acorazado, se adelantó a su ejército y desafió al de
Israel para que enviara un guerrero a pelear con él, y el
que venciera, su pueblo serviría al otro. Los israelitas
retrocedieron atemorizados y no hubo ninguno que se
atreviera a enfrentar a Goliat, cuya superioridad física
era evidente. Día tras día los dos ejércitos permanecie-
ron en sus posiciones, con Goliat desafiando diariamente
a Israel y los israelitas retrocediendo atemorizados.
En Bethlehem vivía Isaí, un anciano con ocho hijos. Los
tres mayores estaban en el ejército y David, su hijo
menor, estaba al cuidado de las ovejas de la familia, que
era su tarea habitual.
Isaí envió a David con provisiones para sus hermanos y
para informarse cómo estaban. Cuando llegó al campa-
mento israelita y preguntó por sus hermanos ocurrió que
Goliat salió a desafiar a Israel. David, que tenía una pro-
funda fe en Dios, se asombró de que los israelitas estu-
vieran llenos de miedo y que ninguno se atreviera a en-
frentarlo, porque no veía la fortaleza física de Goliat, sino
que servía a dioses falsos y que desafiaba a los siervos
del Dios verdadero, el Omnipotente. Para él era lo nor-
mal que cualquier israelita pudiera enfrentar al gigante,
apoyado en el Dios vivo y verdadero. Su comentario lle-
gó al rey Saúl que, naturalmente, no creyó que un joven-
cito sin entrenamiento militar pudiera enfrentar a Goliat.
Pero David le dijo cómo luchaba contra osos y leones
para defender sus ovejas y cómo mataba a esas fieras
poderosas en el nombre de Dios, es decir confiando en
él, y que lo mismo ocurriría con el idólatra Goliat. Saúl se
dejó convencer e hizo que David se pusiera las armas
normales de un soldado, pero David ni siquiera podía
caminar con ellas. Así que se las sacó, tomó su honda y
fue a un arroyo cercano de dónde sacó, con ojo experto,
cinco piedras lisas que puso en su zurrón y así, armado
sólo con su cayado de pastor, su honda y sus piedras se
fue a enfrentar a Goliat. Cuando éste vio que lo enfrenta-
ba un jovencito cuya vestidura mostraba que era un sim-
ple pastor, lo menospreció y consideró un insulto que
fuera enfrentado de esa manera, por lo cual lo maldijo en
el nombre de sus ídolos y proclamó en voz alta que lo
haría pedazos. David no se quedó mudo, pero tampoco
se atribuyó poder alguno, sino que con fe indomable le
dijo: “Tú vienes a mí con espada y lanza y escudo; mas
yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el
Dios de los escuadrones de Israel, que tú has provocado.
Jehová te entregará hoy en mi mano, … y sabrá toda
esta congregación que Jehová no salva con espada y
lanza …” (1º Samuel 17:45–47).
David Contra Goliat.
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Al oír esto Goliat avanzó enardecido y completamente
seguro contra lo que él veía como un muy débil adversa-
rio, pero David, sin pérdida de tiempo y sin temor alguno,
corrió hacia él, puso una piedra en su honda y la lanzó
con fuerza y certeramente contra la frente de Goliat, don-
de se hincó profundamente e hizo que el gigante cayera
al suelo sin sentido. Los honderos israelíes eran capaces
de acertar con sus piedras a un cabello en el aire, pero
Dios usó esa destreza de David por su providencia para
que no fallara el golpe. Después de esto David corrió
donde Goliat y le cortó la cabeza con su propia espada.
En esta historia se destaca la fe de David, que le dio su
valentía indomable y su destreza en el manejo de la hon-
da, que Dios usó por su providencia para que venciera a
su formidable adversario. Esto mismo está en juego en
nuestra lucha espiritual contra los gigantes poderosos
que combaten contra nuestra alma.
II. Nuestra lucha contra Satanás.
Éste es el gigante más grande, fuerte y poderoso que
nosotros, como el débil David, tenemos que enfrentar.
En este combate es de primera importancia que pres-
temos atención y sigamos el ejemplo de nuestro Señor
Jesucristo, que enfrentó a Satanás con su naturaleza
humana como la nuestra. Esto lo sabemos porque la
naturaleza divina y omnipotente de nuestro Señor, el dia-
blo no la puede tocar: es completamente débil para eso.
Apeló, por lo tanto, a la naturaleza humana de Jesús,
tratando de que usara mal el poder de que estaba reves-
David contra Goliat.
tido, convirtiendo piedras en pan para saciar su hambre
después de cuarenta días de ayuno y, al mismo tiempo,
tratando de hacerlo dudar de que era Hijo de Dios. Jesús
lo enfrentó simplemente con la Palabra de Dios, aunque
tenía sabiduría propia suficiente para hacerlo.
Derrotado en esta primera instancia volvió a la carga,
instándolo a realizar un milagro espectacular y público,
para ganar la adhesión de la gente, pero Jesús volvió a
rechazarlo con la Palabra de Dios. Después de esta se-
gunda derrota, Satanás le ofreció darle el dominio sobre
todas las naciones, detrás de lo cual estaba un sutil es-
fuerzo para que evitara la cruz, pero como a Jesús no le
interesa la adhesión externa de las personas, sino ganar
el amor de sus corazones, volvió a rechazarlo y lo puso
en fuga con la Palabra de Dios otra vez. Con esto, Sata-
nás se fue, pero sólo por un tiempo. No cabe duda de
que durante todo su ministerio estuvo tentándolo, tratan-
do de apartarlo de la cruz. Seguramente tendría una idea
obscura del peligro de condenación eterna y del fracaso
de sus pretensiones diabólicas que significaba la cruz y
por eso, al fin, dominado por un odio violento lo hizo cru-
cificar y selló su fracaso y condenación eterna.
Al igual que nuestro bendito salvador, nosotros tenemos
que enfrentar al diablo que, en comparación de nuestra
pequeñez, debilidad y limitación, es el más formidable y
gigantesco adversario.
En primer lugar tenemos que conocer nuestras propias
debilidades, como pueden ser el orgullo, el rencor, el mal
genio, la ira, la envidia, etc. y saber que es ahí donde
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nos atacará el diablo: “Porque no seamos engañados de
Satanás: pues no ignoramos sus maquinaciones” (2ª
Corintios 2:11) y enseguida, con humildad y con pleno
conocimiento de que somos muy débiles para enfrentar y
derrotar a tan poderoso enemigo, enfrentémoslo en el
nombre de nuestro salvador, contra quien nada puede el
diablo. Tomemos en cuenta que si nosotros intentamos
vencerlo con nuestro propio poder, somos como una
hormiga parada en un riel tratando de detener a una
locomotora. Pero si nos refugiamos en nuestro Señor pa-
ra enfrentar a Satanás, entonces la hormiga es el diablo
y Jesucristo es la locomotora. Tengamos presente que
no somos llamados a insultar al diablo, porque ni el ar-
cángel Miguel lo hizo, cuando luchaba con Satanás
sobre el cuerpo de Moisés (Judas 9). Lo anterior es lo
que nos dice Santiago 4:6–7: “Mas él da mayor gracia.
Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a
los humildes. Someteos pues a Dios; resistid al diablo, y
de vosotros huirá”. Pero no olvidemos que cuando lo
ponemos en fuga es sólo una batalla que hemos
ganado, no la guerra, que continuará hasta que el Señor
nos lleve a su presencia y que en esta guerra, igual que
David, debemos usar con destreza la Palabra de Dios,
que es nuestra arma. Esto requiere conocerla, meditar
en ella, memorizarla, estudiarla y amarla.
También se refiere al combate permanente que tenemos
con el gigante Satanás 1ª Pedro 5:6–9: “Humillaos pues
bajo la poderosa mano de Dios, para que él os ensalce
cuando fuere tiempo; echando toda vuestra solicitud en
él, porque él tiene cuidado de vosotros. Sed templados, y
velad; porque vuestro adversario el diablo, cual león ru-
David contra Goliat.
giente, anda alrededor buscando a quien devore: al cual
resistid firmes en la fe, sabiendo que las mismas
aflicciones han de ser cumplidas en la compañía de
vuestros hermanos que están en el mundo”.
Aquí se destaca la necesidad de ser humildes, para de-
pender enteramente del poder del Señor y no confiar en
nuestra propia capacidad, y de velar, estar atentos a los
ataques del diablo, para no dejarnos arrastrar por él, sino
decir: ¡NO! decididamente a todos sus ataques y suge-
rencias malvadas.
Así, como pequeños David resistiremos y venceremos al
gigante Satanás.
III. Nuestra lucha contra el mundo.
Este es otro poderoso gigante con el cual tenemos que
luchar incansablemente y con fe en el poder de Dios que
nos sostiene.
En este caso el mundo es el conjunto de todos los seres
humanos que no tienen a Cristo y se oponen a él. Su ca-
racterística principal es el egoísmo, el amor a sí mismo y
su aspiración exclusiva a lo material, terrenal y pasajero
de esta vida.
El medio en que vivimos, la educación que recibimos,
todo impulsa o empuja a amar al mundo, con sus valo-
res, prácticas y aspiraciones, pero como el amor es un
impulso para unirnos con la persona o cosa amada, lo
primero para tener la victoria sobre un gigante tan pode-
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roso como es el mundo es no amarlo, no querer actuar,
pensar ni tener aspiraciones como las del mundo, como
nos exhorta 1ª Juan 2:15: “No améis al mundo, ni las
cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el
amor del Padre no está en él”.
Esto es de la mayor importancia en esta lucha. El amor
al mundo excluye el amor a Dios, son incompatibles. Si
amamos al mundo no podemos amar a Dios. Si amamos
a Dios, no podemos amar al mundo.
Jesús nos dice en Mateo 6:24: “Ninguno puede servir a
dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al
otro, o se allegará al uno y menospreciará al otro: no
podéis servir a Dios y a Mammón”. Mammón es una
personificación de las riquezas. El amor al dinero es una
de las manifestaciones más notorias del mundo, no las
riquezas mismas, sino el amor a ellas, por el cual
quienes las aman tienen como principal objetivo en su
vida enriquecerse y tener muchos bienes materiales,
creyendo erróneamente que eso permite superar todo
problema.
Entonces en este combate nuestro contra el gigante
mundo, cuidemos de que nuestro engañoso corazón no
nos seduzca ni engañe y nos lleve a justificar un amor
culpable.
Después del amor supremo a Dios, necesitamos la fe
para derrotar a este gigante: 1ª Juan 5:4–5: “Porque
todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y
esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe.
David contra Goliat.
¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que
Jesús es el Hijo de Dios?”. Para el mundo los manda-
mientos de Dios son muy penosos, pero el que ha naci-
do de Dios vence las fuerzas contrarias del mundo y dis-
pone de un poder y socorro que le permite obedecer con
gozo a Dios. Esto lo ignora el mundo. Este poder lo men-
ciona Juan en 1ª Juan 4:4: “Hijitos, vosotros sois de
Dios, y los habéis vencido; porque el que en vosotros
está, es mayor que el que está en el mundo”. También
Pablo en Romanos 8:31: “¿Pues qué diremos a esto? Si
Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros?” y en Fili-
penses 4:13: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Nuestro Señor Jesucristo también se refiere a nuestra
victoria sobre el mundo en Juan 16:33: “Estas cosas os
he hablado, para que en mí tengáis paz. En el mundo
tendréis aflicción: mas confiad, yo he vencido al
mundo”.
Igual que el modo como el débil David venció al podero-
so Goliat, en nuestros corazones debe haber una firme
confianza en la victoria, lo que Juan repite muchas veces
en el Apocalipsis:
2:7: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las
iglesias. Al que venciere, daré a comer del árbol de la
vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”;
2:11: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las
iglesias. El que venciere, no recibirá daño de la muerte
segunda”;
3:5: “El que venciere, será vestido de vestiduras blancas;
y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré
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su nombre delante de mi Padre, y delante de sus
ángeles”;
3:12: “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo
de mi Dios … y escribiré sobre él el nombre de mi Dios
…”;
3:21: “Al que venciere, yo le daré que se siente conmigo
en mi trono; así como yo he vencido, y me he sentado
con mi Padre en su trono”; y muchísimos más.
La fe que vence al mundo se expresa externamente en
los credos, como el de los apóstoles o la Declaración de
fe del Concilio Internacional de Iglesias Cristianas, pero
internamente es la completa confianza personal que
tenemos en que Dios siempre estará con nosotros, que
es a lo que se refiere la fe que vence al mundo, porque
es “nuestra” fe, algo personal. Esta fe, que es plena
confianza en Dios, es siempre victoriosa. Esto no es un
modo fácil de consolarnos de los muchos contratiempos
que tenemos que sufrir, como cesantía, enfermedad,
problemas familiares, la muerte, etc. Lo cierto es que en
ningún mal Dios nos ha abandonado y llegará el día
cuando todo saldrá a la luz delante del tribunal de Cristo
y se hará evidente que aunque el mundo pareció vence-
dor cuando sufrimos y nos atacó tan ferozmente, la
verdad es que Dios estaba con nosotros todo el tiempo,
frustrando los propósitos del diablo y del mundo de
destruirnos. En ese tribunal se verá que el mundo no
logró lo que quería y nosotros resplandeceremos con la
gloria de Dios, mientras que el mundo será condenado a
tinieblas y dolor eternos. Por eso nuestra fe vence al
mundo. Nuestra confianza proviene de la Palabra de
David contra Goliat.
Dios, como leímos en 1ª Juan 5:4: “… confiad, yo he
vencido al mundo” y como dice en Hebreos 13:5: “No te
desampararé, ni te dejaré” y en muchísimos otros pasa-
jes, pero no olvidemos que la fe es el instrumento que
nos da la victoria sobre el mundo, pero el que nos da la
victoria es el Señor: “Mas a Dios gracias, que nos da la
victoria por el Señor nuestro Jesucristo” 1ª Corintios
15:57. Así como David, que usó su honda y su destreza
para manejarla, pero con su confianza puesta completa-
mente en Jehová, Dios de los ejércitos, el Todopodero-
so, así también nosotros: que nuestra fe no vacile, pero
que nuestra mirada no esté puesta en nosotros, sino en
nuestro bondadoso y fiel redentor omnipotente.
IV. Nuestra lucha contra la carne.
Este es un tercer gran gigante contra el que tenemos
que combatir. No es el más poderoso, pero sí el más
sutil, porque este gigante somos nosotros mismos.
Cuando el apóstol Juan en 1ª Juan 2:15 nos exhorta a
no amar al mundo, agrega en el versículo 16: “Porque
todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la
carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la
vida, no es del Padre, mas es del mundo”.
Concupiscencia se refiere a malos deseos o deseos
desordenados.
A causa del pecado original, todos tenemos la tendencia
a usar mal los instintos que Dios puso en nosotros para
conservar la vida y a usarlos sea para placeres pecami-
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nosos, contrarios a la voluntad de Dios, o para destruir
en vez de conservar la vida. Lo mismo puede decirse de
los sentidos, dados por Dios para que nos relacionemos
adecuadamente con el medio físico en el que vivimos y
para conocer a nuestro Dios y creador, pero tan usados
para satisfacer deseos pecaminosos.
La concupiscencia de la carne se refiere a los instintos y
necesidades corporales, que son legítimos y necesarios
cuando cumplen las funciones para las cuales Dios los
dio, pero que se convierten en pecaminosos cuando se
usan con otros fines. Dios ha hecho que la satisfacción
legítima de los instintos y necesidades corporales vaya
acompañada de una sensación de placer y de bienestar
que asegure su uso para nuestra conservación. Pero el
mundo busca sólo el placer, sin su utilidad.
Unos pocos ejemplos de esta concupiscencia de la
carne son:
La comida, que se convierte en pecaminosa cuando se
come sin necesidad, en exceso o de mala calidad ali-
menticia, sólo porque es “rica”. Este mal deseo de la
carne tiene consecuencias funestas para la salud, ade-
más de su culpabilidad pecaminosa.
La recreación. Hacer de la vida una fiesta continua es
también una concupiscencia de la carne, como dice
Isaías 22:13–14: “Y he aquí gozo y alegría, matando
vacas y degollando ovejas, comer carne y beber vino,
diciendo: Comamos y bebamos, que mañana morire-
mos. Esto fue revelado a mis oídos de parte de Jehová de
David contra Goliat.
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los ejércitos: Que este pecado no os será perdonado …”.
La recreación es una necesidad de nuestra mente y
cuerpo y Dios quiere que nuestra relación con él sea
caracterizada por la alegría: “… el gozo de Jehová es
vuestra fortaleza” Nehemías 8:10; “Y os alegraréis de-
lante de Jehová vuestro Dios …” Deuteronomio 12:12;
Filipenses 3:1; 4:4; etc., pero se convierte en pecamino-
sa cuando es el fin principal de la vida o cuando se
recurre a prácticas pervertidas, sucias o repugnantes
para obtener placer y “pasarlo bien”, como el uso de
chistes maliciosos, obscenidades, uso de bebidas em-
briagantes, el baile, etc.
El vino no está prohibido cuando se usa moderada-
mente, pero como es muy difícil saber hasta dónde es
moderado, es mejor abstenerse completamente de toda
bebida alcohólica (Romanos 14:21).
El baile es una recreación pecaminosa, porque produce
excitación sexual, lo que los inconversos reconocen sin
dificultad, porque para ellos esto es normal.
El impulso sexual. Este es actualmente una de las carac-
terísticas más notorias de la carne y se lo usa en opo-
sición a Dios y egoístamente.
Es evidente que Dios nos dio este instinto para la
conservación de la especie humana y para expresar la
unión espiritual entre un hombre y una mujer legítima-
mente casados y, como todo instinto, va acompañado de
placer. Pero el mundo lo pervierte, buscando sólo el pla-
cer, egoístamente y sin que importe el daño que se pue-
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da hacer a otra persona. Ejemplos de estas perversiones
son las relaciones fuera del matrimonio, la homosexua-
lidad, el lesbianismo, la pedofilia, etc.
El reposo. También es una necesidad física evidente,
pero cuando ocupa más o menos tiempo del necesario
para la salud es un pecado, contra el cual hay que
luchar.
Hay otras concupiscencias de la carne más sutiles, a las
cuales hay que prestar mucha atención para combatirlas,
como el deseo de ser famoso y reconocido y buscarlo a
cualquier costo; el deseo de ser rico, unido generalmente
a la avaricia; el afán de poder, que divide a iglesias
fieles, etc.
El apóstol Juan menciona también la concupiscencia de
los ojos, que se extiende a todos los sentidos.
El desarrollo actual de los medios visuales y el uso que
siempre se ha hecho de ellos tiene un gran efecto sobre
nosotros. Muchas imágenes se aferran a nuestro cerebro
en tal forma que son imborrables. Dios nos ha dado esta
facultad como un medio de aprender, pero el mundo lo
usa para complacerse con imágenes corrompidas, que
impulsan a pecar contra Dios. Esta es una verdadera
obsesión para el mundo, lo que lleva a cometer delitos o
actos muy reprobables y a causar mucho daño.
Los redimidos por la fe en Jesucristo, que debemos
vencer al Maligno, tenemos que guardarnos mucho de
caer en esto que ama el mundo y que nos asalta a cada
momento como un poderoso gigante. Tenemos que im-
David contra Goliat.
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plorar toda la gracia y potencia de Dios, por su Espíritu
Santo, que vive en nosotros, para vencer a este gigante
y tener la voluntad fortalecida por él para decir: ¡NO! a
los deseos desordenados de nuestros ojos y sentidos,
en general. La victoria la dará el Señor y viviremos
mucho más tranquilos y felices con la victoria que él nos
da.
En tercer lugar, en cuanto a este gigante contra el cual
tenemos que combatir, Juan nombra “la soberbia de la
vida”, que es el orgullo, con su egoísmo. Es el “yo”
aparte de Dios y del prójimo. Estos son los pecados más
comunes y arraigados en el ser humano. Por eso el
mundo los aprecia y practica sin restricción y, por eso,
persisten en los salvados como parte de ese viejo hom-
bre que todavía está en nosotros. De ahí que sea un gi-
gante tan formidable, al que tenemos que combatir.
Nuestro Señor Jesucristo nos exhorta a ser todo lo con-
trario: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de
mí, que soy mando y humilde de corazón; y hallaréis
descanso para vuestras almas” Mateo 11:29.
V. Conclusión.
¡Qué el Señor nos haga comprender que estamos com-
prometidos en una lucha sin cuartel contra gigantes
enormes que atacan nuestro cuerpo y nuestra alma y
que con la misma fe y diligencia del joven David, noso-
tros venzamos diariamente y durante toda la vida que
Dios nos dé, a esos Goliats, que nos desafían a nosotros
y a nuestro Dios cada día!
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