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Text copyright © 2018 by Shea Ernshaw
Jacket illustration copyright © 2018 by Lisa Perrin
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© de la traducción 2018 by Silvina Poch
© 2018 by Ediciones Uran
Urano,
o, S.A.U.
Plaza de los Reyes Magos 8, piso 1.º C y D – 28007 Madrid
www.mundopuck.com
ISBN: 978-84-17312-44-2
Fotocomposición: Ediciones Urano, S.A.U.
Para mis padres, por alentar mi audaz imaginación.
Si existe magia en este planeta, se encuentra contenida en agua.
Loren Eiseley
El mar
En 1822, tres hermanas llegaron a Sparrow, Oregón, a bordo del Lady Astor,
un barco que comerciaba pieles, que se hundió ese mismo año en el puerto, cerca
del cabo.
Fueron de las primeras personas en instalarse en el pueblo costero que se
había fundado poco tiempo atrás, y se aventuraron en las nuevas tierras como
aves de patas finas, ondulado cabello castaño claro y piel de porcelana. Eran
hermosas, demasiado hermosas, diría más tarde la gente del pueblo. Marguerite,
Aurora y Hazel se enamoraban a menudo y, en general, de los hombres
equivocados: aquellos cuyos corazones ya pertenecían a otras mujeres. Eran
coquetas, seductoras y los hombres las encontraban irresistibles.
Pero los habitantes de Sparrow consideraron que las hermanas eran mucho
más que eso: creyeron que eran brujas, que hechizaban a los hombres para
volverlos infieles.
De modo que, a finales de junio, cuando la luna no era más que una fina
línea en el cielo encapotado, amarraron piedras a los talones de las tres hermanas
y las arrojaron al océano, cerca del cabo, donde se hundieron hasta el fondo y se
ahogaron. Igual que el barco en el que llegaron.
Tengo una vieja fotografía en blanco y negro, tomada en la década de 1920,
de una mujer de un circo itinerante flotando en una enorme pecera llena de agua,
el pelo rubio extendido alrededor de la cabeza, las piernas escondidas debajo de
una falsa cola de sirena hecha de tela e hilos metálicos imitando escamas. Es
etérea y angelical, sus labios delgados están apretados con fuerza mientras
contiene la respiración bajo el agua helada. Hay muchos hombres delante de la
pecera de cristal, observándola como si fuera real, fácilmente engañados por el
espectáculo.
Recuerdo esta fotografía cada vez que llega la primavera y comienzan a
circular murmullos por el pueblo de Sparrow sobre las tres hermanas a las que
ahogaron cerca de la entrada del puerto, pasando Lumiere Island, donde vivo con
mi madre. Me imagino a las tres hermanas flotando en las sombras oscuras como
delicadas siluetas fantasmales, debajo del agua, volubles y conservadas como la
sirena del circo. ¿Lucharon para no hundirse cuando las arrojaron a las
profundidades del mar, o dejaron que el peso de las piedras las hiciera descender
velozmente hasta el fondo frío y rocoso del Pacífico?
Una neblina matinal, húmeda y sombría, se desliza por encima del océano
entre Lumiere Island y el pueblo de Sparrow. El agua está en calma mientras
bajo hacia el muelle y comienzo a desamarrar la embarcación: un bote de fondo
recto, con dos asientos y un motor fueraborda. No es ideal para maniobrar en
medio de tormentas y vendavales, pero sirve para ir y volver del pueblo. Otis y
Olga, dos gatos atigrados de color anaranjado que aparecieron misteriosamente
en la isla dos años atrás, me siguen hasta el agua maullando a mis espaldas,
como si lamentaran mi partida. Me marcho todos los días a esta hora y recorro la
bahía antes de que suene la campana que anuncia la primera hora de clase —
Economía Global, una asignatura que nunca utilizaré— y todas las mañanas me
acompañan hasta el muelle.
El rayo de luz intermitente del faro se desliza por encima de la isla y, por un
momento, se arrastra sobre una silueta que se encuentra sobre el acantilado de la
rocosa costa occidental: mi madre. Los brazos cruzados sobre el grueso jersey
color beige que ciñe su frágil figura, observa la inmensidad del océano como
todas las mañanas, esperando a alguien que jamás regresará: mi padre.
Olga se frota contra mis vaqueros, arquea su lomo huesudo y deja quieta la
cola, para persuadirme de que la alce, pero no tengo tiempo. Levanto la capucha
del piloto,y me
arranca, suboconduzco
luego al bote y la
tiroembarcación
del cordel del motor,
hacia que chisporrotea
la neblina. No puedohasta
verque
la
costa ni el pueblo a través de la densa capa de humedad, pero sé que está allí.
Mástiles altos y aserrados se elevan del agua como espadas, minas terrestres,
naufragios de años anteriores. Si no conocieras el camino, podrías chocar contra
los restos de por lo menos media docena de barcos hundidos, que todavía
acechan en estas aguas. Debajo de mí, hay una telaraña de metal recubierta de
moluscos, eslabones de cadenas oxidadas que están extendidas sobre proas
destrozadas y peces que convierten a los deteriorados ojos de buey en sus
hogares, los aparejos carcomidos tiempo atrás por el agua salada. Es un
cementerio
lentamente de barcos.del
a través Pero al igual
lóbrego que los
vapor pescadores
hacia del pueblo
mar abierto, que avanzan
yo también puedo
abrirme paso por la bahía con los ojos cerrados por el frío. Aquí el agua es
profunda. Inmensos barcos solían traer provisiones a este puerto, pero ya no
ocurre. Ahora solo se ven pequeños botes de pesca y barcas turísticas
recorriendo la bahía con sus ruidosos motores. Estas aguas están malditas,
siguen diciendo los pescadores… y tienen razón.
El bote choca contra el lado del muelle once, atracadero número cuatro,
donde amarro la embarcación mientras estoy en clase. La mayoría de los chicos
de diecisiete años tienen carné de conducir y coches oxidados de segunda mano
o heredados de hermanos mayores. Yo, en cambio, tengo un bote. Y no necesito
un coche.
Me cuelgo el bolso de lona por encima del hombro, cargado de libros
pesados, y subo al trote las calles grises y resbaladizas que me llevan hasta el
instituto. Enclavado entre el mar y las montañas, el pueblo se construyó en la
intersección de dos cadenas de sierras, por lo tanto, los aludes de lodo son muy
comunes. Algún día, Sparrow desaparecerá por completo. Será arrastrado dentro
del agua y sepultado debajo de doce metros de lluvia y cieno. Aquí no hay
cadenas de comida rápida ni centros comerciales ni cines, tampoco Starbucks…
aunque sí tenemos una cafetería donde se puede hacer pedidos desde el coche.
Nuestro pequeño pueblo está protegido del mundo exterior, atrapado en el
tiempo. Tenemos una gigantesca población de dos mil veinticuatro habitantes.
Pero ese número aumenta enormemente todos los años el uno de junio, cuando
los turistas convergen en el pueblo y se apoderan de todo.
Rose se encuentra en la pendiente del jardín delantero del instituto,
escribiendo en su teléfono móvil. Su indómito pelo color rojo canela se levanta
en rizos indomables que ella detesta. Pero siempre he envidiado la forma vivaz
en quey sucastaño
lacio pelo noespuede dominarse
imposible ni atarse de
convencerlo ni sujetarse,
que quedemientras quede
arreglado a mi pelo
alguna
manera alegre y dinámica… y mirad que lo he intentado. Pero mi pelo lacio
nunca dejará de ser lacio.
—¿No me vas a abandonar esta noche, verdad? —me pregunta al verme,
arqueando las cejas y dejando caer el móvil en la mochila, que alguna vez fue
blanca y ahora está garabateada con marcadores de tinta indeleble y colores
vivos, de modo que actualmente es un collage de remolinos de color azul oscuro,
verde inglés y rosa: coloridos grafitis que no han dejado espacio sin colorear.
Rose quiere ser artista… Rose es artista. Está decidida a mudarse a Seattle y
asistir
semanas al que
Instituto de Arte
no quiere cuando
ir sola, quenos
yo graduemos. Y ella
debería ir con me recuerda casi todas las
y ser su compañera de
habitación. Una conversación que llevo evitando hábilmente desde primer curso.
Y no es que no quiera escapar de este pueblo horrible y lluvioso, porque sí
quiero. Pero me siento aprisionada, una carga de responsabilidad está instalada
firmemente sobre mí. No puedo dejar a mi madre completamente sola en la isla.
Yo soy todo lo que tiene, lo único que la mantiene conectada con la realidad. Y
tal vez sea una estupidez —hasta ingenuo—, pero también tengo esperanza de
que mi padre regrese algún día, que aparezca mágicamente en el muelle y
camine hasta la casa como si no hubiera pasado el tiempo. Y tengo que estar aquí
en caso de que eso suceda.
Pero mientras nuestro penúltimo año escolar llega a su fin y el último se
aproxima, me veo obligada a considerar cómo será el resto de mi vida y que tal
vez mi futuro esté aquí mismo, en Sparrow. Es probable que nunca me marche
de este lugar. Es probable que esté atrapada aquí.
Permaneceré en la isla leyendo la suerte en las hojas de té, depositadas en el
fondo de tazas blancas de porcelana, como solía hacer mi madre antes de que
papá desapareciera y no regresara jamás. Los lugareños conducían sus botes por
el muelle, a veces en secreto bajo una luna fantasmal, a veces en la mitad del día
porque tenían una pregunta urgente que necesitaba respuesta, y se sentaban en la
cocina, golpeteando los dedos contra la tapa de madera de la mesa, esperando
que mamá les adivinase el destino. Y después le dejaban billetes doblados,
arrugados o aplastados en la mesa antes de marcharse. Mamá escondía el dinero
en una lata de harina que guardaba en un estante, al lado de la chimenea. Y tal
vez esa sea la vida que me espera: sentarme a la mesa de la cocina mientras el
dulce aroma del té de manzanilla, lavanda y naranja se instala en mi pelo,
deslizando el dedo por el borde de una taza y descubriendo mensajes en el
caótico remolino de las hojas.
Muchas veces he vislumbrado mi propio futuro en esas hojas: un chico que
llega volando por el mar y naufraga en la isla. El corazón latiéndole
violentamente en el pecho, la piel hecha de viento y arena. Y mi corazón incapaz
de resistir. Es el mismo futuro que he visto en todas las tazas de té desde los
cinco años, cuando mamá me enseñó por primera vez a descifrar las hebras. «Tu
destino se encuentra en el fondo de una taza de té», me había susurrado a
menudo antes de mandarme a la cama. Y la idea de ese futuro se agita dentro de
mí cada vez que pienso en abandonar Sparrow: como si la isla me atrajera hacia
ella, como si mi destino estuviera arraigado aquí.
—No es abandonarte si nunca dije que iría —respondo a la pregunta de
Rose.
—No permitiré que te pierdas otra fiesta
f iesta Swan. —Desplaza la
l a cadera hacia el
lado y enlaza el pulgar derecho alrededor de la correa de la mochila—. El año
pasado tuve que quedarme hablando con Hannah Potts hasta el amanecer y no
volveré a hacerlo.
—Lo pensaré —señalo. La fiesta Swan siempre ha marcado dos cosas: el
comienzo de la temporada Swan y el final de las fiestas de la conclusión del año
escolar. Es una celebración impulsada por el alcohol, que es una extraña
combinación de emoción por no tener más clases ni profesores ni exámenes
sorpresa, mezclada con el inminente terror que produce la temporada Swan.
Como de costumbre, todos se emborrachan tanto que después no recuerdan nada
de lo sucedido.
—Piensa menos y haz más. Cuando le das vueltas a las cosas demasiado
tiempo, siempre te convences de no hacerlas. —Rose tiene razón. Me gustaría
querer ir… Me gustaría que me sintiera atraída por las fiestas en la playa, pero
nunca me siento cómoda en esos lugares: soy la chica que vive en Lumiere
Island, cuya madre enloqueció y cuyo padre desapareció, y que nunca se queda
en el pueblo con sus compañeros después del instituto. Que prefiere pasar la
noche leyendo las tablas de las mareas y observando la lenta llegada de los
barcos al puerto en vez de bebiendo cervezas sin parar con gente que apenas
conoce.
—Ni siquiera tienes que disfrazarte si no quieres —agrega. De todas
maneras, disfrazarme nunca estuvo en mis planes. A diferencia de la mayoría de
los habitantes de Sparrow, que guardan en el fondo del armario un disfraz de
principios de 1800 listo para usar en la fiesta anual de las hermanas Swan, yo no
tengo ninguno.
Suena el timbre de la primera hora de clase y seguimos al desfile de alumnos
a través de las puertas del instituto. El vestíbulo huele a cera para suelo y a
madera podrida. Los ventanales son de un solo cristal y no son herméticos, y el
viento los hace repiquetear todas las tardes. Las lámparas zumban y parpadean.
Ninguna de las taquillas cierran porque los cimientos se han desplazado varios
grados del centro. Si yo hubiera conocido otro pueblo, otro instituto, es probable
que este lugar me pareciera deprimente. Pero, en cambio, la lluvia que se filtra
durante las tormentas de invierno por el techo y gotea sobre los escritorios y los
sueños de los pasillos me resulta familiar. Es como estar en mi casa.
Rose y yo no estamos juntas durante la primera hora, de modo que
caminamos hasta el final del hall A y luego nos detenemos al lado del baño de
mujeres antes de separarnos.
—Es que no sé qué le diré a mi madre —comento, rascando los restos de
pintura de uñas Bombardeo de Arándanos del pulgar izquierdo, que Rose me
obligó a pintarme hace dos semanas durante una de nuestras noches de cine en
su casa, cuando decidió que, para integrarse seriamente dentro de la carrera de
Arte en Seattle, tenía que ver las películas de Alfred Hitchcock. Como si las
películas de miedo en blanco y negro fueran a consagrarla por alguna misteriosa
razón como una artista seria.
—Dile que irás a una fiesta… que en realidad tienes una vida propia. O
escápate en secreto. Es probable que ni siquiera note que te has ido.
Me muerdo la comisura del labio y dejo de rascarme la uña. La verdad es que
dejar a mi madre sola, aunque sea solo por una noche, me deja intranquila. ¿Qué
pasaría si se despertase en medio de la noche y descubriese que no estoy
durmiendo en mi cama? ¿Podría pensar que he desaparecido igual que mi padre?
¿Saldría a buscarme? ¿Haría algo temerario y estúpido?
—De todas maneras, está encerrada en esa isla —agrega Rose—. ¿A dónde
podría ir? Tampoco
quedamos es que
mirándonos: que se
se vaya
meta acaminado
meter en en
el el
mar.
mar—Hace una pausaloy que
es precisamente nos
temo—. Lo que quiero decir —se corrige— es que no creo que suceda nada por
dejarla sola una noche. Y estarás de regreso en cuanto amanezca.
Echo una mirada por el hall hacia la puerta del aula de la primera hora de
Economía Global, donde prácticamente todos están ya en sus asientos. El
profesor Gratton se encuentra en el escritorio, golpeteando un bolígrafo sobre
una pila de hojas, esperando que suene el último timbre.
—Por favor —ruega Rose—. Es la noche más importante del año y no quiero
ser la perdedora que va sola otra vez. —Un ligero ceceo se extiende por encima
de la palabra sola. Cuando Rose era más joven, ceceaba. Todas sus eses sonaban
como la zeta española. En primaria, los chicos se burlaban de ella cada vez que
una profesora le pedía que hablara en alto delante de toda la clase. Pero después
de visitas regulares a una logopeda de Newport tres veces por semana, durante
los primeros años de secundaria, fue como si saliera de su cuerpo viejo
repentinamente y entrara en uno nuevo. Mi mejor amiga torpe y ceceante volvió
a nacer: segura y valiente. Y aunque su aspecto no cambió realmente, ahora de
ella emanaba una
irreconocible, hermosa
mientras quey exótica especie deexactamente
yo permanecía ser humano que
igual.meTengo
resultaba
la
sensación de que algún día ni siquiera recordaremos por qué éramos amigas. Se
irá volando como un pájaro de colores brillantes que vive en el lugar equivocado
del mundo y yo me quedaré aquí, el plumaje gris, empapada y sin alas.
—Está bien. —Me rindo, sabiendo que, si falto a otra fiesta Swan, es
probable que reniegue de mí como su única amiga.
Esboza una amplia sonrisa.
—Gracias a Dios. Pensé que iba a tener que secuestrarte y llevarte a la
fuerza. —Desliza la mochila encima del hombro y agrega—: Te veo después de
clase. —Corre deprisa por el pasillo justo cuando suena el último timbre desde
los diminutos altavoces que están sobre nuestras cabezas.
Hoy solo tenemos medio día de clases: primera y segunda hora, porque hoy
también es el último día de clases antes de las vacaciones de verano. Mañana es
uno de junio. Y a pesar de que la mayoría de los institutos no empiezan tan
pronto sus vacaciones, el pueblo de Sparrow comienza la cuenta atrás varios
meses antes. Letreros que anuncian festivales en honor a las hermanas Swan ya
están colgados alrededor de la plaza principal y en los escaparates.
Mañana empieza la temporada turística. Y con ella llega el flujo de forasteros
ySparrow
el comienzo de una
desde 1823, tradición
desde escalofriante
que ahogaron y mortal
a las tres que Swan
hermanas ha atormentado
en el puerto.a
La fiesta de esta noche marca el inicio de una temporada que traerá más que
dinero del turismo: traerá tradiciones y leyendas, especulaciones y dudas acerca
de la historia del pueblo. Pero siempre, infaliblemente todos los años, también
traerá muerte.
Un cántico
Comienza como un suave canturreo que se desliza con la marea, un sonido
tan débil que podría ser el viento soplando a través de las persianas de madera, a
través de los ojos de buey de los barcos pesqueros anclados en el puerto y por las
angostas grietas de los umbrales arqueados por el tiempo. Pero después de la
primera noche, la armonía de las voces se vuelve innegable. Un himno
encantado que navega por encima del agua, fresco, suave y seductor. Las
hermanas Swan han despertado.
Las puertas del instituto de Sparrow se abren de golpe antes de las doce y un
ruidoso desfile de alumnos queda en libertad en medio del aire pegajoso del
mediodía. Gritos de excitación resuenan por todo el instituto, dispersando a las
gaviotas posadas a lo largo del muro de piedra que rodea el parque delantero.
Solo la mitad de los alumnos de quinto curso se ha molestado en presentarse
el último día, pero los que lo hicieron arrancan las hojas de los cuadernos y dejan
que el viento las lleve: una tradición para marcar su libertad y el fin del instituto.
El sol
niebla brilla perezoso
matinal—, y ahoraenparece
el cielo —después
derrotado de haberincapaz
y cansado, ardido adetravés de la
calentar el
suelo o nuestros rostros helados. Rose y yo recorremos con paso largo la calle
Canyon con nuestras botas de lluvia, los vaqueros metidos dentro para que no se
mojen, los abrigos abiertos, esperando que el día aclare y caliente el aire antes de
la fiesta que durará toda la noche. Fiesta a la que todavía no estoy demasiado
emocionada por asistir.
Al llegar a Ocean Avenue, giramos a la derecha y nos detenemos en la
esquina siguiente, donde se encuentra la tienda de la madre de Rose, que parece
un pastelito cuadrado, con paredes de ladrillo pintadas de blanco y aleros
rosas… y donde
está encima de laRose trabaja
puerta todos dice:
de cristal los días después
PASTELES del instituto.
OLVIDADIZOS El letrero
DE ALBA que
en letras
redondas, con un glaseado de un rosa pálido sobre un fondo color crema. El
cartel ya está cubierto de una sustancia verdosa, que habrá que quitar. Es una
batalla constante contra el aire salado y cenagoso.
—Mi turno solo dura dos horas —comenta Rose cambiando la mochila de
hombro—. ¿Nos vemos a las nueve en el muelle?
—De acuerdo.
—¿Sabes algo? Si tuvieras un teléfono móvil, como cualquier persona
normal, podría mandarte un simple mensaje.
—Los móviles no funcionan en la isla —señalo por centésima vez.
Lanza un resoplido de exasperación.
—Lo cual es catastróficamente inconveniente para mí. —Como si fuera ella
quien tiene que soportar la falta de cobertura del móvil.
—Sobrevivirás —exclamo con un gesto burlón y ella sonríe. El sol resalta
las pecas de su nariz y de sus mejillas, que parecen constelaciones de arena
dorada.
La puerta que se encuentra detrás de ella se abre súbitamente con un
revoloteo de campanillas que repiquetean contra el cristal. Su madre, Rosalie
Alba, sale al exterior protegiendo sus ojos con la mano, como si viera el sol por
primera vez desde el verano pasado.
—Penny —dice bajando la mano—.
man o—. ¿Cómo está tu madre?
—Como siempre —admito. En una época, nuestras madres eran
relativamente amigas. A veces quedaban a tomar el té los sábados por la mañana,
o la señora Alba venía a Lumiere Island y, junto con mi madre, hacían galletas o
pasteles de moras, cuando los arbustos espinosos comenzaban a cubrir la isla y
mi padre amenazaba con quemarlos a todos.
La señora Alba también es una de las pocas personas del pueblo que todavía
me pregunta por mi madre, que todavía se preocupa. Ya han pasado tres años
desde que desapareció mi padre y es como si el pueblo se hubiera olvidado
completamente de él. Como si nunca hubiera vivido aquí. Pero es mucho más
fácil soportar sus miradas vacías de lo que fue oír los rumores y especulaciones
que giraron alrededor del pueblo los días posteriores a su desaparición. «Para
empezar, John nunca perteneció a este lugar», había susurrado la gente.
«Abandonó a su esposa y a su hija; siempre ha odiado vivir en Sparrow; se
escapó
ahogó».con otra mujer; enloquecido por vivir en la isla, se metió en el mar y se
Era un forastero y los lugareños nunca lo aceptaron totalmente. Parecieron
aliviados cuando desapareció, como si se lo mereciera. Pero mi madre creció
aquí, fue al instituto de Sparrow y luego conoció a mi padre en la universidad de
Portland. Estaban enamorados y yo sé que él nunca nos habría abandonado.
Éramos felices. Él era feliz.
Algo muy extraño le ocurrió tres años atrás. Un día estaba aquí y, al
siguiente, desapareció.
—¿Podrías
cajita entregarle
rosa con un esto? —pregunta la madre de Rose extendiendo una
lazo a lunares.
La tomo y deslizo los dedos por el lazo.
—¿De qué es?
—Limón y lavanda. Es una receta nueva que estoy probando. —La señora
Alba no hace pasteles comunes para antojos comunes. Sus diminutos pasteles
olvidadizos están hechos con la intención de que olvides lo peor que te haya
sucedido en toda tu vida, para borrar los malos recuerdos. Yo no estoy
completamente convencida de que realmente funcionen, pero los lugareños y los
turistas veraniegos devoran los pastelitos como si fueran una cura potente, una
medicina para cualquier pensamiento no deseado. La señora Potts, que vive en
una casa angosta en la calle Alabaster, afirma que, después de haber comido un
pastel particularmente exquisito de chocolate, higos y albahaca, ya no pudo
recordar el día en que el perro de Wayne Bailey, su vecino, le mordió la
pantorrilla, la hizo sangrar y le dejó una cicatriz que tiene la forma de un rayo. Y
el señor Rivera, el cartero, afirma que solo recuerda vagamente el día en que su
mujer lo dejó por un emplomador que vive en Chestnut Bay, a una hora de
camino
azúcar yhacia el norte. Aun
los peculiares así, yodesospecho
sabores que los
los pasteles deben serpor
que, las un
tazas colmadas
breve de
instante,
permiten que una persona solamente piense en la combinación de la terrosidad
de la lavanda y la acidez del limón, algo que ni siquiera sus peores recuerdos
pueden superar
supe rar..
Cuando mi padre desapareció, la madre de Rose comenzó a enviarme a casa
con todos los sabores de pasteles imaginables: lima y frambuesa, café y avellana,
coco y algas, con la esperanza de que ayudarían a mi madre a olvidar lo que
había sucedido. Pero nada ha logrado atravesar su pena: una densa nube que no
se disipa fácilmente con el viento.
—Siento
razones no cuales
por las poder convendría
ayudarte —señalo en lugarmismo
coger mañana de intentar expl
explicarle
un autobús icarle
que todas las
lo saque
de aquí—. Puedes buscar trabajo en la fábrica de conservas o en uno de los
barcos pesqueros, pero no suelen contratar a forasteros.
Asiente mientras se muerde otra vez el labio y dirige su mirada hacia el
océano, hacia la isla distante.
—¿Y conoces algún lugar donde pueda quedarme?
—Puedes preguntar en alguno de los hostales, pero, generalmente, están
todos reservados en esta época del año. La temporada de turismo comienza
mañana.
—¿El uno de junio? —repite, como intentando esclarecer esa misteriosa
fecha que es obvio que significa algo para mí y nada para él.
—Sí. —Me metome to en el bote
b ote y tiro de la cuerda del motor—. Buena suerte. —
Y lo dejo quieto en el muelle mientras conduzco por la bahía hacia la isla. Miro
hacia atrás varias veces y él continúa allí, observando el agua como si no supiera
bien qué hacer a continuación, hasta la última vez que miro y ya no está.
La fogata arroja chispas hacia el plateado cielo nocturno. Rose y yo
descendemos rápidamente por el accidentado sendero hasta Coppers Beach, la
única franja de costa en Sparrow que no está rodeada de rocas y escarpados
acantilados. Es una angosta extensión de arena blanca y negra que termina en
una caverna submarina, en la que muy pocos de los chicos más valientes —y
más estúpidos— intentaron alguna vez entrar y salir nadando.
—¿Le diste el pastel olvidadizo? —pregunta Rose como un médico que
recetó una medicina y quiere saber si hubo algún efecto secundario adverso o el
resultado fue positivo.
Después de regresar a Lumiere Island, después de ducharme en medio de la
corriente de aire del baño que se encuentra frente a mi dormitorio, al otro lado
del pasillo, y de observar mi pequeño y rectangular armario intentando elegir
qué ponerme para el evento de esta noche, y decidiéndome finalmente por unos
vaqueros blancos y un grueso jersey negro que me protegerá del frío nocturno,
entré a la cocina y le di a mi madre del pastel olvidadizo de la madre de Rose.
Ella había estado sentada a la mesa con la mirada clavada en una taza de té.
—¿Otro? —preguntó sombríamente cuando coloqué el pastel delante de ella.
En Sparrow, ladesuperstición
predictibilidad la tabla de tiene tanto y,
las mareas peso
paracomo la ley de los
la mayoría la gravedad
lugareños,o los
la
pasteles de la señora Alba tienen la misma probabilidad de ayudar a mi madre
que un frasco de píldoras recetadas por un médico. De modo que comió
obedientemente pequeños bocados de la tarta de limón y lavanda, con cuidando
de no escupir ninguna miga en su enorme jersey beige, las mangas levantadas a
la mitad de sus antebrazos huesudos y pálidos.
No creo que se haya dado cuenta de que hoy es el último día de clase, que he
terminado mi penúltimo año de bachillerato y que mañana es uno de junio. Y no
es que haya perdido por completo el contacto con la realidad, pero los límites de
su mundo se han atenuado. Como cuando uno aprieta mute en el control remoto.
Todavía puedes ver la imagen en el televisor; los colores están todos ahí pero no
hay sonido.
—Hoy me ha parecido verlo —masculló—. En la costa, debajo del
acantilado, con la mirada levantada hacia mí. —Sus labios temblaron
ligeramente, sus dedos dejaron caer unas migas de pastel en el plato que tenía
delante—. Pero no era más que una sombra. Un truco de la luz —se corrigió.
—Lo siento —murmuré tocándole suavemente el brazo. Todavía puedo
escuchar el ruido de la puerta con mosquitero al cerrarse la noche en que mi
padre dejó la casa, recordar el aspecto que tenía mientras caminaba por el
sendero hacia el muelle, los hombros doblados para eludir las gotas de la bruma
del mar, el paso cansado. Lo vi marcharse esa noche tormentosa tres años atrás,
y nunca regresó.
Desapareció de la isla.
Su velero continuaba en el muelle, la cartera en la repisa junto a la puerta de
entrada. Sin dejar rastro. Sin dejar una nota. Sin dejar un indicio.
—A veces, a mí también me parece verlo —intenté consolarla, pero ella
miraba fijamente el pastel que tenía delante, los rasgos de su rostro suaves y
distantes mientras terminaba en silencio los últimos bocados.
Sentada junto a ella en la mesa de la cocina, no pude dejar de verme a mí
misma: el cabello oscuro, largo y lacio, los mismos ojos de un azul claro y
brillante y la misma piel trágicamente pálida, que raramente ve el sol en este
sitio sombrío. Pero mientras mi madre es graciosa y elegante, tiene brazos de
bailarina y piernas de gacela, yo siempre me sentí torpe y patizamba. Cuando era
más joven, solía caminar inclinada hacia delante, tratando de parecer más baja
que los chicos de mi clase. Aun ahora, a menudo me siento como una marioneta
cuyo dueño mueve los hilos equivocados, y por eso me muevo con dificultad,
me tropiezo y sostengo las manos torpemente extendidas delante de mí.
—No creo que un pastel vaya a curarla —le comento a Rose mientras
bajamos de una en una por el sendero rodeado de hierba seca y arbustos
espinosos—. El recuerdo de la desaparición de mi padre está tan grabado en su
mente que ni una gran cantidad de remedios locales lograrán arrancarlo.
—Bueno, no creo que mi madre se haya dado por vencida todavía. Hoy
estaba hablando de una nueva mezcla de polen de abeja y prímulas que piensa
que puede ayudar a desenredar el peor de los recuerdos. —Llegamos finalmente
a la playa y Rose enlaza su brazo con el mío, nuestros pies levantan arena
mientras nos dirigimos a la hoguera.
La mayoría de las chicas llevan vestidos largos con varias capas de tela, de
escote profundo y lazos atados en el cabello. Hasta Rose tiene un vestido color
verde pálido, de encaje y tul, que se desliza por la arena cuando se mueve,
arrastrando conchas y trozos de madera.
Olivia Greene y Lola Arthurs, mejores amigas y líderes de la élite social de
Sparrow, están bailando al otro lado de la fogata cuando nos acercamos al grupo
de amigos que, obviamente, ya están borrachos, lo que no es una sorpresa para
nadie. El pelo de ambas es del mismo color negro gótico, con flequillo corto y
rígido, teñido y recortado dos semanas atrás para la temporada Swan.
Normalmente, sus bucles están decolorados y blancos, largos y muy playeros,
que probablemente volverán en un mes cuando termine la temporada de las
hermanas Swan y ya no sientan la necesidad de vestirse como la muerte. Pero a
Olivia y a Lola les encanta el drama, les encanta disfrazarse, les encanta ser el
centro de atención de todas las reuniones sociales.
El año pasado, se perforaron las narices la una a la otra, desafiando a sus
padres:
argollita Olivia
en el se colocóLas
derecho. un dos
piercing
tienendelasplata
uñasdelpintadas
lado izquierdo, Lolanegro
de un color una
macabro que hace juego perfectamente con su pelo. Dan vueltas alrededor del
fuego, agitando los brazos en el aire y balanceando las cabezas de un lado a otro
como si fueran la encarnación de las hermanas Swan. Aunque dudo que ellas
hayan hecho algo tan estúpido doscientos años atrás.
Alguien le alcanza una cerveza a Rose y ella y, a su vez, me la alcanza a mí
para que dé el primer sorbo. A veces, durante los fines de semana, tomamos
furtivamente cervezas o el final de una botella de vino blanco de la nevera de los
padres de Rose y nos ponemos ligeramente alegres mientras estamos tumbadas
en elmúsica
de suelo de su habitación
country, nuestra escuchando música
obsesión más —últimamente,
reciente— y hojeandoalgunos éxitos
el anuario
escolar del año pasado, especulando quiénes terminarán juntos este año y qué
cuerpos elegirán las hermanas Swan para habitar cuando llegue el verano.
Bebo un sorbo y echo un vistazo a través de la multitud a todas las caras que
reconozco, a los chicos con quienes he ido al instituto desde primaria, y tengo la
aguda sensación de que casi no conozco a ninguno de ellos. No en profundidad.
He intercambiado algunas frases de pasada con algunos: «¿Has anotado los
capítulos que debemos leer esta noche para la tercera hora de Historia del señor
Sullivan?». «¿Puedes prestarme un bolígrafo?». «¿Tienes un cargador de
móvil?». Pero llamarlos amigos sería una exageración, una completa mentira.
Tal vez sea en parte porque sé que la mayoría abandonará este pueblo tarde o
temprano: irán a la universidad y tendrán vidas mucho más interesantes que la
mía. No somos más que barcos que están de paso; no tiene sentido establecer
amistades que no durarán.
Y mientras que Rose no está precisamente ascendiendo en la escala social del
instituto de Sparrow, al menos se esfuerza por mostrarse sociable. Les sonríe a
los chicos en los pasillos, entabla conversaciones con sus vecinos de taquilla y,
este año, Gigi Kline, capitana de las animadoras de nuestro esforzado equipo de
baloncesto, hasta la invitó a hacer una prueba. Fueron amigas en una época —
Gigi y Rose— en primaria. Mejores amigas, de hecho. Pero las amistades son
más fluidas en primaria; nada parece permanente. Y a pesar de que ya no son
exactamente cercanas, Rose y Gigi siguen teniendo una relación amistosa. Un
tributo a la natural amabilidad de Rose.
—¡Por las hermanas Swan! —grita alguien—. ¡Y por otro año más de
bachillerato, joder! —Los brazos se elevan con latas de cervezas y vasos rojos, y
un coro de vítores y silbidos se extiende por la playa.
La música retumba desde una de las minicadenas que hace equilibrio sobre
uno de los troncos, cerca de la hoguera. Rose me saca la cerveza y pone una
botella más grande en mi mano. Whisky… que comienza a pasar entre la
multitud.
—Es horrible —confiesa, el rostro aún con una expresión de asco. Pero
después me sonríe y levanta una ceja. Yo bebo un rápido trago del líquido
oscuro, que me quema la garganta y me eriza la piel de los brazos. Lo paso hacia
la derecha, a Gigi Kline. Ella sonríe francamente, pero no a mí, ni siquiera
parece notar mi presencia, sino a la botella mientras la coge de mi mano, la
inclina hacia la boca, traga mucho más de lo que yo nunca podría tragar, y luego
se seca sus perfectos labios color coral antes de pasar la botella a la chica que se
encuentra a su derecha.
—Faltan dos horas para la medianoche —anuncia un chico del otro lado de
la hoguera y otra oleada de vivas y chillidos se desliza por el grupo. Y esas dos
horas pasan en una nebulosa de humo de la hoguera y más cervezas y sorbos de
whisky, que queman cada vez menos con cada trago. Yo no había planeado
beber, ni emborracharme, pero el calor que irradia de todo mi cuerpo me hace
sentir débil y ligera. Rose y yo comenzamos a balancearnos alegremente con
gente con la que normalmente nunca hablamos. Que normalmente nunca nos
habla.
Pero cuando faltan menos de treinta minutos para la medianoche, el grupo
comienza a caminar tambaleándose hacia la playa, hasta el borde del agua. Unos
pocos chicos, tal vez demasiado borrachos o enfrascados en una conversación, se
quedan junto a la hoguera, pero los demás nos unimos como formando una
procesión.
—¿Quién es lo suficientemente valiente como para meterse primero? —
pregunta Davis McArthurs en voz alta para que todos escuchen, el pelo rubio y
pajizo estirado hacia arriba dejándole la frente libre y las pestañas cayendo
perezosamente como si estuviera a punto de dormir una siesta.
Un barullo de voces bajas y furtivas atraviesa la multitud. Empujan
uguetonamente a algunas de las chicas hacia adelante, sus pies salpican el agua
hasta los tobillos antes de escabullirse hacia atrás con rapidez. Como si unos
pocos centímetros de agua bastaran para que las hermanas Swan robaran sus
cuerpos humanos.
—Yo lo haré —anuncia una voz cantarina arrastrando las palabras. Todos
—Yo
estiran la cabeza para ver quién es y Olivia Greene da unos pasos hacia adelante
dando vueltas para que su vestido color amarillo pastel gire alrededor de ella
como una sombrilla. Está claramente borracha, pero el grupo la alienta con gritos
y ella se inclina hacia adelante como saludando a sus devotos admiradores antes
de volverse y quedar frente al puerto negro e inmóvil. Sin ninguna persuasión,
comienza a meterse en el mar, los brazos extendidos. Cuando el agua le llega a la
cintura, se zambulle hacia delante sin mucha gracia, dándose un sonoro
planchazo. Desaparece de vista durante un segundo antes de reaparecer en la
superficie riendo desmedidamente con su dramático pelo negro cubriéndole la
cara como si fueran algas.
La multitud vitorea y Lola se mete en el agua hasta las rodillas, instando a
Olivia a regresar a la parte más baja. Davis McArthurs vuelve a pedir voluntarias
y, esta vez, no pasa más de un segundo antes de que una voz grite:
—¡Me voy a meter!
Vuelvo abruptamente la mirada hacia la izquierda, donde Rose se ha
desprendido de la multitud y se encamina hacia el agua.
—Rose —vocifero, estirándome
estirándom e y cogiéndola del brazo—. ¿Qué haces?
—Voy
—Voy a nadar un rato.
—No. No puedes hacerlo.
—De todas formas, nunca he creído en las hermanas Swan —agrega con un
guiño. Y el grupo de chicos tira de Rose y la conduce hacia la fría agua. En su
rostro se dibuja una amplia sonrisa mientras entra y pasa delante de Olivia.
Apenas le llega el agua a la cintura cuando se arroja hacia adelante y se hunde en
el mar. Una onda se agita detrás de ella y todos en la playa quedan en silencio. El
aire se estrangula en mis pulmones. El agua se alisa otra vez y hasta Olivia —
con el agua aún hasta las pantorrillas— se da la vuelta para mirar. Pero Rose no
reaparece.
Transcurren quince segundos. Treinta. El corazón comienza a golpear contra
mi pecho: una dolorosa certeza de que algo no está bien. Me abro camino a
través de la multitud, repentinamente sobria, esperando ver el pelo rojo de Rose
brotando a la superficie. Pero ni siquiera hay una leve brisa. Ni siquiera una onda
en el agua.
Doy un paso dentro del mar, tengo que meterme a buscarla. No me queda
otra opción. Cuando debajo de la luminosa media luna, quebrando la calma,
Rose emerge súbitamente por encima de la superficie, varios metros más lejos
del puntoenenundonde
irrumpen se alzando
vitoreo, metió, yo
loslanzo
vasosun trémulo
como suspirosido
si hubieran de testigos
alivio ydetodos
una
hazaña imposible.
Rose se pone de espaldas y levanta los brazos por encima de la cabeza en un
fluido molinete, mientras nada hacia la orilla… relajada, como si estuviera
haciendo largos en una piscina. Espero que Davis McArthurs pregunte quién
más quiere meterse al agua, pero el grupo está muy alborotado y las chicas
deambulan cansinamente por la orilla, el agua hasta los tobillos, pero sin meterse
del todo. Algunos se echan sobre la arena, algunos reclaman cervezas y otros
hacen piruetas chapuceras dentro del agua.
Finalmente, Rose llega a la playa e intento acercarme a ella, pero varios
chicos del último curso se han reunido alrededor de ella chocando las palmas de
las manos y ofreciéndole cervezas. Me alejo discretamente del grupo. Rose no
debería haber hecho eso, meterse en el agua. Arriesgarse. Me arden las mejillas
al observarla quitándose el agua de los brazos despreocupadamente, como si
estuviera satisfecha de sí misma, sonriéndole al grupo de chicos que se ha
interesado repentinamente en ella.
La luz de la luna marca un sendero por la playa cuando me alejo del ruido de
la fiesta… no mucho, solo lo suficiente para recobrar el aliento. He bebido
demasiado y el mundo ha comenzado a zumbar, a crepitar y a inclinarse. Pienso
en mi padre que desapareció una noche en la que no había luna ni estrellas que
guiaran su camino en medio de la oscuridad. Si hubiera habido luna, tal vez él
habría regresado a nosotras. Considero la idea de volver al muelle, abandonar la
fiesta y volver a la isla, cuando escucho la pesada respiración y las vacilantes
pisadas de alguien que se acerca tambaleándose por la arena de la playa detrás de
mí.
—Ey —exclama
—excl ama una voz. Me
M e doy vuelta y veo a Lon Whittamer, uno de los
tristemente célebres chicos malos del instituto, bamboleándose hacia mí como si
yo estuviera interponiéndome en su camino.
—Hola —contesto suavemente, intentando apartarme para que pueda
continuar su alcohólica marcha hacia la playa.
—Tú eres Pearl —dice—. No, Paisley.
Paisley. —Ríe y echa la cabeza hacia atrás,
los ojos castaños se cierran brevemente antes de enfocarse otra vez en mí—. No
me lo digas —continúa mientras levanta un dedo como impidiéndome revelar mi
nombre antes de que él haya tenido tiempo de recordarlo por sí mismo—.
Priscilla. Hmm, Pinstripe.
—Solo estás diciendo cosas que
qu e empiezan
empi ezan con P
P.. —No estoy de humor para
esto; solo quiero que me dejen en paz.
—¡Penny! —grita interrumpiéndome.
interrum piéndome.
Doy un paso hacia atrás cuando él se inclina hacia delante, exhalando un
aliento a alcohol y casi cayéndose sobre mí. Tiene el pelo castaño oscuro
pegoteado a la frente y sus ojos un poco juntos parece que no pudieran enfocarse
y parpadean cada dos segundos. Lleva una camisa naranja fluorescente llena de
palmeras y flamencos rosas. A Lon le gusta usar camisas horribles hawaianas en
todas las brillantes tonalidades tropicales con pájaros exóticos, piñas y chicas
bailando el hula-hula. Creo que comenzó en segundo año como una broma, o tal
vez un desafío, y luego se convirtió en su marca registrada. Parece un hombre de
ochenta años de vacaciones permanentes en Palm Springs. Y como pienso que
nunca debe haber estado en Palm Springs, su madre debe pedirlas por internet. Y
esta noche lleva una de las más feas.
—Me gustas, Penny. Siempre me has gustado —masculla.
—mascull a.
—¿En serio?
—Sip. Eres mi tipo de chica.
—Lo dudo. Hace dos segundos ni siquiera sabías mi nom
nombre.
bre.
Los padres de Lon Whittamer son dueños del único supermercado del
pueblo: El Supermercado de Lon, al que bautizaron con su nombre. Y es famoso
por ser un estúpido narcisista. Se cree un galán —un autoproclamado Casanova
— solo porque puede ofrecerles a sus novias descuentos en maquillaje en el
exiguo sector de cosméticos del supermercado de sus padres, y lo utiliza como si
fuera un trofeo de oro que solo distribuye entre las chicas que lo valen. Pero
también es con
besándose famoso
otras por engañar
chicas en sua camioneta
sus novias;roja
lo han pillado varias
de suspensión veces
levantada,
cromada y con guardabarros especiales, que suele estar estacionada en la playa
del instituto. Básicamente, es un idiota que ni siquiera merece el gasto de saliva
que demanda decirle que se vaya a la mierda.
—¿Por qué no te metiste en el agua? —pregunta arteramente, acercándose a
mí una vez más—. ¿Como tu amiga? —Se quita el pelo de la frente, que queda
estirado por el sudor o por el agua salada.
—No quería.
—¿Les tienes miedo a las
l as hermanas Swan?
—Sí, les tengo miedo —respondo sinceramente.
Sus ojos se cierran por la mitad y una estúpida sonrisa se enrosca en sus
labios.
—Tal
—Tal vez deberías nadar conmigo.
conmi go.
—No, gracias. Volveré
Volveré a la fiesta.
—Ni siquiera te has
ha s puesto un vestido —señala, y sus ojos
oj os se deslizan por mi
cuerpo como si estuviera conmocionado por mi apariencia.
—Lamento decepcionarte. —Comienzo a caminar alrededor de él, pero me
sujeta el brazo y hunde los dedos en mi piel.
—No puedes marcharte así sin más —comenta en medio de balbuceos.
Cierra los ojos otra vez y luego los abre bruscamente, como si tratara de
mantenerse despierto—. Todavía no hemos nadado.
—Tee he dicho que no me voy a meter en el agua.
—T
—Sí que lo vas a hacer.
hacer. —Sonríe juguetonamente, como si yo estuviera
disfrutando de esto tanto como él, y comienza a arrastrarme hacia el agua.
—Ya basta. —Apoyo la otra mano en su pecho y lo empujo. Pero él continúa
—Ya contin úa
tambaleándose de espaldas dentro del agua—. ¡Suéltame! —ahora lo digo con
un grito—. Suéltame. —Miro hacia la orilla, hacia la masa de chicos, que están
demasiado alborotados, borrachos y distraídos para oírme.
—Solo un chapuzón —insiste en un murmullo, siempre sonriendo,
arrastrando cada palabra mientras brotan de sus labios.
Trastabillando, el agua cubriéndonos las pantorrillas, descargo un puñetazo
contra su pecho. Hace un ligero gesto de dolor y luego su expresión cambia, se
vuelve irritada y abre mucho los ojos.
—Ahora te meterás del todo —anuncia más secamente, tirando de mi brazo
de manera tal que me tambaleo hacia delante y el agua me cubre más, hasta las
rodillas. No lo suficiente como para correr el riesgo de que una de las hermanas
Swan se apodere de mi cuerpo, pero de igual manera mi corazón comienza a latir
con fuerza, el miedo empuja la sangre hacia las extremidades y el pánico
empieza a correr por mis venas. Levanto el brazo otra vez, lista para lanzarle un
golpe directamente a la cara y evitar que me arrastre más adentro, cuando
alguien aparece a mi izquierda; alguien a quien no reconozco.
Todo
contra sucededeenLon,
el pecho un instante: el desconocido
cuya garganta apoyaresoplido
emite un breve una mano consuelta
y me fuerza
el
brazo. Pierde el equilibrio, retrocede descontroladamente y cae en el agua
agitando los brazos.
Retrocedo, tambaleándome, mientras cojo aire y la persona que ha apartado a
Lon me toca el brazo para darme estabilidad.
—¿Estás bien? —pregunta.
Asiento, mi corazón continúa latiendo aceleradamente.
Lon, a un par de metros y con el agua hasta la cintura, se pone de pie,
atragantándose y tosiendo
furiosamente anaranjada mientras
ahora se quita el agua
está completamente de la cara. Su camisa
empapada.
—¿Qué coño te pasa? —grita mirando directamente al desconocido que se
encuentra a mi lado—. ¿Quién te crees que eres? —vocifera Lon caminando
hacia nosotros. Y por primera vez, levanto la mirada hacia el rostro del extraño,
intentado reconocerlo: el ángulo rígido de sus pómulos y la recta pendiente de su
nariz. Y entonces lo recuerdo: es él, el chico del muelle que buscaba trabajo, el
forastero. Lleva la misma sudadera negra y los mismos vaqueros oscuros, pero
ahora está más cerca y puedo ver claramente los rasgos de su cara. La pequeña
cicatriz junto al ojo izquierdo, la forma en que se juntan sus labios en una línea
plana, el pelodura
sigue siendo corto y oscuro salpicado
y penetrante, pero bajode
la gotas
luz de de bruma
la luna marina.
parece másSu mirada
expuesto,
como si yo pudiera llegar a captar algún indicio de él en sus ojos o en el temblor
de su garganta cuando traga.
Pero no tengo tiempo de preguntarle qué está haciendo aquí porque Lon está
de pronto delante de él, gritándole que es un idiota y que le va a romper la cara
por atreverse a empujarlo en el agua de esa manera. Pero el chico ni siquiera
retrocede. Baja la mirada hacia Lon —que es tranquilamente veinte centímetros
más bajo que él— y, aun cuando los músculos de su cuello están tensos, no
parece preocupado en absoluto por sus amenazas de darle una paliza.
Cuando finalmente Lon hace una pausa para respirar, el muchacho levanta
una ceja, como si quisiera estar seguro de que ya ha terminado de hablar.
—Obligar a una chica a hacer algo que no quiere es razón suficiente para
darte una paliza —comienza a decir, la voz calmada—. De modo que sugiero
que le pidas disculpas y te ahorres un viaje a la sala de urgencias para que te
curen y un intenso dolor de cabeza por la mañana.
Lon parpadea,
probablemente abre la boca
involucre más para hablar —para
palabrotas escupirle alguna
que verdadera réplicapero
sustancia—, que
después lo piensa mejor y cierra la boca bruscamente. De pie al lado de él, está
claro que Lon es menos pesado, menos musculoso y menos experimentado. Y él
también debe darse cuenta porque vuelve la cabeza hacia mí, se traga el orgullo
y masculla:
—Lo siento. —Y puedo ver que le duele decirlo, su expresión se retuerce
con desagrado, las palabras cortantes y extrañas en su boca. Es probable que
nunca le haya pedido disculpas a una mujer en toda su vida… tal vez nunca le ha
pedido disculpas a nadie.
Es tarde.
Todos están borrachos.
En el cielo, las estrellas oscilan, se apartan de la alineación y se reconfiguran.
Siento un tamborileo en la cabeza; y escozor en la piel por el agua salada.
Encontramos un tronco en donde sentarnos, me desato los zapatos y los
apoyo contra el círculo de rocas que rodea la hoguera. Ya siento las mejillas
enrojecidas y un hormigueo en los dedos de los pies cuando la sangre vuelve a
circular por ellos. El fuego acaricia el cielo, acaricia mis manos.
—Gracias otra vez —digo, mirándolo con el rabillo
rabill o del ojo—. Por el rescate.
r escate.
—Supongo que simplemente estaba
e staba en el lugar indicado, a la hora indicada.
—Por aquí, la mayoría de los chicos no son tan caballeros. —Me froto las
manos intentando calentarlas, los dedos están congelados hasta los huesos—. Es
probable que se le exija al pueblo que haga un desfile en tu nombre.
Sonríe francamente por primera vez, sus ojos se han suavizado.
—Los requisitos para ser héroe en este pueblo deben ser muy pobres.
—En realidad nos gustan los
l os desfiles.
Sonríe otra vez.
Y significa algo. No sé por qué, pero estoy intrigada por él. Por este
forastero. Este chico que me observa con el rabillo del ojo, que me parece
familiar y nuevo al mismo tiempo.
En el borde del mar, puedo ver a Rose que continúa hablando con tres chicos
que se han interesado súbitamente en ella después del chapuzón, pero al menos
está segura y fuera del agua. La mitad del grupo ha ido regresando a la hoguera y
reparten cervezas. Todavía siento que la cabeza me da vueltas por el whisky, de
modo que apoyo la cerveza en la arena.
—¿Cómo te llamas? —le pregunto al chico mientras bebe un trago largo de
su cerveza.
—Bo. —Sostiene la lata en la mano derecha de manera relajada, distraída.
No parece sentirse incómodo en medio de este entorno social desconocido, en un
pueblo nuevo y rodeado de extraños. Y nadie parece pensar que él esté fuera de
lugar.
—Y yo soy Penny —digo, observándolo, sus ojos son tan verdes que es
difícil apartar la vista. Luego, coloco el cabello por encima del hombro para
retorcerlo y quitar el agua de las puntas, y pregunto—: ¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho.
Aprieto las manos entre las rodillas. El humo del fuego se arremolina encima
de nosotros y la música continúa sonando con fuerza. Olivia y Lola se acercan
tambaleantes hasta el borde de la fogata, agarradas de la cintura, con aspecto de
estar completamente borrachas.
—¿Son esas las hermanas Swan? —pregunta Bo.
Olivia y Lola son realmente muy parecidas con su cabello negro azabache y
sus piercings haciendo juego, de modo que puedo comprender que piense que
son hermanas.
Pero lanzo una risa breve.
—No, solo amigas. —Entierro los dedos del pie derecho en la arena—. Las
hermanas Swan están muertas.
Bo se vuelve hacia mí.
—No fue hace poco —añado—. Murieron hace dos siglos… ahogadas en el
puerto.
—¿Ahogadas por accidente o intencionalmente?
int encionalmente?
Olivia, que se encuentra parada del otro lado de Bo, echa a reír de manera
brusca y aguda. Seguramente ha escuchado nuestra conversación.
—Fue un asesinato —responde por mí, observándolo detenidamente desde
arriba. Sus labios color coral se curvan en una sonrisa. Piensa que Bo es guapo,
¿quién no?
—No fue un asesinato —replica Lola, balanceándose hacia la izquierda y
luego hacia la derecha—. Fue una ejecución.
Olivia asiente con la cabeza y luego echa una mirada hacia el otro lado de la
hoguera.
—¡Davis! —grita—. Cuéntanos la leyenda.
Davis McArthurs, que tiene el brazo alrededor de una chica de cabello
oscuro y muy corto, ríe ampliamente y se acerca al fuego. Es una tradición
relatar la historia de las hermanas Swan y Davis parece satisfecho de ser quien lo
haga. Encuentra un tronco vacío, se sienta encima y observa a todos los que se
encuentran alrededor del fuego.
—Hace doscientos años —comienza,
—comien za, la voz atronadora, m
mucho
ucho más fuerte de
lo necesario.
—Empieza por el principio
principi o —lo interrumpe Lola.
—¡Eso estoy haciendo! —grita. Luego bebe un trago de cerveza y se lame
los labios—. Las hermanas Swan —continúa después de echar una mirada por el
grupo para estar seguro de que todos estén mirando, todos estén escuchando —
llegaron a Sparrow en un barco llamado… de alguna manera que no puedo
recordar —alza una ceja y sonríe—. Pero eso no es importante. Lo que es
importante es que mintieron sobre quiénes eran.
—No es cierto —le grita
grit a Gigi Kline.
Davis frunce el ceño ante esta segunda interrupción.
—Todas
—Todas las chicas mienten —comenta con un guiño.
Varios chicos ríen. Pero las chicas lo abuchean. Una incluso le arroja una lata
de cerveza vacía a la cabeza, que él logra esquivar a tiempo.
él yGigi selaencoge
arroja lata dedecerveza
hombros, como si
al fuego, ya no quisiera
ignorándolo. discutir
Luego estahacia
se aleja cuestión con
la orilla
caminando con dificultad.
—¡Quizás esta noche una de las hermanas Swan posea tu cuerpo! —le grita
Davis—. Y entonces veremos si sigues pensando que no eran brujas.
Davis golpea la lata de cerveza y luego la aplasta. Aparentemente, ya se le ha
pasado la idea de contar la historia de las hermanas Swan mientras se baja
torpemente del tronco y vuelve a poner el brazo alrededor de la chica de pelo
corto.
—¿Qué ha querido decir con eso
es o de que «regresaron el vera
verano
no siguiente»? —
pregunta Bo.
—El uno de junio del verano siguiente al ahogamiento —comienzo
—c omienzo a relatar,
observando las llamas que van avanzando sobre la madera seca de la playa—,
los lugareños escucharon un canto que venía del puerto. Pensaron que era fruto
de su imaginación, que eran simplemente las sirenas de los barcos que pasaban
resonando sobre la superficie del mar, o los gritos de las gaviotas, o un truco del
viento. Pero durante
y terminaron los días por
hundiéndose siguientes, tres chicas
completo. fueron atraídas
Las hermanas Swanhacia el agua
necesitaban
cuerpos que habitar. Y una por una, Marguerite, Aurora y Hazel Swan volvieron
a cobrar forma humana. Tomaron la apariencia de tres chicas del pueblo y
emergieron del mar, pero no como quienes realmente eran.
Abigail Kerns se acerca tambaleándose a la fogata, completamente mojada,
el cabello oscuro que siempre lleva rizado, ahora está estirado hacia atrás por el
agua del mar. Se agacha lo más cerca posible del fuego sin caerse sobre él.
—Eso explica lo de las chicas empapadas —comenta Bo, paseando llaa mirada
de Abigail hasta mí.
—Se ha convertido en una tradición anual ver quién es lo suficientemente
valiente como para meterse en el agua cerca del puerto y arriesgarse a que una
de las hermanas Swan le robe el cuerpo.
—¿Alguna vez lo has hecho? ¿Meterte
¿Me terte en el agua?
—No.
—¿De modo que crees que realmente
realm ente podría pasar… que una de ellas podría
adueñarse de ti? —Bebe otro trago de cerveza, el rostro encendido por la
repentina explosión de llamas cuando alguien arroja otro leño sobre las brasas.
—Sí, lo creo. Porque sucede todos los años.
—¿Tú lo has visto?
—No exactamente.
exact amente. No es que las chicas salgan del agua
a gua y anuncien que son
Marguerite, Aurora o Hazel… Tienen que mezclarse con la gente, actuar con
naturalidad.
—¿Por qué?
—Porque no habitan los cuerpos solamente para estar vivas otra vez; lo
hacen para vengarse.
—¿Vengarse
—¿Vengarse de quién?
—Del pueblo.
Me mira con los ojos entornados, la cicatriz que está debajo de su ojo
izquierdo se estira, y luego hace la pregunta obvia.
—¿Qué tipo de venganza?
El estómago me da un ligero vuelco. Me laten las sienes. Desearía no haber
bebido tanto.
—Las hermanas Swan coleccionan chicos —respondo, apretando un dedo
brevemente sobre la sien derecha—. Son seductoras. Una vez que cada una
posee el cuerpo de alguna chica… comienzan los ahogamientos. —Hago una
pausa dramática, pero Bo ni siquiera parpadea. De pronto, su rostro se ha
endurecido, como si estuviera atrapado en un pensamiento que no puede apartar
de su mente. Tal vez no imaginaba que la historia incluyera muertes reales—.
Durante las tres semanas siguientes, hasta la medianoche del solsticio de verano,
las hermanas, ocultas bajo las apariencias de tres muchachas del pueblo, atraen a
chicos hacia el agua y hacen que se ahoguen en el puerto. Coleccionan sus
almas, las roban. Se las llevan del pueblo como venganza.
A mi derecha, alguien tiene un ataque de hipo, deja caer la cerveza cerca de
mis pies y el líquido se derrama por la arena.
—Todos los años se ahogan chicos cerca del muelle —agrego, la mirada
—Todos
clavada en las llamas de la fogata. Aun cuando no creas en la leyenda de las
hermanas Swan, no puedes ignorar la muerte que asola Sparrow durante casi un
mes todos los veranos. Yo he visto sacar los cuerpos de los chicos del agua. He
observado a mi madre consolando madres afligidas que recurrieron a ella para
que les adivinara el futuro, rogando por alguna forma de recuperar a sus hijos:
mi madre aferrándoles las manos y ofreciéndoles poco más que la promesa de
que su dolor
madres se iría apagando
a los chicos con el
que les fueron tiempo.porNolashay
robados manera de
hermanas. Nodevolver a esas
queda más que
la aceptación.
Y no solo a los chicos del pueblo; a los turistas también se los convence de
meterse en el agua. Algunos de los chicos que se encuentran alrededor de la
fogata, cuyos rostros están enrojecidos por el calor y el alcohol que corre por su
sangre, aparecerán flotando cabeza abajo, habiendo tragado una buena parte del
mar. Pero en este momento, no están pensando en eso. Todos se creen inmunes.
Hasta que ya no lo son.
Me produce náuseas saber que algunos de estos chicos, que conozco de casi
toda la vida, no lograrán superar el verano.
—Alguien tiene que ver quién los ahoga —insiste Bo, con evidente
curiosidad. Es difícil no sentirse atrapado por una leyenda que se repite
infaliblemente todos los veranos.
—Nadie ha visto nunca el momento en que los llevan al muelle… sus
cuerpos aparecen cuando ya es demasiado tarde.
—¿Puede que se ahoguen solos?
—Eso es lo que piensa la policía. Que es una especie de pacto suicida
concebido por alumnos del instituto. Que los chicos se sacrifican por la
leyenda… para mantenerla viva.
—Pero ¿tú no lo crees?
—¿Es muy grave, no crees, suicidarte por mantener viva una leyenda? —
Siento que el corazón me late con más rapidez al recordar veranos anteriores:
cuerpos hinchados con agua del mar, bocas y ojos abiertos como pescados
destripados mientras los arrastraban a la playa. Un escalofrío me recorre las
venas—. Una vez que una de las hermanas Swan te susurra al oído
prometiéndote el contacto con su piel, ya no puedes resistirte. Te atraerá hasta el
agua y luego te arrastrará dentro de ella hasta que la vida se esfume de tu cuerpo.
Bo sacude la cabeza y luego termina la cerveza de un trago.
—¿Y la gente viene a ver todo esto?
—Turismo morboso lo llamamos. Y suele convertirse en una caza de brujas,
lugareños y turistas, todos juntos intentando averiguar cuáles son las tres chicas
del pueblo que están poseídas por las hermanas Swan, intentando determinar
quiénes son responsables de la matanza.
—¿No es peligroso especular sobre algo que no puedes proba
probar?
r?
—Exactamente —concuerdo—. Los primeros
prim eros años después de que ahogaran
a las hermanas, colgaron a muchas jóvenes del pueblo porque sospechaban que
alguna hermana se había adueñado de su cuerpo. Pero, obviamente, nunca
colgaron a las muchachas correctas, porque las hermanas continuaron regresando
año tras año.
—Pero si una de estas hermanas se hubiera adueñado de tu cuerpo, ¿no lo
sabrías? ¿No lo recordarías, una vez que todo hubiera terminado? —Se frota las
palmas de las manos y las extiende hacia el fuego: manos gastadas, ásperas.
Parpadeo y aparto la vista.
—Algunas chicas aseguran tener un vago recuerdo del verano, de besar a
muchos chicos, nadar por el puerto y quedarse fuera hasta muy tarde. Pero eso
puede ser por beber mucho alcohol y no porque tuvieran a una hermana Swan
dentro de ellas. La gente piensa que cuando una hermana se apodera de un
cuerpo, absorbe todos sus recuerdos, de modo tal que la chica puede continuar
con su vida Ynormal,
ella misma. cuandocomportarse
la hermana naturalmente, y nadieborra
abandona el cuerpo, sospecha
todos que ya no es
los recuerdos
que no quiere que conserve la chica que la albergó. Ellas tienen que integrarse
porque si alguna vez las descubrieran, el pueblo podría hacer algo horrendo solo
para terminar con la maldición.
—¿Como matarlas? —pregunta Bo.
—Sería la única manera de impedir que regresen al mar. —Empujo los pies
en la arena caliente, sepultándolos—. Matar a la chica cuyo cuerpo habitan.
Bo se inclina hacia delante y se queda mirando las llamas como si estuviera
pensando en algún recuerdo o lugar que yo no puedo ver.
—Y, sin embargo, lo celebran cada año —comenta finalmente,
—Y,
incorporándose—. ¿Se emborrachan y nadan por el puerto aun cuando saben lo
que va a suceder? ¿Aun cuando saben que morirá gente? ¿Lo han aceptado tan
sencillamente?
Entiendo por qué le parece tan raro a él, un forastero, pero esto es lo que
sabemos. Es lo que siempre ha ocurrido.
—Es la penitencia de nuestro pueblo —señalo—. Ahogamos a tres jóvenes
en el mar dos siglos atrás y, desde entonces, todos los veranos sufrimos las
consecuencias. No podemos cambiarlo.
—¿Y por qué la gente no se marcha a otro lugar?
—Algunos lo hacen, pero las familias que llevan aquí más tiempo eligen
quedarse, como si fuera una obligación que tienen que soportar.
De pronto, una suave brisa se desliza por el grupo y la fogata crepita y titila,
enviando chispas hacia el cielo como si fueran luciérnagas enojadas.
—Está comenzando —dice alguien desde la orilla, y los que están apiñados
alrededor del fuego comienzan a bajar a la playa.
Me levanto, todavía descalza.
—¿Qué está comenzando? —inquiere
—inquier e Bo.
—El canto.
La luz de la luna traza un sendero fantasmagórico hasta el borde del agua.
Bo vacila junto a la fogata, apoyando las manos en las rodillas, la boca una
línea recta e inquebrantable. No cree en nada de esto. Pero luego se pone de pie,
deja la lata de cerveza vacía en la arena y me sigue hasta la orilla, donde se ha
reunido el grupo. Varias chicas están completamente empapadas, tiritando, el
pelo chorreándoles por la espalda.
—Shhh —susurra una de ellas y todos se quedan completamente callados.
Completamente quietos.
Transcurren varios segundos, un viento frío se desliza por el agua, y
descubro que estoy conteniendo la respiración. Todos los veranos sucede lo
mismo, y, sin embargo, escucho y espero como si fuera a oírlo por primera vez.
El inicio de una orquesta, los segundos de nerviosa espera antes de que se
levante el telón.
Y luego llega, suave y lánguido como un día de verano, el susurro de una
canción cuyas palabras son indescifrables. Algunos dicen que es francés, otros
portugués, pero nadie lo ha traducido porque no es un idioma real. Es otra cosa.
Asciende enroscándose desde el agua y se desliza en nuestros oídos. Es
agradable y seductor, como una madre susurrando a un niño una canción de
cuna. Y, como si estuviera preparado, las dos chicas que se encuentran más cerca
del borde del agua dan unos pasos tambaleantes hacia adentro del mar, incapaces
de resistirse.
Pero varios chicos van detrás de ellas y las arrastran hacia fuera. El momento
de los desafíos ya ha terminado. Ya nadie intentará persuadir a las chicas para
que se metan en el agua, ya nadie las alentará a nadar hacia adentro y luego
regresar. De pronto, el peligro es claro y evidente.
El arrullo de la melodía se enrosca alrededor de mí, unos dedos se deslizan
por mi piel y por mi garganta, atrayéndome, rogándome que responda. Cierro los
ojos y doy un paso hacia adelante antes de darme cuenta de lo que he hecho.
Pero una mano, fuerte y cálida, sujeta la mía.
—¿A dónde vas? —pregunta
—pr egunta Bo en voz muy baja mientras me atrae otra vez
a su lado.
Meneo la cabeza. No lo sé.
Creohermanas
de las que soy más fuerte
no me que la mayoría
engañarán de las chicas,
tan fácilmente. que las
Mi madre etéreas
solía decirvoces
que
nosotras somos como las hermanas Swan, ella y yo. Incomprendidas. Distintas.
Unas parias que viven solas en la isla, leyendo el futuro en el universo de las
hojas de té. Pero me pregunto si en realidad es posible ser normal en un lugar
como Sparrow. Tal vez todos tengamos alguna rareza, alguna peculiaridad que
mantenemos oculta en los confines de nuestro ser, cosas que vemos y no
podemos explicar, cosas que deseamos, cosas de las que escapamos.
—Algunas chicas quieren que se apoderen de sus cuerpos —comento casi en
un susurro, porque es difícil para mí imaginar que alguien pueda desear algo así
—. Como si fuera una medalla de honor. Otras afirman que poseyeron sus
cuerpos en veranos anteriores, pero no hay forma de probarlo. Lo más seguro es
que estén buscando llamar la atención.
Las hermanas Swan siempre robaron los cuerpos de muchachas de mi edad,
la misma edad que ellas tenían cuando murieron. Como si desearan revivir ese
momento, aunque sea brevemente.
Bo lanza una bocanada de aire y luego se da la vuelta hacia la hoguera,
donde la fiesta se ha reanudado en pleno estado de agitación. El objetivo de esta
noche es mantenerse despiertos hasta el amanecer, para marcar el comienzo del
verano y para que todas las chicas sobrevivan sin ser poseídas por alguna de las
hermanas Swan. Pero siento la vacilación de Bo, tal vez todo esto haya sido
demasiado para él.
—Creo que iré hacia mi campamento y buscaré otro lugar donde dormir. —
Me suelta la mano y me froto las palmas todavía tibias. Una puntada de calor
perturbador se enrosca desde el centro de mi pecho y cubre las costillas.
—¿Aún continúas buscando trabajo?
trabaj o? —pregunto.
Aprieta los labios como si evaluara sus próximas palabras, tamizándolas
dentro de la boca.
—Tenías
—Tenías razón sobre que nadie querría contratar a un fforastero.
orastero.
—Bueno, tal vez estaba equivocada sobre no necesitar ayuda. —Suelto una
bocanada de aire. Tal vez sea porque es un forastero como mi padre, porque sé
que este pueblo puede ser cruel e intolerante. Tal vez sea porque sé que no
durará mucho sin alguien que lo mantenga seguro lejos del puerto una vez que
las tres hermanas hayan encontrado cuerpos y comiencen a llevar a cabo su
venganza sobre el pueblo. O tal vez sea porque también resultaría un alivio tener
a alguien que me ayude con el faro. No sé prácticamente nada de él, pero tengo
la sensación de que siempre ha estado aquí. Y puede ser agradable tener a
alguien más en la isla, alguien con quien hablar… alguien que no esté
deslizándose en una lenta y adormecida locura. Vivir con mi madre es como
vivir con una sombra—. No podemos pagarte mucho, pero tendrías un lugar
donde quedarte y comida gratis.
La muerte de mi padre nunca se declaró oficialmente, por lo tanto, nunca
existió un certificado del seguro de vida esperándonos en el correo. Y poco
después de que desapareciera, mi madre dejó de leer las hojas de té, de forma
que el dinero dejó de llegar. Afortunadamente, papá tenía algunos ahorros.
Suficientes para que pudiéramos sobrevivir gracias a ellos los tres últimos
años… y es probable que nos ayuden a pasar otros dos antes de que tengamos
que buscar otra fuente de ingresos alternativa.
Bo se rasca la nuca y vuelve ligeramente la cabeza. Yo sé que no tiene otras
opciones, pero lo está considerando de todas maneras.
—De acuerdo. Sin garantías de cuánto tiempo me quedaré.
quedar é.
—Trato hecho.
Cojo mis zapatos, que están junto al fuego, y encuentro a Rose hablando con
Heath Belzer.
—Me voy a casa —le digo y estira el brazo.
—No, no puedes irte —comenta
—come nta arrastrando exageradamente las palabras.
—Si quieres venir conmigo, te acompaño hasta tu casa —propongo. Rose
vive
en la aoscuridad.
solo cuatro
Y calles de aquí, pero lo suficientemente lejos como para ir sola
borracha.
—Yo puedo acompañarla —se ofrece Heath y observo los rasgos suaves y
—Yo
agradables de su rostro. Sonrisa relajada, ojos oscuros, pelo castaño rojizo que
siempre le cae sobre la frente, de manera que está constantemente apartándolo de
la cara. Es mono, simpático, a pesar de que las curvas de su rostro le den un
aspecto ligeramente bobo. Heath Belzer es uno de los buenos. Tiene cuatro
hermanas mayores que ya se han graduado y se han marchado de Sparrow, pero
toda su vida fue conocido como Baby Heath, el niño al que le pegaron las
mujeres durante toda su infancia. Y una vez lo vi salvar a una urraca azul que
quedó atrapada
la comida en el laboratorio
a atraparla para despuésdeliberarla
cienciaspor
del una
instituto.
ventanaDedicó todo su hora de
abierta.
—¿No la dejarás sola? —le
—l e pregunto a Heath.
—Me aseguraré de que llegue a su casa —responde, mirándome
directamente a los ojos—. Lo prometo.
—Si llega a sucederle algo… —le advierto.
ellos,
pueblo,él este
nunca había
lugar y a pertenecido al pueblo.
esta gente por Por esto, una
ser tan insensible. parte de
Le temen mí odia
a todos los este
que
no pertenezcan a Sparrow. Como les temieron a las hermanas Swan doscientos
años atrás… y las mataron por ser distintas.
Doblamos a la derecha, alejándonos de las luces de la casa principal, y nos
adentramos en el oscuro centro de la isla, hasta llegar a la pequeña cabaña de
piedra y madera.
CABAÑA DEL ANCLA dice en letras hechas con soga deshilachada de pescadores
y clavada a la puerta de madera. No está cerrada y, afortunadamente, cuando
levanto el interruptor de la luz en cuanto cruzo la puerta, titila y se enciende una
lámpara de pie que está al otro lado de la habitación.
Otis y Olga pasan volando por encima de mis pies y entran a la cabaña,
sintiendo curiosidad ante la construcción, que raramente tienen la posibilidad de
explorar. En el interior, hace frío y hay una humedad que es imposible de
eliminar.
En la cocina, enciendo el interruptor que está junto al fregadero y una luz
parpadea un poco y después se enciende por encima de nuestras cabezas. Me
arrodillo y agarro el cable de electricidad de la nevera y lo conecto a un enchufe
en la pared. De inmediato comienza a zumbar. Hay un pequeño cuarto junto a la
sala; una cómoda de madera apoyada contra una pared y una cama de base
metálica se encuentra debajo de una ventana. Hay un colchón, pero no hay
mantas ni almohadas.
—Mañana te traeré sábanas y ropa de cama.
—Tengo un saco de dormir. —Apoya la mochila en el ssuelo,
—Tengo uelo, junto a la puerta
—. No te preocupes.
—Hay troncos dentro del cobertizo que está un poco más adelante, por si
quieres encender la chimenea. No hay comida en la cocina, pero tenemos mucha
en la casa principal. Puedes venir por la mañana a desayunar.
—Gracias.
—Ojalá no estuviera
est uviera tan… —No sé bien qué quiero decir,
d ecir, cómo disculparme
por la oscuridad y el moho de la casa.
—Es mejor que dormir en la playa —comenta antes de que pueda encontrar
las palabras correctas y sonrío, sintiéndome repentinamente exhausta, mareada y
muerta de sueño.
—Nos vemos por la mañana —mascullo.
No dice nada más, a pesar de que permanezco muda unos segundos más,
pensando que lo hará. Y luego me doy vuelta, balanceando la cabeza, y me
marcho.
Otis y Olga me siguen hasta fuera y subimos fatigosamente la pendiente
hasta la casa principal, donde dejé encendida la luz del porche trasero.
La isla
El viento es constante.
Ulula y arranca los revestimientos y desgarra las tejas de los techos. Trae
lluvia y aire salado y, en el invierno, a veces trae nieve. Pero durante un tiempo,
en la primavera, transporta las vívidas y seductoras voces de tres hermanas
retenidas como cautivas bajo el mar, que intentan llevar a las jóvenes de Sparrow
hacia el muelle.
Desde las negras aguas del puerto, sus cánticos se hunden en los sueños,
impregnan
acantilados yladehierba quebradiza
las casas queSecrece
deterioradas. a en
instalan lo las
largo de que
piedras los sostienen
escarpados
el
faro; flotan y se arremolinan en el aire hasta que es lo único que se puede oler y
respirar.
Esto es lo que persuade a las que tienen corazón débil a abandonar el sueño,
las saca de la cama y las atrae a la costa. Como dedos envolviendo sus gargantas,
las arrastra hasta la parte más profunda de la bahía, entre los antiguos naufragios
de barcos abandonados, y las hace meterse en las profundidades hasta que el aire
sale de sus pulmones y algo nuevo puede deslizarse en su interior.
Así es cómo lo hacen, cómo las hermanas logran liberarse de sus salobres
sepulturas. Roban tres cuerpos y los hacen suyos. Y, este verano, lo hacen con
rapidez.
Me despierto con la asfixiante sensación de tener agua del mar en la
garganta. Me siento en la cama y aferro la sábana blanca con las dos manos. La
sensación de estar ahogándome me desgarra los pulmones, pero era solo una
pesadilla.
La cabeza me late, las sienes vibran, el persistente sabor del whisky todavía
en la lengua.
Necesito un momento para orientarme, la noche anterior aún da vueltas
dentro de mi cabeza. Aparto la sábana y estiro los dedos de los pies sobre el
suelo de madera, sintiéndome rígida y dolorida, como si un martillo estuviera
resquebrajándome el cráneo desde dentro. La luz del sol se cuela a través de las
cortinas color amarillo y rebota contra las paredes blancas, la cómoda blanca y el
alto techo blanco… cegándome.
Aprieto los dedos contra los ojos y bostezo. Veo mi imagen en el espejo de
cuerpo entero que está en la puerta del armario. Círculos oscuros rodean mis ojos
y mi cola de caballo está parcialmente suelta, de forma que los mechones de pelo
color café caen sobre mi cara. Estoy horrible.
El suelo está frío, pero me arrastro hasta uno de los inmensos ventanales que
dan sobre el mar agitado y deslizo la ventana hacia arriba.
Todavía puedo escucharlo en el viento: el suave lamento de una canción.
—No. No es un turista.
—¿Podemos confiar en él?
—No lo sé —respondo sinceramente.
sinceram ente. En realidad, no sséé nada de él.
—Bueno —continúa, dándose vuelta para mirarme y deslizando las manos
en los bolsillos de su gruesa bata negra—, ahora se está despertando. Llévale
algo para
de sus desayunar.
dones: No quiero
sabe cuándo un desconocido
las personas dentrocuándo
están cerca, de la casa. —Este
vienen a la esisla…
uno
presiente su llegada como una molestia en la boca del estómago. Y eso explica
por qué ha decidido preparar el desayuno, por qué saltó de la cama en cuanto
salió el sol, fue a la cocina a encender el fuego y sacó su mejor sartén. Podrá no
querer tener un desconocido en su casa, podrá no confiar en él, pero no permitirá
que se muera de hambre. Es su forma de ser. Ni el dolor le impedirá ser
generosa.
Vierte jarabe de arce sobre la pila de gofres calientes y luego me pasa el
plato.
—Y llévale
pregunta por quéunas
estámantas
ahí, por—agrega—. O se amorirá
qué lo he traído de frío
la isla… con allí
qué fuera.
motivo.—No
Tal
vez no le importe.
Me pongo las botas verdes de goma que están junto a la puerta y un
impermeable negro, luego cojo un juego de sábanas y una gruesa manta de lana
del armario del vestíbulo. Manteniendo una mano encima del plato de gofres
para impedir que la lluvia los convierta en una masa húmeda de azúcar y harina,
cruzo la puerta.
Charcos de agua se forman al lado del sendero y, a veces, la lluvia parece
surgir desde el suelo y no caer desde arriba: un efecto como el de los globos de
nieve, pero con agua. Un viento raudo me golpea el rostro mientras camino hacia
la cabaña.
La puerta de madera maciza repiquetea cuando la golpeo y Bo abre casi
inmediatamente, como si hubiera estado a punto de salir.
—Buenos días —lo saludo. Está vestido con vaqueros y un chubasquero gris
oscuro. El fuego chisporrotea en la chimenea a sus espaldas. Está descansado,
duchado y renovado. Nada que ver conmigo—. ¿Cómo has dormido?
—Bien. —Sin embargo, su voz suena agotada y profunda, revelando tal vez
falta de sueño. Sus ojos me observan sin pestañar, asimilándome, y siento un
hormigueo
de ti, que teenpase
la piel ante semejante
de largo, intensidad.
como si no Noahí.
estuvieras es alguien queesmire
Su mirada a través
penetrante,
incisiva y un ansia se instala en el fondo de mis ojos, haciéndome apartar la
vista.
Una vez que cierra la puerta, apoyo el plato de gofres sobre la mesita de
madera de la cocina y me froto la mano en los vaqueros, aunque no haya nada
que limpiar. La cabaña es distinta con él dentro, y el resplandor de la chimenea
oculta los bordes duros y rugosos, de modo que todo parece tenue y suave.
Coloco las sábanas y la manta de lana en el sillón gris y mohoso que se
encuentra frente a la chimenea, y él se sienta en la mesa.
—¿Puedes enseñarme hoy el faro? —pregunta, dando un mordisco a los
gofres. En esta luz, en el fulgor rojo del fuego, me recuerda a los chicos que
llegan al pueblo en barcos pesqueros, inexpertos y de aspecto salvaje, como si
los vientos los hubieran echado al mar, lanzándolos a la deriva.
Me recuerda a alguien que ha dejado atrás su pasado.
—Claro. —Me muerdo la parte de adentro del labio inferior. Mis ojos
recorren la cabaña. Las altas estanterías de madera junto a la chimenea están
atiborradas de libros, viejos calendarios y boletines con las tablas de mareas,
todos cubiertos por una década de polvo. Trozos de cristal de mar color
aguamarina, recogidos a lo largo de los años de las costas rocosas de la isla,
están apilados en un platito de porcelana. En el último estante hay un gran reloj
de madera que probablemente haya vivido alguna vez en la cubierta de algún
barco. Esta cabaña ha servido de vivienda a una gran variedad de empleados y
peones, hombres que se quedaban una semana o años, pero casi todos dejaban
algo al marcharse. Chucherías y recuerdos, indicios de sus vidas, pero nunca la
historia completa.
Cuando Bo termina de desayunar —tan rápido que me doy cuenta de que
debe haber estado muerto de hambre—, abandonamos el calor de la cabaña y nos
sumergimos bajo la llovizna. El cielo gris ceniza nos aplasta, su peso es tangible,
mientras el agua chorrea por mi pelo.
Pasamos por el pequeño invernadero, donde alguna vez se plantaron y
crecieron hierbas, tomates y verduras de hojas verdes, las paredes de cristal
ahora están deslucidas y empañadas, por lo que ya no se puede ver el interior. La
isla ha reconquistado a la mayoría de las construcciones, paredes deterioradas y
podredumbre que se filtra desde los cimientos. El verdín cubre todas las
superficies, una maleza que se alimenta de la humedad constante y es imposible
de contener. Moho y óxido. Lodo y desperdicios. La muerte ha logrado
infiltrarse en todo.
—Los cantos no se han terminado —comenta Bo cuando nos hallamos a
mitad de camino del faro, los fuertes chapoteos de nuestros pies resuenan contra
la madera de la pasarela. Pero en el viento, las voces continúan allí, deslizándose
perezosamente hacia nosotros. Es un sonido tan familiar que me resulta difícil de
distinguir de los demás sonidos de la isla.
—Todavía
—T odavía no —concuerdo. No lo miro. No dejo que sus ojos vuelvan a
encontrar los míos.
Al llegar al faro, abro la puerta de metal, cuyas bisagras están corroídas. Una
vez adentro, nos toma un momento adaptarnos a la penumbra. El aire es denso y
huele a piedra y a madera húmeda. Una escalera circular sube serpenteando por
el interior del faro y, mientras ascendemos, le indico a Bo dónde no pisar —
muchos peldaños están podridos o rotos— y, cada poco, me detengo para
recuperar el aliento.
—¿Alguna vez poseyeron tu cuerpo? —pregunta Bo cuando ya casi lllegamos
legamos
al final de la escalera.
—Si hubiera sucedido, no lo sabría —respondo entre jadeos.
—¿Realmente crees en eso? Si tu cuerpo estuviera habitado por otra cosa,
¿no crees que lo sabrías?
Me detengo en un peldaño firme y me vuelvo hacia él.
—Creo que para la mente es más fácil olvidar. Hundirse
Hundir se en el fondo. —No
parece satisfecho con mi explicación, su mentón gira hacia la izquierda—. Si
esto te hace sentir mejor —agrego con una leve sonrisa—, si una de las
hermanas Swan se metiera alguna vez dentro de mi cuerpo, te lo contaré si es
que me doy cuenta.
Alza una ceja y sus ojos me sonríen. Me doy vuelta y continúo subiendo.
Al ir ascendiendo, el viento comienza a repiquetear contra las paredes, y
cuando finalmente llegamos arribamos a la linterna del faro, una ráfaga ruge a
través de las grietas del exterior.
—El primer cuidador del faro era un francés —explico—. Él fue quien le
puso Lumiere a la isla. En esas épocas, era necesario mucho más trabajo
encargarse del funcionamiento del faro, mantener las linternas y los prismas.
Ahora está casi todo automatizado.
Una tormenta sopla desde el mar. El reloj de mi mesita de noche dice que son
las once de la noche. Después las doce. No puedo dormir.
Voy hasta el baño, que está del otro lado del pasillo, y mis pensamientos
vuelan hacia Bo. Él no está seguro, incluso en la isla.
Puedo oír el ventilador de mamá girando en su habitación, a dos puertas de
distancia, mientras ella duerme. Le gusta sentir una brisa, aun en invierno; dice
que, sin ella, tiene pesadillas. Enciendo la luz del baño y me miro en el espejo.
Mis labios están pálidos, el pelo cae liso sobre los hombros. Parece que no
hubiera dormido en varios días.
Y luego un pequeño rayo de luz parpadea a través de la ventana del baño y se
refleja en el espejo. Levanto una mano para taparlo. No es el haz de luz del faro:
es otra cosa.
Entorno los ojos y miro por la ventana chorreada de lluvia. Un bote se está
acercando al muelle por la costa.
Hay alguien en la isla.
—Heath robó dos botellas del hostal de sus padres —anuncia Rose—.
Bebimos una por el camino. —Lo cual explica por qué ya está tan alegre.
Como no hay vasos, Heath bebe un sorbo, pero antes de pasar la botella,
pregunta:
—¿Apostamos algo?
—¿Qué? —inquiere Rose.
—¿Cuánto tiempo pasará antes de que aparezca el primer cuerpo en el
puerto?
—Eso es morboso —comenta Rose con una mueca.
—Tal
—Tal vez. Pero va a suceder nos guste o no.
Bo y yo intercambiamos una mirada.
Rose suelta aire por la nariz.
—Tres días —responde resignadamente, tomando la botella de la mano de
Heath y bebiendo un trago.
—Tres días y medio —adivina
—adivi na Heath mientras la mira. Pero creo que solo lo
dice para hacerse el gracioso, para competir con el número que ha dicho ella.
Rose le extiende la botella a Bo, que la coge y la observa como si la
respuesta estuviera allí dentro.
—Espero que no aparezca ninguno —suelta finalmente.
—Eso no vale, hay que decir
deci r un número —señala Rose, alzando una ceja.
—Claro que vale —lo defiende Heath—. Él dice ningún día. Algo que nunca
ha sucedido, pero supongo que es posible. Tal vez este verano no se ahogue
nadie.
—Poco probable —insiste Rose,
Rose , que parece algo disgustada
disgustad a con el juego.
Bo da un rápido sorbo de vino tinto y luego me lo pasa. Lo cojo con cuidado,
resbalando el pulgar por el cuello de la botella y después alzo la vista hacia el
grupo.
—Esta noche —apuesto, inclinando el vino hacia los labios y bebiendo un
buen trago.
Rose se estremece levemente y Heath la rodea con el brazo.
—Hablemos de otra cosa —sugiere.
—s ugiere.
—De lo que tú quieras —dice Heath, ladeando la cabeza hacia ella con una
sonrisa.
—¡Quiero contar fantasmas! —exclama Rose alegremente, el ánimo
recuperado.
Heath la suelta y frunce el ceño, confundido.
—¿Quieres hacer qué?
—Es un juego al que Penny y yo solíamos jugar cuando éramos pequeñas,
¿te acuerdas, Penny? —Me mira y asiento—. Buscábamos fantasmas en el haz
de luz del faro mientras giraba alrededor de la isla. Y recibes puntos por cada
uno que ves. Un punto si lo ves en la isla y dos si ves uno en el agua.
—¿Y de verdad ven a esos fantasmas? —pregunta Heath, una ceja
arrugándole la frente.
—Sí. Estaban por todos lados —responde Rose con una sonrisita maliciosa
—. Solo tienes que saber a dónde mirar.
—Enséñamelo —dice Heath. Y a pesar de que es obviamente escéptico,
sonríe mientras Rose lo arrastra hacia la ventana. Es un juego infantil, pero ellos
apoyan las palmas de las manos contra el cristal mientras ríen.
Le devuelvo la botella a Bo, que bebe otro trago.
—¿Qué estás leyendo? —pregunto.
—Un libro que he encontrado en la cabaña.
—¿Sobre qué?
Lo saca de debajo del brazo y lo apoya en el escritorio blanco. La historia y
la leyenda de Sparrow, Oregón. La cubierta es una vieja foto del puerto tomada
desde Ocean Avenue. Hay una acera de adoquines en primer plano y el puerto
está lleno de viejos navíos pesqueros y enormes barcos de vapor. Es más bien
una mezcla entre folleto y cuadernillo que un verdadero libro y puedes
encontrarlo prácticamente en todas las cafeterías y restaurantes, y en el vestíbulo
de todas los hostales del pueblo. Es una guía turística de todo lo que sucedió en
Sparrow doscientos años atrás y de todo lo que ha sucedido desde entonces. Fue
escrito por Anderson Fotts, un poeta y artista que vivió en Sparrow hasta que su
hijo se ahogó siete años atrás y luego se marchó.
—Repasando la historia de nuestro pueblo, ¿no?
—No hay mucho más que hacer aquí cuando cae el sol —responde, y tiene
razón.
Me quedo mirando el libro, cuyo contenido conozco muy bien. En la página
treinta y siete hay un retrato de las hermanas Swan, dibujado por Thomas
Renshaw, un hombre que afirma haber conocido a las hermanas antes de que las
ahogaran. Marguerite se encuentra a la izquierda, la más alta de las tres, de largo
pelo cobrizo, labios gruesos y una mandíbula afilada, los ojos mirando hacia el
frente.
ojos de Aurora estáHazel,
luna llena. en el amedio, de cabello
la derecha, suavemente
tiene rasgos ondulado
pequeños y pocoyllamativos,
brillantes
y una trenza colgando por encima del hombro. Sus ojos están posados en algo
que parece estar más distante. Las tres son hermosas, cautivantes, como si se
desplazaran ligeramente en la hoja.
—¿Así que ahora crees en las
l as hermanas? —pregunto.
—Todavía
—Todavía no lo he decidido.
El haz de luz se desliza a través de su rostro y lo sigo hasta el mar, donde
rasga la tormenta y la lluvia inminente, advirtiendo a marineros y pescadores que
—Dios mío —chilla Rose, los ojos como globos a punto de explotar, el dedo
señalando el cadáver.
Los brazos están extendidos, las piernas hundidas hasta la mitad en el agua, y
una sudadera azul marino cuelga del torso como si fuera dos tallas más grande.
—Mierda —masculla Heath por lo bajo, como si
s i ttemiera
emiera que si hablara más
alto podría despertar a los muertos.
La luna asoma entre las nubes y brilla sobre el agua. Pero no es un blanco
lechoso, es un rojo pálido. Una luna con sangre: un mal presagio. No deberíamos
haber salido al mar.
—¿Quién es? —pregunta Rose, la voz trémula mientras sus dedos buscan
algo de qué aferrarse, como si intentara agarrar el cuerpo.
El rostro surge delante de nosotros: las mejillas huecas y cenicientas. El pelo
corto y rubio ondeando hacia fuera de un pálido cuero cabelludo.
—Gregory Dunn —contesta Heath, pasándose la mano por la cara—. Se ha
graduado este año. Iba a ir al este, a la universidad, en otoño. A Boston, creo.
Bo y yo nos mantenemos en completo silencio. Él toca el lado del bote,
parpadea, pero no habla.
—¡Tenemos que hacer algo! —exclama Rose, levantándose de golpe—. No
—¡Tenemos
podemos dejarlo en el agua. —Da un paso hacia adelante, hacia el lado derecho
del bote, que se ha ido acercando lentamente al cuerpo. Pero sus movimientos
desequilibran la embarcación, que se balancea hacia el agua.
—Rose —grito mientras me estiro hacia ella. Heath también intenta
agarrarla, pero el impulso ha inclinado demasiado el bote y ella se tambalea, las
piernas desequilibradas, agitando las manos para afirmarse en algo. Se arroja de
cabeza en el agua helada.
Bo, por primera vez, reacciona. Ya se encuentra en el borde del bote antes de
que
haciayofuera
hayaentenido tiempo
dirección de procesar
al cadáver lo ocurrido.
de Gregory Dunn.Pequeñas ondas se propagan
Afortunadamente, Rose no
ha aterrizado encima de él al caer.
Bo se inclina por el lado derecho, sumerge los brazos en el agua helada, pasa
las manos por debajo de los brazos de Rose y, en un rápido movimiento, la
levanta y la mete en el bote. Ella se desploma de inmediato, las rodillas hacia
arriba, y se sacude descontroladamente, como si tuviera convulsiones. Heath
coge una manta de debajo de uno de los asientos y la envuelve.
—Tenemos
—T enemos que llevarla a la costa —advierte Bo atropelladamente y Heath
vuelve a encender el motor. Me agacho junto a Rose, pongo el brazo alrededor
de sus hombros mientras nos dirigimos velozmente al muelle, dejando atrás el
cuerpo de Gregory Dunn.
Cuando llegamos a la costa, camino deprisa por el muelle hacia la campana
de metal que cuelga de un arco de madera, frente al puerto. La Campana de la
Muerte, la llaman todos. Cada vez que aparece un cuerpo, alguien hace sonar la
campana para alertar al pueblo de que se ha encontrado un cadáver. Se instaló
veinte años atrás.
campanadas Y durante
se convierten en eleltañido
mes dede junio, hasta el solsticio de verano, las
la muerte.
Cada vez que suena, los lugareños hacen un gesto de dolor y los turistas
agarran las cámaras.
Me extiendo hacia la gruesa fibra de la soga y la hago repiquetear dos veces
contra el interior de la campana. Un tañido hueco resuena a través del pueblo,
rebotando contra las paredes húmedas de tiendas y viviendas, despertando a
todos del sueño.
Son Olivia
la fiesta Swan, ypoco
Lola:después
las mejores
de queamigas que bailaban
comenzaran alrededor
los cantos. Las de
doslaestán
fogata en
muy
bien vestidas, nada de pijamas ni cabello desgreñado, como si la muerte de
Gregory Dunn fuera un evento social que no se les ocurriría perderse. Un evento
que estaban esperando. El cabello teñido de negro de Lola está peinado en una
trenza cosida. El de Olivia está suelto sobre los hombros, largo y ondeado. El
piercing de la nariz brilla con los rayos invasores del sol.
Y cuando mis ojos se encuentran con los de ella, lo sé: Marguerite Swan está
ocupando su cuerpo.
La imagen blanca y fantasmal de Marguerite se cierne debajo de la suave piel
de Olivia. Es como mirar a través de un cristal muy fino, o debajo de la
superficie de un lago hasta el fondo de arena. No es un contorno claro y nítido de
Marguerite, sino más bien es un recuerdo de ella, fluctuante e inestable, que se
mueve vacilante dentro del cuerpo de esa pobre chica.
La he encontrado.
Una parte de mí tenía la vaga esperanza de que este año no las vería, que
podría evitarque
Pero parece a lasnohermanas, evitar
tendré tanta el ritual
suerte de muerte
después de todo.que acaece en este pueblo.
A través de la piel blanca como la nieve de Olivia, desearía no estar mirando
a Marguerite escondida debajo. Pero es así. Y soy la única persona de todo
Shipley Pier que puede hacerlo. Este es el secreto que no puedo contarle a Bo: la
razón por la cual sé que las hermanas Swan son reales.
Su mirada espeluznante se posa sobre mí, no la de Olivia —Olivia ya no está
—, sino la de Marguerite, y luego me sonríe ligeramente
liger amente al pasar.
Me quedo paralizada por un instante y tuerzo el labio superior. Ellas
continúan
logran recorriendo
captar, ajena alelhecho
embarcadero,
de que suLola charlando
mejor de no
amiga ya algoesque mis oídos
su mejor no
amiga.
Justo antes de que lleguen a La Almeja, les echo una mirada por encima del
hombro. El cabello de Olivia se agita naturalmente sobre sus hombros y por su
espalda.
—¿Estás bien? —pregunta Bo y se vuelve para mirar a Olivia y a Lola.
—Tenemos que regresar a la isla —señalo, dándome la vuelta otra vez—.
—Tenemos
Aquí no estamos seguros.
Marguerite ha encontrado en Olivia Greene un cuerpo en donde hospedarse.
Y Marguerite siempre es la primera en matar. Gregory Dunn ha sido suyo. La
temporada de ahogamientos ha comenzado.
La perfumería
Es probable que las hermanas Swan se hayan adentrado en el arte de la
brujería en los años anteriores a su llegada a Sparrow —un maleficio o una
poción ocasional para desviar a esposas celosas o malos espíritus—, pero la
verdad es que no se consideraban brujas, como las acusaron los habitantes de
Sparrow.
Eran mujeres empresarias, dueñas de una tienda, y cuando llegaron a
Sparrow dos siglos atrás, trajeron con ellas una variedad de aromas exóticos para
elaborar
pueblo sedelicados perfumes
reunían dentro de yla bálsamos fragantes.
Perfumería Al principio,
Swan, extasiadas antelas
lasmujeres del
fragancias
que les traían recuerdos del mundo civilizado. Compraban botellitas de cristal de
agua de rosas y miel, citronela y gardenia. Todas perfectamente combinadas,
sutiles y elaboradas.
Cuando encontraron a Marguerite, la mayor de las hermanas, de diecinueve
años, en la cama con el capitán de un barco, todo comenzó a derrumbarse. No se
podía culpar a las hermanas. No fue la brujería lo que sedujo a los hombres de
Sparrow: fue algo mucho más simple. Las hermanas Swan tenían un encanto que
había nacido en su sangre, como su madre: los hombres no podían resistir la
comenzando
culparía si lo ahiciera.
considerar la idea de marcharse de aquí lo antes posible. Y no lo
—No ha sido por tu culpa. —Baja las pestañas y da una patada a un guijarro
guijarr o
fuera del camino, que desaparece en una zona de hierba amarillenta.
—Deberías dormir un poco. —Ambos llevamos despiertos
despier tos toda la noche y la
confusión causada por el agotamiento está comenzando a parecerse a un tren de
carga rugiendo de un lado a otro entre mis oídos.
Asiente, saca las manos de los bolsillos de la chaqueta y camina hacia la
Cabaña del Ancla. Ni siquiera se despide.
—Los
así que árbolesque
tenemos todavía
quitar no hanlasflorecido
todas —explica—.
ramas que Peroa las
están tapando pronto
másloviejas…
harán,
la vieja madera, se llama.
—Esta ramita —digo mientras la golpeo con el dedo—, sale hacia arriba
directamente de una rama más gruesa, y todavía parece un poco verde.
—Exacto —me felicita. Levanto la sierra y la sostengo junto a la rama. Al
deslizarla por ella, se me resbala de las manos y me tambaleo hacia adelante para
no dejarla caer. Bo me sujeta con más fuerza mientras la escalera se balancea
debajo de nosotros. Los latidos de mi corazón se aceleran al máximo—. Lleva
un tiempo dominar la sierra —dice.
Asiento mientras aferro el extremo de la escalera. Y entonces siento el
pinchazo agudo en el dedo índice izquierdo. Doy vuelta la mano para poder
examinarlo y las gotas de sangre se deslizan por el borde externo del dedo.
Cuando la sierra se ha resbalado, ha debido haberme cortado la piel en el lugar
en donde mi mano sujetaba la rama. Bo lo ve al mismo tiempo que yo y se
inclina más hacia mí, estirándose para agarrar el dedo.
—Te has cortado —señala. La sangre me chorrea por la yema del dedo y cae
—Te
al suelo, dos metros más abajo. Diviso a Otis y a Olga sentados en la franja de
sol entre los frutales, las cabezas blancas y anaranjadas ladeadas hacia arriba,
observándonos.
—Estoy bien —murmuro. Pero él saca de inmediato un pañuelo del bolsillo
trasero y lo apoya contra la herida, deteniendo el sangrado—. No es muy
profundo —agrego, aun cuando me arde mucho. La tela blanca se tiñe de rojo
casi instantáneamente.
—Deberíamos limpiarla —comenta.
—De mi padre.
Espera antes de volver a hablar, presintiendo que se está aventurando en
territorio delicado.
—¿Crees que todavía puede navegar?
navegar ?
—Supongo que sí.
Observo el fondo de la taza que tengo entre las manos y absorbo el calor.
—Me gustaría sacarlo alguna vez —comenta con cautela—, ver si todavía
navega.
—¿Sabes navegar?
Entreabre los labios en una sonrisa amable y se mira los pies como si
estuviera a punto de revelar un secreto.
—De pequeño, pasé casi todos los veranos navegando en el Lago
Washington.
—¿Vivías en Seattle? —pregunto,
—¿Vivías —pregunto , esperando acotar la búsqueda de la ciudad
en la que vive.
—Cerca de allí. —Su respuesta
respuest a es tan vaga como la última vez que pregunté
—. Pero en una ciudad mucho
muc ho más pequeña.
—Te das cuenta de que tengo más preguntas que respuestas sobre ti. —
—Te
Parece diseñado para ocultar secretos, su cara no revela ni un indicio de lo que
está enterrado dentro de él. Es al mismo tiempo fascinante y exasperante.
—Puedo decir lo mismo de ti.
Tuerzo los labios hacia un lado y aprieto con más fuerza la taza entre las
manos. Tiene razón. Estamos atrapados en una extraña batalla de hermetismo.
Ninguno de los dos está dispuesto a decir la verdad. Ninguno de los dos está
dispuesto a compartir sus secretos.
—Puedes sacar a navegar el velero si quieres
quier es —le digo poniéndome
poniéndom e de pie y
colocando un mechón de pelo suelto detrás de la oreja—. Es tarde. Creo que me
voy a ir a casa. —Las llamas que ardían en cada tronco han quedado reducidas a
brasas calientes, consumiendo lentamente lo que quedaba de la madera.
—Yo me quedaré despierto y me aseguraré de que el fuego se apague por
—Yo
completo.
—Buenas noches —murmuro y me
m e detengo para echarle una úl
última
tima mirada.
—Buenas noches.
El huerto parece diferente. Podado y pulcro, como un impecable jardín
inglés. Me recuerda al aspecto que tenía en veranos anteriores, cuando las frutas
maduras colgaban frescas y brillantes bajo el sol, atrayendo a los pájaros para
que picotearan a las que habían caído al suelo. El aire siempre era dulce y
salado. Fruta y mar.
Por la mañana temprano, recorro las hileras de frutales. Los tres tocones
quemados emiten finos hilos de humo a pesar de que ahora no son más que pilas
de cenizas.
Me pregunto hasta qué hora se quedó despierto Bo, observando las últimas
brasas que se iban poniendo negras. Me pregunto si habrá dormido algo. Camino
hasta la cabaña y me detengo delante de la puerta. Levanto el puño, estoy a
punto de golpear, cuando la puerta se abre súbitamente y contengo el aliento por
la sorpresa.
—Hola —exclama Bo instintivamente.
instint ivamente.
—Hola… perdóname. Estaba a punto de llamarte —tartamudeo—. He
venido a decirte… buenos días. —Una estúpida explicación. Ni siquiera estoy
segura de por qué he venido.
Sus cejas se retuercen en una expresión confundida, pero sus labios dibujan
una relajada media sonrisa. Lleva una camiseta blanca simple y vaqueros de tiro
bajo, y su pelo está aplastado hacia un lado, como si acabara de despertarse.
—Iba a ver cómo estaban los árboles —comenta—.
—come nta—. Para estar seguro
s eguro de que
no han vuelto a encenderse en las últimas dos horas.
—Solo ha quedado un poco de brasa ardiendo lentamente —le aviso—.
Vengo de allí.
Asiente y luego extiende el brazo para abrir más la puerta.
—¿Quieres entrar? Puedo preparar
prepara r café.
Paso delante de él y siento que el calor de la cabaña me envuelve.
Otis y Olga ya están dentro, acurrucados sobre el sofá, como si este fuera su
nuevo hogar; como si ahora le pertenecieran a Bo. No hay fuego, pero las
ventanas están todas abiertas y una brisa cálida zumba a través de la cabaña. El
tiempo
desde elhamarcambiado, se ha de
agita las motas vuelto
polvotemplado y estimulante,
y ahuyenta el aire
a los fantasmas. quedíasopla
Cada que
él sigue aquí, en la isla, en la cabaña, puedo sentir que el espacio va cambiando,
volviéndose más brillante.
Bo está en la cocina, de espaldas a mí. Abre el grifo del fregadero y llena la
cafetera con agua. Está moreno, después de una semana trabajando bajo el sol. Y
los músculos de sus hombros se flexionan debajo del fino algodón de la
camiseta.
—¿Cómo te gusta el café? —pregunta, volviéndose hacia mí. Aparto los ojos
con rapidez para que no me pille observándolo.
—Negro.
—Mejor… porque no tengo nada más. —Me pregunto si compró café en el
pueblo antes de que lo invitara a venir a la isla, ya que dudo de que hubiera café
aquí cuando se instaló. ¿Lo habrá traído consigo en la mochila?
Hay varios libros en la pequeña mesa frente al sofá y hay más apilados en el
suelo, todos sacados de los estantes. Cojo uno que se encuentra en el brazo del
sillón. Enciclopedia: mitos y fábulas celtas,
celtas, vol. 2.
—¿Qué son todos estos libros?
li bros? —pregunto.
Bo se seca las manos con un paño de cocina y luego viene a la sala. Otis se
despierta y comienza a frotarse la oreja con la pata.
—Todos
—T odos los libros que hay aquí son de leyendas y tradiciones
tra diciones del lugar.
Deslizo un dedo por una fila de libros del estante que está al lado de la
chimenea. Los lomos tienen títulos impresos como Leyendas de indígenas del
noroeste de Estados Unidos o ¿Cómo romper una maldición no deseada?, Guía
general para entender a brujas y hechiceras. Son todos así: una biblioteca de
libros sobre temas sobrenaturales, místicos, similares a lo que está ocurriendo en
Sparrow. Reunidos por alguien y guardados en la cabaña… pero ¿por quién?
—¿No lo sabías? —pregunta Bo. El café comienza a filtrarse por la jarra de
cristal que está a sus espaldas, el aroma caliente y tostado llena la habitación.
Niego con la cabeza. No, no sabía que todos estos libros estaban aquí. No
tenía idea. Me hundo en el sillón y toco la página del libro que está abierto sobre
uno de los almohadones.
—¿Por qué los estás leyendo? —pregunto mientras lo cierro con un golpe
Los rayos del sol entran por la ventana e iluminan la mitad de su rostro: luz y
sombra.
—Yaa te lo expliqué —responde,
—Y —res ponde, como si se sintiera
sint iera un poco herido.
Pero meneo la cabeza, incrédula.
—No has venido aquí simplemente por accidente, porque era la última
parada del autobús. Existe otra razón. Estás… escondiendo algo —intento ver a
través de sus ojos, de sus pensamientos, pero está esculpido en piedra y ladrillo.
Sólido como las rocas que rodean la isla.
Separa los labios, la mandíbula tensa.
—Tú también —lo dice rápido, como si hubiera estado en su mente hace
mucho tiempo, y me muevo incómoda en el sillón.
No puedo enfrentar su mirada. Él ve lo mismo en mí: un abismo de secretos
tan ancho, profundo e insondable que brota de mí como el sudor. Ambos lo
llevamos dentro. Como una marca en nuestra piel, un hierro caliente grabado en
la carne con el peso de nuestro pasado. Tal vez aquellos que tienen cicatrices
similares pueden reconocerlas en otros. Nuestros ojos están circundados por el
miedo.
Pero si él supiera cuál es la verdad: lo que yo veo cuando miro a través de
Olivia
mis Greene,
sueños. la criatura
Si viera lo queescondida en su. Abandonaría
yo vi. Si viera interior. Si supiera
esta islalo yque atormenta
no regresaría
amás. Abandonaría este pueblo. Pero yo no quiero estar sola en la isla otra vez.
Solo ha habido fantasmas aquí, sombras de personas que alguna vez existieron,
hasta que él llegó. No puedo perderlo. Así que no le cuento la verdad.
Me levanto antes de que nuestras palabras desgarren el aire frágil que se
extiendehaberle
debería entre nosotros. Antes
preguntado porde que
qué hame exijaaverdades
venido Sparrow,que no puedo
a menos que darle. No
estuviera
dispuesta a revelar alguno de mis secretos. Otis me mira y parpadea desde su
almohadón gris, sacudido por mi movimiento. Paso delante de Bo en dirección a
la puerta y, por un instante, creo que va a extender la mano hacia mí para
detenerme, pero no me toca y siento como el corazón se encoge violentamente.
Se desparrama por el suelo y se escurre por las grietas del piso de madera.
Un fogonazo del brillante sol matinal inunda la cabaña cuando abro la
puerta. Otis y Olga ni siquiera intentan seguirme. Pero antes de que llegue a
cerrar la puerta, escucho algo a lo lejos, más allá de los límites de la isla. No hay
viento que lo transporte por encima del agua, pero la quietud lo vuelve audible.
Está sonando la campana de la costa de Sparrow.
Han encontrado un segundo cuerpo.
La taberna
Las hermanas Swan nunca fueron personas comunes, incluso al nacer.
Las tres llegaron al mundo el uno de junio, con un año de diferencia. Primero
Marguerite, luego Aurora y por último Hazel. No compartieron el mismo padre,
sin embargo, el destino las trajo a este mundo exactamente el mismo día. Su
madre había dicho que estaban destinadas a estar juntas, designadas por las
estrellas a ser hermanas.
Entonces, el día de su cumpleaños, durante su primer año en Sparrow,
cerraron la tienda temprano y se dirigieron a la Taberna y Posada del Caballo
Blanco. Pidieron cervezas y una botella de brandy. El líquido era oscuro, rojo y
agridulce, y lo pasaron entre ellas, bebiendo directamente de la botella. Los
hombres que estaban en la taberna menearon la cabeza y susurraron acerca del
descaro de las hermanas. Las mujeres muy raramente entraban a la taberna, pero
las Swan no eran como las demás mujeres del pueblo. Rieron y derramaron vino
en el húmedo suelo de madera. Entonaron las canciones que les habían
escuchado a los pescadores en la calle cuando se dirigían al mar, con el fin de
persuadir a los vientos para que se mantuvieran calmos y amables. Inclinaron las
sillas, brindaron por su madre, que apenas recordaban, por traerlas a este mundo
con un año de separación entre cada una, pero exactamente el mismo día.
La luna brillaba intensamente sobre el puerto y las lámparas de aceite de
ballena titilaban encima de todas las mesas de la taberna. Marguerite se levantó
de su silla y echó una mirada por el salón mohoso lleno de pescadores, granjeros
y hombres de mar, que estarían allí solo una semana o dos antes de volver a
zarpar. Sonrió ampliamente y los observó con las mejillas enrojecidas por el
calor del alcohol.
—Todos creen que somos brujas —susurró a sus hermanas, agitando la
—Todos
botella de brandy alrededor del salón. Los rumores habían bullido durante meses
por el pueblo, la sospecha se había instalado en las estructuras de los hogares a
lo largo del puerto, pasando de los labios a los oídos hasta que cada cuento se
volvió más vil que el anterior. La gente de Sparrow había comenzado a odiar a
las hermanas.
—Sí, brujas —rio Aurora. Inclinó la cabeza hacia atrás y casi se cayó de la
silla.
—No, no lo creen —protestó
—protest ó Hazel, el ceño fruncido.
Pero Aurora y Marguerite rieron aún más fuerte, porque sabían lo que su
hermana menor no quería creer: que todo el pueblo ya había decidido que eran
brujas. Un aquelarre de tres hermanas, llegadas a Sparrow para desatar la
traición y las malas acciones.
—Vosotros
—Vosotros pensáis que somos
som os brujas, ¿verdad? —gritó
—grit ó Marguerite.
Los hombres que estaban sentados en el bar se volvieron para mirar y el
camarero apoyó la botella de whisky que tenía en la mano. Pero nadie le
respondió.
—Entonces, los embrujaré a todos —anunció, todavía sonriendo, los labios
enrojecidos por el vino. Trazó un círculo en el aire con el dedo y luego lo apuntó
hacia un hombre sentado en una mesa cercana—. Te crecerá una barba de
serpientes marinas —rio a carcajadas y luego agitó el dedo hacia a un hombre
apoyado contra la pared—. Tú te tropezarás y caerás al suelo esta noche al
regresar a tu casa, te golpearás la cabeza y verás tu futura muerte. —Los ojos de
Marguerite, se diría más tarde, parecían iluminados por el fuego, como si
estuviera lanzando hechizos desde un infierno que quemaría vivo a cualquiera
que quedara atrapado en su mirada—. Tú te casarás con una sirena —le dijo a
otro hombre—. Comas lo que comas, olerás a pescado durante el resto de tu vida
—le gritó a un hombre encorvado sobre la barra. Y mientras el dedo de
Margueritecomenzaron
hombres se agitaba aalrededor del salón
huir, seguros lanzando
de que maleficios
sus embrujos se imaginarios,
convertirían los
en
realidad. Aurora echó a reír con una risa profunda que le brotaba del estómago al
observar a su hermana, asustando incluso a los hombres más rudos de Sparrow.
Pero Hazel, horrorizada por la expresión de los rostros de los hombres, cogió a
sus hermanas y las arrastró fuera de la taberna, mientras Marguerite continuaba
gritando tonterías al aire salado nocturno.
Una vez fuera, las tres hermanas se cogieron del brazo y hasta Hazel rio
mientras subían tambaleándose por Ocean Avenue, pasaban los muelles y
llegaban al pequeño espacio que compartían detrás de la perfumería.
—No
somos puedes
brujas hacer eso —dijo Hazel en medio de la risa—. Pensarán que
de verdad.
—Yaa lo piensan, dulce hermana
—Y he rmana mía —repuso Aurora.
—Es que no nos entienden —agregó Hazel, y Marguerite la besó en la
mejilla.
—Puedes creer lo que quieras —murmuró Marguerite, ladeando la cabeza
hacia el cielo estrellado, hacia la luna, que parecía esperar sus órdenes—. Pero
un día vendrán a por nosotras. —Las tres se quedaron en silencio, el viento
acariciaba su cabello, volviéndolo ligero—. Pero hasta ese momento, beberemos.
—Todavía
—T odavía tenía la botella de vino y la pasaron entre ellas, dejando que las
constelaciones las guiaran a casa.
Más tarde, cuando Arthur Helm se golpeó la cabeza, juró que vio su propia
muerte como Marguerite predijo. Aun cuando no se cayó realmente camino a su
casa desde la taberna —recibió un golpe en la mandíbula de su caballo de tiro
una semana después—, el pueblo creyó que Marguerite había causado la caída.
Y cuando Murray Coats se casó con una mujer de largo cabello del color del
trigo, la gente
su propia dijo quedeantes
red: prueba había
que el sido una
maleficio sirena y queseélhabía
de Marguerite la había pescado
hecho con
realidad.
Cuatro semanas después, en el solsticio de verano de 1823, una fecha elegida
por los habitantes de Sparrow porque se decía que un solsticio aseguraba la
muerte de una bruja, ahogaron a las tres hermanas por haber sido acusadas de
brujería. Marguerite era la más mayor y tenía diecinueve años el día de su
muerte, Aurora dieciocho y Hazel diecisiete.
Nacieron el mismo día. Murieron el mismo día.
Bo aparece detrás de mí en la puerta justo cuando los tañidos de la campana
del puerto comienzan a apagarse.
—¿Otro? —pregunta, la mano levantada como si su vista pudiera pasar por
encima del agua y llegar hasta los muelles del puerto.
—Sí, otro.
Me esquiva, su hombro roza el mío, y comienza a caminar por el sendero.
—¿A dónde vas?
—Al pueblo —responde.
—Aquí estás más seguro —le grito, pero no se detiene. No me queda otra
opción que seguirlo… no puedo dejar que vaya solo. Marguerite está en el
cuerpo de Olivia Greene y la última muerte es más propia de Aurora. Pero aún
no la he visto: aún no sé qué cuerpo ha robado. Así que cuando Bo llega al bote,
subo detrás de él y enciendo el motor.
Un grupo de embarcaciones se ha congregado en el puerto, frente a la costa
de Coppers Beach.
No puedo ver el cuerpo desde esta distancia, pero sé que tiene que haber uno,
recién descubierto, flotando y a punto de ser subido a bordo de alguno de los
barcos. Por lo tanto navegamos hacia la costa, el rostro de Bo endurecido contra
el viento tempestuoso.
Atracamos el bote y vemos que una muchedumbre ya se ha reunido en
Ocean Avenue esperando el regreso de los barcos de la policía portuaria, las
cámaras preparadas. Hay letreros encima de la marina que dicen: SOLO PARA
PERSONAL DEL PUERTO Y DUEÑOS DE EMBARCACIONES, PROHIBIDO EL PASO A TURISTAS.
Pero siempre hay gente que ignora los letreros e invade los muelles,
especialmente después de que alguien haya hecho sonar la campana. Me abro
camino entre la masa de turistas y paso delante del banco de piedra que mira
hacia el puerto cuando alguien me coge del brazo. Es Rose. Heath se encuentra a
su lado.
—Son dos —anuncia con respiración trémula, los ojos azules muy abiertos.
Aún se la ve pálida y débil, como si todavía no se hubiera quitado del todo el frío
y la conmoción de caerse al agua hace más de una semana, a centímetros del
cadáver de Gregory Dunn.
—¿Dos cuerpos? —pregunta Bo ubicándose a mi lado. Los cuatro formamos
un círculo cerrado en la acera, exhalando bocanadas de aire en forma de ráfagas
de humo blanco.
Rose asiente con la cabeza.
Aurora, pienso. Ella es ávida e impulsiva, nunca puede decidirse, así que es
probable que haya atrapado a dos chicos al mismo tiempo.
—Eso no es todo —interviene
—intervi ene Heath—. Vieron a una de las hermanas Swan.
—¿Quiénes?
Heath y Rose intercambian una mirada.
—Lon Whittamer salió esta mañana en el barco de su padre a patrullar el
puerto. Davis y él decidieron turnarse para vigilar como si fueran policías;
creyeron que podrían atrapar a alguna de las hermanas in fraganti.
Aparentemente, Lon fue el primero en divisar los dos cuerpos cerca del muelle.
Luego vio algo más: una chica nadando, con la cabeza saliendo del agua, que
regresaba braceando frenéticamente hacia Coppers Beach. —Heath hace una
pausa y parece que el tiempo se ha detenido, todos contenemos el aliento.
—¿A quién vio Lon? —insisto, el corazón en la garganta, a punto de
explotar.
—A Gigi
Gigi Kline —responde en una rauda exhalación.
Parpadeo, una fría aguja de hielo desciende por mi espalda.
—¿Quién es Gigi Kline? —pregunta
—pregunt a Bo.
—Una chica de mi instituto —respondo, mi voz apenas es un murmullo—.
Estaba en la fiesta de la playa.
—¿Se metió en el agua?
—No estoy segura.
Echo un vistazo por Ocean Avenue, donde la masa de gente ha crecido, los
turistas apiñados, intentando obtener una mejor perspectiva del muelle al que
llevarán a los cuerpos. A esto han venido: a captar un vistazo fugaz de la muerte,
la prueba de que la leyenda de las hermanas Swan es real.
—¿Y alguien sabe dónde está Gigi? —pregunto desviando la mirada hacia
Heath.
—No sé. Hablé con Lon cuando llegó al muelle y me contó lo que vio.
Ahora Davis y él la están buscando.
—Mierda —mascullo. Si la encuentran, quién sabe qué harán.
—¿Crees que es cierto? —pregunta Rose—.
Rose —. ¿Gigi puede sserer una de ell
ellas?
as? —
Su expresión parece tensa y ansiosa. Ella nunca ha creído del todo en las
hermanas Swan, todo el tema la asusta, creo, la idea de que puedan ser reales, de
que podrían poseer su cuerpo sin que ella lo supiera. Para Rose es un mecanismo
de defensa, y yo entiendo por qué lo hace. Pero ahora la vacilación en su voz me
hace creer que ya no sabe bien qué pensar.
Bo el
perder asiente y Rose
evento. Todosentrelaza
querrán sus
ver dedos
si Gigicon los de
Kline. Heath. Nadie
—Princesa se quiere
del baile de la
escuela del año pasado y animadora estrella; está habitada por una de las
hermanas Swan. Pero yo soy la única que lo sabrá con seguridad.
Heathmientras
mirarnos es el primero en entrar endetrás
nos arrastramos la oscuridad y varios
de él. Dentro, el rostros
olor es se vuelven
peor. para
El recinto
tiene un rectángulo cavado en el piso, cerca de las puertas que están del lado
opuesto, donde alguna vez se guardó algún barco para protegerlo del clima, y el
agua del mar llega hasta el interior reflejando dibujos en las paredes. El hedor a
combustible, vísceras de pescado y algas impregna todo el espacio.
Davis McArthurs y Lon Whittamer están apoyados contra la pared de la
derecha, en el angosto pasillo de noventa centímetros que se extiende a ambos
lados del cobertizo. Otras tres chicas, que reconozco del instituto, pero cuyos
nombres no puedo recordar, están apiñadas justo al lado de la puerta, como si
temieran
que entra.acercarse demasiado
Y sentada en una alsilla
agua
de que salpica
plástico dedesde
jardín,el entre
suelo,Davis
con cada ola
y Lon,
precintos de plástico alrededor de las muñecas y una tira de tela a cuadros rojos
y blancos atada sobre la boca, se encuentra Gigi Kline.
Tengo la impresión de que llegamos justo en el medio de una discusión que
ya se estaba llevando a cabo, porque una de las chicas, que lleva una parka color
rosa intenso, dice:
—No lo sabes con seguridad. Para mí no tiene nada raro.
—Esa es la idea —señala Davis apuntando con su mandíbula cuadrada.
Davis me recuerda a un trozo de carne, ancho y grueso. Tiene una nariz de toro.
No hay nada delicado en él. O especialmente amable, en tal caso. Es un matón y
siempre se sale con la suya gracias a su tamaño—. Tienen el mismo aspecto que
cualquier chica —continúa, clavando su mirada asesina en la chica de la parka
rosada—. Ella ha matado a esos dos tipos del puerto. Lon la ha visto.
—No podéis tenerla atada —interrumpe otra chica, el pelo suave y oscuro
atado en una cola de caballo, y señala a Gigi con un dedo largo y delgado.
—Claro que podemos, joder —repone Lon bruscamente mientras Davis la
mira con el ceño fruncido. Lon lleva una de sus clásicas camisas hawaianas:
celeste con loros y anclas de color amarillo brillante. Bo se acerca más a mí,
como si quisiera protegerme de lo que se está llevando a cabo delante de
nosotros. Y me pregunto si reconoce a Lon de la noche de la fiesta Swan, cuando
estaba borracho y él lo empujó al agua.
—No hay forma de probar que ella haya hecho algo —señala la chica de la
cola de caballo.
—Mira su ropa y su pelo, joder —exclama Lon abruptamente—. Está
empapada.
—Tal
—Tal vez … —Pero la voz de la chica de la cola de caballo se apaga.
—Tal vez se ha caído al agua —sugiere la chica de la parka rosa. Pero todo
—Tal
el mundo sabe que esa es una excusa muy débil y poco probable, considerando
las circunstancias. Mientras hablamos, están sacando a dos chicos del agua, y
han encontrado a Gigi Kline totalmente mojada: no es difícil sumar dos más dos.
Davis se descruza de brazos y camina hacia el grupo.
—Es una de ellas
el las —afirma
—af irma fríamente, los ojos hundidos e imperturbables—.
Y todas vosotras sabéis que es cierto. —Lo dice de manera tan terminante que
todos se quedan en silencio.
Mis ojos se posan en Gigi Kline, su pelo corto y rubio chorrea sobre los
tablones de madera del piso. Tiene los ojos inyectados en sangre como si hubiera
estado llorando, los labios separados por el pañuelo, que está atado detrás de la
cabeza. Se la ve afligida, aterrada y muerta de frío. Pero mientras todos
especulan acerca de si podría haber dejado de ser Gigi Kline, yo sé cuál es la
verdad. Puedo ver su interior a través de los delicados rasgos de su rostro, a
través de su piel mojada por las lágrimas.
Una criatura iridiscente y filiforme reside debajo de su piel: aterciopelada,
misteriosa, desplazándose detrás de sus ojos humanos. El fantasma de una joven
muerta hace mucho tiempo.
Gigi Kline es ahora Aurora Swan.
Su mirada gira alrededor del recinto, como si estuviera buscando a alguien
que la ayude, que la desate, que la defienda, pero cuando sus ojos se posan en los
míos, aparto la mirada con rapidez.
—Y ahora —exclama Davis, pasando la lengua por el interior de su labio
inferior—, encontraremos
por Marguerite a las
Swan. Pero ellaotras
serádos.
más—Pienso en Olivia
difícil de atrapar:Greene, poseída
Marguerite es
cuidadosa, precisa, y no permitirá que estos chicos descubran en quién está
habitando.
Nada más evocar su nombre, Olivia y Lola entran en el depósito por la
puerta que está detrás de nosotros y casi nadie se percata de su llegada.
—¿Y cómo
cóm o vamos a encontrarlas? —pregunta la tercera chica, jugando con
un trozo de goma de mascar y hablando por primera vez. Si ella supiera, si todos
ellos supieran lo cerca que están.
—Les tenderemos una trampa —propone Lon, sonriendo como si estuviera a
punto de aplastar un insecto con la suela de su zapato—. Ya tenemos a una. Las
otras dos vendrán en su ayuda. Gigi es nuestra carnaza.
Una breve risa desde la parte de atrás del grupo rompe las palabras de Lon.
—¿Crees que las
la s hermanas
herm anas Swan serían tan estúpidas como para caer en esa
trampa? —Es Marguerite la que ha hablado y pone los ojos en blanco cuando
todos se dan vuelta para mirarla.
—No la van a abandonar aquí —señala Davis.
—Tal vez pueden pensar que se merece estar atada por ser tan tonta como
—Tal
para dejarse atrapar. Tal vez quieran que aprenda la lección. —Marguerite clava
los ojos en Gigi cuando habla, su mirada penetra profundamente para que
Aurora sepa que se está dirigiendo a ella: de una hermana Swan a otra. Es una
amenaza. Marguerite está molesta por que Aurora se haya dejado atrapar.
—Supongo que lo aver
averiguaremos
iguaremos —dice Davis—. Y, hast
hastaa ese momento, no
dejaremos que ninguna chica se acerque al depósito.
—Eso no es justo —afirma la chica de la parka rosada—. Gigi es mi amiga
y…
—Y quizás tú eres una de ellas —la interrumpe
int errumpe Lon bruscamente.
en el—Eso
agua es una locura
durante —comenta con un resoplido—. Yo ni siquiera me metí
la fiesta.
—Entonces, deberíamos preguntarle
pregunt arle a todas las que se
s e metieron.
La chica de la cola de caballo perfecta baja la vista.
—Casi todas nadaron esa noche.
noche .
—No todas —interviene Lon—, pero tú sí. —Sus ojos se clavan en ella
como un arpón—. Y también Rose. —Apunta con el mentón a Rose, que está
medio paso por detrás de mí, al lado de Heath.
—Esto es ridículo —opina Heath—. Sois unos idiotas si creéis que podéis
comenzar a culpar a todas las chicas que estuvieron esa noche en la fiesta. Hasta
puede no haber pasado en la misma fiesta, las hermanas pueden haber robado los
cuerpos después, una vez que todos estabais demasiado borrachos como para
recordar algo. O incluso a la mañana siguiente.
Lon y Davis intercambian una mirada, pero está claro que no los ha
disuadido, porque Davis dice:
—Todo el mundo es sospechoso. Y Gigi se quedará aquí dentro hasta que
—Todo
encontremos a las otras dos.
—No puede permanecer aquí hasta el solsticio de verano; falta más de una
semana —añade la chica de la parka, la voz aguda.
—Bueno, estamos muy seguros de que no podemos dejarla ir. Mierda —la
increpa Davis—. Puede matar a alguien más. Probablemente a nosotros , por
atarla. — Davis le da una palmada a Lon en el hombro, que se estremece
levemente, como si no hubiera considerado algo así: que él y Davis podrían ser
los siguientes en la lista de ahogamientos por capturar a una de las hermanas
Swan.
Gigi intenta sacudir la cabeza, emitir un sonido, pero solo brotan ruidos
ahogados e incoherentes. La cinta está atada con mucha fuerza.
No cabe duda de que los padres de Gigi sospecharán qué ocurre cuando ella
no regrese a su casa; llamarán a la policía, que enviará un equipo de búsqueda.
Pero los chicos sí han entendido algo bien: Gigi Kline es una de las hermanas
Swan, el único problema es que no pueden probarlo. Y yo no tengo pensado
contarles la verdad.
Aun así, esto es malo. Han capturado a Aurora, Marguerite lo sabe y el
solsticio de verano llegará pronto: las cosas se están complicando. La captura de
Aurora las ha complicado. Y yo solo quiero mantenerme lo más lejos que pueda
de ellas y de todo este lío.
Heath ya está harto y veo que coge la mano de Rose.
—Vamos
—Vamos —le susurra y la
l a conduce al exterior del depósito de barcos.
Un nuevo grupo de tres chicos —uno es Thor Grantson, cuyo padre es dueño
del periódico Pesca— y una chica cruzan la puerta. Han venido a ver a Gigi
Kline y a determinar por sí mismos si creen que ella ha sido poseída por una
hermana Swan.
De repente, el depósito resulta claustrofóbico.
—¡Ni lo sueñes! —exclama
—excl ama Davis en voz muy alta,
alt a, apuntando a Thor con el
dedo—. Más te conviene no escribir nada de esto en tu periódico de mierda,
Thor, ni contárselo a tu padre.
Thor levanta las dos manos en un gesto de inocencia.
—Solo he venido a verla a ella —comenta amablemente—.
amablemen te—. Eso es todo.
voz La puerta
baja. Loladelsale
depósito
sola, se
la abre otrafija
mirada vezeny salen muchosmóvil,
el teléfono chicos,probablemente
charlando en
enviando más mensajes de texto acerca de la actual encarcelación de Gigi en el
depósito de botes.
—Quiero marcharme de aquí —murmura Rose y Heath entrelaza sus dedos
con los de ella, y ambos se dirigen hacia el camino.
—¿Tee parece bien dejar allí dentro a esa chica amordazada y amarrada a una
—¿T
silla? —me pregunta Bo.
—En este momento no tenemos
te nemos otra opción.
—Es secuestro y privación ilegítima de la libertad. Podríamos llamar a la
policía.
—Pero ¿y si tienen razón? —planteo—. ¿Y si ella es una de las hermanas
Swan y acaba de matar a esos dos chicos?
—Entonces, la policía la
l a arrestará.
peloCon el ónix
color rabilloresplandeciendo
del ojo, veo quebajo
Olivia Greene
la luz, saleseca
la piel finalmente del depósito,
y transparente de modosu
que puedo ver a la criatura que se encuentra en su interior. Una imagen acuosa
de color gris blanquecino, que se mueve y parpadea como una vieja película en
blanco y negro. Nunca se solidifica ni adopta una forma definida, siempre
líquida, flotando elegante pero cruelmente bajo los rasgos del rostro de Olivia.
Los ojos de Marguerite, negros como la tinta, destellan desde atrás de la cabeza
de Olivia y se posan en mí.
—Vámonos —le digo a Bo, tocándole el brazo para instarlo a seguirme.
Tomamos el camino por el que hemos venido, Rose y Heath ya se encuentran
bastante delante de nosotros, abriéndose paso entre los arbustos de moras y la
frondosa maleza.
—¿Qué pasa? —pregunta Bo, siente
sient e mi incomodidad.
Pero antes de que pueda responder, oigo la voz de Olivia rasgando el rugido
de las olas y el graznido de las gaviotas que giran alrededor de los pozos de la
marea, en la costa rocosa.
—¡Penny Talbot!
Talbot! —me grita.
Intento continuar la marcha, pero Bo se detiene y se vuelve.
Olivia ya se ha separado del grupo reunido fuera del depósito y se dirige
hacia nosotros.
—No tet e detengas
de tengas —le susurro a Bo, pero
per o él me mira como si no entendiera.
No se da cuenta de que está en peligro con solo ponerse al lado de ella.
—¿Ya os vais?
—¿Ya v ais? —pregunta Olivia, deteniéndose delante de nosotros
nos otros con una
mano apoyada en la cadera con actitud engreída, las uñas aún pintadas y
brillantes de un negro macabro. Marguerite ha adoptado ese cuerpo por
completo.
irritante. Le sienta bien, se adecua a su personalidad de por sí vanidosa e
—Ya hemos visto
—Ya vi sto suficiente —respondo, deseando que Bo no hable, no haga
contacto visual con Olivia ni le permita tocarlo.
—Pero no me has presentado a tu nuevo amigo —exclama con una sonrisa
de vampiresa, sus ojos azul pálido se deslizan sobre Bo como si pudiera
devorarlo—. Soy Olivia Greene —miente, extendiendo la mano. Huele a
caramelos de anís.
Bo levanta el brazo para estrecharle la mano, pero le sujeto la muñeca justo
antes de que se toquen y tiro hacia abajo. Me mira con el ceño fruncido, pero lo
ignoro.
—Tenemos
—T enemos que irnos ya —señalo, más a él que a Olivia, y doy un par de
pasos hacia adelante, esperando que me siga.
—Ah, Penny —exclama Olivia despreocupadamente, moviéndose hacia
adelante hasta quedar a pocos centímetros de Bo, derrama la mirada sobre él—.
No puedes quedártelo todo para ti en esa isla. —Antes de que yo pueda
detenerla, desliza los dedos por la clavícula de Bo, sosteniendo con firmeza la
mirada de él sobre ella. Y yo sé que no puede hacer nada, no puede apartar la
vista. Está atrapado en su mirada. Olivia se acerca más, de modo que su rostro
queda
captar cerca
lo quedel
le de
estáél diciendo,
y sus labios
perorevolotean
le susurraalrededor de su sinuosas
algo, palabras oído. Noque
puedo
no
pueden deshacerse. Promesas y juramentos, su voz enroscándose alrededor de su
corazón, desenterrándolo de su pecho, haciendo que él la quiera, la desee. Una
necesidad que se sepultará en lo profundo de su ser, que no se saciará hasta que
él la vuelva a ver, hasta pueda sentir la piel de ella contra la suya. Las yemas de
los dedos de Olivia suben por el cuello de Bo hasta los pómulos y una furia de
emociones chisporrotea dentro de mis tripas. No es solo miedo, sino algo más:
celos.
—Bo —exclamo con tono cortante, cogiéndolo de nuevo del brazo, y
entonces Olivia lo libera de su encantamiento. Bo parpadea y continúa mirándola
como si fuera una diosa hecha de oro, seda y atardeceres. Como si no hubiera
visto nada tan perfecto ni fascinante en toda su vida—. Bo —repito, aferrándolo
con fuerza y tratando de sacarlo de su ensoñación.
—Cuando te aburras de esa isla —murmura Olivia, haciéndole un guiño—,
cuando te aburras de ella… ven a buscarme. —Y luego da media vuelta y
camina lentamente hacia el grupo.
Ella lo ha tocado. Ha enroscado palabras en su oído, lo ha seducido. Quiere
hacerlo suyo eternamente, llevarlo hacia el mar y ahogarlo. Está recolectando
chicos y ahora ha clavado sus garras delicadas y cautivadoras en Bo.
Enciendo el fuego en la cabaña de Bo.
Sé que no debo confiar en este sentimiento, en todo lo que se está
desencadenando dentro de mi corazón, porque terminará en un enredo
complicado. Pero tengo que protegerlo. Al observar a Olivia deslizando sus
dedos hasta la garganta de Bo, tocando la línea dura de su mandíbula, un nudo
nauseabundo de terror ha subido desde mi estómago. No permitas que te afecte,
recito dentro de mi mente. Los chicos mueren muy a menudo en este pueblo.
Pero tal vez las palabras de Marguerite no funcionaron, no quedaron grabadas.
Tal vez él se ha resistido. Solo tengo que evitar que abandone la isla hasta el
solsticio de verano, evitar que salga al mar a buscarla. Después se marchará de la
isla y de este pueblo y nunca nos volveremos a ver. Simple. Sin complicaciones.
Me levanto una vez que los leños han comenzado a arder, enviando chispas
en un ciclón por la chimenea. Bo está sentado en el sofá, los codos sobre las
rodillas, la frente apoyada en las palmas de las manos.
—¿Qué te ha susurrado Olivia al oído? —pregunto, sentándome
sent ándome junto a él.
Baja las manos, la frente arrugada por la confusión.
—No lo sé.
—¿Recuerdas algo?
Golpea el pulgar contra el lado de la rodilla.
—La recuerdo a ella. —Levanta los ojos y mira el fuego. No creo que quiera
escuchar lo que recuerda acerca de ella, pero me lo dice de todas maneras—.
Estaba tan cerca, era como si su voz estuviera dentro de mi cabeza. Y era…
preciosa. —Traga saliva en cuanto lo dice, como si no pudiera creer sus propias
palabras.
Me levanto del sofá y cruzo los brazos al lado del fuego.
—No puedo dejar de pensar en ella —agrega, meneando la cabeza,
apretando los ojos como si pudiera eliminarla de su mente. Pero no es tan fácil.
—Es así
as í como funciona —señalo, inclinándome para colocar
col ocar otro
otr o leño entre
las llamas que van creciendo.
Levanta la mirada hacia mí.
—¿Tú piensas que es una de las hermanas Swan?
—Sé que tú no crees en nada de esto, pero ¿cómo explicas que no puedas
recordar lo que te dijo? ¿Y que no puedas dejar de pensar en ella; que
repentinamente estés tan cautivado por ella?
—No lo estoy.
estoy. —Pero sus palabras se interrumpen. Sabe que tengo razón:
sabe que su mente vuelve una y otra vez a Olivia Greene. Los dedos de ella
contra su piel, los ojos de Olivia hundiéndose profundamente en los suyos, ha
sido como si la mirada de ella hubiera penetrado hasta el centro de su alma. Una
parte de él la desea ahora, la quiere tanto como ella lo quiere a él. Y eso lo
atormenta.
No lo sé. NoNoconfío
podránidejar depropios
en mis pensar pensamientos.
en ella hasta que estén juntos otra vez—.
Camino de un lado a otro de la sala. ¿Cómo deshago esto? ¿Cómo elimino a
Olivia de su mente? No creo que se haya hecho antes… ni siquiera creo que sea
posible. Marguerite se ha adueñado de él.
Deslizo la lengua por la parte interna de los dientes.
—Tienes que marcharte de aquí. Tienes que abandonar el pueblo.
Bo se levanta del sofá y el movimiento me produce un estremecimiento.
Camina hasta la chimenea, se detiene frente a mí deseando que alce la vista
hacia él, pero no puedo. Él me perturba, me desgarra las entrañas, pero me trago
ese sentimiento y ansío que desaparezca.
Por debajo de mis pestañas, veo que junta los labios y nuestra respiración
parece adoptar el mismo ritmo. Quiero que hable, que rasgue el silencio y, de
golpe, me siento mareada, como si fuera a agarrarme de él para no perder el
equilibrio. Pero después abre los labios y dice, casi como en una confesión:
—Mi hermano se ahogó en Sparrow.Sparrow. —Sus ojos dejan de parpadear, su
cuerpo es una silueta de piedra delante de mí.
—¿Qué? —Alzo los ojos.
—Es el motivo por el que estoy aquí. El motivo por el cual no puedo
marcharme… no todavía. Te conté que murió, pero no te dijo cómo. Se ahogó
aquí, en el puerto.
—¿Cuándo? —Siento un cosquilleo
cosqui lleo en las yemas de
d e los dedos; los vellos de
la nuca se me erizan como si una brisa fresca resbalara por mi piel.
—El verano pasado.
—¿Por eso has venido a Sparrow?
Spar row?
—No sabía lo de las hermanas Swan. No sabía nada de esto. La policía nos
dijo que se había suicidado. Pero nunca lo creí.
Meneo la cabeza un milímetro, intentando comprender.
—Se llamaba Kyle —comienza a relatar. Es la primera vez que dice su
nombre en voz alta—. El año pasado, después de que terminara el bachillerato,
se fue de viaje por la costa en coche, con dos amigos. Se suponía que sería para
hacer surf; planeaban conducir hasta el sur de California, pero nunca llegaron
hasta allí. —Se atraganta, la emoción amenaza desbordar su hermética fachada
—. Se detuvieron en Sparrow para pasar la noche. No creo que supieran nada
sobre el pueblo, sobre los ahogamientos. Se quedaron en la Posada del
Ballenero. Kyle abandonó la habitación justo después del atardecer… y nunca
regresó. Encontraron su cuerpo a la mañana siguiente, enredado en una red de
pesca, no muy lejos de la costa.
—Lo… siento —consigo expresar en poco más que un susurro. Un temblor
se agita dentro de mí. Un dolor que aplasto hacia adentro.
—Tenía una beca para estudiar en la Universidad de Montana en otoño.
—Tenía
Tenía una novia con quien quería casarse. Era completamente ilógico. Yo sé que
no se suicidó.
haberse ahogadoY por
nadaba muy bien. Practicaba surf todos los veranos; no podría
accidente.
Da un paso hacia atrás, dejándome a la deriva, y exhalo una ligera bocanada
de aire que ni siquiera me había dado cuenta de que estaba conteniendo.
—Ninguno de ellos
ell os se suicidó
suici dó —murmuro, pensando en todos
to dos los chicos que
se metieron en el agua, atraídos hacia su muerte.
Nos miramos mutuamente, los segundos se extienden entre nosotros.
—Quizás estás equivocada sobre las hermanas Swan —dice, extendiendo el
brazo para tocar la repisa de la chimenea, el dedo índice araña un raspón de la
madera. Porsolo
Quizás sea el calor
una del fuego,que
historia suscuentan
mejillaslos
están rojas y para
lugareños sus labios rosados—.
explicar por qué
tanta gente se ahogó. Quizás alguien realmente los esté matando; quizás esa
chica del almacén de botes, Gigi Kline, sí lo hizo. No porque tenga en su interior
una antigua bruja que busca revancha, sino porque es simplemente una asesina.
Y quizás no sea la única; quizás haya otras chicas que también estén matando…
que mataran a mi hermano.
—Pero eso no explica por qué los chicos se ahogan en Sparrow durante los
últimos dos siglos. —Necesito que crea, que sepa que las hermanas Swan
existen.
—Quizás sea una especie de culto —comenta, negándose a aceptar la verdad
—, y los miembros de cada generación ahogan gente por algún sacrificio
inexplicable o algo por el estilo.
—¿Un culto?
—Mira, yo no sé cómo funcionan los cultos. Estoy intentando desentrañar
todo esto sobre la marcha.
—Y si crees que realmente se trata de un culto, ¿qué vas a hac
hacer
er después?
—Tendré
—Tendré que evitar que sigan matando gente.
—Pensé que querías ir a la policía, contarle
contar le que Gigi Kline está encerrada en
el almacén y dejar que ellos se encarguen de todo.
—Quizás eso no sea suficiente. Quizás eso no sea justicia… para mi
hermano, para todos aquellos a los que ahogaron.
—¿Y después qué? ¿Qué sería lo justo?
—Ponerle fin a lo que está sucediendo en este puebl
pueblo.
o.
—¿Matar a una hermana Swan, quieres decir? ¿Matar a Gigi?
—Quizás no exista otra salida.
s alida.
Niego con la cabeza.
—Sí hay otra salida…
sali da… puedes marcharte de Sparrow —señalo—. Puedes irte
y no volver jamás. Y tal vez un día hasta empieces a olvidarte de este lugar,
como si nunca hubieras estado aquí. —No digo lo que realmente siento. No
quiero que se vaya. De verdad que no quiero. Pero necesito que se marche para
que no salga herido, para que no termine como su hermano.
Se desata una tormenta en los rasgos de su rostro, una frialdad en sus ojos
que nunca antes he visto.
—Tú no sabes
sa bes lo que
qu e se siente…
si ente… este dolor nunca desaparece —murmura—.
—murm ura—.
Yo sé que mi hermano lo haría por mí; no se detendría hasta descubrir al
responsable de mi muerte. Y se vengaría.
—Este pueblo se construyó sobre la venganza —señalo—. Y eso no ha
mejorado ni ha corregido nada.
—No me voy a marchar
mar char —afirma
—af irma con tanta
ta nta determinación
det erminación que siento
si ento que se
me tensa la garganta.
Levanto la vista hacia él y es como si lo viera por primera vez, la resolución
en los ojos, la ira en la mandíbula. Está buscando la forma de liberarse del dolor
de perder a su hermano y está dispuesto a sacrificarlo todo, hacer lo que sea,
pagar cualquier precio. Hasta quitarle la vida a otra persona.
—No fueron esas chicas —le di
digo,
go, rogando porque
porq ue comprenda—. Ha sido lo
que llevan dentro.
—Quizás
diferencia entre—repone,
las chicas alzando los que
y la maldad ojos—. Peroasesinar
las hace quizásgente.
no exista ninguna
El fuego chisporrotea y lanza chispas al suelo de madera, que se oscurecen y
se convierten en ceniza. Camino hasta la estantería que está junto a la chimenea
y examino los lomos de los libros, buscando una manera de hacerlo comprender
sin contarle lo que sé… lo que puedo ver.
—¿Por qué estás tan segura de que todo esto es real? —pregunta, leyendo
mis pensamientos, y aparto la mano de uno de los libros. Doy media vuelta y
quedo frente a él. Se ha acercado a mí, tanto que podría extender la mano y
tocarle el pecho con las yemas de los dedos. Podría dar un rápido paso hacia
adelante y contarle todo, contarle mis secretos, o podría apretar mis labios contra
los suyos y aquietar la agitación que gira y repiquetea dentro de mi cabeza. Pero,
en cambio, elijo ignorar todas las ansias que corren abruptamente por mis venas.
Retraigo los labios antes de hablar, para controlar cada palabra que
pronuncio.
—Quiero decírtelo —murmuro, mil toneladas de piedras se hunden en mi
estómago—. Pero no puedo.
Deja quietos sus ojos entornados sobre los míos al mismo tiempo que se
enciende un leño seco e inunda la habitación con una repentina ráfaga de
resplandeciente luzterminado
equivocada: no ha anaranjada. Tenía razón
en Sparrow sobre Bo,Pero
por accidente. y también
tampoco estaba
es un
turista. Ha venido por su hermano… para descubrir qué le ocurrió. Y lo que ha
encontrado aquí es mucho peor que cualquier cosa que podría haber imaginado.
Se expande la presión que hay dentro de mi cabeza, las paredes de la cabaña
comienzan a rotar fuera de su eje como un carrusel descontrolado, y siento
náuseas. No que
mi corazón, puedolatequedarme aquí dentro
frenéticamente comocon él. Noa confío
si fuera en mí.
hacer algo No confío
insensato, de en
lo
que no podría retractarme. No sé lo que se supone que debo sentir, lo que debo
decir. No debería permitirme sentir nada. Son peligrosas estas emociones, el
miedo bombea dentro de mi pecho, se resquebraja en cada costilla. Mi cabeza no
está pensando correctamente; está enredada con mi corazón y no puedo confiar
en él.
Así que me dirijo hacia la puerta y toco el picaporte, deslizando los dedos
por el liso metal. Cierro los ojos durante medio segundo y escucho los ruidos de
la chimenea, que está detrás de mí —calientes y furiosos, el mismo conflicto
explosivo
salgo que se lleva
sigilosamente a cabo
a la luz dentro de mi cabeza—, luego abro la puerta y
del atardecer.
Bo no intenta detenerme.
El forastero
Un año antes, cinco días después de comenzar la temporada Swan, Kyle
Carter abandonó la Posada del Ballenero justo cuando la lluvia se disipó. Las
aceras estaban mojadas y oscuras, el cielo apagado por un manto de suaves
nubes blancas. No tenía destino alguno, pero la fascinación de la ribera lo llevó
hacia el puerto. Llegó a la pasarela de metal que conduce al muelle, filas de
barcos alineados como sardinas, y divisó a una chica que caminaba por uno de
los muelles, el pelo color ébano suelto y flotando sobre su espalda. Ella lo miró
por
luegoencima del hombro,
se encontró posócomo
caminando sus profundos ojos oceánicos
un zombi detrás de ella. sobre los suyos, y
Era la criatura más deslumbrante que había visto en toda su vida: elegante y
seductora. Una especie rara de chica. Y cuando la alcanzó, ella acarició su pelo
oscuro y lo atrajo con un beso. Ella lo quería, lo deseaba. Y él no pudo resistirse.
De modo que dejó que ella enrollara sus dedos entre los suyos y lo condujera
hacia el mar, sus cuerpos enredados, lánguidos e insaciables. Él ni siquiera sintió
el agua que entraba en sus pulmones. Solo podía pensar en ella: los dedos
calientes contra su piel, labios tan suaves que derretían su piel, ojos que veían
sus pensamientos, que desentrañaban lo que había dentro de su mente.
—Déjame
de ella. prepararte
Los rayos del solalgo
caenpara desayunar
sobre su rostro,—propongo
volviéndolapasando por delante
de un color blanco
ceniciento y fantasmal. Abro un armario y coloco uno de los tazones blancos
que Suavemente,
dijo. libero mi brazo de su mano y puedo ver que ya ha olvidado lo
las personas llevan trajes de época, vestidos de cintura alta con volantes en las
mangas y escotes profundos. Más tarde, en el escenario montado cerca del
embarcadero, habrá una reconstrucción del día en que las hermanas fueron
declaradas culpables y ahogadas: un evento que evito todos los años. No soporto
mirarlo. No aguanto el espectáculo en el que se ha convertido.
Me abro paso entre la muchedumbre, serpenteando a través de Ocean
Avenue. Mantengo la cabeza baja. No quiero que me vean Davis o Lon: en este
momento, lo último que necesito es que me interroguen. Dejo atrás el pueblo y el
bullicio del festival, y llego al camino que zigzaguea a través de los matorrales
hasta llegar el almacén de botes. Este sendero es el único acceso al lugar; no me
queda otra opción que caminar por este camino.
Las gaviotas dan vueltas sobre mi cabeza como buitres esperando la muerte,
presintiéndola.
Cuando el sendero se ensancha y aparece el mar, liso y resplandeciente, el
almacén parece pequeño y chato, más hundido en la tierra de lo que parecía ayer.
Lon está sentado sobre un tronco a la derecha de la entrada. Al principio, pienso
que está mirando hacia arriba, disfrutando del sol, pero al acercarme lentamente,
me doy cuenta de que está dormido, la cabeza inclinada hacia atrás contra la
pared exterior. Seguramente ha estado aquí toda la noche vigilando a Gigi, una
pierna extendida delante de él, los brazos colgando flojos a los lados, la
mandíbula ligeramente abierta. Lleva una de sus estúpidas camisas floreadas,
verde azulada con flores violetas, y si no fuera por el fondo deprimente, casi
parecería estar en alguna playa tropical, concentrado en mejorar su inexistente
bronceado.
que Me muevo
delate sigilosamente,
mi presencia cuidando
y, cuando llego de no pisar una
al depósito, me ramita
detengoo auna hojaa Lon.
mirar seca
Por un breve instante, pienso que tal vez no respira, pero después veo que su
pecho sube y su garganta traga.
La puerta de madera no está cerrada y la empujo fácilmente hacia adentro.
Gigi continúa sentada en la silla blanca de plástico, los brazos amarrados, el
mentón contra el pecho como si estuviera dormida. Pero tiene los ojos abiertos y
los desliza hacia arriba para encontrarse con los míos apenas en cuanto pongo un
pie dentro.
—No puedo.
—¿No confías
conf ías en mí? —Ni siquiera
s iquiera intenta ocultar el gesto de desprecio
despre cio del
labio superior ni la forma juguetona de arquear la ceja izquierda. Sabe que no
confío en ella. ¿Por qué habría de hacerlo?—. De todas maneras, confiar es una
palabra irrelevante. —Emite una sonrisa burlona al ver que no respondo—. Es
meramente una mentira que nos decimos mutuamente. Aprendí a no confiar en
nadie… un síntoma de dos siglos de existencia. Tienes tiempo para reflexionar
sobre esas cuestiones. —Ladea la cabeza y me mira de lado—. ¿Me pregunto en
quién confías? ¿A quién le confiarías tu vida?
Observo fijamente a la criatura que está debajo de la piel de Gigi, los ojos de
un blanco lechoso, que me miran.
—¿A quién le confiarías la tuya? —contraataco.
Esto le provoca una carcajada que brota desde la profundidad de sus entrañas
y se le humedecen los ojos. Doy un paso hacia atrás. Luego su risa concluye, el
cabello rubio se desliza hacia adelante para cubrir parte de su rostro. Sus brazos
se ponen rígidos contra los precintos, sus verdaderos ojos me atraviesan y su
boca se retuerce en un gruñido.
—A nadie.
De pronto, la puerta que está a mis espaldas se abre de un golpe y Lon
irrumpe en el recinto.
—¿Qué carajo estás haciendo aquí? —pregunta, los ojos desorbitados.
Paseo la mirada de Gigi a él.
—Solo le estaba haciendo un
u n par de preguntas.
—Nadie tiene permiso para estar aquí. Ella te convencerá de que la dejes
libre.
—Eso solo funciona con los especímenes masculinos de mente débil —
señalo.
Aprieta los labios y da un paso rápido hacia mí.
—Vete de aquí de una maldita vez. A menos que quieras confesar que eres
—Vete
una de ellas, entonces también te encerraré con mucho gusto.
Le echo una mirada a Gigi, que me mira y parpadea en actitud desafiante, la
comisura del labio curvada hacia arriba. Hasta parece que podría atreverse a reír
—la amenaza
retrocedo, cruzodela puerta
Lon ley resulta graciosa—,
salgo a la luz del día.pero contiene la risa. Después
—Te das cuenta de que la policía
—Te pol icía está buscando a Gigi, ¿no? —le digo a Lon,
que cierra la puerta con gran estrépito y me sigue hasta fuera.
—Los policías de este pueblo son unos idiotas.
—Puede ser.
ser. Pero que vengan a revisar el almacén es solo cuestión de
tiempo.
Agita una mano en el aire despectivamente, la manga de su camisa floreada
flamea con el movimiento, y regresa a su puesto en el tronco, reclinándose
contra la pared y cerrando los ojos, en obvia demostración de que no le preocupa
la idea de que Gigi pueda escapar.
—Y dile a tu amiga Rose que tampoco vuelva.
Detengo el paso abruptamente.
—¿Qué?
—Rose… tu amiga —responde burlonamente, como si yo no supiera de
quién se trata—. Estuvo aquí hace veinte minutos, la pillé husmeando entre los
matorrales.
Espero,
hay peroennolaviene
alguien nadie. Y es imposible que Rose esté dentro y no sepa que
puerta.
Bajo la escalera y me abro camino a través de la multitud de Ocean Avenue.
Comienzo a recorrer Shipley Pier hacia La Almeja, cuando diviso a Davis
McArthurs. Se encuentra en la mitad del embarcadero, en medio del gentío,
hablando con una chica que reconozco del depósito de barcos cuando atraparon a
Gigi. Habían discutido acerca de mantener encerrada a Gigi. Él tiene los brazos
cruzados, sus ojos inspeccionan las mesas exteriores como si estuviera buscando
a alguna chica que se le ha pasado, a quien todavía no haya interrogado para ver
si es una de las hermanas Swan.
Al ver a Davis, una furia se eleva dentro de mí, pero no hay nada que pueda
hacer.
De todas maneras, Rose no estaría en el embarcadero, no con Davis
pavoneándose por aquí. Es probable que esté en la casa de Heath, pero no sé
dónde vive, y no pienso preguntar y llamar la atención. De modo que regreso
rápidamente a la costa antes de que Davis me vea y conduzco el bote por la
bahía hacia la isla.
Presagios
Un jueves por la mañana temprano, una mujer cruzó la puerta de la
Perfumería Swan, una semana después de la famosa noche de las hermanas en la
taberna. Aurora estaba barriendo el suelo; Marguerite, apoyada contra el
mostrador soñando despierta con un muchacho que había visto en el muelle el
día anterior, trabajando en los aparejos de un barco, y Hazel, garabateando en un
trozo de papel los detalles de una nueva fragancia que había estado imaginando:
mirra, tanaceto y rosa mosqueta. Una fragancia para aliviar la tristeza y eliminar
la desconfianza en los demás.
Cuando la mujer entró, Marguerite se enderezó y sonrió amablemente, como
hacía cada vez que una nueva clienta ingresaba en la tienda.
—Buenos días. —La mayor de las hermanas Swan hablaba con elegancia,
como si hubiera sido criada entre la realeza, cuando, en realidad, las tres
hermanas habían sido criadas por una mujer que se colocaba lascivamente una
pizca de perfume entre los muslos para seducir a sus amantes.
La mujer no respondió, sino que se dirigió hasta una pared donde había
envases de perfume que contenían diferentes aromas cítricos y de otras frutas,
para llevar de día, que solían prometer tardíos vientos veraniegos y cálidos
atardeceres.
—Una perfumería resulta algo un poco pretencioso para este pueblo —
comentó finalmente—. Hasta ilícito.
—Las mujeres de cualquier pueblo merecen la fascinación de una buena
fragancia —remarcó Marguerite alzando una ceja. Aunque no lo demostraba,
ella reconocía a la mujer: era la esposa de un hombre con el cual ella había
coqueteado tres días atrás, frente a la tienda de ramos generales Collins & Gray.
—Fascinación —repitió la mujer—. Qué palabra tan interesante. Y esa
fascinación… —Hizo una pausa—. ¿Viene de los encantamientos que colocáis
en vuestras fragancias?
Marguerite levantó bruscamente un lado de la boca.
adentro.
No, no, no. Esto no va bien.
Me quito el jersey negro y lo arrojo al muelle. Inhalo profundamente,
extiendo los brazos por encima de la cabeza y me sumerjo tras él.
El agua fría me atraviesa la piel como si fueran agujas, y cuando trago, el
aire nocturno me lastima las paredes internas de los pulmones. Pero comienzo a
nadar.
Ya se encuentra a una buena distancia de mí, decidido, atraído hacia la zona
más profunda de la bahía. Pero mis brazos y mis piernas se mueven con un ritmo
fluido que es más rápido que el de Bo. Sus pies, todavía con calzado, levantan
poca agua detrás de él. Cuando finalmente lo tengo al alcance de la mano, sujeto
su camiseta y tiro con fuerza. Sus brazos dejan de dar vueltas y sus piernas ya no
se mueven. Levanta la cabeza, el pelo mojado de lado sobre la frente, los labios
abiertos, y me mira.
—¡Bo! —exclamo, enfrentando su mirada pétrea. Sus pestañas gotean agua
de mar, el rostro inexpresivo, no sabe dónde está ni qué está haciendo—.
Tenemos que regresar —grito por encima del viento.
No menea la cabeza, no protesta, pero tampoco parece registrar nada de lo
que he dicho, porque baja la mirada, se aleja bruscamente y continúa nadando
por la bahía. Cojo varias bocanadas rápidas de aire. El haz de luz del faro da
vueltas alrededor de nosotros, barriendo la bahía e iluminando los mástiles de los
barcos hundidos. Ella lo está atrayendo hacia la zona de los naufragios.
«Mierda», —mi piel está helada y me pesa la ropa. Pero estiro las piernas
detrás de mí y nado hacia él, a través de la oscuridad, sabiendo que si pasase un
barco sería difícil que nos divisara a tiempo. La proa nos impulsaría hacia abajo
y la hélice nos sacudiría, y seguramente, no volveríamos a salir a la superficie.
Pero si lo dejo ir, sé lo que sucederá. Lo perderé para siempre.
Muevo las piernas con fuerza mientras mis brazos rasgan el agua y el frío
reduce el ritmo tanto de los latidos de mi corazón como del bombeo de la sangre
hacia las extremidades. Pero después de varias rotaciones del faro —lo único
que marca el paso del tiempo—, consigo alcanzarlo otra vez. Engancho el puño
en el borde su camiseta y lo atraigo hacia mí. Se vuelve para mirarme, la misma
expresión grabada permanentemente en su rostro.
—Tienes que despertarte —le grito—. ¡No puedes hacer esto!
Frunce las cejas durante una fracción de segundo. Me escucha, pero también
está dominado por Marguerite: la voz de ella da vueltas dentro de su mente,
llamándolo, rogándole que la busque en el mar.
—Bo —exclamo, esta vez con más dureza, envolviendo el otro puño en su
camiseta y atrayéndolo
para no hundirme—. más cerca de mí. Mis piernas se mueven frenéticamente
¡Despiértate!
Parpadea. Sus labios son fantasmales, han perdido todo el color. Abre la
boca, entorna apenas los ojos y, lentamente, se forma una palabra en sus labios.
—¿Qué?
—Ella está dentro de tu cabeza y te obliga a hacer esto. Tienes que
eliminarla, ignorar lo que te dice. No es real.
Varios metros más adelante, en la entrada del puerto, suena la campana de la
boya en medio del embate de las olas. Un escalofriante repiqueteo que se
extiende a través del agua.
—Tengo
—T engo que encontrarla —exclama arrastrando las palabras. Conozco la
imagen que Marguerite ha colocado en su mente: ella nadando con un vestido
color blanco, la tela fina y transparente arremolinándose alrededor de su cuerpo,
el cabello largo y sedoso, su voz seductora deslizándose en sus oídos. Sus
palabras prometen calor, la suavidad de sus besos y su cuerpo apretado contra el
de él. Está atrapado dentro de su hechizo.
Lo ahogará como a todos los demás.
—Por favor —le ruego, la mirada clavada en sus ojos, que no pueden fijar la
mirada, que solo la ven a ella—. Regresa conmigo.
Sacude la cabeza despacio de un lado a otro.
—No… puedo.
Contraigo la mandíbula y coloco las manos alrededor de su nuca,
obligándolo a mantenerse tan cerca de mí que nuestros cuerpos se deslizan
untos y ligeros. Lo hago sin pensar, sin respirar: aprieto mis labios contra los
suyos. El agua se derrama entre los dos y saboreo el mar en su piel. Hundo las
uñas en su cuello, tratando de incitarlo a salir de su ensoñación. Los latidos de
mi corazón golpeando contra mi pecho, presiono los labios con más fuerza. Abro
la boca para sentir el calor de su respiración, pero no se mueve, no reacciona. Tal
vez esto no funcione… tal vez ha sido un error.
Pero luego desliza un brazo alrededor de mi cuerpo y me aferra los
omóplatos. Entreabre la boca y el calor de su cuerpo se escurre súbitamente
dentro de mí. Su otra mano encuentra mi pómulo y luego se entrelaza en mi
pelo. Me atrae más hacia él, envolviéndome en el círculo de sus brazos. Y con
mis labios, borro de su memoria el recuerdo de Marguerite Swan. Se lo quito a
Marguerite y él me deja hacerlo. Me besa como si nunca hubiera querido a
alguien de esta manera. Y, por un segundo, nada de esto parece real. No estoy
nadando en la bahía, los brazos de Bo rodeando mi cuerpo, su boca resbalando
sobre la mía, mi corazón latiendo violentamente contra el pecho que lo contiene.
Estamos en otro lado, muy lejos de aquí, los cuerpos enroscados bajo un sol
caliente, la arena caliente debajo de nosotros, el aliento caliente en los labios.
Dos cuerpos unidos que no le temen a nada.
Y luego aparta la boca, despacio, el agua chorrea entre nosotros y mi visión
es borrosa. Imagino que me soltará, que continuará nadando lejos del muelle,
pero una de sus manos sigue enredada en mi nuca y la otra en mi espalda,
mientras nuestras piernas se mueven rítmicamente debajo de nosotros.
—¿Por qué has hecho eso? —pregunta,
—pre gunta, la voz áspera, cas
casii quebrada.
—Para salvarte.
Sus ojos echan una mirada al mar oscuro y amenazador, como si despertara
de una pesadilla demasiado real.
—Tenemos que regresar a la costa —murmuro y él entiende y asiente, sus
—Tenemos
ojos todavía nublados y desenfocados, como si aún no estuviera completamente
seguro de dónde está ni por qué ha llegado hasta aquí.
Nadamosla hasta
imaginado, la isla
corriente nosuno
hajunto al otro.
llevado Nos hemos
mar adentro alejadode
y después más de lominutos
varios que he
de nadar esforzadamente, llegamos finalmente al muelle. Coloca las manos
alrededor de mi cintura y me levanta hasta el borde del muelle y sube a
continuación. Demasiado congelados como para hablar, nos desplomamos de
espaldas, jadeando en medio del frío aire nocturno. Sé que tenemos que ir a un
sitio caliente antes de que nos ataque la hipotermia: una posibilidad real en esta
situación. Así que le toco la mano y nos levantamos, y corremos por el camino
de madera hasta su cabaña.
Nos quitamos los zapatos y Bo se arrodilla al lado de la chimenea —todavía
quedan unas pocas brasas encendidas entre los leños carbonizados—, mientras
yo me acurruco en el sofá, con dos mantas de lana envolviéndome los hombros.
Otis y Olga llegan desde la habitación, estirándose con aspecto somnoliento.
Han pasado todo este tiempo aquí dentro con Bo; él les gusta. Tal vez más de lo
que les gusto yo.
Bo agrega más leños al fuego y yo bajo del sofá y me deslizo en el suelo
unto a él, estirando los brazos para calentar las palmas de mis manos con las
escasas llamas. Me castañetean los dientes y tengo las yemas de los dedos
arrugadas.
—Estás helada —señala, mirando mi tembloroso cuerpo debajo de las
mantas—. Tienes que quitarte esa ropa. —Se pone de pie, va a la habitación y
regresa con una camiseta blanca y unos calzoncillos bóxer de color verde—.
Aquí tienes —dice—. Puedes ponerte esto.
Estoy a punto de decirle que estoy bien, pero no es cierto. Mis pantalones
cortos y mi top están tan empapados que han comenzado a mojar las mantas. De
modo que me levanto, le doy las gracias y me llevo la ropa al baño.
El suelo de baldosas blancas está frío y, durante un instante, examino el
minúsculo baño. Hay una maquinilla de afeitar y un cepillo de dientes junto al
fregadero, una toalla colgando del toallero. Indicios de que alguien ha estado
viviendo en esta cabaña después de tantos años de estar desocupada. Me quito la
ropa con dificultad y luego la coloco en el suelo formando una pesada pila. Ni
siquiera me molesto en doblarla.
La camiseta y los calzoncillos de Bo tienen su olor, dulce y mentolado, pero
también huelen a bosque. Respiro hondo y cierro los ojos antes de regresar a la
sala. Ahora el fuego chisporrotea y las llamas suben por la chimenea, llenando la
cabaña de calor.
Me siento en el suelo junto a él y estiro las mantas a mi alrededor. No se da
la vuelta para mirarme; está observando fijamente las llamas, mordiéndose el
labio inferior. Mientras he estado en el baño, se ha puesto unos vaqueros y una
camiseta azul oscuro. Ambos nos hemos quitado la ropa empapada.
—¿Qué ha sucedido allí fuera?
fuer a? —pregunta.
Aprieto las mantas contra el pecho. La lluvia azota el techo; el viento ruge.
—¿Verlas?
—¿Verlas?
—A las hermanas. Puedo ver a Aurora dentro de Gigi Kline y a Marguerite
dentro de Olivia Greene. Sé qué cuerpos han poseído.
Bo se endereza, aparta los codos de las rodillas y un escalofrío se extiende
rápidamente por todo mi cuerpo.
—¿Puedes verlas y no has dicho nada?
—Nadie lo sabe.
—Pero… —Abre la boca hacia abajo, los ojos clavados en mí—. ¿Puedes
ver quiénes son realmente?
—Sí.
Me pongo de pie y cruzo los brazos. Me doy cuenta de que está intentando
encontrarle sentido a los hechos, que todo encaje. Pero su mente se opone. No
quiere creer que lo que le estoy diciendo podría ser verdad.
—¿Hace cuánto tiempo que puedes hacerlo?
—Desde siempre.
—Pero ¿cómo?
Me encojo de hombros.
—No lo sé. Digo… es algo que siempre he podido hacer… yo… —Estoy
divagando, perdiéndome en la explicación, en el engaño que se esconde detrás
de la verdad.
—No.
—¿Pero está aquí?
—Sí.
—¿Y todavía no ha matado a nadie?
Sacudo la cabeza.
—Todavía
—Todavía no.
—Entonces, aún hay tiempo de encontrarla y detenerla.
—No hay forma de detenerlas.
detenerlas .
—¿Lo has intentado?
No puedo mirarlo a los ojos.
—No. Es inútil
i nútil intentarlo.
intentar lo. —Recuerdo mi encuentro con Gigi en el depósito.
Había pensado, estúpidamente, que tal vez podría hablar con ella, con la
verdadera. Con Aurora. Tal vez alguna parte de ella todavía era humana, todavía
tenía un corazón que estaría cansado de matar. Pero Lon nos interrumpió. De
todas maneras, sentía que ella estaba demasiado fuera de sí. Mis palabras nunca
resultarían suficientes.
Bo aparta la mano de la nuca y puedo ver en sus ojos que está empezando a
creerme.
—Mierda, Penny —exclama levantándose y acercándose a mí—. Entonces,
¿Lon y Davis tenían razón? ¿Tienen secuestrada a una de las hermanas Swan
encerrada en ese almacén?
Asiento.
—¿Y Olivia… o Marguerite, como se llame, está
est á tratando de matarme?
—Ya se ha infiltrado en tu mente. Puede hacer que veas cosas que no existen,
—Ya existen ,
sentir cosas que no son reales.
—Puede
volverás convencerte
a querer de que nunca has querido tanto a alguien y de que no
así jamás.
Aprieta los puños a los costados del cuerpo y lo observo mientras flexiona
los antebrazos y le laten las sienes.
—Y luego apareciste tú —agrega, relatando el momento en que salté al mar
detrás de él—. Podía escucharte, pero no podía distinguirte claramente. Parecías
estar muy lejos. Pero después sentí tus manos, estabas justo delante de mí. —
Alza la vista, las oscuras pupilas de sus ojos como las oscuras profundidades del
océano—. Y luego me besaste.
—Yo… —Siento que la voz se me estrangula en la garganta—. Tenía que
—Yo…
detenerte.
Unos segundos de silencio. Mi corazón se detiene, se recupera y vuelve a
latir.
—Después—prosigue—, ya no he
h e vuelto a sentir que me llamaba. Y sigo sin
sentirlo.
—Tal vez nosotros hemos anulado el control que ella tenía sobre ti —señalo,
—Tal
y siento que mi voz es muy débil.
—Tú has roto el control que ella tenía sobre mí.
Las palabras se enredan en mi lengua. Hay tantas cosas que quiero decir.
—Necesitaba que regresaras.
regresaras . No podía dejar que te fueras; no podía perderte.
No podía dejar… —El peso de mi sinceridad repiquetea en el centro de mis
costillas, en mi estómago, detrás de mis ojos—. No podía dejar que ella se
adueñara de ti.
Me obligo a mantener su mirada, necesito que hable, que inunde mis
palabras con las suyas. En sus ojos, acecha una tormenta. Levanta la mano y sus
dedos se deslizan por mi pómulo y por detrás de mi oreja. Al sentir las yemas de
sus dedos sobre mi piel se deshace la piedra que estaba soldada en mi corazón.
Cierro los ojos por un instante y luego los vuelvo a abrir, un deseo despierta
dentro de mí, puro, íntegro. Me atrae hacia él y me detengo a milímetros de su
boca. Lo miro a los ojos tratando de quedar arraigada en este momento. Y él me
Se acerca
de cortarte sigilosamente por detrás de ti, suave, dulce y callado, justo antes
la garganta.
—Solo lo obvio.
—¿Que sería?
—Pero
chicas cuyo entonces
cuerpo hanmorirían
robado. no solo las hermanas Swan, sino también las
Asiente.
—¿Y aún quieres matar a Gigi Kline?
—Yo quiero que quien haya matado a mi hermano pague por lo que ha
—Yo
hecho. Y si la única forma de hacer eso es destruir a la chica y al monstruo,
entonces eso es lo que haré.
Me paso las dos manos por el cabello, enganchándome en nudos que mis
dedos deben deshacer antes de poder retorcer mi mata de pelo y colocarla por
encima del hombro.
—¿Esto significa que ahora
ahor a crees en las hermanas Swan?
—No creo que me quede otra opción —responde—. Una de ellas está
intentando matarme. —Sus labios parecen todavía más gruesos cuando los junta,
una leve tensión atraviesa su expresión. No debe ser fácil saber que alguien
—algo— te quiera ver muerto.
muerto .
Pero lo que es aún más duro es saber que es por tu culpa. Marguerite no
querría a Bo tan desesperadamente si fuera un simple turista. Si no fuera por mí,
no estaría tan fascinada por él. Le encantan los desafíos. Y Bo es la presa
perfecta.
Me levanto del suelo. Otis y Olga han estado durmiendo en el sofá,
acurrucados en un extremo. Pero ahora Olga está despierta, los oídos alerta, la
cabeza vuelta hacia la puerta.
—Lamento que estés aquí —digo, frotándome las palmas de las manos por
los brazos—. Lamento que te hayas visto arrastrado en todo esto.
—No es culpa tuya. —Su voz es profunda, las cejas torcidas hacia abajo,
suavizando los bordes duros de su rostro—. Vine aquí por mi hermano. Yo lo
decidí, no tú.
promesa dedragada
aparición sus labios
deldeslizándose
fondo del delicadamente sobre lose suyos.
mar. Es vengativa Ella es Está
inteligente. una
obsesionada por el odio inquebrantable que le profesa a este pueblo. Y nada la
detendrá.
—Tú no puedes protegerme —le digo—. Así como yo no puedo
p uedo protegerte a
ti.
Olga baja de un salto del sofá, corre entre nosotros de camino a la puerta y se
estira sobre sus patas traseras para arañar la madera. Comienza a maullar y
despierta a Otis.
—Puedo intentarlo
i ntentarlo —afirma acercándose a mí, y en sus ojos
oj os veo el m
marar.. Me
atrae hacia él como la marea sobre la arena.
A la luz del fuego, sus manos me encuentran, rozan mis muñecas, mis
brazos, luego las palmas de sus manos se deslizan por mi mandíbula, a través de
mi pelo, como huellas dactilares sobre mi piel, y, por un instante, le creo. Tal vez
pueda protegerme; tal vez esto que se está entretejiendo entre nosotros sea
suficiente para mantener alejados a todos los miedos. Respiro profundamente
intentado aquietar las dos partes de mi corazón, pero cuando sus labios rozan los
míos, pierdo todo lo que me afirma a la tierra. Mi corazón enloquece. Sus dedos
me atraen aún más y me aprieto contra él, anhelando la constancia de los latidos
de su corazón y el equilibrio de sus brazos. Mis dedos se deslizan por debajo de
su camiseta: siento la firmeza de su pecho, el aire llenándole los pulmones. Es
fuerte, más fuerte que la mayoría. Tal vez pueda sobrevivir a este pueblo,
Al tercer renovados
recientemente día, nos árboles
despertamos y caminamos
del huerto, bajo el tibioporcielo
lasdefilas de las
la tarde; los
hojas están comenzando a desenrollarse y las flores empiezan a abrirse.
Las manzanas y las peras de esta temporada es probable que sean raquíticas,
duras e incomibles. Pero el año próximo, con suerte, nuestro duro trabajo
producirá frutas grandes y dulces gracias al sol.
—¿Cómo eras en el instituto? —pregunto, estirando la cabeza hacia arriba
para tomar el sol, puntitos blancos danzan por mis párpados cerrados.
—¿A qué te refieres?
—¿Eras popular?
Estira la mano y toca el extremo arrugado de una rama, hojas verdes resbalan
por la palma de su mano.
—No.
—Pero ¿tenías amigos?
—Algunos. —Me mira, sus
s us ojos verde jade me atraviesan
a traviesan como una lanza.
—¿Hacías deportes? —Estoy intentando descubrir quién fue, quién es, y meme
resulta difícil imaginármelo en otro lugar que no sea aquí, en Sparrow, en esta
isla, conmigo.
isla, conmigo.
Sacude la cabeza, sonriendo levemente, como si encontrara gracioso que le
Dice que no con la cabeza, hundiendo las manos en los bolsillos del vaquero.
—Es probable que estén preocupados
preocu pados por ti.
—No puedo llamarlos. No sabría qué decirles. —Me mira—. ¿Cómo les
explico lo que está sucediendo aquí? ¿Que Kyle no se suicidó, sino que lo ahogó
una de las hermanas que murieron dos siglos atrás?
—Tal vez no debas contarles eso —propongo—. Pero probablemente
—Tal
deberías hacerles saber que te encuentras bien… decirles algo. Hasta una
mentira.
—Sí. —Su voz se vuelve más
m ás grave—. Tal vez.
Llegamos al final del huerto, donde ya ha desaparecido uno de los manzanos
muertos, quemado hasta la raíz.
—Cuando todo esto acabe —digo—, después del solsticio de verano, ¿vas a
regresar a tu casa?
—No. —Hace una pausa para recorrer con la mirada las filas de árboles
frutales perfectamente espaciados. Un pájaro gris sale volando abruptamente de
un árbol y se posa en la rama de otro—. No tengo pensado volver allí. Ahora no.
Antes de que Kyle muriera, siempre pensé que me quedaría y trabajaría para mis
padres después del bachillerato, que continuaría el negocio familiar. Era lo que
ellos esperaban de mí. Mi hermano sería el que se mudaría a otra parte y llevaría
una vida diferente, el que escaparía. Y a mí me parecía bien. Pero después,
cuando murió… —Mete los labios hacia adentro y alza la vista a través de las
ramas de un manzano, los brotes comienzan a salir de los tallos verdes—. Supe
que quería algo distinto. Algo que fuera mío. Yo siempre había sido el que
permanecería en casa mientras Kyle se iba a ver el mundo. Pero ya no.
—¿Y ahora qué quieres? —pregunto, la voz suave, para no romper sus
pensamientos.
—Quiero estar allí —señala con la cabeza el extremo occidental
occident al de la isla—.
En el agua. —Desvía la mirada hacia mí como temiendo que no haya entendido
—. Cuando mi padre me enseñó a navegar, supe que me encantaba, pero no
pensé que alguna vez tendría la oportunidad de hacerlo realmente. Quizás ahora
pueda. Podría comprar un velero, marcharme… y quizás no regresaría jamás.
—Suena a plan de fuga. Como si quisieras comenzar una vida nueva.
Sus ojos brillan y endereza los hombros para quedar frente a mí.
—Así es. Tengo dinero; he estado ahorrando
a horrando casi toda
t oda mi
m i vida.
vida . —Su mirada
se vuelve fría y seria—. Podrías venir conmigo.
Meto los labios hacia adentro, reprimiendo una sonrisa delatora.
—No tienes que quedarte en este pueblo… también podrías escapar,
abandonar este pueblo, si eso es lo que deseas.
—Tengo
—Tengo que terminar el instituto.
i nstituto.
—Tee esperaré —repone, como si
—T s i realmente hablara en serio.
—Pero mi madre… —agrego. Otra excusa más.
Su boca se endurece.
No es tan fácil para mí explico, me siento dividida en dos, desgarrada
entre lo que quiero y la prisión que es para mí esta isla—. No te digo que no.
—No podía
po día permitir que ellos la tuvieran encerrada de esa manera. ¡Era una
crueldad! Y podrían hacerle lo mismo a cualquier otra con la misma facilidad. A
mí… a nosotras.
—Y es lo que probablemente harán cuando descubran que te la llevaste.
—Penny, por favor —suplica, bajando del bote, las manos levantadas en el
—Penny,
aire—. Tienes que ayudarla.
No me había dado cuenta de que el encarcelamiento de Gigi molestara tan
profundamente a Rose, lo suficiente como para que la liberara y la trajera hasta
aquí. Sé que fueron amigas alguna vez, hace años, pero nunca imaginé que haría
algo así. No ha podido soportar ver a alguien que antes había sido su amiga,
atada y sufriendo. Convertida en un espectáculo cruel. Desde el comienzo, a
Rose no le pareció bien. Y no puedo criticarla por eso.
—Esto es muy peligroso, Rose. No deberías haberla liberado. —Hago
contacto visualuncon
mirando como Gigique
animal y con Aurora,
espera queyaestá
hasta que estáescondida
seguro de dentro de salir
que puede ella:
de su escondite. No ha tenido que hechizar a Davis ni a Lon para que la salvaran,
Rose lo ha hecho por pura bondad. Pero ha liberado a un monstruo y ni siquiera
se ha dado cuenta.
—Tal vez sea mejor
—Tal m ejor que esté aquí —me susurra
sus urra Bo para que Rose y Gigi no
puedan escuchar
escu char..
Siento que mis cejas se fruncen por el desconcierto.
—¿A qué te refieres?
No te voy a dejar solo; podrías decidir ir a nadar otra vez —lo digo con una
amplia sonrisa, a pesar de que no es gracioso. Él se ríe burlonamente mientras
echa una mirada hacia la Cabaña del Viejo Pescador, donde Gigi está encerrada.
La tabla de madera continúa en su lugar.
—De acuerdo —responde.
Caliento una lata de sopa de tomate y hago dos sándwiches calientes de
queso: una comida sencilla. De todas maneras, no hay muchas más opciones.
Tengo que ir al pueblo a buscar provisiones… tarde o temprano. Pero no tengo
prisa por abandonar la isla.
Comemos rápidamente y después Bo sube la escalera detrás de mí. Cuando
llegamos a mi dormitorio, escucho el ruido del ventilador al final del pasillo. Mi
madre ya está en la cama.
—¿Crees que tu madre
madr e sabe que estoy aquí?
aquí ? —pregunta una vez qque
ue estamos
dentro de la habitación.
—Lo sabe. Ella percibe cuando
cuand o hay alguien en casa o en la isla.
—¿Y qué pasa con Gigi?
—Estoy segura de que también sabe que ella está aquí, pero no dirá nada.
Hace un par de años que no habla con nadie de fuera de la isla. No creo que
pudiera reunir la fuerza necesaria como para llamar a la policía por una chica
desaparecida, aun cuando quisiera hacerlo.
—¿Está así por tu padre?
Asiento ligeramente y luego me siento en el borde de la cama mientras él se
instala en el sillón con almohadones junto a la ventana.
—Después de que desapareciera hace tres años, es como si hubiera
enloquecido.
Bo asiente con expresión comprensiva.
—Lo siento.
Ha comenzado a caer una leve llovizna, que rocía el cristal y repiquetea
contra el techo. Es como un coro que suaviza los aleros y los bordes puntiagudos
de la vieja casa.
—Aparentemente, el amor es la peor forma de locura.
l ocura.
Me acerco a la ventana y apoyo la palma contra el cristal. Puedo sentir la
Los recuerdos caen en cascada dentro de mí, todos los años anteriores, los
veranos llegando a su fin, los muertos dejados a su paso.
—Habrá una fiesta, igual que la de la playa. —Suelto mi brazo de su mano,
estiro las mangas del suéter y cruzo los brazos, invadida repentinamente por el
frío—. Antes de medianoche, las hermanas volverán a meterse en el agua,
despojándose de los cuerpos que robaron.
—¿Y si no se meten en el mar? ¿Si Gigi permanece encerrada durante el
solsticio?
Mis pulmones dejan de tomar aire. Morirá. Quedará atrapada dentro del
cuerpo de Gigi indefinidamente, presionada dentro de los recovecos más os
oscuros
curos
de su mente. Ella verá, oirá y será testigo de lo que sucede en el mundo, pero
Gigi recuperará el control, ignorando que ahora hay una hermana Swan cautiva
dentro de ella, enterrada en lo profundo de su ser. Un fantasma dentro de una
chica. La peor existencia. Un castigo adecuado al tormento que causaron las
hermanas. Pero no le cuento esto a Bo. Porque no puedo estar segura de que sea
verdad, ya que nunca antes ha sucedido. En el solsticio de verano, ninguna de las
hermanas Swan ha permanecido dentro de un cuerpo más allá de la medianoche.
—No estoy segura —respondo sinceramente.
si nceramente.
Los ojos de Bo se desviaron hacia la ventana, está reflexionando sobre algo.
—Tengo que matarla —afirma finalmente—. Aunque no haya matado a mi
—Tengo
hermano, mató a otros. No merece vivir.
—Estarías matando también
tambi én a Gigi.
y Davis la están buscando. Y me parece que sabe que aquí está más segura…
escondida en la cabaña. Su error es pensar que la protegeremos de ellos.
Especialmente con Rose de su lado. Cuando, en realidad, estamos tramando
cómo terminar con su vida.
Hermanas
La magia no siempre está compuesta por palabras, por calderos de pociones
o gatos negros vagando por callejones oscuros. Algunas maldiciones se
manifiestan a través del deseo o la injusticia.
Cuando vivía, Aurora Swan dejaba a veces astillas de cristal roto o la cola de
una rata en el umbral de una mujer que la odiaba, esperando que le acaeciera
alguna enfermedad o que tropezara con una piedra suelta caminando por Ocean
Avenue y se rompiera el cuello. Eran solamente pequeños presagios, embrujos
comunes de aquella época para inclinar el destino a su favor. No era verdadera
magia.
A menudo, podía encontrarse a Hazel Swan susurrando deseos ante una luna
de sangre, sus labios tan raudos como un ruiseñor en vuelo. Ella encantaba a la
luna, pidiendo deseos de aquello que anhelaba: un verdadero amor para borrar a
todos los demás.
Marguerite era más directa en sus esfuerzos. Resbalaba los dedos por la
garganta de sus amantes, les decía que le pertenecían y, si la rechazaban, se
aseguraba de que nunca volvieran a amar a nadie más. Prometía venganza,
sufrimiento y toda hecha
como si estuviera su ira de
si se
la atrevían
más finaaseda
rechazarla. Se deslizaba
de Francia, arrogantepor el pueblo
y despótica.
Quería poder, y todos lo sabían.
Pero la soberbia desmedida de estas mujeres, tarde o temprano, las
alcanzaría.
Las hermanas habrán podido comportarse de manera escandalosa, malvada y
hechicera, pero nunca practicaron la magia de forma que justificase su deceso.
No eran brujas, en sentido histórico, pero sí poseían una fuerza, algo que te
atraía hacia ellas.
Se movían con comodidad y elegancia, como si fueran bailarinas de la
Academia Real de Danza de Francia; su cabello era de una tonalidad que
oscilaba entre el caramelo y el carmín, dependiendo de la luz; y sus voces eran
Necesito varios intentos hasta que logro desenganchar la tabla de debajo del
picaporte. Mis manos están mojadas; la tabla de madera está mojada. Y cuando
la puerta se abre con un chirrido, la única luz de la cabaña proviene de la
chimenea, al otro lado de la sala.
Huele a moho, a bolas de naftalina y un poco a vinagre. Y durante medio
segundo siento pena por Gigi, encerrada en este lugar.
Se encuentra de pie, al otro lado de la sala, despierta, las palmas de las
manos sobre el fuego para calentarse.
—Hola, Penny —saluda sin darse vuelta. Cierro la puerta y me sacudo el
agua del impermeable—. Yo no he matado a su hermano.
—Tal vez no —respondo—. Pero está decidido a averiguar quién
—Tal qui én lo hizo. —
Instintivamente, quiero acercarme al fuego en busca de calor, pero no quiero
estar más cerca de ella de lo que ya estoy. En el sofá, noto que continúa allí la
manta doblada que le traje más temprano. No ha dormido nada.
—¿Has venido a invitarme a tu casa a tomar el té y darme una ducha? Una
ducha no me vendría nada mal.
—No.
—Entonces, ¿por
¿po r qué estás aquí?
aquí ? —Vuelve todo el ancho de sus hombros,
hombr os, el
pelo rubio y lacio cae sucio y deshilachado como las cerdas de una escoba. Una
vez más, reprimo la sensación de pena que me provoca. Parpadea y la silueta gris
plateada de Aurora Swan debajo de su piel también parpadea. Son como dos
chicas colocadas una sobre la otra. Dos imágenes fotográficas muy mal
reveladas, una flotando sobre la otra. Pero cuando Gigi se aleja de la chimenea,
me resulta más difícil ver a Aurora dentro de ella; el contorno de su rostro se
desvanece y se vuelve borroso. Podría llegar a convencerme a mí misma de que
Aurora ya no está ahí y que Gigi no es más que una chica normal.
—Tengo que hablar contigo.
—Tengo
—¿Sin tu novio? —pregunta, la comisura izquierda del labio se curva hacia
arriba.
—Él quiere matarte… todo
t odo el pueblo quiere lo mismo.
m ismo.
—Siempre lo han querido. No es nada nuevo. —En un ángulo del techo,
detrás
polillas,de ella, hay unaentelaraña,
atrapadas resecapegajosos.
los restos en parte, conCondenadas.
manchas oscuras,
Patas moscas
y alasy
aprisionadas. La araña hace mucho que murió, pero la tela sigue matando.
—Pero esta vez te han atrapado regresando a nado a la costa después de
haber ahogado a dos chicos. Están seguros de que eres una de ellas.
Junta las cejas, formando una línea que trepa por la frente.
—Y estoy segura de que tú no has hecho nada para alentar esa idea. —Está
dando por hecho que yo he dicho algo, que he revelado que ella realmente es una
de las hermanas Swan, pero solo se lo he contado a Bo.
año?—¿No
—Es loestás
quecansada de tododecirle
había querido esto? —pregunto—. ¿Deenmatar
cuando la encaré melatar chicosdeaño
almacén tras
botes,
antes de que Lon me pillara hablando con ella.
Se muestra intrigada y ladea la cabeza hacia la izquierda.
—Lo dices como si pudiéramos
pudiér amos elegir.
—¿Y qué pasaría si así fuera?
—No te olvides —responde secamente— que es tu culpa que terminásemos
así.
Bajo los ojos al suelo. Motas de polvo se han juntado alrededor de las patas
de la mesa de la cocina y contra las paredes.
Sonríe y luego desliza la lengua por el interior de la mejilla.
—Déjame adivinar… ¿te estás enamorando de ese chico? —Su boca vuelve
a curvarse hacia arriba y sonríe satisfecha al haber tocado un tema que me pone
incómoda—. ¿Y estás comenzando a pensar que tal vez exista una manera de
conservar el cuerpo en el que habitas, de ser humana para siempre? —Se aleja
del fuego, sacando hacia fuera la mandíbula como si estuviera por echarse a reír
—. Eres una maldita ingenua, Hazel. Siempre lo has sido. Aun en aquellos
tiempos, pensabas que este pueblo no nos mataría. Pensabas que podíamos
salvarnos. Pero estabas equivocada.
—Basta —exclamo con labios temblorosos.
—Lo dudo.
demasiado monoPero
paraesti.realmente
Creo que mono
debería—emite
ser mío.una sonrisa burlona—. Tal vez
—Mantente alejada de él —le advierto con un rugido.
rugi do.
Sus ojos son dos rayas finas que se clavan en mí.
—¿Qué es exactamente lo que planeas hacer con él?
—No lo voy a matar. —No lo haré meterse en el mar ni lo ahogaré. No
quiero eso para Bo: una existencia oscura y acuosa, su alma atrapada en el
puerto. Un prisionero moviéndose con la marea.
—Te das cuenta de que tendrás que dejarlo en pocos días. Y él se habrá
—Te
enamorado de un fantasma y terminará con el cuerpo de esta chica, Penny, que
no recordará nada —lanza una risa corta—. ¿No te parece graciosísimo? Estará
enamorado de Penny y no de ti.
La sensación de náusea comienza a brotar en mis tripas.
—Él me ama a mí… no a este cuerpo. —Pero las palabras suenan débiles y
entrecortadas.
—Por supuesto
supuest o —exclama, y pone los ojos en blanco: algo tan
ta n característico
caracterís tico
de Gigi. No podemos evitar el adoptar las particularidades de los cuerpos que
habitamos. Como yo he adoptado los rasgos de Penny Talbot: todos sus
recuerdos se encuentran dormidos en mi mente, esperando ser arrancados como
una flor de la tierra. Yo estoy representando el papel de Penny Talbot y lo hago
bien. Tengo práctica.
Toco el picaporte.
pi caporte.
—Lo que dije ha sido en serio —le advierto—. Mantente alejada de él o me
aseguraré de que esos chicos del pueblo tengan la oportunidad de hacer
exactamente lo que se mueren por hacer: matarte.
Ríe por lo bajo, pero luego su mirada se vuelve seria mientras me observa
cruzar la puerta y cerrarla de una patada.
Hazel Swan
Hazel caminaba raudamente por Ocean Avenue. Llevaba delicadamente
entre las manos un paquete con una botellita de cristal con perfume de mirra y
agua de rosas. Iba a entregárselo a la señora Campbell en Alder Hill.
Había bajado la mirada hacia el paquete, envuelto diestramente en papel
marrón, cuando chocó contra el hombro duro de alguien que se encontraba en la
acera. El paquete se le escapó de los dedos y se rompió contra el empedrado de
la calle. aire
húmedo El aroma de la mirra y del agua de rosas se evaporó rápidamente en el
marino.
Owen Clement se arrodilló para juntar los restos del paquete y Hazel hizo lo
mismo, el brazo de ella rozó el de él, sus dedos se tocaron y se empaparon de
perfume.
A diferencia de sus hermanas, Hazel siempre había evitado el cariño
ferviente de los hombres. De modo que no estaba preparada para el deseo que se
enroscó dentro de ella al conocer a Owen Clement, el hijo del primer guardafaro
que vivió en Lumiere Island. Era francés como su padre, y las palabras rodaban
de su lengua como una brisa alegre.
Por las noches, Hazel comenzó a cruzar el puerto en secreto hasta llegar a la
isla: las manos apretadas contra la piel y enredadas en el cabello del otro; los
cuerpos formando uno solo; despertándose cada mañana en el ático, encima del
granero que se levantaba cerca de la casa principal, el aire oliendo a heno y a
sudor. Las gallinas cacareaban abajo en el gallinero. Y por las noches, solo con
la luna para revelar sus rostros, recorrían la única fila de manzanos jóvenes, que
el padre de Owen había plantado esa primavera. Todavía pasarían varios años
más para poder cosechar las manzanas. Pero la promesa de la fruta madura que
brotaría de ellos se podía sentir intensamente en el aire.
Juntos exploraron la costa rocosa; dejaron que el agua mojara sus pies.
Imaginaron una nueva vida juntos, más al sur. California, tal vez. Arrojaron
piedras lisas al agua y pidieron deseos imposibles.
Meneo la cabeza y meto los labios hacia dentro para ocultar la verdad.
—Necesitaba un poco de aire fresco.
Me cree. O tal vez finge creerme.
—Me quedaré despierto un ratito para que puedas dormir —señala. Estoy a
punto de decirle que no, pero después me doy cuenta de lo agotada que me
encuentro, así que me meto en la cama y flexiono las rodillas contra el pecho.
Pero no puedo dormir. Bo se acerca a la ventana y observa un mundo al que
yo no pertenezco.
Pronto saldrá el sol. El cielo será nuevo, será otro. Y tal vez yo también seré
otra.
llenarán de lágrimas, un dolor retorcerá mi corazón, una añoranza tan vasta que
podría devorarme. Por lo tanto, las mantengo cubiertas. No me dejo abrumar por
esa parte del cuerpo en el que habito. Pero mis hermanas siempre han sido
mejores que yo para eso. Ellas pueden ignorar todas las emociones anteriores
que
dolorhayan dominado
que se deslizan alsigilosamente
cuerpo, mientras quevenas
por mis yo tiendo a sentir
y trepan hastala mi
tristeza y el
garganta,
tratando de asfixiarme.
Me detengo ante el roble, en el centro del bosquecillo: el árbol fantasma, las
hojas temblando en el viento. Apoyo la palma de la mano contra el corazón
tallado en el tronco. Alzo la vista entre las ramas, y un escenario de estrellas
titila ante mí. Recuerdo, muchos años atrás, la noche en que estaba acostada
debajo de este árbol con el chico que una vez amé: Owen Clement. Él tenía un
cuchillo en la mano y dibujó el corazón para señalar nuestro lugar en el mundo.
Nuestros corazones unidos, la eternidad fluyendo por nuestras venas. Fue la
misma
ni nadanoche en la queexcepto
que ofrecerme me pidióa sí
que me casara
mismo. Pero con él. que
le dije No tenía
sí. anillo, ni dinero,
Una semana después, mis hermanas y yo morimos ahogadas en el puerto.
La inquisición
Una ráfaga de viento entró por la puerta de la perfumería, esparciendo hojas
secas por el suelo de madera.
Había cuatro hombres en la entrada de la tienda, las botas embarradas y las
manos mugrientas. Olían a pescado y a tabaco. Contra las paredes
impecablemente blancas y el aire teñido de una delicada mezcla de perfumes, su
presencia resultó inquietante.
—. —Y
—Yo o vi
En el la marca
muslo m arca de Marguerite
izquierdo, tiene una—gritó
—gr itó undehombre
mancha desdecon
nacimiento el fondo de ladesala
la forma un
cuervo. —Ese hombre, que se había envalentonado a hablar ante la insistencia de
su esposa, había compartido una cama con Marguerite unos meses antes. Los
ojos de la hermana mayor se abrieron desmesuradamente y la furia bulló en
ellos. Era cierto que tenía una marca de nacimiento, pero decir que tenía la forma
de un cuervo era el resultado de una ingeniosa imaginación. La marca era más
bien una mancha informe, pero no sirvió de nada; una marca de cualquier tipo se
consideraba como el sello de una bruja: la prueba de que pertenecía a un
aquelarre. Y Marguerite no podía borrar aquello con lo cual había nacido.
—¿Y las otras dos? —exclamó el anciano medio
m edio ciego.
—Aurora —dijo una voz mucho más calma, un muchacho de tan solo
dieciocho años—. Tiene una marca en el hombro. Yo la he visto. —Y él
realmente había visto, como había afirmado, la colección de pecas del hombro
derecho. Los labios del joven se habían apretado contra su piel durante varias
noches, recorriendo las pecas que estaban desparramadas por la mayor parte del
cuerpo de Aurora. Su piel era como una galaxia salpicada de estrellas.
La mirada de Aurora se encontró con la del muchacho y pudo ver el evidente
miedo que había en sus ojos. Creía que Aurora era de verdad una bruja, como
afirmaba el pueblo, y quizás ella había usado magia negra con él, haciendo que
su corazón se acelerara cada vez que ella estaba cerca.
—Dos hombres honorables han dado su testimonio y ofrecido pruebas de la
culpabilidad de dos de las acusadas que se encuentran frente a nosotros —
exclamó uno de los concejales—. ¿Y qué pasa con la última hermana? ¿Hazel
Swan? Alguien debió haber divisado la imagen de un aquelarre en su piel de
hechicera.
Un revuelo
inclinado, vocesdeque
susurros se extendió
intentaban discernirporcuál
la sala y resonó
de ellos podríacontra el techo
haberse visto
atrapado por Hazel, engañado y atraído involuntariamente a su cama.
—Mi hijo hablará. —La profunda voz de un hombre emergió entre el
parloteo.
El padre de Owen apareció en el fondo del juzgado, y caminando detrás de
él, con la cabeza baja, estaba Owen.
—Mi hijo estuvo con ella.
e lla. Él ha visto las marcas que ella esconde.
El aire del interior de la sala se condensó, las paredes húmedas se
endurecieron. El pinzón
callado. Ni siquiera amarillo
crujieron atrapado del
las maderas entre
pisolasmientras
vigas del
el techo
padre se
de quedó
Owen
llevaba a su hijo hasta el frente del tribunal. Parecía que Hazel Swan se iba a
desmayar, el color desapareció por completo de su piel. No por temor a lo que le
sucedería a ella, sino a Owen.
—¡Confiésalo todo! —rugió su padre.
Owen permaneció quieto, el rostro de piedra, los ojos clavados en Hazel. Se
negaba a hablar.
El padre fue derecho hacia donde estaban sentadas las hermanas, una al lado
de la otra, las manos atadas por una soga. Sacó un gran cuchillo de la funda que
tenía en la cintura y lo colocó en la garganta de Hazel, la hoja apoyada contra su
piel de porcelana. Su respiración se detuvo; sus ojos temblaron pero no se
—Dinos
cubren lo que
el cuerpo vistemuchacha.
de esta —ordenó su padre—. Háblanos de las marcas que
—No hay marcas —exclamó Owen.
—El hechizo que te ha lanzado te ha vuelto débil. Ahora habla, o le cortaré
la garganta y tú la verás desangrarse aquí, delante de todos. Una muerte
dolorosa, te lo aseguro.
—La van a matar de todas maneras —señaló
—s eñaló su hijo—. Si hablo, la acusarán
de ser una bruja.
—Entonces, ¿sí has visto algo? —preguntó el anciano medio ciego.
Los que se encontraban aquel día en la sala dirían más tarde que fue como si
Hazel estuviera lanzándole un hechizo delante de todos, por la forma en que
miraba a Owen, obligando a sus labios a mantenerse cerrados. Pero otros, los
pocos que habían conocido el verdadero amor, vieron otra cosa: la expresión de
dos personas cuyo amor estaba a punto de destruirlos. No era brujería lo que
había en los ojos de Hazel: era su corazón partiéndose en dos.
Y luego habló Hazel, unas pocas palabras suaves que sonaron casi como
lágrimas cayendo por sus mejillas:
—No te preocupes. Habla.
—No —respondió Owen, todavía inmóvil entre los dos hombres, los brazos
tensos entre las manos que lo sujetaban.
—Por favor —susurró ella, porque temía que lo castigaran por protegerla.
Hazel sabía que ya era demasiado tarde; el pueblo había decidido: eran brujas.
Los concejales solo necesitaban que Owen hablara, que confirmara lo que ellos
ya creían. Solo tenía que mencionarles una sola marca; cualquier imperfección
de la piel bastaría.
Los ojos de Owen se llenaron de lágrimas y sus labios se abrieron, el aire se
mantuvo tenso durante varias exhalaciones, varios latidos, hasta que profirió:
—Hay una pequeña medialuna en el
e l lado izquierdo de sus costillas.
Una peca perfecta, había dicho una vez contra su piel justo en ese lugar, los
labios revoloteando encima, su aliento erizando su piel. Ella había reído, su voz
había rebotado por los aleros del granero mientras escurría sus dedos por el pelo
de Owen. Muchas veces él había pedido deseos ante esa pequeña medialuna,
silenciosos deseos de que algún día los dos se marcharían de Sparrow, huirían
furtivamente en barco a San Francisco. Una nueva vida lejos de este pueblo.
Quizás si ella
suavemente hubiera
sobre sido
la piel de realmente una bruja,
Hazel se habría el deseo
convertido en de Owen Pero
realidad. murmurado
no fue
así.
Un grito ahogado se extendió por la sala y su padre bajó el cuchillo de la
garganta de Hazel.
—Ahí tenéis —proclamó satisfecho—.
sati sfecho—. La prueba de que ella también es una
bruja.
Hazel sintió que se le caía el alma al suelo. Los murmullos resonaron por el
recinto y el pinzón reanudó su gorjeo.
paraPero Marguerite
maldecir apretó
a quien los labiosacon
se atreviera fuerza,Hazel
mirarla. su fría mirada eracallada,
permaneció suficiente
no
porque no estuviese asustada, sino porque no podía apartar los ojos de Owen.
Podía ver su remordimiento, su culpa, y eso la desgarraba.
Pero él no la condenó: ella y sus hermanas estaban destinadas a morir desde
el día en que llegaron al pueblo.
Los hombres sujetaron a las tres hermanas antes de que Hazel pudiera
susurrar una palabra a Owen. Después las condujeron a una habitación trasera,
donde cinco mujeres las desnudaron, verificaron las marcas que las habían
condenado, y luego les colocaron vestidos blancos para purificar sus almas y
garantizar su muerte eterna y absoluta.
Pero su muerte no fue precisamente absoluta.
he descubierto que, si verdaderamente quiero tener una vida con Bo, si lo amo,
entonces tengo que soltar la única cosa a la que me he estado aferrando.
—¿Para qué? —pregunta.
soy la única hermana a la que todavía le falta matar, y me niego a hacer lo que sé
que tanto Aurora como Marguerite quieren que haga: ahogar a Bo.
Nunca ha sucedido antes: un verano en que una de nosotras no haya matado
a nadie. No sé qué pasará, en qué cambiará todo —me cambiará a mí—, si es
que algo cambia.
Ya siento el mar, reclamándome, llamándome para que regrese al agua. La
necesidad de retornar se hará más fuerte a medida que avance el día. Sucede
todos los años, un latido detrás de los ojos, un retortijón en las costillas, que me
atrae de vuelta hacia el puerto, de vuelta al azul profundo adonde pertenezco.
Pero ignoro la sensación.
Los botes a motor pasan las boyas anaranjadas, atraviesan la costa y se
ubican en sus lugares en el muelle.
Sparrow rebosa de turistas. A lo largo del paseo marítimo, los niños corren
con cometas de todos los colores, luchando para hacerlas volar sin brisa; uno
está enganchado en un farol de la calle y una niña pequeña tira del cordel
intentando bajarla. Las gaviotas picotean el hormigón buscando restos de
palomitas de maíz o de algodón de azúcar. La gente pasea delante de las tiendas;
compran caramelos masticables de agua salada por peso; toman fotografías junto
a la costa; saben que el final está cerca. Hoy es el último día; la temporada está a
punto de terminar. Volverán a sus vidas normales, a sus hogares normales en
pueblos normales, donde nunca suceden cosas malas. Pero yo vivo rodeada de
cosas malas y yo soy mala.
Pero ya no quiero serlo más.
Camino en la dirección opuesta a Coppers Beach y al depósito de botes, y
subo hacia Alder Hill, en el extremo sur del pueblo. La misma zona de Sparrow
donde se suponía que debía llevar una botellita de cristal de perfume de mirra y
agua de rosas, el día que conocí a Owen Clement. Nunca hice la entrega.
Los mirlos dan vueltas sobre mi cabeza, sus ojos recorren el suelo,
siguiéndome. Como si supieran a dónde me dirijo.
Alder Hill también es el sitio en donde se encuentra el Cementerio de
Sparrow.
Es un terreno extenso y cubierto de vegetación, rodeado por una valla
metálica parcialmente destruida. Da a la bahía, así que los pescadores enterrados
allí pueden vigilar el mar y proteger al pueblo.
Después del día en que su padre nos atrapó en el ático del granero, a Owen
no le permitieron salir de la isla. Intenté verlo, atravesé remando la bahía, le
supliqué a su padre, pero él me obligó a marcharme. Estaba completamente
seguro de que yo había embrujado a su hijo para que me amara. Ningún chico
podía amar a una de las hermanas Swan sin el influjo de algún hechizo o de un
malvado encantamiento.
«Si fuera tan fácil hacer surgir el amor por medio de hechizos, no habría
tantos corazones
estábamos vivas. rotos», recuerdo que Marguerite dijo una vez, cuando
Yo no supe adivinar lo que finalmente ocurrió, lo que tramaba el padre de
Owen. Si lo hubiera sabido, no me habría quedado en Sparrow.
Densas nubes cubrían el pueblo el día en que nos condujeron desde el
uzgado hasta el muelle. Aurora gemía y les gritaba a los hombres mientras nos
obligaban a subir a un bote. Marguerite les escupía maldiciones en sus rostros,
pero yo me quedé quieta, recorriendo la multitud que se había congregado en
busca de Owen. Lo había perdido de vista después de que nos llevaron a un
cuartito oscuro en la parte de atrás del juzgado, nos desnudaron y nos obligaron
a ponernos unos sencillos vestidos blancos. Nuestros vestidos de muerte.
Nos ataron sogas alrededor de las muñecas y de los tobillos. Aurora
continuaba llorando, las lágrimas trazaban surcos por sus mejillas. Y luego, justo
cuando el bote se alejaba del muelle, lo vi.
A Owen.
Necesitaron
hasta el extremotres
delhombres
muelle. para
Perocontenerlo.
el bote ya Gritaba mi nombre
estaba muy mientras
lejos, con corríay
su padre
varios hombres más conduciéndonos hacia la parte más profunda del puerto.
Lo perdí de vista en la niebla baja que se instaló sobre el mar, ahogando todo
sonido y oscureciendo el muelle donde él se encontraba.
Mis hermanas y yo nos sentamos juntas en un banco de madera delante del
bote, los hombros apretados, las manos amarradas sobre el regazo. Prisioneras
conducidas hacia su muerte. Mientras la embarcación se alejaba cada vez más
del muelle, el rocío del mar nos quemaba el rostro. Cerré los ojos y sentí su
fresco bálsamo. Escuché la campana de la boya del puerto sonando a intervalos
prolongados, el viento y las olas casi en calma. Un último momento para respirar
el aire cortante. Mientras los segundos se estiraban, sentí como si pudiera
deslizarme dentro de un sueño y no despertar jamás… como si nada de esto
fuera real. Es raro saber que tu muerte se avecina, te espera, que los dedos de la
muerte ya están intentando atrapar tu alma. Sentí que me alcanzaba, que una
parte de mí ya no estaba ahí.
La embarcación se detuvo, abrí los ojos y vi el cielo. Una gaviota salió
volando de entre las nubes y luego volvió a desaparecer.
Los hombres nos ataron a los tobillos sacos de arpillera llenos de piedras,
que eran probablemente del extremo del pueblo, de los campos rocosos de algún
granjero, donadas para la ocasión, para nuestra muerte. Nos obligaron a
ponernos de pie y luego nos empujaron hacia el borde del bote. Marguerite
observó a uno de los muchachos más jóvenes, arañándolo con la mirada, como si
fuera capaz de convencerlo de que nos liberara. Pero ya no había salvación para
nosotras. Finalmente, íbamos a recibir nuestro castigo: adulterio, lujuria y hasta
el verdadero amor encontrarían su expiación en el fondo del mar.
Tomé una bocanada de aire, preparándome para lo que vendría a
continuación, cuando divisé la proa de otra embarcación abriéndose paso a
través de la niebla.
—¿Qué
espaldas. Erarayos es pequeño,
un bote eso? —escuché
los remosque decía uno
se movían de los por
velozmente hombres a mis
el agua.
Aurora se dio la vuelta y me miró: ella se dio cuenta de quién era antes que
yo.
Ha robado un bote.
Un segundo después, sentí el rápido empujón de dos manos contra mi
espalda.
El agua se astilló alrededor de mi cuerpo como si fueran cuchillos y cortó el
aire de mis pulmones. La muerte no es un fuego, la muerte es un frío tan feroz
que parece que te quitará la piel de los huesos. Me hundí rápidamente. A mi
lado, mis hermanas se desplomaron con la misma ligereza a través del agua
turbia.
Pensé que la muerte me llevaría rápido, en un segundo, tal vez dos, pero
después hubo un movimiento encima de mí: una explosión de burbujas y una
mano rodeándome la cintura.
Abrí los ojos e intenté ver en la oscuridad, salpicada de trozos de caracolas,
arena y algas. Una bruma nos separaba. Pero él estaba ahí… Owen.
Me sujetó los brazos y comenzó a tirar de mí hacia arriba, hacia la superficie,
luchando contra el frío y el peso de las piedras alrededor de mis pies. Sus piernas
se movían furiosamente mientras las mías colgaban flojas, atadas. La cara tensa,
los ojos muy abiertos. Estaba desesperado, tratando de salvarme antes de que el
agua entrara en la garganta y a los pulmones. Pero las piedras de los tobillos eran
muy pesadas. Sus dedos forcejeaban con las cuerdas, pero estaban muy tensas,
los nudos muy firmes.
Nuestros ojos se encontraron, separados por escasos centímetros, mientras
nos hundíamos
cabeza hacia elrogándole
frenéticamente, fondo del que
puerto. Él nopor
se diera podía hacer que
vencido, nada.meSacudí la
soltara.
Intenté apartar sus manos de mí, pero se negaba a dejarme. Estaba cayendo muy
profundamente, muy lejos. No tendría aire suficiente para poder llegar a la
superficie. Pero me atrajo contra él y apoyó sus labios helados contra los míos en
un beso. Cerré los ojos y lo sentí apretado contra mí. Es lo último que recuerdo
antes de tomar aire y que el agua inundara mi garganta.
Él nunca me soltó. Incluso cuando ya era demasiado tarde. Incluso cuando
sabía que no podía salvarme.
Ese día, los dos perdimos la vida en el puerto.
El verano siguiente, cuando regresé al pueblo por primera vez, escondida en
el cuerpo de una lugareña, subí la pendiente empinada hasta el Cementerio de
Hace«Lo
unossiento», comienzo
doscientos a decir,
años que se fuepero luegoleme
y nunca dijedetengo. No esSolo
adiós. Nunca. suficiente.
ahora.
Bajo la cabeza, sin saber si las palabras alguna vez parecerán suficientes.
«Nunca he querido vivir tanto tiempo», murmuro. «Siempre había esperado que
el mar habría de llevarme algún día. O que la vejez me sepultaría en la tierra
unto a ti». Trago una profunda bocanada de aire. «Pero las cosas cambiaron, yo
cambié». —Alzo la cabeza y miro el mar, una vista perfecta del puerto, la bahía
y Lumiere Island, donde Bo espera—. «Creo que lo amo», confieso. «Pero tal
vez sea demasiado tarde. Tal vez yo no lo merezca a él ni merezca una vida
normal después de todo lo que he hecho, todas las vidas que he arrebatado. Él no
sabe quién soy realmente. Así que tal vez lo que siento por él sea también una
mentira». —El viento acaricia mis mejillas y una leve llovizna se extiende sobre
el cementerio. Confesar todo esto ante la tumba de Owen es como una
penitencia, como si le debiera esto. «Pero tengo que intentarlo», agrego. «Tengo
que saber si amarlo a él es suficiente para que nos salvemos los dos».
Paso la mano por el frente de la lápida, donde alguna vez estuvo su nombre y
ahora es tan solo una superficie lisa. Una tumba sin nombre. Cierro los ojos, las
lágrimas caen al mismo ritmo lento y mesurado de las gotas de lluvia.
Tal vez sí morí ese día. Hazel Swan, la chica que alguna vez fui, ya no está.
Su vida concluyó el mismo día que la de Owen. Mi voz tiembla mientras escapa
la última palabra, se la digo tanto a él como a mí:
«Adiós».
Me levanto antes de que mis piernas estén demasiado débiles como para
soportarme, y abandono el cementerio, sabiendo que nunca más volveré. La
persona a la que amé ya no está.
Pero no perderé a la que quiero ahora.
Los recuerdos pueden instalarse en un lugar: la niebla que permanece mucho
tiempo más, cuando ya debería haber volado hacia el mar, voces del pasado que
se arraigan en los cimientos de un pueblo, susurros y acusaciones que crecen en
el musgo de las aceras y trepan por las paredes de las casas viejas.
Este pueblo, este pequeño racimo de casas, tiendas y botes anclados a la
costa, nunca escapó de su pasado: lo que hizo doscientos años atrás. Los
fantasmas no seSin
lugar con vida. hanél,ido.
estePero a veces,
pueblo frágil elprobablemente
pasado es lo habría
único que mantiene hace
desaparecido a un
mucho tiempo debajo de la marea, hundido en el puerto, derrotado. Pero
subsiste, porque debe hacerlo. La penitencia es larga y despiadada. Es resistente,
porque sin ella, el pasado quedaría en el olvido.
Me detengo frente al viejo edificio de piedra situado en una esquina que da al
mar. La lluvia tamborilea en mi frente y en mis hombros. El cartel que está
encima de la puerta dice: PASTELES OLVIDADIZOS DE A LBA . Pero antes no existía.
Un cartel con letras cursivas, negras y redondas, pintado por Aurora, alguna vez
colgó a través de la acera, repiqueteando con la brisa de la tarde. Esta fue alguna
vez la Perfumería
veranos Swan.muerte,
desde nuestra Aunque vi pasé frente a ella
innumerables miles de
negocios veces durante
ocuparla, y hasta los
la
contemplé consternada durante un período de quince años en que quedó
abandonada y derruida antes de ser restaurada, a veces, como hoy, aún me
asombra que haya resistido tanto tiempo… igual que nosotras.
Una mujer sale por la puerta de cristal, las botas de lluvia chapotean por un
charquito mientras se dirige hacia su camioneta roja con una caja rosada en sus
manos, seguramente llena de diminutos pastelitos glaseados con los cuales
pretende eliminar algún recuerdo atrapado en su mente.
Yo he pasado casi todos los días dentro de esa tienda elaborando nuevas
fragancias
estallando hechas de flores
de aromas que noy hierbas
se iban raras, el cabello,
fácilmente. los dedos
Los aceites y la piel siempre
empapaban todo lo
que tocaban. Marguerite era la vendedora y lo hacía muy bien, vender era innato
en ella. Aurora llevaba los libros; pagaba las cuentas y calculaba las ganancias
desde un escritorio de madera pequeño y tambaleante, detrás del mostrador. Y yo
era la perfumista, que trabajaba en un cuarto trasero sin ventanas que debería
haber sido un almacén: un lugar para escobas y baldes metálicos. Pero yo amaba
mi trabajo. Y por la noche, mis hermanas y yo compartíamos una casita
minúscula detrás de la tienda.
—Ni siquiera parece ser el mismo lugar —exclama una voz y me
estremezco. Olivia Greene se encuentra a mi lado, un paraguas negro encima de
la cabeza para proteger su cabello lacio y grisáceo de la lluvia. Mis ojos
atraviesan su piel clara hasta llegar a Marguerite.
—Las ventanas son las mismas
mi smas —comento, volviendo la vista al edificio.
edifici o.
—Son imitaciones —señala, su voz más sombría de lo habitual—. Todo lo
que había antes ya no está.
—Igual que nosotras.
—Nada que viva tanto tiempo
tiem po puede permanecer igual.
—Nada debería vivir tanto tiempo —remarco.
—Pero nosotras lo hemos hecho —agrega, como si fuera un logro del cual
deberíamos estar orgullosas.
—Tal
—Tal vez doscientos años sea suficiente.
Exhala una rápida bocanada de aire por la nariz.
—¿Quieres renunciar a la vida eterna?
—No es eterna —respondo. Marguerite y yo nunca consideramos nuestro
encarcelamiento de la misma manera. Ella lo ve como un rasgo de buena
fortuna, una mano de buena suerte en las cartas, el hecho de que podamos vivir
durante siglos, tal vez indefinidamente. Pero ella no perdió nada el día que nos
ahogaron. Yo sí. Ella no estaba enamorada de un chico que la amaba, no sentía
amor real como el que teníamos Owen y yo. Cada año que pasábamos debajo de
las olas, cada verano en que subíamos otra vez para consumar nuestra venganza
llevándonos a los chicos de Sparrow y adueñándonos de ellos, perdimos una
parte de lo que alguna vez fuimos. Perdimos nuestra humanidad. Yo observé
cómo crecía la crueldad de mis hermanas, se refinaba su habilidad para matar,
hasta que ya me resultaron casi irreconocibles.
Mi maldad también creció, pero no hasta un punto del que no pudiera
regresar. Porque había un hilo que me unía a quien yo solía ser: ese hilo era
Owen. El recuerdo de él evitó que desapareciera por completo en la oscuridad. Y
ahora ese hilo me ata a Bo. Al mundo real, al presente.
—Pasamos la mayor parte de nuestras vidas atrapadas en el mar —digo—.
En medio del frío, la oscuridad y la tristeza. Eso no es una vida real.
—Yoo me abstraigo —comenta apresuradamente en tono de reproche—. Tú
—Y
también deberías hacerlo. Es mejor dormir, dejar que tu mente vague sin rumbo
hasta que llegue el verano.
—No es tan fácil para mí.
—Tú siempre te complicaste
compli caste las cosas.
—¿Qué quieres decir?
—La relación que tienes con ese chico, Bo. Estás demorando lo inevitable.
Mátalo y acaba de una vez.
—No. —Me vuelvo hacia ella, una sombra se ha instalado sobre su rostro
debajo del paraguas en forma de cúpula—. Sé que has intentado atraerlo hacia el
puerto.
Sus ojos brillan, como disfrutando del recuerdo de haber estado a punto de
ahogar al chico que yo quiero.
—Solo quería ayudarte a terminar lo que comenzaste. Si te gusta tanto,
entonces llévalo al mar y lo tendrás para toda la eternidad.
—No lo quiero de esa manera. No qu
quiero
iero que su alm
almaa esté atrapada allí abajo
como la nuestra.
—Entonces, ¿cómo lo quieres?
—Real. Aquí… en la tierra.
tier ra.
Se echa a reír a carcajadas y un hombre y una mujer que pasan caminando se
vuelven para mirarla.
—Eso es absurdo e imposible.
imposi ble. Esta es la última
últi ma noche para hacerlo tuyo.
Sacudo la cabeza.
No lo haré. No soy como tú espeto.
—Tú eres exactamente igual que yo. Somos hermanas. Y eres tan despiadada
como yo.
pesar que,
tierra de latarde
lluvia y el viento,
o temprano, paradeobservar
habría aparecer elenPacífico, anhelando divisar la
el horizonte.
—Solo falta un mes —anunció Aurora una de esas noches mientras las tres
hermanas se encontraban en la proa del barco, apoyadas contra la baranda, las
estrellas girando brillantes encima de ellas, en un cielo claro e infinito—.
¿Pensáis que será como lo imaginamos? —preguntó.
—Yo no creo que importe cómo es, porque será nuestro —reflexionó Hazel
—Yo
—. Un pueblo nuevo y una vida nueva.
Siempre habían anhelado dejar la vida agitada de Nueva York, dejar atrás el
recuerdo constante de su desalmada madre para comenzar de nuevo en una tierra
tan lejana, que podría haber sido la luna. El oeste, un lugar del que se
escuchaban rumores de que era primitivo y brutal. Pero eso era exactamente lo
que querían: un territorio tan desconocido que sus corazones latían con fuerza y
sacóAurora sonrió,
la lengua para sintió
sentir el
el viento salado
sabor del en las
océano, mejillas yun
imaginando cerró los ojos.
perfume que Hazel
oliera
igual que el mar abierto: fresco y limpio.
—Y pase lo que pase —agregó Marguerite—, nunca nos separaremos. Las
tres estaremos siempre juntas.
Las hermanas se inclinaron sobre la barandilla, instando al barco a seguir
adelante mientras se adentraba en la noche, a través de vendavales, fuertes
corrientes y vientos adversos, perseguidas por la luna. Ellas vieron algo en la
vastedad del mar, en la oscuridad, mientras el buque atravesaba como una lanza
el Pacífico: la promesa de algo mejor.
No conocían su destino.
Pero tal vez no habría importado que lo conocieran. Habrían ido de todas
maneras. Tenían que verla, pisar una tierra rica, oscura y toda de ellas. Habían
vivido sin ataduras desde el nacimiento, valientes, intrépidas y salvajes, igual
que esa tierra desconocida e infinita.
No habrían cambiado de rumbo aunque hubieran sabido lo que les esperaba.
Tenían que ir. Era su lugar en el mundo: Sparrow.
Se han formado charcos en el suelo excesivamente mojado y mis pies
golpean contra las tablas de madera retorcidas y arqueadas de la pasarela. Me
dirijo deprisa a la casa principal y me quito las botas con esfuerzo.
Me siento inquieta después de estar con Marguerite, después de regresar del
cementerio, consciente de lo que estoy a punto de hacer. Tengo que calmar mis
nervios antes de ir a la cabaña de Bo.
Camino descalza de un lado a otro por la cocina, entrelazando las manos
nerviosamente. Siento un martilleo dentro de la cabeza, un crujido como si el
cuerpo de Penny ya estuviera intentando liberarse de mí, intentando recobrar el
control. Y hay otra sensación que crece en mi interior: como si tiraran de un hilo
que se encuentra justo en el medio de mi pecho. Ya ha comenzado el lacerante
hormigueo debajo de las uñas, el deseo serpenteando por mi espalda: el mar me
está llamando. Quiere que regrese. Me hace señas; me ruega.
Pero no voy a regresar, ni esta noche ni nunca.
Suena el teléfono de la pared, haciendo crujir los huesos de cada uno de mis
miembros.
Contesto sin siquiera reparar en el movimiento.
—¡Están yendo hacia allí! —chilla Rose desde el otro
ot ro extremo de la línea
línea..
—¿Quiénes? —Mi mente recobra
recobr a la nitidez precipitadamente.
precipita damente.
—Todos… todos están yendo hacia la isla. —La voz aterrada, a punto de
—Todos…
romperse—. Olivia, Davis, Lon y todos los que recibieron el mensaje de texto.
—¿Qué mensaje?
—Olivia dijo
di jo que, este año, la fiesta
fi esta del solsticio de verano se realizará
reali zará en la
isla. Le ha enviado
las palabras: las esesel se
mensaje a todoen
transforman el zetas.
mundo. —Rose
Una vieja está alteradaque
costumbre y arrastra
retorna
sigilosamente.
Escucho que la puerta se cierra de un golpe y casi dejo caer el teléfono. Oigo
el sonido de pasos que se arrastran lentamente por el piso de madera, y luego mi
madre aparece en la puerta de la cocina, la bata floja sobre el pijama gris oscuro,
el cinturón deslizándose por el suelo detrás de ella.
—Viene gente —anuncia, el pulgar y el índice derechos golpeteando al
—Viene
costado del cuerpo—. Vienen todos.
—Sí, vienen —concuerdo.
—Subiré a mi habitación
habitaci ón hasta que todo termine —comenta sin mirarme.
—Lo siento… —le digo, porque no hay mucho que explicar.
Recuerdos de mi verdadera madre —Fiona Swan— me atraviesan en forma
de estremecimiento, como una rápida explosión de imágenes. Era hermosa pero
malvada. Fascinante, astuta y pérfida. Revoloteaba por Nueva York a principios
de 1800 con una atracción contagiosa que los hombres no podían resistir. Los
utilizaba para conseguir dinero, estatus y poder. Mis hermanas y yo nacimos de
tres padres distintos, a los que nunca conocimos. Y cuando yo tenía solo nueve
años, nos abandonó por un hombre que prometió llevársela de inmediato a París:
la ciudad que ella siempre había imaginado que alguna vez sería su hogar. Donde
la adorarían. No sé qué le ocurrió después: si realmente cruzó el Atlántico y
llegó
vividoa elFrancia,
tiempocuándo murió
suficiente o sipara
como tuvoolvidarnos
más hijos.deMis
ellahermanas y yo hemos
casi por completo. Y
cierro los ojos brevemente para aplastar sus recuerdos.
Reconozco en ella una parte de mí: la tristeza que nubla sus ojos, la pena que
ha desanudado los cabos sueltos provocando una maraña en el interior de su
mente. Yo podría ser ella. Podría deslizarme lentamente en la locura y dejar que
se adueñe de mí como ha hecho ella. Transformarme en una sombra.
Ella y yo somos iguales. Ambas perdimos a personas que amábamos. Ambas
fuimos abatidas por este pueblo. Ambas sabemos que el océano quita más de lo
que da.
Desearía poder eliminar su sufrimiento, la pena que se desliza velozmente
detrás de sus ojos. Pero no puedo.
—Lo siento —murmuro—. Siento mucho lo que te ocurrió. Merecías una
vida mejor, muy lejos de aquí. Tarde o temprano, este pueblo destruye a todos.
Como nos destruyó a mis hermanas y a mí. No siempre fuimos así —señalo,
queriendo que comprenda que yo alguna vez fui buena, decente y bondadosa—.
Pero este
merced de lugar destruye
las aguas… los lograremos
nunca corazones escapar
y los arroja al mar. Todos estamos a
de ellas.
Nos quedamos mirándonos, un rayo de luz quebrada cae por la ventana de la
cocina, la verdad se desliza como una fresca brisa de invierno entre nosotras.
—Regresa al agua esta noche —suplica, las lágrimas derramándose por sus
mejillas—. Por favor, devuélvele la vida.
Cruzo los brazos y froto las manos por las mangas del abrigo.
—Pero yo también merezco tener una vida —replico, endureciendo la
mirada.
—Tú ya tuviste una vida. Has tenido la vida más larga que nadie ha tenido.
Por favor.
Le he robado a su hija, a lo único que le quedaba en este mundo —hasta la
cordura la ha abandonado—, pero no puedo renunciar a este cuerpo. Es mi única
oportunidad de tener una vida de verdad. Estoy segura de que puede entenderlo.
Estoy segura de que sabe lo que es estar atrapada, estar dispuesta a hacer
cualquier cosa con tal de escapar, ansiar la normalidad en este pueblo
atormentado y desquiciado. Sentirse finalmente arraigada.
Esta es mi segunda oportunidad y no la voy a dejar escapar.
—Lo lamento —atravieso la cocina, sabiendo que ella no es lo
suficientemente fuerte como para detenerme, corro hacia el pasillo, casi choco
contra una cómoda, y luego cruzo la puerta de la calle.
disparo? Puedes
tranquila, creerme,
como una yo tampoco
buena hermana quiero que me encuentren. Me quedaré
malvada.
Ladeo la cabeza —en este momento, no me resulta graciosa—, pero ella
emite una sonrisa burlona. Entreabro la puerta y dejo entrar una pizca de viento,
que aparta mi pelo oscuro de los hombros. Estoy a punto de salir cuando me
pregunta:
—¿Por qué me estás ayudando?
—Eres mi hermana. —Me trago las palabras, sabiendo que sin importar lo
que Marguerite y ella hayan hecho, siempre serán mis hermanas—. No quiero
que te mueras… al menos no de esta manera.
Cruza los brazos y desvía la vista hacia la ventana.
—Gracias —responde. Y luego, en una voz que me recuerda a Aurora
cuando era más joven, pequeña y dulce, agrega—: ¿Vas a volver antes de
medianoche para dejarme salir?
Asiento y mi mirada se posa en sus fríos ojos azules —como la nieve bajo la
luna—, y, de hermana a hermana, le comunico que no la abandonaré. Y lo único
que espero es poder cumplir la promesa.
desviar la atención de la gente hacia la cabaña de Gigi, pero Heath y ella ya han
cruzado la puerta y caminan deprisa por el sendero hacia la Cabaña del Viejo
Pescador.
Bo me mira y luego sale detrás de mí hacia la fogata.
Olivia nos divisa mientras nos aproximamos y se dirige lentamente hacia
nosotros.
—Bo —exclama con voz cantarina, estirándose para tocarlo, pero le aparto
la mano bruscamente. Se la frota con la otra mano y estira los labios en un gesto
provocador—. Te has vuelto muy protectora, ¿no crees, Penny? —comenta—. Y
quizás también un poco celosa. —Le hace un guiño a Bo, como si estuviera
intentando darme celos de verdad. Pero la mirada de Bo permanece dura y
severa. No la encuentra divertida, no después de lo que le hizo. De hecho, parece
que quisiera asesinarla aquí mismo, delante de todo el mundo.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto.
—Decorando —responde con una inclinación, deslizando un brazo por
encima de la cabeza—. Siempre me ha gustado hacer fiestas… tú lo sabes. —
Claro que lo sé, pero no lo admito.
Detrás de ella, Lola Arthurs y dos de sus amigas están haciendo cubatas en
vasos rojos de plástico sobre una mesa improvisada, hecha con una tabla de
madera apoyada sobre dos macetas vacías. Vierten vodka generosamente en cada
vaso, seguida de un chorro de soda. Han creado un bar completo y la gente se
emborrachará con rapidez.
—¿Por quédeaquí…?
asegurándome ¿Por qué ahas
mirar fijamente traído
través de aOlivia
todos ya llegar
la isla? —leMarguerite,
hasta pregunto,
sus verdaderos ojos no pestañean mientras se posan una y otra vez en Bo. Esta es
la última noche, su última oportunidad. Pero no voy a permitir que se haga con
él.
—Es solo una fiesta —responde con aire de superioridad, sus brillantes ojos
azules resplandecen como si estuviera tentando al destino a que arroje nuestro
secreto estrepitosamente sobre nosotros. Con tanta gente aquí, ¿cómo va a
meterse en el mar sin que nadie se dé cuenta? ¿Cómo puede estar segura de que
no descubrirán a Gigi? Solían encantarte las fiestas. Me guiña el ojo y luego
frunce
verdad,los
quelabios
sepa en un gesto
quién maliciosoNo
soy realmente. y furtivo.
lo va a Ella
decirquiere
en vozque Bosin
alta, descubra la
embargo,
esparcirá indicios moviéndose siempre sobre el filo de la navaja.
—Esto no va a terminar
term inar bien —le susurro a Olivia, mirándola directamente
directa mente a
los ojos y luego penetrando profundamente para concentrar la mirada en el tenue
espejismo de mi hermana, apostado debajo de la piel de Olivia.
—Yaa lo veremos —refuta.
—Y
Un viento se desliza por encima de la isla, impulsando, en apariencia, a un
nuevo grupo de inesperados invitados por la suave pendiente que conduce al
invernadero.
La marea ya estaba alta cuando comenzó la fiesta. Cuando aporrearon
cervezas y el alcohol cayó rápidamente en los estómagos calientes, cuando la
música comenzó a un volumen normal y las conversaciones se mantuvieron sin
hipos ocasionales. Pero cuando la marea empieza a retroceder, la fiesta también.
La gente se tropieza con la fogata y se derrite la goma de la suela de su calzado;
las chicas derraman sus bebidas en los escotes; los chicos vomitan en los pastos
de arena, cerca del muelle. Y Olivia sonríe ampliamente desde su lugar en la
entrada del invernadero, como una reina supervisando una gala realizada en su
honor.
Y al acercarse las diez de la noche, solo dos horas antes de la medianoche,
habrá que tomar decisiones. Asignar sacrificios. Como la Cenicienta, cuando den
las doce toda la magia se desvanecerá y estos cuerpos que habitamos tendrán que
devolverse. O tal vez, si mi plan funciona, me quedaré con este para toda la
eternidad. Nunca antes se ha hecho algo así. Nunca hemos tratado de permanecer
indefinidamente en un cuerpo: yo seré la primera en intentarlo. Cuando la aguja
del reloj pase las doce, no me meteré al agua; resistiré el deseo, el llamado
tentador del mar. Soportaré el dolor que desgarre mi cuerpo; lucharé contra la
transición. Me quedaré en este cuerpo.
Y veré el amanecer como Penny Talbot.
Talbot.
Rose y Heath reaparecieron unos minutos después de ir a ver a Gigi. Ahora
se encuentran junto a Bo y a mí, al lado de la fogata, los ojos de Rose siempre
echando rápidas miradas hacia el sendero que conduce a la Cabaña de Viejo
Pescador. Está nerviosa, tamborilea los dedos contra los muslos, le preocupa que
alguien encuentre a Gigi. Y al igual que nosotros, desearía que todos se
marcharan de la isla y se fueran a sus casas.
Pero la fiesta avanza lentamente. Las chicas atraen a los chicos hacia el
borde del mar, desafiándolos a que se metan al agua en el puerto una última vez
antes de medianoche. En la fiesta Swan, varias semanas antes, eran las chicas las
que se arriesgaban a meterse en el agua, donde las hermanas Swan podían
robarles el cuerpo. Ahora son los chicos los persuadidos a entrar al mar, donde
puede ahogarlos alguna de las hermanas Swan, que esté buscando realizar una
última muerte. Es un juego para ellos.
Pero yodel
magnética puedo sentir
puerto. el balanceo
Quiere del mar,
que regrese; el cambio
quiere que lasde la regresemos.
tres marea, la atracción
Sé que
mis hermanas también lo sienten. Aprieto los dedos en las sienes, intentando
acallarlo, de mantenerlo alejado. Pero por momentos tira de mí con tanta
ferocidad que me mareo.
—Se está haciendo tarde
t arde —comenta Rose a mi lado, marcas de preocupación
ahondan su entrecejo. El final está cerca.
Habrá que sacar a Gigi de la cabaña antes de medianoche para que pueda
regresar furtivamente al mar. Tendré que hacerlo sin que Bo me vea, sin que
nadie me vea.
Y tendré que alejarme, encontrar algún lugar donde estar sola, para combatir
la fuerza creciente de Penny, que comenzará a recuperar su cuerpo a partir de la
medianoche. No puedo ir a la casa principal porque la madre de Penny
escucharía mis aullidos de dolor. Había pensado que podría ocultarme entre las
hileras de árboles del huerto, o tal vez en la costa más lejana de la isla, donde el
rugido de las olas ahogaría mis gritos. Tengo que decidirlo pronto.
Me vuelvo hacia Bo.
Hace un rato le prometí que decidiríamos qué hacer con Gigi antes de
medianoche. Ahora solo queda una hora y tengo que decirle algo, darle alguna
razón por la cual no puede quitarle la vida.
Porque quitar una vida
vida tiene sus consecuencias.
Pero cuando alzo la vista, Bo ya no se encuentra a mi lado. Recorro la
multitud de rostros buscándolo. Pero no se encuentra dentro del círculo de la
fogata. Se ha marchado.
—Mierda —exclamo en voz alta.
¿Hace cuánto tiempo que se ha ido? ¿Cómo no me he dado cuenta de que se
ha machado sigilosamente?
—¿Qué pasa? —pregunta
—pregunt a Rose, quitándose
quit ándose la mano de la boca, porque había
estado mordiéndose una uña.
—Yo…
—Y o… yo creo que Bo ha regresado a su cabaña. Iré a comprobarlo —
miento. No quiero que sepa la verdad, lo que realmente acabo de descubrir: que
ha ido a matar a Gigi. No podía esperar más tiempo, no podía dejar que lo
convenciera de no hacerlo, de modo que se ha ido sin decirme nada.
que Rose le dio para que se pusiera. La mayoría de los chicos no reparan en ella
mientras Gigi avanza apartando a la multitud; ya están demasiado borrachos.
Pero mientras ella serpentea a través de una muchedumbre que va disminuyendo
en número, me doy cuenta de que está buscando algo: a alguien.
Davis y Lon se encuentran justo al otro lado de las puertas del invernadero,
rondando por el sitio donde han colocado los cajones de cerveza y un barril casi
vacío. Gigi los divisa, la boca apretada en una línea dura y decidida, y se vuelve
raudamente hacia ellos. Davis distingue primero su presencia, después la ve Lon
y da un paso hacia atrás. Hoy lleva una de sus camisas más llamativas y
repulsivas: rosa y azul petróleo, con coloridos pavos reales y chicas con faldas
hawaianas. De hecho, es bastante difícil mirarla.
Davis y Lon son los únicos chicos que están en el invernadero y podrían
escapar, salir corriendo por la puerta que se encuentra en el extremo más alejado
de la construcción. Pero parecen estar atontados, paralizados, que es
exactamente como yo me siento.
Rose y Heath, que continúan a mi lado, la observan con la boca ligeramente
abierta.
Gigi se desliza en medio de los dos muchachos agitando las pestañas hacia
Lon e inclinando la cabeza hacia un lado. Luego resbala el dedo alrededor del
borde de su vaso, sonriendo y lamiéndose los labios. El resto del grupo todavía
no tiene la menor idea de lo que está sucediendo, no saben que Gigi ha
reaparecido repentinamente. Al otro lado de la fogata, un grupito de chicas
borrachas ríen ruidosamente y se tambalean hacia atrás, cogidas del brazo. Otro
chico,
labios que
y dase largas
encuentra más cerca
caladas comodelsi invernadero, tiene un cigarrillo
realmente estuviera fumando, entre
pero los
el
cigarrillo ni siquiera está encendido. Está demasiado borracho para percatarse de
lo que ocurre a su alrededor.
Veo que Gigi mueve los labios, pero susurra tan suavemente que no puedo
percibir lo que dice. Su voz se desliza en los oídos de Lon; quiere llevárselo con
ella, una última vida antes de retirarse al mar durante el invierno. Quiere
vengarse de lo que le hicieron Davis y Lon. Después su mirada se desvía
súbitamente hacia Davis y se muerde el labio inferior. Los quiere a ambos.
Pero antes de que pueda rozarle la mejilla con los dedos, él le sujeta la
muñeca y se la retuerce.
—Bruja de mierda —oigo que ruge Davis. Lon ya tiene aspecto de estar
hechizado, la mira, sumiso, como un perro esperando que le digan qué debe
hacer. Pero Davis la ha detenido antes de que se infiltrara a través de las grietas
de su mente—. Sabía que eras una de ellas —exclama con voz lo
suficientemente fuerte como para que podamos oírlo. Se cierne sobre ella, los
hombros anchos y fornidos, el brazo de Gigi inmovilizado al lado del cuerpo.
Pero ella no parece asustada, tuerce el lado izquierdo de la boca en una sonrisa
divertida. Su mirada penetrante se posa en los ojos de Davis y con la mano de él
alrededor de su muñeca, es suficiente para seducirlo y hacer que se enamore
perdidamente de ella. Su expresión se derrite, se vuelve tonta, hasta que sus cejas
gruesas y tupidas se doblan hacia abajo y la suelta. Ella resbala los dedos por su
mandíbula y luego se pone de puntillas. Le roza el oído con los labios,
susurrándole cosas que lo harán suyo.
Y cuando termina, entrelaza los dedos entre las manos de Davis y de Lon y
los conduce hacia el exterior del invernadero. Al pasar zigzagueando delante de
nosotros, alrededor de la fogata, sus ojos se deslizan sobre los míos, pero no me
muevo.
Rose se muestra perpleja. No entiende bien qué está pasando.
—¿Gigi? —exclama cuando los tres se alejan a pasos largos—. ¿Qué estás
haciendo?
—Gracias por salvarme —responde
—r esponde Gigi, el tono insidioso
insi dioso y distante. Ya
Ya está
pensando en el mar, en abandonar el cuerpo de Gigi y formar parte del Pacífico
—. Pero ellos tenían razón en lo que pensaban de mí… —dirige el mentón hacia
Davis y Lon, detenidos obedientemente detrás de ella—. Nos vemos el próximo
verano.
—Gigi, no lo hagas —susurro y sus ojos se desvían abruptamente hacia los
míos. Se encuentran nuestros verdaderos ojos, debajo de estos exteriores
humanos. Hay una advertencia en los de ella, una amenaza que puedo leer en la
expresión de mi hermana: si intento detenerla, si hago algo para impedir que se
lleve a Davis y a Lon, ella revelará quién soy de verdad. Aquí y ahora. Delante
de todos.
Tira de las manos de los dos muchachos, arrastrándolos hacia el muelle. Pero
luego una voz brama desde atrás.
—¡Es Gigi! —miro por encima del hombro y Rose se
s e ha alejado varios pasos
de la fogata, señalando el sendero donde Gigi se ha detenido, Davis y Lon
quietos obedientemente, uno a cada lado de ella.
Los chicos que rodean el fuego interrumpen sus conversaciones casi al
que Se
estáproduce una pausa,
sucediendo, una reacción
las mentes avanzan tardía
a mitaddurante la cual todos
de la velocidad procesan
normal. lo
Y luego
una chica grita:
—¡Tiene a Davis y a Lon!
Como si fuera una coreografía, varios chicos arrojan las cervezas a las llamas
y salen corriendo apresuradamente detrás de Gigi. Saben quién es… al menos
eso creen. Y verla guiando a Davis y a Lon hacia el agua, en la última noche del
solsticio de verano y después de haber desaparecido durante semanas, es prueba
suficiente de que siempre tuvieron razón.
Gigi espera un segundo; su mirada pasea por el grupo y luego regresa a mí al
registrar lo que está sucediendo. Después suelta a Davis y a Lon: no podrá
llevárselos con ella. Ahora tiene que correr. Y corre.
Su cabello rubio tiembla bajo la luz de la luna mientras gira bruscamente por
el sendero que conduce al muelle. Los chicos le gritan al pasar a toda velocidad
unto a Davis y Lon, ambos paralizados ante la conmoción. Y cuando la pequeña
multitud llega al muelle, continúan los gritos y lo que parece ser el sonido de
chicos trepando a los botes en medio de un ruidoso clamor y el rugido de
motores que se encienden. Gigi debe haberse zambullido directamente en el
agua. Era su única salvación.
Tendrá que
hundiéndose nadar;
debajo tendrá
de las aguasque
del esconderse.
puerto, donde O setaldespojará
vez se pondrá a salvo
rápidamente del
cuerpo que robó y pasará otro invierno en el frío y la oscuridad.
Por la mañana, la verdadera Gigi despertará como si saliera de una
borrachera, tal vez flotando en el puerto, obligada a nadar hasta la costa y llegar
a la orilla. En su mente, solo asomarán imágenes borrosas de las últimas
semanas cuando ya no era Gigi Kline sino Aurora Swan. Pero todos sabremos la
verdad.
Y todo esto será así si es que el grupo que la persigue no la atrapa primero.
Rose sacude la cabeza con incredulidad, la mirada fija en el sendero por
donde Gigi huyó, por donde el resto del grupo ha corrido hacia los botes para
ayudar en la búsqueda de Aurora Swan.
Siento una ola de compasión por Rose. Ella pensaba que estaba haciendo lo
correcto al rescatar a Gigi. Pensó que podía ver lo que tenía delante de su rostro
—la verdad—, pero no puede. Está ciega, como todos los habitantes de este
pueblo.
Ni siquiera sabe quién soy yo.
Su mejor amiga se ha transformado en otra persona. Y por una milésima de
segundo, considero la posibilidad de contarle la verdad. Sacármelo de encima de
una vez por todas. Hacer añicos todo su mundo en una sola noche… destrozar su
realidad.
Pero luego recuerdo a Bo.
Él no estaba con Gigi en la cabaña. Después de todo, no fue a matarla.
Y luego me doy cuenta de algo… de que Olivia no está entre el grupo de
chicos. Ni siquiera estaba aquí cuando apareció Gigi.
Ambos han desaparecido.
—¿Adónde vas? —pregunta Rose. Heath, ella y yo somos los últimos que
quedamos junto a la fogata. Todos los demás han ido a perseguir a Gigi.
—A buscar a Bo —respondo—. Vosotros
Vosotros deberíais regresar
regres ar al pueblo.
Ha comenzado a caer una leve llovizna y una pared de nubes negras como
moretones se extiende debajo de las estrellas tapando la luna.
Me acerco a Rose. Espero que esta no sea la última vez que la vea, pero, por
si acaso, le digo:
—Hiciste lo correcto al ayudar a Gigi. No sabías quién
qui én era ella
ell a realmente. —
Quiero que entienda que, aunque se equivocó con Gigi, no debe dudar de sí
misma. Ella quería proteger a Gigi, que estuviera segura, y la admiro por eso.
—Pero debería
deberí a haberme dado cuenta —insiste, sus ojos se vuelven vidriosos
por las lágrimas y se enrojecen sus mejillas. Y en este instante, comprendo que
no puedo decirle quién soy. La destrozaría. Y después de esta noche, si todavía
soy Penny Talbot, continuaré fingiendo ser su mejor amiga. Dejaré que crea que
soy la misma persona con la que creció. Aunque la verdadera Penny Talbot haya
desaparecido… perdida en las fosas de un cuerpo y una mente que yo he robado.
—Por favor —les digo a ella y a Heath—. Regresad al pueblo. Esta noche no
podéis hacer nada más. Gigi se ha ido.
Heath estira el brazo y le toca la mano a Rose. Sabe que es hora de irse.
—No he sido yo. Vi que venía caminando hacia aquí —traga saliva
sali va y aprieta
el cuchillo, sosteniéndolo con firmeza delante de él. La hoja refulge con el agua
de la lluvia—. Supe que era mi única oportunidad. —Así que ha sido Marguerite
quien lo ha atraído a él. Tal vez pensó que podía seducirlo, probarme que, si ella
quería, podía ser suyo. Pero, en cambio, Bo la ha atrapado a ella. Olivia ni
siquiera ha tenido la posibilidad de tocarlo. Y ahora él la va a obligar a saltar.
Parecerá un suicidio, que la dulce y popular Olivia Greene se quitó la vida
arrojándose desde el faro del pueblo.
—Por favor —ruego, aproximándome más a Bo. El mirador se estremece
debajo de mí—. Esto no te va a devolver a tu hermano. —Al oír el comentario,
la expresión de Olivia cambia. Ella no sabía nada acerca del hermano de Bo, que
murió ahogado en la bahía el verano pasado, pero sus ojos se iluminan y sus
labios se curvan en una sonrisa burlona.
—¿Tu hermano? —pregunta inquisitivamente.
—No abras la boca, joder —exclama Bo.
—Tu hermano se ahogó, ¿verdad? —lo provoca.
Apenas logro ver el lado de la cara de Bo: su sien palpita mientras la lluvia
se desliza por su mentón.
—¿Fuiste tú? —pregunta con voz áspera, dando un paso ligero hacia
adelante y apoyando el cuchillo contra el estómago de Olivia. Podría destriparla
aquí mismo si contestara de manera incorrecta. Bo quiere concretar su venganza,
aun cuando implique derramar la sangre de Olivia en vez de obligarla a arrojarse
del faro. Asesinato en lugar de suicidio.
Olivia sonríe otra vez, sus ojos oscilan hacia mí como si estuviera aburrida.
Puede verlo en mi rostro, en el tenso contorno de mi verdadero yo, que se cierne
debajo de la piel de Penny. Marguerite es mi hermana, después de todo. Ella me
conoce, puede ver la verdad mejor que nadie.
—Claro que no —le responde dulcemente
dulcem ente a Bo—. Pero deberías preguntarle
pr eguntarle
a tu novia; tal vez ella sepa quién fue.
Siento que se me hincha el pecho, las costillas se cierran sobre el corazón y
los pulmones, y se me hace difícil tomar aire y bombear sangre hacia el cerebro.
—No
como paralo
quehagas —digo muy suavemente, con la fuerza apenas suficiente
ella oiga.
—Seguramente quieres saber por qué he traído a toda esta gente a tu isla, por
qué quería que se realizara aquí la fiesta de la llegada del solsticio de verano.
No respondo, aunque quiero saberlo.
—Quería que vieras
vi eras que sin importar lo que hiciéramos, sin importar cuántas
veces robemos un cuerpo y finjamos ser parte del pueblo… nunca lo seremos.
Somos sus enemigas. Nos odian. Y si tienen la oportunidad de hacerlo, nos
matarán. —Señala a Bo con la cabeza, como si él fuera la prueba de eso—. Has
estado jugando a tener una casa y una familia demasiado tiempo, has pasado
demasiados veranos en ese cuerpo. Crees que tienes amigos aquí; crees que
podrías construir una vida real en este pueblo. Crees que puedes enamorarte…
como si tuvieras derecho a hacerlo. —Ríe burlonamente alzando la ceja
izquierda. Y aunque la lluvia chorrea por su cara, sigue siendo preciosa—. Pero
solo les gustas porque no saben quién eres realmente. Si lo supieran, te odiarían.
Te despreciarían… te querrían ver muerta —pronuncia esta última palabra como
si tuviera gusto a metal—. Él —desvía rápidamente la mirada hacia Bo—, te
querría muerta.
El cuchillo continúa apretado contra su estómago, pero ella se inclina sobre
él y mira fijamente a Bo.
—Pregúntale a tu novia cuál
cuá l es su verdadero nombre.
Mi corazón se detiene por completo y se me nubla la vista. No. Por favor,
quiero suplicar. No lo hagas. No lo estropees
estropees todo.
—Ella te ha estado mintiendo
mi ntiendo —agrega—. Vamos,
Vamos, pregúntale.
Bo se vuelve solo lo necesario como para mirarme a los ojos. Estoy apoyada
contra la pared del faro, las palmas contra la piedra.
—Eso no cambia nada… —comienzo a decir, intentando impedir que la
verdad aflore a la superficie.
—No cambia ¿qué? —pregunta.
—Lo que siento por ti… lo que tú sientes. Me
M e conoces.
—¿De qué diablos estás hablando?
habl ando?
La sonrisa de suficiencia de Olivia llega a sus ojos. Está disfrutando. Esto es
lo que siempre quiso: que yo me dé cuenta de que no podemos cambiar lo que
somos. Somosen
única manera asesinas.
que unaYhermana
yo nuncaSwan
podrépuede
tener aquedarse
Bo. No realmente
así, en estecon
cuerpo. La
alguien
es ahogándolo, atrapando su alma en el mar.
Bo vendrá
lo que comienza a bajar el cuchillo
a continuación y su
ya se está mirada me
reflejando atraviesa.
en sus ojos. La revelación de
—Me llamo Hazel.
Sacude la cabeza apenas un centímetro. Ahora el cuchillo cae al costado de
su cuerpo, su boca forma una línea dura e inflexible.
—Hazel Swan —admito.
Sus ojos se agitan brevemente, endurece la mandíbula y luego se queda
completamente inmóvil, como si se hubiera convertido en una estatua.
—Debería habértelo dicho antes, pero no sabía cómo. Y luego, cuando me
enteré del motivo por el cual habías venido, supe que me odiarías. Y no pude…
—¿Cuándo? —pregunta con calma.
—¿Cuándo? —repito al no saber a qué se refiere.
—¿Cuándo dejaste de ser Penny Talbot?
Intento tragar saliva pero mi cuerpo rechaza el movimiento, como si el
cuerpo de Penny y el mío estuvieran luchando uno contra otro. Peleando por el
control.
—La primera noche en que nos conocimos. —Aparto un mechón de pelo
mojado
isla. Esade la frente—.
noche, Después
antes del de lasefiesta
amanecer, Swan
despertó en laalplaya,
y bajó Penny
muelle. Parateella
trajo
fueaun
la
sueño. Se metió en el agua y yo poseí su cuerpo.
—Entonces, esa noche en la playa, cuando hablamos junto a la fogata y me
hablaste sobre las hermanas Swan… ¿esa era Penny y no tú?
Asiento.
—Pero todo lo que sucedió después de esa noche… ¿fuiste
¿fuist e tú?
Asiento otra vez.
—Pero tú recordaste haber hablado conmigo en la playa y también cosas
sobre la vida de Penny.
—Yoo absorbo los recuerdos de los cuerpos que habito. Sé todo sobre Penny.
—Y
Allí fue ella esta mañana… a ver su tumba —lo dice como una acusación, como
si yo hubiera traicionado a Bo con ese simple acto. Y tal vez ha sido así. Pero no
es la peor ofensa, ni de lejos.
Bo parece
pecho, aturdido.
lo hubiera Me observa
despedazado con como si le hubiera
los dedos arrancado
y triturado el corazón
hasta que del
ha dejado
latir.
Donde alguna vez vio a una chica, ahora ve a un monstruo.
—No ha sido así —exclamo—. He ido a despedirme. —Pero mis palabras
suenan débiles e inútiles. Ya no significan nada. No para él.
—Así que ya ves, Bo —continúa Olivia, el cabello arremolinándose
arremoli nándose sobre su
rostro, Marguerite Swan riendo y balanceándose debajo de su piel como si
estuviera suspendida en el aire—. Tu dulce Penny no es quien dice ser. Es una
asesina como yo, como Aurora… sus hermanas. Y solo regresa a esta isla porque
le recuerda al muchacho que alguna vez amó. Y si piensas que ella te importa,
incluso que la amas, tal vez te convendría evaluar que es una de las hermanas
Swan, y lo que nosotras hacemos es seducir chicos. Es probable que la quieras
solo porque ella te lanzó un hechizo para que creas que es así. No es real. —
Olivia se pasa la lengua por los labios.
—Eso no es cierto —grito.
—grit o.
—¿No lo es? Tal vez deberías hablarle de su hermano. Cuéntale lo buena que
eres seduciendo a incautos forasteros.
Se me aflojan las rodillas y clavo las uñas en la pared del faro para evitar
desplomarme. No puedo continuar.
continuar.
—¿Cómo se llamaba tu hermano? —inquiere Olivia—. No tiene
importancia. Estoy segura de que os parecéis, ¿y cómo podía Hazel resistir la
posibilidad de seducir a dos hermanos? Es realmente perfecto.
—Ya basta —exclamo, pero Bo ha retrocedido hacia la baranda, que
—Ya
repiquetea debajo de él. Tiene el pelo empapado, la ropa empapada. Todos
damos la sensación de haber estado nadando en el océano, mojados, los tres
encerrados en este mirador, atrapados por el viento y el destino que nos ha traído
hasta aquí. Siglos de engaño que ahora me desgarran. La verdad es más dolorosa
que nada que haya sentido alguna vez. Incluso más dolorosa que ahogarme.
—¿Fuiste tú? —pregunta Bo, y por la forma en que lo dice, es como si
acabara de clavarme el cuchillo en medio del estómago.
—¿Esta
también es la—Sus
Olivia? razónojos
porseladesvían
cual podías ver yloluego
hacia ella que regresan
Gigi era arealmente,
mí, como siy
estuviera tratando de ver lo que hay en nuestro interior—. ¿Podías verlas porque
eres una de ellas?
—Bo —murmuro en tono de súplica, con un hilo de voz.
—Tú ahogaste a mi hermano —afirma mientras avanza con rapidez y
presiona su cuerpo contra el mío. Su respiración es baja y superficial, y lleva el
cuchillo a mi garganta, apoyándolo justo debajo del mentón. Mis párpados
tiemblan e inclino la cabeza contra la pared. Sus ojos me arrasan violentamente.
No con deseo sino con rabia. Y siento en la furia que late en su mirada, en las
yemas de los dedos que sostienen el cuchillo, que quiere matarme.
Los ojos de Olivia se mueven raudamente hacia la puerta. Esta es su
oportunidad de escapar. Pero, por alguna razón, se queda. Tal vez quiere ver
cómo Bo me corta la garganta. O tal vez solo quiere ver cómo se desarrolla la
situación.
—¿A cuántos has matado este año? —pregunta, como si estuviera buscando
otra razón para deslizar la hoja a través de mi garganta y dejar que la vida se
escurra fuera de mí.
—A ninguno —mascullo.
—¿Mi hermano fue el último?
Asiento, apenas.
—¿Por qué?
—No quiero ser esa persona nunca más —mi voz es un susurro.
—Pero esa eres tú —espeta.
—espet a.
—No —niego con la cabeza—. No lo ssoy oy.. No puedo hacerlo más. No quiero.
Quiero una vida diferente. Una vida contigo.
—No hagas eso —murmura.
Intento aclararme la garganta, pero tiemblo demasiado.
—No actúes como si yo te hubiera cambiado. No actúes como si yo te
importara —dice—. No puedo confiar en nada de lo que has dicho. Ni siquiera
puedo confiar en lo que siento por ti. —Estas últimas palabras son las que más
me lastiman y hago una mueca de dolor. Cree que lo obligué a quererme, que lo
seduje igual que Olivia—. Me mentiste en todo.
—No en todo —intento decir, pero él no quiere
qui ere oírlo.
Aparta el cuchillo de mi garganta.
—No quiero escuchar nada más. —Sus ojos parecen de piedra, están teñidos
teñido s
de odio ante lo que yo soy. Los míos suplican perdón. Pero ya es demasiado
tarde para eso. Yo maté a su hermano. No hay nada más que decir.
Me convertí en su enemiga. Y ahora se aleja de mí, enfadado.
Y justo cuando el haz de luz del faro pasa por encima de su rostro, se da la
vuelta. La lluvia golpeándole la espalda, se agacha por debajo de la puerta y
entra en el faro.
Su sombra se mueve por la cúpula de la linterna y desaparece escaleras
abajo.
—Él no te quiere, Hazel —comenta Olivia, como para consolarme—.
Amaba a la chica que pensaba que eras. Pero le mentiste.
—Esto es por tu culpa. Tú lo has provocado.
—No. Tú lo has provocado. Pensabas que podrías ser como ellos, humana,
pero nosotras llevamos doscientos años muertas y nada podrá cambiar eso. Ni
siquiera un chico al que crees que amas.
—¿Cómo diablos puedes saberlo? Tú nunca quisiste de verdad a nadie en
toda tu vida. Solo a ti misma. No quiero ser una desgraciada como tú, atrapada
en ese puerto para toda la eternidad.
—Eshacia
camina demasiado tardeen—repone.
el timón, la popa El
del motor
barco.auxiliar
Suena ruge suavemente
exactamente comoy el
él
recuerdo que tengo de tres años atrás: una ligera explosión mientras el viento
sopla ansiando inflar las velas una vez que el velero llegue a mar abierto y pueda
sujetar los vientos del Pacífico.
—Por favor —le ruego, pero el barco se aparta del muelle y comienza a
deslizarse hacia adelante. Lo sigo hasta que se acaba el muelle, y después ya no
tengo alternativa. Sesenta centímetros me separan de la popa del velero, donde
se lee Windsong escrito en letras azules. Un metro. Un metro veinte. Salto, mis
piernas me impulsan hacia adelante, pero me quedo un poco corta. Mi pecho
choca contra el flanco del barco, el dolor me atraviesa las costillas como una
lanza y mis manos buscan desesperadamente algo donde afirmarse para no caer
al agua. Encuentro una cornamusa y la sujeto con los dedos. Pero es resbaladiza
y los dedos comienzan a ceder mientras el agua salpica contra la parte posterior
de mis piernas.
Luego las manos de Bo aprietan mis brazos y tiran de mí hacia arriba. Jadeo
y me toco el lado izquierdo con la mano al tiempo que el dolor estalla en mis
costillas con cada respiración. Bo está a solo centímetros de mí, sosteniéndome
del brazo derecho. Lo miro a los ojos, esperando que me vea a mí, a la chica que
está detrás. La chica que él conoció estas últimas semanas. Pero me suelta el
brazo y se aleja hacia el timón.
—No deberías haber hecho eso.
—Necesitaba hablar contigo.
—No queda nada por decir.
Vira el barco no hacia la marina sino hacia el mar, derecho hacia la tormenta.
—¿No vas al pueblo?
—No.
—¿Vas
—¿Vas a robar un velero?
—Lo cojo prestado. Solo hasta que llegue al próximo puerto costero. No
quiero volver a ver a ese maldito pueblo de mierda.
Me llevo los dedos a las costillas y hago un gesto de dolor. Debo tener
alguna contusión. O tal vez me haya roto alguna costilla.
El velero vira hacia el costado, tenemos viento en contra, pero me arrastro
hacia
el ojo donde se encuentra
de la tormenta. Bo aferrando
La marea con
crece; las fuerza
olas el timón,
se estrellan pormaniobrando
encima de lahacia
proa
y se deslizan por los flancos del barco. No deberíamos haber salido con esta
tormenta.
—Bo —exclamo y esta vez me mira de verdad—. Necesito que sepas… —
Mi cuerpo tiembla de frío, de saber que voy a perder todo lo que pensaba que
tenía—. Yo no te obligué a quererme. No hice que me amaras mediante un
engaño. Lo que sentiste por mí era real —lo digo en pasado, sabiendo que es
probable que lo que haya sentido por mí ya haya desaparecido—. No soy el
monstruo que crees
cr ees que soy.
anterior. Ya se estaba enamorando de ti. Ella vio algo que la hizo confiar en ti.
Pero yo ya estaba en su cuerpo y tú estabas en la isla: el chico que ella trajo a
través del puerto y permitió que se quedara en la cabaña. Y por alguna razón yo
también confié en ti. Era la primera vez que confiaba en alguien en doscientos
años. —Me seco una catarata de lágrimas con el dorso de la mano—. Podría
haberte matado. Podría haberte ahogado el primer día. Pero, por alguna razón,
quise protegerte, mantenerte a salvo. Quería volver a sentir algo por alguien…
por ti. Necesitaba saber si mi corazón no estaba completamente muerto, que
existía una parte de mí que todavía era humana… que todavía podía enamorarse.
La lluvia y el agua del mar se derraman por los duros rasgos de su rostro.
Está escuchando, aunque no quiera.
—Nadie debería vivir tanto tiempo como yo —señalo—. Obteniendo
solamente fugaces destellos de lo que es una vida real cada verano, atormentada
el resto
mis del tiempo
doscientos años,porenoscuras ensoñaciones.
el fondo del mar, un Pasé allá abajo
fantasma… unalaaparición
mayor parte
que de
se
mueve con la marea, esperando volver a respirar aire otra vez. No puedo regresar
allí.
Ni viva… ni muerta. Un fantasma atrapado mientras transcurren los meses,
cada hora, cada segundo.
—Entonces, ¿te vas a quedar para siempre con ese cuerpo? —pregunta,
entornando los ojos hacia la tormenta mientras nos acercamos al final del cabo y
navegamos hacia mar abierto.
—Ahora no estoy segura de lo
l o que quiero.
—Pero lo has robado —insiste
—insi ste en tono cortante—. No te pertenece.
—Lo sé. —No hay justificación para desear quedarme con este cuerpo. Es
egoísta y es un asesinato. Estaría matando a la verdadera Penny Talbot,
aplastándola como si nunca hubiera existido. Yo quería pensar que era una
persona distinta gracias a Bo, porque no había matado este verano. Pero soy
exactamente la misma que he sido durante los últimos doscientos años. Quiero
algo que no puedo tener. Soy una ladrona de cuerpos y almas. ¿Pero cuándo me
detendré? ¿Cuándo será suficiente el tormento que inflija sobre este pueblo?
¿Cuándo se saciará mi venganza?
Penny merece una vida plena. La vida que yo no pude tener. Y en una
estrepitosa revelación, lo descubro: no puedo arrebatársela.
Todos mis pensamientos brotan al mismo tiempo, un diluvio de recuerdos.
—Yoosin
—Y
el ceño, solo he estado
saber bien a una
quévez
me en esterefiriendo—.
estoy velero antes
an tes El
de primer
hoy —le cuento.
verano queFrunce
Frposeí
unce
el cuerpo de Penny, su padre sospechaba de mí. Él descubrió quién era. Creo que
es por eso que reunió todos esos libros en tu cabaña: estaba buscando una
manera de deshacerse de mí sin matar a su hija, igual que tú la estabas buscando.
A excepción que él encontró una manera. —Bo vira el barco hacia el sur y el
viento también cambia de dirección, golpeándonos desde estribor—. Ese verano
—prosigo— se marchó de casa una noche después de cenar y bajó al muelle. Yo
lo seguí. Dijo que sacaría el velero y me preguntó si quería acompañarlo. Algo
no iba bien. Estaba raro —inquiero—, pero yo fui porque eso era lo que Penny
habría hecho. Y estaba fingiendo ser ella por primera vez. No navegamos muy
lejos, solo pasamos el cabo, cuando me contó la verdad. Me dijo que sabía quién
era yo —una de las hermanas Swan— y que me daba la posibilidad de elegir. Él
había encontrado una forma de matarme sin destrozar el cuerpo que yo habitaba,
el cuerpo de Penny. Lo había descubierto en uno de sus libros. Pero implicaba un
sacrificio. —Tomo una pequeña bocanada de aire, encontrando las palabras
alojadas en el fondo de mi garganta—. Si me zambullía en el mar —relato,
tratando de mantener la voz firme— y me ahogaba otra vez, como hice hace
doscientos años, yo moriría pero Penny no. Tenía que repetir mi muerte. Y él
creía que eso también mataría a mis hermanas, que rompería la maldición de
manera efectiva. Y jamás regresaríamos a Sparrow.
Bo vuelve la cabeza para mirarme, las manos con los nudillos blancos
aferradas al timón, luchando para impedir que salgamos volando hasta la orilla o
nos demos vuelta por completo.
—Pero no lo hiciste.
Niego con la cabeza.
Y luego me hace la pregunta que yo sabía que llegaría.
—¿Qué le sucedió al padre de Penny?
—Pensé que me arrojaría
arroja ría al mar, que me obligaría a hacerlo. Se acercó a mí,
así que agarré el gancho de amarre y… y le golpeé con él. Se tambaleó por un
instante, perdió el equilibrio mientras el barco se balanceaba con cada ola. —El
recuerdo me ahoga. Todavía deseo poder volver atrás y deshacer lo sucedido esa
noche. Porque Penny perdió a su padre y su madre perdió a su marido—. Se
Deberíavivo
estaría habery cambiado
tú nunca el curso venido
habrías de los acontecimientos.
aquí. Fui egoístaEntonces, tu hermanoy
en ese momento,
cobarde. Pero ya no lo soy.
—¿De qué estás hablando? —Suelta
—Suelt a una mano del timón.
—Voy
—Voy a darte lo que quieres:
quier es: tu venganza.
Me aparto de él y camino hacia el lado de estribor del velero. Tengo el mar
frente a mí, mi tumba: el lugar en donde debo estar. Se perdieron vidas. Se
produjeron innumerables muertes. Todo comenzó con mis hermanas y yo cuando
nos ahogaron en el puerto hace tantos años, pero nosotras causamos mucho más
sufrimiento del que se pueda imaginar.
—¿Qué estás haciendo? —La voz de Bo aún es dura, pero percibo una pizca
de incertidumbre en ella.
—Yo quería quedarme en este cuerpo y vivir esta vida… contigo. Pero ahora
—Yo
sé que no puedo… por muchas razones. Tú nunca podrás quererme sabiendo lo
que hice, lo que soy. Siento mucho lo de tu hermano. Desearía poder volver atrás
y deshacerlo. Desearía poder reparar la mayoría de las cosas que he hecho. Pero
al menos ahora puedo hacer que todo esto termine. Corregir todo lo malo. —
Cierro los ojos brevemente y lleno de aire los pulmones.
—Penny —dice, un nombre que no es mío. Se aleja del timón, el motor
continúa rugiendo, el barco golpeando contra las olas sin un capitán para
pilotearlo. No me toca. Pero se detiene frente a mí, balanceándose de un lado a
otro con el movimiento del velero—. Hazel —corrige, pero sigue existiendo un
parte de élsoy
soy. Solo también meque
la chica ama. Peroano
ahogó supuede ver más
hermano… allá de
y nada lo que ahora sabe que
más.
Al ver que no habla, echo un vistazo hacia el timón, donde hay un pequeño
reloj encastrado en el tablero. Las once cuarenta y ocho, faltan solo doce
minutos para la medianoche, y entonces será demasiado tarde. No puedo
permanecer en este cuerpo, ya no. No puedo sustraer otra vida. Pero si me
sumerjo en el mar helado, si no permito que mi alma escape, sino que, en su
lugar, dejo que este cuerpo se ahogue conmigo dentro, yo seré la que muera. No
Penny. Me ahogaré igual que lo hice hace dos siglos. Y, con suerte, si el padre de
Penny estaba en lo cierto, ella sobrevivirá.
—Enhacia
mi pelo años anteriores, cuando retornamos
atrás—, abandonamos al marrobados
los cuerpos —explico,
antesel de
viento
que volando
el reloj
llegara a las doce. Pero pienso que, para que esto funcione, el cuerpo de Penny
tiene que ahogarse conmigo adentro. Yo moriré, pero ella podrá regresar. Tú
tendrás que salvarla. Yo moriré, pero ella vivirá.
Me atraviesa con la mirada, como si no quisiera creer lo que estoy diciendo.
Me vuelvo hacia la baranda. El mar me salpica la cara, el cielo oscuro como
un funeral. Este será mi último suspiro. Mi último vistazo de la vida que podría