Está en la página 1de 240

Argentina – Chile – Colombia – España

Estados Unidos – México – Perú – Uruguay


Título original: The Wicked Deep
Editor original: Simon Pulse, an imprint of Simon & Schuster Children’
Children’ss Publishing Division, New
York
Traducción:
Traducción: Silvina Poch
1.ª edición: septiembre 2018

Reservados
escrita todos losdelderechos.
de los titulares Queda
copyright, bajo rigurosamente
las sanciones prohibida, sinenla las
establecidas autorización
leyes, la
reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la
reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante
alquiler o préstamo públicos.
Text copyright © 2018 by Shea Ernshaw
Jacket illustration copyright © 2018 by Lisa Perrin
All Rights Reserved
© de la traducción 2018 by Silvina Poch
© 2018 by Ediciones Uran
Urano,
o, S.A.U.
Plaza de los Reyes Magos 8, piso 1.º C y D – 28007 Madrid
www.mundopuck.com
ISBN: 978-84-17312-44-2
Fotocomposición: Ediciones Urano, S.A.U.
Para mis padres, por alentar mi audaz imaginación.
Si existe magia en este planeta, se encuentra contenida en agua.
Loren Eiseley
El mar
En 1822, tres hermanas llegaron a Sparrow, Oregón, a bordo del Lady Astor,
un barco que comerciaba pieles, que se hundió ese mismo año en el puerto, cerca
del cabo.
Fueron de las primeras personas en instalarse en el pueblo costero que se
había fundado poco tiempo atrás, y se aventuraron en las nuevas tierras como
aves de patas finas, ondulado cabello castaño claro y piel de porcelana. Eran
hermosas, demasiado hermosas, diría más tarde la gente del pueblo. Marguerite,
Aurora y Hazel se enamoraban a menudo y, en general, de los hombres
equivocados: aquellos cuyos corazones ya pertenecían a otras mujeres. Eran
coquetas, seductoras y los hombres las encontraban irresistibles.
Pero los habitantes de Sparrow consideraron que las hermanas eran mucho
más que eso: creyeron que eran brujas, que hechizaban a los hombres para
volverlos infieles.
De modo que, a finales de junio, cuando la luna no era más que una fina
línea en el cielo encapotado, amarraron piedras a los talones de las tres hermanas
y las arrojaron al océano, cerca del cabo, donde se hundieron hasta el fondo y se
ahogaron. Igual que el barco en el que llegaron.
Tengo una vieja fotografía en blanco y negro, tomada en la década de 1920,
de una mujer de un circo itinerante flotando en una enorme pecera llena de agua,
el pelo rubio extendido alrededor de la cabeza, las piernas escondidas debajo de
una falsa cola de sirena hecha de tela e hilos metálicos imitando escamas. Es
etérea y angelical, sus labios delgados están apretados con fuerza mientras
contiene la respiración bajo el agua helada. Hay muchos hombres delante de la
pecera de cristal, observándola como si fuera real, fácilmente engañados por el
espectáculo.
Recuerdo esta fotografía cada vez que llega la primavera y comienzan a
circular murmullos por el pueblo de Sparrow sobre las tres hermanas a las que
ahogaron cerca de la entrada del puerto, pasando Lumiere Island, donde vivo con
mi madre. Me imagino a las tres hermanas flotando en las sombras oscuras como
delicadas siluetas fantasmales, debajo del agua, volubles y conservadas como la
sirena del circo. ¿Lucharon para no hundirse cuando las arrojaron a las
profundidades del mar, o dejaron que el peso de las piedras las hiciera descender
velozmente hasta el fondo frío y rocoso del Pacífico?
Una neblina matinal, húmeda y sombría, se desliza por encima del océano
entre Lumiere Island y el pueblo de Sparrow. El agua está en calma mientras
bajo hacia el muelle y comienzo a desamarrar la embarcación: un bote de fondo
recto, con dos asientos y un motor fueraborda. No es ideal para maniobrar en
medio de tormentas y vendavales, pero sirve para ir y volver del pueblo. Otis y
Olga, dos gatos atigrados de color anaranjado que aparecieron misteriosamente
en la isla dos años atrás, me siguen hasta el agua maullando a mis espaldas,
como si lamentaran mi partida. Me marcho todos los días a esta hora y recorro la
bahía antes de que suene la campana que anuncia la primera hora de clase —
Economía Global, una asignatura que nunca utilizaré— y todas las mañanas me
acompañan hasta el muelle.
El rayo de luz intermitente del faro se desliza por encima de la isla y, por un
momento, se arrastra sobre una silueta que se encuentra sobre el acantilado de la
rocosa costa occidental: mi madre. Los brazos cruzados sobre el grueso jersey
color beige que ciñe su frágil figura, observa la inmensidad del océano como
todas las mañanas, esperando a alguien que jamás regresará: mi padre.
Olga se frota contra mis vaqueros, arquea su lomo huesudo y deja quieta la
cola, para persuadirme de que la alce, pero no tengo tiempo. Levanto la capucha
del piloto,y me
arranca, suboconduzco
luego al bote y la
tiroembarcación
del cordel del motor,
hacia que chisporrotea
la neblina. No puedohasta
verque
la
costa ni el pueblo a través de la densa capa de humedad, pero sé que está allí.
Mástiles altos y aserrados se elevan del agua como espadas, minas terrestres,
naufragios de años anteriores. Si no conocieras el camino, podrías chocar contra
los restos de por lo menos media docena de barcos hundidos, que todavía
acechan en estas aguas. Debajo de mí, hay una telaraña de metal recubierta de
moluscos, eslabones de cadenas oxidadas que están extendidas sobre proas
destrozadas y peces que convierten a los deteriorados ojos de buey en sus
hogares, los aparejos carcomidos tiempo atrás por el agua salada. Es un
cementerio
lentamente de barcos.del
a través Pero al igual
lóbrego que los
vapor pescadores
hacia del pueblo
mar abierto, que avanzan
yo también puedo
abrirme paso por la bahía con los ojos cerrados por el frío. Aquí el agua es
profunda. Inmensos barcos solían traer provisiones a este puerto, pero ya no
ocurre. Ahora solo se ven pequeños botes de pesca y barcas turísticas
recorriendo la bahía con sus ruidosos motores. Estas aguas están malditas,
siguen diciendo los pescadores… y tienen razón.
El bote choca contra el lado del muelle once, atracadero número cuatro,
donde amarro la embarcación mientras estoy en clase. La mayoría de los chicos
de diecisiete años tienen carné de conducir y coches oxidados de segunda mano
o heredados de hermanos mayores. Yo, en cambio, tengo un bote. Y no necesito
un coche.
Me cuelgo el bolso de lona por encima del hombro, cargado de libros
pesados, y subo al trote las calles grises y resbaladizas que me llevan hasta el
instituto. Enclavado entre el mar y las montañas, el pueblo se construyó en la
intersección de dos cadenas de sierras, por lo tanto, los aludes de lodo son muy
comunes. Algún día, Sparrow desaparecerá por completo. Será arrastrado dentro
del agua y sepultado debajo de doce metros de lluvia y cieno. Aquí no hay
cadenas de comida rápida ni centros comerciales ni cines, tampoco Starbucks…
aunque sí tenemos una cafetería donde se puede hacer pedidos desde el coche.
Nuestro pequeño pueblo está protegido del mundo exterior, atrapado en el
tiempo. Tenemos una gigantesca población de dos mil veinticuatro habitantes.
Pero ese número aumenta enormemente todos los años el uno de junio, cuando
los turistas convergen en el pueblo y se apoderan de todo.
Rose se encuentra en la pendiente del jardín delantero del instituto,
escribiendo en su teléfono móvil. Su indómito pelo color rojo canela se levanta
en rizos indomables que ella detesta. Pero siempre he envidiado la forma vivaz
en quey sucastaño
lacio pelo noespuede dominarse
imposible ni atarse de
convencerlo ni sujetarse,
que quedemientras quede
arreglado a mi pelo
alguna
manera alegre y dinámica… y mirad que lo he intentado. Pero mi pelo lacio
nunca dejará de ser lacio.
—¿No me vas a abandonar esta noche, verdad? —me pregunta al verme,
arqueando las cejas y dejando caer el móvil en la mochila, que alguna vez fue
blanca y ahora está garabateada con marcadores de tinta indeleble y colores
vivos, de modo que actualmente es un collage de remolinos de color azul oscuro,
verde inglés y rosa: coloridos grafitis que no han dejado espacio sin colorear.
Rose quiere ser artista… Rose es artista. Está decidida a mudarse a Seattle y
asistir
semanas al que
Instituto de Arte
no quiere cuando
ir sola, quenos
yo graduemos. Y ella
debería ir con me recuerda casi todas las
y ser su compañera de
habitación. Una conversación que llevo evitando hábilmente desde primer curso.
Y no es que no quiera escapar de este pueblo horrible y lluvioso, porque sí
quiero. Pero me siento aprisionada, una carga de responsabilidad está instalada
firmemente sobre mí. No puedo dejar a mi madre completamente sola en la isla.
Yo soy todo lo que tiene, lo único que la mantiene conectada con la realidad. Y
tal vez sea una estupidez —hasta ingenuo—, pero también tengo esperanza de
que mi padre regrese algún día, que aparezca mágicamente en el muelle y
camine hasta la casa como si no hubiera pasado el tiempo. Y tengo que estar aquí
en caso de que eso suceda.
Pero mientras nuestro penúltimo año escolar llega a su fin y el último se
aproxima, me veo obligada a considerar cómo será el resto de mi vida y que tal
vez mi futuro esté aquí mismo, en Sparrow. Es probable que nunca me marche
de este lugar. Es probable que esté atrapada aquí.
Permaneceré en la isla leyendo la suerte en las hojas de té, depositadas en el
fondo de tazas blancas de porcelana, como solía hacer mi madre antes de que
papá desapareciera y no regresara jamás. Los lugareños conducían sus botes por
el muelle, a veces en secreto bajo una luna fantasmal, a veces en la mitad del día
porque tenían una pregunta urgente que necesitaba respuesta, y se sentaban en la
cocina, golpeteando los dedos contra la tapa de madera de la mesa, esperando
que mamá les adivinase el destino. Y después le dejaban billetes doblados,
arrugados o aplastados en la mesa antes de marcharse. Mamá escondía el dinero
en una lata de harina que guardaba en un estante, al lado de la chimenea. Y tal
vez esa sea la vida que me espera: sentarme a la mesa de la cocina mientras el
dulce aroma del té de manzanilla, lavanda y naranja se instala en mi pelo,
deslizando el dedo por el borde de una taza y descubriendo mensajes en el
caótico remolino de las hojas.
Muchas veces he vislumbrado mi propio futuro en esas hojas: un chico que
llega volando por el mar y naufraga en la isla. El corazón latiéndole
violentamente en el pecho, la piel hecha de viento y arena. Y mi corazón incapaz
de resistir. Es el mismo futuro que he visto en todas las tazas de té desde los
cinco años, cuando mamá me enseñó por primera vez a descifrar las hebras. «Tu
destino se encuentra en el fondo de una taza de té», me había susurrado a
menudo antes de mandarme a la cama. Y la idea de ese futuro se agita dentro de
mí cada vez que pienso en abandonar Sparrow: como si la isla me atrajera hacia
ella, como si mi destino estuviera arraigado aquí.
—No es abandonarte si nunca dije que iría —respondo a la pregunta de
Rose.
—No permitiré que te pierdas otra fiesta
f iesta Swan. —Desplaza la
l a cadera hacia el
lado y enlaza el pulgar derecho alrededor de la correa de la mochila—. El año
pasado tuve que quedarme hablando con Hannah Potts hasta el amanecer y no
volveré a hacerlo.
—Lo pensaré —señalo. La fiesta Swan siempre ha marcado dos cosas: el
comienzo de la temporada Swan y el final de las fiestas de la conclusión del año
escolar. Es una celebración impulsada por el alcohol, que es una extraña
combinación de emoción por no tener más clases ni profesores ni exámenes
sorpresa, mezclada con el inminente terror que produce la temporada Swan.
Como de costumbre, todos se emborrachan tanto que después no recuerdan nada
de lo sucedido.
—Piensa menos y haz más. Cuando le das vueltas a las cosas demasiado
tiempo, siempre te convences de no hacerlas. —Rose tiene razón. Me gustaría
querer ir… Me gustaría que me sintiera atraída por las fiestas en la playa, pero
nunca me siento cómoda en esos lugares: soy la chica que vive en Lumiere
Island, cuya madre enloqueció y cuyo padre desapareció, y que nunca se queda
en el pueblo con sus compañeros después del instituto. Que prefiere pasar la
noche leyendo las tablas de las mareas y observando la lenta llegada de los
barcos al puerto en vez de bebiendo cervezas sin parar con gente que apenas
conoce.
—Ni siquiera tienes que disfrazarte si no quieres —agrega. De todas
maneras, disfrazarme nunca estuvo en mis planes. A diferencia de la mayoría de
los habitantes de Sparrow, que guardan en el fondo del armario un disfraz de
principios de 1800 listo para usar en la fiesta anual de las hermanas Swan, yo no
tengo ninguno.
Suena el timbre de la primera hora de clase y seguimos al desfile de alumnos
a través de las puertas del instituto. El vestíbulo huele a cera para suelo y a
madera podrida. Los ventanales son de un solo cristal y no son herméticos, y el
viento los hace repiquetear todas las tardes. Las lámparas zumban y parpadean.
Ninguna de las taquillas cierran porque los cimientos se han desplazado varios
grados del centro. Si yo hubiera conocido otro pueblo, otro instituto, es probable
que este lugar me pareciera deprimente. Pero, en cambio, la lluvia que se filtra
durante las tormentas de invierno por el techo y gotea sobre los escritorios y los
sueños de los pasillos me resulta familiar. Es como estar en mi casa.
Rose y yo no estamos juntas durante la primera hora, de modo que
caminamos hasta el final del hall A y luego nos detenemos al lado del baño de
mujeres antes de separarnos.
—Es que no sé qué le diré a mi madre —comento, rascando los restos de
pintura de uñas Bombardeo de Arándanos del pulgar izquierdo, que Rose me
obligó a pintarme hace dos semanas durante una de nuestras noches de cine en
su casa, cuando decidió que, para integrarse seriamente dentro de la carrera de
Arte en Seattle, tenía que ver las películas de Alfred Hitchcock. Como si las
películas de miedo en blanco y negro fueran a consagrarla por alguna misteriosa
razón como una artista seria.
—Dile que irás a una fiesta… que en realidad tienes una vida propia. O
escápate en secreto. Es probable que ni siquiera note que te has ido.
Me muerdo la comisura del labio y dejo de rascarme la uña. La verdad es que
dejar a mi madre sola, aunque sea solo por una noche, me deja intranquila. ¿Qué
pasaría si se despertase en medio de la noche y descubriese que no estoy
durmiendo en mi cama? ¿Podría pensar que he desaparecido igual que mi padre?
¿Saldría a buscarme? ¿Haría algo temerario y estúpido?
—De todas maneras, está encerrada en esa isla —agrega Rose—. ¿A dónde
podría ir? Tampoco
quedamos es que
mirándonos: que se
se vaya
meta acaminado
meter en en
el el
mar.
mar—Hace una pausaloy que
es precisamente nos
temo—. Lo que quiero decir —se corrige— es que no creo que suceda nada por
dejarla sola una noche. Y estarás de regreso en cuanto amanezca.
Echo una mirada por el hall hacia la puerta del aula de la primera hora de
Economía Global, donde prácticamente todos están ya en sus asientos. El
profesor Gratton se encuentra en el escritorio, golpeteando un bolígrafo sobre
una pila de hojas, esperando que suene el último timbre.
—Por favor —ruega Rose—. Es la noche más importante del año y no quiero
ser la perdedora que va sola otra vez. —Un ligero ceceo se extiende por encima
de la palabra sola. Cuando Rose era más joven, ceceaba. Todas sus eses sonaban
como la zeta española. En primaria, los chicos se burlaban de ella cada vez que
una profesora le pedía que hablara en alto delante de toda la clase. Pero después
de visitas regulares a una logopeda de Newport tres veces por semana, durante
los primeros años de secundaria, fue como si saliera de su cuerpo viejo
repentinamente y entrara en uno nuevo. Mi mejor amiga torpe y ceceante volvió
a nacer: segura y valiente. Y aunque su aspecto no cambió realmente, ahora de
ella emanaba una
irreconocible, hermosa
mientras quey exótica especie deexactamente
yo permanecía ser humano que
igual.meTengo
resultaba
la
sensación de que algún día ni siquiera recordaremos por qué éramos amigas. Se
irá volando como un pájaro de colores brillantes que vive en el lugar equivocado
del mundo y yo me quedaré aquí, el plumaje gris, empapada y sin alas.
—Está bien. —Me rindo, sabiendo que, si falto a otra fiesta Swan, es
probable que reniegue de mí como su única amiga.
Esboza una amplia sonrisa.
—Gracias a Dios. Pensé que iba a tener que secuestrarte y llevarte a la
fuerza. —Desliza la mochila encima del hombro y agrega—: Te veo después de
clase. —Corre deprisa por el pasillo justo cuando suena el último timbre desde
los diminutos altavoces que están sobre nuestras cabezas.
Hoy solo tenemos medio día de clases: primera y segunda hora, porque hoy
también es el último día de clases antes de las vacaciones de verano. Mañana es
uno de junio. Y a pesar de que la mayoría de los institutos no empiezan tan
pronto sus vacaciones, el pueblo de Sparrow comienza la cuenta atrás varios
meses antes. Letreros que anuncian festivales en honor a las hermanas Swan ya
están colgados alrededor de la plaza principal y en los escaparates.
Mañana empieza la temporada turística. Y con ella llega el flujo de forasteros
ySparrow
el comienzo de una
desde 1823, tradición
desde escalofriante
que ahogaron y mortal
a las tres que Swan
hermanas ha atormentado
en el puerto.a
La fiesta de esta noche marca el inicio de una temporada que traerá más que
dinero del turismo: traerá tradiciones y leyendas, especulaciones y dudas acerca
de la historia del pueblo. Pero siempre, infaliblemente todos los años, también
traerá muerte.
Un cántico
Comienza como un suave canturreo que se desliza con la marea, un sonido
tan débil que podría ser el viento soplando a través de las persianas de madera, a
través de los ojos de buey de los barcos pesqueros anclados en el puerto y por las
angostas grietas de los umbrales arqueados por el tiempo. Pero después de la
primera noche, la armonía de las voces se vuelve innegable. Un himno
encantado que navega por encima del agua, fresco, suave y seductor. Las
hermanas Swan han despertado.
Las puertas del instituto de Sparrow se abren de golpe antes de las doce y un
ruidoso desfile de alumnos queda en libertad en medio del aire pegajoso del
mediodía. Gritos de excitación resuenan por todo el instituto, dispersando a las
gaviotas posadas a lo largo del muro de piedra que rodea el parque delantero.
Solo la mitad de los alumnos de quinto curso se ha molestado en presentarse
el último día, pero los que lo hicieron arrancan las hojas de los cuadernos y dejan
que el viento las lleve: una tradición para marcar su libertad y el fin del instituto.

El sol
niebla brilla perezoso
matinal—, y ahoraenparece
el cielo —después
derrotado de haberincapaz
y cansado, ardido adetravés de la
calentar el
suelo o nuestros rostros helados. Rose y yo recorremos con paso largo la calle
Canyon con nuestras botas de lluvia, los vaqueros metidos dentro para que no se
mojen, los abrigos abiertos, esperando que el día aclare y caliente el aire antes de
la fiesta que durará toda la noche. Fiesta a la que todavía no estoy demasiado
emocionada por asistir.
Al llegar a Ocean Avenue, giramos a la derecha y nos detenemos en la
esquina siguiente, donde se encuentra la tienda de la madre de Rose, que parece
un pastelito cuadrado, con paredes de ladrillo pintadas de blanco y aleros

rosas… y donde
está encima de laRose trabaja
puerta todos dice:
de cristal los días después
PASTELES del instituto.
OLVIDADIZOS El letrero
DE ALBA que
en letras
redondas, con un glaseado de un rosa pálido sobre un fondo color crema. El
cartel ya está cubierto de una sustancia verdosa, que habrá que quitar. Es una
batalla constante contra el aire salado y cenagoso.
—Mi turno solo dura dos horas —comenta Rose cambiando la mochila de
hombro—. ¿Nos vemos a las nueve en el muelle?
—De acuerdo.
—¿Sabes algo? Si tuvieras un teléfono móvil, como cualquier persona
normal, podría mandarte un simple mensaje.
—Los móviles no funcionan en la isla —señalo por centésima vez.
Lanza un resoplido de exasperación.
—Lo cual es catastróficamente inconveniente para mí. —Como si fuera ella
quien tiene que soportar la falta de cobertura del móvil.
—Sobrevivirás —exclamo con un gesto burlón y ella sonríe. El sol resalta
las pecas de su nariz y de sus mejillas, que parecen constelaciones de arena
dorada.
La puerta que se encuentra detrás de ella se abre súbitamente con un
revoloteo de campanillas que repiquetean contra el cristal. Su madre, Rosalie
Alba, sale al exterior protegiendo sus ojos con la mano, como si viera el sol por
primera vez desde el verano pasado.
—Penny —dice bajando la mano—.
man o—. ¿Cómo está tu madre?
—Como siempre —admito. En una época, nuestras madres eran
relativamente amigas. A veces quedaban a tomar el té los sábados por la mañana,
o la señora Alba venía a Lumiere Island y, junto con mi madre, hacían galletas o
pasteles de moras, cuando los arbustos espinosos comenzaban a cubrir la isla y
mi padre amenazaba con quemarlos a todos.
La señora Alba también es una de las pocas personas del pueblo que todavía
me pregunta por mi madre, que todavía se preocupa. Ya han pasado tres años
desde que desapareció mi padre y es como si el pueblo se hubiera olvidado
completamente de él. Como si nunca hubiera vivido aquí. Pero es mucho más
fácil soportar sus miradas vacías de lo que fue oír los rumores y especulaciones
que giraron alrededor del pueblo los días posteriores a su desaparición. «Para
empezar, John nunca perteneció a este lugar», había susurrado la gente.
«Abandonó a su esposa y a su hija; siempre ha odiado vivir en Sparrow; se
escapó
ahogó».con otra mujer; enloquecido por vivir en la isla, se metió en el mar y se
Era un forastero y los lugareños nunca lo aceptaron totalmente. Parecieron
aliviados cuando desapareció, como si se lo mereciera. Pero mi madre creció
aquí, fue al instituto de Sparrow y luego conoció a mi padre en la universidad de
Portland. Estaban enamorados y yo sé que él nunca nos habría abandonado.
Éramos felices. Él era feliz.
Algo muy extraño le ocurrió tres años atrás. Un día estaba aquí y, al
siguiente, desapareció.

—¿Podrías
cajita entregarle
rosa con un esto? —pregunta la madre de Rose extendiendo una
lazo a lunares.
La tomo y deslizo los dedos por el lazo.
—¿De qué es?
—Limón y lavanda. Es una receta nueva que estoy probando. —La señora
Alba no hace pasteles comunes para antojos comunes. Sus diminutos pasteles
olvidadizos están hechos con la intención de que olvides lo peor que te haya
sucedido en toda tu vida, para borrar los malos recuerdos. Yo no estoy
completamente convencida de que realmente funcionen, pero los lugareños y los
turistas veraniegos devoran los pastelitos como si fueran una cura potente, una
medicina para cualquier pensamiento no deseado. La señora Potts, que vive en
una casa angosta en la calle Alabaster, afirma que, después de haber comido un
pastel particularmente exquisito de chocolate, higos y albahaca, ya no pudo
recordar el día en que el perro de Wayne Bailey, su vecino, le mordió la
pantorrilla, la hizo sangrar y le dejó una cicatriz que tiene la forma de un rayo. Y
el señor Rivera, el cartero, afirma que solo recuerda vagamente el día en que su
mujer lo dejó por un emplomador que vive en Chestnut Bay, a una hora de
camino
azúcar yhacia el norte. Aun
los peculiares así, yodesospecho
sabores que los
los pasteles deben serpor
que, las un
tazas colmadas
breve de
instante,
permiten que una persona solamente piense en la combinación de la terrosidad
de la lavanda y la acidez del limón, algo que ni siquiera sus peores recuerdos
pueden superar
supe rar..
Cuando mi padre desapareció, la madre de Rose comenzó a enviarme a casa
con todos los sabores de pasteles imaginables: lima y frambuesa, café y avellana,
coco y algas, con la esperanza de que ayudarían a mi madre a olvidar lo que
había sucedido. Pero nada ha logrado atravesar su pena: una densa nube que no
se disipa fácilmente con el viento.

—Gracias —digo, y la señora Alba me ofrece su amplia sonrisa con todos


los dientes. Sus ojos son como estanques de calidez, de bondad, y yo siempre me
he sentido consolada por ella. La madre de Rose es española, pero su padre es un
verdadero irlandés, nacido en Dublín, y Rose se las arregló para sacar todos los
rasgos de su padre, para su disgusto—. Nos vemos a las nueve —le recuerdo, y
Rose y su madre desaparecen dentro de la tienda para hacer todos los pasteles
olvidadizos que puedan antes de que llegue la avalancha de turistas mañana por
la mañana en el autobús.

El día anterior al comienzo de la temporada Swan siempre ha sido como una


carga para mí. Es como una nube oscura de la que no me puedo librar.
Saber lo que está por venir, la muerte que se extiende sigilosamente por todo
el pueblo como si fuera el destino arañando las puertas de todas las tiendas y de
todos los hogares. Puedo sentirlo en el aire, en el rocío del mar, en los espacios
huecos entre las gotas de lluvia. Las hermanas están a punto de llegar.
Las habitaciones de los tres hostales que rodean la bahía están
completamente reservados durante las tres próximas semanas, hasta el final de la
temporada Swan, que llegará a la medianoche del solsticio de verano. Las
habitaciones que dan a la bahía cuestan el doble de lo que se cobra por las que
dan hacia atrás. La gente quiere abrir la ventana y salir al balcón para escuchar la
atrayente llamada de las hermanas, que cantan desde las profundidades del
puerto.
Un puñado de turistas precoces ya se encuentra en Sparrow, arrastrando su
equipaje por los vestíbulos o haciendo fotos del puerto; preguntando dónde
conseguir el mejor café o un plato de sopa caliente, porque el primer día en el
pueblo siempre parece el más gélido. Un frío que se instala entre los huesos y se
niega a irse.
Odio esta época del año, como la mayoría de los lugareños. Pero no es la
afluencia de turistas lo que me molesta; es la explotación, el espectáculo de tres
semanas que son una maldición para el pueblo.
Al llegar al muelle, arrojo la mochila en uno de los bancos del bote. Del lado
de estribor, salpicados en la pintura blanca, hay raspones y marcas que parecen
signos en código morse. Mi padre solía pintar el bote cada primavera, pero ha
quedado un poco abandonado durante los últimos tres años. A veces, desde que
él desapareció en el mar, yo me siento exactamente como ese casco: llena de
cicatrices y abolladuras, e invadida por el óxido.
Coloco la cajita del pastel en el asiento junto a la mochila y rodeo la proa
para desatar el cabo cuando escucho, a mis espaldas, el sonido hueco de fuertes
pisadas que se acercan por el muelle.
Aún tengo el cabo en la mano cuando veo que hay un chico a unos metros de
distancia sosteniendo lo que parece ser un trozo de papel arrugado en la mano
izquierda. Una parte de su rostro está oculta por la capucha de su sudadera y una
pesada mochila cuelga de sus hombros.
—Estoy buscando a Penny Talbot —dice, su voz como el agua fría del grifo,
la mandíbula una línea endurecida—. Me han dicho que puedo encontrarla aquí.
Me incorporo del todo intentando ver sus ojos, pero una sombra atraviesa la
parte superior de su rostro.
—¿Para qué la buscas? —pregunto, no muy segura de querer decirle que yo
soy Penny Talbot.
—He encontrado esto en el restaurante… en La Almeja —señala, con un
dejo de duda, como si no estuviera seguro de recordar el nombre correctamente.
La Almeja es un pequeño bar y restaurante que se encuentra al final del
embarcadero Shipley, sobre el agua. Ha sido votado como «mejor restaurante»
de Sparrow durante los últimos diez años por Pesca, el periódico local: una
pequeña publicación impresa con un total de dos empleados, uno de los cuales es
Thor Grantson, porque su padre es dueño del periódico. Thor está en la misma
clase que yo. Durante el año escolar, los chicos de Sparrow se adueñan del lugar,
pero en los meses de verano tenemos que compartir los bancos gastados del bar
y las mesas de la terraza exterior con la horda de turistas—. Estoy buscando
trabajo —agrega, extendiendo el trozo de papel para que yo lo vea, y entonces
me doy de
corcho cuenta de qué pidiendo
La Almeja se trata. Hace
ayudaunpara
año,mantener
coloqué el
unfaro
avisodeenLumiere
la cartelera de
Island,
ya que mi madre se había vuelto prácticamente incapaz de hacer algo y yo no
podía arreglármelas sola. Había olvidado el cartel y como nadie se presentó
nunca para ocupar el puesto y el papel terminó sepultado debajo de otros
volantes y tarjetas, me las arreglé sola.
Pero ahora, de alguna manera, este forastero lo ha encontrado entre la
montaña de anuncios pegados en la cartelera.
—Ya no necesito ayuda —respondo de manera tajante, arrojando el cabo en
—Ya
el bote, y también revelando involuntariamente que soy Penny Talbot. No quiero
tener a un forastero trabajando en la isla, alguien que desconozco por completo,
en quien no puedo confiar. Cuando coloqué el aviso, había pensado que podría
presentarse algún pescador sin trabajo o tal vez alguien de mi instituto. Pero
nadie apareció.
—¿Has conseguido a alguien? —pregunta.
—pr egunta.
—No. Pero ya no necesito ayuda.
a yuda.
Arrastra la mano por la cabeza y se baja la capucha que había ocultado su
rostro, dejando ver unos profundos ojos verdes, del color del bosque después de
la lluvia. No parece un vagabundo: sucio o como si se duchara en los baños de
las gasolineras.
claramente el deTiene mi edad, precavido
un forastero: quizás unoyoreceloso
dos añosdemás. Pero que
aquello su aspecto es
lo rodea.
Aprieta la mandíbula y se muerde el labio inferior mientras echa una mirada
hacia la costa por encima del hombro, el pueblo centellea bajo el sol de la tarde
como si lo hubieran espolvoreado con purpurina.
—¿Viniste por la temporada de las hermanas Swan? —pregunto, posando
—¿Viniste posand o mi
mirada en él.
—¿La qué? —Me mira con algo de dureza en cada movimiento que realiza:
un parpadeo, el movimiento de los labios antes de hablar.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —Está claro que no tiene ni idea de
quiénes son las hermanas Swan.
—Era el último pueblo del recorrido del autobús. —Eso es cierto. Sparrow eess
la última parada de una carretera que sube serpenteando por la costa de Oregón y
se detiene en varias pintorescas aldeas costeras, hasta verse obligada a terminar
en Sparrow. Las colinas rocosas impiden que las carreteras continúen subiendo
por la costa, de modo que el tránsito tiene que alejarse varios kilómetros del mar.
—Elegiste un mal momento para llegar a Sparrow —comento mientras
desengancho la última soga y la aferro con fuerza para impedir que el bote se
aleje del muelle.
Hunde las manos en los bolsillos de los vaqueros.
—¿Por qué lo dices?
—Mañana es uno de junio.
A juzgar por su expresión tensa e inalterable, me doy cuenta de que no tiene
la menor idea de dónde ha caído.

—Siento
razones no cuales
por las poder convendría
ayudarte —señalo en lugarmismo
coger mañana de intentar expl
explicarle
un autobús icarle
que todas las
lo saque
de aquí—. Puedes buscar trabajo en la fábrica de conservas o en uno de los
barcos pesqueros, pero no suelen contratar a forasteros.
Asiente mientras se muerde otra vez el labio y dirige su mirada hacia el
océano, hacia la isla distante.
—¿Y conoces algún lugar donde pueda quedarme?
—Puedes preguntar en alguno de los hostales, pero, generalmente, están
todos reservados en esta época del año. La temporada de turismo comienza
mañana.
—¿El uno de junio? —repite, como intentando esclarecer esa misteriosa
fecha que es obvio que significa algo para mí y nada para él.
—Sí. —Me metome to en el bote
b ote y tiro de la cuerda del motor—. Buena suerte. —
Y lo dejo quieto en el muelle mientras conduzco por la bahía hacia la isla. Miro
hacia atrás varias veces y él continúa allí, observando el agua como si no supiera
bien qué hacer a continuación, hasta la última vez que miro y ya no está.
La fogata arroja chispas hacia el plateado cielo nocturno. Rose y yo
descendemos rápidamente por el accidentado sendero hasta Coppers Beach, la
única franja de costa en Sparrow que no está rodeada de rocas y escarpados
acantilados. Es una angosta extensión de arena blanca y negra que termina en
una caverna submarina, en la que muy pocos de los chicos más valientes —y
más estúpidos— intentaron alguna vez entrar y salir nadando.
—¿Le diste el pastel olvidadizo? —pregunta Rose como un médico que
recetó una medicina y quiere saber si hubo algún efecto secundario adverso o el
resultado fue positivo.
Después de regresar a Lumiere Island, después de ducharme en medio de la
corriente de aire del baño que se encuentra frente a mi dormitorio, al otro lado
del pasillo, y de observar mi pequeño y rectangular armario intentando elegir
qué ponerme para el evento de esta noche, y decidiéndome finalmente por unos
vaqueros blancos y un grueso jersey negro que me protegerá del frío nocturno,
entré a la cocina y le di a mi madre del pastel olvidadizo de la madre de Rose.
Ella había estado sentada a la mesa con la mirada clavada en una taza de té.
—¿Otro? —preguntó sombríamente cuando coloqué el pastel delante de ella.
En Sparrow, ladesuperstición
predictibilidad la tabla de tiene tanto y,
las mareas peso
paracomo la ley de los
la mayoría la gravedad
lugareños,o los
la
pasteles de la señora Alba tienen la misma probabilidad de ayudar a mi madre
que un frasco de píldoras recetadas por un médico. De modo que comió
obedientemente pequeños bocados de la tarta de limón y lavanda, con cuidando
de no escupir ninguna miga en su enorme jersey beige, las mangas levantadas a
la mitad de sus antebrazos huesudos y pálidos.
No creo que se haya dado cuenta de que hoy es el último día de clase, que he
terminado mi penúltimo año de bachillerato y que mañana es uno de junio. Y no
es que haya perdido por completo el contacto con la realidad, pero los límites de
su mundo se han atenuado. Como cuando uno aprieta mute en el control remoto.
Todavía puedes ver la imagen en el televisor; los colores están todos ahí pero no
hay sonido.
—Hoy me ha parecido verlo —masculló—. En la costa, debajo del
acantilado, con la mirada levantada hacia mí. —Sus labios temblaron
ligeramente, sus dedos dejaron caer unas migas de pastel en el plato que tenía
delante—. Pero no era más que una sombra. Un truco de la luz —se corrigió.
—Lo siento —murmuré tocándole suavemente el brazo. Todavía puedo
escuchar el ruido de la puerta con mosquitero al cerrarse la noche en que mi
padre dejó la casa, recordar el aspecto que tenía mientras caminaba por el
sendero hacia el muelle, los hombros doblados para eludir las gotas de la bruma
del mar, el paso cansado. Lo vi marcharse esa noche tormentosa tres años atrás,
y nunca regresó.
Desapareció de la isla.
Su velero continuaba en el muelle, la cartera en la repisa junto a la puerta de
entrada. Sin dejar rastro. Sin dejar una nota. Sin dejar un indicio.
—A veces, a mí también me parece verlo —intenté consolarla, pero ella
miraba fijamente el pastel que tenía delante, los rasgos de su rostro suaves y
distantes mientras terminaba en silencio los últimos bocados.
Sentada junto a ella en la mesa de la cocina, no pude dejar de verme a mí
misma: el cabello oscuro, largo y lacio, los mismos ojos de un azul claro y
brillante y la misma piel trágicamente pálida, que raramente ve el sol en este
sitio sombrío. Pero mientras mi madre es graciosa y elegante, tiene brazos de
bailarina y piernas de gacela, yo siempre me sentí torpe y patizamba. Cuando era
más joven, solía caminar inclinada hacia delante, tratando de parecer más baja
que los chicos de mi clase. Aun ahora, a menudo me siento como una marioneta
cuyo dueño mueve los hilos equivocados, y por eso me muevo con dificultad,
me tropiezo y sostengo las manos torpemente extendidas delante de mí.
—No creo que un pastel vaya a curarla —le comento a Rose mientras
bajamos de una en una por el sendero rodeado de hierba seca y arbustos
espinosos—. El recuerdo de la desaparición de mi padre está tan grabado en su
mente que ni una gran cantidad de remedios locales lograrán arrancarlo.
—Bueno, no creo que mi madre se haya dado por vencida todavía. Hoy
estaba hablando de una nueva mezcla de polen de abeja y prímulas que piensa
que puede ayudar a desenredar el peor de los recuerdos. —Llegamos finalmente
a la playa y Rose enlaza su brazo con el mío, nuestros pies levantan arena
mientras nos dirigimos a la hoguera.
La mayoría de las chicas llevan vestidos largos con varias capas de tela, de
escote profundo y lazos atados en el cabello. Hasta Rose tiene un vestido color
verde pálido, de encaje y tul, que se desliza por la arena cuando se mueve,
arrastrando conchas y trozos de madera.
Olivia Greene y Lola Arthurs, mejores amigas y líderes de la élite social de
Sparrow, están bailando al otro lado de la fogata cuando nos acercamos al grupo
de amigos que, obviamente, ya están borrachos, lo que no es una sorpresa para
nadie. El pelo de ambas es del mismo color negro gótico, con flequillo corto y
rígido, teñido y recortado dos semanas atrás para la temporada Swan.
Normalmente, sus bucles están decolorados y blancos, largos y muy playeros,
que probablemente volverán en un mes cuando termine la temporada de las
hermanas Swan y ya no sientan la necesidad de vestirse como la muerte. Pero a
Olivia y a Lola les encanta el drama, les encanta disfrazarse, les encanta ser el
centro de atención de todas las reuniones sociales.
El año pasado, se perforaron las narices la una a la otra, desafiando a sus
padres:
argollita Olivia
en el se colocóLas
derecho. un dos
piercing
tienendelasplata
uñasdelpintadas
lado izquierdo, Lolanegro
de un color una
macabro que hace juego perfectamente con su pelo. Dan vueltas alrededor del
fuego, agitando los brazos en el aire y balanceando las cabezas de un lado a otro
como si fueran la encarnación de las hermanas Swan. Aunque dudo que ellas
hayan hecho algo tan estúpido doscientos años atrás.
Alguien le alcanza una cerveza a Rose y ella y, a su vez, me la alcanza a mí
para que dé el primer sorbo. A veces, durante los fines de semana, tomamos
furtivamente cervezas o el final de una botella de vino blanco de la nevera de los
padres de Rose y nos ponemos ligeramente alegres mientras estamos tumbadas
en elmúsica
de suelo de su habitación
country, nuestra escuchando música
obsesión más —últimamente,
reciente— y hojeandoalgunos éxitos
el anuario
escolar del año pasado, especulando quiénes terminarán juntos este año y qué
cuerpos elegirán las hermanas Swan para habitar cuando llegue el verano.
Bebo un sorbo y echo un vistazo a través de la multitud a todas las caras que
reconozco, a los chicos con quienes he ido al instituto desde primaria, y tengo la
aguda sensación de que casi no conozco a ninguno de ellos. No en profundidad.
He intercambiado algunas frases de pasada con algunos: «¿Has anotado los
capítulos que debemos leer esta noche para la tercera hora de Historia del señor
Sullivan?». «¿Puedes prestarme un bolígrafo?». «¿Tienes un cargador de
móvil?». Pero llamarlos amigos sería una exageración, una completa mentira.
Tal vez sea en parte porque sé que la mayoría abandonará este pueblo tarde o
temprano: irán a la universidad y tendrán vidas mucho más interesantes que la
mía. No somos más que barcos que están de paso; no tiene sentido establecer
amistades que no durarán.
Y mientras que Rose no está precisamente ascendiendo en la escala social del
instituto de Sparrow, al menos se esfuerza por mostrarse sociable. Les sonríe a
los chicos en los pasillos, entabla conversaciones con sus vecinos de taquilla y,
este año, Gigi Kline, capitana de las animadoras de nuestro esforzado equipo de
baloncesto, hasta la invitó a hacer una prueba. Fueron amigas en una época —
Gigi y Rose— en primaria. Mejores amigas, de hecho. Pero las amistades son
más fluidas en primaria; nada parece permanente. Y a pesar de que ya no son
exactamente cercanas, Rose y Gigi siguen teniendo una relación amistosa. Un
tributo a la natural amabilidad de Rose.
—¡Por las hermanas Swan! —grita alguien—. ¡Y por otro año más de
bachillerato, joder! —Los brazos se elevan con latas de cervezas y vasos rojos, y
un coro de vítores y silbidos se extiende por la playa.
La música retumba desde una de las minicadenas que hace equilibrio sobre
uno de los troncos, cerca de la hoguera. Rose me saca la cerveza y pone una
botella más grande en mi mano. Whisky… que comienza a pasar entre la
multitud.
—Es horrible —confiesa, el rostro aún con una expresión de asco. Pero
después me sonríe y levanta una ceja. Yo bebo un rápido trago del líquido
oscuro, que me quema la garganta y me eriza la piel de los brazos. Lo paso hacia
la derecha, a Gigi Kline. Ella sonríe francamente, pero no a mí, ni siquiera
parece notar mi presencia, sino a la botella mientras la coge de mi mano, la
inclina hacia la boca, traga mucho más de lo que yo nunca podría tragar, y luego
se seca sus perfectos labios color coral antes de pasar la botella a la chica que se
encuentra a su derecha.
—Faltan dos horas para la medianoche —anuncia un chico del otro lado de
la hoguera y otra oleada de vivas y chillidos se desliza por el grupo. Y esas dos
horas pasan en una nebulosa de humo de la hoguera y más cervezas y sorbos de
whisky, que queman cada vez menos con cada trago. Yo no había planeado
beber, ni emborracharme, pero el calor que irradia de todo mi cuerpo me hace
sentir débil y ligera. Rose y yo comenzamos a balancearnos alegremente con
gente con la que normalmente nunca hablamos. Que normalmente nunca nos
habla.
Pero cuando faltan menos de treinta minutos para la medianoche, el grupo
comienza a caminar tambaleándose hacia la playa, hasta el borde del agua. Unos
pocos chicos, tal vez demasiado borrachos o enfrascados en una conversación, se
quedan junto a la hoguera, pero los demás nos unimos como formando una
procesión.
—¿Quién es lo suficientemente valiente como para meterse primero? —
pregunta Davis McArthurs en voz alta para que todos escuchen, el pelo rubio y
pajizo estirado hacia arriba dejándole la frente libre y las pestañas cayendo
perezosamente como si estuviera a punto de dormir una siesta.
Un barullo de voces bajas y furtivas atraviesa la multitud. Empujan
uguetonamente a algunas de las chicas hacia adelante, sus pies salpican el agua
hasta los tobillos antes de escabullirse hacia atrás con rapidez. Como si unos
pocos centímetros de agua bastaran para que las hermanas Swan robaran sus
cuerpos humanos.
—Yo lo haré —anuncia una voz cantarina arrastrando las palabras. Todos
—Yo
estiran la cabeza para ver quién es y Olivia Greene da unos pasos hacia adelante
dando vueltas para que su vestido color amarillo pastel gire alrededor de ella
como una sombrilla. Está claramente borracha, pero el grupo la alienta con gritos
y ella se inclina hacia adelante como saludando a sus devotos admiradores antes
de volverse y quedar frente al puerto negro e inmóvil. Sin ninguna persuasión,
comienza a meterse en el mar, los brazos extendidos. Cuando el agua le llega a la
cintura, se zambulle hacia delante sin mucha gracia, dándose un sonoro
planchazo. Desaparece de vista durante un segundo antes de reaparecer en la
superficie riendo desmedidamente con su dramático pelo negro cubriéndole la
cara como si fueran algas.
La multitud vitorea y Lola se mete en el agua hasta las rodillas, instando a
Olivia a regresar a la parte más baja. Davis McArthurs vuelve a pedir voluntarias
y, esta vez, no pasa más de un segundo antes de que una voz grite:
—¡Me voy a meter!
Vuelvo abruptamente la mirada hacia la izquierda, donde Rose se ha
desprendido de la multitud y se encamina hacia el agua.
—Rose —vocifero, estirándome
estirándom e y cogiéndola del brazo—. ¿Qué haces?
—Voy
—Voy a nadar un rato.
—No. No puedes hacerlo.
—De todas formas, nunca he creído en las hermanas Swan —agrega con un
guiño. Y el grupo de chicos tira de Rose y la conduce hacia la fría agua. En su
rostro se dibuja una amplia sonrisa mientras entra y pasa delante de Olivia.
Apenas le llega el agua a la cintura cuando se arroja hacia adelante y se hunde en
el mar. Una onda se agita detrás de ella y todos en la playa quedan en silencio. El
aire se estrangula en mis pulmones. El agua se alisa otra vez y hasta Olivia —

con el agua aún hasta las pantorrillas— se da la vuelta para mirar. Pero Rose no
reaparece.
Transcurren quince segundos. Treinta. El corazón comienza a golpear contra
mi pecho: una dolorosa certeza de que algo no está bien. Me abro camino a
través de la multitud, repentinamente sobria, esperando ver el pelo rojo de Rose
brotando a la superficie. Pero ni siquiera hay una leve brisa. Ni siquiera una onda
en el agua.
Doy un paso dentro del mar, tengo que meterme a buscarla. No me queda
otra opción. Cuando debajo de la luminosa media luna, quebrando la calma,
Rose emerge súbitamente por encima de la superficie, varios metros más lejos
del puntoenenundonde
irrumpen se alzando
vitoreo, metió, yo
loslanzo
vasosun trémulo
como suspirosido
si hubieran de testigos
alivio ydetodos
una
hazaña imposible.
Rose se pone de espaldas y levanta los brazos por encima de la cabeza en un
fluido molinete, mientras nada hacia la orilla… relajada, como si estuviera
haciendo largos en una piscina. Espero que Davis McArthurs pregunte quién
más quiere meterse al agua, pero el grupo está muy alborotado y las chicas
deambulan cansinamente por la orilla, el agua hasta los tobillos, pero sin meterse
del todo. Algunos se echan sobre la arena, algunos reclaman cervezas y otros
hacen piruetas chapuceras dentro del agua.
Finalmente, Rose llega a la playa e intento acercarme a ella, pero varios
chicos del último curso se han reunido alrededor de ella chocando las palmas de
las manos y ofreciéndole cervezas. Me alejo discretamente del grupo. Rose no
debería haber hecho eso, meterse en el agua. Arriesgarse. Me arden las mejillas
al observarla quitándose el agua de los brazos despreocupadamente, como si
estuviera satisfecha de sí misma, sonriéndole al grupo de chicos que se ha
interesado repentinamente en ella.
La luz de la luna marca un sendero por la playa cuando me alejo del ruido de
la fiesta… no mucho, solo lo suficiente para recobrar el aliento. He bebido
demasiado y el mundo ha comenzado a zumbar, a crepitar y a inclinarse. Pienso
en mi padre que desapareció una noche en la que no había luna ni estrellas que
guiaran su camino en medio de la oscuridad. Si hubiera habido luna, tal vez él
habría regresado a nosotras. Considero la idea de volver al muelle, abandonar la
fiesta y volver a la isla, cuando escucho la pesada respiración y las vacilantes
pisadas de alguien que se acerca tambaleándose por la arena de la playa detrás de
mí.

—Ey —exclama
—excl ama una voz. Me
M e doy vuelta y veo a Lon Whittamer, uno de los
tristemente célebres chicos malos del instituto, bamboleándose hacia mí como si
yo estuviera interponiéndome en su camino.
—Hola —contesto suavemente, intentando apartarme para que pueda
continuar su alcohólica marcha hacia la playa.
—Tú eres Pearl —dice—. No, Paisley.
Paisley. —Ríe y echa la cabeza hacia atrás,
los ojos castaños se cierran brevemente antes de enfocarse otra vez en mí—. No
me lo digas —continúa mientras levanta un dedo como impidiéndome revelar mi
nombre antes de que él haya tenido tiempo de recordarlo por sí mismo—.
Priscilla. Hmm, Pinstripe.
—Solo estás diciendo cosas que
qu e empiezan
empi ezan con P
P.. —No estoy de humor para
esto; solo quiero que me dejen en paz.
—¡Penny! —grita interrumpiéndome.
interrum piéndome.
Doy un paso hacia atrás cuando él se inclina hacia delante, exhalando un
aliento a alcohol y casi cayéndose sobre mí. Tiene el pelo castaño oscuro
pegoteado a la frente y sus ojos un poco juntos parece que no pudieran enfocarse
y parpadean cada dos segundos. Lleva una camisa naranja fluorescente llena de
palmeras y flamencos rosas. A Lon le gusta usar camisas horribles hawaianas en
todas las brillantes tonalidades tropicales con pájaros exóticos, piñas y chicas
bailando el hula-hula. Creo que comenzó en segundo año como una broma, o tal
vez un desafío, y luego se convirtió en su marca registrada. Parece un hombre de
ochenta años de vacaciones permanentes en Palm Springs. Y como pienso que
nunca debe haber estado en Palm Springs, su madre debe pedirlas por internet. Y
esta noche lleva una de las más feas.
—Me gustas, Penny. Siempre me has gustado —masculla.
—mascull a.
—¿En serio?
—Sip. Eres mi tipo de chica.
—Lo dudo. Hace dos segundos ni siquiera sabías mi nom
nombre.
bre.
Los padres de Lon Whittamer son dueños del único supermercado del
pueblo: El Supermercado de Lon, al que bautizaron con su nombre. Y es famoso
por ser un estúpido narcisista. Se cree un galán —un autoproclamado Casanova
— solo porque puede ofrecerles a sus novias descuentos en maquillaje en el
exiguo sector de cosméticos del supermercado de sus padres, y lo utiliza como si
fuera un trofeo de oro que solo distribuye entre las chicas que lo valen. Pero

también es con
besándose famoso
otras por engañar
chicas en sua camioneta
sus novias;roja
lo han pillado varias
de suspensión veces
levantada,
cromada y con guardabarros especiales, que suele estar estacionada en la playa
del instituto. Básicamente, es un idiota que ni siquiera merece el gasto de saliva
que demanda decirle que se vaya a la mierda.
—¿Por qué no te metiste en el agua? —pregunta arteramente, acercándose a
mí una vez más—. ¿Como tu amiga? —Se quita el pelo de la frente, que queda
estirado por el sudor o por el agua salada.
—No quería.
—¿Les tienes miedo a las
l as hermanas Swan?
—Sí, les tengo miedo —respondo sinceramente.
Sus ojos se cierran por la mitad y una estúpida sonrisa se enrosca en sus
labios.
—Tal
—Tal vez deberías nadar conmigo.
conmi go.
—No, gracias. Volveré
Volveré a la fiesta.
—Ni siquiera te has
ha s puesto un vestido —señala, y sus ojos
oj os se deslizan por mi
cuerpo como si estuviera conmocionado por mi apariencia.
—Lamento decepcionarte. —Comienzo a caminar alrededor de él, pero me
sujeta el brazo y hunde los dedos en mi piel.
—No puedes marcharte así sin más —comenta en medio de balbuceos.
Cierra los ojos otra vez y luego los abre bruscamente, como si tratara de
mantenerse despierto—. Todavía no hemos nadado.
—Tee he dicho que no me voy a meter en el agua.
—T
—Sí que lo vas a hacer.
hacer. —Sonríe juguetonamente, como si yo estuviera
disfrutando de esto tanto como él, y comienza a arrastrarme hacia el agua.
—Ya basta. —Apoyo la otra mano en su pecho y lo empujo. Pero él continúa
—Ya contin úa
tambaleándose de espaldas dentro del agua—. ¡Suéltame! —ahora lo digo con
un grito—. Suéltame. —Miro hacia la orilla, hacia la masa de chicos, que están
demasiado alborotados, borrachos y distraídos para oírme.
—Solo un chapuzón —insiste en un murmullo, siempre sonriendo,
arrastrando cada palabra mientras brotan de sus labios.
Trastabillando, el agua cubriéndonos las pantorrillas, descargo un puñetazo
contra su pecho. Hace un ligero gesto de dolor y luego su expresión cambia, se
vuelve irritada y abre mucho los ojos.
—Ahora te meterás del todo —anuncia más secamente, tirando de mi brazo
de manera tal que me tambaleo hacia delante y el agua me cubre más, hasta las
rodillas. No lo suficiente como para correr el riesgo de que una de las hermanas
Swan se apodere de mi cuerpo, pero de igual manera mi corazón comienza a latir
con fuerza, el miedo empuja la sangre hacia las extremidades y el pánico
empieza a correr por mis venas. Levanto el brazo otra vez, lista para lanzarle un
golpe directamente a la cara y evitar que me arrastre más adentro, cuando
alguien aparece a mi izquierda; alguien a quien no reconozco.

Todo
contra sucededeenLon,
el pecho un instante: el desconocido
cuya garganta apoyaresoplido
emite un breve una mano consuelta
y me fuerza
el
brazo. Pierde el equilibrio, retrocede descontroladamente y cae en el agua
agitando los brazos.
Retrocedo, tambaleándome, mientras cojo aire y la persona que ha apartado a
Lon me toca el brazo para darme estabilidad.
—¿Estás bien? —pregunta.
Asiento, mi corazón continúa latiendo aceleradamente.
Lon, a un par de metros y con el agua hasta la cintura, se pone de pie,
atragantándose y tosiendo
furiosamente anaranjada mientras
ahora se quita el agua
está completamente de la cara. Su camisa
empapada.
—¿Qué coño te pasa? —grita mirando directamente al desconocido que se
encuentra a mi lado—. ¿Quién te crees que eres? —vocifera Lon caminando
hacia nosotros. Y por primera vez, levanto la mirada hacia el rostro del extraño,
intentado reconocerlo: el ángulo rígido de sus pómulos y la recta pendiente de su
nariz. Y entonces lo recuerdo: es él, el chico del muelle que buscaba trabajo, el
forastero. Lleva la misma sudadera negra y los mismos vaqueros oscuros, pero
ahora está más cerca y puedo ver claramente los rasgos de su cara. La pequeña
cicatriz junto al ojo izquierdo, la forma en que se juntan sus labios en una línea
plana, el pelodura
sigue siendo corto y oscuro salpicado
y penetrante, pero bajode
la gotas
luz de de bruma
la luna marina.
parece másSu mirada
expuesto,
como si yo pudiera llegar a captar algún indicio de él en sus ojos o en el temblor
de su garganta cuando traga.
Pero no tengo tiempo de preguntarle qué está haciendo aquí porque Lon está
de pronto delante de él, gritándole que es un idiota y que le va a romper la cara
por atreverse a empujarlo en el agua de esa manera. Pero el chico ni siquiera
retrocede. Baja la mirada hacia Lon —que es tranquilamente veinte centímetros
más bajo que él— y, aun cuando los músculos de su cuello están tensos, no
parece preocupado en absoluto por sus amenazas de darle una paliza.
Cuando finalmente Lon hace una pausa para respirar, el muchacho levanta
una ceja, como si quisiera estar seguro de que ya ha terminado de hablar.
—Obligar a una chica a hacer algo que no quiere es razón suficiente para
darte una paliza —comienza a decir, la voz calmada—. De modo que sugiero
que le pidas disculpas y te ahorres un viaje a la sala de urgencias para que te
curen y un intenso dolor de cabeza por la mañana.

Lon parpadea,
probablemente abre la boca
involucre más para hablar —para
palabrotas escupirle alguna
que verdadera réplicapero
sustancia—, que
después lo piensa mejor y cierra la boca bruscamente. De pie al lado de él, está
claro que Lon es menos pesado, menos musculoso y menos experimentado. Y él
también debe darse cuenta porque vuelve la cabeza hacia mí, se traga el orgullo
y masculla:
—Lo siento. —Y puedo ver que le duele decirlo, su expresión se retuerce
con desagrado, las palabras cortantes y extrañas en su boca. Es probable que
nunca le haya pedido disculpas a una mujer en toda su vida… tal vez nunca le ha
pedido disculpas a nadie.

Después se da la vuelta y camina con esfuerzo hacia el grupo, dejando un


reguero de agua por la ropa empapada.
—Gracias —digo, saliendo del agua. Mis zapatos y la parte de abajo de mis
vaqueros blancos están completamente mojados.
Los hombros del muchacho se relajan por primera vez.
—Ese tipo no es tu novio,
novi o, ¿verdad?
—Dios, no —exclamo meneando la cabeza de un lado a otro—. Es solo un
chico del instituto que se enorgullece de ser un cabrón. Y es la primera vez que
hablo con él.
Asiente ligeramente y mira más allá de mí, hacia la fiesta que está muy
animada. La música retumba; las chicas chillan y saltan en la orilla; los chicos
practican lucha libre y aplastan latas vacías de cervezas entre las palmas de las
manos.
—¿Qué haces aquí? —pregunto alzando los ojos entrecerrados hacia él,
siguiendo la curva de sus cejas hasta donde se unen.
—He venido a dormir a la playa. No me he dado cuenta de que había una
fiesta.
—¿Vas
—¿Vas a dormir a la intemperie?
—Eso planeaba, junto a las rocas. —Sus ojos se desvían hacia la costa,
donde se eleva el acantilado, empinado y escarpado: un abrupto final de la playa.
Supongo que visitó los hostales del pueblo, pero no había habitaciones libres,
o quizás no podía darse el lujo de pagar el alquiler de una habitación.
—No puedes dormir aquí fuera
fue ra —le advierto.
—¿Por qué no?
—La marea alta llegará a las dos de la mañana y toda esa franja de playa
unto al acantilado quedará bajo el agua.
Sus oscuros ojos verdes se estrechan en los bordes. Pero en lugar de
preguntar a dónde debería mover su improvisado campamento, pregunta:
—¿Qué es esa fiesta? ¿Tiene algo que ver con el uno de junio?
—Es la fiesta Swan, por las hermanas Swan.
—¿Quiénes son?
—¿De verdad nunca has escuchado hablar de ellas? —pregunto. Creo que es
sinceramente la primera vez que me encuentro con un forastero que ha venido a
Sparrow sin tener la menor idea de lo que sucede aquí.
Dice que no con la cabeza y luego baja la mirada hacia mis zapatos
anegados, mis dedos nadando en agua de mar.
—Deberías secarte junto al fuego —sugiere.
—Tú también estás empapado
empapad o —señalo. Él se ha metido
met ido tan adentro del agua
como yo.
—Estoy bien.
—Si piensas dormir a la intemperie esta noche, deberías secarte para no
morir congelado.
Echa una mirada por la playa hasta la oscura pared del acantilado, donde
tenía pensado dormir, y después asiente.
Juntos, caminamos hasta la fogata.

Es tarde.
Todos están borrachos.
En el cielo, las estrellas oscilan, se apartan de la alineación y se reconfiguran.
Siento un tamborileo en la cabeza; y escozor en la piel por el agua salada.
Encontramos un tronco en donde sentarnos, me desato los zapatos y los
apoyo contra el círculo de rocas que rodea la hoguera. Ya siento las mejillas
enrojecidas y un hormigueo en los dedos de los pies cuando la sangre vuelve a
circular por ellos. El fuego acaricia el cielo, acaricia mis manos.
—Gracias otra vez —digo, mirándolo con el rabillo
rabill o del ojo—. Por el rescate.
r escate.
—Supongo que simplemente estaba
e staba en el lugar indicado, a la hora indicada.
—Por aquí, la mayoría de los chicos no son tan caballeros. —Me froto las
manos intentando calentarlas, los dedos están congelados hasta los huesos—. Es
probable que se le exija al pueblo que haga un desfile en tu nombre.
Sonríe francamente por primera vez, sus ojos se han suavizado.
—Los requisitos para ser héroe en este pueblo deben ser muy pobres.
—En realidad nos gustan los
l os desfiles.
Sonríe otra vez.
Y significa algo. No sé por qué, pero estoy intrigada por él. Por este
forastero. Este chico que me observa con el rabillo del ojo, que me parece
familiar y nuevo al mismo tiempo.
En el borde del mar, puedo ver a Rose que continúa hablando con tres chicos
que se han interesado súbitamente en ella después del chapuzón, pero al menos
está segura y fuera del agua. La mitad del grupo ha ido regresando a la hoguera y
reparten cervezas. Todavía siento que la cabeza me da vueltas por el whisky, de
modo que apoyo la cerveza en la arena.
—¿Cómo te llamas? —le pregunto al chico mientras bebe un trago largo de
su cerveza.
—Bo. —Sostiene la lata en la mano derecha de manera relajada, distraída.
No parece sentirse incómodo en medio de este entorno social desconocido, en un
pueblo nuevo y rodeado de extraños. Y nadie parece pensar que él esté fuera de
lugar.
—Y yo soy Penny —digo, observándolo, sus ojos son tan verdes que es
difícil apartar la vista. Luego, coloco el cabello por encima del hombro para
retorcerlo y quitar el agua de las puntas, y pregunto—: ¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho.
Aprieto las manos entre las rodillas. El humo del fuego se arremolina encima
de nosotros y la música continúa sonando con fuerza. Olivia y Lola se acercan
tambaleantes hasta el borde de la fogata, agarradas de la cintura, con aspecto de
estar completamente borrachas.
—¿Son esas las hermanas Swan? —pregunta Bo.
Olivia y Lola son realmente muy parecidas con su cabello negro azabache y
sus piercings haciendo juego, de modo que puedo comprender que piense que
son hermanas.
Pero lanzo una risa breve.
—No, solo amigas. —Entierro los dedos del pie derecho en la arena—. Las
hermanas Swan están muertas.
Bo se vuelve hacia mí.

—No fue hace poco —añado—. Murieron hace dos siglos… ahogadas en el
puerto.
—¿Ahogadas por accidente o intencionalmente?
int encionalmente?
Olivia, que se encuentra parada del otro lado de Bo, echa a reír de manera
brusca y aguda. Seguramente ha escuchado nuestra conversación.
—Fue un asesinato —responde por mí, observándolo detenidamente desde
arriba. Sus labios color coral se curvan en una sonrisa. Piensa que Bo es guapo,
¿quién no?
—No fue un asesinato —replica Lola, balanceándose hacia la izquierda y
luego hacia la derecha—. Fue una ejecución.
Olivia asiente con la cabeza y luego echa una mirada hacia el otro lado de la
hoguera.
—¡Davis! —grita—. Cuéntanos la leyenda.
Davis McArthurs, que tiene el brazo alrededor de una chica de cabello
oscuro y muy corto, ríe ampliamente y se acerca al fuego. Es una tradición
relatar la historia de las hermanas Swan y Davis parece satisfecho de ser quien lo
haga. Encuentra un tronco vacío, se sienta encima y observa a todos los que se
encuentran alrededor del fuego.
—Hace doscientos años —comienza,
—comien za, la voz atronadora, m
mucho
ucho más fuerte de
lo necesario.
—Empieza por el principio
principi o —lo interrumpe Lola.
—¡Eso estoy haciendo! —grita. Luego bebe un trago de cerveza y se lame
los labios—. Las hermanas Swan —continúa después de echar una mirada por el
grupo para estar seguro de que todos estén mirando, todos estén escuchando —
llegaron a Sparrow en un barco llamado… de alguna manera que no puedo
recordar —alza una ceja y sonríe—. Pero eso no es importante. Lo que es
importante es que mintieron sobre quiénes eran.
—No es cierto —le grita
grit a Gigi Kline.
Davis frunce el ceño ante esta segunda interrupción.
—Todas
—Todas las chicas mienten —comenta con un guiño.
Varios chicos ríen. Pero las chicas lo abuchean. Una incluso le arroja una lata
de cerveza vacía a la cabeza, que él logra esquivar a tiempo.

Gigi resopla mientras sacude la cabeza en señal de desagrado.


—Eran hermosas —remarca—. No era su culpa que todos los hombres de
este pueblo no pudieran resistirse a ellas, no pudieran evitar enamorarse de ellas,
incluso los casados.
No eran solamente hermosas, quiero decir. Eran elegantes, encantadoras y
deslumbrantes. Eran diferentes a todo lo que los habitantes de este pueblo
habían visto antes.
Crecimos escuchando estas historias, la leyenda de las hermanas. Que los
habitantes de Sparrow las acusaron de ser brujas, de controlar las mentes de sus
maridos, hermanos y novios, aun cuando las hermanas no tuvieran la deliberada
intención de hacer que los hombres se enamoraran de ellas.
—No era amor —ruge Davis—. Era lujuria.
—Puede ser —concuerda Gigi—. Pero no merecían lo que les
l es ocurrió.
Davis ríe, el semblante rojo por el calor del fuego.
—¡Eran brujas!
Gigi pone los ojos en blanco.
—Tal
—T al vez este pueblo las odiaba solo porque eran diferentes.
diferentes . Porque era más
fácil matarlas que aceptar que los hombres de este lugar eran unos idiotas
retrógrados y misóginos.
Dos chicas sentadas cerca de mí estallan en carcajadas y derraman las
bebidas.
Bo me mira, con ojos penetrantes, y luego habla bajo para que solo yo lo
escuche.
—¿Las mataron porque eran brujas?
b rujas?
—Las ahogaron en el puerto con piedras atadas a los tobillos —respondo
suavemente—. En esa época no se necesitaba tener muchas pruebas para acusar
a alguien de brujería; la mayoría de la gente ya odiaba a las hermanas Swan, de
modo que fue un veredicto bastante rápido.
Me observa con atención, probablemente porque piensa que estamos
inventando todo.
—Si no eran brujas —contraataca Davis, mirando a Gigi—, ¿por qué diablos
regresaron el verano siguiente? ¿Y todos los veranos posteriores?

él yGigi selaencoge
arroja lata dedecerveza
hombros, como si
al fuego, ya no quisiera
ignorándolo. discutir
Luego estahacia
se aleja cuestión con
la orilla
caminando con dificultad.
—¡Quizás esta noche una de las hermanas Swan posea tu cuerpo! —le grita
Davis—. Y entonces veremos si sigues pensando que no eran brujas.
Davis golpea la lata de cerveza y luego la aplasta. Aparentemente, ya se le ha
pasado la idea de contar la historia de las hermanas Swan mientras se baja
torpemente del tronco y vuelve a poner el brazo alrededor de la chica de pelo
corto.
—¿Qué ha querido decir con eso
es o de que «regresaron el vera
verano
no siguiente»? —
pregunta Bo.
—El uno de junio del verano siguiente al ahogamiento —comienzo
—c omienzo a relatar,
observando las llamas que van avanzando sobre la madera seca de la playa—,
los lugareños escucharon un canto que venía del puerto. Pensaron que era fruto
de su imaginación, que eran simplemente las sirenas de los barcos que pasaban
resonando sobre la superficie del mar, o los gritos de las gaviotas, o un truco del
viento. Pero durante
y terminaron los días por
hundiéndose siguientes, tres chicas
completo. fueron atraídas
Las hermanas Swanhacia el agua
necesitaban
cuerpos que habitar. Y una por una, Marguerite, Aurora y Hazel Swan volvieron
a cobrar forma humana. Tomaron la apariencia de tres chicas del pueblo y
emergieron del mar, pero no como quienes realmente eran.
Abigail Kerns se acerca tambaleándose a la fogata, completamente mojada,
el cabello oscuro que siempre lleva rizado, ahora está estirado hacia atrás por el
agua del mar. Se agacha lo más cerca posible del fuego sin caerse sobre él.
—Eso explica lo de las chicas empapadas —comenta Bo, paseando llaa mirada
de Abigail hasta mí.
—Se ha convertido en una tradición anual ver quién es lo suficientemente
valiente como para meterse en el agua cerca del puerto y arriesgarse a que una
de las hermanas Swan le robe el cuerpo.
—¿Alguna vez lo has hecho? ¿Meterte
¿Me terte en el agua?
—No.
—¿De modo que crees que realmente
realm ente podría pasar… que una de ellas podría
adueñarse de ti? —Bebe otro trago de cerveza, el rostro encendido por la
repentina explosión de llamas cuando alguien arroja otro leño sobre las brasas.
—Sí, lo creo. Porque sucede todos los años.
—¿Tú lo has visto?
—No exactamente.
exact amente. No es que las chicas salgan del agua
a gua y anuncien que son
Marguerite, Aurora o Hazel… Tienen que mezclarse con la gente, actuar con
naturalidad.
—¿Por qué?
—Porque no habitan los cuerpos solamente para estar vivas otra vez; lo
hacen para vengarse.
—¿Vengarse
—¿Vengarse de quién?
—Del pueblo.
Me mira con los ojos entornados, la cicatriz que está debajo de su ojo
izquierdo se estira, y luego hace la pregunta obvia.
—¿Qué tipo de venganza?
El estómago me da un ligero vuelco. Me laten las sienes. Desearía no haber
bebido tanto.
—Las hermanas Swan coleccionan chicos —respondo, apretando un dedo
brevemente sobre la sien derecha—. Son seductoras. Una vez que cada una
posee el cuerpo de alguna chica… comienzan los ahogamientos. —Hago una
pausa dramática, pero Bo ni siquiera parpadea. De pronto, su rostro se ha
endurecido, como si estuviera atrapado en un pensamiento que no puede apartar
de su mente. Tal vez no imaginaba que la historia incluyera muertes reales—.
Durante las tres semanas siguientes, hasta la medianoche del solsticio de verano,
las hermanas, ocultas bajo las apariencias de tres muchachas del pueblo, atraen a
chicos hacia el agua y hacen que se ahoguen en el puerto. Coleccionan sus
almas, las roban. Se las llevan del pueblo como venganza.
A mi derecha, alguien tiene un ataque de hipo, deja caer la cerveza cerca de
mis pies y el líquido se derrama por la arena.
—Todos los años se ahogan chicos cerca del muelle —agrego, la mirada
—Todos
clavada en las llamas de la fogata. Aun cuando no creas en la leyenda de las
hermanas Swan, no puedes ignorar la muerte que asola Sparrow durante casi un
mes todos los veranos. Yo he visto sacar los cuerpos de los chicos del agua. He
observado a mi madre consolando madres afligidas que recurrieron a ella para
que les adivinara el futuro, rogando por alguna forma de recuperar a sus hijos:
mi madre aferrándoles las manos y ofreciéndoles poco más que la promesa de
que su dolor
madres se iría apagando
a los chicos con el
que les fueron tiempo.porNolashay
robados manera de
hermanas. Nodevolver a esas
queda más que
la aceptación.
Y no solo a los chicos del pueblo; a los turistas también se los convence de
meterse en el agua. Algunos de los chicos que se encuentran alrededor de la
fogata, cuyos rostros están enrojecidos por el calor y el alcohol que corre por su
sangre, aparecerán flotando cabeza abajo, habiendo tragado una buena parte del
mar. Pero en este momento, no están pensando en eso. Todos se creen inmunes.
Hasta que ya no lo son.
Me produce náuseas saber que algunos de estos chicos, que conozco de casi
toda la vida, no lograrán superar el verano.
—Alguien tiene que ver quién los ahoga —insiste Bo, con evidente
curiosidad. Es difícil no sentirse atrapado por una leyenda que se repite
infaliblemente todos los veranos.
—Nadie ha visto nunca el momento en que los llevan al muelle… sus
cuerpos aparecen cuando ya es demasiado tarde.
—¿Puede que se ahoguen solos?
—Eso es lo que piensa la policía. Que es una especie de pacto suicida
concebido por alumnos del instituto. Que los chicos se sacrifican por la
leyenda… para mantenerla viva.
—Pero ¿tú no lo crees?
—¿Es muy grave, no crees, suicidarte por mantener viva una leyenda? —
Siento que el corazón me late con más rapidez al recordar veranos anteriores:
cuerpos hinchados con agua del mar, bocas y ojos abiertos como pescados
destripados mientras los arrastraban a la playa. Un escalofrío me recorre las
venas—. Una vez que una de las hermanas Swan te susurra al oído
prometiéndote el contacto con su piel, ya no puedes resistirte. Te atraerá hasta el
agua y luego te arrastrará dentro de ella hasta que la vida se esfume de tu cuerpo.
Bo sacude la cabeza y luego termina la cerveza de un trago.
—¿Y la gente viene a ver todo esto?
—Turismo morboso lo llamamos. Y suele convertirse en una caza de brujas,
lugareños y turistas, todos juntos intentando averiguar cuáles son las tres chicas
del pueblo que están poseídas por las hermanas Swan, intentando determinar
quiénes son responsables de la matanza.
—¿No es peligroso especular sobre algo que no puedes proba
probar?
r?
—Exactamente —concuerdo—. Los primeros
prim eros años después de que ahogaran
a las hermanas, colgaron a muchas jóvenes del pueblo porque sospechaban que
alguna hermana se había adueñado de su cuerpo. Pero, obviamente, nunca
colgaron a las muchachas correctas, porque las hermanas continuaron regresando
año tras año.
—Pero si una de estas hermanas se hubiera adueñado de tu cuerpo, ¿no lo
sabrías? ¿No lo recordarías, una vez que todo hubiera terminado? —Se frota las
palmas de las manos y las extiende hacia el fuego: manos gastadas, ásperas.
Parpadeo y aparto la vista.
—Algunas chicas aseguran tener un vago recuerdo del verano, de besar a
muchos chicos, nadar por el puerto y quedarse fuera hasta muy tarde. Pero eso
puede ser por beber mucho alcohol y no porque tuvieran a una hermana Swan
dentro de ellas. La gente piensa que cuando una hermana se apodera de un
cuerpo, absorbe todos sus recuerdos, de modo tal que la chica puede continuar
con su vida Ynormal,
ella misma. cuandocomportarse
la hermana naturalmente, y nadieborra
abandona el cuerpo, sospecha
todos que ya no es
los recuerdos
que no quiere que conserve la chica que la albergó. Ellas tienen que integrarse
porque si alguna vez las descubrieran, el pueblo podría hacer algo horrendo solo
para terminar con la maldición.
—¿Como matarlas? —pregunta Bo.
—Sería la única manera de impedir que regresen al mar. —Empujo los pies
en la arena caliente, sepultándolos—. Matar a la chica cuyo cuerpo habitan.
Bo se inclina hacia delante y se queda mirando las llamas como si estuviera
pensando en algún recuerdo o lugar que yo no puedo ver.
—Y, sin embargo, lo celebran cada año —comenta finalmente,
—Y,
incorporándose—. ¿Se emborrachan y nadan por el puerto aun cuando saben lo
que va a suceder? ¿Aun cuando saben que morirá gente? ¿Lo han aceptado tan
sencillamente?
Entiendo por qué le parece tan raro a él, un forastero, pero esto es lo que
sabemos. Es lo que siempre ha ocurrido.
—Es la penitencia de nuestro pueblo —señalo—. Ahogamos a tres jóvenes
en el mar dos siglos atrás y, desde entonces, todos los veranos sufrimos las
consecuencias. No podemos cambiarlo.
—¿Y por qué la gente no se marcha a otro lugar?
—Algunos lo hacen, pero las familias que llevan aquí más tiempo eligen
quedarse, como si fuera una obligación que tienen que soportar.
De pronto, una suave brisa se desliza por el grupo y la fogata crepita y titila,
enviando chispas hacia el cielo como si fueran luciérnagas enojadas.
—Está comenzando —dice alguien desde la orilla, y los que están apiñados
alrededor del fuego comienzan a bajar a la playa.
Me levanto, todavía descalza.
—¿Qué está comenzando? —inquiere
—inquier e Bo.
—El canto.
La luz de la luna traza un sendero fantasmagórico hasta el borde del agua.
Bo vacila junto a la fogata, apoyando las manos en las rodillas, la boca una
línea recta e inquebrantable. No cree en nada de esto. Pero luego se pone de pie,
deja la lata de cerveza vacía en la arena y me sigue hasta la orilla, donde se ha
reunido el grupo. Varias chicas están completamente empapadas, tiritando, el
pelo chorreándoles por la espalda.
—Shhh —susurra una de ellas y todos se quedan completamente callados.
Completamente quietos.
Transcurren varios segundos, un viento frío se desliza por el agua, y
descubro que estoy conteniendo la respiración. Todos los veranos sucede lo
mismo, y, sin embargo, escucho y espero como si fuera a oírlo por primera vez.
El inicio de una orquesta, los segundos de nerviosa espera antes de que se
levante el telón.
Y luego llega, suave y lánguido como un día de verano, el susurro de una
canción cuyas palabras son indescifrables. Algunos dicen que es francés, otros
portugués, pero nadie lo ha traducido porque no es un idioma real. Es otra cosa.
Asciende enroscándose desde el agua y se desliza en nuestros oídos. Es
agradable y seductor, como una madre susurrando a un niño una canción de
cuna. Y, como si estuviera preparado, las dos chicas que se encuentran más cerca
del borde del agua dan unos pasos tambaleantes hacia adentro del mar, incapaces
de resistirse.
Pero varios chicos van detrás de ellas y las arrastran hacia fuera. El momento
de los desafíos ya ha terminado. Ya nadie intentará persuadir a las chicas para
que se metan en el agua, ya nadie las alentará a nadar hacia adentro y luego
regresar. De pronto, el peligro es claro y evidente.
El arrullo de la melodía se enrosca alrededor de mí, unos dedos se deslizan
por mi piel y por mi garganta, atrayéndome, rogándome que responda. Cierro los
ojos y doy un paso hacia adelante antes de darme cuenta de lo que he hecho.
Pero una mano, fuerte y cálida, sujeta la mía.
—¿A dónde vas? —pregunta
—pr egunta Bo en voz muy baja mientras me atrae otra vez
a su lado.
Meneo la cabeza. No lo sé.

No suelta mi mano sino que me la aprieta más fuerte, como si temiera


soltarme.
—¿Realmente viene del agua? —pregunta, la voz baja, siempre mirando el
mar oscuro y peligroso, como si no pudiera creer lo que escuchan sus oídos.
Asiento, sintiéndome súbitamente somnolienta. El alcohol del cuerpo me ha
dejado débil, más vulnerable al llamado de la canción.
—Ahora ya sabes por qué vienen los turistas:
turist as: para escuchar la canción de las
hermanas, para ver si es real —respondo. El calor de su mano late contra la mía,
y siento que me inclino contra él, su hombro firme es un ancla que impide que
me desplome.
—¿Cuánto tiempo durará?
—Hasta que cada una de las tres hermanas haya atraído a una chica hacia
adentro del agua y tomado su cuerpo. —Aprieto la mandíbula—. El mar cantará
día y noche. A veces, se necesitan semanas, a veces solo unos pocos días. Las
tres hermanas podrían encontrar cuerpos esta misma noche si las chicas
continúan metiéndose en el agua.
—¿Te asusta? —me doy cuenta de que somos las dos últimas personas que
—¿Te
quedamos en la orilla… todos los demás han regresado a la seguridad de la
hoguera, lejos de la tentación del puerto, pero su mano continúa en la mía,
manteniéndome inmóvil en la orilla.
—Sí —admito y un escalofrío desciende por mi columna hasta el coxis—.
Yo no suelo venir a esta fiesta. Me quedo en casa y me encierro en la habitación.
—Cuando mi padre todavía estaba vivo, se quedaba despierto toda la noche
sentado en una silla junto a la puerta, para estar seguro de que no saliera de mi
dormitorio, en caso de que el deseo de meterme en el mar me resultara
irresistible. Y ahora que ya no está, todas las noches me duermo con los
auriculares puestos y una almohada encima de la cabeza hasta que el canto
finalmente se acaba.

Creohermanas
de las que soy más fuerte
no me que la mayoría
engañarán de las chicas,
tan fácilmente. que las
Mi madre etéreas
solía decirvoces
que
nosotras somos como las hermanas Swan, ella y yo. Incomprendidas. Distintas.
Unas parias que viven solas en la isla, leyendo el futuro en el universo de las
hojas de té. Pero me pregunto si en realidad es posible ser normal en un lugar
como Sparrow. Tal vez todos tengamos alguna rareza, alguna peculiaridad que
mantenemos oculta en los confines de nuestro ser, cosas que vemos y no
podemos explicar, cosas que deseamos, cosas de las que escapamos.
—Algunas chicas quieren que se apoderen de sus cuerpos —comento casi en
un susurro, porque es difícil para mí imaginar que alguien pueda desear algo así
—. Como si fuera una medalla de honor. Otras afirman que poseyeron sus
cuerpos en veranos anteriores, pero no hay forma de probarlo. Lo más seguro es
que estén buscando llamar la atención.
Las hermanas Swan siempre robaron los cuerpos de muchachas de mi edad,
la misma edad que ellas tenían cuando murieron. Como si desearan revivir ese
momento, aunque sea brevemente.
Bo lanza una bocanada de aire y luego se da la vuelta hacia la hoguera,
donde la fiesta se ha reanudado en pleno estado de agitación. El objetivo de esta
noche es mantenerse despiertos hasta el amanecer, para marcar el comienzo del
verano y para que todas las chicas sobrevivan sin ser poseídas por alguna de las
hermanas Swan. Pero siento la vacilación de Bo, tal vez todo esto haya sido
demasiado para él.
—Creo que iré hacia mi campamento y buscaré otro lugar donde dormir. —
Me suelta la mano y me froto las palmas todavía tibias. Una puntada de calor
perturbador se enrosca desde el centro de mi pecho y cubre las costillas.
—¿Aún continúas buscando trabajo?
trabaj o? —pregunto.
Aprieta los labios como si evaluara sus próximas palabras, tamizándolas
dentro de la boca.
—Tenías
—Tenías razón sobre que nadie querría contratar a un fforastero.
orastero.
—Bueno, tal vez estaba equivocada sobre no necesitar ayuda. —Suelto una
bocanada de aire. Tal vez sea porque es un forastero como mi padre, porque sé
que este pueblo puede ser cruel e intolerante. Tal vez sea porque sé que no
durará mucho sin alguien que lo mantenga seguro lejos del puerto una vez que
las tres hermanas hayan encontrado cuerpos y comiencen a llevar a cabo su
venganza sobre el pueblo. O tal vez sea porque también resultaría un alivio tener
a alguien que me ayude con el faro. No sé prácticamente nada de él, pero tengo
la sensación de que siempre ha estado aquí. Y puede ser agradable tener a
alguien más en la isla, alguien con quien hablar… alguien que no esté
deslizándose en una lenta y adormecida locura. Vivir con mi madre es como
vivir con una sombra—. No podemos pagarte mucho, pero tendrías un lugar
donde quedarte y comida gratis.
La muerte de mi padre nunca se declaró oficialmente, por lo tanto, nunca
existió un certificado del seguro de vida esperándonos en el correo. Y poco
después de que desapareciera, mi madre dejó de leer las hojas de té, de forma
que el dinero dejó de llegar. Afortunadamente, papá tenía algunos ahorros.
Suficientes para que pudiéramos sobrevivir gracias a ellos los tres últimos
años… y es probable que nos ayuden a pasar otros dos antes de que tengamos
que buscar otra fuente de ingresos alternativa.
Bo se rasca la nuca y vuelve ligeramente la cabeza. Yo sé que no tiene otras
opciones, pero lo está considerando de todas maneras.
—De acuerdo. Sin garantías de cuánto tiempo me quedaré.
quedar é.

—Trato hecho.

Cojo mis zapatos, que están junto al fuego, y encuentro a Rose hablando con
Heath Belzer.
—Me voy a casa —le digo y estira el brazo.
—No, no puedes irte —comenta
—come nta arrastrando exageradamente las palabras.
—Si quieres venir conmigo, te acompaño hasta tu casa —propongo. Rose
vive
en la aoscuridad.
solo cuatro
Y calles de aquí, pero lo suficientemente lejos como para ir sola
borracha.
—Yo puedo acompañarla —se ofrece Heath y observo los rasgos suaves y
—Yo
agradables de su rostro. Sonrisa relajada, ojos oscuros, pelo castaño rojizo que
siempre le cae sobre la frente, de manera que está constantemente apartándolo de
la cara. Es mono, simpático, a pesar de que las curvas de su rostro le den un
aspecto ligeramente bobo. Heath Belzer es uno de los buenos. Tiene cuatro
hermanas mayores que ya se han graduado y se han marchado de Sparrow, pero
toda su vida fue conocido como Baby Heath, el niño al que le pegaron las
mujeres durante toda su infancia. Y una vez lo vi salvar a una urraca azul que
quedó atrapada
la comida en el laboratorio
a atraparla para despuésdeliberarla
cienciaspor
del una
instituto.
ventanaDedicó todo su hora de
abierta.
—¿No la dejarás sola? —le
—l e pregunto a Heath.
—Me aseguraré de que llegue a su casa —responde, mirándome
directamente a los ojos—. Lo prometo.
—Si llega a sucederle algo… —le advierto.

—No me sucederá nada —masculla Rose, apretándome la mano y


envolviéndome en un abrazo—. Te llamaré mañana —susurra con aliento a
whisky a mi oído.
—De acuerdo. Y nada de nadar.
—¡Nada de ir a nadar! —repite en voz alta, alzando la cerveza y un coro
resuena a través de la muchedumbre mientras todos comienzan a gritar al
unísono—: ¡Nada de ir a nadar!
Puedo escuchar los cánticos durante todo el camino hacia la playa mientras
Bo y yo nos dirigimos al peñasco para recuperar su mochila, mezclados con el
canturreo de voces lejanas que llegan con la creciente marea.

Otis y Olga están esperando en el muelle cuando me acerco lentamente el


bote y apago el motor. Navegamos a través del puerto en la oscuridad, sin
siquiera una linterna que señalara nuestro camino sobre los restos de naufragios,
los seductores susurros de las hermanas Swan deslizándose lánguidamente sobre
el agua, dándonos la sensación de ser devorados por su canción.
Aseguro las sogas al muelle y luego me agacho para acariciar el lomo esbelto
de cadatangato,
llegada tarde.ambos ligeramente húmedos y probablemente tristes por mi
—¿Habéis esperado toda la noche? —les susurro y luego levanto la cabeza y
veo a Bo subiendo al muelle, la mochila en una mano. Estira la cabeza y echa
una mirada a la isla y al faro. El haz de luz nos ilumina fugazmente antes de
continuar su ciclo en sentido horario por el Pacífico.
En la oscuridad, Lumiere Island resulta inquietante y macabra. Un sitio con
fantasmas y huecos llenos de musgo, donde seguramente vagan marineros
muertos tiempo atrás, rondando por los juncos y por los árboles azotados por el
viento. Pero no es a la isla a quien hay que temer… sino a las aguas que la
rodean.
—De día no es tan terrorífico —le aseguro a Bo al pasar delante del viejo
velero de mi padre, el Windsong, que se mece del otro lado del muelle de
madera, las velas plegadas, inmóvil durante los tres últimos años. No fue mi
padre quien lo bautizó. Se llamaba así cuando lo compró diez años atrás a un
hombre que lo tenía anclado al sur de Sparrow, en un puertito costero. Pero el
nombre Windsong
considerando , la canción
las voces del del
que brotan viento, siempre
mar todos los le había parecido adecuado,
veranos.
Otis y Olga trotan detrás de mí y Bo se da prisa para seguirles el paso.
La isla tiene la forma de una media luna, la parte recta mira hacia la tierra y
la parte opuesta está curvada por las olas incesantes que rompen contra sus
orillas. Una casa de dos plantas de color turquesa, donde vivimos mamá y yo, se
levanta cerca del faro, y una colección de edificaciones más pequeñas están
distribuidas por toda la isla, construidas, derribadas y agregadas a lo largo de los
años. Hay un cobertizo para la leña, otro para las herramientas, un invernadero
abandonado hace tiempo y dos pequeñas casas que sirven de vivienda: la Cabaña
del Viejo Pescador y la Cabaña del Ancla. Conduzco a Bo a la más nueva de las
dos, que albergaba a los empleados, cocineros y personal de mantenimiento,
cuando se necesitaba de esa gente para mantener a este lugar funcionando.
—¿Siempre has vivido en la isla? —pregunta desde la oscuridad mientras
recorremos el sinuoso sendero de madera y losas, roto en algunos tramos, hacia
el interior de la isla, el aire neblinoso y frío.
—Nací aquí.
—¿En la isla?
—Mi madre habría preferido tenerme en el hospital de Newport, que está a
una hora de aquí, o al menos en la clínica de Sparrow, pero aquí el destino está
marcado por el mar, y hubo una tormenta invernal que cubrió la isla con treinta
centímetros de nieve y el puerto quedó aislado en medio de la ventisca. Así que
me tuvo en casa. —El vertiginoso remolino del alcohol todavía late dentro de mí
y siento que mi cabeza está vacía y borrosa—. Mi padre dijo que yo estaba
destinada a vivir aquí —explico—. Que la isla no quería dejarme ir.
La isla podrá ser mi lugar, pero nunca fue el de mi padre. El pueblo siempre
detestó que un forastero comprara la isla y el faro, aun cuando mi madre fuera de
aquí.
Mi padre era un arquitecto independiente. Diseñó casas veraniegas en la
costa y hasta una biblioteca al norte, en Pacific Cove. Antes de eso, trabajó en un
estudio de arquitectura en Portland, después de que él y mi madre se casaran.
Pero mi madre extrañaba Sparrow, su pueblo natal, y quería regresar
desesperadamente. A pesar de no tener familia aquí, sus padres hacía mucho que
habían muerto y ella era hija única, siempre había sentido que este era su hogar.
Así que cuando vieron el anuncio de que Lumiere Island estaba en venta,
incluyendo
útil porque el faro, que
Sparrow ya iba
no aera
serun
confiscado
puerto depor el estado
grandes —que ya no resultaba
embarcaciones—, ambos
supieron qué era exactamente lo que querían. El faro era un edificio histórico,
una de las primeras construcciones del pueblo, y los pescadores locales todavía
lo necesitaban para entrar en el puerto. Era perfecto. Papá hasta tenía planeado
renovar algún día la vieja finca —arreglarla cuando tuviera tiempo, para que
viviéramos allí—, pero no tuvo la oportunidad de hacerlo.
Cuando desapareció, la policía vino a la isla, redactó un informe y luego no
hizo nada. Los habitantes del pueblo no se congregaron, no organizaron grupos
de búsqueda ni subieron a sus barcos pesqueros para recorrer el puerto. Para

ellos,
pueblo,él este
nunca había
lugar y a pertenecido al pueblo.
esta gente por Por esto, una
ser tan insensible. parte de
Le temen mí odia
a todos los este
que
no pertenezcan a Sparrow. Como les temieron a las hermanas Swan doscientos
años atrás… y las mataron por ser distintas.
Doblamos a la derecha, alejándonos de las luces de la casa principal, y nos
adentramos en el oscuro centro de la isla, hasta llegar a la pequeña cabaña de
piedra y madera.
CABAÑA DEL ANCLA dice en letras hechas con soga deshilachada de pescadores
y clavada a la puerta de madera. No está cerrada y, afortunadamente, cuando
levanto el interruptor de la luz en cuanto cruzo la puerta, titila y se enciende una
lámpara de pie que está al otro lado de la habitación.
Otis y Olga pasan volando por encima de mis pies y entran a la cabaña,
sintiendo curiosidad ante la construcción, que raramente tienen la posibilidad de
explorar. En el interior, hace frío y hay una humedad que es imposible de
eliminar.
En la cocina, enciendo el interruptor que está junto al fregadero y una luz
parpadea un poco y después se enciende por encima de nuestras cabezas. Me
arrodillo y agarro el cable de electricidad de la nevera y lo conecto a un enchufe
en la pared. De inmediato comienza a zumbar. Hay un pequeño cuarto junto a la
sala; una cómoda de madera apoyada contra una pared y una cama de base
metálica se encuentra debajo de una ventana. Hay un colchón, pero no hay
mantas ni almohadas.
—Mañana te traeré sábanas y ropa de cama.
—Tengo un saco de dormir. —Apoya la mochila en el ssuelo,
—Tengo uelo, junto a la puerta
—. No te preocupes.
—Hay troncos dentro del cobertizo que está un poco más adelante, por si
quieres encender la chimenea. No hay comida en la cocina, pero tenemos mucha
en la casa principal. Puedes venir por la mañana a desayunar.
—Gracias.
—Ojalá no estuviera
est uviera tan… —No sé bien qué quiero decir,
d ecir, cómo disculparme
por la oscuridad y el moho de la casa.
—Es mejor que dormir en la playa —comenta antes de que pueda encontrar
las palabras correctas y sonrío, sintiéndome repentinamente exhausta, mareada y
muerta de sueño.
—Nos vemos por la mañana —mascullo.
No dice nada más, a pesar de que permanezco muda unos segundos más,
pensando que lo hará. Y luego me doy vuelta, balanceando la cabeza, y me
marcho.
Otis y Olga me siguen hasta fuera y subimos fatigosamente la pendiente
hasta la casa principal, donde dejé encendida la luz del porche trasero.
La isla
El viento es constante.
Ulula y arranca los revestimientos y desgarra las tejas de los techos. Trae
lluvia y aire salado y, en el invierno, a veces trae nieve. Pero durante un tiempo,
en la primavera, transporta las vívidas y seductoras voces de tres hermanas
retenidas como cautivas bajo el mar, que intentan llevar a las jóvenes de Sparrow
hacia el muelle.
Desde las negras aguas del puerto, sus cánticos se hunden en los sueños,
impregnan
acantilados yladehierba quebradiza
las casas queSecrece
deterioradas. a en
instalan lo las
largo de que
piedras los sostienen
escarpados
el
faro; flotan y se arremolinan en el aire hasta que es lo único que se puede oler y
respirar.
Esto es lo que persuade a las que tienen corazón débil a abandonar el sueño,
las saca de la cama y las atrae a la costa. Como dedos envolviendo sus gargantas,
las arrastra hasta la parte más profunda de la bahía, entre los antiguos naufragios
de barcos abandonados, y las hace meterse en las profundidades hasta que el aire
sale de sus pulmones y algo nuevo puede deslizarse en su interior.
Así es cómo lo hacen, cómo las hermanas logran liberarse de sus salobres
sepulturas. Roban tres cuerpos y los hacen suyos. Y, este verano, lo hacen con
rapidez.
Me despierto con la asfixiante sensación de tener agua del mar en la
garganta. Me siento en la cama y aferro la sábana blanca con las dos manos. La
sensación de estar ahogándome me desgarra los pulmones, pero era solo una
pesadilla.
La cabeza me late, las sienes vibran, el persistente sabor del whisky todavía
en la lengua.
Necesito un momento para orientarme, la noche anterior aún da vueltas
dentro de mi cabeza. Aparto la sábana y estiro los dedos de los pies sobre el
suelo de madera, sintiéndome rígida y dolorida, como si un martillo estuviera
resquebrajándome el cráneo desde dentro. La luz del sol se cuela a través de las
cortinas color amarillo y rebota contra las paredes blancas, la cómoda blanca y el
alto techo blanco… cegándome.
Aprieto los dedos contra los ojos y bostezo. Veo mi imagen en el espejo de
cuerpo entero que está en la puerta del armario. Círculos oscuros rodean mis ojos
y mi cola de caballo está parcialmente suelta, de forma que los mechones de pelo
color café caen sobre mi cara. Estoy horrible.
El suelo está frío, pero me arrastro hasta uno de los inmensos ventanales que
dan sobre el mar agitado y deslizo la ventana hacia arriba.
Todavía puedo escucharlo en el viento: el suave lamento de una canción.

El aroma de azúcar impalpable y el jarabe de arce flota en el aire como una


leve nevada de invierno. Encuentro a mi madre en la cocina, delante del
calefactor, el pelo oscuro formando una trenza a la espalda, como una enroscada
serpiente. Y me siento como si todavía estuviera atrapada en un sueño, la cabeza
me da vueltas, mi cuerpo se sacude de un lado a otro como si una marea
invisible lo empujara hacia la costa.
—¿Tienes hambre? —pregunta sin darse
dar se vuelta. Asimilo
Asimil o sus movimientos, la
sosegada manera en que desliza la espátula debajo de la tortita pastosa y la hace
dar vuelta en la sartén. Normalmente no prepara el desayuno —ya no—, así que
se trata de un caso raro. Algo sucede. Por un momento, dejo que un recuerdo se
materialice en mi mente: ella haciendo gofres de jalea casera de mora, las
mejillas enrojecidas
de la mañana por elFue
en su rostro. calor de alguna
feliz la chimenea,
vez. ojos y labios sonrientes, el sol
Me toco el estómago, contraído y revuelto.
—La verdad es que no —respondo. Es imposible que coma algo en este
momento y no lo vomite. Paso delante de ella y me detengo frente a la barra,
donde hay una hilera de latas plateadas colocadas ordenadamente. No tienen
etiquetas, pero conozco el contenido de cada una de ellas: Manzanilla y
Lavanda, Rose Earl Grey, Chai con Cardamomo, Hierbabuena, Té de jazmín
Dragon Pearls. Hiervo agua y luego dejo reposar el té —Rose Earl Grey— y me
apoyo contra la barra para respirar el aroma dulce y rústico.
—Tenemos invitados —comenta súbitamente mientras desliza los gofres
—Tenemos
ligeramente tostados en un plato blanco.
Echo una mirada por la cocina y luego vuelvo a mirarla a ella. La casa está
en silencio.
—¿Quién?
Me mira y examina los pliegues que tengo alrededor de los ojos por la falta
de sueño; las náuseas que vienen en oleadas cuando aprieto los labios con fuerza
para no vomitar. Me observa fijamente durante un instante, los ojos entornados
como si no me reconociera del todo. Luego aparta la mirada.
—El chico que trajiste
trajist e anoche a la isla —responde.
—respon de. Los recuerdos fluyen otr
otraa
vez a través de mí: la playa, Bo y mi ofrecimiento para que venga a trabajar en la
isla. Aprieto las palmas de las manos contra los ojos otra vez.
—¿Es un chico del pueblo?
—No. —Recuerdo el momento en el muelle cuando dijo que estaba
buscando trabajo—. Llegó ayer al pueblo.
—¿Por las hermanas Swan? —pregunta, colocando la sartén en el fuego y
cerrando el interruptor.
int erruptor.

—No. No es un turista.
—¿Podemos confiar en él?
—No lo sé —respondo sinceramente.
sinceram ente. En realidad, no sséé nada de él.
—Bueno —continúa, dándose vuelta para mirarme y deslizando las manos
en los bolsillos de su gruesa bata negra—, ahora se está despertando. Llévale
algo para
de sus desayunar.
dones: No quiero
sabe cuándo un desconocido
las personas dentrocuándo
están cerca, de la casa. —Este
vienen a la esisla…
uno
presiente su llegada como una molestia en la boca del estómago. Y eso explica
por qué ha decidido preparar el desayuno, por qué saltó de la cama en cuanto
salió el sol, fue a la cocina a encender el fuego y sacó su mejor sartén. Podrá no
querer tener un desconocido en su casa, podrá no confiar en él, pero no permitirá
que se muera de hambre. Es su forma de ser. Ni el dolor le impedirá ser
generosa.
Vierte jarabe de arce sobre la pila de gofres calientes y luego me pasa el
plato.

—Y llévale
pregunta por quéunas
estámantas
ahí, por—agrega—. O se amorirá
qué lo he traído de frío
la isla… con allí
qué fuera.
motivo.—No
Tal
vez no le importe.
Me pongo las botas verdes de goma que están junto a la puerta y un
impermeable negro, luego cojo un juego de sábanas y una gruesa manta de lana
del armario del vestíbulo. Manteniendo una mano encima del plato de gofres
para impedir que la lluvia los convierta en una masa húmeda de azúcar y harina,
cruzo la puerta.
Charcos de agua se forman al lado del sendero y, a veces, la lluvia parece
surgir desde el suelo y no caer desde arriba: un efecto como el de los globos de
nieve, pero con agua. Un viento raudo me golpea el rostro mientras camino hacia
la cabaña.
La puerta de madera maciza repiquetea cuando la golpeo y Bo abre casi
inmediatamente, como si hubiera estado a punto de salir.
—Buenos días —lo saludo. Está vestido con vaqueros y un chubasquero gris
oscuro. El fuego chisporrotea en la chimenea a sus espaldas. Está descansado,
duchado y renovado. Nada que ver conmigo—. ¿Cómo has dormido?
—Bien. —Sin embargo, su voz suena agotada y profunda, revelando tal vez
falta de sueño. Sus ojos me observan sin pestañar, asimilándome, y siento un
hormigueo
de ti, que teenpase
la piel ante semejante
de largo, intensidad.
como si no Noahí.
estuvieras es alguien queesmire
Su mirada a través
penetrante,
incisiva y un ansia se instala en el fondo de mis ojos, haciéndome apartar la
vista.
Una vez que cierra la puerta, apoyo el plato de gofres sobre la mesita de
madera de la cocina y me froto la mano en los vaqueros, aunque no haya nada
que limpiar. La cabaña es distinta con él dentro, y el resplandor de la chimenea
oculta los bordes duros y rugosos, de modo que todo parece tenue y suave.
Coloco las sábanas y la manta de lana en el sillón gris y mohoso que se
encuentra frente a la chimenea, y él se sienta en la mesa.
—¿Puedes enseñarme hoy el faro? —pregunta, dando un mordisco a los
gofres. En esta luz, en el fulgor rojo del fuego, me recuerda a los chicos que
llegan al pueblo en barcos pesqueros, inexpertos y de aspecto salvaje, como si
los vientos los hubieran echado al mar, lanzándolos a la deriva.
Me recuerda a alguien que ha dejado atrás su pasado.
—Claro. —Me muerdo la parte de adentro del labio inferior. Mis ojos
recorren la cabaña. Las altas estanterías de madera junto a la chimenea están
atiborradas de libros, viejos calendarios y boletines con las tablas de mareas,
todos cubiertos por una década de polvo. Trozos de cristal de mar color
aguamarina, recogidos a lo largo de los años de las costas rocosas de la isla,
están apilados en un platito de porcelana. En el último estante hay un gran reloj
de madera que probablemente haya vivido alguna vez en la cubierta de algún
barco. Esta cabaña ha servido de vivienda a una gran variedad de empleados y
peones, hombres que se quedaban una semana o años, pero casi todos dejaban
algo al marcharse. Chucherías y recuerdos, indicios de sus vidas, pero nunca la
historia completa.
Cuando Bo termina de desayunar —tan rápido que me doy cuenta de que
debe haber estado muerto de hambre—, abandonamos el calor de la cabaña y nos
sumergimos bajo la llovizna. El cielo gris ceniza nos aplasta, su peso es tangible,
mientras el agua chorrea por mi pelo.
Pasamos por el pequeño invernadero, donde alguna vez se plantaron y
crecieron hierbas, tomates y verduras de hojas verdes, las paredes de cristal
ahora están deslucidas y empañadas, por lo que ya no se puede ver el interior. La
isla ha reconquistado a la mayoría de las construcciones, paredes deterioradas y
podredumbre que se filtra desde los cimientos. El verdín cubre todas las
superficies, una maleza que se alimenta de la humedad constante y es imposible
de contener. Moho y óxido. Lodo y desperdicios. La muerte ha logrado
infiltrarse en todo.
—Los cantos no se han terminado —comenta Bo cuando nos hallamos a
mitad de camino del faro, los fuertes chapoteos de nuestros pies resuenan contra
la madera de la pasarela. Pero en el viento, las voces continúan allí, deslizándose
perezosamente hacia nosotros. Es un sonido tan familiar que me resulta difícil de
distinguir de los demás sonidos de la isla.
—Todavía
—T odavía no —concuerdo. No lo miro. No dejo que sus ojos vuelvan a
encontrar los míos.
Al llegar al faro, abro la puerta de metal, cuyas bisagras están corroídas. Una
vez adentro, nos toma un momento adaptarnos a la penumbra. El aire es denso y
huele a piedra y a madera húmeda. Una escalera circular sube serpenteando por
el interior del faro y, mientras ascendemos, le indico a Bo dónde no pisar —
muchos peldaños están podridos o rotos— y, cada poco, me detengo para
recuperar el aliento.
—¿Alguna vez poseyeron tu cuerpo? —pregunta Bo cuando ya casi lllegamos
legamos
al final de la escalera.
—Si hubiera sucedido, no lo sabría —respondo entre jadeos.
—¿Realmente crees en eso? Si tu cuerpo estuviera habitado por otra cosa,
¿no crees que lo sabrías?
Me detengo en un peldaño firme y me vuelvo hacia él.
—Creo que para la mente es más fácil olvidar. Hundirse
Hundir se en el fondo. —No
parece satisfecho con mi explicación, su mentón gira hacia la izquierda—. Si
esto te hace sentir mejor —agrego con una leve sonrisa—, si una de las
hermanas Swan se metiera alguna vez dentro de mi cuerpo, te lo contaré si es
que me doy cuenta.
Alza una ceja y sus ojos me sonríen. Me doy vuelta y continúo subiendo.
Al ir ascendiendo, el viento comienza a repiquetear contra las paredes, y
cuando finalmente llegamos arribamos a la linterna del faro, una ráfaga ruge a
través de las grietas del exterior.
—El primer cuidador del faro era un francés —explico—. Él fue quien le
puso Lumiere a la isla. En esas épocas, era necesario mucho más trabajo
encargarse del funcionamiento del faro, mantener las linternas y los prismas.
Ahora está casi todo automatizado.

—¿Cómo has aprendido todo eso?


es o?
—De mi padre —respondo automáticamente—.
autom áticamente—. Él se informó
in formó sobre los faros
cuando compraron la isla. —Trago con fuerza y después continúo—. Tenemos
que revisar el cristal y la lámpara todos los días. Y hay que limpiar todo un par
de veces por semana para evitar que se acumule el salitre de mar. No es difícil.
Pero durante una tormenta o una niebla densa, este faro puede salvar las vidas de
los pescadores que estén en el mar. De modo que tenemos que mantenerlo
funcionando.
Asiente mientras camina hacia las ventanas para observar la isla desde arriba.
Lo miro, sigo el contorno de sus hombros, la curva de su postura segura, los
brazos a los lados del cuerpo. ¿Quién es? ¿Qué lo ha traído aquí? La niebla se
ha deslizado sobre la isla creando un fino manto gris de forma que no podemos
distinguir los detalles del terreno que está abajo. Después de unos minutos de
observar por el cristal, cruza la puerta detrás de mí y descendemos por la sinuosa
escalera.
Cuando tiro de la puerta para cerrarla, Otis está fuera, sentado en la pasarela
de madera, esperando con los ojos entrecerrados por la lluvia. Olga se halla a
varios metros sobre el mismo sendero, lamiendo su cola de rayas anaranjadas.
Ambos están acostumbrados a los interminables aguaceros, sus instintos gatunos
de escapar del tiempo húmedo han quedado ocultos.
Recorremos el sendero que conduce al centro de la isla y atravesamos el
viejo huerto, donde crecen, de manera salvaje e indisciplinada, hileras de árboles
de manzanas Braeburn y otros altos y delgados de peras Anjou. La gente solía
decir que los árboles frutales no podían crecer con el aire marino, pero siempre
se desarrollaron muy bien en Lumiere Island. Una anomalía.

fila.—¿Y qué pasa con el huerto? —pregunta Bo deteniéndose al final de una


—¿Qué quieres decir?
—Estos árboles no han sido podados en años. —Lo miro con los ojos
entornados mientras se estira para tocar una de las raquíticas ramas sin hojas,
como si pudiera presentir la historia del árbol con solo tocarlo—. Hay que
podarlos y cortar los que están muertos.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto, hundiendo las manos en los bolsillos del
impermeable, porque han comenzado a entumecerse.

—He crecido en una granja —responde


—r esponde vagamente.
—Mi madre no se ocupa de los árboles —comento.
—Alguien se ocupó de ellos alguna vez. —Suelta la rama raquítica, que
vuelve abruptamente a su lugar. Tiene razón; alguna vez alguien realmente se
ocupó de este huerto. Y solía haber más filas y una variedad de manzanas y peras
resistentes. Pero ya no. Los árboles están muy descuidados y azotados por el
viento, y solo dan frutas pequeñas y, a menudo, amargas—. Podrían vivir otros
cien años si alguien los mantuviera.
—¿Tú podrías revivirlos?
—Por supuesto, solo necesitaría
neces itaría un poco de trabajo.
trabajo .
Sonrío levemente mientras recorro las hileras de árboles con la mirada.
Siempre me encantó el huerto, pero hace años que no dan buenos frutos. Igual
que el resto de la isla, se han deteriorado. Pero si se pudiera salvar a los árboles,
tal vez toda la isla se salvaría.
—De acuerdo —exclamo—. Vamos
Vamos a hacerlo.
Sonríe ligeramente y nuestros ojos se encuentran por un instante.
Le muestro las demás construcciones de la isla y rodeamos todo el perímetro.
Tiene cuidado de no caminar muy cerca de mí, de que su brazo no roce el mío
cuando caminamos uno junto al otro, sus pasos medidos y pausados sobre el
paisaje rocoso. Pero sus ojos se desvían fugazmente hacia mí cuando cree que no
estoy mirando. Trago saliva, tenso el mentón y aparto la vista.
Al llegar a los acantilados que miran al oeste, se detiene y observa las olas
violentas del océano que golpean la costa y rocían agua y espuma sobre las
rocas.
Al estar tan cerca del mar, el cántico de las hermanas parece un susurro en
nuestros oídos. Como si estuvieran junto a nosotros, respirándonos sobre el
cuello.
—¿Cuántas personas murieron? —pregunta.
—¿Cómo dices?
—¿Durante los meses en que
qu e regresan las hermanas Swan?
Me cruzo de brazos, el viento me desliza el cabello sobre los ojos.
—Cada una ahoga a un chico… normalmente.
nor malmente.
—¿Normalmente?
—Más o menos. Depende.
—¿De qué?
Me encojo de hombros y pienso en los veranos en que se encontraron cinco o
seis chicos revolcándose entre las olas contra la costa. Con arena en el pelo y
agua salada en los pulmones.
—De lo vengativas que estén… supongo.
—¿Cómo eligen?
—¿El qué?
—¿A quiénes van a matar?
El aire se atora en mi garganta, atrapado como un anzuelo en la boca de un
pez.
—Probablemente de la misma manera en que elegían amantes cuando
estaban vivas.
—Entonces, ¿quieren a los chicos que ahogan? —Creo que tal vez lo
pregunta sarcásticamente, pero cuando ladeo los ojos para mirarlo, sus ojos
oscuros y sus labios gruesos están tensos.
—No. No lo sé. Lo dudo. No se trata de amor.
—¿Venganza,
—¿Venganza, entonces? —pregunta, repitiendo mis palabras de anoche.
—Venganza.
—Venganza.
—La perfecta justificación de un asesinato —agrega, su mirada se aparta de
la mía para deslizarse por encima de la bruma difusa que se levanta del mar
como si fuera humo.
—No es… —Pero me detengo. Un asesinato. Porque eso es precisamente lo
que es. Llamarlo maldición no cambia la verdad de lo que ocurre aquí todos los
años: asesinato. Premeditado. Violento. Cruel. Bestial. Hasta monstruoso.
Doscientos años de matanza. Un pueblo que revive un pasado que no puede
cambiar, que paga el precio año tras año. Ojo por ojo. Trago saliva al sentir un
dolor en el pecho, en las entrañas.
Es tan predecible como la marea y como la luna. Sube y baja. La muerte
viene y va.

Bo no me presiona para que termine la idea, y no lo hago. Ahora mi mente se


retuerce como una serpiente en un pozo oscuro y profundo. Alzo los hombros y
tiemblo, el frío bulle a través de mí.
Observamos el mar agitado y después le pregunto:
—¿Por qué estás aquí realmente?
real mente?
—Era la última parada del recorrido del autobús —repite—. Necesitaba
trabajo.
—¿Y nunca antes oíste hablar de Sparrow?
Sus ojos se deslizan hacia los míos y la lluvia queda atrapada en sus
pestañas, se demora en su barbilla y chorrea de su oscuro cabello.
—No.
Luego algo cambia en el viento.
Un abrupto silencio se extiende sobre la isla y un rápido escalofrío me
atraviesa la nuca.
El canto se ha detenido.
Bo se acerca un poco más al borde del acantilado, como si estuviera
aguzando el oído para oír lo que ya no está ahí.
—Ha desaparecido —anuncia.
—Todas las hermanas han encontrado sus cuerpos. —Las palabras parecen
—Todas
extraídas de mi garganta. La quietud se instala entre cada una de mis costillas,
expande mis pulmones, me recuerda lo que falta por venir—. Ya han regresado
todas. —Cierro los ojos y me concentro en el silencio. Nunca había ocurrido con
tanta rapidez.
Ahora comenzarán los ahogamientos.
Una advertencia
Esperamos la muerte. Contenemos la respiración.
respiración.
Sabemos que viene, aun así nos estremecemos cuando nos aferra la garganta
y nos empuja hacia el fondo.
Placa ubicada en el banco de piedra de Ocean Avenue, frente al puerto (realizada
en 1925).
El lodo se desliza por debajo de las botas de lluvia. Una constante e
ininterrumpida llovizna se acumula en las mangas resistentes al agua de mi
impermeable mientras recorro otra vez las hileras de árboles frutales del huerto.
Bo ha regresado a la cabaña. Nos separamos hace una hora. Y aun cuando
pensaba irme a la cama, la cabeza todavía latiéndome, la piel repiqueteando
contra los huesos, había decidido que quería estar fuera, sola.
Encuentro al conocido roble que crece en el centro del huerto, por donde
pasé con Bo hace muy poco, pero no nos detuvimos.
Es mi lugar preferido de la isla, donde me siento protegida y oculta en medio
de los viejos y podridos árboles frutales. Donde dejo que los recuerdos se
deslicen sobre mí como una corriente fresca. Este roble se yergue solo entre los
demás árboles, anciano y erosionado por el aire marino, atrofiado en su
crecimiento. Pero ha estado aquí desde el principio, hace casi doscientos años,
desde que las hermanas Swan pisaron estas tierras, cuando todavía vivían.
Resbalo los dedos por el rudimentario corazón grabado en la madera, tallado
por amantes que murieron hace mucho tiempo. Pero el corazón perdura
indeleble, aunque la corteza ya no esté.
Me deslizo por el tronco y me siento en la base, inclinando la cabeza hacia
atrás para mirar el cielo salpicado de nubes oscuras, atrapadas en medio de los
inconstantes vientos marinos.
La temporada Swan ha comenzado. Y este pequeño pueblo, recostado sobre
la costa, no saldrá indemne.

Una tormenta sopla desde el mar. El reloj de mi mesita de noche dice que son
las once de la noche. Después las doce. No puedo dormir.
Voy hasta el baño, que está del otro lado del pasillo, y mis pensamientos
vuelan hacia Bo. Él no está seguro, incluso en la isla.
Puedo oír el ventilador de mamá girando en su habitación, a dos puertas de
distancia, mientras ella duerme. Le gusta sentir una brisa, aun en invierno; dice
que, sin ella, tiene pesadillas. Enciendo la luz del baño y me miro en el espejo.
Mis labios están pálidos, el pelo cae liso sobre los hombros. Parece que no
hubiera dormido en varios días.
Y luego un pequeño rayo de luz parpadea a través de la ventana del baño y se
refleja en el espejo. Levanto una mano para taparlo. No es el haz de luz del faro:
es otra cosa.
Entorno los ojos y miro por la ventana chorreada de lluvia. Un bote se está
acercando al muelle por la costa.
Hay alguien en la isla.

Me pongo el impermeable y las botas, y cruzo la puerta sigilosamente. El


viento ulula sobre los riscos de la isla, sacudiendo las resistentes hierbas marinas
de un lado a otro y arremolinándome el pelo sobre la cara.
Mientras me voy acercando, veo una luz que pasa por encima del muelle, un
gran haz de luz de una linterna, del tipo que se usa para ver a través de la niebla
cuando intentas encontrar el camino en medio de los restos de barcos hundidos
de regreso al puerto. Hay un intercambio de voces a bajo volumen y pisadas
fuertes en la pasarela de madera. Sean quienes sean, no están tratando de ser
discretos ni silenciosos.
Me tapo la cara con la mano para protegerme del viento. Y entonces escucho
mi nombre.
—¿Penny?
En la oscuridad, distingo el pelo indómito de Rose en medio de una ráfaga de
viento.
—Rose… ¿qué haces aquí?
—Hemos traído vino —dice Heath Belzer, el chico que acompañó anoche a
Rose a su una
levantando casabotella
despuésparadeque
la yo
fiesta, y que se encuentra ahora junto a ella,
la vea.
El bote que tiene detrás está amarrado al muelle de manera poco segura, los
cabos colgando dentro del agua, e imagino que debe pertenecer a los padres de
Heath.
—Los cantos
cant os se han acabado —señala Rose por lo
l o bajo, como ssii no quisiera
que la isla la oyera.
—Lo sé.
Camina hacia mí, balanceándose levemente, es obvio que ya está un poco
borracha. Heath dirige la mirada hacia el puerto mientras el mar golpea contra el
muelle. Allá, en la oscuridad, es donde terminará la vida de por lo menos tres
chicos.
—¿Podemos subir al faro? —pregunta Rose, cambiando de tema—. Quiero
enseñárselo a Heath. —Levanta las cejas y se muerde el lado de la mejilla:
parece un ángel con esas mejillas sonrojadas y esos ojos tan grandes. No puedo
dejar de quererla: la forma en que siempre ilumina el aire que la rodea, como si
fuera una bombilla de luz. Como si fuera un día de verano y una brisa fresca
todo junto.
—De acuerdo —acepto y ella esboza una sonrisa amplia y tonta,
empujándome por la pasarela con Heath detrás de nosotras.
—Me parece recordar
r ecordar que anoche estabas con un chico —
—susurra
susurra a mi oído,
la respiración caliente y pesada por el alcohol.
—Bo —respondo—. Le he dado trabajo en la isla. Está viviendo en la
Cabaña del Ancla.
—¿Que has hecho qué? —Abre mucho la
l a boca.
—Necesitaba un trabajo.
—Debías estar borracha si has estado dispuesta a contratar a un forastero. Te
has dado cuenta de que probablemente sea un turista.
—No lo creo.
—¿Y entonces por qué está aquí?
—No estoy segura.
—Penny —dice, disminuyendo el paso—. Está viviendo
vivie ndo en la isla
isl a contigo…
Podría asesinarte mientras duermes.
—Creo que él tiene más que temer que yo.
—Es verdad —admite, bajándose las mangas del jersey blanco para cubrir
sus dedos del viento frío—. No podría haberse presentado en peor momento.
Veremos si logra llegar al solsticio de verano.
Un escalofrío desciende por mi espalda.

Una vez que


tambaleándose por llegamos
la escaleraal de
faro, Rose yríeHeath
caracol, nerviosamente
no deja de mientras
sujetarla sube
para
impedir que caiga hacia atrás.
Al llegar arriba, empujo la puerta y entramos al cuarto de la linterna. Pero no
está oscuro como yo esperaba. La lámpara que está apoyada en el escritorio
blanco de la pared de la derecha está encendida y hay una silueta de pie al lado
de la ventana, el hombro apoyado contra ella.
—¿Bo? —pregunto.
—Hola. —Se da la vuelta y noto que tiene un libro en la mano derecha—.
He subido para ver la tormenta.
—Nosotros también —interviene Rose con un chillido y se adelanta para
presentarse—. Soy Rose.
—Bo.
Rose sonríe francamente y me mira, articulando es mono con los labios, para
que nadie más lo vea.
Bo y Heath se estrechan la mano y luego Heath levanta la botella.
—Parece que estamos en una fiestita.
—Yoo debería ir bajando —comenta
—Y —co menta Bo, metiendo el libro
l ibro debajo del brazo.
—De ninguna manera —interviene Rose riendo—. Tú te quedas. Tres no es
una fiesta, pero cuatro es perfecto.
Bo me mira, como pidiendo permiso, pero yo le devuelvo una mirada
inexpresiva, sin saber qué pensar de que él esté aquí arriba, solo, leyendo o
viendo la tormenta. Cualquiera sea la verdad.
—De acuerdo —dice, un dejo de recelo en los ojos.
Heath extrae un sacacorchos del bolsillo de la chaqueta y comienza a
destapar la botella.

—Heath robó dos botellas del hostal de sus padres —anuncia Rose—.
Bebimos una por el camino. —Lo cual explica por qué ya está tan alegre.
Como no hay vasos, Heath bebe un sorbo, pero antes de pasar la botella,
pregunta:
—¿Apostamos algo?
—¿Qué? —inquiere Rose.
—¿Cuánto tiempo pasará antes de que aparezca el primer cuerpo en el
puerto?
—Eso es morboso —comenta Rose con una mueca.
—Tal
—Tal vez. Pero va a suceder nos guste o no.
Bo y yo intercambiamos una mirada.
Rose suelta aire por la nariz.
—Tres días —responde resignadamente, tomando la botella de la mano de
Heath y bebiendo un trago.
—Tres días y medio —adivina
—adivi na Heath mientras la mira. Pero creo que solo lo
dice para hacerse el gracioso, para competir con el número que ha dicho ella.
Rose le extiende la botella a Bo, que la coge y la observa como si la
respuesta estuviera allí dentro.
—Espero que no aparezca ninguno —suelta finalmente.
—Eso no vale, hay que decir
deci r un número —señala Rose, alzando una ceja.
—Claro que vale —lo defiende Heath—. Él dice ningún día. Algo que nunca
ha sucedido, pero supongo que es posible. Tal vez este verano no se ahogue
nadie.
—Poco probable —insiste Rose,
Rose , que parece algo disgustada
disgustad a con el juego.
Bo da un rápido sorbo de vino tinto y luego me lo pasa. Lo cojo con cuidado,
resbalando el pulgar por el cuello de la botella y después alzo la vista hacia el
grupo.
—Esta noche —apuesto, inclinando el vino hacia los labios y bebiendo un
buen trago.
Rose se estremece levemente y Heath la rodea con el brazo.
—Hablemos de otra cosa —sugiere.
—s ugiere.
—De lo que tú quieras —dice Heath, ladeando la cabeza hacia ella con una
sonrisa.
—¡Quiero contar fantasmas! —exclama Rose alegremente, el ánimo
recuperado.
Heath la suelta y frunce el ceño, confundido.
—¿Quieres hacer qué?
—Es un juego al que Penny y yo solíamos jugar cuando éramos pequeñas,
¿te acuerdas, Penny? —Me mira y asiento—. Buscábamos fantasmas en el haz
de luz del faro mientras giraba alrededor de la isla. Y recibes puntos por cada
uno que ves. Un punto si lo ves en la isla y dos si ves uno en el agua.
—¿Y de verdad ven a esos fantasmas? —pregunta Heath, una ceja
arrugándole la frente.
—Sí. Estaban por todos lados —responde Rose con una sonrisita maliciosa
—. Solo tienes que saber a dónde mirar.
—Enséñamelo —dice Heath. Y a pesar de que es obviamente escéptico,
sonríe mientras Rose lo arrastra hacia la ventana. Es un juego infantil, pero ellos
apoyan las palmas de las manos contra el cristal mientras ríen.
Le devuelvo la botella a Bo, que bebe otro trago.
—¿Qué estás leyendo? —pregunto.
—Un libro que he encontrado en la cabaña.
—¿Sobre qué?
Lo saca de debajo del brazo y lo apoya en el escritorio blanco. La historia y
la leyenda de Sparrow, Oregón. La cubierta es una vieja foto del puerto tomada
desde Ocean Avenue. Hay una acera de adoquines en primer plano y el puerto
está lleno de viejos navíos pesqueros y enormes barcos de vapor. Es más bien
una mezcla entre folleto y cuadernillo que un verdadero libro y puedes
encontrarlo prácticamente en todas las cafeterías y restaurantes, y en el vestíbulo
de todas los hostales del pueblo. Es una guía turística de todo lo que sucedió en
Sparrow doscientos años atrás y de todo lo que ha sucedido desde entonces. Fue
escrito por Anderson Fotts, un poeta y artista que vivió en Sparrow hasta que su
hijo se ahogó siete años atrás y luego se marchó.
—Repasando la historia de nuestro pueblo, ¿no?
—No hay mucho más que hacer aquí cuando cae el sol —responde, y tiene
razón.
Me quedo mirando el libro, cuyo contenido conozco muy bien. En la página
treinta y siete hay un retrato de las hermanas Swan, dibujado por Thomas
Renshaw, un hombre que afirma haber conocido a las hermanas antes de que las
ahogaran. Marguerite se encuentra a la izquierda, la más alta de las tres, de largo
pelo cobrizo, labios gruesos y una mandíbula afilada, los ojos mirando hacia el
frente.
ojos de Aurora estáHazel,
luna llena. en el amedio, de cabello
la derecha, suavemente
tiene rasgos ondulado
pequeños y pocoyllamativos,
brillantes
y una trenza colgando por encima del hombro. Sus ojos están posados en algo
que parece estar más distante. Las tres son hermosas, cautivantes, como si se
desplazaran ligeramente en la hoja.
—¿Así que ahora crees en las
l as hermanas? —pregunto.
—Todavía
—Todavía no lo he decidido.
El haz de luz se desliza a través de su rostro y lo sigo hasta el mar, donde
rasga la tormenta y la lluvia inminente, advirtiendo a marineros y pescadores que

hay una isla en su camino.


—A partir de ahora, no deberías ir al pueblo si
s i no es necesario —señalo.
Alza las cejas.
—¿Por qué no?
—Es más seguro que te quedes aquí en la isla. No puedes confiar en nadie
allí en el pueblo… Cualquier chica con la que te encuentres podría ser una de
ellas.
Baja los párpados, ocultando en parte el oscuro tinte de sus ojos verdes.
Verdes y apesadumbrados. Me resulta familiar de una manera que no logro
determinar. Como ver a alguien que conociste hace mucho tiempo, pero que
cambió en los últimos años, se volvió distinto y nuevo.
—¿También
—¿También tú? —pregunta como si yo estuviera bromeando.
—También
—También yo. —Quiero que comprenda
compr enda que hablo muy en serio.
—Entonces, ¿no debo hablar con
co n ninguna chica? —aclara.
—Exactamente.
El lado derecho de su boca se tuerce hacia arriba en una amplia sonrisa. Sus
labios se abren parcialmente y parece que va a reírse pero, en cambio, bebe un
sorbo de la
advertirle quebotella.
no hableSécon
queninguna
suena absurdo, tal no
chica. Pero vezlo hasta unnopoco
diría si fuerairracional,
en serio.
La mayoría de los chicos de aquí, si realmente creen en la leyenda, se
mantendrán lejos de todas las chicas hasta el solsticio de verano. Es mejor correr
el menor riesgo posible. Pero Bo, como buen forastero, no se lo toma en serio.
Está en peligro por el solo hecho de estar en este pueblo.
—¡Con ese van tres!
t res! —grita Rose desde la ventana y Heath menea la cabeza.
Aparentemente, Rose está ganando el juego de la búsqueda de fantasmas. Como
siempre.
—¿De dónde eres? —le pregunto a Bo, después de que el haz de luz pasa
alrededor del faro tres veces completas.
—Washington.
—Washington.
Alzo una ceja, esperando que lo acote a una ciudad, condado o al Starbucks
más cercano. Pero no lo hace.
—Eso es extremadamente vago
vag o —señalo—. ¿Puedes ser más específico?

Sus pómulos se endurecen, marcados por un hilo de tensión.


—Cerca del centro. —Es todo
t odo lo que ofrece.
—Yaa veo que no será nada fácil.
—Y f ácil. —Chasqueo la lengua.
—¿Qué?
—Averiguar
—Averiguar quién eres realmente.
real mente.
Tamborilea los dedos contra el lado de la botella, el ritmo de una canción,
imagino.
—¿Qué quieres saber?
—¿Fuiste al instituto
institut o en ese pueblo imaginario
imaginari o cerca del centro?
Otra vez pienso que sonreirá, pero contiene el gesto antes de que escape de
sus labios.
—Sí. Me gradué este año.
a ño.
—¿De modo que te has graduado y después te has escapado de inmediato de
tu pueblo de fantasía?
—Básicamente.
—¿Y por qué te marchaste?
Deja de tamborilear los dedos contra la botella.
—Murió mi hermano.
Una ráfaga de viento y la lluvia que cae de lado golpean contra la ventana, y
me estremezco.
—Lo… siento. —Bo menea la cabeza de un lado a otro y se lleva la botella
botel la a
los labios.comienza
garganta Transcurren los minutoscortando
a estrangularme, y la pregunta
el aire que descansa
de mis dentro ¿Cómo
pulmones—. de mi
murió?
—Fue un accidente. —Hace girar la botella y el vino carmín da vueltas y
sube por los costados. Un pequeño ciclón.
Aparta la vista, como si estuviera contemplando la idea de dirigirse a la
puerta y marcharse. Despedirse y desaparecer en la tormenta.
Y aunque siento curiosidad por saber qué tipo de accidente fue, no lo
presiono más. Me doy cuenta de que no quiere hablar del tema y yo no quiero
que se vaya, aun cuando nuestra conversación sea tensa, forzada, porque él se
guarda muchas cosas para sí. Y también siento que no deseo que esta noche
acabe aún. Hay cosas que me gustan de él… no, no es así. No es él exactamente.
Soy yo. Me gusta cómo me siento cuando estoy junto a él. Relajada por su
presencia. El zumbido constante de mis pensamientos, el dolor en mi pecho
aplacado. Sosegado.
Así que cojo la botella de su mano, me siento con las piernas cruzadas sobre
el suelo frío y observo la tormenta. Yo sé lo que es perder a las personas que te
rodean. Y bebo un trago largo y lento de vino, que me calienta el estómago y
hace que mi cabeza flote, disipando la resaca. Bo está sentado a mi lado, los
antebrazos apoyados en las rodillas flexionadas.
—¿Has participado antes de muchas peleas? —pregunto después de un rato
de silencio.
—¿Qué?
—En la playa, anoche, con Lon, parecía que no te daba miedo pelear con él.
—No me gusta pelear, si es eso a lo que te refieres. Pero sí, he estado en
varias. Aunque no porque yo quisiera. —Respira lentamente y pienso que
cambiará de tema. Sus labios quedan medio abiertos—. Mi hermano siempre se
metía en problemas —prosigue—. Le gustaba correr riesgos: meterse en el río en
medio del invierno, subirse a los puentes para ver el amanecer, conducir su
camioneta a mucha velocidad por la línea del medio simplemente por la
adrenalina. Cosas así. Y a veces decía cosas que no debía, o coqueteaba con las
chicas que no debía y terminaba a puñetazos en medio de una pelea. —Bo
sacude la cabeza—. Él pensaba que era divertido, pero era siempre yo el que
tenía que intervenir y salvarlo, impedir que le dieran una paliza. Era mi hermano
mayor, pero mis padres siempre me pedían que lo cuidara. Pero desde que
murió… —Su
se deslizan por mirada
él—, nodesciende hacia defender.
tengo a quien el suelo, la
—Levozextiendo
se apagalaybotella
los recuerdos
y bebe
un trago largo. Sosteniéndola entre las rodillas, pregunta—: ¿Alguna vez piensas
en marcharte del pueblo?
Levanto el mentón.
—Por supuesto.
—¿Pero?
—Es complicado.
Golpea el cuello de la botella con el pulgar.
—¿No es eso lo que las personas dicen cuando no quieren admitir la verdad?
—Es probable… pero la verdad es complicada. Mi vida
vi da es complicada.
—Así que cuando te gradúes, no te
t e irás de Sparrow… ¿No vas a ir a alguna
universidad?
Me encojo de hombros.
—Tal vez. No es algo en lo que piense. —Me muevo incómoda en el suelo,
—Tal
deseando volver a hablar de él.
—¿Qué te retiene aquí?
Casi me echo a reír, pero no lo hago, porque la respuesta no es graciosa.
Ninguna de las razones por las que estoy estancada aquí lo es.
—Mi familia —respondo finalmente, porque tengo que decir algo—. Mi
madre.
—¿Ella no quiere que te marches?
—No es eso… es que ella no está bien. —Aparto la vista sacudiendo la
cabeza. La verdad se filtra a través de los bordes de las mentiras.
—¿No quieres hablar del tema?
t ema?
—Al igual que tú no quieres hablar del lugar de donde eres —comento
suavemente—. O de lo que le sucedió a… —Casi vuelvo a mencionar a su
hermano, pero me detengo a tiempo.
Exhala ruidosamente y luego me extiende la botella. Intercambiamos sorbos
de vino en vez de compartir la verdad. Como si fuera un juego de beber que
acabáramos de inventar: si no quieres hablar de algo, bebe un trago.
—Siempre hay razones para quedarse —señala—. Solo tienes que encontrar
una razón para marcharte. —Sus ojos se mantienen posados en los míos y algo
familiar se agita dentro de mí, algo que prefiero ignorar. Un destello que ilumina
las partes más oscuras de mi interior. Y lo absorbo como si fuera la luz del sol.
—Supongo que todavía no he encontrado esa razón —digo. Sé que mis
mejillas se han sonrojado intensamente, y puedo sentir el calor en la piel, pero no
aparto la mirada de la suya.
La tormenta sopla contra las ventanas haciendo repiquetear el cristal en los
marcos.
Bo desvía la vista hacia fuera, hacia la lluvia, y yo observo su mirada,
deseando poder arrancar más pensamientos de su cabeza. La pena se oculta
detrás de sus ojos y, de pronto, me descubro sintiendo que quiero tocar su rostro,
su piel, las yemas de sus dedos.
Luego, como una máquina que se apaga, el viento deja de soplar, la lluvia se
diluye y se convierte en neblina, y las inestables nubes negras comienzan a
arrastrarse más hacia el sur, dejando ver un fondo de cielo negro con agujeritos
que son estrellas.
Rose se levanta de un salto del suelo y da una vuelta en círculo.
—Tenemos que ir a pedir deseos
—Tenemos d eseos —anuncia—. Esta noche.
—¿El naufragio? —pregunta Heath desde su lugar, aún despatarrado en el
suelo.
—¡El naufragio! —repite Rose.
—¿Qué es el naufragio? —pregunta Bo, apartando la mirada de mí por
primera vez.
—Yaa verás —repone Rose.
—Y
A través de la oscuridad, caminamos hacia el muelle con paso decidido por el
sendero de madera. Heath insiste en que vayamos en su embarcación, así que
nos amontonamos en el pequeño y estrecho bote inflable. Bo me coge de la
mano para que no pierda el equilibrio al subir, aunque no necesito que lo haga —
soy tan estable en el agua como en tierra firme— y no me suelta hasta que estoy
sentada junto aanaranjados
de salvavidas él en una deestá
lasatada
tablas.a la
El borda.
interiorHeath
es austero y ordenado,
tira una una ypila
vez del cable el
motor ruge.
Tal vez no debería ir con ellos. Es tarde y mi cabeza se balancea suavemente
con la ligereza del vino que ronronea por mi sangre. Pero la relajación también
es adictiva; suaviza los bordes ásperos de mi mente, la preocupación que
siempre está ahí, que vive debajo de las uñas de mis manos y en la base del
cuello.
Aferro el borde del asiento mientras avanzamos lentamente por el puerto,
cuya calma resulta inquietante. Es como si el agua se hubiera muerto, como si se
hubiera rendido después de la tormenta. Delante de nosotros, las ruinas de los
barcos hundidos son como lápidas que emergen del agua, agujas serradas de
metal, oxidadas, que se van convirtiendo en arena gracias a la implacable marea.
—Ojalá tuviéramos más vino —murmura Rose, pero su voz es suave y
despreocupada, así que nadie responde.
El mástil verde, cubierto de una capa de algas y de musgo, se yergue sobre
todos los otros naufragios del puerto, la bandera que alguna vez ondeó en la
punta hace mucho tiempo que se desintegró y voló.
Heath disminuye la velocidad mientras nos aproximamos, y luego apaga el
motor por oscuros
Contornos completo para que
y turbios del podamos deslizarnos
resto del barco yacen muy cerca
debajo del mástil.
de nosotros, lo
suficientemente cerca como para triturar la hélice del bote de Heath si no hubiera
apagado el motor cuando lo hizo. Es peligroso andar tan cerca de los naufragios,
pero también es la razón por la cual los chicos vienen aquí, para poner a prueba
su coraje. Si no fuera peligroso, no sería divertido.
—¿Alguien ha traído monedas? —pregunta Rose.
Bo mira a Rose y después a mí.
—¿Para qué?
—Para pedir un deseo —respondo.
—respo ndo.
—Este era un barco pirata —explica
—expli ca Heath—. La leyenda dice que si arrojas
arroj as
una moneda a los piratas muertos que todavía rondan el barco, te concederán un
deseo.
—Debe haber cientos… no, miles
mi les de dólares en monedas allí abajo —señala
—seña la
Rose, agitando una mano en el aire como si fuera una bruja.
—O solamente un montón de centavos —remarco.
Heath revisa sus bolsillos y extrae una moneda de diez centavos y otra de
veinticinco. Bo tres de veinticinco y varias de uno.
—Cuanto mayor sea el valor de la moneda, mayores serán las posibilidades
de que se cumpla tu deseo. Los piratas son codiciosos, por supuesto —aclara
Rose mientras arrebata la moneda de veinticinco de la mano de Heath. Bo y yo
cogemos monedas de un centavo cada uno y Heath la de diez. Aparentemente,
Bo y yo no confiamos demasiado en que nuestros deseos se hagan realidad.
Pero, aun así, yo sé cuál va a ser mi deseo… el mismo de siempre.
Extendemos los brazos por el lado del bote, los puños apretados, y Rose
cuenta hasta tres.
—Dos… tres —exclama y todos abrimos las manos y dejamos que las
monedas caigan al agua. Se escurren deprisa. Brillantes al principio, mientras se
hunden entre los restos dentados y huecos del naufragio, hasta que luego
desaparecen.
Nos quedamos quietos unos segundos, conteniendo el aliento… esperando
que algo suceda de inmediato. Pero como no pasa nada, Bo lanza una bocanada
de aire y yo me cruzo de brazos sintiéndome helada. Incluso nerviosa.
No deberíamos estar aquí, pienso súbitamente. En el agua, tan pronto,
después de que las brujas regresaron. Es peligroso, arriesgado para Heath y para
Bo. Y siento que algo no va bien.
—Deberíamos regresar a la isla —sugiero, intentando no sonar asustada, y
levanto la mirada hacia Heath, esperando que encienda el motor.
El mar parece demasiado quieto. Los cantos ya han desaparecido, la
tormenta ha pasado. Solo unas ondas rozan el lado del bote.
Lo siento aun antes de verlo: cae la temperatura; el cielo se abre de tal
manera que las estrellas podrían devorarnos como una ballena bebiéndose un
cardumen completo. El mar vibra.
Mis ojos se clavan en algo oscuro que se mece con la corriente. A un par de
metros del bote, un cuerpo flota a la deriva boca arriba, los ojos abiertos pero
carente de todo color. El primer chico muerto.

—Dios mío —chilla Rose, los ojos como globos a punto de explotar, el dedo
señalando el cadáver.
Los brazos están extendidos, las piernas hundidas hasta la mitad en el agua, y
una sudadera azul marino cuelga del torso como si fuera dos tallas más grande.
—Mierda —masculla Heath por lo bajo, como si
s i ttemiera
emiera que si hablara más
alto podría despertar a los muertos.
La luna asoma entre las nubes y brilla sobre el agua. Pero no es un blanco
lechoso, es un rojo pálido. Una luna con sangre: un mal presagio. No deberíamos
haber salido al mar.
—¿Quién es? —pregunta Rose, la voz trémula mientras sus dedos buscan
algo de qué aferrarse, como si intentara agarrar el cuerpo.
El rostro surge delante de nosotros: las mejillas huecas y cenicientas. El pelo
corto y rubio ondeando hacia fuera de un pálido cuero cabelludo.
—Gregory Dunn —contesta Heath, pasándose la mano por la cara—. Se ha
graduado este año. Iba a ir al este, a la universidad, en otoño. A Boston, creo.
Bo y yo nos mantenemos en completo silencio. Él toca el lado del bote,
parpadea, pero no habla.
—¡Tenemos que hacer algo! —exclama Rose, levantándose de golpe—. No
—¡Tenemos
podemos dejarlo en el agua. —Da un paso hacia adelante, hacia el lado derecho
del bote, que se ha ido acercando lentamente al cuerpo. Pero sus movimientos
desequilibran la embarcación, que se balancea hacia el agua.
—Rose —grito mientras me estiro hacia ella. Heath también intenta
agarrarla, pero el impulso ha inclinado demasiado el bote y ella se tambalea, las
piernas desequilibradas, agitando las manos para afirmarse en algo. Se arroja de
cabeza en el agua helada.
Bo, por primera vez, reacciona. Ya se encuentra en el borde del bote antes de
que
haciayofuera
hayaentenido tiempo
dirección de procesar
al cadáver lo ocurrido.
de Gregory Dunn.Pequeñas ondas se propagan
Afortunadamente, Rose no
ha aterrizado encima de él al caer.
Bo se inclina por el lado derecho, sumerge los brazos en el agua helada, pasa
las manos por debajo de los brazos de Rose y, en un rápido movimiento, la
levanta y la mete en el bote. Ella se desploma de inmediato, las rodillas hacia
arriba, y se sacude descontroladamente, como si tuviera convulsiones. Heath
coge una manta de debajo de uno de los asientos y la envuelve.
—Tenemos
—T enemos que llevarla a la costa —advierte Bo atropelladamente y Heath
vuelve a encender el motor. Me agacho junto a Rose, pongo el brazo alrededor
de sus hombros mientras nos dirigimos velozmente al muelle, dejando atrás el
cuerpo de Gregory Dunn.
Cuando llegamos a la costa, camino deprisa por el muelle hacia la campana
de metal que cuelga de un arco de madera, frente al puerto. La Campana de la
Muerte, la llaman todos. Cada vez que aparece un cuerpo, alguien hace sonar la
campana para alertar al pueblo de que se ha encontrado un cadáver. Se instaló
veinte años atrás.
campanadas Y durante
se convierten en eleltañido
mes dede junio, hasta el solsticio de verano, las
la muerte.
Cada vez que suena, los lugareños hacen un gesto de dolor y los turistas
agarran las cámaras.
Me extiendo hacia la gruesa fibra de la soga y la hago repiquetear dos veces
contra el interior de la campana. Un tañido hueco resuena a través del pueblo,
rebotando contra las paredes húmedas de tiendas y viviendas, despertando a
todos del sueño.

Transcurre una hora antes de que la policía y los pescadores regresen al


puerto, una vez que han rescatado del agua el cuerpo de Gregory Dunn. Se han
tomado su tiempo para recolectar pistas. Ni sangre ni marcas ni señales de lucha.
Nunca hay.
Rose está temblando a mi lado, atontada, sorbiendo chocolate caliente que
Heath le ha traído de La Almeja, que ha abierto temprano —a las tres de la
mañana— para atender a la gente del pueblo que se ha levantado para ver al
primer cuerpo que sacaron del agua.
Todos esperamos en los muelles, observando el desfile de embarcaciones
surcar el agua. La gente ha venido con pijamas, gorros de lana y botas de lluvia.
Hasta han sacado a los niños de la cama, que se acercan tambaleantes con
mantas encima de los hombros para ver este espantoso evento anual y truculento.
Pero la policía local ha aprendido a minimizar el espectáculo. Y cuando
colocan el cuerpo en una camilla, se aseguran de que esté completamente tapado.
Pero de todas maneras la gente hace fotografías, los niños se echan a llorar y las
personas lanzan gritos ahogados y luego se cubren la boca con manos
enguantadas.
—Tenías razón
—Tenías r azón —susurra
—susur ra Bo a mi oído cuando
c uando la ambulancia se aleja
al eja con el
cuerpo de Gregory Dunn agarrado a una fría camilla de metal en la parte de atrás
—. Dijiste que sucedería
sucederí a esta noche, y así ha sido.
Meneo la cabeza. No era un concurso que deseara ganar.
La muchedumbre que nos rodea se disgrega rápidamente y la gente regresa
fatigosamente a la cama o se dirige a La Almeja para conversar sobre el primer
ahogamiento. Heath se aproxima con expresión seria, las cejas cortan
abruptamente su frente arrugada.
—Llevaré a Rose a su casa —señala—. Está completamente
completament e en shock.
—De acuerdo. —Echo una mirada a Rose, que ya se ha escabullido de mi
lado y camina por el muelle, la manta rayada gris y roja del bote de Heath
colgándole de los hombros. Está bastante aturdida y sé que probablemente
debería ir con ella, pero en este momento parece querer solamente a Heath, así
que dejo que él la guíe.
—Volveré
—Volveré para llevaros a la isla —avisa Heath ant
antes
es de salir detrás de Rose.
Asiento. Luego Bo y yo seguimos a la somnolienta marea de gente hasta
Shipley Pier, donde nos atiende una camarera de La Almeja vestida con un
pijama azul a lunares y botas Ugg con piel.
—¿Café? —nos pregunta. Examino su rostro y me
m e detengo
d etengo en los
l os ojos,
o jos, pero
su aspecto es normal. Humano.
—Sí —responde Bo.
—Té negro, por favor —le pido.
Frunce brevemente el ceño y lanza un resoplido, como si preparar un té fuera
a requerir más esfuerzo del que está dispuesta a hacer a esta hora, pero se aleja
arrastrando las botas, y Bo y yo nos quedamos en el extremo del embarcadero,
apoyados sobre la baranda mirando el mar, esperando que amanezca.
Las voces murmuran a nuestro alrededor y las especulaciones comienzan a
circular casi inmediatamente. Durante las dos próximas semanas, estaremos en
medio de una despiadada caza de brujas.
Varias chicas del instituto se han reunido en la terraza exterior, donde beben
café y engullen trozos de magdalenas de arándanos y bizcochos y charlan
haciendo mucho lío aunque sea medianoche y sea imposible que estén
completamente despiertas. Estudio sus rasgos, el color de sus ojos, la porcelana
blanquecina de su piel. Busco algo que no sea natural, una criatura sutil
suspendida detrás de la piel humana. Pero no la veo.
La camarera nos trae las bebidas sin una mísera sonrisa.
—¿Cómo puede ser que hayan atraído a Gregory Dunn al agua sin que nadie
lo haya visto? —pregunta Bo en voz baja, sosteniendo el café entre las manos
pero sin beber todavía.
Alzo los hombros y me muerdo el labio inferior.
—Las hermanas
herm anas Swan no quieren que las vean —aclaro—. Llevan haciendo
esto desde hace doscientos años; y lo hacen bien. Son buenas en esto de no
dejarse atrapar. —Deslizo un dedo alrededor del borde de la taza blanca.
—Lo dices como si no quisieras que las atraparan, como si el pueblo se lo
mereciera.
—Tal vez sea así. —La rabia que siento por este pueblo, por esta gente, me
—Tal
quema por dentro, me taladra la cabeza. Tantas injusticias… tanta muerte.
Siempre han tratado cruelmente a los forasteros, los rechazaron por no
pertenecer al pueblo—. Las hermanas fueron asesinadas por los habitantes de
Sparrow —agrego,
injustamente porquelasevoz agobiada de
enamoraron porlos
algo que suena
hombres raro en mí—.
equivocados. Ahogadas
Tal vez tengan
derecho a vengarse.
—¿A matar personas inocentes?
—¿Cómo sabes que Gregory Dunn no se lo merecía? —Me cuesta creer lo
que estoy diciendo.
—No lo sé —responde cortante—. Pero dudo que todas las personas a las
que ahogaron se lo merecieran.
Sé que tiene razón, sin embargo, me siento obligada a rebatirle su
afirmación. Solo quiero que comprenda por qué ocurre. Por qué las hermanas
regresan año tras año. Existe una razón.
—Es su represalia —señalo.
—señal o.
Bo se endereza y bebe un sorbo de café.
—Mira, no estoy diciendo que esté bien —agrego—. Pero no puedes
empezar a pensar que eres capaz de impedirlo o cambiar lo que sucede aquí.
Gregory Dunn
hecho más que fue solo ellasprimero.
empeorar cosas. Habrá más. Intentar detener todo esto no ha
—¿Qué quieres decir?
—El pueblo ha matado a chicas inocentes porque pensaba que estaban
habitadas por una de las hermanas. Es mejor no meterse. No hay nada que
puedas hacer
hace r.
El sol comienza a asomarse por el este, al principio tenue y rosado. En el
puerto, los pescadores recorren con paso enérgico los muelles hasta llegar a sus
botes. Y entonces lo diviso a Heath caminando por Ocean Avenue, que viene a

llevarnos de regreso a la isla.


Bo está en silencio, su mente da vueltas alrededor de cuestiones que no
encajan, tratando de desentrañar lo que ha visto hoy. Un cadáver. Una maldición
de dos siglos. Un pueblo que ha aceptado su destino.
Es mucho que asimilar y él acaba de llegar. Las cosas van a empeorar.
Echamos a andar por el embarcadero, la luz va cambiando de color hacia un
pálido anaranjado mientras se extiende rápidamente por el pueblo. Dos chicas
caminan hacia nosotros, en dirección a La Almeja. Mi mirada se desliza
fugazmente sobre ellas.

Son Olivia
la fiesta Swan, ypoco
Lola:después
las mejores
de queamigas que bailaban
comenzaran alrededor
los cantos. Las de
doslaestán
fogata en
muy
bien vestidas, nada de pijamas ni cabello desgreñado, como si la muerte de
Gregory Dunn fuera un evento social que no se les ocurriría perderse. Un evento
que estaban esperando. El cabello teñido de negro de Lola está peinado en una
trenza cosida. El de Olivia está suelto sobre los hombros, largo y ondeado. El
piercing de la nariz brilla con los rayos invasores del sol.
Y cuando mis ojos se encuentran con los de ella, lo sé: Marguerite Swan está
ocupando su cuerpo.
La imagen blanca y fantasmal de Marguerite se cierne debajo de la suave piel
de Olivia. Es como mirar a través de un cristal muy fino, o debajo de la
superficie de un lago hasta el fondo de arena. No es un contorno claro y nítido de
Marguerite, sino más bien es un recuerdo de ella, fluctuante e inestable, que se
mueve vacilante dentro del cuerpo de esa pobre chica.
La he encontrado.
Una parte de mí tenía la vaga esperanza de que este año no las vería, que
podría evitarque
Pero parece a lasnohermanas, evitar
tendré tanta el ritual
suerte de muerte
después de todo.que acaece en este pueblo.
A través de la piel blanca como la nieve de Olivia, desearía no estar mirando
a Marguerite escondida debajo. Pero es así. Y soy la única persona de todo
Shipley Pier que puede hacerlo. Este es el secreto que no puedo contarle a Bo: la
razón por la cual sé que las hermanas Swan son reales.
Su mirada espeluznante se posa sobre mí, no la de Olivia —Olivia ya no está
—, sino la de Marguerite, y luego me sonríe ligeramente
liger amente al pasar.
Me quedo paralizada por un instante y tuerzo el labio superior. Ellas

continúan
logran recorriendo
captar, ajena alelhecho
embarcadero,
de que suLola charlando
mejor de no
amiga ya algoesque mis oídos
su mejor no
amiga.
Justo antes de que lleguen a La Almeja, les echo una mirada por encima del
hombro. El cabello de Olivia se agita naturalmente sobre sus hombros y por su
espalda.
—¿Estás bien? —pregunta Bo y se vuelve para mirar a Olivia y a Lola.
—Tenemos que regresar a la isla —señalo, dándome la vuelta otra vez—.
—Tenemos
Aquí no estamos seguros.
Marguerite ha encontrado en Olivia Greene un cuerpo en donde hospedarse.
Y Marguerite siempre es la primera en matar. Gregory Dunn ha sido suyo. La
temporada de ahogamientos ha comenzado.
La perfumería
Es probable que las hermanas Swan se hayan adentrado en el arte de la
brujería en los años anteriores a su llegada a Sparrow —un maleficio o una
poción ocasional para desviar a esposas celosas o malos espíritus—, pero la
verdad es que no se consideraban brujas, como las acusaron los habitantes de
Sparrow.
Eran mujeres empresarias, dueñas de una tienda, y cuando llegaron a
Sparrow dos siglos atrás, trajeron con ellas una variedad de aromas exóticos para
elaborar
pueblo sedelicados perfumes
reunían dentro de yla bálsamos fragantes.
Perfumería Al principio,
Swan, extasiadas antelas
lasmujeres del
fragancias
que les traían recuerdos del mundo civilizado. Compraban botellitas de cristal de
agua de rosas y miel, citronela y gardenia. Todas perfectamente combinadas,
sutiles y elaboradas.
Cuando encontraron a Marguerite, la mayor de las hermanas, de diecinueve
años, en la cama con el capitán de un barco, todo comenzó a derrumbarse. No se
podía culpar a las hermanas. No fue la brujería lo que sedujo a los hombres de
Sparrow: fue algo mucho más simple. Las hermanas Swan tenían un encanto que
había nacido en su sangre, como su madre: los hombres no podían resistir la

suavidad de su piel ni el brillo de sus ojos color aguamarina.


A ellas, el amor les resultaba fácil y frecuente. Mientras que a Marguerite le
gustaban los hombres mayores, con dinero y poder; Aurora se enamoraba de
chicos que parecían difíciles de seducir: le gustaban los desafíos y solía
enamorarse de más de un chico a la vez. Hazel era más específica. Precisa. No
encontraba placer en el afecto de muchos hombres, como sus hermanas, pero
ellos la adoraban de todas formas y solía dejar a su paso una estela de chicos con
el corazón destrozado.
Las hermanas encontraron su destino como alguien que se tropieza en la
oscuridad con una hiedra venenosa, ignorando las consecuencias que les
acaecerían a la mañana siguiente.
Durante tres horrendas semanas, turistas y lugareños van a acusar a casi
todas las muchachas de ser alguna de las hermanas Swan. Cualquier transgresión
o alteración del comportamiento —un repentino interés en chicos que antes
despreciaban, salir muchas noches hasta muy tarde, cualquier movimiento rápido
e involuntario de los ojos que parezca fuera de lugar— te transforman en una
sospechosa.
Pero yo sé quiénes son realmente las hermanas.
Heath nos conduce a través del puerto y, cuando llegamos a la isla, nos
despedimos rápidamente y después él regresa al pueblo.
Bo y yo subimos en silencio por el sendero hasta llegar al lugar donde el
camino se divide en dos. Un montículo de viejas boyas y trampas para pescar
cangrejos, que llegaron a la costa a través de los años, se encuentran a la
izquierda del camino. Una montaña en descomposición. Un recordatorio de que
este lugar tiene más muerte que vida.
—Lo siento —digo—, no deberíamos haber salido. —Estoy acostumbrada a
la repugnante conmoción de la muerte, pero Bo no. Y estoy segura de que está

comenzando
culparía si lo ahiciera.
considerar la idea de marcharse de aquí lo antes posible. Y no lo
—No ha sido por tu culpa. —Baja las pestañas y da una patada a un guijarro
guijarr o
fuera del camino, que desaparece en una zona de hierba amarillenta.
—Deberías dormir un poco. —Ambos llevamos despiertos
despier tos toda la noche y la
confusión causada por el agotamiento está comenzando a parecerse a un tren de
carga rugiendo de un lado a otro entre mis oídos.
Asiente, saca las manos de los bolsillos de la chaqueta y camina hacia la
Cabaña del Ancla. Ni siquiera se despide.

No me sorprendería que comenzara a hacer la maleta en cuanto entre en la


cabaña.
Mamá ya está levantada, escuchando la radio en la cocina, cuando entro por
la puerta de atrás. Es una estación local que alerta sobre tormentas y da los
informes de las mareas, y hoy Buddy Kogens, el presentador, está hablando del
cuerpo que las autoridades han sacado del agua durante la madrugada.
—Este pueblo está negro de tantas muertes —comenta lentamente, frente al
fregadero de la cocina, aferrando con las manos el borde de azulejos blancos—.
Está saturado de muerte. —No digo nada, estoy muy cansada. De modo que me
escabullo por el pasillo y subo a mi habitación. Desde la ventana, veo a Bo
andando por el sendero, muy cerca de la Cabaña del Ancla, casi en el centro de
la isla. Su paso es lento y pausado. Mira una vez hacia atrás, como si sintiera que
lo estoy observando, y me aparto de la ventana.
Algo me inquieta. Y no puedo precisar qué es.

El cielo de la tarde se abre repentinamente, dejando a la vista una franja de


color azul claro.
Anoche, encontramos el cuerpo de Gregory Dunn en el puerto.
Esta mañana, hemos observado el amanecer desde el embarcadero mientras
transportaban su cuerpo hasta la costa.
Primer día de la temporada Swan: un chico muerto.
Me levanto de la cama frotándome los ojos, todavía adormilada aun cuando
el sol hace horas que salió. Me pongo unos viejos vaqueros desteñidos y un
ersey contacto
hacer azul marino.
con miMe tomomirada
propia mi tiempo. Me detengo
en el espejo frentey adeslizo
de la pared, la cómoda, sin
los dedos
por encima de una pequeña colección de objetos. Un viejo frasco de perfume —
de mi madre—, que acerco a la nariz. El aroma a vainilla se ha vuelto fuerte y
rancio, ha tomado un resabio de alcohol. Hay un cuenco plateado lleno de
piedras de la playa: aguamarina, coral y verde esmeralda. En un rincón, hay dos
velas, las mechas apenas consumidas. Y colgando de un lazo amarillo que está
encima del espejo, hay un trozo de cristal triangular con flores en el interior. No
logro desenterrar la procedencia de ese recuerdo. ¿Un regalo de cumpleaños, tal
vez? ¿Algo que Rose me dio? Lo observo con atención, las florecitas rosadas,
secas y aplastadas, preservadas eternamente. Me doy vuelta, me apoyo contra la
cómoda y evalúo el dormitorio. Austero y ordenado. Paredes blancas. Todo
blanco. Limpio. No hay colores brillantes por ningún lado. Mi habitación dice
poco de mí. O tal vez lo dice todo. Una habitación fácil de abandonar. Casi sin
indicios de que alguna vez allí vivió una chica.
Mi madre no se encuentra en la casa. Las tablas de madera crujen mientras
bajo por la escalera hasta la cocina. Un plato de magdalenas de naranja recién
hechas me espera sobre la mesa. Van dos días seguidos que prepara el desayuno.
Las dos mañanas en que Bo se ha quedado en la isla. No puede evitarlo, nunca
permitiría que un desconocido pasara hambre, aunque sí permitiría
tranquilamente que ella y yo nos muriéramos de hambre. Viejas costumbres. Las
convenciones sociales de un pueblo pequeño: hay que alimentar a las visitas.
Cojo dos magdalenas y salgo al porche.
El aire es caliente, tranquilo y está bastante aplacado. Las gaviotas dan
vueltas vertiginosamente por encima de mi cabeza, descendiendo en picado a la
costa escarpada y agarrando algún pez atrapado en los pozos de la marea.
Distingo la silueta de mi madre en el interior del invernadero, caminando entre
las plantas podridas.
Echo una mirada a través de la isla hacia la Cabaña del Ancla. ¿Estará Bo
todavía en el interior? ¿O guardó sus cosas y encontró una manera de salir de la
isla mientras yo dormía? Se me hace un nudo en el estómago. Si encuentro la
cabaña vacía, fría y oscura, ¿cómo me voy a sentir? ¿Desesperada? ¿Como si me
hubieran desgarrado las entrañas?
Pero al menos sabré que está a salvo, que escapó de este pueblo antes de
terminar como Gregory Dunn.
Un ruido aparta mi vista de la cabaña. El sonido lejano de una sierra: alguien
está cortando madera. Resuena por toda la isla y proviene del huerto.
Camino por la pasarela de madera hacia el centro de la isla, pero antes de
llegar a las filas de árboles perfectamente separados, me doy cuenta de que las
cosas han cambiado. La escalera de madera que normalmente está apoyada en la
fila más lejana contra un árbol de peras Anjou medio muerto, protegida del
viento, se ha movido ahora hacia el centro de los frutales y colocado junto a un
árbol de manzanas Braeburn. Y apoyado en el peldaño más alto e inclinado entre
la maraña de ramas se encuentra Bo.
No se ha marchado después de todo. No ha actuado de manera sensata y ha
huido mientras tenía la posibilidad de hacerlo. El alivio se expande dentro de mi
pecho.
—Hola —me
— me saluda
sal uda desde
des de arriba,
arri ba, aferrándose
af errándose a una de las
l as ramas
r amas más
m ás bajas.
baj as.
El sol proyecta sombras largas entre los árboles—. ¿Va todo bien?
Baja varios peldaños de la escalera, la gorra echada hacia atrás.
—Sí —respondo—. Solo pensaba que quizás tú… —Mi voz ssee desvanece.
—¿Qué?
—Nada. Es solo que estoy contenta
co ntenta de que todavía estés aquí.
Entorna los ojos y se seca la frente.
—¿Pensaste que me marcharía?
marchar ía?
—Tal
—Tal vez.
El sol le pega en los ojos haciendo que el verde oscuro parezca como trozos
de cristal verde esmeralda, un mundo entero contenido dentro de ellos. La
camiseta gris se le pega a los brazos y al pecho. Tiene las mejillas encendidas.
Me quedo mirándolo demasiado tiempo.
—¿Has dormido? —le pregunto.
—Todavía
—T odavía no. —Sonríe con un lado de la boca: su ánimo parece haber
mejorado levemente desde esta mañana. Mientras yo estaba acurrucada en la
cama, las sábanas encima de la cabeza para protegerme del sol, él estaba aquí
fuera trabajando. Es probable que dormir parezca algo imposible después de lo
de anoche, después de lo que ha visto—. Quería comenzar a arreglar el huerto.
—Engancha una ancha sierra de mano en una rama baja y torcida, y luego baja
la escalera, limpiándose las manos en el pantalón.
Le alcanzo una de las magdalenas de naranja recién hechas.
—¿Qué estás haciendo exactamente?
exactament e?
Estira la cabeza hacia las ramas enredadas y entorna los ojos. La cicatriz del
ojo izquierdo se estira.
—Cortando los brotes
brot es nuevos. Solo quiero
quier o que queden las ramas más
m ás viejas,
viej as,
porque esas son las que dan fruta. ¿Y ves cómo algunas de las ramas crecen
derechas hacia arriba o hacia abajo? Esas también hay que cortarlas. —Parpadea
y luego me mira.
—¿Puedo ayudar?
Apoya la magdalena en un peldaño de la escalera, luego se quita la gorra y se
restriega el pelo corto.
—Si quieres.
—Quiero.
Trae una segunda escalera del viejo cobertizo de la leña y busca otra sierra
más pequeña. Apoya la escalera contra un árbol cercano que estaba podando, y
yo trepo hastadebajo
se bambolea arriba con cuidado,
de mí. un poco
Una vez inestable
que me sientoalfirme,
principio, pues laque
descubro escalera
estoy
cubierta por un velo de hojas, escondida en un mundo de ramas, y después Bo
trepa detrás de mí y se detiene un escalón más abajo. Me extiende la sierra y
después coloca los brazos alrededor de mi cintura, sujetando la escalera para
impedir que me caiga.
—¿Qué ves? —pregunta, su voz en mi cuello, en mi oído, y me estremezco
levemente al sentir su aliento contra mi piel.
—No estoy segura —respondo honradamente.
honr adamente.

—Los
así que árbolesque
tenemos todavía
quitar no hanlasflorecido
todas —explica—.
ramas que Peroa las
están tapando pronto
másloviejas…
harán,
la vieja madera, se llama.
—Esta ramita —digo mientras la golpeo con el dedo—, sale hacia arriba
directamente de una rama más gruesa, y todavía parece un poco verde.
—Exacto —me felicita. Levanto la sierra y la sostengo junto a la rama. Al
deslizarla por ella, se me resbala de las manos y me tambaleo hacia adelante para
no dejarla caer. Bo me sujeta con más fuerza mientras la escalera se balancea
debajo de nosotros. Los latidos de mi corazón se aceleran al máximo—. Lleva
un tiempo dominar la sierra —dice.
Asiento mientras aferro el extremo de la escalera. Y entonces siento el
pinchazo agudo en el dedo índice izquierdo. Doy vuelta la mano para poder
examinarlo y las gotas de sangre se deslizan por el borde externo del dedo.
Cuando la sierra se ha resbalado, ha debido haberme cortado la piel en el lugar
en donde mi mano sujetaba la rama. Bo lo ve al mismo tiempo que yo y se
inclina más hacia mí, estirándose para agarrar el dedo.
—Te has cortado —señala. La sangre me chorrea por la yema del dedo y cae
—Te
al suelo, dos metros más abajo. Diviso a Otis y a Olga sentados en la franja de
sol entre los frutales, las cabezas blancas y anaranjadas ladeadas hacia arriba,
observándonos.
—Estoy bien —murmuro. Pero él saca de inmediato un pañuelo del bolsillo
trasero y lo apoya contra la herida, deteniendo el sangrado—. No es muy
profundo —agrego, aun cuando me arde mucho. La tela blanca se tiñe de rojo
casi instantáneamente.
—Deberíamos limpiarla —comenta.

—No. En serio, estoy bien.


bi en.
Tan cerca, con su cara junto a la mía, puedo sentir cómo se levanta su pecho
con cada respiración, puedo ver cómo se mueven sus labios cada vez que exhala.
Su corazón late más deprisa de lo que debería. Como si estuviera preocupado
porque podría haberme cortado toda la mano y hubiera sido su culpa por
permitirme empuñar una sierra.
Inclinándose sobre mí, levanta el pañuelo para examinar el corte.
—¿Hay que amputar? —pregunto en
e n tono de broma.
—Probablemente. —Sus ojos se deslizan hacia los míos y levanta la
comisura de la boca. Luego arranca una tira de tela del pañuelo y, sosteniendo mi
mano en la suya, ata el angosto trozo de tela alrededor de mi dedo como un
improvisado torniquete—. Esto debería impedir que se te caiga el dedo hasta que
operemos.
—Gracias —murmuro,
—m urmuro, sonriendo a pesar de que todavía me arde, mis labios
l abios
tan cerca de los suyos que casi puedo saborear la sal de su piel.
Guarda lo que ha quedado del pañuelo en el bolsillo trasero y se endereza
detrás de mí, por lo que su pecho ya no está contra mi espalda.
—Probablemente sea más
má s seguro que haya una sola persona en la
l a escalera —
afirma.
Asiento y se baja, saltándose un par de peldaños y dejándome ligera encima
de la escalera, sin él.
Vuelve a trepar a su escalera y trabajamos uno al lado del otro, serrando las
ramas no deseadas de cada árbol. Tengo cuidado de mantener los dedos lejos de
la hoja y pronto me siento cómoda con la sierra. Es un proceso lento y trabajoso,
pero, poco a poco, vamos avanzando por la primera fila.
Y se transforma en una rutina.
Todas las mañanas nos encontramos en el huerto y trasladamos las escaleras
amucho
una nueva fila,porque
trabajo, devolviéndoles
siento quelaesvida
algoa significativo.
los frutales. No me importa
Y antes que sea
de terminar la
semana, mis manos tienen una rugosidad que nunca han tenido antes. Mi piel
está tostada y mis ojos se estrechan con el sol del mediodía. No ha llovido ni una
vez en toda la semana, y el aire veraniego es ligero, etéreo y dulce.
El sábado, recogemos todas las ramas cortadas y las apilamos en el extremo
norte del huerto. Y justo después del atardecer, las quemamos.
El tiznado cielo nocturno chispea y tiembla, la luz de las estrellas está
atenuada por la hoguera que creamos en la tierra.
—Mañana cortaremos los árboles muertos —anuncia Bo, los brazos
cruzados y la mirada clavada en el fuego.
—¿Cómo? —pregunto.
—Los serraremos hasta dejarlos como tocones y luego los quemaremos por
completo.
—¿Cuánto tiempo tardaremos?
tardaremos ?
—Un par de días.
Esta última semana, siento como si el tiempo se hubiera detenido,
protegiéndome de una época que irrumpe todos los años como una violenta
tempestad. Por momentos, hasta me he olvidado por completo del mundo que
está fuera de esta islita. Pero sé que encontrará la manera de llegar hasta aquí.
Siempre lo hace.

que Necesitamos tres días Y


solo quedan tocones. para cortar
hacia los tres
el final del manzanos
tercer día, yapenas
un peral muertos
puedo moverhasta
los
brazos. Me duelen solo con levantarlos para ponerme la camiseta por la mañana.
Caminamos por el huerto examinando el duro trabajo realizado —hoy
quemaremos los tres troncos que quedaron de los frutales— cuando Bo se
detiene delante del roble, en el medio del bosquecillo, el que tiene el corazón
grabado en el tronco. Parece un árbol fantasma, el musgo blanco chorreando por
las ramas, doscientos años de historia escondida en el tronco.
—Quizás también deberíamos quemar este —comenta mientras examina las
ramas—. Es muy viejo y no está muy saludable. Podríamos plantar un manzano
en su lugar.
Apoyo la palma de la mano contra el tronco, sobre el corazón.
—No. Quiero conservarlo.
Levanta una mano para tapar el sol.
—Me parece que está mal talarlo —agrego—. Este árbol significó algo para
alguien. —Una brisa suave empuja mi cola de caballo sobre mi hombro.
—Dudo que la persona
pers ona que talló ese
es e corazón aún esté
est é viva como para que le
importe —comenta.
—Tal
—Tal vez no, pero igual quiero
qu iero conservarlo.
Le da unas palmadas al tronco.
—De acuerdo. Es tu huerto.
Bo actúa con mucho cuidado y meticulosidad antes de prender fuego a los
tres árboles muertos, asegurándose de que tengamos varios baldes de agua y una
pala cerca de cada árbol en caso de que tengamos que apagar las llamas.
Enciende una cerilla y, de inmediato, comienza a arder el primer tocón. Hace lo
mismo con los dos árboles siguientes y observamos cómo las llamas avanzan
lentamente por la madera.
El sol desaparece y las llamas se elevan desde los troncos como brazos
extendiéndose hacia las estrellas.
Preparo dos tazas de té negro caliente con cardamomo, y luego las llevo
hasta el huerto, y nos quedamos despiertos para ver el fuego ardiendo durante la
noche. El aire está ahumado y dulce por las manzanas que nunca crecerán
porque esos árboles han llegado a su fin.
Nos sentamos sobre una pila de leña cortada y observamos el fuego durante
aproximadamente una hora.
—He escuchado que tu madre solía leer las hojas de té —comenta Bo,
soplando su té para enfriarlo.
—¿Dónde has escuchado eso?
—En el pueblo, cuando buscaba trabajo y encontré a una guía turística. Le
había preguntado a alguien cómo ir a la isla, y pensaron que lo que yo quería era
que me leyeran el futuro.
—Ya no lo hace más, desde
—Ya des de que mi padre
padr e se fue. —Me inclino hacia delante
dela nte
y arranco una mata de gramíneas quebradizas y las enrollo entre las manos para
aplastarlas, frotando las fibras deshechas antes de esparcir los restos en la tierra.
Tengo un recuerdo de mi padre caminando por la isla, arrodillándose de vez en
cuando para arrancar manojos de diente de león, tréboles o líquenes, y luego
frotarlos entre sus manos ásperas. Le agradaba palpar la naturaleza. Verde y
fértil. Esa tierra que entregaba cosas que a menudo ignorábamos. Aparto el
recuerdo con un rápido parpadeo. Duele pensar en él. El dolor salta por mi
pecho.
—¿Tú lees las hojas de té? —pregunta moviendo una cej
ceja.
a.
—En realidad, no. —Una risa corta escapa de mi garganta—. Así que no te
ilusiones. No revelaré tu futuro por el momento.
—Pero ¿puedes hacerlo?
—Solía hacerlo, pero me
m e falta práctica.
Me extiende la taza para que la coja.
—¿Tú no crees mucho en las hermanas
he rmanas Swan pero sí crees que se
s e puede ver
el futuro en las hojas de té? —pregunto y rechazo su taza.
—Soy impredecible.
Sonrío y arqueo las cejas.
—No puedo leer las hojas de té cuando todavía queda líquido en la taza.
Tienes que terminarlo y entonces tu futuro estará en el dibujo de las hojas que
quedan en el fondo.
Mira el interior de la taza como si pudiera leer su propio futuro.
—Has hablado como una verdadera bruja.
Niego con la cabeza y sonrío. No es brujería. No incluye hechizos ni
pociones ni nada tan misterioso. Pero no lo corrijo.
Bebe un largo sorbo de té y se termina la taza de un solo trago, luego me la
extiende.
Vacilo. Realmente no quiero hacerlo. Pero me mira con tanta ansiedad que
cojo la taza y la sostengo entre las manos. La inclino hacia un lado, luego hacia
el otro, examinando el remolino de las hebras en los lados.
—Hum —murmuro, como si estuviera considerando algo importante y luego
le echo un vistazo con el rabillo del ojo. Parece que se hubiera deslizado hacia el
borde del tronco y estuviera a punto de caerse si no le digo inmediatamente lo
que
amorveo. Levantomontañas
verdadero, la cabeza
de yoro
lo —exclamo,
miro directamente a los ojos—.
y luego apoyo Larga
la taza en vida,
medio de
los dos.
Alza una de las cejas. Echa una mirada a la taza y luego a mí. Intento
mantenerme seria, pero mis labios se tuercen hacia arriba.
—Una lectura muy astuta —comenta sonriendo y luego echando a reír—.
Quizás sea mejor que no te dediques a leer las hojas de té —agrega—. Pero, de
todas maneras, sí espero que tengas razón con respecto a mi futuro.
—Claro que tengo razón —remarco con una gran sonrisa—. Las hojas no
mienten.
Ríe otra vez, y bebo un sorbo de té.
Las chispas danzan y suben retorciéndose hacia el cielo. Y me doy cuenta de
que me siento muy cómoda sentada aquí, junto a Bo. Que su presencia me
resulta muy normal. Como si fuera algo que hacemos todos los días: quemar
árboles y reírnos en la oscuridad.
No siento esa molestia que me corroe el cerebro que me suele acosar todos
los veranos: el tictac de un reloj que cuenta los días que faltan para la llegada del
solsticio de verano y el final de la temporada Swan. Bo me ha distraído de todas
las cosas horribles que acechan en este pueblo, en este puerto y en mi mente.
—La gente solía decir que las manzanas y las peras que crecían en la isla
tenían propiedades mágicas y curativas —le cuento, inclinando la cabeza hacia
atrás para observar las nubes de humo que ascienden en remolinos como si
fueran pequeños tornados—. Creían que podían curar dolencias como la
picadura de una abeja, las alergias o hasta un corazón roto. En el pueblo, se
vendían al doble del precio normal.
—¿Tu familia las vendía?
—No. Eso ocurría mucho tiempo antes de que mi familia viviera aquí. Pero
si los árboles pudieran producir fruta comestible otra vez, tal vez podríamos
venderla.
—El verano próximo, deberían poder cosechar entre cinco y diez kilos cada
árbol. Será mucho trabajo, de modo que es probable que tengáis que contratar
más ayuda.
Dice «tengáis», como si él no fuera a estar aquí para verlo.
—Gracias por todo lo que has hecho —comento—, por devolverles
devol verles la vida.
Asiente y me toco el dedo índice, ahora envuelto en una tirita. El ardor ha
desaparecido, el corte está casi curado, pero es probable que deje una diminuta
cicatriz. Mi mirada se desplaza hacia Bo, a la cicatriz del ojo izquierdo, y tengo
que preguntarle:
—¿Cómo te la hiciste? —señalo con el mentón la línea de piel suave y cérea.

Parpadea y la cicatriz se frunce, como si sintiera el dolor otra vez.


—Salté de un árbol cuando tenía nueve años. Una rama me cortó la piel.
—¿Tee cosieron?
—¿T
—Cinco puntos. Recuerdo que dolía
dol ía terriblemente.
—¿Y por qué se te ocurrió saltar de un árbol?
—Durante una semana, mi hermano había intentado convencerme de que
podía volar si adquiría la velocidad suficiente. —Sus ojos sonríen ante el
recuerdo—. Y yo le creí. Y seguramente también quería impresionarlo, ya que
era mayor que yo. Así que salté.
Ladea la cabeza hacia atrás para mirar el cielo, ribeteado de estrellas.
—Tal vez no adquiriste una velocidad suficiente —sugiero, sonriendo y
—Tal
estirando la cabeza hacia atrás para mirar las mismas estrellas.
—Es probable. Pero no creo que vaya a probar la teoría otra vez. —Su
sonrisa se desvanece—. Mi hermano se sintió muy mal —prosigue—. Me llevó a
nuestra casa mientras yo lloraba. Y después de que me dieran los puntos, se
sentó junto a mi cama y me leyó cómics durante una semana. Parecía que
hubiera perdido una pierna por lo culpable que se sentía.

—Parece un buen hermano —digo.


—Sí. Lo fue.
Unos segundos de silencio se extienden entre nosotros.
Las chispas ascienden en remolinos desde el tronco chamuscado y se pierden
en la oscuridad. Bo se aclara la garganta, mientras sus ojos continúan mirando
fijamente al fuego.
—¿Hace cuánto tiempo que ese velero está anclado junto al muelle?
La pregunta me sorprende. No la esperaba.

—Unos pocos años, supongo.


—¿De quién es? —Su tono es precavido, como si no estuviera seguro de si
debería preguntar. El tema ha cambiado rápidamente de él a mí. De una pérdida
a otra.
Dejo que las palabras den vueltas por mi cabeza antes de responder,
evocando un pasado que se encuentra dormido dentro de mi mente.

—De mi padre.
Espera antes de volver a hablar, presintiendo que se está aventurando en
territorio delicado.
—¿Crees que todavía puede navegar?
navegar ?
—Supongo que sí.
Observo el fondo de la taza que tengo entre las manos y absorbo el calor.
—Me gustaría sacarlo alguna vez —comenta con cautela—, ver si todavía
navega.

—¿Sabes navegar?
Entreabre los labios en una sonrisa amable y se mira los pies como si
estuviera a punto de revelar un secreto.
—De pequeño, pasé casi todos los veranos navegando en el Lago
Washington.
—¿Vivías en Seattle? —pregunto,
—¿Vivías —pregunto , esperando acotar la búsqueda de la ciudad
en la que vive.
—Cerca de allí. —Su respuesta
respuest a es tan vaga como la última vez que pregunté
—. Pero en una ciudad mucho
muc ho más pequeña.
—Te das cuenta de que tengo más preguntas que respuestas sobre ti. —
—Te
Parece diseñado para ocultar secretos, su cara no revela ni un indicio de lo que
está enterrado dentro de él. Es al mismo tiempo fascinante y exasperante.
—Puedo decir lo mismo de ti.
Tuerzo los labios hacia un lado y aprieto con más fuerza la taza entre las
manos. Tiene razón. Estamos atrapados en una extraña batalla de hermetismo.
Ninguno de los dos está dispuesto a decir la verdad. Ninguno de los dos está
dispuesto a compartir sus secretos.
—Puedes sacar a navegar el velero si quieres
quier es —le digo poniéndome
poniéndom e de pie y
colocando un mechón de pelo suelto detrás de la oreja—. Es tarde. Creo que me
voy a ir a casa. —Las llamas que ardían en cada tronco han quedado reducidas a
brasas calientes, consumiendo lentamente lo que quedaba de la madera.
—Yo me quedaré despierto y me aseguraré de que el fuego se apague por
—Yo
completo.
—Buenas noches —murmuro y me
m e detengo para echarle una úl
última
tima mirada.
—Buenas noches.
El huerto parece diferente. Podado y pulcro, como un impecable jardín
inglés. Me recuerda al aspecto que tenía en veranos anteriores, cuando las frutas
maduras colgaban frescas y brillantes bajo el sol, atrayendo a los pájaros para
que picotearan a las que habían caído al suelo. El aire siempre era dulce y
salado. Fruta y mar.
Por la mañana temprano, recorro las hileras de frutales. Los tres tocones
quemados emiten finos hilos de humo a pesar de que ahora no son más que pilas
de cenizas.
Me pregunto hasta qué hora se quedó despierto Bo, observando las últimas
brasas que se iban poniendo negras. Me pregunto si habrá dormido algo. Camino
hasta la cabaña y me detengo delante de la puerta. Levanto el puño, estoy a
punto de golpear, cuando la puerta se abre súbitamente y contengo el aliento por
la sorpresa.
—Hola —exclama Bo instintivamente.
instint ivamente.
—Hola… perdóname. Estaba a punto de llamarte —tartamudeo—. He
venido a decirte… buenos días. —Una estúpida explicación. Ni siquiera estoy
segura de por qué he venido.
Sus cejas se retuercen en una expresión confundida, pero sus labios dibujan
una relajada media sonrisa. Lleva una camiseta blanca simple y vaqueros de tiro
bajo, y su pelo está aplastado hacia un lado, como si acabara de despertarse.
—Iba a ver cómo estaban los árboles —comenta—.
—come nta—. Para estar seguro
s eguro de que
no han vuelto a encenderse en las últimas dos horas.
—Solo ha quedado un poco de brasa ardiendo lentamente —le aviso—.
Vengo de allí.
Asiente y luego extiende el brazo para abrir más la puerta.
—¿Quieres entrar? Puedo preparar
prepara r café.
Paso delante de él y siento que el calor de la cabaña me envuelve.
Otis y Olga ya están dentro, acurrucados sobre el sofá, como si este fuera su
nuevo hogar; como si ahora le pertenecieran a Bo. No hay fuego, pero las
ventanas están todas abiertas y una brisa cálida zumba a través de la cabaña. El

tiempo
desde elhamarcambiado, se ha de
agita las motas vuelto
polvotemplado y estimulante,
y ahuyenta el aire
a los fantasmas. quedíasopla
Cada que
él sigue aquí, en la isla, en la cabaña, puedo sentir que el espacio va cambiando,
volviéndose más brillante.
Bo está en la cocina, de espaldas a mí. Abre el grifo del fregadero y llena la
cafetera con agua. Está moreno, después de una semana trabajando bajo el sol. Y
los músculos de sus hombros se flexionan debajo del fino algodón de la
camiseta.
—¿Cómo te gusta el café? —pregunta, volviéndose hacia mí. Aparto los ojos
con rapidez para que no me pille observándolo.
—Negro.
—Mejor… porque no tengo nada más. —Me pregunto si compró café en el
pueblo antes de que lo invitara a venir a la isla, ya que dudo de que hubiera café
aquí cuando se instaló. ¿Lo habrá traído consigo en la mochila?
Hay varios libros en la pequeña mesa frente al sofá y hay más apilados en el
suelo, todos sacados de los estantes. Cojo uno que se encuentra en el brazo del
sillón. Enciclopedia: mitos y fábulas celtas,
celtas, vol. 2.
—¿Qué son todos estos libros?
li bros? —pregunto.
Bo se seca las manos con un paño de cocina y luego viene a la sala. Otis se
despierta y comienza a frotarse la oreja con la pata.
—Todos
—T odos los libros que hay aquí son de leyendas y tradiciones
tra diciones del lugar.
Deslizo un dedo por una fila de libros del estante que está al lado de la
chimenea. Los lomos tienen títulos impresos como Leyendas de indígenas del
noroeste de Estados Unidos o ¿Cómo romper una maldición no deseada?, Guía
general para entender a brujas y hechiceras. Son todos así: una biblioteca de
libros sobre temas sobrenaturales, místicos, similares a lo que está ocurriendo en
Sparrow. Reunidos por alguien y guardados en la cabaña… pero ¿por quién?
—¿No lo sabías? —pregunta Bo. El café comienza a filtrarse por la jarra de
cristal que está a sus espaldas, el aroma caliente y tostado llena la habitación.
Niego con la cabeza. No, no sabía que todos estos libros estaban aquí. No
tenía idea. Me hundo en el sillón y toco la página del libro que está abierto sobre
uno de los almohadones.
—¿Por qué los estás leyendo? —pregunto mientras lo cierro con un golpe

seco y lo coloco en la pequeña mesa.


—No sé. Porque están aquí, supongo.
Olga baja de un salto del sillón, se enrosca alrededor de la pierna de Bo y le
ronronea, y él se agacha para rascarle suavemente detrás de la oreja.
—¿Y qué pasa con las hermanas Swan? ¿Ahora crees en ellas? —pregunto.
—No exactamente. Pero tampoco
tam poco creo que la gente se aahogue
hogue porque sí.
—Entonces, ¿por qué se ahogan?
—No estoy seguro.

Mi pie golpea contra el piso mientras mi corazón se sacude dentro de la caja


torácica, inquietando mis pensamientos. Tantos libros. Todos estos libros.
Guardados aquí, escondidos aquí dentro.
—Y los cánticos del puerto, ¿cómo explicas
expli cas eso?
—No puedo —responde—. Pero eso no quiere decir que alguna vez no se
encuentre una explicación. ¿Has visto esas piedras en el Valle de la Muerte, en
California, que se mueven solas por el desierto? Durante años, la gente no
entendía el fenómeno. Algunas de las piedras pesaban más de trescientos kilos y
dejaban huellas en la arena como si las empujaran. La gente pensaba que debían
ser ovnis o algún otro extraño suceso espacial. Pero los investigadores
finalmente descubrieron que se trataba simplemente de hielo. El suelo del
desierto se congela y después los fuertes vientos arrastran esas inmensas piedras
por la arena. Quizás con la leyenda de las hermanas Swan pase lo mismo.
Todavía no se ha encontrado encontró explicación a los cánticos y a los
ahogamientos. Pero seguramente hay una razón perfectamente lógica que explica
por qué suceden.
El café ya ha dejado de chorrear por la jarra, pero Bo no hace ningún intento
de regresar a la pequeña cocina.
—¿Hielo? —repito mirándolo, como si nunca hubiera escuchado algo tan

absurdo en toda mi vida.


—Lo que quiero decir es que quizás algún día descubran que nada de esto
tiene que ver con tres hermanas asesinadas hace doscientos años.
—Pero tú has visto con tus propios ojos lo que sucede aquí; viste el cuerpo
de Gregory Dunn en el puerto.
—Vii un cuerpo. Un chico ahogado. Eso es todo.
—V
Aprieto los labios mientras hundo las uñas en el borde de la tela del sillón.
—¿Realmente viniste a Sparrow por accidente? —murmuro… la pregunta
rasga el aire que flota entre nosotros y lo divide en dos. Lleva atormentándome
desde que Bo apareció, como una aguja en el cuello, una pregunta que quería
formular, pero sentía que no debía hacerlo. Como si la respuesta no importara.
Pero tal vez sí. Tal vez importa más que todo lo demás. Hay algo que no me está
diciendo. Una parte de su pasado, o tal vez de su presente, algo que yace entre
sus costillas, un objetivo… una razón por la cual está aquí. Lo presiento. Y
aunque no quiero alejarlo de mí, necesito saberlo.

Los rayos del sol entran por la ventana e iluminan la mitad de su rostro: luz y
sombra.
—Yaa te lo expliqué —responde,
—Y —res ponde, como si se sintiera
sint iera un poco herido.
Pero meneo la cabeza, incrédula.
—No has venido aquí simplemente por accidente, porque era la última
parada del autobús. Existe otra razón. Estás… escondiendo algo —intento ver a
través de sus ojos, de sus pensamientos, pero está esculpido en piedra y ladrillo.
Sólido como las rocas que rodean la isla.
Separa los labios, la mandíbula tensa.
—Tú también —lo dice rápido, como si hubiera estado en su mente hace
mucho tiempo, y me muevo incómoda en el sillón.
No puedo enfrentar su mirada. Él ve lo mismo en mí: un abismo de secretos
tan ancho, profundo e insondable que brota de mí como el sudor. Ambos lo
llevamos dentro. Como una marca en nuestra piel, un hierro caliente grabado en
la carne con el peso de nuestro pasado. Tal vez aquellos que tienen cicatrices
similares pueden reconocerlas en otros. Nuestros ojos están circundados por el
miedo.
Pero si él supiera cuál es la verdad: lo que yo veo cuando miro a través de

Olivia
mis Greene,
sueños. la criatura
Si viera lo queescondida en su. Abandonaría
yo vi. Si viera interior. Si supiera
esta islalo yque atormenta
no regresaría
amás. Abandonaría este pueblo. Pero yo no quiero estar sola en la isla otra vez.
Solo ha habido fantasmas aquí, sombras de personas que alguna vez existieron,
hasta que él llegó. No puedo perderlo. Así que no le cuento la verdad.
Me levanto antes de que nuestras palabras desgarren el aire frágil que se

extiendehaberle
debería entre nosotros. Antes
preguntado porde que
qué hame exijaaverdades
venido Sparrow,que no puedo
a menos que darle. No
estuviera
dispuesta a revelar alguno de mis secretos. Otis me mira y parpadea desde su
almohadón gris, sacudido por mi movimiento. Paso delante de Bo en dirección a
la puerta y, por un instante, creo que va a extender la mano hacia mí para
detenerme, pero no me toca y siento como el corazón se encoge violentamente.
Se desparrama por el suelo y se escurre por las grietas del piso de madera.
Un fogonazo del brillante sol matinal inunda la cabaña cuando abro la
puerta. Otis y Olga ni siquiera intentan seguirme. Pero antes de que llegue a
cerrar la puerta, escucho algo a lo lejos, más allá de los límites de la isla. No hay
viento que lo transporte por encima del agua, pero la quietud lo vuelve audible.
Está sonando la campana de la costa de Sparrow.
Han encontrado un segundo cuerpo.
La taberna
Las hermanas Swan nunca fueron personas comunes, incluso al nacer.
Las tres llegaron al mundo el uno de junio, con un año de diferencia. Primero
Marguerite, luego Aurora y por último Hazel. No compartieron el mismo padre,
sin embargo, el destino las trajo a este mundo exactamente el mismo día. Su
madre había dicho que estaban destinadas a estar juntas, designadas por las
estrellas a ser hermanas.
Entonces, el día de su cumpleaños, durante su primer año en Sparrow,
cerraron la tienda temprano y se dirigieron a la Taberna y Posada del Caballo
Blanco. Pidieron cervezas y una botella de brandy. El líquido era oscuro, rojo y
agridulce, y lo pasaron entre ellas, bebiendo directamente de la botella. Los
hombres que estaban en la taberna menearon la cabeza y susurraron acerca del
descaro de las hermanas. Las mujeres muy raramente entraban a la taberna, pero
las Swan no eran como las demás mujeres del pueblo. Rieron y derramaron vino
en el húmedo suelo de madera. Entonaron las canciones que les habían
escuchado a los pescadores en la calle cuando se dirigían al mar, con el fin de
persuadir a los vientos para que se mantuvieran calmos y amables. Inclinaron las
sillas, brindaron por su madre, que apenas recordaban, por traerlas a este mundo
con un año de separación entre cada una, pero exactamente el mismo día.
La luna brillaba intensamente sobre el puerto y las lámparas de aceite de
ballena titilaban encima de todas las mesas de la taberna. Marguerite se levantó
de su silla y echó una mirada por el salón mohoso lleno de pescadores, granjeros
y hombres de mar, que estarían allí solo una semana o dos antes de volver a
zarpar. Sonrió ampliamente y los observó con las mejillas enrojecidas por el
calor del alcohol.
—Todos creen que somos brujas —susurró a sus hermanas, agitando la
—Todos
botella de brandy alrededor del salón. Los rumores habían bullido durante meses
por el pueblo, la sospecha se había instalado en las estructuras de los hogares a
lo largo del puerto, pasando de los labios a los oídos hasta que cada cuento se
volvió más vil que el anterior. La gente de Sparrow había comenzado a odiar a
las hermanas.
—Sí, brujas —rio Aurora. Inclinó la cabeza hacia atrás y casi se cayó de la
silla.
—No, no lo creen —protestó
—protest ó Hazel, el ceño fruncido.
Pero Aurora y Marguerite rieron aún más fuerte, porque sabían lo que su
hermana menor no quería creer: que todo el pueblo ya había decidido que eran
brujas. Un aquelarre de tres hermanas, llegadas a Sparrow para desatar la
traición y las malas acciones.
—Vosotros
—Vosotros pensáis que somos
som os brujas, ¿verdad? —gritó
—grit ó Marguerite.
Los hombres que estaban sentados en el bar se volvieron para mirar y el
camarero apoyó la botella de whisky que tenía en la mano. Pero nadie le
respondió.
—Entonces, los embrujaré a todos —anunció, todavía sonriendo, los labios
enrojecidos por el vino. Trazó un círculo en el aire con el dedo y luego lo apuntó
hacia un hombre sentado en una mesa cercana—. Te crecerá una barba de
serpientes marinas —rio a carcajadas y luego agitó el dedo hacia a un hombre
apoyado contra la pared—. Tú te tropezarás y caerás al suelo esta noche al
regresar a tu casa, te golpearás la cabeza y verás tu futura muerte. —Los ojos de
Marguerite, se diría más tarde, parecían iluminados por el fuego, como si
estuviera lanzando hechizos desde un infierno que quemaría vivo a cualquiera
que quedara atrapado en su mirada—. Tú te casarás con una sirena —le dijo a
otro hombre—. Comas lo que comas, olerás a pescado durante el resto de tu vida
—le gritó a un hombre encorvado sobre la barra. Y mientras el dedo de

Margueritecomenzaron
hombres se agitaba aalrededor del salón
huir, seguros lanzando
de que maleficios
sus embrujos se imaginarios,
convertirían los
en
realidad. Aurora echó a reír con una risa profunda que le brotaba del estómago al
observar a su hermana, asustando incluso a los hombres más rudos de Sparrow.
Pero Hazel, horrorizada por la expresión de los rostros de los hombres, cogió a
sus hermanas y las arrastró fuera de la taberna, mientras Marguerite continuaba
gritando tonterías al aire salado nocturno.
Una vez fuera, las tres hermanas se cogieron del brazo y hasta Hazel rio
mientras subían tambaleándose por Ocean Avenue, pasaban los muelles y
llegaban al pequeño espacio que compartían detrás de la perfumería.

—No
somos puedes
brujas hacer eso —dijo Hazel en medio de la risa—. Pensarán que
de verdad.
—Yaa lo piensan, dulce hermana
—Y he rmana mía —repuso Aurora.
—Es que no nos entienden —agregó Hazel, y Marguerite la besó en la
mejilla.
—Puedes creer lo que quieras —murmuró Marguerite, ladeando la cabeza
hacia el cielo estrellado, hacia la luna, que parecía esperar sus órdenes—. Pero
un día vendrán a por nosotras. —Las tres se quedaron en silencio, el viento
acariciaba su cabello, volviéndolo ligero—. Pero hasta ese momento, beberemos.
—Todavía
—T odavía tenía la botella de vino y la pasaron entre ellas, dejando que las
constelaciones las guiaran a casa.
Más tarde, cuando Arthur Helm se golpeó la cabeza, juró que vio su propia
muerte como Marguerite predijo. Aun cuando no se cayó realmente camino a su
casa desde la taberna —recibió un golpe en la mandíbula de su caballo de tiro
una semana después—, el pueblo creyó que Marguerite había causado la caída.
Y cuando Murray Coats se casó con una mujer de largo cabello del color del
trigo, la gente
su propia dijo quedeantes
red: prueba había
que el sido una
maleficio sirena y queseélhabía
de Marguerite la había pescado
hecho con
realidad.
Cuatro semanas después, en el solsticio de verano de 1823, una fecha elegida
por los habitantes de Sparrow porque se decía que un solsticio aseguraba la
muerte de una bruja, ahogaron a las tres hermanas por haber sido acusadas de
brujería. Marguerite era la más mayor y tenía diecinueve años el día de su
muerte, Aurora dieciocho y Hazel diecisiete.
Nacieron el mismo día. Murieron el mismo día.
Bo aparece detrás de mí en la puerta justo cuando los tañidos de la campana
del puerto comienzan a apagarse.
—¿Otro? —pregunta, la mano levantada como si su vista pudiera pasar por
encima del agua y llegar hasta los muelles del puerto.
—Sí, otro.
Me esquiva, su hombro roza el mío, y comienza a caminar por el sendero.
—¿A dónde vas?
—Al pueblo —responde.
—Aquí estás más seguro —le grito, pero no se detiene. No me queda otra
opción que seguirlo… no puedo dejar que vaya solo. Marguerite está en el
cuerpo de Olivia Greene y la última muerte es más propia de Aurora. Pero aún
no la he visto: aún no sé qué cuerpo ha robado. Así que cuando Bo llega al bote,
subo detrás de él y enciendo el motor.
Un grupo de embarcaciones se ha congregado en el puerto, frente a la costa
de Coppers Beach.
No puedo ver el cuerpo desde esta distancia, pero sé que tiene que haber uno,
recién descubierto, flotando y a punto de ser subido a bordo de alguno de los
barcos. Por lo tanto navegamos hacia la costa, el rostro de Bo endurecido contra
el viento tempestuoso.
Atracamos el bote y vemos que una muchedumbre ya se ha reunido en
Ocean Avenue esperando el regreso de los barcos de la policía portuaria, las
cámaras preparadas. Hay letreros encima de la marina que dicen: SOLO PARA
PERSONAL DEL PUERTO Y DUEÑOS DE EMBARCACIONES, PROHIBIDO EL PASO A TURISTAS.
Pero siempre hay gente que ignora los letreros e invade los muelles,
especialmente después de que alguien haya hecho sonar la campana. Me abro
camino entre la masa de turistas y paso delante del banco de piedra que mira
hacia el puerto cuando alguien me coge del brazo. Es Rose. Heath se encuentra a
su lado.
—Son dos —anuncia con respiración trémula, los ojos azules muy abiertos.
Aún se la ve pálida y débil, como si todavía no se hubiera quitado del todo el frío
y la conmoción de caerse al agua hace más de una semana, a centímetros del
cadáver de Gregory Dunn.
—¿Dos cuerpos? —pregunta Bo ubicándose a mi lado. Los cuatro formamos
un círculo cerrado en la acera, exhalando bocanadas de aire en forma de ráfagas
de humo blanco.
Rose asiente con la cabeza.
Aurora, pienso. Ella es ávida e impulsiva, nunca puede decidirse, así que es
probable que haya atrapado a dos chicos al mismo tiempo.
—Eso no es todo —interviene
—intervi ene Heath—. Vieron a una de las hermanas Swan.
—¿Quiénes?
Heath y Rose intercambian una mirada.
—Lon Whittamer salió esta mañana en el barco de su padre a patrullar el
puerto. Davis y él decidieron turnarse para vigilar como si fueran policías;
creyeron que podrían atrapar a alguna de las hermanas in fraganti.
Aparentemente, Lon fue el primero en divisar los dos cuerpos cerca del muelle.
Luego vio algo más: una chica nadando, con la cabeza saliendo del agua, que
regresaba braceando frenéticamente hacia Coppers Beach. —Heath hace una
pausa y parece que el tiempo se ha detenido, todos contenemos el aliento.
—¿A quién vio Lon? —insisto, el corazón en la garganta, a punto de
explotar.
—A Gigi
Gigi Kline —responde en una rauda exhalación.
Parpadeo, una fría aguja de hielo desciende por mi espalda.
—¿Quién es Gigi Kline? —pregunta
—pregunt a Bo.
—Una chica de mi instituto —respondo, mi voz apenas es un murmullo—.
Estaba en la fiesta de la playa.
—¿Se metió en el agua?
—No estoy segura.
Echo un vistazo por Ocean Avenue, donde la masa de gente ha crecido, los
turistas apiñados, intentando obtener una mejor perspectiva del muelle al que
llevarán a los cuerpos. A esto han venido: a captar un vistazo fugaz de la muerte,
la prueba de que la leyenda de las hermanas Swan es real.
—¿Y alguien sabe dónde está Gigi? —pregunto desviando la mirada hacia
Heath.
—No sé. Hablé con Lon cuando llegó al muelle y me contó lo que vio.
Ahora Davis y él la están buscando.
—Mierda —mascullo. Si la encuentran, quién sabe qué harán.
—¿Crees que es cierto? —pregunta Rose—.
Rose —. ¿Gigi puede sserer una de ell
ellas?
as? —
Su expresión parece tensa y ansiosa. Ella nunca ha creído del todo en las
hermanas Swan, todo el tema la asusta, creo, la idea de que puedan ser reales, de
que podrían poseer su cuerpo sin que ella lo supiera. Para Rose es un mecanismo
de defensa, y yo entiendo por qué lo hace. Pero ahora la vacilación en su voz me
hace creer que ya no sabe bien qué pensar.

—No lo sé —contesto. No lo sabré con seguridad hasta que la vea.


—Yaa la han encontrado
—Y e ncontrado —interrumpe Heath, el teléfo
teléfono
no móvil en la mano, la
pantalla irradia un azul vibrante.
—¿Qué?
—Davis y Lon, ellos la tienen. —Se le hace un nudo en la garganta—. Y la
llevarán al viejo depósito de botes, pasando Coppers Beach. Todos se dirigen
hacia allí. —Las noticias se propagan rápidamente, al menos dentro del círculo
íntimo de los alumnos de secundaria de Sparrow—. Voy para allá —agrega
Heath, apagando el teléfono.

Bo el
perder asiente y Rose
evento. Todosentrelaza
querrán sus
ver dedos
si Gigicon los de
Kline. Heath. Nadie
—Princesa se quiere
del baile de la
escuela del año pasado y animadora estrella; está habitada por una de las
hermanas Swan. Pero yo soy la única que lo sabrá con seguridad.

Los barcos de la policía portuaria están comenzando a entrar al puerto


transportando dos cuerpos cuyas identidades aún no conocemos, cuando los
cuatro nos abrimos paso entre la multitud hacia el extremo del pueblo. Pasamos
por Coppers
invadida porBeach y luego
arbustos doblamos
de moras pormaraña
y una una calle
de dematorrales
tierra casiazotados
completamente
por el
viento.
A pesar de que brilla el sol, el aire huele a humedad, a plantas y a tierra
empapada. No pasan coches por esta zona; las propiedades están abandonadas. Y
cuando emergemos de la frondosa vegetación, aparece el depósito de botes
delante de nosotros,
van tornándose verdemuy cerca de con
amarronadas la costa.
el pasoLas
delviejas
tiempopiedras
debidodea las
la estructura
algas que
trepan por los lados, y el techo de tejas de madera está cubierto por una viscosa
capa de musgo. Hay un acantilado muy empinado a la derecha y un terraplén de
piedra a la izquierda. Desde aquí, no se pueden ver el pueblo ni la playa; es un
sitio completamente apartado. Y ese es el motivo por el cual los chicos escogen
este sitio para venir a fumar, a besarse o cuando faltan a clase. Pero no es
precisamente un lugar agradable para pasar más de una tarde.
Al ir acercándonos, noto que la puerta de entrada está entreabierta y unas
voces brotan desde el interior.

Heathmientras
mirarnos es el primero en entrar endetrás
nos arrastramos la oscuridad y varios
de él. Dentro, el rostros
olor es se vuelven
peor. para
El recinto
tiene un rectángulo cavado en el piso, cerca de las puertas que están del lado
opuesto, donde alguna vez se guardó algún barco para protegerlo del clima, y el
agua del mar llega hasta el interior reflejando dibujos en las paredes. El hedor a
combustible, vísceras de pescado y algas impregna todo el espacio.
Davis McArthurs y Lon Whittamer están apoyados contra la pared de la
derecha, en el angosto pasillo de noventa centímetros que se extiende a ambos
lados del cobertizo. Otras tres chicas, que reconozco del instituto, pero cuyos
nombres no puedo recordar, están apiñadas justo al lado de la puerta, como si
temieran
que entra.acercarse demasiado
Y sentada en una alsilla
agua
de que salpica
plástico dedesde
jardín,el entre
suelo,Davis
con cada ola
y Lon,
precintos de plástico alrededor de las muñecas y una tira de tela a cuadros rojos
y blancos atada sobre la boca, se encuentra Gigi Kline.
Tengo la impresión de que llegamos justo en el medio de una discusión que
ya se estaba llevando a cabo, porque una de las chicas, que lleva una parka color
rosa intenso, dice:
—No lo sabes con seguridad. Para mí no tiene nada raro.
—Esa es la idea —señala Davis apuntando con su mandíbula cuadrada.
Davis me recuerda a un trozo de carne, ancho y grueso. Tiene una nariz de toro.
No hay nada delicado en él. O especialmente amable, en tal caso. Es un matón y
siempre se sale con la suya gracias a su tamaño—. Tienen el mismo aspecto que
cualquier chica —continúa, clavando su mirada asesina en la chica de la parka
rosada—. Ella ha matado a esos dos tipos del puerto. Lon la ha visto.
—No podéis tenerla atada —interrumpe otra chica, el pelo suave y oscuro
atado en una cola de caballo, y señala a Gigi con un dedo largo y delgado.
—Claro que podemos, joder —repone Lon bruscamente mientras Davis la
mira con el ceño fruncido. Lon lleva una de sus clásicas camisas hawaianas:
celeste con loros y anclas de color amarillo brillante. Bo se acerca más a mí,
como si quisiera protegerme de lo que se está llevando a cabo delante de
nosotros. Y me pregunto si reconoce a Lon de la noche de la fiesta Swan, cuando
estaba borracho y él lo empujó al agua.
—No hay forma de probar que ella haya hecho algo —señala la chica de la
cola de caballo.
—Mira su ropa y su pelo, joder —exclama Lon abruptamente—. Está
empapada.
—Tal
—Tal vez … —Pero la voz de la chica de la cola de caballo se apaga.
—Tal vez se ha caído al agua —sugiere la chica de la parka rosa. Pero todo
—Tal
el mundo sabe que esa es una excusa muy débil y poco probable, considerando
las circunstancias. Mientras hablamos, están sacando a dos chicos del agua, y
han encontrado a Gigi Kline totalmente mojada: no es difícil sumar dos más dos.
Davis se descruza de brazos y camina hacia el grupo.
—Es una de ellas
el las —afirma
—af irma fríamente, los ojos hundidos e imperturbables—.
Y todas vosotras sabéis que es cierto. —Lo dice de manera tan terminante que
todos se quedan en silencio.
Mis ojos se posan en Gigi Kline, su pelo corto y rubio chorrea sobre los
tablones de madera del piso. Tiene los ojos inyectados en sangre como si hubiera
estado llorando, los labios separados por el pañuelo, que está atado detrás de la
cabeza. Se la ve afligida, aterrada y muerta de frío. Pero mientras todos
especulan acerca de si podría haber dejado de ser Gigi Kline, yo sé cuál es la
verdad. Puedo ver su interior a través de los delicados rasgos de su rostro, a
través de su piel mojada por las lágrimas.
Una criatura iridiscente y filiforme reside debajo de su piel: aterciopelada,
misteriosa, desplazándose detrás de sus ojos humanos. El fantasma de una joven
muerta hace mucho tiempo.
Gigi Kline es ahora Aurora Swan.
Su mirada gira alrededor del recinto, como si estuviera buscando a alguien
que la ayude, que la desate, que la defienda, pero cuando sus ojos se posan en los
míos, aparto la mirada con rapidez.
—Y ahora —exclama Davis, pasando la lengua por el interior de su labio
inferior—, encontraremos
por Marguerite a las
Swan. Pero ellaotras
serádos.
más—Pienso en Olivia
difícil de atrapar:Greene, poseída
Marguerite es
cuidadosa, precisa, y no permitirá que estos chicos descubran en quién está
habitando.
Nada más evocar su nombre, Olivia y Lola entran en el depósito por la
puerta que está detrás de nosotros y casi nadie se percata de su llegada.
—¿Y cómo
cóm o vamos a encontrarlas? —pregunta la tercera chica, jugando con
un trozo de goma de mascar y hablando por primera vez. Si ella supiera, si todos
ellos supieran lo cerca que están.
—Les tenderemos una trampa —propone Lon, sonriendo como si estuviera a
punto de aplastar un insecto con la suela de su zapato—. Ya tenemos a una. Las
otras dos vendrán en su ayuda. Gigi es nuestra carnaza.
Una breve risa desde la parte de atrás del grupo rompe las palabras de Lon.
—¿Crees que las
la s hermanas
herm anas Swan serían tan estúpidas como para caer en esa
trampa? —Es Marguerite la que ha hablado y pone los ojos en blanco cuando
todos se dan vuelta para mirarla.
—No la van a abandonar aquí —señala Davis.
—Tal vez pueden pensar que se merece estar atada por ser tan tonta como
—Tal
para dejarse atrapar. Tal vez quieran que aprenda la lección. —Marguerite clava
los ojos en Gigi cuando habla, su mirada penetra profundamente para que
Aurora sepa que se está dirigiendo a ella: de una hermana Swan a otra. Es una
amenaza. Marguerite está molesta por que Aurora se haya dejado atrapar.
—Supongo que lo aver
averiguaremos
iguaremos —dice Davis—. Y, hast
hastaa ese momento, no
dejaremos que ninguna chica se acerque al depósito.
—Eso no es justo —afirma la chica de la parka rosada—. Gigi es mi amiga
y…
—Y quizás tú eres una de ellas —la interrumpe
int errumpe Lon bruscamente.

en el—Eso
agua es una locura
durante —comenta con un resoplido—. Yo ni siquiera me metí
la fiesta.
—Entonces, deberíamos preguntarle
pregunt arle a todas las que se
s e metieron.
La chica de la cola de caballo perfecta baja la vista.
—Casi todas nadaron esa noche.
noche .
—No todas —interviene Lon—, pero tú sí. —Sus ojos se clavan en ella
como un arpón—. Y también Rose. —Apunta con el mentón a Rose, que está
medio paso por detrás de mí, al lado de Heath.
—Esto es ridículo —opina Heath—. Sois unos idiotas si creéis que podéis
comenzar a culpar a todas las chicas que estuvieron esa noche en la fiesta. Hasta
puede no haber pasado en la misma fiesta, las hermanas pueden haber robado los
cuerpos después, una vez que todos estabais demasiado borrachos como para
recordar algo. O incluso a la mañana siguiente.
Lon y Davis intercambian una mirada, pero está claro que no los ha
disuadido, porque Davis dice:
—Todo el mundo es sospechoso. Y Gigi se quedará aquí dentro hasta que
—Todo
encontremos a las otras dos.
—No puede permanecer aquí hasta el solsticio de verano; falta más de una
semana —añade la chica de la parka, la voz aguda.
—Bueno, estamos muy seguros de que no podemos dejarla ir. Mierda —la
increpa Davis—. Puede matar a alguien más. Probablemente a nosotros , por
atarla. — Davis le da una palmada a Lon en el hombro, que se estremece
levemente, como si no hubiera considerado algo así: que él y Davis podrían ser
los siguientes en la lista de ahogamientos por capturar a una de las hermanas
Swan.
Gigi intenta sacudir la cabeza, emitir un sonido, pero solo brotan ruidos
ahogados e incoherentes. La cinta está atada con mucha fuerza.
No cabe duda de que los padres de Gigi sospecharán qué ocurre cuando ella
no regrese a su casa; llamarán a la policía, que enviará un equipo de búsqueda.
Pero los chicos sí han entendido algo bien: Gigi Kline es una de las hermanas
Swan, el único problema es que no pueden probarlo. Y yo no tengo pensado
contarles la verdad.
Aun así, esto es malo. Han capturado a Aurora, Marguerite lo sabe y el
solsticio de verano llegará pronto: las cosas se están complicando. La captura de
Aurora las ha complicado. Y yo solo quiero mantenerme lo más lejos que pueda
de ellas y de todo este lío.
Heath ya está harto y veo que coge la mano de Rose.
—Vamos
—Vamos —le susurra y la
l a conduce al exterior del depósito de barcos.
Un nuevo grupo de tres chicos —uno es Thor Grantson, cuyo padre es dueño
del periódico Pesca— y una chica cruzan la puerta. Han venido a ver a Gigi
Kline y a determinar por sí mismos si creen que ella ha sido poseída por una
hermana Swan.
De repente, el depósito resulta claustrofóbico.
—¡Ni lo sueñes! —exclama
—excl ama Davis en voz muy alta,
alt a, apuntando a Thor con el
dedo—. Más te conviene no escribir nada de esto en tu periódico de mierda,
Thor, ni contárselo a tu padre.
Thor levanta las dos manos en un gesto de inocencia.
—Solo he venido a verla a ella —comenta amablemente—.
amablemen te—. Eso es todo.

—Eres un soplón de mierda


mierd a y todo el mundo lo ssabe
abe —interviene Lon.
La chica de la parka rosa sale en defensa de Thor y comienza a discutir con
Davis, y pronto el recinto es un barullo de voces discordantes, y Gigi, mientras
tanto, continúa amarrada a una silla y Olivia Greene permanece tranquila en el
fondo, apoyada contra la pared.
No puedo quedarme un minuto más ahí dentro, de modo que me escabullo a
través del nuevo grupo de chicos y salgo tambaleándome a la luz del día,
abriendo la boca para respirar el aire caliente y salado.
Rose y Heath se encuentran a unos pocos metros, pero Rose tiene los brazos
cruzados.
—Son matones —la escucho decir—.
de cir—. No pueden hacer esto. No está bien.
—No podemos hacer nada —comenta Heath—. Será una caza de brujas. Y
podrían encerrarte allí dentro con toda facilidad.
—Tiene razón —intervengo y ambos alzan la vista—. Ninguna de nosotras
está segura.
—Entonces, ¿dejamos que la tengan encerrada y que acusen a quienes ellos
quieran?
—Por ahora —respondo—, sí, eso haremos.
La puerta del depósito se abre de golpe y Bo sale parpadeando para
protegerse del sol.
—Quizás tienen razón —comenta Heath, estirándose para tocar el brazo de
Rose—. Quizás Gigi sí ha ahogado a esos dos chicos. Quizás es una de ellas. Es
mejor que esté allí dentro, así no puede matar a nadie más.
—¿Tú crees de verdad que esa chica puede ser peligrosa? —pregunta Bo,
cruzándose
instala entrede
losbrazos.
cuatro:Le echo
cada unouna mirada
está por encima
evaluando del hombro
lo peligrosa y la calma
que podría se
ser Gigi
realmente, imaginando sus manos alrededor de la garganta de un chico, sus ojos
malvados teñidos de venganza mientras lo empuja debajo del agua, esperando a
que las burbujas escapen de su nariz y suban a la superficie.
Después Rose dice:
—¿Penny? —Como si esperara que yo pudiera tener una respuesta.
respu esta. Como si
yo pudiera saber cómo arreglarlo todo. Y de pronto siento el deseo de contarle la
verdad: que Gigi está realmente habitada por Aurora Swan y que el pueblo está
más seguro con ella atrapada en el interior del viejo depósito de barcos. Que
colocar una trampa para capturar a las dos hermanas restantes sea probablemente
una decisión inteligente.
Pero, en su lugar, contesto:
—Debemos tener cuidado. Actuar con naturalidad. No darles ninguna razón
para que sospechen que podríamos ser una de ellas.
—¡Pero no somos una de ellas!
e llas! —exclama Rose con tono
ton o terminante.
Siento los ojos resecos y no puedo parpadear. Rose suena tan convencida,
está tan segura de que entiende el mundo que la rodea, que sería capaz de ver
algo tan malvado como una hermana Swan si estuviera atrapada adentro de Gigi
Kline. Ella confía en que sus ojos le dirán la verdad. Pero no puede ver nada.
—Ellos no lo saben —señalo—. Ni siquiera deberíamos estar aquí; no
deberíamos estar cerca de Gigi.
Me asalta un recuerdo fugaz, de Rose hablando con Gigi el año pasado en el
hall C. Se reían de algo, no puedo recordar exactamente de qué. No importa.
Pero me recuerda que alguna vez fueron amigas, en primaria, y tal vez Rose está
más enfadada por lo sucedido porque se trata de Gigi. Alguien que ha sido muy
cercana a ella en otra época. Y si puede sucederle a Gigi, puede sucederle a ella,
o incluso a mí.

voz La puerta
baja. Loladelsale
depósito
sola, se
la abre otrafija
mirada vezeny salen muchosmóvil,
el teléfono chicos,probablemente
charlando en
enviando más mensajes de texto acerca de la actual encarcelación de Gigi en el
depósito de botes.
—Quiero marcharme de aquí —murmura Rose y Heath entrelaza sus dedos
con los de ella, y ambos se dirigen hacia el camino.
—¿Tee parece bien dejar allí dentro a esa chica amordazada y amarrada a una
—¿T
silla? —me pregunta Bo.
—En este momento no tenemos
te nemos otra opción.
—Es secuestro y privación ilegítima de la libertad. Podríamos llamar a la
policía.
—Pero ¿y si tienen razón? —planteo—. ¿Y si ella es una de las hermanas
Swan y acaba de matar a esos dos chicos?
—Entonces, la policía la
l a arrestará.

peloCon el ónix
color rabilloresplandeciendo
del ojo, veo quebajo
Olivia Greene
la luz, saleseca
la piel finalmente del depósito,
y transparente de modosu
que puedo ver a la criatura que se encuentra en su interior. Una imagen acuosa
de color gris blanquecino, que se mueve y parpadea como una vieja película en
blanco y negro. Nunca se solidifica ni adopta una forma definida, siempre
líquida, flotando elegante pero cruelmente bajo los rasgos del rostro de Olivia.
Los ojos de Marguerite, negros como la tinta, destellan desde atrás de la cabeza
de Olivia y se posan en mí.
—Vámonos —le digo a Bo, tocándole el brazo para instarlo a seguirme.
Tomamos el camino por el que hemos venido, Rose y Heath ya se encuentran
bastante delante de nosotros, abriéndose paso entre los arbustos de moras y la
frondosa maleza.
—¿Qué pasa? —pregunta Bo, siente
sient e mi incomodidad.
Pero antes de que pueda responder, oigo la voz de Olivia rasgando el rugido
de las olas y el graznido de las gaviotas que giran alrededor de los pozos de la
marea, en la costa rocosa.
—¡Penny Talbot!
Talbot! —me grita.
Intento continuar la marcha, pero Bo se detiene y se vuelve.
Olivia ya se ha separado del grupo reunido fuera del depósito y se dirige
hacia nosotros.
—No tet e detengas
de tengas —le susurro a Bo, pero
per o él me mira como si no entendiera.
No se da cuenta de que está en peligro con solo ponerse al lado de ella.
—¿Ya os vais?
—¿Ya v ais? —pregunta Olivia, deteniéndose delante de nosotros
nos otros con una
mano apoyada en la cadera con actitud engreída, las uñas aún pintadas y
brillantes de un negro macabro. Marguerite ha adoptado ese cuerpo por
completo.
irritante. Le sienta bien, se adecua a su personalidad de por sí vanidosa e
—Ya hemos visto
—Ya vi sto suficiente —respondo, deseando que Bo no hable, no haga
contacto visual con Olivia ni le permita tocarlo.
—Pero no me has presentado a tu nuevo amigo —exclama con una sonrisa
de vampiresa, sus ojos azul pálido se deslizan sobre Bo como si pudiera
devorarlo—. Soy Olivia Greene —miente, extendiendo la mano. Huele a
caramelos de anís.
Bo levanta el brazo para estrecharle la mano, pero le sujeto la muñeca justo
antes de que se toquen y tiro hacia abajo. Me mira con el ceño fruncido, pero lo
ignoro.
—Tenemos
—T enemos que irnos ya —señalo, más a él que a Olivia, y doy un par de
pasos hacia adelante, esperando que me siga.
—Ah, Penny —exclama Olivia despreocupadamente, moviéndose hacia
adelante hasta quedar a pocos centímetros de Bo, derrama la mirada sobre él—.
No puedes quedártelo todo para ti en esa isla. —Antes de que yo pueda
detenerla, desliza los dedos por la clavícula de Bo, sosteniendo con firmeza la
mirada de él sobre ella. Y yo sé que no puede hacer nada, no puede apartar la
vista. Está atrapado en su mirada. Olivia se acerca más, de modo que su rostro
queda
captar cerca
lo quedel
le de
estáél diciendo,
y sus labios
perorevolotean
le susurraalrededor de su sinuosas
algo, palabras oído. Noque
puedo
no
pueden deshacerse. Promesas y juramentos, su voz enroscándose alrededor de su
corazón, desenterrándolo de su pecho, haciendo que él la quiera, la desee. Una
necesidad que se sepultará en lo profundo de su ser, que no se saciará hasta que
él la vuelva a ver, hasta pueda sentir la piel de ella contra la suya. Las yemas de
los dedos de Olivia suben por el cuello de Bo hasta los pómulos y una furia de
emociones chisporrotea dentro de mis tripas. No es solo miedo, sino algo más:
celos.
—Bo —exclamo con tono cortante, cogiéndolo de nuevo del brazo, y
entonces Olivia lo libera de su encantamiento. Bo parpadea y continúa mirándola
como si fuera una diosa hecha de oro, seda y atardeceres. Como si no hubiera
visto nada tan perfecto ni fascinante en toda su vida—. Bo —repito, aferrándolo
con fuerza y tratando de sacarlo de su ensoñación.
—Cuando te aburras de esa isla —murmura Olivia, haciéndole un guiño—,
cuando te aburras de ella… ven a buscarme. —Y luego da media vuelta y
camina lentamente hacia el grupo.
Ella lo ha tocado. Ha enroscado palabras en su oído, lo ha seducido. Quiere
hacerlo suyo eternamente, llevarlo hacia el mar y ahogarlo. Está recolectando
chicos y ahora ha clavado sus garras delicadas y cautivadoras en Bo.
Enciendo el fuego en la cabaña de Bo.
Sé que no debo confiar en este sentimiento, en todo lo que se está
desencadenando dentro de mi corazón, porque terminará en un enredo
complicado. Pero tengo que protegerlo. Al observar a Olivia deslizando sus
dedos hasta la garganta de Bo, tocando la línea dura de su mandíbula, un nudo
nauseabundo de terror ha subido desde mi estómago. No permitas que te afecte,
recito dentro de mi mente. Los chicos mueren muy a menudo en este pueblo.
Pero tal vez las palabras de Marguerite no funcionaron, no quedaron grabadas.
Tal vez él se ha resistido. Solo tengo que evitar que abandone la isla hasta el
solsticio de verano, evitar que salga al mar a buscarla. Después se marchará de la
isla y de este pueblo y nunca nos volveremos a ver. Simple. Sin complicaciones.
Me levanto una vez que los leños han comenzado a arder, enviando chispas
en un ciclón por la chimenea. Bo está sentado en el sofá, los codos sobre las
rodillas, la frente apoyada en las palmas de las manos.
—¿Qué te ha susurrado Olivia al oído? —pregunto, sentándome
sent ándome junto a él.
Baja las manos, la frente arrugada por la confusión.
—No lo sé.
—¿Recuerdas algo?
Golpea el pulgar contra el lado de la rodilla.
—La recuerdo a ella. —Levanta los ojos y mira el fuego. No creo que quiera
escuchar lo que recuerda acerca de ella, pero me lo dice de todas maneras—.
Estaba tan cerca, era como si su voz estuviera dentro de mi cabeza. Y era…
preciosa. —Traga saliva en cuanto lo dice, como si no pudiera creer sus propias
palabras.
Me levanto del sofá y cruzo los brazos al lado del fuego.
—No puedo dejar de pensar en ella —agrega, meneando la cabeza,
apretando los ojos como si pudiera eliminarla de su mente. Pero no es tan fácil.
—Es así
as í como funciona —señalo, inclinándome para colocar
col ocar otro
otr o leño entre
las llamas que van creciendo.
Levanta la mirada hacia mí.
—¿Tú piensas que es una de las hermanas Swan?
—Sé que tú no crees en nada de esto, pero ¿cómo explicas que no puedas
recordar lo que te dijo? ¿Y que no puedas dejar de pensar en ella; que
repentinamente estés tan cautivado por ella?
—No lo estoy.
estoy. —Pero sus palabras se interrumpen. Sabe que tengo razón:
sabe que su mente vuelve una y otra vez a Olivia Greene. Los dedos de ella
contra su piel, los ojos de Olivia hundiéndose profundamente en los suyos, ha
sido como si la mirada de ella hubiera penetrado hasta el centro de su alma. Una
parte de él la desea ahora, la quiere tanto como ella lo quiere a él. Y eso lo
atormenta.
No lo sé. NoNoconfío
podránidejar depropios
en mis pensar pensamientos.
en ella hasta que estén juntos otra vez—.
Camino de un lado a otro de la sala. ¿Cómo deshago esto? ¿Cómo elimino a
Olivia de su mente? No creo que se haya hecho antes… ni siquiera creo que sea
posible. Marguerite se ha adueñado de él.
Deslizo la lengua por la parte interna de los dientes.
—Tienes que marcharte de aquí. Tienes que abandonar el pueblo.
Bo se levanta del sofá y el movimiento me produce un estremecimiento.
Camina hasta la chimenea, se detiene frente a mí deseando que alce la vista
hacia él, pero no puedo. Él me perturba, me desgarra las entrañas, pero me trago
ese sentimiento y ansío que desaparezca.
Por debajo de mis pestañas, veo que junta los labios y nuestra respiración
parece adoptar el mismo ritmo. Quiero que hable, que rasgue el silencio y, de
golpe, me siento mareada, como si fuera a agarrarme de él para no perder el
equilibrio. Pero después abre los labios y dice, casi como en una confesión:
—Mi hermano se ahogó en Sparrow.Sparrow. —Sus ojos dejan de parpadear, su
cuerpo es una silueta de piedra delante de mí.
—¿Qué? —Alzo los ojos.
—Es el motivo por el que estoy aquí. El motivo por el cual no puedo
marcharme… no todavía. Te conté que murió, pero no te dijo cómo. Se ahogó
aquí, en el puerto.
—¿Cuándo? —Siento un cosquilleo
cosqui lleo en las yemas de
d e los dedos; los vellos de
la nuca se me erizan como si una brisa fresca resbalara por mi piel.
—El verano pasado.
—¿Por eso has venido a Sparrow?
Spar row?
—No sabía lo de las hermanas Swan. No sabía nada de esto. La policía nos
dijo que se había suicidado. Pero nunca lo creí.
Meneo la cabeza un milímetro, intentando comprender.
—Se llamaba Kyle —comienza a relatar. Es la primera vez que dice su
nombre en voz alta—. El año pasado, después de que terminara el bachillerato,
se fue de viaje por la costa en coche, con dos amigos. Se suponía que sería para
hacer surf; planeaban conducir hasta el sur de California, pero nunca llegaron
hasta allí. —Se atraganta, la emoción amenaza desbordar su hermética fachada
—. Se detuvieron en Sparrow para pasar la noche. No creo que supieran nada
sobre el pueblo, sobre los ahogamientos. Se quedaron en la Posada del
Ballenero. Kyle abandonó la habitación justo después del atardecer… y nunca
regresó. Encontraron su cuerpo a la mañana siguiente, enredado en una red de
pesca, no muy lejos de la costa.
—Lo… siento —consigo expresar en poco más que un susurro. Un temblor
se agita dentro de mí. Un dolor que aplasto hacia adentro.
—Tenía una beca para estudiar en la Universidad de Montana en otoño.
—Tenía
Tenía una novia con quien quería casarse. Era completamente ilógico. Yo sé que

no se suicidó.
haberse ahogadoY por
nadaba muy bien. Practicaba surf todos los veranos; no podría
accidente.
Da un paso hacia atrás, dejándome a la deriva, y exhalo una ligera bocanada
de aire que ni siquiera me había dado cuenta de que estaba conteniendo.
—Ninguno de ellos
ell os se suicidó
suici dó —murmuro, pensando en todos
to dos los chicos que
se metieron en el agua, atraídos hacia su muerte.
Nos miramos mutuamente, los segundos se extienden entre nosotros.
—Quizás estás equivocada sobre las hermanas Swan —dice, extendiendo el
brazo para tocar la repisa de la chimenea, el dedo índice araña un raspón de la
madera. Porsolo
Quizás sea el calor
una del fuego,que
historia suscuentan
mejillaslos
están rojas y para
lugareños sus labios rosados—.
explicar por qué
tanta gente se ahogó. Quizás alguien realmente los esté matando; quizás esa
chica del almacén de botes, Gigi Kline, sí lo hizo. No porque tenga en su interior
una antigua bruja que busca revancha, sino porque es simplemente una asesina.
Y quizás no sea la única; quizás haya otras chicas que también estén matando…
que mataran a mi hermano.
—Pero eso no explica por qué los chicos se ahogan en Sparrow durante los
últimos dos siglos. —Necesito que crea, que sepa que las hermanas Swan
existen.
—Quizás sea una especie de culto —comenta, negándose a aceptar la verdad
—, y los miembros de cada generación ahogan gente por algún sacrificio
inexplicable o algo por el estilo.
—¿Un culto?
—Mira, yo no sé cómo funcionan los cultos. Estoy intentando desentrañar
todo esto sobre la marcha.
—Y si crees que realmente se trata de un culto, ¿qué vas a hac
hacer
er después?
—Tendré
—Tendré que evitar que sigan matando gente.
—Pensé que querías ir a la policía, contarle
contar le que Gigi Kline está encerrada en
el almacén y dejar que ellos se encarguen de todo.
—Quizás eso no sea suficiente. Quizás eso no sea justicia… para mi
hermano, para todos aquellos a los que ahogaron.
—¿Y después qué? ¿Qué sería lo justo?
—Ponerle fin a lo que está sucediendo en este puebl
pueblo.
o.
—¿Matar a una hermana Swan, quieres decir? ¿Matar a Gigi?
—Quizás no exista otra salida.
s alida.
Niego con la cabeza.
—Sí hay otra salida…
sali da… puedes marcharte de Sparrow —señalo—. Puedes irte
y no volver jamás. Y tal vez un día hasta empieces a olvidarte de este lugar,
como si nunca hubieras estado aquí. —No digo lo que realmente siento. No
quiero que se vaya. De verdad que no quiero. Pero necesito que se marche para
que no salga herido, para que no termine como su hermano.

Se desata una tormenta en los rasgos de su rostro, una frialdad en sus ojos
que nunca antes he visto.
—Tú no sabes
sa bes lo que
qu e se siente…
si ente… este dolor nunca desaparece —murmura—.
—murm ura—.
Yo sé que mi hermano lo haría por mí; no se detendría hasta descubrir al
responsable de mi muerte. Y se vengaría.
—Este pueblo se construyó sobre la venganza —señalo—. Y eso no ha
mejorado ni ha corregido nada.
—No me voy a marchar
mar char —afirma
—af irma con tanta
ta nta determinación
det erminación que siento
si ento que se
me tensa la garganta.
Levanto la vista hacia él y es como si lo viera por primera vez, la resolución
en los ojos, la ira en la mandíbula. Está buscando la forma de liberarse del dolor
de perder a su hermano y está dispuesto a sacrificarlo todo, hacer lo que sea,
pagar cualquier precio. Hasta quitarle la vida a otra persona.
—No fueron esas chicas —le di
digo,
go, rogando porque
porq ue comprenda—. Ha sido lo
que llevan dentro.

—Quizás
diferencia entre—repone,
las chicas alzando los que
y la maldad ojos—. Peroasesinar
las hace quizásgente.
no exista ninguna
El fuego chisporrotea y lanza chispas al suelo de madera, que se oscurecen y
se convierten en ceniza. Camino hasta la estantería que está junto a la chimenea
y examino los lomos de los libros, buscando una manera de hacerlo comprender
sin contarle lo que sé… lo que puedo ver.
—¿Por qué estás tan segura de que todo esto es real? —pregunta, leyendo
mis pensamientos, y aparto la mano de uno de los libros. Doy media vuelta y
quedo frente a él. Se ha acercado a mí, tanto que podría extender la mano y
tocarle el pecho con las yemas de los dedos. Podría dar un rápido paso hacia
adelante y contarle todo, contarle mis secretos, o podría apretar mis labios contra
los suyos y aquietar la agitación que gira y repiquetea dentro de mi cabeza. Pero,
en cambio, elijo ignorar todas las ansias que corren abruptamente por mis venas.
Retraigo los labios antes de hablar, para controlar cada palabra que
pronuncio.
—Quiero decírtelo —murmuro, mil toneladas de piedras se hunden en mi
estómago—. Pero no puedo.
Deja quietos sus ojos entornados sobre los míos al mismo tiempo que se
enciende un leño seco e inunda la habitación con una repentina ráfaga de
resplandeciente luzterminado
equivocada: no ha anaranjada. Tenía razón
en Sparrow sobre Bo,Pero
por accidente. y también
tampoco estaba
es un
turista. Ha venido por su hermano… para descubrir qué le ocurrió. Y lo que ha
encontrado aquí es mucho peor que cualquier cosa que podría haber imaginado.
Se expande la presión que hay dentro de mi cabeza, las paredes de la cabaña
comienzan a rotar fuera de su eje como un carrusel descontrolado, y siento
náuseas. No que
mi corazón, puedolatequedarme aquí dentro
frenéticamente comocon él. Noa confío
si fuera en mí.
hacer algo No confío
insensato, de en
lo
que no podría retractarme. No sé lo que se supone que debo sentir, lo que debo
decir. No debería permitirme sentir nada. Son peligrosas estas emociones, el
miedo bombea dentro de mi pecho, se resquebraja en cada costilla. Mi cabeza no
está pensando correctamente; está enredada con mi corazón y no puedo confiar
en él.
Así que me dirijo hacia la puerta y toco el picaporte, deslizando los dedos
por el liso metal. Cierro los ojos durante medio segundo y escucho los ruidos de
la chimenea, que está detrás de mí —calientes y furiosos, el mismo conflicto

explosivo
salgo que se lleva
sigilosamente a cabo
a la luz dentro de mi cabeza—, luego abro la puerta y
del atardecer.
Bo no intenta detenerme.
El forastero
Un año antes, cinco días después de comenzar la temporada Swan, Kyle
Carter abandonó la Posada del Ballenero justo cuando la lluvia se disipó. Las
aceras estaban mojadas y oscuras, el cielo apagado por un manto de suaves
nubes blancas. No tenía destino alguno, pero la fascinación de la ribera lo llevó
hacia el puerto. Llegó a la pasarela de metal que conduce al muelle, filas de
barcos alineados como sardinas, y divisó a una chica que caminaba por uno de
los muelles, el pelo color ébano suelto y flotando sobre su espalda. Ella lo miró
por
luegoencima del hombro,
se encontró posócomo
caminando sus profundos ojos oceánicos
un zombi detrás de ella. sobre los suyos, y
Era la criatura más deslumbrante que había visto en toda su vida: elegante y
seductora. Una especie rara de chica. Y cuando la alcanzó, ella acarició su pelo
oscuro y lo atrajo con un beso. Ella lo quería, lo deseaba. Y él no pudo resistirse.
De modo que dejó que ella enrollara sus dedos entre los suyos y lo condujera
hacia el mar, sus cuerpos enredados, lánguidos e insaciables. Él ni siquiera sintió
el agua que entraba en sus pulmones. Solo podía pensar en ella: los dedos
calientes contra su piel, labios tan suaves que derretían su piel, ojos que veían
sus pensamientos, que desentrañaban lo que había dentro de su mente.

Y luego el mar lo atrajo hacia las profundidades y nunca lo dejó ir.


Mi mente se agita y repiquetea con todos los secretos que están cautivos
dentro de ella. No voy a poder dormir. No ahora que conozco la verdad acerca de
Bo, sobre la muerte de su hermano.
Y tengo que mantenerlo a salvo.
Me hago un té de lavanda, enciendo la radio y me siento a la mesa de la
cocina. El locutor repite la misma información cada veinte minutos: todavía no
se conoce
sean la identidad
lugareños de losDespués
sino turistas. dos chicos
de unahogados, peromonótono
rato, el tono la policía de
nolacree
vozque
del
locutor se diluye en una música lenta y somnolienta: una melodía para piano. La
culpa se escurre dentro de mí, miles de reproches, y deseo cosas que no puedo
tener: una forma de deshacer todas las muertes, de recuperar las vidas que se
perdieron. Los chicos mueren a mi alrededor y yo no hago nada.
No me doy cuenta de que me he quedado dormida hasta que escucho el
timbre del teléfono que está colgado de la pared.
Me enderezo de golpe en la rígida silla de madera y miro por la ventana que
está encima del fregadero. El sol está apenas encima del horizonte —es por la
mañana—, el cielo tiene apenas un tenue gris pastel. Me pongo de pie y busco a
tientas el teléfono.
—¿Hola?
—¿Tee he despertado? —Es la voz de Rose del otro lado de llaa línea.
—¿T
—No —miento.
—Me he quedado despierta toda la noche —dice—. Mi madre no dejaba de
darme pasteles con la esperanza de que olvidara todo lo que ha ocurrido en la
última semana, pero yo estaba tan nerviosa por toda la azúcar ingerida que eso
no ha hecho más que empeorar las cosas.
Estoy distraída, y las palabras de Rose se deslizan inútilmente por mi cabeza.
No puedo dejar de pensar en Bo y en su hermano.

—Bueno —continúa Rose al ver que yo no respondo—,


r espondo—, quería adverti
advertirte
rte que
no vinieras hoy al pueblo.
—¿Por qué?
—Davis y Lon están liados con algún tipo de misión. Están interrogando a
todo el mundo; hasta arrinconaron a Ella García en el baño de mujeres de La
Almeja, y no la dejaron marcharse hasta que demostró que no era una de las
hermanas Swan.
—¿Y cómo lo hizo?
—Quién sabe. Pero Heath escuchó que se s e puso a be
berrear,
rrear, y Davis pensó
p ensó que
una hermana Swan no se pondría a llorar de manera tan histérica.
—¿Nadie los detiene?
—Ya sabes cómo son las cosas —comenta, su voz se aleja brevemente del
—Ya
teléfono como si estuviera buscando algo—. Mientras no transgredan ninguna
ley, todos se sentirán aliviados si Davis y Lon averiguaran quiénes son realmente
las hermanas… y entonces tal vez pondrían ponerle fin a todo esto.
—Esto no terminará nunca, Rose —digo recordando la conversación que
tuve con Bo anoche en la cabaña. Él también quiere terminar con esto: ojo por
ojo. Una muerte por otra. Pero él nunca le ha quitado la vida a nadie. No va con
su forma de ser. Eso lo cambiará. Escucho que suena un tintineo en el teléfono
de Rose.
—Heath me ha enviado un mensaje
m ensaje de texto
text o —señala—.
—señal a—. Se supone que voy
a ir a su casa para encontrarme con él.
—Tal vez tú tampoco deberías
—Tal debería s salir.
—Mi madre todavía no sabe lo de Heath, así que no puedo invitarlo a mi
casa. Ella piensa que me voy a quedar contigo para tomar un café.
—Ten
—Ten cuidado.
—Lo tendré.
—Quiero decir que tengas cuidado
cui dado con Heath.
—¿Por qué?
—Nunca se sabe lo que puede pasar
pa sar.. Todavía
Todavía falta una semana.
—¿Quieres decir que podría ahogarse?
—No quiero que pierdas a alguien
al guien que es importante para ti.
—¿Y qué pasa con Bo? ¿No te preocupa perderlo?
—No —respondo demasiado rápido—.
rápi do—. No es mi novio, así que no… —Pero
siento la mentira agitándose en mi pecho, que les quita relevancia a mis palabras.
Estoy preocupada… y desearía no estarlo.
Otro mensaje suena en su móvil.
—Tengo que cortar —dice—. Pero va en serio lo de que hoy no vengas al
—Tengo
pueblo.
—Rose, espera —insisto, como si hubiera algo más que quisiera decirle:
alguna advertencia, algún consejo para que Heath y ella estén a salvo de las
hermanas Swan. Pero corta antes de que pueda hacerlo.

Cojo mi taza de té frío de la mesa y la llevo al fregadero. Estoy a punto de


arrojar el líquido cuando escucho el crujido de las tablas del suelo.
—¿Estabas practicando la lectura de las hojas de té? —pregunta desde la
puerta.
Abro el grifo.
—No.
—Deberías practicar todos los días. —Se muerde la comisura del labio, lleva
la bata negra que le cae holgada sobre el cuerpo. Pronto será tan diminuta que el
viento se la llevará cuando se detenga en el borde del acantilado. Tal vez sea eso
lo que quiere.
Cuando mis ojos hacen contracto con los de ella, me está mirando como si
yo fuera una extraña, una chica a la que ya no reconoce. Como si ya no fuera su
hija sino meramente un recuerdo.
—¿Por qué no lees más las hojas de té? —pregunto, enjuagando la taza y
observando el té ambarino escurrirse en un remolino por la rejilla. Sé que es
probable que esta pregunta suscite en ella malos recuerdos… pero también me
pregunto si hablar del pasado no puede traerla al presente, liberarla del
sufrimiento.
—El destino me ha abandonado —responde. Un estremecimiento recorre su
cuerpo y su cabeza se ladea hacia un lado como si estuviera escuchando voces
que no están realmente ahí—. Ya no confío en las hebras de té. No me lo
advirtieron.
La vieja radio plateada, que está apoyada en la encimera, continúa encendida
—no cruje
débil la apagué anoche
a través de losantes de quedarme
altavoces. dormida
Pero después en la mesa—
la canción terminay yuna música
el locutor
regresa de inmediato.
Ha sido identificada como Gigi Kline —relata—. Salió de su casa en la calle
Woodlawn el martes por la mañana y no se la ha visto desde entonces. Hay
especulaciones que afirman que su desaparición podría estar relacionada con la
temporada Swan, pero la policía local está pidiendo que cualquiera que la haya
visto se ponga en contacto con el Departamento de Policía de Sparrow
Sparrow..
—¿Conoces a Gigi? —Su voz tiembla mientras formula la pregunta, los ojos
clavados en la radio. El locutor repite la misma información otra vez y luego
viene la publicidad.
—No mucho —repongo y pienso en Gigi pasando la noche en el almacén de
barcos, probablemente con hambre y frío. Pero no es Gigi quien recordará haber
estado atada a una silla; solo Aurora —la criatura que está dentro de ella— se
acordará durante muchos años de esas noches gélidas y agitadas. Y es probable
que busque vengarse de Davis y Lon. Si no es en el cuerpo de Gigi Kline, será el
año próximo dentro del cuerpo de otra joven, suponiendo que tarde o temprano
liberen a Gigi y Aurora pueda retornar al mar antes de que concluya la
temporada Swan.
—Cuando tu padre desapareció, también lo anunciaron por la radio —agrega
mientras se dirige al fregadero y mira por la ventana, hundiendo las manos en los
profundos bolsillos de la bata—. Pidieron voluntarios para recorrer el puerto y la
costa para buscar algún indicio de él. Pero nadie ofreció su ayuda. Los habitantes
de este pueblo nunca lo aceptaron: tienen el corazón frío como el mar. —Su voz
flaquea y luego vuelve a cobrar fuerza—. De todas maneras, no importaba; yo
sabía que no estaba en la zona del puerto. Estaba dentro del mar. Se había ido y
nunca lo encontrarían. —Es la primera vez que la oigo hablar de él como si
estuviera muerto, como si nunca más fuera a regresar.
Me aclaro la garganta, intentando no perderme en una oleada de emoción.

—Déjame
de ella. prepararte
Los rayos del solalgo
caenpara desayunar
sobre su rostro,—propongo
volviéndolapasando por delante
de un color blanco
ceniciento y fantasmal. Abro un armario y coloco uno de los tazones blancos

sobre la encimera—. ¿Quieres avena? —pregunto, pensando que necesita algo


caliente para quitarse el frío de la casa.
Pero sus ojos se deslizan sobre mí y me sujeta la muñeca con la mano
derecha, los dedos se enroscan alrededor de mi piel.
—Yo lo sabía —profiere fríamente—. Yo sabía lo que realmente había
—Yo
ocurrido. Siempre lo supe. —Quiero apartar la mirada pero no puedo. Ella mira a
través de mí, hacia el pasado, hacia una época a la que ambas querríamos
olvidar.
—¿Qué sabías? —pregunto.
Su cabello oscuro está desgreñado y lleno de nudos, y tiene aspecto de no
haber dormido. Después sus ojos se apartan de los míos, como un paciente que
vuelve a caer en estado de coma, incapaz de recordar qué lo sacó de la
inconsciencia.

que Suavemente,
dijo. libero mi brazo de su mano y puedo ver que ya ha olvidado lo

—Tal vez deberías regresar a la cama —sugiero. Asiente y, sin protestar, da


—Tal
media vuelta y arrastra los pies por el suelo de baldosas blancas de la cocina.
Puedo oír sus pisadas lentas, casi ingrávidas, mientras sube por la escalera y se
dirige a su habitación, donde probablemente duerma el resto del día.
Me apoyo contra el borde de la encimera, cierro los ojos con fuerza y luego
los abro. En la pared opuesta de la cocina, contra el empapelado color amarillo,
hay una sombra estirada y distorsionada de mí, formada por los rayos del sol
matinal que entran por la ventana que está encima del fregadero. La observo
durante un momento, intentando relacionar los codos, las piernas y los pies con
los míos. Pero cuanto más miro, la silueta gris perfilada contra el empapelado de
narcisos desteñido por el sol menos natural me parece. Como un boceto
abstracto hecho por un artista.
Me alejo de la mesada y me encamino hacia la puerta. Salgo de la casa lo
más rápido que puedo.

El bote flota inmóvil contra el muelle. No hay ni una onda en el agua ni


sopla la menor ráfaga de viento. El sol está alto y calienta, un pez salta por
encima del agua y luego vuelve a sumergirse en el mar con un chapoteo.

Acabo de comenzar a desatar el bote y a arrojar los cabos sobre el costado


cuando siento que alguien me está observando. Me vuelvo rápidamente y veo a
Bo en el lado de estribor del velero —el Windsong—, un brazo levantado
aferrando al mástil.

—¿Hace cuánto tiempo que estás


est ás aquí fuera? —pregunto, sorprendida.
—Desde el amanecer. No podía dormir, mi cabeza seguía dando vueltas.
Necesitaba hacer algo.
Lo imagino aquí fuera, trepando al velero en medio del amanecer, revisando
las velas, los aparejos y el casco para ver qué permanece aún intacto después de
todos estos años y qué necesita reparación. Su mente trabajando en la solución
de los problemas, cualquier cosa que lo aparte de lo sucedido ayer en el depósito
de botes, de lo sucedido anoche en la cabaña. «Tengo que evitar que sigan
matando gente», me había dicho. Una promesa —una amenaza— de que
encontraría al asesino de su hermano.
—¿Vas al pueblo? —pregunta, sus ojos color jade se estremecen con los
—¿Vas
rayos del sol matutinos.
—Sí. Tengo
Tengo algo que hacer.
—Voy
—Voy contigo.
Digo que no con la cabeza mientras arrojo la última cuerda dentro del bote.
—Es algo que tengo que hacer sola.
Suelta el mástil, pasa por encima de la baranda del costado del barco y luego
salta al muelle con un movimiento ligero.
—Tengo que hablar con la chica del almacén de botes… Gigi —explica—.
—Tengo
Tengo que preguntarle sobre mi hermano, ver si se acuerda de él.
—No es una buena idea.
—¿Por qué no?
—Es probable que Olivia te esté esperando.
—No estoy preocupado por Olivia.
Olivia .
—Deberías.
—Pienso que puedo resistir el poder de seducción que tú crees que tiene
sobre mí.
Lanzo una breve risita.
—¿Has podido dejar de pensar en ella desde que te toc
tocóó ayer?
Su silencio es la única respuesta que necesito. Pero también siento una aguda
puñalada en el centro del corazón al saber que ha estado pensando en Olivia toda
la noche, toda la mañana, incapaz de apartar la imagen de ella. Solo de ella.
—Aquí estás más seguro —remarco, subiéndome al bote mientras comienza
a alejarse del muelle.
—No he venido aquí para quedarme
quedarm e atrapado en una isla.
—Lo siento. —Enciendo el motor
m otor con un ligero tirón.
tir ón.
—Espera —me grita, pero cambio de velocidad
vel ocidad y me alejo del muelle, fuera
de su alcance.
No puedo arriesgarme a llevarlo conmigo. Esto tengo que hacerlo sola. Y si
Marguerite llegara
no sé si podré a verlo en el pueblo, podría intentar atraerlo hacia el puerto, y
detenerla.

Hoy se realiza en el pueblo el Festival Anual de las Hermanas Swan.


Los globos rebotan y dan vueltas sobre los edificios. Los niños piden a gritos
granizados y dulces masticables de agua salada. Un cartel amarillo y rojo se
extiende a través de Ocean Avenue anunciando el festival, con dibujos de
telarañas, lunas llenas y lechuzas impresas en las esquinas.
Es el día más atareado del año, cuando la gente llega desde los pueblos
costeros vecinos o coge autobuses que los transportan a Sparrow temprano por la
mañana y los lleva de vuelta después del atardecer. Cada año, la concurrencia
crece y este año parece que el pueblo está a punto de explotar.
Ocean Avenue está cerrada al tránsito y rodeada de cabinas y puestos que
venden todo tipo de cosas relacionadas con la brujería y, al mismo tiempo, cosas
que nada tienen que ver con ella: llamadores de ángeles, mangas de viento y
dulce casero de mora de Boysen. Hay un patio cervecero, que vende cerveza
artesanal en grandes jarras, una mujer vestida como una hermana Swan lee las
manos, e incluso hay un puesto que vende perfumes, que afirman que son
algunas de las fragancias originales que las hermanas vendieron alguna vez en su
perfumería… aunque todos en Sparrow saben que no son auténticas. Muchas de

las personas llevan trajes de época, vestidos de cintura alta con volantes en las
mangas y escotes profundos. Más tarde, en el escenario montado cerca del
embarcadero, habrá una reconstrucción del día en que las hermanas fueron
declaradas culpables y ahogadas: un evento que evito todos los años. No soporto
mirarlo. No aguanto el espectáculo en el que se ha convertido.
Me abro paso entre la muchedumbre, serpenteando a través de Ocean
Avenue. Mantengo la cabeza baja. No quiero que me vean Davis o Lon: en este
momento, lo último que necesito es que me interroguen. Dejo atrás el pueblo y el
bullicio del festival, y llego al camino que zigzaguea a través de los matorrales
hasta llegar el almacén de botes. Este sendero es el único acceso al lugar; no me
queda otra opción que caminar por este camino.
Las gaviotas dan vueltas sobre mi cabeza como buitres esperando la muerte,
presintiéndola.
Cuando el sendero se ensancha y aparece el mar, liso y resplandeciente, el
almacén parece pequeño y chato, más hundido en la tierra de lo que parecía ayer.
Lon está sentado sobre un tronco a la derecha de la entrada. Al principio, pienso
que está mirando hacia arriba, disfrutando del sol, pero al acercarme lentamente,
me doy cuenta de que está dormido, la cabeza inclinada hacia atrás contra la
pared exterior. Seguramente ha estado aquí toda la noche vigilando a Gigi, una
pierna extendida delante de él, los brazos colgando flojos a los lados, la
mandíbula ligeramente abierta. Lleva una de sus estúpidas camisas floreadas,
verde azulada con flores violetas, y si no fuera por el fondo deprimente, casi
parecería estar en alguna playa tropical, concentrado en mejorar su inexistente
bronceado.

que Me muevo
delate sigilosamente,
mi presencia cuidando
y, cuando llego de no pisar una
al depósito, me ramita
detengoo auna hojaa Lon.
mirar seca
Por un breve instante, pienso que tal vez no respira, pero después veo que su
pecho sube y su garganta traga.
La puerta de madera no está cerrada y la empujo fácilmente hacia adentro.
Gigi continúa sentada en la silla blanca de plástico, los brazos amarrados, el
mentón contra el pecho como si estuviera dormida. Pero tiene los ojos abiertos y
los desliza hacia arriba para encontrarse con los míos apenas en cuanto pongo un
pie dentro.

Camino hacia ella, le bajo la mordaza y retrocedo con rapidez.


—¿Qué haces aquí? —pregunta levantando el mentón, su cabello corto y
rubio cae hacia atrás, dejando el rostro libre. Me observa a través de las pestañas
y su tono no es dulce sino grave, casi gutural. El contorno blanco, delgado y
centellante de Aurora se desplaza perezosamente bajo su piel. Pero sus ojos
verde esmeralda, el mismo color heredado por las tres hermanas Swan, me miran
y parpadean como una serpiente.
—No he venido aquí para salvarte, si eso es lo que piensas —señalo,
manteniéndome a cierta distancia de la silla blanca, que se ha convertido en su
aula.
—Entonces, ¿qué quieres?
—Tú has matado a esos dos chicos que sacaron del agua, ¿verdad? —Me
observa como si estuviera intentando entender la verdadera motivación detrás de
mi pregunta, qué intención tengo al formularla.
—Tal vez. —Sus labios se estiran hacia los lados. Está conteniendo una
—Tal
sonrisa: todo esto le resulta divertido.
—Dudo de que sea Marguerite. —Ante mis palabras, sus ojos se agrandan
como dos órbitas perfectas—. Solo tú ahogarías a dos chicos al mismo tiempo.
Sacude la mandíbula de un lado a otro y luego retuerce los dedos como si
tratara de estirarlos, las muñecas encerradas con precintos de plástico. El esmalte
color verde lima de sus uñas está comenzando a levantarse y sus manos están
empapadas y pálidas.
—¿Solo has venido a acusarme
acusarm e de haber matado a esos dos muchachos?
Observo detenidamente a través de su transparente exterior, más allá de Gigi,
buscando
Aurora. Y alella
monstruo que hay
lo sabe. Sabe quedentro de ellaaysume
estoy viendo encuentro
verdadero ser.con la mirada de
Su expresión cambia. Esboza una amplia sonrisa, dejando a la vista los
dientes blancos y perfectamente alineados de Gigi.
—Tú quieres algo —exclama con énfasis.
Respiro profundamente. ¿Qué quiero yo? Quiero que deje de hacerlo. Que
deje de matar. Que deje de buscar venganza. Que deje ese juego despiadado en el
que participa desde hace demasiado tiempo. Soy una tonta al creer que ella me
escucharía. Que oiría mis palabras. Pero de todas formas lo intento. Por Bo. Por
mí.
—Deja de hacerlo —respondo finalmente.
fi nalmente.
—¿Dejar de hacer qué? —Empuja la lengua contra
contr a el interior de la mejilla y
me examina a través de sus pestañas caídas.
—Deja de ahogar chicos.
—No puedo ahogar muchos chicos atrapada
at rapada aquí dentro, ¿no crees? —Inhala
—Inhal a
una larga bocanada de aire a través de la nariz y me sorprende que no haga
ninguna mueca: el olor del almacén es más repugnante de lo que recordaba.
Entrecierra los ojos—. Si me sueltas, entonces tal vez podamos discutir esa
pequeña idea que tienes.
Observo los precintos de plástico que tiene alrededor de las muñecas y de los
tobillos. Un rápido tirón y probablemente podría liberarla. Si tuviera un cuchillo,
podría cortar fácilmente el plástico. Pero no lo voy a hacer. No dejaré que ande
suelta por Sparrow otra vez.
Meneo la cabeza.

—No puedo.
—¿No confías
conf ías en mí? —Ni siquiera
s iquiera intenta ocultar el gesto de desprecio
despre cio del
labio superior ni la forma juguetona de arquear la ceja izquierda. Sabe que no
confío en ella. ¿Por qué habría de hacerlo?—. De todas maneras, confiar es una
palabra irrelevante. —Emite una sonrisa burlona al ver que no respondo—. Es
meramente una mentira que nos decimos mutuamente. Aprendí a no confiar en
nadie… un síntoma de dos siglos de existencia. Tienes tiempo para reflexionar
sobre esas cuestiones. —Ladea la cabeza y me mira de lado—. ¿Me pregunto en
quién confías? ¿A quién le confiarías tu vida?
Observo fijamente a la criatura que está debajo de la piel de Gigi, los ojos de
un blanco lechoso, que me miran.
—¿A quién le confiarías la tuya? —contraataco.
Esto le provoca una carcajada que brota desde la profundidad de sus entrañas
y se le humedecen los ojos. Doy un paso hacia atrás. Luego su risa concluye, el
cabello rubio se desliza hacia adelante para cubrir parte de su rostro. Sus brazos
se ponen rígidos contra los precintos, sus verdaderos ojos me atraviesan y su
boca se retuerce en un gruñido.
—A nadie.
De pronto, la puerta que está a mis espaldas se abre de un golpe y Lon
irrumpe en el recinto.
—¿Qué carajo estás haciendo aquí? —pregunta, los ojos desorbitados.
Paseo la mirada de Gigi a él.
—Solo le estaba haciendo un
u n par de preguntas.

—Nadie tiene permiso para estar aquí. Ella te convencerá de que la dejes
libre.
—Eso solo funciona con los especímenes masculinos de mente débil —
señalo.
Aprieta los labios y da un paso rápido hacia mí.
—Vete de aquí de una maldita vez. A menos que quieras confesar que eres
—Vete
una de ellas, entonces también te encerraré con mucho gusto.
Le echo una mirada a Gigi, que me mira y parpadea en actitud desafiante, la
comisura del labio curvada hacia arriba. Hasta parece que podría atreverse a reír
—la amenaza
retrocedo, cruzodela puerta
Lon ley resulta graciosa—,
salgo a la luz del día.pero contiene la risa. Después
—Te das cuenta de que la policía
—Te pol icía está buscando a Gigi, ¿no? —le digo a Lon,
que cierra la puerta con gran estrépito y me sigue hasta fuera.
—Los policías de este pueblo son unos idiotas.
—Puede ser.
ser. Pero que vengan a revisar el almacén es solo cuestión de
tiempo.
Agita una mano en el aire despectivamente, la manga de su camisa floreada
flamea con el movimiento, y regresa a su puesto en el tronco, reclinándose
contra la pared y cerrando los ojos, en obvia demostración de que no le preocupa
la idea de que Gigi pueda escapar.
—Y dile a tu amiga Rose que tampoco vuelva.
Detengo el paso abruptamente.
—¿Qué?
—Rose… tu amiga —responde burlonamente, como si yo no supiera de
quién se trata—. Estuvo aquí hace veinte minutos, la pillé husmeando entre los
matorrales.

—¿Ha hablado con Gigi?


—Mi trabajo
tr abajo es no dejar entrar a nadie, así
a sí que no, no le permi
permití
tí que hablara
con Gigi.
—¿Qué quería? —pregunto, aunque estoy segura de que cualquier cosa que
le haya dicho era mentira.
—Qué diablos puedo saber. Dijo que se sentía mal por Gigi o alguna
estupidez así, que era cruel tenerla encerrada. Pero a vosotras dos os conviene
manteneros lejos a menos que queráis convertiros en sospechosas —baja un
poco la voz, como si estuviera revelándome un secreto, como si tratara de
ayudarme—. Vamos a encontrar a todas las hermanas Swan, de una manera u
otra.
Me doy media vuelta y me alejo deprisa.

Cuando cruzo la puerta, la tienda de Alba huele a glaseado de vainilla y a


pastel de limón. Una decena de personas se agolpan en la pequeña tienda —
algunas con ropa de época, niños con las caras pintadas con purpurina—
eligiendo pasteles diminutos del exhibidor de cristal, que les entregarán en una
caja adornada con lazos color rosa. La señora Alba se encuentra detrás de uno de
los exhibidores atendiendo a un cliente, colocando petit fours cuidadosamente
dentro de cajas blancas. Otras dos empleadas también se mueven raudamente
alrededor de la tienda cobrándole a la gente y contestando preguntas acerca de la
efectividad de los pasteles para borrar recuerdos viejos y anquilosados.
Pero Rose no se encuentra en la tienda y espero varios minutos hasta que su
madre queda libre.
Apoyo los dedos contra uno de los escaparates de cristal, esperando llamar
su atención.
—Penny —exclama con un gorjeo al verme, su sonrisa se extiende a través
de los suaves rasgos de su rostro—. ¿Cómo estás?
—Estoy buscando a Rose —comento rápidamente.
Su expresión decae un poco y aprieta los ojos.
—Pensé que estaba contigo —por teléfono, Rose me contó que le había
mentido a su madre y le había dicho que había quedado conmigo para tomar un
café, cuando
tampoco en arealidad
se iba ibacon
encontrar a reunirse
Heath, con Heath.
a menos quePero dadoidoque
hayan obviamente
juntos a ver a
Gigi, pensaba que su madre podría haberla visto.
—Creo que entendí mal la hora o el lugar donde nos veríamos —señalo con
una sonrisa amable: no quiero meter a Rose en problemas—. Pensé que tal vez
estaría aquí.
—Puedes mirar en el apartamento —comenta mientras se da la vuelta al
notar que entran más personas a la tienda.
—Gracias —digo, pero ella
ell a ya se ha alejado a atender
aten der a los nuevos clientes.
clientes .
Una vez fuera, doblo a la derecha y subo la escalera techada hasta el primer
piso. Las paredes de piedra gris del edificio están protegidas de la lluvia por un
techo angosto y, al final de la escalera, hay una puerta roja bajo una arcada
blanca. Apoyo el dedo en el timbre y el sonido reverbera por el espacioso
apartamento. Marco, el perro, comienza a aullar furiosamente y puedo oír el
repiqueteo de sus patas mientras corretea hasta la puerta y ladra del otro lado.

Espero,
hay peroennolaviene
alguien nadie. Y es imposible que Rose esté dentro y no sepa que
puerta.
Bajo la escalera y me abro camino a través de la multitud de Ocean Avenue.
Comienzo a recorrer Shipley Pier hacia La Almeja, cuando diviso a Davis
McArthurs. Se encuentra en la mitad del embarcadero, en medio del gentío,
hablando con una chica que reconozco del depósito de barcos cuando atraparon a
Gigi. Habían discutido acerca de mantener encerrada a Gigi. Él tiene los brazos
cruzados, sus ojos inspeccionan las mesas exteriores como si estuviera buscando
a alguna chica que se le ha pasado, a quien todavía no haya interrogado para ver
si es una de las hermanas Swan.

Al ver a Davis, una furia se eleva dentro de mí, pero no hay nada que pueda
hacer.
De todas maneras, Rose no estaría en el embarcadero, no con Davis
pavoneándose por aquí. Es probable que esté en la casa de Heath, pero no sé
dónde vive, y no pienso preguntar y llamar la atención. De modo que regreso
rápidamente a la costa antes de que Davis me vea y conduzco el bote por la
bahía hacia la isla.
Presagios
Un jueves por la mañana temprano, una mujer cruzó la puerta de la
Perfumería Swan, una semana después de la famosa noche de las hermanas en la
taberna. Aurora estaba barriendo el suelo; Marguerite, apoyada contra el
mostrador soñando despierta con un muchacho que había visto en el muelle el
día anterior, trabajando en los aparejos de un barco, y Hazel, garabateando en un
trozo de papel los detalles de una nueva fragancia que había estado imaginando:
mirra, tanaceto y rosa mosqueta. Una fragancia para aliviar la tristeza y eliminar
la desconfianza en los demás.
Cuando la mujer entró, Marguerite se enderezó y sonrió amablemente, como
hacía cada vez que una nueva clienta ingresaba en la tienda.
—Buenos días. —La mayor de las hermanas Swan hablaba con elegancia,
como si hubiera sido criada entre la realeza, cuando, en realidad, las tres
hermanas habían sido criadas por una mujer que se colocaba lascivamente una
pizca de perfume entre los muslos para seducir a sus amantes.
La mujer no respondió, sino que se dirigió hasta una pared donde había
envases de perfume que contenían diferentes aromas cítricos y de otras frutas,
para llevar de día, que solían prometer tardíos vientos veraniegos y cálidos
atardeceres.
—Una perfumería resulta algo un poco pretencioso para este pueblo —
comentó finalmente—. Hasta ilícito.
—Las mujeres de cualquier pueblo merecen la fascinación de una buena
fragancia —remarcó Marguerite alzando una ceja. Aunque no lo demostraba,
ella reconocía a la mujer: era la esposa de un hombre con el cual ella había
coqueteado tres días atrás, frente a la tienda de ramos generales Collins & Gray.
—Fascinación —repitió la mujer—. Qué palabra tan interesante. Y esa
fascinación… —Hizo una pausa—. ¿Viene de los encantamientos que colocáis
en vuestras fragancias?
Marguerite levantó bruscamente un lado de la boca.

—No hay encantamientos, señora. Solo se trata de fragancias perfectamente


combinadas, se lo aseguro.
La mujer le echó una mirada asesina y luego se dirigió precipitadamente
hacia la puerta.
—Vuestro trabajo deshonesto
—Vuestro deshones to no pasará desapercibido
desaper cibido durante mucho tiempo
más. Nosotros sabemos lo que sois vosotras realmente. —Y con un zumbido de
aire marino, abrió la puerta y salió raudamente hacia la calle, dejando a las tres
hermanas mirándola atentamente.
—Piensan realmente que somos brujas, ¿verdad? —comentó Hazel en voz
alta.
—Deja que lo piensen. Eso nos da poder sobre ellos —respondió Marguerite.
—O les da una razón para colgarnos
c olgarnos —agregó Aurora.
Marguerite caminó lentamente hasta el centro de la tienda guiñándoles el ojo
a sus hermanas.
—A todos los chicos parece agradarles —exclamó sacudiendo
sacudie ndo la cadera.
Hazel y Aurora rieron. Marguerite siempre había sido descarada, y ellas
admiraban esa cualidad de su hermana, a pesar de que, por momentos, le traía
problemas. Las tres estaban muy unidas, consagradas unas a otras. Sus vidas
estaban entrelazadas tan fuertemente como un nudo de marinero.
Todavía no sabían qué cosas habrían de separarlas.
Porque, en un lugar como Sparrow, los rumores se propagaban rápidamente,
como la viruela
entramado o el cólera,
de un pueblo confundiendo
hasta que la mente,
ya era imposible arraigándose
distinguir la verdad en el
de la
especulación.
Al llegar a casa, llamo al celular de Rose, pero no responde, de modo que le
dejo un mensaje: «Llámame cuando recibas este mensaje».
No sé por qué he ido a ver a Gigi al depósito de botes, pero cualquiera sea la
razón, tengo que advertirle que se mantenga alejada de allí.
A través de la ventana de la cocina, veo a mi madre arriba del acantilado, la
bata negra inflándose alrededor de sus piernas con una corriente de aire
ascendente. Después de todo, no ha permanecido todo el día en cama.
Espero junto al teléfono la mayor parte del día, pero Rose nunca llama.
Marco su número tres veces más, pero no responde. ¿Dónde estás?
Cuando el sol comienza a ponerse sobre el mar, me acurruco en la cama, las
rodillas contra el pecho. Me quedo dormida mientras el viento azota los cristales
de las ventanas y el aire marino arremete contra la casa.

Justo antes del amanecer, la lluvia comienza a repiquetear suavemente contra


el techo. El cielo está cubierto de pinceladas de violeta y rosa coral. Permanezco
en mi habitación, pero sigo sin tener novedades de Rose. La lluvia mantiene a
todo el mundo en el interior de sus hogares. Mamá está encerrada en su
dormitorio y no veo salir a Bo de la cabaña en todo el día. Hay cosas que debería
decirle, confesiones sepultadas dentro de mí. La forma en que mi corazón se
siente a la deriva cuando estoy con él; la cabeza perdida en pensamientos que no
puedo explicar. Debería decirle que lo siento. Debería caminar bajo la lluvia y
descargar mi puño contra su puerta. Debería tocar su piel con las yemas de los
dedos y decirle que hay cosas que quiero, que ansío. Pero ¿cómo te permites
desnudarte delante de alguien, sabiendo que tu armadura es lo único que te
mantiene a salvo?
Por lo tanto, no digo nada. Mantengo mi corazón oculto en la profundidad y

oscuridad de mi pecho. Cuando la noche finalmente cae, me desplomo en la silla


unto a la ventana de mi dormitorio y observo el cielo que se abre y las nubes de
lluvia que se desvanecen. Las estrellas iluminan la oscuridad. Pero me siento
angustiada, deseo que Rose me llame y me explique por qué fue al almacén de
botes. Está actuando de manera sospechosa… como si fuera una de ellas. ¿Por
qué?
Y luego veo algo por la ventana.
Hay movimiento abajo en el sendero, una silueta pasa por debajo de la
cascada de luz azul de la luna. Es Bo, y se dirige al muelle.
Y en mis entrañas, siento que algo no va bien.
Me pongo un largo jersey negro sobre la camiseta y los shorts de algodón, y
me dirijo deprisa hacia la puerta. El aire me golpea cuando salgo, una ráfaga de
frío que me congela hasta la médula.
Lo pierdo de vista durante un instante, la oscuridad lo devora, pero cuando
llego a la parte del camino donde hay una cuesta que baja hacia el agua, lo diviso
otra vez. Está muy cerca del muelle.
El viento de la noche se ha levantado desde el oeste y empuja las olas contra
la orilla a intervalos regulares, que se extienden por encima de las rocas y dejan
una capa de espuma cuando se retiran. Todo huele a humedad por la lluvia. Mis
pies desnudos golpean contra la pasarela de madera, pero aun así logro
alcanzarlo cuando se detiene en el extremo más alejado del muelle.
—¿Bo? —exclamo. Pero no se mueve, no se vuelve para mirarme. Como si
no pudiera oírme. Y ya sé lo que ocurre. Bajo el cielo oscuro y la luna pálida y
redonda, me doy cuenta de que ya no es él.
Me acerco con cuidado.
—Bo —repito, intentando captar su atención. Pero en un rápido movimiento,
movimient o,
avanza hasta el borde del muelle y cae al agua—. ¡No! —aúllo mientras corro
desesperada.
El muelle palpita y se sacude. Ya se ha hundido bajo el agua, ya se ha
hundido debajo de las olas. Contengo la respiración y cuento los segundos:
¿cuánto tiempo le queda hasta que ya no tenga más aire en los pulmones?
Observo el agua sin atreverme a parpadear. Luego, a diez metros, aparece,
atraviesa la superficie del agua y coge aire. Pero no regresa a la costa. Ni
siquiera mira por encima del hombro. Continúa nadando, alejándose mar

adentro.
No, no, no. Esto no va bien.
Me quito el jersey negro y lo arrojo al muelle. Inhalo profundamente,
extiendo los brazos por encima de la cabeza y me sumerjo tras él.
El agua fría me atraviesa la piel como si fueran agujas, y cuando trago, el
aire nocturno me lastima las paredes internas de los pulmones. Pero comienzo a
nadar.
Ya se encuentra a una buena distancia de mí, decidido, atraído hacia la zona
más profunda de la bahía. Pero mis brazos y mis piernas se mueven con un ritmo
fluido que es más rápido que el de Bo. Sus pies, todavía con calzado, levantan
poca agua detrás de él. Cuando finalmente lo tengo al alcance de la mano, sujeto
su camiseta y tiro con fuerza. Sus brazos dejan de dar vueltas y sus piernas ya no
se mueven. Levanta la cabeza, el pelo mojado de lado sobre la frente, los labios
abiertos, y me mira.
—¡Bo! —exclamo, enfrentando su mirada pétrea. Sus pestañas gotean agua
de mar, el rostro inexpresivo, no sabe dónde está ni qué está haciendo—.
Tenemos que regresar —grito por encima del viento.
No menea la cabeza, no protesta, pero tampoco parece registrar nada de lo
que he dicho, porque baja la mirada, se aleja bruscamente y continúa nadando
por la bahía. Cojo varias bocanadas rápidas de aire. El haz de luz del faro da
vueltas alrededor de nosotros, barriendo la bahía e iluminando los mástiles de los
barcos hundidos. Ella lo está atrayendo hacia la zona de los naufragios.
«Mierda», —mi piel está helada y me pesa la ropa. Pero estiro las piernas
detrás de mí y nado hacia él, a través de la oscuridad, sabiendo que si pasase un
barco sería difícil que nos divisara a tiempo. La proa nos impulsaría hacia abajo
y la hélice nos sacudiría, y seguramente, no volveríamos a salir a la superficie.
Pero si lo dejo ir, sé lo que sucederá. Lo perderé para siempre.
Muevo las piernas con fuerza mientras mis brazos rasgan el agua y el frío
reduce el ritmo tanto de los latidos de mi corazón como del bombeo de la sangre
hacia las extremidades. Pero después de varias rotaciones del faro —lo único
que marca el paso del tiempo—, consigo alcanzarlo otra vez. Engancho el puño
en el borde su camiseta y lo atraigo hacia mí. Se vuelve para mirarme, la misma
expresión grabada permanentemente en su rostro.
—Tienes que despertarte —le grito—. ¡No puedes hacer esto!
Frunce las cejas durante una fracción de segundo. Me escucha, pero también
está dominado por Marguerite: la voz de ella da vueltas dentro de su mente,
llamándolo, rogándole que la busque en el mar.
—Bo —exclamo, esta vez con más dureza, envolviendo el otro puño en su
camiseta y atrayéndolo
para no hundirme—. más cerca de mí. Mis piernas se mueven frenéticamente
¡Despiértate!
Parpadea. Sus labios son fantasmales, han perdido todo el color. Abre la
boca, entorna apenas los ojos y, lentamente, se forma una palabra en sus labios.
—¿Qué?
—Ella está dentro de tu cabeza y te obliga a hacer esto. Tienes que
eliminarla, ignorar lo que te dice. No es real.
Varios metros más adelante, en la entrada del puerto, suena la campana de la
boya en medio del embate de las olas. Un escalofriante repiqueteo que se
extiende a través del agua.
—Tengo
—T engo que encontrarla —exclama arrastrando las palabras. Conozco la
imagen que Marguerite ha colocado en su mente: ella nadando con un vestido
color blanco, la tela fina y transparente arremolinándose alrededor de su cuerpo,
el cabello largo y sedoso, su voz seductora deslizándose en sus oídos. Sus
palabras prometen calor, la suavidad de sus besos y su cuerpo apretado contra el
de él. Está atrapado dentro de su hechizo.
Lo ahogará como a todos los demás.
—Por favor —le ruego, la mirada clavada en sus ojos, que no pueden fijar la
mirada, que solo la ven a ella—. Regresa conmigo.
Sacude la cabeza despacio de un lado a otro.
—No… puedo.
Contraigo la mandíbula y coloco las manos alrededor de su nuca,
obligándolo a mantenerse tan cerca de mí que nuestros cuerpos se deslizan
untos y ligeros. Lo hago sin pensar, sin respirar: aprieto mis labios contra los
suyos. El agua se derrama entre los dos y saboreo el mar en su piel. Hundo las
uñas en su cuello, tratando de incitarlo a salir de su ensoñación. Los latidos de
mi corazón golpeando contra mi pecho, presiono los labios con más fuerza. Abro
la boca para sentir el calor de su respiración, pero no se mueve, no reacciona. Tal
vez esto no funcione… tal vez ha sido un error.
Pero luego desliza un brazo alrededor de mi cuerpo y me aferra los
omóplatos. Entreabre la boca y el calor de su cuerpo se escurre súbitamente
dentro de mí. Su otra mano encuentra mi pómulo y luego se entrelaza en mi
pelo. Me atrae más hacia él, envolviéndome en el círculo de sus brazos. Y con
mis labios, borro de su memoria el recuerdo de Marguerite Swan. Se lo quito a
Marguerite y él me deja hacerlo. Me besa como si nunca hubiera querido a
alguien de esta manera. Y, por un segundo, nada de esto parece real. No estoy
nadando en la bahía, los brazos de Bo rodeando mi cuerpo, su boca resbalando
sobre la mía, mi corazón latiendo violentamente contra el pecho que lo contiene.
Estamos en otro lado, muy lejos de aquí, los cuerpos enroscados bajo un sol
caliente, la arena caliente debajo de nosotros, el aliento caliente en los labios.
Dos cuerpos unidos que no le temen a nada.
Y luego aparta la boca, despacio, el agua chorrea entre nosotros y mi visión
es borrosa. Imagino que me soltará, que continuará nadando lejos del muelle,
pero una de sus manos sigue enredada en mi nuca y la otra en mi espalda,
mientras nuestras piernas se mueven rítmicamente debajo de nosotros.
—¿Por qué has hecho eso? —pregunta,
—pre gunta, la voz áspera, cas
casii quebrada.
—Para salvarte.
Sus ojos echan una mirada al mar oscuro y amenazador, como si despertara
de una pesadilla demasiado real.
—Tenemos que regresar a la costa —murmuro y él entiende y asiente, sus
—Tenemos
ojos todavía nublados y desenfocados, como si aún no estuviera completamente
seguro de dónde está ni por qué ha llegado hasta aquí.

Nadamosla hasta
imaginado, la isla
corriente nosuno
hajunto al otro.
llevado Nos hemos
mar adentro alejadode
y después más de lominutos
varios que he
de nadar esforzadamente, llegamos finalmente al muelle. Coloca las manos
alrededor de mi cintura y me levanta hasta el borde del muelle y sube a
continuación. Demasiado congelados como para hablar, nos desplomamos de
espaldas, jadeando en medio del frío aire nocturno. Sé que tenemos que ir a un
sitio caliente antes de que nos ataque la hipotermia: una posibilidad real en esta
situación. Así que le toco la mano y nos levantamos, y corremos por el camino
de madera hasta su cabaña.
Nos quitamos los zapatos y Bo se arrodilla al lado de la chimenea —todavía

quedan unas pocas brasas encendidas entre los leños carbonizados—, mientras
yo me acurruco en el sofá, con dos mantas de lana envolviéndome los hombros.
Otis y Olga llegan desde la habitación, estirándose con aspecto somnoliento.
Han pasado todo este tiempo aquí dentro con Bo; él les gusta. Tal vez más de lo
que les gusto yo.
Bo agrega más leños al fuego y yo bajo del sofá y me deslizo en el suelo
unto a él, estirando los brazos para calentar las palmas de mis manos con las
escasas llamas. Me castañetean los dientes y tengo las yemas de los dedos
arrugadas.
—Estás helada —señala, mirando mi tembloroso cuerpo debajo de las
mantas—. Tienes que quitarte esa ropa. —Se pone de pie, va a la habitación y
regresa con una camiseta blanca y unos calzoncillos bóxer de color verde—.
Aquí tienes —dice—. Puedes ponerte esto.
Estoy a punto de decirle que estoy bien, pero no es cierto. Mis pantalones
cortos y mi top están tan empapados que han comenzado a mojar las mantas. De
modo que me levanto, le doy las gracias y me llevo la ropa al baño.
El suelo de baldosas blancas está frío y, durante un instante, examino el
minúsculo baño. Hay una maquinilla de afeitar y un cepillo de dientes junto al
fregadero, una toalla colgando del toallero. Indicios de que alguien ha estado
viviendo en esta cabaña después de tantos años de estar desocupada. Me quito la
ropa con dificultad y luego la coloco en el suelo formando una pesada pila. Ni
siquiera me molesto en doblarla.
La camiseta y los calzoncillos de Bo tienen su olor, dulce y mentolado, pero
también huelen a bosque. Respiro hondo y cierro los ojos antes de regresar a la
sala. Ahora el fuego chisporrotea y las llamas suben por la chimenea, llenando la
cabaña de calor.
Me siento en el suelo junto a él y estiro las mantas a mi alrededor. No se da
la vuelta para mirarme; está observando fijamente las llamas, mordiéndose el
labio inferior. Mientras he estado en el baño, se ha puesto unos vaqueros y una
camiseta azul oscuro. Ambos nos hemos quitado la ropa empapada.
—¿Qué ha sucedido allí fuera?
fuer a? —pregunta.
Aprieto las mantas contra el pecho. La lluvia azota el techo; el viento ruge.

—Tee estaban llevando hacia el puerto.


—T
—¿Cómo?

—Tú sabes cómo.


—Olivia —murmura, como si el nombre hubiera estado atrapado entre sus
labios durante días—. Podía verla… en el agua.
—Tee llamaba. Su voz se infiltró
—T i nfiltró dentro de tu mente.
—¿Cómo? —pregunta otra vez.
—En el almacén de botes, te susurró algo al oído. Te reclamó como suyo,
haciendo que te resultara imposible pensar en otra cosa o en otra persona que no
fuera ella. Era solo cuestión de tiempo que te llamara. Como permaneciste en la
isla, escondido, no podía atraerte físicamente dentro del agua, de modo que tuvo
que deslizar su voz dentro de tu mente y hacer que fueras a buscarla.
Menea la cabeza, incapaz de enmendar lo que acababa de sucederle.
—Olivia Greene —le explico sin rodeos—, es Marguerite Swan. Te estaba
esperando en el puerto; te habría atraído hacia ella, sus labios sobre los tuyos, y
luego te habría ahogado.
Se inclina hacia adelante sobre las rodillas, los dientes apretados. Observo la
cicatriz del ojo izquierdo, sus pómulos han comenzado a resplandecer por el
calor del fuego. Mi mirada se desliza hacia sus labios, a la manera en que se
apretaron contra los míos.
—Pero ¿cómo lo sabes? —pregunta—. ¿Cómo puedes estar tan segura de
que es Marguerite Swan quien ha poseído el cuerpo de Olivia, y no otra de las
hermanas? —Entrecierra los ojos, como si no pudiera creer su propia pregunta, y
que la está formulando.
—Tienes que confiar en mí —respondo—. Marguerite quiere matarte
mat arte y no se
detendrá hasta que encuentre la manera de hacerlo.
—¿Por qué a mí? —pregunta.
—Porque te vio conmigo en el almacén.
—¿Y eso qué tiene que ver?
Mis dedos tiemblan ligeramente; el corazón empuja contra las costillas,
advirtiéndome que no le cuente la verdad. Pero la verdad parece pedir que la
libere, como la fuerza de los rayos del sol en un día de primavera, y mi cabeza
comienza a palpitar con cada latido de mi corazón.
Yo puedo verlas
Yo confieso,
confie so, las palabras brotan
br otan atropelladamente
atropella damente antes de
que pueda atraparlas.

—¿Verlas?
—¿Verlas?
—A las hermanas. Puedo ver a Aurora dentro de Gigi Kline y a Marguerite
dentro de Olivia Greene. Sé qué cuerpos han poseído.
Bo se endereza, aparta los codos de las rodillas y un escalofrío se extiende
rápidamente por todo mi cuerpo.
—¿Puedes verlas y no has dicho nada?
—Nadie lo sabe.
—Pero… —Abre la boca hacia abajo, los ojos clavados en mí—. ¿Puedes
ver quiénes son realmente?
—Sí.
Me pongo de pie y cruzo los brazos. Me doy cuenta de que está intentando
encontrarle sentido a los hechos, que todo encaje. Pero su mente se opone. No
quiere creer que lo que le estoy diciendo podría ser verdad.
—¿Hace cuánto tiempo que puedes hacerlo?
—Desde siempre.
—Pero ¿cómo?
Me encojo de hombros.
—No lo sé. Digo… es algo que siempre he podido hacer… yo… —Estoy
divagando, perdiéndome en la explicación, en el engaño que se esconde detrás
de la verdad.

—¿Tu madre también puede verlas?


Niego con la cabeza.
Frunce el ceño y baja la vista hacia el fuego, frotándose la nuca con la mano
derecha.
—¿Y ellas saben… las hermanas saben que puedes verlas?
—Sí.
Su boca se abre otra vez, buscando las palabras, la pregunta correcta que le
dé sentido a todo esto.

—¿Y qué sabes de la tercera… de la tercera


tercer a hermana?
—Hazel —respondo por él.

—¿Dónde se encuentra? ¿Qué cuerpo ha robado?


—No lo sé.
—¿Todavía
—¿Todavía no la has visto?

—No.
—¿Pero está aquí?
—Sí.
—¿Y todavía no ha matado a nadie?
Sacudo la cabeza.
—Todavía
—Todavía no.
—Entonces, aún hay tiempo de encontrarla y detenerla.
—No hay forma de detenerlas.
detenerlas .
—¿Lo has intentado?
No puedo mirarlo a los ojos.
—No. Es inútil
i nútil intentarlo.
intentar lo. —Recuerdo mi encuentro con Gigi en el depósito.
Había pensado, estúpidamente, que tal vez podría hablar con ella, con la
verdadera. Con Aurora. Tal vez alguna parte de ella todavía era humana, todavía
tenía un corazón que estaría cansado de matar. Pero Lon nos interrumpió. De
todas maneras, sentía que ella estaba demasiado fuera de sí. Mis palabras nunca
resultarían suficientes.
Bo aparta la mano de la nuca y puedo ver en sus ojos que está empezando a
creerme.
—Mierda, Penny —exclama levantándose y acercándose a mí—. Entonces,
¿Lon y Davis tenían razón? ¿Tienen secuestrada a una de las hermanas Swan
encerrada en ese almacén?
Asiento.
—¿Y Olivia… o Marguerite, como se llame, está
est á tratando de matarme?
—Ya se ha infiltrado en tu mente. Puede hacer que veas cosas que no existen,
—Ya existen ,
sentir cosas que no son reales.

—Cuando la vi —comenta—, en el agua… esperándome. Sentí como si la


necesitara, como si fuera a morir si no conseguía llegar a ella. Como si… —Se

traga las palabras, ahogándose en ellas.


—¿Como si la quisieras?
quisieras ? —termino la frase por
p or él.
—Sí. —Sus ojos se posan
posa n en los míos.

—Puede
volverás convencerte
a querer de que nunca has querido tanto a alguien y de que no
así jamás.
Aprieta los puños a los costados del cuerpo y lo observo mientras flexiona
los antebrazos y le laten las sienes.
—Y luego apareciste tú —agrega, relatando el momento en que salté al mar
detrás de él—. Podía escucharte, pero no podía distinguirte claramente. Parecías
estar muy lejos. Pero después sentí tus manos, estabas justo delante de mí. —
Alza la vista, las oscuras pupilas de sus ojos como las oscuras profundidades del
océano—. Y luego me besaste.
—Yo… —Siento que la voz se me estrangula en la garganta—. Tenía que
—Yo…
detenerte.
Unos segundos de silencio. Mi corazón se detiene, se recupera y vuelve a
latir.
—Después—prosigue—, ya no he
h e vuelto a sentir que me llamaba. Y sigo sin
sentirlo.
—Tal vez nosotros hemos anulado el control que ella tenía sobre ti —señalo,
—Tal
y siento que mi voz es muy débil.
—Tú has roto el control que ella tenía sobre mí.
Las palabras se enredan en mi lengua. Hay tantas cosas que quiero decir.
—Necesitaba que regresaras.
regresaras . No podía dejar que te fueras; no podía perderte.
No podía dejar… —El peso de mi sinceridad repiquetea en el centro de mis
costillas, en mi estómago, detrás de mis ojos—. No podía dejar que ella se
adueñara de ti.
Me obligo a mantener su mirada, necesito que hable, que inunde mis
palabras con las suyas. En sus ojos, acecha una tormenta. Levanta la mano y sus
dedos se deslizan por mi pómulo y por detrás de mi oreja. Al sentir las yemas de
sus dedos sobre mi piel se deshace la piedra que estaba soldada en mi corazón.
Cierro los ojos por un instante y luego los vuelvo a abrir, un deseo despierta
dentro de mí, puro, íntegro. Me atrae hacia él y me detengo a milímetros de su
boca. Lo miro a los ojos tratando de quedar arraigada en este momento. Y él me

besa como si también necesitara quedar arraigado en mí.


Sus labios están calientes y sus dedos, fríos. De golpe, estoy envuelta dentro
de él: su corazón late debajo de su pecho, sus manos en mi pelo, su boca busca
mi labio inferior. Está en todos lados, llenándome los pulmones y el espacio
entre cada respiración. Y me siento caer, como una estrella que se desploma del
cielo y baja dando vueltas hacia la tierra. Mi corazón se estira hacia fuera, se
vuelve ligero y nervioso.
Este momento —este chico— podría desgarrarme y cambiarlo todo
drásticamente. Pero en el calor de la cabaña, el viento sacudiendo los cristales de
las ventanas, la lluvia martillando el techo, nuestra piel salpicada de agua salada,
no me importa. Dejo que sus manos vaguen por mi piel helada y mis dedos
zigzagueen por su nuca. No quiero estar en otro lado. Solo lo quiero a él. A él.
El amor es como un hechicero, ladino y salvaje.

Se acerca
de cortarte sigilosamente por detrás de ti, suave, dulce y callado, justo antes
la garganta.

Me despierto sobre el suelo de madera, junto a la chimenea, Bo dormido a mi


lado, el brazo doblado sobre el hueso de mi cadera. Respira suavemente contra
mi cabello. Echo un vistazo alrededor de la sala y recuerdo dónde me encuentro:
en su cabaña. El fuego se ha convertido en brasas, todos los leños se han
consumido, de modo que, con un contoneo de la cadera, salgo de debajo de su
brazo —sus dedos se retuercen— y coloco un leño nuevo en la chimenea,
empujándolo entre las brasas. En unos pocos segundos, las llamas arden otra
vez.
Cruzo las piernas y me paso los dedos por el pelo. Tengo su olor, su camiseta
aún contra mi piel. Sé que no puedo dejarlo solo ahora, Marguerite lo intentará
de nuevo y no permitiré que sea suyo. Esto que siento por él se está infiltrando
en mis huesos como el agua a través de las grietas de mi piel. Cuando se
congele, me destrozará en mil pedazos o me hará más fuerte.
Levanto uno de los libros que tengo cerca y lo hojeo. Hay notas en los
márgenes, párrafos marcados con subrayador, esquinas de las hojas dobladas. La
tinta está descolorida y manchada en algunos lugares.
—Creo que esos libros eran de tu padre —comenta Bo, los ojos abiertos,

tumbado en el suelo, observándome. Debe haber escuchado cuando me he


incorporado.
—¿Por qué lo crees?
—Los compraron en una librería
librerí a del pueblo. Y ese tiene un nombre
nom bre adelante.
—Paso las páginas y vuelvo a la cubierta, donde hay un papel doblado en la
solapa. Escrito a mano con tinta negra dice JOHN TALBOT. Era un libro que había
encargado especialmente, o tal vez reservado. Y un empleado debió escribir su
nombre en un trozo de papel hasta que fuera a pagarlo—. Tu padre se llamaba
John Talbot, ¿verdad?
—Sí. —Debajo del papel, hay un recibo doblado de la Casa de Té & Libros
de la calle Olive. La fecha es del cinco de junio, tres años atrás. Apenas una
semana antes de que desapareciera.
—Debió haber estado investigando a las hermanas Swan —señala Bo—.
Quizás buscaba alguna forma de detenerlas.
Una infinidad de recuerdos desperdigados se abren paso a través de mí, de la
noche en que lo vi dirigirse hacia el muelle en la oscuridad. La noche en que
desapareció. La lluvia caía de lado y el viento arrancaba tejas del techo de la
casa. Pero él nunca regresaría para repararlas.
Todo ese tiempo, había estado coleccionando estos libros, en secreto,
buscando una manera de terminar con la temporada Swan.
—¿Te encuentras bien? —Bo se sienta, unas arrugas se forman entre sus
—¿Te
cejas.

—Sí. —Cierro el libro y lo vuelvo a apoyar en el suelo—. ¿Y has leído casi


todos?
Asiente, enderezándose.
—¿Y qué has encontrado?
—Más que nada especulaciones sobre brujas y maldiciones… nada
categórico.
—¿Algo sobre la manera de ponerle fin a una maldición?
maldi ción?
Desvía la mirada hacia mí y lanza una bocanada de aire.

—Solo lo obvio.
—¿Que sería?

—Destruir a quienes las provocan.


—A las hermanas.
—La única manera de ponerle fin sería matándolas.

—Pero
chicas cuyo entonces
cuerpo hanmorirían
robado. no solo las hermanas Swan, sino también las
Asiente.
—¿Y aún quieres matar a Gigi Kline?
—Yo quiero que quien haya matado a mi hermano pague por lo que ha
—Yo
hecho. Y si la única forma de hacer eso es destruir a la chica y al monstruo,
entonces eso es lo que haré.
Me paso las dos manos por el cabello, enganchándome en nudos que mis
dedos deben deshacer antes de poder retorcer mi mata de pelo y colocarla por
encima del hombro.
—¿Esto significa que ahora
ahor a crees en las hermanas Swan?
—No creo que me quede otra opción —responde—. Una de ellas está
intentando matarme. —Sus labios parecen todavía más gruesos cuando los junta,
una leve tensión atraviesa su expresión. No debe ser fácil saber que alguien
—algo— te quiera ver muerto.
muerto .
Pero lo que es aún más duro es saber que es por tu culpa. Marguerite no
querría a Bo tan desesperadamente si fuera un simple turista. Si no fuera por mí,
no estaría tan fascinada por él. Le encantan los desafíos. Y Bo es la presa
perfecta.
Me levanto del suelo. Otis y Olga han estado durmiendo en el sofá,
acurrucados en un extremo. Pero ahora Olga está despierta, los oídos alerta, la
cabeza vuelta hacia la puerta.
—Lamento que estés aquí —digo, frotándome las palmas de las manos por
los brazos—. Lamento que te hayas visto arrastrado en todo esto.
—No es culpa tuya. —Su voz es profunda, las cejas torcidas hacia abajo,
suavizando los bordes duros de su rostro—. Vine aquí por mi hermano. Yo lo
decidí, no tú.

—Si no estuvieras conmigo en esta isla —agrego, conteniendo las lágrimas


para que no broten hacia fuera—. Entonces, ella no te querría. Estaba
equivocada cuando pensé que permaneciendo aquí estarías a salvo. Ella te

encontrará dondequiera que estés.


—No. —Él también se pone de pie, pero no me toca, no desliza sus manos
por mis brazos para consolarme… no todavía—. Ella ya no está en mi cabeza —
murmura—. No escucho su voz ni siento sus pensamientos. Tú has roto el
control que tenía sobre mí.
—Por ahora. Pero lo intentará
inte ntará otra vez.
vez . Vendrá
Vendrá a buscarte
buscart e aquí, a la isla, si es
necesario. Te arrastrará físicamente dentro del agua. No se dará por vencida.
—Si yo no estoy seguro, entonces tú tampoco estás segura.
—No funciona de esa manera —le explico—. Es a ti a quien ahogará. No a
mí. —Se me retuerce el estómago.
—Si puedes verlas, y ellas
el las lo saben, entonces tú también estás en peligro.
pel igro.
Pienso en Marguerite en el puerto, esperando a Bo, atrayéndolo con la

promesa dedragada
aparición sus labios
deldeslizándose
fondo del delicadamente sobre lose suyos.
mar. Es vengativa Ella es Está
inteligente. una
obsesionada por el odio inquebrantable que le profesa a este pueblo. Y nada la
detendrá.
—Tú no puedes protegerme —le digo—. Así como yo no puedo
p uedo protegerte a
ti.
Olga baja de un salto del sofá, corre entre nosotros de camino a la puerta y se
estira sobre sus patas traseras para arañar la madera. Comienza a maullar y
despierta a Otis.
—Puedo intentarlo
i ntentarlo —afirma acercándose a mí, y en sus ojos
oj os veo el m
marar.. Me
atrae hacia él como la marea sobre la arena.
A la luz del fuego, sus manos me encuentran, rozan mis muñecas, mis
brazos, luego las palmas de sus manos se deslizan por mi mandíbula, a través de
mi pelo, como huellas dactilares sobre mi piel, y, por un instante, le creo. Tal vez
pueda protegerme; tal vez esto que se está entretejiendo entre nosotros sea
suficiente para mantener alejados a todos los miedos. Respiro profundamente
intentado aquietar las dos partes de mi corazón, pero cuando sus labios rozan los
míos, pierdo todo lo que me afirma a la tierra. Mi corazón enloquece. Sus dedos
me atraen aún más y me aprieto contra él, anhelando la constancia de los latidos
de su corazón y el equilibrio de sus brazos. Mis dedos se deslizan por debajo de
su camiseta: siento la firmeza de su pecho, el aire llenándole los pulmones. Es
fuerte, más fuerte que la mayoría. Tal vez pueda sobrevivir a este pueblo,

sobrevivir a Marguerite. Sobrevivirme a mí. Hundo los dedos en su piel, en sus


hombros, y me pierdo en él. Siento que él es todo… todo lo que queda. El
mundo se ha destrozado a mi alrededor. Pero esto, esto, podría ser suficiente para
suavizar los bordes duros pero quebradizos de mi corazón, ese corazón que

alguna vez palpitó.


El fuego vuelve insoportable el calor que hay entre nosotros. Pero nos
abrazamos entre las páginas de los libros y las mantas extendidas sobre el suelo.
El viento ruge en el exterior. Sus dedos recorren las curvas de mi cadera, mis
muslos, los trémulos latidos de mi corazón. Me besa debajo de la garganta, el
lugar donde guardo mis secretos. Me besa la clavícula, donde la piel es fina y
delicada, los dibujos de las pecas como el mapa de un marinero. Besa tan
suavemente que parecen alas o susurros. Él me besa y yo me resbalo despacio,
despacio, bajo su contacto. Desintegrándome. Sus labios se mueven poco a poco
debajo de mi camiseta, por las curvas de mi cuerpo. Valles y colinas. Susurrando
promesas contra mi piel que recordará. La ropa me resulta molesta y pesada —
prendas que son suyas, un bóxer y una camiseta—, así que me la arranco.
La mente me da vueltas, se me corta la respiración y luego vuelve a
comenzar. Mi piel chisporrotea, se enciende, y su contacto me parece infinito,
insondable, una ola que rueda eternamente hacia la costa. Es dulce y delicado, y
quiero que sus manos, sus labios, no estén en ningún lado que no sea sobre mí.
Los rayos del sol están comenzando a quebrar el horizonte, rosados suaves se
cuelan por las ventanas, pero yo me estoy rompiendo aquí en el suelo,
haciéndome añicos mientras él susurra mi nombre y solo veo manchitas de luz
temblando frente a mis ojos. Y después, mantiene sus labios sobre los míos,
respirando el mismo aire, mi piel resplandeciendo por el calor. El sudor chorrea
por las curvas de mi cuerpo. Me besa la nariz, la frente, los lóbulos de las orejas.
Yo lo he condenado, lo he mantenido aquí, lo he convertido en la presa de
Marguerite Swan. Está atrapado en la tempestad de una temporada que podría
matarlo. Tiene que abandonar Sparrow, escapar de este miserable lugar. Sin
embargo, necesito que se quede. Lo necesito.
John Talbot
El cinco de junio, una semana antes de que desapareciera, John Talbot entró
en la Casa de Té & Libros de la calle Olive. La semana anterior, había hecho un
encargo especial de cuatro libros, títulos que había buscado online, que
contenían relatos verdaderos de embrujos y maleficios que habían sido
documentados en otros pueblos desafortunados.
No era inusual que los habitantes de Sparrow se interesaran en las hermanas
Swan. A menudo coleccionaban recortes de periódicos y viejas fotografías del
pueblo de cuando las hermanas todavía estaban con vida. Compartían historias
en el Pub del Dólar de Plata mientras bebían demasiadas cervezas, y luego
caminaban dificultosamente hasta el muelle en medio de la noche gritando los
nombres de los hijos y hermanos que habían perdido. Y, a veces, hasta se volvían
obsesivos con el tema. La tristeza y la desesperación pueden provocar grietas
dentro de la mente.
Pero John Talbot nunca compartió sus teorías. Nunca se emborrachó ni
lamentó la tragedia de Sparrow bebiendo cerveza. Nunca le habló a nadie sobre
la colección de libros que guardaba en la Cabaña del Ancla. Ni siquiera a su
esposa.
Y en esa tarde cálida y brillante, mientras se alejaba de la librería, había una
especie de exaltación en sus ojos sombríos, marcas de preocupación grabadas en
su frente. Su mirada se movía frenéticamente de un lado a otro, como si la luz
del sol le resultara insoportable, y se abrió paso a través de la horda de turistas
hacia el bote que lo esperaba en el muelle.
Aquellos que lo vieron ese día dirían más tarde que tenía el aspecto de
alguien dominado por la locura del mar. Se decía que la isla volvía loca a la
gente. El aire marino, el aislamiento, finalmente lo habían afectado.
John Talbot había enloquecido.
Transcurren dos días de manera casi imperceptible.
Los dedos de Bo se enroscan en mi cabello, me observa dormir y me da calor
cuando el viento se cuela con fuerza por las ventanas de la cabaña en las
primeras horas del día. Se coloca a mi lado debajo de la manta de lana y desliza
los dedos por mi brazo. Me he olvidado de todo lo que no sea esta pequeña
habitación, esta chimenea, este lugar en mi corazón, que duele como si estallara.

Al tercer renovados
recientemente día, nos árboles
despertamos y caminamos
del huerto, bajo el tibioporcielo
lasdefilas de las
la tarde; los
hojas están comenzando a desenrollarse y las flores empiezan a abrirse.
Las manzanas y las peras de esta temporada es probable que sean raquíticas,
duras e incomibles. Pero el año próximo, con suerte, nuestro duro trabajo
producirá frutas grandes y dulces gracias al sol.
—¿Cómo eras en el instituto? —pregunto, estirando la cabeza hacia arriba
para tomar el sol, puntitos blancos danzan por mis párpados cerrados.
—¿A qué te refieres?

—¿Eras popular?
Estira la mano y toca el extremo arrugado de una rama, hojas verdes resbalan
por la palma de su mano.
—No.
—Pero ¿tenías amigos?
—Algunos. —Me mira, sus
s us ojos verde jade me atraviesan
a traviesan como una lanza.
—¿Hacías deportes? —Estoy intentando descubrir quién fue, quién es, y meme
resulta difícil imaginármelo en otro lugar que no sea aquí, en Sparrow, en esta

isla, conmigo.
isla, conmigo.
Sacude la cabeza, sonriendo levemente, como si encontrara gracioso que le

haga una pregunta semejante.


—Trabajaba para mis padres todos los días después del instituto, así que no
tenía mucho tiempo para amigos o deportes.
—¿En la granja de tus padres?
pa dres?
—En realidad, es un viñedo.
viñe do.
Me detengo cerca del final de una hilera de árboles.
—¿Un viñedo? —repito—. ¿Uvas?
—Sí. Es solo una pequeña bodega familiar, pero funciona muy bien. —No es
exactamente la granja donde lo veía con las manos en la tierra, cubierto de grasa
y estiércol de vaca, pero estoy segura de que igualmente se trataba de un trabajo
duro.
—No es lo que imaginaba.
—¿Por qué no?
—No lo sé. —Lo observo atentamente, examinando su sudadera gris y sus
vaqueros desteñidos—. ¿Tus padres saben dónde estás?
—No. Ellos no querían que viniera. Dijeron que tenía que olvidarme de lo
que le ocurrió a Kyle. Así es cómo ellos enfrentan su muerte, ignorándola. Pero
yo sabía que tenía que venir. De modo que este año cuando me gradué, recorrí la
costa haciendo autostop. No les avisé de que me marchaba.
—¿Hablaste con ellos desde que te fuiste?

Dice que no con la cabeza, hundiendo las manos en los bolsillos del vaquero.
—Es probable que estén preocupados
preocu pados por ti.
—No puedo llamarlos. No sabría qué decirles. —Me mira—. ¿Cómo les
explico lo que está sucediendo aquí? ¿Que Kyle no se suicidó, sino que lo ahogó
una de las hermanas que murieron dos siglos atrás?
—Tal vez no debas contarles eso —propongo—. Pero probablemente
—Tal
deberías hacerles saber que te encuentras bien… decirles algo. Hasta una
mentira.
—Sí. —Su voz se vuelve más
m ás grave—. Tal vez.
Llegamos al final del huerto, donde ya ha desaparecido uno de los manzanos
muertos, quemado hasta la raíz.

—Cuando todo esto acabe —digo—, después del solsticio de verano, ¿vas a
regresar a tu casa?
—No. —Hace una pausa para recorrer con la mirada las filas de árboles
frutales perfectamente espaciados. Un pájaro gris sale volando abruptamente de
un árbol y se posa en la rama de otro—. No tengo pensado volver allí. Ahora no.
Antes de que Kyle muriera, siempre pensé que me quedaría y trabajaría para mis
padres después del bachillerato, que continuaría el negocio familiar. Era lo que
ellos esperaban de mí. Mi hermano sería el que se mudaría a otra parte y llevaría
una vida diferente, el que escaparía. Y a mí me parecía bien. Pero después,
cuando murió… —Mete los labios hacia adentro y alza la vista a través de las
ramas de un manzano, los brotes comienzan a salir de los tallos verdes—. Supe
que quería algo distinto. Algo que fuera mío. Yo siempre había sido el que
permanecería en casa mientras Kyle se iba a ver el mundo. Pero ya no.
—¿Y ahora qué quieres? —pregunto, la voz suave, para no romper sus
pensamientos.
—Quiero estar allí —señala con la cabeza el extremo occidental
occident al de la isla—.
En el agua. —Desvía la mirada hacia mí como temiendo que no haya entendido
—. Cuando mi padre me enseñó a navegar, supe que me encantaba, pero no
pensé que alguna vez tendría la oportunidad de hacerlo realmente. Quizás ahora
pueda. Podría comprar un velero, marcharme… y quizás no regresaría jamás.
—Suena a plan de fuga. Como si quisieras comenzar una vida nueva.
Sus ojos brillan y endereza los hombros para quedar frente a mí.
—Así es. Tengo dinero; he estado ahorrando
a horrando casi toda
t oda mi
m i vida.
vida . —Su mirada
se vuelve fría y seria—. Podrías venir conmigo.
Meto los labios hacia adentro, reprimiendo una sonrisa delatora.
—No tienes que quedarte en este pueblo… también podrías escapar,
abandonar este pueblo, si eso es lo que deseas.
—Tengo
—Tengo que terminar el instituto.
i nstituto.
—Tee esperaré —repone, como si
—T s i realmente hablara en serio.
—Pero mi madre… —agrego. Otra excusa más.
Su boca se endurece.
No es tan fácil para mí explico, me siento dividida en dos, desgarrada
entre lo que quiero y la prisión que es para mí esta isla—. No te digo que no.

Pero tampoco puedo decirte que sí.


Puedo ver en sus ojos que se siente herido, que no entiende aun cuando
quisiera hacerlo. Pero desliza los dedos alrededor de mi cintura, dulcemente,
como si temiera espantarme como a un pájaro de la isla, y me atrae hacia él.
—Algún día encontrarás una razón lo suficientemente valiosa como para
marcharte de aquí.
Una vez leí un poema sobre lo frágil que es el amor, tan fino como el cristal
y que se rompe con facilidad.
Pero esa no es la clase de amor que sobrevive en un lugar como este. Debe
ser resistente y duradero. Debe tener coraje.
Él es fuerte, me digo a mí misma, lo mismo que pensé la otra noche. Alzo la
vista hacia él y parpadeo, los rayos del sol se desparraman entre los árboles,
haciendo que sus rasgos se vuelvan más suaves. Más fuerte que la mayoría de
los chicos. Podría sobrevivir en este lugar. Está hecho de algo diferente, su
corazón está golpeado y desgastado igual que el mío, forjado con metales duros
y con tierra. Ambos hemos perdido cosas, hemos perdido gente. Estamos rotos,
pero luchamos para mantenernos vivos. Tal vez por eso lo necesito: él siente
como yo siento, quiere como yo quiero. Ha removido algo dentro de mi pecho,
un centro frío donde ahora bombea la sangre, un indicio de vida, de verde, que se
extiende hacia la luz del sol.
Podría amarlo.
Mi universo ha perdido su centro, los bordes desgastados de mi vida han
comenzado a desmoronarse. Amar a alguien es peligroso. Tienes algo que
puedes perder
per der..
Me pongo de puntillas, sus labios rondan sobre los míos. Sé que está
buscando respuestas en la estable tranquilidad de mi mirada. Pero no las
encontrará allí, así que aprieta su boca contra la mía, como si así pudiera
extraerme alguna verdad. Pero solo puedo darle este momento, y subo mis dedos
por su pecho, respirando su olor, saboreando la sal de sus labios.
De pronto, desearía poder prometerle un para siempre, prometerle que me
tendrá. Pero sería una mentira.
Intento llamar a Rose; le dejo mensajes en el teléfono; le pido a su madre que
le diga que me llame, pero no lo hace.
¿Dónde está? ¿Por qué no me llama? Pero no puedo abandonar la isla. No
puedo arriesgarme a dejar solo a Bo… Tengo miedo de que Olivia use sus
encantos para llevarlo otra vez hacia el mar.
Pero después de varios días, ya no aguanto más. No saber me ha puesto
inquieta y nerviosa.
Me levanto temprano, esperando escabullirme de la cabaña antes de que Bo
me vea. Olga me sigue hasta el muelle; tiene los ojos llorosos del frío y
parpadea, como si le causase curiosidad saber qué estoy haciendo despierta a
estas horas.
Cojo mi impermeable, que cuelga de un gancho de metal junto a la puerta, y
luego giro el picaporte; una brisa fuerte ingresa abruptamente en la cabaña,
salpicándome
a la pasarela,la pero
cara de lluvia.
luego se Olga pasa de
detiene rápidamente
golpe, losentre mis alerta,
oídos pies y sela dirige
cola
sacudiéndose de un lado a otro. Algo ha captado su atención.
Todavía falta una hora o dos para que amanezca, pero el cielo se ha vuelto
claro y acuoso, ya se va imponiendo la mañana, quebrando las nubes nocturnas y
tiñendo el terreno de la isla de un resplandor rosado. Y, a lo lejos, veo lo que
Olga ve: una luz titila en el agua mientras se escuchan las explosiones de un
motor que se dirige hacia el muelle de la isla.
—¿Qué pasa? —pregunta Bo, su voz es una conmoción para mis oídos: no
esperaba que estuviera despierto. La puerta está entreabierta y echo una mirada
hacia adentro. Él está de pie, frotándose la cara.
—Ha venido alguien —anuncio.
Una embarcación golpea con fuerza contra el muelle, porque navegaba a
mucha velocidad. Es el bote de Heath; el mismo que nos llevó por el puerto
hasta el barco pirata para pedir deseos, el día que encontramos el primer cuerpo.
Pero no conduce Heath, sino Rose.
Y hay alguien más con ella: una chica.
Bo me coge del brazo, impidiendo que me acerque más al bote mientras
Rose ata con dificultad una de las sogas alrededor de una cornamusa del muelle.
Él reconoce a la chica antes que yo. Es Gigi Kline.
—¿Rose? —la llamo. Y ella nota nuestra presencia por primera vez.
—No tenía otro lugar a dónde ir —exclama frenéticamente cuando sus ojos
se encuentran con los míos. Se la ve asustada, en estado de shock, y su cabello
rojo y ondulado está totalmente despeinado, como una persona que acaba de
escapar de un manicomio.
—¿Qué has hecho? —pregunto.
—Tenía que ayudarla. Y no podía esconderla en el pueblo, la encontrarían.
—Tenía
Así que la he traído aquí. Pensé que estaría segura. Podrías ocultarla en el faro o
en la otra cabaña. No sé… entré en pánico. No sabía qué hacer. —Habla muy
rápido y sus ojos no dejan de moverse entre Gigi y yo.
—¿Has liberado a Gigi del almacén? —pregunta Bo.
Gigi está sentada silenciosamente en el bote, sumisa, inocentemente. Su
fachada está muy bien estudiada y realiza movimientos lentos y medidos. Cada
parpadeo parece ensayado.
—Yo…
—Yo… tenía que hacerlo.
idea. No, no tenías que hacerlo exclamo abruptamente . Fue una muy mala

—No podía
po día permitir que ellos la tuvieran encerrada de esa manera. ¡Era una
crueldad! Y podrían hacerle lo mismo a cualquier otra con la misma facilidad. A
mí… a nosotras.
—Y es lo que probablemente harán cuando descubran que te la llevaste.
—Penny, por favor —suplica, bajando del bote, las manos levantadas en el
—Penny,
aire—. Tienes que ayudarla.
No me había dado cuenta de que el encarcelamiento de Gigi molestara tan
profundamente a Rose, lo suficiente como para que la liberara y la trajera hasta
aquí. Sé que fueron amigas alguna vez, hace años, pero nunca imaginé que haría
algo así. No ha podido soportar ver a alguien que antes había sido su amiga,
atada y sufriendo. Convertida en un espectáculo cruel. Desde el comienzo, a
Rose no le pareció bien. Y no puedo criticarla por eso.
—Esto es muy peligroso, Rose. No deberías haberla liberado. —Hago
contacto visualuncon
mirando como Gigique
animal y con Aurora,
espera queyaestá
hasta que estáescondida
seguro de dentro de salir
que puede ella:
de su escondite. No ha tenido que hechizar a Davis ni a Lon para que la salvaran,
Rose lo ha hecho por pura bondad. Pero ha liberado a un monstruo y ni siquiera
se ha dado cuenta.
—Tal vez sea mejor
—Tal m ejor que esté aquí —me susurra
sus urra Bo para que Rose y Gigi no
puedan escuchar
escu char..
Siento que mis cejas se fruncen por el desconcierto.
—¿A qué te refieres?

—Podemos vigilarla, encerrarla,


enc errarla, asegurarnos de que no mate a nadie más.
Yo sé por qué quiere hacer esto: quiere preguntarle a Gigi sobre su hermano.
Y si decide que fue Aurora —escondida dentro de Gigi— quien mató a su
hermano, ¿después qué? ¿Intentará matarla? Esto es un error, puedo presentirlo,
pero Bo y Rose me están mirando fijamente, esperando que decida qué debemos
hacer.
No puedo creer que estemos en esta
esta situación.
—Muy bien. Sacadla del bote. La llevaremos
l levaremos a la Cabaña del
de l Viejo Pescador
y luego decidiremos qué hacer a continuación.
A veces, pienso que esta isla es un imán para las cosas malas, el centro de
todas ellas. Como un agujero negro que nos atrae hacia un destino que no
podemos evitar. Y otras veces pienso que es lo único que me mantiene cuerda, lo
único que me resulta familiar.
O tal vez sea yo el agujero negro. Y todos los que me rodean no pueden
impedir que los devore, los ahogue y los atrape en mi órbita. Pero también sé
que no hay nada que pueda hacer para cambiarlo. La isla y yo somos la misma
cosa.
Los guío hacia la Cabaña del Viejo Pescador, Rose va detrás de mí, luego
Gigi, y Bo cierra la marcha. Quiere asegurarse de que Gigi no escape.
La puerta no tiene cerrojo y el interior es más oscuro, más húmedo y más frío
que la cabaña de Bo. Presiono un interruptor de luz, pero no sucede nada. Cruzo
la sala, amueblada con una sola mecedora de madera y un puf con un tapizado
color borgoña que no va con nada de lo que hay en la habitación. Encuentro una
lámpara de suelo, me arrodillo para enchufarla y se enciende de inmediato.
Pero la luz no ayuda mucho a embellecer el aspecto de la cabaña.
—Es algo temporal —le asegura Rose a Gigi. Pero no sé bien qué piensa
Rose que sucederá para cambiar las circunstancias actuales. Sacar a Gigi del
almacén de botes solo va a conseguir que Davis y Lon se vuelvan más
desconfiados. Supondrán que una de las hermanas Swan la ha ayudado a escapar
y ahora la estarán buscando. Y es probable que Rose y yo seamos las primeras
sospechosas, ya que nos encontraron a ambas fisgoneando por el almacén… y
ahora sé por qué Rose estuvo ahí. Estaba planeando esto desde el principio.
—Tee traeremos leña para la chimenea —le digo a Gigi, pero sus ojos no se
—T
levantan del suelo. Mira fijamente una esquina de la alfombra de la sala, los
bordes raídos probablemente masticados por ratones.
—Y te conseguiré ropa limpia —ofrece Rose examinando la camisa y los
vaqueros manchados de Gigi.
Tiro de las dos únicas ventanas de la cabaña, para ver si se deslizan hacia
arriba, pero ni siquiera se mueven: ambas están atascadas por el óxido. Esta
cabaña es mucho más vieja que la de Bo. Y es probable que estas ventanas no se
hayan abierto en veinte años. Me dirijo a la puerta, pues no quiero estar en la
misma habitación con Gigi más tiempo del necesario.
—Aquí estás más segura. —Oigo que la tranquiliza Rose, y Bo cruza la
puerta echándome una mirada de soslayo. Ambos sabemos quién es ella

realmente y me doy cuenta de que Bo está impaciente por interrogarla.


—¿Puedo comer algo? —pregunta Gigi.
Rose asiente.

—Por supuesto. También te traeremos comida. —No tiene idea de a quién


acaba de invitar a la isla—. Trata de descansar, estoy segura de que estás
agotada.
Una vez que Rose ha cruzado el umbral, cierro la puerta y Bo trae una tabla
de madera arqueada, que estaba apilada en la parte de atrás de la cabaña. La
pone debajo del picaporte para trabarlo.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta Rose acercándose para sujetar la tabla
—. No es una prisionera.
—Si quieres que la esconda aquí, entonces así es como tiene que ser —
explico.
—No pensarás en serio que ella hizo algo malo, que es una de ellas, ¿no? —
Rose podrá no creer en las hermanas Swan, pero sabe que yo sí.
—No tienes ninguna razón
razó n para pensar que es inocente —señalo—. Así que,
por el momento, se queda encerrada aquí. Al menos es mejor que el almacén de
botes.
—No mucho —replica, pero se cruza de brazos y se aleja de la puerta,
aceptando nuestras reglas a regañadientes.
—¿Heath sabe lo que has hecho?
Niega con la cabeza.
—No. Pero he cogido prestado el bote de sus padres, así que es probable que
tenga que explicarle dónde he estado.
—No puede contarle nada de esto
est o a nadie.
—No lo hará.
—¿Y nadie te ha visto sacarla de allí? —pregunta Bo.
—Estaba oscuro y Lon dormía profundamente. Es probable que todavía no
haya descubierto que se ha ido.
Una vez más, tengo la sensación de que se trata de una idea horrible. Ni
siquiera estoy segura de si estamos escondiendo a Gigi de Lon y Davis o si la

tenemos prisionera igual que ellos. De cualquier forma, tengo la completa


certeza de que todo esto acabará catastróficamente.
—Ten
—Ten cuidado en el pueblo.
—Lo tendré. —Y hunde las manos en los bolsillos del abrigo, como si
estuviera combatiendo un repentino escalofrío—. Gracias —agrega, justo antes
de echar a andar por la pasarela hacia el muelle.
Una vez que está fuera de vista, Bo y yo nos miramos.
—¿Y ahora qué? —pregunta.

De vuelta en casa, preparo dos sándwiches de mantequilla de cacahuete y


mermelada para Gigi, los envuelvo en papel de aluminio y luego cojo una manta
del armario del vestíbulo.
Cuando llego a la puerta de la Cabaña del Viejo Pescador, la tabla ya no está
y la puerta se halla ligeramente entreabierta. Al principio, mi corazón salta por el
pánico (Gigi ha logrado salir), pero luego escucho la voz de Bo en el interior. Él
fue a conseguir leña para encender el fuego en la cabaña de Gigi mientras yo
preparaba algo para comer, y ha regresado antes que yo.
Me detengo y escucho el chisporroteo de las llamas en la chimenea.
—Yoo sé quién eres —oigo decir a Bo.
—Y
—¿En serio? —pregunta Gigi, su voz más lejana, tal vez del otro lado de la
sala, sentada en la única silla. Toco el picaporte con los dedos y luego me
detengo. Tal vez le deba eso: la oportunidad de interrogarla sobre su hermano.
Así que espero antes de entrar.
—Tú no eres Gigi Kline —comenta fríamente, la voz medida y precisa—.
Eres otra cosa.
—¿Y quién te ha dicho eso? ¿Tu novia Penny?
Se me hace un nudo en la garganta.
—¿Tú mataste a mi hermano?
her mano?
sino—¿A tu hermano?
de Aurora—. —Suque
¿Esperas vozme
cambia,
acuerdebaja unahermano,
de tu octava que ya nodeeslos
un chico demiles
Gigi
que se enamoraron de mí? —lo pregunta riendo, como si enamorarse fuera el

primer paso hacia la muerte.


—Fue el verano pasado. El once de junio —intenta, esperando que esto
refresque su memoria. Pero aun cuando realmente lo recordara, nunca lo
confesaría. No a él.
—No me dice nada.
Escucho pisadas que se mueven alrededor de la sala: Bo. Y ahora su voz está
más lejos.
—¿Ahogaste a alguien el once de junio?
—Hmm, déjame
déj ame ver. —Su tono se eleva un poco, como si estuviera
estuvier a pasando
de la voz de Gigi a la de Aurora, jugando a un juego con Bo, que él perderá—.
Nop —concluye finalmente—. Estoy casi segura de que descansé ese día. Una se
cansa cuando hay tantos chicos adulándola. —Me sorprende que sea tan franca
con él, aun cuando sus respuestas estén cubiertas por un halo de falsedad. Debe
darse cuenta de que él no se cree su actuación. Él ve a través de Gigi Kline, aun
cuando no pueda realmente ver lo que hay dentro de ella.
—Puedo obligarte a hablar —señala Bo, la voz como un clavo de acero
entrando en la madera. Entonces, empujo la puerta, incapaz de quedarme callada
más tiempo. Gigi no está sentada, como pensaba, está de pie en la pared más
lejana, junto a una de las ventanas, apoyada contra ella como si estuviera
mirando el mar a la espera de un barco que llegará al puerto a rescatarla. Y Bo
está a menos de un metro, los hombros hacia atrás, las manos flexionadas a los
lados como si estuviera a punto de extenderlas hacia adelante y rodearle la
garganta.
—Bo —susurro.
No se vuelve enseguida. La observa fijamente, como si fuera a percibir un
destello de su hermano en sus ojos… del momento justo antes que lo mataran.
Gigi levanta una mano, sonriendo ligeramente.
—Pobre chico —murmura en su tono más suave y altivo—. No puedo
ayudarte a encontrar a tu hermano… pero sí puedo mostrarte exactamente lo que
sintió. —Sus dedos se alzan hacia el rostro de Bo, sus ojos se clavan en los de él
—. No te dolerá, te lo prometo. De hecho, me suplicarás que continúe. —Las
yemas de sus dedos están a pocos centímetros de Bo, a punto de tocarle el
pómulo—. Puedo
mucho miedo mostrarte
de quererte cosas que Penny, tu novia, no puede. Ella tiene
de verdad.

Y justo cuando la mano de Gigi está a punto de tocarle la mandíbula, Bo le


sujeta la muñeca y retuerce los dedos alrededor de su piel. Gigi hace una ligera
mueca de dolor y luego él aparta el brazo con fuerza, que cae al lado de su
cuerpo.
Las cejas de Gigi se alzan al mismo tiempo y me echa una mirada a través de
la sala, como si quisiera asegurarse de que yo hubiera visto lo cerca que ha
estado de apoderarse de él.
—Me gustan los que se hacen los difíciles —comenta
—com enta con un guiño.
Arrojo la manta y los dos sándwiches sobre la pequeña cocina con un golpe
seco y me vuelvo hacia la puerta. Y Bo está súbitamente justo detrás de mí.
—Si me extrañas, Bo —agrega con tono seductor y una sonrisa burlona
mientras nos ve marchar—, ya sabes dónde encontrarme. —Pero él cierra la
puerta con fuerza y coloca la tabla otra vez en su lugar.
—Tenías
—Tenías razón —afirma—. Es una de ellas.

Bo y yo recorremos el perímetro de la isla como si estuviéramos


inspeccionándola, centinelas de servicio, examinando la costa en busca de
merodeadores, como si las hermanas Swan fueran a llegar nadando hasta la orilla
y apoderarse de nuestra pequeña isla. Estoy inquieta, nerviosa, segura de que
nada de esto terminará bien.
Gigi Kline está encerrada en la cabaña. La gente comenzará a buscarla.
Davis y Lon la quieren ver muerta; la policía de Sparrow está tratando de
localizarla y devolverla a sus padres. Y, por alguna extraña razón, nosotros
estamos justo en el medio de todo.
Todavía no estoy completamente segura de qué vamos a hacer con ella.
—¿Quieres venir
veni r a cenar a casa? —le pregunto a Bo cuando el sol comienza
a caer. Hemos pasado la mayor parte del tiempo solos en esta cabaña, y nunca en
la casa principal.
Se levanta la gorra para pasarse la mano por el pelo antes de ponérsela
nuevamente, esta vez más abajo, de modo que es difícil ver sus ojos.
—¿Y qué dirá tu madre?
—No le importará. Y en realidad no ha sido una ssugerencia;
ugerencia; sino una or
orden.
den.

No te voy a dejar solo; podrías decidir ir a nadar otra vez —lo digo con una
amplia sonrisa, a pesar de que no es gracioso. Él se ríe burlonamente mientras
echa una mirada hacia la Cabaña del Viejo Pescador, donde Gigi está encerrada.
La tabla de madera continúa en su lugar.
—De acuerdo —responde.
Caliento una lata de sopa de tomate y hago dos sándwiches calientes de
queso: una comida sencilla. De todas maneras, no hay muchas más opciones.
Tengo que ir al pueblo a buscar provisiones… tarde o temprano. Pero no tengo
prisa por abandonar la isla.
Comemos rápidamente y después Bo sube la escalera detrás de mí. Cuando
llegamos a mi dormitorio, escucho el ruido del ventilador al final del pasillo. Mi
madre ya está en la cama.
—¿Crees que tu madre
madr e sabe que estoy aquí?
aquí ? —pregunta una vez qque
ue estamos
dentro de la habitación.
—Lo sabe. Ella percibe cuando
cuand o hay alguien en casa o en la isla.
—¿Y qué pasa con Gigi?
—Estoy segura de que también sabe que ella está aquí, pero no dirá nada.
Hace un par de años que no habla con nadie de fuera de la isla. No creo que
pudiera reunir la fuerza necesaria como para llamar a la policía por una chica
desaparecida, aun cuando quisiera hacerlo.
—¿Está así por tu padre?
Asiento ligeramente y luego me siento en el borde de la cama mientras él se
instala en el sillón con almohadones junto a la ventana.
—Después de que desapareciera hace tres años, es como si hubiera
enloquecido.
Bo asiente con expresión comprensiva.
—Lo siento.
Ha comenzado a caer una leve llovizna, que rocía el cristal y repiquetea
contra el techo. Es como un coro que suaviza los aleros y los bordes puntiagudos
de la vieja casa.
—Aparentemente, el amor es la peor forma de locura.
l ocura.
Me acerco a la ventana y apoyo la palma contra el cristal. Puedo sentir la

frescura de la lluvia del otro lado.


—¿Has estado enamorada antes? —se anima a preguntar Bo.
Observo sus ojos rasgados y somnolientos.

—Una vez —confieso, las dos palabras brotan súbitamente. Es algo de lo


cual no me gusta hablar… con nadie.
—¿Y?
—No duró. Por circunstancias que no podíamos controlar.
—Pero ¿todavía piensas en él?
—Solo a veces.
—¿Tienes miedo?
—¿De qué?
—De volver a enamorarte. —Sus manos están apoyadas en los brazos del
sillón, relajadas, pero su mirada parece mucho más intensa.
—No. —Trago los latidos de mi corazón que trepan por mi garganta. ¿Puede
ver lo que estoy pensando, lo que estoy sintiendo? ¿Que mi corazón parece estar
dentro de mi estómago, que mi mente casi no puede pensar en nada que no sea
él? ¿Que cuando estamos juntos, prácticamente creo que nada más importa?
¿Que tal vez él podría salvarme a mí y yo podría salvarlo a él?—. Solía temer
que ya no volvería a tener otra oportunidad de enamorarme.
Se levanta del sillón y camina hacia la ventana, apoya el hombro contra el
marco de madera, su rostro es una línea dura desde la mandíbula hasta la sien.
—¿Cómo supiste que estabas enamorada?
Ante su pregunta, siento un hormigueo en las yemas de los dedos: necesito
tocar su rostro, mostrarle el sentimiento que explota en mi interior.
—Era como hundirse —murmuro.
—m urmuro. Sé que puede parecer una manera extraña
de describirlo, considerando la muerte imperante en este pueblo, pero es lo que
me sale—. Como si estuvieras ahogándote pero no importara, porque ya no
necesitas aire, solo necesitas a la otra persona.
Sus ojos echan un vistazo a los míos, inspeccionándolos, mirando para ver si
me estoy ahogando.
segundos; Y eselasí.
la lluvia marca El reloj que está al lado de mi cama marca los
compás.

—Penny —dice suavemente, la mirada inclinada sobre mí—. Yo no vine a


aquí, a este pueblo, esperando que pasara nada de esto. —Baja los ojos al suelo y
luego los alza otra vez hacia mí—. Si no te hubiera conocido, probablemente
habría sido más fácil, menos complicado. Quizás me hubiera marchado hace
varios
pedazosdías. —Frunzo
y luego el ceño
se forman y él se aclara
nuevamente. Estolaesgarganta. Susél—.
difícil para palabras
Pero se hacen
ahora lo
sé. —Exhala una bocanada de aire mientras sus ojos me atraviesan, intensos y
decididos—. No me marcharé de aquí sin ti. Aunque implique tener que esperar.
Esperaré. Esperaré en este desdichado lugar el tiempo que sea. Y si tú quieres
que me quede, entonces me quedaré. Me quedaré aquí para siempre si tú me lo
pides, joder
j oder..
Sacude la cabeza y abre la boca como si fuera a continuar, pero no lo dejo.
Avanzo precipitadamente hacia él y aprieto mis labios contra los suyos,
apartando sus pensamientos, sus palabras. Es como un viento de verano que
sopla muy lejos de aquí, como la absolución, como un chico de otra vida. Siento
como si pudiéramos crear recuerdos que solo nos pertenecieran a nosotros.
Recuerdos que nada tuvieran que ver con este lugar. Una vida, tal vez. Una vida
real.
Abro los ojos. Mis labios recorren los suyos. Me mira como si fuera una
chica que vino con la marea, rara, rota y llena de cicatrices. Una chica
encontrada en las aguas más turbulentas, en los confines más lejanos de un
oscuro cuento de hadas. Me mira como si pudiera quererme.
—Tengo
—Tengo miedo —susurro.
—¿De qué?
—De permitirme quererte y que luego se me desgarren las entrañas cuando
te pierda.
—No pienso ir a ningún lugar
l ugar si no es contigo.
Es fácil hacer promesas, pienso, pero no lo digo. Porque sé que él cree en
sus palabras. Cree que lo que sentimos en este momento nos salvará al final.
Pero yo sé… yo lo sé. Los finales nunca son tan simples.
Me reclino contra la pared. Su mano todavía está en mi antebrazo, y no me
suelta.
—¿Cómo¿Qué
los míos—. termina esto?en—pregunta,
sucederá como
el solsticio de si sus pensamientos siguieran a
verano?

Los recuerdos caen en cascada dentro de mí, todos los años anteriores, los
veranos llegando a su fin, los muertos dejados a su paso.
—Habrá una fiesta, igual que la de la playa. —Suelto mi brazo de su mano,
estiro las mangas del suéter y cruzo los brazos, invadida repentinamente por el
frío—. Antes de medianoche, las hermanas volverán a meterse en el agua,
despojándose de los cuerpos que robaron.
—¿Y si no se meten en el mar? ¿Si Gigi permanece encerrada durante el
solsticio?
Mis pulmones dejan de tomar aire. Morirá. Quedará atrapada dentro del
cuerpo de Gigi indefinidamente, presionada dentro de los recovecos más os
oscuros
curos
de su mente. Ella verá, oirá y será testigo de lo que sucede en el mundo, pero
Gigi recuperará el control, ignorando que ahora hay una hermana Swan cautiva
dentro de ella, enterrada en lo profundo de su ser. Un fantasma dentro de una
chica. La peor existencia. Un castigo adecuado al tormento que causaron las
hermanas. Pero no le cuento esto a Bo. Porque no puedo estar segura de que sea
verdad, ya que nunca antes ha sucedido. En el solsticio de verano, ninguna de las
hermanas Swan ha permanecido dentro de un cuerpo más allá de la medianoche.
—No estoy segura —respondo sinceramente.
si nceramente.
Los ojos de Bo se desviaron hacia la ventana, está reflexionando sobre algo.
—Tengo que matarla —afirma finalmente—. Aunque no haya matado a mi
—Tengo
hermano, mató a otros. No merece vivir.
—Estarías matando también
tambi én a Gigi.

—Lo sé, pero tú me contaste que el pueblo mató a otras jóvenes en el


pasado, con la esperanza de detener a las hermanas, pero que siempre se
equivocaron. —Sus ojos estudian a los míos—. Esta vez no nos habremos
equivocado. Tú puedes verlas. Sabes quiénes son. Podemos averiguar dónde está
la tercera y acabar con esto para siempre. Nadie más tiene que morir.
—Excepto tres chicas inocentes.
inocent es.
—Mejor que otros cien chicos. O doscientos. ¿Cuántos siglos más
continuarán regresando a este pueblo antes de que alguien las detenga? En el
pasado nunca las encontraron porque no sabían con seguridad dentro de qué
chicas estaban. Pero nosotros lo sabemos. Y hay una aquí mismo, encerrada. —
Apunta hacia la ventana y su repentina urgencia me asusta. Nunca pensé que
estaría tan seguro, que realmente quisiera hacerlo. Pero ahora está hablando

como si pudiéramos salir en este mismo instante y terminar con su vida,


basándonos en mi capacidad de ver lo que ella realmente es.
—¿Y podrías dormir tranquilo después de eso? —pregunt
—pregunto—.
o—. ¿Sabiendo que
mataste a tres personas?
—Mi hermano está muerto —responde fríamente—. Yo vine aquí para
averiguar qué le había sucedido, y lo hice. Ahora no puedo marcharme como si
nada hubiera ocurrido. —Se quita la gorra de la cabeza y la arroja en el sillón—.
Tengo que hacerlo, Penny.
—No tienes que hacerlo. —Me acerco más a él—. Al menos no ahora
mismo… no esta noche. Tal vez podamos encontrar otra manera.
Lanza una bocanada de aire y se apoya en el marco de la ventana.
—No existe otra manera.

Estiro la mano y le toco el brazo, obligándolo a mirarme.


—Por favor —pido, levantando el mentón hacia él. Huele a tierra; huele a
desenfreno y a valentía, y sé que también podría resultar peligroso, pero cuando
estoy tan cerca de él, no me importa nada—. Todavía nos quedan unos días antes
del solsticio. Hay tiempo de pensar qué hacer. Todos esos libros que hay en tu
cabaña: tal vez realmente exista una manera de detener a las hermanas sin matar
a las chicas de las que se apoderaron. Tenemos que buscar; tenemos que
intentarlo—. Mis dedos se deslizan hasta su mano, el calor de su piel me quema,
me enciende, me marea.
—De acuerdo —responde, entrelazando sus dedos con los míos—.
Buscaremos otra manera. Pero si no la encontramos…
—Lo sé —comento antes de que pueda terminar. Matará a Gigi Kline para
llegar hasta Aurora. Pero no entiende completamente lo que eso significará:
arrebatar una vida. Eso lo transformará. No es algo que pueda deshacer.
El sol ha logrado hundirse en el mar durante el lapso de tiempo que hemos
estado en mi dormitorio, así que enciendo las lámparas que se encuentran a
ambos lados de mi cama.
—Uno de los dos debería quedarse despierto para vigilar la cabaña, para
asegurarse de que no se escabulla —señala Bo.
Dudo de que intente escapar, pero de todas maneras asiento. En el pueblo,
ella no tiene muchas posibilidades de permanecer en libertad. Seguramente Lon

y Davis la están buscando. Y me parece que sabe que aquí está más segura…
escondida en la cabaña. Su error es pensar que la protegeremos de ellos.
Especialmente con Rose de su lado. Cuando, en realidad, estamos tramando
cómo terminar con su vida.
Hermanas
La magia no siempre está compuesta por palabras, por calderos de pociones
o gatos negros vagando por callejones oscuros. Algunas maldiciones se
manifiestan a través del deseo o la injusticia.
Cuando vivía, Aurora Swan dejaba a veces astillas de cristal roto o la cola de
una rata en el umbral de una mujer que la odiaba, esperando que le acaeciera
alguna enfermedad o que tropezara con una piedra suelta caminando por Ocean
Avenue y se rompiera el cuello. Eran solamente pequeños presagios, embrujos
comunes de aquella época para inclinar el destino a su favor. No era verdadera
magia.
A menudo, podía encontrarse a Hazel Swan susurrando deseos ante una luna
de sangre, sus labios tan raudos como un ruiseñor en vuelo. Ella encantaba a la
luna, pidiendo deseos de aquello que anhelaba: un verdadero amor para borrar a
todos los demás.
Marguerite era más directa en sus esfuerzos. Resbalaba los dedos por la
garganta de sus amantes, les decía que le pertenecían y, si la rechazaban, se
aseguraba de que nunca volvieran a amar a nadie más. Prometía venganza,
sufrimiento y toda hecha
como si estuviera su ira de
si se
la atrevían
más finaaseda
rechazarla. Se deslizaba
de Francia, arrogantepor el pueblo
y despótica.
Quería poder, y todos lo sabían.
Pero la soberbia desmedida de estas mujeres, tarde o temprano, las
alcanzaría.
Las hermanas habrán podido comportarse de manera escandalosa, malvada y
hechicera, pero nunca practicaron la magia de forma que justificase su deceso.
No eran brujas, en sentido histórico, pero sí poseían una fuerza, algo que te
atraía hacia ellas.
Se movían con comodidad y elegancia, como si fueran bailarinas de la
Academia Real de Danza de Francia; su cabello era de una tonalidad que
oscilaba entre el caramelo y el carmín, dependiendo de la luz; y sus voces eran

como el silbido de un zorzal, cada palabra un embeleso.


Nunca robaron el alma de recién nacidos ni lanzaron hechizos potentes para
que las lluvias fueran interminables o los peces de la bahía inatrapables.
Tampoco tenían la capacidad de lanzar un maleficio tan perdurable como el que
ahora las unía.
Pero la magia no ha sido siempre tan lineal. Ha nacido del odio, del amor, de
la venganza.
A las dos en punto de la madrugada, mis párpados tiemblan y se abren. La
habitación está oscura, a excepción de unos rayos angulares de luz de luna que
entran por la ventana y se desparraman por el suelo. Las nubes de lluvia se han
disipado y el cielo se ha abierto. Bo está despierto, sentado en el sillón,
tamborileando los dedos lenta y rítmicamente en el reposabrazos. Gira la cabeza
cuando me siento en la cama.

—Deberías haberme despertado antes —comento medio dorm


dormida.
ida.
—Parecía que necesitabas descansar.
des cansar.
Con la ropa aún puesta, aparto las mantas y estiro los brazos.
—Me haré cargo del turno
t urno siguiente
s iguiente —anuncio. El suelo
suel o de madera está frío
y cruje debajo del peso de mis pies—. Debes estar agotado.
Bosteza y se pone de pie. Nuestros hombros chocan al intentar movernos uno
alrededor del otro, los dos adormilados. Y cuando se acerca a la cama, se
desploma de espaldas, una mano en el pecho, la otra extendida al lado del
cuerpo, y desliza la gorra sobre la cara. Estoy tentada de meterme en la cama a
su lado, apoyar
entregarme la cabeza
a él, tanto en esteenmomento
su hombro
comoypara
quedarme dormida.
siempre… Sería
dejar que los fácil
días
transcurran rápidamente hasta que ya no queden más días que contar. Podría
abandonar la isla con él sin mirar atrás. Y tal vez, posiblemente, podría ser feliz.
No pasa mucho tiempo para que las manos de Bo se relajen, su cabeza se
incline ligeramente hacia la izquierda, y sé que está dormido. Pero no me instalo
en el sofá. Camino hacia la puerta y la abro solo lo suficiente como para
escabullirme hacia el pasillo. Desciendo silenciosamente las escaleras hasta la
puerta.
Unas pocas nubes intermitentes pasan por debajo de la luna, que vuelve a
asomar con todo su brillo. Un ballet de cielo claro mezclado con nubes bajas,
bañado con luz de luna.

Intento moverme con rapidez, forcejeo para ponerme el impermeable y luego


me pierdo precipitadamente en la noche, en dirección a la Cabaña del Viejo
Pescador.

Necesito varios intentos hasta que logro desenganchar la tabla de debajo del
picaporte. Mis manos están mojadas; la tabla de madera está mojada. Y cuando
la puerta se abre con un chirrido, la única luz de la cabaña proviene de la
chimenea, al otro lado de la sala.
Huele a moho, a bolas de naftalina y un poco a vinagre. Y durante medio
segundo siento pena por Gigi, encerrada en este lugar.
Se encuentra de pie, al otro lado de la sala, despierta, las palmas de las
manos sobre el fuego para calentarse.
—Hola, Penny —saluda sin darse vuelta. Cierro la puerta y me sacudo el
agua del impermeable—. Yo no he matado a su hermano.
—Tal vez no —respondo—. Pero está decidido a averiguar quién
—Tal qui én lo hizo. —
Instintivamente, quiero acercarme al fuego en busca de calor, pero no quiero
estar más cerca de ella de lo que ya estoy. En el sofá, noto que continúa allí la
manta doblada que le traje más temprano. No ha dormido nada.
—¿Has venido a invitarme a tu casa a tomar el té y darme una ducha? Una
ducha no me vendría nada mal.
—No.
—Entonces, ¿por
¿po r qué estás aquí?
aquí ? —Vuelve todo el ancho de sus hombros,
hombr os, el
pelo rubio y lacio cae sucio y deshilachado como las cerdas de una escoba. Una
vez más, reprimo la sensación de pena que me provoca. Parpadea y la silueta gris
plateada de Aurora Swan debajo de su piel también parpadea. Son como dos
chicas colocadas una sobre la otra. Dos imágenes fotográficas muy mal
reveladas, una flotando sobre la otra. Pero cuando Gigi se aleja de la chimenea,
me resulta más difícil ver a Aurora dentro de ella; el contorno de su rostro se
desvanece y se vuelve borroso. Podría llegar a convencerme a mí misma de que
Aurora ya no está ahí y que Gigi no es más que una chica normal.
—Tengo que hablar contigo.
—Tengo
—¿Sin tu novio? —pregunta, la comisura izquierda del labio se curva hacia

arriba.
—Él quiere matarte… todo
t odo el pueblo quiere lo mismo.
m ismo.
—Siempre lo han querido. No es nada nuevo. —En un ángulo del techo,
detrás
polillas,de ella, hay unaentelaraña,
atrapadas resecapegajosos.
los restos en parte, conCondenadas.
manchas oscuras,
Patas moscas
y alasy
aprisionadas. La araña hace mucho que murió, pero la tela sigue matando.
—Pero esta vez te han atrapado regresando a nado a la costa después de
haber ahogado a dos chicos. Están seguros de que eres una de ellas.
Junta las cejas, formando una línea que trepa por la frente.
—Y estoy segura de que tú no has hecho nada para alentar esa idea. —Está
dando por hecho que yo he dicho algo, que he revelado que ella realmente es una
de las hermanas Swan, pero solo se lo he contado a Bo.

año?—¿No
—Es loestás
quecansada de tododecirle
había querido esto? —pregunto—. ¿Deenmatar
cuando la encaré melatar chicosdeaño
almacén tras
botes,
antes de que Lon me pillara hablando con ella.
Se muestra intrigada y ladea la cabeza hacia la izquierda.
—Lo dices como si pudiéramos
pudiér amos elegir.
—¿Y qué pasaría si así fuera?
—No te olvides —responde secamente— que es tu culpa que terminásemos
así.
Bajo los ojos al suelo. Motas de polvo se han juntado alrededor de las patas
de la mesa de la cocina y contra las paredes.
Sonríe y luego desliza la lengua por el interior de la mejilla.
—Déjame adivinar… ¿te estás enamorando de ese chico? —Su boca vuelve
a curvarse hacia arriba y sonríe satisfecha al haber tocado un tema que me pone
incómoda—. ¿Y estás comenzando a pensar que tal vez exista una manera de
conservar el cuerpo en el que habitas, de ser humana para siempre? —Se aleja
del fuego, sacando hacia fuera la mandíbula como si estuviera por echarse a reír
—. Eres una maldita ingenua, Hazel. Siempre lo has sido. Aun en aquellos
tiempos, pensabas que este pueblo no nos mataría. Pensabas que podíamos
salvarnos. Pero estabas equivocada.
—Basta —exclamo con labios temblorosos.

—Este no es tu pueblo y ese no es tu cuerpo. Estas personas nos odian;


quieren matarnos otra vez, y tú estás fingiendo que eres una de ellas. —Alza el
mentón como si intentara verme desde otro ángulo, espiar lo que hay dentro de
mí—. Y ese chico… Bo. Él no te ama, él ama a la persona que piensa que eres:
Penny
como siTalbot, la chica
tuvieran cuyonauseabundo—.
un sabor cuerpo robaste. —Escupe las encerrado
Y ahora has palabras dea sus labios
tu propia
hermana en esta repugnante cabaña. Has traicionado… a tu propia familia.
—Eres peligrosa —logro proferir.
pr oferir.
—Y tú también —ríe—. Dime algo, ¿planeabas pasar toda la temporada sin
ahogar a un solo chico? El solsticio ya está cerca.
—Eso ya se ha terminado para mí —exclamo—. Ya no quiero seguir
matando. —A pesar de que el deseo me carcome, tironea mi alma: la necesidad
en el fondo de mi garganta, siempre aguijoneándome la piel, recordándome para
qué estoy aquí. Pero la he resistido. Por momentos, casi la he olvidado. Con Bo,
el deseo de venganza se ha apaciguado. Me ha hecho creer que podía ser otra,
distinta… no solo el monstruo en que me convertí.
—No puedes evitarlo,
evit arlo, es lo
l o que nosotras hacemos. —Retuerce un mechón de
pelo rubio entre los dedos pulgar e índice, apretando los labios, poniendo mala
cara. El rostro de Aurora parece apretarse contra el interior del cráneo de Gigi,
como si intentara encontrar más espacio, estirar un poco el cuello dentro de los
límites de su cuerpo. Conozco la sensación. A veces, yo también me siento
encerrada dentro del cuerpo de Penny, aprisionada en el contorno de su piel.
—Hemos vivido así durante demasiado ti
tiempo
empo —señalo, con voz
v oz más fuerte,
encontrándole sentido a las palabras—. Dos siglos torturando a este pueblo, ¿y
de qué nos ha servido?
—¿Te enamoras de un chico, que ni siquiera es de aquí, y ahora
—¿Te
repentinamente quieres proteger a este pueblo? —Cruza los brazos sobre el
pecho. Todavía lleva la misma blusa blanca y sucia de cuando ahogó a los chicos
—. Y,
Y, además, me gusta regresar. Me gusta hacer que los chicos se enamoren de
mí, controlarlos… coleccionarlos como si fueran pequeños trofeos.
—Quieres decir que te gusta
gust a matarlos.
—Los hago míos y merezco conservarlos —espeta bruscamente—. No es
culpa mía si son tan confiados e ingenuos. Los chicos son débiles. Eran débiles
hace dos siglos y todavía lo son.
—¿Cuándo será suficiente?

—Jamás. —Ladea la cabeza hacia


h acia el lado, chasqueando el cuello.
Lanzo una bocanada de aire. ¿Qué esperaba al venir aquí? Debería haberlo
sabido: mis hermanas nunca se detendrán. Son iguales que el mar: destruyen
barcos y vidas sin ningún remordimiento. Y continuarán matando otros dos
siglos más si pueden hacerlo.
Me doy vuelta para marcharme.
—¿Aprendiste la lección,
l ección, Hazel? —pregunta
—pr egunta desde
des de el otro lado de la sala—.
Ya te traicionó una vez el chico al que amabas; ¿qué te hace pensar que Bo no te
traicionará también?
Reprimo la furia que bulle dentro de mí. Ella no sabe nada de lo que ocurrió
antes… dos siglos atrás.
—Esto es distinto —respondo—.
—re spondo—. Bo es distinto.

—Lo dudo.
demasiado monoPero
paraesti.realmente
Creo que mono
debería—emite
ser mío.una sonrisa burlona—. Tal vez
—Mantente alejada de él —le advierto con un rugido.
rugi do.
Sus ojos son dos rayas finas que se clavan en mí.
—¿Qué es exactamente lo que planeas hacer con él?
—No lo voy a matar. —No lo haré meterse en el mar ni lo ahogaré. No
quiero eso para Bo: una existencia oscura y acuosa, su alma atrapada en el
puerto. Un prisionero moviéndose con la marea.
—Te das cuenta de que tendrás que dejarlo en pocos días. Y él se habrá
—Te
enamorado de un fantasma y terminará con el cuerpo de esta chica, Penny, que
no recordará nada —lanza una risa corta—. ¿No te parece graciosísimo? Estará
enamorado de Penny y no de ti.
La sensación de náusea comienza a brotar en mis tripas.
—Él me ama a mí… no a este cuerpo. —Pero las palabras suenan débiles y
entrecortadas.
—Por supuesto
supuest o —exclama, y pone los ojos en blanco: algo tan
ta n característico
caracterís tico
de Gigi. No podemos evitar el adoptar las particularidades de los cuerpos que
habitamos. Como yo he adoptado los rasgos de Penny Talbot: todos sus
recuerdos se encuentran dormidos en mi mente, esperando ser arrancados como
una flor de la tierra. Yo estoy representando el papel de Penny Talbot y lo hago
bien. Tengo práctica.

Toco el picaporte.
pi caporte.
—Lo que dije ha sido en serio —le advierto—. Mantente alejada de él o me
aseguraré de que esos chicos del pueblo tengan la oportunidad de hacer
exactamente lo que se mueren por hacer: matarte.
Ríe por lo bajo, pero luego su mirada se vuelve seria mientras me observa
cruzar la puerta y cerrarla de una patada.
Hazel Swan
Hazel caminaba raudamente por Ocean Avenue. Llevaba delicadamente
entre las manos un paquete con una botellita de cristal con perfume de mirra y
agua de rosas. Iba a entregárselo a la señora Campbell en Alder Hill.
Había bajado la mirada hacia el paquete, envuelto diestramente en papel
marrón, cuando chocó contra el hombro duro de alguien que se encontraba en la
acera. El paquete se le escapó de los dedos y se rompió contra el empedrado de

la calle. aire
húmedo El aroma de la mirra y del agua de rosas se evaporó rápidamente en el
marino.
Owen Clement se arrodilló para juntar los restos del paquete y Hazel hizo lo
mismo, el brazo de ella rozó el de él, sus dedos se tocaron y se empaparon de
perfume.
A diferencia de sus hermanas, Hazel siempre había evitado el cariño
ferviente de los hombres. De modo que no estaba preparada para el deseo que se
enroscó dentro de ella al conocer a Owen Clement, el hijo del primer guardafaro
que vivió en Lumiere Island. Era francés como su padre, y las palabras rodaban
de su lengua como una brisa alegre.
Por las noches, Hazel comenzó a cruzar el puerto en secreto hasta llegar a la
isla: las manos apretadas contra la piel y enredadas en el cabello del otro; los
cuerpos formando uno solo; despertándose cada mañana en el ático, encima del
granero que se levantaba cerca de la casa principal, el aire oliendo a heno y a
sudor. Las gallinas cacareaban abajo en el gallinero. Y por las noches, solo con
la luna para revelar sus rostros, recorrían la única fila de manzanos jóvenes, que
el padre de Owen había plantado esa primavera. Todavía pasarían varios años
más para poder cosechar las manzanas. Pero la promesa de la fruta madura que
brotaría de ellos se podía sentir intensamente en el aire.
Juntos exploraron la costa rocosa; dejaron que el agua mojara sus pies.
Imaginaron una nueva vida juntos, más al sur. California, tal vez. Arrojaron
piedras lisas al agua y pidieron deseos imposibles.

Pero el padre de Owen desconfiaba de las hermanas Swan, de quienes se


rumoreaba que eran brujas —mujeres seductoras que atraían a los muchachos a
su cama solo por diversión—, y cuando una mañana descubrió a su hijo y a
Hazel abrazados en el ático, juró que se encargaría de que no volvieran a verse
nunca más.
Fue el padre de Owen quién montó una especie de inquisición para juzgar a
las tres hermanas. Fue el padre de Owen quien ató las piedras alrededor de los
tobillos que las hundieron al fondo del puerto. Fue el padre de Owen el
responsable de sus muertes.
Y año tras año, verano tras verano, Hazel se siente atraída nuevamente a
Lumiere Island y vuelve a recordar al chico que allí amó, el chico con quien
forjó promesas y a quien perdió dos siglos atrás.
Bo continúa durmiendo en la cama cuando llego a la habitación. El cielo se
oscureció durante el camino de regreso, la lluvia azota nuevamente la isla.
Su pecho se expande con cada respiración; sus labios se abren. Lo observo y
deseo poder contarle la verdad sin destrozarlo todo. Sin destrozarlo a él. Pero él
piensa que soy otra persona. Cuando me mira, ve a Penny Talbot y no a Hazel
Swan. Yo he llevado la mentira conmigo a todos lados como si fuera la verdad,
he fingido que
suficiente, este cuerpo
no tendría que podía seralmío
regresar mary que, si creía
a finales de en ello Tal
junio. con vez
la fuerza
este
sentimiento que florece dentro de mi pecho me salve; tal vez la forma en que Bo
me mira se vuelva real y completa. Y no la joven que se ahogó dos siglos atrás.
Pero la risa de Gigi suena en mis oídos. «Es lo que nosotras hacemos».
Somos asesinas. Nuestra venganza nunca se verá saciada y nunca podré tener
realmente a Bo. Estoy encerrada en el cuerpo de otra chica. Llevo repitiendo el
mismo ciclo interminable un verano tras otro. No soy yo.
Ya casi no sé quién soy.
Voy hasta la cómoda blanca que está apoyada contra la pared opuesta y
deslizo un dedo por la superficie. Una colección de objetos se halla
desparramada como fragmentos de una historia: un perfume de vainilla que
alguna vez perteneció a la madre de Penny, un plato con caracolas y piedras de la
playa, sus libros favoritos de John Steinbeck, Herman Melville y Neil Gaiman.
Su pasado permanece desprotegido y a la vista de todos, fácilmente robable.
Puedo adueñarme de todas estas cosas. Puedo adueñarme de su vida. Esta casa,
este dormitorio… incluyendo al chico que duerme en su cama.
Hay una fotografía metida en el ángulo inferior del espejo de encima de la
cómoda. La cojo. Es la imagen de una mujer flotando en un tanque de agua, una
falsa cola de sirena atada a la cintura oculta sus piernas. Hay hombres reunidos
alrededor del tanque, mirándola fijamente mientras ella contiene la respiración,
la expresión suave y relajada. Es una mentira. Un invento utilizado para vender

entradas en ferias ambulantes.


Yo soy ella. Una mentira. Pero cuando la feria cierra por las noches, se
apagan las luces y se vacía el tanque, no puedo quitarme la aleta de sirena, hecha
de tela. No puedo tener una vida normal, fuera de la ilusión. Siempre seré otra
persona.
El engaño ha durado doscientos años.
Vuelvo a colocar la foto en el borde del espejo y me froto los ojos con las
manos. ¿Cómo me he convertido en esto? En un espectáculo. Una atracción de
feria. Yo no quería nada de esto: esta vida prolongada y artificial.
Suelto una bocanada de aire, conteniendo las lágrimas para que no salgan a
la superficie, y me vuelvo hacia Bo, que todavía está dormido.
Se retuerce en la cama y luego abre los ojos, como si sintiera que lo observo
en sus sueños. Desvío la mirada hacia la ventana.
—¿Tee encuentras bien? —Se endereza y apoya las manos en mi colchón.
—¿T
—Sí, estoy
est oy bien. —Pero no lo estoy. Esta culpa me está enterrando
enter rando viva. Me
estoy ahogando, sofocando, tragando bocados enteros de cada dura mentira.
—¿Has salido?
Me toco el cabello, mojado por la lluvia.
—Solo un minuto.
—¿A la cabaña de Gigi?

Meneo la cabeza y meto los labios hacia dentro para ocultar la verdad.
—Necesitaba un poco de aire fresco.
Me cree. O tal vez finge creerme.
—Me quedaré despierto un ratito para que puedas dormir —señala. Estoy a
punto de decirle que no, pero después me doy cuenta de lo agotada que me
encuentro, así que me meto en la cama y flexiono las rodillas contra el pecho.
Pero no puedo dormir. Bo se acerca a la ventana y observa un mundo al que
yo no pertenezco.
Pronto saldrá el sol. El cielo será nuevo, será otro. Y tal vez yo también seré
otra.

Los tres días siguientes avanzan rápidamente como en un torbellino. Rose


viene a la isla
olvidadizos de lapara ver de
tienda cómo está Gigi:
su madre: su prisionera
de arándanos liberada.
y moca, y de Trae pasteles
caramelo con
sal marina y pistachos molidos.
Nos cuenta que Davis y Lon están buscando a Gigi, que están preocupados
de que puedan meterse en problemas si ella va a la policía y los denuncia por
mantenerla encerrada en el depósito de botes. Nadie parece sospechar que pueda
estar en Lumiere Island, encarcelada secretamente en una de las cabañas.
Bo esparce libros en el suelo de la cabaña todas las noches mientras arde el
fuego, los ojos vidriosos y cansados de leer hasta muy tarde. Está buscando una
forma de matar a las hermanas Swan y salvar a los cuerpos que ellas habitan: un
esfuerzo
manera deinútil. Yo séeste
conservar cosas que élpara
cuerpo no sabe. Y yo, secretamente, espero hallar una
siempre.
Yo también leo los libros, hecha un ovillo en el viejo sofá mientras el viento
hace repiquetear las ventanas de la cabaña. Pero estoy buscando otra cosa: una
forma de permanecer, de existir indefinidamente encima del mar… de vivir.
Existen leyendas de sirenas que se enamoran de marineros y su entrega les
garantiza una forma humana. Leo las historias irlandesas de las selkies que
mudan su piel de foca al casarse con un humano y permanecen en la tierra para
siempre.
¿Tal vez eso sea suficiente: enamorarse? Si el amor puede unir algo,
¿también puede deshacerlo?
En la víspera del solsticio de verano, Bo se queda dormido junto al fuego, un
libro abierto en el pecho. Pero yo no puedo dormir. Así que salgo de la cabaña y
deambulo sola por el huerto.
Desde la fila de árboles, apenas logro distinguir a mi madre —a la madre de
Penny— en el borde del acantilado, la sombra de una mujer esperando a un
marido que no regresará. Al verla allá fuera, sola, el corazón partido en dos por
la pena, yo podría dejar salir a la superficie fácilmente el dolor sepultado dentro
de este cuerpo. No solo hay recuerdos guardados en los cuerpos que tomamos,
sino también emociones. Puedo sentirlas, descansando amplia y profundamente
en el pecho de Penny. Si observo con detenimiento, si miro dentro de esa
oscuridad, puedo sentir la enorme tristeza de perder a su padre. Los ojos se me

llenarán de lágrimas, un dolor retorcerá mi corazón, una añoranza tan vasta que
podría devorarme. Por lo tanto, las mantengo cubiertas. No me dejo abrumar por
esa parte del cuerpo en el que habito. Pero mis hermanas siempre han sido
mejores que yo para eso. Ellas pueden ignorar todas las emociones anteriores
que
dolorhayan dominado
que se deslizan alsigilosamente
cuerpo, mientras quevenas
por mis yo tiendo a sentir
y trepan hastala mi
tristeza y el
garganta,
tratando de asfixiarme.
Me detengo ante el roble, en el centro del bosquecillo: el árbol fantasma, las
hojas temblando en el viento. Apoyo la palma de la mano contra el corazón
tallado en el tronco. Alzo la vista entre las ramas, y un escenario de estrellas
titila ante mí. Recuerdo, muchos años atrás, la noche en que estaba acostada
debajo de este árbol con el chico que una vez amé: Owen Clement. Él tenía un
cuchillo en la mano y dibujó el corazón para señalar nuestro lugar en el mundo.
Nuestros corazones unidos, la eternidad fluyendo por nuestras venas. Fue la
misma
ni nadanoche en la queexcepto
que ofrecerme me pidióa sí
que me casara
mismo. Pero con él. que
le dije No tenía
sí. anillo, ni dinero,
Una semana después, mis hermanas y yo morimos ahogadas en el puerto.
La inquisición
Una ráfaga de viento entró por la puerta de la perfumería, esparciendo hojas
secas por el suelo de madera.
Había cuatro hombres en la entrada de la tienda, las botas embarradas y las
manos mugrientas. Olían a pescado y a tabaco. Contra las paredes
impecablemente blancas y el aire teñido de una delicada mezcla de perfumes, su
presencia resultó inquietante.

Hazel observó sus botas mugrientas y no sus rostros, pensando únicamente


en el agua y el jabón que necesitaría para fregar el suelo hasta dejarlo limpio una
vez que se hubieran marchado. No percibió la intención de los hombres ni
adivinó que nunca más volvería a la perfumería.
Los hombres las sujetaron de los brazos y las arrastraron fuera de la tienda.
Estaban arrestando a las hermanas Swan.
Las llevaron por Ocean Avenue a la vista de todos mientras pesadas gotas de
lluvia caían del cielo, el lodo de la calle les manchaba los bordes de sus vestidos
y los habitantes del pueblo se detenían a mirarlas boquiabiertos. Algunos las
siguieron todolasel reuniones
utilizaba para trayecto hasta el pequeño
del pueblo, edificio
un lugar del ayuntamiento,
de encuentro que se
durante las fuertes
tormentas y, en ocasiones, pero muy raramente, también para conflictos legales.
Una riña por una cabra perdida, disputas por el fondeadero o los límites de las
propiedades entre vecinos.
Nunca antes había entrado al edificio una mujer acusada de brujería, y
mucho menos, tres.
Un grupo de concejales y de ancianos del pueblo ya estaban reunidos
esperando la llegada de las hermanas Swan. Marguerite, Aurora y Hazel fueron
llevadas ante ellos y las hicieron sentar en tres sillas de madera al frente de la
sala, las manos atadas en la espalda.
Un pájaro aleteó entre las vigas del techo, un pinzón amarillo, atrapado igual

que las hermanas.


Las mujeres de Sparrow se presentaron con rapidez y comenzaron a señalar
con el dedo a Marguerite y, ocasionalmente, a Aurora, contando escabrosas
historias de sus fechorías, de sus infidelidades con los esposos, hermanos e hijos
de este pueblo. Y que ninguna mujer podía ser tan encantadora naturalmente:
tenía que ser brujería lo que volvía a las hermanas Swan tan irresistibles para los
pobres y reticentes hombres del pueblo. Ellos no eran más que víctimas de la
magia negra de las hermanas.
—Brujas —susurraban.
A las hermanas no se les permitió hablar, a pesar de que Aurora intentó
hacerlo en más de una ocasión. No se podía confiar en sus palabras. Con mucha
facilidad, podrían dejar escapar de sus labios hechizos que embrujaran a los que
estaban en la sala y luego utilizar su poder para exigir que las liberaran. Debían

estar agradecidas, afirmó uno de los concejales, de que no las hubieran


amordazado.
Pero había otra voz: uno de los mayores, un hombre ciego de un ojo, al que
solía vérselo a menudo en el muelle, la mirada perdida hacia el Pacífico,
añorando los días que pasó en el mar. Su voz se elevó por encima de las demás:
—¡Pruebas! —gritó—. ¡Necesitamos
¡Necesi tamos pruebas!
Esta exigencia hizo callar a a toda la sala, desbordada de público. Fuera, una
multitud se apretaba contra las puertas, esforzándose por escuchar el primer
uicio por brujería de Sparrow.

—. —Y
—Yo o vi
En el la marca
muslo m arca de Marguerite
izquierdo, tiene una—gritó
—gr itó undehombre
mancha desdecon
nacimiento el fondo de ladesala
la forma un
cuervo. —Ese hombre, que se había envalentonado a hablar ante la insistencia de
su esposa, había compartido una cama con Marguerite unos meses antes. Los
ojos de la hermana mayor se abrieron desmesuradamente y la furia bulló en
ellos. Era cierto que tenía una marca de nacimiento, pero decir que tenía la forma
de un cuervo era el resultado de una ingeniosa imaginación. La marca era más
bien una mancha informe, pero no sirvió de nada; una marca de cualquier tipo se
consideraba como el sello de una bruja: la prueba de que pertenecía a un
aquelarre. Y Marguerite no podía borrar aquello con lo cual había nacido.
—¿Y las otras dos? —exclamó el anciano medio
m edio ciego.
—Aurora —dijo una voz mucho más calma, un muchacho de tan solo
dieciocho años—. Tiene una marca en el hombro. Yo la he visto. —Y él

realmente había visto, como había afirmado, la colección de pecas del hombro
derecho. Los labios del joven se habían apretado contra su piel durante varias
noches, recorriendo las pecas que estaban desparramadas por la mayor parte del
cuerpo de Aurora. Su piel era como una galaxia salpicada de estrellas.
La mirada de Aurora se encontró con la del muchacho y pudo ver el evidente
miedo que había en sus ojos. Creía que Aurora era de verdad una bruja, como
afirmaba el pueblo, y quizás ella había usado magia negra con él, haciendo que
su corazón se acelerara cada vez que ella estaba cerca.
—Dos hombres honorables han dado su testimonio y ofrecido pruebas de la
culpabilidad de dos de las acusadas que se encuentran frente a nosotros —
exclamó uno de los concejales—. ¿Y qué pasa con la última hermana? ¿Hazel
Swan? Alguien debió haber divisado la imagen de un aquelarre en su piel de
hechicera.

Un revuelo
inclinado, vocesdeque
susurros se extendió
intentaban discernirporcuál
la sala y resonó
de ellos podríacontra el techo
haberse visto
atrapado por Hazel, engañado y atraído involuntariamente a su cama.
—Mi hijo hablará. —La profunda voz de un hombre emergió entre el
parloteo.
El padre de Owen apareció en el fondo del juzgado, y caminando detrás de
él, con la cabeza baja, estaba Owen.
—Mi hijo estuvo con ella.
e lla. Él ha visto las marcas que ella esconde.
El aire del interior de la sala se condensó, las paredes húmedas se
endurecieron. El pinzón
callado. Ni siquiera amarillo
crujieron atrapado del
las maderas entre
pisolasmientras
vigas del
el techo
padre se
de quedó
Owen
llevaba a su hijo hasta el frente del tribunal. Parecía que Hazel Swan se iba a
desmayar, el color desapareció por completo de su piel. No por temor a lo que le
sucedería a ella, sino a Owen.
—¡Confiésalo todo! —rugió su padre.
Owen permaneció quieto, el rostro de piedra, los ojos clavados en Hazel. Se
negaba a hablar.
El padre fue derecho hacia donde estaban sentadas las hermanas, una al lado
de la otra, las manos atadas por una soga. Sacó un gran cuchillo de la funda que
tenía en la cintura y lo colocó en la garganta de Hazel, la hoja apoyada contra su
piel de porcelana. Su respiración se detuvo; sus ojos temblaron pero no se

apartaron de la mirada de Owen.


—¡No! —gritó el joven mientras se dirigía hacia Hazel. Dos hombres lo
cogieron de los brazos y lo retuvieron en el lugar.

—Dinos
cubren lo que
el cuerpo vistemuchacha.
de esta —ordenó su padre—. Háblanos de las marcas que
—No hay marcas —exclamó Owen.
—El hechizo que te ha lanzado te ha vuelto débil. Ahora habla, o le cortaré
la garganta y tú la verás desangrarse aquí, delante de todos. Una muerte
dolorosa, te lo aseguro.
—La van a matar de todas maneras —señaló
—s eñaló su hijo—. Si hablo, la acusarán
de ser una bruja.
—Entonces, ¿sí has visto algo? —preguntó el anciano medio ciego.
Los que se encontraban aquel día en la sala dirían más tarde que fue como si
Hazel estuviera lanzándole un hechizo delante de todos, por la forma en que
miraba a Owen, obligando a sus labios a mantenerse cerrados. Pero otros, los
pocos que habían conocido el verdadero amor, vieron otra cosa: la expresión de
dos personas cuyo amor estaba a punto de destruirlos. No era brujería lo que
había en los ojos de Hazel: era su corazón partiéndose en dos.
Y luego habló Hazel, unas pocas palabras suaves que sonaron casi como
lágrimas cayendo por sus mejillas:
—No te preocupes. Habla.

—No —respondió Owen, todavía inmóvil entre los dos hombres, los brazos
tensos entre las manos que lo sujetaban.
—Por favor —susurró ella, porque temía que lo castigaran por protegerla.
Hazel sabía que ya era demasiado tarde; el pueblo había decidido: eran brujas.
Los concejales solo necesitaban que Owen hablara, que confirmara lo que ellos
ya creían. Solo tenía que mencionarles una sola marca; cualquier imperfección
de la piel bastaría.
Los ojos de Owen se llenaron de lágrimas y sus labios se abrieron, el aire se
mantuvo tenso durante varias exhalaciones, varios latidos, hasta que profirió:
—Hay una pequeña medialuna en el
e l lado izquierdo de sus costillas.
Una peca perfecta, había dicho una vez contra su piel justo en ese lugar, los
labios revoloteando encima, su aliento erizando su piel. Ella había reído, su voz

había rebotado por los aleros del granero mientras escurría sus dedos por el pelo
de Owen. Muchas veces él había pedido deseos ante esa pequeña medialuna,
silenciosos deseos de que algún día los dos se marcharían de Sparrow, huirían
furtivamente en barco a San Francisco. Una nueva vida lejos de este pueblo.
Quizás si ella
suavemente hubiera
sobre sido
la piel de realmente una bruja,
Hazel se habría el deseo
convertido en de Owen Pero
realidad. murmurado
no fue
así.
Un grito ahogado se extendió por la sala y su padre bajó el cuchillo de la
garganta de Hazel.
—Ahí tenéis —proclamó satisfecho—.
sati sfecho—. La prueba de que ella también es una
bruja.
Hazel sintió que se le caía el alma al suelo. Los murmullos resonaron por el
recinto y el pinzón reanudó su gorjeo.

El anciano medio ciego se aclaró la garganta y habló lo suficientemente


fuerte como para que también escucharan aquellos que estaban fuera, con los
oídos pegados a las puertas del edificio.
—En nuestro pequeño pueblo, el océano que nos trae vida, también habrá
ha brá de
quitarla. Se declara a las hermanas Swan culpables de brujería y se las sentencia
a morir ahogadas. Lo cual se llevará a cabo a las tres horas de esta misma tarde,
el día del solsticio de verano. Un día auspicioso para tener la seguridad de que
sus malvadas almas se extinguirán para siempre.
—¡No! —gritó Aurora.

paraPero Marguerite
maldecir apretó
a quien los labiosacon
se atreviera fuerza,Hazel
mirarla. su fría mirada eracallada,
permaneció suficiente
no
porque no estuviese asustada, sino porque no podía apartar los ojos de Owen.
Podía ver su remordimiento, su culpa, y eso la desgarraba.
Pero él no la condenó: ella y sus hermanas estaban destinadas a morir desde
el día en que llegaron al pueblo.
Los hombres sujetaron a las tres hermanas antes de que Hazel pudiera
susurrar una palabra a Owen. Después las condujeron a una habitación trasera,
donde cinco mujeres las desnudaron, verificaron las marcas que las habían
condenado, y luego les colocaron vestidos blancos para purificar sus almas y
garantizar su muerte eterna y absoluta.
Pero su muerte no fue precisamente absoluta.

La cabaña se sacude con el viento y me despierto, buscando aferrarme a algo


que no existe. He estado soñando con el mar, con el peso de las piedras que me
empujaban hacia abajo, el agua tan fría que primero tosí, pero después ya no
pude defenderme cuando entró en mis pulmones. Una muerte solitaria y
desoladora. Mis hermanas separadas de mí apenas por centímetros mientras
todas nos hundíamos velozmente hacia el fondo del puerto.

Me froto los ojos para aplastar el recuerdo y el sueño.


Es temprano, la luz del exterior de la cabaña es todavía una acuarela de
grises y Bo está atizando el fuego.
—¿Qué hora es? —pregunt
—pregunto,
o, girando desde el lugar en que me encuentro en
el suelo, donde conseguí quedarme dormida. Ya ha agregado varios leños al
fuego, y el calor quema mis mejillas y produce un hormigueo en mis labios.
—Temprano.
—Temprano. Un poco más de las
la s seis.
Hoy es el solsticio de verano. Hoy, a medianoche, cambiará todo.
Bo no ha tenido éxito en la búsqueda de una manera de matar a las hermanas
Swan sin matar también a los cuerpos donde residimos. No hay nada en ninguno
de los libros. Pero yo sabía que eso pasaría.
Y sé lo que está pensando mientras observa la chimenea: hoy vengará la
muerte de su hermano, aun cuando implique matar a una chica inocente. No
permitirá que Aurora continúe matando, acabará con su vida.
Pero yo también he tomado una decisión. Esta noche, no me meteré en el
agua; no regresaré al mar. Lucharé para conservar este cuerpo. Quiero seguir
siendo Penny Talbot, aun cuando eso implique que ella ya no pueda existir. Aun
cuando parezca imposible —doloroso, grave y aterrador—, tengo que intentarlo.
Todos los veranos, mis hermanas y yo recibimos solamente unas pocas y
cortas semanas de vida dentro de los cuerpos que robamos, y cada día y cada
hora se vuelven preciosos y fugaces. Por eso tenemos la costumbre de

permanecer dentro de nuestros cuerpos hasta los últimos segundos antes de la


medianoche del solsticio de verano. Queremos sentir hasta el último instante
fuera del agua: inhalar las últimas bocanadas de aire; alzar la vista al cielo,
oscuro, gris e infinito; tocar la tierra que pisamos y disfrutar la sensación de estar
vivas.
Aun cuando el llamado del puerto comienza a latir detrás de nuestros ojos,
atrayéndonos hacia sus frías profundidades, nos resistimos hasta que se vuelve
insoportable. Nos aferramos a esos segundos finales todo el tiempo que
podemos.
Y ha habido veranos anteriores en que llevamos esta costumbre demasiado
lejos, esperamos demasiado tiempo para regresar al mar. A cada una de nosotras
nos sucedió al menos una vez.
En esos momentos, en esos segundos después de medianoche, un agudo
fogonazo de dolor nos arrasa la cabeza.
Pero el dolor no es lo único que sentimos; hay algo más: una presión. Como
si nos metieran a la fuerza en una densa oscuridad, en las sombras más
profundas del cuerpo que habitamos. Cuando me sucedió, hace muchos años,
pude sentir cómo la chica salía hacia la superficie y me aplastaba. Estábamos
intercambiando lugares. Donde ella había estado —escondida, asfixiada y
reprimida dentro del cuerpo—, ahora yo me hundía dentro de ese mismo lugar.
En el momento en que regresé al mar y me liberé de la piel de la joven, el alivio
fue inmediato. Juré que nunca más dejaría tan poco margen de tiempo. Nunca
más me arriesgaría a quedar atrapada dentro de un cuerpo después de
medianoche.
Pero este año, en este solsticio de verano, voy a intentarlo. Tal vez pueda
conseguirlo. Resistir el dolor y la fuerza trituradora que me empuja hacia abajo.
Tal vez ahora sea más fuerte, hasta más digna. Tal vez este año sea diferente. No
le arrebaté la vida a ningún chico… quizás la maldición me libere y me permita
hacerlo.
Al igual que en los libros que he leído, de sirenas y selkies que encontraron
la manera de ser humanas y permanecer fuera del agua, yo intentaré permanecer
en este cuerpo.
A pesar de que Penny quede asfixiada eternamente, estoy dispuesta a ser
egoísta para conseguirlo.
—Debo ir al pueblo —comento,
—coment o, la voz ronca. Anoche, ssentada
entada junto al roble,

he descubierto que, si verdaderamente quiero tener una vida con Bo, si lo amo,
entonces tengo que soltar la única cosa a la que me he estado aferrando.
—¿Para qué? —pregunta.

—Tengo algo que hacer.


—Tengo
—No puedes ir sola. Es muy peligroso.
Estiro hacia abajo la camiseta azul que envolvía mi cuerpo mientras dormía,
dando vueltas a ratos mientras me defendía de mis pesadillas.
—Es algo que tengo que hacer sola. —Me pongo rápidamente la sudadera
gris oscuro que he utilizado como almohada y me levanto casi sin pensar.
—¿Qué pasaría si te ve alguno de esos tipos, Davis o Lon? Seguramente te
preguntarían por Gigi.
—No pasará nada —respondo—. Y alguien tiene que quedarse aquí, para
vigilar a Gigi. —Él sabe que tengo razón, pero el verde de sus ojos se instala
sobre mí como si tratara de retenerme con la mirada—. Prométeme que no te
acercarás a ella mientras yo no esté.
—El tiempo se está acabando —me recuerda.
—Lo sé. No tardaré mucho. Pero no hagas nada hasta que yo regrese.
Asiente. Pero es un gesto débil y evasivo. Cuanto más tiempo permanezca
fuera de la isla, mayor será el riesgo de que ocurra algo malo: que Bo mate a
Gigi; que Gigi seduzca a Bo, que lo haga meterse en el mar y lo ahogue. En
cualquiera de los dos casos, alguien morirá.
Salgo de la cabaña y cierro la puerta. Y entonces aparece otro pensamiento,
un miedo nuevo crece dentro de mis entrañas: ¿qué pasaría si Gigi le cuenta a Bo
quién soy yo realmente? ¿Él le creería? Es dudoso. Pero podría deslizar una
sombra de sospecha dentro de su mente. Tengo que darme prisa. Y espero que no
suceda nada antes de mi regreso.

El puerto está atestado de gente, botes de pesca y lanchas turísticas circulan


lentamente más allá del faro. Las nubes son bajas y densas, están tan cerca que
siento que podría estirarme y tocarlas, hacerlas girar con la yema del dedo. Pero
no cae lluvia de sus barrigas hinchadas. Está esperando. Igual que todos están
esperando que aparezca el próximo ahogado: el último de la temporada. Pero yo

soy la única hermana a la que todavía le falta matar, y me niego a hacer lo que sé
que tanto Aurora como Marguerite quieren que haga: ahogar a Bo.
Nunca ha sucedido antes: un verano en que una de nosotras no haya matado
a nadie. No sé qué pasará, en qué cambiará todo —me cambiará a mí—, si es
que algo cambia.
Ya siento el mar, reclamándome, llamándome para que regrese al agua. La
necesidad de retornar se hará más fuerte a medida que avance el día. Sucede
todos los años, un latido detrás de los ojos, un retortijón en las costillas, que me
atrae de vuelta hacia el puerto, de vuelta al azul profundo adonde pertenezco.
Pero ignoro la sensación.
Los botes a motor pasan las boyas anaranjadas, atraviesan la costa y se
ubican en sus lugares en el muelle.
Sparrow rebosa de turistas. A lo largo del paseo marítimo, los niños corren
con cometas de todos los colores, luchando para hacerlas volar sin brisa; uno
está enganchado en un farol de la calle y una niña pequeña tira del cordel
intentando bajarla. Las gaviotas picotean el hormigón buscando restos de
palomitas de maíz o de algodón de azúcar. La gente pasea delante de las tiendas;
compran caramelos masticables de agua salada por peso; toman fotografías junto
a la costa; saben que el final está cerca. Hoy es el último día; la temporada está a
punto de terminar. Volverán a sus vidas normales, a sus hogares normales en
pueblos normales, donde nunca suceden cosas malas. Pero yo vivo rodeada de
cosas malas y yo soy mala.
Pero ya no quiero serlo más.
Camino en la dirección opuesta a Coppers Beach y al depósito de botes, y
subo hacia Alder Hill, en el extremo sur del pueblo. La misma zona de Sparrow
donde se suponía que debía llevar una botellita de cristal de perfume de mirra y
agua de rosas, el día que conocí a Owen Clement. Nunca hice la entrega.
Los mirlos dan vueltas sobre mi cabeza, sus ojos recorren el suelo,
siguiéndome. Como si supieran a dónde me dirijo.
Alder Hill también es el sitio en donde se encuentra el Cementerio de
Sparrow.
Es un terreno extenso y cubierto de vegetación, rodeado por una valla
metálica parcialmente destruida. Da a la bahía, así que los pescadores enterrados
allí pueden vigilar el mar y proteger al pueblo.

No he estado aquí en mucho tiempo: he evitado este lugar durante el último


siglo, pero encuentro el camino hacia la sepultura fácilmente. Aun después de
todos estos años, mis pies me guían por delante de tumbas cubiertas de flores, de
tumbas cubiertas de musgo y de tumbas desnudas. Es una de las lápidas de
piedra másenantiguas
convertido polvo esdel cementerio.
porque, durante La única siglo,
el primer razónyopor
melaaseguré
cual no se ha
de que la
maleza no la cubriera y que la tierra no la hundiera. Pero después me resultó
muy difícil venir. Me estaba aferrando a alguien a quien nunca volvería a ver.
Era mi pasado. Y la persona en que me había convertido —una asesina— no era
la que él había amado. Yo
Yo era otra.
Es una lápida sencilla, de piedra arenisca redondeada. El nombre y la fecha
que estaban tallados en la roca se desgastaron hace mucho tiempo por la lluvia y
el viento. Pero yo sé lo que decía; lo sé de memoria: OWEN CLEMENT, MURIÓ EN
1823.

Después del día en que su padre nos atrapó en el ático del granero, a Owen
no le permitieron salir de la isla. Intenté verlo, atravesé remando la bahía, le
supliqué a su padre, pero él me obligó a marcharme. Estaba completamente
seguro de que yo había embrujado a su hijo para que me amara. Ningún chico
podía amar a una de las hermanas Swan sin el influjo de algún hechizo o de un
malvado encantamiento.
«Si fuera tan fácil hacer surgir el amor por medio de hechizos, no habría
tantos corazones
estábamos vivas. rotos», recuerdo que Marguerite dijo una vez, cuando
Yo no supe adivinar lo que finalmente ocurrió, lo que tramaba el padre de
Owen. Si lo hubiera sabido, no me habría quedado en Sparrow.
Densas nubes cubrían el pueblo el día en que nos condujeron desde el
uzgado hasta el muelle. Aurora gemía y les gritaba a los hombres mientras nos
obligaban a subir a un bote. Marguerite les escupía maldiciones en sus rostros,
pero yo me quedé quieta, recorriendo la multitud que se había congregado en
busca de Owen. Lo había perdido de vista después de que nos llevaron a un
cuartito oscuro en la parte de atrás del juzgado, nos desnudaron y nos obligaron
a ponernos unos sencillos vestidos blancos. Nuestros vestidos de muerte.
Nos ataron sogas alrededor de las muñecas y de los tobillos. Aurora

continuaba llorando, las lágrimas trazaban surcos por sus mejillas. Y luego, justo
cuando el bote se alejaba del muelle, lo vi.
A Owen.

Necesitaron
hasta el extremotres
delhombres
muelle. para
Perocontenerlo.
el bote ya Gritaba mi nombre
estaba muy mientras
lejos, con corríay
su padre
varios hombres más conduciéndonos hacia la parte más profunda del puerto.
Lo perdí de vista en la niebla baja que se instaló sobre el mar, ahogando todo
sonido y oscureciendo el muelle donde él se encontraba.
Mis hermanas y yo nos sentamos juntas en un banco de madera delante del
bote, los hombros apretados, las manos amarradas sobre el regazo. Prisioneras
conducidas hacia su muerte. Mientras la embarcación se alejaba cada vez más
del muelle, el rocío del mar nos quemaba el rostro. Cerré los ojos y sentí su
fresco bálsamo. Escuché la campana de la boya del puerto sonando a intervalos
prolongados, el viento y las olas casi en calma. Un último momento para respirar
el aire cortante. Mientras los segundos se estiraban, sentí como si pudiera
deslizarme dentro de un sueño y no despertar jamás… como si nada de esto
fuera real. Es raro saber que tu muerte se avecina, te espera, que los dedos de la
muerte ya están intentando atrapar tu alma. Sentí que me alcanzaba, que una
parte de mí ya no estaba ahí.
La embarcación se detuvo, abrí los ojos y vi el cielo. Una gaviota salió
volando de entre las nubes y luego volvió a desaparecer.
Los hombres nos ataron a los tobillos sacos de arpillera llenos de piedras,
que eran probablemente del extremo del pueblo, de los campos rocosos de algún
granjero, donadas para la ocasión, para nuestra muerte. Nos obligaron a
ponernos de pie y luego nos empujaron hacia el borde del bote. Marguerite
observó a uno de los muchachos más jóvenes, arañándolo con la mirada, como si
fuera capaz de convencerlo de que nos liberara. Pero ya no había salvación para
nosotras. Finalmente, íbamos a recibir nuestro castigo: adulterio, lujuria y hasta
el verdadero amor encontrarían su expiación en el fondo del mar.
Tomé una bocanada de aire, preparándome para lo que vendría a
continuación, cuando divisé la proa de otra embarcación abriéndose paso a
través de la niebla.
—¿Qué
espaldas. Erarayos es pequeño,
un bote eso? —escuché
los remosque decía uno
se movían de los por
velozmente hombres a mis
el agua.
Aurora se dio la vuelta y me miró: ella se dio cuenta de quién era antes que

yo.
Ha robado un bote.
Un segundo después, sentí el rápido empujón de dos manos contra mi
espalda.
El agua se astilló alrededor de mi cuerpo como si fueran cuchillos y cortó el
aire de mis pulmones. La muerte no es un fuego, la muerte es un frío tan feroz
que parece que te quitará la piel de los huesos. Me hundí rápidamente. A mi
lado, mis hermanas se desplomaron con la misma ligereza a través del agua
turbia.
Pensé que la muerte me llevaría rápido, en un segundo, tal vez dos, pero
después hubo un movimiento encima de mí: una explosión de burbujas y una
mano rodeándome la cintura.
Abrí los ojos e intenté ver en la oscuridad, salpicada de trozos de caracolas,
arena y algas. Una bruma nos separaba. Pero él estaba ahí… Owen.
Me sujetó los brazos y comenzó a tirar de mí hacia arriba, hacia la superficie,
luchando contra el frío y el peso de las piedras alrededor de mis pies. Sus piernas
se movían furiosamente mientras las mías colgaban flojas, atadas. La cara tensa,
los ojos muy abiertos. Estaba desesperado, tratando de salvarme antes de que el
agua entrara en la garganta y a los pulmones. Pero las piedras de los tobillos eran
muy pesadas. Sus dedos forcejeaban con las cuerdas, pero estaban muy tensas,
los nudos muy firmes.
Nuestros ojos se encontraron, separados por escasos centímetros, mientras
nos hundíamos
cabeza hacia elrogándole
frenéticamente, fondo del que
puerto. Él nopor
se diera podía hacer que
vencido, nada.meSacudí la
soltara.
Intenté apartar sus manos de mí, pero se negaba a dejarme. Estaba cayendo muy
profundamente, muy lejos. No tendría aire suficiente para poder llegar a la
superficie. Pero me atrajo contra él y apoyó sus labios helados contra los míos en
un beso. Cerré los ojos y lo sentí apretado contra mí. Es lo último que recuerdo
antes de tomar aire y que el agua inundara mi garganta.
Él nunca me soltó. Incluso cuando ya era demasiado tarde. Incluso cuando
sabía que no podía salvarme.
Ese día, los dos perdimos la vida en el puerto.
El verano siguiente, cuando regresé al pueblo por primera vez, escondida en
el cuerpo de una lugareña, subí la pendiente empinada hasta el Cementerio de

Sparrow y me detuve en el acantilado, sobre su tumba. Nadie sabía quién era yo


realmente: Hazel Swan, que venía a ver al muchacho que amó y que ahora
estaba sepultado bajo la tierra.
El día en que ambos nos ahogamos, su cuerpo finalmente salió a la superficie
y su padre se vio obligado a sacar del mar a su único hijo. Un destino que él
había puesto en movimiento.
La culpa ardió en mis venas al contemplar su tumba recientemente cavada.
Su vida había concluido por mi culpa. Y esa culpa pronto se convirtió en odio
por el pueblo. Todos estos años, mis hermanas buscaron vengarse por su propia
muerte, pero yo buscaba venganza por la muerte de Owen.
Él se sacrificó al intentar salvarme, tal vez porque sintió que me había
traicionado: por el juicio, por confesar que había visto la marca de una bruja en
mi piel. Él creyó que había provocado mi muerte.
Pero yo provoqué la suya.
Yo debería haber muerto ese día… debería haberme ahogado. Pero no fue
así. Y nunca me perdoné por lo que le sucedió. Por la vida que nunca pudimos
tener.

Me arrodillo junto a la tumba y, con la palma de la mano, quito las hojas y la


suciedad.

Hace«Lo
unossiento», comienzo
doscientos a decir,
años que se fuepero luegoleme
y nunca dijedetengo. No esSolo
adiós. Nunca. suficiente.
ahora.
Bajo la cabeza, sin saber si las palabras alguna vez parecerán suficientes.
«Nunca he querido vivir tanto tiempo», murmuro. «Siempre había esperado que
el mar habría de llevarme algún día. O que la vejez me sepultaría en la tierra
unto a ti». Trago una profunda bocanada de aire. «Pero las cosas cambiaron, yo
cambié». —Alzo la cabeza y miro el mar, una vista perfecta del puerto, la bahía
y Lumiere Island, donde Bo espera—. «Creo que lo amo», confieso. «Pero tal
vez sea demasiado tarde. Tal vez yo no lo merezca a él ni merezca una vida
normal después de todo lo que he hecho, todas las vidas que he arrebatado. Él no
sabe quién soy realmente. Así que tal vez lo que siento por él sea también una
mentira». —El viento acaricia mis mejillas y una leve llovizna se extiende sobre
el cementerio. Confesar todo esto ante la tumba de Owen es como una
penitencia, como si le debiera esto. «Pero tengo que intentarlo», agrego. «Tengo

que saber si amarlo a él es suficiente para que nos salvemos los dos».
Paso la mano por el frente de la lápida, donde alguna vez estuvo su nombre y
ahora es tan solo una superficie lisa. Una tumba sin nombre. Cierro los ojos, las
lágrimas caen al mismo ritmo lento y mesurado de las gotas de lluvia.
Tal vez sí morí ese día. Hazel Swan, la chica que alguna vez fui, ya no está.
Su vida concluyó el mismo día que la de Owen. Mi voz tiembla mientras escapa
la última palabra, se la digo tanto a él como a mí:
«Adiós».
Me levanto antes de que mis piernas estén demasiado débiles como para
soportarme, y abandono el cementerio, sabiendo que nunca más volveré. La
persona a la que amé ya no está.
Pero no perderé a la que quiero ahora.
Los recuerdos pueden instalarse en un lugar: la niebla que permanece mucho
tiempo más, cuando ya debería haber volado hacia el mar, voces del pasado que
se arraigan en los cimientos de un pueblo, susurros y acusaciones que crecen en
el musgo de las aceras y trepan por las paredes de las casas viejas.
Este pueblo, este pequeño racimo de casas, tiendas y botes anclados a la
costa, nunca escapó de su pasado: lo que hizo doscientos años atrás. Los
fantasmas no seSin
lugar con vida. hanél,ido.
estePero a veces,
pueblo frágil elprobablemente
pasado es lo habría
único que mantiene hace
desaparecido a un
mucho tiempo debajo de la marea, hundido en el puerto, derrotado. Pero
subsiste, porque debe hacerlo. La penitencia es larga y despiadada. Es resistente,
porque sin ella, el pasado quedaría en el olvido.
Me detengo frente al viejo edificio de piedra situado en una esquina que da al
mar. La lluvia tamborilea en mi frente y en mis hombros. El cartel que está
encima de la puerta dice: PASTELES OLVIDADIZOS DE A LBA . Pero antes no existía.
Un cartel con letras cursivas, negras y redondas, pintado por Aurora, alguna vez
colgó a través de la acera, repiqueteando con la brisa de la tarde. Esta fue alguna
vez la Perfumería
veranos Swan.muerte,
desde nuestra Aunque vi pasé frente a ella
innumerables miles de
negocios veces durante
ocuparla, y hasta los
la
contemplé consternada durante un período de quince años en que quedó
abandonada y derruida antes de ser restaurada, a veces, como hoy, aún me
asombra que haya resistido tanto tiempo… igual que nosotras.
Una mujer sale por la puerta de cristal, las botas de lluvia chapotean por un
charquito mientras se dirige hacia su camioneta roja con una caja rosada en sus
manos, seguramente llena de diminutos pastelitos glaseados con los cuales
pretende eliminar algún recuerdo atrapado en su mente.
Yo he pasado casi todos los días dentro de esa tienda elaborando nuevas
fragancias
estallando hechas de flores
de aromas que noy hierbas
se iban raras, el cabello,
fácilmente. los dedos
Los aceites y la piel siempre
empapaban todo lo
que tocaban. Marguerite era la vendedora y lo hacía muy bien, vender era innato

en ella. Aurora llevaba los libros; pagaba las cuentas y calculaba las ganancias
desde un escritorio de madera pequeño y tambaleante, detrás del mostrador. Y yo
era la perfumista, que trabajaba en un cuarto trasero sin ventanas que debería
haber sido un almacén: un lugar para escobas y baldes metálicos. Pero yo amaba
mi trabajo. Y por la noche, mis hermanas y yo compartíamos una casita
minúscula detrás de la tienda.
—Ni siquiera parece ser el mismo lugar —exclama una voz y me
estremezco. Olivia Greene se encuentra a mi lado, un paraguas negro encima de
la cabeza para proteger su cabello lacio y grisáceo de la lluvia. Mis ojos
atraviesan su piel clara hasta llegar a Marguerite.
—Las ventanas son las mismas
mi smas —comento, volviendo la vista al edificio.
edifici o.
—Son imitaciones —señala, su voz más sombría de lo habitual—. Todo lo
que había antes ya no está.
—Igual que nosotras.
—Nada que viva tanto tiempo
tiem po puede permanecer igual.
—Nada debería vivir tanto tiempo —remarco.
—Pero nosotras lo hemos hecho —agrega, como si fuera un logro del cual
deberíamos estar orgullosas.
—Tal
—Tal vez doscientos años sea suficiente.
Exhala una rápida bocanada de aire por la nariz.
—¿Quieres renunciar a la vida eterna?
—No es eterna —respondo. Marguerite y yo nunca consideramos nuestro
encarcelamiento de la misma manera. Ella lo ve como un rasgo de buena
fortuna, una mano de buena suerte en las cartas, el hecho de que podamos vivir
durante siglos, tal vez indefinidamente. Pero ella no perdió nada el día que nos
ahogaron. Yo sí. Ella no estaba enamorada de un chico que la amaba, no sentía
amor real como el que teníamos Owen y yo. Cada año que pasábamos debajo de
las olas, cada verano en que subíamos otra vez para consumar nuestra venganza
llevándonos a los chicos de Sparrow y adueñándonos de ellos, perdimos una
parte de lo que alguna vez fuimos. Perdimos nuestra humanidad. Yo observé
cómo crecía la crueldad de mis hermanas, se refinaba su habilidad para matar,
hasta que ya me resultaron casi irreconocibles.
Mi maldad también creció, pero no hasta un punto del que no pudiera

regresar. Porque había un hilo que me unía a quien yo solía ser: ese hilo era
Owen. El recuerdo de él evitó que desapareciera por completo en la oscuridad. Y
ahora ese hilo me ata a Bo. Al mundo real, al presente.
—Pasamos la mayor parte de nuestras vidas atrapadas en el mar —digo—.
En medio del frío, la oscuridad y la tristeza. Eso no es una vida real.
—Yoo me abstraigo —comenta apresuradamente en tono de reproche—. Tú
—Y
también deberías hacerlo. Es mejor dormir, dejar que tu mente vague sin rumbo
hasta que llegue el verano.
—No es tan fácil para mí.
—Tú siempre te complicaste
compli caste las cosas.
—¿Qué quieres decir?
—La relación que tienes con ese chico, Bo. Estás demorando lo inevitable.
Mátalo y acaba de una vez.
—No. —Me vuelvo hacia ella, una sombra se ha instalado sobre su rostro
debajo del paraguas en forma de cúpula—. Sé que has intentado atraerlo hacia el
puerto.
Sus ojos brillan, como disfrutando del recuerdo de haber estado a punto de
ahogar al chico que yo quiero.
—Solo quería ayudarte a terminar lo que comenzaste. Si te gusta tanto,
entonces llévalo al mar y lo tendrás para toda la eternidad.
—No lo quiero de esa manera. No qu
quiero
iero que su alm
almaa esté atrapada allí abajo
como la nuestra.
—Entonces, ¿cómo lo quieres?
—Real. Aquí… en la tierra.
tier ra.
Se echa a reír a carcajadas y un hombre y una mujer que pasan caminando se
vuelven para mirarla.
—Eso es absurdo e imposible.
imposi ble. Esta es la última
últi ma noche para hacerlo tuyo.
Sacudo la cabeza.
No lo haré. No soy como tú espeto.
—Tú eres exactamente igual que yo. Somos hermanas. Y eres tan despiadada
como yo.

—No, estás equivocada.


—¿Te has olvidado de Owen? ¿Cómo te traicionó? Tal vez si no hubiera
—¿Te
mencionado la marca de tu piel, no te habrían declarado culpable y no te habrías
ahogado con nosotras. Podrías haber llevado una vida normal. Pero no. —Tuerce
las comisuras de los labios, una loba mostrando los dientes—. No se puede
confiar en los hombres. Siempre harán todo lo que puedan para salvarse. Son
ellos los crueles y no nosotras.
—Owen no fue cruel —comento bruscamente—. Tenía que hablarles sobre
la marca.
—¿En serio?
Reprimo la ira que se acumula en mi garganta.
—Si no lo hubiera hecho, habrían creído que era uno de nosotros, que nos

ayudaba. Lo habrían matado.


—Y,, sin embargo, murió de todas maneras. —Una de sus cejas se arquea
—Y
hacia arriba.
No puedo permanecer aquí escuchando a Marguerite. Ella nunca ha conocido
el amor de verdad. Sus amoríos con los hombres cuando estábamos vivas
siempre giraban en torno a ella: la atención, la persecución, la satisfacción de
ganar algo que, para empezar, no era de ella.
—Ese día, Owen intentó salvarme
salv arme y perdió la vida. Él me quería —le explico
expli co
—. Y Bo me quiere ahora. Pero sería
serí a imposible
im posible que tú entendieras lo que es es
esoo
porque eres incapaz de amar.
Me alejo de ella y echo a andar por la acera.
—¿Te has enterado? —me grita—. Nuestra querida hermana Aurora ha
—¿Te
salido de su prisión en el almacén de botes. Parece que, después de todo, alguien
decidió que era inocente.
Le lanzo una mirada por encima del hombro.
—No es inocente —afirmo. Marguerite se retuerce dentro del cuerpo de
Olivia—. Ninguna de nosotras lo es.
El muelle está resbaladizo por la lluvia. Las olas golpean contra la costa a

intervalos regulares, un ballet coreografiado por el viento y la marea. Subo al


bote y enciendo el motor. Unos pocos rayos de sol persistentes se cuelan a través
de las nubes, derramando luz sobre la proa de la embarcación.
Esta noche, el festejo del solsticio de verano se realizará en Coppers Beach,
y marcará el final de la temporada Swan. Pero yo no estaré allí. Permaneceré en
la isla con Bo. Permaneceré en este cuerpo: lucharé por él cueste lo que cueste,
sin importar lo doloroso que sea.
Sin embargo, tengo la aguda y preocupante sensación de que algo malo se
está agitando en esas aguas, en esta inminente tormenta, y ninguno de nosotros
será el mismo después de esta noche.
El barco
El Lady Astor, un barco mercante de 290 toneladas de la Compañía de
Pieles del Pacífico, zarpó de la ciudad de Nueva York en noviembre de 1821 en
su viaje de cinco meses por el Cabo de Hornos y la costa oeste de Estados
Unidos hasta Sparrow, Oregón.
Transportaba mayormente suministros y granos para entregar a lo largo de la
accidentada costa oeste, pero también llevaba veinticuatro pasajeros: aquellos lo
suficientemente valientes
naturaleza de Oregón, como
donde paraparte
buena aventurarse hacia todavía
de las tierras el oeste,eran
en vírgenes
la salvajey
peligrosas. A bordo del barco, había tres hermanas: Marguerite, Aurora y Hazel.
A los cuatro meses de viaje, ya se habían encontrado más que nada con
tormentas, mares oscuros y noches sin dormir, en las que el buque se mecía tan
violentamente que casi todas las personas a bordo, incluyendo la tripulación,
sufrieron mareos. Pero las hermanas no se agarraron el estómago y lanzaron por
la borda; no se taparon los ojos con las manos y le rogaron al mar agitado que
cesara de moverse. Habían llevado hierbas para calmar sus estómagos revueltos
y bálsamos para frotarse las sienes. Y todas las noches recorrían la cubierta, a

pesar que,
tierra de latarde
lluvia y el viento,
o temprano, paradeobservar
habría aparecer elenPacífico, anhelando divisar la
el horizonte.
—Solo falta un mes —anunció Aurora una de esas noches mientras las tres
hermanas se encontraban en la proa del barco, apoyadas contra la baranda, las
estrellas girando brillantes encima de ellas, en un cielo claro e infinito—.
¿Pensáis que será como lo imaginamos? —preguntó.
—Yo no creo que importe cómo es, porque será nuestro —reflexionó Hazel
—Yo
—. Un pueblo nuevo y una vida nueva.
Siempre habían anhelado dejar la vida agitada de Nueva York, dejar atrás el
recuerdo constante de su desalmada madre para comenzar de nuevo en una tierra
tan lejana, que podría haber sido la luna. El oeste, un lugar del que se
escuchaban rumores de que era primitivo y brutal. Pero eso era exactamente lo
que querían: un territorio tan desconocido que sus corazones latían con fuerza y

sus mentes giraban llenas de miedo y emoción.


—Podemos ser quienes queramos —exclamó Marguerite, el cabello oscuro e
indómito desbordando las hebillas y cayendo como una catarata por la espalda.

sacóAurora sonrió,
la lengua para sintió
sentir el
el viento salado
sabor del en las
océano, mejillas yun
imaginando cerró los ojos.
perfume que Hazel
oliera
igual que el mar abierto: fresco y limpio.
—Y pase lo que pase —agregó Marguerite—, nunca nos separaremos. Las
tres estaremos siempre juntas.
Las hermanas se inclinaron sobre la barandilla, instando al barco a seguir
adelante mientras se adentraba en la noche, a través de vendavales, fuertes
corrientes y vientos adversos, perseguidas por la luna. Ellas vieron algo en la
vastedad del mar, en la oscuridad, mientras el buque atravesaba como una lanza
el Pacífico: la promesa de algo mejor.
No conocían su destino.
Pero tal vez no habría importado que lo conocieran. Habrían ido de todas
maneras. Tenían que verla, pisar una tierra rica, oscura y toda de ellas. Habían
vivido sin ataduras desde el nacimiento, valientes, intrépidas y salvajes, igual
que esa tierra desconocida e infinita.
No habrían cambiado de rumbo aunque hubieran sabido lo que les esperaba.
Tenían que ir. Era su lugar en el mundo: Sparrow.
Se han formado charcos en el suelo excesivamente mojado y mis pies
golpean contra las tablas de madera retorcidas y arqueadas de la pasarela. Me
dirijo deprisa a la casa principal y me quito las botas con esfuerzo.
Me siento inquieta después de estar con Marguerite, después de regresar del
cementerio, consciente de lo que estoy a punto de hacer. Tengo que calmar mis
nervios antes de ir a la cabaña de Bo.
Camino descalza de un lado a otro por la cocina, entrelazando las manos
nerviosamente. Siento un martilleo dentro de la cabeza, un crujido como si el
cuerpo de Penny ya estuviera intentando liberarse de mí, intentando recobrar el
control. Y hay otra sensación que crece en mi interior: como si tiraran de un hilo
que se encuentra justo en el medio de mi pecho. Ya ha comenzado el lacerante
hormigueo debajo de las uñas, el deseo serpenteando por mi espalda: el mar me
está llamando. Quiere que regrese. Me hace señas; me ruega.
Pero no voy a regresar, ni esta noche ni nunca.
Suena el teléfono de la pared, haciendo crujir los huesos de cada uno de mis

miembros.
Contesto sin siquiera reparar en el movimiento.
—¡Están yendo hacia allí! —chilla Rose desde el otro
ot ro extremo de la línea
línea..
—¿Quiénes? —Mi mente recobra
recobr a la nitidez precipitadamente.
precipita damente.
—Todos… todos están yendo hacia la isla. —La voz aterrada, a punto de
—Todos…
romperse—. Olivia, Davis, Lon y todos los que recibieron el mensaje de texto.
—¿Qué mensaje?
—Olivia dijo
di jo que, este año, la fiesta
fi esta del solsticio de verano se realizará
reali zará en la
isla. Le ha enviado
las palabras: las esesel se
mensaje a todoen
transforman el zetas.
mundo. —Rose
Una vieja está alteradaque
costumbre y arrastra
retorna
sigilosamente.

—Mierda. —Mis ojos se lanzan frenéticamente por la cocina, sin detenerse


en nada. ¿Por qué haría Olivia algo así? ¿Qué puede ganar trayendo a todos a la
isla… y arriesgándose a que encuentren a Gigi?
—No podemos permitir que encuentren a Gigi —exclama Rose, haciéndose
eco de mis pensamientos.
—Yaa lo sé.
—Y
—Voy
—Voy a la isla ya mismo.
m ismo. Heath me llevará.
—De acuerdo. —Y corta la llamada.
Sostengo el auricular en la mano, apretándolo con fuerza hasta que los
nudillos se ponen blancos.

Escucho que la puerta se cierra de un golpe y casi dejo caer el teléfono. Oigo
el sonido de pasos que se arrastran lentamente por el piso de madera, y luego mi
madre aparece en la puerta de la cocina, la bata floja sobre el pijama gris oscuro,
el cinturón deslizándose por el suelo detrás de ella.
—Viene gente —anuncia, el pulgar y el índice derechos golpeteando al
—Viene
costado del cuerpo—. Vienen todos.
—Sí, vienen —concuerdo.
—Subiré a mi habitación
habitaci ón hasta que todo termine —comenta sin mirarme.
—Lo siento… —le digo, porque no hay mucho que explicar.
Recuerdos de mi verdadera madre —Fiona Swan— me atraviesan en forma
de estremecimiento, como una rápida explosión de imágenes. Era hermosa pero
malvada. Fascinante, astuta y pérfida. Revoloteaba por Nueva York a principios
de 1800 con una atracción contagiosa que los hombres no podían resistir. Los
utilizaba para conseguir dinero, estatus y poder. Mis hermanas y yo nacimos de
tres padres distintos, a los que nunca conocimos. Y cuando yo tenía solo nueve
años, nos abandonó por un hombre que prometió llevársela de inmediato a París:
la ciudad que ella siempre había imaginado que alguna vez sería su hogar. Donde
la adorarían. No sé qué le ocurrió después: si realmente cruzó el Atlántico y
llegó
vividoa elFrancia,
tiempocuándo murió
suficiente o sipara
como tuvoolvidarnos
más hijos.deMis
ellahermanas y yo hemos
casi por completo. Y
cierro los ojos brevemente para aplastar sus recuerdos.

La madre de Penny se detiene en la puerta, los dedos de su mano izquierda


tiemblan mientras sujeta con fuerza el cuello de la bata. Su voz brota trémula
pero precisa, un punzante puñado de palabras que han estado alojadas demasiado
tiempo dentro de su pecho.
—Sé que tú no eres mi Penny.
Penny.
Mis ojos se desvían abruptamente hacia los de ella, como si hubiera recibido
un disparo en las rodillas.
—¿Qué has dicho?
—Siempre lo he sabido.
Intento aclararme la garganta, pero no consigo hacerlo; todo mi cuerpo está
seco y petrificado.
—Yo…
—Yo… —comienzo a decir, pero no sale nada más.
m ás.
—Es mi hija —agrega,
—agre ga, su voz retoma
retom a un ritmo distante, que flaquea ante las
lágrimas que amenazan con caer—. Reconocí el momento exacto en que se
transformó en otra cosa… en que se transformó en ti.
tiempo. Se me hace difícil respirar.
Ella lo ha sabido todo este tiempo.
Pero claro que tenía que saberlo. Es su talento… su don. Siempre ha sentido
la presencia de gente en la isla —extraños que aparecen sin avisar—, así que
tiene que haber presentido mi llegada. Sin embargo, me permitió fingir que era
su hija, vivir con ella en esta isla, sabiendo que, a finales de junio,
inmediatamente después del solsticio de verano, me marcharía.
—Ella es lo único que tengo. —Alza sus ojos
oj os azul verdosos que se clavan en
los míos, con más lucidez que nunca, como si acabara de despertar de un sueño
de mil años—. Por favor, no me la quites.
Debe presentir que no tengo intenciones de marcharme. Que planeo robar
este cuerpo permanentemente y convertirlo en el mío propio. No volveré a
meterme en el mar.
—No puedo prometértelo —le respondo sinceramente mientras una nube de
culpa crece en mi interior. Ella ha sido lo más parecido que he tenido nunca a
una verdadera madre… aun con su locura. Y tal vez sea una tontería sentir eso,
hasta un acto de desesperación, pero me he permitido pensar que este era mi
hogar, mi dormitorio el que se encuentra escaleras arriba, mi vida. Y que ella
podría ser mi madre.

Reconozco en ella una parte de mí: la tristeza que nubla sus ojos, la pena que
ha desanudado los cabos sueltos provocando una maraña en el interior de su
mente. Yo podría ser ella. Podría deslizarme lentamente en la locura y dejar que
se adueñe de mí como ha hecho ella. Transformarme en una sombra.
Ella y yo somos iguales. Ambas perdimos a personas que amábamos. Ambas
fuimos abatidas por este pueblo. Ambas sabemos que el océano quita más de lo
que da.
Desearía poder eliminar su sufrimiento, la pena que se desliza velozmente
detrás de sus ojos. Pero no puedo.
—Lo siento —murmuro—. Siento mucho lo que te ocurrió. Merecías una
vida mejor, muy lejos de aquí. Tarde o temprano, este pueblo destruye a todos.
Como nos destruyó a mis hermanas y a mí. No siempre fuimos así —señalo,
queriendo que comprenda que yo alguna vez fui buena, decente y bondadosa—.
Pero este
merced de lugar destruye
las aguas… los lograremos
nunca corazones escapar
y los arroja al mar. Todos estamos a
de ellas.
Nos quedamos mirándonos, un rayo de luz quebrada cae por la ventana de la
cocina, la verdad se desliza como una fresca brisa de invierno entre nosotras.
—Regresa al agua esta noche —suplica, las lágrimas derramándose por sus
mejillas—. Por favor, devuélvele la vida.
Cruzo los brazos y froto las manos por las mangas del abrigo.
—Pero yo también merezco tener una vida —replico, endureciendo la
mirada.
—Tú ya tuviste una vida. Has tenido la vida más larga que nadie ha tenido.
Por favor.
Le he robado a su hija, a lo único que le quedaba en este mundo —hasta la
cordura la ha abandonado—, pero no puedo renunciar a este cuerpo. Es mi única
oportunidad de tener una vida de verdad. Estoy segura de que puede entenderlo.
Estoy segura de que sabe lo que es estar atrapada, estar dispuesta a hacer
cualquier cosa con tal de escapar, ansiar la normalidad en este pueblo
atormentado y desquiciado. Sentirse finalmente arraigada.
Esta es mi segunda oportunidad y no la voy a dejar escapar.
—Lo lamento —atravieso la cocina, sabiendo que ella no es lo
suficientemente fuerte como para detenerme, corro hacia el pasillo, casi choco
contra una cómoda, y luego cruzo la puerta de la calle.

Me detengo en el porche, deseando que Rose se haya equivocado. Una pared


de nubescargada
amplia, negrasdeselluvia
ha materializado varios kilómetros mar adentro, densa y
y quizás de rayos.
Pero todavía no hay señales de botes que vengan hacia la isla.
Bajo deprisa los escalones de la galería, el corazón golpeando contra las
costillas, y me dirijo hacia la Cabaña del Viejo Pescador, donde Gigi aún está
encerrada. Cuando llego a la puerta, aparto bruscamente la tabla de madera y
entro. Gigi se encuentra junto a la ventana, observando el muelle.
—Viene gente a la isla —anuncio, respirando pesadamente—. La fiesta del
—Viene
solsticio de verano se realizará aquí. Olivia ha invitado a todo el mundo. Tienes

que permanecer aquí dentro y atascar la puerta.


—Primero me encerrabais vosot
vosotros,
ros, ¿y ahora quieres que me encierre yo? Es
una situación muy confusa para una prisionera.
—Si alguno de ellos te
t e encuentra aquí…
—Sí, sí —interrumpe—.
—interrumpe —. Me quieren matar. Y
Yaa lo he entendido.
—Hablo en serio.
Levanta las manos.
—¿Piensas que quiero que me cuelguen, me estrangulen o me maten de un

disparo? Puedes
tranquila, creerme,
como una yo tampoco
buena hermana quiero que me encuentren. Me quedaré
malvada.
Ladeo la cabeza —en este momento, no me resulta graciosa—, pero ella
emite una sonrisa burlona. Entreabro la puerta y dejo entrar una pizca de viento,
que aparta mi pelo oscuro de los hombros. Estoy a punto de salir cuando me
pregunta:
—¿Por qué me estás ayudando?
—Eres mi hermana. —Me trago las palabras, sabiendo que sin importar lo
que Marguerite y ella hayan hecho, siempre serán mis hermanas—. No quiero
que te mueras… al menos no de esta manera.
Cruza los brazos y desvía la vista hacia la ventana.
—Gracias —responde. Y luego, en una voz que me recuerda a Aurora

cuando era más joven, pequeña y dulce, agrega—: ¿Vas a volver antes de
medianoche para dejarme salir?
Asiento y mi mirada se posa en sus fríos ojos azules —como la nieve bajo la
luna—, y, de hermana a hermana, le comunico que no la abandonaré. Y lo único
que espero es poder cumplir la promesa.

Una vez que has experimentado la muerte, vivir ya no es lo mismo.


La diferencia entre el mar oscuro y miserable y los lugares resplandecientes
que están fuera del agua comienza a colmar tu mente, hasta que solo puedes
pensar en subir de cualquier manera a la superficie y atragantarte con profundas
bocanadas de aire. Sentir el sol en las mejillas, la brisa sobre las pestañas y no
asfixiarte nunca más.
Me encamino hacia la cabaña de Bo, abro la puerta y entro. Pero él no está.
Volteo para dirigirme a la puerta cuando una mano se posa en mi hombro.
Me doy vuelta súbitamente y casi le golpeo la cara.
—¿Qué sucede? —pregunta, reconociendo
reconoci endo el pánico en mi ros
rostro.
tro.
—Yaa vienen —respondo.
—Y
—¿Quiénes?
—Olivia y… todos.
—¿Aquí?
—Olivia les ha dicho que la fiesta del solsticio de verano es en la isla. No
creo que falte mucho tiempo para que lleguen. —Bo echa una mirada hacia el
sendero que lleva a la Cabaña del Viejo Pescador—. Ya le he advertido a Gigi
que se encierre desde adentro.
—Si descubren que está aquí, pensarán que la estás protegiendo… que eres
una de ellas —al escucharlo decir eso, sabiendo que él está tan seguro de que yo
no puedo ser una de las hermanas Swan, siento agudos pinchazos que atraviesan
mi corazón. Él me defendería si fuera necesario; probablemente juraría que yo
no soy una de ellas. Y se equivocaría.
—No la encontrarán —le aseguro, pero no tengo motivos para pensar que no
lo harán. Solo espero que permanezca escondida en la cabaña, que no llame la

atención y que no haga ninguna estupidez. Pero es Aurora, y a ella le gusta


correr riesgos… como ahogar a dos chicos en el puerto al mismo tiempo.
—Tenemos
—T enemos que hacerlo ahora —exclama Bo mientras le palpitan las sienes
—. Antes de que lleguen.
Sacudo la cabeza por reflejo y le sujeto el brazo, manteniéndolo en el lugar.
—No.
—Penny, es probable que no tengamos otra oportunidad. Esta noche
—Penny,
regresará al océano; y entonces será demasiado tarde.
—No podemos hacerlo —comento débilmente—. No podemos matarla.
m atarla.
Es mi hermana y aun después de todo lo que ha hecho, no puedo dejar que él
le quite la vida.
—Tenemos que hacerlo. Ella ha ahogado a personas inocentes —remarca,
—Tenemos
como si yo lo hubiera olvidado—. Y continuará haciéndolo a menos que la
detengamos. —Y después el peor crimen, el que lo atormenta y le hace clamar
venganza—. Mi hermano está muerto, Penny. Necesito terminar con esto.
El eco de pisadas rápidas resuena en el aire y los dos nos volvemos al mismo
tiempo. Rose está trepando a la pasarela, Heath unos pocos pasos más atrás.
—Todavía hay tiempo —le susurro a Bo—. Ya pensaremos algo antes de la
—Todavía
medianoche. —Pero es solamente para retrasarlo.
Cuando llega hasta nosotros, Rose está jadeando, las mejillas enrojecidas por
la agitación y el cabello asomándole de la capucha del impermeable, rizos
rojizos pugnando por liberarse.
—Yaa vienen—anuncia, igual que me había advertido por teléfono, pero esta
—Y
vez apunta hacia el agua—. Se están apiñando en los botes, allá en la costa. Y
son muchos.
Heath nos alcanza y saluda a Bo con un rápido movimiento de cabeza. Su
pelo rubio ceniza está pegado en la frente, pero no hace ningún ademán de
apartarlo.
—¿Qué podemos hacer? —pregunta Rose mientras continúa cogiendo aire
entre cada palabra.
—Pase lo que pase, mantener escondida a Gigi y actuar con naturalidad. —
La miro a los ojos—. Y tú no puedes contarle a nadie que la has traído aquí. Si
descubren que eres la responsable, pensarán que eres una de ellas.

Asiente, pero sus labios comienzan a temblar, como si acabara de darse


cuenta de la seriedad de lo que hizo al sacar a Gigi del almacén y traerla aquí.
El sol está bajando suavemente sobre el agua, formando deslumbrantes
franjas de luz que juguetean en el mar agitado, y entonces los diviso: un desfile
de embarcaciones desparramadas por el puerto, abriéndose camino hacia la isla.
Los botes golpean contra el muelle con ruidos sordos y algunos anclan frente
a la costa, echando los cabos hacia el fondo rocoso.
Y luego se escuchan voces. Decenas. Excitadas y agudas mientras caminan
por la pasarela. Muchos de ellos nunca han venido a la isla y hay una sensación
de curiosidad en el aire. Y dirigiendo a la multitud, el cabello negro como el
pelaje del cuervo agitándose en la espalda, se halla Olivia Greene.

Traen botellas de vino y cajones de cerveza baratas robadas de las bodegas


de sus padres. Sin permiso, encienden una fogata delante del viejo invernadero y,
bajo las órdenes de Olivia, se apropian de la estructura de cristal y quitan las
macetas con plantas y las reemplazan con pilas y pilas de cerveza. La música
comienza a retumbar desde dentro, y mientras el sol comienza a desaparecer
bajo el horizonte, un cordel de luces ilumina el interior: lucecitas de Navidad que
alguien ha traído y ha colgado de los aleros. La fogata chisporrotea y crece cada
vez más mientras más y más gente confluye en la isla.
Los observamos desde la cabaña de Bo, manteniéndonos a distancia,
desconfiando de cualquiera que se aleje de la fiesta.
Afortunadamente, la cabaña de Gigi está oculta al norte de la isla, la
construcción más alejada de la casa, del muelle y del invernadero. Alguien
tendría que ir a investigar para toparse con ella. Y mientras Olivia agita los
brazos en el aire, indicándoles a un grupo de chicos dónde colocar varios troncos
que han cogido del cobertizo de la leña, ya no lo soporto más.
—¿Qué haces? —pregunta Bo cuando abro
abr o la puerta de la cabaña.
—Tengo
—Tengo que hablar con Olivia.
Rose se pone de pie.
—Yoo tampoco puedo permanecer aquí dentro. Voy
—Y Voy a ver cómo está Gigi.
Quiero decirle que es mejor que no lo haga, que debería mantenerse lejos, no

desviar la atención de la gente hacia la cabaña de Gigi, pero Heath y ella ya han
cruzado la puerta y caminan deprisa por el sendero hacia la Cabaña del Viejo
Pescador.
Bo me mira y luego sale detrás de mí hacia la fogata.
Olivia nos divisa mientras nos aproximamos y se dirige lentamente hacia
nosotros.
—Bo —exclama con voz cantarina, estirándose para tocarlo, pero le aparto
la mano bruscamente. Se la frota con la otra mano y estira los labios en un gesto
provocador—. Te has vuelto muy protectora, ¿no crees, Penny? —comenta—. Y
quizás también un poco celosa. —Le hace un guiño a Bo, como si estuviera
intentando darme celos de verdad. Pero la mirada de Bo permanece dura y
severa. No la encuentra divertida, no después de lo que le hizo. De hecho, parece
que quisiera asesinarla aquí mismo, delante de todo el mundo.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto.
—Decorando —responde con una inclinación, deslizando un brazo por
encima de la cabeza—. Siempre me ha gustado hacer fiestas… tú lo sabes. —
Claro que lo sé, pero no lo admito.
Detrás de ella, Lola Arthurs y dos de sus amigas están haciendo cubatas en
vasos rojos de plástico sobre una mesa improvisada, hecha con una tabla de
madera apoyada sobre dos macetas vacías. Vierten vodka generosamente en cada
vaso, seguida de un chorro de soda. Han creado un bar completo y la gente se
emborrachará con rapidez.

—¿Por quédeaquí…?
asegurándome ¿Por qué ahas
mirar fijamente traído
través de aOlivia
todos ya llegar
la isla? —leMarguerite,
hasta pregunto,
sus verdaderos ojos no pestañean mientras se posan una y otra vez en Bo. Esta es
la última noche, su última oportunidad. Pero no voy a permitir que se haga con
él.
—Es solo una fiesta —responde con aire de superioridad, sus brillantes ojos
azules resplandecen como si estuviera tentando al destino a que arroje nuestro
secreto estrepitosamente sobre nosotros. Con tanta gente aquí, ¿cómo va a
meterse en el mar sin que nadie se dé cuenta? ¿Cómo puede estar segura de que
no descubrirán a Gigi? Solían encantarte las fiestas. Me guiña el ojo y luego
frunce
verdad,los
quelabios
sepa en un gesto
quién maliciosoNo
soy realmente. y furtivo.
lo va a Ella
decirquiere
en vozque Bosin
alta, descubra la
embargo,
esparcirá indicios moviéndose siempre sobre el filo de la navaja.

—Esto no va a terminar
term inar bien —le susurro a Olivia, mirándola directamente
directa mente a
los ojos y luego penetrando profundamente para concentrar la mirada en el tenue
espejismo de mi hermana, apostado debajo de la piel de Olivia.
—Yaa lo veremos —refuta.
—Y
Un viento se desliza por encima de la isla, impulsando, en apariencia, a un
nuevo grupo de inesperados invitados por la suave pendiente que conduce al
invernadero.
La marea ya estaba alta cuando comenzó la fiesta. Cuando aporrearon
cervezas y el alcohol cayó rápidamente en los estómagos calientes, cuando la
música comenzó a un volumen normal y las conversaciones se mantuvieron sin
hipos ocasionales. Pero cuando la marea empieza a retroceder, la fiesta también.
La gente se tropieza con la fogata y se derrite la goma de la suela de su calzado;
las chicas derraman sus bebidas en los escotes; los chicos vomitan en los pastos
de arena, cerca del muelle. Y Olivia sonríe ampliamente desde su lugar en la
entrada del invernadero, como una reina supervisando una gala realizada en su
honor.
Y al acercarse las diez de la noche, solo dos horas antes de la medianoche,
habrá que tomar decisiones. Asignar sacrificios. Como la Cenicienta, cuando den
las doce toda la magia se desvanecerá y estos cuerpos que habitamos tendrán que
devolverse. O tal vez, si mi plan funciona, me quedaré con este para toda la
eternidad. Nunca antes se ha hecho algo así. Nunca hemos tratado de permanecer
indefinidamente en un cuerpo: yo seré la primera en intentarlo. Cuando la aguja
del reloj pase las doce, no me meteré al agua; resistiré el deseo, el llamado
tentador del mar. Soportaré el dolor que desgarre mi cuerpo; lucharé contra la
transición. Me quedaré en este cuerpo.
Y veré el amanecer como Penny Talbot.
Talbot.
Rose y Heath reaparecieron unos minutos después de ir a ver a Gigi. Ahora
se encuentran junto a Bo y a mí, al lado de la fogata, los ojos de Rose siempre
echando rápidas miradas hacia el sendero que conduce a la Cabaña de Viejo
Pescador. Está nerviosa, tamborilea los dedos contra los muslos, le preocupa que
alguien encuentre a Gigi. Y al igual que nosotros, desearía que todos se
marcharan de la isla y se fueran a sus casas.
Pero la fiesta avanza lentamente. Las chicas atraen a los chicos hacia el
borde del mar, desafiándolos a que se metan al agua en el puerto una última vez
antes de medianoche. En la fiesta Swan, varias semanas antes, eran las chicas las
que se arriesgaban a meterse en el agua, donde las hermanas Swan podían

robarles el cuerpo. Ahora son los chicos los persuadidos a entrar al mar, donde
puede ahogarlos alguna de las hermanas Swan, que esté buscando realizar una
última muerte. Es un juego para ellos.

Pero yodel
magnética puedo sentir
puerto. el balanceo
Quiere del mar,
que regrese; el cambio
quiere que lasde la regresemos.
tres marea, la atracción
Sé que
mis hermanas también lo sienten. Aprieto los dedos en las sienes, intentando
acallarlo, de mantenerlo alejado. Pero por momentos tira de mí con tanta
ferocidad que me mareo.
—Se está haciendo tarde
t arde —comenta Rose a mi lado, marcas de preocupación
ahondan su entrecejo. El final está cerca.
Habrá que sacar a Gigi de la cabaña antes de medianoche para que pueda
regresar furtivamente al mar. Tendré que hacerlo sin que Bo me vea, sin que
nadie me vea.
Y tendré que alejarme, encontrar algún lugar donde estar sola, para combatir
la fuerza creciente de Penny, que comenzará a recuperar su cuerpo a partir de la
medianoche. No puedo ir a la casa principal porque la madre de Penny
escucharía mis aullidos de dolor. Había pensado que podría ocultarme entre las
hileras de árboles del huerto, o tal vez en la costa más lejana de la isla, donde el
rugido de las olas ahogaría mis gritos. Tengo que decidirlo pronto.
Me vuelvo hacia Bo.
Hace un rato le prometí que decidiríamos qué hacer con Gigi antes de
medianoche. Ahora solo queda una hora y tengo que decirle algo, darle alguna
razón por la cual no puede quitarle la vida.
Porque quitar una vida
vida tiene sus consecuencias.
Pero cuando alzo la vista, Bo ya no se encuentra a mi lado. Recorro la
multitud de rostros buscándolo. Pero no se encuentra dentro del círculo de la
fogata. Se ha marchado.
—Mierda —exclamo en voz alta.
¿Hace cuánto tiempo que se ha ido? ¿Cómo no me he dado cuenta de que se
ha machado sigilosamente?
—¿Qué pasa? —pregunta
—pregunt a Rose, quitándose
quit ándose la mano de la boca, porque había
estado mordiéndose una uña.
—Yo…
—Y o… yo creo que Bo ha regresado a su cabaña. Iré a comprobarlo —

miento. No quiero que sepa la verdad, lo que realmente acabo de descubrir: que
ha ido a matar a Gigi. No podía esperar más tiempo, no podía dejar que lo
convenciera de no hacerlo, de modo que se ha ido sin decirme nada.

Es probable que sea demasiado tarde.


—Tee acompañaré —se ofrece Rose inmediatamente.
—T
—No. Vosotros
Vosotros quedaos aquí y vigilad
vi gilad a todos.
Heath asiente, pero Rose no parece muy segura.
Me doy la vuelta, a punto de abrirme paso entre la muchedumbre de chicos
reunidos alrededor de la fogata, cuando recibo un golpe de alivio y horror al
mismo tiempo. Gigi no está muerta, al menos no todavía, porque viene
caminando pomposamente por el sendero hacia la fogata y hacia la fiesta. Ha
salido de la cabaña.
Me quedo sin aire en los pulmones. Mi corazón se agranda, de modo tal que
late contra la parte de atrás de la garganta.
—A la mierda —escucho que Heath exclama a mis espaldas.
espal das.
Y luego Rose pregunta:
—¿Qué está haciendo?
Ha venido a vengarse.

Gigi se ha escapado de la cabaña.


Debe haber salido por alguna ventana o ha conseguido atravesar la puerta y
la tabla de madera. Se ha cansado de esperar a que fuera a liberarla. Ya está
sintiendo la atracción de la marea, igual que yo. El mar en nuestra sangre, en
nuestra mente, rogando que nos hundamos en la oscuridad y que nos
desembaracemos de estos cuerpos. Cada vez será más difícil de resistir.
Pero ahora Gigi está libre. Está fuera. Y seguramente muy enfadada.
¿Pero dónde está Bo? Tal vez no ha ido a matarla, después de todo. Tal vez
estaba equivocada.
Gigi se acerca al grupo con pasos largos, el cabello escapándose de la cola de
caballo, camiseta azul y pantalones deportivos de una talla más porque es la ropa

que Rose le dio para que se pusiera. La mayoría de los chicos no reparan en ella
mientras Gigi avanza apartando a la multitud; ya están demasiado borrachos.
Pero mientras ella serpentea a través de una muchedumbre que va disminuyendo
en número, me doy cuenta de que está buscando algo: a alguien.
Davis y Lon se encuentran justo al otro lado de las puertas del invernadero,
rondando por el sitio donde han colocado los cajones de cerveza y un barril casi
vacío. Gigi los divisa, la boca apretada en una línea dura y decidida, y se vuelve
raudamente hacia ellos. Davis distingue primero su presencia, después la ve Lon
y da un paso hacia atrás. Hoy lleva una de sus camisas más llamativas y
repulsivas: rosa y azul petróleo, con coloridos pavos reales y chicas con faldas
hawaianas. De hecho, es bastante difícil mirarla.
Davis y Lon son los únicos chicos que están en el invernadero y podrían
escapar, salir corriendo por la puerta que se encuentra en el extremo más alejado
de la construcción. Pero parecen estar atontados, paralizados, que es
exactamente como yo me siento.
Rose y Heath, que continúan a mi lado, la observan con la boca ligeramente
abierta.
Gigi se desliza en medio de los dos muchachos agitando las pestañas hacia
Lon e inclinando la cabeza hacia un lado. Luego resbala el dedo alrededor del
borde de su vaso, sonriendo y lamiéndose los labios. El resto del grupo todavía
no tiene la menor idea de lo que está sucediendo, no saben que Gigi ha
reaparecido repentinamente. Al otro lado de la fogata, un grupito de chicas
borrachas ríen ruidosamente y se tambalean hacia atrás, cogidas del brazo. Otro
chico,
labios que
y dase largas
encuentra más cerca
caladas comodelsi invernadero, tiene un cigarrillo
realmente estuviera fumando, entre
pero los
el
cigarrillo ni siquiera está encendido. Está demasiado borracho para percatarse de
lo que ocurre a su alrededor.
Veo que Gigi mueve los labios, pero susurra tan suavemente que no puedo
percibir lo que dice. Su voz se desliza en los oídos de Lon; quiere llevárselo con
ella, una última vida antes de retirarse al mar durante el invierno. Quiere
vengarse de lo que le hicieron Davis y Lon. Después su mirada se desvía
súbitamente hacia Davis y se muerde el labio inferior. Los quiere a ambos.
Pero antes de que pueda rozarle la mejilla con los dedos, él le sujeta la
muñeca y se la retuerce.
—Bruja de mierda —oigo que ruge Davis. Lon ya tiene aspecto de estar
hechizado, la mira, sumiso, como un perro esperando que le digan qué debe

hacer. Pero Davis la ha detenido antes de que se infiltrara a través de las grietas
de su mente—. Sabía que eras una de ellas —exclama con voz lo
suficientemente fuerte como para que podamos oírlo. Se cierne sobre ella, los
hombros anchos y fornidos, el brazo de Gigi inmovilizado al lado del cuerpo.
Pero ella no parece asustada, tuerce el lado izquierdo de la boca en una sonrisa
divertida. Su mirada penetrante se posa en los ojos de Davis y con la mano de él
alrededor de su muñeca, es suficiente para seducirlo y hacer que se enamore
perdidamente de ella. Su expresión se derrite, se vuelve tonta, hasta que sus cejas
gruesas y tupidas se doblan hacia abajo y la suelta. Ella resbala los dedos por su
mandíbula y luego se pone de puntillas. Le roza el oído con los labios,
susurrándole cosas que lo harán suyo.
Y cuando termina, entrelaza los dedos entre las manos de Davis y de Lon y
los conduce hacia el exterior del invernadero. Al pasar zigzagueando delante de
nosotros, alrededor de la fogata, sus ojos se deslizan sobre los míos, pero no me
muevo.
Rose se muestra perpleja. No entiende bien qué está pasando.
—¿Gigi? —exclama cuando los tres se alejan a pasos largos—. ¿Qué estás
haciendo?
—Gracias por salvarme —responde
—r esponde Gigi, el tono insidioso
insi dioso y distante. Ya
Ya está
pensando en el mar, en abandonar el cuerpo de Gigi y formar parte del Pacífico
—. Pero ellos tenían razón en lo que pensaban de mí… —dirige el mentón hacia
Davis y Lon, detenidos obedientemente detrás de ella—. Nos vemos el próximo
verano.
—Gigi, no lo hagas —susurro y sus ojos se desvían abruptamente hacia los
míos. Se encuentran nuestros verdaderos ojos, debajo de estos exteriores
humanos. Hay una advertencia en los de ella, una amenaza que puedo leer en la
expresión de mi hermana: si intento detenerla, si hago algo para impedir que se
lleve a Davis y a Lon, ella revelará quién soy de verdad. Aquí y ahora. Delante
de todos.
Tira de las manos de los dos muchachos, arrastrándolos hacia el muelle. Pero
luego una voz brama desde atrás.
—¡Es Gigi! —miro por encima del hombro y Rose se
s e ha alejado varios pasos
de la fogata, señalando el sendero donde Gigi se ha detenido, Davis y Lon
quietos obedientemente, uno a cada lado de ella.
Los chicos que rodean el fuego interrumpen sus conversaciones casi al

unísono. Dejan de reírse, de beber cerveza y de balancearse peligrosamente


cerca de las llamas. Todos se vuelven a mirar a Rose y siguen su brazo extendido
que apunta hacia Gigi.

que Se
estáproduce una pausa,
sucediendo, una reacción
las mentes avanzan tardía
a mitaddurante la cual todos
de la velocidad procesan
normal. lo
Y luego
una chica grita:
—¡Tiene a Davis y a Lon!
Como si fuera una coreografía, varios chicos arrojan las cervezas a las llamas
y salen corriendo apresuradamente detrás de Gigi. Saben quién es… al menos
eso creen. Y verla guiando a Davis y a Lon hacia el agua, en la última noche del
solsticio de verano y después de haber desaparecido durante semanas, es prueba
suficiente de que siempre tuvieron razón.
Gigi espera un segundo; su mirada pasea por el grupo y luego regresa a mí al
registrar lo que está sucediendo. Después suelta a Davis y a Lon: no podrá
llevárselos con ella. Ahora tiene que correr. Y corre.
Su cabello rubio tiembla bajo la luz de la luna mientras gira bruscamente por
el sendero que conduce al muelle. Los chicos le gritan al pasar a toda velocidad
unto a Davis y Lon, ambos paralizados ante la conmoción. Y cuando la pequeña
multitud llega al muelle, continúan los gritos y lo que parece ser el sonido de
chicos trepando a los botes en medio de un ruidoso clamor y el rugido de
motores que se encienden. Gigi debe haberse zambullido directamente en el
agua. Era su única salvación.

Tendrá que
hundiéndose nadar;
debajo tendrá
de las aguasque
del esconderse.
puerto, donde O setaldespojará
vez se pondrá a salvo
rápidamente del
cuerpo que robó y pasará otro invierno en el frío y la oscuridad.
Por la mañana, la verdadera Gigi despertará como si saliera de una
borrachera, tal vez flotando en el puerto, obligada a nadar hasta la costa y llegar
a la orilla. En su mente, solo asomarán imágenes borrosas de las últimas
semanas cuando ya no era Gigi Kline sino Aurora Swan. Pero todos sabremos la
verdad.
Y todo esto será así si es que el grupo que la persigue no la atrapa primero.
Rose sacude la cabeza con incredulidad, la mirada fija en el sendero por
donde Gigi huyó, por donde el resto del grupo ha corrido hacia los botes para
ayudar en la búsqueda de Aurora Swan.

Siento una ola de compasión por Rose. Ella pensaba que estaba haciendo lo
correcto al rescatar a Gigi. Pensó que podía ver lo que tenía delante de su rostro
—la verdad—, pero no puede. Está ciega, como todos los habitantes de este
pueblo.
Ni siquiera sabe quién soy yo.
Su mejor amiga se ha transformado en otra persona. Y por una milésima de
segundo, considero la posibilidad de contarle la verdad. Sacármelo de encima de
una vez por todas. Hacer añicos todo su mundo en una sola noche… destrozar su
realidad.
Pero luego recuerdo a Bo.
Él no estaba con Gigi en la cabaña. Después de todo, no fue a matarla.
Y luego me doy cuenta de algo… de que Olivia no está entre el grupo de
chicos. Ni siquiera estaba aquí cuando apareció Gigi.
Ambos han desaparecido.

—¿Adónde vas? —pregunta Rose. Heath, ella y yo somos los últimos que
quedamos junto a la fogata. Todos los demás han ido a perseguir a Gigi.
—A buscar a Bo —respondo—. Vosotros
Vosotros deberíais regresar
regres ar al pueblo.
Ha comenzado a caer una leve llovizna y una pared de nubes negras como
moretones se extiende debajo de las estrellas tapando la luna.
Me acerco a Rose. Espero que esta no sea la última vez que la vea, pero, por
si acaso, le digo:
—Hiciste lo correcto al ayudar a Gigi. No sabías quién
qui én era ella
ell a realmente. —
Quiero que entienda que, aunque se equivocó con Gigi, no debe dudar de sí
misma. Ella quería proteger a Gigi, que estuviera segura, y la admiro por eso.
—Pero debería
deberí a haberme dado cuenta —insiste, sus ojos se vuelven vidriosos
por las lágrimas y se enrojecen sus mejillas. Y en este instante, comprendo que
no puedo decirle quién soy. La destrozaría. Y después de esta noche, si todavía
soy Penny Talbot, continuaré fingiendo ser su mejor amiga. Dejaré que crea que
soy la misma persona con la que creció. Aunque la verdadera Penny Talbot haya
desaparecido… perdida en las fosas de un cuerpo y una mente que yo he robado.

—Por favor —les digo a ella y a Heath—. Regresad al pueblo. Esta noche no
podéis hacer nada más. Gigi se ha ido.
Heath estira el brazo y le toca la mano a Rose. Sabe que es hora de irse.

—¿Me llamarás mañana? —pregunta. La abrazo y aspiro el dulce aroma a


canela y nuez moscada de la tienda de su madre que persiste en su cabello
ondulado.
—Claro —respondo. Pase lo que pase, si mañana todavía soy Penny Penny,, la
llamaré. De lo contrario, estoy segura de que la verdadera Penny la llamará de
todas maneras. Y, con suerte, Rose nunca notará la diferencia.
Heath se aleja con ella hacia el muelle y me duele el pecho al verlos partir.
Un diluvio empieza a caer desde el cielo oscuro y negro como un funeral, y
la fogata explota y chisporrotea.
Me abro paso entre los afilados pastos de arena y las enormes rocas, la lluvia
sopla ahora de manera constante. Voy a comprobar primero la cabaña de Bo y
luego el huerto. Pero no llego muy lejos cuando veo algo arriba del faro. Dos
siluetas tapan el haz de luz que gira en sentido de las agujas del reloj alrededor
de la cúpula vidriada de la linterna.
Bo y Olivia. Tienen que ser ellos. Están en el faro.

La puerta de metal se ha quedado abierta y golpea levemente contra la pared


que tiene detrás. Las ráfagas de viento hacen entrar la lluvia, que moja el piso de
piedra del interior.
int erior.
Otis y Olga se encuentran dentro, al lado de la puerta, y maúllan suavemente
al verme, los ojos grandes y brillantes. ¿Qué están haciendo aquí? Me detengo al
lado del hueco de la escalera y aguzo el oído. Pero la tormenta que azota la pared
exterior es más fuerte que cualquier otro sonido. Bo debe estar dentro. Otis y
Olga se pegaron a él desde su llegada, siguiéndolo por toda la isla y durmiendo
en su cabaña la mayoría de las noches. Creo que supieron desde el principio que
yo no era realmente Penny; presintieron el momento en que me instalé dentro de
su cuerpo. Y prefieren a Bo antes que a mí.
—Volved a casa —les digo, pero los dos gatos atigrados parpadean y clavan
—Volved
sus ojos en la noche gris, sin demostrar ningún interés en abandonar el faro.

Subo las escaleras de dos en dos, la respiración entrecortada. Utilizo la


baranda para impulsarme más rápido por el interior del faro. Siento que las
piernas me arden. El sudor me chorrea por las sienes, pero no me detengo. Es
como si el corazón estuviera en llamas y cavara un orificio a través de mi pecho.
Pero llego a la punta con una velocidad récord, salto el último escalón mientras
inhalo bocanadas de aire rápidas y profundas.
Avanzo lentamente junto a la pared de piedra, intentando calmar a mi
enloquecido corazón y luego echo una mirada hacia la derecha, donde se
encuentra la linterna. Bo y Olivia ya no están allí, pero alcanzo a verlos a través
del cristal. Están en el exterior, en el estrecho mirador que rodea al faro. Bo tiene
algo en la mano, que brilla mientras se va acercando a Olivia.
Es un cuchillo.
La pequeña puerta que conduce al exterior se abre con estrépito por la fuerza
del viento cuando giro el picaporte. Bo y Olivia se vuelven bruscamente y me
miran.
—No deberías estar aquí, Penny —grita Bo por encima de la tormenta y su
mirada regresa rápidamente hacia Olivia, como si temiera que fuera a
desvanecerse en el aire si no la vigila.
El balcón no se ha usado en décadas; el metal está podrido y oxidado, y cruje
cuando me arrastro sobre él.
—No tienes que hacerlo —exclamo. El viento resulta cegador, la lluvia me
lastima la cara y los ojos.
—Tú sabes que sí —responde, el tono tranquilo y decidido.
d ecidido.
Intento conectar la serie de hechos que los han traído hasta aquí arriba,
¿quién ha emboscado a quién?
—¿De dónde has sacado el cuchillo? —pregunto. La hoja es larga, es un

cuchillo de caza, que no reconozco.


—Del cajón de la cómoda, en la cabaña.
—¿Y piensas apuñalarla así sin más? —inquiero, los ojos de Olivia se
agrandan y, por debajo de su delgada piel, me parece ver retorcerse a Marguerite.
—No —contesta Bo—. Voy
Voy a obligarla a arrojarse
arrojar se desde el borde.
Veinticuatro metros más abajo, hay escarpados y rugosos montículos de roca.
Una muerte rápida y abrupta. Sin últimos suspiros ni dedos crispados, solo
oscuridad para Olivia Greene y Marguerite Swan. Al menos, no sufrirán.
—¿Cómo has conseguido traerla aquí arriba? —pregunto, acercándome
despacio a Bo. Olivia está inclinada sobre la baranda de metal, y todo el balcón
se sacude cuando apoyo el pie.

—No he sido yo. Vi que venía caminando hacia aquí —traga saliva
sali va y aprieta
el cuchillo, sosteniéndolo con firmeza delante de él. La hoja refulge con el agua
de la lluvia—. Supe que era mi única oportunidad. —Así que ha sido Marguerite
quien lo ha atraído a él. Tal vez pensó que podía seducirlo, probarme que, si ella
quería, podía ser suyo. Pero, en cambio, Bo la ha atrapado a ella. Olivia ni
siquiera ha tenido la posibilidad de tocarlo. Y ahora él la va a obligar a saltar.
Parecerá un suicidio, que la dulce y popular Olivia Greene se quitó la vida
arrojándose desde el faro del pueblo.
—Por favor —ruego, aproximándome más a Bo. El mirador se estremece
debajo de mí—. Esto no te va a devolver a tu hermano. —Al oír el comentario,
la expresión de Olivia cambia. Ella no sabía nada acerca del hermano de Bo, que
murió ahogado en la bahía el verano pasado, pero sus ojos se iluminan y sus
labios se curvan en una sonrisa burlona.
—¿Tu hermano? —pregunta inquisitivamente.
—No abras la boca, joder —exclama Bo.
—Tu hermano se ahogó, ¿verdad? —lo provoca.
Apenas logro ver el lado de la cara de Bo: su sien palpita mientras la lluvia
se desliza por su mentón.
—¿Fuiste tú? —pregunta con voz áspera, dando un paso ligero hacia
adelante y apoyando el cuchillo contra el estómago de Olivia. Podría destriparla
aquí mismo si contestara de manera incorrecta. Bo quiere concretar su venganza,
aun cuando implique derramar la sangre de Olivia en vez de obligarla a arrojarse
del faro. Asesinato en lugar de suicidio.
Olivia sonríe otra vez, sus ojos oscilan hacia mí como si estuviera aburrida.
Puede verlo en mi rostro, en el tenso contorno de mi verdadero yo, que se cierne
debajo de la piel de Penny. Marguerite es mi hermana, después de todo. Ella me
conoce, puede ver la verdad mejor que nadie.
—Claro que no —le responde dulcemente
dulcem ente a Bo—. Pero deberías preguntarle
pr eguntarle
a tu novia; tal vez ella sepa quién fue.
Siento que se me hincha el pecho, las costillas se cierran sobre el corazón y
los pulmones, y se me hace difícil tomar aire y bombear sangre hacia el cerebro.
—No
como paralo
quehagas —digo muy suavemente, con la fuerza apenas suficiente
ella oiga.
—Seguramente quieres saber por qué he traído a toda esta gente a tu isla, por

qué quería que se realizara aquí la fiesta de la llegada del solsticio de verano.
No respondo, aunque quiero saberlo.
—Quería que vieras
vi eras que sin importar lo que hiciéramos, sin importar cuántas
veces robemos un cuerpo y finjamos ser parte del pueblo… nunca lo seremos.
Somos sus enemigas. Nos odian. Y si tienen la oportunidad de hacerlo, nos
matarán. —Señala a Bo con la cabeza, como si él fuera la prueba de eso—. Has
estado jugando a tener una casa y una familia demasiado tiempo, has pasado
demasiados veranos en ese cuerpo. Crees que tienes amigos aquí; crees que
podrías construir una vida real en este pueblo. Crees que puedes enamorarte…
como si tuvieras derecho a hacerlo. —Ríe burlonamente alzando la ceja
izquierda. Y aunque la lluvia chorrea por su cara, sigue siendo preciosa—. Pero
solo les gustas porque no saben quién eres realmente. Si lo supieran, te odiarían.
Te despreciarían… te querrían ver muerta —pronuncia esta última palabra como
si tuviera gusto a metal—. Él —desvía rápidamente la mirada hacia Bo—, te
querría muerta.
El cuchillo continúa apretado contra su estómago, pero ella se inclina sobre
él y mira fijamente a Bo.
—Pregúntale a tu novia cuál
cuá l es su verdadero nombre.
Mi corazón se detiene por completo y se me nubla la vista. No. Por favor,
quiero suplicar. No lo hagas. No lo estropees
estropees todo.
—Ella te ha estado mintiendo
mi ntiendo —agrega—. Vamos,
Vamos, pregúntale.
Bo se vuelve solo lo necesario como para mirarme a los ojos. Estoy apoyada
contra la pared del faro, las palmas contra la piedra.
—Eso no cambia nada… —comienzo a decir, intentando impedir que la
verdad aflore a la superficie.
—No cambia ¿qué? —pregunta.
—Lo que siento por ti… lo que tú sientes. Me
M e conoces.
—¿De qué diablos estás hablando?
habl ando?
La sonrisa de suficiencia de Olivia llega a sus ojos. Está disfrutando. Esto es
lo que siempre quiso: que yo me dé cuenta de que no podemos cambiar lo que
somos. Somosen
única manera asesinas.
que unaYhermana
yo nuncaSwan
podrépuede
tener aquedarse
Bo. No realmente
así, en estecon
cuerpo. La
alguien
es ahogándolo, atrapando su alma en el mar.

—No me llamo Penny —respondo, la confesión me desgarra las entrañas.


Mis labios tiemblan, las gotas de lluvia caen sobre ellos y quedan atrapadas en
mi lengua.

Bo vendrá
lo que comienza a bajar el cuchillo
a continuación y su
ya se está mirada me
reflejando atraviesa.
en sus ojos. La revelación de
—Me llamo Hazel.
Sacude la cabeza apenas un centímetro. Ahora el cuchillo cae al costado de
su cuerpo, su boca forma una línea dura e inflexible.
—Hazel Swan —admito.
Sus ojos se agitan brevemente, endurece la mandíbula y luego se queda
completamente inmóvil, como si se hubiera convertido en una estatua.
—Debería habértelo dicho antes, pero no sabía cómo. Y luego, cuando me
enteré del motivo por el cual habías venido, supe que me odiarías. Y no pude…
—¿Cuándo? —pregunta con calma.
—¿Cuándo? —repito al no saber a qué se refiere.
—¿Cuándo dejaste de ser Penny Talbot?
Intento tragar saliva pero mi cuerpo rechaza el movimiento, como si el
cuerpo de Penny y el mío estuvieran luchando uno contra otro. Peleando por el
control.
—La primera noche en que nos conocimos. —Aparto un mechón de pelo
mojado
isla. Esade la frente—.
noche, Después
antes del de lasefiesta
amanecer, Swan
despertó en laalplaya,
y bajó Penny
muelle. Parateella
trajo
fueaun
la
sueño. Se metió en el agua y yo poseí su cuerpo.
—Entonces, esa noche en la playa, cuando hablamos junto a la fogata y me
hablaste sobre las hermanas Swan… ¿esa era Penny y no tú?
Asiento.
—Pero todo lo que sucedió después de esa noche… ¿fuiste
¿fuist e tú?
Asiento otra vez.
—Pero tú recordaste haber hablado conmigo en la playa y también cosas
sobre la vida de Penny.
—Yoo absorbo los recuerdos de los cuerpos que habito. Sé todo sobre Penny.
—Y

—Esa no es la única razón —interviene Olivia,


Olivi a, feliz de llenar los baches que
yo querría pasar por alto.
Cierro los ojos y los abro otra vez. Bo se alejó por completo de Olivia y me
observa
Hice queatentamente. Ahora
confiara en mí soy yoque
e incluso la me
amenaza.
amara.Yo lo he herido. Le he mentido.
—Yo he poseído el cuerpo de Penny durante los tres últimos veranos —
—Yo
confieso.
Una ráfaga de viento nos azota violentamente, enviando una oleada de lluvia
contra las ventanas del faro.
—¿Por qué? —logra preguntar Bo, aunque su voz suena sofocada.
—Me gusta su vida —contesto, la primera vez que lo admito en voz alta—.
Me gusta ser ella en esta isla.
—Ayy, Hazel, si vas a contar la verdad, más vale que la cuentes completa —
—A
interrumpe Olivia.
Le lanzo una mirada asesina, deseando que se calle de una vez. Debería
haber dejado que Bo la empujara por la barandilla. No debería haberlo detenido.
Y ahora ella está aquí, mencionando todos los detalles escabrosos de mi pasado.
Y llamándome por mi verdadero nombre.
—Solía venir aquí cuando todavía
t odavía estaba…
—Viva
—Viva —termina Olivia por mí alzando las cejas.
—¿Viviste
—¿Viviste aquí antes? —pregunta
—pregunt a Bo.
—No. —No quiero hablarle de Owen. Acerca de mi vida de antes. Eso ya no
importa. Ya no soy esa joven. Esa joven que se ahogó en el puerto dos siglos
atrás… y la joven que soy ahora está aquí, viva, delante de él.
—El primer guardafaro tenía un hijo —le informa Olivia por mí—. Se
llamaba Owen Clement. Era guapo, debo reconocerlo. Pero nunca entendí qué
vio ella en él. No tenía dinero ni propiedades ni un futuro rentable. Sin embargo,
ella igualmente lo quería y se iba a casar con él. Es decir, si el padre no nos
hubiera acusado de ser brujas y ahogado en el puerto.
Me estremezco ante su brusco y rápido relato de mi relación con Owen.
Como si pudiera resumirse tan escuetamente. Una sola respiración para contar
nuestra historia.
—Ahora Owen está enterrado en Alder Hill, en el Cementerio de Sparrow.
Sparrow.

Allí fue ella esta mañana… a ver su tumba —lo dice como una acusación, como
si yo hubiera traicionado a Bo con ese simple acto. Y tal vez ha sido así. Pero no
es la peor ofensa, ni de lejos.

Bo parece
pecho, aturdido.
lo hubiera Me observa
despedazado con como si le hubiera
los dedos arrancado
y triturado el corazón
hasta que del
ha dejado
latir.
Donde alguna vez vio a una chica, ahora ve a un monstruo.
—No ha sido así —exclamo—. He ido a despedirme. —Pero mis palabras
suenan débiles e inútiles. Ya no significan nada. No para él.
—Así que ya ves, Bo —continúa Olivia, el cabello arremolinándose
arremoli nándose sobre su
rostro, Marguerite Swan riendo y balanceándose debajo de su piel como si
estuviera suspendida en el aire—. Tu dulce Penny no es quien dice ser. Es una
asesina como yo, como Aurora… sus hermanas. Y solo regresa a esta isla porque
le recuerda al muchacho que alguna vez amó. Y si piensas que ella te importa,
incluso que la amas, tal vez te convendría evaluar que es una de las hermanas
Swan, y lo que nosotras hacemos es seducir chicos. Es probable que la quieras
solo porque ella te lanzó un hechizo para que creas que es así. No es real. —
Olivia se pasa la lengua por los labios.
—Eso no es cierto —grito.
—grit o.
—¿No lo es? Tal vez deberías hablarle de su hermano. Cuéntale lo buena que
eres seduciendo a incautos forasteros.
Se me aflojan las rodillas y clavo las uñas en la pared del faro para evitar
desplomarme. No puedo continuar.
continuar.
—¿Cómo se llamaba tu hermano? —inquiere Olivia—. No tiene
importancia. Estoy segura de que os parecéis, ¿y cómo podía Hazel resistir la
posibilidad de seducir a dos hermanos? Es realmente perfecto.
—Ya basta —exclamo, pero Bo ha retrocedido hacia la baranda, que
—Ya
repiquetea debajo de él. Tiene el pelo empapado, la ropa empapada. Todos
damos la sensación de haber estado nadando en el océano, mojados, los tres
encerrados en este mirador, atrapados por el viento y el destino que nos ha traído
hasta aquí. Siglos de engaño que ahora me desgarran. La verdad es más dolorosa
que nada que haya sentido alguna vez. Incluso más dolorosa que ahogarme.
—¿Fuiste tú? —pregunta Bo, y por la forma en que lo dice, es como si
acabara de clavarme el cuchillo en medio del estómago.

—Al principio no lo sabía —respondo, peleando contra el ardor de las


lágrimas que se acumulan en el borde de mis ojos—. Pero cuando me contaste lo
que le sucedió a tu hermano, comencé a recordarlo. Sois muy parecidos —me
aclaro la garganta—. Me negaba a reconocerlo. Yo era distinta el verano pasado.
No me importaba a quién le quitaba la vida… no me importaba nada. Pero ahora
sí. Tú me has ayudado a descubrirlo. Ya no quiero hacer daño a nadie,
especialmente a ti.
—Todo este tiempo, sabías que yo estaba intentando averiguar quién lo mató.
—Todo
—Se enreda con las palabras y luego las recupera—. ¿¿Y
Y eras tú?
—Lo siento.
Otra exhalación.
Aparta la mirada, ya ni siquiera me escucha.

—¿Esta
también es la—Sus
Olivia? razónojos
porseladesvían
cual podías ver yloluego
hacia ella que regresan
Gigi era arealmente,
mí, como siy
estuviera tratando de ver lo que hay en nuestro interior—. ¿Podías verlas porque
eres una de ellas?
—Bo —murmuro en tono de súplica, con un hilo de voz.
—Tú ahogaste a mi hermano —afirma mientras avanza con rapidez y
presiona su cuerpo contra el mío. Su respiración es baja y superficial, y lleva el
cuchillo a mi garganta, apoyándolo justo debajo del mentón. Mis párpados
tiemblan e inclino la cabeza contra la pared. Sus ojos me arrasan violentamente.
No con deseo sino con rabia. Y siento en la furia que late en su mirada, en las
yemas de los dedos que sostienen el cuchillo, que quiere matarme.
Los ojos de Olivia se mueven raudamente hacia la puerta. Esta es su
oportunidad de escapar. Pero, por alguna razón, se queda. Tal vez quiere ver
cómo Bo me corta la garganta. O tal vez solo quiere ver cómo se desarrolla la
situación.
—¿A cuántos has matado este año? —pregunta, como si estuviera buscando
otra razón para deslizar la hoja a través de mi garganta y dejar que la vida se
escurra fuera de mí.
—A ninguno —mascullo.
—¿Mi hermano fue el último?
Asiento, apenas.

—¿Por qué?
—No quiero ser esa persona nunca más —mi voz es un susurro.
—Pero esa eres tú —espeta.
—espet a.
—No —niego con la cabeza—. No lo ssoy oy.. No puedo hacerlo más. No quiero.
Quiero una vida diferente. Una vida contigo.
—No hagas eso —murmura.
Intento aclararme la garganta, pero tiemblo demasiado.
—No actúes como si yo te hubiera cambiado. No actúes como si yo te
importara —dice—. No puedo confiar en nada de lo que has dicho. Ni siquiera
puedo confiar en lo que siento por ti. —Estas últimas palabras son las que más
me lastiman y hago una mueca de dolor. Cree que lo obligué a quererme, que lo
seduje igual que Olivia—. Me mentiste en todo.
—No en todo —intento decir, pero él no quiere
qui ere oírlo.
Aparta el cuchillo de mi garganta.
—No quiero escuchar nada más. —Sus ojos parecen de piedra, están teñidos
teñido s
de odio ante lo que yo soy. Los míos suplican perdón. Pero ya es demasiado
tarde para eso. Yo maté a su hermano. No hay nada más que decir.
Me convertí en su enemiga. Y ahora se aleja de mí, enfadado.
Y justo cuando el haz de luz del faro pasa por encima de su rostro, se da la
vuelta. La lluvia golpeándole la espalda, se agacha por debajo de la puerta y
entra en el faro.
Su sombra se mueve por la cúpula de la linterna y desaparece escaleras
abajo.
—Él no te quiere, Hazel —comenta Olivia, como para consolarme—.
Amaba a la chica que pensaba que eras. Pero le mentiste.
—Esto es por tu culpa. Tú lo has provocado.
—No. Tú lo has provocado. Pensabas que podrías ser como ellos, humana,
pero nosotras llevamos doscientos años muertas y nada podrá cambiar eso. Ni
siquiera un chico al que crees que amas.
—¿Cómo diablos puedes saberlo? Tú nunca quisiste de verdad a nadie en
toda tu vida. Solo a ti misma. No quiero ser una desgraciada como tú, atrapada
en ese puerto para toda la eternidad.

—No puedes cambiar lo que somos.


—¿Eso crees? —exclamo, me aparto de la pared y me meto corriendo en el
faro.
—¿Qué haces? —me grita.
—Voy
—Voy a buscarlo.
La fogata de la fiesta no es más que una pila de carbones casi extinguidos,
incapaces de sobrevivir en este diluvio. Y todos los que han venido a la isla para
el solsticio de verano ya se han marchado. Una fiesta interrumpida por el regreso
de Gigi Kline.
La sombra de Bo ya avanza hacia el muelle, y el viento y la lluvia que se
interponen entre nosotros hacen que parezca que está a kilómetros de distancia,
un espejismo en una ruta desierta. Abro la boca para gritarle pero
inmediatamente cierro los labios con fuerza. No se detendría de todas maneras.
Está decidido a abandonar la isla… y a mí. Para siempre.
Así que echo a correr.
En el muelle, ya han desaparecido todos los botes que habían estado
apiñados unas pocas horas antes. Solo quedan mi bote y el velero, golpeando
contra los lados del muelle mientras el viento los azota como si fuera un puño
furioso.
En el agua, varias luces se extienden por la oscuridad, todavía buscando a
Gigi, incapaces
retornado de localizarla.
a la costa. Losque
Es probable demás deben
ella aún estéhaberse dado
en algún porde
lugar vencidos
la bahía,y
escondida, porque la medianoche se va acercando lentamente. O tal vez ya se ha
metido debajo de las olas, y Aurora se ha disuelto en la oscuridad más profunda
del puerto. Pero si conozco un poco a mi hermana, encontrará la forma de volver
a la orilla para esperar fuera del agua los últimos minutos hasta que sea
medianoche. Disfrutar de esos fugaces momentos antes de tener que regresar al
mar brutal. Y Marguerite hará lo mismo. Tal vez permanezca subida al faro,
observando la isla y la tormenta que avanza tierra adentro por encima del
Pacífico, hasta que se vea obligada a bajar a la orilla del mar en los segundos
finales.
Bo no está en el bote, de modo que echo un vistazo al velero. Aparece
adelante del barco, del lado de estribor, arrojando las amarras.

—¿A dónde vas? —le grito justo cuando lanza la última


últ ima amarra de proa. Pero
Per o
no me responde—. No te marches así —le ruego—. Quiero contarte la verdad…
quiero contarte todo.

—Eshacia
camina demasiado tardeen—repone.
el timón, la popa El
del motor
barco.auxiliar
Suena ruge suavemente
exactamente comoy el
él
recuerdo que tengo de tres años atrás: una ligera explosión mientras el viento
sopla ansiando inflar las velas una vez que el velero llegue a mar abierto y pueda
sujetar los vientos del Pacífico.
—Por favor —le ruego, pero el barco se aparta del muelle y comienza a
deslizarse hacia adelante. Lo sigo hasta que se acaba el muelle, y después ya no
tengo alternativa. Sesenta centímetros me separan de la popa del velero, donde
se lee Windsong escrito en letras azules. Un metro. Un metro veinte. Salto, mis
piernas me impulsan hacia adelante, pero me quedo un poco corta. Mi pecho
choca contra el flanco del barco, el dolor me atraviesa las costillas como una
lanza y mis manos buscan desesperadamente algo donde afirmarse para no caer
al agua. Encuentro una cornamusa y la sujeto con los dedos. Pero es resbaladiza
y los dedos comienzan a ceder mientras el agua salpica contra la parte posterior
de mis piernas.
Luego las manos de Bo aprietan mis brazos y tiran de mí hacia arriba. Jadeo
y me toco el lado izquierdo con la mano al tiempo que el dolor estalla en mis
costillas con cada respiración. Bo está a solo centímetros de mí, sosteniéndome
del brazo derecho. Lo miro a los ojos, esperando que me vea a mí, a la chica que
está detrás. La chica que él conoció estas últimas semanas. Pero me suelta el
brazo y se aleja hacia el timón.
—No deberías haber hecho eso.
—Necesitaba hablar contigo.
—No queda nada por decir.
Vira el barco no hacia la marina sino hacia el mar, derecho hacia la tormenta.
—¿No vas al pueblo?
—No.
—¿Vas
—¿Vas a robar un velero?
—Lo cojo prestado. Solo hasta que llegue al próximo puerto costero. No
quiero volver a ver a ese maldito pueblo de mierda.

Me llevo los dedos a las costillas y hago un gesto de dolor. Debo tener
alguna contusión. O tal vez me haya roto alguna costilla.
El velero vira hacia el costado, tenemos viento en contra, pero me arrastro
hacia
el ojo donde se encuentra
de la tormenta. Bo aferrando
La marea con
crece; las fuerza
olas el timón,
se estrellan pormaniobrando
encima de lahacia
proa
y se deslizan por los flancos del barco. No deberíamos haber salido con esta
tormenta.
—Bo —exclamo y esta vez me mira de verdad—. Necesito que sepas… —
Mi cuerpo tiembla de frío, de saber que voy a perder todo lo que pensaba que
tenía—. Yo no te obligué a quererme. No hice que me amaras mediante un
engaño. Lo que sentiste por mí era real —lo digo en pasado, sabiendo que es
probable que lo que haya sentido por mí ya haya desaparecido—. No soy el
monstruo que crees
cr ees que soy.

—Tú mataste a mi hermano.


her mano. —Su mirada me des
despelleja,
pelleja, me parte en dos, me
tritura hasta que ya no queda nada—. Tú lo mataste, joder. Y me mentiste.
Eso no lo puedo remediar. Nada puede cambiarlo. Es imperdonable.
—Lo sé.
Otra ola se estrella contra nosotros, me aferro a Bo instintivamente y luego lo
suelto con la misma rapidez.
—¿Por qué lo hiciste? —pregunta. No estoy segura si está preguntando por
su hermano o por qué le mentí acerca de quién soy. Probablemente las dos cosas.

Y las respuestas están entrelazadas.


—Este pueblo me quitó todo lo que tenía —respondo, parpadeando para
apartar el agua de las pestañas—. Mi vida, la persona que amaba. Estaba
enfadada… no, estaba más que enfadada, y quería que ellos pagasen por lo que
me hicieron. Llevé a tu hermano al puerto como llevé a tantos chicos todos estos
años. Estaba anestesiada. No me importaba a quién le quitaba la vida ni cuánta
gente sufría.
Aferro la palanca de madera que está al lado del timón para evitar que otra
ola me arroje hacia el lado. Esta tormenta nos matará a los dos. Pero continúo
hablando: esta podría ser la última oportunidad para lograr que Bo comprenda.
—Este verano, cuando poseí el cuerpo de Penny por tercera vez,
v ez, me desperté
despert é
en su cama igual que los dos años anteriores, pero en esta ocasión, había un
nuevo recuerdo alojado dentro de su mente: un recuerdo de ti de la noche

anterior. Ya se estaba enamorando de ti. Ella vio algo que la hizo confiar en ti.
Pero yo ya estaba en su cuerpo y tú estabas en la isla: el chico que ella trajo a
través del puerto y permitió que se quedara en la cabaña. Y por alguna razón yo
también confié en ti. Era la primera vez que confiaba en alguien en doscientos
años. —Me seco una catarata de lágrimas con el dorso de la mano—. Podría
haberte matado. Podría haberte ahogado el primer día. Pero, por alguna razón,
quise protegerte, mantenerte a salvo. Quería volver a sentir algo por alguien…
por ti. Necesitaba saber si mi corazón no estaba completamente muerto, que
existía una parte de mí que todavía era humana… que todavía podía enamorarse.
La lluvia y el agua del mar se derraman por los duros rasgos de su rostro.
Está escuchando, aunque no quiera.
—Nadie debería vivir tanto tiempo como yo —señalo—. Obteniendo
solamente fugaces destellos de lo que es una vida real cada verano, atormentada

el resto
mis del tiempo
doscientos años,porenoscuras ensoñaciones.
el fondo del mar, un Pasé allá abajo
fantasma… unalaaparición
mayor parte
que de
se
mueve con la marea, esperando volver a respirar aire otra vez. No puedo regresar
allí.
Ni viva… ni muerta. Un fantasma atrapado mientras transcurren los meses,
cada hora, cada segundo.
—Entonces, ¿te vas a quedar para siempre con ese cuerpo? —pregunta,
entornando los ojos hacia la tormenta mientras nos acercamos al final del cabo y
navegamos hacia mar abierto.
—Ahora no estoy segura de lo
l o que quiero.
—Pero lo has robado —insiste
—insi ste en tono cortante—. No te pertenece.
—Lo sé. —No hay justificación para desear quedarme con este cuerpo. Es
egoísta y es un asesinato. Estaría matando a la verdadera Penny Talbot,
aplastándola como si nunca hubiera existido. Yo quería pensar que era una
persona distinta gracias a Bo, porque no había matado este verano. Pero soy
exactamente la misma que he sido durante los últimos doscientos años. Quiero
algo que no puedo tener. Soy una ladrona de cuerpos y almas. ¿Pero cuándo me
detendré? ¿Cuándo será suficiente el tormento que inflija sobre este pueblo?
¿Cuándo se saciará mi venganza?

Penny merece una vida plena. La vida que yo no pude tener. Y en una
estrepitosa revelación, lo descubro: no puedo arrebatársela.
Todos mis pensamientos brotan al mismo tiempo, un diluvio de recuerdos.

Chasquean en mi mente como pequeños petardos, explosiones en todas las


fibras nerviosas. Puedo arreglar esto, corregir las injusticias, darle a Bo lo que
quiere.

—Yoosin
—Y
el ceño, solo he estado
saber bien a una
quévez
me en esterefiriendo—.
estoy velero antes
an tes El
de primer
hoy —le cuento.
verano queFrunce
Frposeí
unce
el cuerpo de Penny, su padre sospechaba de mí. Él descubrió quién era. Creo que
es por eso que reunió todos esos libros en tu cabaña: estaba buscando una
manera de deshacerse de mí sin matar a su hija, igual que tú la estabas buscando.
A excepción que él encontró una manera. —Bo vira el barco hacia el sur y el
viento también cambia de dirección, golpeándonos desde estribor—. Ese verano
—prosigo— se marchó de casa una noche después de cenar y bajó al muelle. Yo
lo seguí. Dijo que sacaría el velero y me preguntó si quería acompañarlo. Algo
no iba bien. Estaba raro —inquiero—, pero yo fui porque eso era lo que Penny
habría hecho. Y estaba fingiendo ser ella por primera vez. No navegamos muy
lejos, solo pasamos el cabo, cuando me contó la verdad. Me dijo que sabía quién
era yo —una de las hermanas Swan— y que me daba la posibilidad de elegir. Él
había encontrado una forma de matarme sin destrozar el cuerpo que yo habitaba,
el cuerpo de Penny. Lo había descubierto en uno de sus libros. Pero implicaba un
sacrificio. —Tomo una pequeña bocanada de aire, encontrando las palabras
alojadas en el fondo de mi garganta—. Si me zambullía en el mar —relato,
tratando de mantener la voz firme— y me ahogaba otra vez, como hice hace
doscientos años, yo moriría pero Penny no. Tenía que repetir mi muerte. Y él
creía que eso también mataría a mis hermanas, que rompería la maldición de
manera efectiva. Y jamás regresaríamos a Sparrow.

Bo vuelve la cabeza para mirarme, las manos con los nudillos blancos
aferradas al timón, luchando para impedir que salgamos volando hasta la orilla o
nos demos vuelta por completo.
—Pero no lo hiciste.
Niego con la cabeza.
Y luego me hace la pregunta que yo sabía que llegaría.
—¿Qué le sucedió al padre de Penny?
—Pensé que me arrojaría
arroja ría al mar, que me obligaría a hacerlo. Se acercó a mí,
así que agarré el gancho de amarre y… y le golpeé con él. Se tambaleó por un
instante, perdió el equilibrio mientras el barco se balanceaba con cada ola. —El
recuerdo me ahoga. Todavía deseo poder volver atrás y deshacer lo sucedido esa
noche. Porque Penny perdió a su padre y su madre perdió a su marido—. Se

cayó por la borda y no volvió a salir a la superficie. —Observo el mar, azul


oscuro, revuelto y agujereado por la lluvia, y lo imagino tragando agua,
ahogándose igual que yo me ahogué tantos años atrás—. En la cubierta del
barco, había un libro en donde él había leído cómo romper nuestra maldición, así
que lo arrojé al mar. No quería que nadie más averiguara cómo matarnos. —
Había contemplado cómo se hundía en la oscuridad, sin saber que había una
cabaña entera llena de libros que él había coleccionado—. El velero se había ido
desviando lentamente hacia la costa —explico—. Por suerte las velas estaban
bajas y el motor seguía andando. De modo que lo conduje lejos de las rocas y
logré regresar a la isla. Lo amarré al muelle y subí a la casa. Y ahí ha estado
hasta ahora.
—¿Por qué me estás contando
cont ando esto? —pregunta Bo.
—Porque ahora sé lo que tengo que hacer. Debería haberlo hecho esa noche.

Deberíavivo
estaría habery cambiado
tú nunca el curso venido
habrías de los acontecimientos.
aquí. Fui egoístaEntonces, tu hermanoy
en ese momento,
cobarde. Pero ya no lo soy.
—¿De qué estás hablando? —Suelta
—Suelt a una mano del timón.
—Voy
—Voy a darte lo que quieres:
quier es: tu venganza.
Me aparto de él y camino hacia el lado de estribor del velero. Tengo el mar
frente a mí, mi tumba: el lugar en donde debo estar. Se perdieron vidas. Se
produjeron innumerables muertes. Todo comenzó con mis hermanas y yo cuando
nos ahogaron en el puerto hace tantos años, pero nosotras causamos mucho más
sufrimiento del que se pueda imaginar.
—¿Qué estás haciendo? —La voz de Bo aún es dura, pero percibo una pizca
de incertidumbre en ella.
—Yo quería quedarme en este cuerpo y vivir esta vida… contigo. Pero ahora
—Yo
sé que no puedo… por muchas razones. Tú nunca podrás quererme sabiendo lo
que hice, lo que soy. Siento mucho lo de tu hermano. Desearía poder volver atrás
y deshacerlo. Desearía poder reparar la mayoría de las cosas que he hecho. Pero
al menos ahora puedo hacer que todo esto termine. Corregir todo lo malo. —
Cierro los ojos brevemente y lleno de aire los pulmones.
—Penny —dice, un nombre que no es mío. Se aleja del timón, el motor
continúa rugiendo, el barco golpeando contra las olas sin un capitán para
pilotearlo. No me toca. Pero se detiene frente a mí, balanceándose de un lado a
otro con el movimiento del velero—. Hazel —corrige, pero sigue existiendo un

enfado abrasador en el tono de su voz—. Me arruinaste la vida; me quitaste a mi


hermano. Y después me enamoré de ti… me enamoré de la persona que lo mató.
¿Cómo puedo enfrentar algo semejante? ¿Qué quieres que diga? ¿Que te
perdono? No puedo. —Sus ojos vacilan y se apartan de mí. No puede perdonar.
perdonar.
Nunca podrá. Puedo ver la lucha en su interior. Siente que debería intentar
detenerme, pero una parte de él, una parte resentida y vengativa, también quiere
verme muerta.
—Sé que no puedes perdonarme —señalo—. Sé que te he herido… que he
arruinado todo. Desearía que todo fuera distinto. Desearía que yo fuera distinta,
pero… —Se me atascan las palabras que quiero pronunciar—. Pero te quise de
verdad. Eso fue real; todo lo que hubo entre nosotros fue real. Y sigo
queriéndote.
Espero notar algún destello en sus ojos, un destello de aceptación de que una

parte de élsoy
soy. Solo también meque
la chica ama. Peroano
ahogó supuede ver más
hermano… allá de
y nada lo que ahora sabe que
más.
Al ver que no habla, echo un vistazo hacia el timón, donde hay un pequeño
reloj encastrado en el tablero. Las once cuarenta y ocho, faltan solo doce
minutos para la medianoche, y entonces será demasiado tarde. No puedo
permanecer en este cuerpo, ya no. No puedo sustraer otra vida. Pero si me
sumerjo en el mar helado, si no permito que mi alma escape, sino que, en su
lugar, dejo que este cuerpo se ahogue conmigo dentro, yo seré la que muera. No
Penny. Me ahogaré igual que lo hice hace dos siglos. Y, con suerte, si el padre de
Penny estaba en lo cierto, ella sobrevivirá.

—Enhacia
mi pelo años anteriores, cuando retornamos
atrás—, abandonamos al marrobados
los cuerpos —explico,
antesel de
viento
que volando
el reloj
llegara a las doce. Pero pienso que, para que esto funcione, el cuerpo de Penny
tiene que ahogarse conmigo adentro. Yo moriré, pero ella podrá regresar. Tú
tendrás que salvarla. Yo moriré, pero ella vivirá.
Me atraviesa con la mirada, como si no quisiera creer lo que estoy diciendo.
Me vuelvo hacia la baranda. El mar me salpica la cara, el cielo oscuro como
un funeral. Este será mi último suspiro. Mi último vistazo de la vida que podría

También podría gustarte