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Cursed by Fire (Blood & Magic 1) - Danielle Annett
Cursed by Fire (Blood & Magic 1) - Danielle Annett
Diseño:
SINOPSIS _____________________________________________________________ 5
DEDICATORIA _________________________________________________________ 6
1 ___________________________________________________________________ 7
2 __________________________________________________________________ 24
3 __________________________________________________________________ 27
4 __________________________________________________________________ 34
5 __________________________________________________________________ 48
6 __________________________________________________________________ 60
7 __________________________________________________________________ 64
8 __________________________________________________________________ 69
9 __________________________________________________________________ 75
10 _________________________________________________________________ 81
11 _________________________________________________________________ 86
12 _________________________________________________________________ 93
13 _________________________________________________________________ 99
14 ________________________________________________________________ 104
15 ________________________________________________________________ 109
16 ________________________________________________________________ 113
17 ________________________________________________________________ 117
EPÍLOGO ___________________________________________________________ 120
SOBRE LA AUTORA ___________________________________________________ 122
Habrá un derrame de sangre...
Y no será la mía.
Alguien está alimentando las llamas, dejando un rastro de cuerpos a su paso. Las
víctimas son inocentes, elegidas para enfrentar a la Manada de cambiaformas y al
Aquelarre de vampiros entre sí.
Soy una mercenaria, pero esto es por mucho más que por dinero. Es mi ciudad y
alguien la amenaza. No me detendré hasta encontrarlos.
Cuando los buenos empiezan a lucir más como villanos, no tengo más remedio que
desconfiar en todo lo que conocía, incluidas las personas en las que pensaba que podía
confiar.
Resulta que los humanos puede que no se encuentren tan indefensos como parece, y
yo corro más peligro de lo que pensaba.
Si te gusta K.F. Breene, Annette Marie, Patricia Briggs, McKenzie Hunter, CN Crawford,
Leia Stone o Linsey Hall, entonces abróchense los cinturones queridos y prepárense
para una aventura trepidante que no podrán dejar.
Para mi hija, Savanah.
Sin ti, habría terminado este libro mucho antes, pero quizás esto te
enseñe a perseverar siempre.
James y yo nos subimos a su Boss Mustang 302 de 1970 y salimos del pequeño
estacionamiento adjunto a Sanborn Place. El coche cobró vida con un rugido cuando
salimos a la calle y disfruté de la sensación del elegante cuero bajo mis manos. El carro
era una obra de arte. El sueño húmedo de cualquier hombre hecho realidad, y el de las
mujeres, si soy sincera. Era su orgullo y alegría. Una reliquia heredada de su padre que
había reconstruido y personalizado meticulosamente. El Mustang lucía un trabajo de
pintura negro personalizado sobre negro con llantas oscuras, luces traseras oscurecidas
e interior de cuero del mismo color. Tenía escrito chico malo por todas partes.
Le quedaba perfectamente y era espectacular, seguro que llamaba la atención.
Tenía la sensación de que James quería ser visto y recordado.
—Entonces, ¿cuándo vas a dejar que la lleve a dar una vuelta?
Se rio. —Nunca Ari, nunca.
Hice un puchero.
—No eres divertido —le dije.
—Hemos pasado suficiente tiempo juntos y he visto cómo conduces. Este auto
es mi bebé, me gustaría que continuara de una pieza.
—Soy una conductora perfectamente prudente. Todo lo que pido es dar
algunas vueltas alrededor de la cuadra. Ella volvería contigo sana y salva.
James meneó la cabeza. —No hay nada que puedas decir para convencerme de
que te deje tener un turno al volante.
—Esto no ha terminado.
—Nunca termina —dijo con una sonrisa.
Mientras caminábamos por la calle, jugueteé con las perillas del estéreo antes
de pedir información.
—Entonces, ¿quién es el padre?
—Su nombre es Eric Delaney, es un lobo en South Hill. —South Hill se hallaba
en el lado más agradable de Spokane, Washington. Las casas estaban bastante cerca la
una de la otra, pero las vistas de la ciudad eran impresionantes y las casas estrechas
eran una compensación justa por una tasa de criminalidad muy baja y vecindarios muy
limpios.
—¿Entonces supongo que el niño tomó el apellido de su madre ya que no
coincide con el nombre de él? ¿Qué hay de la repentina aparición del papá pidiendo
algo de justicia, luego de permanecer alejado? No es que me queje del caso.
James se encogió de hombros. —No estoy muy seguro. Ayer por la mañana,
llamó a la Manada y nos pidió que investigáramos el asunto. Estuvo fuera de la red
durante algunos años y dijo que no estaba satisfecho con los esfuerzos que se habían
hecho por su hijo. Parecía bastante alterado por eso en el teléfono.
—¿Y ustedes estuvieron de acuerdo, así como así?
James me miró de reojo, su mirada penetrante preguntándome si era estúpida.
»¿Qué? —pregunté.
—Aria, ya sabes cómo funcionan estas cosas. Somos una manada, si alguien
necesita ayuda, nosotros lo ayudamos. Si alguien quiere respuestas, las encontramos.
Es lo que hacemos.
Puse los ojos en blanco. —Acabas de decir que había estado fuera de la red.
¿Cómo funciona eso?
—Él pidió permiso para irse y Declan se lo dio.
—¿Por cuánto tiempo?
—No lo sé, al menos tres años, obviamente. El Alfa no lo mencionó y no
pregunté.
—¿Y qué hay de tu Alfa directo con los lobos? Delaney es uno de los tuyos. ¿El
lobo Alfa tuvo algo que añadir?
—Haces un montón de preguntas —refunfuñó James.
—Eso es parte del trabajo.
—Bueno, no, no las hizo. Recibí mis órdenes de Declan y salí para reunirme
contigo. Mi Alfa ya debe haber sido notificado, y si tiene alguna información que
considere útil, estoy seguro de que recibiré una llamada.
Tamborileé el borde de la ventana con los dedos. Yo sabía más sobre el
funcionamiento interno de la Manada que la mayoría de los forasteros, pero aún no
comprendía completamente todos los detalles. Sabía que cada clan tenía su propio Alfa
directo, pero que “El” Alfa de todas las manadas del Noroeste del Pacífico era Declan
Valkenaar, quien gobernaba cada clan con mano de hierro.
Sin embargo, en mi cabeza no tenía sentido que la Manada extendiera su ayuda
a un miembro que les había dado la espalda a ellos y a su hijo.
—¿Por qué lo está ayudando la Manada?
Recibo la misma mirada de reojo.
»Yo no soy parte de la Manada. No sé cómo trabajan.
Lanzó un suspiro exasperado. —Sabes lo suficiente.
Bien, sí lo que sea, sabía lo suficiente.
—¿Conoces la situación entre él y la mamá?
—No mucho, solo que se separaron hace más de tres años y Eric no había visto
a Daniel desde entonces.
Reflexioné sobre eso mientras subíamos por la calle Freya. Simplemente no
tenía sentido. No juzgaba al muchacho, pero por cómo yo lo veía, abandonó la vida de
su hijo hace más de tres años atrás y estaba tratando de regresar demasiado tarde al
juego. Daniel se había ido y no regresaría. Yo quería acabar con el bastardo que lo
había matado, de verdad. Pero desde la perspectiva de Delaney, simplemente no
entendía la razón. Mirando a James con sospecha, mordí mi mejilla para contener mi
réplica. Había algo que no me estaba diciendo.
Estacionando en una casa de un solo piso, James apagó el motor y ambos
salimos del auto. La casa estaba hecha un desastre. Combinaba con el mismo estilo
moderno del resto de las casas del vecindario, pero donde las casas circundantes eran
impecables y tenían el césped bien cuidado, la residencia Delaney lucía deteriorada con
la pintura descascarada, arbustos cubiertos de maleza y escombros al azar apilados en
el costado de la casa.
Asegurándome de que mis dagas fueran visibles en el interior de mi chaqueta
de cuero, dejé mi bolso atrás y recorrí el camino corto que llevaba desde la calle hasta
la puerta principal con James acechando por detrás. Daba la impresión de que él era el
músculo en esta situación. Lo que básicamente así era. James y yo habíamos trabajado
juntos en algunos casos en el pasado. Nada relacionado con los asuntos de la Manada,
pero de vez en cuando aparecía y trabajaba de forma independiente para matar el
tiempo. No necesitaba el dinero, con el gimnasio y su trabajo con la Manada, pero
siempre se sumaba con entusiasmo a los casos que involucraban vampiros. Estaba
bastante segura de que lo hacía en busca de información, un interesado de la especie,
ya que las cosas eran tan hostiles entre la Manada y el Aquelarre y mis casos
generalmente proporcionaban información privilegiada, pero no me importaba,
aunque estoy segura de que si el Aquelarre se enteraba, ciertamente les importaría.
Pero bueno, lo que no sabían, no les hacía daño.
Ya teníamos una rutina y normalmente se quedaba atrás y me dejaba hablar. La
mayoría se sentían bastante intimidados por su presencia. No tenía que esforzarse
tanto en ello.
Subiendo los pocos escalones hasta la puerta, llamé tres veces y esperé una
respuesta.
Nadie respondió. Llamé tres veces más y esperé de nuevo, haciendo todo lo
posible por no inquietarme. La paciencia no era una de mis virtudes.
Después de varios largos segundos se escuchó el sonido distintivo de una
cerradura retirándose y la puerta se abrió solo una rendija.
—¿Qué deseas? —preguntó el hombre detrás de la puerta. Podía distinguir su
tono de piel aceitunada y su caída de cabello castaño, como el de Daniel.
—Soy Aria Naveed, una mercenaria de Sanborn Place. Me gustaría hablar con
usted sobre la muerte de su hijo.
—No murió simplemente —gruñó—. Fue asesinado.
—Lo sé —dije con lo que esperaba que fuera una voz tranquila y relajante—.
Me gustaría robarle unos momentos de su tiempo para entrevistarlo y ver si podría
tener alguna pista. Estoy tratando de encontrar al asesino de su hijo y necesito de su
ayuda para hacerlo.
Por alguna razón, Eric Delaney parecía un poco loco. Sus ojos estaban
inyectados en sangre y su cabello era un desastre. Me pregunté débilmente si tal vez
tenía problemas para dormir. Luego me abofeteé mentalmente tan pronto como el
pensamiento cruzó por mi mente. Por supuesto que estaba teniendo problemas para
dormir, su hijo acababa de ser asesinado.
Observó por encima de mi hombro y miró a James de arriba abajo antes de que
sus ojos se desviaran hacia el auto estacionado a solo unos metros de distancia. Vi
como sus fosas nasales se ensanchaban, inhalando nuestro aroma, y vi el momento en
que se dio cuenta de que James era un cambiaformas, un destello en su rostro, todo el
color desapareció de su expresión mientras sumaba dos y dos. Solo un cambiaformas
conducía un coche como el de James. Delaney dio un paso atrás, abrió más la puerta y
nos indicó que pasáramos.
Me moví para dar un paso dentro de la casa, pero antes de que pudiera pasar el
umbral, James pasó a mi lado, bloqueando mi camino. Se quedó quieto como una
piedra por un tenso momento antes de entrar más en la casa. Hábitos de cambiaformas
estúpidos, siempre pensando que las mujeres debían ser protegidas. James sabía mejor
que la mayoría, que yo era capaz de cuidarme a mí misma.
Poniendo los ojos en blanco, me moví para seguirlo y me encontré con un
hedor abrumador a alcohol y a sudor. Arrugué la nariz e hice todo lo posible por
respirar por la boca mientras Eric nos guiaba a través de la entrada y hacia la sala de
estar. Tomando asiento en uno de los sofás de la habitación, James se sentó a mi lado
mientras nuestro anfitrión se colocaba frente a nosotros, jugando nerviosamente con
sus manos. El olor de la habitación lo envolvía todo. Si realmente estaba sobrio antes
de llamar a la Manada, ¿cómo diablos se habían puesto las cosas tan mal, así de
rápido? Solo podía imaginarme lo mucho que le estaba afectando a James, con sus
sentidos mejorados de cambiaformas. Yo tuve que parpadear repetidamente solo para
evitar que me lloraran, pero estaba peleando una batalla perdida.
Componiéndome lo mejor que pude, traté de evaluar a Eric Delaney. Era
pequeño para ser un hombre, tenía alrededor de mi altura, un metro setenta y cuatro
centímetros, y era mucho más delgado de lo que hubiera esperado para ser un
cambiaformas. La mayoría de los cambiaformas eran fornidos con músculos
acordonados y cuerpos atléticos. Eric estaba tan delgado que parecía enfermo, casi
desnutrido. Inspeccioné la habitación y vi varias botellas vacías esparcidas por la
alfombra y varios fragmentos de vidrio roto, probablemente también restos de botellas
anteriores. Había una pila dudosa en la alfombra cerca de la ventana y las moscas que
zumbaban a su alrededor me hicieron pensar que era vómito.
Qué asqueroso.
Regresé mi mirada a Eric y tomé un respiro, arrepintiéndome al instante cuando
el olor a vómito golpeó mi nariz. Dios, ¿qué había estado haciendo, bebiendo hasta
entrar en coma?
—Señor Delaney —comencé—, ¿cuándo fue la última vez que vio a su hijo?
No pareció oírme porque su mirada siguió yendo y viniendo de James a mí y
luego al suelo, mientras hacía movimientos inquietos con las manos y los pies.
»¿Señor Delaney?
Todavía nada. Miré a James, con un signo de interrogación en mi rostro.
Suspiró. —Eric, no estoy aquí para hacerte daño. Responde sus preguntas.
Arqueé una ceja, pero James no se molestó en responder mi pregunta tácita.
¿Por qué Eric pensaría que James estaba aquí para hacerle daño? ¿Tuvieron problemas
en el pasado o algo así?
Independientemente del por qué, Eric pareció calmarse de inmediato y pudo
quedarse parcialmente quieto, aunque continuó retorciéndose las manos. —Mmm...
Hace unos tres años atrás o algo así —respondió finalmente.
—¿Y por qué es eso? —dije. Parecía incluso más incómodo que hace unos
momentos. Vi cómo un profundo rubor subió por su cuello.
—Mmm... porque... yo era un borracho —susurró. Bueno, no hacía falta ser un
científico espacial para descifrarlo.
»Todavía lo soy —acordó un segundo después de la primera admisión.
Suspiré. Esta no iba a ser una reunión tan productiva como esperaba.
Troté rápidamente hasta el Hills Fitness Center, a unos seis kilómetros al oeste
de mi complejo. El trote me permitió despejar mi cabeza de cualquier vestigio de mi
pasado, centrándome en cambio en la refrescante brisa fresca que golpeaba mis
mejillas y la humedad persistente en el aire. Me encantaba el olor del aire de Spokane,
especialmente después de que llovía y, a juzgar por las calles húmedas, la lluvia había
amainado recientemente.
Mis pies calzados con botas chocaron con el pavimento mojado mientras
doblaba la última esquina que conducía al gimnasio. En la puerta ingresé el código de
bloqueo de seis dígitos y esperé a que la luz se pusiera verde antes de abrirla.
Hace dos meses atrás, James me dio su código de entrada, diciéndome que
podía usar las instalaciones en cualquier momento, acepté la oferta y lo usaba con
regularidad. Disfrutaba entrenar cuando no había nadie más cerca para mirar, me
permitía golpear realmente fuerte, sin preocuparme por lo que otros vieran.
Una vez dentro, crucé el área de la recepcionista, sin molestarme en encender
ninguna de las luces. Usando mi memoria como guía para evitar tropezar con cualquier
equipo, caminé en silencio hacia la parte trasera del gimnasio y bajé por una escalera
sin pretensiones despojándome de mi abrigo en el camino.
En la base de las escaleras encendí las luces, iluminando el gran espacio.
Delante de mí se encontraba la sala de entrenamiento abierta del gimnasio. Cada
pared se alineaba con una variedad de armas. De todo, desde espadas y hachas hasta
mazas y cimitarras. Todo lo imaginable se alineaba en las paredes, algo más para
decoración que para uso real, pero la habitación me recordaba a mi hogar.
Pasé mis dedos por la empuñadura de varias espadas a mi izquierda antes de
finalmente seleccionar un talwar; un sable persa con un borde curvado perversamente
que tenía ochenta centímetros de largo con una empuñadura de quince. Probé su peso
en mi mano derecha, juzgando que pesaría alrededor de kilo y medio
aproximadamente. Había sido diseñado para ser una espada de empuje, una hoja
destinada a matar de un solo golpe con precisión mortal. Con mi arma preferida en la
mano, me dirigí al centro de la lona y me enfrenté a mi oponente imaginario,
tomándome un momento para concentrarme. Cerrando los ojos, me imaginé a un
enemigo en un campo de batalla abierto. La brisa silbaba en mis oídos y el olor a
hierba recién cortada me hacía cosquillas en la nariz. Tomarme el tiempo para
visualizar la escena, hacía que fuera mucho más real.
Lejos del gimnasio y después de inhalar otra bocanada de aire, abrí los ojos y
empujé el sable con un movimiento fluido, siguiendo con un golpe mientras movía los
pies hacia la izquierda y giraba los hombros para llevar el sable hacia atrás por un
segundo para golpear a mis oponentes de nuevo, viniendo de mi derecha. Repetí el
movimiento varias veces hasta que mi cuerpo recordó los pasos sin pensarlo
conscientemente.
Con gotas de sudor cayendo por mi frente, cambié mis movimientos e invertí
mis golpes.
Después de que pasaron treinta minutos, la confianza en mis habilidades para
atacar a un posible asaltante desde cualquier ángulo aumentó. Empecé a parar y
empujar, alternando direcciones. Izquierda luego derecha, derecha luego izquierda, y
luego mezclé mis direcciones aún más. Derecha, derecha, izquierda. Izquierda, derecha,
izquierda y luego derecha, izquierda, derecha. Cambiando de dirección hasta que no
quedó ningún patrón.
El tiempo pasó volando, ya no era relevante en la bruma de mi batalla
imaginaria. Estaba cubierta de sudor, mi ropa se pegaba a las curvas de mi cuerpo.
Decidiendo darle una vuelta más, hice un rápido movimiento hacia mi derecha cuando,
de repente, mi mirada se encontró con una sombra oscura en la esquina de la
habitación.
De repente detuve mi impulso hacia adelante y capté la familiar mirada de color
acero de un hombre envuelto en las sombras. Vestido con una camiseta negra
descolorida y vaqueros negros combinados con botas a juego, parecía un depredador,
acechando en la esquina oscura de la habitación.
Hice una mueca, levantando el brazo para secar el sudor de mi frente con el
dobladillo de mi camisa, el dolor sordo en mi cuello y hombros por el entrenamiento
vigoroso me dijo que había estado aquí por un tiempo.
—¿Pensé que nos reuniríamos más tarde? —Dejé el talwar en su lugar de
descanso junto a la pared.
James echó un vistazo a su reloj inexistente, mirándome con una mueca de
ceño. —Ya es más tarde —dijo, su voz espesa como la miel a lo largo de mis sentidos.
—Correcto. —Me senté en el banco sosteniendo mi chaqueta. James me arrojó
una botella de agua que pareció sacar de la nada. Sin molestarme en preguntar de
dónde la había sacado, le quité la tapa y bebí la mitad de su contenido de un trago
largo.
—Gracias —dije.
—No hay problema. —Se encogió de hombros.
—Entonces, ¿cuánto más tarde es ahora? Parece que, aquí, he perdido la noción
del tiempo.
James se alejó más de la esquina sombreada para pararse a unos dos metros
frente a mí. Mirándome desde su alto punto de vista, dijo—: Un poco más tarde de las
ocho de la mañana, pasé por tu apartamento antes de venir hasta aquí. Cuando llamé y
no respondiste, pensé que este era tu destino más probable.
Asentí. El gimnasio era prácticamente mi segundo hogar. Venía casi a diario, a
veces varias veces en el mismo día. El olor a sudor y cuero era reconfortante,
recordándome el hogar que había perdido.
—¿El cachorro quiere jugar? —Arqueé una ceja a modo de pregunta.
El ceño fruncido en el rostro de James me dijo que no le parecía para nada
gracioso. Eso estaba bien porque yo me sentía hilarante.
—¿No deberíamos ir a reunirnos con los Blackmore?
Me encogí de hombros. —No tenemos una cita, así que no importa. Además,
están de duelo, dudo que se vayan a alguna parte.
Pareció reflexionar sobre ello durante unos minutos. Me encontraba dolorida y
si ya eran las ocho de la mañana eso significaba que había estado aquí cerca de tres
horas, pero una sesión de entrenamiento con James era algo que nunca rechazaría.
Incliné mi cabeza de izquierda a derecha en un esfuerzo por relajar mis
músculos, haciendo tronar mi cuello en el proceso.
»¿Te estás volviendo suave conmigo? —pregunté, cuando James permaneció en
silencio—. Si estás demasiado cansado, lo entiendo, tal vez deberías volver a la cama y
puedo pasar a buscarte al mediodía. Sé lo mucho que te gusta tu sueño reparador.
Como dije, los Blackmore no se irán a ninguna parte.
Lo estaba incitando, lo cual no era lo más inteligente que podía hacerle a un
hombre lobo, pero a pesar de mi vigoroso entrenamiento, mi pesadilla todavía me
pesaba mucho y necesitaba una salida.
Tomando un último trago de mi botella de agua, me levanté de mi asiento y
caminé hacia él, deteniéndome a pocos centímetros de distancia, con un gesto
arrogante en mis labios.
—¿Condiciones? —pregunté.
James cuadró los hombros y giró la cabeza de un lado a otro.
—Depende de ti —dijo.
¡Sí! Sabía que no dejaría pasar esto.
—Nada de armas, nada de garras.
—Ah, no eres divertida.
Me encogí de hombros, indiferente. Si bien una espada contra James era casi
una necesidad, le daría la ventaja de cambiar su apariencia y definitivamente no estaba
preparada para James en su forma de lobo o guerrero. Su forma de guerrero era una
mezcla entre humano y lobo, una vista desalentadora y ridículamente formidable. Ser
un cambiaformas solo le daba a James una gran ventaja en el departamento de fuerza,
pero al menos en su forma humana, era menos probable que me partiera en dos.
—Entonces nada de fuego —agregó James.
Eso estaba bien para mí. De todos modos, no me arriesgaría a prender nada en
un espacio interior. El dolor entre mis omóplatos hizo que me pusiera rígida. Inhalé
profundamente, exhalando por la nariz en un esfuerzo por realinearme y sacar el ligero
dolor de mi conciencia. Tomando varias respiraciones profundas más, James y yo nos
enfrentamos el uno al otro, esperando que el otro golpeara primero.
La paciencia de James se agotó primero después de unos cortos cuatro minutos
y se lanzó, con los brazos extendidos para atraparme por los hombros. Girando hacia la
izquierda, esquivé su agarre mientras metía un codo profundamente en el centro de su
espalda antes de salir rápidamente de su alcance una vez más.
James se volvió y la plata líquida llenó su mirada.
El lobo iba a salir a jugar. Esto podría volverse interesante.
Sonreí y le hice un gesto de ven a buscarme. James soltó una carcajada antes de
lanzarse de nuevo, esta vez bajando, apuntando a mi estómago. Me lancé al aire
esquivando por poco su ataque y me arrojé sobre él, rodando sobre mis pies una vez
que mi cuerpo golpeó la alfombra, pero no fui lo suficientemente rápida. Tan pronto
como mis pies tocaron la alfombra, mi cuerpo fue impulsado hacia atrás cuando James
me tiró sobre su hombro.
Doblando mis rodillas y permitiendo que el impulso me llevara en la dirección
correcta, mi cuerpo aterrizó en una posición estable a varios metros de él.
Exhalé un suspiro y aparté el cabello que se me había escapado de la trenza de
la cara. El dolor entre mis hombros se convirtió rápidamente en una sensación
palpitante. Estaba teniendo dificultades para ignorarlo. Poniéndome de pie lentamente,
caminé hacia mi derecha, mirando a James con los ojos entrecerrados mientras él hacía
lo mismo.
Esta vez, mi ataque llegó y fingí lanzarle un puñetazo en su flanco izquierdo
antes de cambiar de dirección en el último segundo posible y golpearlo en el medio.
Mis nudillos estallaron y crujieron cuando se encontraron con el duro acero de su
abdomen, pero ignoré el leve dolor y conecté un gancho de izquierda a su mandíbula.
Echó la cabeza hacia atrás, pero solo por un segundo, antes de estar sobre mí,
con todo su peso sosteniéndome contra la firme estera. Arqueando mi espalda e
intentando girar a mi izquierda en un esfuerzo por quitármelo de encima, se mantuvo
firme. Después de retorcerme durante varios segundos, finalmente cedí y lo miré a los
ojos. Ahora eran de un color, plata líquida, una hermosa cualidad metálica muy
parecida al mercurio.
James tenía una sonrisa de lobo en su rostro.
—¿Por qué mierda estás tan feliz?
—Gané.
Jadeé mientras mis pulmones luchaban por respirar bajo su peso. —No
ganaste— dije entre dientes—. Esto no ha terminado.
—Oh cariño, se acabó. —Apoyó su peso más firmemente contra mí.
Mi pecho se sentía en llamas, mis luchas volviendo a elevarse, en un intento de
escapar. Sentí como si un camión estuviera estacionado en mis pulmones.
James parecía ajeno a mis luchas hasta que lo escuché toser, su agarre en mis
brazos se tensó.
»Em oye, Aria, es posible que desees dejar de hacer eso —dijo. Su voz adquirió
un tono ronco inusual.
Lo ignoré y continué con mi lucha.
—Tú no ganaste. —La derrota no era una opción.
—Ari, en serio, tienes que... parar —dijo con un gruñido, y fue entonces cuando
sentí su dura longitud contra mi estómago.
¡Mierda! Me quedé helada.
—¡¿De verdad James?!
—Oye, soy un chico, no puedes esperar mucho de mí.
Sonrió y tuve la repentina necesidad de golpearlo en la cabeza. Si tan solo
pudiera liberar mi brazo.
—¿Vas a bajarte de encima? —pregunté, poniendo los ojos en blanco ante su
expresión complacida.
En un movimiento fluido, James se apartó de mí, a varios metros de distancia.
Hice un gesto para apartar las arrugas inexistentes en mi camisa y reajusté mi trenza
antes de levantarme. Luciendo relajada.
»Emm, ¿estás listo para irnos? —pregunté, evitando el contacto visual.
James comenzó a reír, lo que me hizo mover la cabeza en su dirección.
—Dios, Ari, eres tan mojigata.
—¡No lo soy! —espeté.
Aún con su sonrisa de oreja a oreja, puso los ojos en blanco. —Sí, como tu
digas. ¿Por qué no te duchas mientras yo limpio aquí? O mejor aún, podría
acompañarte.
Abrí la boca de par en par, ¿estaba bromeando? Tenía que estar bromeando.
James se dobló y sujetó su estómago, comenzó a reír con tanta fuerza que las
lágrimas se filtraron de sus ojos. —Dios, si pudieras ver la expresión de tu rostro— dijo
entre jadeos.
Caminé hacia el vestuario, pareciendo ignorarlo mientras pasaba a su lado.
Cuando me encontraba a solo unos centímetros de distancia, agarré su bíceps y
doblando mis rodillas, lo tiré sobre mi hombro mientras metía mi cuerpo. James voló
por el aire y, habiendo sido tomado por sorpresa, aterrizó en un montón desgarbado a
unos metros de distancia.
Se volvió hacia mí, con una sonrisa de sorpresa en su rostro. —Peleas sucio.
Seguí mi camino. —No soy una mojigata.
James se rió entre dientes, —Lo que digas, Ari. Lo que digas.
Después de darme una ducha rápida en el vestuario del gimnasio, me sentía
agradecida de haber decidido usar un top debajo, ya que no había pensado en traer
una muda de ropa. Tirando mi top empapado en el casillero vacío, reservado para mí
en el gimnasio, me puse mi camiseta negra de algodón sobre el sostén deportivo.
Vestida y con el cabello recién trenzado, salí y esperé a James junto a la puerta
principal del gimnasio.
Jugando con la pulsera de cuero alrededor de mi muñeca, me destrocé la
cabeza por el comentario de James de más temprano. No era una mojigata, a pesar de
lo que él pudiera pensar. Resultaba que él era como de la familia y sentirlo duro entre
mis muslos fue simplemente... raro.
No ayudaba que estuviera experimentando una sequía de dos años. Una que no
tenía ningún interés en rectificar.
No me malinterpreten, James era prácticamente como tener sexo a la orden y
podía entrar fácilmente a un bar y salir con cualquier chica de su elección, pero
también era como familia. Aparte de Mike, James era mi próxima persona a quien
acudir. Lo veía como un hermano, aunque un hermano caliente, pero un hermano de
todos modos. Quizás más como un hermanastro. Así que no era una mojigata,
simplemente no me gustaba cruzar fronteras y James y yo ciertamente teníamos líneas
que no debían cruzarse. Su amistad nunca sería algo que me arriesgaría a perder tan
descuidadamente y las relaciones eran algo que consideraba fugaces.
Estaba a punto de salir a tomar un poco de aire fresco cuando una mano tocó
mi hombro, causando que prácticamente pegara un salto de muerte.
Me volví con una daga levantada antes de darme cuenta de que solo era James.
¡Mierda!
—Tienes que dejar de acercarte sigilosamente —le dije, guardando mi daga y
golpeándolo en el hombro con mi mano libre—. Sabes que siempre estoy nerviosa
después de una sesión de entrenamiento.
James arqueó una ceja antes de rodearme y abrir la puerta principal.
—¿Lista para irnos? —preguntó, luciendo una amplia sonrisa en su rostro.
Imbécil.
En serio necesitaba conseguirse un pasatiempo, uno que no incluyera
asustarme hasta matarme. Lo seguí afuera en respuesta y dejé que abriera el camino
hacia su Mustang. Subiendo cuando escuché el claro clic de las trabas de las puertas,
me puse el cinturón de seguridad y me hundí en los asientos de cuero.
Anduvimos en silencio hasta la residencia Blackmore. Me sentía demasiado
agotada por nuestra sesión de entrenamiento como para entablar una conversación.
Quince largos minutos más tarde llegamos a una encantadora casa de tres pisos. James
dejó el motor encendido por unos momentos mientras inspeccionábamos el vecindario
a través de las ventanillas del auto. La casa estaba hermosamente ajardinada y parecía
ser la típica casa de Veradale, estrecha y alta. Todas sus características parecían caras.
Todo lo anunciaba, desde los caminos de piedra hasta las molduras de madera
detalladas alrededor de las ventanas. Cada característica era meticulosa y elegante.
Salí del coche y anduve por el camino de piedra que conducía hacia la puerta
principal. Antes de que pudiera tocar, la puerta se abrió y una mujer alta vestida con un
elegante vestido verde hasta las rodillas se paró frente a mí. Su cabello lucía impecable,
peinado en una caída de rizos por su hombro derecho. Tenía grandes piedras preciosas
adornando sus orejas y su maquillaje era perfecto contra su tez pálida.
—Señora Blackmore—dije.
—¿Si?
—Lamentamos molestarla —le dije a modo de saludo—, pero nos gustaría
hablar un poco más con usted sobre la desaparición de Daniel y su posterior muerte.
—Unos pasos sonaron en el interior de la casa que conducían hacia la puerta principal.
Jessica Blackmore miró por encima del hombro mientras un pequeño ceño aparecía en
su frente.
—Lo siento, pero este no es un buen momento. Estábamos a punto de irnos…
—se calló cuando se le acercó un hombre de mediana edad.
—Jessica, ¿quién es? —preguntó.
—Es la investigadora que estaba trabajando en el caso de Daniel. La señorita
mmm... ¿me podría repetir su nombre? —preguntó, volviéndose hacia mí.
—Aria. Aria Naveed. —Obviamente, no le había causado mucha impresión. Tal
vez necesitaba conseguirme un Mustang Boss 302 para que me vieran y también me
recordaran.
—Es la señorita Naveed —le dijo a su esposo, como si él no lo hubiera
escuchado ya.
—¿Por qué está aquí? —preguntó.
Como no quería que la señora Blackmore siguiera siendo intermediaria, centré
mi atención en Patrick Blackmore y le respondí directamente.
—Vine a discutir las circunstancias que rodearon el secuestro y asesinato de
Daniel.
—¿Por qué? Eso ya acabó. Se terminó —dijo con voz ronca mientras ajustaba la
corbata burdeos alrededor de su grueso cuello.
Por alguna razón, no me cayó bien para nada. Tenía una bola de sordidez
escrita sobre él y no me agradó mucho la forma en la que seguía mirándome de arriba
abajo como si fuera un trozo de carne.
—No, señor Blackmore, no ha terminado —dijo James detrás de mí. Dio un
paso amenazante hacia adelante, su tono mezclado con acero.
Me aseguré de mantener una expresión suave en mi rostro mientras el señor y
la señora Blackmore estudiaban a James por encima de mi hombro. Me di cuenta de
que ninguno de ellos sabía quién o qué era él. Si lo hicieran, sus expresiones habrían
cambiado de molestia a aprensión por lo menos.
Sin embargo, me sorprendió su reacción a mi visita. Acababan de perder a un
hijo. Habían pasado menos de dos semanas desde la desaparición de Daniel y la
noticia de su muerte solo les había llegado hace unos días atrás, sin embargo, parecía
que los dos iban a salir a celebrar. Estos no eran los padres afligidos con los que
esperaba reunirme esta tarde. Sabía que estaban trabajando para seguir adelante, pero
la falta total de emoción era desagradable, por decir lo menos.
—Somos los padres y decidimos que este caso había terminado—dijo el señor
Blackmore, su paciencia visiblemente agotándose—. Sus servicios ya no son necesarios.
James sonrió. Era una sonrisa salvaje llena de dientes. El tipo de sonrisa que la
mayoría consideraría amistosa, pero yo lo conocía mejor. Esta era la sonrisa que James
le mostraba a la gente antes de estrellar sus cabezas contra las mesas de billar y
lastimar cada centímetro de sus cuerpos. La había visto varias veces durante los últimos
meses y nunca terminaba bien para la otra persona.
—Señor Blackmore, permítame presentarme. Mi nombre es James Shields.
Me di cuenta de que Patrick Blackmore todavía no tenía idea de quién era, pero
sabía que Jessica sí. Tan pronto como James dijo su nombre, su piel se puso aún más
pálida, adquiriendo una cualidad casi gris. El punto del pulso en su garganta
tamborileó rápidamente bajo su piel, cerrando y abriendo sus manos en un gesto
ansioso. Uno con el que probablemente no se sentía cómoda. Ella había estado con
Eric Delaney el tiempo suficiente como para saber quién es quién dentro de la Manada.
—No me importa quién eres… —dijo Patrick antes de que su esposa lo
interrumpiera.
—Patrick, por favor —colocó una mano en su antebrazo doblado. Él la miró con
irritación y me di cuenta de que estaba a punto de apartarla, así que decidí meterme
antes de que metiera la pata, más de lo que ya lo había hecho.
—Señor Blackmore, creo que su esposa está tratando de advertirle porque, a
diferencia de usted, ella sí se da cuenta de la importancia de la presencia del señor
Shields. James es miembro de la Manada del Noroeste del Pacífico. Él está aquí por
asuntos oficiales de la Manada y, como estoy segura de que saben muy bien, Daniel
Blackmore era un cambiaformas, un fragmento de información que ustedes dos no
proporcionaron al principio, lo que significa que la Manada tiene todo el derecho a
investigar su asesinato y usted señor, sería mejor que cooperara. Le aseguro que es lo
mejor para usted.
No sabía que la señora Blackmore pudiera ponerse más pálida, pero lo hizo. Su
piel había adquirido una cualidad cenicienta y tomé nota mental de observarla por si
hubiera más reacciones. Había algo muy malo en estos dos.
Patrick pareció digerir mis palabras y me di cuenta de que estaba echando
humo, pero tomó la decisión inteligente y abrió más la puerta, dejándonos entrar.
Mirando por encima de mi hombro, le mostré a James una sonrisa salvaje. Ves, puedo
ser amable. O algo así.
Al menos ganaba puntos por hacer que nos dejaran entrar sin tener que sacar
una de mis dagas. James una vez más pasó a mi alrededor y tomó la delantera. Poco a
poco me estaba acostumbrando a su forma irracional de caballería, así que lo seguí sin
hacer comentarios. El señor y la señora Blackmore nos llevaron a una habitación
directamente a la derecha de la entrada. Era una pequeña sala de estar con alfombras
gruesas y cortinas pesadas. Todo en la habitación era refinado y de material de calidad.
Mis manos picaban por tocar todas las galas y tuve que luchar conmigo misma para no
pasar mis manos sobre el brazo del sofá en el que me senté, deleitándome con su
suave textura. Mientras otra parte irracional de mí luchaba por no prenderle fuego a la
maldita cosa. Es curioso todo el conflicto que sentía por la tela.
Una vez que nos sentamos, todos nos quedamos mirando en silencio.
Honestamente, no tenía ni idea de por dónde empezar. Estas no eran las personas con
las que esperaba hablar. Cuando hablé con la señora Blackmore antes, ella había sido
una madre angustiada que buscaba a su único hijo. Tenía rastros de lágrimas en la cara
y moretones debajo de los ojos que insinuaban la falta de sueño, pero ahora, ahora se
veía mejor que nunca. No podía entender el cambio repentino en su apariencia.
Nunca me había reunido con el señor Blackmore, así que, en su caso, no sabía
qué esperar. Pero un hombre que fácilmente tenía diez años más que su esposa, con
cabello grasoso y una parte media gruesa, no era lo que yo hubiera imaginado como el
esposo de Jessica. Ella era hermosa de una manera clásica. Sin embargo, después de
conocerlos y verlos juntos, pensé que era seguro asumir que ella se había casado por
dinero. Los tiempos eran difíciles. El Despertar había hecho colapsar por completo la
economía, por lo que la riqueza e incluso la comodidad eran difíciles de conseguir para
la mayoría. Jessica parecía ser del tipo que quería que la cuidaran.
Después de varios momentos de silencio, James finalmente habló—: ¿Alguno
de ustedes tuvo algo que ver con la muerte de su hijo?
Alcé las cejas con sorpresa. Estaba pensando en ir por el mismo camino, pero
no me había anticipado que él realmente iba a expresar la pregunta. No obstante, miré
a ambas partes en busca de algún indicio de respuesta.
—¡Por supuesto no! —Patrick dijo. Su voz se elevó con indignación.
—No, nunca lo haría —dijo Jessica en un tono más moderado.
James respiró hondo por la nariz e inclinó la cabeza hacia un lado. Pareció
perdido en sus pensamientos por un momento. Jessica se retorció las manos
nerviosamente en su regazo. El rostro de Patrick lucía rojo de rabia. Estaba a punto de
explotar y se aferraba a su temperamento solo con el hilo más fino. Honestamente, no
me importaba. Si alguno de estos dos tenía algo que ver con la muerte de Daniel, los
haría sufrir.
—No tienen derecho a entrar en mi casa y acusarnos de ningún delito. No
hicimos nada malo —dijo Patrick. Volvió su atención a su esposa y apoyó una mano en
su hombro. Por un momento pensé que la estaba consolando, pero sus ojos
parpadearon con una pizca de incertidumbre antes de que las lágrimas comenzaran a
fluir libremente por su rostro. La reacción llegó atrasada, estaba fingiendo. Pero ¿por
qué?
»Ahora han molestado a mi esposa. Nos gustaría que se fueran —dijo
Blackmore.
James miró fijamente a la señora Blackmore en silencio, su mirada evaluativa.
Cada pocos segundos, su mirada se posaba en la de él antes de apartarla rápidamente,
y las lágrimas aumentaban. Realmente estaba dando un gran espectáculo.
Saqué una de mis dagas y comencé a usarla para limpiarme las uñas. El señor
Blackmore miró mi daga con aprensión e indignación a partes iguales. No estaba
acostumbrado a que lo amenazaran y ciertamente no estaba acostumbrado a perder el
control de una situación. No es que yo estuviera amenazando abiertamente a nadie. Al
menos no todavía.
—Señor Blackmore, señora Blackmore —dije, dirigiéndome a los dos. Jessica
sollozó un par de veces más antes de limpiarse la cara y recomponerse. Tenía que
decirle, era casi convincente. Casi.
—Me gustaría que sean conscientes de nuestra investigación y sepan que
llevaremos a la persona o personas responsables ante la justicia. —Me aseguré de
hacer contacto visual con los dos, permitiendo que asimilaran el significado de mi
declaración. Si alguno de ellos había tenido algún papel en la muerte de su hijo, los
haría arder por ello. Se suponía que eran padres amorosos. Padres que estaban de
duelo por la muerte de su único hijo.
De repente, James se puso de pie. —Señor y señora Blackmore, gracias por su
tiempo. Ahora nos iremos.
Lo miré fijamente, una pregunta evidente en mi mirada, pero el leve
movimiento de su cabeza me impidió expresar la pregunta en voz alta. En lugar de eso,
también me puse de pie, asentí hacia las dos personas sorprendidas que estaban
sentadas frente a nosotros y seguí a James hasta la puerta principal, sin molestarme en
decir nada más.
Una vez fuera, James y yo nos dirigimos directamente al coche. Con el cinturón
de seguridad puesto y el motor en marcha, me volví hacia él en busca de una
explicación.
—¿Estaban mintiendo? —le pregunté mientras arrancaba el coche.
—No lo sé.
—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? ¿Pensé que los cambiaformas
podían oler una mentira?
—Podemos —dijo, con frustración evidente en su tono—. Pero algo está mal en
esos dos. Especialmente en la madre. Mi lobo lucha por salir, está enojado y siente algo
malo en ellos. Pero no estoy seguro de qué es. Estoy teniendo dificultades para
mantenerlo dentro. —James dejó escapar un suspiro mientras nos abríamos paso hacia
la autopista.
»Ellos saben algo. Su mentira no fue directa, se sintió más como una mentira
por omisión.
—¿Puedes oler una mentira por omisión?
James meneó la cabeza. —Es más un sentimiento. Voy a hacer que los sigan y
veré qué expone eso. Cuando dijeron que no estaban involucrados en la muerte de
Daniel, creo que era verdad. Pero cuando Blackmore dijo que no habían hecho nada
malo, eso fue una mentira.
Los padres amaban a sus hijos, ¿verdad? No tenía hijos, así que no tenía idea de
cómo era eso, pero sé que mis padres me amaban y yo pensaba que Jessica amaba a
su hijo, pero esa mujer de allí no era la madre con la que inicialmente me había
reunido.
—¿Sueles tener problemas para contener a tu lobo?
James me lanzó una mirada de soslayo que decía que no le gustaba mi
pregunta. Me encogí de hombros y esperé a que respondiera de todos modos.
—No. No tengo problemas para contener a mi lobo, nunca —gruñó.
—Bueno, obviamente hoy estás teniendo problemas. Creo que deberías
manejar eso antes de ponerte furioso conmigo. —Le mostré una dulce, y lo que
esperaba fuera una inocente sonrisa.
Se estremeció por la mueca, así que no fue ni dulce ni inocente. Pensando un
poco, bajé el espejo de la visera y le sonreí a mi reflejo.
—¿Qué haces?
—Me admiro. —Sonreí y luego me estremecí de miedo. Parecía forzado y un
poco loco. Lo intenté de nuevo, esta vez bajando un poco las comisuras de la boca.
—¿Te estás sonriendo a ti misma?
Cerré el espejo y subí la visera de nuevo antes de lanzarle una mirada de
muerte. —Sí, me estoy sonriendo. ¿Tienes algún problema con eso?
—¿En serio, Ari? —dijo en un tono condescendiente.
—Solo quiero asegurarme de lucir normal cuando sonrío ¿de acuerdo? ¿Ahora
podemos seguir adelante?
James se echó a reír, con un profundo estruendo en su pecho y tuve que
apretar los dientes y cruzar los brazos para evitar golpearlo en la cabeza.
Idiota.
Cuando volví a salir, Inarus y James estaban sentados en la mesa del comedor,
con los ojos clavados en una batalla de voluntades.
Bueno, esto iba a ser divertido.
Inarus tenía sus pequeñas esferas metálicas flotando en un movimiento circular
en su mano. Parecía tranquilo, pero la rigidez de sus hombros decía que era todo lo
contrario. James también emitía una falsa sensación de relajación. Se encontraba
recostado en su silla, con las patas delanteras levantadas ligeramente del suelo
mientras balanceaba la silla con un pie. Tenía su brazo enganchado sobre la parte
superior de la silla y aunque su postura era relajada, la mirada en sus ojos era puro
lobo. Sus ojos sangraban de un color plateado metálico, un depredador clavado en su
presa, esperando a que se moviera antes de atacar.
Entré más en la habitación, haciendo ruido, para que ambos supieran que
estaba allí. Ninguno de los dos se molestó en mirarme. Después de un segundo de un
silencio suspendido, me les acerqué y me dejé caer sobre la fría superficie de madera
de la mesa entre ellos.
—Hola —dije con una voz dulce y azucarada. James arqueó una ceja en mi
dirección. Cuando me ponía dulce, sabía que estaba cabreada—. ¿Ustedes dos
terminaron con su concurso de quién mea más? —pregunté.
Inarus tuvo la decencia de parecer un poco avergonzado, pero James tenía una
sonrisa de lobo en su rostro que decía que esto estaba lejos de terminar. Qué suerte la
mía.
—No tengo idea de qué estás hablando, Ari—dijo James, con una amplia
sonrisa. Lo empujé en el hombro, interrumpiendo su acto de equilibrio y obligándolo a
apoyar la silla en el suelo para evitar caerse.
—Oye, ¿por qué hiciste eso? —preguntó James fingiendo estar ofendido. Lo
miré en respuesta mientras se reía entre dientes. Suspiré y me levanté de la mesa,
agarrando mis pertenencias al tiempo que me iba. James me observaba, su mirada
depredadora inquebrantable. Lo ignoré y me puse las botas.
Me volví hacia Inarus. —Gracias por la ayuda. Devolveré la ropa más tarde, ¿si te
parece bien? —Asintió. Al llegar a la puerta, noté que James se levantaba para
seguirme.
—Aria —llamó Inarus. Me volví para enfrentarlo—. Todavía tenemos que hablar.
Asentí. Seguro, hablaríamos cuando el infierno se congelara.
Cuando James y yo nos íbamos, me dirigí a mi apartamento, cuatro puertas más
abajo cuando me detuvo.
—Deberíamos hablar.
Negué. —Más tarde.
James frunció el ceño, pero asintió, —Tengo algunas pistas que seguir sobre el
caso de Daniel. Nada concreto y la mayoría probablemente sea una pérdida de tiempo,
pero aun así voy a seguir adelante. Descansa un poco y llámame más tarde cuando te
sientas mejor.
Asentí y me moví para abrir la puerta.
Antes de poner un pie dentro, James me envolvió en sus brazos, acariciando mi
cabello. Me puse rígida por una fracción de segundos antes de relajarme en el abrazo.
»Estoy tan feliz de que estés bien. No vuelvas a asustarme así, ¿de acuerdo?
Un acuerdo ahogado fue todo lo que pude decir antes de que me liberara. Su
mano descansó sobre mi hombro un momento más y me miró de nuevo. Cuando se
dio cuenta de que realmente me encontraba bien, se dio la vuelta para irse dejándome
un poco confundida pero sorprendentemente cálida por dentro, de una manera no
relacionada con el fuego.
Inarus me rastreó unos días después. No me sorprendió cuando entró a
Sanborn Place. Vestido en vaqueros de corte bajo que abrazaban sus caderas y una
camisa negra ajustada, lucía tan atractivo como el primer día que había tropezado con
él en el pasillo de mi complejo de apartamentos. No quería decir que confiaba en él en
absoluto. Él no podía esperar que confiara solo porque me había salvado la vida,
¿verdad? Iba a necesitar más que eso.
Entró en la oficina con una marcha casual, mirando su entorno y contemplando
todo. Lo observé por el rabillo del ojo pasando por el escritorio de Mike y hablar con él
durante varios minutos. Fingí estar ocupada, ordenando papeles y escribiendo la
misma palabra una y otra vez en mi teclado cuando en realidad, mi atención estaba
únicamente en él. Mi piel hormigueaba por su presencia y no estaba segura de si eso
era algo bueno o malo, sin mencionar el estúpido zumbido en mi cabeza.
Después de aproximadamente cinco minutos, se dirigió a mi escritorio y
mantuve mi mirada fija trabada en la pantalla de mi computadora.
―Oye, ¿podemos hablar? ―preguntó, sacando la silla frente a mi escritorio y
tomando asiento. Levanté los ojos, dándole una breve mirada antes de centrar mi
atención de vuelta en mi "trabajo".
―No puedo, estoy enterrada en trabajo en este momento ―le dije,
encogiéndome de hombros y ofreciendo una pequeña sonrisa en disculpas.
―En serio, ¿trabajo, eh? ―dijo, su tono lleno de escepticismo.
―Sí, estoy tan atrasada que me llevará semanas ponerme al día.
―Sabes, hablé con tu jefe, Mike. ―Entrecerré los ojos. ¿A dónde iba con
esto?―. Y dijo que te habías estado quejándote toda la mañana de que no tenías
ninguna pista fresca para lo que sea en que estés investigando y lo extremadamente
aburrida que te sentías, y que pensabas marcharte temprano.
Disparé una acusadora mirada fulminante en dirección de Mike y tuvo la
sensatez de dar la vuelta y caminar hasta la parte trasera de la oficina.
Cobarde.
―¿En serio? ―dije con una voz melosamente dulce. Realmente iba a tener que
recordarle a Mike no decirle a completos extraños si yo estaba disponible.
—Ajá —dijo Inarus. Una amplia sonrisa se extendió sobre su rostro. El bastardo
me tenía y él lo sabía. Suspiré, resignada a mi suerte y apagué mi computadora.
―Acabemos con esto ―le dije, levantándome de mi asiento.
―No suenes tan emocionada ―dijo. Agité una mano sobre mi hombro y salí, el
fresco aire de otoño azotando mis mejillas. Mirando a mi alrededor, noté que las calles
lucían bastante vacías. Pocas personas caminaban por las aceras y aún menos autos
estaban estacionados en las tiendas de los alrededores. Revisé mi reloj, solo eran las
tres de la tarde. Una hora inusual para que estuviera tan tranquilo. Caminando una
cuadra rápida con Inarus a mi lado, nos dirigimos a una cafetería y panadería local.
La puerta sonó cuando la atravesamos y nos recibió rápidamente la barista. Una
joven al final de su adolescencia con cabello teñido de rubio y reflejos de un color
rosado furioso se encontraba detrás del mostrador con una amplia sonrisa en su rostro.
Iba cubierta de tatuajes, y varios piercings faciales y dérmicos adornaban sus rasgos.
Antes del Despertar, cosas como tatuajes y piercings todavía eran mal vistos, pero
ahora incluso una niña de apenas dieciséis años con la boca de cupido y ojos azul
claros los tenía. Dioses, se veía tan joven. Sin embargo, yo no juzgaba a las personas.
Incluso yo tenía algunos tatuajes. Me hice mi primer tatuaje a los diecisiete, poco
después de la muerte de mis padres, una daga en mi cadera derecha. El artista que hizo
mi tatuaje dejó de lado el hecho de que era mago. Había enlazado un toque de magia
en la hoja, algo por lo que me siento agradecida hasta el día de hoy, aunque dolió
como el infierno.
Cuando después lo interrogué al respecto dijo que conoció a mi padre y que yo
tenía la suerte baja. Mi daga cobraba vida cuando empujaba mis dedos contra mi piel.
En un tirón lento de magia, la hoja se separaba de mi carne, volviéndose sólida e
irrompible en mi mano. Era una magnífica pieza de metal, pero sus cualidades mágicas
la hacían invaluable. La mantenía en mí en todo momento, aunque elegía usar las
dagas más tradicionales que llevaba enfundadas en mis caderas a menos que no
tuviera otra opción.
Esa hoja tatuada ha estado conmigo durante los últimos seis años y me sentía
desnuda y vulnerable cuando no descansaba debajo de mi piel.
Haciendo mi pedido de un café negro grande, llevé mi taza humeante a una
mesa en la esquina, posicionándome contra la pared por lo que tenía una buena vista
de la entrada y nadie podría acercarse sigilosamente detrás de mí. Inarus me siguió con
su propia taza y se quedó de pie por un momento contemplando dónde sentarse.
Frunció el ceño cuando se dio cuenta de que iba a tener que darle la espalda a la
entrada y tomé nota de ese dato. Parecía que tampoco le gustaba sentirse vulnerable.
Tomé un gran trago de mi café, saboreándolo cuando Inarus comenzó―:
¿Entonces cuál es tu historia? ―preguntó. Arqueé una ceja sobre el borde de mi taza y
tomé otro trago.
¿Realmente esperaba que fuera tan fácil? ¿Que simplemente me revelaría para
él como un libro y compartiría la historia de mi vida?
―¿Por qué no compartes tú la tuya? ―sugerí, dándome la vuelta para revisar la
cafetería. La panadería Rocket era un lugar cómodo con muebles eclécticos. Mesas y
sillas de combinaciones mixtas llenaban el perímetro de la habitación, mientras que el
medio albergaba una pequeña colección de sillas tapizadas rodeando una pequeña
mesa de centro. Era cómoda e informal y el fuerte olor a café le daba un ambiente
acogedor. La panadería Rocket resultaba ser mi cafetería favorita en la ciudad, y hacían
una tremenda tarta de queso de crema de arándanos.
En silencio, debatí pedir una rebanada. Tal vez si estaba demasiado ocupada
comiendo, Inarus captaría la indirecta y decidiría no hacerme tantas preguntas. Lo miré
una vez más. A juzgar por la mirada decidida en sus ojos, tenía la sensación de que no
iba a rendirse.
―¿Esto va a convertirse en un tipo de conversación de "te mostraré la mía, si tú
me muestras primero la tuya"? ―me preguntó, con una sonrisa ladina en su cara.
―Si tan solo tuvieras tanta suerte ―ofrecí en respuesta.
Dejando escapar una risa entre dientes, Inarus se recostó en su silla, mirándome
por el borde de su taza mientras tomaba un largo trago. Observé su garganta
moviéndose, la manzana de Adán subiendo y bajando mientras tragaba antes de dejar
la taza a un lado.
―Bien, picaré el anzuelo. Soy Psyker como tú. Mis habilidades se manifestaron
cuando tenía ocho años y soy lo que considerarías un siete en una escala de diez
puntos. Tu turno ―dijo.
Lo miré con escepticismo y decidí darle la menor información posible, pero una
parte de mí sentía curiosidad, así que quería darle lo suficiente para que continuara
con este juego.
―Mis habilidades se manifestaron cuando tenía trece y no tengo idea de en
qué nivel me encuentro. Eres el primer Psyker que he conocido en persona.
―¿En serio? ―preguntó, sorprendido por mi respuesta.
―Sí, de verdad. ―Pareció meditar eso por un momento, como si hubiera
Psykers a montones y estuviera tan sorprendido porque no me hubiera topado con
otro antes. Estaba bastante segura, por el zumbido pasando en mi cabeza, que, si
alguna vez hubiera estado cerca de otro Psyker, me habría dado cuenta. De acuerdo,
puede que haya estado evitando a mi especie desde hace varios años. No es que fuera
a decirle eso.
―¿Sabes algo sobre la comunidad de Psykers?
Solté una risa gutural. ¿Una comunidad? ¿Te refieres a gente como yo qué, se
unían y cantaban canciones? Si había aprendido algo después del Despertar, era que
todos se cuidaban, y los que tenían poder, pisoteaban a cualquiera que pudieran para
ganar más de ello. Mis habilidades eran diferentes y podían ser catastróficas en las
manos equivocadas. No confiaba en la gente. Mentían y manipulaban para conseguir lo
que querían.
Meneé la cabeza y esperé que continuara, parecía tan emocionado de compartir
esta información, como si fuera algún regalo que estuviera dándome.
Observé con fascinación escéptica cómo su boca se movía, la línea llena de su
labio curvándose cuando se dio cuenta de que realmente no estaba prestando
atención a lo que me decía.
―Aria, esto es importante.
Agité la mano en el aire. ―Sí, sí. Lo entiendo. Hay más Psykers ahí afuera y
entre todos son los mejores amigos.
Frunció el ceño ante mi sarcasmo. ―¿No estás en lo más mínimo interesada en
saber acerca de tu propia gente? ―preguntó.
―Ya tengo mi propia gente. Tengo a Mike, a James y a Melody. Mucha gente
para volverme loca. No necesito más.
―Aria, no sabes de lo que te estás perdiendo. Cuando los Psykers se reúnen,
pueden pasar cosas increíbles. Piensa en todas las posibilidades. ¿No te gustaría estar
en algún lugar donde no tuvieras que ocultar lo que hiciste, lo que eres? ¿En dónde
fueras respetada por tus poderes? Mira, hay un grupo...
Tan pronto como dijo grupo, presté atención. Cuadré los hombros y escuché
atentamente, algo hormigueó en mí, haciéndome saber que esto era importante.
―Se llama PsyShade y es una organización humana, pero los Psykers se
encuentran en su corazón.
Sí, había oído hablar de ellos antes. Hace unos años, cuando un hombre extraño
llegó, llamando a mi puerta. Al instante me hizo enojar. Esto no estaba bien.
―¿Eres uno de ellos? ―le pregunté, incapaz de bajar el tono a la acusación en
mi voz―. ¿Eres parte de este grupo, esta organización PsyShade?
Inarus meneó la cabeza. ―No, no soy parte, pero he oído hablar de ellos. Pensé
que querrías saber más ya que está dirigida a gente como nosotros.
Asentí para que continúe, todos mis sentidos ahora en alerta máxima. Después
de ver mi reacción inicial, pareció elegir sus palabras cuidadosamente, volviéndome
cautelosa.
―Mira, esta noche iré a una gala. Varias personas prominentes de la comunidad
de Psykers estarán allí. Ven conmigo. Será bueno para ti que te mezclaras y conocieras
a otros como nosotros.
Fruncí el ceño y consideré su oferta, realmente la consideré. Me interesaba.
Quería ver este otro lado que nunca había estado abierto para mí antes, pero la voz de
la razón en mi cabeza me decía que era una muy mala idea. Ya antes había huido de
esto mismo. ¿Por qué no lo hacía ahora? Mordiéndome el labio, miré a los ojos de
Inarus. Me ofreció una sonrisa, con sus ojos suplicando, y me derretí. Maldita sea.
―De acuerdo ―le dije, por lo bajo.
―Genial ―dijo, saltando de su asiento―. Luego por la tarde, te enviaré un
vestido.
―No tienes que hacer eso ―le dije.
―Sí, tengo que hacerlo. Insisto.
Me quejé un poco más antes de finalmente acceder. Hacer que me enviara un
vestido era probablemente mejor idea que confiar en que compraría uno por mi
cuenta. No era como si los vestidos para gala fueran algo que acumulara en mi clóset o
algo por el estilo. Lo más cercano que tenía a un vestido era una minifalda de cuero
negra de mis días más jóvenes y no había usado esa cosa en años.
Inarus sonrió pícaramente y reconsideré mi decisión.
―Pasaré por tu apartamento a las 6 p.m. ―dijo, haciendo una retirada
apresurada antes de que yo pudiera cambiar de opinión.
No sabía adónde ir. No podía irme a casa en este momento, era el primer lugar
al que Inarus iría a buscarme, asumiendo que eligiera seguirme, y vestida como
andaba, tampoco podía ir a la cafetería. Revisé mi teléfono y vi que tenía un mensaje
de Mike diciéndome que había desenterrado información y que se quedaría hasta tarde
en la oficina.
Perfecto.
Le di al taxista la dirección de Sanborn Place y una hora más tarde me dejó ahí.
Sanborn Place era un robusto edificio de ladrillos en el corazón del centro de Spokane.
Se hallaba en el lado más rudo de la ciudad, ubicado entre una panadería y una
tintorería. Sin embargo, teníamos un estacionamiento privado, por lo que el edificio era
perfecto en mi opinión.
Le entregué al taxista un fajo de billetes que saqué de la pistolera de mi muslo
detrás de mi daga y salí del auto. Esperaba que Mike tuviera respuestas para mí porque
esto se estaba volviendo cada vez más retorcido a medida que pasaba el tiempo.
Mike me recibió en la puerta con una taza de café humeante.
—Mike, eres un salvavidas —le dije. Prácticamente inhalé el café mientras lo
seguía hasta su escritorio—. ¿Qué encontraste?
La expresión de Mike era sombría mientras se recostaba en su silla.
—Ari, no estoy seguro de cómo decirte esto, pero...
—Ella es mi madre —espeté.
Sus ojos se encontraron con los míos y la sorpresa coloreó su expresión.
—¿Cómo lo supiste?
—La vi, en persona. Estaba en la gala y yo me encontraba quizás a unos diez
metros de ella.
Mike empezó a menear la cabeza. —¿Hablaste con ella?
—Me entró pánico. Me congelé cuando me di cuenta de que realmente era ella
y luego, antes de que me viera, corrí y tomé un taxi hasta aquí.
Vi lástima en sus ojos y eso hizo que mi pecho doliera mucho más. No quería su
compasión.
—¿Por qué no hablaste con ella, Aria? Tal vez podría haber respondido algunas
preguntas, ¿sabes?
—Mike, ¿qué se suponía que tenía que decir? “Hola mamá, soy yo. Ya sabes, tu
hija que obviamente abandonaste hace seis años. ¿Qué hay de nuevo?”.
Me dejé caer en una de las sillas de recepción de Mike, sosteniendo la taza de
café contra mi pecho en un esfuerzo por que el calor se filtrara en mí. Mis manos
temblaban levemente.
—Ari, lo siento mucho.
—Está bien —dije—. No es tu culpa que ella me haya abandonado. Sin
embargo, me siento como una idiota extrañándola todo este tiempo. Ha estado aquí
Mike, aquí mismo a menos de una hora de distancia. —Comencé a menear la cabeza,
mi mente estaba llena de incredulidad. Llevaba dos años en la zona. ¿Cómo era que
nunca me había encontrado con ella?
—¿Qué pasa si tenía razones para tener que marcharse? —dijo Mike.
—No hay una razón suficientemente buena. Me abandonó. Mi padre fue
asesinado delante de mí. Vi cómo se la llevaron gritando. Sostuve a mi padre mientras
sangraba en mi regazo, vi cómo la luz dejaba sus ojos. Me quedé sola. Me sentía
aterrorizada y sola, y ella me dejó.
Mike me miró fijamente durante varios segundos. Sabía que se había quedado
sin palabras y eso estaba bien. No había nada que pudiera decir para mejorar todo
esto. En este momento, solo quería cualquier información que hubiera podido
desenterrar.
»¿Qué más pudiste encontrar? —pregunté.
Suspiró antes de sacar una pequeña pila de papeles del cajón superior de su
escritorio.
—Hablé con algunos de nuestros muchachos en las calles. —Esperé a que
continuara, tomando otro sorbo de café.
—¿Twitch? —pregunté.
Asintió. Twitch era una fuente que usábamos con frecuencia. Era un poco
excéntrico y las cosas que sabía a menudo eran asombrosas, pero era bueno. Mejor
que bueno. No me sorprendía que Mike hubiera acudido a él en busca de información.
—Viola Reynolds apareció en la red hace cinco años atrás cuando se fundó la
Corporación de Humanos Unidos. Es miembro del consejo, pero tiene el voto decisivo
en todas las discusiones, así que básicamente es la cabeza de la serpiente. La Alianza
Humana es una fachada para un gobierno político. Twitch dice que su objetivo
principal es eliminar lo que consideran una amenaza para la humanidad.
—¿Quieren destruir a la comunidad paranormal?
—Exactamente.
—¿Y cómo influye PsyShade en todo esto?
—Estoy llegando a esa parte.
Sonreí, a Mike siempre le había gustado el dramatismo. Actualmente, los seres
humanos superaban en número a los paranormales en casi trescientos a uno en la
población. Sin embargo, eso no significaba mucho cuando un solo vampiro rebelde
podía arrasar con las cuadras de una ciudad en cuestión de momentos.
—¿Sabemos por qué quieren eliminar a la comunidad paranormal?
Mike meneó la cabeza. —Nada concreto. Twitch afirma que la CHU cree que los
paranormales son una abominación. Que sus almas están condenadas y que es su
trabajo eliminarlas.
—Genial, son un montón de fanáticos.
—Prácticamente eso.
Esto ciertamente no se veía bien. —¿Sabes algo más?
Mike me pasó una foto. La imagen era de un hombre con una gabardina larga.
Estaba de pie en medio de una carretera, con los brazos levantados y una expresión de
concentración en su rostro. Detrás de él, varios autos flotaban en el aire.
—¿Estamos seguros de que esto es real? —pregunté.
Asintió. —Sí, aquí hay otra. —La segunda fotografía que sacó era del mismo
hombre, con el mismo abrigo. Esta vez estaba parado frente a un escaparate, sin darse
cuenta del fotógrafo. Tres esferas de metal flotaban sobre su palma.
¿Inarus?
—Por lo que he recopilado, PsyShade y CHU trabajan de la mano. CHU es el
rostro político, limpio y brillante para el público. PsyShade es más encubierto y hace el
trabajo sucio bajo la dirección de CHU.
Observé cada imagen una al lado de la otra. El rostro del hombre era
irreconocible, oculto en la sombra en ambas imágenes. Por lo que sabía, las esferas
podrían ser un hábito para los que tenían habilidades telequinéticas, pero mi cuello
hormigueaba. Las coincidencias eran raras.
—¿Está vinculado a la organización? —pregunté.
Mike frunció sus cejas. —No estoy del todo seguro, pero creo que sí.
Me hundí más en la silla. Por supuesto, Inarus no podía ser un bienhechor en la
comunidad de Psykers. Tenía que ser un loco radical que quería erradicar a la
población paranormal. Qué suerte la mía.
—¿Por qué el CHU no está interesado en eliminar también a los Psykers? —dije,
señalando las fotografías.
—Los Psykers se consideran a sí mismos una versión avanzada de un ser
humano. Hablé con Twitch y encontró este informe para mí.
—Quieres decir que robó este informe por ti —lo corregí. Mike tuvo la decencia
de parecer reprendido mientras entregaba el supuesto informe. Leí el papel
rápidamente. Básicamente enumeraba similitudes entre dos cadenas de ADN.
—¿De dónde salió esto?
—Un laboratorio de investigación en Seattle comparó el ADN de un humano
normal con el de un Psyker. Coinciden. Con los vampiros encuentras una tercera
cadena de ADN. Nadie sabe por qué está ahí o qué significa, pero cada vampiro tiene
una. En los cambiaformas vemos un aumento de cromosomas debido al virus LYC-V.
Altera su estructura de ADN después de la infección y trastorna su propia composición
química. Las arpías carecen de tres cromosomas y los fae, ¿quién sabe? Dudo que
alguien haya estado lo suficientemente cerca para estudiar a uno, pero es seguro decir
que son diferentes de los humanos en la estructura y composición del ADN. Sin
embargo, los Psykers, según este informe, son iguales. Sin embargo, la composición
genética es idéntica a la de un ser humano normal, aunque este informe también
enumera un aumento en las capacidades de curación. Estoy seguro de que hay otras
diferencias, pero la composición de su ADN es, de hecho, la misma.
Eso explicaba por qué mis lesiones de más temprano eran más una molestia
que causaba algo de dolor en lugar de la cantidad de dolor que realmente debería
causar una costilla rota.
Fue reconfortante de una manera extraña. Siempre me había considerado
humana, pero al mismo tiempo, siempre tuve miedo de lo que sucedería si alguien
tomaba una muestra de mi sangre. ¿Qué encontrarían, qué sospecharían? Estas
preguntas siempre me atormentaron, pero ahora al menos podía dejarlas a un lado y
sentirme agradecida por las rápidas habilidades de curación. Tenía la sensación de que
seguirían siendo útiles.
Un sinfín de preguntas comenzaron a fluir a través de mí. ¿El CHU era una
amenaza? Obviamente lo eran si querían eliminar a la comunidad paranormal. Pero
¿qué papel desempeñaban los Psykers en todo esto? ¿Era yo la única Psyker fuera de
PsyShade? Tal vez por eso nunca me había encontrado con otro antes.
Mi mente se centró en pensamientos de Inarus. Él me había estado empezando
a importar, pero después de esto, no me sentía tan segura. ¿Y si era el hombre de las
fotos? ¿Importaba? No lo incriminaban de nada, solo eran grabaciones de sus
habilidades. ¿Verdad?
Ese hormigueo en la parte de atrás de mi cuello me estaba advirtiendo y pude
ver banderas rojas en aumento. Me había llevado a la gala para presentarme a la
comunidad de Psykers. Viola, ni siquiera podía pensar en ella como mi madre, estaba
en el consejo de la Corporación de la Alianza Humana. Si Inarus quería que supiera más
sobre los Psykers y, de hecho, no estaban relacionados con el CHU, ¿por qué hicieron
ese evento?
—Me encontré con Jessica Blackmore —espeté. No estaba segura de por qué,
pero lo que había dicho me parecía importante—. Estaba borracha —le dije.
—¿Qué dijo?
—Estaba enojada. Despotricó sobre cómo Viola le había quitado todo. Llamó a
los paranormales una abominación. Me pareció extraño ya que Daniel era un
cambiaformas, pero me pregunto si Jessica estaba involucrada. Si de alguna manera
había jugado un papel en la muerte de Daniel sin darse cuenta y cuando lo hizo, ya era
demasiado tarde.
—¿Qué te dice tu instinto? —preguntó.
—Que mi madre no es la mujer que recuerdo que era.
La expresión de Mike fue solemne. —Ari, ¿alguna vez has querido, ya sabes,
averiguar más sobre personas como tú?
Empecé a menear la cabeza, pero me contuve. Por supuesto que quería saber
más sobre los Psykers. Quería saberlo todo, pero no valía la pena correr el riesgo.
Cuando antes se me habían acercado, yo sabía que era una trampa y huía. Esta vez, lo
sentía igual de contaminado. Nada tenía sentido y la entrada de mi madre en la
imagen era solo otra llave inglesa en mi investigación ya existente y descarrilada. No
creía en las coincidencias y sabía que Mike tampoco.
—Así no. Esto no está bien y lo sabes.
—¿Pero y qué pasa si está bien? ¿Y si esta es tu segunda oportunidad?
—No. Yo no creo eso y tú tampoco, no realmente.
Asintió.
»Mike, hay algo más que debería decirte —dije. Me levanté y caminé. Sacando
la daga de plata de la vaina de mi muslo, sin pensarlo, la lancé entre mis dedos en un
esfuerzo por distraerme.
—Ari, simplemente hazlo —dijo—. Me estás poniendo nervioso y deja de mover
esa cosa. Te vas a lastimar.
Envainé mi cuchillo y dejé de caminar. Colocando ambas manos sobre el frente
del escritorio de Mike, me incliné hacia adelante y lo miré directamente a los ojos.
—Ese tipo de la foto —dije.
—Sí, ¿qué hay de él?
—Estoy bastante segura de que es el mismo chico con el que salí en una cita. El
que conociste el otro día cuando lo enviaste a mi escritorio.
Maldijo. Me levanté del escritorio y volví a sentarme.
—¿Él también es un Psyker?
Asentí. —Es un telequinético. —Indiqué las fotos entre nosotros—. Lo he visto
con esferas como estas.
Asintió. —Y tu madre.
Me encogí. Ya no sabía quién era, pero estaba bastante segura de que madre
era un título que ya no tenía. Meneando la cabeza, respondí—: No que yo sepa. Nunca
la vi mostrar ninguna habilidad de Psyker mientras crecía y ella era muy consciente de
las mías. Si fuera una, no creo que me lo hubiera ocultado mientras crecía.
—Necesitamos descubrir cómo influye todo esto en la muerte de Daniel. Si su
objetivo es eliminar la comunidad paranormal, la forma más fácil de lograrlo es hacer
que los paranormales se destruyan a sí mismos.
—Dijiste “nosotros”.
—Por supuesto que lo hice. No voy a dejar que te encargues de esto por tu
cuenta. Esto está muy por encima de tus habilidades —me reprendió.
—Tengo a James, a toda la manada también si los necesito.
Se rió. —No es lo suficientemente bueno.
Lo dejé pasar, sabiendo que era él quien me respaldaba. Le conté sobre Emma y
el vampiro muerto por el que a James y a mí nos habían llamado, dejando de lado mi
experiencia cercana a la muerte. No había ninguna razón para preocuparlo más y mis
heridas estaban lo suficientemente ocultas como para que él no se diera cuenta.
Estuvo de acuerdo en que algo andaba mal y, sabiendo que los Psykers y el
CHU andaban cerca, ambos teníamos la sensación de que tenían algo que ver con las
muertes. Solo necesitábamos seguir las migas de pan. Una parte de mí se sentía
frustrada conmigo misma por no haber oído hablar antes del CHU. Me enorgullecía de
conocer secretos y esta era información de la que debería haber estado al tanto.
A pesar de nuestros vastos recursos e incluso con la ayuda de Mike y James, iba
a necesitar más si íbamos a llegar al fondo de todo. No teníamos pruebas de que los
Psykers o el CHU estuvieran involucrados en ninguno de los delitos. Solo una leve
sospecha y eso no era suficiente. Además de eso, incluso si eran responsables, el HEPD
no haría nada al respecto. Los paranormales vigilaban a los suyos y no recordaba que
mi madre fuera imprudente. Ella no era estúpida. Si desempeñaba algún papel en esto,
sus manos estarían limpias. No, alguien más hacía el trabajo sucio.
Necesitaba llamar a James.
A la mañana siguiente me detuve en el complejo de la Manada. Estaba a treinta
minutos, en coche, saliendo de Spokane y ubicado en ciento siete acres de propiedad
boscosa. Conduje mi pequeño Civic hasta las inminentes puertas de madera. El edificio
del complejo estaba rodeado por una cerca de cuatro metros y medio construida con
grandes ladrillos grises y argamasa. La cosa era sólida e imponente y tenía la sensación
de que, aunque la cerca se encontraba allí para evitar que los forasteros entraran, me lo
pasaría fatal si tenía que salir rápido si algo salía mal. Mis manos agarraron el volante
con más firmeza cuando las puertas dobles gimieron ante mí, abriéndose lentamente.
Me arrastré con mi coche hacia adelante, observando mi entorno.
La estructura que se veía impresionante desde el exterior era desalentadora
cuando atravesé sus puertas. Su altura no era nada en comparación con su
circunferencia. La pared tenía al menos treinta centímetros de profundidad. No había
forma de que pudiera pasarla por encima, ciertamente no podría atravesarla, y si tenía
que adivinar, los cambiaformas se habían asegurado de que nadie pudiera pasar por
debajo tampoco. Se habían construido una bonita fortaleza.
Conduciendo más lejos, me encontré siguiendo un camino sinuoso rodeado de
enormes árboles de hoja perenne. Después de cinco minutos, el propio Complejo
finalmente apareció a la vista. Era una fortaleza. Fuertemente protegido y fortificado,
no solo había sido construido con grandes bloques de piedra, sino que también todo
el perímetro estaba lleno de actividad. Conté más de una docena de cambiaformas
patrullando y esos eran solo los que podía ver desde mi posición actual. Los
cambiaformas habían creado con éxito un edificio casi impenetrable y estaba segura de
que cualquiera que fuera la debilidad que tenía el complejo, se monitoreaba y
patrullaba diligentemente en todo momento.
Estacioné mi coche y me quedé sentada por un rato, tratando de controlar mis
emociones y recordar cada detalle que sabía sobre la manada y su alfa. El alfa de los
cambiadores del noroeste del Pacífico no era otro más que Declan Valkenaar. Era un
tigre de Bengala blanco y en forma humana tenía cabello casi blanco y ojos color
esmeralda. En forma de tigre, su pelaje era blanco como la nieve con rayas del tono
más profundo de negro.
¿Cómo sabía esto? Lo encontré en Wikipedia. No toda la información es
encontrada investigando en las calles oscuras. También sé que ha liderado la manada
del Noroeste del Pacífico, que abarca todo Washington, Oregón, Idaho y Montana,
durante nueve años. Aún no había sido desafiado y ese solo hecho me asustaba
muchísimo. Por lo general, un alfa era desafiado casi una vez al año. No tener
oposición durante nueve años consecutivos significaba una de dos cosas, o era un hijo
de puta aterrador y nadie pensaba que podría derrotarlo, o era el líder perfecto y todos
estaban felices con su gobierno. Tenía la sensación de que, de los dos, el primero era
cierto.
Finalmente reuniendo el coraje para dejar mi vehículo, abrí la puerta
asegurándome de mantener mi rostro sin expresión. Fresca como un pepino, hoy ese
era mi lema. Caminando hacia las puertas principales me encontré con dos
cambiaformas. Un hombre y una mujer. Niñeras, hurra.
El hombre era bajo y rechoncho, envuelto en masas de músculos que le daban
la apariencia de un tanque. Vestido con uniforme negro, gritaba ex militar. El peinado
de corte militar se sumaba al efecto. La mujer, por otro lado, parecía casi delicada. Era
menuda y vestía un vestido de verano azul claro y sandalias doradas de tiras. Su
cabello rubio lacio ondeaba con la brisa y tuve que morderme la mejilla para no
sonreír. Tenía pecas reales y parecía que debería estar en un equipo de porristas, no
aquí afuera saludándome en los terrenos de la manada. Era tan malditamente diminuta
que no podía imaginar en qué se convertía. El hombre, sin embargo, era un oso sin
duda. Puede que no fuera alto, pero era grueso y la forma en que caminaba era como
un rinoceronte pisando fuerte en el barro.
—Bienvenida al Complejo. Mi nombre es Jennifer y este es Mauro. Seremos tus
guías —dijo la mujer con voz cantarina. Incliné la cabeza en agradecimiento y los seguí
al interior del lugar.
Los pasillos eran amplios. Varios cambiaformas pasaron junto a mí, ignorando
mi presencia como si no importara. No es que quisiera que se fijaran en mí, pero, aun
así, un simple hola o una disculpa hubiera sido suficiente. Continué siguiendo a mis
guías designados por lo que se convirtió en un laberinto de pasillos, mis botas hacían
suaves ruidos con cada paso que daba. A pesar del tamaño de Mauro, sus pasos fueron
silenciosos, al igual que los de Jennifer. Una parte de mí se encogió por el alboroto que
estaba haciendo. ¿Cómo diablos podían permanecer en silencio cuando yo sonaba
como si estuviera pisando ladrillos? ¿Quizás eran los zapatos? Sin embargo, lo más
probable era que el suelo hubiera sido diseñado para hacer ruido.
Los cambiaformas naturalmente se movían en silencio. Eran depredadores y el
sigilo estaba en su propia naturaleza. Por otro lado, yo no tenía ese don. Obviamente.
Al girar en una esquina cerrada, Jennifer abrió un juego de puertas dobles que
conducían a una escalera. Miré hacia arriba; eran prácticamente interminables. Justo lo
que necesitaba, más malditas escaleras, como si no pudiera tener suficiente.
Siete tramos de escalera después Jennifer se detuvo y me miró. —¿Necesitas un
ascensor? —Meneé la cabeza. Me hubiera encantado tomar un ascensor, de verdad.
Solo que me convertiría en una niña de cinco años gritando que me dejara salir, así que
desafortunadamente, las escaleras interminables eran lo mío. Asintió y continuó
subiendo mientras yo comenzaba a seguirla, Mauro ya se encontraba en un tramo
completo por encima de nosotras.
En el quinto piso pude sentir la tensión en mis pulmones a medida que mi
respiración se hacía más trabajosa. Para el sexto, el sudor me caía de la frente y entre
los senos. Maravilloso, ahora todos podían olerme a un kilómetro de distancia. ¡Qué
asco!
En el séptimo piso tuve que apretar los dientes y empujar las piernas hacia
adelante por pura fuerza de voluntad. No verían mi debilidad. Subiría estas malditas
escaleras y no me tomaría un descanso.
Cuando llegamos al octavo piso, finalmente nos detuvimos. Mauro se acercó y
agarró la manija de la puerta que conducía al hueco de la escalera, un suspiro audible
de alivio salió de mi boca. Giré mi cabeza de izquierda a derecha para aflojar la tensión
en mis hombros al escuchar el leve estallido de mi cuello. Sin embargo, no había nada
que pudiera hacer por la rigidez de mis piernas, no aquí de todos modos.
Me llevaron por otro pasillo, éste bañado por una luz ámbar, iluminando el
espacio con un suave resplandor. Las paredes estaban desnudas y hechas de piedra
simple, alineadas con puertas a ambos lados. Al final se ramificaba en dos direcciones.
Giramos a nuestra derecha y seguimos hasta una puerta solitaria. Dos cambiaformas
estaban apostados fuera de la puerta, haciendo guardia. Cada uno vestía vaqueros y
una camisa negra. Nada tan dramático como el uniforme negro que vestía Mauro, pero
aun así tenían una presencia militar. Estaba empezando a tener la idea de que ninguno
de ellos había servido realmente, sino que tenían entrenamiento de combate y siempre
estaban listos. Un ejército personal para la manada.
Jennifer asintió hacia ambos hombres y ellos hicieron lo mismo. Abrió la puerta
y me hizo pasar. Respiré hondo antes de entrar.
Ahora o nunca.
La sala era grande y estaba estructurada como un pequeño auditorio. Por
donde habíamos entrado nos dejaba en el nivel del suelo. Los bordes exteriores se
elevaban con cuatro filas de bancos altos. Como si los que entraban normalmente
tuvieran audiencia. En el centro de la habitación había una gran mesa de madera
rodeada de diecisiete sillas. Ocho a cada lado de la mesa rectangular con una silla al
final sirviendo como cabecera. De pie a la cabecera de la mesa estaba Declan. Por su
cabello blanco platino y sus ojos verdes esmeralda, me di cuenta de que era el alfa de
la manada, pero lo que no había aprendido de las fotos en línea era lo imponente que
se veía en persona.
La habitación era grande, pero él se sentía más grande. Era impresionante, de
pie junto a su silla parecía tener más de metro ochenta de altura, con músculos
marcados con una mandíbula angular y labios en una línea. Las cejas gruesas le daban
una expresión cubierta de misterio, pero sus ojos fueron lo que realmente cautivó mi
atención. Eran unas gemas gemelas que brillaban en la luz y actualmente se
entrecerraban en mi dirección. Qué suerte la mía.
Qué excelente primera impresión. Entrando más en la habitación, rápidamente
evalué a las otras personas. Aparte de Mauro y Jessica que ahora se encontraban detrás
de mí, y Declan que estaba delante, había otros cinco. Dos mujeres y tres hombres.
Cuando me acerqué a la mesa, todos me miraron con distintos niveles de hostilidad
mientras permanecían de pie junto a la mesa. Supuse que no apreciaban que un
humano se entrometiera en sus negocios.
A la derecha de Declan estaban las dos mujeres presentes. La primera vestía
vaqueros casuales de mezclilla y una camiseta roja. Su melena de ébano caía en ondas
hasta su cintura y su piel bronceada junto con sus ojos marrones le daban una
apariencia exótica. La mujer a su lado era casi su competencia opuesta. Tenía la piel
cremosa y el cabello cobrizo recogido en un moño apretado sobre la cabeza. También
llevaba vaqueros, junto con una camiseta blanca que le bajaba lo suficiente para
mostrar su amplio escote. Sus ojos eran fríos y calculadores. Me di cuenta de inmediato
que ya estaba en su lista de mierda y ni siquiera había abierto la boca todavía.
Frente a las mujeres estaban los hombres. Cada uno detrás de su respectiva silla
y cada uno se encontraba en buena forma, y lo digo en serio, muy buena forma. El
primero tenía la piel bronceada, el cabello corto como un militar y los ojos castaños
oscuros. Tatuajes tribales adornaban sus brazos desnudos y su camisa negra abrazaba
su grueso cuerpo musculoso. Sentado a su lado había otro hombre con rasgos casi
idénticos. Su piel era tal vez un tono más claro, pero tenía el mismo cabello estilo
militar, ojos color chocolate y tatuajes tribales casi idénticos. Qué raros.
El tercer hombre de la mesa tenía cabello rubio y ojos azules. Su tono de piel
oliváceo y la pizca de vello facial le daban un aspecto bastante travieso, pero sin el
vello facial, sería un chico guapo. Sus rasgos estaban claramente definidos. Pómulos
altos y nariz pequeña pero afilada. Si hubiera querido, incluso en nuestra sociedad
actual, podría haber sido modelo fácilmente. Él era así de guapo.
Cuando llegué al borde de la mesa me detuve, esperando ver qué pasaría
después. Sabía más sobre cómo funcionaba la manada de lo que debería y ese
conocimiento me hizo consciente del hecho de que había un sentido de orden muy
estricto. Su posición en relación con Declan significaba algo y no quería perder el
tiempo y tomar el asiento equivocado, así que esperé, pacientemente. O al menos tan
paciente como fui capaz, lo cual en realidad no era mucho.
Jennifer pasó junto a mí con Mauro y cada uno se colocó detrás de un asiento,
Jennifer a la derecha de la mujer de cabello cobrizo y Mauro a la derecha de Jennifer.
Con todos en su lugar, Declan finalmente habló.
—Bienvenida al complejo. —Su voz retumbó en el espacio cerrado.
Intenté sonreír. —Gracias por recibirme.
Asintió y continuó. Señalando a su izquierda, comenzó a hacer presentaciones.
Señalando a la mujer de aspecto exótico, comenzó—: Todos los Alfa de la manada no
pudieron asistir a nuestra reunión, sin embargo, aquí conocerás a un representante de
cada manada. Ella es Eva, mujer Alfa del Clan Feloidea. —No se molestó en explicar qué
significaba eso, pero sabía que el Clan Feloidea incluía hienas, mangostas y civetas—.
Junto a ella tenemos a Yvonne, Alfa del Clan Muridea. —El Clan de los roedores—.
Jennifer a quien ya conociste junto con su compañero Mauro son los Beta del Clan de
Osos. —Vaya, eso no lo vi venir. Quiero decir, claro al ver a Mauro pensé en un oso,
pero Jennifer, ella era menos de un tercio de su tamaño. Simplemente no podía
imaginarlo.
»A mi derecha —continuó Declan—, están Tegan y su hermano gemelo Derek,
los alfas conjuntos del clan Lobo, y el último es Robert, Alfa del Clan Canidae. —Los
Canidae eran zorros, chacales y coyotes. Robert me lanzó una sonrisa salvaje. Me sentí
bastante segura de que era un coyote. Cuando sonrió, adoptó una mirada maníaca,
poniéndome la piel de gallina en todos los brazos. No quería encontrarme en una
escalera vacía con él.
»Yo soy el Alfa de la manada y el líder del Clan Gato —continuó Declan—. Por
favor, toma asiento. —Señalando el asiento al lado de Robert e interiormente me
encogí. Si me mordía, iba a devolverle el mordisco y luego le prendería fuego el culo.
Declan tomó asiento y yo, junto con todos los demás, lo seguimos.
Justo cuando me senté, la puerta por la que había entrado anteriormente se
abrió y entró James. Exhalé un suspiro de alivio. Me había preguntado si aparecería y
tenerlo aquí ayudó a calmar mis nervios. James inclinó la cabeza hacia Declan a modo
de saludo antes de tomar asiento a mi lado. Resistí el impulso de mover mi asiento
más cerca del suyo y más lejos de Robert y, en cambio, crucé las manos sobre la
superficie de madera de la mesa y esperé a que Declan continuara.
»Como muchos de ustedes saben, James ha llamado nuestra atención por su
trabajo con la señorita Naveed, al parecer tenemos un tercero entre nosotros que está
tratando de causar una guerra entre la manada y el aquelarre. Nuestra relación con el
aquelarre es sutilmente hostil en el mejor de los casos, pero no beneficiaría a ninguna
de las partes si vamos a la guerra. —Varias cabezas asintieron, pero una en particular
pareció no encontrarse de acuerdo.
—Los vampiros no son nuestros amigos. Son nuestro enemigo y la guerra es
inminente. Eso nunca ha sido un secreto. ¿Por qué molestarse en prevenir lo inevitable?
Nuestros números han crecido a lo largo de los años. Al final, prevaleceríamos. —Eva
sonreía mientras sonaban varios gruñidos de concordancia. Me quedé mirando a la
hermosa morena preguntándome si era densa.
—Eso puede que sea cierto —dijo Declan—. Probablemente seríamos los
vencedores. Sin embargo —hizo una pausa, haciendo contacto visual con cada
individuo en la mesa—, nuestras bajas serían cientos y cuando el polvo se asiente,
seríamos vulnerables a más ataques. Hay un tercer jugador. Sabemos poco sobre ellos
o lo que son, pero lo que sí sabemos es que quieren nuestra ciudad. Si la manada y el
aquelarre van a la guerra, abrimos las calles para que quienesquiera que sean
atraviesen la ciudad y tomen aquello por lo que luchamos. Perderíamos.
Todos en la mesa parecían profundamente perturbados por la idea. Algunos
parecían escépticos y pude entender por qué. Les estaban diciendo que un grupo
misterioso los acechaba, pero no tenían pruebas. No había ninguna razón verdadera
para creer que había alguien más aparte de los vampiros que pudiera ser una amenaza
para ellos.
—Señorita Naveed, ¿te importaría explicar nuestra situación? —preguntó, y
luego continuó, ofreciendo una rápida introducción—. La señorita Naveed ha estado
trabajando con James para derribar al individuo responsable del asesinato de Daniel
Blackmore. Mientras seguía pistas, descubrió algunas revelaciones inquietantes. —Miré
a James y él sonrió con ánimo. Ya habíamos discutido nuestro plan de acción la noche
anterior, después de que me fui de Sanborn Place. James había decidido de inmediato
una reunión con Declan y la manada de Alfas era nuestro mejor curso de acción y no
tenía ninguna razón para estar en desacuerdo. Respirando hondo me enfrenté a los
líderes de la manada y expuse todo.
—Originalmente pensamos que un vampiro era responsable de la muerte de
Daniel.
—¿Y ahora? —preguntó Declan.
Negué. —Hablé con Rebecka. Ella es arrogante y ensimismada. Tampoco siente
afecto por la manada, pero le creo cuando dice que nadie de su aquelarre hizo esto.
—Tienes que estar bromeando —dijo Tegan.
—Mira, sé que lo más fácil es culpar al aquelarre, pero después de la muerte de
Emma y el cuerpo del vampiro en la escena, las cosas simplemente no cuadran. Creo
que ambos asesinatos fueron armados para crear un conflicto entre la manada y el
aquelarre, para instigar una guerra entre las dos razas. —Solté un suspiro, necesitaba
que me creyeran porque si no lo hacían, la guerra vendría después. No pensaba que
tolerarían otro asesinato sin resolver dentro de sus filas. Había una posibilidad de que
me equivocara en esto, pero mi instinto me decía que me encontraba en el camino
correcto. Al menos tenía que intentarlo—. ¿Alguien aquí está familiarizado con los
Psykers? —pregunté.
—¿Qué diablos es un Psyker? —preguntó Mauro con voz de barítono profunda.
—Un Psyker es un ser humano con habilidades psicoquinéticas. Esencialmente
tienen poderes Psykers. Algunos pueden leer la mente, otros pueden teletransportarse
y algunos tienen poder sobre los elementos. Sin embargo, un Psyker sigue siendo
humano. Viven una vida humana promedio y no tienen habilidades regenerativas como
cambiaformas o vampiros, fuera de la curación a un ritmo acelerado. Los Psykers no
son fáciles de matar y la mayoría pueden derribarte antes de que te acerques. Hay una
organización llamada PsyShade y recluta Psykers, condicionándolos a ver tanto a la
manada como al aquelarre como abominaciones junto con todas las demás especies
paranormales.
La información que Twitch había desenterrado fue una mina de oro llena de
más conocimientos de Psyker y PsyShade de lo que podría haber imaginado. Me sentí
un poco en las tinieblas, como si yo misma hubiera sabido la mayor parte de esto
siendo una Psyker, pero estaba satisfecha de que al menos ahora tenía más de lo que
tenía antes. Me había pasado toda la noche repasando cada nota y referencia que Mike
me había dado.
»Su objetivo es restaurar el orden mundial devolviendo a los humanos el poder
y eliminando a cualquiera que pueda representar una amenaza. Ven a la manada como
una amenaza obvia y, dado que la manada del noroeste del Pacífico es la más grande
de los EE. UU., creen que, si ustedes caen, las otras manadas se someterán en lugar de
correr el riesgo de sufrir las mismas bajas. No solo quieren una guerra. Quieren
exterminarlos.
Cuando terminé, toda la habitación estalló en un caos. Hubo gruñidos. Todos
hablaban unos sobre otros y muchos me llamaban mentirosa. Declan se reclinó en su
silla y observó cómo se producía el caos. Después de dos minutos, finalmente había
tenido suficiente. Se puso de pie con una calma inquietante y soltó un rugido feroz. Los
pelos de la parte posterior de mi cuello se erizaron y tuve que luchar contra mi instinto
de arrastrarme debajo de la mesa y esconderme. Era un bastardo aterrador.
Instantáneamente la habitación se volvió silenciosa y todos los ojos se posaron
sobre Declan.
—Aria, ¿podrías compartir la prueba con nuestro consejo de la existencia de los
Psykers? —preguntó. Debajo de la mesa, James apretó mi mano y yo le devolví el
apretón antes de levantarme de mi asiento. James también se puso de pie, tirando de
la silla para mí. Di un paso alrededor y me coloqué en el extremo opuesto de la mesa
para darles a todos una vista clara.
Extendí los brazos ligeramente frente a mí, con las palmas hacia arriba.
Cerrando los ojos, busqué en lo más profundo de mi ser, dirigiendo mi energía hacia
mis manos extendidas. En segundos, la temperatura de la habitación comenzó a subir.
Segundos después de eso, las llamas rodearon mis manos. Me concentré lo más que
pude para mantener las llamas lo suficientemente grandes para que todos se dieran
cuenta, pero no tanto como para abrumarme. El fuego tenía una forma de consumir. Te
llamaba, un cántico silencioso para que lo dejaras crecer y correr libremente.
Al escuchar jadeos audibles, abrí los ojos y medí sus expresiones. Los gemelos
tenían los ojos entrecerrados, sus miradas evaluadoras. Jessica y Mauro parecían
imperturbables, como si ya lo hubieran sabido. Eva parecía enojada, Yvonne se mordía
el labio, parecía preocupada… y Robert, Robert tenía esa misma sonrisa salvaje en su
rostro, como si acabara de encontrar un bocadillo sabroso. Con todos los ojos fijos en
mí, dejé que las llamas lamieran mis brazos.
Empujando más, la llama pronto abarcó todo mi cuerpo. Incluso ocultando mi
rostro. Después de un minuto completo traté de llamar a mi fuego para que volviera a
entrar. Me tomó más tiempo del que me hubiera gustado, pero después de una leve
lucha interna, pude soltar un suspiro cuando la presión disminuyó. Había estado
practicando mi control, pero incluso esa pequeña demostración me había pasado
factura. Un picor había quedado debajo de mi piel.
—Gracias por la demostración —dijo Declan, completamente imperturbable.
Sabía lo que podía hacer, James había compartido la información con él antes de que
yo llegara. Nunca lo había visto antes, sin embargo, actuó como si una mujer
estallando en llamas fuera algo cotidiano.
Robert tomó asiento y se inclinó hacia mí.
—Eso fue perverso y caliente —dijo, colocando su mano en mi antebrazo—.
¡Mierda! —gritó, retrocediendo.
Miró su palma cubierta de ampollas por quemaduras. Sus ojos se dispararon de
su mano a mí, con una expresión de sorpresa en su rostro. Me encogí de hombros y le
ofrecí una pequeña sonrisa.
Qué mal.
No.
Se curaría en minutos. No era nada por lo que enfadarse. El Lyc-V en su sistema
probablemente ya estaba reparando el daño y pronto su mano estaría inmaculada, sin
signos de quemaduras. Qué mal.
Declan se aclaró la garganta.
—Como decía. Tenemos una nueva amenaza. Una que nunca habíamos
enfrentado y tenemos que prepararnos.
Jennifer esperó en el coche mientras yo cruzaba el estacionamiento hacia
Sanborn Place. Después de mi demostración, Declan pidió que me acompañara de
regreso a la oficina para contactar con Mike. Él había llamado más temprano y había
dejado un mensaje diciendo que había encontrado más información y que pasara por
la oficina cuando hubiera terminado.
Cuando entré en Sanborn Place, me quedé congelada en el umbral. El espeso
olor a sangre asaltó mis sentidos tan pronto como abrí la puerta. Arrugué la nariz y
rápidamente examiné la habitación, nada fuera de lugar, pero sabía que algo andaba
mal. Con cuidado de no hacer ningún sonido innecesario, me arrastré lentamente hacia
el edificio de oficinas, dejando que mi nariz me guiara a través de la habitación oscura
y me acercara más al aroma metálico.
Mientras caminaba por la oficina, el olor ofensivo se hizo más fuerte. Cuando
doblé la esquina, vi un par de piernas en el suelo, apenas visibles detrás del bulto de
un escritorio. Las piernas eran gruesas, enfundadas en pantalones grises. Los zapatos
lustrados pero hechos de cuero gastado. Los zapatos exactos que Mike usaba en la
oficina todos los días.
Un escalofrío de pavor se instaló profundamente en la boca de mi estómago
mientras me acercaba un poco más. Las lágrimas ya se están formando en las esquinas
de mis ojos. Moviéndome por completo alrededor del escritorio, encontré el cuerpo de
Mike tendido en el suelo, con una mano temblorosa apretada contra su estómago.
Corrí a su lado, presionando mi mano contra su herida, pero incapaz de evitar que la
sangre se filtrara por mis dedos. Se sentía caliente y espesa. El pánico comenzó a
apoderarse de mí.
—Mike, oh, Dios, Mike, ¿qué pasó? —dije, presionando mi mano más
firmemente contra su estómago. La sangre se estaba acumulando rápidamente a mi
alrededor. El lado lógico de mi cerebro sabía que estaba perdiendo demasiado, sabía
que se encontraba más allá de poder ser salvado, pero no podía renunciar a él.
—Ar-Ar-Ari... necesitas...
—Shhh... está bien. Vamos a buscar ayuda. Todo va a estar bien —le dije,
parpadeando varias veces para mantener mis emociones bajo control, pero fue inútil.
Las lágrimas se filtraron por las esquinas de mis ojos en contra de mis deseos.
»¡JENNIFER! —grité, esperando que pudiera oírme afuera. Orando para que sus
sentidos de cambiaformas captaran el sonido. No podía dejar el lado de Mike para
correr en busca de ayuda. No lo lograría. Si soltaba su estómago, se desangraría en
cuestión de segundos—. ¡JENNIFER! —grité de nuevo, mi voz se volvió ronca mientras
luchaba por contener mis sollozos—. Vas a estar bien —dije de nuevo—. Solo espera,
¿bien? Solo aguanta y todo estará bien. Te lo prometo, por favor, aguanta. —
Balbuceaba, sin saber qué decir o si lo decía en voz alta para su beneficio o el mío.
Necesitaba creer que estaría bien. No podía perderlo. Simplemente no podía.
Su respiración era débil y laboriosa, y mientras me aferraba a su forma boca
abajo, vi cómo sus ojos se oscurecían visiblemente, la lucha abandonándolos.
»No, no, no, no me dejes —le dije, sacudiéndolo para despertarlo. Sus ojos se
abrieron y cuando su mirada se encontró con la mía, sonrió. Traté de devolverle la
sonrisa, pero no pude hacer que llegara a mis ojos. Mike levantó una mano cubierta de
sangre y ahuecó mi mejilla, su mano tembló por el esfuerzo.
—Aria, mi dulce Aria.
—Shhh... —le dije—, no hables.
Mike meneó la cabeza, una lágrima se filtró por el rabillo de su ojo.
A lo lejos escuché la puerta de la oficina abriéndose y pasos rápidos que se
dirigían en nuestra dirección.
—Corre —jadeó Mike—. Vinieron por ti, no por mí. Corre.
—¿De qué estás hablando? —le pregunté mientras Jennifer se acercaba detrás
de mí. Tenía el botiquín de primeros auxilios con ella. El que guardaba en el maletero
para emergencias, pero no se molestó en abrirlo. Ella sabía que era demasiado tarde, al
igual que yo, pero aún quería intentarlo. Tenía que hacerlo. Le debía a Mike al menos el
intento.
Retiré una de mis manos del estómago de Mike y rápidamente abrí el botiquín
de primeros auxilios antes de revisar su contenido. Agarrando gasa y esparadrapo traté
de detener el flujo de sangre, pero seguía filtrándose. Levanté la camisa de Mike y me
di cuenta de por qué. Lo que asumí era una puñalada en el estómago, era más. Mike
tenía cuatro puntos de entrada separados que podía ver, cada uno rezumando con un
abundante flujo de sangre.
»Oh, Dios.
—Aria, no puedes arreglar eso —me susurró Jennifer. Una mano restrictiva en
mi hombro.
Me la saqué de encima. —Sí, puedo. Tengo que hacerlo. —Contuve el sollozo
alojado en mi garganta. Podía hacerlo. Lo arreglaríamos, tenía que haber una forma.
Me moví para buscar más gasa; íbamos a necesitar mucha más gasa.
No había más y necesitaba más.
—Necesito más gasa—le dije.
Puso sus manos sobre las mías, deteniendo mis movimientos.
—Aria, se ha ido.
Miré hacia arriba.
—¿De qué estás hablando? —pregunté, meneando la cabeza.
—Aria, mira. Apenas puedo escuchar los latidos de su corazón. Su respiración
está disminuyendo. Déjalo ir.
No... No... No, no podía dejarlo ir.
—¡No, no puedo! —Dejé todo y alcancé su rostro—. ¿Mike? ¡Mike! Por favor,
por favor despierta —dije una y otra vez—. Por favor, despierta. Por favor. —Mi visión
se volvió borrosa. Apenas podía ver a través de mis lágrimas. Finalmente solté un
sollozo y me derrumbé sobre él—. Por favor, no me dejes —le rogué, apretando su
cuerpo contra el mío.
Me volví hacia Jennifer.
»Tienes que hacer algo.
—No hay nada...
—Sí, hay algo —le dije, interrumpiéndola—. Conviértelo.
Abrió mucho sus ojos. —No puedo.
—Sí, puedes. No hay nada que te detenga. Por favor —supliqué.
Meneó la cabeza. —No sabes si es lo que él hubiera querido. E incluso si lo
intento, no hay garantía de que funcione. Ha perdido mucha sangre.
—No me importa. Inténtalo, por favor, inténtalo.
Asintió y se inclinó hacia Mike. Antes de que su mano lo tocara, su pecho dejó
de moverse y su respiración cesó por completo.
La sangre de Mike continuó acumulándose a mi alrededor. A lo lejos me
preguntaba cómo una persona podía tener tanta sangre dentro. Sentí que estaba
nadando en ella, pero no me importaba. No me importaba que su sangre cubriera mis
manos o que tuviera rayas en mi rostro. Me dolía el pecho, me sentía mal físicamente
pero no por la sangre, no. Esto era diferente. Me sentía débil, mi cuerpo desgastado.
Había un enorme agujero en mi pecho ahora que no creía que pudiera llenarse jamás.
Mi cabeza daba vueltas por la pérdida.
Podía escuchar a Jennifer hablándome. Con sus manos sobre mis hombros,
pero todo se sentía muy lejano. No escuché lo que me decía. De todos modos, no
importaba. Ya nada importaba. Mike se había ido. Realmente se había ido. Ella ahora
no podía convertirlo. No sin un latido, sin pulso.
Mi corazón se hundió en mi estómago y de repente sentí frío, pero solo
brevemente, antes de que me adormeciera.
Fue como cuando encontré a Daniel, el charco de sangre, la pérdida...
Jennifer ahora me estaba sacudiendo con más fuerza. Quería que se detuviera,
¿por qué no me dejaba en paz? Solo quería estar sola. Frustrada de que no pudiera ver
eso, finalmente me senté, mirándola a través de mis lágrimas mientras las llamas
comenzaban a lamer mis dedos.
—Suéltame —dije.
Su rostro estaba marcado por la preocupación. Su mirada chocó con la mía,
pero solo por un momento. De repente miró hacia otro lado, hacia la entrada de la
oficina. Sus ojos se endurecieron y rápidamente se puso de pie.
—Tenemos que irnos —dijo.
Meneé la cabeza. No me iba a ir a ninguna parte. Ella podía irse, pero yo me
quedaría. No iba a dejar a Mike aquí solo.
Jennifer se agachó frente a mí, sus manos en mis hombros ignorando las llamas
que se alzaban sobre mis brazos y hombros. Hizo una mueca de dolor, pero sus ojos se
clavaron en los míos, exigiendo mi atención.
»Aria, necesito que me mires, ¿de acuerdo? Enfócate. Se ha ido, pero ahora
mismo hay varios vampiros afuera. Puedo olerlos. Tenemos que irnos. Ahora.
—Yo... no puedo. —Volví a mirar a Mike—. No puedo dejarlo así.
Obligó a mi mirada a volver a la suya.
—Tienes que hacerlo —dijo con los dientes apretados antes de levantarme con
ella del suelo. Luché brevemente, alejándome de ella, no quería que me tocaran.
¿Quién diablos se creía que era? La ira se apoderó de mí como un torrente feroz y me
liberé de su agarre una vez más.
—No me toques —dije.
—Aria, antes de que Mike muriera, dijo que estaban aquí por ti. Te dijo que
huyeras. Ahora necesitamos hacer eso. Necesito que corras. Puedo enfrentarme a un
vampiro. Incluso puedo enfrentarme a dos de ellos, pero con más, podría perder.
Podríamos perder. —Lo último lo dijo más fuerte.
Vagamente recordé las últimas palabras de Mike.
—Vamos a salir por la parte de atrás, ¿de acuerdo? —dijo.
Antes de que pudiera responder, comenzó a alejarme y la seguí a ciegas,
incapaz de despertar la voluntad de luchar más contra ella.
Cuando llegamos a la puerta trasera, escuché un cristal rompiéndose.
—Mierda —dijo Jennifer en voz baja. Me acercó más.
—Vamos, sé que ella está por aquí en alguna parte —dijo una voz desconocida.
—Perra tonta. Veremos cómo se siente cuando le hagamos lo que Ryan le hizo
a ese anciano.
Dos hombres rieron al unísono.
—Viejo bastardo, ni siquiera dio mucha pelea —dijo otra voz.
De repente vi todo rojo. Estos eran los responsables de la muerte de Mike.
Fueron ellos los que me lo quitaron. Sin pensarlo, caminé hacia las voces. Jennifer se
acercó a mí, pero rápidamente se echó hacia atrás cuando su mano hizo contacto. El
calor de mi piel provocando una quemadura visible. Las llamas habían crecido y habían
pasado de ser un resplandor anaranjado a un blanco brillante, cubriendo mi piel de la
cabeza a los pies con una fina capa de fuego.
—Shhh… escuché algo —dijo uno de los hombres, el que había hablado
primero. Dando varios pasos más, finalmente doblé la esquina que los ocultaba de mi
vista. Sentí más de lo que oí a Jennifer viniendo por detrás, pero se mantuvo oculta.
Probablemente pensó que me cubriría. Sin embargo, no necesitaba ningún respaldo.
Tres vampiros se hallaban frente a mí. Todos llevaban atuendos similares, ropa
oscura, gabardinas largas de cuero. Dios, ¿no podían al menos ser originales? Todos
eran aspirantes a Spike y una pequeña parte de mí lo encontraba cómico de una
manera morbosa.
—Bueno, mira lo que tenemos aquí —dijo uno de los vampiros—. ¿Quieres
jugar? —Una amplia sonrisa se extendió por su rostro haciendo que sus afilados
colmillos fueran aún más visibles. Idiotas, iba a hacerlos arder.
—Mataron a mi amigo —dije. Mi voz sonaba fría incluso para mis propios oídos.
El segundo vampiro puso cara de tristeza. —Aww, ¿estás molesta, niña? —Su
ceño fruncido fue rápidamente reemplazado por una sonrisa sádica—. Tu amigo no
planteó muchos desafíos. Sin embargo, tú harás que esto sea interesante para
nosotros, ¿no es así? —dijo antes de reír en voz alta, los otros dos se unieron.
—Tenemos una cuenta que arreglar contigo y tus pequeños trucos de fiesta no
serán de ninguna ayuda.
A lo lejos me preguntaba qué cuenta, pero en realidad no me importaba.
Habían matado a Mike. Eso era suficiente para condenarlos a todos. El comentario del
truco de la fiesta me hizo sonreír. No se dieron cuenta de que mis llamas eran reales.
No, ellos creían que esto era todo espectáculo, yo les mostraría.
Sin decir una palabra, eché la cabeza hacia atrás y abrí los brazos. Siempre
había tratado de controlar mis habilidades. Sin nunca confiar en mí misma, sin nunca
saber cuánto poder tenía dentro de mí. Esta vez no me contuve. Dejé que toda mi ira y
dolor salieran a la superficie y antes de que los chupasangres pudieran pestañear, lo
liberé, centrándome en los dos vampiros más cercanos a mí.
La habitación resplandeció en una ola de luz cegadora. El fuego tan caliente,
que por un breve momento brilló en color azul. En segundos, dos de los vampiros
fueron incinerados junto con la mayoría de los muebles circundantes. El olor a madera
quemada inundó la habitación.
El tercero pareció horrorizado. Lo había dejado para el final. Él era el que los
demás llamaban Ryan. Él era el que había matado a Mike.
Saqué mis dagas de mi cintura, una delgada llama blanca cubriendo el borde de
acero.
—¿Qué...?
—Tú mataste a mi amigo —dije con voz inexpresiva—. Así que yo maté a los
tuyos.
Retrocedió dos pasos, con los brazos extendidos frente a él en señal de
rendición.
—Mira, no sé lo que eres, pero...
Lo interrumpí. —Deja de hablar.
Tomando una respiración profunda, llamé a mi fuego dentro de mí para que ya
no cubriera mi cuerpo. Me costó un esfuerzo considerable, pero estaba decidida.
Quería que esto durara. Cuando toda la llama retrocedió, Ryan atacó. Fue exactamente
como esperaba.
Su velocidad le dio ventaja, pero mi rabia me alimentó. Un borrón se movió a
mi derecha y corté con mi hoja, trazando una línea a través de la piel pálida. Ryan hizo
una pausa, llevándose una mano a la mejilla, pasando un dedo por una delgada línea
de sangre.
Sonreí. Había una razón por la que las dagas eran mi arma preferida. Eran
íntimas. Te pedían que te acercaras a tu oponente de manera personal y cercana. Para
ver cada corte que dabas. Una espada creaba demasiada distancia para mi gusto. No,
quería mirar a los ojos de este bastardo mientras apuñalaba el corazón en su pecho.
Ryan curvó su labio. Sin pensarlo, golpeé, ambas hojas se conectaron con la
carne justo debajo de cada uno de sus hombros. Empujé con todas mis fuerzas,
golpeándolo contra la pared trasera. Chasqueó los dientes, casi alcanzando mi cara,
como un animal feroz.
Mis dagas estaban enterradas en carne y yeso. Miré sus ojos fríos, un resplandor
ámbar iluminándolos. Le di a cada daga un giro brutal en mis manos, saboreando la
mueca que tenía en su rostro.
»¿Por qué me están buscando? —pregunté.
Se rio, un sonido chirriante que irritó mis sentidos.
—Tu interferencia será tu muerte —dijo.
Demasiado para obtener una respuesta real. Antes de que pudiera liberarse de
mi agarre, apagué el fuego con un esfuerzo concentrado, dirigiendo la llama hacia las
dagas incrustadas en él. Sus ojos se agrandaron y vi como ardía de adentro hacia
afuera. El humo escapando de sus orejas, nariz y boca.
Nunca había visto morir a un vampiro de esa manera, pero vi ese brillo
ambarino en su mirada tenue y su carne no muerta secándose, luego crujiendo,
cayendo en una lluvia cenicienta a mi alrededor.
Solo duró un momento antes de que mi cabeza comenzara a dar vueltas, la
liberación de energía había sido tan grande que luché por mantener los ojos abiertos.
Sacudí mis cuchillas para liberarlas del yeso, pequeños mechones de ceniza flotando
lejos del cadáver desmoronándose en la brisa invisible.
Me balanceé sobre mis pies, mirando alrededor a las tres distintas pilas de
ceniza, con una sonrisa certificable en mis labios. Y luego, mi mundo dio un vuelco y
todo se volvió negro.
Cuando me desperté, me latía la cabeza. Esto parecía haberse convertido en un
hábito. Cuando traté de sentarme, una oleada de náuseas me tomó por sorpresa y me
derrumbé contra la superficie acolchada detrás de mí, se me escapó un gemido
mientras me acurrucaba.
—No intentes levantarte todavía o vomitarás por todas partes y mmm... mmm,
Annabeth Maple no limpia vómito, no, no lo hace —dijo una voz con fuerte acento. La
mujer sonaba como si acabara de bajarse de un avión procedente de Georgia, no es
que yo hubiera estado antes ahí, pero bueno, reconocía un acento sureño cuando lo
escuchaba.
Se acercó a mi lado, ayudándome a sentarme antes de ir a un mostrador
cercano.
»Tienes que empezar a cuidarte. Ese pobre muchacho cuando vio que Jennifer
te traía conmigo. —Ella ahora meneaba la cabeza—. La expresión de su rostro era
como si hubiera visto un fantasma. El cazador no se asusta fácilmente, ¿pero tú? Le
diste un buen susto. Mírate —dijo, agitando un depresor de lengua hacia mí—, eres
todo piel y huesos. ¿Nunca comes?
Caminando hacia mí, puso una mano carnosa en su cadera cubierta de tela
floral.
»¿Y bien? —preguntó.
Le fruncí el ceño. —Sí, como. —Preguntándome por qué me sentía como una
niña pequeña a la que regañaban.
—Mmm... mmm... seguro que sí, por eso te desmayaste. Abre —dijo,
sosteniendo el depresor frente a mi cara.
—¿Quién diablos eres tú? —pregunté. Traté de decirlo de forma brusca, pero en
cambio mi voz salió áspera y débil.
—No uses ese tono conmigo, jovencita —dijo—. Soy la señora Maple y soy
responsable de cuidar de ti. James te confió a mí, así que no me hagas arrepentir de
haber aceptado ayudar al pobre chico. Ahora abre.
Hice lo que me pidió, sin saber qué decir. Si James confiaba en ella, entonces no
era una amenaza, al menos no creía que lo fuera. Hizo una revisión rápida antes de tirar
el palo en un cubo de basura cercano.
»Necesitas comer más. Si lo hicieras, no te desmayarías así por así. Nuestras
chicas, ellas comen. Así es como tienen la energía para cambiar y, obviamente, no
tenías suficiente energía para hacer lo que hiciste anoche.
—¿De qué hablas? —Mi estómago todavía giraba con cada movimiento que
hacía.
Se detuvo ante mí. —¿No lo recuerdas? —Lo pensé durante un momento y,
como una ola rompiendo, todo me golpeó de una vez. Mike se había ido. Mi visión se
volvió borrosa y débilmente distinguí a Annabeth dirigiéndose hacia la puerta y
abriéndola. Asomando la cabeza, dijo algo en un tono bajo que no pude comprender
antes de volver a entrar.
Mi respiración se aceleró y mis manos comenzaron a temblar.
Se mantuvo ocupada durante varios segundos, de espaldas a mí mientras se
paraba una vez más frente al mostrador cercano. La ignoré y me miré las manos,
recordando los eventos de anoche. Los vampiros habían ido a buscarme, pero en
cambio encontraron a Mike. Repetí su muerte en mi mente. Había tanta sangre que
sentí como si me hubiera bañado en ella. Mirando mis manos, estaban limpias, todos
los signos de sangre habían sido borrados, pero todavía sentía la sangre allí. Goteaba
de mis dedos y cubría mis brazos. Podía oler el sabor metálico en el aire y luché por
aguantar el contenido de mi estómago.
La puerta se abrió y entró James con Jennifer atrás. El cabello de James lucía
revuelto como si acabara de despertarse. Sus ojos estaban enrojecidos y se veía
enfermo, un ligero color verde teñía su tez. Caminó hacia mi lado, con un aire de
precaución en cada paso. Sentí que una lágrima se me escapaba y bajaba por mi
mejilla. Solo verlo abrió el agujero en mi pecho aún más. Mike se había ido. James era
todo lo que me quedaba.
James se detuvo a mi lado, pero se quedó allí, con las manos en los bolsillos
con torpeza. Jennifer se quedó un poco atrás. Volví mi mirada hacia ella y palideció.
Estaba bastante segura de que, si tuviera sentidos de cambiaformas, olería el miedo en
ella. No podía culparla después de lo que hice anoche.
Me volví hacia James. —Se ha ido —me atraganté.
James asintió. Me acurruqué más, envolviendo mis brazos alrededor de mis
piernas y haciéndome lo más pequeña posible mientras los temblores sacudían mi
cuerpo. Mis lágrimas fluían libremente y, por primera vez en años, rompí a llorar. Mis
ojos se inundaron de humedad y mis pulmones se agitaron en un esfuerzo por respirar
entre mis llantos rotos. Me sentía vacía.
Pensé que la pérdida de mis padres había sido dolorosa, pero no podía
manejarlo.
Los temblores se convirtieron rápidamente en sacudidas y la sensación de frío y
vacío fue reemplazada por un calor abrumador. Mis lágrimas comenzaron a
chisporrotear en mis mejillas, la humedad se evaporó rápidamente.
—Lo volverá a hacer. —Escuché decir a Jennifer. Con pánico en su voz.
Olas de calor similares a las que se veían en el asfalto en un caluroso día de
verano se levantaban de mis brazos, pero no me importaba.
—¿Ari? —dijo James con cautela. Su voz hizo que mi dolor fuera mucho peor.
Debí pensar que ahora yo era algún espectáculo de monstruos. Ni siquiera se me
acercó—. Aria, tienes que calmarte. —Su voz ahora sonaba lejana. Distante y fácil de
ignorar.
—¿Qué está pasando? —escuché que Annabeth preguntaba débilmente.
—Nada, solo necesita algo de espacio. Despejen la habitación —dijo James.
Hubo sonidos de pasos que se alejaban antes de sentir un hundimiento en el
colchón en el que me encontraba.
»Aria, mírame —dijo James.
Negué. El dolor me consumía y podía sentir que daba vueltas.
»Aria, por favor. Sé que Mike se ha ido, pero yo estoy aquí, de acuerdo. Yo estoy
aquí. —Apoyó la mano en mi hombro. El olor a carne quemada golpeó
instantáneamente mis sentidos. Me aparté de su toque, horrorizada al ver salir humo
de su mano.
—Oh Dios. Lo siento mucho.
—Oye, Shhh... Está bien. Estoy bien. Aria, haz que tu fuego retroceda por mí.
Bajé la mirada a mis manos, pequeñas llamas trepaban por mis dedos. Cerré los
ojos con fuerza e intenté concentrarme. Pasaron los segundos, se convirtieron en
minutos y nada cambió.
—No puedo.
—Sí, puedes. Concéntrate, puedes hacerlo.
Lo intenté de nuevo, inhalando profundamente mientras las llamas disminuían
lentamente a mi alrededor. Podía sentir mi cuerpo absorbiendo las llamas, llevándolas
de vuelta al interior por pura fuerza de voluntad. Cuando las últimas llamas se
retiraron, James me tiró en su abrazo y enterré mi rostro en su hombro.
»Está bien —me dijo—. Todo va a estar bien.
Mi cuerpo todavía estaba sobrecalentado y me preocupaba que el contacto
conmigo todavía lo quemara, así que me aparté.
»Oye, estoy aquí para ti —me dijo, extendiendo la mano.
—No lo hagas. No quiero hacerte daño. —Mi voz se escuchaba apenas por
encima de un susurro, quebrándose con casi cada palabra.
—Aria, soy un lobo, tengo súper habilidades curativas, ¿recuerdas?
Asentí, agradecida por las pequeñas victorias, pero todavía consumida por mi
dolor. Sabía que debía apartarme de él. Había perdido a Mike, pero no me pasaría con
James.
—Quiero irme a casa —susurré.
—Pronto, ¿de acuerdo? Pronto te llevaré a casa.
Asentí y le permití volver a meterme en la cama. Mantuvo su mano sobre la mía,
el toque me daba una pequeña pieza de seguridad. Nos quedamos ahí por lo que me
parecieron horas mientras él pasaba sus dedos por mi cabello y tomaba mi mano. Me
sentía casi segura de que estaba conmocionada, pero estaba agradecida por ello.
La puerta se abrió y escuché pasos entrando en la habitación. Me incorporé
para sentarme para saludar al nuevo grupo, mis brazos temblando por el esfuerzo.
—Señorita Naveed. Lamento tu pérdida —dijo Declan. Había un aire de
autoridad a su alrededor. Sus palabras parecían sinceras, pero algo en su tono me puso
nerviosa. Vestido con vaqueros y una camiseta azul marino que abrazaba su cuerpo,
mostrando las arrugas de su abdomen.
—Gracias —le dije—. Agradezco tu ayuda, pero creo que ahora debería irme a
casa.
Declan me miró con sus ojos entrecerrados, un pequeño ceño frunciendo sus
llamativos rasgos. Sus brillantes ojos esmeralda, al igual que los de James, adquirían
una cualidad metálica cuando su bestia se hallaba cerca de la superficie. Se acercó a la
cama en la que yo estaba acostada, prácticamente acechando hacia adelante, una
gracia felina definida para su público.
—Señorita Naveed, creo que es mejor si te quedas aquí dentro del complejo
mientras te recuperas e investigamos más a fondo a los responsables de la muerte de
tu amigo y el ataque a tu vida.
—Aprecio tu preocupación —le dije—, realmente lo hago, pero no soy de la
manada. No pertenezco a este lugar —dije la última declaración y vi a James
encogiéndose.
Declan apretó la mandíbula. —Independientemente de eso, creemos que es
mejor que te quedes.
Limpié mi rostro y entrecerré los ojos, mi mirada viajó de él a James y luego de
regreso. James evitó mi escrutinio, la culpa escrita en todo su rostro. Declan, sin
embargo, parecía decidido. Tenía la sensación de que permanecer dentro del complejo
no era una solicitud. Era una orden.
—Mira, agradezco tu preocupación, pero me voy a casa.
Una mano firme se posó en mi hombro, impidiendo que me levantara. Seguí la
mano hacia Declan.
»No tienes autoridad sobre mí —dije.
—Eso puede que sea cierto, pero mi solicitud para que te quedes proviene de
nuestra preocupación por tu seguridad y bienestar. No estás en condiciones de
quedarte sola en este momento.
—¿Y tú eres el que juzga eso? —me burlé.
—Yo la cuidaré —dijo James.
Declan gruñó y James miró hacia otro lado. Meneé la cabeza. No necesitaba una
niñera. Era una mujer adulta, por el amor de Dios.
—Aria —dijo Declan. Era la primera vez que usaba mi primer nombre desde que
nos conocimos. Lo miré, la sospecha combatiendo con el cansancio—. Por favor, solo
por unos días. Permítenos cuidar de ti. Una vez que estemos seguros de que tu vida ya
no corre peligro, puedes regresar a tu apartamento. Esto es solo por precaución.
James permaneció en silencio durante nuestro intercambio, pero su expresión
mostraba preocupación genuina.
—De acuerdo —concedí.
—Bien. James te mostrará la habitación en la que te alojarás. Descansa un poco.
Por la mañana discutiremos los eventos de esta noche.
Asentí y lo vi salir de la habitación. James lo reemplazó y se acercó para tomar
mi mano. —Gracias —dijo.
—¿Por qué?
—Por ser razonable. —Asentí, incapaz de reunir una mejor respuesta. Aunque
cuando pudiera, iba a escuchar una parte de lo que pensaba.
—Te voy a levantar en brazos, ¿de acuerdo? —dijo él.
—Puedo caminar.
—No, no puedes. Solo cállate y déjame que te cuide. —Fruncí el ceño, pero
envolví mis brazos alrededor de su cuello cuando me levantó. Descansé mi cabeza en
su hombro, con el constante latido de sus latidos reconfortantes.
Debí haberme quedado dormida. Abrí los ojos brevemente cuando sentí que
James me bajaba sobre un colchón acolchado, colocando un edredón sobre mí.
—Volveré a verte más tarde. Descansa un poco. —Dejando escapar un suspiro
ahogado, cerré los ojos, escuchando los pasos de James que se alejaban.
Me encontraba de pie en el techo del complejo de la manada, mirando la
interminable línea de árboles. La superficie estaba cubierta de vegetación y podía
distinguir vagamente un grupo de pequeñas cabañas alrededor del terreno. Casas de la
manada, para aquellos que querían más privacidad de la que permitía el edificio
principal, pero aún querían permanecer bajo la protección de la manada.
—No me gusta esto —dijo Inarus, inclinando la cabeza hacia un lado mientras
escuchaba el estallido de un rayo resonando a nuestro alrededor. Se había
teletransportado al techo cuando salí para tener un tiempo a solas. Si me hubiera
encontrado en mi estado de ánimo adecuado, me habría sorprendido por la
demostración de sus habilidades. No sabía que podía teletransportarse, pero en este
momento, no me importaba particularmente lo que pudiera hacer. No estaba muy
segura de por qué había venido o cómo me sentía porque estuviera aquí, pero mi
mente no se encontraba preparada para lidiar con eso. La pérdida de Mike todavía me
hacía tambalear y el conocimiento de que mi madre vivía era demasiado para asimilar.
Respiré profundamente, mientras recibía la lluvia que se avecinaba con una
sensación de paz. No estaba segura de qué decirle. Ahora había tanta desconfianza
entre nosotros y no sabía cómo sacarlo a colación. Ni siquiera estaba segura si él era
consciente de la duda que me llenaba.
—Todo estará bien —le dije—. Descansaré un poco, llamaré a Rebecka para que
solucione todo y luego todo volverá a la normalidad.
—¿Es eso lo que quieres? —preguntó.
Lo miré y me encogí de hombros. —Sí, por supuesto, ¿por qué no?
—Es solo... —Inarus hizo una pausa, girando el anillo en su dedo índice
derecho.
—¿Qué?
—¿Por qué me dejaste la otra noche? ¿Te molesté de alguna manera?
Negué. —Solo necesitaba escapar.
—Aria, vi la expresión de tu rostro cuando te alejaste. Parecías haber visto un
fantasma. ¿Qué pasó?
—No es nada, de verdad. Por favor, déjalo. —Una parte de mí se preguntaba si
lo sabía. Creía que lo hacía. Que estaba jugando conmigo.
Inarus me estudió. Evité su mirada por miedo a que pudiera ver a través de mí.
—Deberías entrar —dijo abruptamente—. Se acerca una tormenta y
probablemente necesites descansar.
Meneé la cabeza. La lluvia era exactamente lo que necesitaba.
Inarus me miró con curiosidad.
»¿Disfrutas de la lluvia? —preguntó, un leve ceño frunciendo sus rasgos. Asentí,
confirmándoselo. La lluvia era una de las razones por las que vine a Spokane. La lluvia
era una forma de limpiar la tierra, de quitar la suciedad y la mugre y me recordaba
nuevos comienzos. La lluvia me hacía sentir en paz, a pesar de que parecía muy
opuesta a mis habilidades pirocinéticas naturales. No llovía en Spokane casi tanto
como en Seattle, pero para mí, era la cantidad justa y después de todo lo que había
sucedido en los últimos días, una limpieza era exactamente lo que necesitaba. Quería
soltar todo, aclarar mi mente y sentir algo más que dolor o pena.
—Me encanta la lluvia —le dije. Su ceño se hizo más profundo. Me reí en voz
alta por su expresión, ignorando el dolor en mi pecho. La risa sonó forzada, incluso
para mis propios oídos, pero necesitaba esto como si fuera el mismo aire que
respiraba. Tiré de su brazo, llevándolo más lejos en el espacio abierto. Comenzó una
ligera llovizna y supe que se convertiría en una lluvia más fuerte en cualquier
momento.
Inarus entrecerró los ojos en un esfuerzo por mantener a raya la humedad y una
vez que solté su mano, metió ambas manos en sus bolsillos.
—¿Cómo puedes disfrutar esto? Te estás mojando y pronto estarás empapada.
Esta lluvia es miserable.
Me volví hacia él. —Tienes que sentir la lluvia. Abrazarla. Si lo haces, no
terminarás solo mojado. —Me di cuenta de que no me entendía, pero sonrió de todos
modos cuando el segundo rayo resonó en el cielo y la lluvia se convirtió en un
aguacero torrencial. Caminando hacia el centro del techo, extendí mis brazos y giré en
un círculo lento, con la cara hacia arriba. Dejé que la lluvia cayera por mi rostro y me
sentí vigorizada con cada gota contra mi piel. En cierto modo, sentía que la tierra
lloraba conmigo la muerte de Mike. Todavía tenía ganas de llorar, pero ya me había
derrumbado una vez. No volvería a hacerlo, no hasta que llevara a los responsables
ante la justicia. Los vampiros lo habían matado y les haría pagar. Todavía no sabía
quién estaba detrás de la muerte de Daniel. Tampoco sabía quién estaba detrás de
Emma, aunque tenía mis sospechas. Sí sabía quién se encontraba detrás de la de Mike.
Sus muertes habían llegado demasiado rápido. Debería haberlos hecho sufrir más,
prolongar su agonía, pero había otros. Los vampiros responsables habían recibido
órdenes de alguien más arriba. Descubriría quién era y les haría pagar.
—Aria —llamó Inarus. Me volví hacia él—. Sal de la lluvia —dijo.
Negué y seguí dando vueltas hasta que me mareé. Sentí que me tambaleaba al
borde del equilibrio y cuando sentí que mi bota resbalaba contra la superficie
resbaladiza, bajé los brazos en un esfuerzo por sujetarme, pero él estaba allí, y en lugar
de encontrarme en el pavimento frío y húmedo, me encontré en los brazos de Inarus.
Estaba agachado con mi cuerpo metido suavemente en sus brazos. Miré sus
ojos azules, claros como el cristal y me quedé sin aliento ante la mirada de anhelo que
observé. Suavemente colocó un mechón de cabello húmedo detrás de mi oreja, sin
dejar nunca de mirarme.
»Creo —comenzó—, que esta lluvia que tanto te gusta, puede empezar a
gustarme.
Sentí que una sonrisa tentativa aparecía con su admisión y extendí la mano para
tomar un lado de su cara. No sabía por qué le permitía el contacto. No confiaba en él.
Probablemente era el enemigo. Necesitaba estar en guardia a su alrededor, no
desmayarme por su proximidad.
Mantuve mi cuerpo perfectamente quieto mientras él bajaba lentamente su
rostro hacia el mío, dándome todas las oportunidades para alejarme, pero no lo hice.
No podía. Necesitaba sentir algo bueno, algo que hiciera desaparecer todo el dolor.
Cuando sus labios rozaron ligeramente los míos, sentí un fuego ardiendo
profundamente en mis venas y sentí el sudor goteando por mi espalda a pesar del frío
aire de la noche y la lluvia fresca.
Cuando se retiró, vi reflejos de truenos y relámpagos en sus ojos. Extendí la
mano e inconscientemente toqué mi labio inferior, los restos de su beso se esparcieron
por mis sentidos.
De repente, Inarus se puso de pie, arrastrándome con él. Rápidamente me soltó
una vez recuperé el equilibrio y se alejó, distanciándose. Lo miré, una pregunta
evidente en mi expresión, pero él se negaba a hacer contacto visual conmigo.
Me sacudí visiblemente y me di la vuelta, sintiéndome de repente incómoda y
avergonzada. Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta y me dirigí hacia la puerta
que conducía a la escalera que me llevaría de regreso al interior del complejo, sin
molestarme en mirar atrás. Dios, ¿cómo podía ser tan estúpida? Tan ingenua.
»Aria... —Lo escuché decir mi nombre mientras mi mano alcanzaba la manija de
la puerta. Me detuve por un segundo, esperando a ver si continuaba, pero cuando todo
lo que escuché fueron los sonidos de la lluvia salpicando el cemento y truenos en el
cielo, giré la manija y entré.
No necesitaba esto. Ya tenía suficiente en mi vida. No sabía por qué me sentía
rechazada o por qué, de repente, el dolor en mi pecho era más doloroso que hacía
unos momentos. Apenas lo conocía, no era nada para mí.
Entonces, ¿por qué dolía?
Estaba empapada hasta los huesos mientras bajaba las escaleras, frustrada más
allá de lo razonable. ¡Qué estúpido! Eso fue increíblemente estúpido. Me sentía furiosa
conmigo misma por permitir el contacto. Por permitirle meterse debajo de mi piel. Le
di un poder sobre mí que nunca le había dado a nadie.
Reprendiéndome mientras bajaba las escaleras, maldije mi ignorancia. Bajé
furiosamente las escaleras que conducían a un pasillo sinuoso y me dirigí a la
habitación que me habían asignado. Cuando la encontré, abrí la puerta y entré,
encontrándome cara a cara con James. Me detuve justo dentro del umbral, mi mano
todavía en el pomo de la puerta. James levantó la vista de su posición, sentado en el
borde de la cama.
—Hola —dijo.
—Hola.
Ninguno de los dos dijo nada más durante varios momentos. James se pasó las
manos por el cabello y exhaló un suspiro.
—Mira, sé que necesitas descansar, pero ¿podemos hablar? —Asentí y entré en
la habitación, permitiendo que la puerta se cerrara con un golpe que sonó fuerte para
mis oídos. Me quité las botas y agarré una toalla del tocador cercano, secando mi
cabello mientras me sentaba frente a James en una silla de mimbre.
—¿De qué querías hablar? —pregunté, inclinándome hacia adelante en mi
asiento.
James exhaló un suspiro y miró alrededor de la habitación antes de encontrar
mi mirada. —Se trata de Inarus —comenzó.
Lo miré con recelo. Todavía no estaba segura si Inarus era amigo o enemigo,
aunque prefería que fuera un amigo, a pesar de nuestro momento incómodo. James
tampoco sabía que se había teletransportado hasta el techo del complejo. Me sentía un
poco traidora por no decírselo y una pequeña parte de mí se preguntó si debería
hacerlo. Quizás la seguridad del complejo no era tan sólida como ellos creían.
Asentí para que James continuara.
—Hice que registraran su casa.
Abrí la boca de golpe. Una parte de mí se sintió molesta en nombre de Inarus,
por la invasión a su privacidad, pero la otra parte se preguntaba qué había encontrado
James. Fuera lo que fuera, la expresión sombría de su rostro en este momento
significaba que no era bueno.
»No es quien dice ser. —Bueno, eso ya lo sabía.
—¿Te importa explicarme?
James metió la mano en el bolsillo y sacó un sobre. Lo tomé y lo abrí, sacando
el contenido. Dentro había varias fotografías mías de las últimas semanas. Me había
estado vigilando, espiándome. Mi estómago dio un vuelco.
Hojeé las fotografías, sintiéndome perturbada por la invasión.
»Me ha estado siguiendo —dije.
James asintió y luego me entregó lo que parecía ser un pequeño teléfono
celular. Miré del teléfono a James y levanté las cejas, de forma interrogativa.
—Es un teléfono de repuesto, uno de los miembros más jóvenes de la manada
lo encontró en su habitación. Verifica el registro de mensajes.
Hice lo que me pidió, desplazándome por una serie de mensajes de texto que
pertenecían a una sola conversación.
Desconocido: Informe de estado.
Inarus: Manada culpa al aquelarre como estaba planeado. La fase 2 se
está moviendo hacia su lugar.
Me desplacé más abajo en la pantalla.
Inarus: La chica puede ser una posible ventaja. Planeo llevarla cuando
termine la misión.
Desconocido: Bien.
Mi mano comenzó a temblar, tenía que estar hablando de mí. Planeaba
llevarme con alguien, con ellos.
Desconocido: Informe de estado.
Inarus: Todo va según lo planeado. No hay nuevas actualizaciones.
Oh, Dios, me sentía enferma. Levanté la vista del teléfono y vi la expresión de
James, parecía arrepentido, pero no tenía ni idea de por qué. Me levanté y comencé a
caminar por la habitación.
—¿Ahora qué? —pregunté, flexionando mis dedos alrededor del teléfono.
Respiré hondo varias veces y empujé el fuego dentro de mí más profundamente. No
me iba a romper. No le daría ese tipo de poder sobre mí. ¿Cómo pudo jugar así
conmigo, cómo pude permitírselo?
—La manada ya se está moviendo para acabar con él, yo solo... quería avisarte
antes de que tomemos medidas.
—Quiero estar allí —le dije.
James estaba meneando la cabeza. —No creo que sea una buena idea, Ari.
—Mira, él está aquí.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir con que está aquí?
—Quiero decir que está aquí, en el complejo. Justo antes de encontrarme
contigo, estaba hablando con él en el techo. Se teletransportó.
James maldijo antes de dirigirse hacia la puerta, sus movimientos decididos.
Agarré mis dagas que había colocado en la mesita de noche antes y las enfundé en las
presillas de mi cinturón.
Encontramos a Inarus justo donde lo había dejado, en la azotea del complejo,
de espaldas a la puerta. Se encontraba de pie en medio de la lluvia, pero aún lucía
seco, un campo de fuerza de algún tipo lo protegía. Estúpidas habilidades
telequinéticas, quería que estuviera empapado y frío.
Al oír que nos acercábamos, se dio la vuelta. James y yo estábamos al frente de
nuestro grupo, cuatro cambiaformas cuyos nombres no conocía se encontraban detrás
como refuerzos.
La mirada de Inarus se cruzó con la mía, una pregunta evidente en sus ojos. Lo
miré, dejándole ver mi ira.
Los compañeros de la manada detrás de nosotros se deslizaron lentamente
hacia adelante cuando James y yo nos detuvimos, rodeando a Inarus.
—¿De qué se trata esto? —preguntó Inarus, dirigiendo a mi su pregunta. No
respondí. En cambio, vi que James le arrojaba las fotografías, las imágenes aterrizaban
en un pequeño charco cerca de sus pies. Inarus se inclinó para recuperarlas y les dio
una rápida mirada antes de volver su mirada perspicaz a James.
—Hiciste que registraran mi casa —dijo en voz alta, más una declaración que
una pregunta—. Esto no es lo que piensas.
Meneé la cabeza antes de que terminara.
—¿Quieres decir que no me estás acosando con malas intenciones? —Antes de
que pudiera comentar, le tendí el teléfono de repuesto para que lo viera. Sus ojos
cayeron. Él sabía que no había manera de salir de esto hablando.
—Eso no es mío —dijo, la negación salió de su lengua con facilidad. Supongo
que lo iba a intentar de todos modos.
—Los cambiaformas pueden oler una mentira —le dijo James—, y ahora mismo,
estás mintiendo.
Inarus lo ignoró. —Aria, lo que sea que encontraste en ese teléfono fue
plantado. No es mío. Tienes que creerme. Yo nunca… —Levanté mi mano, cortándolo
efectivamente.
—No. No más mentiras. Quiero la verdad. Me debes demasiado. —Los hombros
de Inarus se hundieron por la derrota.
—Nunca quise hacerte daño.
Negué. Nada de eso importaba. Se encontraba en el lado equivocado de las
cosas.
—¿Tú mataste a Daniel Blackmore? —pregunté, ignorando su omisión. Meneó
la cabeza.
—Nunca lastimaría a un niño, ni siquiera a un cambiaformas.
—¿Y a las dos chicas, a Emma y al vampiro? —Inarus miró hacia otro lado,
negándose a encontrar mi mirada. Bueno, eso respondía a esa pregunta. Su falta de
respuesta era suficiente admisión de culpa. No necesitaba que lo dijera en voz alta para
saber que él era el responsable.
»¿Por qué? —le pregunté, mi voz entrelazada con el acero.
—Aria, tú no lo entiendes.
—¡Entonces explícamelo! —grité. La manada dio un paso amenazante hacia
Inarus. Él apenas miró en su dirección, decidiendo que no eran una amenaza. No me
sorprendía. Él era un telequinético. Si quería, podría rechazarlos a todos con poco más
que un pensamiento.
—Los cambiaformas no deberían tener el control de esta ciudad ni de ninguna
otra. Tampoco deberían tenerlo los vampiros. Los humanos deberían tener el control,
nosotros no somos los monstruos. Ellos fueron los que arruinaron todo. Son la razón
por la que no tenemos un gobierno ni una fuerza policial. Ya no tenemos educación ni
hospitales públicos. PsyShade solo está tratando de recuperar lo que legítimamente
pertenece a la población humana —dijo. Su voz adquirió un tono amenazador mientras
dirigía su atención a los hombres que lo rodeaban—. Ustedes son una abominación.
—Y nosotros, ¿qué somos? ¿En qué somos diferentes?
—Somos humanos, no somos monstruos ni criaturas de la noche, Aria. No
masacramos ciudades en un ataque de ira ni chupamos sangre de gente inocente.
—No, simplemente matas a niños y mujeres inocentes sin tener una causa —
dije en respuesta.
—¡Yo no maté a ese chico! —gritó Inarus, con las manos en puños a los
costados.
—Puede que no lo hayas matado —dije—, pero trabajas para los responsables
de su muerte y mataste a Emma y al vampiro.
—Eran monstruos. Un maldito chupasangre y un animal, Aria.
—¡Eran personas, Inarus! Había otros que se preocupaban por ellos y tú se los
arrebataste, ¿para qué? ¿Porque tenías órdenes de hacerlo? ¡Esa no es una respuesta
suficientemente buena! No merecían morir.
—El vampiro ya estaba muerto —gritó—. Ella no se merecía caminar más sobre
esta tierra, ninguno de los de su clase debe hacerlo.
—Espera ¿qué? —le pregunté.
—Ven conmigo. No perteneces aquí, con ellos. —Hizo un gesto con la mano a
los cambiaformas circundantes.
Meneé la cabeza. —No quiero tener nada que ver con PsyShade, ni contigo —le
dije.
Él había matado a Emma, me había mentido, me había engañado para obtener
información y todo el tiempo había planeado entregarme a las mismas personas
responsables del asesinato de un niño. ¿Y si había tenido algo que ver con la muerte de
Mike? Sabía que había sido asesinado por vampiros, pero en este punto, nada se
encontraba lejos de las capacidades de Inarus. Además de eso, realmente creía en la
misión de PsyShade. Podía ver la fe inquebrantable en sus ojos. Todos habían recibido
un golpe después del Despertar, pero volver a la forma en que solían ser las cosas no
era una opción. Necesitábamos adaptarnos. Adaptarnos a nuestra forma de vida actual.
No podíamos vivir en el pasado o volver a ignorar todas las cosas sobrenaturales.
Antes de que pudiera decirle más, James habló.
—Vas a ser detenido por crímenes contra la manada. Cuando terminemos
contigo, estoy seguro de que el Aquelarre vendrá por más —dijo James con
vehemencia.
Inarus se rio. —Tú no me llevarás a ningún lado.
—Solo harás que las cosas sean más difíciles si te resistes.
Inarus estaba meneando la cabeza. —No lo entiendes, ¿verdad? —Chasqueó la
lengua.
Lo miré con recelo, insegura de lo que realmente era capaz de hacer.
»Soy un telequinético. No pueden tocarme.
James gruñó antes de lanzarse hacia Inarus. Entre un segundo y el siguiente,
Inarus desapareció, reapareciendo a pocos metros de donde James se detuvo.
—Aria —llamó Inarus desde su nueva posición—. Ven conmigo. Déjame
explicarte todo, déjame ayudarte a entenderlo —suplicó. Meneé la cabeza en señal de
negación.
Inarus se frotó la nuca.
»Aria, por favor... —Antes de que dijera algo más, dos cambiaformas lo
agarraron por detrás. Desapareció de su agarre, reapareciendo una vez más, esta vez
más cerca, a escaso medio metro de mi posición. Saqué una daga de mi cintura, una
llama extendiéndose sobre la superficie de la hoja.
Inarus me miró a los ojos.
»¿De verdad vas a intentar hacerme daño? Aria, sabes que tengo razón. Sabes
que no perteneces aquí. —Meneé la cabeza. Puede que no perteneciera aquí, pero
ciertamente no pertenecía con él. Inarus me tendió la mano, sus ojos suplicaban que la
tomara y me fuera con él.
Negué, mi mirada firme. La expresión de Inarus estaba llena de dolor, pero
rápidamente se transformó en ira cuando una forma oscura surcó el aire y lo derribó al
suelo. El cambiaformas que lo atacó se elevó en el aire, levantado por manos invisibles
e Inarus miró con rabia al hombre. Miré a mi alrededor y vi que todos los cambiaformas
se elevaban lentamente. Cada uno gruñendo de frustración mientras luchaban por
alcanzar el suelo de piedra debajo de ellos. Solo yo permanecía en el suelo, el poder de
Inarus dirigido únicamente a los cambiaformas que lo rodeaban.
»Todos ustedes son animales —maldijo—. No tienen valor. —Vi la intención en
su mirada. Iba a dejarlos caer desde el techo. El complejo de la manada se elevaba a
diez pisos de altura. Sabía que los cambiaformas eran resistentes, pero no podía correr
el riesgo de que siquiera uno de ellos sobreviviera a la caída. Sin pensarlo
conscientemente, lancé mi espada directamente a Inarus. Con un movimiento de la
mano la alejó. Saqué otra y la tiré también. La hoja giraba en espiral mientras se
acercaba a su objetivo previsto.
De nuevo lanzó la hoja a un lado. Tiré desde adentro, dejado salir mi fuego. Con
los brazos juntos frente a mí, moldeé una bola de fuego entre mis manos. Inarus
sonrió.
»¿Crees que eso me detendrá? —preguntó.
El sudor goteaba por mi frente por la tensión de contener el fuego en su forma.
Cuando la pelota estaba cerca del tamaño de una pelota de baloncesto la lancé con
todo lo que tenía. Tan pronto como solté la bola de fuego, levanté el dobladillo de mi
camisa, alcancé mi cadera y arranqué mi hoja tatuada de mi carne. El dolor era
insoportable. La saqué más rápido de lo previsto y mi piel se sintió como si estuviera
siendo desollada de mi cuerpo.
Lancé mi última espada a Inarus mientras estaba distraído por el fuego. Desvió
las llamas y vi una sonrisa triunfante en su rostro justo antes de que mi espada le
perforara el pecho. No pensé que el fuego lo detendría, pero la espada, sí, creí que lo
haría.
Los cambiaformas que nos rodeaban cayeron al suelo, todavía dentro del
perímetro del techo. Inarus volvió su mirada sorprendida en mi dirección. Se miró el
pecho y tocó la empuñadura de la hoja con asombro.
Un lento chorro de sangre goteó de la herida. Inarus soltó la hoja y la miró
fijamente.
—¿Cómo hiciste…?
—Tus poderes no funcionan contra eso. Ninguna magia funciona. Tiene
propiedades mágicas que la hacen inmune a los demás.
Asintió, todavía sorprendido. La hoja chocó con el suelo cuando se tambaleó
hacia adelante y luché por permanecer quieta. No correría hacia él. No lo ayudaría.
James vio la oportunidad y se lanzó.
Inarus desapareció y James no llegó a tocar nada más que aire.
Todos nos quedamos quietos, esperando a que volviera, pero cuando los
segundos se convirtieron en minutos, nos dimos cuenta de que no regresaría. Una
parte de mí se sentía contenta, pero la otra parte sabía que esto no había terminado,
que PsyShade continuaría su lucha por el poder, pero cuando vinieran, estaría lista. Esta
era mi ciudad y nadie me la iba a quitar, ni siquiera mi madre.
A la mañana siguiente Declan me dio permiso para ir a mi apartamento y
recuperar algunas de mis pertenencias. No estaba segura de cuánto tiempo me
quedaría en el complejo, pero después de la partida de Inarus, me di cuenta de que
quedarme con la manada probablemente era lo mejor. Me acompañaba una
cambiaformas felina llamada Hannah. La mayor parte del tiempo permanecía en
silencio, ofreciendo respuestas monosílabas cada vez que le hacía una pregunta. No
me importaba su silencio. En cierto modo, era reconfortante. Ninguna de las dos
parecía sentir la necesidad de llenar el espacio vacío y eso estaba bien para mí.
Cuando finalmente llegamos a mi apartamento, le di a Melody mi saludo
habitual y subí los cuatro tramos de escaleras. Cuando abrí la puerta, Hannah me
esquivó rápidamente y entró primero. Puse los ojos en blanco, pero la seguí al interior,
de pie al lado de la puerta mientras ella revisaba la habitación y comprobaba las
habitaciones contiguas. Cuando dio el visto bueno, me dirigí a mi habitación.
Agarrando una mochila de mi armario, rápidamente comencé a meter prendas de ropa
al azar.
Un leve golpeteo llamó mi atención y me volví hacia la puerta de vidrio de mi
habitación. Melody estaba sentada en la barandilla del balcón. Una amplia sonrisa en
su rostro. Di un vistazo rápido a mi alrededor, asegurándome de que me encontraba
sola y fui a abrirle.
—¿Qué haces? —le pregunté. Se alejó de la barandilla, plegó las alas mientras
se enderezaba frente a mí.
—Toma —dijo, entregándome un sobre doblado.
—¿Qué es esto? —pregunté, tomándolo de su mano y pasé mi dedo por debajo
del doblez.
Melody se encogió de hombros. —Una carta, dah. Ese galán que vivía al final
del pasillo me pidió que te lo entregara y normalmente, diría que no. Quiero decir, no
soy una chica que hace recados. Pero luego sonrió y sus ojos se iluminaron. Es bueno,
déjame decirte eso. De todos modos, dije que te lo daría, así que aquí tienes.
—Gracias —le dije, dudando en leerlo. Levanté la vista—. Voy a estar
desaparecida por un tiempo, ¿puedes hacerme un favor y revisar mi casa de vez en
cuando? —pregunté mientras me giraba para volver a mi apartamento.
—Seguro —dijo con demasiada energía en su voz.
Me detuve y me giré, un brillo en mis ojos. —Oh ¿Y Mel? —dije mientras se
elevaba en el aire.
—¿Qué?
—Siéntete libre de usar y tomar lo que quieras. Lo que es mío es tuyo —dije y
su sonrisa se desvaneció.
—Tienes que quitarle toda la diversión, ¿no?
—Lo siento. Una chica tiene que hacer lo que una chica tiene que hacer, pero
vigila el lugar y tu secreto queda a salvo conmigo. Puedes estar segura de que Ryan
nunca lo sabrá.
Entrecerró sus ojos por un breve momento antes de asentir y volar de regreso al
nivel inferior del edificio de apartamentos.
De vuelta en el interior, me senté en mi cama, mirando la carta como si fuera
una serpiente lista para atacarme. Reprendiéndome por tenerle miedo a un papel,
desdoblé la carta y leí lo que había dentro.
Aria
Nunca tuve la intención de hacerte daño. Tengo un deber con mi gente,
con mi causa. Debes entender eso. Puede que ahora no lo hagas, pero algún
día lo entenderás. Tu lugar está con PsyShade, conmigo. Te daré tiempo, pero
no puedo darte mucho.
Hasta que regrese.
PD: Tu secreto está a salvo conmigo.
-Inarus
Me quedé mirando la carta corta, leyéndola y releyendo una y otra vez. Cuando
Hannah entró en la habitación, rápidamente la guardé en el bolsillo trasero de mis
vaqueros.
—¿Estás lista? —preguntó, mirándome con sospecha.
—Casi, solo dame un minuto más —le dije. Asintió antes de salir de la
habitación. Mis pensamientos volvieron a la carta. ¿A qué secreto se refería? ¿Sabía que
Viola era mi madre? Era el único secreto en el que podía pensar y me preocupaba lo
que haría con la información. ¿Se lo diría a ella y cómo reaccionaría? Quizás ella ya lo
sabía. No podía estar segura de todas formas.
Metí algunos artículos de último momento en mi mochila antes de cerrar la
cremallera. Agarrándola me dirigí de regreso a la sala de estar, deteniéndome
brevemente para recuperar mi cepillo de dientes del baño.
»Estoy lista —le dije a Hannah en voz alta, pero por dentro me preguntaba si
eso era realmente cierto. ¿Estaba lista para lo que se avecinaba?
James no estaba nada feliz cuando le dije a dónde íbamos. Se sintió aún menos
complacido cuando se dio cuenta de que originalmente había planeado ir por mi
cuenta, pero no podía evitarlo. No había concertado una cita y decir que Rebecka se
encontraba feliz de verme, sería una exageración.
—¿Qué quieres? —dijo al verme. Al menos esta vez dirigió su pregunta a mí en
lugar de a James.
—Quiero saber por qué enviaste vampiros a atacarme en mi lugar de trabajo.
Por qué estás tan ansiosa por iniciar una guerra entre la Manada y el Aquelarre.
La mirada en mis ojos pareció llamar su atención. Me observó con atención,
realmente mirándome y no solo para atravesarme por una vez.
—¿De qué hablas?
—He sido atacada en dos ocasiones por miembros del Aquelarre y quiero saber
por qué —dije, mi voz llena de vehemencia. Dejé fuera la parte sobre la muerte de
Mike. No tendría ninguna simpatía por mí y decirle que me había herido su muerte solo
me haría parecer débil.
—Nadie en mi Aquelarre ha hecho tal cosa.
—Mentirosa.
Me enseñó los colmillos. —No te atrevas a echarme la culpa —dijo furiosa. Le
mostré los dientes con una mueca salvaje.
—Tu orgullo y tu ignorancia serán tu ruina.
Si pudiera sonrojarse, imaginé que lo habría hecho en este momento. Sus ojos
brillaron con un color carmesí por la furia, su rostro se contorsionó de rabia. Parecía
crecer en altura, irguiéndose más y poniendo los hombros hacia atrás. Miré a James
para ver sus ojos fijos en Rebecka. Cada músculo tenso, esperando que la víbora
atacara.
—Podría romper ese bonito cuello tuyo en un segundo y luego estarías muerta,
ya no serías una molestia. ¿Cómo te atreves a venir a mi casa a acusarnos a mi
Aquelarre y a mí de malas acciones de las que no tienes pruebas?
Mi ira aumentó ante su amenaza y decidí sacar las armas pesadas. Extendiendo
mi mano, dejé que una llama naranja bailara en mi palma.
Sus ojos parpadearon con incertidumbre.
—Puedo prender fuego a todo tu aquelarre en cuestión de segundos. ¿Te
gustaría saber quién es más rápida? —la desafié.
Entrecerró los ojos, pero no se movió. No es que hubiera esperado que lo
hiciera. No era una idiota. Rebecka era fría y calculadora y yo acababa de mostrar todas
mis cartas.
Sus ojos se volvieron brevemente hacia James y pude adivinar su línea de
pensamiento.
—No he prometido ninguna alianza —le dije. James se puso rígido a mi lado—.
No me interesan tus políticas, todo lo que me importa es detener esta guerra y
descubrir por qué has estado tratando de matarme.
Podía ver las ruedas girando en su cabeza. —¿Qué se necesita para tener tu
lealtad? —Antes de que terminara la frase, yo ya estaba meneando la cabeza.
—No me pueden comprar y no voy a tomar partido.
—Señorita Naveed, creo que de hecho está tomando partido en este mismo
momento.
—¿Me dirás si fuiste tú quien dio la orden de que me atacaran?
—No lo hice.
—¿Y aún afirmas no haber formado parte de la muerte de Daniel Blackmore?
—Así es.
Respiré hondo. Le creía, lo cual era exasperante. Inarus ya me había ayudado a
descubrir que la culpa de la muerte de Daniel era de PsyShade, pero no la de Mike. La
muerte de Mike venía de la mano de un vampiro, pero si la orden no había sido de
Rebecka, ¿de quién podría haber venido?
—Uno de los tuyos ha ordenado un atentado contra mi vida dos veces. Quiero
saber quién.
Me miró, pero no rechazó mi demanda, que era más de lo que podía haber
pedido.
»Mira, no estoy aquí para discutir contigo. Quiero respuestas. Quiero a los
responsables de la muerte de Daniel Blackmore. Creo que el mismo grupo es
responsable de la muerte de uno de tus vampiros y un cambiaformas de la manada. —
Observé que algo pasaba por sus ojos. ¿Dolor quizás? Me deshice de la idea. Era un
vampiro de cientos de años. Una vida probablemente no significaba nada para ella—.
Alguien intenta meter al aquelarre y a la manada en una guerra. No puedo permitir que
eso suceda.
—Acabas de afirmar que no quieres participar en nuestra política. ¿Qué tiene
que ver esto contigo?
—Si ustedes dos van a la guerra, todos sufriremos. Todo lo que les pido es que
no ataquen a la manada sin una causa justa. Que se aseguren de tener todos los
hechos antes de tomar una decisión precipitada.
—Nunca actúo de forma precipitada —espetó.
—Entonces no deberíamos tener ningún problema y no habrá guerra.
Rebecka sonrió y un escalofrío recorrió mi espalda.
—Creo que hemos tomado bastante de su tiempo —dije. Le di la espalda para
irme, James me siguió.
—No olvidaré esto —dijo Rebecka cuando me fui.
—Tampoco yo —le dije. Tampoco yo.
Nada ha terminado, no con Rebecka, no con Inarus, y ciertamente no con mi
madre, pero no me rendiría. Las cosas estaban lejos de terminar.
DECLAN
Paseando por los confines de mi estudio, la irritación floreció en mi pecho.
Brock se encontraba al lado de la puerta, con los brazos cruzados mientras esperaba mi
respuesta.
—La necesitamos —le dije.
Brock asintió, pero no parecía convencido.
—Ella no es de la manada —dijo.
—Lo sé —gruñí, sin dejar de caminar. Brock se tomaba en serio su trabajo como
uno de mis guardias, pero había casos como estos en los que preferiría estar solo. Lo
que fuera que se avecinaba, era grande. Como Alfa, necesitaba asegurarme de que
todos los recursos estuvieran disponibles para nosotros en la próxima batalla. Si no la
poníamos de nuestro lado, Rebecka lo haría, o algo peor. Quien estuviera detrás de
PsyShade—. ¿Cuál es su relación con nuestro cazador? —pregunté, una idea
formándose en mi mente.
—Creo que son amigos —fue su aburrida respuesta.
Me congelé en seco y clavé mi mirada en él, inmediatamente miró hacia abajo,
con los ojos en el cuello de mi camisa. Cachorro inteligente. Cuando yo estaba así,
ningún desafío era tomado a la ligera.
—Ella afirmó lo mismo, pero ¿su relación va más allá de la amistad? —pregunté.
—No lo creo, señor.
Maldita sea.
—Habla con James y averigua con certeza si siente algo por la chica más allá de
la amistad. Si lo hace, dile que, por petición de su Alfa, debe seguir ese camino. Si no
es así, que busque a otra persona. La necesitamos dedicada a la manada. La forma más
fácil de hacerlo es atarla a uno de los nuestros.
—Pero, señor...
Rugí, de forma fuerte y atronadora. Mi voz resonó en las paredes.
Brock se quedó paralizado, como un ciervo atrapado por los faros de un auto.
Yo era su Alfa, cómo se atrevía...
—No quise faltarle el respeto —dijo rápidamente—. Solo me sorprendió su
sugerencia, que uno de nosotros se empareje con una mujer humana.
—No dije nada de apareamiento. Nunca obligaría a uno de los nuestros a
vincularse de por vida con alguien a quien no quisiera estar vinculado. —Mi voz aún
retumbaba por los efectos de mi ira—. La quiero cautivada, desmayándose, enamorada
de uno de nuestros hombres, o mujeres si así lo prefiere. Encuentra a alguien que salga
con la maldita mujer y la tenga comiendo de su maldita mano. ¿Lo entiendes?
—Por supuesto —dijo, volviéndose hacia la puerta.
—Y ¿Brock?
Se detuvo. —¿Sí, señor?
—Hazlo discretamente.
Con un movimiento de cabeza salió de la habitación. Finalmente, se hizo el
silencio.
Danielle Annett es una lectora, escritora,
fotógrafa y bloguera detrás de Coffee and
Characters. Nacida en el área de SF Bay,
ahora reside en Spokane, Washington, la
ubicación principal de su serie Blood &
Magic.
Adicta al café desde temprana edad, pasa sus noches inquietas usando lápiz y
papel mientras intenta sacarse todas las historias de la cabeza antes de que los
perros despierten al resto de la casa y compitan por tener su atención.