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SINOPSIS _____________________________________________________________ 5
DEDICATORIA _________________________________________________________ 6
1 ___________________________________________________________________ 7
2 __________________________________________________________________ 24
3 __________________________________________________________________ 27
4 __________________________________________________________________ 34
5 __________________________________________________________________ 48
6 __________________________________________________________________ 60
7 __________________________________________________________________ 64
8 __________________________________________________________________ 69
9 __________________________________________________________________ 75
10 _________________________________________________________________ 81
11 _________________________________________________________________ 86
12 _________________________________________________________________ 93
13 _________________________________________________________________ 99
14 ________________________________________________________________ 104
15 ________________________________________________________________ 109
16 ________________________________________________________________ 113
17 ________________________________________________________________ 117
EPÍLOGO ___________________________________________________________ 120
SOBRE LA AUTORA ___________________________________________________ 122
Habrá un derrame de sangre...

Y no será la mía.

Alguien está alimentando las llamas, dejando un rastro de cuerpos a su paso. Las
víctimas son inocentes, elegidas para enfrentar a la Manada de cambiaformas y al
Aquelarre de vampiros entre sí.

Si estalla la guerra, la humanidad no sobrevivirá.

Pero lo mío es controlar el fuego, y no dejaré que eso suceda.

Soy una mercenaria, pero esto es por mucho más que por dinero. Es mi ciudad y
alguien la amenaza. No me detendré hasta encontrarlos.

Cuando los buenos empiezan a lucir más como villanos, no tengo más remedio que
desconfiar en todo lo que conocía, incluidas las personas en las que pensaba que podía
confiar.

Resulta que los humanos puede que no se encuentren tan indefensos como parece, y
yo corro más peligro de lo que pensaba.

Si te gusta K.F. Breene, Annette Marie, Patricia Briggs, McKenzie Hunter, CN Crawford,
Leia Stone o Linsey Hall, entonces abróchense los cinturones queridos y prepárense
para una aventura trepidante que no podrán dejar.
Para mi hija, Savanah.

Sin ti, habría terminado este libro mucho antes, pero quizás esto te
enseñe a perseverar siempre.

Y para Joshua. Probablemente nunca leerás esto, pero debes saber


que te amo.
Todo lo que vi fue sangre. La sangre empapaba mis manos y cubría las paredes.
Manchaba el piso de concreto del almacén abandonado y chorreaba de los accesorios
que colgaban del techo, goteando como una lluvia lenta. Mi visión se volvió borrosa
mientras la angustia me llenaba. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Cómo pude haber llegado
demasiado tarde?
Contemplé el cuerpo sin vida de un niño. Un niño. Arrodillándome en un charco
de sangre coagulada, pasé mis dedos por su cabello castaño, ignorando la fría
humedad que se filtraba en la mezclilla de mis pantalones. Su rostro era irreconocible.
Atrás había quedado el niño de las mejillas con hoyuelos y brillantes ojos azules. Solo
duraba una masa de carne y hueso, un cuerpo arruinado sin fuerza vital, a una edad tan
temprana.
La realidad se rompió como una banda elástica, devolviéndome al presente
mientras me sentaba en mi escritorio en Sanborn Place. Apartada de golpe de los
recuerdos angustiados cuando encontré el cuerpo de Daniel.
El mundo era un lugar cruel. Era un hecho de la vida y, aunque sabía que era
cierto, todavía me costaba aceptar las atrocidades que la gente cometía. Las crueldades
que por alguna razón olvidada por Dios, la gente pensaba que estaban bien. Mirando
la foto de billetera ahora arrugada en mis manos, fui saludada por una cabeza de
cabello castaño, ojos azules brillantes, una cara en forma de corazón y una sonrisa
brillante; con un solo hoyuelo en su mejilla izquierda. El rostro de un niño inocente de
siete años, despedazado como si fuera poco más que un ternero llevado al matadero.
Me encontré luchando por vincular la imagen de este niño sonriente con la del cuerpo
en ruinas que había encontrado hace menos de cuarenta y ocho horas atrás.
Por dentro, una pequeña parte de mí ardió. Mi sangre se calentó y una furia
turbulenta me recorrió, la cual tuve que luchar por contener.
―Ari, tienes que dejar de mirar al niño. Se ha ido. Déjalo ir. —Oí decir a Mike.
No podía dejarlo ir. Y tampoco entendía cómo podía hacerlo él. Levanté la vista
de la fotografía y miré a Mike directamente a los ojos. Se encogió, pero sostuvo mi
mirada.
—Él tenía siete años, Mike —dije con los dientes apretados—. ¡Siete!
Meneé la cabeza, el pobre niño apenas había vivido, apenas había probado lo
que el mundo tenía para ofrecerle. Olvida eso, había probado demasiado de lo que el
mundo podía dar y le había costado.
Desde el Despertar hace seis años atrás, cuando todas las cosas que aparecían
en la noche decidieron salir de su largo letargo y jugar, la seguridad había sido endeble
en el mejor de los casos y los niños como este, como Daniel Blackmore de siete años,
estaban pagando las consecuencias.
Vampiros, cambiaformas, magos, brujas y muchas más criaturas de la noche, por
así decirlo, habían aparecido aparentemente de la nada, decidiendo que estaban listos
para integrarse en la sociedad cotidiana o nocturna.
Daniel había sido secuestrado por un vampiro rebelde. Habíamos encontrado su
cuerpo destrozado, roto y tirado como si no fuera más que un pedazo de basura e iba
a hallar al bastardo que lo había matado y lo haría pagar.
—Ari, sé lo que estás pensando y la respuesta es no.
Miré a Mike de arriba a abajo. Era un hombre mayor de cuarenta y tantos años
con un mechón plateado en el cabello por lo demás de color medianoche. Las arrugas
alrededor de sus ojos te harían creer que sonreía mucho, pero yo lo conocía mejor.
Esas líneas eran de su ceño fruncido siempre presente. Vestido con pantalones negros
y una camisa gris con botones, su sección media se estiraba contra los botones que
parecía que podrían saltarse en cualquier momento, probablemente haciendo que
alguien perdiera un ojo en el proceso.
—No te estaba pidiendo permiso —le dije, mi mirada volviendo a la foto.
—Me importa un carajo si me lo pides. ¡Te lo digo, Ari, déjalo ir! Ya no puedes
ayudarlo. Todo lo que terminarás haciendo es lastimarte o, peor aún, te asesinarán por
tomarte la molestia.
Ese era el problema con las personas que habían vivido durante el Despertar. Su
única preocupación era la auto conservación. No importaba nada más. Bueno, al diablo
con eso porque este pequeño niño, él sí que importaba. Su vida importaba y merecía
justicia. Me había lavado las manos después de encontrar su cuerpo roto, pero no pude
limpiar la mancha que su muerte dejó en mi alma.
Me levanté de mi escritorio y agarré las llaves y dagas. Envainé las hojas
gemelas a cada lado de mi cintura, tomé mi chaqueta de cuero y me dirigí
directamente hacia la puerta. Mike cruzó la habitación para interceptarme, con los
brazos cruzados sobre su pecho bloqueando mi camino.
—Muévete —dije entre dientes.
—No.
—Te puedo mover.
—Puedes, pero no lo harás.
Apreté los dientes. Estaba siendo ridículo. Toda esta situación era ridícula.
—Mike, esto no es un juego. Un niño murió. ¡Fue asesinado! ¿Eso te importa?
No podría vivir conmigo misma si lo dejo ir.
—¿Cuál es tu plan, Ari? ¿Vas a irrumpir en el aquelarre y los obligarás a decirte
quién lo hizo? No te lo dirán. Ellos protegen a los suyos y eres una sola persona contra
todo un aquelarre de vampiros sedientos de sangre. Incluso los padres del niño saben
que es una causa perdida. Han abandonado el caso y se van a centrar en enterrar a su
hijo. Están llegando a un acuerdo con su muerte. Se acabó.
Jessica Blackmore, la madre de Daniel, me contrató hace poco más de dos
semanas para que encontrara a su hijo que una tarde había desaparecido. Se había ido
caminando a casa desde la de un amigo, a solo cinco casas de distancia de la suya,
pero nunca llegó a la puerta principal. Ella pensó que era lo suficientemente seguro
permitirle un poco de independencia, pero con lo relacionado a lo paranormal, nunca
existía algo verdaderamente seguro.
Mike sabe que soy diferente. Sabe que tengo habilidades piroquinéticas y que
puedo cuidarme sola. Esta no era una charla para hacerme entrar en razón, solo está
siendo sobreprotector. Sintiendo que la temperatura en la habitación comenzaba a
subir, me obligué a inhalar y exhalar lentamente. Tratando de calmarme y mantener mi
piroquinesis bien controlada. No ayudaría a la situación iniciar un incendio. Todo lo que
haría sería demostrarle a Mike que no tenía el control y en este momento no me
encontraba de humor para recibir un sermón.
»Mira, Ari, eres una mercenaria. Aceptas un trabajo cuando tienes un cliente. Si
no hay cliente, no hay trabajo. No somos la policía. No intentamos limpiar las calles ni
capturar a los malos. Somos mercenarios.
No puedo culparlo por su forma de pensar. Demonios, hace dos semanas atrás
yo habría dicho lo mismo, pero esto era diferente. Era solo un niño y no podía creer
que todos estuvieran tan dispuestos a dejar a su asesino suelto por ahí.
»Por qué no...
A mitad de la oración escuché el zumbido distintivo de un teléfono celular. Mike
sacó su teléfono del bolsillo izquierdo y lo contestó sin mirar la pantalla.
—Hola —dijo. El rostro de Mike se arrugó en confusión, un surco formándose
entre sus cejas. Escuchó por varios momentos y luego con un gruñido colgó y me miró
fijamente. Con un metro ochenta de altura, se elevaba sobre mí unos buenos doce
centímetros, pero no retrocedí. Levanté mi barbilla y le mostré mi mejor mirada letal de
ponme a prueba. La que sabía que lo volvía loco.
»Parece que vas a conseguir exactamente lo que pediste —dijo.
—¿Y qué es eso exactamente?
—El que acaba de llamar era Declan Valkenaar.
Mierda, el Alfa de la Manada. ¿Qué diablos hacía llamando a Mike?
—Resulta que el niño muerto es en realidad un cambiaformas. Su padre no está
tan dispuesto a dejar que su muerte quede sin respuesta. Tienes un cliente. La Manada
del Noroeste del Pacífico.
Levanté una ceja y esperé a que continuara. La Manada no subcontrataba a
nadie. No tenía ningún sentido para ellos contratarme cuando podían manejar la
situación por sí mismos y probablemente preferían hacerlo.
Suspiró con irritación, pero continuó de todos modos—: De alguna manera, la
Manada se enteró de ti y de la agitación que has hecho hasta ahora por el caso. Lo
trabajaste durante dos semanas seguidas y, a pesar de que llegamos demasiado tarde,
tu esfuerzo salió a la luz. Te quieren a ti. Tu tarifa ya ha sido pagada. En su totalidad.
Me quedé impactada. ¿Qué agitación había hecho? Busqué a un niño
desaparecido durante dos semanas y llegué con las manos vacías. La única agitación
que se me ocurría era que no me había quedado muy callada sobre mi búsqueda.
Golpeé todas las puertas, todas las ventanas, hice todo lo que se me ocurrió para traer
a Daniel a casa. Esto estaba fuera de lugar. Mis pensamientos debieron haber salido a
la superficie porque Mike agregó un detalle más.
—Además, como sabemos que el culpable es un vampiro, la Manada espera
evitar cualquier problema con el Aquelarre, así que se supone que debes evitar una
guerra. —Sonrió como si fuera gracioso.
Cerré los ojos con fuerza y conté hasta diez. Esto iba a ser una pesadilla. La
manada y el aquelarre siempre estaban en el cuello del otro y jugar a ser un
intermediario entre los dos iba a apestar.
Al menos el trabajo era bien pago. Contratar a un mercenario como yo no era
barato. Contratar a cualquier mercenario era caro, pero Sanborn Place tenía una
reputación sólida, no es que yo personalmente hubiera contribuido mucho a ello. Para
ser sincera, yo era bastante promedio. Me manejaba con valentía y suerte, y muy poca
habilidad. La forma en la que me las había arreglado para hacer felices a mis clientes y
mantenerme con vida todavía me desconcertaba en ciertos momentos.
Habría hecho el trabajo gratis, pero que me pagaran significaba que Mike no
me iba a impedir aceptarlo. Él también tenía que ganarse la vida y ahora que trabajaba
detrás de un escritorio, dependía en el recorte del 10% que obtenía del resto de
nosotros. El aumento de la tarifa también significaba que no podía quejarme por estar
atrapada entre dos facciones paranormales. Tenía la sensación de que sin importar lo
mucho que lo intentara, habría derramamiento de sangre. La relación entre los
cambiaformas y los vampiros era demasiado volátil como para esperar otra cosa. Solo
esperaba que no fuera la mía.
Al menos alguien ahí afuera, estaba dispuesto a pronunciarse. Un pensamiento
persistente entró en mi cabeza. Esto no cuadraba.
—Mike, ya conocimos a los padres y ninguno de ellos era un cambiaformas.
Puedo reconocer a un cambiaformas a un kilómetro de distancia y los padres del niño
eran cien por ciento humanos, sin lugar a dudas. Los cambiaformas tienen una forma
de moverse, una gracia depredadora. Ni Patrick ni Jessica Blackmore tenían eso.
Mike se pasó los dedos por el cabello y meneó levemente la cabeza. —Según el
chico del teléfono, la madre del niño se volvió a casar cuando Daniel tenía cuatro años
y él no ha tenido contacto con su padre biológico desde la separación. La mamá lo
quería fuera de la escena, así que se mantuvo alejado.
Bueno, si ese era el caso, ¿por qué le importaba ahora? Básicamente no había
visto a su hijo ¿en cuánto? ¿Tres años y de repente se preocupaba por él? Justo cuando
estaba a punto de expresar la pregunta, Mike levantó la mano para detenerme.
»Antes de que esos engranajes en tu cabeza comiencen a girar, debes saber que
no trabajarás sola en esto.
Lo miré por medio segundo. ¿En serio pensaba que él estaba preparado para
esto? Quiero decir, era genial y todo, pero había estado desempeñando tareas de
escritorio desde el día en que me contrató. Y en esos dos años, Mike se había vuelto
visiblemente blando, de la manera más literal. Tenía unos buenos nueve kilos de
suavidad si me lo preguntas. No estaba ni cerca de la figura que necesitaba para cazar
vampiros asesinos. En el mejor de los casos, me retrasaría, en el peor de los casos, haría
que nos mataran a los dos. Llevar a Mike era un obstáculo y él lo sabía.
—Mike, de ninguna forma. No puedes hacerlo y no dejaré que seas estúpido y
lo intentes. ¿Qué pensaría Marian? —pregunté, sabiendo que mencionar a su esposa
debería ayudarlo a entrar en razón.
Mike me fulminó con la mirada. —Bueno, gracias por el voto de confianza,
mocosa. No estaba hablando de mí. Vas a tener a un compañero de la manada. Este es
un problema oficial de ellos, así que juega bien y no metas a mi esposa en esto. Si yo
quisiera meterme en este caso, maldita sea, estaría en él. —Hinchó el pecho. Me
recordó a un pavo real, sacudiendo sus plumas para parecer más grande.
Sonreí para mí misma mientras Mike regresaba de forma pesada a su escritorio,
sus plumas alborotadas oficialmente. Refunfuñó en voz baja acerca de las mujeres
sabelotodo y algo sobre la falta de sentido común. Estoy bastante segura de que había
tocado una fibra sensible al mencionar a Marian, pero ella y yo estábamos en la misma
página cuando se trataba de Mike trabajando en el campo.
Marian no dejaba de insistirle para que se retirara, decía que el trabajo era
demasiado peligroso y más adecuado para personas de mi edad y, francamente, yo
estaba de acuerdo. El hecho de que Mike ya no se encontrara activo en el campo, hacía
poco para calmar sus preocupaciones cuando insistía en acompañarnos, alegando que
solo iba con fines de observación. Todos sabíamos que echaba de menos la emoción
de la persecución, pero a pesar de que Mike seguía metido en nuestros casos más
seguros, siempre existía cierto nivel de riesgo. Yo sabía que la jubilación se hallaba a la
vuelta de la esquina para él, pero el día en que Mike colgara su sombrero sería un día
triste. A pesar de que solo había estado en mi vida por poco más de dos años, se había
convertido en mi roca. Una figura paternal en cierto modo y me apoyaba en él más de
lo que quería admitir.
Con la necesidad disminuida de salir corriendo e impartir una justicia
despiadada, volví a mi escritorio para organizar todos nuestros archivos sobre el caso
de Daniel.
No me entusiasmaba trabajar con un compañero. No era tan amigable y no me
llevaba exactamente bien con los demás. Cómo Mike se las arreglaba para tolerarme
era un misterio, pero bueno, yo no era de las que menospreciaban a un caballo
regalado.
Hace un par de años atrás, Mike me había encontrado viviendo en los barrios
bajos en las calles, solo tratando de subsistir. Después de la muerte de mis padres me
había quedado sola. No tenía familiares ni amigos en los que apoyarme y en ese
momento solo tenía diecisiete años. Pasé cuatro años por mi cuenta, la mayoría de los
cuales fueron en la calle. El Despertar ocurrió tres meses después de la muerte de mi
papá. Qué apropiado. Esos cuatro años por mi cuenta apenas los sobreviví y, mirando
hacia atrás, me sorprende haber logrado mantenerme con vida.
Al principio era demasiado joven para que alguien considerara contratarme para
un trabajo. No había muchas opciones para una chica de mi edad, así que hice lo único
que podía hacer aparte de la prostitución, que era lo único que nunca me había
rebajado lo suficiente como para considerarlo. Acepté trabajos de mercenarios. Me
puse en contacto con algunas personas turbias a las que no les importaba si yo vivía o
moría mientras les pagaran y yo hiciera los trabajos que nadie más estaba dispuesto a
hacer. Eran casi misiones suicidas, pero aquí estoy. Viva y completa con solo unas pocas
cicatrices por las molestias tomadas.
Estar sola, me cambió. Ya antes era dura, en comparación con una chica
promedio de diecisiete años. Pero ser piroquinética significaba que tenía que ser
mucho más fuerte, más rápida y capaz.
Tan pronto como descubrieron mis poderes, mi padre comenzó a enseñarme a
luchar. A derribar a un oponente del doble de mi tamaño si es necesario. Mi
entrenamiento físico fue una segunda educación y sin él habría muerto dentro de la
primera semana del Despertar.
Mi padre se sorprendió cuando mis poderes se manifestaron, pero se lo tomó
con calma y me ayudó lo mejor que pudo a comprender una habilidad que ninguno de
nosotros sabía cómo manejar y a prepararme para las batallas que enfrentaría en el
futuro.
Mi madre era un asunto diferente. Se sentía ansiosa cuando yo andaba cerca. Yo
sabía que ella trataba de ocultar su malestar y sabía que me amaba, pero descubrir que
tu hija tenía poderes de piroquinesis fue mucho para asimilar.
En aquel entonces, los fenómenos paranormales no eran de conocimiento
público. Papá conocía a Psykers como yo, seres humanos nacidos con poderes de
psicoquinéticos. Su abuelo había sido uno, aunque según papá, había sido un
aerquinético, sus habilidades se centraban en la manipulación del aire y sus corrientes.
Tuve suerte de que tuviera algún conocimiento al respecto. Sabía lo suficiente como
para enseñarme algunas técnicas básicas de meditación, ayudarme a trabajar en el
control y a enseñarme a quién necesitaba evitar. Por ejemplo, a otros Psykers.
Además de mi abuelo, no pudimos descubrir a ningún otro Psyker en nuestro
linaje familiar. Algo que todavía me desconcertaba cuando pensaba en ello.
Tal como estaba, incluso con mi entrenamiento, todavía luchaba por mi cuenta
y cuando mis habilidades se volvieron más fuertes, bueno, digamos que puede que
haya perdido un poco la cabeza. Una vez quemé todo mi edificio de apartamentos. Por
accidente, por supuesto. No fue mi culpa que la loca de mi vecina se negara a apagar
su estéreo o que ignorara todas y cada una de las quejas por ruido que le hice al
administrador del edificio.
Yo trabajaba muchas horas y ella me hacía la vida difícil. Estaba estresada, con
exceso de trabajo y apenas me las arreglaba para sobrevivir. Admito que mi fusible
pudo haber estado un poco corto en ese entonces, pero ella se lo esperaba y verla
gritar y llorar por su bolso de Prada arruinado es un recuerdo que aprecio hasta el día
de hoy.
Sin embargo, ese desliz me expuso. Menos de dos horas después, un hombre
había llegado a mi puerta con una oferta que pensó que no podía rechazar. Le había
pedido un día para considerarlo, sabiendo que no había manera en el infierno que la
aceptara, y él había prometido regresar por la mañana. Tan pronto como se fue, hice
las maletas y salí a la carretera.
Había ventajas de visitar los barrios bajos en las calles. Tenía conocimientos y
contactos que de otro modo nunca habría conseguido y valían su peso en plata. Ves, el
vaso siempre estaba medio lleno.
Dejando a un lado mis recuerdos pasados, volví al presente.
—Entonces, ¿cuándo se supone que llegará mi compañero? —pregunté,
revisando mi escritorio en busca de mi guía de la Manada. Era muy ilegal tener una lista
de miembros de la manada y sus roles, al menos, iba en contra de la ley de la manada,
pero en realidad eso no me importaba. En mi línea de trabajo, necesitabas tener una
ventaja y ciertamente necesitaba saber en qué diablos me iba a meter.
—Ni idea. Pero, Ari, tengo un mal presentimiento sobre esto. Querías que el
niño obtuviera justicia y la obtendrá. Ya sabes cómo pueden ser los cambiaformas, no
se detendrán hasta que encuentren al culpable, así que ¿por qué no dejas que ellos
manejen esto, de acuerdo?
De ninguna forma me iba a quedar al margen mientras la manada se hacía
cargo. Eso no iba a pasar. Este era mi caso. Ya había vertido sangre y sudor en él y no
me iba a hacer a un lado. Dejé que mi disgusto se esparciera por mi cara.
»Ari no me mires así. Sabes que solo estoy cuidándote. ¿Qué pasaría si la
Manada se enterara de ti, de lo que puedes hacer? —dijo.
Cuando comencé a trabajar en Sanborn Place, Mike me permitía hacer mis
propias cosas, resolver mis propios problemas, asumir los trabajos que quería. Pero
recientemente su racha protectora había comenzado a irritarme.
—Mike, tú y yo sabemos que eso no va a suceder. Seré cuidadosa. ¿Por qué no
me dices con qué bola de pelos me van a emparejar? —Sonreí cuando encontré la guía
enterrada en el cajón inferior de mi escritorio.
»Finalmente —dije sacando la carpeta e inclinándome sobre ella mientras
examinaba las páginas en busca de posibles candidatos. Era dudoso que la Manada
enviara un Alfa. Sabía de seis clanes dentro de la Manada del Noroeste del Pacífico. El
Clan Wolf, el Clan Cat, el Clan Feloidea que incluía hienas, mangostas y civetas, el Clan
Muridea albergaba a los miembros roedores de la manada, el Clan Canidae eran los
zorros, coyotes y chacales, y el Clan Big. El último tenía un nombre inusual, pero supuse
que todos sus miembros eran, bueno, grandes. Abarcaba a los osos y a un puñado de
otros como búfalos de agua y rinocerontes, aunque según las investigaciones que pude
realizar, los búfalos de agua y los rinocerontes eran raros. Era raro tener alguna forma
de cambiaformas que no fuera conocido por ser un depredador y un carnívoro.
Mike se aclaró la garganta ruidosamente, —Eh, oye, Ari...
—Dios, espero que quienquiera que sea, no sea un completo idiota. Si voy a
estar atrapada con un compañero de la manada, lo menos que pueden hacer es
enviarme a alguien competente —dije.
Mike volvió a aclararse la garganta ruidosamente.
—¿Qué? —Levanté la vista de mi escritorio.
Me encontré con un hombre alto, de pie justo dentro de la oficina, apoyado
casualmente contra el marco de la puerta. Tenía el cabello castaño revuelto y ojos de
color gris acerado. Unos pómulos altos y una mandíbula fuerte formaban su rostro
masculino y una pizca de barba incipiente ensuciaba su mandíbula, no lo suficiente
como para hacerlo lucir desaliñado, pero sí lo suficiente como para dar una impresión
traviesa. Vestido con vaqueros negros, una camiseta negra y una chaqueta de cuero
negra, destilaba altura, era moreno y guapo con intenciones letales. Metí mi guía en el
cajón superior de mi escritorio. Mierda.
—Yo sería la bola de pelos —dijo, con una sonrisa arrogante levantando la
esquina de su boca.
Dejé que mi cabeza cayera a la superficie de mi escritorio, luego, por si acaso,
golpeé mi frente contra su superficie lisa, sin demasiada suavidad, una, dos, tres veces.
¡Maldita sea, no podía creer que lo acababa de llamar una jodida bola de pelo! Mis
mejillas se calentaron por la vergüenza e hice todo lo posible por disimularlo.
»¿Has terminado con el drama? —preguntó mientras levantaba la cabeza del
escritorio. Lo fulminé con la mirada por si acaso y luego permití que mi cabeza se
conectara con el escritorio una vez más antes de sentarme, frotándome el leve escozor.
—Sí, he terminado. —Bueno, al menos esto no sería tan malo como pensaba.
James era el único cambiaformas al que conocía personalmente y era una de las pocas
personas a las que consideraba un amigo. A James lo conocí hace unos seis meses
atrás en un bar de cambiaformas en el centro, aunque en ese momento no sabía que
era un local de cambiaformas. Las cosas se salieron un poco de control cuando un
grupo de coyotes empezó a acosarme pero bueno... esa historia es para otro día.
»Entonces, ¿tú serás mi compañero?
James asintió. —Sí, seré tu compañero. —Se adentró más en la habitación. La
palabra que me vino a la mente fue, arrogancia. Tenía una gran cantidad de arrogancia.
Si no fuera lo más parecido que tengo a un mejor amigo, me quedaría babeando como
el resto de la sociedad cuando entra a una habitación.
—¿Lista para hacer algo imprudente?
Sonreí, él me conocía demasiado bien.
—Absolutamente.
Agarrando mi bandolera, seguí a James fuera de la oficina, consciente de la
mirada de desaprobación de Mike en cada uno de mis pasos.

James y yo nos subimos a su Boss Mustang 302 de 1970 y salimos del pequeño
estacionamiento adjunto a Sanborn Place. El coche cobró vida con un rugido cuando
salimos a la calle y disfruté de la sensación del elegante cuero bajo mis manos. El carro
era una obra de arte. El sueño húmedo de cualquier hombre hecho realidad, y el de las
mujeres, si soy sincera. Era su orgullo y alegría. Una reliquia heredada de su padre que
había reconstruido y personalizado meticulosamente. El Mustang lucía un trabajo de
pintura negro personalizado sobre negro con llantas oscuras, luces traseras oscurecidas
e interior de cuero del mismo color. Tenía escrito chico malo por todas partes.
Le quedaba perfectamente y era espectacular, seguro que llamaba la atención.
Tenía la sensación de que James quería ser visto y recordado.
—Entonces, ¿cuándo vas a dejar que la lleve a dar una vuelta?
Se rio. —Nunca Ari, nunca.
Hice un puchero.
—No eres divertido —le dije.
—Hemos pasado suficiente tiempo juntos y he visto cómo conduces. Este auto
es mi bebé, me gustaría que continuara de una pieza.
—Soy una conductora perfectamente prudente. Todo lo que pido es dar
algunas vueltas alrededor de la cuadra. Ella volvería contigo sana y salva.
James meneó la cabeza. —No hay nada que puedas decir para convencerme de
que te deje tener un turno al volante.
—Esto no ha terminado.
—Nunca termina —dijo con una sonrisa.
Mientras caminábamos por la calle, jugueteé con las perillas del estéreo antes
de pedir información.
—Entonces, ¿quién es el padre?
—Su nombre es Eric Delaney, es un lobo en South Hill. —South Hill se hallaba
en el lado más agradable de Spokane, Washington. Las casas estaban bastante cerca la
una de la otra, pero las vistas de la ciudad eran impresionantes y las casas estrechas
eran una compensación justa por una tasa de criminalidad muy baja y vecindarios muy
limpios.
—¿Entonces supongo que el niño tomó el apellido de su madre ya que no
coincide con el nombre de él? ¿Qué hay de la repentina aparición del papá pidiendo
algo de justicia, luego de permanecer alejado? No es que me queje del caso.
James se encogió de hombros. —No estoy muy seguro. Ayer por la mañana,
llamó a la Manada y nos pidió que investigáramos el asunto. Estuvo fuera de la red
durante algunos años y dijo que no estaba satisfecho con los esfuerzos que se habían
hecho por su hijo. Parecía bastante alterado por eso en el teléfono.
—¿Y ustedes estuvieron de acuerdo, así como así?
James me miró de reojo, su mirada penetrante preguntándome si era estúpida.
»¿Qué? —pregunté.
—Aria, ya sabes cómo funcionan estas cosas. Somos una manada, si alguien
necesita ayuda, nosotros lo ayudamos. Si alguien quiere respuestas, las encontramos.
Es lo que hacemos.
Puse los ojos en blanco. —Acabas de decir que había estado fuera de la red.
¿Cómo funciona eso?
—Él pidió permiso para irse y Declan se lo dio.
—¿Por cuánto tiempo?
—No lo sé, al menos tres años, obviamente. El Alfa no lo mencionó y no
pregunté.
—¿Y qué hay de tu Alfa directo con los lobos? Delaney es uno de los tuyos. ¿El
lobo Alfa tuvo algo que añadir?
—Haces un montón de preguntas —refunfuñó James.
—Eso es parte del trabajo.
—Bueno, no, no las hizo. Recibí mis órdenes de Declan y salí para reunirme
contigo. Mi Alfa ya debe haber sido notificado, y si tiene alguna información que
considere útil, estoy seguro de que recibiré una llamada.
Tamborileé el borde de la ventana con los dedos. Yo sabía más sobre el
funcionamiento interno de la Manada que la mayoría de los forasteros, pero aún no
comprendía completamente todos los detalles. Sabía que cada clan tenía su propio Alfa
directo, pero que “El” Alfa de todas las manadas del Noroeste del Pacífico era Declan
Valkenaar, quien gobernaba cada clan con mano de hierro.
Sin embargo, en mi cabeza no tenía sentido que la Manada extendiera su ayuda
a un miembro que les había dado la espalda a ellos y a su hijo.
—¿Por qué lo está ayudando la Manada?
Recibo la misma mirada de reojo.
»Yo no soy parte de la Manada. No sé cómo trabajan.
Lanzó un suspiro exasperado. —Sabes lo suficiente.
Bien, sí lo que sea, sabía lo suficiente.
—¿Conoces la situación entre él y la mamá?
—No mucho, solo que se separaron hace más de tres años y Eric no había visto
a Daniel desde entonces.
Reflexioné sobre eso mientras subíamos por la calle Freya. Simplemente no
tenía sentido. No juzgaba al muchacho, pero por cómo yo lo veía, abandonó la vida de
su hijo hace más de tres años atrás y estaba tratando de regresar demasiado tarde al
juego. Daniel se había ido y no regresaría. Yo quería acabar con el bastardo que lo
había matado, de verdad. Pero desde la perspectiva de Delaney, simplemente no
entendía la razón. Mirando a James con sospecha, mordí mi mejilla para contener mi
réplica. Había algo que no me estaba diciendo.
Estacionando en una casa de un solo piso, James apagó el motor y ambos
salimos del auto. La casa estaba hecha un desastre. Combinaba con el mismo estilo
moderno del resto de las casas del vecindario, pero donde las casas circundantes eran
impecables y tenían el césped bien cuidado, la residencia Delaney lucía deteriorada con
la pintura descascarada, arbustos cubiertos de maleza y escombros al azar apilados en
el costado de la casa.
Asegurándome de que mis dagas fueran visibles en el interior de mi chaqueta
de cuero, dejé mi bolso atrás y recorrí el camino corto que llevaba desde la calle hasta
la puerta principal con James acechando por detrás. Daba la impresión de que él era el
músculo en esta situación. Lo que básicamente así era. James y yo habíamos trabajado
juntos en algunos casos en el pasado. Nada relacionado con los asuntos de la Manada,
pero de vez en cuando aparecía y trabajaba de forma independiente para matar el
tiempo. No necesitaba el dinero, con el gimnasio y su trabajo con la Manada, pero
siempre se sumaba con entusiasmo a los casos que involucraban vampiros. Estaba
bastante segura de que lo hacía en busca de información, un interesado de la especie,
ya que las cosas eran tan hostiles entre la Manada y el Aquelarre y mis casos
generalmente proporcionaban información privilegiada, pero no me importaba,
aunque estoy segura de que si el Aquelarre se enteraba, ciertamente les importaría.
Pero bueno, lo que no sabían, no les hacía daño.
Ya teníamos una rutina y normalmente se quedaba atrás y me dejaba hablar. La
mayoría se sentían bastante intimidados por su presencia. No tenía que esforzarse
tanto en ello.
Subiendo los pocos escalones hasta la puerta, llamé tres veces y esperé una
respuesta.
Nadie respondió. Llamé tres veces más y esperé de nuevo, haciendo todo lo
posible por no inquietarme. La paciencia no era una de mis virtudes.
Después de varios largos segundos se escuchó el sonido distintivo de una
cerradura retirándose y la puerta se abrió solo una rendija.
—¿Qué deseas? —preguntó el hombre detrás de la puerta. Podía distinguir su
tono de piel aceitunada y su caída de cabello castaño, como el de Daniel.
—Soy Aria Naveed, una mercenaria de Sanborn Place. Me gustaría hablar con
usted sobre la muerte de su hijo.
—No murió simplemente —gruñó—. Fue asesinado.
—Lo sé —dije con lo que esperaba que fuera una voz tranquila y relajante—.
Me gustaría robarle unos momentos de su tiempo para entrevistarlo y ver si podría
tener alguna pista. Estoy tratando de encontrar al asesino de su hijo y necesito de su
ayuda para hacerlo.
Por alguna razón, Eric Delaney parecía un poco loco. Sus ojos estaban
inyectados en sangre y su cabello era un desastre. Me pregunté débilmente si tal vez
tenía problemas para dormir. Luego me abofeteé mentalmente tan pronto como el
pensamiento cruzó por mi mente. Por supuesto que estaba teniendo problemas para
dormir, su hijo acababa de ser asesinado.
Observó por encima de mi hombro y miró a James de arriba abajo antes de que
sus ojos se desviaran hacia el auto estacionado a solo unos metros de distancia. Vi
como sus fosas nasales se ensanchaban, inhalando nuestro aroma, y vi el momento en
que se dio cuenta de que James era un cambiaformas, un destello en su rostro, todo el
color desapareció de su expresión mientras sumaba dos y dos. Solo un cambiaformas
conducía un coche como el de James. Delaney dio un paso atrás, abrió más la puerta y
nos indicó que pasáramos.
Me moví para dar un paso dentro de la casa, pero antes de que pudiera pasar el
umbral, James pasó a mi lado, bloqueando mi camino. Se quedó quieto como una
piedra por un tenso momento antes de entrar más en la casa. Hábitos de cambiaformas
estúpidos, siempre pensando que las mujeres debían ser protegidas. James sabía mejor
que la mayoría, que yo era capaz de cuidarme a mí misma.
Poniendo los ojos en blanco, me moví para seguirlo y me encontré con un
hedor abrumador a alcohol y a sudor. Arrugué la nariz e hice todo lo posible por
respirar por la boca mientras Eric nos guiaba a través de la entrada y hacia la sala de
estar. Tomando asiento en uno de los sofás de la habitación, James se sentó a mi lado
mientras nuestro anfitrión se colocaba frente a nosotros, jugando nerviosamente con
sus manos. El olor de la habitación lo envolvía todo. Si realmente estaba sobrio antes
de llamar a la Manada, ¿cómo diablos se habían puesto las cosas tan mal, así de
rápido? Solo podía imaginarme lo mucho que le estaba afectando a James, con sus
sentidos mejorados de cambiaformas. Yo tuve que parpadear repetidamente solo para
evitar que me lloraran, pero estaba peleando una batalla perdida.
Componiéndome lo mejor que pude, traté de evaluar a Eric Delaney. Era
pequeño para ser un hombre, tenía alrededor de mi altura, un metro setenta y cuatro
centímetros, y era mucho más delgado de lo que hubiera esperado para ser un
cambiaformas. La mayoría de los cambiaformas eran fornidos con músculos
acordonados y cuerpos atléticos. Eric estaba tan delgado que parecía enfermo, casi
desnutrido. Inspeccioné la habitación y vi varias botellas vacías esparcidas por la
alfombra y varios fragmentos de vidrio roto, probablemente también restos de botellas
anteriores. Había una pila dudosa en la alfombra cerca de la ventana y las moscas que
zumbaban a su alrededor me hicieron pensar que era vómito.
Qué asqueroso.
Regresé mi mirada a Eric y tomé un respiro, arrepintiéndome al instante cuando
el olor a vómito golpeó mi nariz. Dios, ¿qué había estado haciendo, bebiendo hasta
entrar en coma?
—Señor Delaney —comencé—, ¿cuándo fue la última vez que vio a su hijo?
No pareció oírme porque su mirada siguió yendo y viniendo de James a mí y
luego al suelo, mientras hacía movimientos inquietos con las manos y los pies.
»¿Señor Delaney?
Todavía nada. Miré a James, con un signo de interrogación en mi rostro.
Suspiró. —Eric, no estoy aquí para hacerte daño. Responde sus preguntas.
Arqueé una ceja, pero James no se molestó en responder mi pregunta tácita.
¿Por qué Eric pensaría que James estaba aquí para hacerle daño? ¿Tuvieron problemas
en el pasado o algo así?
Independientemente del por qué, Eric pareció calmarse de inmediato y pudo
quedarse parcialmente quieto, aunque continuó retorciéndose las manos. —Mmm...
Hace unos tres años atrás o algo así —respondió finalmente.
—¿Y por qué es eso? —dije. Parecía incluso más incómodo que hace unos
momentos. Vi cómo un profundo rubor subió por su cuello.
—Mmm... porque... yo era un borracho —susurró. Bueno, no hacía falta ser un
científico espacial para descifrarlo.
»Todavía lo soy —acordó un segundo después de la primera admisión.
Suspiré. Esta no iba a ser una reunión tan productiva como esperaba.

James y yo pasamos cerca de una hora en la casa de Delaney interrogándolo en


busca de cualquier información que pudiera haber tenido sobre la muerte de Daniel. Al
final, nos fuimos sin nada. Eric Delaney era un hombre triste que se había alejado de su
hijo porque pensó, de alguna manera retorcida, que estaba haciendo lo correcto.
Descubrí que le había pedido permiso para marcharse a la Manada porque se
sentía avergonzado. La Manada no estaba al tanto de sus hábitos de bebida, pero
asumieron que había solicitado el tiempo para ayudar a reparar su corazón roto
después de su divorcio. Habían respetado su privacidad y mientras se encontraba de
licencia, se las había arreglado para comunicarse cada tres meses con su Alfa, para
comprar tiempo y evitar cualquier sospecha.
Después del divorcio, su problema con la bebida empeoró y cuando finalmente
estuvo limpio y sobrio, se acercó a Jessica, la madre de Daniel, para ver a su hijo, pero
cuando llamó, su respuesta cortante fue que Daniel no estaba. Días después, ella lo
llamó y le notificó sobre la muerte de Daniel. Como resultado, Eric tomó otra espiral
descendente de regreso a un estupor de borracho hasta que se recobró lo suficiente
como para llamar a su Alfa y pedir ayuda.
Él no tenía información. No tenía idea de por qué su hijo pudo haber sido
atacado o quién podía ser el responsable. Todos sabíamos que era un vampiro,
basándonos en las marcas de perforaciones gemelas que quedaron en el cuerpo y la
pérdida significativa de sangre, pero esa seguía siendo la única información relevante
que teníamos. Lo despiadado en todo el asunto era que el cuerpo también había sido
mutilado, lo que me llevaba a creer que era un rebelde el que había atacado al niño. Si
ese era el caso, nuestro culpable sería mucho más difícil de localizar que un Aquelarre
de Vampiros. La sed de sangre de un rebelde los llevaba a ser comedores más
trastornados. Habían perdido hasta la última pizca de humanidad, cediendo a la
llamada de sangre y alimentándose sin descanso, sin sentir nunca una sensación de
plenitud. La idea de que un rebelde fuera nuestro culpable tampoco cuadraba, porque
si teníamos a un rebelde en el área, nuestro recuento de cadáveres sería mucho mayor.
Mientras salíamos de la casa de Delaney, James se quedó atrás por unos
momentos y habló con Eric en privado antes de seguirme al auto. Subiendo al
Mustang, ambos reflexionamos sobre lo que Delaney nos había dicho en silencio. Yo
seguía volviendo al por qué. ¿Por qué Daniel? ¿Por qué él, de todos los niños? El
vampiro que lo atacó tenía que haber sabido que era un cambiaformas. Sus sentidos
eran lo suficiente mejorados como para captar incluso un indicio de genes de
cambiaformas en una persona, entonces, ¿por qué seguir adelante?
Por lo que me habían dicho, a los vampiros no les gustaba el sabor de la sangre
de un cambiaformas. No proporcionaba el mismo efecto que la sangre humana e
incluso los rebeldes tendían a notar la diferencia. Tenía que haber algo más.
—¿Qué le dijiste a Delaney? —pregunté mientras regresábamos al centro de
Spokane.
James me miró y consideró mi pregunta por un momento.
—Le dije que la manada le enviaría ayuda y que lo pondríamos en un programa
de rehabilitación.
—¿Quiere hacerlo?
James se encogió de hombros. —Lo dudo, ya que no se controló a sí mismo la
primera vez, pero ahora no importa lo que quiera. Necesita estar sobrio, eso es todo.
Digerí ese pedacito de información. Supongo que la manada hacía lo que
pensaba que era mejor y, aunque estaba de acuerdo con que Eric necesitaba ayuda con
la bebida, eso no significaba que debían obligarlo. Debería tener una opción en el
asunto. El pensamiento me devolvió a su miedo inicial. ¿Por qué le tenía miedo a James
y por qué asumió que James estaba allí para lastimarlo?
Traté de encontrar la mejor manera de formular mi siguiente pregunta. No me
encontraba segura de que James realmente me lo dijera, pero pensé que valía la pena
intentarlo.
—¿A qué te dedicas? —le pregunté, manteniendo mi voz casual mientras
miraba por la ventana del lado del pasajero.
Me miró perplejo. —Ya sabes lo que hago. Dirijo el gimnasio.
James era propietario de Hills Fitness Center, un gimnasio local en Spokane,
Washington, especializado en artes marciales mixtas y entrenamiento de combate
cuerpo a cuerpo. Sin embargo, eso no explicaba el miedo de Eric, así que sabía que
había algo más.
—No me refiero a tu trabajo diario, ¿qué haces por la manada?
Sabía que cada miembro desempeñaba algún papel dentro de la jerarquía de la
manada y, aunque la mayoría todavía tenía un trabajo diario, su ocupación principal se
encontraba dentro del grupo, ya fuera tan pequeña como trabajar en las cocinas o tan
importante como dirigir la seguridad de la manada.
James permaneció en silencio. Después de varios minutos, me pregunté si me
iba a contestar.
Finalmente dejó escapar un suspiro y se detuvo a un lado de la carretera.
Apagando el motor, se quedó quieto por un momento antes de volverse hacia mí.
Oh, mierda, el asunto estaba a punto de ponerse serio.
—Soy el Cazador de la Manada —dijo con voz sombría, mirándome
directamente a los ojos. Oh, mierda. Él era el cazador. Contuve mi expresión para
ocultar mi sorpresa. Este era un asunto enorme, como de una tonelada. Había tratado
de averiguar quién era el Cazador durante casi un año y había estado justo delante de
mis narices. Ser el Cazador significaba que, de alguna manera, se encontraba fuera de
la jerarquía. No era un Alfa, ni podía serlo. Pero tampoco se encontraba por debajo de
nadie. La manada necesitaba un cazador. Sin embargo, no se suponía que yo supiera
nada de esto. Se suponía que los humanos no debían saber sobre los trabajadores
internos de la Manada. Nosotros éramos de afuera, así que, mirándolo a los ojos con
una expresión en blanco en mi rostro, arqueé una ceja.
James dejó escapar un ladrido exasperado.
»No tienes idea de lo que eso significa, ¿verdad?
Meneé la cabeza. Oh, lo sabía muy bien, pero decir que no en voz alta me
convertiría en una gran mentirosa y él lo sabría. Los cambiaformas podían oler una
mentira, por lo que negarlo con un movimiento de cabeza era mucho más seguro.
Sonreí mientras lo veía inquietándose. James era frío como el acero, siempre lucía
tranquilo y sereno, usando el humor para aliviar cualquier situación, pero por alguna
razón, el tema de ser el Cazador de la Manada lo hacía sentir incómodo.
»Soy el responsable de hacer justicia por la manada. —Su voz sonó derrotada,
como si las palabras le supieran mal en la lengua.
—¿No eres muy bueno en eso? —Me sentía confundida, ¿por qué hacía que su
posición sonara tan desagradable? Ser responsable de hacer justicia en nombre de la
Manada hacía que su papel como mi socio fuera mucho más válido y lo convertía en un
gran activo para la Manada. Muy pocos eran capaces de ser cazadores.
—No, ese es el problema. Soy bueno en lo que hago. Quizás demasiado bueno.
Todavía no entendía por qué eso era un problema. James debió haber
entendido mi confusión porque después de otro minuto continuó—: Cuando un
cambiaformas se vuelve rebelde, Declan me envía para lidiar con ello.
Miré por la ventana, un par de cuervos picoteaban un cadáver de lo que solo
podía asumir había sido un ciervo basado en el tamaño del cuerpo. Olí el aire, el ligero
olor empalagoso de la descomposición entrando por las rejillas de ventilación del aire
acondicionado.
—¿Y qué implica exactamente "lidiar con ello"? —dije, alejándome de la escena.
James se encogió de hombros y no dijo nada más.
»Entonces los matas —dije. No me molesté en expresarlo como una pregunta.
—Si es necesario.
Asentí. Eso podía ser duro. Sabía que los cambiaformas a menudo se volvían
rebeldes. Por la investigación que pude realizar, había cerca de un treinta por ciento de
posibilidades de que ocurriera. Tenían que trabajar constantemente para mantener sus
lados animales bajo control y mantener el equilibrio. Sin embargo, si las señales se
detectaban lo suficientemente temprano, se podía sacar una palanca de cambios del
borde antes de que no hubiera vuelta atrás. Había escuchado historias de
cambiaformas que se volvieron locos y mataron a toda su familia en su locura.
Hace aproximadamente un año atrás, hubo informes de un cambiaformas oso
que se volvió rebelde y mató a casi toda una comunidad. Más de 500 personas fueron
masacradas en un ataque de ira incontrolable en las afueras de Cheney, una pequeña
ciudad a una hora de Spokane. La Manada del Noroeste del Pacífico se extendía por
Washington, Oregon, Idaho y Montana, pero su compuesto principal se encontraba en
Spokane. La manada tardó poco más de una hora en llegar a Cheney una vez que la
noticia del oso llegó a sus oídos. Pueden pasar muchas cosas en una hora y se
rumoreaba que no quedaba mucho cuando llegaron. Pude ver por qué la Manada
necesitaba un Cazador. También podía ver por qué apestaría ser el Cazador.
—¿Ahora necesitas hablar sobre tus sentimientos? —pregunté.
—Eres toda una joyita, ¿lo sabías?
—Sí, por supuesto. Es una maravilla que me hayas soportado tanto tiempo
como lo has hecho.
James sonrió, una sonrisa real que subió hasta sus ojos grises como el acero.
—Sabes, todo el tiempo me hago esa pregunta.
Jovialmente le di un golpe en el hombro. —Idiota —dije. James mostró sus
dientes con una sonrisa salvaje mientras volvía a meter el coche en el tráfico.
—Oye, Ari.
—¿Si?
—Gracias.
Sonreí. —Cuando quieras, James.
El resto del día pareció transcurrir de forma borrosa. Después de reunirnos con
Eric, James y yo terminamos el día haciendo planes para hablar con la señora
Blackmore y su esposo a la mañana siguiente. Sabía que James estaba listo para
avanzar en el caso. Se sentía tan ansioso por obtener justicia como yo, pero se dio
cuenta de que yo me encontraba exhausta, así que cuando me dijo que tenía otras
obligaciones que tenía que cumplir y que nos reagruparíamos al día siguiente, no me
opuse.
Pasar ocho días con sus noches sin dormir, buscando a Daniel solo para
descubrir que había llegado demasiado tarde, me estaba pasado factura. Eso, junto con
el estrés de la caza, me puso un poco nerviosa y pude sentir que estaba fundida. A
pesar de mi deseo de encontrar al culpable, acepté la oportunidad que me ofreció
James y le pedí que me dejara en mi apartamento. Mike haría que pasaran a dejar mi
coche más tarde en la noche.
Solo eran las cuatro de la tarde pero a mi cuerpo no le importaba. Ansiaba
dormir y comer, sin ningún orden en particular. Arrastré mi yo exhausto por los cuatro
tramos de escaleras hasta mi apartamento de una habitación, deteniéndome solo para
saludar a mi vecina Melody.
—Hola, Mel —dije, pasando el primer tramo de escaleras. Melody se encontraba
sentada en la barandilla cerca de la parte superior de la escalera, su melena de ébano
caía en ondas por su espalda y se mezclaba con las plumas negras, azuladas que
cubrían sus alas de pájaro.
—Hola, Aria —dijo con la boca llena de comida. Agarró una pequeña canasta en
sus brazos, una amplia sonrisa se extendió por su rostro como si acabara de ganar un
premio.
—¿Otra vez le robaste a Ryan? —pregunté.
La sonrisa de Melody creció y tomó otro bocado de su botín. Ryan era otro
vecino mío, uno por el que Melody parecía sentir algo y, al ser una arpía, le mostraba
sus sentimientos robándole la comida. Un método extraño, pero parecía funcionar
porque, como todas las veces antes, aquí venía Ryan, corriendo escaleras abajo. El ruido
de las pisadas de sus botas retumbando con cada paso que daba.
—¡Melody! —gritó—. ¿Dónde está?
Sonreí mientras continuaba mi camino, pasando junto a Ryan. Eran sus bromas
como cualquier otro día. Al escuchar sus discusiones abajo, persistí en mi caminata por
las escaleras. Observé el ascensor con desdén cada vez que lo pasaba mientras subía la
escalera de caracol. Una pequeña parte de mí quería entrar en sus confines y apoyarme
contra la fría pared interior hasta que sonara en mi piso, pero no podía. Un solo paso
dentro de esa fría caja de metal me enviaría a un pánico en espiral.
Estúpido elevador.
Así que, en lugar de eso, subí lo que parecía un tramo interminable de escaleras,
agradecida por mi constitución atlética y fuerte resistencia mientras escuchaba a
Melody decirle a Ryan que era su culpa que ella le robara la comida. Que nunca debería
haberlo dejado fuera para que ella la encontrara tan fácilmente si no quería que se la
llevaran. Ella no le mencionó que para obtener la comida que supuestamente había
dejado fuera, prácticamente esperándola, tuvo que abrir la cerradura de la ventana de
su apartamento y la cerradura que él había agregado recientemente a cada uno de los
armarios de su cocina. Me pregunté cuándo se daría cuenta de que cuanto más se
esforzara por robarle, más a menudo lo haría solo por el desafío.
Finalmente llegué al cuarto piso, busqué en mi bolso de mensajero mis llaves, la
ligera distracción me hizo correr de cabeza hacia lo que parecía una pared sólida.
Mirando hacia arriba hice una corrección, la pared sólida resultó ser una persona.
Tropecé hacia atrás y me habría caído de culo si hubiera dicho que la persona no se
acercó, me agarró del brazo y me estabilizó con un ligero tirón.
Tan pronto como me orienté, el hombre soltó rápidamente su agarre, casi como
si sintiera que no agradecía su toque. Lo miré con sospecha, un leve zumbido sonó en
mi cabeza.
Extraño.
No lo reconocí, nunca lo había visto en mi complejo de apartamentos antes y
conocía a cada inquilino al menos de vista, si no por su nombre. Tal vez era amigo o
pariente de un vecino. Aunque por alguna razón la idea no se sentó bien en mi instinto.
Había algo en él que parecía extraño de alguna manera. Sus ojos eran de un
sorprendente color gris azulado, tan claros que era como mirar dentro de un charco de
agua. Tenía pómulos afilados y una mandíbula masculina cuadrada con un fuerte corte
en la boca. Parecía imponente, pero tenía un filo letal, como una espada. Me recordó
las dagas que tenía en la cintura, mortales pero hermosas...
—¿Estás bien? —preguntó, interrumpiendo mis pensamientos. Gah, mi cerebro
no estaba trabajando con él. El olor de las tormentas de lluvia asaltó mis sentidos.
Sacudiendo la cabeza para aclarar mis pensamientos, miré hacia la estatua divina frente
a mí. Ese molesto zumbido aún permanecía en el fondo de mi mente.
—Sí, gracias por salvarme —murmuré, dando un paso alrededor de su forma
ancha, con cuidado de no rozarlo, mientras me dirigía hacia la puerta de mi
apartamento. Había algo en él que me hizo sentir fuera de balance. No me gustó.
Sacando mis llaves, tintinearon mientras intentaba insertarla correctamente en
el cerrojo. Esto era humillante. Ni siquiera tenía tantas llaves en mi llavero. Podía sentir
su mirada en mi espalda, lo que en serio no estaba ayudando.
Maldita sea, estaba poniendo la estupidez al revés. Maldije en voz baja,
finalmente desbloqueé el mecanismo y abrí la puerta. Miré hacia atrás por encima del
hombro para ver al extraño todavía de pie en el mismo lugar. Tenía la expresión más
extraña en su rostro. Casi una mirada de ansiosa anticipación.
Le di una última mirada cautelosa antes de entrar en mi apartamento y cerrar
rápidamente la puerta. Tiré el pestillo, luego bloqueé también el pomo de la puerta.
Por si acaso.
Una vez dentro, arrojé mis llaves y la bolsa de mensajero en la pequeña mesa
del comedor y me dirigí directamente a mi habitación al final del estrecho pasillo. Mi
apartamento era sencillo, a la derecha, el salón y el comedor con una pequeña cocina
abierta. A la izquierda, en un pasillo estrecho, mi habitación y mi baño individual,
separados del resto del apartamento. Era un diseño extraño, pero se adaptaba a mis
necesidades.
Una vez en mi habitación me quité las botas de cuero negro estilo militar y me
quité la chaqueta de cuero. Sacando un suave par de pantalones de algodón gris de mi
cajón de la cómoda, rápidamente me cambié a un atuendo más cómodo y me dirigí
suavemente descalza a mi cocina.
Mi estómago gruñó mientras preparaba un sándwich de pavo con mayonesa,
cortando la corteza. Un viejo hábito de la niñez que no había podido controlar.
Sándwich en mano, me lo comí camino de regreso a mi habitación prácticamente
tragándome cada bocado entero. Terminando lo último, me di cuenta de que el
zumbido en mi cabeza se había detenido, pero estaba demasiado exhausta para
importarme por qué. En lugar de eso, me metí en la cama sin preocuparme por las
migas que ahora salpicaban mi edredón verde oliva. Me los quitaría por la mañana.
Acurrucándome bajo las sábanas, cerré los ojos y dejé que el sueño me
hundiera en su cálido abrazo.
La luz comenzó a desvanecerse de sus ojos mientras yo gateaba por el suelo en
un esfuerzo por alcanzar a mi padre. Mis uñas se encontraban en carne viva y
ensangrentadas mientras luchaba por acercarme más a él, cavando en los ásperos pisos
de madera con cada arrastre de mi cuerpo.
—Ya voy —jadeé entre respiraciones—. Espera, papá, ya voy.
Me desperté sin aliento, empapada en un sudor frío, agarrando la empuñadura
de mi daga como si mi vida dependiera de ello. Frenéticamente miré alrededor de la
habitación en busca de nuestro atacante al tiempo que también evaluaba las heridas.
Estaba perfectamente completa.
—Solo fue una pesadilla —me dije, aunque eso hizo poco para aliviar el dolor
en mi pecho por el sufrimiento recordado. Te extraño tanto.
Frotándome la cara con las manos, aparté los mechones de cabello sueltos y
húmedos que se habían escapado de mi trenza durante mi descanso irregular y devolví
mi daga a su lugar de descanso debajo de la almohada. Tomando otra respiración
profunda, registré una pizca de humo.
¡Mierda!
Mis ojos vagaron por la habitación, buscando frenéticamente la fuente del
fuego.
—¡Tienes que estar bromeando!
Desenredé mi cuerpo de las sábanas, tropecé y caí en un montón en el suelo
antes de que pudiera arrastrarme fuera de mis mantas y recuperar una camisa vieja.
Golpeé de forma frenética las cortinas del dormitorio con la camiseta vieja, pero las
llamas siguieron aumentando. Decidiendo que no había otra opción, rasgué las
cortinas de la ventana y corrí a la cocina.
Arrojándolas en el fregadero y abriendo el grifo del todo, vi cómo las llamas se
apagaban y el vapor comenzaba a elevarse. Las cortinas quedaron arruinadas.
Cerré el grifo y dejé que mi cuerpo se deslizara por los suaves gabinetes de
madera hasta que mi trasero se encontró con el frío piso de baldosas. Crucé los brazos
sobre las rodillas y apoyé la frente contra ellas. Cerrando los ojos, respiré
profundamente varias veces, mi corazón aún latía acelerado por los efectos de la
pesadilla recurrente. Esto se estaba saliendo de control. Pensé que las pesadillas se
habían desvanecido, pero algo me estaba devolviendo los recuerdos con un grito de
venganza y esta era la tercera vez esta semana que venían a atormentarme. Extrañaba a
mis padres, pero ya habían pasado más de seis años. No iban a volver y tenía que
dejarlos ir. Mi subconsciente necesitaba soltarlos y necesitaba superar la muerte de
Daniel. No el caso, no, eso no iba a dejarlo pasar. Pero su muerte me estaba afectando
de maneras que no podía permitir que continuara haciendo.
Respiré profundamente en un esfuerzo por calmar mis nervios. Pequeños
temblores hicieron estremecer mi cuerpo, la pesadilla me había sacudido más de lo
que me gustaría admitir. Mi piel se encontraba cubierta por una fina capa de sudor. Un
recordatorio físico de que necesitaba relajarme antes de que accidentalmente le
prendiera fuera a algo más.
Eché un vistazo al reloj de pared a través de los párpados medio cerrados. Eran
las 4 de la mañana. Había dormido doce horas completas y, aunque estaba segura de
que mi cuerpo lo necesitaba, no parecía haber hecho mucho bien.
Me senté en el suelo por unos momentos antes de finalmente moverme,
sintiéndome más cansada que cuando me había acostado inicialmente. Usando el
borde de la encimera, me levanté del piso y sacudí la tensión restante de mi cuerpo. Al
quitar el desorden de las cortinas del fregadero, hicieron un ruido mojado cuando las
arrojé al cubo de basura debajo del mostrador. Exprimir la humedad antes de tirarlos a
la basura era más esfuerzo del que estaba dispuesta a realizar.
Cerrando silenciosamente la puerta del armario, regresé a mi habitación y me
quité los pantalones de algodón y la camiseta sin mangas que había estado usando,
agarrando ropa nueva antes de entrar al baño adjunto. Dejando la ropa en el tocador,
mi reflejo me atormentó en el espejo. Unas manchas violáceas debajo de mis ojos y
mejillas hinchadas me saludaron junto con un ceño fruncido, resultado de un dolor de
cabeza. Ahuecando mis manos, me eché agua fría por la cara, sin molestarme en cerrar
los ojos. El agua fría me refrescaba la piel. Levantando la mirada, dejé que el agua
goteara de mis pestañas y debatí si ducharme era una buena idea o no.
Realmente no me encontraba de humor para ducharme. Sin embargo, sabía que
una vez que me metiera bajo el chorro de agua tibia, probablemente me sentiría mejor.
El esfuerzo que tomaba ducharme parecía, bueno, agotador. Suspirando, me quité el
sostén y la ropa interior y entré en el recinto de azulejos, sin molestarme en esperar a
que el agua se calentara. En cambio, la abrí de golpe, siseando cuando el agua helada
golpeó mi espalda, todos los signos de agotamiento efectivamente se extinguieron.
Después de lo que pareció una eternidad, el agua finalmente salió hirviendo y
rápidamente ajusté las manijas, llevando el agua a una temperatura más agradable.
Podría haber calentado el agua yo misma, usando mis habilidades
piroquinéticas, pero mi cuerpo se sentía fatigado, mi mente no podía concentrarse y en
el pasado, había aprendido la lección. El fuego mezclado con la falta de concentración
nunca era una buena combinación. Calentar el agua requería precisión. Si la calentaba
demasiado, corría el riesgo de derretir las tuberías. Algo que había hecho antes cuando
había sido descuidada, asumiendo que sería una tarea sencilla.
Dejé que el rocío caliente cubriera mi cuerpo e inhalé profundamente mientras
el vapor comenzaba a elevarse, envolviéndome en una manta tibia. Cuando mis
músculos se relajaron y mi dolor de cabeza disminuyó, me lavé el cabello con champú
y me lavé el cuerpo antes de cerrar los grifos y salir con cuidado del recinto.
Envolviendo una toalla gruesa alrededor de mi cuerpo, procedí a secarme antes de
vestirme con un par de pantalones negros de algodón y una camiseta verde ajustada
con un top negro debajo.
Limpiando el vapor del espejo, trencé hábilmente mi cabello con los dedos,
dejando que las puntas descansaran en el centro de mi espalda. Me quedé mirando mi
reflejo durante varios momentos, jugando con el final de mi trenza. Mi cabello me
recordaba a mi madre. Ella tenía el mismo cabello castaño intenso que yo, aunque
nuestras similitudes terminaban ahí. Mis ojos eran de un marrón dorado donde los de
ella habían sido de un llamativo color avellana. Mi tez, era más aceitunada como la de
mi padre, mientras que la de ella había sido de un blanco lechoso, y mis mechones
eran suaves y lisos. Los suyos caían en cascada de rizos a su alrededor. Contemplé mi
cabello de nuevo, sabiendo que debía cortarlo. Sería lo lógico, pero nunca podía
convencerme de hacerlo.
La voz de mi padre resonó en mis oídos, regañándome cuando era una
adolescente por la longitud. Me regañaba y me recordaba que la longitud de mi
cabello permitía que un atacante lo usara como un asidero contra mí, pero mi madre
amaba mi cabello. Ella cepillaba su longitud todas las noches por mí mientras crecía.
Todavía podía sentir el toque fantasma de sus delicados dedos cuando pensaba en ella.
Apartando los recuerdos, salí del baño. Recuperando mis dagas descartadas y la
funda, las coloqué cuidadosamente a lo largo de mis caderas antes de colocarme
encima la chaqueta de cuero y ponerme las botas. Dirigiéndome a la puerta principal,
me aseguré de cerrarla al salir y bajé silenciosamente los cuatro tramos de escaleras
que conducían a la entrada del apartamento. Me sentía exhausta pero despierta y sabía
que el sueño me eludiría. Bien podría hacer algo productivo.

Troté rápidamente hasta el Hills Fitness Center, a unos seis kilómetros al oeste
de mi complejo. El trote me permitió despejar mi cabeza de cualquier vestigio de mi
pasado, centrándome en cambio en la refrescante brisa fresca que golpeaba mis
mejillas y la humedad persistente en el aire. Me encantaba el olor del aire de Spokane,
especialmente después de que llovía y, a juzgar por las calles húmedas, la lluvia había
amainado recientemente.
Mis pies calzados con botas chocaron con el pavimento mojado mientras
doblaba la última esquina que conducía al gimnasio. En la puerta ingresé el código de
bloqueo de seis dígitos y esperé a que la luz se pusiera verde antes de abrirla.
Hace dos meses atrás, James me dio su código de entrada, diciéndome que
podía usar las instalaciones en cualquier momento, acepté la oferta y lo usaba con
regularidad. Disfrutaba entrenar cuando no había nadie más cerca para mirar, me
permitía golpear realmente fuerte, sin preocuparme por lo que otros vieran.
Una vez dentro, crucé el área de la recepcionista, sin molestarme en encender
ninguna de las luces. Usando mi memoria como guía para evitar tropezar con cualquier
equipo, caminé en silencio hacia la parte trasera del gimnasio y bajé por una escalera
sin pretensiones despojándome de mi abrigo en el camino.
En la base de las escaleras encendí las luces, iluminando el gran espacio.
Delante de mí se encontraba la sala de entrenamiento abierta del gimnasio. Cada
pared se alineaba con una variedad de armas. De todo, desde espadas y hachas hasta
mazas y cimitarras. Todo lo imaginable se alineaba en las paredes, algo más para
decoración que para uso real, pero la habitación me recordaba a mi hogar.
Pasé mis dedos por la empuñadura de varias espadas a mi izquierda antes de
finalmente seleccionar un talwar; un sable persa con un borde curvado perversamente
que tenía ochenta centímetros de largo con una empuñadura de quince. Probé su peso
en mi mano derecha, juzgando que pesaría alrededor de kilo y medio
aproximadamente. Había sido diseñado para ser una espada de empuje, una hoja
destinada a matar de un solo golpe con precisión mortal. Con mi arma preferida en la
mano, me dirigí al centro de la lona y me enfrenté a mi oponente imaginario,
tomándome un momento para concentrarme. Cerrando los ojos, me imaginé a un
enemigo en un campo de batalla abierto. La brisa silbaba en mis oídos y el olor a
hierba recién cortada me hacía cosquillas en la nariz. Tomarme el tiempo para
visualizar la escena, hacía que fuera mucho más real.
Lejos del gimnasio y después de inhalar otra bocanada de aire, abrí los ojos y
empujé el sable con un movimiento fluido, siguiendo con un golpe mientras movía los
pies hacia la izquierda y giraba los hombros para llevar el sable hacia atrás por un
segundo para golpear a mis oponentes de nuevo, viniendo de mi derecha. Repetí el
movimiento varias veces hasta que mi cuerpo recordó los pasos sin pensarlo
conscientemente.
Con gotas de sudor cayendo por mi frente, cambié mis movimientos e invertí
mis golpes.
Después de que pasaron treinta minutos, la confianza en mis habilidades para
atacar a un posible asaltante desde cualquier ángulo aumentó. Empecé a parar y
empujar, alternando direcciones. Izquierda luego derecha, derecha luego izquierda, y
luego mezclé mis direcciones aún más. Derecha, derecha, izquierda. Izquierda, derecha,
izquierda y luego derecha, izquierda, derecha. Cambiando de dirección hasta que no
quedó ningún patrón.
El tiempo pasó volando, ya no era relevante en la bruma de mi batalla
imaginaria. Estaba cubierta de sudor, mi ropa se pegaba a las curvas de mi cuerpo.
Decidiendo darle una vuelta más, hice un rápido movimiento hacia mi derecha cuando,
de repente, mi mirada se encontró con una sombra oscura en la esquina de la
habitación.
De repente detuve mi impulso hacia adelante y capté la familiar mirada de color
acero de un hombre envuelto en las sombras. Vestido con una camiseta negra
descolorida y vaqueros negros combinados con botas a juego, parecía un depredador,
acechando en la esquina oscura de la habitación.
Hice una mueca, levantando el brazo para secar el sudor de mi frente con el
dobladillo de mi camisa, el dolor sordo en mi cuello y hombros por el entrenamiento
vigoroso me dijo que había estado aquí por un tiempo.
—¿Pensé que nos reuniríamos más tarde? —Dejé el talwar en su lugar de
descanso junto a la pared.
James echó un vistazo a su reloj inexistente, mirándome con una mueca de
ceño. —Ya es más tarde —dijo, su voz espesa como la miel a lo largo de mis sentidos.
—Correcto. —Me senté en el banco sosteniendo mi chaqueta. James me arrojó
una botella de agua que pareció sacar de la nada. Sin molestarme en preguntar de
dónde la había sacado, le quité la tapa y bebí la mitad de su contenido de un trago
largo.
—Gracias —dije.
—No hay problema. —Se encogió de hombros.
—Entonces, ¿cuánto más tarde es ahora? Parece que, aquí, he perdido la noción
del tiempo.
James se alejó más de la esquina sombreada para pararse a unos dos metros
frente a mí. Mirándome desde su alto punto de vista, dijo—: Un poco más tarde de las
ocho de la mañana, pasé por tu apartamento antes de venir hasta aquí. Cuando llamé y
no respondiste, pensé que este era tu destino más probable.
Asentí. El gimnasio era prácticamente mi segundo hogar. Venía casi a diario, a
veces varias veces en el mismo día. El olor a sudor y cuero era reconfortante,
recordándome el hogar que había perdido.
—¿El cachorro quiere jugar? —Arqueé una ceja a modo de pregunta.
El ceño fruncido en el rostro de James me dijo que no le parecía para nada
gracioso. Eso estaba bien porque yo me sentía hilarante.
—¿No deberíamos ir a reunirnos con los Blackmore?
Me encogí de hombros. —No tenemos una cita, así que no importa. Además,
están de duelo, dudo que se vayan a alguna parte.
Pareció reflexionar sobre ello durante unos minutos. Me encontraba dolorida y
si ya eran las ocho de la mañana eso significaba que había estado aquí cerca de tres
horas, pero una sesión de entrenamiento con James era algo que nunca rechazaría.
Incliné mi cabeza de izquierda a derecha en un esfuerzo por relajar mis
músculos, haciendo tronar mi cuello en el proceso.
»¿Te estás volviendo suave conmigo? —pregunté, cuando James permaneció en
silencio—. Si estás demasiado cansado, lo entiendo, tal vez deberías volver a la cama y
puedo pasar a buscarte al mediodía. Sé lo mucho que te gusta tu sueño reparador.
Como dije, los Blackmore no se irán a ninguna parte.
Lo estaba incitando, lo cual no era lo más inteligente que podía hacerle a un
hombre lobo, pero a pesar de mi vigoroso entrenamiento, mi pesadilla todavía me
pesaba mucho y necesitaba una salida.
Tomando un último trago de mi botella de agua, me levanté de mi asiento y
caminé hacia él, deteniéndome a pocos centímetros de distancia, con un gesto
arrogante en mis labios.
—¿Condiciones? —pregunté.
James cuadró los hombros y giró la cabeza de un lado a otro.
—Depende de ti —dijo.
¡Sí! Sabía que no dejaría pasar esto.
—Nada de armas, nada de garras.
—Ah, no eres divertida.
Me encogí de hombros, indiferente. Si bien una espada contra James era casi
una necesidad, le daría la ventaja de cambiar su apariencia y definitivamente no estaba
preparada para James en su forma de lobo o guerrero. Su forma de guerrero era una
mezcla entre humano y lobo, una vista desalentadora y ridículamente formidable. Ser
un cambiaformas solo le daba a James una gran ventaja en el departamento de fuerza,
pero al menos en su forma humana, era menos probable que me partiera en dos.
—Entonces nada de fuego —agregó James.
Eso estaba bien para mí. De todos modos, no me arriesgaría a prender nada en
un espacio interior. El dolor entre mis omóplatos hizo que me pusiera rígida. Inhalé
profundamente, exhalando por la nariz en un esfuerzo por realinearme y sacar el ligero
dolor de mi conciencia. Tomando varias respiraciones profundas más, James y yo nos
enfrentamos el uno al otro, esperando que el otro golpeara primero.
La paciencia de James se agotó primero después de unos cortos cuatro minutos
y se lanzó, con los brazos extendidos para atraparme por los hombros. Girando hacia la
izquierda, esquivé su agarre mientras metía un codo profundamente en el centro de su
espalda antes de salir rápidamente de su alcance una vez más.
James se volvió y la plata líquida llenó su mirada.
El lobo iba a salir a jugar. Esto podría volverse interesante.
Sonreí y le hice un gesto de ven a buscarme. James soltó una carcajada antes de
lanzarse de nuevo, esta vez bajando, apuntando a mi estómago. Me lancé al aire
esquivando por poco su ataque y me arrojé sobre él, rodando sobre mis pies una vez
que mi cuerpo golpeó la alfombra, pero no fui lo suficientemente rápida. Tan pronto
como mis pies tocaron la alfombra, mi cuerpo fue impulsado hacia atrás cuando James
me tiró sobre su hombro.
Doblando mis rodillas y permitiendo que el impulso me llevara en la dirección
correcta, mi cuerpo aterrizó en una posición estable a varios metros de él.
Exhalé un suspiro y aparté el cabello que se me había escapado de la trenza de
la cara. El dolor entre mis hombros se convirtió rápidamente en una sensación
palpitante. Estaba teniendo dificultades para ignorarlo. Poniéndome de pie lentamente,
caminé hacia mi derecha, mirando a James con los ojos entrecerrados mientras él hacía
lo mismo.
Esta vez, mi ataque llegó y fingí lanzarle un puñetazo en su flanco izquierdo
antes de cambiar de dirección en el último segundo posible y golpearlo en el medio.
Mis nudillos estallaron y crujieron cuando se encontraron con el duro acero de su
abdomen, pero ignoré el leve dolor y conecté un gancho de izquierda a su mandíbula.
Echó la cabeza hacia atrás, pero solo por un segundo, antes de estar sobre mí,
con todo su peso sosteniéndome contra la firme estera. Arqueando mi espalda e
intentando girar a mi izquierda en un esfuerzo por quitármelo de encima, se mantuvo
firme. Después de retorcerme durante varios segundos, finalmente cedí y lo miré a los
ojos. Ahora eran de un color, plata líquida, una hermosa cualidad metálica muy
parecida al mercurio.
James tenía una sonrisa de lobo en su rostro.
—¿Por qué mierda estás tan feliz?
—Gané.
Jadeé mientras mis pulmones luchaban por respirar bajo su peso. —No
ganaste— dije entre dientes—. Esto no ha terminado.
—Oh cariño, se acabó. —Apoyó su peso más firmemente contra mí.
Mi pecho se sentía en llamas, mis luchas volviendo a elevarse, en un intento de
escapar. Sentí como si un camión estuviera estacionado en mis pulmones.
James parecía ajeno a mis luchas hasta que lo escuché toser, su agarre en mis
brazos se tensó.
»Em oye, Aria, es posible que desees dejar de hacer eso —dijo. Su voz adquirió
un tono ronco inusual.
Lo ignoré y continué con mi lucha.
—Tú no ganaste. —La derrota no era una opción.
—Ari, en serio, tienes que... parar —dijo con un gruñido, y fue entonces cuando
sentí su dura longitud contra mi estómago.
¡Mierda! Me quedé helada.
—¡¿De verdad James?!
—Oye, soy un chico, no puedes esperar mucho de mí.
Sonrió y tuve la repentina necesidad de golpearlo en la cabeza. Si tan solo
pudiera liberar mi brazo.
—¿Vas a bajarte de encima? —pregunté, poniendo los ojos en blanco ante su
expresión complacida.
En un movimiento fluido, James se apartó de mí, a varios metros de distancia.
Hice un gesto para apartar las arrugas inexistentes en mi camisa y reajusté mi trenza
antes de levantarme. Luciendo relajada.
»Emm, ¿estás listo para irnos? —pregunté, evitando el contacto visual.
James comenzó a reír, lo que me hizo mover la cabeza en su dirección.
—Dios, Ari, eres tan mojigata.
—¡No lo soy! —espeté.
Aún con su sonrisa de oreja a oreja, puso los ojos en blanco. —Sí, como tu
digas. ¿Por qué no te duchas mientras yo limpio aquí? O mejor aún, podría
acompañarte.
Abrí la boca de par en par, ¿estaba bromeando? Tenía que estar bromeando.
James se dobló y sujetó su estómago, comenzó a reír con tanta fuerza que las
lágrimas se filtraron de sus ojos. —Dios, si pudieras ver la expresión de tu rostro— dijo
entre jadeos.
Caminé hacia el vestuario, pareciendo ignorarlo mientras pasaba a su lado.
Cuando me encontraba a solo unos centímetros de distancia, agarré su bíceps y
doblando mis rodillas, lo tiré sobre mi hombro mientras metía mi cuerpo. James voló
por el aire y, habiendo sido tomado por sorpresa, aterrizó en un montón desgarbado a
unos metros de distancia.
Se volvió hacia mí, con una sonrisa de sorpresa en su rostro. —Peleas sucio.
Seguí mi camino. —No soy una mojigata.
James se rió entre dientes, —Lo que digas, Ari. Lo que digas.
Después de darme una ducha rápida en el vestuario del gimnasio, me sentía
agradecida de haber decidido usar un top debajo, ya que no había pensado en traer
una muda de ropa. Tirando mi top empapado en el casillero vacío, reservado para mí
en el gimnasio, me puse mi camiseta negra de algodón sobre el sostén deportivo.
Vestida y con el cabello recién trenzado, salí y esperé a James junto a la puerta
principal del gimnasio.
Jugando con la pulsera de cuero alrededor de mi muñeca, me destrocé la
cabeza por el comentario de James de más temprano. No era una mojigata, a pesar de
lo que él pudiera pensar. Resultaba que él era como de la familia y sentirlo duro entre
mis muslos fue simplemente... raro.
No ayudaba que estuviera experimentando una sequía de dos años. Una que no
tenía ningún interés en rectificar.
No me malinterpreten, James era prácticamente como tener sexo a la orden y
podía entrar fácilmente a un bar y salir con cualquier chica de su elección, pero
también era como familia. Aparte de Mike, James era mi próxima persona a quien
acudir. Lo veía como un hermano, aunque un hermano caliente, pero un hermano de
todos modos. Quizás más como un hermanastro. Así que no era una mojigata,
simplemente no me gustaba cruzar fronteras y James y yo ciertamente teníamos líneas
que no debían cruzarse. Su amistad nunca sería algo que me arriesgaría a perder tan
descuidadamente y las relaciones eran algo que consideraba fugaces.
Estaba a punto de salir a tomar un poco de aire fresco cuando una mano tocó
mi hombro, causando que prácticamente pegara un salto de muerte.
Me volví con una daga levantada antes de darme cuenta de que solo era James.
¡Mierda!
—Tienes que dejar de acercarte sigilosamente —le dije, guardando mi daga y
golpeándolo en el hombro con mi mano libre—. Sabes que siempre estoy nerviosa
después de una sesión de entrenamiento.
James arqueó una ceja antes de rodearme y abrir la puerta principal.
—¿Lista para irnos? —preguntó, luciendo una amplia sonrisa en su rostro.
Imbécil.
En serio necesitaba conseguirse un pasatiempo, uno que no incluyera
asustarme hasta matarme. Lo seguí afuera en respuesta y dejé que abriera el camino
hacia su Mustang. Subiendo cuando escuché el claro clic de las trabas de las puertas,
me puse el cinturón de seguridad y me hundí en los asientos de cuero.
Anduvimos en silencio hasta la residencia Blackmore. Me sentía demasiado
agotada por nuestra sesión de entrenamiento como para entablar una conversación.
Quince largos minutos más tarde llegamos a una encantadora casa de tres pisos. James
dejó el motor encendido por unos momentos mientras inspeccionábamos el vecindario
a través de las ventanillas del auto. La casa estaba hermosamente ajardinada y parecía
ser la típica casa de Veradale, estrecha y alta. Todas sus características parecían caras.
Todo lo anunciaba, desde los caminos de piedra hasta las molduras de madera
detalladas alrededor de las ventanas. Cada característica era meticulosa y elegante.
Salí del coche y anduve por el camino de piedra que conducía hacia la puerta
principal. Antes de que pudiera tocar, la puerta se abrió y una mujer alta vestida con un
elegante vestido verde hasta las rodillas se paró frente a mí. Su cabello lucía impecable,
peinado en una caída de rizos por su hombro derecho. Tenía grandes piedras preciosas
adornando sus orejas y su maquillaje era perfecto contra su tez pálida.
—Señora Blackmore—dije.
—¿Si?
—Lamentamos molestarla —le dije a modo de saludo—, pero nos gustaría
hablar un poco más con usted sobre la desaparición de Daniel y su posterior muerte.
—Unos pasos sonaron en el interior de la casa que conducían hacia la puerta principal.
Jessica Blackmore miró por encima del hombro mientras un pequeño ceño aparecía en
su frente.
—Lo siento, pero este no es un buen momento. Estábamos a punto de irnos…
—se calló cuando se le acercó un hombre de mediana edad.
—Jessica, ¿quién es? —preguntó.
—Es la investigadora que estaba trabajando en el caso de Daniel. La señorita
mmm... ¿me podría repetir su nombre? —preguntó, volviéndose hacia mí.
—Aria. Aria Naveed. —Obviamente, no le había causado mucha impresión. Tal
vez necesitaba conseguirme un Mustang Boss 302 para que me vieran y también me
recordaran.
—Es la señorita Naveed —le dijo a su esposo, como si él no lo hubiera
escuchado ya.
—¿Por qué está aquí? —preguntó.
Como no quería que la señora Blackmore siguiera siendo intermediaria, centré
mi atención en Patrick Blackmore y le respondí directamente.
—Vine a discutir las circunstancias que rodearon el secuestro y asesinato de
Daniel.
—¿Por qué? Eso ya acabó. Se terminó —dijo con voz ronca mientras ajustaba la
corbata burdeos alrededor de su grueso cuello.
Por alguna razón, no me cayó bien para nada. Tenía una bola de sordidez
escrita sobre él y no me agradó mucho la forma en la que seguía mirándome de arriba
abajo como si fuera un trozo de carne.
—No, señor Blackmore, no ha terminado —dijo James detrás de mí. Dio un
paso amenazante hacia adelante, su tono mezclado con acero.
Me aseguré de mantener una expresión suave en mi rostro mientras el señor y
la señora Blackmore estudiaban a James por encima de mi hombro. Me di cuenta de
que ninguno de ellos sabía quién o qué era él. Si lo hicieran, sus expresiones habrían
cambiado de molestia a aprensión por lo menos.
Sin embargo, me sorprendió su reacción a mi visita. Acababan de perder a un
hijo. Habían pasado menos de dos semanas desde la desaparición de Daniel y la
noticia de su muerte solo les había llegado hace unos días atrás, sin embargo, parecía
que los dos iban a salir a celebrar. Estos no eran los padres afligidos con los que
esperaba reunirme esta tarde. Sabía que estaban trabajando para seguir adelante, pero
la falta total de emoción era desagradable, por decir lo menos.
—Somos los padres y decidimos que este caso había terminado—dijo el señor
Blackmore, su paciencia visiblemente agotándose—. Sus servicios ya no son necesarios.
James sonrió. Era una sonrisa salvaje llena de dientes. El tipo de sonrisa que la
mayoría consideraría amistosa, pero yo lo conocía mejor. Esta era la sonrisa que James
le mostraba a la gente antes de estrellar sus cabezas contra las mesas de billar y
lastimar cada centímetro de sus cuerpos. La había visto varias veces durante los últimos
meses y nunca terminaba bien para la otra persona.
—Señor Blackmore, permítame presentarme. Mi nombre es James Shields.
Me di cuenta de que Patrick Blackmore todavía no tenía idea de quién era, pero
sabía que Jessica sí. Tan pronto como James dijo su nombre, su piel se puso aún más
pálida, adquiriendo una cualidad casi gris. El punto del pulso en su garganta
tamborileó rápidamente bajo su piel, cerrando y abriendo sus manos en un gesto
ansioso. Uno con el que probablemente no se sentía cómoda. Ella había estado con
Eric Delaney el tiempo suficiente como para saber quién es quién dentro de la Manada.
—No me importa quién eres… —dijo Patrick antes de que su esposa lo
interrumpiera.
—Patrick, por favor —colocó una mano en su antebrazo doblado. Él la miró con
irritación y me di cuenta de que estaba a punto de apartarla, así que decidí meterme
antes de que metiera la pata, más de lo que ya lo había hecho.
—Señor Blackmore, creo que su esposa está tratando de advertirle porque, a
diferencia de usted, ella sí se da cuenta de la importancia de la presencia del señor
Shields. James es miembro de la Manada del Noroeste del Pacífico. Él está aquí por
asuntos oficiales de la Manada y, como estoy segura de que saben muy bien, Daniel
Blackmore era un cambiaformas, un fragmento de información que ustedes dos no
proporcionaron al principio, lo que significa que la Manada tiene todo el derecho a
investigar su asesinato y usted señor, sería mejor que cooperara. Le aseguro que es lo
mejor para usted.
No sabía que la señora Blackmore pudiera ponerse más pálida, pero lo hizo. Su
piel había adquirido una cualidad cenicienta y tomé nota mental de observarla por si
hubiera más reacciones. Había algo muy malo en estos dos.
Patrick pareció digerir mis palabras y me di cuenta de que estaba echando
humo, pero tomó la decisión inteligente y abrió más la puerta, dejándonos entrar.
Mirando por encima de mi hombro, le mostré a James una sonrisa salvaje. Ves, puedo
ser amable. O algo así.
Al menos ganaba puntos por hacer que nos dejaran entrar sin tener que sacar
una de mis dagas. James una vez más pasó a mi alrededor y tomó la delantera. Poco a
poco me estaba acostumbrando a su forma irracional de caballería, así que lo seguí sin
hacer comentarios. El señor y la señora Blackmore nos llevaron a una habitación
directamente a la derecha de la entrada. Era una pequeña sala de estar con alfombras
gruesas y cortinas pesadas. Todo en la habitación era refinado y de material de calidad.
Mis manos picaban por tocar todas las galas y tuve que luchar conmigo misma para no
pasar mis manos sobre el brazo del sofá en el que me senté, deleitándome con su
suave textura. Mientras otra parte irracional de mí luchaba por no prenderle fuego a la
maldita cosa. Es curioso todo el conflicto que sentía por la tela.
Una vez que nos sentamos, todos nos quedamos mirando en silencio.
Honestamente, no tenía ni idea de por dónde empezar. Estas no eran las personas con
las que esperaba hablar. Cuando hablé con la señora Blackmore antes, ella había sido
una madre angustiada que buscaba a su único hijo. Tenía rastros de lágrimas en la cara
y moretones debajo de los ojos que insinuaban la falta de sueño, pero ahora, ahora se
veía mejor que nunca. No podía entender el cambio repentino en su apariencia.
Nunca me había reunido con el señor Blackmore, así que, en su caso, no sabía
qué esperar. Pero un hombre que fácilmente tenía diez años más que su esposa, con
cabello grasoso y una parte media gruesa, no era lo que yo hubiera imaginado como el
esposo de Jessica. Ella era hermosa de una manera clásica. Sin embargo, después de
conocerlos y verlos juntos, pensé que era seguro asumir que ella se había casado por
dinero. Los tiempos eran difíciles. El Despertar había hecho colapsar por completo la
economía, por lo que la riqueza e incluso la comodidad eran difíciles de conseguir para
la mayoría. Jessica parecía ser del tipo que quería que la cuidaran.
Después de varios momentos de silencio, James finalmente habló—: ¿Alguno
de ustedes tuvo algo que ver con la muerte de su hijo?
Alcé las cejas con sorpresa. Estaba pensando en ir por el mismo camino, pero
no me había anticipado que él realmente iba a expresar la pregunta. No obstante, miré
a ambas partes en busca de algún indicio de respuesta.
—¡Por supuesto no! —Patrick dijo. Su voz se elevó con indignación.
—No, nunca lo haría —dijo Jessica en un tono más moderado.
James respiró hondo por la nariz e inclinó la cabeza hacia un lado. Pareció
perdido en sus pensamientos por un momento. Jessica se retorció las manos
nerviosamente en su regazo. El rostro de Patrick lucía rojo de rabia. Estaba a punto de
explotar y se aferraba a su temperamento solo con el hilo más fino. Honestamente, no
me importaba. Si alguno de estos dos tenía algo que ver con la muerte de Daniel, los
haría sufrir.
—No tienen derecho a entrar en mi casa y acusarnos de ningún delito. No
hicimos nada malo —dijo Patrick. Volvió su atención a su esposa y apoyó una mano en
su hombro. Por un momento pensé que la estaba consolando, pero sus ojos
parpadearon con una pizca de incertidumbre antes de que las lágrimas comenzaran a
fluir libremente por su rostro. La reacción llegó atrasada, estaba fingiendo. Pero ¿por
qué?
»Ahora han molestado a mi esposa. Nos gustaría que se fueran —dijo
Blackmore.
James miró fijamente a la señora Blackmore en silencio, su mirada evaluativa.
Cada pocos segundos, su mirada se posaba en la de él antes de apartarla rápidamente,
y las lágrimas aumentaban. Realmente estaba dando un gran espectáculo.
Saqué una de mis dagas y comencé a usarla para limpiarme las uñas. El señor
Blackmore miró mi daga con aprensión e indignación a partes iguales. No estaba
acostumbrado a que lo amenazaran y ciertamente no estaba acostumbrado a perder el
control de una situación. No es que yo estuviera amenazando abiertamente a nadie. Al
menos no todavía.
—Señor Blackmore, señora Blackmore —dije, dirigiéndome a los dos. Jessica
sollozó un par de veces más antes de limpiarse la cara y recomponerse. Tenía que
decirle, era casi convincente. Casi.
—Me gustaría que sean conscientes de nuestra investigación y sepan que
llevaremos a la persona o personas responsables ante la justicia. —Me aseguré de
hacer contacto visual con los dos, permitiendo que asimilaran el significado de mi
declaración. Si alguno de ellos había tenido algún papel en la muerte de su hijo, los
haría arder por ello. Se suponía que eran padres amorosos. Padres que estaban de
duelo por la muerte de su único hijo.
De repente, James se puso de pie. —Señor y señora Blackmore, gracias por su
tiempo. Ahora nos iremos.
Lo miré fijamente, una pregunta evidente en mi mirada, pero el leve
movimiento de su cabeza me impidió expresar la pregunta en voz alta. En lugar de eso,
también me puse de pie, asentí hacia las dos personas sorprendidas que estaban
sentadas frente a nosotros y seguí a James hasta la puerta principal, sin molestarme en
decir nada más.
Una vez fuera, James y yo nos dirigimos directamente al coche. Con el cinturón
de seguridad puesto y el motor en marcha, me volví hacia él en busca de una
explicación.
—¿Estaban mintiendo? —le pregunté mientras arrancaba el coche.
—No lo sé.
—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? ¿Pensé que los cambiaformas
podían oler una mentira?
—Podemos —dijo, con frustración evidente en su tono—. Pero algo está mal en
esos dos. Especialmente en la madre. Mi lobo lucha por salir, está enojado y siente algo
malo en ellos. Pero no estoy seguro de qué es. Estoy teniendo dificultades para
mantenerlo dentro. —James dejó escapar un suspiro mientras nos abríamos paso hacia
la autopista.
»Ellos saben algo. Su mentira no fue directa, se sintió más como una mentira
por omisión.
—¿Puedes oler una mentira por omisión?
James meneó la cabeza. —Es más un sentimiento. Voy a hacer que los sigan y
veré qué expone eso. Cuando dijeron que no estaban involucrados en la muerte de
Daniel, creo que era verdad. Pero cuando Blackmore dijo que no habían hecho nada
malo, eso fue una mentira.
Los padres amaban a sus hijos, ¿verdad? No tenía hijos, así que no tenía idea de
cómo era eso, pero sé que mis padres me amaban y yo pensaba que Jessica amaba a
su hijo, pero esa mujer de allí no era la madre con la que inicialmente me había
reunido.
—¿Sueles tener problemas para contener a tu lobo?
James me lanzó una mirada de soslayo que decía que no le gustaba mi
pregunta. Me encogí de hombros y esperé a que respondiera de todos modos.
—No. No tengo problemas para contener a mi lobo, nunca —gruñó.
—Bueno, obviamente hoy estás teniendo problemas. Creo que deberías
manejar eso antes de ponerte furioso conmigo. —Le mostré una dulce, y lo que
esperaba fuera una inocente sonrisa.
Se estremeció por la mueca, así que no fue ni dulce ni inocente. Pensando un
poco, bajé el espejo de la visera y le sonreí a mi reflejo.
—¿Qué haces?
—Me admiro. —Sonreí y luego me estremecí de miedo. Parecía forzado y un
poco loco. Lo intenté de nuevo, esta vez bajando un poco las comisuras de la boca.
—¿Te estás sonriendo a ti misma?
Cerré el espejo y subí la visera de nuevo antes de lanzarle una mirada de
muerte. —Sí, me estoy sonriendo. ¿Tienes algún problema con eso?
—¿En serio, Ari? —dijo en un tono condescendiente.
—Solo quiero asegurarme de lucir normal cuando sonrío ¿de acuerdo? ¿Ahora
podemos seguir adelante?
James se echó a reír, con un profundo estruendo en su pecho y tuve que
apretar los dientes y cruzar los brazos para evitar golpearlo en la cabeza.
Idiota.

James y yo fuimos a Sanborn Place después de tomar un café en la Panadería


Rocket calle abajo. Con una taza humeante de delicia en mis manos, apoyé los pies en
el borde de mi escritorio e inhalé el aroma terroso, permitiendo que el vapor caliente
llenara mis sentidos. Era una fanática de una buena taza de café y después de una
noche de insomnio y un entrenamiento vigoroso, podía necesitar de su rica calidez.
Tomando un sorbo tentativo, dejé que el líquido espeso y tibio bajara por mi
garganta antes de regresar para tomar un trago humeante. James se encontraba frente
a mi escritorio en la silla de invitados con su propia taza de café en la mano. Observé a
través de los párpados entreabiertos mientras tomaba varios tragos profundos,
devorando la bebida en cuestión de segundos. Meneé la cabeza, ni siquiera se detuvo a
saborearlo. Qué desperdicio.
—¿Siempre te tragas el café? —pregunté.
—¿De qué otra manera se supone que voy a tomarme esta cosa?
Lo miré en estado de sorpresa, mis ojos tan abiertos como platos. —¿Qué
quieres decir con “¿de qué otra manera se supone que voy a tomarme esta cosa?”? ¿No
te gusta?
James hizo una mueca de disgusto. —No, apenas puedo soportarlo.
—¿Entonces por qué te lo bebes?
Encogió sus anchos hombros. —No sé, por la dosis de cafeína, supongo.
—No obtienes una dosis de cafeína, el Lyc-V en tu sistema lo quema demasiado
rápido para realmente conseguir algún tipo de resultado.
—Si bebo lo suficiente, supongo que puedo sentir un subidón de cafeína
durante uno o dos minutos. Pero necesitaría beber mucho. —La mirada de James se
alejó por un momento—. Tal vez 20 tragos de café exprés, tal vez más. —Se encogió de
hombros.
—Está bien, de nuevo, ¿por qué lo bebes?
Otra vez se encogió de hombros. No iba a llegar a ninguna parte.
»Lo que sea —murmuré en voz baja mientras saboreaba el resto de mi taza de
café. La sombra de un hombre cruzó la ventana de la oficina principal y llamó mi
atención. Me incliné hacia delante cuando James se levantó para mirar alrededor de la
oficina, pero la sombra no volvió a cruzar. Se escuchó un leve zumbido, se fue tan
rápido como había llegado. Me sacudí la sensación y me volví hacia el estudio de
James en mi oficina.
No era nada demasiado emocionante, solo una habitación de tamaño decente
dividida en cuatro espacios de oficina, una pequeña cocina y tres habitaciones
laterales. Una era usada para dormir, otra contenía armas y la tercera era un baño
pequeño. El espacio de la oficina principal albergaba nuestros escritorios, el de Mike y
el mío, junto con otros dos empujados hacia una esquina para el personal que no es
fijo. No era mucho, pero nos funcionaba.
James caminó lentamente alrededor del perímetro de la habitación,
examinando los diversos recortes de artículos y fotografías enmarcadas de allí. Mike era
un poco sentimental y le gustaba documentar todo lo que consideraba un evento
memorable. La mayoría de las imágenes procedían de casos resueltos. Personas
desaparecidas que fueron encontradas, vidas salvadas en el último momento. Esos
recortes descoloridos eran nuestro Salón de la Fama. La razón por la que nos
presentábamos cada mañana. Claro que éramos mercenarios, pero teníamos
corazones. Solo deseaba que la imagen de Daniel Blackmore hubiera llegado a esa
pared.
—Entonces, ¿qué sugieres que hagamos a continuación? —preguntó James
desde el otro lado de la habitación.
Levanté una ceja ante su pregunta, sorprendida de que me dejara tomar la
iniciativa.
—Creo que deberíamos arreglar una reunión con el Aquelarre. Conocemos la
causa de la muerte y sabemos que el culpable es un vampiro. Creo que, si ellos saben
que la Manada ahora se ha involucrado, es posible que estén más dispuestos a
colaborar.
—¿Por qué piensas eso?
—Bueno, lo mejor para ellos sería evitar una guerra, ¿no? Y la muerte de un
niño cambiaformas fácilmente podría iniciar una guerra. Creo que, si se le dan todos
los hechos adecuados, Rebecka se dará cuenta de que es mejor simplemente entregar
al perpetrador, que obligarnos a indagar más. Por política y todas esas tonterías. Por lo
que he deducido, no es tonta. Además, si el culpable es un rebelde, le estaríamos
haciendo un favor. Los vampiros no tienen las mismas lealtades que los cambiaformas,
no se inmutarían por dejar a uno de los suyos expuesto, si eso los beneficia en su
conjunto.
—Creo que estás equivocada, Ari —dijo, su tono ahora severo.
¿A dónde iba con esto? —¿Por qué?
Pensé en mi declaración anterior y todavía sonaba como algo verídico en mi
mente. Los vampiros eran leales, pero no como los cambiaformas. Al final, los vampiros
hacían lo que era mejor para ellos. Si pudieran avanzar más en la vida, o en el más allá,
cortándose su propia mano, lo harían.
Los cambiaformas, por otro lado, eran más como una unidad familiar. Todos se
cuidaban unos a otros e independientemente del rango, todos eran importantes para
la estructura de la manada.
—Los vampiros quieren una guerra. Han ido aumentando lentamente su
número y creen que están en condiciones de desafiar a la Manada por el poder sobre
el territorio como un conjunto. Nos quieren fuera, por completo.
—¿La manada tiene qué, cerca de mil trescientos cambiaformas en el noroeste
del Pacífico? El Aquelarre no tiene ninguna posibilidad. Además, ¿la manada y el
aquelarre no tienen una especie de tregua?
—La tenemos, por eso no han venido y no han mostrado ninguna agresión de
forma abierta, pero esto, esto es algo que, como tú dijiste, puede encender una guerra.
Cuando se reduce solamente a números, los tenemos por encima del Aquelarre, casi
dos a uno si atraemos a todos, pero sé cómo funciona la mente de Rebecka. Hemos
estado estudiando sus hábitos y rastreando su historia durante años. No planearía una
subversión si no creyera que podría ganarla y eso es lo que más nos preocupa.
James meneó la cabeza con frustración. No me había dado cuenta de que la
Manada estaba vigilando al Aquelarre, y mucho menos que había rastreado la historia
de Rebecka, pero tenía sentido. Por una razón, se hizo una tregua y, si bien la
esperanza era construir relaciones políticas duraderas, la realidad generalmente
consideraba que simplemente se había promulgado para evitar que todos se mataran
entre sí. Siempre había una razón por la que querían matarse entre ellos. No es que
esas razones siempre tuvieran sentido.

Me tomó cerca de cuarenta minutos por teléfono y varias transferencias más


tarde, pero finalmente pude programar una cita para las once de la noche en el Cove,
el escondite secreto del Aquelarre, bueno, en realidad no era todo tan secreto. El Cove
era un antiguo edificio histórico construido en 1901 que contaba con una arquitectura
ecléctica y un hermoso paisaje. Por lo que había aprendido, Rebecka y el resto de los
vampiros locales comenzaron a ocupar la mansión hace unos cinco años, poco después
del Despertar. Nadie sabía dónde habían vivido antes, pero ahora estaban aquí y
dudaba que se mudaran pronto.
Antes de que salieran todas las cosas paranormales, una organización sin fines
de lucro usaba el Cove. A menudo se alquilaban las salas para eventos y se ofrecían
recorridos al público. Ahora era raro que un no vampiro entrara en el establecimiento.
Los vampiros no podían entrar a las casas sin ser invitados. Dado que la mansión no
tenía residentes permanentes, los vampiros podían ir y venir cuando quisieran, pero
eran un poco susceptibles con los asistentes no invitados. Siempre asumí que, dado
que no podían entrar en las casas de otros, no querían que otros entraran en las suyas.
Tenía sentido de una forma retorcida y celosa.
A las diez y cincuenta y cinco de la noche James y yo llegamos a la elegante
mansión ubicada al sur de Upriver Drive. El césped de la mansión estaba iluminado por
pequeños focos de luz escondidos entre arbustos y piedras, alumbrando el césped rico
y exuberante. Aunque estaba oscuro, se podía ver cada pieza de moldura y cada detalle
de las vidrieras. Era impresionante.
No me había dado cuenta de que me había quedo mirando fijamente hasta que
escuché el ruido metálico de una puerta cerrándose cuando James salió del auto.
Aclarando mi cabeza, hice lo mismo y salí del vehículo. James dio la vuelta y se detuvo
a mi lado mientras ambos miramos hacia adelante. Tomando una respiración profunda,
empujé mis hombros hacia atrás y subí tranquilamente por el camino de piedra con
James a mi lado.
La noche era fría y silenciosa, a pesar de la belleza de la mansión que teníamos
ante nosotros, había una cualidad espeluznante que me puso los nervios de punta.
Pasé mis manos casualmente a lo largo de los puños de mis dagas, colgando de mis
caderas en sus fundas de cuero. Su peso suave agregaba una medida adicional de
comodidad mientras me dirigía directamente a territorio desconocido. Me dije a mí
misma que estaba entrando en la guarida de un león, pero en realidad esto era peor.
Cuando llegamos a la puerta principal, admiré la carpintería una vez más antes
de dar tres golpes sólidos, knock, knock, knock.
James y yo esperamos en silencio mientras escuchamos el sonido distintivo de
tacones altos en el piso de madera que se hacía cada vez más fuerte a medida que
nuestra anfitriona se dirigía hacia la puerta principal. La puerta se abrió con bisagras
silenciosas y ante nosotros se encontraba la mujer más hermosa que jamás había visto.
Se elevaba sobre mí unos buenos doce centímetros con una figura por la que la
mayoría de las mujeres morirían. Era delgada, pero no demasiado y tenía curvas en
todos los lugares correctos. Con un vestido azul marino hasta el suelo, parecía una
estrella de cine, si es que esas cosas todavía existían después del Despertar.
—Síganme —dijo con una voz refinada.
James y yo cruzamos el umbral y seguimos a la mujer vestida de azul. Vi como
su largo cabello rojo rozaba su cintura. El color era llamativo, pero probablemente
provenía de una caja. Era demasiado vívido para ser natural. Sus tacones repiqueteaban
sobre los pisos de madera mientras nos dirigíamos a la sala de estar principal de la
casa. Apartando los ojos de su espalda, miré alrededor admirando la belleza que era el
Cove. La entrada todavía tenía sus pisos y carpintería originales. La artesanía era
hermosa y las ricas vigas del techo eran difíciles de no apreciar.
Todas las luminarias también parecían originales. No parecía que Rebecka
hubiera hecho ninguna modificación al adquirir la mansión. El hermoso papel de pared
pintado de color crema y dorado salpicado con toques de rojo, era bastante notable
junto a todos los profundos y ricos acabados de madera y lujosas cortinas. Sin
embargo, supuse que las cortinas eran nuevas o habían sido revestidas para bloquear
al sol durante las horas del día. Los vampiros no eran impermeables al sol, pero
tampoco les importaba especialmente. Tenía algo que ver con su composición química
y la reacción que causaba la luz solar. Había una razón por la que la leyenda decía que
los vampiros no podían salir al sol y casi tenían razón en ese punto.
Sin embargo, la verdad del asunto es que, si se exponían al sol durante un
período de tiempo suficiente, sus cuerpos experimentaban algo así como una reacción
alérgica. Los efectos variaban según la edad de un vampiro, los vampiros más nuevos
podían resistir los fuertes rayos del sol durante más tiempo ya que sus cuerpos
contenían más humedad. Si tenían menos de cinco años de no-muertos, normalmente
podían resistir la exposición al sol entre treinta minutos y una hora, siempre que no
fuera directa. Con cualquier persona mayor, la piel de un vampiro comenzaba a
marchitarse y si estaban afuera por más de un minuto o dos, morían.
Tenía algo que ver con la falta de agua contenida en sus cuerpos después del
cambio y el sol básicamente les provocaba una deshidratación extrema. Ya antes había
visto morir a un vampiro por la exposición al sol. Hace varios años, cuando estaba de
visita en Seattle, Washington, el Aquelarre local decidió hacer una demostración. No
estaba segura de cuál había sido el crimen, pero ataron a un vampiro a un poste en el
medio del mercado de la calle Pike con cadenas de plata y lo dejaron para que muriera.
Cuando llegó el amanecer y el sol comenzó a salir, la piel del vampiro comenzó a hervir
y a ampollarse. En cuestión de minutos su cuerpo se marchitó hasta convertirse en una
cáscara seca. En una hora, se deterioró aún más y no quedó nada más que cenizas. Fue
una visión espantosa y el hedor a carne quemada y podrida era algo que nunca
olvidaría.
Salimos de la entrada subiendo tres pequeños escalones hasta lo que supuse
que era el salón. La habitación era tan hermosa como la anterior, pero era mucho más
luminosa. Las paredes eran de un color crema mantecoso. El techo estaba muy
adornado con patrones en forma de volutas pintadas a mano. Tuve que resistir la
tentación de quemar todo el lugar hasta los cimientos. Malditos hábitos pirotécnicos,
siempre tenía ganas de prenderle fuego a las cosas.
Rebecka estaba sentada en un sillón de época victoriana cerca de la chimenea.
Tenía un pequeño libro forrado en cuero en sus manos y era la imagen de la belleza y
la serenidad. Sabía que ambas eran falacias completas. Rebecka era una persona
malvada y de corazón frío. La belleza que mostraba por fuera, daba paso a su fealdad
por dentro.
Llevaba un vestido de seda color crema hasta el suelo con su cabello rubio
recogido en un elegante peinado hacia atrás, sus rizos cayendo alrededor de su rostro,
parecía como si hubiera nacido en la época victoriana. Por lo que sabía, así había sido.
Siempre había un aire de sofisticación que la seguía a pesar de su apariencia juvenil,
casi infantil. Yo sabía que había escuchado nuestra llegada, por eso de los sentidos de
los vampiros mejorados, pero ignoró nuestra presencia y mantuvo su atención en el
libro en sus manos.
Rebecka permaneció sentada con una quietud que solo un vampiro podría
lograr, sin molestarse en hacer movimientos diminutos, como parpadear, lo cual
tranquilizarían a la mayoría de los no vampiros.
James y yo nos quedamos en silencio, uno al lado del otro, mientras la mujer
que inicialmente nos había saludado se acercó a Rebecka, esperando que ella decidiera
reconocernos.
Nunca era una buena idea interrumpir a un vampiro y sabía que su descarado
desprecio por nuestra presencia era simplemente un juego de poder. Era su forma de
demostrarnos que tenía el control. Realmente maduro, ¿verdad? Pensarías que después
de cientos de años en esta tierra habría aprendido a jugar bien.
Después de que pasaron varios segundos, Rebecka colocó el libro gastado en el
asiento vacío junto a ella y se puso de pie junto a la chimenea. El cálido resplandor
proyectaba pequeñas sombras en su rostro. Los vampiros temían notoriamente al
fuego. Me sorprendió que hubiera elegido encender un fuego en primer lugar, y
mucho menos acercarse tanto a él.
—Irina, qué agradable sorpresa es que el Cazador de la manada y su compañera
humana honren nuestro humilde hogar —dijo con una voz dulce y musical.
No me engañaba ni un poco.
La mujer a su lado, Irina, asintió, sin parecer nada complacida por nuestra
presencia. Supongo que el estatus de James como Cazador no era tan misterioso
después de todo. ¿Cómo diablos habían sabido todos los demás que él era el Cazador
y yo no?
—Gracias por recibirnos con tan poco tiempo de aviso —respondí.
La mirada evaluadora de Rebecka rápidamente recorrió mi cuerpo antes de
darse la vuelta, decidiendo que yo no merecía su atención. Eso era lo que pasaba con
los vampiros. Siempre estaban tan absortos en sí mismos. Tan seguros de su propio
poder y habilidades que los humanos como yo ni siquiera éramos registrados en su
radar. De nuevo quería prender fuego a sus exuberantes cortinas y mostrarle lo normal
que era, pero lo sabía mejor. Así que, en cambio, me quedé callada y acepté que me
ignorara. Además, si realmente intentaba encender fuego, probablemente quemaría
toda la casa en lugar de solo las cortinas. Sonreí. Imágenes de vampiros corriendo
frenéticamente como pollos con la cabeza cortada mientras se apresuraban a dejar
atrás las llamas, aparecieron ante mis ojos.
Durante todo el intercambio, James permaneció vigilante a mi lado. Esperaba
que diera un paso al frente y tomara la iniciativa de la conversación después del obvio
rechazo de Rebecka hacia mí, pero se mantuvo en silencio y quieto como una estatua.
Se encontraba exactamente a un paso detrás de mí y ligeramente hacia mi izquierda,
casi como si estuviera haciendo guardia. Mientras el silencio flotaba en el aire, vi los
labios de Rebecka fruncidos ligeramente por la irritación. Una señal muy reveladora en
un vampiro, ya que, en la mayoría de los casos, su paciencia a menudo parecía infinita.
—¿No vas a hablar, cambiaformas? —dijo Rebecka, con disgusto en su tono.
James permaneció en silencio, pero noté el ligero cambio de su peso detrás de
mí. Sin pensarlo conscientemente, levanté la barbilla y miré a Rebecka directamente a
los ojos.
—En realidad, deberás hablar conmigo —dije mientras daba varios pasos hacia
el sillón cercano—. ¿Te importa si me siento? —pregunté.
Sin esperar respuesta, me senté en la silla cubierta de terciopelo. Cruzando las
piernas, me incliné hacia atrás de manera casual como si no me importara nada en el
mundo. Escuché un siseo apenas audible proveniente de la dirección de Irina, pero no
me molesté en mirarla. El poder tenía que ver con la percepción y no iba a dejar que
estas dos me vieran retorcerme.
Lo sentí más de lo que lo escuché, cuando James se me acercó, pero mantuve
mi atención completa en Rebecka. La tensión en la habitación pareció dispararse hacia
el cielo, pero no le di importancia. Hace mucho tiempo había perfeccionado una
mirada de desinterés mientras andaba en la calle. Desde el principio aprendí que tener
información era poder, pero era imprudente dejar que la gente supiera que la estaba
buscando. Aprendía más si actuaba como si realmente no me importaba una mierda.
»Entonces —comencé, rompiendo efectivamente el silencio y el espeso velo de
tensión en la habitación—. Hemos venido a solicitar la cooperación del Aquelarre en
un caso que involucra a un niño cambiaformas que fue asesinado por un miembro.
—Ningún miembro del Aquelarre ha cometido tal crimen —dijo Irina con los
dientes apretados. Mi mirada parpadeó en su dirección brevemente antes de regresar a
Rebecka, diciéndole de forma efectiva a Irina lo poco que importaba su opinión en esta
conversación. Si fuera posible que los no muertos se ruborizaran, imaginaría que la tez
de Irina se pondría escarlata con su rabia. Tal como estaban las cosas, prácticamente
podía ver el vapor saliendo de sus oídos y tuve que reprimir una sonrisa. No la conocía,
así que no debería importarme si la hacía enojar o no, pero yo sentía poco respeto por
la raza de vampiros en su conjunto y cabrear a uno de los secuaces de Rebecka no me
venía nada mal, en lo más mínimo.
—¿Y por qué el Aquelarre de Spokane debería ayudar a un humano y a la
Manada? ¿Qué beneficio tiene esto para nosotros? —preguntó Rebecka en un tono
tranquilo y culto, ignorando mi intercambio con Irina.
—¿El Aquelarre tiene que beneficiarse de alguna manera para que puedan
ayudar a la Manada a llevar a un asesino ante la justicia? —Eso era ridículo. Sabía lo
que queríamos y, sin embargo, estaba jugando conmigo.
—Sí —dijo—. Así es.
Por un momento vi rojo y pude ver que el calor comenzaba a elevarse en
oleadas desde el suelo. Antes de perderme, me sacudí la ira de encima y emulé
efectivamente una expresión fría, desprovista de cualquier emoción.
—Bien —dije—. ¿Cuánto quieres? ¿Di tu precio? —dije, sabiendo que la Manada
pagaría casi cualquier cantidad en dólares para tener en sus manos al bastardo.
Rebecka se rió cuando una amplia sonrisa se extendió por sus facciones, llamando la
atención sobre los colmillos gemelos dentro de su boca.
—¿Crees que puedes comprar esta información? ¿Que tu dinero significa algo
para mí? No, querida niña, tu dinero no significa nada. Como dijo Irina, nuestro
Aquelarre no participó en el asunto. Independientemente de lo que creas. Ya se
pueden retirar. —Hizo un gesto con la mano, despidiéndonos.
—No voy a dejar pasar esto. No puedes proteger a ese hijo de puta para
siempre. Sea quien sea, se van a pudrir por lo que le hicieron a ese niño, recuérdalo.
Ya estaba hirviendo, una neblina roja nublando efectivamente mi visión, pero,
aun así, pude ver una lenta sonrisa en el rostro de Rebecka.
—Ya lo veremos. —Sin otra palabra, James y yo nos fuimos. Estaba tan furiosa
que podía sentir mis uñas rompiendo la piel de mis palmas mientras apretaba los
puños en un esfuerzo por contener mi rabia. Mi respiración era pesada y mi piel ahora
se sentía caliente al tacto. No necesitaba tomarme la temperatura para saber que
estaba más allá de la fiebre y dentro del rango de ebullición.
La frustración me recorrió las venas cuando dejamos atrás a Rebecka y al
Aquelarre. Al acercarme al coche de James, tomé la rápida decisión de seguir
caminando. No podía confiar en mí misma en este momento para no volar la maldita
cosa. James rápidamente se puso a caminar a mi lado mientras seguíamos calle abajo.
Podía sentir la onda de calor debajo de mi piel y sabía que no iba a durar mucho más.
Aumentando mi ritmo, miré frenéticamente a mi alrededor en busca de alguna fuente
de agua en el área.
—¿Te encuentras bien? —preguntó James, su tono preocupado.
Meneé la cabeza, me encontraba más allá de la capacidad de hablar. James
tomó mi mano. Cuando la tocó, siseó de dolor.
—Cristo, Aria, estás en llamas.
Rápidamente me soltó, frotando su palma contra sus vaqueros mientras
también escaneaba el área circundante, respirando profundamente por la nariz. En su
segunda inhalación, movió la cabeza hacia la derecha.
»Vamos, puedo oler el río por aquí.
Asintiendo, lo seguí. No dijo nada más mientras acelerábamos el paso, pero
pude sentir su mirada preocupada sobre mí. Necesitaba desesperadamente liberar la
ira hirviente en mi interior, pero no podía. No era seguro. No aquí, tan cerca del
Aquelarre. El sudor me caía por la espalda entre los omóplatos. Me iba a sobrecalentar
y eso no era nada bueno. Maldije por dentro. Nunca había estado tan nerviosa, pero
después de la pesadilla de la noche anterior, mi mecha era corta.
Me volví hacia James por un breve momento. Su piel ondulándose justo debajo
de la superficie.
—Estás a punto de cambiar.
El mercurio líquido se encontró con mi mirada. —Mi lobo necesita una
liberación después de estar rodeado de tantos vampiros.
Asentí, comprendiéndolo. Observé por el rabillo del ojo mientras James se
quitaba rápidamente la camisa antes de arquear la espalda, el cambio se apoderó de su
forma. Había visto a James cambiar antes, pero cada vez me quedaba sin aliento. El
pelaje estalló en su piel, las garras se alargaron en sus dedos y su rostro se contorsionó
en una máscara grotesca antes de tomar la forma del hocico de un lobo. En cuestión
de segundos, James se encontraba a cuatro patas a mi lado, su grueso abrigo negro
brillaba a la luz de la luna.
Finalmente, el dulce sonido del agua corriendo llamó mi atención y corrí,
moviendo mis brazos y piernas tan rápido como pude con James pegado a mis talones.
Corriendo directamente al río cercano, me arrojé al agua.
En cuestión de segundos, el agua helada bajó mi temperatura central a un nivel
más manejable. Me tiré hacia atrás, sumergiendo todo mi cuerpo bajo la superficie
transparente y contuve la respiración.
Cerrando los ojos, concentré todos mis esfuerzos en liberar el fuego que ardía
dentro de mí. A medida que pasaban los segundos, podía sentir que mis pulmones
comenzaban a arder por la falta de oxígeno, pero seguí adelante. Ansiosa por
asegurarme de que cuando saliera a la superficie, la necesidad de prenderle fuego al
mundo que me rodeaba hubiera disminuido. El fuego se encendió debajo de la
superficie provocando que estallaran grandes burbujas de presión. Mis llamas se
apagaron al contacto una vez que escaparon de mi agarre, pero el calor persistió.
Cuando finalmente tomé aire, abrí los ojos y dejé que mi mirada vagara antes
de finalmente posarme en el rostro preocupado de un lobo negro, con la cabeza
inclinada hacia un lado. El agua directamente a mi alrededor todavía burbujeaba muy
levemente, casi hirviendo, pero comenzando a menguar. La vergüenza floreció en mi
pecho y mi ira fue redirigida hacia mí. Me sentí como una fracasada, un lastre en este
caso. ¿Cómo iba a encontrar al asesino de Daniel si no podía controlar mis habilidades?
Arrastré mi cuerpo empapado y húmedo fuera del río Spokane y subí de nuevo
a la carretera principal. Mientras corría, no me había dado cuenta de que el río estaba
debajo de una pequeña colina y me costó volver a subir. Mis botas empapadas
chapoteando en el barro mientras resbalaba con cada paso.
James soltó un aullido cuando me acerqué, sus dientes se clavaron en el cuero
de mi abrigo mientras me ayudaba a levantarme.
Cuando llegué al borde superior, me quité el abrigo de cuero de los hombros y
me lo colgué del brazo, dejando escapar un suspiro. Esa chaqueta era la primera gran
compra que hice después de ganar mi primer cheque de pago de Mike. Dudaba que
pudiera salvarla, pero lo intentaría de todos modos.
Mientras regresábamos por el camino por el que habíamos venido, me acerqué
al vehículo y vi el hermoso auto y luego mi ropa empapada. Soltando otro suspiro, me
volví hacia James. Tenía la ropa en la boca, probablemente la habría recuperado
mientras yo me encontraba en el agua. Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro
cuando me comprendía lo que quería. Él no podía conducir, no en su forma de lobo.
Me agaché a su lado, rascando la piel detrás de sus orejas por un breve
momento antes de meter la mano en el bolsillo de sus vaqueros.
—No las necesitarás —dije, sosteniendo sus llaves en señal de triunfo.
James emitió un gruñido y me reí.
»Nah, nah, nah. No seas gruñón conmigo. Tú eres el que eligió cambiar. Esto es
cosa tuya. Solo te estoy cuidando y me aseguro de que llegues a casa sano y salvo. —
James gruñó de nuevo cuando abrí la puerta del lado del pasajero.
»Entra.
Sus ojos plateados se encontraron con los míos, haciendo un motín, pero
después de unos segundos se rió y entró de un salto.
De regreso en mi apartamento, rápidamente me puse ropa seca. Vestida con un
par de pantalones de lana calientes y una camiseta sin mangas negra, me peiné el
cabello mojado en un moño desordenado antes de salir de mi habitación. Cuando
volví, James estaba en forma humana, sin camisa y preparando té para los dos en la
cocina. Ágilmente me entregó una taza humeante. La infusión tenía un aroma floral
con toques cítricos y era exactamente lo que necesitaba después de los eventos de
hoy.
James y yo nos sentamos en un cómodo silencio, cada uno bebiendo su té. Miré
por la ventana de la sala, mis pensamientos en otra parte cuando James me quitó la
taza, ahora vacía, de las manos. Levanté la vista de mi aturdimiento, viendo como
James caminaba hacia el área de la cocina y colocaba nuestras tazas en el fregadero.
Cuando regresó, en lugar de tomar asiento, se agachó frente a mí, envolviendo sus
manos alrededor de las mías. La preocupación estaba grabada en las líneas de su
rostro.
―¿Te encuentras bien? ―preguntó. Sentí que me lo estaba preguntando
mucho últimamente. Asentí en silencio antes de soltar mis manos de su agarre.
»Ari, háblame.
Meneé la cabeza. No quería hablar. Solo quería acurrucarme en una bola y
esconderme por un tiempo. James no se movió de su posición y me niveló con una
mirada alentadora, llena de comprensión y paciencia. Finalmente me rompí.
―No he perdido el control de esta forma en un tiempo. Es simplemente...
frustrante ―lo admití, mi voz se apagó.
James asintió con aparente comprensión.
―Mira, todos lo perdemos de vez en cuando.
Meneé la cabeza. ―Tú siempre tienes el control ―le dije, lo cual era cierto.
Nunca había visto a James cambiar de forma a menos que quisiera. Él era el epítome
del autocontrol y yo... bueno, no lo era.
―Ari, lo creas o no, yo también lo pierdo de vez en cuando. Después de todo,
hoy cambié. Está bien. No pienso menos de ti por eso y tú tampoco deberías pensar
menos de ti misma. ¿De acuerdo? ―Asentí. Sé que estaba tratando de hacerme sentir
mejor, pero mi orgullo había sido herido y su cambio no fue una pérdida de control, no
realmente. Se había dado cuenta de que su lobo necesitaba una liberación y se la
proporcionó antes de ponerse en posición de perder el control.
La pérdida de control era algo por lo que mi padre se habría sentido tan
decepcionado. También sabía que no podía regodearme en la autocompasión, así que
recomponiéndome le mostré a James una pequeña sonrisa y asentí.
James se quedó un rato después y charlamos un poco, antes de que se
marchara a casa. Después de que se fue, en lugar de estar cansada como esperaba, me
llené de una energía ansiosa. Después de examinar el reloj y darme cuenta de que era
más de la una de la madrugada, me sorprendió descubrir que estaba completamente
despierta.
Mirando por la ventana de la sala, contemplé lo que sabíamos hasta ahora. Me
tomó dos minutos darme cuenta de que esencialmente me encontraba en el mismo
lugar en el que había estado al principio. No había nada para continuar y si pronto, no
aparecía una pista, el caso se congelaría rápidamente. Dejar afuera al culpable no era
una opción.
Cerrando las cortinas, salté casi un metro en el aire cuando sonó la sirena de mi
teléfono. Recuperando mi teléfono, respondí sin molestarme en verificar el
identificador de llamadas.
―Naveed ―le dije al receptor.
―Señorita Naveed, me disculpo por la hora, pero mi nombre es Jackson Harris
y estoy con HPED. Creo que es probable que tengamos algo de información
relacionada con el caso de Daniel Blackmore.
Me senté en el brazo del sofá y esperé a que continuara. HPED era la División de
Cumplimiento de Derechos Humanos y Paranormales y que me llamaran no era una
buena señal.
»Ha habido otro asesinato con un modus operandi similar. La víctima es un
cambiaformas con una pérdida de sangre significativa, laceraciones en el cuello y
marcas de colmillos en la muñeca.
¡Mierda!
¿Otro ataque de vampiros?
―Voy en camino ―le dije mientras me recitaba las direcciones―. ¿Ya
notificaron a la manada?
―Aún no. Intentamos hacerlo a través de su línea de contacto principal pero no
hemos recibido respuesta.
―Yo me ocuparé de eso ―le dije, ya planeando llamar a James.
―Y una cosa más Naveed ―dijo, justo antes de que colgara el teléfono―. Hay
una segunda víctima.
Apreté el puente de mi nariz. Por la forma en la que lo dijo, supe que fuera
quien fuera la víctima, realmente complicaría las cosas.
―¿Quién es? ―pregunté.
―Un segundo cuerpo fue encontrado a diez metros de distancia perteneciente
a una vampira. El cuerpo ya está convertido en cenizas ya que la víctima se encuentra
completamente muerta, debió haber sido mayor, ya que la desecación fue rápida, pero
antes de que se desintegrara, nuestra gente pudo obtener fotografías de cerca del
cuerpo y los daños.
―¿Causa de la muerte?
―Laceraciones visibles, consistentes con patrones en forma de garras. Causa
final de muerte, el corazón fue extraído del cuerpo.
Golpeé mi cabeza contra mi mano. ¿Esto realmente podía empeorar?
Llegué a Charley, un bar de buceo local, quince minutos después de la llamada.
El área circundante estaba acordonada con cinta amarilla de precaución y un enjambre
de individuos con uniformes negros se arremolinaba alrededor, algunos tomando
muestras del estacionamiento, otros escribiendo en sus cuadernos. El área lucía
desprovista de espectadores. La mayoría de la población de Spokane sabía que cuando
llegaban los problemas, era mejor dispersarse que quedarse en caso de que los
problemas decidieran atacar de nuevo.
Me tomó varios minutos localizar a Jackson, la mayoría de las personas a las
que les pregunté me eludían, demasiado ocupadas en su propio trabajo. Medía un
metro ochenta, era de complexión media y cabello rubio oscuro. Se mezclaba
fácilmente con la multitud, vestía los pantalones azules de HPED estándar, pero cuando
finalmente lo encontré, nos pusimos manos a la obra rápidamente.
Jackson me llevó directamente al primer cuerpo, una mujer joven en su
adolescencia, posiblemente de veinte años. Tenía el cabello largo y rubio, ahora
enmarañado con sangre. Me agaché junto a su forma fría y suavemente giré su cabeza
a la izquierda, luego a la derecha. Buscando cualquier pista que hubieran pasado por
alto. Aunque era similar a Daniel, su garganta estaba visiblemente menos destrozada
que la de Daniel.
Examinando sus muñecas, saqué una pequeña regla y medí la distancia entre las
marcas. Estos eran unos dos centímetros más anchos que los encontrados en Daniel.
Eso era extraño. ¿Podría haber un asesino imitador tan rápido? O quizás quien asesinó
a Daniel trabajaba con un socio o grupo.
Me estremecí visiblemente al pensarlo. Si estábamos rastreando a más de una
persona, sería mucho más difícil encontrar a los culpables. Habiendo llamado a James
de camino a la escena, no me sorprendí cuando sentí que se agachaba a mi lado,
sumergiendo los dedos en el pequeño charco de sangre que se acumulaba alrededor
del cuerpo antes de llevárselos a la nariz e inhalar profundamente. Un empleado de
HPED intentó detenerlo, regañándolo por contaminar la escena del crimen, pero un
gruñido y un destello de colmillo por parte de James envió al hombre en una dirección
diferente. Si la víctima era un cambiaformas, la Manada tenía jurisdicción para gobernar
el caso.
―¿Cambiaformas? ― pregunté.
James asintió. ―Su nombre era Emma, una werelynx que vivía en las afueras de
la ciudad, pero venía de vez en cuando para ir a bares con sus amigos. Era joven, creo
que tenía veintidós años.
—¿Sabes qué hacía aquí? ¿Si estaba con alguien?
James meneó la cabeza. —No, pero llamaré a Ethan, nuestro jefe de seguridad.
Ahora que sabemos quién es, le pediré que interrogue a sus amigas para ver si salieron
con ella esta noche. Me cuesta creer que sus amigas se fueran solas del bar, si hubieran
estado con ella.
—También encontraron el cuerpo de un vampiro. Rebecka será notificada en
breve, pero aparte de las fotografías que los forenses tomaron antes, no tenemos
forma de confirmar la identidad. El cuerpo ya se convirtió en cenizas. Se supone que un
pequeño equipo comenzará a barrer la pila en un recipiente de contención en
cualquier momento.
James maldijo, un gruñido feroz después de su improperio.
—¿Cómo diablos pudo pasar esto? ¿Están seguros de la causa de la muerte de
ambas víctimas? Algo no cuadra aquí Ari.
No podría estar más de acuerdo. Definitivamente, algo andaba mal en este
asesinato en particular. La parte más extraña era que el vampiro se encontrara en este
lugar para empezar. Los cambiaformas y los vampiros tenían una especie de línea
fronteriza y ninguno la cruzaba. Era un acuerdo entre las dos razas y el vampiro que
había perecido se hallaba en el lado equivocado de los proverbiales caminos. ¿Qué
demonios había estado haciendo aquí en primer lugar?
—Si no resolvemos esto, y pronto, vamos a tener una guerra entre la Manada y
el Aquelarre. No habrá forma de evitarlo a este ritmo —dijo James.
Fruncí el ceño. No podíamos permitir que las cosas se intensificaran hasta ese
punto. Independientemente de quién fuera la batalla, todos enfrentarían bajas,
incluidos los humanos.
Le di a James un resumen rápido de las diferencias que había descubierto entre
las lesiones de Emma y las de Daniel, y luego le di algo de espacio para repasar la
escena con sus sentidos de cambiaformas con la esperanza de que captara algo que
todos los demás pudieran haber pasado por alto. La probabilidad era dudosa, ahora
que tanta gente había pasado por el espacio. Sería difícil para James identificar algo en
particular, pero aun así valía la pena intentarlo.
Jackson se había dirigido en dirección a uno de los vehículos de HPED mientras
James y yo hablábamos, así que lo seguí al tiempo que una sombra oscura a mi
derecha llamó mi atención. Miré en la dirección de la forma y noté que la figura se
movía, retrocediendo hacia el callejón oscuro del que provenía.
Sacando mis dagas, caminé cautelosamente hacia la boca del callejón,
asegurándome de mantener mis ojos en la forma ahora quieta y en las sombras.
Cuando me acerqué, grité—: ¡Muéstrate! —Sorprendentemente, lo hizo.
Una conmoción me atravesó al reconocerlo, cuando me encontré cara a cara
con el hombre con el que me había topado afuera de mi apartamento el otro día. Con
el ceño fruncido, consideré cuál podría ser su participación. Una lenta sensación de
zumbido comenzó en la parte posterior de mi cráneo mientras lo estudiaba desde mi
posición.
»¿Qué haces aquí? —pregunté.
Miró a lo lejos, como si estuviera debatiendo qué decir antes de volver su
mirada a la mía.
—Te estoy cuidando —dijo, encogiéndose de hombros. Genial, tengo un
acosador loco. Justo lo que necesitaba.
—No necesito que nadie me cuide y no te conozco, así que ¿por qué no dejas
de hablar y me dices por qué estás realmente aquí?
Sentí que mi temperatura aumentaba a medida que mi irritación se apoderaba
de mí, pero aún dentro de un rango de control, me permití sentir el calor rodando por
mi cuello y hombros. La sensación era relajante, aunque el zumbido insistente en mi
cabeza dificultaba la concentración.
—Sabes, puedo ver el fuego dentro de ti. Incluso ahora, cuando está enterrado
profundamente debajo de la superficie, tus ojos todavía tienen ese brillo anaranjado.
Con la boca y los ojos muy abiertos, di un paso atrás involuntariamente. ¿Cómo
lo sabía? La conmoción me recorrió, rápidamente reemplazada por una sacudida de
miedo ante las implicaciones. Mi padre me había enseñado a mantener en secreto mis
habilidades. Él había dicho que mis poderes, si caían en las manos de la persona
equivocada, podrían tener consecuencias catastróficas y tenía razón. A lo largo de los
años, me he mudado cada vez que alguien descubre lo que puedo hacer. Mike y James
son la excepción. La gente siempre quiso usarme a mí y a mis habilidades para
promover sus objetivos, y yo no era de los que permitían que me usaran como un
peón.
Un millón de trenes de pensamientos pasaron por mi mente. Repasando cada
instancia en la que había usado mis habilidades, examinando mi entorno cada vez para
ver si me había perdido algo, si encontraba a alguien mirándome. Incluso si alguien me
hubiera visto, deberían sospechar que soy una bruja, nada más. Nada diferente. Las
brujas tenían la capacidad de jugar con los elementos hasta cierto punto.
»Te estás preguntando cómo lo sé, ¿verdad? Si me topé contigo un día cuando
fuiste imprudente… —no me molesté en responder, demasiado estupefacta para saber
qué decir.
»No fuiste imprudente, Aria —Me dijo—. Pero sé que eres un Psyker porque yo
también lo soy. —Y luego, sin más explicaciones, abrió las palmas de las manos y me
mostró tres pequeñas esferas de metal. Antes de que pudiera parpadear, los tres
flotaron en el aire unos centímetros por encima de su palma. Rápidamente empezaron
a girar en el sentido de las agujas del reloj y mi mirada quedó paralizada en su
movimiento.
Demasiado rápido, soltó cualquier agarre que tenía en las esferas y cerró la
mano de golpe, escondiéndolas mientras metía la mano en el bolsillo de su abrigo.
—No eres como yo. —Fue el primer pensamiento que salió de mi boca e
interiormente maldije mi estupidez. Decirle que no era como yo solo confirmaba que
yo no soy humana. Así se hace, Aria.
—No, no exactamente. Eres un pirocinético, yo soy un telequinético. Nuestras
habilidades son diferentes en cómo funcionan y en lo que podemos hacer con ellas,
pero somos Psykers. Ese zumbido en tu cabeza que escuchas —dijo—, lo escuchas
porque estoy cerca de ti. Cada vez que un Psyker anda cerca, aparece un leve zumbido,
alertándote de que hay otro cerca.
Bueno, esa ciertamente habría sido una buena información para saber. Podría
haber evitado conocer a este tipo en primer lugar.
Escuché a James llamándome por el nombre en la distancia.
—Mira, yo un... —Lanzo una mirada por encima de mi hombro—. Tengo que
volver —Le dije, alejándome lentamente del callejón. Él rió.
—Adelante, huye.
—No estoy huyendo —espeté.
—Seguro que no. —Lo miré. Tal vez sí estaba huyendo, pero ¿qué se suponía
que debía hacer? Un extraño me acaba de decir que tiene poderes de Psykers. No sabía
quién era ni a qué organización pertenecía, pero fuera lo que fuera, no podía ser
bueno. Mi padre me había advertido cuando era niña que evitara a los Psykers y yo iba
a seguir ese consejo.
—Mira, no estoy huyendo y fue un placer conocerme… —Espera, ¿ni siquiera
sabía su nombre?
—Inarus —dijo. ¿Espera, qué? Lo miré confundida—. Te estabas preguntando
cuál era mi nombre, es Inarus.
De acuerdo, eso fue espeluznante. ¿Era un lector de mentes o algo así?
—Y para responder a tu próxima pregunta, no. No puedo leer tu mente. Solo
pensé que querrías saberlo.
—Bien —dije, el escepticismo pesado en mi tono mientras me giraba para irme.
—Mira, si quieres, ¿por qué no tomamos café alguna vez? Podemos hablar.
—Seguro —le dije, desestimándolo con un gesto—. Alguna vez —Necesitaba
alejarme de él, no acercarme. No había manera en el infierno de que me encontrara
con él en ningún lugar en el futuro previsible. Hice una retirada apresurada, dejando a
Inarus de vuelta en el callejón oscuro. Cuantos más pasos daba, más débil se volvía el
zumbido en mi cabeza hasta que finalmente cesó.

—¿Descubriste algo? —le pregunté a James mientras me acercaba. James negó


con irritación, todo su enfoque en la escena frente a nosotros. No me sorprendió que
no hubiera percibido mi breve ausencia. Cuando iba de caza, se concentraba
completamente.
—No, toda el área está cubierta con una fina capa de matalobos, no puedo oler
nada. —Consideré contarle sobre mi extraño encuentro cuando asimilé sus palabras.
—¿Matalobos? —pregunté, necesitando la confirmación. James asintió de
nuevo—. ¿Por qué habría matalobos por aquí?
—Tu conjetura es tan buena como la mía, pero alguien la agregó y se aseguró
de cubrir no solo los cuerpos, sino también un perímetro que se extiende diez metros
en cada dirección. Esto huele cada vez más a una trampa, Ari —dijo en un tono
sombrío.
Reflexioné sobre todo lo que sabía por un momento. Daniel Blackmore había
desaparecido hace poco más de dos semanas. Cuando encontramos su cuerpo, tenía
dos marcas de colmillos en la muñeca, una garganta cortada y su cuerpo mutilado
había sido arrojado no lejos de la frontera invisible que separaba los territorios de la
Manada y el aquelarre. La muerte de Emma se veía similar: garganta cortada, marcas de
colmillos, pero la suya fue causada por un vampiro diferente y su cuerpo estaba en
mejores condiciones que el de Daniel. Aparte de la garganta cortada y las marcas de
colmillos, su cuerpo lucía impecable. Sin huesos rotos ni carne desgarrada.
Los colmillos tampoco se ensanchan en la boca de un vampiro, por lo que la
probabilidad de que el asesino de Daniel fuera el mismo que el de Emma era dudosa.
De nuestra tercera víctima no teníamos mucho. Aparte de ser una vampira, de edad
desconocida, nombre desconocido. Y la causa de la muerte era consistente con un
animal o un ataque de cambiaformas. El ultimo pensamiento me hizo detener.
—James.
—¿Qué? —preguntó, sin molestarse en levantar la vista de su posición
agachada en el suelo.
—¿Emma podía mantener la forma de guerrera? —pregunté. No era experta en
cambiaformas, pero sabía que, si uno de ellos moría con su forma animal, no volvía a
ser humano; seguían siendo animales. Sin embargo, si un cambiaformas moría mientras
estaba en forma de guerrero, volvían a ser humanos. Si Emma no podía mantener una
forma de guerrera, entonces era dudoso que hubiera podido causar las heridas de
nuestra otra víctima.
James meneó la cabeza. —No, era demasiado joven para haber adquirido la
habilidad. Solo podía cambiar a su bestia completa.
—¿Hay alguna manera de saber si Emma se volvió, ya sabes, peluda o no? ¿Y si
cambió antes de su muerte?
James arqueó una ceja. —¿Qué estás pensando, Ari?
Comencé a caminar por la calle, dejando que mis pensamientos salieran de mi
boca. —Creo que todo esto fue una trampa. Que tal vez Emma y quienquiera que sea
nuestro vampiro desconocido no tuvieron ningún tipo de altercado. Jackson me
mostró las fotos del cuerpo antes de que se convirtiera en cenizas, sin lugar a duda,
tiene marcas de garras y el corazón había sido arrancado del pecho de la víctima, pero
¿y si Emma no fue la que lo hizo? ¿Y si nuestro vampiro desconocido tampoco mató a
Emma?
Los ojos de James se iluminaron. Estaba siguiendo mi línea de pensamiento.
»¿No te das cuenta? —continué—. ¿Por qué si no, alguien rociaría el área con
matalobos? Alguien está tratando de cubrir sus huellas, pero esto —dije, agitando los
brazos en dirección a los dos cuerpos—. Esto grita que fue arreglado, y si Emma no
puede mantener una forma de guerrera, ¿cómo mató a nuestra víctima vampiro y
luego murió en forma humana?
James asentía y los engranajes en mi mente giraban. El sonido de los motores
de los vehículos arrancando me llamó la atención y James y yo observamos el HPED
comenzando a moverse.
¿Qué demonios?
—¿Que está pasando? —le pregunté a Jackson, corriendo hacia él mientras se
subía a su todoterreno negro.
—Nos han pedido que nos vayamos. Este no es un problema humano, así que
vamos a retirarnos —dijo.
Tienes que estar bromeando. —¿Qué pasa con los cuerpos? —pregunté,
indicando la escena. Jackson se encogió de hombros.
—La mitad del vampiro ya se ha ido, el resto desaparecerá con la brisa por la
mañana y tu amigo allí —dijo, indicando a James—, se ocupará de la chica
cambiaformas.
Apreté los dientes. Esto era tan típico del HPED. Aparecían para analizar las
cosas y luego, si no era un trabajo rápido y fácil, lo abandonaban y seguían adelante.
Por eso había tantos crímenes en nuestra ciudad, por eso las cosas aún no se habían
estabilizado después del Despertar. Nadie quería ensuciarse las manos.
Yendo hacia donde James de nuevo, lo puse al tanto. Con una maldición llena
de disgusto, sacó su celular y marcó un número. Supuse que estaba llamando a la
Manada para que recogieran el cuerpo de Emma. Todavía frustrada por la situación, fui
y saqué mi kit protector de mi camioneta. La caja de acero de metro y medio por
noventa centímetros albergaba prácticamente todo lo necesario para recopilar
pruebas. Además del estuche, saqué un recipiente de vidrio del tamaño de un galón y
una mini aspiradora a batería. Nunca podías estar demasiado preparado. Con mis
artículos en la mano, los arrastré hasta los restos del vampiro y comencé a abrir mi
estuche y a desenroscar el recipiente del frasco de vidrio.
—¿Qué haces? —preguntó James por encima de mi hombro, habiendo
terminado su llamada.
—Limpio —dije mientras me ponía un par de guantes de goma. Miró mi mini
aspiradora con escepticismo. Probablemente era de mal gusto aspirar a los muertos,
pero bueno, no es como si tuviera muchas opciones y, francamente, una aspiradora iba
a ser mucho más efectiva en comparación con una escoba y un recogedor.
—¿Qué dijo la Manada? —pregunté, sacando varias varillas de luz química de
mi estuche y rompiéndolas hasta que me ofrecieron un brillo tenue. Coloqué una
dentro del frasco de vidrio y coloqué las otras dos cerca de la pila de restos cubiertos
de ceniza. Las barras luminosas hacían poco para iluminar el espacio, lo que me
obligaba a confiar en las tenues luces de la calle, pero lo que hacían era proyectar los
restos del vampiro con un brillo azul separándolos de la suciedad y los escombros
típicos para que no se perdiera nada.
—Devin y Brock están a cinco minutos. Van a venir a buscar el cuerpo y luego
se supone que debo ir a informarle a Declan.
Asentí al tiempo que usaba un pequeño palo de madera para hurgar en los
restos. James hizo un sonido de tos mezclado con una arcada y me di la vuelta para
mirarlo, con una sonrisa irónica en mi rostro.
—¿Estás bien, amigo? —me burlé.
—Eso es repugnante —dijo.
—Es parte del trabajo —le dije. James arrugó la cara y retrocedió unos pasos.
Pequeñas partículas del cuerpo del vampiro se habían elevado y flotaban
inquietantemente en el aire. Examinando los restos, saqué varios trozos de hueso
demasiado grandes para que mi aspiradora los succionara y los arrojé al recipiente de
vidrio. El hecho de que quedaran grandes restos significaba que el vampiro no era tan
viejo. No más de cincuenta años como muerto viviente. Mientras continuaba
tamizando, sonó el rugido de un vehículo y James y yo miramos en dirección a la
Hummer que se acercaba. El vehículo se estacionó a unos metros de nosotros y
salieron dos hombres grandes.
El conductor vestía vaqueros ajustados que se adherían a sus muslos y una
camiseta azul marino que mostraba su enorme volumen y hombros anchos. Con una
expresión sombría, se dirigió hacia nosotros y, si tenía que adivinar, parecía tener unos
treinta años. El pasajero era más joven, de unos veinticinco años como mucho, con
rasgos juveniles, boca llena y miembros largos que aún no se habían llenado por
completo. Los dos hombres se acercaron en silencio. James inclinó la cabeza hacia
ambos, ofreciendo un pequeño saludo antes de llevarlos hacia el cuerpo de Emma.
Continué con mi trabajo, observando a los tres hombres por el rabillo del ojo
mientras levantaban el cuerpo y la colocaban suavemente en una bolsa azul para
cadáveres antes de subirla a la parte trasera de la camioneta. El más joven de los dos
recién llegados vertió un líquido blanco donde había estado el cuerpo que
chisporroteó ante el contacto. Se formaron burbujas blancas mientras destruía
cualquier parte de la sangre o los fluidos corporales que pudieran haber quedado.
El virus de la licantropía era altamente contagioso y esa era una de las muchas
razones por las que la población humana les temía a los cambiaformas y por qué varios
de los miembros de HPED habían estado evitando el cuerpo. Los humanos no se
habían dado cuenta de que no era una mordedura de cambiaformas lo que los
convertiría, era la contaminación de sangre a sangre. Es una de las razones por las que
nunca encontrarás a un cambiaformas donando sangre. Debido a la posibilidad de
infección, cada vez que se derramaba sangre de cambiaformas, hacían todo lo posible
para eliminar la posible propagación del virus. LVP era una sustancia líquida que
mataba al virus fuera del huésped. La licantropía tenía una ventana de infección de una
hora. Una vez que la sangre expiraba, el virus moría, pero como James no se iba a
quedar a vigilar el lugar, la Manada se aseguraba de que nadie pasara por allí mientras
aún estuviera activo.
Con su tarea completada, el conductor volvió a su auto y se fue mientras James
caminaba una vez más en mi dirección.
—Brock vendrá conmigo porque voy a regresar al complejo. ¿Cuánto más
tardarás? —preguntó.
—Un rato más —le dije—. Ustedes dos adelántense, estaré bien.
James pareció en conflicto por un momento.
»Ve —dije de nuevo, indicándole que se fuera—. Soy una chica grande, puedo
cuidar de mí misma.
Suspiró. —Bien, pero llámame cuando te vayas ¿de acuerdo?
—Sí mamá —dije con una risita.
––Jaja, muy graciosa.
Vi cómo James y Brock se dirigían hacia el Mustang y después de retirar el
último trozo de hueso del montón, saqué mi mini aspiradora y comencé a aspirar los
restos cenicientos. El sonido de la aspiradora ahogó los ruidos de la ciudad mientras
tarareaba una melodía silenciosa, asegurándome de atrapar todas las partículas. Tuve
que vaciar el contenedor de la aspiradora en el frasco de vidrio tres veces antes de
finalmente aspirar todo. James ya se había ido hace mucho tiempo y las calles estaban
tranquilas, el área vacía en las primeras horas de la mañana. Eché un rápido vistazo a
mi reloj, solo faltaban tres horas para el amanecer y un bostezo me recordó que
apenas había dormido. Saqué una pequeña botella de lejía y la vertí sobre el concreto
donde antes había estado el cuerpo, asegurándome de cubrir el área de manera
uniforme y llenar un perímetro un poco más grande por si acaso. El vampirismo no era
contagioso como la licantropía, de hecho, tenías que ser mordido, varias veces en
realidad, pero las partículas de un cadáver seguían siendo las partículas de un cadáver.
Mientras volvía a enroscar la tapa del contenedor, sentí que se me erizaban los pelos
de la nuca. Tiré mis suministros de vuelta a la caja de metal, permitiendo que el instinto
me guiara.
No estaba sola.
Sin ser demasiado obvia traté de escanear mis alrededores mientras me
ocupaba de la caja. Con todo de vuelta en su lugar, rápidamente la cerré, tomé mi
aspiradora y la llevé de regreso a mi pequeño Civic, todo mientras mantenía los ojos
atentos a los problemas.
Mi Honda no era nada espectacular por fuera, pero lo había personalizado para
que sobreviviera a casi cualquier tipo de asalto. Las ventanas eran de vidrio a prueba
de balas de unos milímetros de espesor y el marco había sido reforzado, revestido con
una armadora de gran movilidad, incluso la parte inferior, dejándolo virtualmente
indestructible. Mi pequeño Civic podía enfrentarse a un tanque y aunque el tanque
probablemente ganaría, mi auto le ofrecería una buena resistencia. No podrías
conseguir un auto más resistente. Si podía llegar a mi auto, quienquiera que me
estuviera acechando durante la noche no tendría la oportunidad de atacarme. La
sensación de estar expuesta aumentó y casi dejé caer la caja de metal en mi prisa por
llegar a mi auto. Traté de deshacerme de la sensación de malestar mientras aceleraba
el paso. Finalmente llegué y rápidamente abrí el maletero, arrojando dentro la caja y
aspiradora antes de correr hacia el lado del conductor. Con mi mano en la manija de la
puerta, una ola de alivio me inundó justo antes de…
¡Crack!
Mi cabeza se sintió como si estallara. Mi cráneo conectó con la parte superior de
mi auto y mi visión se volvió borrosa. Luché para mantenerme erguida mientras el
mundo comenzaba a girar a mi alrededor. Me apoyé contra el Civic tratando de
recuperar el equilibrio cuando otro golpe en mi cabeza me hizo tropezar hacia atrás,
lejos de la seguridad de mi vehículo.
Mierda.
Intenté llamar al fuego y apuntar a mi atacante, pero la cabeza me dolía
demasiado como para enfocarme en algo. Me quedé sin aire en los pulmones cuando
mi atacante aterrizó una patada en mis costillas. Escuché el sonido distintivo de un
hueso rompiéndose y supe que al menos una de mis costillas se había fractura. Me
agarré el estómago jadeando por respirar. Respirar se volvió más y más difícil.
—¿Qué quieres? —pregunté.
No obtuve respuesta.
Fui arrojada contra el pavimento y luché por sentarme. Escuché una risa
claramente masculina. El suave sonido de sus pasos contra el asfalto se hizo más fuerte
a medida que se acercaba a mi forma tendida. Respiré hondo varias veces tratando de
calmarme y concentrarme. Mi cabeza se sentía como si mil pequeñas personas
estuvieran martillando en el interior. Rodé hacia mi costado arañando el asfalto en un
intento por no colapsar. Mi atacante se agachó frente a mí. Agarrando mi barbilla,
inclinó mi cabeza hacia arriba. Unos brillantes ojos carmesí resplandecieron con
amenaza cuando se encontraron con mi mirada. Sonrió, sus colmillos eran evidentes
ahora que estaba de cerca. Vampiro. Esto no era Bueno. ¿Por qué un vampiro me
estaba atacando?
—Es una pena —dijo en un tono rico y culto que era como terciopelo a lo largo
de mis sentidos. Podía sentir la compulsión y luché contra el efecto adormecedor que
su voz tenía en mí.
Hizo mi cabeza hacia un lado exponiendo la sensible piel de mi cuello. Luché
para alejarme, pero me tenía agarrada muy fuertemente. Traté de alcanzar mis dagas,
pero fue inútil. El ángulo en el que me sostenía me tenía indefensa. Podía sentir su
cálido aliento acariciando mi cuello. Inhaló profundamente y bajó la boca.
»Shhh… no luches contra esto —susurró. Sentí que mis músculos se relajaban
en contra de mi voluntad mientras mi mente entraba en pánico.
Pasó su lengua por la columna de mi cuello. La sensación causando que mi
estomago se revolviera. El roce de sus colmillos contra mi piel sensible me sacudió de
su control y luché contra su agarre, mi fuego finalmente salió a la superficie mientras
mi temperatura subía, pero no lo suficientemente rápido. Se rió entre dientes y justo
cuando las llamas comenzaron a lamer mi piel en una suave caricia, sentí que mi
atacante se apartaba de mí. Giré la cabeza bruscamente para ver qué había pasado y
sentí un dolor agudo disparándose en mi cráneo. Jadeando, respiré profundamente y
volteé la cabeza lentamente mientras miraba a través de un delgado velo de llamas. Mi
atacante se encontraba en el suelo. Desplomado contra un edificio de ladrillos, una
herida en el costado de su cráneo sangraba profusamente y un enorme agujero en su
pecho. Sus ojos se habían oscurecido, se habían vuelto de un rojo apagado. El
resplandor ya no era visible.
Inarus se encontraba de pie ante él, como un ángel vengador, sosteniendo una
masa roja pulsante de carne en su mano extendida.
Oh, Dios mío, era un corazón. ¡Le había arrancado el corazón! Traté de entender
eso. Literalmente había arrancado el corazón del cuerpo del vampiro. ¿Cómo lo había
hecho? Luchando por sentarme, acuné mi estómago. Ahora el dolor me estaba
golpeando con toda su fuerza mientras la adrenalina desaparecía. Gemí y mi cabeza
comenzó a dar vueltas; me tambaleé en donde estaba sentada. Al menos si colapsaba,
la caída sería más corta.
Inarus se volvió ante el sonido de mi gemido de dolor. Sus ojos resplandecieron
de un azul brillante y tenía una expresión sombría. Al mirar hacia abajo, pareció darse
cuenta de que aun sostenía el corazón del vampiro. Lo dejó caer, caminó hacia mí y se
agachó.
—Aria, llama a tu fuego de vuelta —dijo, sus ojos clavados en los míos. Luché
por unos momentos para comprender lo que me decía. Me di cuenta de que pequeñas
llamas seguían lamiendo mi piel. Con visible esfuerzo, respiré hondo tirando de mi
fuego hacia dentro con una exhalación. Inarus puso sus palmas a cada lado de mi cara.
Su piel se sentía fría en comparación con mi piel sobrecalentada y me incliné un poco
hacia su agarre, disfrutando de la comodidad que me daba su toque.
—¿Te encuentras bien? —preguntó.
Intenté hablar, pero el dolor me consumió. Contuve las lágrimas que
amenazaban con formarse en las esquinas de mis ojos. Pareció comprenderlo. Tan
cuidadosamente como era posible me tomó en sus brazos. El movimiento haciendo
que mi cuerpo gritara en protesta. Jadeé audiblemente, apenas conteniendo un sollozo
de agonía. Mordí mi mejilla hasta que probé sangre, tratando de soportarlo.
»Lo sé. Lo siento mucho, Aria —susurró en mi cabello mientras se elevaba a su
altura completa, mi cuerpo acurrucado en sus fuertes brazos—. Esto va a doler un
poco. Sin embargo, tratare de ir los más lento posible, ¿de acuerdo?
Asentí y le permití que me llevara a mi Civic. Preguntándome de forma ausente
por qué estaba permitiendo que me ayudara un completo extraño. Abriendo
cuidadosamente la puerta, me ayudó con suavidad a entrar antes de dar la vuelta y
subirse al asiento del conductor.
»¿Llaves? —preguntó.
Saqué las llaves del bolsillo y se las entregué con los dedos temblorosos.
Cuando sus dedos rozaron los míos, levanté los ojos, su mirada encontrándose con la
mía. Frunció los labios. Parecía enojado, pero sabía que su enojo no estaba dirigido a
mí.
Sin decir una palabra, puso en marcha el motor y salió del estacionamiento. No
tuve la oportunidad de preguntar a donde me estaba llevando antes de que la
oscuridad me reclamara.
Me desperté con la sensación de un paño húmedo pasando por mi abdomen.
Con un gemido lleno de dolor, abrí los ojos para encontrar a Inarus inclinado sobre mi
cuerpo boca abajo, con una toalla tibia en la mano. Gentilmente pasaba la tela por mi
cuerpo, limpiando la suciedad y la mugre de los eventos de esta noche, o más
exactamente, de esta mañana. Lo vi concentrarse en mi cuerpo, sus ojos nunca se
apartaron de su tarea. Parecía prestar especial atención a la hoja tatuada sobre mi
cadera derecha, una pregunta evidente en su mirada pero que nunca hizo. Me
pregunté si podía notar que tenía propiedades mágicas.
Noté que mis brazos ya estaban limpios. Cuando terminó de limpiar mi piel,
dejó caer el paño en un pequeño recipiente lleno de agua y luego me miró. Sus ojos
habían vuelto a tomar un suave color gris azulado que me recordaba a los cielos
tormentosos.
—Necesito presionar tu estómago para ver cuánto daño te hizo. Esto puede
doler un poco —me dijo con voz tranquila.
Asentí y me preparé mientras él suavemente empujaba, pinchaba y tocaba mi
estómago. Al principio, el dolor era soportable, pero a medida que sus dedos subían
más alto, ya no pude quedarme callada. Jadeé cuando empujó una vez más, sus dedos
clavándose en mi piel. Las lágrimas silenciosas se escaparon de mis ojos y me enfurecí
conmigo misma por dejarlas salir.
—Tienes una costilla rota —me dijo—. Lo más probable es una conmoción
cerebral también a juzgar por el tamaño del hematoma que florece en tu frente.
Extendí la mano y toqué mi cabeza. La piel se sentía sensible y se estaba
formando una tumefacción sobre mi ojo derecho. Pasé mis dedos suavemente sobre
mi cráneo sintiendo varios más. Definitivamente tenía una conmoción cerebral, mi
visión estaba borrosa y me sentía aturdida incluso mientras me encontraba acostada.
Inarus tomó la tela una vez más y escurrió el exceso de agua antes de pasarla con
cuidado por mi mejilla. El agua ardió levemente mientras limpiaba la sangre de un
corte abierto. Mojó el paño de nuevo, esta vez limpiando la sangre de mi labio inferior.
Podía sentir la abertura en el centro, pero el dolor no parecía registrarlo en ese
momento. Inarus lucía completamente concentrado en limpiar mis heridas. Su mirada
se clavó en la mía. Luché contra el impulso de inquietarme. Si mi proximidad no lo
afectaba, entonces no permitiría que la suya lo hiciera conmigo.
Completando su tarea con fría indiferencia, colocó el trapo en el cuenco y lo
dejó a un lado antes de alcanzar mis botas y desatarlas con suave eficacia. Quitándolas
suavemente, los colocó junto a la cama en la que estaba descansando. Una cama que
ciertamente no me pertenecía.
»¿Te encuentras bien? —preguntó.
—Estoy bien. Gracias —le dije. Mi voz se apagó ligeramente por mi labio
hinchado.
Pareció considerar mi respuesta. Ambos sabíamos que estaba lejos de
encontrarme bien. Una costilla rota, una conmoción cerebral y varios cortes y
magulladuras no equivalían a estar bien, pero después de un momento de silencio
asintió.
—¿En dónde estoy? —pregunté.
Inarus me mostró una pequeña sonrisa que hizo que mi corazón se acelerara
patéticamente. Gah, ¿qué me pasaba? Tal vez había experimentado un traumatismo
craneoencefálico más severo de lo que pensaba.
—Estás en mi apartamento. No estaba seguro de cómo te sentirías con respecto
a un hospital, así que esta era la mejor opción. —Agradecí a mi estrella de la suerte que
no me hubiera llevado a ninguna de las instalaciones médicas de mierda que la ciudad
llamaba hospitales. Los centros de pruebas se parecían más a eso. Realmente no
ayudaban a los enfermos ni a los heridos. No, los médicos eran más como científicos
locos, enfocados en sus experimentos, especialmente en cualquiera que mostrara
signos de ser más que humano. En realidad, nunca antes había analizado mi propia
sangre para ver qué resultaba, pero tenía la sensación de que mi ADN era un poco
diferente del Homo sapiens promedio y no era de las que corrían riesgos innecesarios.
—Gracias —le dije, y lo hice sinceramente. Me recorrió un escalofrío al pensar
en cómo sería si me hubiera llevado al Hospital River Park o, peor aún, al Hospital Holy
Trinity. No llevaría un perro hasta allí ni aunque se estuviera muriendo. Permitir que el
animal muriera probablemente sería la opción más humana.
—No hay problema, además, me debes una taza de café. ¿Recuerdas? —Sonrió
ampliamente y me entregó una taza de café humeante que no había notado antes.
Colocando la taza caliente en mis manos, inhalé, ignorando el dolor en mi pecho por
mis heridas. El café puede arreglar esto, el café puede arreglar cualquier cosa. Le sonreí
en agradecimiento y tomé un sorbo antes de darme cuenta de que mi boca no quería
cooperar. Maldito labio partido.
Inarus me entregó una pajita, una sonrisa en su rostro y cerré los ojos con alivio
mientras tomaba mi primer sorbo. El sabor embriagador explotó en mis papilas
gustativas. Gemí de placer y me hundí de nuevo en las almohadas.
Se rió entre dientes, pero no me molesté en abrir los ojos. En cambio, tomé otro
sorbo, permitiendo que el líquido fluyera a través de mí como si fuera una vía
intravenosa conectada directamente a mis venas. Oh, necesitaba esto.
—¿Supongo que te gusta el café? —preguntó Inarus. Abrí un ojo, le lancé una
mirada molesta, luego lo cerré una vez más y tomé otro trago.
—No existe tal cosa como simplemente que te guste el café —le dije entre
sorbos—. Amo el café más de lo que un vampiro ama la sangre, es esencial para mi
supervivencia. —Rió de nuevo.
—Necesito envolver tus costillas —dijo, alcanzando una pila de vendas. Me
enderecé, levantando el dobladillo de mi camisa para exponer mi caja torácica y dejé
mi café a un lado. Inarus envolvió hábilmente el vendaje alrededor de mi cuerpo y
respiré profundamente cada vez que su mano rozaba mi piel sensible. El dolor de
sentarme era insoportable, pero me mordí la mejilla y me quedé callada hasta que
terminó. Tener el vendaje en su lugar sorprendentemente quitó algo de presión. Inarus
me ayudó a recostarme en la cama y agarré mi café una vez más. Tomé un trago
profundo, abrí los ojos y me di cuenta de que mi taza ahora estaba vacía; fruncí el
ceño.
—Toma, esto hará más por ti que el café —dijo. Miré las tres píldoras blancas
que descansaban en la palma de su mano.
—¿Qué son? —pregunté, mirando las pastillas con escepticismo. Me entregó
una botella pequeña y le di la vuelta en mi mano libre para leer la etiqueta.
Acetaminofén con codeína. Santo infierno, ¿cómo consiguió esto? Sin pensarlo más, le
quité las pastillas de la mano y me las tragué.
—Es solo un analgésico —me dijo.
¿Cómo diablos consiguió un analgésico? Bastardo suertudo. El Despertar había
sido el fin de la mayoría de las grandes compañías farmacéuticas, al menos aquellas
que habían sido financiadas principalmente por el gobierno, por lo que cualquier tipo
de medicamento era un hallazgo raro y probablemente costaba una fortuna. En lugar
de tener algunas pastillas escondidas en caso de una emergencia como la mayoría de
la gente hacía, él tenía una maldita botella entera.
—Duerme un poco —me dijo, tomando el frasco de pastillas—. Me aseguraré
de venir a revisarte cada tanto.
Ya podía sentir los efectos de la medicación. En lugar de sentir un dolor de
cabeza, me sentí ligera, aireada, casi como si estuviera flotando fuera de mi cuerpo. Le
di a Inarus una sonrisa tonta.
—Necesito irme a casa —le dije, balanceando mis piernas sobre el costado de
la cama mientras me sentaba una vez más. Apretando los dientes para contener el
jadeo de dolor en mi interior, cerré los ojos, dándome un momento para recuperar el
aliento y superar el sufrimiento. Solo unos minutos más y el analgésico entraría en
acción hasta el final y entonces estaría lista para comenzar.
—Aria, no vas a ir a ninguna parte. Estás herida. La conmoción cerebral por sí
sola es razón suficiente para que no debas estar sola.
Lo sabía, pero me sentía atrapada. No quería necesitar a nadie, y aunque Inarus
parecía agradable y todo eso, era un extraño y un Psyker. No podía confiar en él. Lo
que necesitaba era la comodidad de mi propia cama y estar sola para poder repasar los
eventos de esta noche. Simplemente no podía entender el ataque.
Lo miré con expresión amotinada. No podía obligarme a quedarme aquí. Si el
endurecimiento de sus rasgos era una indicación, él también lo sabía, aunque imaginé
que lo intentaría.
—Te vas a quedar —dijo con los dientes apretados.
—No. No. Lo. Haré —anuncié, asegurándome de que me escuchara con
claridad.
Me puse de pie lentamente y miré con los ojos entrecerrados mientras Inarus
retrocedía unos pasos. Mis extremidades temblaban y mi cabeza daba vueltas por el
esfuerzo de mantenerme consciente. Todo lo que tenía que hacer era llegar a mi
apartamento. La puerta que conducía a la libertad se encontraba a solo unos pasos de
distancia.
Puedo hacer esto, me dije a mí misma, respirando por la boca, esperando que
mi visión se aclarara. Inarus se quedó de pie a un lado. Con los brazos cruzados sobre
su pecho. No habría ayuda de él. Di un paso tentativo y el mundo se inclinó. Un
segundo antes de que aterrizara en el piso alfombrado, él estaba allí para atraparme.
Me acomodó en sus brazos y se levantó, acunándome tiernamente contra su pecho.
»Bájame. —El sonido de mi propia voz hizo que me encogiera por dentro.
Sonaba quejumbrosa y patética incluso para mis propios oídos.
Me ignoró, por supuesto, recostándome sobre las frías sábanas de la cama. Se
sentó a mi lado, hundiendo el colchón a mi derecha.
—Te vas a quedar —reiteró.
Lo fulminé con la mirada.
—No puedes obligarme —espeté.
—Tienes razón, pero puedo esperar a que te duermas. Una de las píldoras que
te di es probable que haya sido un sedante —admitió, con una sonrisa astuta curvando
sus labios.
¿Qué? Bastardo, me drogó. Sabía que no podía confiar en él. ¿Dónde diablos…?
El pensamiento se desvaneció cuando la habitación comenzó a oscurecerse.
—Deja de jugar con las luces —dije mientras mis ojos comenzaban a cerrarse
lentamente. El impulso para ceder era fuerte y me encontré hundiéndome más en el
calor y la comodidad que proporcionaba la cama.
—Descansa un poco —escuché que decía su voz distante, una mano tocó
suavemente mi mejilla, deslizándose por mi cuello antes de alejarse—. Estaré aquí
cuando despiertes.
Me desperté con un zumbido insistente.
Bzzp.
Bzzp.
Bzzp.
Sin molestarme en verificar el identificador de llamadas, respondí con un
gruñido. —Hola.
—Aria, ¿dónde diablos estás? —fue la respuesta airada que recibí. Mi cerebro se
sentía lento mientras trataba de dar una respuesta coherente—. Estoy en la cama. ¿Tú
dónde estás?
—Estoy en tu apartamento y está vacío. Así que volveré a preguntar, ¿dónde
diablos estás? Se suponía que anoche me llamarías. ¿Tienes idea de lo preocupado que
he estado?
Escuché pasos acercándose y levanté la mirada hacia el sonido de la voz de
Inarus. —Oye, ¿estás despierta? —dijo desde la puerta.
—¿Quién es ese que está ahí contigo? —gruñó James en el teléfono.
—¿Quieres algo para desayunar? —preguntó Inarus, con una sonrisa en su
rostro. Oh, estaba disfrutando esto.
—¡¿Quién diablos es ese Aria?! —Dios mío, James me estaba llamando Aria, no
Ari. Eso significaba que estaba realmente enojado. Ahora gritaba, un sonido
retumbante distintivo emanando del receptor. Alejé el teléfono de mi cabeza solo para
entender sus palabras. Menos mal que no estaba aquí ahora.
Meneé la cabeza en respuesta a la pregunta de Inarus y, entendiendo el
mensaje, se retiró silenciosamente por donde venía.
—Aria, ¿me vas a decir qué diablos está pasando? ¿Estás con algún chico ahora
mismo?
Podía sentir mi frustración creciendo. ¿Quién diablos se creía que era, mi
guardián?
—Mira, no es que sea de tu incumbencia —espeté—pero estoy en casa de un
amigo. Te llamaré más tarde. —Cerré mi teléfono celular de golpe, cortando cualquier
respuesta que pudiera haber tenido y apoyé mi cabeza en mi almohada.
Bueno, eso había salido bien. Con un suspiro, miré alrededor de la habitación,
notando detalles que no había visto la noche anterior. La pequeña habitación era
aproximadamente del mismo tamaño que la mía. Las paredes eran de un gris suave
que resultaba sorprendentemente cálido. La colcha tenía un patrón de cuadros azul y
marrón y él tenía sábanas y almohadas azules a juego. Había un pequeño escritorio
metido en una esquina, pilas de papel cuidadosamente posicionadas a un lado. Los
suelos lucían limpios, no había ropa ni pertenencias esparcidas como en mi habitación.
Saliendo de las primeras impresiones, diría que Inarus era un fanático de la limpieza.
Por otra parte, es posible que haya resultado ser un vago, por lo que mi juicio era
cuestionable.
Sacando las piernas por el costado de la cama, me puse de pie y solté un
suspiro de alivio cuando mi cuerpo no se balanceó, sino que se sintió rígido por la falta
de movimiento. Punto para Aria. Apretando los dientes contra el dolor en mis costillas,
caminé hacia la puerta. Un olor celestial venía del pasillo y dejé que mi nariz abriera el
camino.
Cuando me acerqué al final del pasillo, me recibió un olor a tocino y jarabe de
arce. Al doblar la esquina, encontré a Inarus cocinando sobre la estufa. Una pila de
panqueques calientes con mantequilla descansando sobre un plato junto a él. Observé
mientras sacaba el tocino de la sartén y colocaba la carne en un plato al lado de los
panqueques. Levantó la mirada al oír el sonido de mis pasos acercándose.
—¿Como te sientes? —preguntó, atrapando mi mirada.
—Mucho mejor. Gracias. —Mucho mejor de lo que debería después de las
lesiones que había sufrido la noche anterior.
Asintió. Agarrando ambos platos, los llevó a la mesa del comedor ya preparada
con dos platos circulares, utensilios y dos vasos de jugo de naranja. Señalando la silla
más cercana a mí, colocó la comida sobre la mesa y sacó mi silla. Acercándome más le
permití que me ayudara a sentarme antes de tomar asiento. Cuando mi estómago
gruñó, me arriesgué a mirar en su dirección y lo pillé viéndome con una amplia sonrisa
en el rostro. —¿Qué? —pregunté.
—Nada —respondió—. Es solo que pensé que no querías nada.
—Sí, bueno, supongo que cambié de opinión. Prerrogativa de la mujer y todo
ese jazz.
Me brindó otra sonrisa antes de concentrarse en su comida y no mucho
después, yo hice lo mismo. Comimos en un cómodo silencio y saboreé cada bocado.
Los panqueques eran celestiales, cubiertos de azúcar. Eran ligeros y esponjosos y,
como no había sido una persona que le gustaran los panqueques, me había convertido
en una oficialmente. Cuando se me acabó la pila, miré el plato, fruncí el ceño antes de
recordar el tocino y me sumergí en eso, pasando cada pieza por lo que quedaba de
almíbar. Cuando Inarus terminó, me entregó una pila de ropa.
—Probablemente sean demasiado grandes, pero deberían quedarte. Supuse
que querrías bañarte.
—Gracias—le dije de nuevo, sintiéndome como una completa idiota. Ni siquiera
había notado mi ropa manchada de sangre o el hecho de que estaba rasgada en varios
lugares exponiendo más piel de la que me hubiera gustado. Inarus me señaló la
dirección al baño y me fui con mis pocas pertenencias en la mano.
Minutos después, finalmente me estaba relajando bajo el cálido rocío cuando
un fuerte golpe me hizo saltar de la tina. Quité una de mis dagas del mostrador del
baño y corrí a toda velocidad hacia el frente del apartamento, ignorando los latidos de
mis costillas. Mi adrenalina bombeada al tiempo que corría por los suelos de moqueta
escuchando los cuerpos chocando y los cristales rompiéndose en la habitación delante
de mí.
Patiné hasta detenerme cuando encontré a Inarus y James rodando por el suelo,
los muebles en ruinas a su alrededor.
—¿Qué diablos está pasando? —grité por encima de ellos.
Cuando se detuvieron para mirar en mi dirección, las expresiones en sus rostros
pasaron de la ira a la estupefacción. Sin saber por qué de repente me veían con
extrañas miradas en sus rostros, miré hacia abajo, dándome cuenta de que me
encontraba completamente desnuda y goteando agua por todo el piso.
¡Mierda!
En mi prisa, había salido corriendo del baño sin ropa y ni una toalla. Solté un
chillido antes de correr hacia la seguridad del pasillo. Abriendo una puerta al azar,
saqué una sudadera grande de lo que terminó siendo un pequeño armario en el
pasillo. Me la puse y regresé a la sala de estar, con la barbilla en alto como si no
hubiera estado desnuda. Ignorando el hecho de que todavía me encontraba muy
mojada y desnuda debajo de la sudadera con capucha de gran tamaño de Inarus.
Afortunadamente, me llegaba a las rodillas.
—¿Alguno de ustedes quiere explicarme qué diablos está pasando? —pregunté,
asegurándome de llenar mi tono de autoridad e irritación.
James e Inarus estaban exactamente como los había dejado, agarrados el uno al
otro en el suelo como si se hubieran quedado congelados en su lugar. Ante mi
comentario se soltaron el uno al otro, pero ambas expresiones decían que no habían
terminado.
»¿Y bien? —pregunté de nuevo, dando golpecitos con mi pie.
—¿Qué quieres decir con “y bien” Aria? Creo que tienes que dar algunas
explicaciones —respondió James. Pude ver pequeñas ondas justo debajo de la
superficie de su piel. Estaba perdiendo el control y su lobo estaba a punto de salir.
Necesitaba calmar la situación y hacerlo rápido.
—Ya te lo dije —dije entre dientes.
Se burló. —Oh, en serio, ¿en casa de un amigo? No me di cuenta de que corrías
desnuda por las casas de tus amigos —dijo.
Lancé mis manos al aire. Estaba siendo ridículo e iba a decirle exactamente eso,
pero antes de que pudiera abrir la boca, Inarus intervino—: Mírala —le dijo a James—.
Mírala, en serio. El labio partido, los moretones en la mejilla y la sien. ¿Qué crees
realmente que está pasando aquí? Incluso puedes ver los moretones y cortes en sus
piernas.
Eso pareció detener a James por un momento y su mirada enojada recorrió mi
cuerpo. Le tomó solo uno o dos segundos darse cuenta de que yo había sufrido
heridas y que él estaba siendo un completo idiota. Entre una respiración y la siguiente,
se posicionó frente a mí. Ahuecando mis mejillas en sus palmas callosas mientras
examinaba mis heridas más de cerca. Cuando me soltó, lanzó una maldición
repugnante antes de llevarme a sus brazos y enterrar su nariz en mi cuello.
—Lo siento mucho —susurró en mi cabello—. Debería haber estado allí.
Mordí mi labio para contener un grito de dolor. Me apretó demasiado fuerte,
pero sabía que necesitaba esto. Sabía que su lobo necesitaba el contacto para
calmarse, así que esperé hasta que estuvo listo para soltarme. Después de que pasaron
varios minutos, finalmente se retiró, pero mantuvo sus manos en mi cintura.
—¿Qué pasó? —preguntó. Meneé la cabeza, mis ojos de repente se empañaron.
Dios, esto era frustrante. No estaba acostumbrada a que alguien se preocupara por mí
y saber que a James le importaba, que le preocupaba mi bienestar, rompió la gruesa
pared de ladrillos que había construido meticulosamente a lo largo de los años.
—No fue nada. Estoy bien—le dije, alejándome de él y mirándome los pies.
James gruñó, un fuerte sonido retumbante que vibró dentro de su pecho.
—Ven y siéntate al menos —dijo, una pequeña sonrisa se formó en mi rostro.
Siempre tenía mal genio. Lanzando un suspiro, finalmente lo solté y le di un resumen
rápido de los eventos de la noche anterior. Cuando llegamos a la parte de mi ataque,
apretó los puños con tanta fuerza que temí que se le partieran los nudillos, estaban tan
blancos.
»Dios, Ari, nunca debí haberte dejado sola. —James pronunció algunas palabras
más antes de dirigir su atención a Inarus. A juzgar por el asentimiento de cabeza y el
guiño de "oh, qué varonil" que ofreció en dirección a Inarus, lo tomé como un código
de hombre para agradecerle. Inarus devolvió el gesto y tuve que poner los ojos en
blanco. Los hombres eran tan idiotas. Incluso los sobrenaturales. Pensarías que habrían
evolucionado más allá de tal inmadurez, pero no, no había esperanza para la
humanidad. Solo tenía que resignarme a ese hecho.
Habiendo terminado de explicar los hechos y hacer las presentaciones entre las
dos cabezas huecas, regresé por el pasillo para terminar de enjuagar el champú de mi
cabello y ponerme un atuendo más apropiado.

Cuando volví a salir, Inarus y James estaban sentados en la mesa del comedor,
con los ojos clavados en una batalla de voluntades.
Bueno, esto iba a ser divertido.
Inarus tenía sus pequeñas esferas metálicas flotando en un movimiento circular
en su mano. Parecía tranquilo, pero la rigidez de sus hombros decía que era todo lo
contrario. James también emitía una falsa sensación de relajación. Se encontraba
recostado en su silla, con las patas delanteras levantadas ligeramente del suelo
mientras balanceaba la silla con un pie. Tenía su brazo enganchado sobre la parte
superior de la silla y aunque su postura era relajada, la mirada en sus ojos era puro
lobo. Sus ojos sangraban de un color plateado metálico, un depredador clavado en su
presa, esperando a que se moviera antes de atacar.
Entré más en la habitación, haciendo ruido, para que ambos supieran que
estaba allí. Ninguno de los dos se molestó en mirarme. Después de un segundo de un
silencio suspendido, me les acerqué y me dejé caer sobre la fría superficie de madera
de la mesa entre ellos.
—Hola —dije con una voz dulce y azucarada. James arqueó una ceja en mi
dirección. Cuando me ponía dulce, sabía que estaba cabreada—. ¿Ustedes dos
terminaron con su concurso de quién mea más? —pregunté.
Inarus tuvo la decencia de parecer un poco avergonzado, pero James tenía una
sonrisa de lobo en su rostro que decía que esto estaba lejos de terminar. Qué suerte la
mía.
—No tengo idea de qué estás hablando, Ari—dijo James, con una amplia
sonrisa. Lo empujé en el hombro, interrumpiendo su acto de equilibrio y obligándolo a
apoyar la silla en el suelo para evitar caerse.
—Oye, ¿por qué hiciste eso? —preguntó James fingiendo estar ofendido. Lo
miré en respuesta mientras se reía entre dientes. Suspiré y me levanté de la mesa,
agarrando mis pertenencias al tiempo que me iba. James me observaba, su mirada
depredadora inquebrantable. Lo ignoré y me puse las botas.
Me volví hacia Inarus. —Gracias por la ayuda. Devolveré la ropa más tarde, ¿si te
parece bien? —Asintió. Al llegar a la puerta, noté que James se levantaba para
seguirme.
—Aria —llamó Inarus. Me volví para enfrentarlo—. Todavía tenemos que hablar.
Asentí. Seguro, hablaríamos cuando el infierno se congelara.
Cuando James y yo nos íbamos, me dirigí a mi apartamento, cuatro puertas más
abajo cuando me detuvo.
—Deberíamos hablar.
Negué. —Más tarde.
James frunció el ceño, pero asintió, —Tengo algunas pistas que seguir sobre el
caso de Daniel. Nada concreto y la mayoría probablemente sea una pérdida de tiempo,
pero aun así voy a seguir adelante. Descansa un poco y llámame más tarde cuando te
sientas mejor.
Asentí y me moví para abrir la puerta.
Antes de poner un pie dentro, James me envolvió en sus brazos, acariciando mi
cabello. Me puse rígida por una fracción de segundos antes de relajarme en el abrazo.
»Estoy tan feliz de que estés bien. No vuelvas a asustarme así, ¿de acuerdo?
Un acuerdo ahogado fue todo lo que pude decir antes de que me liberara. Su
mano descansó sobre mi hombro un momento más y me miró de nuevo. Cuando se
dio cuenta de que realmente me encontraba bien, se dio la vuelta para irse dejándome
un poco confundida pero sorprendentemente cálida por dentro, de una manera no
relacionada con el fuego.
Inarus me rastreó unos días después. No me sorprendió cuando entró a
Sanborn Place. Vestido en vaqueros de corte bajo que abrazaban sus caderas y una
camisa negra ajustada, lucía tan atractivo como el primer día que había tropezado con
él en el pasillo de mi complejo de apartamentos. No quería decir que confiaba en él en
absoluto. Él no podía esperar que confiara solo porque me había salvado la vida,
¿verdad? Iba a necesitar más que eso.
Entró en la oficina con una marcha casual, mirando su entorno y contemplando
todo. Lo observé por el rabillo del ojo pasando por el escritorio de Mike y hablar con él
durante varios minutos. Fingí estar ocupada, ordenando papeles y escribiendo la
misma palabra una y otra vez en mi teclado cuando en realidad, mi atención estaba
únicamente en él. Mi piel hormigueaba por su presencia y no estaba segura de si eso
era algo bueno o malo, sin mencionar el estúpido zumbido en mi cabeza.
Después de aproximadamente cinco minutos, se dirigió a mi escritorio y
mantuve mi mirada fija trabada en la pantalla de mi computadora.
―Oye, ¿podemos hablar? ―preguntó, sacando la silla frente a mi escritorio y
tomando asiento. Levanté los ojos, dándole una breve mirada antes de centrar mi
atención de vuelta en mi "trabajo".
―No puedo, estoy enterrada en trabajo en este momento ―le dije,
encogiéndome de hombros y ofreciendo una pequeña sonrisa en disculpas.
―En serio, ¿trabajo, eh? ―dijo, su tono lleno de escepticismo.
―Sí, estoy tan atrasada que me llevará semanas ponerme al día.
―Sabes, hablé con tu jefe, Mike. ―Entrecerré los ojos. ¿A dónde iba con
esto?―. Y dijo que te habías estado quejándote toda la mañana de que no tenías
ninguna pista fresca para lo que sea en que estés investigando y lo extremadamente
aburrida que te sentías, y que pensabas marcharte temprano.
Disparé una acusadora mirada fulminante en dirección de Mike y tuvo la
sensatez de dar la vuelta y caminar hasta la parte trasera de la oficina.
Cobarde.
―¿En serio? ―dije con una voz melosamente dulce. Realmente iba a tener que
recordarle a Mike no decirle a completos extraños si yo estaba disponible.
—Ajá —dijo Inarus. Una amplia sonrisa se extendió sobre su rostro. El bastardo
me tenía y él lo sabía. Suspiré, resignada a mi suerte y apagué mi computadora.
―Acabemos con esto ―le dije, levantándome de mi asiento.
―No suenes tan emocionada ―dijo. Agité una mano sobre mi hombro y salí, el
fresco aire de otoño azotando mis mejillas. Mirando a mi alrededor, noté que las calles
lucían bastante vacías. Pocas personas caminaban por las aceras y aún menos autos
estaban estacionados en las tiendas de los alrededores. Revisé mi reloj, solo eran las
tres de la tarde. Una hora inusual para que estuviera tan tranquilo. Caminando una
cuadra rápida con Inarus a mi lado, nos dirigimos a una cafetería y panadería local.
La puerta sonó cuando la atravesamos y nos recibió rápidamente la barista. Una
joven al final de su adolescencia con cabello teñido de rubio y reflejos de un color
rosado furioso se encontraba detrás del mostrador con una amplia sonrisa en su rostro.
Iba cubierta de tatuajes, y varios piercings faciales y dérmicos adornaban sus rasgos.
Antes del Despertar, cosas como tatuajes y piercings todavía eran mal vistos, pero
ahora incluso una niña de apenas dieciséis años con la boca de cupido y ojos azul
claros los tenía. Dioses, se veía tan joven. Sin embargo, yo no juzgaba a las personas.
Incluso yo tenía algunos tatuajes. Me hice mi primer tatuaje a los diecisiete, poco
después de la muerte de mis padres, una daga en mi cadera derecha. El artista que hizo
mi tatuaje dejó de lado el hecho de que era mago. Había enlazado un toque de magia
en la hoja, algo por lo que me siento agradecida hasta el día de hoy, aunque dolió
como el infierno.
Cuando después lo interrogué al respecto dijo que conoció a mi padre y que yo
tenía la suerte baja. Mi daga cobraba vida cuando empujaba mis dedos contra mi piel.
En un tirón lento de magia, la hoja se separaba de mi carne, volviéndose sólida e
irrompible en mi mano. Era una magnífica pieza de metal, pero sus cualidades mágicas
la hacían invaluable. La mantenía en mí en todo momento, aunque elegía usar las
dagas más tradicionales que llevaba enfundadas en mis caderas a menos que no
tuviera otra opción.
Esa hoja tatuada ha estado conmigo durante los últimos seis años y me sentía
desnuda y vulnerable cuando no descansaba debajo de mi piel.
Haciendo mi pedido de un café negro grande, llevé mi taza humeante a una
mesa en la esquina, posicionándome contra la pared por lo que tenía una buena vista
de la entrada y nadie podría acercarse sigilosamente detrás de mí. Inarus me siguió con
su propia taza y se quedó de pie por un momento contemplando dónde sentarse.
Frunció el ceño cuando se dio cuenta de que iba a tener que darle la espalda a la
entrada y tomé nota de ese dato. Parecía que tampoco le gustaba sentirse vulnerable.
Tomé un gran trago de mi café, saboreándolo cuando Inarus comenzó―:
¿Entonces cuál es tu historia? ―preguntó. Arqueé una ceja sobre el borde de mi taza y
tomé otro trago.
¿Realmente esperaba que fuera tan fácil? ¿Que simplemente me revelaría para
él como un libro y compartiría la historia de mi vida?
―¿Por qué no compartes tú la tuya? ―sugerí, dándome la vuelta para revisar la
cafetería. La panadería Rocket era un lugar cómodo con muebles eclécticos. Mesas y
sillas de combinaciones mixtas llenaban el perímetro de la habitación, mientras que el
medio albergaba una pequeña colección de sillas tapizadas rodeando una pequeña
mesa de centro. Era cómoda e informal y el fuerte olor a café le daba un ambiente
acogedor. La panadería Rocket resultaba ser mi cafetería favorita en la ciudad, y hacían
una tremenda tarta de queso de crema de arándanos.
En silencio, debatí pedir una rebanada. Tal vez si estaba demasiado ocupada
comiendo, Inarus captaría la indirecta y decidiría no hacerme tantas preguntas. Lo miré
una vez más. A juzgar por la mirada decidida en sus ojos, tenía la sensación de que no
iba a rendirse.
―¿Esto va a convertirse en un tipo de conversación de "te mostraré la mía, si tú
me muestras primero la tuya"? ―me preguntó, con una sonrisa ladina en su cara.
―Si tan solo tuvieras tanta suerte ―ofrecí en respuesta.
Dejando escapar una risa entre dientes, Inarus se recostó en su silla, mirándome
por el borde de su taza mientras tomaba un largo trago. Observé su garganta
moviéndose, la manzana de Adán subiendo y bajando mientras tragaba antes de dejar
la taza a un lado.
―Bien, picaré el anzuelo. Soy Psyker como tú. Mis habilidades se manifestaron
cuando tenía ocho años y soy lo que considerarías un siete en una escala de diez
puntos. Tu turno ―dijo.
Lo miré con escepticismo y decidí darle la menor información posible, pero una
parte de mí sentía curiosidad, así que quería darle lo suficiente para que continuara
con este juego.
―Mis habilidades se manifestaron cuando tenía trece y no tengo idea de en
qué nivel me encuentro. Eres el primer Psyker que he conocido en persona.
―¿En serio? ―preguntó, sorprendido por mi respuesta.
―Sí, de verdad. ―Pareció meditar eso por un momento, como si hubiera
Psykers a montones y estuviera tan sorprendido porque no me hubiera topado con
otro antes. Estaba bastante segura, por el zumbido pasando en mi cabeza, que, si
alguna vez hubiera estado cerca de otro Psyker, me habría dado cuenta. De acuerdo,
puede que haya estado evitando a mi especie desde hace varios años. No es que fuera
a decirle eso.
―¿Sabes algo sobre la comunidad de Psykers?
Solté una risa gutural. ¿Una comunidad? ¿Te refieres a gente como yo qué, se
unían y cantaban canciones? Si había aprendido algo después del Despertar, era que
todos se cuidaban, y los que tenían poder, pisoteaban a cualquiera que pudieran para
ganar más de ello. Mis habilidades eran diferentes y podían ser catastróficas en las
manos equivocadas. No confiaba en la gente. Mentían y manipulaban para conseguir lo
que querían.
Meneé la cabeza y esperé que continuara, parecía tan emocionado de compartir
esta información, como si fuera algún regalo que estuviera dándome.
Observé con fascinación escéptica cómo su boca se movía, la línea llena de su
labio curvándose cuando se dio cuenta de que realmente no estaba prestando
atención a lo que me decía.
―Aria, esto es importante.
Agité la mano en el aire. ―Sí, sí. Lo entiendo. Hay más Psykers ahí afuera y
entre todos son los mejores amigos.
Frunció el ceño ante mi sarcasmo. ―¿No estás en lo más mínimo interesada en
saber acerca de tu propia gente? ―preguntó.
―Ya tengo mi propia gente. Tengo a Mike, a James y a Melody. Mucha gente
para volverme loca. No necesito más.
―Aria, no sabes de lo que te estás perdiendo. Cuando los Psykers se reúnen,
pueden pasar cosas increíbles. Piensa en todas las posibilidades. ¿No te gustaría estar
en algún lugar donde no tuvieras que ocultar lo que hiciste, lo que eres? ¿En dónde
fueras respetada por tus poderes? Mira, hay un grupo...
Tan pronto como dijo grupo, presté atención. Cuadré los hombros y escuché
atentamente, algo hormigueó en mí, haciéndome saber que esto era importante.
―Se llama PsyShade y es una organización humana, pero los Psykers se
encuentran en su corazón.
Sí, había oído hablar de ellos antes. Hace unos años, cuando un hombre extraño
llegó, llamando a mi puerta. Al instante me hizo enojar. Esto no estaba bien.
―¿Eres uno de ellos? ―le pregunté, incapaz de bajar el tono a la acusación en
mi voz―. ¿Eres parte de este grupo, esta organización PsyShade?
Inarus meneó la cabeza. ―No, no soy parte, pero he oído hablar de ellos. Pensé
que querrías saber más ya que está dirigida a gente como nosotros.
Asentí para que continúe, todos mis sentidos ahora en alerta máxima. Después
de ver mi reacción inicial, pareció elegir sus palabras cuidadosamente, volviéndome
cautelosa.
―Mira, esta noche iré a una gala. Varias personas prominentes de la comunidad
de Psykers estarán allí. Ven conmigo. Será bueno para ti que te mezclaras y conocieras
a otros como nosotros.
Fruncí el ceño y consideré su oferta, realmente la consideré. Me interesaba.
Quería ver este otro lado que nunca había estado abierto para mí antes, pero la voz de
la razón en mi cabeza me decía que era una muy mala idea. Ya antes había huido de
esto mismo. ¿Por qué no lo hacía ahora? Mordiéndome el labio, miré a los ojos de
Inarus. Me ofreció una sonrisa, con sus ojos suplicando, y me derretí. Maldita sea.
―De acuerdo ―le dije, por lo bajo.
―Genial ―dijo, saltando de su asiento―. Luego por la tarde, te enviaré un
vestido.
―No tienes que hacer eso ―le dije.
―Sí, tengo que hacerlo. Insisto.
Me quejé un poco más antes de finalmente acceder. Hacer que me enviara un
vestido era probablemente mejor idea que confiar en que compraría uno por mi
cuenta. No era como si los vestidos para gala fueran algo que acumulara en mi clóset o
algo por el estilo. Lo más cercano que tenía a un vestido era una minifalda de cuero
negra de mis días más jóvenes y no había usado esa cosa en años.
Inarus sonrió pícaramente y reconsideré mi decisión.
―Pasaré por tu apartamento a las 6 p.m. ―dijo, haciendo una retirada
apresurada antes de que yo pudiera cambiar de opinión.

A las 5 p.m. hubo un golpe en la puerta. Un repartidor de unos diecisiete años


estaba ahí cuando la abrí, con los brazos llenos. Dos bolsas de regalo colgaban de cada
brazo, con varias cajas apiladas entre ellas en sus manos extendidas. Me lancé hacia
adelante, alcanzando los paquetes mientras vaciló frente a mí bajo el peso de su carga.
―Ven, déjame tomar eso.
—Gracias —dijo, el sudor goteando de su frente.
―¿Subiste todo esto por las escaleras? ―pregunté―. ¿Los cuatro tramos?
―Ante su asentimiento, añadí―: ¿Por qué simplemente no tomaste el ascensor?
―Suponiendo que tal vez tenía una fobia a los espacios cerrados como yo.
El chico se limpió la frente con la manga cuando coloqué la bolsa final en el
suelo justo dentro de mi apartamento.
―Había una mujer abajo que me dijo que estaba fuera de servicio.
Intenté reír, con las costillas doliéndome con cada respiración, pero no pude
evitarlo y los pequeños sonidos de una risita se me escaparon a pesar del dolor de mi
lesión anterior. Su mirada fija era de perplejidad y cuando controlé mi risa dolorida, le
pregunté―: ¿Por casualidad tenía cabello negro largo, ojos verdes, alas y era
aproximadamente de mi altura?
Asintió con entusiasmo, una amplia sonrisa en su rostro. ―Y era muy bonita,
―agregó. Reí de nuevo, sí, Melody ciertamente era bonita.
―Te das cuenta de que es una arpía, ¿verdad?
Su rostro se volvió serio. ―Mi madre me enseñó que todos somos iguales...
Levanté una mano, cortándolo.
―No estaba insinuando que fuera indigna de tu atención por ser una arpía
―dije, observando que relajaba visiblemente sus hombros. Qué chico tan dulce, iba a
defender a Mel. Poco sabía que ella lo masticaría y lo escupiría sin problemas.
»Lo que quería decir era que ella te mintió. Es arpía, está en su naturaleza, y te
la creíste. Estoy segura de que le divirtió que subieras luchando con todos estos
paquetes ―dije, indicando la gran pila a mi lado.
Un sonrojo se arrastró por su cuello y por un momento, me sentí mal por el
chico.
»Está bien ―dije, sacando algo de dinero del bolsillo de mis vaqueros y
entregándoselo―. Nos pasa a los mejores.
Con eso, cerré la puerta. Recogiendo los paquetes del piso, los trasladé a mi
habitación antes de profundizar en su contenido. Realmente no era de las que se
vestían de forma elegante, pero cuando levanté la tapa de una de las cajas de regalo,
exponiendo un lujoso vestido rojo, tuve que apreciar su belleza. Al sacarlo aparecieron
metros y metros de tela flexible. El vestido estaba hermosamente adornado y llevaba
una abertura alta y espalda escotada. Dejé el vestido a un lado y me moví para abrir el
resto de los paquetes. Las bolsas contenían varias prendas de ropa interior, un
sujetador rojo sin espalda con ropa interior a juego y, además, un liguero. Meneé la
cabeza mientras sacaba cada trozo de encaje de su paquete. La ropa interior no era
algo que Inarus necesitara comprarme. Lo imaginé en una tienda de lencería,
escogiendo artículos de ropa y un rubor se arrastró por mi cara.
Una de las cajas contenía un par de tacones con tiras en color dorado metálico.
Eran hermosos y de la talla perfecta. Me preguntaba cómo había adivinado mi talla, y
luego pensé que probablemente habría revisado cuando me ayudó a quitarme las
botas en su apartamento después del ataque. La caja final era pequeña. Levantando la
tapa, encontré una nota dentro, descansando sobre una funda de terciopelo. La abrí.
Pensé que te sentirías más cómoda con un arma. Esto debería combinar
mejor que tus dagas y vaina de cuero.
—Inarus
Ahora llena de curiosidad, saqué la funda de terciopelo. En el interior había una
hoja plateada de unos ocho centímetros con un mango de sujeción digital. Tenía la
forma de una punta de lanza, pero más afilada y significativamente más suave. Debajo
de ella, había una pequeña banda negra con una fina hendidura para que la hoja
descansara. Sonreí mientras sostenía cada elemento en mis manos. Parecía haber
pensado en todo.
Desvistiéndome rápidamente, opté por usar mi propia ropa interior, pero me
puse el sujetador suministrado y até las tiras de la fina funda negra y la hoja a la parte
exterior de mi muslo derecho.
Deslizándome en el vestido, suspiré ante la sensación de la tela exuberante
acariciando mi piel. Volviéndome, me miré al espejo arriba de mi cómoda. El vestido
abrazaba mi cuerpo como si hubiera sido hecho a medida para mi figura. El escote alto
le daba al vestido un aspecto modesto, pero cuando me di la vuelta, mi espalda
completamente expuesta le daba al vestido un atractivo sexual que ninguna cantidad
de escote podría haber logrado. Nunca me había visto tan arreglada. La hoja se
encontraba perfectamente escondida dentro de los pliegues hasta el piso del vestido,
pero la abertura alta proporcionaba un fácil acceso en caso de que la necesitara.
Elegí peinar mi cabello con un nudo alto por encima de mi cabeza, exponiendo
la columna de mi cuello en lo que esperaba resultara ser una forma atractiva. Me
coloqué algo de maquillaje en la cara para cubrir los moretones persistentes,
manteniendo las cosas ligeras con solo un toque de rímel, rubor y brillo labial que
esperaba ocultara la grieta que me había quedado en el labio.
No pasó mucho tiempo antes de que escuchara un golpe en la puerta y
rápidamente me deslicé en los zapatos proporcionados antes de ir a responder.
Inarus me saludó en un traje negro con una camisilla negra y chaleco. Lucía
impresionante y me tomó varios momentos recobrar la compostura.
―Te ves impresionante ―me dijo, tendiendo su brazo.
―Tú también, ―solté.
Me encogí interiormente. Una amplia sonrisa se extendió por su rostro. No
podía creer que había dicho eso.
»Quise decir gracias ―dije, colocando mi mano en el hueco de su brazo. Con
mi mano libre, trabé la puerta detrás de mí y seguí a Inarus escaleras abajo,
sintiéndome como una adolescente en su primera cita.
Que comience la vergüenza.
James me había llamado de camino a la gala. No tenía pistas sobre nuestro
caso o mi ataque. No había esperado que encontrara algo, pero la confirmación de eso
seguía siendo una decepción. Le aseguré que me estaba sintiendo mejor y que me iba
a tomar la noche libre para descansar. No necesitaba saber que iba a salir con Inarus.
Conociendo a James, habría aparecido sin ser invitado si le hubiera avisado, su racha
protectora tomando el control.
Después de una hora en coche llegamos a Newport y nos detuvimos en una
hermosa mansión. Unos pilares blancos enmarcaban la entrada y arbustos de
diferentes tamaños flanqueaban el pasillo que conducía a la amplia entrada de puerta
doble. Envuelta en ventanas, la luz se filtraba en la noche. La mansión estaba situada en
la cima de una colina cerca del lago Diamond y tenía una línea de visión directa al
agua. La vista era impresionante.
Inarus salió del auto y dio la vuelta para abrirme la puerta. Extendió el brazo y
puse mi mano en el hueco de su codo una vez más, permitiéndole que me condujera al
interior. Cuando entramos, una anfitriona nos saludó e Inarus le entregó su invitación a
la mujer. Ella sonrió cortésmente mientras buscaba la coincidencia del nombre en la
invitación con su lista y luego nos hizo pasar.
Nuestro entorno era hermoso por fuera, pero por dentro era magnifico. Los
pisos de mármol continuaban interminablemente. Las paredes estaban pintadas de un
gris suave y unos candelabros salpicaban el techo iluminando todo el espacio con un
brillo cálido y etéreo. Inarus me llevó más adentro como si estuviera familiarizado con
el lugar. Pasando la entrada y a través de un amplio pasillo, entramos en lo que parecía
ser una sala de banquetes. Las luces eran más tenues que en la entrada que
acabábamos de dejar, proyectando sombras tenues a lo largo de las paredes. Las
mesas se distribuían por todas partes con ocho sillas situadas alrededor de cada una
de ellas. La habitación estaba llena de actividad. Hombres y mujeres finamente vestidos
con copas de champan en sus manos se saludaban y mantenían conversaciones
casuales. En el otro extremo de la sala había un pequeño escenario y un podio
actualmente desocupado.
Inarus me guió hasta una mesa a nuestra izquierda con su palma apoyada en la
parte baja de mi espalda. Sacó mi silla y tomé asiento, agradecida por la oportunidad
de descansar mis pies. Los zapatos que me había proporcionado eran hermosos, pero
eran letales para caminar con ellos. A penas había atravesado la habitación antes de
que mis pies comenzaran a doler. Su mano rozó mi cadera mientras me ayudaba a
acercar la silla y unos pequeños hormigueos recorrieron mi columna. Gah, ¿qué estaba
mal conmigo?
Murmuré maldiciones por lo bajo mientras se disculpaba para ir a buscar unos
tragos, dándome la oportunidad de asimilar lo que me rodeaba y recuperar mi aliento.
Su proximidad me estaba afectando y los toques casuales me ponían más nerviosa.
Cada vez que dejaba su mano en la parte baja de mi espalda o tomaba mi mano para
guiarme, se me ponía la piel de gallina. Me preguntaba si notaba mi reacción hacia él.
Dios, esperaba que no lo hiciera. ¿Qué tan humillante seria eso? Nunca me había
sentido tan al borde solo por la presencia de un hombre. Froté mis brazos y
casualmente miré alrededor de la habitación.
Unas voces a mi derecha llamaron mi atención y me encontré mirando a una
pareja en una acalorada conversación. El rostro del hombre estaba rojo por la ira y la
mujer secaba frenéticamente la humedad de sus ojos mientras él le hablaba en un tono
brusco. Me esforcé por escuchar lo que decían, pero solo atrapé pequeñas piezas de la
conversación antes de que el hombre se levantara para dejar la mesa. Cuando se
levantó de su asiento tuve una mejor vista de la mujer y estaba sorprendida de
reconocerla. Jessica Blackmore se encontraba a dos mesas de distancia mientras su
esposo se dirigía hacia las puertas francesas que daban al exterior. Observé cómo
agitaba la mano a un camarero, tomando una copa de champán de su bandeja. Jessica
tardó unos segundos en beberse la copa antes de tomar otra de la misma bandeja del
camarero. Se tomó la segunda tan rápido como la primera.
La miré sorprendida, insegura de lo que había presenciado. Jessica estaba
visiblemente molesta y me pregunté cuál era la causa. ¿Sobre qué habían estado
discutiendo ella y Patrick Blackmore? ¿Tenía que ver con Daniel?
Cuando Jessica se levantó de su asiento y se dirigió hacia el baño de damas,
tomé una decisión impulsiva y la seguí. Esta noche es probable que hubiera
comenzado como un evento social, pero se estaba convirtiendo rápidamente en una
pista que tenía que seguir. Agarró más champán en su camino, quitándole dos copas
esta vez de un camarero que se cruzó en su camino. Bebiendo la primera en su mano,
colocó la copa vacía en una mesa lateral mientras entraba en lo que asumía era el baño
de damas.
Miré a mi alrededor, asegurándome de que nadie más me hubiera notado y
luego me deslicé por la puerta detrás de Jessica.
Cuando entré al baño, me recibieron tres compartimentos. Los primeros dos
estaban abiertos de par en par, demostrando que se encontraban vacíos. El tercero
estaba cerrado y pude distinguir los tacones color ciruela de Jessica por debajo de la
puerta. Fui al lavado y me entretuve lavándome las manos en un intento de parecer
casual cuando salió.
Cuando tiró de la cadena y la puerta se abrió, me miré en el espejo y vi el reflejo
de Jessica tambaleándose hacia adelante, con la copa de champán todavía en la mano.
Aun no se había dado cuenta de que no estaba sola y cuando levantó los ojos, su
expresión vidriosa se golpeó con la mía, dejó caer su copa y el sonido del cristal
rompiéndose hizo eco en la habitación.
––¿Qué haces aquí? ––dijo arrastrando las palabras. Pasó por encima de los
restos de vidrio destrozado, sus tacones haciendo crujir los escombros a medida que se
acercaba. Abrí el grifo, lavando mis manos de nuevo mientras ella me miraba en el
espejo. La ignoré. Extendiéndome hacia la derecha, tomé una toalla de papel y sequé
mis manos. Jessica permanecía de pie, su pie tamborileando expectante cuando
terminé.
––Estoy en una cita ––le respondí. Tiré la toalla de papel en la papelera cercana
y me volví hacia ella, mi expresión indiferente. Jessica entrecerró los ojos, su mirada
acusadora. Mantuve mi expresión casual y esperé a que se rompiera. Las mujeres como
Jessica querían que las personas sintieran lástima por ellas y ahora mismo, ella era un
desastre. El rímel corría por sus mejillas, las rayas negras estropeaban su piel casi
perfecta. Si le daba el tiempo suficiente, me diría lo que quería saber por su cuenta.
―Tú... solo crees que eres mucho mejor, ¿no? Como si estuvieras bendecida o
algo así porque puedes... ―agitó sus manos en el aire―, hacer cosas, bueno no es así.
Sí, como un reloj, se rompió. Casi sonreí antes de digerir lo que en realidad me
estaba diciendo.
―Jessica, ¿de qué hablas? ―Estaba empezando a preguntarme si haberla
seguido hasta aquí había sido una buena idea. El alcohol claramente estaba teniendo
un efecto en su coherencia.
―Oh, no te hagas la tonta. Eres mejor que eso señorita Naveed. Puedo decir
que eres uno de ellos, ese resplandor que tienes en los ojos. No soy estúpida. He
estado alrededor de los de tu tipo lo suficiente para saber.
―No tengo idea de lo que estás hablando.
Jessica se ríe. ―Dios, ¿qué tan tonta crees que soy? Estás en su maldito evento.
Eres una Psyker, pero sabes qué, estoy dentro del jueguito de ustedes. Puede que
hayan engañado a mi marido, pero a mí no. Todos ustedes dicen que son humanos,
como el resto de nosotros. Que están aquí para ayudarnos a hacer las cosas como
antes, pero no son mejores. No son mejores que cualquier otra abominación no
humana que ha plagado nuestro mundo desde el Despertar.
Su prejuicio me había tomado desprevenida. Su hijo era una de esas
abominaciones no humanas a las que estaba refiriéndose.
―Jessica ―dije en un tono conciliador―. Soy humana al igual que tú. Creo que
tal vez has bebido un poco demasiado.
―No me juzgues ―dijo arrastrando las palabras―. Incluso te pareces a ella,
sabes eso. Esa estúpida perra Viola. Ella me quitó todo.
Antes de que pudiera detenerla, Jessica golpeó su puño contra el espejo. El
vidrio se astilló en un patrón similar a una telaraña y Jessica volvió a golpear su puño
contra él, pequeñas piezas rompiéndose, retumbando en la encimera y el suelo. Agarré
su mano antes de que pudiera golpear el espejo de nuevo, riachuelos de sangre
goteando por el antebrazo de su mano lesionada.
―¡Jessica, detente!
―Ella se llevó todo. Todo. ―Ahora estaba sollozando, aferrando su mano
ensangrentada a su pecho, el líquido carmesí manchando su vestido. Agarré a toda
prisa toallas de papel, metiendo un fajo en su mano para detener el flujo de sangre.
Jessica se alejó de mí. Sus lágrimas se fueron en un instante y solo quedó la ira.
―No me toques, ―prácticamente gruñó―. No necesito ayuda de personas
como tú. Dile a Viola que puede pudrirse. Ya no le voy a permitir que arruine mi vida.
Con eso salió furiosa del baño, dejándome en medio de la habitación perpleja.
No sabía por dónde empezar a descifrar siquiera lo que había acabado de pasar.
Respirando profundo, saqué mi teléfono de mi pequeño bolso y le envié a Mike
un mensaje rápido pidiendo que investigue a una organización llamada PsyShade y a
una mujer conectada a ella con el nombre de Viola. No respondió de inmediato, pero
sabía que recibiría el mensaje. Luego le envié a James un mensaje similar. Dos cabezas
en esto eran mejores que una. Segundos después, respondió y supe que estaba en
problemas. Y ahí se va el tenerlo convencido de que me iba a tomar la noche libre. Le
envié un mensaje sin comprometerme, haciéndole saber que se me había ocurrido una
pista, pero todavía iba a tomarme las cosas con calma y que no se preocupara.
Guardando mi teléfono, salí del baño de damas tropezando con una pared de
carne sólida. Inarus me estabilizó con una mano en el codo y una sonrisa en los ojos.
―Tenemos que dejar de encontrarnos de esta forma ―dijo.
Un ligero calor se arrastró por mis mejillas y me alejé para ocultar el rubor.
»Estaba preguntándome a dónde te habías ido ―dijo.
―Lo siento, solo hice un viaje rápido al baño de damas.
Me dio una copa de champán y tomé un sorbo cauteloso. Habiendo visto sus
efectos en Jessica, decidí esta noche tomar con calma.
Revisé la habitación buscando ver si ella todavía estaba por aquí, pero no la vi
por ninguna parte. Inarus me llevó de vuelta a nuestra mesa y tomamos asiento.
―Me alegra que vinieras conmigo esta noche ―dijo.
Sonreí. ―Yo también.
Antes de que alguno de los dos pudiera decir otra palabra, las luces de la
habitación se atenuaron aún más, acaparando la atención de todos.
―Señoras y señores ―llamó una voz. Busqué en el podio y vi a una mujer,
brillantemente iluminada, en el escenario. El foco era tan brillante que era difícil ver
cómo se veía, además del vestido esmeralda hasta el piso que llevaba y la caída de un
rico cabello castaño en cascada alrededor de sus hombros.
»Gracias a todos por acompañarnos esta noche. Quería tomarme un momento
para darles la bienvenida. La cena será servida en breve, pero hasta entonces, por favor,
hablen entre ustedes.
Salió hacia la derecha del escenario. Algo sobre ella era extrañamente familiar.
Estiré el cuello sobre el mar de los huéspedes en un esfuerzo por obtener una mejor
vista, pero cada vez que tenía una línea de visión clara, me daba la espalda mientras
saludaba a un invitado.
―¿Qué estás mirando? ―preguntó Inarus.
―Oh, esa mujer ―dije―. Me parecía familiar, pero no puedo verla bien. ¿La
conoces?
Asiente. ―Su nombre es Viola Reynolds, pertenece al consejo de Corporación
de Humanos Unidos.
―¿El qué? ―preguntó. ¿Desde cuándo existe una Corporación de Humanos
Unidos? El solo pensarlo me hizo temblar con pensamientos pasados sobre el KKK y
otros grupos de prejuicios. Viola, la misma mujer con la que Jessica estaba tan molesta.
Inarus soltó una carcajada. ―Si pudieras ver la expresión de tu rostro ―dice―.
No es un grupo anti-paranormal si eso es lo que estás pensando. La CHU es solo una
organización que vela por los derechos humanos y su seguridad. La población humana
está un poco en desventaja, ¿no crees?
Reflexioné sobre eso por un momento.
―Supongo ―dije, de mala gana. Había algo en eso que simplemente no me
sentaba bien. Llámame paranoica, pero en cualquier momento de nuestra historia,
cuando se reunía un gran grupo de personas con un mismo fin, normalmente se
armaba un gran problema de mierda. Me picaba la piel al saber que había más. Pero
decidí no presionarlo. Si ahora lo atacaba con preguntas, se callaría. Mejor dejarle creer
que no era una gran preocupación para mí. Si se sentía cómodo conmigo y se
convencía de que yo pensaba que eran un beneficio para la comunidad, tal vez
compartiría más información. La información que se da libremente siempre es más
reveladora que cuando es sacada a la fuerza de alguien.
Inarus y yo cenamos, riéndonos y bromeando sobre temas intrascendentes. Me
presentó a algunos clientes y sonreí cortésmente y les di la mano. Una parte de mí se
sentía como si fuera su entretenimiento. Todos me miraban como si fuera un premio.
Fue incómodo por decir lo menos.
El zumbido que persistía cada vez que Inarus se encontraba cerca había
disminuido, aunque podía ser que me hubiera acostumbrado a él. Me pregunté si
habría otros como nosotros en la habitación. Supuse que sí y me sorprendió que el
zumbido no me abrumara. Mis experiencias con Psykers aparte de Inarus eran nulas y,
aunque tenía un control decente de mis habilidades, sería útil tener la oportunidad de
hablar con alguien que compartiera mi pirocinesis y la hubiera dominado, o al menos
mantenido el control sobre ella.
―Ven, sígueme ―dijo Inarus, alejándome de la pareja con la que habíamos
estado hablando―. Quiero presentarte a alguien.
Asentí y lo seguí como una buena cita. Me dolían los pies y estaba lista para que
terminara la noche. Las cenas elegantes no eran lo mío, pero pensé que podría conocer
a una persona más antes de irme.
Caminando entre la multitud, ofreciendo una sonrisa y un saludo informal en
nuestro camino, nos acercamos a una mujer y a un hombre. La mujer nos daba la
espalda, pero reconocí su vestido y la caída de cabello castaño. Viola se reía de algo
que había dicho el hombre y su risa inspiró una sonrisa en mi rostro. Nos
encontrábamos a unos diez metros de distancia cuando se volvió para decirle algo a
una mujer que se acercaba y me quedé helada.
Inarus siguió caminando hacia adelante, pero mis pies se negaron a moverse. Mi
pecho se tensó y mi respiración se volvió dificultosa y entrecortada como si acabara de
correr un maratón. El tiempo pareció detenerse mientras observaba a la mujer frente a
mí. Pequeñas arrugas se formaban alrededor de la esquina de sus ojos mientras
sonreía, se veía feliz. Eufórica incluso.
Quería correr hacia ella. Lanzar mis brazos a su alrededor y llorar en su abrazo.
Ella estaba viva. No lo podía creer. Escuché una voz llamando mi nombre, pero la
ignoré. Mi mirada se centraba únicamente en la de mi madre, la mujer que había creído
muerta durante los últimos seis años. Sabía que ella era mi madre. No importaba que
usara un nombre diferente, en el fondo, sabía exactamente quién era.
Un millón de preguntas pasaron por mi mente. ¿Qué hacía ella aquí? ¿Por qué
se llamaba Viola Reynolds cuando su verdadero nombre era Victoria Naveed? ¿Por qué
me había abandonado? La última pregunta me hizo detenerme. Conocía a mi madre.
Ella me había criado, me amaba y había amado a mi padre. Jamás me habría dejado
por voluntad propia.
Una parte de mí quería secuestrarla. Rescatarla, porque ¿por qué más estaría
aquí, lejos de mí, si no necesitaba ser rescatada? Pero la realidad se impuso. Algo no
andaba bien. Inarus dijo que estaba en el consejo de la Corporación de Humanos
Unidos, que no era solo mi madre. Ella era importante para estas personas, para su
causa.
Vi a Inarus alcanzarla, colocó una mano en su codo y señaló en mi dirección.
Ella le ofreció una pequeña sonrisa y volvió la cabeza hacia mí. Sus movimientos
parecían en cámara lenta. Vi su cabello rozando su hombro, sus ojos vagaron
lentamente por la multitud frente a ella en busca de la mujer que Inarus le señalaba, a
mí.
Entré en pánico y me alejé. No podía dejar que me viera, no hasta que hubiera
resuelto esto. No hasta que supiera por qué se había ido, cómo era que seguía viva.
Obligué a mis pies a moverse. Obligué a mi cuerpo a alejarse de ella y de Inarus.
Escuché a Inarus decir mi nombre, pero lo ignoré y seguí caminando, negándome a
arriesgarme a mirar por encima del hombro.
La brisa fresca me golpeó cuando salí del edificio. Bajé corriendo los escalones
de la entrada y me subí a un taxi.
―Señora el taxi está reservado, tendrá que llamar a otro ―dijo el conductor.
―Te pagaré el doble de tu tarifa si me sacas de aquí ―dije. Me miró por el
espejo retrovisor antes de asentir con fuerza y salir del camino circular. Miré hacia atrás
mientras nos retirábamos y vi a Inarus en los escalones del porche, con una expresión
de preocupación en su rostro. Ahora no podía preocuparme por él. Yo solo...
necesitaba salir de aquí.

No sabía adónde ir. No podía irme a casa en este momento, era el primer lugar
al que Inarus iría a buscarme, asumiendo que eligiera seguirme, y vestida como
andaba, tampoco podía ir a la cafetería. Revisé mi teléfono y vi que tenía un mensaje
de Mike diciéndome que había desenterrado información y que se quedaría hasta tarde
en la oficina.
Perfecto.
Le di al taxista la dirección de Sanborn Place y una hora más tarde me dejó ahí.
Sanborn Place era un robusto edificio de ladrillos en el corazón del centro de Spokane.
Se hallaba en el lado más rudo de la ciudad, ubicado entre una panadería y una
tintorería. Sin embargo, teníamos un estacionamiento privado, por lo que el edificio era
perfecto en mi opinión.
Le entregué al taxista un fajo de billetes que saqué de la pistolera de mi muslo
detrás de mi daga y salí del auto. Esperaba que Mike tuviera respuestas para mí porque
esto se estaba volviendo cada vez más retorcido a medida que pasaba el tiempo.
Mike me recibió en la puerta con una taza de café humeante.
—Mike, eres un salvavidas —le dije. Prácticamente inhalé el café mientras lo
seguía hasta su escritorio—. ¿Qué encontraste?
La expresión de Mike era sombría mientras se recostaba en su silla.
—Ari, no estoy seguro de cómo decirte esto, pero...
—Ella es mi madre —espeté.
Sus ojos se encontraron con los míos y la sorpresa coloreó su expresión.
—¿Cómo lo supiste?
—La vi, en persona. Estaba en la gala y yo me encontraba quizás a unos diez
metros de ella.
Mike empezó a menear la cabeza. —¿Hablaste con ella?
—Me entró pánico. Me congelé cuando me di cuenta de que realmente era ella
y luego, antes de que me viera, corrí y tomé un taxi hasta aquí.
Vi lástima en sus ojos y eso hizo que mi pecho doliera mucho más. No quería su
compasión.
—¿Por qué no hablaste con ella, Aria? Tal vez podría haber respondido algunas
preguntas, ¿sabes?
—Mike, ¿qué se suponía que tenía que decir? “Hola mamá, soy yo. Ya sabes, tu
hija que obviamente abandonaste hace seis años. ¿Qué hay de nuevo?”.
Me dejé caer en una de las sillas de recepción de Mike, sosteniendo la taza de
café contra mi pecho en un esfuerzo por que el calor se filtrara en mí. Mis manos
temblaban levemente.
—Ari, lo siento mucho.
—Está bien —dije—. No es tu culpa que ella me haya abandonado. Sin
embargo, me siento como una idiota extrañándola todo este tiempo. Ha estado aquí
Mike, aquí mismo a menos de una hora de distancia. —Comencé a menear la cabeza,
mi mente estaba llena de incredulidad. Llevaba dos años en la zona. ¿Cómo era que
nunca me había encontrado con ella?
—¿Qué pasa si tenía razones para tener que marcharse? —dijo Mike.
—No hay una razón suficientemente buena. Me abandonó. Mi padre fue
asesinado delante de mí. Vi cómo se la llevaron gritando. Sostuve a mi padre mientras
sangraba en mi regazo, vi cómo la luz dejaba sus ojos. Me quedé sola. Me sentía
aterrorizada y sola, y ella me dejó.
Mike me miró fijamente durante varios segundos. Sabía que se había quedado
sin palabras y eso estaba bien. No había nada que pudiera decir para mejorar todo
esto. En este momento, solo quería cualquier información que hubiera podido
desenterrar.
»¿Qué más pudiste encontrar? —pregunté.
Suspiró antes de sacar una pequeña pila de papeles del cajón superior de su
escritorio.
—Hablé con algunos de nuestros muchachos en las calles. —Esperé a que
continuara, tomando otro sorbo de café.
—¿Twitch? —pregunté.
Asintió. Twitch era una fuente que usábamos con frecuencia. Era un poco
excéntrico y las cosas que sabía a menudo eran asombrosas, pero era bueno. Mejor
que bueno. No me sorprendía que Mike hubiera acudido a él en busca de información.
—Viola Reynolds apareció en la red hace cinco años atrás cuando se fundó la
Corporación de Humanos Unidos. Es miembro del consejo, pero tiene el voto decisivo
en todas las discusiones, así que básicamente es la cabeza de la serpiente. La Alianza
Humana es una fachada para un gobierno político. Twitch dice que su objetivo
principal es eliminar lo que consideran una amenaza para la humanidad.
—¿Quieren destruir a la comunidad paranormal?
—Exactamente.
—¿Y cómo influye PsyShade en todo esto?
—Estoy llegando a esa parte.
Sonreí, a Mike siempre le había gustado el dramatismo. Actualmente, los seres
humanos superaban en número a los paranormales en casi trescientos a uno en la
población. Sin embargo, eso no significaba mucho cuando un solo vampiro rebelde
podía arrasar con las cuadras de una ciudad en cuestión de momentos.
—¿Sabemos por qué quieren eliminar a la comunidad paranormal?
Mike meneó la cabeza. —Nada concreto. Twitch afirma que la CHU cree que los
paranormales son una abominación. Que sus almas están condenadas y que es su
trabajo eliminarlas.
—Genial, son un montón de fanáticos.
—Prácticamente eso.
Esto ciertamente no se veía bien. —¿Sabes algo más?
Mike me pasó una foto. La imagen era de un hombre con una gabardina larga.
Estaba de pie en medio de una carretera, con los brazos levantados y una expresión de
concentración en su rostro. Detrás de él, varios autos flotaban en el aire.
—¿Estamos seguros de que esto es real? —pregunté.
Asintió. —Sí, aquí hay otra. —La segunda fotografía que sacó era del mismo
hombre, con el mismo abrigo. Esta vez estaba parado frente a un escaparate, sin darse
cuenta del fotógrafo. Tres esferas de metal flotaban sobre su palma.
¿Inarus?
—Por lo que he recopilado, PsyShade y CHU trabajan de la mano. CHU es el
rostro político, limpio y brillante para el público. PsyShade es más encubierto y hace el
trabajo sucio bajo la dirección de CHU.
Observé cada imagen una al lado de la otra. El rostro del hombre era
irreconocible, oculto en la sombra en ambas imágenes. Por lo que sabía, las esferas
podrían ser un hábito para los que tenían habilidades telequinéticas, pero mi cuello
hormigueaba. Las coincidencias eran raras.
—¿Está vinculado a la organización? —pregunté.
Mike frunció sus cejas. —No estoy del todo seguro, pero creo que sí.
Me hundí más en la silla. Por supuesto, Inarus no podía ser un bienhechor en la
comunidad de Psykers. Tenía que ser un loco radical que quería erradicar a la
población paranormal. Qué suerte la mía.
—¿Por qué el CHU no está interesado en eliminar también a los Psykers? —dije,
señalando las fotografías.
—Los Psykers se consideran a sí mismos una versión avanzada de un ser
humano. Hablé con Twitch y encontró este informe para mí.
—Quieres decir que robó este informe por ti —lo corregí. Mike tuvo la decencia
de parecer reprendido mientras entregaba el supuesto informe. Leí el papel
rápidamente. Básicamente enumeraba similitudes entre dos cadenas de ADN.
—¿De dónde salió esto?
—Un laboratorio de investigación en Seattle comparó el ADN de un humano
normal con el de un Psyker. Coinciden. Con los vampiros encuentras una tercera
cadena de ADN. Nadie sabe por qué está ahí o qué significa, pero cada vampiro tiene
una. En los cambiaformas vemos un aumento de cromosomas debido al virus LYC-V.
Altera su estructura de ADN después de la infección y trastorna su propia composición
química. Las arpías carecen de tres cromosomas y los fae, ¿quién sabe? Dudo que
alguien haya estado lo suficientemente cerca para estudiar a uno, pero es seguro decir
que son diferentes de los humanos en la estructura y composición del ADN. Sin
embargo, los Psykers, según este informe, son iguales. Sin embargo, la composición
genética es idéntica a la de un ser humano normal, aunque este informe también
enumera un aumento en las capacidades de curación. Estoy seguro de que hay otras
diferencias, pero la composición de su ADN es, de hecho, la misma.
Eso explicaba por qué mis lesiones de más temprano eran más una molestia
que causaba algo de dolor en lugar de la cantidad de dolor que realmente debería
causar una costilla rota.
Fue reconfortante de una manera extraña. Siempre me había considerado
humana, pero al mismo tiempo, siempre tuve miedo de lo que sucedería si alguien
tomaba una muestra de mi sangre. ¿Qué encontrarían, qué sospecharían? Estas
preguntas siempre me atormentaron, pero ahora al menos podía dejarlas a un lado y
sentirme agradecida por las rápidas habilidades de curación. Tenía la sensación de que
seguirían siendo útiles.
Un sinfín de preguntas comenzaron a fluir a través de mí. ¿El CHU era una
amenaza? Obviamente lo eran si querían eliminar a la comunidad paranormal. Pero
¿qué papel desempeñaban los Psykers en todo esto? ¿Era yo la única Psyker fuera de
PsyShade? Tal vez por eso nunca me había encontrado con otro antes.
Mi mente se centró en pensamientos de Inarus. Él me había estado empezando
a importar, pero después de esto, no me sentía tan segura. ¿Y si era el hombre de las
fotos? ¿Importaba? No lo incriminaban de nada, solo eran grabaciones de sus
habilidades. ¿Verdad?
Ese hormigueo en la parte de atrás de mi cuello me estaba advirtiendo y pude
ver banderas rojas en aumento. Me había llevado a la gala para presentarme a la
comunidad de Psykers. Viola, ni siquiera podía pensar en ella como mi madre, estaba
en el consejo de la Corporación de la Alianza Humana. Si Inarus quería que supiera más
sobre los Psykers y, de hecho, no estaban relacionados con el CHU, ¿por qué hicieron
ese evento?
—Me encontré con Jessica Blackmore —espeté. No estaba segura de por qué,
pero lo que había dicho me parecía importante—. Estaba borracha —le dije.
—¿Qué dijo?
—Estaba enojada. Despotricó sobre cómo Viola le había quitado todo. Llamó a
los paranormales una abominación. Me pareció extraño ya que Daniel era un
cambiaformas, pero me pregunto si Jessica estaba involucrada. Si de alguna manera
había jugado un papel en la muerte de Daniel sin darse cuenta y cuando lo hizo, ya era
demasiado tarde.
—¿Qué te dice tu instinto? —preguntó.
—Que mi madre no es la mujer que recuerdo que era.
La expresión de Mike fue solemne. —Ari, ¿alguna vez has querido, ya sabes,
averiguar más sobre personas como tú?
Empecé a menear la cabeza, pero me contuve. Por supuesto que quería saber
más sobre los Psykers. Quería saberlo todo, pero no valía la pena correr el riesgo.
Cuando antes se me habían acercado, yo sabía que era una trampa y huía. Esta vez, lo
sentía igual de contaminado. Nada tenía sentido y la entrada de mi madre en la
imagen era solo otra llave inglesa en mi investigación ya existente y descarrilada. No
creía en las coincidencias y sabía que Mike tampoco.
—Así no. Esto no está bien y lo sabes.
—¿Pero y qué pasa si está bien? ¿Y si esta es tu segunda oportunidad?
—No. Yo no creo eso y tú tampoco, no realmente.
Asintió.
»Mike, hay algo más que debería decirte —dije. Me levanté y caminé. Sacando
la daga de plata de la vaina de mi muslo, sin pensarlo, la lancé entre mis dedos en un
esfuerzo por distraerme.
—Ari, simplemente hazlo —dijo—. Me estás poniendo nervioso y deja de mover
esa cosa. Te vas a lastimar.
Envainé mi cuchillo y dejé de caminar. Colocando ambas manos sobre el frente
del escritorio de Mike, me incliné hacia adelante y lo miré directamente a los ojos.
—Ese tipo de la foto —dije.
—Sí, ¿qué hay de él?
—Estoy bastante segura de que es el mismo chico con el que salí en una cita. El
que conociste el otro día cuando lo enviaste a mi escritorio.
Maldijo. Me levanté del escritorio y volví a sentarme.
—¿Él también es un Psyker?
Asentí. —Es un telequinético. —Indiqué las fotos entre nosotros—. Lo he visto
con esferas como estas.
Asintió. —Y tu madre.
Me encogí. Ya no sabía quién era, pero estaba bastante segura de que madre
era un título que ya no tenía. Meneando la cabeza, respondí—: No que yo sepa. Nunca
la vi mostrar ninguna habilidad de Psyker mientras crecía y ella era muy consciente de
las mías. Si fuera una, no creo que me lo hubiera ocultado mientras crecía.
—Necesitamos descubrir cómo influye todo esto en la muerte de Daniel. Si su
objetivo es eliminar la comunidad paranormal, la forma más fácil de lograrlo es hacer
que los paranormales se destruyan a sí mismos.
—Dijiste “nosotros”.
—Por supuesto que lo hice. No voy a dejar que te encargues de esto por tu
cuenta. Esto está muy por encima de tus habilidades —me reprendió.
—Tengo a James, a toda la manada también si los necesito.
Se rió. —No es lo suficientemente bueno.
Lo dejé pasar, sabiendo que era él quien me respaldaba. Le conté sobre Emma y
el vampiro muerto por el que a James y a mí nos habían llamado, dejando de lado mi
experiencia cercana a la muerte. No había ninguna razón para preocuparlo más y mis
heridas estaban lo suficientemente ocultas como para que él no se diera cuenta.
Estuvo de acuerdo en que algo andaba mal y, sabiendo que los Psykers y el
CHU andaban cerca, ambos teníamos la sensación de que tenían algo que ver con las
muertes. Solo necesitábamos seguir las migas de pan. Una parte de mí se sentía
frustrada conmigo misma por no haber oído hablar antes del CHU. Me enorgullecía de
conocer secretos y esta era información de la que debería haber estado al tanto.
A pesar de nuestros vastos recursos e incluso con la ayuda de Mike y James, iba
a necesitar más si íbamos a llegar al fondo de todo. No teníamos pruebas de que los
Psykers o el CHU estuvieran involucrados en ninguno de los delitos. Solo una leve
sospecha y eso no era suficiente. Además de eso, incluso si eran responsables, el HEPD
no haría nada al respecto. Los paranormales vigilaban a los suyos y no recordaba que
mi madre fuera imprudente. Ella no era estúpida. Si desempeñaba algún papel en esto,
sus manos estarían limpias. No, alguien más hacía el trabajo sucio.
Necesitaba llamar a James.
A la mañana siguiente me detuve en el complejo de la Manada. Estaba a treinta
minutos, en coche, saliendo de Spokane y ubicado en ciento siete acres de propiedad
boscosa. Conduje mi pequeño Civic hasta las inminentes puertas de madera. El edificio
del complejo estaba rodeado por una cerca de cuatro metros y medio construida con
grandes ladrillos grises y argamasa. La cosa era sólida e imponente y tenía la sensación
de que, aunque la cerca se encontraba allí para evitar que los forasteros entraran, me lo
pasaría fatal si tenía que salir rápido si algo salía mal. Mis manos agarraron el volante
con más firmeza cuando las puertas dobles gimieron ante mí, abriéndose lentamente.
Me arrastré con mi coche hacia adelante, observando mi entorno.
La estructura que se veía impresionante desde el exterior era desalentadora
cuando atravesé sus puertas. Su altura no era nada en comparación con su
circunferencia. La pared tenía al menos treinta centímetros de profundidad. No había
forma de que pudiera pasarla por encima, ciertamente no podría atravesarla, y si tenía
que adivinar, los cambiaformas se habían asegurado de que nadie pudiera pasar por
debajo tampoco. Se habían construido una bonita fortaleza.
Conduciendo más lejos, me encontré siguiendo un camino sinuoso rodeado de
enormes árboles de hoja perenne. Después de cinco minutos, el propio Complejo
finalmente apareció a la vista. Era una fortaleza. Fuertemente protegido y fortificado,
no solo había sido construido con grandes bloques de piedra, sino que también todo
el perímetro estaba lleno de actividad. Conté más de una docena de cambiaformas
patrullando y esos eran solo los que podía ver desde mi posición actual. Los
cambiaformas habían creado con éxito un edificio casi impenetrable y estaba segura de
que cualquiera que fuera la debilidad que tenía el complejo, se monitoreaba y
patrullaba diligentemente en todo momento.
Estacioné mi coche y me quedé sentada por un rato, tratando de controlar mis
emociones y recordar cada detalle que sabía sobre la manada y su alfa. El alfa de los
cambiadores del noroeste del Pacífico no era otro más que Declan Valkenaar. Era un
tigre de Bengala blanco y en forma humana tenía cabello casi blanco y ojos color
esmeralda. En forma de tigre, su pelaje era blanco como la nieve con rayas del tono
más profundo de negro.
¿Cómo sabía esto? Lo encontré en Wikipedia. No toda la información es
encontrada investigando en las calles oscuras. También sé que ha liderado la manada
del Noroeste del Pacífico, que abarca todo Washington, Oregón, Idaho y Montana,
durante nueve años. Aún no había sido desafiado y ese solo hecho me asustaba
muchísimo. Por lo general, un alfa era desafiado casi una vez al año. No tener
oposición durante nueve años consecutivos significaba una de dos cosas, o era un hijo
de puta aterrador y nadie pensaba que podría derrotarlo, o era el líder perfecto y todos
estaban felices con su gobierno. Tenía la sensación de que, de los dos, el primero era
cierto.
Finalmente reuniendo el coraje para dejar mi vehículo, abrí la puerta
asegurándome de mantener mi rostro sin expresión. Fresca como un pepino, hoy ese
era mi lema. Caminando hacia las puertas principales me encontré con dos
cambiaformas. Un hombre y una mujer. Niñeras, hurra.
El hombre era bajo y rechoncho, envuelto en masas de músculos que le daban
la apariencia de un tanque. Vestido con uniforme negro, gritaba ex militar. El peinado
de corte militar se sumaba al efecto. La mujer, por otro lado, parecía casi delicada. Era
menuda y vestía un vestido de verano azul claro y sandalias doradas de tiras. Su
cabello rubio lacio ondeaba con la brisa y tuve que morderme la mejilla para no
sonreír. Tenía pecas reales y parecía que debería estar en un equipo de porristas, no
aquí afuera saludándome en los terrenos de la manada. Era tan malditamente diminuta
que no podía imaginar en qué se convertía. El hombre, sin embargo, era un oso sin
duda. Puede que no fuera alto, pero era grueso y la forma en que caminaba era como
un rinoceronte pisando fuerte en el barro.
—Bienvenida al Complejo. Mi nombre es Jennifer y este es Mauro. Seremos tus
guías —dijo la mujer con voz cantarina. Incliné la cabeza en agradecimiento y los seguí
al interior del lugar.
Los pasillos eran amplios. Varios cambiaformas pasaron junto a mí, ignorando
mi presencia como si no importara. No es que quisiera que se fijaran en mí, pero, aun
así, un simple hola o una disculpa hubiera sido suficiente. Continué siguiendo a mis
guías designados por lo que se convirtió en un laberinto de pasillos, mis botas hacían
suaves ruidos con cada paso que daba. A pesar del tamaño de Mauro, sus pasos fueron
silenciosos, al igual que los de Jennifer. Una parte de mí se encogió por el alboroto que
estaba haciendo. ¿Cómo diablos podían permanecer en silencio cuando yo sonaba
como si estuviera pisando ladrillos? ¿Quizás eran los zapatos? Sin embargo, lo más
probable era que el suelo hubiera sido diseñado para hacer ruido.
Los cambiaformas naturalmente se movían en silencio. Eran depredadores y el
sigilo estaba en su propia naturaleza. Por otro lado, yo no tenía ese don. Obviamente.
Al girar en una esquina cerrada, Jennifer abrió un juego de puertas dobles que
conducían a una escalera. Miré hacia arriba; eran prácticamente interminables. Justo lo
que necesitaba, más malditas escaleras, como si no pudiera tener suficiente.
Siete tramos de escalera después Jennifer se detuvo y me miró. —¿Necesitas un
ascensor? —Meneé la cabeza. Me hubiera encantado tomar un ascensor, de verdad.
Solo que me convertiría en una niña de cinco años gritando que me dejara salir, así que
desafortunadamente, las escaleras interminables eran lo mío. Asintió y continuó
subiendo mientras yo comenzaba a seguirla, Mauro ya se encontraba en un tramo
completo por encima de nosotras.
En el quinto piso pude sentir la tensión en mis pulmones a medida que mi
respiración se hacía más trabajosa. Para el sexto, el sudor me caía de la frente y entre
los senos. Maravilloso, ahora todos podían olerme a un kilómetro de distancia. ¡Qué
asco!
En el séptimo piso tuve que apretar los dientes y empujar las piernas hacia
adelante por pura fuerza de voluntad. No verían mi debilidad. Subiría estas malditas
escaleras y no me tomaría un descanso.
Cuando llegamos al octavo piso, finalmente nos detuvimos. Mauro se acercó y
agarró la manija de la puerta que conducía al hueco de la escalera, un suspiro audible
de alivio salió de mi boca. Giré mi cabeza de izquierda a derecha para aflojar la tensión
en mis hombros al escuchar el leve estallido de mi cuello. Sin embargo, no había nada
que pudiera hacer por la rigidez de mis piernas, no aquí de todos modos.
Me llevaron por otro pasillo, éste bañado por una luz ámbar, iluminando el
espacio con un suave resplandor. Las paredes estaban desnudas y hechas de piedra
simple, alineadas con puertas a ambos lados. Al final se ramificaba en dos direcciones.
Giramos a nuestra derecha y seguimos hasta una puerta solitaria. Dos cambiaformas
estaban apostados fuera de la puerta, haciendo guardia. Cada uno vestía vaqueros y
una camisa negra. Nada tan dramático como el uniforme negro que vestía Mauro, pero
aun así tenían una presencia militar. Estaba empezando a tener la idea de que ninguno
de ellos había servido realmente, sino que tenían entrenamiento de combate y siempre
estaban listos. Un ejército personal para la manada.
Jennifer asintió hacia ambos hombres y ellos hicieron lo mismo. Abrió la puerta
y me hizo pasar. Respiré hondo antes de entrar.
Ahora o nunca.
La sala era grande y estaba estructurada como un pequeño auditorio. Por
donde habíamos entrado nos dejaba en el nivel del suelo. Los bordes exteriores se
elevaban con cuatro filas de bancos altos. Como si los que entraban normalmente
tuvieran audiencia. En el centro de la habitación había una gran mesa de madera
rodeada de diecisiete sillas. Ocho a cada lado de la mesa rectangular con una silla al
final sirviendo como cabecera. De pie a la cabecera de la mesa estaba Declan. Por su
cabello blanco platino y sus ojos verdes esmeralda, me di cuenta de que era el alfa de
la manada, pero lo que no había aprendido de las fotos en línea era lo imponente que
se veía en persona.
La habitación era grande, pero él se sentía más grande. Era impresionante, de
pie junto a su silla parecía tener más de metro ochenta de altura, con músculos
marcados con una mandíbula angular y labios en una línea. Las cejas gruesas le daban
una expresión cubierta de misterio, pero sus ojos fueron lo que realmente cautivó mi
atención. Eran unas gemas gemelas que brillaban en la luz y actualmente se
entrecerraban en mi dirección. Qué suerte la mía.
Qué excelente primera impresión. Entrando más en la habitación, rápidamente
evalué a las otras personas. Aparte de Mauro y Jessica que ahora se encontraban detrás
de mí, y Declan que estaba delante, había otros cinco. Dos mujeres y tres hombres.
Cuando me acerqué a la mesa, todos me miraron con distintos niveles de hostilidad
mientras permanecían de pie junto a la mesa. Supuse que no apreciaban que un
humano se entrometiera en sus negocios.
A la derecha de Declan estaban las dos mujeres presentes. La primera vestía
vaqueros casuales de mezclilla y una camiseta roja. Su melena de ébano caía en ondas
hasta su cintura y su piel bronceada junto con sus ojos marrones le daban una
apariencia exótica. La mujer a su lado era casi su competencia opuesta. Tenía la piel
cremosa y el cabello cobrizo recogido en un moño apretado sobre la cabeza. También
llevaba vaqueros, junto con una camiseta blanca que le bajaba lo suficiente para
mostrar su amplio escote. Sus ojos eran fríos y calculadores. Me di cuenta de inmediato
que ya estaba en su lista de mierda y ni siquiera había abierto la boca todavía.
Frente a las mujeres estaban los hombres. Cada uno detrás de su respectiva silla
y cada uno se encontraba en buena forma, y lo digo en serio, muy buena forma. El
primero tenía la piel bronceada, el cabello corto como un militar y los ojos castaños
oscuros. Tatuajes tribales adornaban sus brazos desnudos y su camisa negra abrazaba
su grueso cuerpo musculoso. Sentado a su lado había otro hombre con rasgos casi
idénticos. Su piel era tal vez un tono más claro, pero tenía el mismo cabello estilo
militar, ojos color chocolate y tatuajes tribales casi idénticos. Qué raros.
El tercer hombre de la mesa tenía cabello rubio y ojos azules. Su tono de piel
oliváceo y la pizca de vello facial le daban un aspecto bastante travieso, pero sin el
vello facial, sería un chico guapo. Sus rasgos estaban claramente definidos. Pómulos
altos y nariz pequeña pero afilada. Si hubiera querido, incluso en nuestra sociedad
actual, podría haber sido modelo fácilmente. Él era así de guapo.
Cuando llegué al borde de la mesa me detuve, esperando ver qué pasaría
después. Sabía más sobre cómo funcionaba la manada de lo que debería y ese
conocimiento me hizo consciente del hecho de que había un sentido de orden muy
estricto. Su posición en relación con Declan significaba algo y no quería perder el
tiempo y tomar el asiento equivocado, así que esperé, pacientemente. O al menos tan
paciente como fui capaz, lo cual en realidad no era mucho.
Jennifer pasó junto a mí con Mauro y cada uno se colocó detrás de un asiento,
Jennifer a la derecha de la mujer de cabello cobrizo y Mauro a la derecha de Jennifer.
Con todos en su lugar, Declan finalmente habló.
—Bienvenida al complejo. —Su voz retumbó en el espacio cerrado.
Intenté sonreír. —Gracias por recibirme.
Asintió y continuó. Señalando a su izquierda, comenzó a hacer presentaciones.
Señalando a la mujer de aspecto exótico, comenzó—: Todos los Alfa de la manada no
pudieron asistir a nuestra reunión, sin embargo, aquí conocerás a un representante de
cada manada. Ella es Eva, mujer Alfa del Clan Feloidea. —No se molestó en explicar qué
significaba eso, pero sabía que el Clan Feloidea incluía hienas, mangostas y civetas—.
Junto a ella tenemos a Yvonne, Alfa del Clan Muridea. —El Clan de los roedores—.
Jennifer a quien ya conociste junto con su compañero Mauro son los Beta del Clan de
Osos. —Vaya, eso no lo vi venir. Quiero decir, claro al ver a Mauro pensé en un oso,
pero Jennifer, ella era menos de un tercio de su tamaño. Simplemente no podía
imaginarlo.
»A mi derecha —continuó Declan—, están Tegan y su hermano gemelo Derek,
los alfas conjuntos del clan Lobo, y el último es Robert, Alfa del Clan Canidae. —Los
Canidae eran zorros, chacales y coyotes. Robert me lanzó una sonrisa salvaje. Me sentí
bastante segura de que era un coyote. Cuando sonrió, adoptó una mirada maníaca,
poniéndome la piel de gallina en todos los brazos. No quería encontrarme en una
escalera vacía con él.
»Yo soy el Alfa de la manada y el líder del Clan Gato —continuó Declan—. Por
favor, toma asiento. —Señalando el asiento al lado de Robert e interiormente me
encogí. Si me mordía, iba a devolverle el mordisco y luego le prendería fuego el culo.
Declan tomó asiento y yo, junto con todos los demás, lo seguimos.
Justo cuando me senté, la puerta por la que había entrado anteriormente se
abrió y entró James. Exhalé un suspiro de alivio. Me había preguntado si aparecería y
tenerlo aquí ayudó a calmar mis nervios. James inclinó la cabeza hacia Declan a modo
de saludo antes de tomar asiento a mi lado. Resistí el impulso de mover mi asiento
más cerca del suyo y más lejos de Robert y, en cambio, crucé las manos sobre la
superficie de madera de la mesa y esperé a que Declan continuara.
»Como muchos de ustedes saben, James ha llamado nuestra atención por su
trabajo con la señorita Naveed, al parecer tenemos un tercero entre nosotros que está
tratando de causar una guerra entre la manada y el aquelarre. Nuestra relación con el
aquelarre es sutilmente hostil en el mejor de los casos, pero no beneficiaría a ninguna
de las partes si vamos a la guerra. —Varias cabezas asintieron, pero una en particular
pareció no encontrarse de acuerdo.
—Los vampiros no son nuestros amigos. Son nuestro enemigo y la guerra es
inminente. Eso nunca ha sido un secreto. ¿Por qué molestarse en prevenir lo inevitable?
Nuestros números han crecido a lo largo de los años. Al final, prevaleceríamos. —Eva
sonreía mientras sonaban varios gruñidos de concordancia. Me quedé mirando a la
hermosa morena preguntándome si era densa.
—Eso puede que sea cierto —dijo Declan—. Probablemente seríamos los
vencedores. Sin embargo —hizo una pausa, haciendo contacto visual con cada
individuo en la mesa—, nuestras bajas serían cientos y cuando el polvo se asiente,
seríamos vulnerables a más ataques. Hay un tercer jugador. Sabemos poco sobre ellos
o lo que son, pero lo que sí sabemos es que quieren nuestra ciudad. Si la manada y el
aquelarre van a la guerra, abrimos las calles para que quienesquiera que sean
atraviesen la ciudad y tomen aquello por lo que luchamos. Perderíamos.
Todos en la mesa parecían profundamente perturbados por la idea. Algunos
parecían escépticos y pude entender por qué. Les estaban diciendo que un grupo
misterioso los acechaba, pero no tenían pruebas. No había ninguna razón verdadera
para creer que había alguien más aparte de los vampiros que pudiera ser una amenaza
para ellos.
—Señorita Naveed, ¿te importaría explicar nuestra situación? —preguntó, y
luego continuó, ofreciendo una rápida introducción—. La señorita Naveed ha estado
trabajando con James para derribar al individuo responsable del asesinato de Daniel
Blackmore. Mientras seguía pistas, descubrió algunas revelaciones inquietantes. —Miré
a James y él sonrió con ánimo. Ya habíamos discutido nuestro plan de acción la noche
anterior, después de que me fui de Sanborn Place. James había decidido de inmediato
una reunión con Declan y la manada de Alfas era nuestro mejor curso de acción y no
tenía ninguna razón para estar en desacuerdo. Respirando hondo me enfrenté a los
líderes de la manada y expuse todo.
—Originalmente pensamos que un vampiro era responsable de la muerte de
Daniel.
—¿Y ahora? —preguntó Declan.
Negué. —Hablé con Rebecka. Ella es arrogante y ensimismada. Tampoco siente
afecto por la manada, pero le creo cuando dice que nadie de su aquelarre hizo esto.
—Tienes que estar bromeando —dijo Tegan.
—Mira, sé que lo más fácil es culpar al aquelarre, pero después de la muerte de
Emma y el cuerpo del vampiro en la escena, las cosas simplemente no cuadran. Creo
que ambos asesinatos fueron armados para crear un conflicto entre la manada y el
aquelarre, para instigar una guerra entre las dos razas. —Solté un suspiro, necesitaba
que me creyeran porque si no lo hacían, la guerra vendría después. No pensaba que
tolerarían otro asesinato sin resolver dentro de sus filas. Había una posibilidad de que
me equivocara en esto, pero mi instinto me decía que me encontraba en el camino
correcto. Al menos tenía que intentarlo—. ¿Alguien aquí está familiarizado con los
Psykers? —pregunté.
—¿Qué diablos es un Psyker? —preguntó Mauro con voz de barítono profunda.
—Un Psyker es un ser humano con habilidades psicoquinéticas. Esencialmente
tienen poderes Psykers. Algunos pueden leer la mente, otros pueden teletransportarse
y algunos tienen poder sobre los elementos. Sin embargo, un Psyker sigue siendo
humano. Viven una vida humana promedio y no tienen habilidades regenerativas como
cambiaformas o vampiros, fuera de la curación a un ritmo acelerado. Los Psykers no
son fáciles de matar y la mayoría pueden derribarte antes de que te acerques. Hay una
organización llamada PsyShade y recluta Psykers, condicionándolos a ver tanto a la
manada como al aquelarre como abominaciones junto con todas las demás especies
paranormales.
La información que Twitch había desenterrado fue una mina de oro llena de
más conocimientos de Psyker y PsyShade de lo que podría haber imaginado. Me sentí
un poco en las tinieblas, como si yo misma hubiera sabido la mayor parte de esto
siendo una Psyker, pero estaba satisfecha de que al menos ahora tenía más de lo que
tenía antes. Me había pasado toda la noche repasando cada nota y referencia que Mike
me había dado.
»Su objetivo es restaurar el orden mundial devolviendo a los humanos el poder
y eliminando a cualquiera que pueda representar una amenaza. Ven a la manada como
una amenaza obvia y, dado que la manada del noroeste del Pacífico es la más grande
de los EE. UU., creen que, si ustedes caen, las otras manadas se someterán en lugar de
correr el riesgo de sufrir las mismas bajas. No solo quieren una guerra. Quieren
exterminarlos.
Cuando terminé, toda la habitación estalló en un caos. Hubo gruñidos. Todos
hablaban unos sobre otros y muchos me llamaban mentirosa. Declan se reclinó en su
silla y observó cómo se producía el caos. Después de dos minutos, finalmente había
tenido suficiente. Se puso de pie con una calma inquietante y soltó un rugido feroz. Los
pelos de la parte posterior de mi cuello se erizaron y tuve que luchar contra mi instinto
de arrastrarme debajo de la mesa y esconderme. Era un bastardo aterrador.
Instantáneamente la habitación se volvió silenciosa y todos los ojos se posaron
sobre Declan.
—Aria, ¿podrías compartir la prueba con nuestro consejo de la existencia de los
Psykers? —preguntó. Debajo de la mesa, James apretó mi mano y yo le devolví el
apretón antes de levantarme de mi asiento. James también se puso de pie, tirando de
la silla para mí. Di un paso alrededor y me coloqué en el extremo opuesto de la mesa
para darles a todos una vista clara.
Extendí los brazos ligeramente frente a mí, con las palmas hacia arriba.
Cerrando los ojos, busqué en lo más profundo de mi ser, dirigiendo mi energía hacia
mis manos extendidas. En segundos, la temperatura de la habitación comenzó a subir.
Segundos después de eso, las llamas rodearon mis manos. Me concentré lo más que
pude para mantener las llamas lo suficientemente grandes para que todos se dieran
cuenta, pero no tanto como para abrumarme. El fuego tenía una forma de consumir. Te
llamaba, un cántico silencioso para que lo dejaras crecer y correr libremente.
Al escuchar jadeos audibles, abrí los ojos y medí sus expresiones. Los gemelos
tenían los ojos entrecerrados, sus miradas evaluadoras. Jessica y Mauro parecían
imperturbables, como si ya lo hubieran sabido. Eva parecía enojada, Yvonne se mordía
el labio, parecía preocupada… y Robert, Robert tenía esa misma sonrisa salvaje en su
rostro, como si acabara de encontrar un bocadillo sabroso. Con todos los ojos fijos en
mí, dejé que las llamas lamieran mis brazos.
Empujando más, la llama pronto abarcó todo mi cuerpo. Incluso ocultando mi
rostro. Después de un minuto completo traté de llamar a mi fuego para que volviera a
entrar. Me tomó más tiempo del que me hubiera gustado, pero después de una leve
lucha interna, pude soltar un suspiro cuando la presión disminuyó. Había estado
practicando mi control, pero incluso esa pequeña demostración me había pasado
factura. Un picor había quedado debajo de mi piel.
—Gracias por la demostración —dijo Declan, completamente imperturbable.
Sabía lo que podía hacer, James había compartido la información con él antes de que
yo llegara. Nunca lo había visto antes, sin embargo, actuó como si una mujer
estallando en llamas fuera algo cotidiano.
Robert tomó asiento y se inclinó hacia mí.
—Eso fue perverso y caliente —dijo, colocando su mano en mi antebrazo—.
¡Mierda! —gritó, retrocediendo.
Miró su palma cubierta de ampollas por quemaduras. Sus ojos se dispararon de
su mano a mí, con una expresión de sorpresa en su rostro. Me encogí de hombros y le
ofrecí una pequeña sonrisa.
Qué mal.
No.
Se curaría en minutos. No era nada por lo que enfadarse. El Lyc-V en su sistema
probablemente ya estaba reparando el daño y pronto su mano estaría inmaculada, sin
signos de quemaduras. Qué mal.
Declan se aclaró la garganta.
—Como decía. Tenemos una nueva amenaza. Una que nunca habíamos
enfrentado y tenemos que prepararnos.
Jennifer esperó en el coche mientras yo cruzaba el estacionamiento hacia
Sanborn Place. Después de mi demostración, Declan pidió que me acompañara de
regreso a la oficina para contactar con Mike. Él había llamado más temprano y había
dejado un mensaje diciendo que había encontrado más información y que pasara por
la oficina cuando hubiera terminado.
Cuando entré en Sanborn Place, me quedé congelada en el umbral. El espeso
olor a sangre asaltó mis sentidos tan pronto como abrí la puerta. Arrugué la nariz y
rápidamente examiné la habitación, nada fuera de lugar, pero sabía que algo andaba
mal. Con cuidado de no hacer ningún sonido innecesario, me arrastré lentamente hacia
el edificio de oficinas, dejando que mi nariz me guiara a través de la habitación oscura
y me acercara más al aroma metálico.
Mientras caminaba por la oficina, el olor ofensivo se hizo más fuerte. Cuando
doblé la esquina, vi un par de piernas en el suelo, apenas visibles detrás del bulto de
un escritorio. Las piernas eran gruesas, enfundadas en pantalones grises. Los zapatos
lustrados pero hechos de cuero gastado. Los zapatos exactos que Mike usaba en la
oficina todos los días.
Un escalofrío de pavor se instaló profundamente en la boca de mi estómago
mientras me acercaba un poco más. Las lágrimas ya se están formando en las esquinas
de mis ojos. Moviéndome por completo alrededor del escritorio, encontré el cuerpo de
Mike tendido en el suelo, con una mano temblorosa apretada contra su estómago.
Corrí a su lado, presionando mi mano contra su herida, pero incapaz de evitar que la
sangre se filtrara por mis dedos. Se sentía caliente y espesa. El pánico comenzó a
apoderarse de mí.
—Mike, oh, Dios, Mike, ¿qué pasó? —dije, presionando mi mano más
firmemente contra su estómago. La sangre se estaba acumulando rápidamente a mi
alrededor. El lado lógico de mi cerebro sabía que estaba perdiendo demasiado, sabía
que se encontraba más allá de poder ser salvado, pero no podía renunciar a él.
—Ar-Ar-Ari... necesitas...
—Shhh... está bien. Vamos a buscar ayuda. Todo va a estar bien —le dije,
parpadeando varias veces para mantener mis emociones bajo control, pero fue inútil.
Las lágrimas se filtraron por las esquinas de mis ojos en contra de mis deseos.
»¡JENNIFER! —grité, esperando que pudiera oírme afuera. Orando para que sus
sentidos de cambiaformas captaran el sonido. No podía dejar el lado de Mike para
correr en busca de ayuda. No lo lograría. Si soltaba su estómago, se desangraría en
cuestión de segundos—. ¡JENNIFER! —grité de nuevo, mi voz se volvió ronca mientras
luchaba por contener mis sollozos—. Vas a estar bien —dije de nuevo—. Solo espera,
¿bien? Solo aguanta y todo estará bien. Te lo prometo, por favor, aguanta. —
Balbuceaba, sin saber qué decir o si lo decía en voz alta para su beneficio o el mío.
Necesitaba creer que estaría bien. No podía perderlo. Simplemente no podía.
Su respiración era débil y laboriosa, y mientras me aferraba a su forma boca
abajo, vi cómo sus ojos se oscurecían visiblemente, la lucha abandonándolos.
»No, no, no, no me dejes —le dije, sacudiéndolo para despertarlo. Sus ojos se
abrieron y cuando su mirada se encontró con la mía, sonrió. Traté de devolverle la
sonrisa, pero no pude hacer que llegara a mis ojos. Mike levantó una mano cubierta de
sangre y ahuecó mi mejilla, su mano tembló por el esfuerzo.
—Aria, mi dulce Aria.
—Shhh... —le dije—, no hables.
Mike meneó la cabeza, una lágrima se filtró por el rabillo de su ojo.
A lo lejos escuché la puerta de la oficina abriéndose y pasos rápidos que se
dirigían en nuestra dirección.
—Corre —jadeó Mike—. Vinieron por ti, no por mí. Corre.
—¿De qué estás hablando? —le pregunté mientras Jennifer se acercaba detrás
de mí. Tenía el botiquín de primeros auxilios con ella. El que guardaba en el maletero
para emergencias, pero no se molestó en abrirlo. Ella sabía que era demasiado tarde, al
igual que yo, pero aún quería intentarlo. Tenía que hacerlo. Le debía a Mike al menos el
intento.
Retiré una de mis manos del estómago de Mike y rápidamente abrí el botiquín
de primeros auxilios antes de revisar su contenido. Agarrando gasa y esparadrapo traté
de detener el flujo de sangre, pero seguía filtrándose. Levanté la camisa de Mike y me
di cuenta de por qué. Lo que asumí era una puñalada en el estómago, era más. Mike
tenía cuatro puntos de entrada separados que podía ver, cada uno rezumando con un
abundante flujo de sangre.
»Oh, Dios.
—Aria, no puedes arreglar eso —me susurró Jennifer. Una mano restrictiva en
mi hombro.
Me la saqué de encima. —Sí, puedo. Tengo que hacerlo. —Contuve el sollozo
alojado en mi garganta. Podía hacerlo. Lo arreglaríamos, tenía que haber una forma.
Me moví para buscar más gasa; íbamos a necesitar mucha más gasa.
No había más y necesitaba más.
—Necesito más gasa—le dije.
Puso sus manos sobre las mías, deteniendo mis movimientos.
—Aria, se ha ido.
Miré hacia arriba.
—¿De qué estás hablando? —pregunté, meneando la cabeza.
—Aria, mira. Apenas puedo escuchar los latidos de su corazón. Su respiración
está disminuyendo. Déjalo ir.
No... No... No, no podía dejarlo ir.
—¡No, no puedo! —Dejé todo y alcancé su rostro—. ¿Mike? ¡Mike! Por favor,
por favor despierta —dije una y otra vez—. Por favor, despierta. Por favor. —Mi visión
se volvió borrosa. Apenas podía ver a través de mis lágrimas. Finalmente solté un
sollozo y me derrumbé sobre él—. Por favor, no me dejes —le rogué, apretando su
cuerpo contra el mío.
Me volví hacia Jennifer.
»Tienes que hacer algo.
—No hay nada...
—Sí, hay algo —le dije, interrumpiéndola—. Conviértelo.
Abrió mucho sus ojos. —No puedo.
—Sí, puedes. No hay nada que te detenga. Por favor —supliqué.
Meneó la cabeza. —No sabes si es lo que él hubiera querido. E incluso si lo
intento, no hay garantía de que funcione. Ha perdido mucha sangre.
—No me importa. Inténtalo, por favor, inténtalo.
Asintió y se inclinó hacia Mike. Antes de que su mano lo tocara, su pecho dejó
de moverse y su respiración cesó por completo.
La sangre de Mike continuó acumulándose a mi alrededor. A lo lejos me
preguntaba cómo una persona podía tener tanta sangre dentro. Sentí que estaba
nadando en ella, pero no me importaba. No me importaba que su sangre cubriera mis
manos o que tuviera rayas en mi rostro. Me dolía el pecho, me sentía mal físicamente
pero no por la sangre, no. Esto era diferente. Me sentía débil, mi cuerpo desgastado.
Había un enorme agujero en mi pecho ahora que no creía que pudiera llenarse jamás.
Mi cabeza daba vueltas por la pérdida.
Podía escuchar a Jennifer hablándome. Con sus manos sobre mis hombros,
pero todo se sentía muy lejano. No escuché lo que me decía. De todos modos, no
importaba. Ya nada importaba. Mike se había ido. Realmente se había ido. Ella ahora
no podía convertirlo. No sin un latido, sin pulso.
Mi corazón se hundió en mi estómago y de repente sentí frío, pero solo
brevemente, antes de que me adormeciera.
Fue como cuando encontré a Daniel, el charco de sangre, la pérdida...
Jennifer ahora me estaba sacudiendo con más fuerza. Quería que se detuviera,
¿por qué no me dejaba en paz? Solo quería estar sola. Frustrada de que no pudiera ver
eso, finalmente me senté, mirándola a través de mis lágrimas mientras las llamas
comenzaban a lamer mis dedos.
—Suéltame —dije.
Su rostro estaba marcado por la preocupación. Su mirada chocó con la mía,
pero solo por un momento. De repente miró hacia otro lado, hacia la entrada de la
oficina. Sus ojos se endurecieron y rápidamente se puso de pie.
—Tenemos que irnos —dijo.
Meneé la cabeza. No me iba a ir a ninguna parte. Ella podía irse, pero yo me
quedaría. No iba a dejar a Mike aquí solo.
Jennifer se agachó frente a mí, sus manos en mis hombros ignorando las llamas
que se alzaban sobre mis brazos y hombros. Hizo una mueca de dolor, pero sus ojos se
clavaron en los míos, exigiendo mi atención.
»Aria, necesito que me mires, ¿de acuerdo? Enfócate. Se ha ido, pero ahora
mismo hay varios vampiros afuera. Puedo olerlos. Tenemos que irnos. Ahora.
—Yo... no puedo. —Volví a mirar a Mike—. No puedo dejarlo así.
Obligó a mi mirada a volver a la suya.
—Tienes que hacerlo —dijo con los dientes apretados antes de levantarme con
ella del suelo. Luché brevemente, alejándome de ella, no quería que me tocaran.
¿Quién diablos se creía que era? La ira se apoderó de mí como un torrente feroz y me
liberé de su agarre una vez más.
—No me toques —dije.
—Aria, antes de que Mike muriera, dijo que estaban aquí por ti. Te dijo que
huyeras. Ahora necesitamos hacer eso. Necesito que corras. Puedo enfrentarme a un
vampiro. Incluso puedo enfrentarme a dos de ellos, pero con más, podría perder.
Podríamos perder. —Lo último lo dijo más fuerte.
Vagamente recordé las últimas palabras de Mike.
—Vamos a salir por la parte de atrás, ¿de acuerdo? —dijo.
Antes de que pudiera responder, comenzó a alejarme y la seguí a ciegas,
incapaz de despertar la voluntad de luchar más contra ella.
Cuando llegamos a la puerta trasera, escuché un cristal rompiéndose.
—Mierda —dijo Jennifer en voz baja. Me acercó más.
—Vamos, sé que ella está por aquí en alguna parte —dijo una voz desconocida.
—Perra tonta. Veremos cómo se siente cuando le hagamos lo que Ryan le hizo
a ese anciano.
Dos hombres rieron al unísono.
—Viejo bastardo, ni siquiera dio mucha pelea —dijo otra voz.
De repente vi todo rojo. Estos eran los responsables de la muerte de Mike.
Fueron ellos los que me lo quitaron. Sin pensarlo, caminé hacia las voces. Jennifer se
acercó a mí, pero rápidamente se echó hacia atrás cuando su mano hizo contacto. El
calor de mi piel provocando una quemadura visible. Las llamas habían crecido y habían
pasado de ser un resplandor anaranjado a un blanco brillante, cubriendo mi piel de la
cabeza a los pies con una fina capa de fuego.
—Shhh… escuché algo —dijo uno de los hombres, el que había hablado
primero. Dando varios pasos más, finalmente doblé la esquina que los ocultaba de mi
vista. Sentí más de lo que oí a Jennifer viniendo por detrás, pero se mantuvo oculta.
Probablemente pensó que me cubriría. Sin embargo, no necesitaba ningún respaldo.
Tres vampiros se hallaban frente a mí. Todos llevaban atuendos similares, ropa
oscura, gabardinas largas de cuero. Dios, ¿no podían al menos ser originales? Todos
eran aspirantes a Spike y una pequeña parte de mí lo encontraba cómico de una
manera morbosa.
—Bueno, mira lo que tenemos aquí —dijo uno de los vampiros—. ¿Quieres
jugar? —Una amplia sonrisa se extendió por su rostro haciendo que sus afilados
colmillos fueran aún más visibles. Idiotas, iba a hacerlos arder.
—Mataron a mi amigo —dije. Mi voz sonaba fría incluso para mis propios oídos.
El segundo vampiro puso cara de tristeza. —Aww, ¿estás molesta, niña? —Su
ceño fruncido fue rápidamente reemplazado por una sonrisa sádica—. Tu amigo no
planteó muchos desafíos. Sin embargo, tú harás que esto sea interesante para
nosotros, ¿no es así? —dijo antes de reír en voz alta, los otros dos se unieron.
—Tenemos una cuenta que arreglar contigo y tus pequeños trucos de fiesta no
serán de ninguna ayuda.
A lo lejos me preguntaba qué cuenta, pero en realidad no me importaba.
Habían matado a Mike. Eso era suficiente para condenarlos a todos. El comentario del
truco de la fiesta me hizo sonreír. No se dieron cuenta de que mis llamas eran reales.
No, ellos creían que esto era todo espectáculo, yo les mostraría.
Sin decir una palabra, eché la cabeza hacia atrás y abrí los brazos. Siempre
había tratado de controlar mis habilidades. Sin nunca confiar en mí misma, sin nunca
saber cuánto poder tenía dentro de mí. Esta vez no me contuve. Dejé que toda mi ira y
dolor salieran a la superficie y antes de que los chupasangres pudieran pestañear, lo
liberé, centrándome en los dos vampiros más cercanos a mí.
La habitación resplandeció en una ola de luz cegadora. El fuego tan caliente,
que por un breve momento brilló en color azul. En segundos, dos de los vampiros
fueron incinerados junto con la mayoría de los muebles circundantes. El olor a madera
quemada inundó la habitación.
El tercero pareció horrorizado. Lo había dejado para el final. Él era el que los
demás llamaban Ryan. Él era el que había matado a Mike.
Saqué mis dagas de mi cintura, una delgada llama blanca cubriendo el borde de
acero.
—¿Qué...?
—Tú mataste a mi amigo —dije con voz inexpresiva—. Así que yo maté a los
tuyos.
Retrocedió dos pasos, con los brazos extendidos frente a él en señal de
rendición.
—Mira, no sé lo que eres, pero...
Lo interrumpí. —Deja de hablar.
Tomando una respiración profunda, llamé a mi fuego dentro de mí para que ya
no cubriera mi cuerpo. Me costó un esfuerzo considerable, pero estaba decidida.
Quería que esto durara. Cuando toda la llama retrocedió, Ryan atacó. Fue exactamente
como esperaba.
Su velocidad le dio ventaja, pero mi rabia me alimentó. Un borrón se movió a
mi derecha y corté con mi hoja, trazando una línea a través de la piel pálida. Ryan hizo
una pausa, llevándose una mano a la mejilla, pasando un dedo por una delgada línea
de sangre.
Sonreí. Había una razón por la que las dagas eran mi arma preferida. Eran
íntimas. Te pedían que te acercaras a tu oponente de manera personal y cercana. Para
ver cada corte que dabas. Una espada creaba demasiada distancia para mi gusto. No,
quería mirar a los ojos de este bastardo mientras apuñalaba el corazón en su pecho.
Ryan curvó su labio. Sin pensarlo, golpeé, ambas hojas se conectaron con la
carne justo debajo de cada uno de sus hombros. Empujé con todas mis fuerzas,
golpeándolo contra la pared trasera. Chasqueó los dientes, casi alcanzando mi cara,
como un animal feroz.
Mis dagas estaban enterradas en carne y yeso. Miré sus ojos fríos, un resplandor
ámbar iluminándolos. Le di a cada daga un giro brutal en mis manos, saboreando la
mueca que tenía en su rostro.
»¿Por qué me están buscando? —pregunté.
Se rio, un sonido chirriante que irritó mis sentidos.
—Tu interferencia será tu muerte —dijo.
Demasiado para obtener una respuesta real. Antes de que pudiera liberarse de
mi agarre, apagué el fuego con un esfuerzo concentrado, dirigiendo la llama hacia las
dagas incrustadas en él. Sus ojos se agrandaron y vi como ardía de adentro hacia
afuera. El humo escapando de sus orejas, nariz y boca.
Nunca había visto morir a un vampiro de esa manera, pero vi ese brillo
ambarino en su mirada tenue y su carne no muerta secándose, luego crujiendo,
cayendo en una lluvia cenicienta a mi alrededor.
Solo duró un momento antes de que mi cabeza comenzara a dar vueltas, la
liberación de energía había sido tan grande que luché por mantener los ojos abiertos.
Sacudí mis cuchillas para liberarlas del yeso, pequeños mechones de ceniza flotando
lejos del cadáver desmoronándose en la brisa invisible.
Me balanceé sobre mis pies, mirando alrededor a las tres distintas pilas de
ceniza, con una sonrisa certificable en mis labios. Y luego, mi mundo dio un vuelco y
todo se volvió negro.
Cuando me desperté, me latía la cabeza. Esto parecía haberse convertido en un
hábito. Cuando traté de sentarme, una oleada de náuseas me tomó por sorpresa y me
derrumbé contra la superficie acolchada detrás de mí, se me escapó un gemido
mientras me acurrucaba.
—No intentes levantarte todavía o vomitarás por todas partes y mmm... mmm,
Annabeth Maple no limpia vómito, no, no lo hace —dijo una voz con fuerte acento. La
mujer sonaba como si acabara de bajarse de un avión procedente de Georgia, no es
que yo hubiera estado antes ahí, pero bueno, reconocía un acento sureño cuando lo
escuchaba.
Se acercó a mi lado, ayudándome a sentarme antes de ir a un mostrador
cercano.
»Tienes que empezar a cuidarte. Ese pobre muchacho cuando vio que Jennifer
te traía conmigo. —Ella ahora meneaba la cabeza—. La expresión de su rostro era
como si hubiera visto un fantasma. El cazador no se asusta fácilmente, ¿pero tú? Le
diste un buen susto. Mírate —dijo, agitando un depresor de lengua hacia mí—, eres
todo piel y huesos. ¿Nunca comes?
Caminando hacia mí, puso una mano carnosa en su cadera cubierta de tela
floral.
»¿Y bien? —preguntó.
Le fruncí el ceño. —Sí, como. —Preguntándome por qué me sentía como una
niña pequeña a la que regañaban.
—Mmm... mmm... seguro que sí, por eso te desmayaste. Abre —dijo,
sosteniendo el depresor frente a mi cara.
—¿Quién diablos eres tú? —pregunté. Traté de decirlo de forma brusca, pero en
cambio mi voz salió áspera y débil.
—No uses ese tono conmigo, jovencita —dijo—. Soy la señora Maple y soy
responsable de cuidar de ti. James te confió a mí, así que no me hagas arrepentir de
haber aceptado ayudar al pobre chico. Ahora abre.
Hice lo que me pidió, sin saber qué decir. Si James confiaba en ella, entonces no
era una amenaza, al menos no creía que lo fuera. Hizo una revisión rápida antes de tirar
el palo en un cubo de basura cercano.
»Necesitas comer más. Si lo hicieras, no te desmayarías así por así. Nuestras
chicas, ellas comen. Así es como tienen la energía para cambiar y, obviamente, no
tenías suficiente energía para hacer lo que hiciste anoche.
—¿De qué hablas? —Mi estómago todavía giraba con cada movimiento que
hacía.
Se detuvo ante mí. —¿No lo recuerdas? —Lo pensé durante un momento y,
como una ola rompiendo, todo me golpeó de una vez. Mike se había ido. Mi visión se
volvió borrosa y débilmente distinguí a Annabeth dirigiéndose hacia la puerta y
abriéndola. Asomando la cabeza, dijo algo en un tono bajo que no pude comprender
antes de volver a entrar.
Mi respiración se aceleró y mis manos comenzaron a temblar.
Se mantuvo ocupada durante varios segundos, de espaldas a mí mientras se
paraba una vez más frente al mostrador cercano. La ignoré y me miré las manos,
recordando los eventos de anoche. Los vampiros habían ido a buscarme, pero en
cambio encontraron a Mike. Repetí su muerte en mi mente. Había tanta sangre que
sentí como si me hubiera bañado en ella. Mirando mis manos, estaban limpias, todos
los signos de sangre habían sido borrados, pero todavía sentía la sangre allí. Goteaba
de mis dedos y cubría mis brazos. Podía oler el sabor metálico en el aire y luché por
aguantar el contenido de mi estómago.
La puerta se abrió y entró James con Jennifer atrás. El cabello de James lucía
revuelto como si acabara de despertarse. Sus ojos estaban enrojecidos y se veía
enfermo, un ligero color verde teñía su tez. Caminó hacia mi lado, con un aire de
precaución en cada paso. Sentí que una lágrima se me escapaba y bajaba por mi
mejilla. Solo verlo abrió el agujero en mi pecho aún más. Mike se había ido. James era
todo lo que me quedaba.
James se detuvo a mi lado, pero se quedó allí, con las manos en los bolsillos
con torpeza. Jennifer se quedó un poco atrás. Volví mi mirada hacia ella y palideció.
Estaba bastante segura de que, si tuviera sentidos de cambiaformas, olería el miedo en
ella. No podía culparla después de lo que hice anoche.
Me volví hacia James. —Se ha ido —me atraganté.
James asintió. Me acurruqué más, envolviendo mis brazos alrededor de mis
piernas y haciéndome lo más pequeña posible mientras los temblores sacudían mi
cuerpo. Mis lágrimas fluían libremente y, por primera vez en años, rompí a llorar. Mis
ojos se inundaron de humedad y mis pulmones se agitaron en un esfuerzo por respirar
entre mis llantos rotos. Me sentía vacía.
Pensé que la pérdida de mis padres había sido dolorosa, pero no podía
manejarlo.
Los temblores se convirtieron rápidamente en sacudidas y la sensación de frío y
vacío fue reemplazada por un calor abrumador. Mis lágrimas comenzaron a
chisporrotear en mis mejillas, la humedad se evaporó rápidamente.
—Lo volverá a hacer. —Escuché decir a Jennifer. Con pánico en su voz.
Olas de calor similares a las que se veían en el asfalto en un caluroso día de
verano se levantaban de mis brazos, pero no me importaba.
—¿Ari? —dijo James con cautela. Su voz hizo que mi dolor fuera mucho peor.
Debí pensar que ahora yo era algún espectáculo de monstruos. Ni siquiera se me
acercó—. Aria, tienes que calmarte. —Su voz ahora sonaba lejana. Distante y fácil de
ignorar.
—¿Qué está pasando? —escuché que Annabeth preguntaba débilmente.
—Nada, solo necesita algo de espacio. Despejen la habitación —dijo James.
Hubo sonidos de pasos que se alejaban antes de sentir un hundimiento en el
colchón en el que me encontraba.
»Aria, mírame —dijo James.
Negué. El dolor me consumía y podía sentir que daba vueltas.
»Aria, por favor. Sé que Mike se ha ido, pero yo estoy aquí, de acuerdo. Yo estoy
aquí. —Apoyó la mano en mi hombro. El olor a carne quemada golpeó
instantáneamente mis sentidos. Me aparté de su toque, horrorizada al ver salir humo
de su mano.
—Oh Dios. Lo siento mucho.
—Oye, Shhh... Está bien. Estoy bien. Aria, haz que tu fuego retroceda por mí.
Bajé la mirada a mis manos, pequeñas llamas trepaban por mis dedos. Cerré los
ojos con fuerza e intenté concentrarme. Pasaron los segundos, se convirtieron en
minutos y nada cambió.
—No puedo.
—Sí, puedes. Concéntrate, puedes hacerlo.
Lo intenté de nuevo, inhalando profundamente mientras las llamas disminuían
lentamente a mi alrededor. Podía sentir mi cuerpo absorbiendo las llamas, llevándolas
de vuelta al interior por pura fuerza de voluntad. Cuando las últimas llamas se
retiraron, James me tiró en su abrazo y enterré mi rostro en su hombro.
»Está bien —me dijo—. Todo va a estar bien.
Mi cuerpo todavía estaba sobrecalentado y me preocupaba que el contacto
conmigo todavía lo quemara, así que me aparté.
»Oye, estoy aquí para ti —me dijo, extendiendo la mano.
—No lo hagas. No quiero hacerte daño. —Mi voz se escuchaba apenas por
encima de un susurro, quebrándose con casi cada palabra.
—Aria, soy un lobo, tengo súper habilidades curativas, ¿recuerdas?
Asentí, agradecida por las pequeñas victorias, pero todavía consumida por mi
dolor. Sabía que debía apartarme de él. Había perdido a Mike, pero no me pasaría con
James.
—Quiero irme a casa —susurré.
—Pronto, ¿de acuerdo? Pronto te llevaré a casa.
Asentí y le permití volver a meterme en la cama. Mantuvo su mano sobre la mía,
el toque me daba una pequeña pieza de seguridad. Nos quedamos ahí por lo que me
parecieron horas mientras él pasaba sus dedos por mi cabello y tomaba mi mano. Me
sentía casi segura de que estaba conmocionada, pero estaba agradecida por ello.
La puerta se abrió y escuché pasos entrando en la habitación. Me incorporé
para sentarme para saludar al nuevo grupo, mis brazos temblando por el esfuerzo.
—Señorita Naveed. Lamento tu pérdida —dijo Declan. Había un aire de
autoridad a su alrededor. Sus palabras parecían sinceras, pero algo en su tono me puso
nerviosa. Vestido con vaqueros y una camiseta azul marino que abrazaba su cuerpo,
mostrando las arrugas de su abdomen.
—Gracias —le dije—. Agradezco tu ayuda, pero creo que ahora debería irme a
casa.
Declan me miró con sus ojos entrecerrados, un pequeño ceño frunciendo sus
llamativos rasgos. Sus brillantes ojos esmeralda, al igual que los de James, adquirían
una cualidad metálica cuando su bestia se hallaba cerca de la superficie. Se acercó a la
cama en la que yo estaba acostada, prácticamente acechando hacia adelante, una
gracia felina definida para su público.
—Señorita Naveed, creo que es mejor si te quedas aquí dentro del complejo
mientras te recuperas e investigamos más a fondo a los responsables de la muerte de
tu amigo y el ataque a tu vida.
—Aprecio tu preocupación —le dije—, realmente lo hago, pero no soy de la
manada. No pertenezco a este lugar —dije la última declaración y vi a James
encogiéndose.
Declan apretó la mandíbula. —Independientemente de eso, creemos que es
mejor que te quedes.
Limpié mi rostro y entrecerré los ojos, mi mirada viajó de él a James y luego de
regreso. James evitó mi escrutinio, la culpa escrita en todo su rostro. Declan, sin
embargo, parecía decidido. Tenía la sensación de que permanecer dentro del complejo
no era una solicitud. Era una orden.
—Mira, agradezco tu preocupación, pero me voy a casa.
Una mano firme se posó en mi hombro, impidiendo que me levantara. Seguí la
mano hacia Declan.
»No tienes autoridad sobre mí —dije.
—Eso puede que sea cierto, pero mi solicitud para que te quedes proviene de
nuestra preocupación por tu seguridad y bienestar. No estás en condiciones de
quedarte sola en este momento.
—¿Y tú eres el que juzga eso? —me burlé.
—Yo la cuidaré —dijo James.
Declan gruñó y James miró hacia otro lado. Meneé la cabeza. No necesitaba una
niñera. Era una mujer adulta, por el amor de Dios.
—Aria —dijo Declan. Era la primera vez que usaba mi primer nombre desde que
nos conocimos. Lo miré, la sospecha combatiendo con el cansancio—. Por favor, solo
por unos días. Permítenos cuidar de ti. Una vez que estemos seguros de que tu vida ya
no corre peligro, puedes regresar a tu apartamento. Esto es solo por precaución.
James permaneció en silencio durante nuestro intercambio, pero su expresión
mostraba preocupación genuina.
—De acuerdo —concedí.
—Bien. James te mostrará la habitación en la que te alojarás. Descansa un poco.
Por la mañana discutiremos los eventos de esta noche.
Asentí y lo vi salir de la habitación. James lo reemplazó y se acercó para tomar
mi mano. —Gracias —dijo.
—¿Por qué?
—Por ser razonable. —Asentí, incapaz de reunir una mejor respuesta. Aunque
cuando pudiera, iba a escuchar una parte de lo que pensaba.
—Te voy a levantar en brazos, ¿de acuerdo? —dijo él.
—Puedo caminar.
—No, no puedes. Solo cállate y déjame que te cuide. —Fruncí el ceño, pero
envolví mis brazos alrededor de su cuello cuando me levantó. Descansé mi cabeza en
su hombro, con el constante latido de sus latidos reconfortantes.
Debí haberme quedado dormida. Abrí los ojos brevemente cuando sentí que
James me bajaba sobre un colchón acolchado, colocando un edredón sobre mí.
—Volveré a verte más tarde. Descansa un poco. —Dejando escapar un suspiro
ahogado, cerré los ojos, escuchando los pasos de James que se alejaban.
Me encontraba de pie en el techo del complejo de la manada, mirando la
interminable línea de árboles. La superficie estaba cubierta de vegetación y podía
distinguir vagamente un grupo de pequeñas cabañas alrededor del terreno. Casas de la
manada, para aquellos que querían más privacidad de la que permitía el edificio
principal, pero aún querían permanecer bajo la protección de la manada.
—No me gusta esto —dijo Inarus, inclinando la cabeza hacia un lado mientras
escuchaba el estallido de un rayo resonando a nuestro alrededor. Se había
teletransportado al techo cuando salí para tener un tiempo a solas. Si me hubiera
encontrado en mi estado de ánimo adecuado, me habría sorprendido por la
demostración de sus habilidades. No sabía que podía teletransportarse, pero en este
momento, no me importaba particularmente lo que pudiera hacer. No estaba muy
segura de por qué había venido o cómo me sentía porque estuviera aquí, pero mi
mente no se encontraba preparada para lidiar con eso. La pérdida de Mike todavía me
hacía tambalear y el conocimiento de que mi madre vivía era demasiado para asimilar.
Respiré profundamente, mientras recibía la lluvia que se avecinaba con una
sensación de paz. No estaba segura de qué decirle. Ahora había tanta desconfianza
entre nosotros y no sabía cómo sacarlo a colación. Ni siquiera estaba segura si él era
consciente de la duda que me llenaba.
—Todo estará bien —le dije—. Descansaré un poco, llamaré a Rebecka para que
solucione todo y luego todo volverá a la normalidad.
—¿Es eso lo que quieres? —preguntó.
Lo miré y me encogí de hombros. —Sí, por supuesto, ¿por qué no?
—Es solo... —Inarus hizo una pausa, girando el anillo en su dedo índice
derecho.
—¿Qué?
—¿Por qué me dejaste la otra noche? ¿Te molesté de alguna manera?
Negué. —Solo necesitaba escapar.
—Aria, vi la expresión de tu rostro cuando te alejaste. Parecías haber visto un
fantasma. ¿Qué pasó?
—No es nada, de verdad. Por favor, déjalo. —Una parte de mí se preguntaba si
lo sabía. Creía que lo hacía. Que estaba jugando conmigo.
Inarus me estudió. Evité su mirada por miedo a que pudiera ver a través de mí.
—Deberías entrar —dijo abruptamente—. Se acerca una tormenta y
probablemente necesites descansar.
Meneé la cabeza. La lluvia era exactamente lo que necesitaba.
Inarus me miró con curiosidad.
»¿Disfrutas de la lluvia? —preguntó, un leve ceño frunciendo sus rasgos. Asentí,
confirmándoselo. La lluvia era una de las razones por las que vine a Spokane. La lluvia
era una forma de limpiar la tierra, de quitar la suciedad y la mugre y me recordaba
nuevos comienzos. La lluvia me hacía sentir en paz, a pesar de que parecía muy
opuesta a mis habilidades pirocinéticas naturales. No llovía en Spokane casi tanto
como en Seattle, pero para mí, era la cantidad justa y después de todo lo que había
sucedido en los últimos días, una limpieza era exactamente lo que necesitaba. Quería
soltar todo, aclarar mi mente y sentir algo más que dolor o pena.
—Me encanta la lluvia —le dije. Su ceño se hizo más profundo. Me reí en voz
alta por su expresión, ignorando el dolor en mi pecho. La risa sonó forzada, incluso
para mis propios oídos, pero necesitaba esto como si fuera el mismo aire que
respiraba. Tiré de su brazo, llevándolo más lejos en el espacio abierto. Comenzó una
ligera llovizna y supe que se convertiría en una lluvia más fuerte en cualquier
momento.
Inarus entrecerró los ojos en un esfuerzo por mantener a raya la humedad y una
vez que solté su mano, metió ambas manos en sus bolsillos.
—¿Cómo puedes disfrutar esto? Te estás mojando y pronto estarás empapada.
Esta lluvia es miserable.
Me volví hacia él. —Tienes que sentir la lluvia. Abrazarla. Si lo haces, no
terminarás solo mojado. —Me di cuenta de que no me entendía, pero sonrió de todos
modos cuando el segundo rayo resonó en el cielo y la lluvia se convirtió en un
aguacero torrencial. Caminando hacia el centro del techo, extendí mis brazos y giré en
un círculo lento, con la cara hacia arriba. Dejé que la lluvia cayera por mi rostro y me
sentí vigorizada con cada gota contra mi piel. En cierto modo, sentía que la tierra
lloraba conmigo la muerte de Mike. Todavía tenía ganas de llorar, pero ya me había
derrumbado una vez. No volvería a hacerlo, no hasta que llevara a los responsables
ante la justicia. Los vampiros lo habían matado y les haría pagar. Todavía no sabía
quién estaba detrás de la muerte de Daniel. Tampoco sabía quién estaba detrás de
Emma, aunque tenía mis sospechas. Sí sabía quién se encontraba detrás de la de Mike.
Sus muertes habían llegado demasiado rápido. Debería haberlos hecho sufrir más,
prolongar su agonía, pero había otros. Los vampiros responsables habían recibido
órdenes de alguien más arriba. Descubriría quién era y les haría pagar.
—Aria —llamó Inarus. Me volví hacia él—. Sal de la lluvia —dijo.
Negué y seguí dando vueltas hasta que me mareé. Sentí que me tambaleaba al
borde del equilibrio y cuando sentí que mi bota resbalaba contra la superficie
resbaladiza, bajé los brazos en un esfuerzo por sujetarme, pero él estaba allí, y en lugar
de encontrarme en el pavimento frío y húmedo, me encontré en los brazos de Inarus.
Estaba agachado con mi cuerpo metido suavemente en sus brazos. Miré sus
ojos azules, claros como el cristal y me quedé sin aliento ante la mirada de anhelo que
observé. Suavemente colocó un mechón de cabello húmedo detrás de mi oreja, sin
dejar nunca de mirarme.
»Creo —comenzó—, que esta lluvia que tanto te gusta, puede empezar a
gustarme.
Sentí que una sonrisa tentativa aparecía con su admisión y extendí la mano para
tomar un lado de su cara. No sabía por qué le permitía el contacto. No confiaba en él.
Probablemente era el enemigo. Necesitaba estar en guardia a su alrededor, no
desmayarme por su proximidad.
Mantuve mi cuerpo perfectamente quieto mientras él bajaba lentamente su
rostro hacia el mío, dándome todas las oportunidades para alejarme, pero no lo hice.
No podía. Necesitaba sentir algo bueno, algo que hiciera desaparecer todo el dolor.
Cuando sus labios rozaron ligeramente los míos, sentí un fuego ardiendo
profundamente en mis venas y sentí el sudor goteando por mi espalda a pesar del frío
aire de la noche y la lluvia fresca.
Cuando se retiró, vi reflejos de truenos y relámpagos en sus ojos. Extendí la
mano e inconscientemente toqué mi labio inferior, los restos de su beso se esparcieron
por mis sentidos.
De repente, Inarus se puso de pie, arrastrándome con él. Rápidamente me soltó
una vez recuperé el equilibrio y se alejó, distanciándose. Lo miré, una pregunta
evidente en mi expresión, pero él se negaba a hacer contacto visual conmigo.
Me sacudí visiblemente y me di la vuelta, sintiéndome de repente incómoda y
avergonzada. Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta y me dirigí hacia la puerta
que conducía a la escalera que me llevaría de regreso al interior del complejo, sin
molestarme en mirar atrás. Dios, ¿cómo podía ser tan estúpida? Tan ingenua.
»Aria... —Lo escuché decir mi nombre mientras mi mano alcanzaba la manija de
la puerta. Me detuve por un segundo, esperando a ver si continuaba, pero cuando todo
lo que escuché fueron los sonidos de la lluvia salpicando el cemento y truenos en el
cielo, giré la manija y entré.
No necesitaba esto. Ya tenía suficiente en mi vida. No sabía por qué me sentía
rechazada o por qué, de repente, el dolor en mi pecho era más doloroso que hacía
unos momentos. Apenas lo conocía, no era nada para mí.
Entonces, ¿por qué dolía?

Estaba empapada hasta los huesos mientras bajaba las escaleras, frustrada más
allá de lo razonable. ¡Qué estúpido! Eso fue increíblemente estúpido. Me sentía furiosa
conmigo misma por permitir el contacto. Por permitirle meterse debajo de mi piel. Le
di un poder sobre mí que nunca le había dado a nadie.
Reprendiéndome mientras bajaba las escaleras, maldije mi ignorancia. Bajé
furiosamente las escaleras que conducían a un pasillo sinuoso y me dirigí a la
habitación que me habían asignado. Cuando la encontré, abrí la puerta y entré,
encontrándome cara a cara con James. Me detuve justo dentro del umbral, mi mano
todavía en el pomo de la puerta. James levantó la vista de su posición, sentado en el
borde de la cama.
—Hola —dijo.
—Hola.
Ninguno de los dos dijo nada más durante varios momentos. James se pasó las
manos por el cabello y exhaló un suspiro.
—Mira, sé que necesitas descansar, pero ¿podemos hablar? —Asentí y entré en
la habitación, permitiendo que la puerta se cerrara con un golpe que sonó fuerte para
mis oídos. Me quité las botas y agarré una toalla del tocador cercano, secando mi
cabello mientras me sentaba frente a James en una silla de mimbre.
—¿De qué querías hablar? —pregunté, inclinándome hacia adelante en mi
asiento.
James exhaló un suspiro y miró alrededor de la habitación antes de encontrar
mi mirada. —Se trata de Inarus —comenzó.
Lo miré con recelo. Todavía no estaba segura si Inarus era amigo o enemigo,
aunque prefería que fuera un amigo, a pesar de nuestro momento incómodo. James
tampoco sabía que se había teletransportado hasta el techo del complejo. Me sentía un
poco traidora por no decírselo y una pequeña parte de mí se preguntó si debería
hacerlo. Quizás la seguridad del complejo no era tan sólida como ellos creían.
Asentí para que James continuara.
—Hice que registraran su casa.
Abrí la boca de golpe. Una parte de mí se sintió molesta en nombre de Inarus,
por la invasión a su privacidad, pero la otra parte se preguntaba qué había encontrado
James. Fuera lo que fuera, la expresión sombría de su rostro en este momento
significaba que no era bueno.
»No es quien dice ser. —Bueno, eso ya lo sabía.
—¿Te importa explicarme?
James metió la mano en el bolsillo y sacó un sobre. Lo tomé y lo abrí, sacando
el contenido. Dentro había varias fotografías mías de las últimas semanas. Me había
estado vigilando, espiándome. Mi estómago dio un vuelco.
Hojeé las fotografías, sintiéndome perturbada por la invasión.
»Me ha estado siguiendo —dije.
James asintió y luego me entregó lo que parecía ser un pequeño teléfono
celular. Miré del teléfono a James y levanté las cejas, de forma interrogativa.
—Es un teléfono de repuesto, uno de los miembros más jóvenes de la manada
lo encontró en su habitación. Verifica el registro de mensajes.
Hice lo que me pidió, desplazándome por una serie de mensajes de texto que
pertenecían a una sola conversación.
Desconocido: Informe de estado.
Inarus: Manada culpa al aquelarre como estaba planeado. La fase 2 se
está moviendo hacia su lugar.
Me desplacé más abajo en la pantalla.
Inarus: La chica puede ser una posible ventaja. Planeo llevarla cuando
termine la misión.
Desconocido: Bien.
Mi mano comenzó a temblar, tenía que estar hablando de mí. Planeaba
llevarme con alguien, con ellos.
Desconocido: Informe de estado.
Inarus: Todo va según lo planeado. No hay nuevas actualizaciones.
Oh, Dios, me sentía enferma. Levanté la vista del teléfono y vi la expresión de
James, parecía arrepentido, pero no tenía ni idea de por qué. Me levanté y comencé a
caminar por la habitación.
—¿Ahora qué? —pregunté, flexionando mis dedos alrededor del teléfono.
Respiré hondo varias veces y empujé el fuego dentro de mí más profundamente. No
me iba a romper. No le daría ese tipo de poder sobre mí. ¿Cómo pudo jugar así
conmigo, cómo pude permitírselo?
—La manada ya se está moviendo para acabar con él, yo solo... quería avisarte
antes de que tomemos medidas.
—Quiero estar allí —le dije.
James estaba meneando la cabeza. —No creo que sea una buena idea, Ari.
—Mira, él está aquí.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir con que está aquí?
—Quiero decir que está aquí, en el complejo. Justo antes de encontrarme
contigo, estaba hablando con él en el techo. Se teletransportó.
James maldijo antes de dirigirse hacia la puerta, sus movimientos decididos.
Agarré mis dagas que había colocado en la mesita de noche antes y las enfundé en las
presillas de mi cinturón.
Encontramos a Inarus justo donde lo había dejado, en la azotea del complejo,
de espaldas a la puerta. Se encontraba de pie en medio de la lluvia, pero aún lucía
seco, un campo de fuerza de algún tipo lo protegía. Estúpidas habilidades
telequinéticas, quería que estuviera empapado y frío.
Al oír que nos acercábamos, se dio la vuelta. James y yo estábamos al frente de
nuestro grupo, cuatro cambiaformas cuyos nombres no conocía se encontraban detrás
como refuerzos.
La mirada de Inarus se cruzó con la mía, una pregunta evidente en sus ojos. Lo
miré, dejándole ver mi ira.
Los compañeros de la manada detrás de nosotros se deslizaron lentamente
hacia adelante cuando James y yo nos detuvimos, rodeando a Inarus.
—¿De qué se trata esto? —preguntó Inarus, dirigiendo a mi su pregunta. No
respondí. En cambio, vi que James le arrojaba las fotografías, las imágenes aterrizaban
en un pequeño charco cerca de sus pies. Inarus se inclinó para recuperarlas y les dio
una rápida mirada antes de volver su mirada perspicaz a James.
—Hiciste que registraran mi casa —dijo en voz alta, más una declaración que
una pregunta—. Esto no es lo que piensas.
Meneé la cabeza antes de que terminara.
—¿Quieres decir que no me estás acosando con malas intenciones? —Antes de
que pudiera comentar, le tendí el teléfono de repuesto para que lo viera. Sus ojos
cayeron. Él sabía que no había manera de salir de esto hablando.
—Eso no es mío —dijo, la negación salió de su lengua con facilidad. Supongo
que lo iba a intentar de todos modos.
—Los cambiaformas pueden oler una mentira —le dijo James—, y ahora mismo,
estás mintiendo.
Inarus lo ignoró. —Aria, lo que sea que encontraste en ese teléfono fue
plantado. No es mío. Tienes que creerme. Yo nunca… —Levanté mi mano, cortándolo
efectivamente.
—No. No más mentiras. Quiero la verdad. Me debes demasiado. —Los hombros
de Inarus se hundieron por la derrota.
—Nunca quise hacerte daño.
Negué. Nada de eso importaba. Se encontraba en el lado equivocado de las
cosas.
—¿Tú mataste a Daniel Blackmore? —pregunté, ignorando su omisión. Meneó
la cabeza.
—Nunca lastimaría a un niño, ni siquiera a un cambiaformas.
—¿Y a las dos chicas, a Emma y al vampiro? —Inarus miró hacia otro lado,
negándose a encontrar mi mirada. Bueno, eso respondía a esa pregunta. Su falta de
respuesta era suficiente admisión de culpa. No necesitaba que lo dijera en voz alta para
saber que él era el responsable.
»¿Por qué? —le pregunté, mi voz entrelazada con el acero.
—Aria, tú no lo entiendes.
—¡Entonces explícamelo! —grité. La manada dio un paso amenazante hacia
Inarus. Él apenas miró en su dirección, decidiendo que no eran una amenaza. No me
sorprendía. Él era un telequinético. Si quería, podría rechazarlos a todos con poco más
que un pensamiento.
—Los cambiaformas no deberían tener el control de esta ciudad ni de ninguna
otra. Tampoco deberían tenerlo los vampiros. Los humanos deberían tener el control,
nosotros no somos los monstruos. Ellos fueron los que arruinaron todo. Son la razón
por la que no tenemos un gobierno ni una fuerza policial. Ya no tenemos educación ni
hospitales públicos. PsyShade solo está tratando de recuperar lo que legítimamente
pertenece a la población humana —dijo. Su voz adquirió un tono amenazador mientras
dirigía su atención a los hombres que lo rodeaban—. Ustedes son una abominación.
—Y nosotros, ¿qué somos? ¿En qué somos diferentes?
—Somos humanos, no somos monstruos ni criaturas de la noche, Aria. No
masacramos ciudades en un ataque de ira ni chupamos sangre de gente inocente.
—No, simplemente matas a niños y mujeres inocentes sin tener una causa —
dije en respuesta.
—¡Yo no maté a ese chico! —gritó Inarus, con las manos en puños a los
costados.
—Puede que no lo hayas matado —dije—, pero trabajas para los responsables
de su muerte y mataste a Emma y al vampiro.
—Eran monstruos. Un maldito chupasangre y un animal, Aria.
—¡Eran personas, Inarus! Había otros que se preocupaban por ellos y tú se los
arrebataste, ¿para qué? ¿Porque tenías órdenes de hacerlo? ¡Esa no es una respuesta
suficientemente buena! No merecían morir.
—El vampiro ya estaba muerto —gritó—. Ella no se merecía caminar más sobre
esta tierra, ninguno de los de su clase debe hacerlo.
—Espera ¿qué? —le pregunté.
—Ven conmigo. No perteneces aquí, con ellos. —Hizo un gesto con la mano a
los cambiaformas circundantes.
Meneé la cabeza. —No quiero tener nada que ver con PsyShade, ni contigo —le
dije.
Él había matado a Emma, me había mentido, me había engañado para obtener
información y todo el tiempo había planeado entregarme a las mismas personas
responsables del asesinato de un niño. ¿Y si había tenido algo que ver con la muerte de
Mike? Sabía que había sido asesinado por vampiros, pero en este punto, nada se
encontraba lejos de las capacidades de Inarus. Además de eso, realmente creía en la
misión de PsyShade. Podía ver la fe inquebrantable en sus ojos. Todos habían recibido
un golpe después del Despertar, pero volver a la forma en que solían ser las cosas no
era una opción. Necesitábamos adaptarnos. Adaptarnos a nuestra forma de vida actual.
No podíamos vivir en el pasado o volver a ignorar todas las cosas sobrenaturales.
Antes de que pudiera decirle más, James habló.
—Vas a ser detenido por crímenes contra la manada. Cuando terminemos
contigo, estoy seguro de que el Aquelarre vendrá por más —dijo James con
vehemencia.
Inarus se rio. —Tú no me llevarás a ningún lado.
—Solo harás que las cosas sean más difíciles si te resistes.
Inarus estaba meneando la cabeza. —No lo entiendes, ¿verdad? —Chasqueó la
lengua.
Lo miré con recelo, insegura de lo que realmente era capaz de hacer.
»Soy un telequinético. No pueden tocarme.
James gruñó antes de lanzarse hacia Inarus. Entre un segundo y el siguiente,
Inarus desapareció, reapareciendo a pocos metros de donde James se detuvo.
—Aria —llamó Inarus desde su nueva posición—. Ven conmigo. Déjame
explicarte todo, déjame ayudarte a entenderlo —suplicó. Meneé la cabeza en señal de
negación.
Inarus se frotó la nuca.
»Aria, por favor... —Antes de que dijera algo más, dos cambiaformas lo
agarraron por detrás. Desapareció de su agarre, reapareciendo una vez más, esta vez
más cerca, a escaso medio metro de mi posición. Saqué una daga de mi cintura, una
llama extendiéndose sobre la superficie de la hoja.
Inarus me miró a los ojos.
»¿De verdad vas a intentar hacerme daño? Aria, sabes que tengo razón. Sabes
que no perteneces aquí. —Meneé la cabeza. Puede que no perteneciera aquí, pero
ciertamente no pertenecía con él. Inarus me tendió la mano, sus ojos suplicaban que la
tomara y me fuera con él.
Negué, mi mirada firme. La expresión de Inarus estaba llena de dolor, pero
rápidamente se transformó en ira cuando una forma oscura surcó el aire y lo derribó al
suelo. El cambiaformas que lo atacó se elevó en el aire, levantado por manos invisibles
e Inarus miró con rabia al hombre. Miré a mi alrededor y vi que todos los cambiaformas
se elevaban lentamente. Cada uno gruñendo de frustración mientras luchaban por
alcanzar el suelo de piedra debajo de ellos. Solo yo permanecía en el suelo, el poder de
Inarus dirigido únicamente a los cambiaformas que lo rodeaban.
»Todos ustedes son animales —maldijo—. No tienen valor. —Vi la intención en
su mirada. Iba a dejarlos caer desde el techo. El complejo de la manada se elevaba a
diez pisos de altura. Sabía que los cambiaformas eran resistentes, pero no podía correr
el riesgo de que siquiera uno de ellos sobreviviera a la caída. Sin pensarlo
conscientemente, lancé mi espada directamente a Inarus. Con un movimiento de la
mano la alejó. Saqué otra y la tiré también. La hoja giraba en espiral mientras se
acercaba a su objetivo previsto.
De nuevo lanzó la hoja a un lado. Tiré desde adentro, dejado salir mi fuego. Con
los brazos juntos frente a mí, moldeé una bola de fuego entre mis manos. Inarus
sonrió.
»¿Crees que eso me detendrá? —preguntó.
El sudor goteaba por mi frente por la tensión de contener el fuego en su forma.
Cuando la pelota estaba cerca del tamaño de una pelota de baloncesto la lancé con
todo lo que tenía. Tan pronto como solté la bola de fuego, levanté el dobladillo de mi
camisa, alcancé mi cadera y arranqué mi hoja tatuada de mi carne. El dolor era
insoportable. La saqué más rápido de lo previsto y mi piel se sintió como si estuviera
siendo desollada de mi cuerpo.
Lancé mi última espada a Inarus mientras estaba distraído por el fuego. Desvió
las llamas y vi una sonrisa triunfante en su rostro justo antes de que mi espada le
perforara el pecho. No pensé que el fuego lo detendría, pero la espada, sí, creí que lo
haría.
Los cambiaformas que nos rodeaban cayeron al suelo, todavía dentro del
perímetro del techo. Inarus volvió su mirada sorprendida en mi dirección. Se miró el
pecho y tocó la empuñadura de la hoja con asombro.
Un lento chorro de sangre goteó de la herida. Inarus soltó la hoja y la miró
fijamente.
—¿Cómo hiciste…?
—Tus poderes no funcionan contra eso. Ninguna magia funciona. Tiene
propiedades mágicas que la hacen inmune a los demás.
Asintió, todavía sorprendido. La hoja chocó con el suelo cuando se tambaleó
hacia adelante y luché por permanecer quieta. No correría hacia él. No lo ayudaría.
James vio la oportunidad y se lanzó.
Inarus desapareció y James no llegó a tocar nada más que aire.
Todos nos quedamos quietos, esperando a que volviera, pero cuando los
segundos se convirtieron en minutos, nos dimos cuenta de que no regresaría. Una
parte de mí se sentía contenta, pero la otra parte sabía que esto no había terminado,
que PsyShade continuaría su lucha por el poder, pero cuando vinieran, estaría lista. Esta
era mi ciudad y nadie me la iba a quitar, ni siquiera mi madre.
A la mañana siguiente Declan me dio permiso para ir a mi apartamento y
recuperar algunas de mis pertenencias. No estaba segura de cuánto tiempo me
quedaría en el complejo, pero después de la partida de Inarus, me di cuenta de que
quedarme con la manada probablemente era lo mejor. Me acompañaba una
cambiaformas felina llamada Hannah. La mayor parte del tiempo permanecía en
silencio, ofreciendo respuestas monosílabas cada vez que le hacía una pregunta. No
me importaba su silencio. En cierto modo, era reconfortante. Ninguna de las dos
parecía sentir la necesidad de llenar el espacio vacío y eso estaba bien para mí.
Cuando finalmente llegamos a mi apartamento, le di a Melody mi saludo
habitual y subí los cuatro tramos de escaleras. Cuando abrí la puerta, Hannah me
esquivó rápidamente y entró primero. Puse los ojos en blanco, pero la seguí al interior,
de pie al lado de la puerta mientras ella revisaba la habitación y comprobaba las
habitaciones contiguas. Cuando dio el visto bueno, me dirigí a mi habitación.
Agarrando una mochila de mi armario, rápidamente comencé a meter prendas de ropa
al azar.
Un leve golpeteo llamó mi atención y me volví hacia la puerta de vidrio de mi
habitación. Melody estaba sentada en la barandilla del balcón. Una amplia sonrisa en
su rostro. Di un vistazo rápido a mi alrededor, asegurándome de que me encontraba
sola y fui a abrirle.
—¿Qué haces? —le pregunté. Se alejó de la barandilla, plegó las alas mientras
se enderezaba frente a mí.
—Toma —dijo, entregándome un sobre doblado.
—¿Qué es esto? —pregunté, tomándolo de su mano y pasé mi dedo por debajo
del doblez.
Melody se encogió de hombros. —Una carta, dah. Ese galán que vivía al final
del pasillo me pidió que te lo entregara y normalmente, diría que no. Quiero decir, no
soy una chica que hace recados. Pero luego sonrió y sus ojos se iluminaron. Es bueno,
déjame decirte eso. De todos modos, dije que te lo daría, así que aquí tienes.
—Gracias —le dije, dudando en leerlo. Levanté la vista—. Voy a estar
desaparecida por un tiempo, ¿puedes hacerme un favor y revisar mi casa de vez en
cuando? —pregunté mientras me giraba para volver a mi apartamento.
—Seguro —dijo con demasiada energía en su voz.
Me detuve y me giré, un brillo en mis ojos. —Oh ¿Y Mel? —dije mientras se
elevaba en el aire.
—¿Qué?
—Siéntete libre de usar y tomar lo que quieras. Lo que es mío es tuyo —dije y
su sonrisa se desvaneció.
—Tienes que quitarle toda la diversión, ¿no?
—Lo siento. Una chica tiene que hacer lo que una chica tiene que hacer, pero
vigila el lugar y tu secreto queda a salvo conmigo. Puedes estar segura de que Ryan
nunca lo sabrá.
Entrecerró sus ojos por un breve momento antes de asentir y volar de regreso al
nivel inferior del edificio de apartamentos.
De vuelta en el interior, me senté en mi cama, mirando la carta como si fuera
una serpiente lista para atacarme. Reprendiéndome por tenerle miedo a un papel,
desdoblé la carta y leí lo que había dentro.

Aria
Nunca tuve la intención de hacerte daño. Tengo un deber con mi gente,
con mi causa. Debes entender eso. Puede que ahora no lo hagas, pero algún
día lo entenderás. Tu lugar está con PsyShade, conmigo. Te daré tiempo, pero
no puedo darte mucho.
Hasta que regrese.
PD: Tu secreto está a salvo conmigo.
-Inarus

Me quedé mirando la carta corta, leyéndola y releyendo una y otra vez. Cuando
Hannah entró en la habitación, rápidamente la guardé en el bolsillo trasero de mis
vaqueros.
—¿Estás lista? —preguntó, mirándome con sospecha.
—Casi, solo dame un minuto más —le dije. Asintió antes de salir de la
habitación. Mis pensamientos volvieron a la carta. ¿A qué secreto se refería? ¿Sabía que
Viola era mi madre? Era el único secreto en el que podía pensar y me preocupaba lo
que haría con la información. ¿Se lo diría a ella y cómo reaccionaría? Quizás ella ya lo
sabía. No podía estar segura de todas formas.
Metí algunos artículos de último momento en mi mochila antes de cerrar la
cremallera. Agarrándola me dirigí de regreso a la sala de estar, deteniéndome
brevemente para recuperar mi cepillo de dientes del baño.
»Estoy lista —le dije a Hannah en voz alta, pero por dentro me preguntaba si
eso era realmente cierto. ¿Estaba lista para lo que se avecinaba?

Encontré a Declan en su oficina en el complejo y sin llamar, entré. Estaba


situado detrás de su escritorio, sus ojos color esmeralda mirando fijamente la pantalla
de su computadora. Cuando entré en la habitación, levantó la vista y dejó el teclado a
un lado. Tenía toda su atención. Declan me indicó que tomara asiento. Retiré la
moderna silla de acrílico y me senté. Declan me penetraba con su mirada y tuve que
luchar contra el impulso de retorcerme. Su mirada de Alfa tenía un gran impacto, pero
no estaba dispuesta a ceder ni un centímetro. Yo no era un cambiaformas. No era mi
dueño y no apartaría la mirada solo para satisfacer sus problemas de control.
Después de un segundo, Declan sonrió, mostrando un indicio de su colmillo
antes de recostarse en su silla, con las manos cruzadas y descansando en su regazo.
—¿Qué puedo hacer por ti, señorita Naveed?
—Aria —lo corregí.
Declan inclinó la cabeza. —Aria, ¿qué puedo hacer por ti?
—Tengo un problema —dije.
Esperó a que continuara.
»Cuando un Psyker como yo está cerca de otro, escuchamos un zumbido en
nuestras cabezas. Es como si nos acercáramos el uno al otro. Me preguntaba si sabías
alguna manera de enmascararlo. ¿Tienes algún hechicero que podría estar dispuesto a
ayudar?
Declan me estudió por un momento. Inclinándose hacia adelante, cruzó las
manos sobre el escritorio. —Eso es un pequeño problema.
Asentí.
»Lo investigaré y me pondré en contacto contigo. No estoy seguro si es posible,
los de tu clase son nuevos para nosotros, pero lo investigaré.
—Gracias —dije. Me levanté de mi silla para irme. Antes de salir me detuve y me
giré hacia él. Una pregunta me molestaba—. Soy un lastre para tu manada. ¿Por qué
me ayudas?
Declan pareció sopesar sus palabras.
—Tienes razón, eres un peligro para mi manada. —Mis hombros se hundieron y
esperé a que me dijera que me fuera, que tomara mis cosas y saliera lo más rápido
posible. Una parte de mí se erizó bajo su autoridad, pero otra parte de mí deseaba
desesperadamente ser aceptada. Tener la seguridad y protección que ofrecía la
manada—. Sin embargo, todavía me gustaría que te quedaras.
Levanté la cabeza ante sus palabras, mi boca abierta de par en par. ¿Hablaba en
serio? Declan estuvo sombrío por un momento.
»Aria, habrá una guerra. Estoy casi seguro de ello. Hay demasiada mala sangre
entre los vampiros y los cambiaformas, y PsyShade parece decidido a ser la chispa que
encienda el fuego. Podríamos usar a alguien con tus habilidades cuando llegue ese
momento. Sé que no le debes ninguna lealtad a la manada, pero espero que tu
relación con James te permita considerar mi oferta.
Lo miré con los ojos muy abiertos. ¿Era un activo? Ahora realmente pensaba
que estaba loco. Demonios, yo era una maldita carga.
Cuando no respondí, Declan continuó.
—Me gustaría ofrecerte el estatus de amigo de la manada a cambio de tu
voluntad de apoyar a nuestra manada y proporcionar cualquier información posible
para ayudarnos a salir como ganadores.
¿Amigo de la manada? No estaba segura de lo que eso realmente implicaba,
aunque sabía que no lo ofrecían a la ligera. La duda debió aparecer en mi cara porque
antes de que pudiera hablar, Declan respondió mi pregunta tácita. Apoyó los codos en
el borde del escritorio, con su expresión seria.
»El estatus de amigo de la manada no es algo que deba tomarse a la ligera.
Como amigo de la manada, te ofrecemos todo nuestro apoyo y protección en
momentos de necesidad. Además, reconocemos formalmente nuestra fe y confianza en
ti. Tendrás rienda suelta en los terrenos de la manada y accederás a todos nuestros
recursos.
Vaya. No estaba segura de qué decir. De alguna manera había perdido a un…
no sé qué era Inarus para mí, pero lo había perdido y había ganado un aliado, uno
fuerte. Pero…
—¿Qué piensa James sobre esto? —pregunté, mi voz vacilante.
Declan hizo una pausa.
—¿Cuál es tu relación con él? —preguntó.
Me encogí de hombros. —Es un amigo —dije, apartando la mirada de Declan.
—¿Nada más? —me presionó.
—No. Solo somos amigos.
Declan gruñó en reconocimiento. —¿Considerarías mi oferta?
—Lo pensaré y te lo haré saber.
Iba a meterme en un gran problema. Le dije a Declan que consideraría su oferta
y realmente lo hacía. También me estaba aprovechando de eso y de la libertad que me
daría mientras me escabullía por los terrenos de la manada. Era más fácil decirlo que
hacerlo.
El complejo era enorme y me había llevado una hora encontrar mi coche.
Escabullirme en el estacionamiento subterráneo de la manada fue sorprendentemente
fácil. Lo difícil sería salir con mi vehículo.
Me detuve cerca de mi coche, mirando a través de la habitación oscura para
asegurarme de que me encontraba sola. Mientras alcanzaba la manija de la puerta, una
mano se posó en mi hombro y casi me da un infarto.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó James a mi espalda.
Lo empujé en el hombro. —Tienes que dejar de acercarte sigilosamente.
James me lanzó una sonrisa, sus dientes blancos prácticamente brillaban en el
garaje a oscuras. —¿Aria? —Lo ignoré, en lugar de eso me deslicé en el asiento del
conductor de mi auto y cerré la puerta. James se inclinó en la ventana, sus ojos fijos en
los míos—. ¿A dónde crees que vas?
—Afuera —dije. Encendí el motor, el sonido llenando el espacio cerrado.
Poniéndome el cinturón de seguridad me volví hacia James—. ¿Puedes moverte? —
pregunté.
James frunció el ceño. No estaba contento, pero sabía que no me detendría.
James sabía mejor que la mayoría que me negaba a que me enjaularan. Sin embargo,
lo que hizo me sorprendió. En lugar de alejarse y permitir que me fuera, rodeó la parte
delantera del automóvil, abrió la puerta del lado del pasajero y se subió.
—¿Qué haces?
—Aria, en menos de una semana te han atacado dos veces. En ambos casos,
pudiste haber muerto. Si crees que te voy a dejar ir a hacer un recado descabellado por
tu cuenta, estás loca. —Tenía razón.
—¿No se enojará Declan contigo por dejarme ir?
Se encogió de hombros. —Nunca me ordenó que te mantuviera en los terrenos
de la manada.
Asentí mientras aceleraba el vehículo y escapaba.

James no estaba nada feliz cuando le dije a dónde íbamos. Se sintió aún menos
complacido cuando se dio cuenta de que originalmente había planeado ir por mi
cuenta, pero no podía evitarlo. No había concertado una cita y decir que Rebecka se
encontraba feliz de verme, sería una exageración.
—¿Qué quieres? —dijo al verme. Al menos esta vez dirigió su pregunta a mí en
lugar de a James.
—Quiero saber por qué enviaste vampiros a atacarme en mi lugar de trabajo.
Por qué estás tan ansiosa por iniciar una guerra entre la Manada y el Aquelarre.
La mirada en mis ojos pareció llamar su atención. Me observó con atención,
realmente mirándome y no solo para atravesarme por una vez.
—¿De qué hablas?
—He sido atacada en dos ocasiones por miembros del Aquelarre y quiero saber
por qué —dije, mi voz llena de vehemencia. Dejé fuera la parte sobre la muerte de
Mike. No tendría ninguna simpatía por mí y decirle que me había herido su muerte solo
me haría parecer débil.
—Nadie en mi Aquelarre ha hecho tal cosa.
—Mentirosa.
Me enseñó los colmillos. —No te atrevas a echarme la culpa —dijo furiosa. Le
mostré los dientes con una mueca salvaje.
—Tu orgullo y tu ignorancia serán tu ruina.
Si pudiera sonrojarse, imaginé que lo habría hecho en este momento. Sus ojos
brillaron con un color carmesí por la furia, su rostro se contorsionó de rabia. Parecía
crecer en altura, irguiéndose más y poniendo los hombros hacia atrás. Miré a James
para ver sus ojos fijos en Rebecka. Cada músculo tenso, esperando que la víbora
atacara.
—Podría romper ese bonito cuello tuyo en un segundo y luego estarías muerta,
ya no serías una molestia. ¿Cómo te atreves a venir a mi casa a acusarnos a mi
Aquelarre y a mí de malas acciones de las que no tienes pruebas?
Mi ira aumentó ante su amenaza y decidí sacar las armas pesadas. Extendiendo
mi mano, dejé que una llama naranja bailara en mi palma.
Sus ojos parpadearon con incertidumbre.
—Puedo prender fuego a todo tu aquelarre en cuestión de segundos. ¿Te
gustaría saber quién es más rápida? —la desafié.
Entrecerró los ojos, pero no se movió. No es que hubiera esperado que lo
hiciera. No era una idiota. Rebecka era fría y calculadora y yo acababa de mostrar todas
mis cartas.
Sus ojos se volvieron brevemente hacia James y pude adivinar su línea de
pensamiento.
—No he prometido ninguna alianza —le dije. James se puso rígido a mi lado—.
No me interesan tus políticas, todo lo que me importa es detener esta guerra y
descubrir por qué has estado tratando de matarme.
Podía ver las ruedas girando en su cabeza. —¿Qué se necesita para tener tu
lealtad? —Antes de que terminara la frase, yo ya estaba meneando la cabeza.
—No me pueden comprar y no voy a tomar partido.
—Señorita Naveed, creo que de hecho está tomando partido en este mismo
momento.
—¿Me dirás si fuiste tú quien dio la orden de que me atacaran?
—No lo hice.
—¿Y aún afirmas no haber formado parte de la muerte de Daniel Blackmore?
—Así es.
Respiré hondo. Le creía, lo cual era exasperante. Inarus ya me había ayudado a
descubrir que la culpa de la muerte de Daniel era de PsyShade, pero no la de Mike. La
muerte de Mike venía de la mano de un vampiro, pero si la orden no había sido de
Rebecka, ¿de quién podría haber venido?
—Uno de los tuyos ha ordenado un atentado contra mi vida dos veces. Quiero
saber quién.
Me miró, pero no rechazó mi demanda, que era más de lo que podía haber
pedido.
»Mira, no estoy aquí para discutir contigo. Quiero respuestas. Quiero a los
responsables de la muerte de Daniel Blackmore. Creo que el mismo grupo es
responsable de la muerte de uno de tus vampiros y un cambiaformas de la manada. —
Observé que algo pasaba por sus ojos. ¿Dolor quizás? Me deshice de la idea. Era un
vampiro de cientos de años. Una vida probablemente no significaba nada para ella—.
Alguien intenta meter al aquelarre y a la manada en una guerra. No puedo permitir que
eso suceda.
—Acabas de afirmar que no quieres participar en nuestra política. ¿Qué tiene
que ver esto contigo?
—Si ustedes dos van a la guerra, todos sufriremos. Todo lo que les pido es que
no ataquen a la manada sin una causa justa. Que se aseguren de tener todos los
hechos antes de tomar una decisión precipitada.
—Nunca actúo de forma precipitada —espetó.
—Entonces no deberíamos tener ningún problema y no habrá guerra.
Rebecka sonrió y un escalofrío recorrió mi espalda.
—Creo que hemos tomado bastante de su tiempo —dije. Le di la espalda para
irme, James me siguió.
—No olvidaré esto —dijo Rebecka cuando me fui.
—Tampoco yo —le dije. Tampoco yo.
Nada ha terminado, no con Rebecka, no con Inarus, y ciertamente no con mi
madre, pero no me rendiría. Las cosas estaban lejos de terminar.
DECLAN
Paseando por los confines de mi estudio, la irritación floreció en mi pecho.
Brock se encontraba al lado de la puerta, con los brazos cruzados mientras esperaba mi
respuesta.
—La necesitamos —le dije.
Brock asintió, pero no parecía convencido.
—Ella no es de la manada —dijo.
—Lo sé —gruñí, sin dejar de caminar. Brock se tomaba en serio su trabajo como
uno de mis guardias, pero había casos como estos en los que preferiría estar solo. Lo
que fuera que se avecinaba, era grande. Como Alfa, necesitaba asegurarme de que
todos los recursos estuvieran disponibles para nosotros en la próxima batalla. Si no la
poníamos de nuestro lado, Rebecka lo haría, o algo peor. Quien estuviera detrás de
PsyShade—. ¿Cuál es su relación con nuestro cazador? —pregunté, una idea
formándose en mi mente.
—Creo que son amigos —fue su aburrida respuesta.
Me congelé en seco y clavé mi mirada en él, inmediatamente miró hacia abajo,
con los ojos en el cuello de mi camisa. Cachorro inteligente. Cuando yo estaba así,
ningún desafío era tomado a la ligera.
—Ella afirmó lo mismo, pero ¿su relación va más allá de la amistad? —pregunté.
—No lo creo, señor.
Maldita sea.
—Habla con James y averigua con certeza si siente algo por la chica más allá de
la amistad. Si lo hace, dile que, por petición de su Alfa, debe seguir ese camino. Si no
es así, que busque a otra persona. La necesitamos dedicada a la manada. La forma más
fácil de hacerlo es atarla a uno de los nuestros.
—Pero, señor...
Rugí, de forma fuerte y atronadora. Mi voz resonó en las paredes.
Brock se quedó paralizado, como un ciervo atrapado por los faros de un auto.
Yo era su Alfa, cómo se atrevía...
—No quise faltarle el respeto —dijo rápidamente—. Solo me sorprendió su
sugerencia, que uno de nosotros se empareje con una mujer humana.
—No dije nada de apareamiento. Nunca obligaría a uno de los nuestros a
vincularse de por vida con alguien a quien no quisiera estar vinculado. —Mi voz aún
retumbaba por los efectos de mi ira—. La quiero cautivada, desmayándose, enamorada
de uno de nuestros hombres, o mujeres si así lo prefiere. Encuentra a alguien que salga
con la maldita mujer y la tenga comiendo de su maldita mano. ¿Lo entiendes?
—Por supuesto —dijo, volviéndose hacia la puerta.
—Y ¿Brock?
Se detuvo. —¿Sí, señor?
—Hazlo discretamente.
Con un movimiento de cabeza salió de la habitación. Finalmente, se hizo el
silencio.
Danielle Annett es una lectora, escritora,
fotógrafa y bloguera detrás de Coffee and
Characters. Nacida en el área de SF Bay,
ahora reside en Spokane, Washington, la
ubicación principal de su serie Blood &
Magic.

Adicta al café desde temprana edad, pasa sus noches inquietas usando lápiz y
papel mientras intenta sacarse todas las historias de la cabeza antes de que los
perros despierten al resto de la casa y compitan por tener su atención.

Puedes obtener más información sobre Danielle en su sitio web o seguirla en


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