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ssi022026, 10:25, El caso dela vara (1831), Machado de Assis (1839-1908) Machado de Assis OT eraturaus: aaa aaa Buenos cast Hoy es jueves, febrero 15,2024 y son las 10:22 am Machado de Assis (Rio de Janeiro, 1839-1908) EL CASO DE LA VARA (1891) (“O caso da vara") [Otro titulo en espaol: “El episodio de la vara") Originalmente publicado en Gazeta de Noticias [Rio de Janeiro] (x de febrero de 1891); Paginas Recothidas (Rio de Janeiro: Garnier, 1899, 262 pags.) DamiAN HUYO DEL seminario a las once de la mafiana de un viernes de agosto. No sé bien el afio; fue antes de 1850. Pasados algunos minutos se detuvo avergonzado; no habia tomado en cuenta el efecto que producia a los ojos de la gente ese seminarista que iba espantado, temeroso, fugitivo. Desconocia las calles, iba de aqui para alld; finalmente se detuvo. éA donde irfa? A casa, no; allé estaba su padre que lo devolveria al seminario, después de un buen castigo. No habia resuelto el tema del refugio, porque la salida estaba determinada para mas tarde; una circunstancia fortuita la apuré. ¢A dénde irfa? Se acordé del padrino, Juan Carneiro, pero el padrino era un flojo sin voluntad, que por sf solo no haria nada itil. Fue él quien lo llevé al seminario y Jo presenté al rector: —Le traigo al gran hombre que ha de ser, —Ie dijo al rector. —Venga, —intervino éste—, venga el gran hombre, contando con que también sea humilde y bueno. La verdadera grandeza es Ilana, Moz ‘al fue la entrada. Poco tiempo después huyé el muchacho del seminario. Aqui lo vemos ahora en la calle, espantado, incierto, sin atinar con el refugio y ni el consejo; recorrié con la memoria las casas de parientes y amigos, sin quedarse con ninguna. De repente, exclamé: —iVoy a buscar proteccién en casa de la sefiora Rit mi padrino, le dice que quiere que yo salga del seminar La sefiora Rita era una viuda, querida de Juan Carneiro; Damian ten‘a una vaga idea de esa situacién,y traté de aprovecharla, éDénde vivia? Estaba tan aturdido, que sélo luego de algunos minutos le vino a la memoria la ubicacié: de la casa; estaba en el Largo do Capim [ Plaza del Césped]. —iSanto nombre de Jestis! £Qué es esto?, —grité la sefiora Rita, senténdose en el canapé, donde estaba reclinada. nm Damian acababa de entrar asustadisimo; apenas legaba a la casa vio pasar aun padre, y dio un empujén a la puerta, que por fortuna no estaba cerrada con lave ni con cerrojo, Después de entrar espié por la celosfa, para ver al hitpsswwwiteratura.usislomasimda_caso html 168 ssin22028, 10:25, El caso dela vara (1831), Machado de Assis (1839-1908) sacerdote. iste no reparé en él y seguia andando. —éPero qué esto, sefior Damian? —grité nuevamente la sefiora de la casa, que sélo ahora lo habia reconocido—. éQué viene a hacer aqui? Damian, trémulo, pudiendo apenas hablar, le dijo que no tuviera miedo, que no era nada; le iba a explicar todo. —Descanse y expliquese. —Ya le cuento; no comet{ ningiin crimen, se lo juro; pero espere. La sefiora Rita lo miraba espantada, y todas las criadas [“erias”, en el original: persona pobre criada en casa de otra], de la casa y de afuera, que estaban sentadas en la sala, delante de sus almohadones de encaje, todas hicieron detener sus bolillos y sus manos. La sefiora Rita vivia principalmente de ensefiar a hacer encajes, eribado y bordado. Mientras el muchacho tomaba aliento, orden a las pequefias que trabajasen, y esperd. Finalmente, Damian conté todo, el disgusto que le daba el seminario; tenia la certeza de que nunca podria ser un buen padre; hablé con pasién, le pidié que lo salvase. —ZAsf, no més? No puedo en absoluto. —Si quiere, puede. —No, —replieé ella sacudiendo la cabeza—; no me meto en los asuntos de su familia, que apenas conozco; iy menos con su padre, que dicen que tiene mal cardcter! Damian se vio perdido. Se arrodillé a sus pies, le bes6 las manos, desesperado. —Usted puede hacer mucho, sefiora Rita; se lo pido por amor de Dios, por Jo que usted tenga por mas sagrado, por el alma de su marido, silveme dela muerte, porque yo me mato si vuelvo a aquella casa. La sefiora Rita, lisonjeada con las siiplicas del muchacho, intent despertarle otros sentimientos. La vida de padre era santa y hermosa, le dijo ella; el tiempo le mostraria que era mejor vencer las repugnancias y un dia... «iNo, nada, nunca!» replicaba Damian, moviendo la cabeza y besandole las manos; y repetia que era su muerte. La sefiora Rita dudé ain un buen rato; finalmente, le pregunté por qué no iba aver a su padrino. —éMi padrino? Fise es todavia peor que pap; no me presta atencién, dudo que le preste atencién a alguien... —éNo presta atencién? —lo interrumpié la sefiora Rita herida en su amor propio—. Ahora yo le demuestro si presta atenci6n o no. Llamé a un negrito [“moleque”, en el original: término aplicado en Brasil a los nifios negros] y le ordené que fuese hasta la casa del sefior Juan Carneiro a amarlo, al instante; y si no estuviese en casa, que preguntara dénde podia encontrérselo, y corriese a decirle que tenfa mucha necesidad de hablarle inmediatamente. —Ve, negrito. Damian suspi con hal profunda y tristemente. Ella, para disimular la autoridad a dado esas ordenes, le explic6 al joven que el sefior Juan Carneiro habja sido amigo del marido y que le habia conseguido algunas criadas para, ensefiar. Después, como él continuara triste, recostado en un portal, le tir de hitpsswwwiteratura.usislomasimda_caso html 216 ssin22028, 10:25, £1 caso dea vara (1891), Machado de Assis (1899-1008) lanariz, riendo: —Vamos, padrecito, descanse que todo se va a arreglar.. La sefiora Rita tenia cuarenta afios en la partida de nacimiento, y veintisiete en los ojos, Era bien parecida, vivaz, divertida, amiga de la risa; pero, cuando era necesario, brava como el diablo. Quiso alegrar al muchacho, y, a pesar de la situacién, no le costé mucho. Un momento después, ambos refan, ella contaba anéedotas, y le pedia otras, que él contaba con singular gracia, Una de éstas, extravagante, que lo obligé a gestos y muecas, hizo refr a una de las criadas de la sefiora Rita, que habia olvidado el trabajo, para mirary escuchar al joven. La sefiora Rita tomé una vara que estaba al pie del canapé y Ja amenazi —iLuerecia, mira la vara! La pequefia bajé la cabeza, defendiéndose del golpe, pero el golpe no lleg6. Era una advertencia; si a la nochecita la tarca no estaba lista, Lucrecia recibiria 1 castigo de costumbre. Damian miré a la pequefia; era una negrita, flacucha, un estropajo sin valor, con una cicatriz en la frente y una quemadura en la mano izquierda. Tenfa once afios. Damian reparé en que tosia, pero para adentro, sordamente, para no interrumpir la conversacién. Tuvo pena de la negrita, y resolvié apadrinarla, sino terminaba la tarea. La sefiora Rita no le negaria el perdén... Ademas, ella se habfa refdo por encontrarlo gracioso; la culpa era suya, si es que hay culpa en decir un chiste. En eso, llegé Juan Carneiro. Empalidecié cuando vio alli al ahijado, y miré aa sefiora Rita, que no gasté tiempo en predmbulos. Le dijo que era preciso sacar al joven del seminario, que él no tenia vocacién para la vida eclesidstica, y antes un padre menos que un padre malo, Afuera también se podia amar y servir a Nuestro Sefior. Juan Carneiro, aturdido, no encontré qué responder durante los primeros minutos; finalmente, abrié la boea y reprendié al ahijado por haber venido a incomodar a «personas extrafias», y enseguida afirmé que lo castigaria. —iQué castigar ni qué nada! —interrumpié la sefiora Rita—. éCastigarlo por qué? Vaya, vaya a hablar con su compadre. —No garantizo nada, no creo que sea posible... Es posible, lo garantizo yo. Si Ud. quiere, —continué ella con cierto tono insinuante—, todo se ha de arreglar. Pidale con insistencia, que él cede. Vaya, sefior Juan Carneiro, su ahijado no vuelve al seminario; le digo que no vuelve. —Pero, sefiora mia. —Vaya, vaya. Juan Carneiro no se animaba a salir, ni podia quedarse. Estaba entre un tironeo de fuerzas opuestas. No le importaba, en suma, que el joven acabase clérigo, abogado o médico, o en cualquier otra cosa, que fuese un vago; pero lo peor era que le provocaban una lucha ingente contra los sentimientos mas intimos del compadre, sin certeza del resultado; y, si éste fuera negativo, otra lucha con la sefiora Rita, euya diltima palabra era amenazadora: «le digo que él no vuelve». Tenfa, forzosamente, que suceder un esedndalo, Juan Carneiro estaba con los ojos desorbitados, los parpados trémulos, el pecho agitado, Las miradas que le echaba a la sefiora Rita eran de siiplica, mezcladas con un tenue hitpsswwwiteratura.usislomasimda_caso html 316 ssin22028, 10:25, EH caso dela vara (1881), Machado de Assis (1839-1908) rayo de censura. éPor qué no le pedia otra cosa? éPor qué no le ordenaba que fuese a pie, debajo de la luvia, a Tijuca, 0 Jacarepagué [ambas, localidades de los alrededores de Rio de Janeiro]? Pero esto de persuadir al compadre de que cambiase la carrera del hijo... Conocfa al viejo; era capaz de partirle una jarra en la cabeza. iAh! isi el muchacho se cayera alli, de repente, apoplético, muerto! Era una solucién —cruel, es cierto, pero definitiva. —éEntonces? —insistié la sefiora Rita. Elle hizo un gesto con la mano de que esperase. Se rascaba la barba, buscando un recurso. iDios del cielo! un decreto del Papa disolviendo la Iglesia, o, por lo menos, extinguiendo los seminarios, haria terminar todo bien. Juan Carneiro volverfa a casa e irfa a jugar al tre: original: juego de naipes en el cual la carta més alta es el tres de cada palo]. Imaginad que el barbero de Napoleon era el encargado de comandar la batalla de Austerlitz [localidad de Moravia en la cual Napoleén vencié a los rusos y austriacos el 2 de diciembre de 1805]... Pero la Iglesia continuaba, los seminarios continuaban, el ahijado continuaba, cosido a la pared, ojos bajos, esperando, sin solucién apoplética. —Vaya, vaya, —le dijo la sefiora Rita dandole el sombrero y el bastén. No tuvo més remedio. El barbero metié la navaja en el estuche, empuiié la espada y salié al combate. Damian suspir6; exteriormente siguié del mismo modo, ojos clavados en el suelo, agobiado. La sefiora Rita le tiré del mentén. —Vamos a comer, déjese de melancolias. —&Ud. cree que él consiga algo? —Lo va a conseguir todo, —replicé la sefiora Rita, muy segura de si misma —. Ande, que la sopa se est enfriando. Apesar del genio alegre de la sefiora Rita, y de su propio espiritu sencillo, Damian estuvo menos alegre durante la comida que en la primera parte del dia. No confiaba en el cardcter blando del padrino. Sin embargo, comié bien; y, al finalizar, volvié a las pillerias de la mafiana. En la sobremesa, oy6 un rumor de gente en la sala, y pregunté si lo venian a prender. —Deben ser la muchachas. Se levantaron y pasaron a la sala. La muchachas eran cinco vecinas que iban todas las tardes a tomar café con la sefiora Rita, y alli se quedaban hasta caer la noche. siete [“trés-s tes”, en el Las disefpulas, cuando terminaron de comer, volvieron a los almohadones de trabajo. La sefiora Rita presidia todo ese mujerfo de casa y de fuera. El susurro de los bolillos y el parlotear de las muchachas eran ecos tan mundanos, tan ajenos a la Teologia y el Latin, que el joven se dejé llevar por ellos y se olvid6 del resto. Durante los primeros minutos, ain hubo de parte de las. vecinas cierta timidez; pero paso enseguida. Una de ellas canté una «modinha» [cancién popular urbana}, al son de la guitarra, tocada por la sefiora Rita, y la tarde fue pasando répidamente. Antes de que terminara la reuni6n, la sefiora Rita le pidié a Damian que contase cierta anéedota que le habia agradado mucho. Era la que habia hecho reir a Lucrecia, —Vamos, sefior Damiin, no se haga rogar, que las muchachas se quieren ir. Austedes les va a gustar mucho, hitpsswwwiteratura.usislomasimda_caso html 46 ssin22028, 10:25, £1 caso dea vara (1891), Machado de Assis (1899-1008) Damian no tuvo otro remedio que obedecer. A pesar del anuncio y la expectativa, que contribuian a disminuir el chiste y su efecto, la anéedota acabé entre las risas de la muchachas. Damian, satisfecho de si mismo, no se olvidé de Lucreeia y miré hacia ella, para ver si reia también. La vio con la cabeza metida en el almohadén para acabar la tarea. No refa; o habria refdo para adentro, como tosia. Salieron las vecinas, y la tarde cayé del todo. El alma de Damian se fue haciendo tenebrosa, antes de la noche. 2Qué estarfa pasando? De tanto en tanto, iba a espiar por la celosia, y volvia cada vez. mas desanimado. Ni sombra del padrino, Seguro que el padre lo hizo callar, mandé a llamar dos negros, fue ala policfa a pedir un «pedestre» [guardia que se encargaba de capturar esclavos fugitivos] y ahi venia a apresarlo por la fuerza y llevarlo al seminario, Damian le pregunt6 a la sefiora Rita si la casa no tendria salida por los fondos; corrié a la huerta, y calculé que podia saltar el muro. Quiso también saber si habria modo de huir a la Rua da Vala [calle del Foso], o si era mejor hablar con algin vecino que le hiciese el favor de recibirlo, Lo peor era la batina; sila sefiora Rita le pudiese conseguir una levita o un sobretodo viejo... La sefiora Rita disponia justamente de una levita, recuerdo u olvido de Juan Carneiro —Tengo una levita de mi difunto, —le dijo ella, riendo—; épero por qué esta con esos sustos? Todo se va a arreglar, descanse, Finalmente, bien entrada la noche, aparecié un esclavo del padrino, con una carta para la sefiora Rita. El asunto todavia no estaba resuelto; el padre se puso furioso y quiso romperlo todo; grité que no, sefior, que el gandul tenia que volver al seminario, o, sino, lo metia en el Aljube [una céreel para sacerdotes, que quedaban a disposicién del obispo local] o en el barco de prisioneros [“presiganga’, en el original: nombre que recibia un navio que recogia prisioneros y los mantenia en alta mar]. Juan Carneiro peleé mucho para conseguir que el compadre no resolviera enseguida, que pasase la noche, y meditase bien si era conveniente dar a la religién un sujeto tan rebelde y vicioso, Explicaba en la carta que habl6 asi para asegurar el triunfo de la causa. No la tenfa por ganada; pero al dia siguiente iria a ver al hombre, e insistiria de nuevo. Conclufa diciendo que el joven fuera a la casa de él. Damian terminé de leer la carta y mir6 a la sefiora Rita. «No tengo otra tabla de salvacién>, pens6, La sefiora Rita mandé a traer un tintero de marfil, y en la media hoja de la misma carta escribié esta respuesta: «Juancito, 0 tt salvas al muchacho, 0 nunca més nos veremos». Cerré la carta con lacre, y se la dio al esclavo, para que la llevase de prisa. Volvié a reanimar al seminarista, que estaba otra vez lleno de humildad y consternacién. Le dijo que se tranquilizase, que, desde ese momento, todo quedaba en manos de ella. —iVan a ver de lo que soy eapaz! iNo, que no estoy para bromas! Era la hora de recoger los trabajos. La sefiora Rita los examin6; todas las discipulas habian terminado la tarea. Slo Lucrecia estaba atin sobre el almohadén, moviendo los bolillos, ya sin ver; la sefiora Rita se acered, vio que la tarea no estaba concluida, se puso furiosa, y la agarré de una or —iAh! ipfearal —iDofa, dofia! iPor el amor de Dios! iPor Nuestra Sefiora que esté en el hitpsswwwiteratura.usislomasimda_caso html 56 ssin22028, 10:25, 1 caso de la vara (1891), Machado do Assis (1859-1908) cielo! —iPicara! iNuestra Sefiora no protege a las vagas! Luerecia hizo un esfuerzo, se solté de las manos de la sefiora, y huyé hacia adentro; la sefiora fue atrés y la agarré —iVenga acd! —iSefiora, perdéneme! —tosia la negrita. —No la perdono, no. £Dénde esta la vara? Yvolvieron a la sala, una apresada por la oreja, debatiéndose, llorando y pidiendo; la otra diciendo que no, que la iba a castigar. —aDénde esté la vara? La vara estaba en la cabecera del canapé, del otro lado de la Rita, no queriendo soltar a la pequeiia, le grité al seminarista: —Sefior Damian, déme aquella vara, éme hace el favor? Damian se quedé helado... {Cruel instante! Una nube pasé frente a sus ojos. Si, habfa jurado apadrinar a la pequefia, que por su causa se habfa retrasado en el trabajo... —iDéme la vara, sefior Damian! Damian se encaminé en direccién del canapé. Entonees la negrita le pidié por lo més sagrado que tuviera, por la madre, por el padre, por Nuestro Sefior.. —iAyiideme, sefiorito! La sefiora Rita, con la cara encendida y los ojos desorbitados, exigia la vara, sin largar a la negrita, ahora victima de un ataque de tos. Damian se sintié compungido; ipero él precisaba tanto salir del seminario! Llegé hasta el canapé, tomé la vara y se la entregé a la sefiora Rita. Literatura .us Mapa de la biblioteca | Aviso Legal | Quiénes Somos | Contactar hitpsswwwiteratura.usislomasimda_caso html 66

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