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A Juan Bautista Poquelin,

digan lo que digan.

Aconseja el autor representar la farsa al aire libre, para que sus inocentes
intérpretes puedan huir, con mayor facilidad, de la vindicta de aquellos que,
durante el transcurso de la misma, se sintieran aludidos

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La casa del qué dirán fue estrenada por el conjunto de la Alianza Francesa, en
el Teatro Nacional Sucre, de Quito, el 24 de enero de 1963, con el siguiente
reparto:

Bruja No 1............................. Jorge Villavicencio


Bruja No 2............................. Gabriel Villavicencio
Bruja No 3…………..…....... Rosa Victoria Serrano
La madre................................ Jacqueline de Serrano
El padre.................................. José Gómez de la Torre
Cruz, la loca ……………....... Gertrud de Roselli
Tsolda:..................................... Margarita de Mena
Crispín .................................... Carlos Mena
La sirvienta……………..….... Nancy Salcedo Usbeck
Vecina No 1.............................. Gloria Arana Pólit
Vecina No 2.............................. Elisa de Uribe

Hombres y mujeres del pueblo

Arreglo musicales: Lucien Ladet, sobre temas de


Dukas, Ravel, Ibert y Godard.
Escenografía: Milton Barragán.
Mise en scene: Jacques Thiériot.

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(Camino oscuro y desierto. Al borde del camino, casa cuyas paredes no son
paredes sino cortinas. En primer término, la sala; en segundo, los dormitorios.
Junto a la casa, una perrera cuyo único habitante exclama:)

¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!

(Tres brujas deformes avanzan por el camino. Las tres visten a lo beata y
blanden, por igual, cuerdas y rosarios. Con las cuerdas, controlarán los
movimientos de los habitantes títeres de la casa; con los rosarios, ya se verá.
Alrededor de la perrera, ejecutan una serie de extraños signos cabalísticos,
hasta que el pobre perro, vencido por las malas artes del brujerío, pierde
completamente ladridos y furor.
Aprovechando, Juego, la escalera que alguien dejó apoyada 4 uno de los
costados de la Casa, el espantoso trío se encarama en el techo, y lanza por las
hendijas sus anzuelos.
En el interior de la casa, la única que se moverá sin ayuda de cuerdas es,
Precisamente, aquella que dicen que no está cuerda: la loca. Todos los que
transitan por el camino andarán sueltos, aunque muchos sean de atar.)

(Antes de hablar y disputándose un catalejo, las brujas efectuan una minuciosa


inspección entre los espectadores, escandalizándose por la presencia de este, y
comentando la actitud de aquel)

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Bruja No 1: ¡Somos representantes
del qué dirán,
vedettes retiradas
del bataclán!
Y, aunque muchos lo digan…
¡¿Ay, qué dirán?!

Las tres: (Bruscamente arrodilladas, y entre golpe de pecho.)


¡Larga lengua, larga vista!,
¡vieja beata y masoquista!...
Inventor del qué dirán,
¡protégenos, Satán!

Bruja No 1: (Incorporándose para continuar.)


Y, aunque muchos lo digan,
¡que lo dirán!,
estamos revestidas
de castidad,
y somos en el pueblo
y en la ciudad
¡solemnes diputadas
de la Verdad!

Bruja No 2: ¡Ya se olvidó la vaca


que fue ternera,
que bailó en una pata
para San Juan!
Y aunque muchos lo digan…
¡¿Ay, qué dirán?!

Las tres: (De rodillas, otra vez.)


¡Larga lengua, larga vista!,
¡bruja quintacolumnista!...
Inventor del qué dirán,
¡protégenos, Satán!

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Bruja No 2: (Continuando.)
Y, aunque muchos lo digan,
¡que lo dirán!
contamos con defensa
profesional.
Sindicato tenemos
en sociedad,
¡“Sindicato de Brujas.

Bruja No 3: (Con voz de niña engreída.) ¡Hermana Celestina! ¡Hermana


Maritornes!... ¡Quiero cantar!, ¡quiero conjugar el verbo del qué dirán!

Bruja No 1: (A los espectadores.) ¡Vamos a darle gusto a la niña! ¡Vamos a


cantar!

Las tres: (Cantando.)


Yo qué diré,
tú qué dirás,
él qué dirá…

Bruja No 1: (Interrumpiendo furiosa la canción.) ¡Ay de aquel que se burle de


nuestro canto!

Bruja No 2: ¡Ay, de su risa!

Bruja No 3: ¡Ay, de su llanto!

Las tres: ¡Ay!

Bruja No 1: Si no cantáis a coro con nosotras, ¿qué dirán de vosotros?, ¿qué


dirán?

Bruja No 2: (Señalando a un espectador cualquiera.) ¡Ese no tiene oído!

Bruja No 3: (Ídem) ¡Aquel es tonto!

Bruja No 2: (Idem.) ¡Este está mudo desde temprana edad!

Bruja No 1: ¿Vais a pasar por tontos y sordomudos?...¡Vamos, cantad!

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Las tres: (Cantando otra vez)
Yo qué diré,
tú qué dirás,
él qué dirá...

Bruja No 1: ¡Sencilla es la canción;


mala la voluntad.
¡Es inútil, hermanas!
Para que aprendan,
mostrémosles “La casa
del qué dirán”!

(Corren las paredes-cortinas de la sala. La puerta y la ventana quedan


representadas por sus marcos. Lo demás, al aire. Sobre una mesa de centro,
una lámpara encendida lucha por mantener la intimidad. Sentados alrededor
de la mesa, el padre y la madre. El padre duerme con un diario sobre las
rodillas; la madre borda.)

Madre: (Con mucho sigilo.) ¡Señor esposo! ¡Señor esposo!

Padre: (Despertando.) ¿Eh? ¡Qué diablos!...

Madre: (Escandalizada.) ¡Señor esposo!

Padre: Sí, ¡qué diablos! ¿Desde cuándo no me tuteas? ¿Desde cuándo he


dejado de ser tu viejo, tu estropajo, tu pelele, para convertirme en “tu señor
esposo”?

Madre: ¡Atención, señor esposo, que nos miran!

Padre: ¿Eh?... ¿Quiénes?, ¿desde dónde?

Madre: ¡No mire, hombre de Dios!

Padre: Está bien... ¡No miro!

Madre: ¡Siéntese bien!... ¡Abotónese la camisa!...


¡Lea correctamente ese periódico!...

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Padre: (Que ha cumplido, al pie de la letra, las instrucciones de su esposa.)
¡Pero es que...!

Madre: ¡Antes de hablar, escoja sus palabras!

Padre: ¡Pero es que yo...!

Madre: ¡Escójalas!

Padre: ¡Pero yo...!

Madre: ¡Cállese mejor! ¡Así no corre el riesgo de que se le escapen palabras


tontas y exclamaciones de mal gusto!

Padre: (Estallando.) Pero, ¡¿se puede saber a qué se


debe semejante circunspección?!

Madre: ¡Shhh!... Ya que usted no se ha percatado de ello, juzgo conveniente


advertirle que, hace un momento, las paredes de nuestra sala han desaparecido
como por encanto... ¡No mire, hombre de Dios!

Padre: ¡Está bien! ¡No miro!

Madre: Procure serenarse y, por si acaso nos escuchan, ¡conversemos con


elegancia y distinción!

Padre: Sí, señora esposa, ¡conversemos!

Madre: (Con mucha afectación.) ¡Cómo ha crecido el viento! Al empezar la


estación, era tan débil que apenas si podía enloquecer una cortina... Presintiendo
su fuerza y su osadía, ¡los rosales temblaban a su paso!... ¡Y qué nerviosa estaba
la laguna! ¡Y qué inquietos los pájaros!

Padre: (Tdem.) ¡Pronto cobró valor y ya no pudo tender usted la ropa en el


traspatio!..

Madre: ¡Oh!

Padre: ¡Pronto cobró valor y en el camino, con unos brazos fuertes y viriles,
iba tras de las mozas de la aldea, levantándoles faldas y polleras!

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Madre: ¡Shhh!
Padre: ¡Yo nada pude ver! Cuando aquello ocurría, ¡o bien tenía los ojos con
arena o me hallaba corriendo detrás de mi sombrero!

Madre: ¡Y así creció, ¡creció!... ¡Ahora está tan fuerte, que se atreve a llevarse
los muros de mi casa!

Padre: ¿Puedo mirar ahora?

Madre: ¡Con un solo ojo!

Padre: (Mirando.) ¡Por el diablo!... ¡Qué gentío!

Madre: ¡Serénese usted, por Dios! ¡Y trate de continuar con la conversación!...


(Afectada otra vez.) ¡Mala vejez la del viento! Mientras sopla, no hace otra cosa
que introducirse por puertas y ventanas: y, al terminar la estación, después de
tanto correr, ¡queda convertido en un viejo ululante que va, de casa en casa,
llevando chismes y consejas!

Padre: ¡Milagros de la naturaleza!

Madre: (Al borde un ataque de llanto.) ¡Milagros!... ¡Milagros son los que
vamos a tener que hacer, para continuar viviendo en una casa sin paredes!

Padre: ¿Eh? ¡¿Qué diablos...?!

Madre: (Llorando desconsoladamente.) ¡Ya no puedo más! ¡Ya no! ¡Ya no!

Padre: ¡Señora, por Dios! ¡Qué va a creer la gente que yo soy el verdugo,
cuando todo el mundo sabe que el verdugo es usted!

Madre: (Tdem.) ¡Ya no!

Padre: ¡Mañana mismo le mando a construir unas paredes de concreto!

Madre: ¡Ya no!

Padre: ¡De hierro!

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Madre: ¡Ya no!

Padre: ¡De lo que usted ordene!

Madre: ¡Ya no se trata de eso!... ¡Creo más bien que estamos encantados!

Padre: ¿Encantados de conocernos?

Madre: ¡No!... Encantados... encantados... Es decir que, sobre el techo de


nuestra casa, ¡pesa algún encantamiento!

Padre: ¿Cree usted que...?

Madre: ¡Sí!... ¡Desde hace algún tiempo, sus paredes desaparecen así, de un
momento a otro, sin causa física aparente, echando a perder la intimidad de
nuestro hogar y exponiéndonos a la curiosidad de toda esa gente extraña que nos
mira!... (Histérica, a los espectadores.) ¡No me miren! ¡No quiero que me
miren!

Padre: ¡Vamos, vieja!... ¡Reacciona!

Madre: ¡Desde hace algún tiempo, vivir en esta casa es como vivir en el centro
de una plaza pública!

Padre: ¡Es verdad!... ¡O como vivir sobre las tablas de un escenario!

Madre: ¡Sí, de un escenario! ¡Empiezo a sentirme ya como si fuera la


protagonista de una tragedia griega!

Padre: ¡Lo mismo ocurre conmigo!... ¿No has observado que a veces hablo
como Edipo y que camino como Agamenón?

Madre: ¡El otro día, al salir del cuarto de baño, tuve la sensación de que alguien
aplaudía!

Padre: ¡¿El cuarto de baño?!... ¡Tenía entendido que ese era el único lugar de la
casa que se veía libre de esta especie de conjuración contra nuestra intimidad!

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Madre: ¡No te confies, viejo! ¡Y, por lo que más quieras, no vuelvas a cometer
la imprudencia de bañarte desnudo!

Padre: ¡No volveré a mirarme el obligo mientras viva!

Madre: ¡La otra noche, en el dormitorio, se atrevieron a reírse! Es por eso que
he dejado de permitirte que...

Padre: Qué...

Madre: ¡¿Qué?!

Padre: ¡Que encendiera la luz!

Madre: ¡A oscuras nos ven lo mismo! ¡Parece como si nos enfocaran con un
reflector!

Padre: Tal vez si colocáramos los roperos de modo que...

Madre: ¡También los roperos desaparecen! Es como si, de repente, las cosas
que pueden ocultarnos de las miradas de los demás se volvieran de cristal... ¡De
nada me ha servido condenar ventanas, clausurar tragaluces y rendijas! ¡Es
como si la casa entera estuviera dominada por las brujas!

(A! escuchar las últimas palabras de la madre, las brujas reaccionan


violentamente y la tironean desde arriba.)

Madre: ¡Ay!... (AI techo.) ¡Perdón! ¡Perdón!

Padre: (Tratando de ayudarla.) ¡Vieja! ¡Te tengo advertido que no pronuncies


nunca esa palabra!

Madre: ¿Cuál?

Padre: ¡Brujas!

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(El padre es tironeado a su vez.)

Padre: ¡Ay!...

Madre: ¡Señor esposo! ¡Guarde usted la compostura, que cien mil ojos nos
miran!

Padre: (A techo.) ¡No dije brujas!... ¡Dije hadas!

Madre: ¿Hadas?

Padre: ¡Sí!... (Ídem) ¡Hadas!... ¡Benditas sean las hadas!

(Las brujas, satisfechas, dejan de tironearlo. Aparece en la sala la sirvienta,


también de títere, con mucho recato y compostura.)

Sirvienta: ¿Llamó usted, señora ama?

Madre: ¿Yo?... ¡No, criatura, no!

Sirvienta: ¿Llamó usted, señor amo?

Padre: ¡¿Alguien dijo que había sido yo?!... ¡Invenciones! ¡Calumnias!... ¡Yo
no! ¡Ya no! ¡Yo no! Sirvienta: Entonces, si no han llamado los señores, desde
luego, dos puntos y a continuación, entiendo que por el día de hoy, ha dejado de
ser necesaria mi presencia en el interior de esta respetable y distinguida
mansión. Fregados los pisos, tendidas las camas, lavada la ropa, zurcido el
mantel, relucientes como el sol las piezas de la vajilla... cerradas las puertas,
corrida la tranca, concluidos estos y otros muchos menesteres, sin tener mayor
cosa que lamentar que un sabor a quemado en el almuerzo y un exceso de sal en
la merienda, contenta de haberos servido y deseando se me conceda la gracia de
regresar mañana, muy por la mañana, para tener la dicha de volveros a servir y

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seguiros sirviendo hasta el fin de mis días —¡aunque nunca os acordéis de
abonarme lo que por mis servicios me adeudáis!—, solicito respetuosamente la
venia de vuestras mercedes, para retirarme a mi humilde, lejano y solitario
hogar.

Madre: ¡Así se habla, muchacha! ¡Anda con Dios!

Padre: Sí, ¡con Dios!

Madre: Mucho cuidado al atravesar la llanura. Es la hora en que el lobo baja a


beber al río.

Padre: ¡El lobo! ¡Mucho cuidado con el lobo!

Sirvienta: ¡Buenas noches, señor amo!

Padre: ¡Gracias criatura! Eso es, precisamente, lo que tu amo necesita. ¡Una
larga y buena noche!

Sirvienta: ¡Buenas noches, señora ama!

Madre: ¡Una larga y buena noche! ¡Una noche sin testigos!

Padre: (Cuando la sirvienta está a punto de salir.) ¡Eh, muchacha!... Y no te


olvides de soltar al perro cuando salgas. ¡Quítale la cadena y el bozal!

Madre: (Con toda intención.) ¡Sí!... ¡Quítale la cadena, para que corra! ¡Quítale
el bozal, para que muerda!

(A! trasponer el umbral, la sirvienta se desprende de los hilos que la ataban, sin
hacer caso de la furia de las brujas. Junto a la perrera, se acicala de tal modo
que, en pocos instantes, queda transformada en una provocativa damisela. El
perro, cuyos terribles ladridos el público ha tenido ya la oportunidad de
escuchar, es un inofensivo y diminuto Fifí, que muy contento y cariñoso se deja
conducir por su libertadora.)

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Sirvienta: ¡Vamos, Fifí!

(Con goma de mascar entre los labios y gran cotoneo de caderas la sirvienta
hace el mutis más escandaloso de la farsa.)

Padre: ¿Todavía están allí?

Madre: ¡Un solo perro no es suficiente para ahuyentarlos!... ¡Sería necesaria


una jauría!

Padre: (A los espectadores.) ¡Ea!... ¡Cada cual a sus casas! ¡A meter las narices
en lo que les importa!

Madre: ¡Calle, usted, por favor!

Padre: Si callo, dirán “¿por qué no habla?”

Madre: Y si habla, “¿por qué no calla”?

Padre: ¡Quisiera estar muerto!

Madre: ¡Calle usted, que le dirán suicida!

Padre: ¡Quisiera estar vivo!

Madre: ¡Calle usted, que le dirán vividor!

Padre: Entonces, ¡ni vivo ni muerto!

Madre: ¡Eso! ¡Sobre el escenario que vivimos, no nos queda otra cosa que
esperar que una mano compasiva deje caer el telón!

Padre: ¡Sí!... ¡Telón! ¡Telón!

Madre: ¡Telón!

(Ambos miran desesperados hacia arriba y, durante unos instantes, esperan


angustiados que sus súplicas sean escuchadas.)

Madre: (Sollozando.) ¡Esto ya no es vida!

Padre: ¡Ni vida ni muerte!

Madre: ¡Por eso es que, cuando quiero llorar, me río! ¡Ji!, ¡jil, ¡ji!

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Padre: ¡Y cuando tengo hambre, no como!

Madre: ¡Y si siento calor, me arropo!

Padre: ¡Y si me pica, no me rasco!

Madre: (Obligada a levantarse por las brujas.) ¡Ahora no tengo sueño, pero
voy a dormir!

Padre: (Idem.) ¡Y yo no quiero dormir con usted, señora, pero voy!

(Se van al dormitorio. Las brujas no tardan en correr las paredes-cortinas del
mismo, dejándolos nuevamente al descubierto, Sorprendidos en el lecho, ellos
permanecen rígidos e inmóviles hasta nueva orden.

La loca, arrullando un envoltorio, atraviesa la sala, sale al camino y se pasea


delante de la casa. Durante todo el tiempo que este personaje permanece en
escena, las brujas lanzan inútilmente sus anzuelos tratando de pescarlo.)

Loca: Para alumbrar un lucero


hay que tenderse de espaldas,
como se tiende la noche
sobre la tierra y el agua.

Dejar que el viento desgarre


la castidad de la enagua,
y dar un grito salvaje
para que el alba lo traiga.

Yo, que me tendí desnuda


en la tierra y junto al agua,
¡no sé por qué no maduras
mi lucerito del alba!...

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(Sale Isolda, de títere. Habla a la loca, desde el marco de la ventana.)

Isolda: ¡Dios mío, hermana! ¿A estas horas y en la calle?

Loca: ¡Hola, virgen!

Isolda: ¡Entra inmediatamente! ¡O me veré obligada a despertar a nuestros


amados padres, para comunicarles tu incorrecto proceder!

Loca: ¡Estoy esperando a un hombre! ¡Me voy con el primer hombre que pase!

Isolda: ¡Shhh!... ¡Que nos miran! ¡Que nos escuchan! Loca: ¡Que nos miren!
¡Que nos escuchen!... (Gritando al camino desierto.) ¡Un hombre! ¡Quiero un
hombre!

Isolda: (A los espectadores.) ¡Discúlpenla, por Dios! ¡La pobrecita está loca!

Loca: ¡Qué estéril esta senda! ¡Qué vacía de hombres! Isolda: (Idem.) ¿Ustedes
comprenden, verdad? ¡Ustedes comprenden y disculpan!... A mí sí pueden
verme y oírme, cuando gusten... Pero a ella... ¡Es una niña loca!
¡Una pobre niña loca!...

Loca: ¡Ni tan niña ni tan loca!... ¡La loca eres tú, que hablas con las paredes!

Isolda: (Idem.) Con el envoltorio que lleva entre sus brazos, está jugando
todavía a las muñecas...

Loca: (Furiosa.) ¡No te permito que llames envoltorio a mi hijo!

Isolda: ¿Tu hijo? ¡Vamos, hermana!... (A los espectadores.) ¿No es un encanto?


¡Ha llamado “su hijo” al envoltorio! |

Loca: ¡Sí! ¡Mi hijo!... Lo fui a buscar al bosque, a la llanura... Me acosté con un
hombre Y...

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Isolda: Te fuiste al bosque, sí, te fuiste al bosque… Con tu hermosa caperuza
roja, atravesaste la espesura para llevarle fresas a la abuela...

Loca: ¡Qué fresas ni qué abuela!... ¡Me fui al bosque a buscar un hombre!

Isolda: Aquella tarde, madre cometió la imprudencia de dejarte partir a la hora


en que el lobo baja a beber al río... Por fortuna, un leñador encontró tu caperuza
sobre el limo, dio la voz de alarma y, entonces, todos los hombres del pueblo
acudieron armados al encuentro del lobo... ¡Y antes de que pudiera hacerte
daño, lo mataron!

Loca: (Amarga.) ¡Lo mataron! ¡Lo mataron!... ¡Pero no era un lobo!... ¡Era un
hombre! ¡Un hombre que me cubrió con su cuerpo! ¡Un hombre que me hizo
suya!

Isolda: (A punto de sufrir un síncope.) ¡Calla, niña!... La impresión... el peligro


que corriste te trastornó el juicio... Desde entonces, hablas de cosas que solo
existen en tu imaginación... ¡Como ese envoltorio que llevas en tus brazos y
que...!

Loca: ¡Te repito que no quiero que vuelvas a llamar envoltorio a mi hijo!

Isolda: (A los espectadores.) ¡Pobre niña! ¡Pobrecita!... ¡Eso le pasa por no


tomar, antes de acostarse, el agua de zapallo que le recomendaron!

Loca: (Al envoltorio.) ¡Sí, mi rey!... ¡Sí, mi lucero!... ¿Quiere la teta? ¿La tetita?

(Se dispone a satisfacer los deseos del envoltorio. Isolda, adivinando las
intenciones de su hermana, grita horrorizada.)

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Isolda: ¡No, por Dios!... ¡Padre! ¡Madre!... ¡Socorro!...

Loca: ¿A qué se debe el alboroto?... Si tanto te escandaliza contemplar el seno


de una madre, me retiro… ¡que ya tus espantosos gritos han dilatado de susto
las pupilas de mi hijo!

(Entra y desaparece. Isolda queda sola, pidiendo disculpas 4 los espectadores.)

Isolda: Ustedes la disculpan... Ustedes la comprenden... ¡Está loca, locuela!...


Yo, en cambio, soy una joven juiciosa que, mientras sus padres duermen, se
sienta a bordar junto a la lámpara, esperando la llegada de Morfeo...
(Explicando, por si acaso.) ¡Morfeo, el dios del sueño!...

(Hace lo que dice. Por un extremo del camino, aparece Crispín. Trae consigo
una guitarra adornada con un enorme lazo rojo.)

Crispín: ¡Casa del gato encerrado,


guardan perros y candados
tu recato! .

¡Y a tu fachada de piedra
no se aferra ni la yedra,
casa del gato!

Viven detrás de tu puerta,


dos hermanas: loca y cuerda.
El que atraviese tu valla
que se vaya;
el que pase por tu calle
que se calle,

¡si quedó tu puerta abierta


y la loca está despierta!

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(Pasa medroso delante de la casa, espiando con mucho sigilo por la ventana.)

¡Casa del gato encerrado,


la de perros y candados
y la fachada de piedra!...
Si te habitan dos hermanas,
la que vi por tu ventana
¿es la loca o es la cuerda?

Aquel que aloca a la loca


y a la cuerda la recuerda,
aquí espera, canto en boca,
¡por la cuerda!

(Rasguea la guitarra, disponiéndose a cantar.)

Isolda: (Asomándose sobresaltada.) ¡Shhh!... ¡Mal hombre! ¡Cómo os atrevéis a


hacer estos escándalos delante de una casa honrada!

Crispín: Isolda, ¿eres tú?

Isolda: ¡Crispín!

Crispín: (Acercándose.) ¡Isolda! ¡Isolda!

Isolda: ¡No te acerques, por Dios!... (Rápida, sin detenerse a tomar aire.) ¡Qué
dirá mi padre, si me ve! ¡Qué dirá mi madre, si me ve! ¡Qué dirá mi hermana, si
me ve! ¡Qué dirá...!

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Crispín: ¡Pero, Isolda!

Isolda: ... el señor cura, si me ve! ¡Qué dirá doña Trinidad, si me ve! ¡Qué dirán
las hijas de doña Trinidad, si me ven!...

Crispín: ¡Basta, Isolda!

Isolda: ¡Qué dirán allá arriba, en el cielo, los espíritus de nuestros parientes y
conocidos! (Mirando hacia arriba y santiguándose.) ¡Qué dirá don Jacinto, que
en paz descanse! ¡Qué dirá don Segundo, que en paz descanse! ¡Qué dirá...!

Crispín: ¡Bastaaaa!

Isolda: Y, por si esto fuera poco... (Refiriéndose a los espectadores.) ¡Qué dirán
todas estas amables personas que nos miran!

Crispín: ¡Nadie nos mira! ¡La calle está vacía! Isolda: ¡Sí, nos miran! ¡Nos
miran!

Crispín: ¿Quiénes? ¿Dónde?...

Isolda: ¡Uy!... ¡No te vuelvas! ¡No mires!... ¡Qué dirán, Dios mío! ¡Qué dirán!

Crispín: (Exasperado.) ¡Maldito sea el qué dirán!

(Las brujas, indignadas, arrojan pesadas tejas sobre la cabeza del joven.)

Crispín: (Cayendo al suelo, malberido.) ¡Ay, me mataron!

Isolda: ¡Dios mío! ¡Se están cayendo las estrellas!... (Al cielo.) Amados y
queridos muertos parientes y conocidos, ¡yo siempre he respetado vuestra
opinión!

Crispín: ¡Ay!

Isolda: ¡Castigo de Dios! ¡Castigo de Dios!

Crispín: ¡Isolda!... ¡Me muero!...

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Isolda: ¡Muérete, Crispín! Pero no a esta hora y a mi puerta... ¡Procura
arrastrarte calle abajo, y morir frente a la taberna!

Crispín: ¡Ay, Isolda!

Isolda: ¡Ay, Crispín! ¡Yo quisiera ayudarte, pero no puedo!... ¡Qué dirán todos
los que ya te dije, si me vieran a estas horas y a solas con un hombre en media
calle!

Crispín: ¡Ay, Isolda!... ¡Qué diré yo!

Isolda: ¡Espera! ¡Hay algo que puedo hacer por ti, sin arriesgarme demasiado!...

(Toma el Jlorero de la mesa y arroja su contenido sobre la cabeza de Crispín.)


Después de todo, ¡ya era hora de cambiar el agua del florero!

Crispín: (Reaccionando.) ¡Gracias, Isolda! ¡Te debo la vida!

Isolda: ¡De nada! ¡Cuando se te ofrezca!

Crispín: ¡Amor mío!

Isolda: ¿Eh? ¿Cómo?

Crispín: ¡Amor mío!

Isolda: ¡No pronuncies esas palabras! ¡No las pronuncies nunca!

Crispín: (Incorporándose, a medida que dice lo siguiente:)


¡Ellas son las únicas capaces de volverme a la vida!...
¡Amor mío! ¡Amor mío! A su mágico conjuro, mis miembros se reaniman, mi
corazón vuelve a latir...
¡Amor mío! ¡Amor mío!... ¡Mira este brazo, hasta hace poco inerte! ¡Míralo
ahora!... ¡Isolda es el amor mío!
¡Amor mío! ¡Amor mío!... (Haciendo ejercicios respiratoríos y de estiramiento,
con las mágicas palabras a flor de labios.) ¡Mira cómo respiro!... ¡Mira cómo
camino!...

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¡Mi amor es Isolda! ¡Isolda es el amor mío!... ¡Mira cómo corro a tus brazos!
(Lo hace.) ¡Isolda, te amo!

Isolda: (A los espectadores.) ¡Je! ¡Estamos conversando!... ¡Cómo ustedes ven,


no hacemos nada malo! ¡Estamos conversando!

Crispín: ¿Con quién hablas, Isolda?... (Celoso, volviéndose.) ¿Hay alguien allí?
¿Es acaso un rival?... ¿Dónde está? ¿Dónde?... (A Isolda.) ¡Por tu amor soy
capaz de desafiar al mundo!

Isolda: ¡Crispín! ¡Que los estás ofendiendo!... (A los espectadores.) ¡No le


hagáis caso! ¡Él también está loco?

Crispín: ¡Loco por tu culpa, Isolda! ¡Te amo!

Isolda: ¡No te acerques!

Crispín: (Alejándose.) ¡Te amo!

Isolda: ¡No grites!

Crispín: ¡Grito! ¡Grito para que me escuches tú, para que me escuche el
mundo!... ¡Te amo! ¡Te amo!

(Las brujas, ayudándose entre sí, tratan de conseguir el mutIs de Isolda.)

Crispín: ¡Isolda! ¡No me dejes!... ¡Espera, amor mío!


¡No volveré a decirte que te amo! ¡No volveré a mal-
decir al qué dirán! ¡Pero, vuelve! ¡Vuelve!

(Las brujas ceden, permitiendo el regreso de la joven.)

Isolda: Crispín.

Crispín: ¡Gracias, Isolda! ¡Gracias por volver!

Isolda: ¡Crispín! ¿Vas a portarte bien? ¿Me prometes que vas a portarte bien?

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Crispín: ¡Desde ahora seré tu títere, tu muñeco! ¡Haré todo lo que me digas!

(Gran satisfacción en el techo.)

Isolda: ¿Me lo prometes?

Crispín: ¡Sí, mi vida! ¡Sí!

Isolda: ¡Ay! ¡No me llames “mi vida”!

Crispín: ¡Perdón!

Isolda: ¿Prometes dar la limosna para la Ilustre Congregación de Damas de


nuestro pueblo?

Crispín: ¡Sí! ¡Prometo!

Isolda: ¿Prometes saludar respetuosamente a las señoritas Correveidile, cuando


las encuentres por la calle?

Crispín: ¡Sí! ¡Prometo!

Isolda: ¿Prometes no volver a llamar viperinas a las ilustres y piadosas lenguas


de nuestra Congregación?

Crispín: ¡Sí! ¡Prometo!

Isolda: ¡Bien! Es suficiente, por esta noche. Ahora, ¡vete!

Crispín: ¡Pero, Isolda!...

Isolda: ¡Vete! ¡Vete sin volver la cabeza!

Crispín: ¡Pero, Isolda!...

Isolda: ¡No es conveniente que una joven como yo hable durante tanto tiempo
con un hombre como tú!
Crispín: ¡Isolda!

Isolda: (Repite como autómata.) ¡No es conveniente! ¡No es conveniente! ¡No


es conveniente!

Crispín: (Olvidando su promesa.) ¡Pero, mi vida! Isolda: ¡Ah!... ¡Vete, mal


hombre! ¡Vete!

Crispín: ¡Sí! ¡Me voy!... Pero antes de irme...

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Isolda: ¿Qué?

Crispín: ¡Dame un beso!

Isolda: (Sacudida violentamente por las brujas y llorandoa gritos.) ¡Uay!...


¡Puá! ¡Puá! ¡Puá!... ¡Socorro!...

(Crispín huye despavorido. Acude la madre, luego el padre, y por último, la


hermana loca.)

Madre: ¿Qué ocurre?... ¡Dios mío! Mi niña, mi pequeña...

Isolda: (Tendida en un sillón.) ¡Puá! ¡Puá! ¡Puá!

Padre: ¿Qué ocurre, señora? ¿Qué pasa en este respetable hogar?

Loca: (Mientras el brujerío hace desesperados esfuerzos por enlazarla.) Sí,


¿qué pasa en este convento? ¿Qué le han hecho a la virgen, a la intocable?

Isolda: ¡Madre!... ¡Un hombre! ¡Un hombre!

Madre: ¡Ay, Dios mío!... ¡Un hombre! ¡Dos hombres! ¡Tres hombres! ¡Miles de
hombres!

Padre: ¡Esto es un asalto a mano armada!

Loca: (A Isolda.) ¡Alabanciosa! ¡La puerta está cerrada, y miles de hombres no


pasan por una ventana!

Madre: ¡Qué puertas ni qué ventanas! ¡Esta es una casa de vidrio!... ¡Pobres de
nosotras, mujeres indefensas, en el interior de una casa de cristal!

Padre: ¡Violación de domicilio! ¡Violación de domicilio!

Madre: ¡No hables de violación!

Padre: (Desafiante a los espectadores.) ¿Quién de ustedes se atrevió?... ¿Quién


fue?

Loca: (Buscando por todos lados.) Pero, ¿dónde están esos hombres?...
¡¿Dónde?!

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Isolda: Un hombre, uno solo... ¡Crispín!

Loca: ¡Crispín! ¡Qué hermoso nombre! (Sale a la calle, gritando.) ¡Crispín!


¡Crispín!.... ¡Vuelve, Crispín!

Padre: (A Jolda) Y, ¿qué te hizo Serafín?

Madre: ¡No dijo Serafín! ¡Dijo Crispín!

Padre: ¡En fin, hija! ¿Qué te hizo Fermín?

Madre: ¡Crispín! ¡Crispín!... ¡El nombre es importante para la denuncia!

Loca: (Corriendo de un lado a otro por la calle) ¡Crispín! ¡Fermín! ¡Serafín!


¡San Agustín!

Padre: (Perdiendo la paciencia.) ¡llámese como se llame, hijita! ¿Vas a


terminar por decirnos qué te hizoese individuo?

Madre: ¡Sí, hijita! Ese asesino...

Isolda: (Gimiendo.) ¡Viéndome sola, indefensa, abandonada a mis propias


fuerzas, me pidió...!

Madre: ¡Dios mío! ¿Qué te pidió?

Loca: (Por la calle.) ¡Crispín! ¡Serafin! ¡Benjamín!...¡Vuelve! ¡Ven a pedírmelo


a mí!

Padre: ¡Vamos, di!

Isolda: ¡Puá! ¡Puá! ¡Me da mucha vergtienza!

Madre: ¡Dios mío! ¡Han avergonzado a mi hija!...(Trágica) ¡Que toquen las


campanas a rebato! ¡Que disparen cañonazos al horizonte!... ¡Que lo prendan!
¡Que lo torturen! ¡Que lo fusilen!...

Padre: (Severo.) ¡Señora, esposa y amiga mía! ¡Le pido que se serene y que se
calle!

Madre: ¿Callarme yo? ¡Grita túl... ¡La única hija que nos quedaba incólume!...
¡La deshonra ha penetrado una vez más en nuestra casa, hombre descuidado y
desprevenido! (Llorando.) ¡Qué vida nos espera! ¡Qué muerte!

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Loca: (A lsolda.) ¿Qué te pidió?... ¡Anda, dime! ¿Qué fue lo que te pidió?
Padre: ¡Sí, hija! ¿Qué fue?
Isolda: ¡Puá! ¡Me da mucha verguenza! ¡Mucha vergiienza!
Loca: ¡Desvergonzada de mí!
Padre: ¿Era un poeta y te pidió una flor?
Isolda: (Negando.) ¡Puá! ¡Puá!
Madre: ¿Era un mendigo y te pidió una moneda?
Isolda: (Idem.)
Padre: ¿Era un sordo y te pidió una palabra?
Isolda: (Idem.)
Madre: ¿Era un ciego y te pidió una mirada?
Isolda: (Idem.)
Loca: ¡Ja!... A lo mejor no era más que un hombre y le pidió... (Corre hacia un
extremo de la calle, llamando.) ¡Fermín! ¡Quintín!
Isolda: ¡Que no lo llame, madre! ¡Que no lo llame!
Padre: ¡Que lo llame!
Madre: ¡Que no!
Padre: ¡Que sí!
Loca: (Palmoteando.) ¡Qué lindo!... ¡Todo el pueblo viene hacia acá!
Madre: ¡Virgen de los Sorprendidos!... ¡La gente!
Padre: ¡Los vecinos!
Loca: (A los vecinos.) ¡Vengan! ¡Vengan!... ¡Adelante!
Madre: (A lsolda, iniciando el mutis ) ¡Consuélate como puedas, hijita, que se
acércan los vecinos!...
Padre: (A los espectadores.) ¡Ustedes no saben nada! ¡Ustedes no han visto
nada!
Madre: (A holda.) ¡Disculpa que te dejemos a solas con tu dolor!

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Padre: (1dem.) ¡Disimula tus lágrimas!... ¡Sonríe!

Madre: (Antes del mutis, tendiendo los brazos hacia Isolda.)


¡Hija mía! ¡Mi niña!...

(Las dos se van al dormitorio, arrastradas por las brujas. Empiezan a desfilar
por la calle los vecinos. Se acercan furtivamente, lanzando escrutadoras
miradas al interior de la casa. Isolda, disimulando sus lágrimas, teje al pie de
la lámpara y contesta, entre sonrisas, los saludos.)

Vecina No 1: ¡Buenas noches, vecinita! ¿No hay novedad?

Isolda: ¡Ninguna vecinita! ¡Buenas noches!

(La loca, mientras tanto, recorre la calle, interrogando a los mozos con
coquetería.)

Loca: ¿Crispín?... ¿Fermín?... ¿Serafín?...

Vecina No 1: ¡Anda, locuela! ¡Vete a dormir!

Vecina No 2: ¿Qué anda haciendo por la calle esa muchacha? ¡Y a estas horas!

Vecina No 1: ¡Ay, comadrita de mi vida! ¿Pero es que usted no sabe lo que le


ocurrió?

Vecina No 2: ¡No, que no!

Vecina No 1: ¡Desde que el lobo estuvo a punto de comérsela, la pobre no ha


podido recuperarse de la impresión!

Vecina No 2: ¿Quiere usted decir que está...?

(Hace gesto significativo, señalándose la cabeza.)

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Vecina No 1: ¡Sí, comadre! ¡Y de los dos lados!

Loca: ¡Agustín!... ¡Quintín!...

Vecina No 1: ¡Qué diferencia con Isolda! ¡Observe usted qué muchacha


ejemplar!... (4 Jsolda.) ¡Isoldita! Pero, ¿es que no te has dado cuenta de que la
loquita anda suelta?

Loca: (Furiosa.) ¿Y a usted quién le dio vela en este entierro, mi señora, la


entrometida?

Vecina No 1: ¡Pobre criatura! ¡Ya es hora de que la manden al asilo o al


convento!

Loca: ¡Al asilo va a ir usted, por vieja! ¡Y al convento, por beata!

Vecina No 1: (Conteniéndose, al cielo.) ¡Perdónala, Señor! ¡Si no fuera por lo


tocadita que está!

Loca: ¡Yo, tocadita! Y usted, para toda la vida sin tocar!... ¡Solterona a pesar
suyo!

Vecina No 1: (Ídem.) ¡Recógela, Señor!... (A la loca.) ¡Si no fuera porque tus


padres son tan buena gente! ¡Tan respetuosos al qué dirán!

Isolda: ¡Madre, madre!... ¡Venga, usted, que la Cruz se ha salido y anda


buscando pleitos por la calle!

Madre: (Acudiendo en seguida.) ¡Ay, hija de Dios!... ¡Buenas noches, doña


Renunciación!... ¡Ay, hija!... ¡Buenas noches a todos!... ¡Ay!... Ustedes
comprenden... Esta es mi cruz... ¡Entra Cruz!... ¡Y tengo que cargar con ella,
hasta el fin de mis días!

Vecina No 2: ¡El calvario de una madre!

Madre: ¡Entra, Crucita!

Loca: ¡Madre! ¡Que estoy buscando al hombre que se llama Fermín!

Madre: ¡Dios mío, qué Ca. .. ¡Adora a su tío Fermín, que vive en la capital! Y
cuando nos descuidamos ¡se sale a la calle y empieza a llamarlo a gritos!

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Vecina No 2: ¡Qué ingenuidad!

Vecina No 1: (Con toda intención.) ¡Recógela, Señor!

Vecino: ¡Je!... ¡Yo también tengo una hija igualita!

Vecina No 2: (A la madre.) ¡Nosotros comprendemos, vecinita! ¡Quede usted


tranquila!

Madre: ¡Gracias a todos!... ¡Hasta mañana!... ¡Entra, Cruz!

(Se retiran los vecinos. La loca entra a regañadientes gritando: —¡Brujas!


¡Brujas! —Las aludidas obligan a la madre a llevarla al interior. Queda Isolda
sola en la sala. Pausa larga. En el techo, los gallinazos dormitan. La cabeza de
Isolda cae abatida por el sueño. Aparece Crispín, por un extremo de la calle.
Viene con el paso y el ademán de un héroe de cuento de hadas. Trae unas
enormes tijeras y ejecuta una danza delante de la casa silenciosa, Por último,
penetra en el interior y corta las cuerdas que ataban a la bella durmiente. La
joven se despierta transformada, Tiberada...)

Isolda: ¡Crispín!... ¡Mi vida! ¡Mi amor!

(Saca, graciosamente, la lengua a los espectadores, y a continuación, le da un


fuerte beso a Crispín.)

Crispín: (Asombrado y dichoso.) ¡Isolda! ¿Eres tú?

Isolda: ¡Pronto! ¡Llévame contigo!... ¡Llévame a la llanura, junto al río! ¡Te


amo y quiero ser tu mujer!

(Crispín la toma en sus brazos y, saliendo de la casa, empieza a alejarse con


ella por el camino. La loca aparece de pronto y, dándose cuenta de lo que
ocurre, corretras las pareja.)

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Loca: ¡Crispín! ¡Fermín! ¡Espera!... ¡No cargues con esa!... ¡Es mala! ¡Es
hipócrita! ¡No es sincera!... En cambio, yo... ¡Carga conmigo, Serafín! ¡Carga
conmigo!

(La pareja desaparece, sin hacer caso de los gritos de la loca. Derrotada, ella
regresa lentamente a la casa.)

Loca: ¡Cuerdas para una cuerda! ¡Cuerdas para una cuerda!

(Tomando una súbita decisión, se dirige a la sala, y empieza a colocarse las


cuerdas que, hasta hace poco, ataban a su hermana.)

Loca: (A las brujas.) ¡Despierten, esperpentos!... ¡Muevan los hilos!


¡Manéjenme a su antojo!... ¡Mi hermana se ha fugado con un hombre y yo, con
vuestra ayuda, voy a dar la señal!

(Las brujas despiertan sobresaltadas. La loca, adoptando los gestos y


movimientos afectados de Isolda, grita ahora como un títere más.)

Loca: ¡Puá! ¡Puá!... ¡Socorro!.-. ¡Madre! ¡Padre! ¡Despertad!... ¡Vecinos,


acudid!... ¡El lobo se ha llevado a Isolda!... ¡Al lobo! ¡Al lobo!

(Padre y madre entran en la sala. Acuden los vecinos, armados hasta los
dientes. Los hombres se dirigen corriendo hacia el lugar que la loca les señala;
las mujeres, alborotadas y mal despiertas, permanecen comentando el suceso
delante de la casa.)

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Loca: ¡Hacia el río! ¡Hacia la llanura!... ¡Hacia allá!

(Las brujas, entusiasmadas, se disputan el catalejo. Suenan disparos lejanos,


seguidos por un agudo y prolongado grito de mujer. El padre y la madre se
abrazan en el centro de la sala, y allí permanecen, asustados e Inmóviles, como
si estuvieran desnudos y todo el mundo los mirara. La loca se dirige a su
dormitorio, pero no tarda en ser puesta al descubierto por las brujas, que,
enloquecidas de gusto, empiezan a correr todas las paredes-cortinas de la casa.
Los vecinos regresan con Isolda y la amarran al poste del suplicio que se
encuentra a un extremo del camino. Van a ajusticiarla. El techo de la casa se
convierte, de pronto, en un tribunal de justicia.)

Brujas No 2 y 3: ¡Shhh!... ¡Silencio, por favor! ¡Silencio!

Bruja No 1: (Mientras la Bruja N? 3 que actúa de scretaria, anota en un largo


pergamino todo lo que escucha.) ¡Nos, guardianas y representantes de la moral
y buenas costumbres de esta localidad, constituidas En augusto y supremo
tribunal, antes de dictar sentencia y con la ayuda de los ilustres parroquianos
aquí presentes, vamos a proceder a formular los cargos que pesan sobre la
acusada!

(El profundo silencio de la escena que sigue es interrumpido solamente por el


cuchicheo de los presentes, el mismo que,

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empezando como un leve rumor, va creciendo, paulatinamente, a medida que se
desarrolla la acción.
Las brujas cuchichean en el techo. Como no parecen ponerse de acuerdo, cada
una de ellas se encarga de propalar, entre los vecinos, su propia versión. El
chisme empieza a circular, entonces, en tres direcciones distintas. Del techo
baja al camino y avanza de boca en boca, cobrando fuerza y proporción, hasta
llegar a las primeras filas de espectadores, entre las cuales sería aventurado
esperar que se detenga. Mientras tanto, una vieja sorda camina de un lado a
otro, tratando de enterarse.)

Vieja: ¿Eh? ¡¿Cómo?!... ¿Que no era un lobo?... (Etc)

Bruja No 1: ¡Formulados los cargos, procederemos a dictar sentencia!...


(Mientras la “secretaria” escribe.) “Isol- da Pérez, sorprendida in fraganti en
actos que violan todas nuestras leyes, menos las de la naturaleza, será sometida,
a partir de este momento, al tormento constante de la lapidación verbal y
corporal. Dado y firmado en el techo de la casa de la sindicada, la noche del día
tantos y tantos del año de gracia, etc”.

(Las brujas firman el pergamino, portando sendos canastos, dos vecinas


empiezan a repartir piedras entre los actores y espectadores.)

Bruja No 2: ¡Procederemos a designar ahora, entre los ilustres parroquianos


aquí presentes, aquel que, en orden a sus méritos, ¡tenga el privilegio de lanzar
la primera piedra!

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Bruja No 1: El que se crea con derecho al privilegio de lanzar la primera
piedra... ¡que dé un paso al frente!

(Todos, incluso las brujas, dan un paso al frente. El paso retumba como un
cañonazo. )

Bruja No 1: (Después de repetir la orden J obtener idénticos resultados.)


¡Perfectamente! ¡Ya que todos nos creemos con el mismo derecho,
procederemos a efectuar una selección por orden de méritos y de antigiiedad!...
(Extrayendo una larga lista del refajo.) Como lo exigen las reglas de la
caballerosidad y cortesía, llamaremos primero a las Mujeres, empezando por las
solteras… (Leyendo.) “Señoritas Correveidile..” (Llamando) ¡Las señoritas
Correveidile, un paso al frente!

Bruja No 3: (Tirando de la Jalda a la No. 1.) ¡Hermana! ¡Que las Correveidile


somos nosotras!

Bruja No 2: (4 la No. 1.) ¡La pequeña tiene razón, Celestina!

Bruja No 1: ¡Es verdad, Maritornes!... (A las vecinas de los canastos.) ¡Piedras,


por favor!

(Entre un redoblar de tambores, las brujas cogen puntería. En cámara lenta y


con movimientos de lanzadores de béisbol se disponen a ejecutar la sentencia.
Las campanas de la iglesia del pueblo, llamando a misa de alba, interrumpen el
acto. Al escucharlas, los verdugos cambian, inmediatamente, de actividad.
Guardando cuidadosamente las piedras, empiezan a alejarse con ademán
contrito hacia la iglesia.)

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Las tres brujas: (Sacando a relucir velos y rosarios.) ¡A misa! ¡A misa!...
¡Continuaremos después de misa!...

Las tres descienden por la escalera y se dirigen, apresuradamente, a la iglesia.


La vieja sorda, que se ha quedado rezagada y que posiblemente no se ha
enterado de nada, corre apresurada hacia Isolda, lanza su piedra y desaparece.
El padre, la madre y la hermana, libres de las cuerdas que los ataban, acuden a
recoger a Tsolda. Llenos de Piedad y de ternura, la conducen a casa. En el
interior de la misma, hay escenas de arrepentimiento y perdón; pero ya no es
posible escuchar lo que dicen. De la iglesia cercana, llegan las oraciones y
cantos de los falsos fieles: “¡Perdona nuestras ofensas como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden!”...
Agotada por una noche de parranda, regresa la sirvienta precedida por el
terrible Fifí. Se transforma, nuevamente Junto a la perrera, en la sirvienta
sencilla y respetuosa. Amarra al animal en su Ingar y, antes de penetrar en la
casa, corre solícitamente las cortinas. Ahora ya no se puede ver lo que ocurre
en el interior de “La casa del qué dirán”. La lámpara que continúa
iluminándolo ha recuperado así su intimidad.

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