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Aconseja el autor representar la farsa al aire libre, para que sus inocentes
intérpretes puedan huir, con mayor facilidad, de la vindicta de aquellos que,
durante el transcurso de la misma, se sintieran aludidos
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La casa del qué dirán fue estrenada por el conjunto de la Alianza Francesa, en
el Teatro Nacional Sucre, de Quito, el 24 de enero de 1963, con el siguiente
reparto:
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(Camino oscuro y desierto. Al borde del camino, casa cuyas paredes no son
paredes sino cortinas. En primer término, la sala; en segundo, los dormitorios.
Junto a la casa, una perrera cuyo único habitante exclama:)
(Tres brujas deformes avanzan por el camino. Las tres visten a lo beata y
blanden, por igual, cuerdas y rosarios. Con las cuerdas, controlarán los
movimientos de los habitantes títeres de la casa; con los rosarios, ya se verá.
Alrededor de la perrera, ejecutan una serie de extraños signos cabalísticos,
hasta que el pobre perro, vencido por las malas artes del brujerío, pierde
completamente ladridos y furor.
Aprovechando, Juego, la escalera que alguien dejó apoyada 4 uno de los
costados de la Casa, el espantoso trío se encarama en el techo, y lanza por las
hendijas sus anzuelos.
En el interior de la casa, la única que se moverá sin ayuda de cuerdas es,
Precisamente, aquella que dicen que no está cuerda: la loca. Todos los que
transitan por el camino andarán sueltos, aunque muchos sean de atar.)
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Bruja No 1: ¡Somos representantes
del qué dirán,
vedettes retiradas
del bataclán!
Y, aunque muchos lo digan…
¡¿Ay, qué dirán?!
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Bruja No 2: (Continuando.)
Y, aunque muchos lo digan,
¡que lo dirán!
contamos con defensa
profesional.
Sindicato tenemos
en sociedad,
¡“Sindicato de Brujas.
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Las tres: (Cantando otra vez)
Yo qué diré,
tú qué dirás,
él qué dirá...
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Padre: (Que ha cumplido, al pie de la letra, las instrucciones de su esposa.)
¡Pero es que...!
Madre: ¡Escójalas!
Madre: ¡Oh!
Padre: ¡Pronto cobró valor y en el camino, con unos brazos fuertes y viriles,
iba tras de las mozas de la aldea, levantándoles faldas y polleras!
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Madre: ¡Shhh!
Padre: ¡Yo nada pude ver! Cuando aquello ocurría, ¡o bien tenía los ojos con
arena o me hallaba corriendo detrás de mi sombrero!
Madre: ¡Y así creció, ¡creció!... ¡Ahora está tan fuerte, que se atreve a llevarse
los muros de mi casa!
Madre: (Al borde un ataque de llanto.) ¡Milagros!... ¡Milagros son los que
vamos a tener que hacer, para continuar viviendo en una casa sin paredes!
Madre: (Llorando desconsoladamente.) ¡Ya no puedo más! ¡Ya no! ¡Ya no!
Padre: ¡Señora, por Dios! ¡Qué va a creer la gente que yo soy el verdugo,
cuando todo el mundo sabe que el verdugo es usted!
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Madre: ¡Ya no!
Madre: ¡Ya no se trata de eso!... ¡Creo más bien que estamos encantados!
Madre: ¡Sí!... ¡Desde hace algún tiempo, sus paredes desaparecen así, de un
momento a otro, sin causa física aparente, echando a perder la intimidad de
nuestro hogar y exponiéndonos a la curiosidad de toda esa gente extraña que nos
mira!... (Histérica, a los espectadores.) ¡No me miren! ¡No quiero que me
miren!
Madre: ¡Desde hace algún tiempo, vivir en esta casa es como vivir en el centro
de una plaza pública!
Padre: ¡Lo mismo ocurre conmigo!... ¿No has observado que a veces hablo
como Edipo y que camino como Agamenón?
Madre: ¡El otro día, al salir del cuarto de baño, tuve la sensación de que alguien
aplaudía!
Padre: ¡¿El cuarto de baño?!... ¡Tenía entendido que ese era el único lugar de la
casa que se veía libre de esta especie de conjuración contra nuestra intimidad!
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Madre: ¡No te confies, viejo! ¡Y, por lo que más quieras, no vuelvas a cometer
la imprudencia de bañarte desnudo!
Madre: ¡La otra noche, en el dormitorio, se atrevieron a reírse! Es por eso que
he dejado de permitirte que...
Padre: Qué...
Madre: ¡¿Qué?!
Madre: ¡A oscuras nos ven lo mismo! ¡Parece como si nos enfocaran con un
reflector!
Madre: ¡También los roperos desaparecen! Es como si, de repente, las cosas
que pueden ocultarnos de las miradas de los demás se volvieran de cristal... ¡De
nada me ha servido condenar ventanas, clausurar tragaluces y rendijas! ¡Es
como si la casa entera estuviera dominada por las brujas!
Madre: ¿Cuál?
Padre: ¡Brujas!
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(El padre es tironeado a su vez.)
Padre: ¡Ay!...
Madre: ¡Señor esposo! ¡Guarde usted la compostura, que cien mil ojos nos
miran!
Madre: ¿Hadas?
Padre: ¡¿Alguien dijo que había sido yo?!... ¡Invenciones! ¡Calumnias!... ¡Yo
no! ¡Ya no! ¡Yo no! Sirvienta: Entonces, si no han llamado los señores, desde
luego, dos puntos y a continuación, entiendo que por el día de hoy, ha dejado de
ser necesaria mi presencia en el interior de esta respetable y distinguida
mansión. Fregados los pisos, tendidas las camas, lavada la ropa, zurcido el
mantel, relucientes como el sol las piezas de la vajilla... cerradas las puertas,
corrida la tranca, concluidos estos y otros muchos menesteres, sin tener mayor
cosa que lamentar que un sabor a quemado en el almuerzo y un exceso de sal en
la merienda, contenta de haberos servido y deseando se me conceda la gracia de
regresar mañana, muy por la mañana, para tener la dicha de volveros a servir y
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seguiros sirviendo hasta el fin de mis días —¡aunque nunca os acordéis de
abonarme lo que por mis servicios me adeudáis!—, solicito respetuosamente la
venia de vuestras mercedes, para retirarme a mi humilde, lejano y solitario
hogar.
Padre: ¡Gracias criatura! Eso es, precisamente, lo que tu amo necesita. ¡Una
larga y buena noche!
Madre: (Con toda intención.) ¡Sí!... ¡Quítale la cadena, para que corra! ¡Quítale
el bozal, para que muerda!
(A! trasponer el umbral, la sirvienta se desprende de los hilos que la ataban, sin
hacer caso de la furia de las brujas. Junto a la perrera, se acicala de tal modo
que, en pocos instantes, queda transformada en una provocativa damisela. El
perro, cuyos terribles ladridos el público ha tenido ya la oportunidad de
escuchar, es un inofensivo y diminuto Fifí, que muy contento y cariñoso se deja
conducir por su libertadora.)
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Sirvienta: ¡Vamos, Fifí!
(Con goma de mascar entre los labios y gran cotoneo de caderas la sirvienta
hace el mutis más escandaloso de la farsa.)
Padre: (A los espectadores.) ¡Ea!... ¡Cada cual a sus casas! ¡A meter las narices
en lo que les importa!
Madre: ¡Eso! ¡Sobre el escenario que vivimos, no nos queda otra cosa que
esperar que una mano compasiva deje caer el telón!
Madre: ¡Telón!
Madre: ¡Por eso es que, cuando quiero llorar, me río! ¡Ji!, ¡jil, ¡ji!
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Padre: ¡Y cuando tengo hambre, no como!
Madre: (Obligada a levantarse por las brujas.) ¡Ahora no tengo sueño, pero
voy a dormir!
(Se van al dormitorio. Las brujas no tardan en correr las paredes-cortinas del
mismo, dejándolos nuevamente al descubierto, Sorprendidos en el lecho, ellos
permanecen rígidos e inmóviles hasta nueva orden.
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(Sale Isolda, de títere. Habla a la loca, desde el marco de la ventana.)
Loca: ¡Estoy esperando a un hombre! ¡Me voy con el primer hombre que pase!
Isolda: ¡Shhh!... ¡Que nos miran! ¡Que nos escuchan! Loca: ¡Que nos miren!
¡Que nos escuchen!... (Gritando al camino desierto.) ¡Un hombre! ¡Quiero un
hombre!
Isolda: (A los espectadores.) ¡Discúlpenla, por Dios! ¡La pobrecita está loca!
Loca: ¡Qué estéril esta senda! ¡Qué vacía de hombres! Isolda: (Idem.) ¿Ustedes
comprenden, verdad? ¡Ustedes comprenden y disculpan!... A mí sí pueden
verme y oírme, cuando gusten... Pero a ella... ¡Es una niña loca!
¡Una pobre niña loca!...
Loca: ¡Ni tan niña ni tan loca!... ¡La loca eres tú, que hablas con las paredes!
Isolda: (Idem.) Con el envoltorio que lleva entre sus brazos, está jugando
todavía a las muñecas...
Loca: ¡Sí! ¡Mi hijo!... Lo fui a buscar al bosque, a la llanura... Me acosté con un
hombre Y...
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Isolda: Te fuiste al bosque, sí, te fuiste al bosque… Con tu hermosa caperuza
roja, atravesaste la espesura para llevarle fresas a la abuela...
Loca: ¡Qué fresas ni qué abuela!... ¡Me fui al bosque a buscar un hombre!
Loca: (Amarga.) ¡Lo mataron! ¡Lo mataron!... ¡Pero no era un lobo!... ¡Era un
hombre! ¡Un hombre que me cubrió con su cuerpo! ¡Un hombre que me hizo
suya!
Loca: ¡Te repito que no quiero que vuelvas a llamar envoltorio a mi hijo!
Loca: (Al envoltorio.) ¡Sí, mi rey!... ¡Sí, mi lucero!... ¿Quiere la teta? ¿La tetita?
(Se dispone a satisfacer los deseos del envoltorio. Isolda, adivinando las
intenciones de su hermana, grita horrorizada.)
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Isolda: ¡No, por Dios!... ¡Padre! ¡Madre!... ¡Socorro!...
(Hace lo que dice. Por un extremo del camino, aparece Crispín. Trae consigo
una guitarra adornada con un enorme lazo rojo.)
¡Y a tu fachada de piedra
no se aferra ni la yedra,
casa del gato!
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(Pasa medroso delante de la casa, espiando con mucho sigilo por la ventana.)
Isolda: ¡Crispín!
Isolda: ¡No te acerques, por Dios!... (Rápida, sin detenerse a tomar aire.) ¡Qué
dirá mi padre, si me ve! ¡Qué dirá mi madre, si me ve! ¡Qué dirá mi hermana, si
me ve! ¡Qué dirá...!
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Crispín: ¡Pero, Isolda!
Isolda: ... el señor cura, si me ve! ¡Qué dirá doña Trinidad, si me ve! ¡Qué dirán
las hijas de doña Trinidad, si me ven!...
Isolda: ¡Qué dirán allá arriba, en el cielo, los espíritus de nuestros parientes y
conocidos! (Mirando hacia arriba y santiguándose.) ¡Qué dirá don Jacinto, que
en paz descanse! ¡Qué dirá don Segundo, que en paz descanse! ¡Qué dirá...!
Crispín: ¡Bastaaaa!
Isolda: Y, por si esto fuera poco... (Refiriéndose a los espectadores.) ¡Qué dirán
todas estas amables personas que nos miran!
Crispín: ¡Nadie nos mira! ¡La calle está vacía! Isolda: ¡Sí, nos miran! ¡Nos
miran!
Isolda: ¡Uy!... ¡No te vuelvas! ¡No mires!... ¡Qué dirán, Dios mío! ¡Qué dirán!
(Las brujas, indignadas, arrojan pesadas tejas sobre la cabeza del joven.)
Isolda: ¡Dios mío! ¡Se están cayendo las estrellas!... (Al cielo.) Amados y
queridos muertos parientes y conocidos, ¡yo siempre he respetado vuestra
opinión!
Crispín: ¡Ay!
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Isolda: ¡Muérete, Crispín! Pero no a esta hora y a mi puerta... ¡Procura
arrastrarte calle abajo, y morir frente a la taberna!
Isolda: ¡Ay, Crispín! ¡Yo quisiera ayudarte, pero no puedo!... ¡Qué dirán todos
los que ya te dije, si me vieran a estas horas y a solas con un hombre en media
calle!
Isolda: ¡Espera! ¡Hay algo que puedo hacer por ti, sin arriesgarme demasiado!...
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¡Mi amor es Isolda! ¡Isolda es el amor mío!... ¡Mira cómo corro a tus brazos!
(Lo hace.) ¡Isolda, te amo!
Crispín: ¿Con quién hablas, Isolda?... (Celoso, volviéndose.) ¿Hay alguien allí?
¿Es acaso un rival?... ¿Dónde está? ¿Dónde?... (A Isolda.) ¡Por tu amor soy
capaz de desafiar al mundo!
Crispín: ¡Grito! ¡Grito para que me escuches tú, para que me escuche el
mundo!... ¡Te amo! ¡Te amo!
Isolda: Crispín.
Isolda: ¡Crispín! ¿Vas a portarte bien? ¿Me prometes que vas a portarte bien?
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Crispín: ¡Desde ahora seré tu títere, tu muñeco! ¡Haré todo lo que me digas!
Crispín: ¡Perdón!
Isolda: ¡No es conveniente que una joven como yo hable durante tanto tiempo
con un hombre como tú!
Crispín: ¡Isolda!
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Isolda: ¿Qué?
Madre: ¡Ay, Dios mío!... ¡Un hombre! ¡Dos hombres! ¡Tres hombres! ¡Miles de
hombres!
Madre: ¡Qué puertas ni qué ventanas! ¡Esta es una casa de vidrio!... ¡Pobres de
nosotras, mujeres indefensas, en el interior de una casa de cristal!
Loca: (Buscando por todos lados.) Pero, ¿dónde están esos hombres?...
¡¿Dónde?!
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Isolda: Un hombre, uno solo... ¡Crispín!
Padre: (Severo.) ¡Señora, esposa y amiga mía! ¡Le pido que se serene y que se
calle!
Madre: ¿Callarme yo? ¡Grita túl... ¡La única hija que nos quedaba incólume!...
¡La deshonra ha penetrado una vez más en nuestra casa, hombre descuidado y
desprevenido! (Llorando.) ¡Qué vida nos espera! ¡Qué muerte!
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Loca: (A lsolda.) ¿Qué te pidió?... ¡Anda, dime! ¿Qué fue lo que te pidió?
Padre: ¡Sí, hija! ¿Qué fue?
Isolda: ¡Puá! ¡Me da mucha verguenza! ¡Mucha vergiienza!
Loca: ¡Desvergonzada de mí!
Padre: ¿Era un poeta y te pidió una flor?
Isolda: (Negando.) ¡Puá! ¡Puá!
Madre: ¿Era un mendigo y te pidió una moneda?
Isolda: (Idem.)
Padre: ¿Era un sordo y te pidió una palabra?
Isolda: (Idem.)
Madre: ¿Era un ciego y te pidió una mirada?
Isolda: (Idem.)
Loca: ¡Ja!... A lo mejor no era más que un hombre y le pidió... (Corre hacia un
extremo de la calle, llamando.) ¡Fermín! ¡Quintín!
Isolda: ¡Que no lo llame, madre! ¡Que no lo llame!
Padre: ¡Que lo llame!
Madre: ¡Que no!
Padre: ¡Que sí!
Loca: (Palmoteando.) ¡Qué lindo!... ¡Todo el pueblo viene hacia acá!
Madre: ¡Virgen de los Sorprendidos!... ¡La gente!
Padre: ¡Los vecinos!
Loca: (A los vecinos.) ¡Vengan! ¡Vengan!... ¡Adelante!
Madre: (A lsolda, iniciando el mutis ) ¡Consuélate como puedas, hijita, que se
acércan los vecinos!...
Padre: (A los espectadores.) ¡Ustedes no saben nada! ¡Ustedes no han visto
nada!
Madre: (A holda.) ¡Disculpa que te dejemos a solas con tu dolor!
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Padre: (1dem.) ¡Disimula tus lágrimas!... ¡Sonríe!
(Las dos se van al dormitorio, arrastradas por las brujas. Empiezan a desfilar
por la calle los vecinos. Se acercan furtivamente, lanzando escrutadoras
miradas al interior de la casa. Isolda, disimulando sus lágrimas, teje al pie de
la lámpara y contesta, entre sonrisas, los saludos.)
(La loca, mientras tanto, recorre la calle, interrogando a los mozos con
coquetería.)
Vecina No 2: ¿Qué anda haciendo por la calle esa muchacha? ¡Y a estas horas!
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Vecina No 1: ¡Sí, comadre! ¡Y de los dos lados!
Loca: ¡Yo, tocadita! Y usted, para toda la vida sin tocar!... ¡Solterona a pesar
suyo!
Madre: ¡Dios mío, qué Ca. .. ¡Adora a su tío Fermín, que vive en la capital! Y
cuando nos descuidamos ¡se sale a la calle y empieza a llamarlo a gritos!
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Vecina No 2: ¡Qué ingenuidad!
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Loca: ¡Crispín! ¡Fermín! ¡Espera!... ¡No cargues con esa!... ¡Es mala! ¡Es
hipócrita! ¡No es sincera!... En cambio, yo... ¡Carga conmigo, Serafín! ¡Carga
conmigo!
(La pareja desaparece, sin hacer caso de los gritos de la loca. Derrotada, ella
regresa lentamente a la casa.)
(Padre y madre entran en la sala. Acuden los vecinos, armados hasta los
dientes. Los hombres se dirigen corriendo hacia el lugar que la loca les señala;
las mujeres, alborotadas y mal despiertas, permanecen comentando el suceso
delante de la casa.)
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Loca: ¡Hacia el río! ¡Hacia la llanura!... ¡Hacia allá!
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empezando como un leve rumor, va creciendo, paulatinamente, a medida que se
desarrolla la acción.
Las brujas cuchichean en el techo. Como no parecen ponerse de acuerdo, cada
una de ellas se encarga de propalar, entre los vecinos, su propia versión. El
chisme empieza a circular, entonces, en tres direcciones distintas. Del techo
baja al camino y avanza de boca en boca, cobrando fuerza y proporción, hasta
llegar a las primeras filas de espectadores, entre las cuales sería aventurado
esperar que se detenga. Mientras tanto, una vieja sorda camina de un lado a
otro, tratando de enterarse.)
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Bruja No 1: El que se crea con derecho al privilegio de lanzar la primera
piedra... ¡que dé un paso al frente!
(Todos, incluso las brujas, dan un paso al frente. El paso retumba como un
cañonazo. )
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Las tres brujas: (Sacando a relucir velos y rosarios.) ¡A misa! ¡A misa!...
¡Continuaremos después de misa!...
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