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I ••

i)LlVH
BIBLIOTECA ECONOMICA
PUBLÍCASE BAJO LOS AUSPICIOS DEL
Excmo. Sr, Teniente General
D. Fernando Primo de Rivera
ge - 4 0 ^ V o lu m e n V . ---------

C o n q u is t a y a n e x ió n ,
DE
NAVARRA.

BOSQUEJO HISTÓ RIC O


POR
i?. S9uaz3o íPfivc i - (Pepolis
CAPITAN DE ARTILLERÍA.

MADRID.
Dirección y Administración, Florida 11,
1888.
DOS PALABRAS AL LECTOR
L a buena memoria de los esclarecidos
monarcas D. Fernando V y D. Carlos I no
necesita ciertamente de mi humilde defensa;
apesar de esto, un irresistible deseo me im­
pulsa á publicar el presente bosquejo his­
tórico.
E ntusiasta de la época en que aquellos
florecieron, á la cual hay que ir á buscar
enseñanzas grandes y recuerdos gloriosos,
que nos consuelen en parte de posteriores
decadencias, me he engolfado en su estudio
y he visto claro algunos puntos no bien di­
lucidados de nuestra historia; las notas y
apuntaciones que para mí fui sacando, hoy
ampliadas y ordenadas, las doy á la publici­
dad, con las consideraciones que ellas me
lian sugerido.
Trato solo el punto concreto de la con­
quista de N avarra que anda muy diluido y
confuso en multitud de historias y de cróni­
cas, sin pretender que esta sea la última pa­
labra, pues aun se pueden hacer profundas
_ r, _
disquisiciones históricas y sacar más lumi­
nosas consecuencias; creo, sin embargo, no
destruirán lo que digo aun cuando sirvan
para avalorar mi modesto testimonio.
Tal cual es esta monografía la entrego á
la benevolencia de todos y á los juicios de la
crítica, que confío sólo verá en ella una bue­
na voluntad.
Burgos Agosto 1888.
I.

L a N avarra Española, comprendida des-'


de la vertiente meridional de los Pirineos
hasta el Ebro, único fragmento del territo­
rio español que había permanecido inde­
pendiente, impidiendo en parte la obra
de los Reyes Católicos, consistente en el
engrandecimiento y la unidad de su patria,
fué al fin quitada en 1512 á la casa de Al-
bret por Fernando V, completando asi la
gloriosa monarquía que tan humilde se co­
bijó un dia en la cueva de Covadonga y
abarcaba ya inmensas posesiones en las cua­
tro partes entonces conocidas del globo.
— 8 —

E staba en guerra Fernando V con F ran ­


cia por Jos asuntos de Italia y comprendien­
do cuán peligroso era que se aliase con la
prim era el Rey de N avarra, solicitó de éste
el cumplimiento de su promesa de entrar en
la liga con él correspondiendo á la eficaz y
desinteresada ayuda que en varias ocasiones
Isabel y Fernando le habían prestado, tanto
más de estimar pues podían alegar derechos
á la corona navarra por el testamento de la
infortunada Reina doña Blanca, ( 1 ) como
repetidas veces les había instado el mismo
monarca francés.
Desconoció sus obligaciones y negó sus
promesas Juan de Albret, bien por el de­
seo, que hubiera sido muy cuerdo, de quedar
neutral ó porque sus afecciones y simpatías
por la heregía le inclinasen al partido fran­
cés, con el que al parecer indicaba ya un
pacto secreto, ( 2 ) que debió firmarse en
Blois.
Aunque Fernando desconocía este pacto,
el parentesco de la casa de Albret con la
— 9 —

de Francia daba pábulo á sus temores, avi­


vados por la evasiva respuesta del Rey de
N avarra al decir que deseaba estar en “paz
con lodo el mundo„ y para tener pruebas
palpables de esta neutralidad le exigió en
rehenes algunas fortalezas de su reino y la
entrega del Príncipe de Yiana don Enrique
para educarlo en Castilla y casarlo luego
con la Infanta Isabel su nieta; proposiciones
que fué á hacerle el Obispo de Zamora don
Antonio Acuña, luego célebre comunero.
Fluctuando el Rey Juan entre sus dos
ambiciosos vecinos y comprendiendo ten­
dría al fin que perder su independencia, to­
mó la determinación, para prolongar la
lánguida existencia de su reino, de apoyar­
se en uno de ellos: el error estuvo que en
vez de unirse á Fernando que tanto le había
protegido y á E spaña que por muchas ra­
zones era su verdadera patria, optó abier­
tam ente por Luis X II en la peor ocasión,
cuando este se hallaba en guerra con todas
las potencias que formaban la Santísima Li~
— 10 —

ga y los franceses eran tratados por la San­


ta Sede como cismáticos,
Tan favorables circunstancias para sus
intentos no fueron desaprovechadas por el
Rey Católico que consiguió interesar en su
favor al Pontífice, el cual se dirigió á los Re­
yes de N avarra para que no ayudasen direc­
ta ni indirectamente á el Reij de Franca, pues
esto podría servir para alentar la heregía,
ha)o pena de privación de sus reinos. ( 3 )
Demanda tan ju sta fué desatendida y
esto unido á la mala fe de no cumplir lo pac­
tado, evidenciando la doblez con que se con­
ducía el Navarro, decidió á Fernando á ob­
tener por la fuerza lo que de buen grado se
le había negado.
Por Capitán General de sus tropas nom ­
bró á don Fadrique de Toledo, Duque de
Alba, M arqués de Coria, con la misión de
apoderarse del Reino de N avarra, quizás sin
intención de retenerlo en definitiva y sí solo
mientras pudiera serle de gran perjuicio,
como lo prueba el que antes de tom ar á Pam-
- 11 —

piona enviase ele nuevo á don Antonio de


Acuña ofreciendo á los Reyes paz y amis­
tad, á trueque del paso seguro pór sus esta­
dos y los auxilios que necesitasen los caste­
llanos, llevándoles además las seguridades
de que sólo hacía la guerra á V rancia, con
la esperanza, muy justificada, de que tran­
sigirían al ver los poderosos recursos que
acompañaban al de Alba; pero ni aun con­
testación tuvieron proposiciones tan mode­
radas aprisionando al Obispo de Zam ora
sin que le resguardase su carácter de em ­
bajador, y entonces ordenó Fernando con­
tinuasen con rigor las operaciones (pie en
pocos días y sin gran derramamiento de
sangre dieron por resultado el domeñar to ­
da N avarra que acogió bien á los invasores,
primero porque juraron respetar sus tueros
y privilegios, y luego por su humanitario
comportamiento.
No es decir que dejasen de defenderse los
navarros especialmente en Tudela, Lumbier
— una de las últimas villas que se rindie-
- 12 —

ron—y Pamplona que detuvo algún tiempo


al ejército castellano, acampado en el lu­
gar que hoy ocupa el paseo de la Taconera;
pero ofrecidas honrosas capitulaciones, leal­
mente cumplidas en las villas y lugares to­
mados. fácilmente se verificó el sometimien­
to, (Julio 1512).
Hiciéronse cargo Juan y Catalina (4) de
lo inútil de la resistencia entregados á sus
solos recursos, y perdida Lum bier á donde
primero se retiraron, pasaron, no sin dolor,
á F rancia (5) á solicitar refuerzos de su
aliado, con los cuales formaron tres ejérci­
tos, uno que mandaba el Duque de Angule­
ma, de la casa de Valois que llegó á reinar
después con el nombre de Francisco I, otro
á las órdenes de J uan de Albret, y el de re­
serva dirigido por Carlos de Borbón, D u­
que de Montpensier, en junto 10 .0 0 0 infan­
tes y 400 caballos, que gravemente compro­
metieran al Duque de Alba, de haber obra­
do con rapidez y energía, siguiendo un plan
uniforme y entendido, y si las ciudades les
- 13 —

hubieran prestado apoyo como intentó ha­


cerlo Estella. (6)
Invadieron los ejércitos franceses ayuda­
dos de los Navarros fieles á A lbret, primero á
Guipúzcoa talando y arruinando cuanto ha­
llaron á mano; lrun, Oyarzun, Rentería.
H ernani y otros pueblos fueron incendiados,
cual si se tratase de un pais estraño, em ­
peorando la causa del destronado monarca;
y como los castellanos se resistieron he­
roicamente en las ciudades conquistadas es­
pecialmente en San Sebastian, que, apesar
de lo débil de sus defensas y de tener brecha
abierta., fué bizarram ente sostenida por don
Juan de Aragón, y en Pamplona desde cu­
yas murallas rechazó el Duque de Alba los
asaltos de los franceses, tuvieron estos que
retirarse (7) desalentados y temerosos do
ser atacados por las fuerzas que desde L o ­
groño enviaba el Rey Católico á concentrar­
se en Puente la Reina.
Componíanse estas de un brillante ejérci­
to, á las órdenes del valeroso y entendido
- 14 _

general D. Pedro M anrique de Lara, Duque


de Nájera,(8) en el que figuraban tropas a ra ­
gonesas mandadas por los Duques de Se-
gorbe, Luna. Villahermosa, Autonio de
Leiva etc., y los auxilios pedidos al
señorío de Viciya, que envió 2 0 0 0 hombres
para cuyo mando se nombraron capitanes á
M artín Ruiz de Avendañu (9) y á Gómez de
Bretón teniendo en cuenta la conveniencia
de conservar la autoridad de los dos princi­
pales magnates del señorío para que con
mejor voluntad sirviesen sus naturales.
Unidos los ejércitos del delfín Francisco
de Valois, que habia tenido que levantar el
cerco de San Sebastián el 19 de Noviembre,
y el de Juan de A lbret, contra cuya volun­
tad se había retirado Mr. de la Palissa de
Pamplona, volvieron á aproximarse á esta,
pero no para atacarla, pues no querían su-
frir un nuevo descalabro, sino para atraer
á una emboscada á los Duques de A lba y
de Najera, haciéndoles salir de la plaza;
mas no cayeron estos en el lazo por no
arriesgar lo ganado, 110 ocultándoseles que
los franceses poco podían sostenerse en N a­
varra que les era marcadamente hostil.
Aun les restaba la esperanza de que na­
cieran enconos y animosidades entre el
Duque de Alba y los de N ájera, Vistaher-
mosa etc. con cuya venida podía resul­
tar amenguada la gloria del primero pero el
patriotismo y abnegación de todos, y lo
acordes que marcharon, desvaneció tan to r­
cidas esperanzas y al fin desistieron de su
empresa de invasores.
Con la retirada del ejército francés cuya
falta de energía y desconcierto produjo tan
estéril campaña, quedaron de hecho despo­
seídos de su corona Ju an y Catalina, y do
derecho lo fueron en 1515 cuando animado
por la sanción del Papa, la opinión de varo­
nes sabios y prudentes ( 10 ) y á petición de
los mismos navarros incorporó Fernando V
su territorio para siempre á la corona de
Castilla en las cortes de Burgos (11) de di­
cho año viniendo así á pagar sus últimos
— 1H —

poseedores la deuda contraida con la des­


graciada Blanca de N avarra ( 12 ) por su
abuela Leonor, cuya herencia era verdade­
ramente ilegítima como resultado de un he­
cho criminal.
II.
Algunos historiadores afirman que don
Fernando hizo la anexión de N avarra á Cas­
tilla por ser lo que deseaban sus naturales,
apesar de sus particulares simpatías y de
que igual ó mayor derecho parecía tener
Aragón; pues si Castilla podía invocar el
testamento ó donación de doña Blanca, la
casa real de Aragón estaba em parentada
con las de Navarra y Fox.
P ara avalorar tal opinión, citan el gran
amor que siempre profesó á su pais natal,
que le indujo á casarse segunda vez con su
sobrina Germ ana de Fox (13) en Vallado-
lid á 22 de Marzo de 1506, por el deseo de
tener hijos varones y que Castilla no here-
— 18 —

dase á Aragón; y también que no hizo la in­


corporación definitiva hasta 1515 cuan­
do perdió la esperanza de conseguir descen­
dencia masculina. (14)
Un poco ligeras hallamos tales aprecia­
ciones, pues á la verdad el comportamiento
del Rey Católico mientras gobernó el reino
á la muerte de su esposa, no indicó tal pre­
ferencia de Aragón sobre Castilla, y el ta r­
dar desde 1512 á 1515 en dar forma legal á
su conquista fué motivado por las consultas
que ya hemos dicho hizo en busca de argu­
mentos justificativos que, á la par que tran­
quilizasen su conciencia, quitasen armas á
sus detractores.
Desde 1515 y en distintas ocasiones tra­
taron Juan y Catalina de recobrar el precia­
do cetro valiéndose de los estrechos vínculos
de parentesco y de política que los ligaban
á los Reyes de Francia, cuyo apoyo no les
faltó, más que por el deseo de favorecerlos, por
el de suscitar dificultades á la naciente mo­
narquía que tan ta sombra iba proyectando
- 19 —

sobre nuestros vecinos de allende el Pirineo,


así como antes habían alentado las preten­
siones de Gastón de Fox contra los mismos
que ahora simulaban proteger, pues se sabe
que el Rey Luis X II que profesaba un cariño
extraordinario á este tuvo el pensamiento
de darle un poderoso ejército para que con­
quistase la N avarra una vez term inada la
campaña de Italia, en que tan heroicamente
se portó, pero la muerte desbarató estos
planes.
No era de entonces esta mala voluntad
de los monarcas francos; desde Cario M ag­
no hasta Napoleón todos han querido tener
en España un aliado sumiso ó mejor un dó­
cil instrumento dispuesto á secundar sus
planes, y nada mejor para conseguirlo que
la posesión de N avarra (15) constante blan­
co de sus más ardientes deseos.
En Febrero de 1516, se extendió la voz
que de nuevo Juan de A lbret probaba á
recuperar su corona en ocasión bien apura­
da para nuestra patria, por la reciente muer­
— 20 —

te de Fernando (23 Enero 1516), la ausen­


cia del nuevo Rey D. Carlos y el no poder
ostensiblemente D .a Juana, por sus males y
poco apego á los negocios, gobernar el E sta­
do, que no se bailaba en condiciones para la
defensa.
P or fortuna la Providencia velando por
España en aquellas críticas circunstancias,
suscitó un hombre que sin exageración pue­
de decirse que la sacó á flote.
Fué el gran Cisneros (16) uno de los go­
bernantes más conspicuos que presentan las
historias de todas las naciones, y su regencia
digna continuadora del próspero reinado de
los Reyes Católicos; con él formaba parte
del gobierno— aunque más bien en el nom­
bre— el cardenal Adriano de Utrech, y am­
bos pensaron en la necesidad de tener en
aquellos momentos un hombre hábil y de
gran energía en la parte de Navarra, para
desempeñar el vireynato ‘quitado á D. Fa-
drique de Acuña, no se sabe la causa, aun­
que es posible fuera por su poca iniciati­
— 21 —

va y carácter en los asuntos de los bandos


Oñacino y Gamboino.
Muchos nobles rehusaron este cargo por
la gran responsabilidad que á él iba apare­
jada, y al fin, dice Sandoval; «Se le ofreció á
D. Antonio Manrique, Duque de N ájera y
Conde de Treviño que por fallecimiento de
D. Pedro Manrique, su padre, había sucedi­
do en su casa y estado, así por ser uno de
los más principales del reino, como por ser
su tierra de aquellas partes de Navarra,
donde podía tener ayuda y socorro más pres­
to», quien viendo el gran servicio que podía
prestar á su patria y su rey en un puesto
tan preñado de dificultades no vaciló en
aceptarlo.
Se opuso, y aun protestó de tal nombra­
miento, el Condestable D. Iñigo de Velasco,
hombre de gran influencia en aquella época,
diciendo que Nájera figuraba por sus pa­
rientes los Beaumont en el bando de Oñez y
podía esto enardecer los ánimos; pero más
bien pudo ser llevado de la enemistad que,
— 22 —

según historiadores de crédito, existía en­


tre las dos linajudas casas que eran dema­
siado poderosas y absorventes para no ha­
cerse sombra; y en tal manera se disgustó
el de Yelasco con el Cardenal por no ser
atendida su indicación, que hasta la venida
del Rey duró su desabrimiento.
Bien injusto y equivocado estuvo, porque
el Duque de Nájera se propuso no alentar
las parcialidades, ni favoreciendo á su bando
ni haciendo blanco de sus odios al contrario
á cuya cabeza estaba el Condestable, y en
el cual figuraban los Agram ont, parientes y
aliados fieles de los Vélaseos; únicamente se
ocupó en rechazar la agresión de Albret,
ayudado de los refuerzos que envió el Car­
denal Cisneros.
Tomó partido por A lbret el Mariscal
D. Pedro de N avarra, que faltando sin rebo­
zo al pleito homenaje que habia hecho en
Logroño al Rey Fernando, penetró por el
Roncal con 2 00 0 hombres de á pié y algunos
caballos, encontrándose con las tropas man­
- 23 —

dadas por Hernando de Villalva, las cuales


aunque menos en número, le derrotaron é
hicieron prisionero con otros varios caballe­
ros principales que fueron llevados á la for­
taleza de Atienza donde estuvieron largo
tiempo. Posteriorm ente se trasladó al M a­
riscal de N avarra á la de Simancas donde
estuvo basta el año 1523 en que falleció por
haberse atravesado la garganta con un cu­
chillo.
Tan funesto desenlace tuvo la tentativa
del desposeído Rey que huyó abandonado de
los suyos, después de sufrir bastantes pér­
didas; Cisneros mandó entonces demoler
todas las fortalezas de N avarra á excep­
ción de las de la Capital, no salvándose de
este decreto ni aun el importante castillo
de Estella que tan gran papel habia jugado
en todas las contiendas, por ser cabeza de
merindad y segunda ciudad del reino; medi­
da prudentísima y de precaución que se
apresuró á obedecer el virey imposibilitando
el que los franceses pudieran guarecerse en
- 24 —

ellas cuando intentaran volver, afianzando


de este modo la conquista.
Poco después (15 Agosto 1516) se esti­
puló por la paz de Noyon, que la diferencia
de Navarra se pusiese en manos de jueces
probos y desapasionados, para que si pare­
cía de justicia, el Rey Cárlos la restituyese
ó diera una compensación; que se casase es­
te con Claudia hija de Francisco I de Va-
lois, y que España tenía que entregar ciento
cincuenta mil florines de oro, con otras mu­
chas cláusulas, en su mayoría desfavorables
al Em perador que las aceptó por la nece­
sidad de regresará España, dejando á Ita ­
lia pacificada, y no convenirle continuar
enemistado con el Rey de Francia, constante
peligro para todas sus empresas, en especial
por el apoyo que prestaba al descendiente
de los reyes navarros.
Con el tratado de paz y las muertes con
poco intérvalo ocurridas de Juan y C atali­
na, se alejó al parecer todo peligro por
nuestra frontera del Pirineo, pudiéndose de­
dicar el Virey Duque de N ájera á pacifi­
car sus estados en lo interior y celebrar
cortes en Pamplona para ju rar á D.* Juana
y su hijo Carlos, en cuyo nombre aceptó los
antiguos fueros del pais. (17)
Al desembarcar, en Septiembre de 1517,
D. Carlos, se gozaba de una relativa cal­
ma, que por desgracia 110 podía ser muy
duradera, pues Francisco I cuya animosidad
hacia España revistió siempre los caracte­
res más pronunciados aumentada con un
odio á Cárlos V que, como dice el historia­
dor Cabrera y Córdoba, 110 le hubo ni «más
intenso ni más dañino» no pensaba respetar
tregua tan beneficiosa para él, ni era difícil
asegurar que siendo ambos monarcas ambi­
ciosos en demasía tenían que encontrarse
constantemente en el camino de sus conquis­
tas, y acechaban la primera ocasión que se
les ofreciera de romper su amistad y anular
la ficticia harmonía que las circunstancias,
más que la voluntad, les había impuesto.
Acabó de exasperar á Francisco I que
— 26 —

obtuviera su rival la corona del imperio que


él tanto ambicionó, y quiso impedirlo va­
liéndose de torcidos amaños para malquis­
ta r al elegido con las potencias europeas, y
tratando de sobornar á fuerza de oro á los
electores.
A pesar de no ignorarlo Cárlos V, llevó
su cortesía al extremo de enviar em bajado­
res á su desleal enemigo haciéndole saber
sus intentos, para desarmarle con proceder
tan noble y que 110 se opusiese á ellos; pero
fué inútil, porque después de contestarles
con improcedente altanería, Francisco I no
vaciló en romper las hostilidades aunque des­
provisto de aliados y escaso de recursos de to­
da especie, tomando como pretexto el asende­
reado interés de reintegrar á su infortunado
cuñado Enrique de A lbret (18) en el goce de
los dominios de sus padres que tantas veces
habían solicitado.
III.

Si bien la situación de Francisco I, repe


timos, no era muy desahogada,no estuvo mal
escojido el momento de dar rienda suelta á
la envidia que en él producía el engrandeci­
miento cada vez mayor del Rey de E spa­
ña, que había dejado el reino en Mayo de
1520 para tomar posesión de la corona del
imperio, y recorrer sus nuevos estados de
Flandes tan perturbados por la herejía pro­
testante, nombrando Regente á su antiguo
preceptor el Cardenal Adriano, hombre bue­
no pero débil, que no pudo en 1111 principio
sofocar las alteraciones producidas por las
Germanías de Valencia y las Comunidades
de Castilla. Nacieron, estas por diversas
— 28 —
i
causas, entre otras la salida del monarca
que, una vez sabida, á todos pesó por los in­
convenientes y daños que podría causar el
que se quedase España entregada á la ra ­
pacidad de M. de Xebres y los ministros
flamencos que le acompañaban, más atentos
á su interés propio que al del pais que los
había recibido.
La malicia de algunos, se aprovechó de
este descontento, y, como con frecuencia ocu­
rre, le empujó por malos caminos, diciendo
que el Rey ya no volvía, que el Regente se
retiraba y otras muchas falsedades muy
apropósito para concitar las malas pasio­
nes.
Antes de m archarse Cárlos, percibió los
murmullos de la agitación que se formaba y
que en lamentosa queja llegaba á las playas
de la Coruña como triste despedida que le
hacía el huérfano pais; pero la necesidad de
ir á posesionarse de su nueva herencia y las
medidas de prudencia que había tomado,
unido á la confianza que tenía en su precep-
— 29 —

tor y en el Capitán General Don Antonio


de Fonseca, que puso al frente de todas las
tropas, le impulsó áno desistir de su viaje
que también le aconsejaban el Duque de
Alba y otros nobles de su corte.
Lejos de calmarse la efervescencia se au­
mentó por la apatía del Gobernardor. y á los
esplendores con que fué recibido en Flandes
el monarca español, se mezclaron las malas
nuevas de que en España seguía propagán­
dose el incendio.
No siéndole posible moverse de allá, m an­
dó en Septiembre de 1520 á Lope H urtado
de Mendoza con una Real Cédula prome­
tiendo una amnistía á las ciudades de Cas-
' • tilla y mejorar la provisión de empleos, con
algunas otras de las peticiones hechas pol­
las comunidades, al propio tiempo que al
Cardenal de Utrech le asociaba para el go­
bierno de estos reinos el Almirante D. F a-
drique Enriquez de Cabrera y el Condesta­
ble de Castilla D. Iñigo de Velasco, sospe­
chando, que al fin habría que recurrir á las
- 30 -

armas para ventilar los negocios del Estado.


El Rey caballero, como así mismo se ape­
llidaba Francisco I esperó á que la guerra
en Castilla tomase mayor incremento y en­
tonces, quitada ya la m áscara y de acuerdo
con algunos malos españoles (20), invadió la
N avarra mandando de este lado de los P r
lineos un ejército de 12000 infantes, bas­
tantes caballos y mucha y gruesa artillería,
al mando de Andrés de Fox señor de A spa-
rrot, de la Real C asa de Navarra, (21) joven
de gallardo espíritu y muy altas esperanzas
pero falto de esperiencia.
Grande fué el sentimiento y el estupor
que esto produjo en el ánimo de Car­
los I cuando de ello tuvo noticia, y envió
enérgicas disposiciones para rechazar la in­
concebible agresión á despecho de su con­
ciencia que quizás de otra manera le hubiera
aconsejado el abandono de Navarra, con
cuya posesión no estaba muy conforme como
más adelante haremos notar.
Dichosamente para él, y cuando menos se
- 31 _

esperaba ni podía, haber previsto el monarca


francés, los asuntos interiores de nuestra
pàtria tomaron un sesgo favorable, empe­
zando á notarse síntomas de descomposición
en las comunidades, iniciados, aunque lenta­
mente, desde el nombramiento de los nuevos
regentes.
L a poderosa iniciativa del Condestable—
que tantas atribuciones recibiera por las
reales cartas del emperador llevadas á Bri-
viesca por el embajador H urtado de Mendo­
za— estaba produciendo excelentes resulta­
dos; comisionó á M artín Ruiz de Avendaüo
y Gamboa y á Gómez de Butrón—leales
servidores que fueron de Fernando el Cató­
lico—para que hicieran frente á D. Podro
de Ayala Conde de Salvatierra, hombre tu r­
bulento, que arrastrado por la ambición ó
según algunos por venganza particular (22)
había formado uno de los ejércitos más im­
portantes que presentaron las comunidades
para sostener los desaciertos de las merinda-
des de Castilla la Vieja.
— 82 -

M artín Ruix de Aven daño fué á Vitoria,


que había permanecido fiel gracias á D. Die­
go Martínez de Alava— apesar de que la
mayoría de los procuradores de las herman­
dades alavesas se pronunciaron en favor de
los comuneros,— de allí investido con al car­
go de Capitán General de Alava y con los
refuerzos recibidos de D. M anrique de Lara,
primogénito del de Nájera, y los de Alava
que se le unieron después de haberse pose­
sionado de Salvatierra y Gauna, pudo salir
á buscar al Conde, destruir todas sus ha­
ciendas y derrotarle en Durana entre Gama-
rra y Retana, el viernes 9 de Abril de 1521,
(23) cogiendo prisionero á su principal Ca-
pitan Gonzalo de Barahona (24) con otros
600 más y gran número de banderas que
como trofeos se llevaron á la Iglesia de
Santa M aría de Vitoria.
E sta victoria y la de Villalar— harto co­
nocida para que la relatemos— obtenida po­
cos días después, dejaron arlos gobernadores
en aptitud de poder dedicar toda su atención
— 33 —

á la invasión extrangera, convocando y


allegando recursos facilitados hasta por los
mismos que poco antes desgarraban Jas en­
trañas de la patria en luchas intestinas, que
ante el peligro común se unieron en apreta­
do haz como siempre sucede en nuestra pá-
tria, pues no la hay más opuesta á estrañas
ingerencias, y en la cual el patriotismo bro­
te más fuerte y espontáneo.
IY.
Desguarnecida se bailaba N avarra de
tropas y pertrechos de guerra (25) por ha­
ber ordenado el Condestable al Yirey que
enviase parte de sus guarniciones (26) y
artillería á engrosar el ejército que había
formado para castigar los desmanes de las
comunidades; refuerzos que no pudo negar
este último en contra de su parecer y ape-
sar de lo necesario que le eran por lo term i­
nante de las órdenes recibidas.
Y a dijimos que este fué el momento que
escojieron los franceses para penetrar en
N avarra, y apoderados de San Juan de Pié
de Puerto, Estella, Lum bier y A rtajona se
consideraron fuertes p ara lanzarse sobre
Pamplona, antes de que, destruidos los últi­
— 36 —

mos restos de las comunidades con las que


habían contado como poderosas auxiliares,
regresasen aumentadas las tropas que se
habían sacado del vi rey nato.
Comprendió el Duque de N ájera la impo­
sibilidad en que se hallaba, dado lo escaso
de fuerzas que por acudir á sitio de más pe­
ligro había quedado, de defender Pam plo­
na cuyo cerco pusieron los franceses con el
ahinco correspondiente á la importancia de
la presa, y vióse precisado á retirarse de la
plaza, dejando de gobernador al señor de
Orcoyen, el viernes 17 de Mayo de 1521 en­
caminándose á Segovia donde estaban los
gobernadores, en busca de remedio para el
inevitable desastre.
Pocas fuerzas pudo presentar la ciudad,
abandonada por el Duque, contra los 12000
infantes con que la sitió A sparrot, por lo
que se motejó al vi rey, bien infundadamente,
pues se ha visto que exigencias á que no le
era dable sustraerse le impusieron tal aban­
dono.
— 37 —

E l historiador Salazar, aunque no clara­


mente, insinúa que la antigua enemistad de
los Vélaseos 3*los L aras pudo ser causa de
que se privase al ilustre vastago de estos úl­
timos, de todo auxilio para forzarle á des­
am parar lo que estaba obligado á defender.
Prodigios de valor se hicieron, pero des­
alentados los bravos pamploneses, 110 hubie­
ran tardado en entregarse si el noble caba­
llero guipuzcoano Ignacio de Loyola con su
valor y energía no los hubiera iufundido en
los demás Capitanes y en las tropas que le
miraban con especial respeto y afecto por
sus nobilísimas prendas, insigne cuna y va­
leroso comportamiento en el ejército de Vi-
llalva, en la plaza de Nájera y según algunos
de sus biógrafos, en Italia á las órdenes de
Gonzalo de Córdova.
Todo, no obstante, fué inútil, avergonza­
dos los franceses por verse detenidos ante una
ciudad sin recursos y poco fortificada, redo­
blaron sus esfuerzos que aunados al pánico
de los sitiados por .xa vislum brar esperan­
— 38 —

za de socorro, allanaron el camino á algu­


nos, aunque pocos, partidarios de los fran­
ceses que contrarrestando la influencia del
que bien puede apellidarse el héroe de Pam ­
plona, consiguieron que esta se entregase.
Ni aun entonces se desanimó el esforza­
do Ignacio, al cual poco imponían las balas
francesas, y replegándose en el castillo (27)
cuya guarda le habia dado su pariente el
Duque de Nájera, con cuantos quisieron se­
guirle, decidió no rendirse hasta derram ar
la última gota de sangre, consiguiendo ha­
cer más difícil la victoria á los situadores y
que concedieran aquellas ventajas que van
siempre unidas á las defensas heroicas «Allí
en lo alto del muro y combatiendo con siu
igual denuedo, mantenía á raya al enemigo
que destacaba contra él sus más valientes
campeones ambicionando la gloria de derri­
barle; pero el brazo de nuestro héroe centu -
plicaba sus golpes y el foso recibía á cuantos
se le ponían delante» (28).
Sin embargo, aquella tenacidad heroica
— 39 —

filé impotente para salvar el castillo, único


punto en que aun flotaba el morado pendón
de Castilla, y por más que el ejército francés
admiraba defensa tan obstinada, por ello
mismo no podía cejar, y haciendo jugar bas­
tante la artillería apretó al escaso número,
que casi tem erariamente la prolongaba, pa •
ra que tuviera que entregarse como así lo
hizo, al ver caer herido de una bala de ca­
ñón al que había sido el alma de aquella epo­
peya gloriosa.
E l día 20 de Mayo caía al foso Ignacio
de Loyola con ambas piernas heridas, una
grave y otra leve, y el 21 penetraron los
franceses en el catillo que capituló con to ­
dos los honores de la guerra.
Y aquí séanos permitido hacer una di­
gresión, aun separándonos de la ordenada
continuación de las guerras que vamos rela­
tando, sobre el sitio de Pamplona, (pie si nó
fué el hecho de más im portancia en ellas
ocurrido, la tuvo y muy grande por sus con­
secuencias en el terrouo de las ideas.
Y.
Si la historia se limitase á reseñar los su­
cesos que por sí mismos tienen resonancia,
ciertamente que no debiera dedicar muchas
páginas á este que ninguna particularidad
ofrece ^29); es como otros mil sitios de pla­
zas y castillos de que esm altada está nues­
tra historia; pero si esta debe estudiar los
hechos por sus consecuencias, fijándose en
aquellos que imprimen caracter y dan uni­
dad y fisonomía propia á una época, enton­
ces el sitio de Pam plona merece especial
mención por haber sido origen de trascen­
dentes resultados.
Recogido Ignacio por los mismos france­
ses de entre el ensangrentado montón de he­
ridos en que yacía (31) puede decirse que
cayó un valiente y se levantó un santo.
No nos detendremos en referir su conver­
sión \ cuantos detalles precedieron á la
fundación de la ínclita Compañía de Jesús
(31), suceso el más saliente de toda la Edad
Media, y expresión genuina del espíritu de
España, á la cual tanta gloria lia propor­
cionado; mezcla de misticismo y de ideas
guerreras se propuso con la espada y con la
pluma detener el torrente devastador que un
fraile apóstata desencadenó sobre Europa,
cual nueva invasión de bárbaros que que­
rían destruir, bajo el nombre de reformar,
cuantos beneficios había producido el Ponti­
ficado á la sociedad religiosa y á la
civil.
Solo diremos con un conspicuo escritor
católico, honra de la España contemporánea,
«que Dios suscitó á San Ignacio para que le­
vantara un ejército mas poderoso que todos
los ejércitos de Carlos A que ningún
caudillo, ningún sábio influyó tan portento-
— 43 —

sámente en el mundo. Si media E uropa no


es protestante, débelo en gran manera á la
Compañía de J e s ú s ¿quién dudará aun
bajo el aspecto artístico, y de sim patía en­
tre San Ignacio y Lutero ó entre Lainez y
Calvino? Dios suscitó la Compañía de
Jesús para defender la libertad humana que
negaban los protestantes con salvaje feroci­
dad; para purificar el Renacimiento de he­
rrum bres y escorias paganas; para cultivar
so la égida de la religión todo linage de cien­
cias y disciplina, y adoctrinar en ellas á la
juventud para extender la luz evangélica.
Orden como las necesidades de los tiempos
la pedían, y que debía vivir en el siglo,
siendo tan docta como las mas doctas, tan
hábil como las más hábiles, dispuesta siem­
pre para la batalla y no rezagada en ningún
adelanto intelectual» (32).
Hé aquí porque hemos afirmado que el
sitio de Pamplona tuvo gran resonancia en
la historia, no solo de España sino del mun­
do, como sin gran trabajo se comprende por
_ 44 —

la justificada fama que ha llegado á tener


en la cristiandad la Compañía de Jesiis.
Y no nos paramos más, que aunque la his­
toria narra para enseñar «la enseñanza me­
jor es la que se desprende espontáneamente
de los hechos mismos cual fruto sazonado,
que de su propio peso cae al suelo sin violen­
cia alguna» como dice un distinguido es­
critor (33).
VI.
E ntregada Pamplona, objetivo principal
y móvil de su codicia, siguieron posesionán­
dose de otras ciudades y villas los franceses
basta dar vista á Logroño en fines de Mayo
de 1521 lo que indicaba no se limitaban á
conquistar N avarra y reponer á A lbret en
su trono.
Sea por imprudente ardimiento de su Ge­
neral ó por las órdenes recibidas, ello es que
continuaron avanzando, y de buber caido
Logroño en su poder probablemente no se
hubieran detenido hasta Castilla.
Sabiendo los logroñeses la aproximación
de los enemigos se aprestaron á la defensa, á
cuyo frente se puso D. Pedro Vclez de Gue-
— 46 —
vara, señor de Salinillas, primo hermano del
Duque de Xájera, y por más que 110 conta­
ba la ciudad con fuertes murallas que la
cercasen, ni esperanzas de recibir socorros
de fuera, no se encontraba tan desguarneci­
da como Pam plona, y tuvo ánimo y valor
para la resistencia tomando parte en ella
hasta las mujeres del modo que, sacado de
un concienzudo historiador de Logroño, po­
nemos á continuación.
Estaban reunidos los gobernadores en
consejo abierto en la Iglesia de Santiago—
como era costumbre en aquellos tiempos—
y cuando se retiraban los congregados oyó­
se-un murmullo que partía de gran número
de mujeres que penetraron en el sagrado re­
cinto y tomando una la palabra les arengó
en estos términos; «No venimos, caballeros,
recelosas de que 110 sepáis defender heroica­
mente vuestra cara patria, lo mismo que
nuestras personas é hijos, pues sería de­
generar demasiado de los valerosos cánta­
bros de quienes descendéis. Nos presenta­
— 47 —

mos únicamente para deciros que si no hu­


biera bastantes hombres para llenar las
murallas y ocupar los puestos principales
de defensa, aquí estamos nosotras para su­
plir tam aña falta, porque la virtud y el va­
lor á nadie excluye, ni el sexo débil es inca­
paz de emprender acciones heroicas mucho
ménos las cántabras: ¡A las armas pues ca­
balleros! Delante de vosotros tenéis á
las nobles logroñesas que os sum inistrarán
todo lo necesario; y en caso que el enemigo,
apriete y os ponga en inminente peligro,
morirán peleando á vuestro lado, bien segu­
ras de que recibirán por ello mayor benefi­
cio, mayor honra y glora que el de caer vi­
vas en poder del enemigo.»
Lenguaje tan enérgico y propósito tan
esforzado animó á los sitiados que, 110 solo
rechazaron cuantos ataques se dieron á la
plaza, sino que se atrevieron á hacer una
salida ocasionando una pérdida de 300 á
400 muertos y cerca de 2000 heridos en el
numeroso ejército francés, que algunos his­
— 48 -

toriadores demasiado amantes de su pueblo,


hacen pasar de 12.000 combatientes (34).
Al día siguiente de esta salida un soldado
arrojado y astuto partió de la ciudad hácia
el convento de San Francisco, en que esta­
ban alojados el General y los principales
caballeros franceses, saltó los muros y por
una ventana que halló abierta hizo fuego so­
bre un grupo de ellos que estaban cenando
y mató á uno.
Creyóse al principio había sido el G ene­
ral, produciéndose con esto gran pánico en
el campamento cuando aun no se habían
repuesto del desconcierto de la sangrienta
salida de los de Logroño, por lo que juzgó
prudente A sparrot levantar el sitio el 11 de
•Junio de 1521, viendo disipadas sus espe­
ranzas de continuar los triunfos y laureles de
Pam plona.
Acudían entonces los gobernadores de
Castill a con el Duque de N ajera (35), al
frente de 12.000 infantes y 200 caballos, y
unidos á la fuerzas mandadas por el señor
— 49 —

de Salinillas fueron persiguiendo á los fran­


ceses basta alcanzarlos entre Esquiroz y
Noaín, donde tuvo la imprudencia su jefe de
aceptar la batalla sin esperar los refuerzos
que le enviaba Albret.
Muchos le han motejado por esta incon­
cebible impaciencia, pero la cometió por­
que viniendo cansados y fatigados de largo
camino los castellanos, supuso los cogería
en mala disposición para el combate.
Por mucho tiempo estuvo indecisa la vic­
toria y con suerte varia para unos y otros;
los franceses ganaron un buen repuesto
para acomodar su artillería, jugándola de
modo tal que hacía gran estrago en las filas
castellanas, amedrentando á un escuadrón
que al verse diezmado empezó á flaquear.
Apercibido el Almirante, acudió en su
ayuda con hombres y caballos y más aun
con animosas palabras que les rehicieron
poniendo en aprieto al enemigo, cuya caba­
llería hizo un supremo esfuerzo inclinando
de nuevo á su lado la ventaja; entonces el
— 50 —

condestable al ver el apuro de la infantería


reunió toda la caballería castellana, lanzán­
dola s obre los franceses que valientemente
pelearon y con furia se defendieron, mas al
fin fueron derrotados y muertos casi to­
dos (36).
Cubriéronse de gloria el condestable, el
Duque de Nájera, el Conde de H aro y cuan­
tos caudillos tomaron parte en esta batalla,
á consecuencia de la cual, filé hecho prisio­
nero y perdió la vista el señor de A sparrot
(37), y pocos franceses volvieron á su pátria,
pues en los desfiladeros pirenaicos tan fata­
les siempre para nuestros vecinos fueron
atajados y destrozados, los que huian á la
desbandada, por los montañeses navarros
emboscados en ellos, aun no consolados de
aquella desazón natural á la pérdida de su
querida capital.
E l ejército de ocupación que en esta se
hallaba, había salido con intención de favo­
recer á los suyos, peí o era ya tarde, pues se
habia introducido en sus filas el desorden
— 51
que, propagado á todos, obligóles á volverse
á la ciudad y sin detenerse en ella, m archa­
ron á Francia por extraviados caminos para
no sufrir la suerte de los demás.
Los historiadores franceses para disculpar
el mal éxito de esta cam paña—y lo triste es
que les hacen coro algunos compatriotas nues­
tros— dicen que el pais no les ayudó porque
estaba muy vigilado por el virey, argumento
bien pueril, y que un lugar-teniente extran­
jero que llevaba A sparrot llamado Santa
Colomba le aconsejó despidiese gran parte
de las tropas por la codicia de incautarse de
sus pagas, medida desastrosa que no debió
aquel tom ar ni aun contando, como espera­
ba, con que las comunidades le favoreciesen.
Con la retirada de los franceses pudieron
los gobernadores dar la vuelta á Castilla,
dejando en E stella—cuya alcaidía se dió á
I). Pedro Velez de Guevara en premio á sus
servicios en Logroño—una fuerte guarnición
y lo mismo en Pam plona y otras plazas, que
se entregaron fácilmente, con los necesarios
— 52 —

recursos que de haber tenido antes, muchos


males hubiéranse evitado; ^pero no pasada
aun la desafección del condestable hacia el
virey, le culpó de ellos y de la pérdida de
Pamplona ante el pais, y le dió prontamente
sucesor— el mismo año 1521— en D. F ran ­
cisco de Zúñiga y Avellaneda, Conde de
M iranda, quizás para que con los nuevos
auxilios no volviese por su ultrajada honra
y su perdido prestigio, aumentando sus
triunfos de Noain.
Los amigos y parciales del Duque de Ná-
jera, que eran muchísimos, le aconsejaban
se m ostrase agraviado, para lo que razón le
sobraba, pero su prudencia y desinterés era
tal, que nada quiso hacer, considerando qut;
su hostilidad en aquellas circunstancias per­
judicaría al Reino que tan ardientemente
amaba, y al Em perador del que siempre re­
cibió muchas mercedes, entre otras el Toi­
són de oro, y á su vuelta en Julio de 1522
plena justicia contra sus difamadores y ad­
versarios.
— 63 —

De resultas de la victoria de Noain, toda


la N avarra volvió prontam ente á la obe­
diencia del Rey de España, sin que por esto
desistiera Francisco I de su deseo de in­
quietarle, cada vez más envidioso de su
grandeza que tanto le oscurecía.
Como á pesar de tan repetidos reveses
no se había hecho ningún tratado de paz, re­
novó á poco la contienda amenazando nues­
tra frontera marítim a el almirante Guiller­
mo Gufier y por la parte de tierra un ejér­
cito* mandado por el Duque de Guissa Clau­
dio de Lorena, tomó á Maya, el castillo de
Poeñan, en las montañas de Roncesvalles, y
después de saquear y quemar algunos pue­
blos y caseríos, cayó sobre Fuenterrabia.
Queriendo aprovechar la sorpresa de la
guarnición de la plaza, se dispuso todo con
celeridad para el primer asalto, que aunque
dado con impetuoso esfuerzo, con el mismo
fué rechazado, se prepararon los sitiadores
á dar el segundo con los poderosos recursos
que les acompañaban, y comprendiendo el
--54 —

Gobernador Diego de V era que sin remedio


perecería torla la decidida pero escasa gen­
te que se hallaba á sus órdenes, trató de ca­
pitular.
P ara ello reunió en consejo á los capita­
nes que le acompañaban, y todos viendo que
era una temeridad prolongar la resistencia,
decidieron entregarse; únicamente se sepa­
raron de este parecer, fundándose en el buen
ánimo que reinaba entre los soldados, Diego
de Vera y el señor de Loyola M artín G arcía
Oñez— hermano mayor de San Ignacio—»pe­
ro al fin cedieron á la opinión de los más,
y se rindió la plaza saliendo su guarnición
con armas y banderas desplegadas el 18
Octubre de 152L (38).
No se descuidó el nuevo virey, Conde de
M iranda, en vista de esta nueva invasión y
sin vacilar tomó cuantas medidas creyó
oportunas para poner, á Pamplona á cubier­
to de un golpe de mano destruyendo varios
edificios desde los que se podía hostilizar á
la plaza y quiso construir un castillo ó ciu-
— 55 —

cladela— pero esto no se efectuó hasta 1571


— para desbaratar los proyectos de los que
trabajaban, escasos en número, para entre­
gar á nuestros enemigos, á favor de una
sorpresa, la ciudad, objeto nuevamente de su
codicia.
Hecho esto, movióse hacia la parte invadi­
da, y en vista de que el francés se negó á
devolver las fortalezas tomadas, como con
gran moderación y en nombre del Em pera­
dor le propuso, fué contra ellas y después de
sangrienta escaramuza se apoderó de Maya
cuya fortaleza arrasó y de Behovía.
No tuvo igual fortuna con Fuenterrabía
que no pudo recobrar, pero al menos impidió
siguieran avanzando los inicuos invasores.
Cesó con esto y por entonces toda tenta­
tiva en nuestro territorio y con la venida
del Em perador (Julio 1522) se entró en un
periodo de relativa calma afianzada con la
entrega de Fuenterrabía, último baluarte de
los franceses en N avarra, que se rindió des­
pués de sangriento sitio en 1524, pareciendo
-se ­
que cesaba la cruel y constante enemistad
de las dos potencias vecinas, ó mejor de sus
soberanos.
Pero no fué así, que en Italia siguió
Francisco I hostigando á Carlos Y y mu­
chas veces después tuvieron motivos de ri­
validad, nacidos del orgullo, amor propio y
deseo en ambos de dominio universal. F a ti­
goso tema que no cesan de repetir todos los
historiadores de aquella época, inevitable
apesar de su monotanía, por ser el origen de
la mayor parte de los acontecimientos que
entonces se desarrollaron.
H é aqui como terminaron los asuntos de
Navarra.
De no haber sido por la previsora políti­
ca de Fernando Y al incorporar aquella á
su corona y después por la severa y astuta,
al par que noble y leal con ducta con que se
atrajo á los Navarros, quizá aí introducirse
Francisco I en España á favor de las com­
plicaciones interiores, contando con las
simpatías de Navarra hubiese destruido el
- 57 —

equilibrio de nuestra, nacionalidad, he impo­


sibilitado la únión completa de la monar­
quía, planteada por los Reyes Católicos y
consolidada por Cárlos Y, bajo cuyo cetro
llegó al punto culminante de su apogeo.
V II.
L a anexión de N avarra á la corona de
Castilla y de León, es uno de los puntos de
nuestra historia que todavía está envuelto
en mayores nebulosidades.
Aunque de buen grado reconocemos nues­
tra incompetencia para fallar un pleito, á
nuestro entender tan embrollado y de tanta
trascendencia, haremos sin embargo algu­
nas consideraciones según ofrecimos, que
desvanezcan, ó traten al menos do desvane­
cer, cuantos errores circulan sobre F ernan­
do V, Cárlos I y Felipe II, por más que la
historia crítica moderna ha refutado bas­
tantes, especialmente respecto á los dos úl­
timos.
_ 60 _

Y a queda manifestado con cuanta parsi­


monia y circunspección caminó Fernando el
Católico en tan delicado negocio, y el apoyo
que prestó en diversas ocasiones á la Reina
Catalina de N avarra asegurándola en el tro­
no contra las pretensiones de su tio Ju an de
Fox que invocaba la Ley salica en favor de
su bijo, como se ven forzados á confesar bas­
ta los enemigos del Rey Católico.
Si los monarcas navarros hubieran obra­
do con más lealtad, ó por lo ménos sin ene­
mistarse con Castilla cuando todo se lo
aconsejaba, quizás ésta no hubiera avanzado
tanto; pero una política funesta les arrojó en
poder de Francia perjudicándoles sobrema-
nera(39).
A pesar de que el Papa, viendo claramen­
te la perfidia con que los Reyes de Navarra
favorecían el cisma que tantas calamidades
trajo sobre Europa, facultó á cualquier
príncipe cristiano para hacerles la guerra y
tomarles sus estados, el Rey Fernando se
limitó á pedirle paso por ellos, sin peligro
— 61 —

de ver cortadas sus comunicaciones con E s­


paña, para ir á Francia á castigar á su Rey
que tan gravemente le había faltado, olvi­
dando que al efectuarse el casamiento de su
sobrina Germana con Fernando ofrecióle
paz duradera por espacio de ciento un años y
renunciar á sus pretensiones á una parte del
reino de Ñapóles.
P or su desinterés y prudencia mereció
Fernando de Aragón la aprobación del Pon­
tífice, la simpatía y aun el apoyo de Inglate­
rra, el voto unánime del resio de España,
que reclamaba la necesidad de completar la
unión de la península, y hasta la mayoría de
los navarros, apesar de su innato deseo de
independencia, 110 la rechazó mucho.
Anteriormente y como una prueba más
del empeño de los Reyes Católicos de dar
solución satisfactoria á la cuestión Navarra,
quisieron casar á su hijo el Príncipe de A s­
turias, D. Juan, con P.* Catalina, m atrim o­
nio no verificado por manejos de F rancia
que obtuvieron resultado, por la desigualdad
— 62 -

de edad de los contrayentes que sirvió per­


fectamente á ocultar otras miras.
Madrazo, (40) siguiendo al navarro Yanguas
dice: «las agonías del reino de N avarra son
largas y dolorosas; no acaban con la incor­
poración á la Corona de Castilla proclam a­
da en las cortes de Burgos de 1515, sino que
se perpetúan á despecho de las declaracio­
nes oficiales, por la misma vitalidad propia de
todo estado no decrépito, violentamente
anexionado á otro en fuerza de una combi­
nación política que el éxito corona;» dando á
entender que el pueblo navarro sentía ani­
madversión al dominio castellano; pero do­
cumentos de la época comprueban cuán
prontamente se pacificó todo el pais y le
admitió, una vez que fueron jurados y res­
petados sus fueros (41), señal cierta de que
no había tal oposición y únicamente les con­
tenía el temor de perder sus privilegios y
con ellos su automática grandeza.
No es de estrañar que Yanguas, llevado
de su amor al suelo que le vid nacer, sintiera
- 63 _

la pérdida de su independencia, pero debió


comprender que la ayuda de Francia era in­
teresada, y que hubiera absorvido á N ava­
rra de no estar unida á Castilla como de
consuno parecía indicarlo y pedirlo su posi­
ción geográfica, la naturaleza del suelo, len­
gua, religión, caracter etc.; y es bien se­
guro que de cambiar de dueño harto más du­
ras hubieran sido las cadenas con que la su­
jetaran.
P or otra parte, si tanto la m olestaba el
yugo que se le había impuesto, pudo sacu­
dirlo en las varias ocasiones en que sus des­
tronados reyes trataron de revindicar sus
derechos, con el auxilio bien poderoso ds los
monarcas francos, y la verdad es que escaso
apoyo merecieron del país, indicando que
sancionaba los hechos consumados, y miraba
á España como á su patria común. Un cro­
nista de los más cegados por el am or pátrio,
asegura que cuando se presentaban los fran­
ceses invocando el nombre de sus antiguos
reyes los que no podían tom ar las arm as
— 64 —

para atacarlos costeaban á los que iban á la


guerra.
H asta los mismos individuos de la dinas­
tía de Albret, á despecho de sus ambiciones
y amor propio, de sus alianzas de familia y
su inclinación personal á Francia, á la que
estaban unidos por el principado Bearnés, y
por la cuna de su familia que tomó nombre
de Albret, pequeño país al Norte de la Gas­
cuña,— hoy pertenece al departam ento de
las Lanaas— sentían una como irresistible
atracción hacia España, superior á su volun­
tad. y que les hacía m irarla como á una m a­
dre cuyo cariño se ha despreciado, y después
de desposeídos nada les satisfacía como vol­
ver los ojos al risueño cielo que un día les
cobijara.
No podemos resistir á la tentación de
trascribir las bellísimas y poéticas frases
con que D. Pedro M adrazo describe esta
tendencia (42). «Cuando á la incierta luz de
la fantasía nutrida en las tradiciones nava­
rras creemos sorprender á las melancólicas
— rtñ

sombras de los últimos reyes de las casas de


Fox y de Albret, cruzando en parejas dan­
tescas las nevadas cúspides del Pirineo y
dirigiéndose con lamentables suspiros hacia
los palacios donde residieron desde las hela­
das tumbas donde hoy descansan sus m orta­
les despojos, casi nos inclinamos á creer que
aun después de muertos, aman todavía la
tierra navarra española donde tuvieron sus
días de gloria y de martirio».
No pretendemos decir que toda invasión
110 lleve en germen un atropello contra
la justicia, como resultado de la fuerza
puesta al servicio de la ambición, pol­
lo que en absoluto no se puede defender la
conquista de N avara ni ninguna otra; más
como dice un notable historiador, 110 de los
apasionados del Rey Católico, «se debe con­
fesar que, aparte del bien que de esto resul­
tó á la unidad y nacionalidad española, las
protestas y proposiciones que Fernando hi­
zo á los Reyes de N avarra y que constan
de sus cartas y documentos, 110 parece in­
— 66 —

dicar obrase de mala fé» (43) y mas adelan­


te añade «todo contribuyó á dar tal color de
legitimidad á la conquista y á su incorpora­
ción que su misma conciencia llegó á sentir­
se tranquila hasta en el artículo de la muerte?
y aunque hubo reclamaciones posteriores y
la cuestión se renovó muchas veces, nunca
aquellas pudieron fundarse en buen dere­
cho» (44).
Los franceses, desde luego empezaron en
sus historias á amontonar cargos, sobre
nuestros monarcas mas que por espíritu de
rectitud, por lo celosa que se m ostraba su
nación de nuestra preponderancia en Italia
tan codiciada por todos,, y aun se puede aña­
dir sin jactancia por nuestra -incontrastable
influencia en el mundo; pero no se compren­
de que los españoles describan con negros
colores la incorporrción de N avarra que hi­
zo Fernando, mas que por la utilidad de te ­
nerla, por prevenir el daño que por allí po­
dría recibir E spaña de no poseerla que no
se ocultaba á aquella inteligencia perspicaz.
— 67 —

asesorada además de personas doctas é ilus­


tradas.
Por fortuna al lado de escritores irreflexi­
vos y parciales, se pueden poner algunos
como el P. Elizondo, que apesar de creerse
obligado como navarro á atacar sañu­
damente al Rey Católico, y defender á
sus paisanos que peleaban por su indepen­
dencia acaba por decir «al fin en 1524. se
entró en la más hermosa paz tan justamente
alavada de todos los escritores, debiéndose
esta gran felicidad, con otras muchas, á la
incorporación de este Reino con Castilla.
Nunca se les guardaron más exactamente á
sus naturales sus Leyes, sus fueros y sus
franquezas.> (45)
V III.
Más infundadamente aun se censura á
Cárlos I. que si con razón Fernando el Cató­
lico estaba muy conforme con su conquista,
su sucesor quizás por exceso de moralidad
política tenía la opinión de que la N avarra
no le pertenecía tan legítimamente como su
escrupulosa conciencia le exigía, como se
prueba por una cláusula del testamento
que dejó á su hijo al partir á Bruselas, que
sacada de los papeles de Estado del Carde­
nal Granvela cita el historiador Misnet (46)
y dice así: «para mayor seguridad de nues­
tra conciencia recomendamos y ordenamos
al Serenísimo Príncipe nuestro hijo, que ha­
ga examinar y comprobar lo más pronto po-
— 70 _

sible y sinceramente si en razón y en justi­


cia está obligado á restituir el susodicho
reino ó dar una compensación á quien co­
rresponda. Y lo que así fuere hallado, deter­
minado y declarado por justo, se cumpla con
efecto, por manera que mi ánimo y concien­
cia sea descargado.»
Fornerón— que es muy lijero en sus apre­
ciaciones como tiene ocasión de observar
cualquiera que lo lee— y otros historiadores
contemporáneos imbuidos en las ideas de sus
antecesores y herederos del odio y la ene­
mistad que casi constantemente nos ha sepa­
rado á franceses y españoles, dicen que si
Cárlos V sintió algunos escrúpulos ó temo­
res fué después de su abdicación; que hasta
la muerte de su padre 110 supo Felipe I I que
sus derechos sobre Navarra no eran legales,
según el sentir de aquel, y que obraría cuer­
damente aconsejándose de sábios teologos
y letrados.
N ada más apasionado que este dicho ni
más lejano de la verdad.
Toda-su vida manifestó el Em perador la
misma opinión sin recatarse de que se hicie­
ra pública, y en diversos documentos resal­
tan sus dudas y vacilaciones en esta m ate­
ria.
En los avisos que dió á su hijo antes de
entregarle el gobierno de todos sus estados,
hay uno recomendándole se casase con la hi­
ja del Rey Francisco ó con la Princesa de
A lbret con el fin de obtener el bien de la
cristiandad y el sosiego de sus dominios, ase­
gurado en cuanto estuviese en paz con
Francia, paz que él había perseguido con
gran sinceridad sin conseguirla, por el em­
peño de Francisco I de molestarle faltando
á todos los tratados, y continuando la tra ­
dición de sus antepasados de inmiscuirse en
el negocio de Navarra, pero que de no po­
der por la prudencia y la calma obtener la
apetecida tranquilidad defendiera contra
toda clase de enemigos lo adquirido á tanta,
costa como sagrado depósito que debía
trasm itir á sus suces res.
Anteriormente había tratado, siendo aun
muy joven su hijo, de casarle con la herede­
ra de Enrique «para ver de pacificar y ex­
tinguir la querella de Navarra, y con esto
poner en reposo de conciencia á Nos y á
nuestro hijo.» (47^ Si no se llegó á efectuar
el casamiento 110 fué por (Virios V sino por
otras causas, quizás la juventud de ambos—
Felipe II tenía 12 años y 0 meses más que
Juan a de A lbret— ó más bien porque emu­
lando el Hoy de F rancia lo hecho por su an­
tecesor en tiempo de los Reyes Católicos, se
opuso entonces y en cuantas ocasiones do
ello se trató, hasta conseguir desbaratarlo y
casar á Juan a con el Duque de Clevez
(1541) bien á disgusto de ella que odiaba al
pretendiente aleman de tal manera, que no
cesó de practicar vivísimas instancias hasta
arrancar al P apa la anulación de su m atri­
monio fundándole en la coacción con qué se
le había impuesto. (48)
Más de una vez se sintió inclinado el Ce­
sar á favorecer á Enrique de A lbret hijo y
- 73 —

sucesor de Ju an y Catalina, pero sus bue­


nos propósitos cedieron ante la perfidia de
Francisco I que cuando estaba en guerra
con D. Carlos exigía la Navarra declarándo­
se protector de sus reyes, aun contra la vo­
luntad de estos, sin perjuicio de decir, al fir­
mar las infinitas negociaciones que entre los
dos liubo, no se metería en tal asunto.
En la concordia de Madrid (14 de Enero
1526) se comprometió el Rey de Francia
por sí y sus sucesores á inducir y obtener de
A lbret «que renunciase al título de Rey de
N avarra, quenoinquietase al Em perador que
gozaba de derecho á N avarra y que renun­
ciase por sí y sus sucesores á la corona, y
de no poder obtener esto de L abrit se com­
prometía á no ayudarle directa ni indirecta­
mente».
Y a sabemos como cumplió esta concor­
dia. una vez puesto en libertad, no obstante
su juram ento de volver á la prisión si á ella
faltaba.
En la negociación celebrada en 10 de

— 74 —

Septiembre Je 1544 volvió á repetir F ran


cisco I «que no se entrom etería en la causa
de Enrique L abrit pretenso Rey de N avarra
sino como pacificador»’)7 se ofreció á decir
que el casamiento de Juana de A lbret ha­
bía sido contra la voluntad de esta y en
deservicio del Em perador. Ninguna de las
dos cosas fueron cumplidas.
E n 1547 vinieron embajadores de F ran­
cia á ofrecer al Em perador una herm ana de
su Rey para casarla con D. Felipe, plan­
teándose una paz duradera basada en este
casamiento y en que á la muerte de Enrique
de Albret todo lo que este poseía por la par­
te de los pirineos franceses fuese para aque­
lla nación, y la N avarra española quedase
unida para siempre á la corona de Castilla
«como justam ente conquistada.»
M ientras esta embajada se realizaba, y
por si no tenia, resultado, otra enviada al ti­
tulado Rey Navarro procuraba atraérsele
al partido francés empujándole á renovar sus
pretendidos agravios contra nuestra patria.
Tan repetidas deslealtades forzaron á
Carlos V á no ceder la Navarra, por temor
que un móvil honrado pareciese señal de de­
bilidad y quebranto.
P ara justificar mas su conducta y que 110
apareciera contradicción entre su modo de
pensar y sus obras querellóse del Rey de
Francia al P apa y al Rey de Inglaterra di­
ciendo las muchas razones que de antiguo
tenía para estar quejosísimo de aquel; los
juram entos ¡i que habia faltado y los que
otros Reyes de Francia habían hecho con
sus padres y abuelos sin atender á cum plir­
los. estrellándose todos los buenos deseos de
paz en el encono con que habían buscado el
estorbarle todos sus designios y que cogiera
el fruto de sus victorias cual si la rencorosa
sangre de la casa Real de Francia trasm iti­
da de padres á hijos se sublevase ante lo
que pudiera ser ventajoso para.E spaña.
P odrá objetarse contra Carlos V que en
la paz de Noyon se acordó que devolviera la
corona de Navarra; pero hay que tener pre­
— 76 —

senté que para cumplir esta cláusula había


de preceder nombramiento de jueces que es­
tudiasen las razones de ambas partes liti­
gantes y acordasen lo más arreglado á ju s­
ticia.
Estos jueces no llegaron á nombrarse
porque no sin fundamento temió Francisco
de Valois, que era quien se había reservado
el derecho de elección, fallasen á favor de
Castilla: ademas él sin causa ni pretesto
rompió primero la tregua, y al faltar á ella
anuló todo lo convenido que tanto había res­
petado, y pensaba respetar Carlos V— ape-
sar de que ya hemos dicho no le favorecía__
pues desde l11andes decía á los Gobernado-
1 es al darles cuenta de las negociaciones
«que haría con D. Enrique L ab rit toda
la satisfacción, que en justicia debiost;: por
manera que hubiese causa de se contentar.»
►Si se hubiera nombrado el tribunal muy
justo que su dictámen mereciera el más
exacto cumplimiento, pero faltando este re­
quisito fué improcedente, atentatorio contra
la doble altivez castellana, y abiertamente
hostil, el que se presentasen en las primeras
Cortes celebradas por Carlos I en Vallado-
lid en 1528, enviados del Rey Francisco pi­
diendo en su nombre la Corona de Navarra,
sin alegar más razón, que todas las fuerzas
de su poderoso señor se emplearían en tal
empresa. Pretensión que como era de espe­
rar rechazaron cuantos tuvieron la desgra­
cia de oiría formular, cual si fuera dirigida á
un pueblo degenerado y anémico.
Precisamente no hacía mucho que en
aquellas mismas Cortes decían los procura­
dores de la monarquía española, dirigiéndo­
se al Rey, lo siguiente: «Ya vuestra Alteza
sabe que el Rey no de N avarra está en la Co­
rona Real desde las Cortes que el Rey y la
Rey na hicieron en Burgos el año pasado de
mil y quinientos y quince. E agora el Obispo
de B adajo/ nos dixo, al tiempo que juram os
á vuestra A lteza, la voluntad que tenía álo
conservar. Por lo qual besamos las manos á
vuestra Alteza por tan crecida merced, co­
mo á estos sus Reynos hace. Y así esto,
como todo lo que por razón de la cisma se
adquirió á estos dichos Reynos, e a su Coro,
na Real, e patronazgo della suplicamos lo
mande conservar, e defender, cotilo sus p a ­
sados lo hicieron. M andando defender y am­
parar los Perlados, que por razón de lo su­
sodicho algo poseen. E si para la defensa
desto, fuese necesario nuestras personas y
haziendas las pornemos. Pues este Reyno es
la llave principal de destos Reynos»
Tan popular era ya esta opinión ei^ toda
la monarquía que el Roy doblegando la sii}ra
se creyó en el deber de contestar «que visto,
que el buen derecho, que para tener el dicho
Reyno de N avarra tenemos, y quanto impor­
ta en ello, para estos nuestros Reynos de
Castilla, y la incorporación en ellos hecha
por el Rey Cathólico y lo que nos encomien­
da por su testamento, tenemos voluntad co­
mo nos suplicayo, de le tener siempre en
ella, ansi le tenemos, y tememos en servicio
el ofrecimiento grande, que cerca de esto
nos hazeys, en nombre de estos Reynos que
es de tan buenos y leales vasallos como soyo.
Aunque creemos y tenemos por cierto, que
abría poca necesidad del, pues nuestro de­
recho está tan conocido, para tener el dicho
Reyno, que no abrá ninguno que nos quiera
poner turbación en el. Y en lo de los P erla­
dos trabajarem os de lo hazer, como nos lo
suplicays.» (49)
Convencidos al fin los A lbret que la casa
R eal de F rancia no obraba con rectitud mi­
rando únicamente á su interés propio y mal­
querencia á E spaña, acabaron por poner su
esperanza en Carlos de A ustria y á ello indu­
dablemente les debió animar, el saber como
pensaba, pues de otra manera no se dirigie­
ran á él pidiendo una reparación, obligán­
dole á confesar si le debía en justicia.
Enrique de A lbret al formular su deman­
da ofrecía abandonar el partido francés,
peleando en lo sucesivo como aliado fiel' de
España si se le daba alguna compensa­
ción por la N avarra perdida; pero Francia
— 80 —

se interpuso malogrando todos los planes


' con evidente perjuicio de ambas partes.
Creemos baste con Jo expuesto para ju s ­
tificar la conducta de Carlos I; no esperó á
su testamento para m anifestar sus escrúpu­
los. tuvo siempre las mismas dudas, pero so­
bre su opinión particular estaba la de sus
pueblos y las razones de estado que un Rey
nunca debe perder de vista.
Por otra parte el proceder siempre agre­
sivo de Francisco 1 era motivo poderoso
para que, acallando las voces de una con­
ciencia sobradamente meticulosa, escuchase
se el Rey de España, á su cólera constante­
mente enardecida.
IX .
Pasemos á la época de Felipe II después
de la abdicación de su padre.
No es de presumir que este le ocultase
cuanto había ocurrido en el asunto de N a­
varra, y omitiese darle instrucciones y con­
sejos que sirvieran para arreglar su conduc­
ta futura en un problema de tanta im por­
tancia que dejaba sin resolver, cuando tan
precisas y minuciosas se las dió en todo lo
demás referente á la gobernación de sus di­
latados dominios; y tampoco puede adm itir­
se que Felipe II ignorase el modo de pensar
del Em perador hasta después de la muerte
de este.
A l retirarse Cárlos I á Yusie, fué visita­
— 82 —

do á su paso por Burgos eu Octubre de


1556 por el virey de N avarra D. Beltrau de
la Cueva, Duque de Alburquerque, que le
presentó al caballero navarro Juan M artí­
nez de E scurra encargado de reanudar las
anteriores negociaciones, ahora seguidas por
Antonio de Borbón, Duque de Vendóme,
por la muerte de su suegro Enrique de Al-
bret ocurrida en 1555. Pedía el Ducado de
Lom bardía en reino y se comprometía á ser
confederado perpetuo del Em perador ó del
Bey su hijo, acudiendo en casos de guerra
con 5000 hombres de á pié, 500 caballos li­
geros, 200 trabajadores, 3000 carretas de
bueyes y 20 piezas de artillería de diferen­
tes calibres. Como prueba de su fidelidad,
ofrecía en rehenes á su hijo mayor (50),
con la fortaleza de Navarreins. y las demás
plazas de sus estados; y hacía concebir la
esperanza de que se abrirían á los españoles
las puertas de Bayona y Burdeos que man­
daba como Gobernador de la Guyena. (51)
A estas proposiciones, que pecaban de
exigentes como hechas más á la conciencia
que á la razón del César, iba E scurra á bus­
car respuesta en Burgos, queriendo aprove­
char los últimos destellos del mando de Cár-
los I, pues comprendía quelo queno obtuvie­
se de este no lo recabaría de Felipe II: ne­
gociaciones que debieron seguirse á e s p a ­
das de Enrique II de Francia, pues no hacía
mucho, en 1555, sus plenipotenciarios, fal­
tando á lo estipulado en la concordia de
M adrid y en tantas otras, al trata r, aunque
sin resultado, de entabl.tr la paz entre las
dos naciones rivales pedían, más bien por
fórmula que por esperanza de éxito, que se
devolviera la N avarra á Antonio de Borbou
que, según acabamos de ver, no era lo que
él solicitaba.
El Em perador se limitó á decir á E scurra
que 110 siendo ya árbitro de los estados de
que voluntariamente se había1 desposeído,
trasm itiría á su liijo las pretensiones formu­
ladas; con lo que ni alentaba ni desanimaba
al embajador, dejando abiertos los prelimi­
— 84 —

nares del arreglo hasta la próxima venida de


Felipe I I á España, nueva prueba de que
hasta lo último, su severo modo de pensar
le hacía vacilar en esta cuestión, de bien di­
ferente m anera de como obraba en todo.
P or algún tiempo cesaron, por no haber
obtenido estas resultado, todas las tentati­
vas de satisfactoria avenencia, hasta que
Catalina de Medicis, mujer de Enrique II,
por m olestar á Felipe II en su mismo reino,
de nuevo quiso prestar apoyo á Antonio de
Borbón, cual si Francia perpetuamente
arrastrase la cadena de un compromiso for­
mal de renovar el obstáculo de Navarra. (52)
Envió Catalina al señor de Ausance con
misión especial á su yerno y al propio tiem­
po apresuró á su hija Isabel de la Paz para
que la ayudase en su empresa, que no era
otra que el poner mano en el gobierno inte­
rior y exterior de España, á lo que tuvo
siempre gran afición, demostrada en la ac­
tivísima correspondencia secreta que soste­
nía con sus embajadores ó más bien diplo­
— 85 —

máticos espías como L £Aubesprime y Juan


Eorard, barón de Saint Sulpice, maquiavé­
licos ejecutores en M adrid de los enredosos
planes de la reina.
Felipe, deseando conllevar la vanidad del
principe, no rechazaba las proposiciones de
Catalina, que pedía para Borb'ín la Cerdeila
y las Islas Baleares, pero tampoco las ad­
mitía, ofreciéndole en cambio el reino de T ú ­
nez, que había que conquistar y defender, y
sobre todo exigía que el pretendiente se
mostrase franca y decididamente católico y
no fluctuase entre las dos religiones con
pretensión de engañarle creyéndose esperto
diplomático, porque á un mismo tiempo en­
viaba á conferenciar con él á Lenoncourt,
Obispo de Auxerre, con el Papa á F rancis­
co de Cars, y con Calvino á otro de sus más
íntimos confidentes.
Todo sin embargo fracasó; que si bien es
cierto que las razones de Estado sirven de
pantalla á toda suerte de iniquidades y que
la diplomacia 110 es muy moral, ni repara
— 86 —

en tales pequeneces, el decir que apoya­


ría á los católicos si Felipe le indemniza­
ba ó emplearía toda su influencia á favor de
los hugonotes sí á ello se negaba, claramen­
te descubría su ambición y lo poco que po­
dían fiar los dos partidos de la fijeza de sus
convicciones, por lo que al fin todos le des -
preciaron.
Merece sin embargo algo de disculpa, porque
obraba con tam aña falsía sugestionado por
su mujer, que á su vez lo estaba por C atali­
na de M edicis á la cual profesaba un res.
peto rayano en terror; respeto semejante
im ponía la terrible florentina á casi todos
los que con ella trataban.
Perdida toda esperanza por parte de
Juan a y de Antonio se humilló nuevamente
este á Felipe II, escribiéndole una carta
llena de frases humildes en la cual sin ale­
gar ningún derecho, que reconocía no te­
ner, pedíale una dignidad eclesiástica para
un bastardo de su casa, invocando «su bon­
dad, grandeza y liberalidad» (53)
- 87 —

En nada de esto se han fijado los fran­


ceses y por eso en cuanto se relaciona con
la conquista y ocupación de N avarra cami­
nan desacertados y cometen la ligereza de
combatir injustamente á los Reyes de E s ­
paña, cuando vemos que siempre está de su
parte la razón y que si de algo puede ta ­
chárseles es de excesivamente benévolos.
No hagamos coro á los escritores traspi-
renáicos y ya que ellos muerden nuestras
pasadas glorias, (54) respetémolas nosotros;
acudamos á su defensa en la medida de
nuestras fuerzas y procuremos que la luz se
haga sobre ellas, en la seguridad de que no
las perjudicará, muy al contrario ha de ser­
vir para que brillen más puras y salgan in­
maculadas de la discusión á que nos retan.
NOTAS.
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(1) M uerto el príncipe de Viana D. Car­
los, á quien pertenecía esta corona por dere­
cho de su madre la Reina propietaria doña
Blanca, causa de la enconada guerra entre
I). Juan II de Aragón y los catalanes, le su­
cedió con arreglo á las leyes fundamentales
del reino, y contra la voluntad de D. Juan,
su hermana doüa Blanca (a) dulce princesa,
que fué inicuamente envenenada (Diciembre
de 1 4 6 4 ) por disposición de su hermana
menor doña Leonor, predilecta de su padre;
pero presumiendo su infeliz suerte había
hecho una donación inter-vir-os en San Ju an
de Pie de Puerto á 3 0 de Abril de 14f>2 de­
jando el trono á su primo y esposo el rey do
Castilla D. Enrique IV, por más que tan
afrentosamente la había tratado al repudiar­
la, después de doce años de matrimonio, por

(a) El principe B . Carlos dejó varios hijos natu­


rales y entre ellos una doña Ana de Navarra casada
con D. Luis de la Cerda, conde de M edinaceli, que
llegó á pretender la corona.
— 92 -

esteril achacándola una falta que otros le


imputan á él.
(2) L a Crónica de los Reyes Católicos es­
crita por Andrés Bernaldez, trae una capi­
tulación entre el rey de Francia y el de N a­
varra contra la Santa Liga del P apa y F e r­
nando V, y cita cartas y otros documentos
muy curiosos sobre este asunto.
(3) Crónica de los Iieyes Católicos por
Pulgar; para detalles de esta bula véanse el
tomo 10 de la Historia de España de D. Mo­
desto Lafuente y la Historia de Felipe II de
Forneron.
(4.) A la m uerte bien pronto ocurrida
de doña Leonor de N avarra, condesa de Fox
la sucedió en el trono su nieto Francisco
Fox—llamado el Febo por su rara hermo­
sura— heredero de los derechos de su padre
Gastón primogénito de Leonor, el que no se
ciñó la corona y su hijo por bien poco tiem ­
po, cual si á ella fuera vinculado el veneno
que segó la vida de doña Blanca.
Después de Febo reinó su hermana doña
Catalina, casada con el caballero francés
Juan Albret.
(5) Se cuenta que al abandonar el rey
Juan á Pamplona volvió la cabeza, para-
_ 93 —

despedirse de ella, llorando silenciosamente,


y que su mujer doña Catalina le increpó du­
ramente parodiando el dicho célebre de la
terrible Aixa al abandonar Boabdil á G ra­
nada.
(6) Al saberse la proximidad de los
franceses, Estella, punto de no escasa im por­
tancia, se declaró por Albret, pero ensegui­
da el duque de Alba envió mil hombres ague­
rridos capitaneados por D. Francés de Beau­
mont y Navarra, personaje de gran influen­
cia y pariente de la Casa Real navarra que
prontamente tomó la ciudad y el castillo,
haciendo entrar en razón á sus mal aconse­
jados habitantes.
(7) Dice Pirala en su obra Alava, que
al retirarse los franceses del sitio de Pam ­
plona «les persiguieron los guipuzcoanos por
la sierra de Vélate y Elizondo y los batieron
apoderándose de las doce piezas «le artillería
, con las que habían batido á la capital de
N avarra, las- cuales condujeron á Pamplona
(13 Diciembre 1512) custodiadas por 500
infantes guipuzcoanos y 500 vizcaínos,» pero
no hemos podido comprobar este aserto, sa­
cado indudablemente de que Sandoval en su
Historia de Carlos V dice, que Fernando el
— 94 —

Católico en premio á los notables servicios


de los guipuzcoanos— sin m arcar cuales—les
dió por armas doce piezas de artillería en
Campo Azul según privilegio firmado en
Medina del Campo á 28 de Febrero de 1510.
También indica algo de esto el P. Elizon-
do en su Compendio de los Anales de Nava­
rra, pero es historiador confuso y no muy
veraz en ocasiones.
(8) Salazar asegura que los franceses
habían contado al entrar en España con que
se les uniría el duque de N ajera que hallá­
base gravemente enemistado con su rey; sin
duda este para desvanecer tan pérfida espe­
ran ia dióle el mando supremo de las tropas
co ^prometiendo su lealtad, la que por otra
parte no creemos corriera peligro.
(9) Le dió el rey Católico patente en
Alt'aro á 6 de Octubre de 1512 refrendada
de Miguel Perez, Historia de la casa de Lara
por I). Luis de Salazar y Castro, Comenda­
dor de Zurita, Fiscal de la Orden de Cala-
trava de la Cámara de S. M. y su cronista
mayor. M adrid año 1696.
(10) Llevado del mejor deseo de acierto
y no teniendo en cuenta el testamento de
doña Blanca, ni el fratricidio con ella come­
_ 95 —

tido, consultó el Rey de Castilla este espino­


so asunto con eminentes jurisconsultos y
teólogos; unos le decían no conservaban de­
recho los Reyes de N avarra á la corona, y
que la deslealtad de Juan de A lbret san
cionaba la conquista; aducían otros, argu­
mentos genealógicos para probar debía vol­
ver á los Reyes de Castilla á quienes perte­
necía, pero todos coincidían en encontrar
legal el hecho.
E ntre los muchos escritos que por enton­
ces sobre esto se publicaron merece prefe­
rente lugar el de D. Juan López de Vivero
mas conocido por Palacios R ubio—nombre
de la aldea en que nació—que probaba el
derecho del Rey Fernando á la corona na­
varra «fundándose en la excomunión de La-
brit por el P apa y la potestad directa de es­
te para dar y quitar coronas » Véase la
Historia de las t niversidudes de lispafta, por
D. Vicente de Lafuente.
Sandoval en su citada Historia de Car­
los I alaba las razones que abonaron tal
conquista al decir «fue consistorialmente
aplicado al Rey Católico, y á sus sucesores
en las coronas (le Castilla y de León como
parece por la Bula, breve ó sentencia del
— 96 —

P apa Julio, dada año de 1512 primero dia


de Marzo en el año X de su Pontificado que
por no ser de la historia tratar del justo de­
recho que la corona de Castilla tiene á N a­
varra, no lo pongo aquí con otras muchas
razones que hay harto bastantes y favora­
bles, á la justa obtención del Reyno de Na­
varra.» Libro i, página 21.
(11) En el archivo municipal de Burgos
hornos tenido ocasión de ver el llamamiento
á Cortes dirigido por la Reina doña Ju an a á
el Justicia y Regidores caballeros, hijos-
d algos y liornas buenos de la ciudad de B ur­
gos; en él se lamenta vivamente de las difi­
cultades que se presentaban en los negocios
públicos encomendados á su cuidado, y del
nial procedimiento y voluntad del Rey de
Francia, y previene se presenten á deliberar,
sobre lo que sea más conveniente, con su
muy amado Roy y padre D. Fernando, los
procuradores de las villas y ciudades de es­
tos reinos y señoríos, en la ciudad de B u r­
gos el dia 1.° de Junio de 1515.
E ste llamamiento está firmado en A ran-
da á veinte y sois días del més de Abril de
1515, ante Pedro de Quintana, Secretario
de la Reina.
También se halla en este archivo el curio­
so documento que á continuación trascribi­
remos por su importancia ínuegable:
Es la Real Cédula (b) de incorporación
definitiva de N avarra á la Corona de Casti-
r.a hecha poi Fernando V en nombre de su
hija y dice así:
1‘ = E n la cibdad de Burgos, cabeza de
Castilla, Cámara de la Reyna nuestra Seño­
ra, lunes á honze días del mes de Junio, año
del nascimiento del nuestro Señor y Salva­
dor Jesucristo de mili e quinientos e quinze
años, estando en una sala, caxa de l;is casas
del Conde estable de Castilla, que son en la
dicha cibdad donde posa el muy alto cathó-
lieo e muy poderoso príncipe el Rey don
Fernando nuestro señor, adm inistrador ó
gobernador^ destos Reynos de Castilla, de
León, de Granada, ectra, por la muy alta
e muy poderosa princesa la Reyna D .a J u a ­
na nuestra soberana Señora su hija y estan-
(b) El distinguido correspondiente do la Acade­
mia de la Historia D. Leoncio Cantón Salazar, hoy
por desgracia fallecido, inserta esta cédula en un
apéndice á su erudita Monoyrof tn histórico- <1rqncoló-
gica del'palacio de los Condestables de Castilla ím i­
ga miente llamado casa del cordón) publicada en Bur­
gos en 1884.
— 98 —

do y presente el muy magnífico e muy Reve­


rendo Señor D. Ju an de Fonseca, Obispo de
la dicha cibdad de Burgos, capellán mayor
de su alteza, y el magnífico Señor don F e r­
nando de Vega. Comendador mayor de Cas­
tilla y presidente del Consejo de las órdenes,
presydentes de las cortes que por mandado
de su alteza se hacen y celebran en esta di­
cha cibdad y el licenciado Luis Zapata, le­
trado de las dichas cortes y el doctor Cara
vajal, asistente de las dichas cortes, todos
del Consejo de la Reyna nuestra Señora. E
en presencia de Nos Pero de Quintana, Se­
cretario y del Consejo de su- alteza, y B erna­
bé Ruiz de Castañeda e Pero de (7uazola,
escribanos de las dichas cortes, estando
presentes en la dicha sala Pero de Cartajena
e G arcía Ruiz de la Mota, procuradores de
cortes por la cibdad de Burgos, e Luis B ar­
ba e Fernando de Villafaña, procuradores
de cortes por la cibdad de León e Fem ando
deA valos e el jurado Francisco de Avila,
procuradores de la cibdad de Toledo, e
Francisco de los Cobos e Juan Alvarez Z a­
pata, procuradores de cortes por la cibdad
da G ranada, e don Ju an de Guzman é G u­
tierre Tollo, procuradores de cortes por la
_ »9 ____

cibdad de Sevilla, e D. Diego de Córdoba e


D. Francisco Pacheco, procuradores de cor­
tes por la cibdad de Córdoba, é Alonso P a ­
checo e Diego de L ara, procuradores do
cortes por la cibdad de Murcia, y el licencia­
do Jorje Mexía e X ristobal de Berrio, pro­
curadores de cortes por la cibdad de Jaén.
y Alonso de Acebedo y Alonso Rodríguez
de Fonseea, procuradores de cortes por la
cibdad de Salamanca, y Hernando de Ledes-
ma e Alonso Ordoñez de Villaquirán, pro­
curadores de cortes por la cibdad de Zamo­
ra, y Sancho Sánchez de Avila y el licencia­
do Juan de Henao, procuradores de la cib­
dad de Avila y Diego López de Sftmaniego
e el bachiller Alonso de Miranda, procura­
dores de cortes por la cibdad de Segovia, y
•Imis Carrillo de Albornoz e Francisco Alonso
(herino, procuradores de córtespor lacibdad
de Cuenca, y el Comandada* X ristobal de
Santisteban e Ju an de Duero, procuradores
de cortes por la villa de Valladolid, e A nto­
nio de Deza y el licenciado X ristobal Váz­
quez de Acuña, procuradores de cortes pol­
la cibdad de Toro, e Juan de Barrionuevo e
Fernando de Morales, procuradores de cor­
tes por la cibdad de Soria, e don Iñigo
— 1(X) —

de Arellano y el D octor Francisco de


Medina, procuradores de cortes de la cibdad
de G uadalajara, e Francisco de H errera e
Rodrigo de Luxan, procuradores de cortes
por la villa de M adrid. Vino á la dicha sala
estando en ella los dichos señores presiden­
tes, letrado e asistente y procuradores en
cortes el ilustre y muy magnífico señor don
Fadrique de Toledo, duque de Alba, m ar­
qués de Coria, ectra, y asentado en medio
de los dichos presidentes, dixo á todos los
suso dichos á alta e yntelegible boz, quel di­
cho Rey D. Fernando nuestro Señor les en-
biaba á decir que ya sabían como el P apa
Jullio, de buena memoria, le proveyó del
Reyno de N avarra por privación que del di­
cho Reyno Su Santidad fizo á los Reyes don
Ju an de L abrit y D .aOatnlinasu muger, Rey
y Reina que fueron del dicho Reino, porque
siguieron y ayudaron al Rey Luis de F ra n ­
cia, que perseguía á la Iglesia con armas y
con cisma para que fuese de Su Alteza el di­
cho Reyno y pudiese disponer del en vida ó
muerte á su voluntad; y que Su Alteza por el
mucho amor que tenía á la dicha Reyna do­
ña Juana N uestra Soberana Señora su hija
y por la mucha obediencia quella le había te­
- 101 —

nido e tiene y por el acrecentamiento de sus


Roynos e Señoríos, y asy mismo por el m u­
cho amor que tiene al muy alto e muy pode­
roso príncipe D. Carlos nuestro Señor, como
á fijo e nyeto y por el bien y acrecentam ien­
to de la corona Real destos Rey nos de Cas­
tilla, de León, de G ranada, ectra, el dicho
Rey D. Fernando nuestro Señor, para des­
pués de su vida, daba el dicho Rey no de N a­
varra á la dicha Reyna D .a Ju an a nuestra
Señora su hija, e desde agora lo incorpora­
ba é incorporó en la Corona Real destos di­
chos Reynos de Castilla, de León, de G rana­
da, ectra, para que fue9e de la dicha Reyna
nuestra Señora e despuso de sus largos días
del dicho príncipe nuestro Señor y de sus he­
rederos y subcesores en estos dichos Reynos
de Castilla, León y G ranada, ectra, para
siempre, jamás: y dicho lo susodicho porque
los procuradores de Burgos y Toledo avia
alguna diferencia, como suele, sobre qual
dellos ha de fablar primero, los dichos pre­
sidentes de las dichas cortes en nombre de
la Reyna nuestra Señora dixeron: Toledo
hará lo que Su Alteza mandare, hable B ur­
gos. Luego los dichos procuradores de la
dicha cibdad de Burgos por sy y en nombre
— 102 —

de todos los otros procuradores de cortes


que allí estaban presentes, dixeron: que por
larga yspiriencia e muchas buenas obras y
mercedes se avía visto el mucho amor que
Su Alteza tenía siempre á la Reyna nuestra
Señora y á su subcesor y á estos Reynos, y
que continuando su loable costumbre y en-
trañableam or facia la dicha merced de Su A l­
teza y á sus subcesores y á estos dichos Rej’-
nos, y por ello besan las manos de Su Alteza:
y todos los dichos procuradores de suso de­
clarados y cada uno por sy dixeron, que en
nombre de sus cibdades e villas y destos
Rey nos de Castilla y León y G ranada derían
lo mismo; testigos que á ello fueron presen­
tes son todos los susodichos. E despues
desto en la dicha cibdad de Burgos A siete
días del mes de Jullio del dicho año, estando
el muy alto y muy poderoso príncipe el Rey
]). .Fornando nuestro Señor Roy de Aragón
e de N avarra e de las dos Secilias, de Jeru-
sa!én, octra, administrador e gobernador
doctos Reynos de Castilla, e de Luon, e de
Granada, por la muy alta y muy poderosa
princesa la Reina I).a «luana nuestra Señora
su hija en una quadra de las casas del Con­
de estable de Castilla, que son en la dicha
— 103 —

cibdad donde su Cathólica magestad posa,


e estando ay presentes el muy magnífico e
muy Reverendo Señor D. Juan Rodríguez
de Fonseca, Arzobispo de Rosano, Obispo
de Burgos e capellán mayor de Su Alteza, e
el muy magnífico señor D. Fernando de Ve­
ga, comendador mayor de Castilla e presi­
dente del Consejo de las órdenes, presiden­
tes de las dichas cortes, e el licenciado Za
pata, letrado de las dichas cortes, e el Dotor
Caravajal, asistente délas dichas cortes; todos
del consejo de Su Alteza e en presencia de
Nos Pero de Quintana, Secretario e del
consejo de Su Alteza, e Bernabé Ruiz de
Castañeda, escribano del consejo, e Luis
Delgadillo, escribano de las dichas cortes, e
estando presentes en la dicha quadra ante
Su Alteza Pero de Cartajena e G arcía Ruiz
de la Mota, procuradores de cortes por la
cibdad de Burgos, e Luis B arba e Fernando
de Villafaña, procuradores de cortes por la
cibdad de León, e Fernando de Avalos. e el
jurado Francisco de Avila, procuradores do
cortes de la cibdad de Toledo e Francisco
de los Cobos e Ju an Alvarez Z apata, pro­
curadores de cortes por 1h cibdad de G rana­
da, e don Juan de Guzman e Gutierrez Te-
- m -

lio. procuradores do cortes por la cibdad de


Sevilla, e don Diego de Córdoba e don
Francisco Pacheco, procuradores de cortes
por la cibdad de Córdoba, e Alonso Pache­
co e Diego de L ara, procuradores de cor­
tes por la cibdad de M urcia, e el licenciado
Jorge Mexía. e X ristobal de Berrio, procu­
radores de cortes por la cibdad de Jaén, e
don Alonso de Acebedo e Alonso Rodríguez
de Fonseca, procuradores de cortes por la
cibdad de Salamanca, e Francisco de Ledes-
ma e Alonso Ordonez de Villaquiran, pro­
curadores de cortes por la cibdad de Zamo-
rn, e Sancho Sánchez de Avila, e el licen­
ciado Juan de Henao, procuradores de cor­
tes de la cibdad de Avila, e Diego, López de
Saína niego, e el bachiller Alonso de M iran­
da, procuradores de cortes por la cibdad de
Segobia, e Luis Carrillo de Albornoz ó
F ram i co Alonso Cherino, procuradores de
cortes por l i cibdad de Cuenca, e el Comen­
dador X ristobal de Santisteban, e Juan de
Duero, procuradores de cortes por la villa
de. Valladolid. e Antonio de Deza e el licen­
ciado X ristobal Vázquez de Acuña, procura­
dores do cortes por la cibdad de Toro, e Ju an
de Barriouuevo é Francisco de Morales, pro-
—ion —
curadores do cortes por la cibdad de Soria, é
don Iñigo de Arcllano e el D otor Francisco
de Medina, procuradores de las dichas cor­
tes de la cibdad de Guadal ajara, e F rancis­
co de H errera e Rodrigo de Luxan, procu­
radores de cortes por la villa de Madrid: e
luego el dicho Rey nuestro Señor dixo á to­
dos los dichos procuradores de las dichas
cortes que presentes estaban: que ya sabían
como el Duque de Alva los había dicho de
su parte, estando juntos en cortes, quel P a ­
pa Jullio, de buena memoria, le proveyó del
Reyno de N avarra por pribación que del di­
cho Reyno su santidad hizo á los Reyes don
Ju an deL abrit e doña Catalina su muger,
Rey e Reyna que fueron del dicho Reino de
Navarra, porque siguieron e ayudaron al
dicho Rey Luis de Francia, que perseguía la
Iglesia con armas é cisma para que fuese de
Su Alteza el dicho Reyno e pudiese dispo­
ner del envida ó en muerte á su voluntad,
e que Su Alteza por el mucho amor que te ­
nía á la dicha Reyna doña Ju an a nuestra
soberana señora su hija, e por la grande obe­
diencia quella le ha tenido e tiene, e por el
acrecentamiento de sus Reynos e Señoríos, e
así mismo por el mucho amor que tiene aj
_ 1(Mi _

muy alto e muy poderoso príncipe don Cár-


los nuestro señor como á hijo y nieto, daba
para después de sus días el dicho Rey-
no de N avarra á la dicha Reyna doña J u a ­
na nuestra Señora su hija, e lo incorporaba
e encorporó en la corona Real destos dichos
Reynos de Castilla e de León e de G ranada
para que fuese de la dicha Reyna nuestra
Señora e después de sus largos días del di­
cho príncipe su hijo nuestro Señor e de sus
herederos e subcesores en estos dichos Rey-
nos de Castilla e de León e de Granada, ec-
tra; para siempre jamás: e que porque fue­
sen ciertos que su yntención siempre había
sido y hera de acrecentar la corona Real de
Castilla, e de León e de G ranada, como por
inspiriencia lo avían visto que agora Su A l­
te/a ratificando e aprobando lo susodicho
daba e dio para después de sus días el dicho
Reyno de Navarra á la dicha Reyna doña
Juan a nuestra Señora su hija, e que desde
agora lo encorporaba e encorporó en la co­
rona Real destos dichos Reynos de Castilla
e de León e de G ranada para que sea de la
dicha Reyna nuestra Señora e despues de
sus largos días del dicho príncipe nuestro
Señor e de sus herederos e subcesores en
— 107 —

estos Reynos de Castilla e de León e de


Granada para siempre jamás, e que su alte­
za mandaba que de las cosas que tocasen á
las cibdades e villas e lugares del dicho Rey-
no de N avarra e a los vecinos dellas conos-
ciesen desde agora los del consejo de la di­
cha Reyna doña Juan a nuestra Señora, e
administrasen justicia á las dichas cibdades
e villas e lugares del dicho Rey no e a los ve­
cinos dellas que ante ellos la vienieren á p e­
dir de aquí delante, guardando los fueros e
costumbres del dicho Reyno. E luego los di­
chos procuradores de la dicha cibdad do
Burgos e todos los otros procuradores de
cortés que allí estaban presentes dixeron:
que en nombre destos dichos Reynos de Cas­
tilla e de León e de G ranada recibían la di­
cha merced que Su Alteza facía á la Reyna
nuestra Señora e a sus subcesores e a estos
dichos Reynos, del dicho Reyno de N avarra,
e por ello besaron las manos á Su Alteza, e
lo pidieron por testimonio á Nos el dicho Se­
cretario e escribanos de las dichas cortes de
lo cual fueron tostigo que á ello fueron pre­
sentes los dichos Señores obispo de Burgos,
Arzobispo de Rosano e el comendador ma­
yor de Castilla, e el licenciado Z apata e
— 10* —

Dotor ('arb ajal.= V a sobre rayado una E .=


^ o el dicho Bartolomé Ruiz de Castañeda,
escribano de cám ara e escribano del consejo
de la Reyna nuestra Señora e escribano de
las dichas cortes presente fin á lo que dicho
es, en uno con el dicho secretario Pero de
Quintana e con los dichos Pero de Chazóla
e Luis Delgadillo, escribanos de las dichas
cortes, e por ende fiz a aquí este mió signo
en testimonio de verdad (hay un sig no )=
Bartolomé Ruiz.
Estos documentos y otros varios sobre el
mismo asunto—que no copiamos por su ex­
tensión,— entre ellos el poder otorgado en
15 de Mayo de 1515 para que pudieran
ejercer su cometido, los procuradores nom­
brados en cortes, demuestran lo rico, en des­
conocidas curiosidades, del citado archivo.
Añadiremos, para term inar esta largísi-
siraa nota, las palabras con que da cuenta
<!e la anexión de N avarra el 8r. Cantón Sa-
lazar en la indicada Monografía <-.En 1515
tuvo lugar otro hecho altamente im por­
tante dentro de los venerables muros del
Palacio de los Vélaseos y quizás el mas
grande y trascendental de los muchos
que forman la brillante diadema que ciñe
— 109 -

la antigua Cabeza de Castilla, la incor­


poración definitiva del remo de N avarra á
Oastilla por solemne declaración que Don
Fernando Y hizo en las cortes celebradas
en Junio y Julio de 1515, completando asi,
al cabo de tantos siglos, la unidad nacional
de la que quedó y queda únicamente sepa­
rado el reino de Portugal».
(12) Sobre la muerte d é la desgraciada
é iuteresante reina D.:l Blanca véase Com­
pendio de los anales de Xa carra compuestos
por el P. Pablo Miguel de Elizoiulo de la
Compañía de Jesús, cronista del mismoRey-
no en Pam plona, por Pedro Jph. Ezquero,
año 1732; Diccionario de antigüedades de
Yanguas; Navarra y Lo;/roño Madrazo y
Memorias de las Reinas Catholicas por el
P. M tro. F r. Henrique Florez del orden de
S. A gustín—Madrid 1790.—
^13) E ra la hija mayor del infante Don
Juan Gastón de Fox de Navarra, Sr. de N a r
bona, Conde de Fox y Stampes y de M aría
de Orleans. hermana de Luis X II Rey de
F rancia y nieta de Luis X I.
A continuación ponemos la genealogía de
D .a Germ ana (pie, sacada de la Historia de
la Casa dv Lava de Sídazar y oíros autores.
— 110 —

liemos reconstruido con algún trabajo por la coqí


obras de heraldica antiguas, especialmente tratii
ñalan con el mismo apellido, aunque seau de “
Gastón de Fox casawl
con Magdalena
Francia hermana
Luis XI.
D. Carlos principe de
Viana casó con Ana Juan de Fox casa
ds Cleves y murió con Maria de Orlen
D. Juan II de Ara-' D.asinBlanca
hijos. hija menor delDuJ
gón casado con Enrique IV casó con de Orleans y henal,
de Cas­ na de Luis XII.
!).* Blanca reina' tilla, repudiada por D. Pedro Cardenal y
de Navarra. no tener hijos. hombre notable «
D.a Leonor casó con ciencias.
Gastón de Fox IV D. Jaime.
Conde de Cornenge. D.R Maria.
» Juana.
¿ Margarita.
» Catalina.
» Leonor.
I D. Fernando V de Aragón casó mi
D. Juan II de Aragón «asó J? '¡ >lsah el(l11 CatóIi' a-
soganda vez conD. Juana,’ v María* jIuur*8rou niñas.
Enriquez de Córdova.
Juana cisala con D. Gal»
rán de Requesens.
sión originada p o r el estilo p ecu liar de to d a s las
ilose de fam ilias reales, á cuyos individuos todos se-
btintas ram as. _ ................
joi Francisco Febo mum»
.. Andres, Fnncipe de viana, murió de ano
y me(Uo
J sin hijos.
\Catalina
'Enrique casó con Marga-.'T „ ,

I Juan de
rita de Francia, l e m a - Ju“ a dc A1‘
„ a de Francisco I. bl'et'

sí •

S
Germana de Fox casada con Fernando V el Católico.
Gastón de Fox duque do Neomours.
— 112
_

Se ve que Germ ana era sobrina segunda


de Fernando el Católico, carnal del Rey de
í rancia Luis X II y prima hermana de C a­
talina la últim a poseedora de N avarra.
Su hermano G astón fue pretendiente á la
corona de N avarra por instigación de su pa­
dre don Ju an y con ayuda de Francia, ayu­
da que agradeció combatiendo á su cuñado
primero en E spaña y luego en Italia. M urió
en la sangrienta batalla de Rávena, en la
cual los españoles se cubrieron de gloria de­
rrotando á los franceses que perdieron cerca
de veinte mil hombres.
No está averiguado si dona Germ ana era
fea y don Fem ado fné guiado al casarse por
fines de política y deseo de dar esa satisfac­
ción á la N avarra como dicen unos, ó por
el contrario si su belleza era tal que le cegó
sin dejarle espacio á pensar en los inconve­
nientes de esta unión como pretenden otros.
Sandoval en’su Historia de Carlos Fdice:
«Era la Reyna poco hermosa, algo coxa,
amiga mucho de holgarse, y andar en va-
quetes, huertas y jardines y en fiestas:» y el
cronista hlizondo asegura *era princesa de
singular herm osura.»
\ inda de Fem ando \ , casó de nuevo con
el M arqués de Brandebiirgo.
- 113 —

(14) Tuvo un hijo clon Ju an de A ragón


que al nacer en Valladolid tomó el título
de Príncipe de Gerona, indicativo de la
prin.ogenitura de la corona del antiguo rei­
no aragonés; pero murió de pocas horas,
enterrándosele en el convento de San Pablo,
y desde allí fué trasladado al Monasterio de
Poblet en Cataluña.
Según una antigua tradición, queriendo
tener más hijos tomó una bebida por insti­
gación de doña Germana, pero sin éxito.
(15) Cario Maguo en su invasión tomó
como objetivo á Pam plona pasando por el
carril mas usual para salvar la irontera,
Roncesvalles: Véase nuestro artículo lion-
cesmlles publicado en la «Revista Científi­
co Militar» en Marzo de 1886.
Napoleón también consideraba á P am ­
plona como la llave de la Península y el
punto más accesible de. la cordillera pire­
naica: «cuando la injusta invasión francesa
á principios de siglo— dice el general G ó­
mez de A rteehe en su Historia de I« Guerra
de la Independencia— el 9 de Febrero de
1808 se alojaba en Pam plona el general
] ):Arm agnac cou 2500 hombres que el 7
habían penetrado por Roncesvalles. y á
K
- 114 —

quienes seguirían inmediatamente el resto


de la división. A los pocos momentos solici­
taba del Virey M arqués de Vallesantoro
se le franquease la ciudadela para entrar
en ella 300 ó 400 hombres de sus tropas con
el objeto de hacer el servicio en ella con los
nuestros, teniendo igual solicitud para con
la Plaza (según partes oficiales). E l Virey
resistió y se convino al fin entre los dos ge­
nerales que consultaría la, resolución aquel
al gobierno y D ;Arm agnac á Moncey que de­
bía encontrarse en Burgos, suspendien­
do el francés lo que estaba determinado á
ejecutar según las órdenes é instrucciones que
demostraba tener al dia siguiente por
sorpresa cayó la ciudadela en poder de los
franceses con un refinamiento de perfidia
que indicaba su im portancia. » Tomo I,
capítulo III, páginas 121, 122 y 128.
(16) Robertson, Flechier, Cantú y otros
varios elogian desusadamente en extranjeros
al G ran Cardenal Jimenez de Cisneros.
Gómez de Castro escribió una notable
biografía, arsenal de que han salido la ma­
yoría de las que después se han escrito; y
Lafuenté cita muchos panegiristas suyos.
(17) Archivo de Comptos.
_ 115 _

(18) E staba casado con su hermana


M argarita de Francia.
(19) Relación de fas comunidades de
Castillo por el muy ilustre caballero. Pero
Mejía, cronista del invictísimo emperador
Carlos Y, Sándoval Historia <lc Cárhs I ’.
(20) Dice Sándoval que Francisco I es­
taba en tratos y de acuerdo con algunos
comuneros y que el grito de guerra al tom ar
A sparrot á San Juan de Pie de Puerto fue
Viva el Rey c la flor de lis ij la comunidad de
■Castilla y que después de la batalla de Es-
quiroz entre los equipajes franceses se en­
contraron cartas que lo indicaban, pero no
está bien probado y hay que tener en cuenta
que en lo concerniente á la conquista de N a­
varra comete este autor muchas inexactitu­
des.
(21) Andrés de Foixo, Fox señor de A spa­
rrot, hermano de don Juan de Foix, señor
de L antrec, célebre Yirey de Milán por los
franceses, era pariente muy cercano de los
Reyes de N avarra y de la Reina Germana,
pues además de llevar el mismo apellido se
puede deducir del documento que, proce­
dente del archivo de Nájera, publica Sala-
zar en su Historia de la Casa de Lara y dice:
— 11
« -

€Poder de los Reyes de Navarra para casar


una de sus hermanas con el conde de Trevi-
ño » «D. Ju an por la gracia de Dios
considerando que á esos el Egregio y
Noble don Juan de Foix, señor de Lantrec^
nuestro caro y muy amado primo, ha sido
dado cargo y poder por el Infante, Príncipe
Delfín, señor de L abrit nuestro muy
caro y muy amado Padre para comunicar y
capitular y firmar m atrimonio de las Ilu s­
tres doña Luisa y doña Isabel nuestras muy
caras y muy amadas hermanas ú de cual­
quier dellas, con el Inclito, e Magnífico D u­
que de N ájera y Conde de Treviño en
la villa de Olit á 23 días del Mes de Marzo,
año de N. S. Jesu-Christo 1484.............»
H ay que tener en cuenta sin embargo era
costumbre en aquellos tiempos que los R e­
yes apellidasen primos á los grandes mag­
nates.
G ran personaje debía debía ser el Duque
de N ájera don Antonio M anrique—luego
Yirey de N avarra— cuando se le conceptua­
ba digno de entroncar con una casa real,
pero tal matrimonio no debió llevarse á efec­
to, pues en ese caso no hubiera sido pruden­
te elegirlo para el cargo de Yirey; además
- 117 -

no hemos encontrado confirmación de él


apesar de nuestras pesquisas, y sí solo que
fué casado con doña Juana Cardona (c"l hija
de don Ju an Remón Folch, Duque de C ar­
dona.
(22) P irala en 5u libro Alava dice «que
por el mal trato que el Conde de Salvatierra
daba á su mujer doña M argarita, dispuso el
Rey en 1520 que esta con sus hijos estuvie­
ra en Vitoria, dándoles el Conde alimentos
según su calidad dando la comisión de cum­
plir el encargo a el Diputado Diego M artí­
nez de Alava, esto ofendió gravemente al
conde que satisfació su saña contra Cárlos
V levantando pendón á favor de las comuni­
dades.»
(23) P or esta victoria concedió el E m ­
perador á Ruiz de Avendaño «que pues se­
gún la orden de caballería las armas del
vencido pertenecen al vencedor, él y sus su­
cesores pudieran juntar al blasón de su fa­
milia el del conde de Salvatierra, como pa­
rece por el privilegio dado en Segovia á 20

(c) Pueden verse los capítulos m atrim oniales


firmados por los R eyes Católicos en el tom o IV de
la «H istoria de la Casa de L a ras por Salazar.
- lis -
de Mayo del mismo año firmado del C arde­
nal de Tortosa, el Alm irante y el Condesta­
ble, Gobernadores de estos reynos y refren­
dado de Pedro de Zavala.» Historia (le la
rasa de Lar a.
(24) Según don Ricardo Becerro Ben-
goa en su folleto de Alara, Varona fué en­
cerrado en casa de Pedro de Alava, y ajus­
ticiado en la plaza de la Leña hoy de Santo
Domingo en Vitoria.
(25) «Escaso y malo era también el m a­
terial y pertrechos de artillería y no muy
sobrado su personal, según se vé en un Me­
morial para el Reverendísimo Señor Cardenal
ile las rostís fie artillería yminicion quc.su Re­
verendísima Señoría ha de proveer: dado por
Diego de Vera, capitán da artillería, en cu­
yo documento se dice: «Así mismo en el
»Artillería de Sus Altezas no hay una cure-
*rta ni rueda porque la que menos há que se
»hizo á cinco años y las que están en Naba-
»rra de estar al sol y al agua están perdidas
»así que no se podrá aprovechar de las que
»están en fortalezas es menester que se cor-
»ten maderas y se hagan cureñas y carre-
>tas.
»Así mismo los salitres de Castilla se lie-
— 119 -

>ban á Portugal y otras partes y en Mála-


»ga no hay ninguno y en Fuenterrabia y
»Medina hay alguno aunque poco.
>Es menester que su Reverendísima Se-
»ñoría probea que se tomen salitres y se
»faga pólvora en M álaga y en Medina y
»Fuenterrabia que hay della mucha nece-
»sidad.
»Es menester que se fagan herram ientas
»de azadones y palas y hachas y otras he-
»rramientas que con las labores del Reyno
»de N abarra se han gastado las que había.
♦Colleras y tretas y aparejos de caballos
»para el A rtillería que há más de quince
»años que Mozen San M artín hizo hacer los
»que hay y están todos perdidos y gastados
que no pueden servir.
»Cobre, estaño, sufre, salitre, carvón, que
»se compre y haga con tiempo, porque es-
»tas no son cosas que se pueden proveer á
»la necesidad.
»X arcía de cáñamo que no hay ninguna
»en el A rtillería y la que había se ha gasta-
»do en el Reyno de N avarra tirando el A rti­
lle ría y en las labores con las aguas y lo-
»dos y si alguna hay está podrida y gastada
»y no puede servir.
— 120 —

»Los artilleros hordinarios que hay en la


>casa del Rey están repartidos por los lu-
>lugares del Reyno de X avarra por m anera
que si fuere menester para algunas partes
?cantidad dellos sería menester sacallos de
»allá y tomallos de nuevo no serían artille­
mos sería menester á mi parecer Reveren­
dísim o Señor que aunque se quitase algn-
»na cantidad de la justa de á caballo ó in­
fan tería se probeyese de más artilleros per­
eque justa de armas y infantería se halla eu
»Castilla cuando es menester y no artilleros
»y parecerme que sería bien que vuestra
*Reverendísima Señoría esté prevenido an­
otes de la necesidad y no al tiempo della en
todo me recinto á lo que vuestra Reveren­
d ísim a Señoríafueseservidacomoquien más
»cuidado tiene dello porque el día de hoy lo
»más parte de la guerra es la A rtillería y
»munición.»—Archivo de Simancas. Gue-
»rra M ar y T ierra.— Legajo I, Año 1516.»
publicado en el folleto Heroísmo y Santidad
por el comandante de Artillería don A rtu­
ro de Oliver Copons, Académico correspon­
diente de la Historia-M acrid 1882:
(26) Lafuente en su Historia de E spa­
ña dice que el conde de Salvatierra se apo­
-121 —

deró de más de 1000 veteranos que el duque


de N ajera enviaba al Gobernador de B ur­
gos.
Debe referirse á los enviados al Condes­
table, pero por más que liemos indagado en
las distintas historias que se ocupan en las
cosas del Reino de N avarra 110 hemos visto
confirmada esta detención que 110 dejaría
de mencionarse dada .su importancia, por lo
cual no la damos entero crédito.
(27) Cuando Carlos III el Noble dió el
famoso privilegio de la Unión se hicieron
desaparecer los muros que separaban unos
barrios de otros, convirtiéndolos en verda­
deras fortalezas, pues tomado uno aun se
podían defender en otro y entonces es pro­
bable que, costeado por el municipio, se edi­
ficase el castillo de Pam plona para la de­
fensa de la Plaza, en el lugar que hoy ocupa
la Basílica de San Ignacio, la plaza de To­
ros y quizás algo del Palacio de la D iputa­
ción al oeste de la ciudad.
Despues de la vigorosa defensa que rela­
tamos quedó arruinado y desguarnecido, y
á los pocos años en 1571 ordenó Felipe I I
que bajo la dirección de Jorge Palezao se
levantase la actual ciudadela para poner 4
cubierto la ciudad de peligros interiores 6
exteriores, lo que parees indicar no restaba
ya nada del castillo, pero no podemos ase­
gurarlo con certeza por lo que no combati­
mos la opinión de M adrazo que ase­
gura que en tiempo de Felipe IV debía
existir aun el castillo pues en un in­
ventario de objetos de este Rey visto por
dicho ilustrado escritor se menciona ju nta­
mente con ¡a vista de Zaragoza ejecutada
por el pintor Juan B autista del Mazo otra
del ( 'asidlo de Pamplona del mismo autor.
De todos modos en 1601, nó cabe duda
que había desaparecido, pues en su lugar se
levantó aquel año un arco á espensas de Don
Juan Cardona, Vi rey de N avarra para memo­
ria del suceso de la conversión de San Igna­
cio,como lo atestigua la inscripción en latín
de una lápida de marmol que hoy está en la
Basílica.
(28) Heroísmo ij Santidad folleto ya ci­
tado.
(29) Lafuente dá cuenta de él en un so­
lo renglón y en pocos más la mayoría de los
autores.
(30) E n este mismo sitio se levanta hoy
la capilla de San Ignacio, cerca de la mu­
— 123 -

ralla y puerta de San Nicolás, lindando con


el jardín del suntuoso edificio que sirve de
albergue á la Diputación foral de Navarra.
De arquitectura greco-romana, vale bien
poco según nuestros no muy extensos cono­
cimientos en la materia; sin proporciones
grandiosas, sin obra de arte ni bellezas in­
teriores. nada hay que atraiga la atención,
sino es el recuerdo, en el monumento ini­
ciado y erigido por el conde de Santisteban
con la ayuda de los P P . de la compañía- do
Jesús del Perú, y aunque vale más que el
modesto arco á que sustituyó, de todos mo­
dos no corresponde á las sumas empleadas
ni á la memoria del insigne caballero de Lo-
yola, cuya herida conmemora un malísimo
cuadro que ocupa la pared del lado de la
Epístola.
Veamos en qué términos dá cuenta el dis­
tinguido escritor Sr. Madrazo, en su obra
Navarra y Logroño de las fiestas que se ce­
lebraron al bendecir la basílica: «Acabada
la obra se procedió á su dedicación que.
según el ritual, se hizo precediendo orden
del Obispo de Pamplona D. Toribio Mier y
se dijo la prim era misa el 10 de Octubre de
1694... asistió el Virey y Gapitan General
de N avarra D. B altasar de Zuftiga y Guz-
man. personaje muy interesado en el honor
tributado al Santo por ser de origen nava­
rro y descendiente de sus primitivos reyes,
al que acompañaron los primeros jefes de la
milicia y los más ilustres caballeros de la
ciudad. Pocas solemnidades religiosas se ce­
lebraron con mas pompa, toda la gente de
guerra que contenía Pam plona muy nume-
mosa á la sazón formaba por escuadrones
enfrente de la nueva basílica y durante los
divinos oficios, alternaron con el jubiloso ta ­
ñido de las campanas y con las voces de los
cantores que en el interior del templo reso­
naban, las salvas de la artillería y de la fusi­
lería; digno acompañamiento para una fies­
ta que revestía á la vez el caracter sagrado
y el militar como había sido bizarro m ilitar
y santo el glorioso héroe de tan cristiana
apoteosis.»
(31) A consecuencia de la herida, y de
la forzada inacción á que ella le redujo, se
dió al estudio y á la meditación y, despues
de convertirse, le vino la idea de retirarse á
la santa cueva deM anresa en donde «se re­
presentó según sus ideas m ilitares á Cristo
como un general llamando á los hombres á
agruparse bajo sus banderas para combatir
á los enemigos de su gloria, y de aquí nació
su pensamiento de formar una milicia para
la Gloria de Dios y salud de las almas, una
especie de ejército cuyo jefe sería Cristo»
Lafuente— Historia de España, tom. 12 capí­
tulo 23 pág. 169.
Otros muchos detalles y galanas descrip­
ciones, sobre esta fundación, pueden encon­
trarse en el P. Rivadeneyra, C retinan-Joly.
Cantú, Oliver-Copons, Feval, Pidal, etc.
(32) D. Marcelino Menendez Pelayo—
Historia de los Heterodoxos Españoles.
(33) D. Vicente Lafuente.— Historia de
las Universidades.
(34) Debe haber gran exajeración pues
á lo sumo con estos entró en N avarra y hay
que descontar lo que perdió en las anterio­
res acciones y los que dejó de guarnición en
A rtajona—donde puso de alcayde al célebre
Charles de Erviti que tanto figuró en la
historia de Francia— Estella. Pamplona, etc.
(35) Tomó el mando el Duque de Náje-
ra no sin oposición del Conde de H aro
D. Pedro de Velasco primogénito del Con­
destable que alegaba había sido nombrado
Capitan General por los gobernadores de
_ 12« —

acuerdo con el Rey y á él solo pertenecía el


mando supremo; pero el de Nájera no cedió
sosteniendo que como Vi rey era el único
Jwfe »Mi Navarra.
Madrazo asegura que m andaba todo el
ejército D. Francés de Beaumont; aunque
este personaje es sabido figuró mucho en
aquella época. 110 está probado tom ara p a r­
te en esta batalla, y por más que le hubiera
tomado me inclino á creer es una equivoca­
ción el que la dirigiere, pues en presencia
del Duque de Nájera. el Condestable y el
Conde de Haro nadie podría abrogarse tal
facultad.
El único dato en que ha debido poderse
fundar el citado escritor, aunque no lo dice,
es que A sparrot se escapó de un castillo
cuya guarda tenía D. Francés de Beaumont,
y que al dar este sus descargos manifestó
que era su prisionero de guerra y tenía por
ello derecho de vida ó muerte sobre él.
El P. Elizondo dice que A sparrot, dió á
D. Francés 10.100 ducados por su rescate
pero sin disculpar á éste ni decir que le bu
hiera cogido prisionero.
(36) Ocurrió este sangriento hecho en
los campos de Barbatain el día 30 de Junio
de 1521 iluraudo toda la tarde, y las cróni­
cas navarras dicen murieron cerca de 6.000
hombres y los principales caudillos franceses
entre ellos 1). Carlos de Manleón, D. Juan
de Sarafá y el Capitan San M artin.
(37) Fué herido con una maza de hierro
en la frente, quedando ciego y el rostro con
gran deformidad, como para emblema per­
petuo de su turbada conducta, y tan feos
hierros'» Compendio de I-jh Anales de Xararra
de Elizondo, ya citado.
(38) Algunos enemigos de Diego de
Vera trataron de afear su conducta con una
lijereza inconcebible, pero de la información
que de orden del Em perador y á petición
del interesado bízose por D. Ju an de Acuña
apareció el honroso comportamiento del Go­
bernador de Fuenterrabia, y se probó que
había extremado todos los medios raciona­
les do defensa, como era de esperar de tan
valeroso capitan y distinguido artillero.
(39) El Rey Juan rióse al fin obligado á
confesarlo al dirigirse á Luis X II pidiéndole
auxilios de gente «ya que por él se había
perdido».
(40) En la mencionada obra Navarra \j
Lar/ron >,
— 128 —

(41) Dice el P Elizondo que hay que


reconocer que D. Fernando trató cou toda
dulzura y benevolencia á los navarros y que
éstos le juraron de buen grado con solo exi­
girse manifestara «eran súbditos y no vasa­
llos porque al vasallo el Rey le puede tra ta r
como le parezca pero al subdito ha de ha­
cerlo siempre bien».
(42) .Yacarra '-y Logro rio.
(43) Lafuente— Historia de España —
tom. 10, pág. 416; véase el curioso apéndice
que trae este mismo tomo.
(44) Idem, tom. 11. página 45.
(45) Compendio de los Anales de Xaca-
rra, pag, 650 y 651.
(46) Mignet, ('arlos V, su abdicación, su
estancia y muerte en el Monasterio de Yus te;
vertido al castellano por Javier Galvete,
pag. 143.
(47) Papeles de Estado del Cardenal
Granvela, tom. 2, pag. 5o6, Carlos A’ á F eli­
pe II, 5 de Noviembre de 1539.
(48) L a Reina de N avarra— que así
siempre se intituló Ju an a de A lbret—fue
hija de Enrique, Rey titular de N avarra,
príncipe de Bearno, Conde de Fox, de Bi-
gone, de Pentheure y de Perigord, Vizcon­
de de Limoges, Señor de Albret; y de M ar­
garita de Valois herm ana de Francisco I de
Francia y viuda de Cárlos IV , Duque de
Alengon, Conde de Perche y de Rodes, P ar
de Francia, del que 110 tuvo hijos.
Anulado por el Papa, como anteriorm en­
te se manifestó, en 12 de Octubre de 1545 el
enlace de Ju an a con el Duque de Cle-
ves, lo celebró nuevamente cu 20 de O ctu­
bre de 1548 con Antonio de Borbón y A len­
den, II Duque de Vendóme y de Beaumont,
Conde de Marle, prim er P ar y prim er prín­
cipe de la sangre de Francia.
(49) Sandoval Historia de Carlos V.
(50) Después fué el célebre Enrique IV
de Francia.
(51) Véase Mignet, obra ya citada.
(52) Comoun recuerdo.de laN avarra por
la cual tantas veces habían combatido los sol
dados franceses, creó Enrique II en 1558 un
Regimiento de Infantería con aquel nombre.
Componíase al principio de cuatro batallones,
y su prim er coronel fué el Barón de Duras.
Cuando Antonio de Borbón obtuvo el G o­
bierno de Guyena, pasó allí este cuerpo
como una especie de homenaje al que siem­
pre quiso ostentar el dictado de Rey de N a­
— i;30 —

varra, recibiendo nueva organización, y á su


muerte acaecida en Normandía en 17 de No­
viembre de 1502 quedó para la guarda de
su joven heredero Enrique, prestándole muy
buenos servicios cuando en 1589 se coronó
Rey de Francia; en premio á los cuales le
hizo merced de innumerables privilegios, no
siendo el menor dar siempre su coronelía á
los principales m agnates de la córte que lo
tenían á gran honor.
(53) Luis P arís Negociaciones y Mignet
Diario do los sabios, 1859.
(54) P a ra probar la parcialidad y con­
tradicción con que escriben los franceses al
tratarse de la conquista en que nos ocupa­
mos, vamos á copiar todo un párrafo de
Fornerón, en el cual se hallará una contra­
dicción completa, dice así: «Lisongeábase de
que la conciencia de Felipe II no le perm i­
tiría conservar un reino adquirido por una
mezcla de fraude y de violencia sobre todo
desde que se conocían las falsificaciones he­
chas en la bula pontiíicia (parece dar á en­
tender se descubrieron entonces) que había
exigido Fernando el Católico al apoderarse
de N avarra.»
«El Padre Santo, en efecto, no se había
— 131 -

atrevido á negar al poderoso soberano de


las E spañas y de Nápoles la bula reclam ada
para la investidura de Navarra, pero hubo
de creer que quedaba exento de toda res­
ponsabilidad en el crimen de expoliación
por medio de un juego de palabras. No ha­
bía enviado á Fernando más que la copia de
la bula original, en esta pieza un error vo­
luntario del copista había añadido una letra
y una palabra que disfrazaba completamente
el sentido. E sta ingeniosa superchería fué
descubierta algunos años después por F e r­
nando (¿cómo antes dió á entender se des­
cubrió en tiempo de Felipe TI?) el cual se
quejó á su embajador de haberse dejado en­
gañar por el Papa.»
«La copia decía á los subditos del Rey de
Navarra Eosqite ex tune de certero in lirjes vel
Dominos mi nimére cognoscant nec nppellent.»
«El original no tenía el adverbio miiiiine,
en otro lugar el mismo soberano y su esposa
designados por el pronombre eos en la bula,
venían á ser reos en la copia—Ms. Rec of
Spanisch papers. Tom. II pag, 143. F ernan­
do á Jerónim o do Vicli embajador en Roma
Julio 1513-Historia de Felipe 11 por Forneron.
FWf P E L A S N O T á 5 .
ERRATAS■—* IMPORTANTES.
—•
Pág. Lin. Dice. Debe decir.
8 19 indicaba mediaba
12 15 Valois Valois,
14 9 Bretón. Butrón
15 8 primero primero;
15 12 de invaso es los invasores
. que no se hallaba en hacia que este no se
hallase en condi­
condiciones ciones
28 1 causas entre causas (19) entre
32 1 Ruis lluiz
37 11 no les hubiera no la hubiera
42 1 (31) (30)
46 12 consejo concejo
HO 23 pedirle pedirles
05 19 de esto de esta
(59 ! como se prueba P"r y lo prueba una
una
69 11 Misnet Mignet
70 ti animo anima
70 7 descargado descargada
7#0
— 9 y Juana
5 meses más flU0 y 5 meses mas Juana
72 15 Clevez Cleves
77 1 la doble la noble
77 4 en 1528 en 1518
78 21 nos suplicayo nos suplicays
79 o como soyo como soys
79 18 si le debía se la debía
84 17 apresuró apremió
85 1 L‘ Anbesprime L ‘ Anbespinne.
85 2 Eorard Evrard
Pag. Lín. Dice._________ Debe decir.
97 23 Leoncio Leocadio
110 La segunda llave de esta página debe
arrancar de D.a Leonor y D. Gastón.
115 21 Iiantrec Lautrec
116 4 que á esos que á voz
118 7 folleto de Alava folleto Alava
118 15 // minición i/ munición
120 9 de la justa de la jente
120 11 que justa que jente
120 13 parecerme parecesme
123 7 obra obras
123 11 de la compañía de la Compañía
125 10 Cretinan Cretinan
126 11 dirigiere dirigiese
itWiÜMk■. ^
V a lla d o lid .D . P e d r o F e r n a n d e z , T e n ie n te d e l R e g im ie n t a
i n f a n t e r í a , n ú m , 3.
V it o r ia . D . C á r lo s U r io s t e , C a p ita n d e l B a t a lló n C a z a d o ­
r e s . n ilm . 4.
Z am ora. D , R a m ó n F r a n c ia , T e n ie n t e d e l B a ta lló n R e s s r .
v a . n ú m . IOS,
/D , E n r i q u e d e N a v a s . C a p it a n d e l R e g i m i e n t o ín -
„ < f a n t e r i a . n ú m . Sá.
Z a r a g o z a . Tj j u a n i-ja r r i 0) T e n i e n t e d e l B a t a l l ó n R e s e r v a
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