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CAPÍTULO CINCO

JESÚS LE TIENE PROTEGIDO

Involucrándose en la protección de Dios


Cuando usted llega a ser hijo de Dios, adquiere también un enemigo que no tenía
anteriormente. En sus días antes de Cristo, el dios de este mundo no se preocupaba por usted
porque ya formaba parte de su reino. Su meta era mantenerlo allí, cegándolo ante la provisión de
Dios para su salvación (2 Corintios 4:3,4). Pero cuando se vivificó en Cristo, Satanás no se dio
por vencido.

Usted necesita saber lo que Dios ha provisto y aplicarlo a su propia experiencia.

Algunos creyentes están algo paranoicos en cuanto a los poderes malignos, sospechando
que los demonios están escondidos detrás de cada esquina, esperando poseerlos. Este es un
temor sin fundamento. Nuestra relación con los poderes demoniacos en la esfera espiritual es
parecida a nuestra relación con los microbios en la esfera física. Sabemos que los microbios que
nos rodean: en el aire, el agua, la comida, las demás personas, incluso en nosotros mismos. Pero
¿acaso vive con temor constante de contraer alguna enfermedad?

Los demonios son como los pequeños microbios invisibles que buscan a quién infectar.
Nunca se nos dice en las Escrituras que debamos temerles.

La carta magna de protección de los cristianos es Efesios 6:10-18. Lo primero que


necesita ver, en este pasaje que habla de recibir la protección de Dios, es que nuestro papel no es
pasivo. Dios quiere que seamos participantes activos en la defensa espiritual que el ha provisto
para nosotros.

Efesios 6:10-18:
“Fortaleceos en el Señor, vestíos de toda la armadura de Dios, estar firmes contra las
asechanzas. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y
habiendo acabado todo, estar firmes”(Versículos 10-13).

“Si mi posición en Cristo es segura y mi protección está fundada en El, ¿por qué me
tengo que involucrar activamente? ¿Por qué no puedo simplemente descansar en El y permitir
que El me proteja?

Dios, ha provisto todo lo que necesitamos para asegurar la victoria sobre las fuerzas
malignas de la oscuridad.

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Vestido para el éxito.
Efesios 6:14-17.
Cuando nos ponemos la armadura de Dios, realmente nos estamos poniendo a Cristo
(Romanos 13:12-14). Y cuando nos ponemos a Cristo nos trasladamos desde la esfera de la
carne, donde éramos vulnerables al ataque hasta el dominio de Cristo, donde el maligno no nos
puede tocar. Satanás no tiene nada en Cristo (Juan 14:30), y hasta el grado que nos pongamos a
Cristo, el maligno no nos podrá tocar (1 Juan 5:18). Sólo puede tocar lo que está en su nivel.
“No proveáis para los deseos de la carne” (Romanos 13:14), lo cual significa que no debemos
vivir en el nivel de Satanás.

Armadura que ya se ha puesto.


Las partes de la armadura – el cinto, la coraza y el calzado – ya están puestas:
Representan los elementos de su protección que fueron hechos posibles cuando recibió a
Jesucristo y en los cuales se le manda a mantenerse firme.

Ceñidos con la verdad. Jesús dijo: “Yo soy la verdad” (Juan 14:6). No siempre es fácil
seguir escogiendo la verdad. El arma principal de Satanás es la mentira. Si él le puede derrotar
en el área de la verdad, usted llegará a ser un blanco fácil para sus otros ataques.

Si le viene un pensamiento que no está en armonía con la verdad de Dios, despídalo. Si se


le presenta una oportunidad para decir o hacer algo que busca un término medio o está en
conflicto con la verdad, evítela.

Cuando usted aprende a vivir en la verdad todos los días, aprenderá a amar la verdad
porque no tendrá nada que esconder.
Jesús oró: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15).
¿Cómo? “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (v.17). Usted sólo desalojará las
mentiras de Satanás a la luz de la revelación de Dios, y no por medio del razonamiento humano.

Vestidos con la coraza de justicia: No es la justicia de usted sino la de Cristo (1 Corintios


1:30; Filipenses 3:8,9). Así que, cuando Satanás le apunta con un dardo diciendo: “Tú no eres
suficientemente bueno para ser cristiano”, “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el
que justifica” (Romanos 8:33).

Aunque nos regocijamos en nuestra posición de justicia en Cristo, estamos muy


conscientes de nuestras obras de injusticia cuando pensamos decimos o hacemos algo aparte de
Dios.

El remedio de Dios para el pecado está declarado en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. La
confesión no es simplemente decir: “Lo siento”, o “Perdóname”. Confesar (homologeo)
significa reconocer o estar de acuerdo.

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Cuando usted peca, quizá se sienta mal, pero el sentirse mal, o incluso pedirle perdón a
Dios, no es confesión. Usted confiesa su pecado cuando dice lo que Dios dice del pecado:
“Entretuve un pensamiento inmoral, y eso es pecado”; “Fui grosero con mi cónyuge esta
mañana, y eso es malo”; “El orgullo me motivó a buscar esa posición en el comité, y el orgullo
no debe tener lugar en mi vida”.

Satanás hará que le cueste trabajo la confesión lo más posible. Intentara convencerle de
que es demasiado tarde para confesar, que Dios ya ha borrado su nombre del libro de la vida.
Esa es otra de sus grandes mentiras. Su relación con Dios y su destino eterno no peligran cuando
usted peca, pero sí peligra su victoria diaria. La confesión abre el camino para la expresión
fructífera de justicia en su vida diaria.

Calzados los pies. Cuando usted recibe a Cristo, está unido al Príncipe de Paz. Pero la paz
de Cristo es posible sólo cuando permite que la Palabra de Cristo more en usted en abundancia
(Colosenses 3:15,16).

Y es cierto que si no pensamos y creemos de la misma manera, hay fricción en vez de


paz. Pero la doctrina común no es la base del compañerismo; sino la herencia común. Si somos
hijos de Dios, eso es suficiente para unirnos en paz. En vez de insistir en la unidad de la mente,
preservemos la unidad del Espíritu al tomar la iniciativa de ser pacificadores en nuestras
relaciones (Mateo 5:9; Efesios 4:3). “El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros
pies” (Romanos 16:20).

El resto de la armadura.
Tres partes más de la armadura que tenemos que tomar para protegernos del ataque de
Satanás: el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, la cual es la Palabra
de Dios.

Tomad el escudo de la fe: La fe bíblica es simplemente lo que uno cree en cuanto a Dios
y Su Palabra. Mientras más sepa de Dios y Su Palabra, más fe tendrá.

Cuando un pensamiento de engaño, una acusación o una tentación entra en su mente,


derrótelo de frente con lo que usted conoce como la verdad en cuanto a Dios y Su Palabra.

Tomad el yelmo de salvación: El yelmo también asegura la protección de la parte más


importante: su mente, donde se ganan o se pierden las batallas espirituales.

Las personas que experimentan el conflicto espiritual tienen la tendencia de dudar de su


salvación o su identidad en Cristo. Satanás puede trastornar su victoria diaria, pero no puede
hacer nada para trastornar su posición en Cristo.

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Satanás es el gobernador de este mundo, y todo el mundo está dentro de su poder (Juan
12:31; 1Juan 5:19). Cristo nos ha “librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino
de su amado Hijo” (Colosenses 1:13).

La espada del Espíritu: Debemos defendernos del maligno al hablar en voz alta la verdad
de Dios. Usted puede comunicarse con Dios en su mente y espíritu porque El conoce sus
pensamientos y las intenciones de su corazón (Hebreos 4:12). Su comunión silenciosa con Dios
es un santuario privado; Satanás no puede espiar allí. Pero en contraste, si usted sólo le dice en
su mente a Satanás que se aleje, no se alejará, porque no le puede escuchar. Usted tiene que
derrotar a Satanás al hablar en voz alta.

La fuerza física no tiene nada que ver con el éxito en la batalla espiritual (2 Corintios
10:4); es la fuerza del Señor la que hacer huir a los espíritus malignos. El poder está en la
Palabra hablada.

El poder protector de la oración


¿Qué es la oración? Es la comunicación con Dios por medio de la cual expresamos
nuestra dependencia en El. Dios sabe lo que necesitamos en nuestra batalla contra los poderes de
la oscuridad, y está más dispuesto a cumplir nuestras necesidades que nosotros en pedírselo.
Pero Dios no actuará hasta que nosotros expresemos nuestra dependencia en El por medio de la
oración. En oración decimos: “Tú eres Señor, y no yo. Tú sabes lo que es mejor, yo no sé. No te
estoy diciendo qué debes hacer; Te estoy preguntando. Declaro mi dependencia en Ti”.

“Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con
toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:18).

“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir
como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros como gemidos
indecibles” (Romanos 8:26).

Orando por la vista espiritual


Hay varias necesidades específicas que debemos considerar como blancos para la oración
en la batalla espiritual. Una necesidad tiene que ver con la condición de ceguera que Satanás ha
infligido en los incrédulos (2 Corintios 4:3,4). Las personas no pueden venir a Cristo a menos
que sus ojos espirituales se abran.

La oración es el arma principal para combatir la ceguera espiritual. “Y esta es la


confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y
si sabemos que él nos oye en cualquier cosa que pedimos, sabemos que tenemos las peticiones
que le hayamos hecho” (1 Juan 5:14,15). E inmediatamente retó a los creyentes a aplicar este
principio al pedirle a Dios que les diera vida a los incrédulos (versículo 16). Nuestra estrategia
evangelística tiene que incluir la oración autoritaria para que la luz de Dios penetre en la
ceguera satánica.

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También necesitamos orar como lo hizo Pablo en Efesios 1:18 y 19, que los ojos de los
creyentes se alumbren para comprender nuestra herencia en Cristo de poder, autoridad y
protección espirituales.

Atando al hombre fuerte


Otro blanco para la oración autoritaria es el “hombre fuerte” mencionado en Mateo 12:29.
Jesús dijo, “Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, saquear sus bienes,
si primero no le ata?” Estaba diciendo que uno no puede rescatar a las personas de las ataduras
de la ceguera espiritual o la influencia demoníaca a menos que primero ate al que lo tiene
atrapado. El poder de Satanás ya está roto, pero no soltará nada que cree poder conservar hasta
que ejerzamos la autoridad que nos ha delegado el Señor Jesucristo.

Cuando oramos, no estamos intentando persuadir a Dios a unirse a nuestro servicio para
El; la oración es la actividad de unirnos a Dios en Su ministerio. Una vez que Satanás esté atado
por medio de la oración, él tiene que soltarlas.

Con demasiada frecuencia proclamamos las virtudes del cristianismo a los incrédulos
como alguien afuera de una prisión proclamándoles a los prisioneros las virtudes del mundo
libre. Pero si alguien no ata a los guardias de la prisión y no abre las puertas, ¿cómo podrán
experimentar la libertad de la que les hablamos?

Dios no tan sólo le ha equipado con todo lo que necesita para defenderse del ataque del
hombre fuerte, sino que también le ha equipado y autorizado para llevar a cabo la misión de
buscar y rescatar las vidas de los que siguen en las garras del diablo.

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