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Algunos creyentes están algo paranoicos en cuanto a los poderes malignos, sospechando
que los demonios están escondidos detrás de cada esquina, esperando poseerlos. Este es un
temor sin fundamento. Nuestra relación con los poderes demoniacos en la esfera espiritual es
parecida a nuestra relación con los microbios en la esfera física. Sabemos que los microbios que
nos rodean: en el aire, el agua, la comida, las demás personas, incluso en nosotros mismos. Pero
¿acaso vive con temor constante de contraer alguna enfermedad?
Los demonios son como los pequeños microbios invisibles que buscan a quién infectar.
Nunca se nos dice en las Escrituras que debamos temerles.
Efesios 6:10-18:
“Fortaleceos en el Señor, vestíos de toda la armadura de Dios, estar firmes contra las
asechanzas. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y
habiendo acabado todo, estar firmes”(Versículos 10-13).
“Si mi posición en Cristo es segura y mi protección está fundada en El, ¿por qué me
tengo que involucrar activamente? ¿Por qué no puedo simplemente descansar en El y permitir
que El me proteja?
Dios, ha provisto todo lo que necesitamos para asegurar la victoria sobre las fuerzas
malignas de la oscuridad.
Ceñidos con la verdad. Jesús dijo: “Yo soy la verdad” (Juan 14:6). No siempre es fácil
seguir escogiendo la verdad. El arma principal de Satanás es la mentira. Si él le puede derrotar
en el área de la verdad, usted llegará a ser un blanco fácil para sus otros ataques.
Cuando usted aprende a vivir en la verdad todos los días, aprenderá a amar la verdad
porque no tendrá nada que esconder.
Jesús oró: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15).
¿Cómo? “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (v.17). Usted sólo desalojará las
mentiras de Satanás a la luz de la revelación de Dios, y no por medio del razonamiento humano.
El remedio de Dios para el pecado está declarado en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. La
confesión no es simplemente decir: “Lo siento”, o “Perdóname”. Confesar (homologeo)
significa reconocer o estar de acuerdo.
Satanás hará que le cueste trabajo la confesión lo más posible. Intentara convencerle de
que es demasiado tarde para confesar, que Dios ya ha borrado su nombre del libro de la vida.
Esa es otra de sus grandes mentiras. Su relación con Dios y su destino eterno no peligran cuando
usted peca, pero sí peligra su victoria diaria. La confesión abre el camino para la expresión
fructífera de justicia en su vida diaria.
Calzados los pies. Cuando usted recibe a Cristo, está unido al Príncipe de Paz. Pero la paz
de Cristo es posible sólo cuando permite que la Palabra de Cristo more en usted en abundancia
(Colosenses 3:15,16).
El resto de la armadura.
Tres partes más de la armadura que tenemos que tomar para protegernos del ataque de
Satanás: el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, la cual es la Palabra
de Dios.
Tomad el escudo de la fe: La fe bíblica es simplemente lo que uno cree en cuanto a Dios
y Su Palabra. Mientras más sepa de Dios y Su Palabra, más fe tendrá.
La espada del Espíritu: Debemos defendernos del maligno al hablar en voz alta la verdad
de Dios. Usted puede comunicarse con Dios en su mente y espíritu porque El conoce sus
pensamientos y las intenciones de su corazón (Hebreos 4:12). Su comunión silenciosa con Dios
es un santuario privado; Satanás no puede espiar allí. Pero en contraste, si usted sólo le dice en
su mente a Satanás que se aleje, no se alejará, porque no le puede escuchar. Usted tiene que
derrotar a Satanás al hablar en voz alta.
La fuerza física no tiene nada que ver con el éxito en la batalla espiritual (2 Corintios
10:4); es la fuerza del Señor la que hacer huir a los espíritus malignos. El poder está en la
Palabra hablada.
“Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con
toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:18).
“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir
como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros como gemidos
indecibles” (Romanos 8:26).
Cuando oramos, no estamos intentando persuadir a Dios a unirse a nuestro servicio para
El; la oración es la actividad de unirnos a Dios en Su ministerio. Una vez que Satanás esté atado
por medio de la oración, él tiene que soltarlas.
Con demasiada frecuencia proclamamos las virtudes del cristianismo a los incrédulos
como alguien afuera de una prisión proclamándoles a los prisioneros las virtudes del mundo
libre. Pero si alguien no ata a los guardias de la prisión y no abre las puertas, ¿cómo podrán
experimentar la libertad de la que les hablamos?
Dios no tan sólo le ha equipado con todo lo que necesita para defenderse del ataque del
hombre fuerte, sino que también le ha equipado y autorizado para llevar a cabo la misión de
buscar y rescatar las vidas de los que siguen en las garras del diablo.