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INSTITUTO DE EDUCACIÓN SUPERIOR

PEDAGÓGICO PRIVADO
“CAJAMARCA”

Educación Inicial

V Ciclo

MIS CUENTOS

DOCENTE: ZEGARRA PAREDES ADRIANA.

ALUMNA: LLANOS CORREA KATHERINE FIORELLA

CURSO: DESARROLLO DE LA COMUNICACIÓN EN LA

PRIMERA INFANCIA

Cajamarca – Perú

2023
LA LLUVIA TIENE LA CULPA

Jamás imaginó don Manuel lo que le iba a suceder aquel día miércoles cuando

conducía su vieja camioneta de Cajamarca hacia el distrito de Jesús.

En las afueras de la ciudad, un campesino acongojado le dijo:

- Patroncito, lléveme con mi cajón a Jesús.

- Súbelo – ordenó don Manuel.

Era un ataúd vacío que el campesino había comprado para su muerto.

De pronto, comenzó a llover fuertemente. El campesino no tardó en meterse

dentro del ataúd para protegerse del aguacero.

En el trayecto, otras personas abordaron el vehículo previa autorización de

don Manuel.

Inesperadamente, el campesino levantó a medias la tapa del ataúd y sacó la

mano para constatar si continuaba la lluvia.

Los pasajeros no pudieron controlar el terrible espanto. Se les fue el alma

viendo que otra alma salía del cajón. Pálidos, sombrero en mano y con los

pelos erizados se lanzaron de la camioneta y emprendieron una despavorida

carrera en distintas direcciones.

Al parecer, hasta ahora siguen corriendo, mientras don Manuel no puede

olvidar aquel espeluznante día de miércoles.

LUZMÁN SALAS SALAS


EL ARMARIO

Nos gustaba la casa porque además de espaciosa y antigua (hoy que las

casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales)

guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros

padres y toda la infancia.

Una de las esquinas de la casa carecía de iluminación. Cerrando el ángulo

había un rústico armario de caoba que acentuaba la penumbra. Caridad, la

hermana mayor, cuidaba con esmero nuestra orfandad de niños y las pocas

cosas heredadas. Era dulce y abnegada, sustituta de mamá, más que afecto

fraternal nos brindaba cariño maternal. Nunca supimos que había vivido

algún romance. Jamás la vimos inquieta de amores.

- ¡Cuántas veces les he dicho que no deben acercarse a ese armario! – nos

advirtió con energía.

- ¿Por qué? – le pregunté atrevidamente.

- Porque así lo ordenó mamá antes de morir.

Aceptamos la razón, pero nos invadió la curiosidad: ¿qué había dentro de

ese pequeño recinto de madera?, ¿joyas?, ¿vestido de novia?, ¿santos?,

¿armas?, ¿dinero?, ¿cartas?, ¿un cadáver?

La tarde se iba y antes de cerrar el día vimos a un hombre que

presurosamente salía por detrás del armario.

- Mañana nos veremos, Caridad –dijo y se escurrió furtivamente.

Entonces comprendimos que el amor también se esconde en los armarios.

LUZMÁN SALAS SALAS


EL AVIÓN DE PAPEL

Francisco era un niño de ocho años, que tenía como sueño ser un aviador muy

famoso. Vivía en una modesta granja llamada Porción y era muy feliz junto a

sus padres y hermano. Un día, sentado en el tronco de un árbol, muy

decidido se dijo así́ mismo: “Haré un avión junto con mi hermano Rafael y

volaremos por los aires como palomas”.

Al otro día le preguntó a su hermano ¿De qué́ podrían construir un avión? Y

Rafael le contestó:

– No sé, tal vez algún día te dé la respuesta, se hace necesario tantos

materiales, es muy difícil que tu sueño se realice.

Pasaron algunos meses y Francisco seguía con la idea fija en la cabeza. Una

mañana radiante de sol, su rostro se iluminó con una sonrisa; parece que

había encontrado la respuesta a su inquietud; y sentándose sobre un banco

de madera, empezó́ a fabricar un pequeño avión de papel. Se demor ó́ mucho

en hacerlo, hasta utilizó sus horas de trabajo de la granja, empleó un sin

número de materiales y aditamentos para fabricar su hermoso sueño:

corchos, ligas, palitos de fósforo, goma de árboles, pinturas hechas de

piedras molidas de colores sacadas del río, pinceles de cola de vaca y hasta

plumas de aves para darle los acabados.

Pero todo comienzo tiene fin, terminó su obra maestra e inmediatamente

fue a probarlo en el jardín. Volaba muy bien y por largo rato. Francisco

saltaba de alegría, se tiraba de volantines y gritaba en el campo, estaba muy

emocionado y contento.
Dejó el invento encima de su mesa de trabajo, abri ó́ las ventanas de su

cuarto y se puso a ordenar sus cosas; para luego, ir a ordenar las vacas de

su granja ya que su madre le hacía recordar que se estaba haciendo tarde.

Esa noche el cielo empezó́ a amenazar con su manto oscuro y daba señales

que iba a ocurrir una catástrofe. Una fuerte tormenta empez ó́ a azotar los

alrededores de la granja, los árboles parecían desgajarse y se inclinaban

como si fueran a caer, el viento silbaba como queriendo arrastrar los techos

de las casas.

Con gran trabajo metieron a los animales a su establo; entraron a la casa y

empezaron a cerrar las puertas y ventanas para que no ocurriera ningún

daño dentro de esta. Pero, cuando Francisco se dirigía rápidamente a su

cuarto para cerrar las ventanas miró hacia la cómoda y el avioncito de papel

ya no estaba. Lo buscó durante mucho tiempo. Sin duda, que fue arrastrado

por el fuerte viento. Sin embargo, ya cansado y triste se dijo: “mañana

empezaré a construir otro”.

Día tras día, hacia muchos aviones, pero ninguno igualaba al primero. Sus

padres le consolaban diciéndole que algún día mejoraría su invento. Pero

Francisco ya había hecho un invento, al pequeño avión desaparecido lo vieron

volar por los cielos de varios países, las noticias comentaban este
acontecimiento. Hasta que un día llegó a un lugar donde la temperatura

había variado y el avión cambió de ruta y siguió́ volando sin cesar.

Llegó hasta un pueblo donde estaban celebrando la navidad, en esa época

nevaba mucho en aquel lejano lugar y un trozo de nieve hizo caer al

avioncito, justo a los pies de un pequeño que lloraba su desgracia por no

poseer dinero para comprarse un juguete; el niño al ver al avioncito

agradeció́ a Dios y se puso a jugar con él, empez ó́ a hacerlo volar; el

avioncito como si hubiese recobrado vida volaba alrededor del pequeño.

Pasó mucho tiempo para que el avioncito volviera a volar alto, ya que el niño

lo cuidaba con mucho esmero y lo trataba con cariño. Una tarde cuando el

sol caía en el horizonte, el niño puso su nombre al avioncito y fue al campo

para hacerlo volar y sucedió́ algo increíble, el avioncito escapó de las manos

del niño que había sido muy feliz al tenerlo a su lado.

Habían pasado quince años y una tarde de tormenta el avioncito de papel

cayó en la granja de Francisco. Al encontrarlo, Francisco record ó́ a su obra

maestra, la cogió́ con ternura y leyó́ el nombre que tenía en una de las alas.

En eso su hermano Rafael que le estaba contemplando le dijo:

– ¡Has hecho una buena obra!, ¡Tu sueño se ha cumplido!

Desde ese día, Francisco se dedicó́ a fabricar aviones, pero ya no eran de

papel; sino de madera, con la misma estructura y peso para que pudiera

elevarse y por fin con un nuevo método y mecanismo de vuelo, fueron los

juguetes más vendidos de la región, instalando con las ganancias una fábrica

de juguetes que le llevó a Francisco a realizar su añorado sueño: ser famoso.

LUZMÁN SALAS SALAS


“MUÑÓN PELEADOR”

Le llamaban “Muñón, Peleador Callejero”. Su tez era morena, medía un metro

sesenta y no se hacía de rogar para cualquier mandado que los vecinos le

encargaban. Con una sonrisa amplia siempre aceptaba. Su nombre era Mario

y había traspasado las fronteras del barrio, vivía entrenando con una vieja

pelota de básquetbol metida en una palanca de caja de cambios, de un viejo

chasis que había en el parque del barrio San Pedro.

Allí golpeaba con su muñón derecho, amarrado con una venda gruesa de

costal de yute, que había hecho para su práctica contínua, que era casi

todas las noches. Los vecinos le contemplaban sorprendidos. Un día el

maestro de carpintería del colegio donde estudiaba, reunió a los moradores

del barrio y empezó́ a contarles la siguiente historia:

Cierta tarde, les di un trabajo para elaborar unas mesitas de sala, el salió

muy contento a la carpintería de su tío a cortar una tabla, pero no se dio

cuenta que la tabla estaba mal labrada y por querer enderezar un retazo de

varilla, deslizó su mano derecha a velocidad hacia la sierra y zaaazzz... se la

amputó. Los gritos de los trabajadores –en la carpintería– fueron

desesperantes; pero él, muy valiente envolvió su brazo con su chompa, cogió

su mano del suelo y la metió a una bolsa y sin decir palabra salió a la calle,

subió́ a un mototaxi y enrumbó al hospital. Iba desangrándose por el camino,

al llegar al nosocomio los médicos hicieron lo imposible por querer coser su

mano, pero les fue imposible por la rotura del hueso, pero a pesar de haber

perdido mucha sangre le salvaron la vida, dos de sus mejores amigos le

donaron sangre, por eso se vanagloria diciendo que su sangre se ha

fortalecido y que eso le dará más larga vida.


Una noche –procedió el maestro– fue a ver una película de box y se

identificó con uno de los personajes de la pelea. Sacando garra y coraje

empezó a entrenar con su brazo amputado y hasta lo fortaleció en un

depósito con brasas de carbón y arena caliente ¡y vaya, que logró tener un

entrenamiento eficaz!, porque con el brazo con el muñón, tiene una fuerza

fuera de lo común, ya ha desafiado a los más pintaditos del barrio y se ha

ganado la chapa de “Muñón Peleador Callejero”.

Así fue como Mario perdió su mano derecha, finalizó su profesor, por eso le

tenemos mucho aprecio y cariño en el colegio, por su coraje y porque sigue

pensando en su familia. Mario escuchaba el relato con una enorme sonrisa en

los labios... Todos los allí presentes empezaron a aplaudir y a mirarlo con

respeto y admiración.

LUZMÁN SALAS SALAS


LA ARAÑA TEJEDORA

De pronto saltó como una pequeña sombra oscura y me mordió el dedo

pulgar. Tenía una cabeza color negra naranja y trepaba a velocidad. Mi dedo

empezó a inflamarse, se volvió morado y alrededor de la picadura

aparecieron pequeños globitos, me daba escozor, empezó a quemarme toda

la mano, de inmediato la introduje en un balde con agua, pero no me calmaba,

tuve que echarle un poco de alcohol y ¡Oh! ¡Que alivio!

Cogí mi zapato negro y con el taco empecé a golpear la pared, con fuerza,

furiosamente, pero se escurría, era difícil de atrapar, contemplé la pared y

había muchas huellas del taco del zapato. De pronto un golpe de suerte, se

escuchó como chamisa húmeda en el fuego, y empezó a doblarse junto con su

enorme red que estaba prendida en la pared.

El día anterior, la había visto, era de color naranja negruzca, con rayitas

plomas en el cuerpo y tejía rápidamente. Era toda una experta, sus

movimientos eran ágiles y veloces, habían hecho un tejido de regular

tamaño, casi no se veía porque se enredaba entre sus caminos que

entrecruzaba con increíble técnica.

La dejé hasta el siguiente día y al levantarme: observé en la pared una gran

red blanca con difíciles laberintos. La curiosidad hizo que pusiera mi dedo

para tocar el grosor y la fibra de hilo, pero saltando como una guerrera al

acecho me atacó y su tenue chillido se internalizó en mi alma. Me

mordió...me mordió hasta hacerme sangrar... Pero, ese fue su fin.

LUZMÁN SALAS SALAS


LA RAZÓN DE VIVIR

¡El Comercioooo! ¡La Industriaaaaa! ¡La Repúblicaaaa! ¡El Clariiiiiiiín!

¡Panoraaamaaaa!... se escuchaba a los pregoneros de diarios en el ambiente.

La voz chillona iba y venía con desesperanza, tratando de que alguien tal vez

comprara algún diario... Se acercó a mi, pobre infeliz como si yo le pudiera

comprar, me miró con ojos de perro melancólico, hurgué en mis bolsillos y

hubo una moneda que sirvió para comprar un diario. Maldecía la triste

miseria con que uno vive con estos sueldos de hambre; si yo pudiera ayudarle

decía en mi interior. Tanta miseria, tanta hambre y este niño ni siquiera

puede completar para un miserable menú. Me sonrió complacido... y se fue

diciéndome ¡gracias señor! ¡Muchas gracias señor!

 – ¿Cómo te llamas? –le pregunté–.

 – Carlo –me contestó–.

 – ¿Cuántos años tienes? –volví a preguntarle–.

 – Doce –me replicó él–.

 - ¿Desde cuándo vives en silla de ruedas?

 - Desde hace cuatro años –me dijo a secas, para aclarar luego– yo

tengo que trabajar para ayudar en mi casa. Es increíble como mi

madre trabaja para poder sostenernos y sobrevivir. Felizmente una

señora se apiadó de mí y me regaló esta silla de ruedas.

 - ¿Cuántos hermanos son ustedes?

 - Somos ocho.

 - ¿Y tu padre?

 - Hace seis años que murió en un accidente, desde entonces vivimos

en tristeza. Es importante tener un papá en la casa, señor.


Los ojos de Carlo se llenaron de lágrimas y se alejó, dejándome con el

corazón hecho un ovillo. Si hubiera tenido más dinero ¡por la

pucha!...Aquella experiencia atravesó mi alma de lado a lado, todas las

mañanas me levantaba y oraba para que niños como Carlo tuvieran que

progresar, que llegaran a ser grandes algún día.

Una mañana de reposo escuché un programa televisivo que lastimaba mucho

el espíritu, quienes estaban en la televisión dando testimonio eran

adolescentes y jóvenes que poseían una increíble mentalidad, eran

superdotados en inteligencia, pero no tenían el respaldo ni el apoyo del

sistema donde vivían. Pasaron unas semanas y me consternó saber que uno

de estos jóvenes murió por tuberculosis; una mente lúcida que tenía que

trabajar en academias para sostener y dar de comer a su familia; ¡Cuánto

desperdicio carajo! Como mueren los que más saben, en un sistema tan

miserable como el nuestro.

Pasaron ocho años y una mañana fría, nublada, ora grisácea, ora burlona,

tropecé con un joven que andaba con muletas, de terno y con una muy buena

apariencia, me tendió la mano y...

 - ¡Hola señor! –me dijo– ¿me recuerda?

 - ¡No!, –le contesté un poco confundido–.

 - Yo soy Carlo, el de los periódicos –me replicó–.

- Vaya, vaya... ¿Cómo has cambiado Carlo? ¿en qué trabajas ahora? ¿qué

eres?

- Trabajo en una empresa de enlatados de la capital y me dedico a recorrer

empresas del país para ofrecerlos. Soy un agente vendedor.


- Aparte de eso, ¿te dedicas a otra cosa?

- ¡Sí!, soy el presidente nacional de los minusválidos y en cada lugar que llego

trato de formar una asociación, para que muchos de los niños que tienen

deficiencias físicas y son pobres, no padezcan como yo padecí. Cada

asociación hace sus actividades y sacan recursos para su tratamiento en la

clínica San Juan de Dios, que fue en donde me rehabilité.

- ¡Que hermosa es tu labor, Carlo! ¡te felicito! Y, ojalá cumplas con las metas

que te has trazado.

- Es fácil lograrlo señor –los ojos de Carlo se iluminaron y habló con mucho

entusiasmo, casualmente venía conversando con un niño que trabaja de

patrullero escolar evitando que muchos microbuses se estrellen

diariamente– han ocurrido muchos accidentes en su zona y hoy él las evita;

él también es lisiado; pero eso no es obstáculo cuando se tiene ganas de

hacer algo por los demás, este niño se educa en el colegio más antiguo del

norte del Perú.

- Deben estar orgullosos sus maestros y compañeros.

- Si señor, porque es un ejemplo para los ciudadanos, pero no sé si nos

reconozcan, muchas veces no nos valoran, no nos hacen caso, nos desprecian

o son indiferentes con quienes tenemos deficiencias físicas, pero muchos

hemos aprendido a superar estas barreras. Quisiera que el mundo sea una

gigantesca cadena de apoyo, de ayuda para toda la humanidad sufriente.

En estas palabras de Carlo se encerraba el sueño extraordinario de una

mente y corazón sanos ¿Cuántos pensamos como Carlo? ¿por qué el egoísmo
crece en las personas? ¿por qué algunos llevan veneno en el alma? ¿por qué

el hombre se revela contra el mismo hombre?

Muchas preguntas se me vinieron a la memoria. Fue una mañana de cosecha,

de frutos, de tanta pureza, como poca hay en esta parte del planeta. Me

despedí de Carlo, deseándole los mejores augurios. No sé si lo volveré a ver,

pero sí estoy convencido que la labor que hace cada día es un hermoso

milagro para la humanidad. Amigo si alguna vez lees este relato recuerda

que tú eres Carlo y que cojeas con tu conciencia o no miras con ojos del alma

¡Por favor! No dejes morir la ilusión de tantos que necesitan tu ayuda.

LUZMÁN SALAS SALAS


UN NIÑO CERCA AL ARCO IRIS

Se llamaba Pedrito, muchas veces dormía en las casetas de la plaza San

Martín. Lustraba zapatos hasta altas horas de la noche y estudiaba en una

escuelita de Villa María, en donde vivía con la alegría de todo niño. Eran

siete hermanos y él era el mayor, tenía once años y todos los días hacía el

recorrido hasta la plaza San Martín, en donde con una enorme sonrisa pedía

a los transeúntes limpiarles los zapatos.

Muchos accedían a su petición considerando que la suya era una manera

honrada de ganarse la vida y porque no hacía ningún tipo de jugadas al

tiempo de cobrar, como lo hacían otros de sus compañeros de trabajo,

pidiendo un precio y después cobrando otro muy diferente. Cuando la noche

le caía encima y no podía regresar a su casa, dormía en la calle, encima de

cartones y tapando con periódicos su cuerpo frío por la brisa de la noche.

Era muy hábil, con ojos vivaces, rostro bronceado por el sol costeño y tenía

las manos manchadas por los diferentes colores de las tintas que utilizaba,

su piscina era la pileta de la Plaza de Armas o la de la Plaza San Martín,

aunque muchas veces fue corrido por los policías municipales que las

cuidaban.

Sabía desplazarse por la ciudad y era muy independiente, su madre le había

encargado en la casa de los petisos; pero, como ahí no le daban propina para

llevar a sus hermanos un poco de pan, tenía que trabajar y muchas veces se

escapaba de este albergue, que no permitían que trabaje y en donde les

orientaban acerca de la defensa del derecho y del aspecto laboral para que

no se dejaran explotar.
Pero él tenía que trabajar porque de grande quería ser un gran doctor, así

les decía a sus amigos de las calles ¡nunca me quedaré de lustrador!, solía

decir con mucha convicción. Los domingos, Pedrito miraba con tristeza a

muchos niños que paseaban con sus padres, lamiendo sus helados de colores,

tal vez era el arco iris de su vida, porque al llevarse los dedos manchados de

colores a su boca se imaginaba que era un helado.

Muchas veces, miraba las tardes rosadas de verano y se imaginaba estar en

un gran hospital curando enfermedades, se imaginaba estar cuidando y

curando a su hermano menor que había nacido lisiado y regalando medicina a

todos sus amigos humildes de su barrio, pero su sueño no le duró mucho

tiempo, fue una noche de agosto en que el cansancio había saturado su

endeble cuerpecito y se puso a dormitar

Él siempre quiso ser famoso y su deseo se cumplió cuándo murió, porque la

noticia de su muerte salió en todos los periódicos de la gran ciudad capital.

Su madre se enteró, cuando unos vecinos le comentaron que había muerto.

La pobre madre desesperada fue a la morgue del hospital a retirar el cuerpo

de su menor hijo y empezó a pedir ayuda para enterrar a su niño.

Muchas personas de buen corazón colaboraron para ser enterrado y recién

las autoridades a raíz de este suceso empezaron a reorganizar sus

albergues para cobijar a tantos niños de la calle que sufrían como Pedrito.

En Villa María, una de estas casas lleva su nombre y su fotografía está

colgada en la pared recordando su sacrificio y su efímera existencia.

LUZMÁN SALAS SALAS


LA SOMBRA

Y la sombra crecía, crecía cada vez más, se agigantaba como si hubiera

salido del vientre de la tierra. Apresuré el paso, mi cuerpo empezó a

temblar, sudaba frío y empecé a caminar más ligero, quise gritar, pero un

nudo en la garganta ahogó mi voz, no pude pronunciar palabra, estaba

paralizado, me acordé de la conferencia del Psicólogo de la Universidad y la

palabra miedo retumbaba en mis sentidos.

Cuando uno esta aterrorizado por el miedo decía el psicólogo, la persona

enmudece y el silencio se hace profundo, vacío, hierático, hasta que el aire

en los pulmones se reduce y el corazón retumba en los oídos como tambores

de guerra...

De pronto, me acordé porque estaba allí, había terminado un trabajo de

investigación de la universidad, estaba consultando acerca de unos gráficos

de estadística en la casa de mi hermano; el tiempo se nos había escapado de

las manos como un tren sin frenos... eran las doce de la noche y tenía que

caminar por la avenida Reyna Farje, del barrio Aranjuez, todo el ambiente

estaba silencioso, caminaba casi somnoliento y observé esa enorme sombra

que se me acercaba, pero como arte de magia cruzaron dos vehículos con

sus faros prendidos y se llevaron a la sombra.

Al fin respiré con alivio y cuando me estaba recuperando del susto observé

que una sombra pequeña me seguía y otra se me adelantaba, en la medida

que apresuraba el paso las sombras se multiplicaban, llegue a contar hasta


diez, pensé que me perseguían para asaltarme, miré de reojo, a la izquierda

y no había nadie, observé a la derecha y tampoco descubrí a nadie, voltee

con violencia y ¡Uf! No había nadie, mi cuerpo sudaba con un frío intenso, me

di cuenta de la luz muy tenue y de los múltiples postes de metal que hacían

parpadear sus luces con unas pequeñas bombillas de neón.

Cuando ya estaba más tranquilo, la sombra apareció con violencia y empezó a

enredarse en los postes, en las veredas, luego en mi cuerpo; el sonido del

timbre de bicicletas me despertó e hizo que me pusiera más alerta. Cuando

las ocho bicicletas pasaron alumbrando el camino, la sombra se desenredó

de mi cuerpo y se colocó delante mío. Ahora la luz era más clara, los postes

eran de cemento y más altos y la sombra estaba frente a mí, más negra que

antes, más oscura que nunca; tenía la misma forma que mi cuerpo.

Apresuré el paso para llegar a la puerta de mi casa, el ladrido de los perros

me sobresaltó, aullaban como si hubiesen visto rondando la sombra de un

ánima, empecé a correr y la sombra también corría. De pronto me sobreparé

de golpe y la sombra también se detuvo. ¡Maldita sea! me dije, empecé a

reír, ja, ja, ja, ja, ja, ja, já... era mi propia sombra.

LUZMÁN SALAS SALAS


EL AVIÓN DE PAPEL

Francisco era un niño de ocho años, que tenía como sueño ser un aviador muy

famoso. Vivía en una modesta granja llamada Porcón y era muy feliz junto a

sus padres y hermano. Un día, sentado en el tronco de un árbol, muy

decidido se dijo así mismo: “Haré un avión junto con mi hermano Rafael y

volaremos por los aires como palomas”.

Al otro día le preguntó a su hermano ¿De qué podrían construir un avión? Y

Rafael le contestó:

– No sé, tal vez algún día te dé la respuesta, se hace necesario tantos

materiales, es muy difícil que tu sueño se realice.

Pasaron algunos meses y Francisco seguía con la idea fija en la cabeza. Una

mañana radiante de sol, su rostro se iluminó con una sonrisa; parece que

había encontrado la respuesta a su inquietud; y sentándose sobre un banco

de madera, empezó a fabricar un pequeño avión de papel. Se demoró mucho

en hacerlo, hasta utilizó sus horas de trabajo de la granja, empleó un sin

número de materiales y aditamentos para fabricar su hermoso sueño:

corchos, ligas, palitos de fósforo, goma de árboles, pinturas hechas de

piedras molidas de colores sacadas del río, pinceles de cola de vaca y hasta

plumas de aves para darle los acabados.

Pero todo comienzo tiene fin, terminó su obra maestra e inmediatamente

fue a probarlo en el jardín. Volaba muy bien y por largo rato. Francisco

saltaba de alegría, se tiraba de volantines y gritaba en el campo, estaba muy

emocionado y contento.
Día tras día, hacía muchos aviones, pero ninguno igualaba al primero. Sus

padres le consolaban diciéndole que algún día mejoraría su invento. Pero

Francisco ya había hecho un invento, al pequeño avión desaparecido lo vieron

volar por los cielos de varios países, las noticias comentaban este

acontecimiento. Hasta que un día llegó a un lugar donde la temperatura

había variado y el avión cambió de ruta y siguió volando sin cesar.

Llegó hasta un pueblo donde estaban celebrando la navidad, en esa época

nevaba mucho en aquel lejano lugar y un trozo de nieve hizo caer al

avioncito, justo a los pies de un pequeño que lloraba su desgracia por no

poseer dinero para comprarse un juguete; el niño al ver al avioncito

agradeció a Dios y se puso a jugar con él, empezó a hacerlo volar; el

avioncito como si hubiese recobrado vida volaba alrededor del pequeño.

Pasó mucho tiempo para que el avioncito volviera a volar alto, ya que el niño

lo cuidaba con mucho esmero y lo trataba con cariño. Una tarde cuando el

sol caía en el horizonte, el niño puso su nombre al avioncito y fue al campo

para hacerlo volar y sucedió algo increíble, el avioncito escapó de las manos

del niño que había sido muy feliz al tenerlo a su lado.

Habían pasado quince años y una tarde de tormenta el avioncito de papel

cayó en la granja de Francisco. Al encontrarlo, Francisco recordó a su obra

maestra, la cogió con ternura y leyó el nombre que tenía en una de las alas.

En eso su hermano Rafael que le estaba contemplando le dijo:

– ¡Has hecho una buena obra!, ¡Tu sueño se ha cumplido!

Desde ese día, Francisco se dedicó a fabricar aviones, pero ya no eran de

papel; sino de madera, con la misma estructura y peso para que pudiera

elevarse y por fin con un nuevo método y mecanismo de vuelo, fueron los
juguetes más vendidos de la región, instalando con las ganancias una fábrica

de juguetes que le llevó a Francisco a realizar su añorado sueño: ser famoso.

LUZMÁN SALAS SALAS

MI LORITO PARLANCHIN

Herman dejaba pasar la tarde

mirando cómo en las laderas

de la otra banda, los cerros

del Este dibujaban la sombra

del horizonte contrario, que

subía en la medida que el sol se

despedía.

Los loros, en bandada, hacían

su recorrido dejando los

maizales del norte hasta el sur

donde al calor del temple pasarían la noche en las oquedades

arcillosas de una ladera.

-Son loritos que salen de la escuela y van a su casa a descansar,

decía la abuela a su nieto.

Herman recorrió en su mente los momentos pasados en su escuela,

los juegos con los compañeros y también sus bromas, las clases de su

maestro del cuarto año al que admiraba. Recordaba a la lora Aurora,


que a la salida de los niños de la escuela, se solazaba en su atril

gritando “Aurora, Aurora,…”, que los pequeños celebraban imitando

sus gritos “Aurora, Aurorita,…”, y a doña Sarita, que esperaba ese

aviso para saber que los niños salían de su centro de estudios, y

presurosa salía a la puerta a vender los alfeñiques y los quesitos de

a real.

Quiso tener un loro. Su papá le había contado que en el valle colocan

lana en las mazorcas de maíz y cuando los loros van a comer choclos,

se enredan en la lana y quedan atrapados. Marcelina le dio lana

escarmenada para que facilitara la caza. Muy de mañana fue al

maizal y la colocó en choclos que estaban prestos a ser cosechados.

Por la tarde una bandada de bulliciosos loros se posó en el maizal.

Cuando Herman acompañado de Sandor, y sus cabrioleos y guau

guaus, fue a la chacra, los loros alzaron vuelo, pero ocho quedaron

atrapados en las lanas.

Escogió el que le parecía mejor y liberó al resto. Con tijeras,

Marcelina, la cocinera de la casa, cortó las plumas más grandes, y

dejó al loro en el patio de la casa. No podía volar.

Marcelina, le había dicho que los loros aprenden a hablar cuando se

les da de tomar vino y comer bizcocho; Herman, convencido, pidió a

su papá que le trajera vino y bizcochos del pueblo.


Y el loro, aprendió a hablar, aprendió a decir palabras como “Toto,

Toto come poroto”, cuando Alberto pasaba cerca a la casa y el

muchacho le tiraba choloques en señal de rechazo; o “el chancho de

Marcelina”, cuando la cocinera iba al chiquero a alimentar a los

cerdos. Floro, será su nombre, dijo, y Floro le llamaban todos.

Un día que Herman tenía en manos a su lorito, éste trepó por su

brazo derecho y se posó en el hombro. El niño no se movía para que

el lorito permaneciera allí tranquilo, pero tuvo que acudir al llamado

de Marcelina, caminó desprevenido sin embargo el verde animalito

seguía con él. Desde ese día, posado en el hombro lo acompañaba a

donde iba.

El niño estaba orgulloso con su loro. ¡Loro, lorito, lorito mucho floro!,

le gritaban los niños, tantas veces que un día al ver pasar a los niños,

desde el hombro de su dueño gritó: ¡Loro, lorito, lorito, lorito mucho

floro!, los niños en barullo se arremolinaron junto a ellos y lo

festejaron con risas y aplausos.

Una tarde en que los loros volvían de la escuela, como decía

Marcelina, Floro los miró nostálgico, recordó su vida gregaria;

retomando su canto antiguo, abrió alas, que ya tenían plumas

crecidas, las batió con fuerza y, cantando, se unió al grupo.

Herman quedó triste, pero pensaba en lo que decía su padre: “aunque

la jaula sea de oro, no deja de ser prisión”, y en sus disertaciones de

que “en el mundo todos los seres, hombres, animales e insectos,

cumplen un papel determinado para que la naturaleza siguiera viva”.


Su alegría volvió cuando en las vacaciones del año siguiente, la

bandada de loros pasó por la campiña coreando: ¡Loro, lorito, lorito,

lorito mucho floro!

ANTONIO GOICOCHEA CRUZADO

MI GATITO

Tiene mi gato un nombre oriental: Sultán. Es un gato de piel atigrada; de

raza no definida, de los que llaman chuscos.

Cuando mi abuelito, aprovechando la tarde solariega, dormita en su

mecedora a la sombra del duraznero de la casa, mi gatito duerme a sus pies

y plácido ronronea. Si le alzo la patita parece no sentir.

Sube arañando las paredes, corre en los tejados persiguiendo a los ratones.

Es un acróbata. Cuando cae, aún de espaldas, siempre parado llega al suelo.


Al ver a su presa, sus orejas son radares que antenean; se agazapa

cauteloso y espera paciente. Sale el ratoncillo distraído, y mi gato es una

saeta disparada. Lástima para él, el ratoncito llega a su madriguera.

El otro día pasó un perro callejero, al ver a mi gato, le ladró desafiante. Mi

gato curvó el espinazo, se le erizaron los pelos y gruñó patético. El perro

que no esperaba tal respuesta, sorprendido siguió, mohíno, su camino.

ANTONIO GOICOCHEA CRUZADO

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