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profundo de mí. Fue lo único que decidí conservar.

¿Qué destino tendría cada uno de esos objetos adiestrados para estar juntos en la
oscuridad de una caja? Domesticados para ser documentos de lo secreto. El mechón de pelo de mi primer perro ahora se confundiría con
la pelusa que una vieja barre cada mañana en la vereda de mi cuadra. ¿En qué cuello terminarían los collares con los que mi madre iba a la
farmacia a comprar sus psicofármacos? ¿A quién le importaría leer las amorosas cartas que nos escribíamos?
Conocí una vez a una persona obsesionada con comprar objetos domésticos en la feria de Tristán Narvaja: fotografías, viejos ornamentos
objetos talismán que, según esa persona estaban cargados de memoria. Le dije que su casa debía ser algo parecido al infierno. Pero ¿qué
es el infierno para vos? Es un lugar donde las cosas vuelven constantemente
Hacía poco había soñado que convivía con una familia que no era la mía y cada uno de sus integrantes guardaba varios secretos oscuros
pero cada vez que alguien contaba algo reprimido comenzaban a llover monedas Entonces todos festejaban haciendo fiestas con música y
vino, financiadas por las vergüenzas familiares.
9/6
Carla ya no me escribe ni contesta a mis Ilamadas. Deshacer lo que no se puede salvar. La razón de ser, siempre frustrada, de Carla es la de
salvar a todos los que la rodean. Claro que se trata de una salvación ajustada a sus expectativas y, por eso mismo, siempre condenada al
fracaso. Yo pienso todo lo contrario. No necesitamos a nadie, y el resto de las personas solo interfieren en nuestro camino personal; si las
necesitamos, es porque somos débiles y nada más.
El último día que la vi estaba parada delante del espejo haciendo las preguntas de siempre: si me parecía que estaba más gorda, si las tetas
no estaban un poco caídas con respecto al día anterior, si le había crecido la papada, si las ojeras la hacían ver fea, si me parecía que sus
cejas eran demasiado gruesas. Y yo, sometido por cansancio a la intempestiva inseguridad de Carla, contestaba una a una sus preguntas,
intentando imprimir la mayor verosimilitud en la entonación de mis no, tus tetas están perfectas>, <no, estás igual de linda que siempre>.
Cada mañana en que estábamos juntos repetía esas frases, que de tanto decirlas se vaciaban de sentido y se sostenían por su propia
sonoridad.
Cuando empezaron a caérsele las lágrimas, sin el menor gesto ni contracción muscular, no sé por qué, pero pensé en un edificio
desmoronándose, cubriendo de polvo todo a su alrededor. Carla siempre llora. A veces por cosas banales como una película, una canción
○ una frase dicha con tono elevado; recuerdo haberla visto llorar por llegar tarde a un almuerzo con sus padres. Pero en algunas ocasiones
llora como si la permanencia del mundo dependiera de su llanto. La primera vez lloró durante dos días y la cara le quedó tan hinchada que
estaba irreconocible. Fue el día en que apareció muerto Nico, uno de los pibes del hogar donde trabajaba. Otra vez lloró porque un auto
atropelló a la gata vieja de la cuadra, a la que días antes le había curado la sarna con té de citronela. Su llanto infinito por momentos llegó
a preocuparme, y después a irritarme.
Salí de casa dejando aquel caudal lacrimoso inundarlo todo. Cuando volví sentí que mi apartamento era el agujero que aquel edificio había
dejado después de desmoronarse.
*******
Rodolfo fuma marihuana en el patio y después pone una porno en la que, si no me equivoco, hay dos mujeres que gimen desquiciadamente
Hablan en un lenguaje que no identifico, probablemente rumano o sueco. La flaca no está y casi puedo ver la cara de desesperación de
Rodolfo, de terror a estar solo. Creo en lo positivo de la soledad, él dice que es el infierno
12/6
Hoy, Mauricio, con el que había terminado mal después de la última vez que trabajamos juntos, me ofreció contratarme para un trabajo
concreto y bien pagado. Me pareció una mala señal viniendo de una persona que me había tildado de insoportable, irascible y obsesivo. Lo
rechacé. Pasé el día con la oreja pegada a la pared sin poder escuchar mucho. Al final de la tarde escuché otra vez el susurro de Rodolfo y
pude atrapar unas palabras sueltas, emitidas con la misma voz grave que le había escuchado semanas atrás: Esta vez es en serio, flaca Estoy
en las últimas. Me siento enfermo.
13/6
Apenas salí de casa vi las libélulas revoloteando por toda la cuadra. El cielo estaba gris. Me sentí molesto. Me cuesta convivir conmigo
mismo. Necesito caminar hasta que se me caigan las piernas. O hasta que se largue a llover y me dé frío. Podría salir a correr, pero la me
corriendo. gente siento me ES mira estúpido que yo lo piensa: cuando pienso lo Ahí va hago. cuando un Siento Veo estúpido a que la gente
con cara de sufrimiento intentando estar en forma.
Odio a las libélulas como a todo lo que me genera miedo. No es tanto por la cantidad de presagios que cargan en las alas, ni por la forma
ruidosa de sacudirlas, como si se estuviesen librando de algo. Algo que desconozco, pero que tiene que ver conmigo y que irá a pasarme
en cuestión de horas. También hay algo diabólico en que aparezcan solo cuando va a llover y después, sencillamente, desaparezcan. Nadie
ve libélulas volando por ahí como mariposas, moscas o pájaros. A menos que ellas tengan algo que decir. Su razón de ser es la enunciación
de algo que está por pasar. Eso me rompe las pelotas.
Todavía me duelen las cervicales. Diez horas frente a la computadora. Además, tengo ansiedad. Siempre ansiedad. Ansiedad de que llueva
de una vez, de que se caiga el cielo a pedazos. Las libélulas me ponen ansioso, el café, el trabajo, las conversaciones de Rodolfo, Carla.
Mandarle un mensaje a Carla es como tirar una piedra en un pozo. Lo hace por gusto sabe que me retuerzo, que me sale espuma de la boca
como a su hermana la epiléptica. Pienso en ir hasta la casa y tocarle la puerta Pienso en ir hasta la casa y romperle todos los vidrios a
pedradas. Pienso en ir hasta la casa e inmolarme en la puerta. Las libélulas se dan contra todo: autos, personas, contra el paraguas azul de
una vieja que no quiso esperar a que empezara a llover para abrirlo. Trato de espantarlas con la mano, pero nunca golpearlas y, mucho
menos, matarlas y que me caiga un maleficio.
¿Qué hacen las libélulas cuando no están anunciando la lluvia?
17/6
Dejé de fumar. Un amigo me trajo un gato para que me haga compañía. Se ve que alguien le fue con el chisme de que Carla y yo habíamos
terminado. Hablan de mí todo el tiempo. Me quedo con el gato, pero vos te vas, llevate el disco de Tool. Llevate el café, igual la taza no la
uso.
El gato la está pasando mal, no le caigo bien. Me mira y. maúlla todo e/ tiempo es insoportable. Tuve que abrirle la puerta del patio y se
fue para el lado de Rodolfo.
Pibe, ¿este gato es tuyo?
Ah, sÍ.
¿Te animás a decirle que no entre a mi casa?
La flaca es alérgica a los pelos de gato y cuando se pone alérgica, no hay quien la fume.
Sí, pasámelo que lo encierro en el baño.
Alcancé a ver unas manos bastante arrugadas por encima del tabique, y la cara de susto del gato cruzando la frontera para ser juzgado.
18/6
Se adaptó al baño. Se portó bien toda la tarde, así que lo dejo salir para que camine por el resto de la casa. Le doy de comer. La única razón
por la que lo mantengo dentro de casa es porque a Carla le encantan los gatos. Tuve que ponerle nombre. Le puse Spock, porque es orejón.
Tengo un gato.
¿Cómo que tenés un gato?
Tengo un gato.
¿No era que no te gustaban?, ¿qué tenían algo contigo?
Se llama Spock. Venís?
Paso de tarde.
*******
No es gato. Es gata.
No.
Claro que sí.
¿Cómo sabés, si ni le miraste los genitales? Tiene tres colores. Los machos tienen como mucho dos. Igual era horrible el nombre que le
pusiste. Se va a llamar Marguerite
La ruptura no tiene vuelta atrás y la culpa es mía. No se puede depender de alguien y a la vez despreciar todo lo que es, dijo. Dormimos
juntos, cogimos hasta cansarnos mientras Marguerite recorría el cuarto como buscando algo. Carla lloró hasta el amanecer. Desayunamos
bizcochos y café. Por primera vez la acompañé hasta la puerta. Cuando se iba le dije al oído: Rodolfo está muriendo. Me miró con una cara
que nunca le había visto. Vos estás mal de la cabeza, contestó.
*******
A las dos de la mañana me dieron unas ganas incontrolables de fumar, así que empecé a juntar las colillas de los cigarros del patio. Armé
uno con todos los restos. Dicen que la parte del final de los cigarros es la que contiene mayor cantidad de sustancias nocivas para la salud.
Yo la fumé como si fuese lo mejor que me pasó en la vida. Marguerite caminaba entre mis piernas. Me cuesta aceptar que haya personas
que aman a los gatos. La subí a la azotea y la dejé ahí para que se fuera.
20-6
Me golpearon la puerta. Era Rodolfo con la gata en las manos. Se le había metido de nuevo en la casa. Le pedí disculpas, dije que no la
quería más, pero que volvía siempre. Y sí, son gatos me dijo con un poco de sarcasmo. Busqué signos de enfermedad en su cara. Esa cara
que siempre me había negado y que ahora tenía enfrente sin saber bien qué decir ni a dónde mirar. Todo estaba como siempre, pero pensé
que de un momento a otro ya no iba a escuchar más esa voz. Mientras lo miraba yo pensaba en la foto rescatada de la basura. Imaginé que
en ese momento yo estaba mirándolo con aquellos mismos ojos irreconocibles.
22/6
Estoy cansado. El ocio cansa. Debería volver a trabajar, ya casi no me queda plata. Hoy me dediqué todo el día a barrer. Empecé por la
cocina, barrí cada rincón, incluso aquellos a los que no suelo llegar. Moví heladera, horno, lavarropas; no quedó baldosa sin ser acariciada
por los rigurosos cabellos de mi escoba marca Ideal recién comprada. Me tomé mi tiempo en cada ambiente, el día entero sería destinado
a esa actividad. Después pasé a la sala: levanté la alfombra, la sacudí en el patio, me sorprendí de la cantidad de polvo que se había juntado
por debajo. Después de terminar con todos los ambientes pasé un trapo con mucha agua jane por todo el piso, y después volví a empezar,
solo para estar seguro de que ya no volvería a verlas. No solo son las cucarachas de siempre, también millones de hormigas que se comen
todo lo que aparezca a su paso. Incluso han llegado a entrar en la heladera misma, y parecen haberse hecho un festín con el veneno que
dejé, sin que les cause el más mínimo malestar. Barrer. En algún momento uno pierde la noción del tiempo. Aquel movimiento se
transforma en un automatismo, los pensamientos se diluyen en esa actividad y en la sensación de aquel sonido de la escoba acariciando el
piso. El palo de la escoba es un poste sagrado donde se funda el cosmos. El verdadero centro del mundo clavado en el medio del caos. El
caos, claro está, son los bichos comiéndose lentamente mi apartamento. Por un momento cerré los ojos y sentí que cuanto más barría,
más bichos salían por debajo de las baldosas, de detrás de los zócalos y, lo peor, por las ventanas y por debajo de la puerta. En ese estado
de sueñera me di cuenta de que de nada servía barrer porque los bichos venían de afuera, y es imposible barrer todo el mundo para que
no entren en el apartamento. Cuando me desperté era de noche y Rodolfo estaba cocinando algo frito. Me dio mucha hambre y fui hasta
la pizzería a gastar mis últimos pesos en algo para comer.
27/6
La gata pierde pelo.
El pelo junta polvo.
El polvo atrae a los insectos.
1-7
Supe lo de Rodolfo antes de que pasara. No sé por qué, pero cuando vi a Marguerite con aquella rata colgando de su boca pensé en que
aquello era la constatación de la inminencia. Si alguien me escuchara, si no supiese que la gente es imbécil y tuviera el coraje de 'decírselo
a alguien, podría jurarle que aquella rata era la misma que había visto la primera vez. Todo fue muy rápido. Tal vez, incluso, más rápido de
lo que ahora me acuerdo. Aunque decir recuerdo sería impreciso, la verdad es que todavía tengo estampada la imagen que se repite
constantemente como un GIF. Primero, la rata vieja y herida corriendo en mi dirección. En un costado tenía el pelaje mojado por su propia
sangre. Sus ojos, lo juro, brillaban como los de un condenado a muerte. Después, el salto silencioso y atlético de Marguerite, lleno de salud,
con Ia ferocidad de un animal prehistórico clavando sus uñas como ganchos El chillido fue el último acto de resistencia del roedor, que poco
a poco quedó inmóvil bajo las garras de mi gata. Y después, Marguerite caminando hacia mí con la rata entre los dientes, dejando un
reguero de sangre como una escritura encima de la alfombra.
Horas después, tiraba la alfombra en la volqueta de la esquina. Pasé la mañana limpiando la casa entera. Al mediodía, como siempre en
esta época, comenzaron a entrar los rayos del sol sobre la sala. En ese momento escuché.
Escuché el ruido de sirenas como campanas, los médicos con sus túnicas corriendo por el pasillo, la gota de agua cayendo del potus de la
vecina recién regado, el extremo de una camilla subiendo la escalera, las sandalias rojas de Carla, los vecinos juntándose en el hall del
edificio como hormigas, la cara de alguien muy parecido a mí en la foto, el murmullo, un sonido eléctrico viniendo de la casa de Rodolfo, la
bandera de otro país, el movimiento de una rata en la periferia de mi ojo.

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