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Gracias
abuelita

Ilustración:

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Andrés Valencia Roldán


Ilustración: Angie Cuervo.

“Para mi sobrina y mi mamá,


por ese amor tan grande que se tienen las dos, que
llega hasta el Cielo”.

“Gracias, Abuelita”.
La abuela Cielo, había ensayado todas y cada una de sus recetas medicinales,
desde pócimas y brebajes hasta jaropes y menjurjes, pero nada consiguió
restablecer la salud de Macaria, su única nieta. A regañadientes y con mucho
recelo la abuela Cielo aceptó la visita de uno de los médicos del pueblo;
cualquiera de ellos, para la desconfiada anciana era lo mismo, torpes personajes
envueltos en blancas batas que buscaban inútilmente sanar el cuerpo antes que
el alma.
- Lamento darle malas noticias, no hay nada que podamos hacer por su
nieta. Dijo el médico.
- Siempre pensé que el trabajo de ustedes era animar al paciente mientras el
cielo lo curaba, ahora ni siquiera eso hacen. Contestó Cielo sin salir de la
cocina para despedir al especialista.
La anciana, que tenía un corazón imperturbable, tan duro como una roca, no
soportó más y, sin dejar de organizar los trastos, lloró. Lloró en silencio, sin
lamentos, sin alzar la voz, porque en ocasiones como esta, la que grita de dolor
es el alma. A lo mejor, la sentencia del médico apagó la pequeña luz de
esperanza que aún conservaba y se negaba a aceptar.
- Abuelita. – Dijo Macaria desde la puerta de la cocina, sorprendiendo a la
anciana, que secó sus lágrimas sin que la niña lo notara. – estuve
pensando mucho en el regalo que le pediré a papá Noel. – Continuó.
- Faltan pocos días para Navidad, espero que lo que hayas elegido no le dé
mucho trabajo conseguirlo. Respondió Cielo sin reflejar su tristeza.
- Quiero pasar cada nochebuena de mi vida a tu lado, abuela. La anciana
guardó silencio, no sabía que responderle a su nieta, porque la realidad era
que una vieja y una niña enferma no tenían mucho futuro, pero a su edad
había aprendido que algunas veces las mentiras alientan más que la
verdad.
- Eso está fácil, ahora sube a tu habitación que yo terminaré de hacer tus
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galletas. Dijo la anciana.


Cielo, después de un rato, sacó del horno la preparación preferida de su nieta,
galletas de mantequilla con nueces y avellanas trituradas rellenas de mermelada
de ciruela. La niña las devoró hablando entretenida con su abuela como si la
desgracia no las acechara, y antes de terminarlas por completo, se quedó
dormida. La anciana bajó las escaleras con la bandeja en sus manos y, al entrar
a la cocina, vio una hermosa figura sentada en una de las sillas de un pequeño
comedor que solía usar para descansar sin dejar de preparar sus recetas.
El rostro de la silueta no se podía identificar, ¿era un hombre?, ¿una mujer?,
¿ambos? o ¿quizás ninguno? Pero, como si se tratara de una vieja amiga, la
anciana, en ningún momento, sintió temor. Por esta razón, siguió su camino sin
titubeos, y de igual forma que aquella misteriosa presencia se sentó y descargó
la bandeja en la mesa.
- ¡Estoy muy vieja para ser tonta, ya sé porque estás aquí!, ¡¿por qué eres
tan injusta?! Gritó Cielo.
La enigmática figura giró su cabeza hacia la anciana y dejó ver su rostro. Podría
escribir páginas enteras sin descanso, pero nada le haría justicia a su belleza,
porque es inútil describir la perfección; solo consiguen entenderla aquellos que
la contemplan.
- Señora Cielo ¿Puedo probar una de las galletas de la bandeja? Realmente
huelen delicioso. – Preguntó la visitante, que ignoró las quejas de la
desesperada abuela.
- Te llevaste a mi hija, ¿y necesitas mi permiso para tomar una galleta?
Recriminó la anciana.
- Las galletas son suyas, pero su hija, su nieta, usted y todo lo que vive en
este universo me pertenece. Tarde o temprano vengo a reclamar lo que es
mío.
- Si quisieras tomar una galleta no tendría como oponer resistencia, nada
podría hacer para evitarlo. - Dijo la abuela.
- ¡Eso jamás, no soy irrespetuosa! Sin su permiso no comería ni siquiera
las moronas de sus galletas.
- ¡Pues lo siento mucho!, son de mi nieta, en la mañana será lo primero que
venga a buscar. - Contestó la abuela.
- Quizás su nieta no esté aquí en la mañana. - Respondió con ironía la
visitante.
- Es cierto, quizás no esté mi nieta aquí en la mañana, al parecer lo único
seguro es que hoy no probarás mis galletas. – Afirmó la anciana que se
levantó de la mesa al mismo tiempo que tomaba la bandeja para guardar lo
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que quedaba de su preparación. Aún cuando estaba de espaldas a la


visitante, Cielo notó que también ella se puso de pie y sintió temor, le
horrorizaba pensar en que subiera a la habitación por su nieta, así que
cerró sus ojos para conservar la calma, sabía que de nada servía suplicar
o implorar misericordia ni siquiera de rodillas frente aquella presencia.
La visitante se quedó inmóvil, en silencio por un rato, y luego se acercó
a la anciana para susurrarle al oído:
- Si hoy no probaré sus galletas, ¿entonces cuándo, señora Cielo?
- ¿Por qué deseas tanto probar mis galletas? No es una receta muy
elaborada, ni siquiera son costosas. Ya estoy vieja para decir mentiras y
es probable que puedas conseguir algo mejor que estas simples galletas.
Respondió la abuela.
- Estoy aquí desde el principio de los tiempos y permaneceré hasta el final,
pero estoy convencida que jamás voy a entenderlos. La mayoría de
ustedes me temen, he visto hombres poderosos y soberbios rogar porque
les conceda un minuto más de vida y, ¿para qué?, ¿para qué anhelan
alargar su existencia? Si muchos al igual que usted, no son capaces de
reconocer el valor de lo elemental, esperan y esperan por esa maravilla que
los sorprenda, ignorando que el placer de existir se puede encontrar hasta
en unas “simples” galletas, galletas que preparó con amor y compasión.
Así estuvieran hechas con cal y arena es el cariño de su elaboración lo
que deseo probar y lo que tanto aprecio.
La abuela Cielo no dijo nada, porque ya estaba muy vieja y la vida le enseñó que
sobran las palabras frente a una verdad inalterable y eterna.
- ¿Cuándo podré probar sus galletas? - Volvió a preguntar la visitante.
- El día siguiente a la Navidad haré dos bandejas de galletas, a Macaria le
será imposible comerlas todas y las que deje sin excepción, serán para ti.
¿Qué dices? Tendrás tus galletas y yo una última nochebuena con mi
nieta.
La hermosa figura que hasta ese momento no reflejaba un gesto de emoción,
levantó sus cejas como si considerara el trato, la abuela Cielo al ver la expresión
de vacilación en su rostro alzó la voz para refunfuñar:
- Es tú decisión, o pruebas mis galletas el día después de Navidad o haz lo
que viniste a hacer y vete, pero ya estoy vieja para perder el tiempo.
La visitante, sin dejarse presionar, guardó silencio por un rato más y respondió
antes de marcharse:
- Tenemos un trato, hasta ese día que tenga una bonita vida señora Cielo.
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La anciana volvió a sentarse, cansada por la situación tan angustiante que


enfrentó, pero ganó algunos días con su nieta, una nochebuena más, y decidió
que no iba a arruinar el tiempo extra pensando en lo que sucedería luego de la
fecha pactada, así que valoró su triunfo y se fue a dormir. Al día siguiente
despertó a Macaria con el sonido de unas campanas que usaba para decorar su
árbol de Navidad, que hasta ese momento no estaba armado.
- ¡Sin árbol de Navidad no hay regalos! - Dijo la abuela con una sonrisa.
- ¡Abuelitaaaa, pensé que no íbamos a decorar este año nuestra casa! Gritó
Macaria mientras saltaba de la cama para destapar una caja llena de
coronas de muérdago, belenes, flores de pascua, estrellas, calcetines para
chimenea y luces de colores.

Entre las dos, se pasaron el día adornando cada rincón de la casa. De vez en
cuando, Cielo se detenía para darle un abrazo a su nieta, y no es que sintiera que
la amaba más; eso era imposible. Simplemente se dio cuenta que no la había
abrazado lo suficiente, porque a veces con los seres que amamos no bastan ni un
millón de abrazos. La noche llegó sin que lo notaran, pero el hambre de toda
una jornada de trabajo no pasó desapercibida.

Cielo preparó unos bolillos de pan con crema agria, harina de trigo, mantequilla,
leche, huevos, azafrán y vainas de cardamomo. Los formó enrollando los
extremos como una “s” y en el centro de cada espiral decoró con una uva pasa.
Luego los pintó con huevos antes de hornearlos y, al finalizar, los espolvoreó
con azúcar granulada. Sirvió dos de estos con chocolate a Macaria y se sentó a
su lado para acompañarla a comer.
- Abuelita, en unos años quiero convertir esta casa en una pastelería, donde
venderemos todo lo que tu sabes preparar. No te preocupes porque seré
yo quien va a trabajar. Tú vas a estar muy viejita y las personas que son
muy viejitas merecen descansar. - Dijo la niña que disfrutaba cada
mordisco de su pan.
- Es una buena idea, pero no debo esperar unos años para ser muy viejita, ya
lo estoy. - Respondió Cielo.
- ¡No!, no digas eso. Tú no lo estás, por favor abuelita ya no te pongas más
viejita. - Dijo Macaria con angustia.
Al terminar de comer, Cielo como siempre llevó a la cama a su nieta y cuando
estaba a punto de salir de la habitación, la niña le pidió que le contara el cuento
más lindo que conociera.
- ¿El cuento más lindo? - Preguntó la abuela - y sin esperar respuesta de
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Macaria continuó. -El cuento más lindo me lo contó mi papá una sola
vez, pero fue suficiente para nunca olvidarlo.

“LA FELICIDAD DE LA GRATITUD”

Entre lamentos y gritos de angustia, dos niños (ambos hermanos) fueron


arrebatados de los brazos de su propia madre. Eran tiempos de guerra, y todo
varón que pudiera empuñar una espada estaba obligado a vivir en barracones
militares, con compañeros de su misma edad para someterse a entrenamientos
que los convertirían en poderosos guerreros.
El tiempo pasó y ambos hermanos se transformaron en diestros soldados que
con determinación guiaron sus ejércitos al triunfo y llevaron consigo la victoria
a su pueblo. Al regresar, después de años de combatir lejos de casa, no
esperaron un minuto para descargar sus armaduras y salir en busca de su
madre, pero al llegar no encontraron a nadie.
Preguntaron por ella a cada persona mientras gritaban su nombre por las calles
del pueblo, y todo fue en vano.
Uno de ellos dijo: “Es inútil, nunca la encontraremos” y rompió en llanto al
pensar que jamás volvería a abrazar a su madre.
El otro en cambio aseguró: “Vamos a encontrarla así tengamos que buscar
hasta debajo de las piedras”.
Por mucho tiempo recorrieron villas, aldeas y pueblos, más en ninguno de ellos
estaba. Cuando pensaban que era inútil continuar, alguien les dijo que entre las
montañas, una vieja moribunda rogaba por ver una vez más a sus hijos. Sin
perder tiempo, llegaron hasta la cabaña de la agonizante mujer y al verla,
reconocieron los ojos de su madre. Su piel estaba consumida por los años, pero
su memoria estaba intacta. Por un rato, los tres se abrazaron con el corazón y
antes de que alguno pudiera decir una palabra, la anciana se quedó dormida
para siempre.
Uno de los hermanos maldijo su destino por haber llegado tarde y el resto de su
vida se lamentó por todos los años que no estuvo a su lado, fue infeliz hasta el
día de su muerte. El otro, por el contrario, agradeció al cielo permitirle abrazar
una última vez a su madre y cada mañana despertó con una sonrisa.

- Tú eliges Macaria, como cuál de los dos hermanos quieres vivir tu vida.
Como aquel que se cubrió con el manto de la gratitud y lo cobijó la
felicidad de lo recibido, o como el desdichado que se lamentó por lo que
nunca tuvo.
- Abuelita, ¿y si la hubieran encontrado rápido? ¿El hermano que pasó su
v i d a lamentándose, hubiera sido feliz?
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- Nada es suficiente para el ingrato. - Respondió Cielo.


- ¿Cómo cuál elegiste vivir tú? Preguntó con curiosidad la niña.
- Como el hermano que agradeció por lo vivido. Contestó la abuela
saliendo de la habitación.
Al romper el alba, la anciana abrió sus ojos y recordó que este era el último día
antes de la nochebuena. Se levantó de su cama y, sin lamentarse, fue a la cocina
por una cuchara y una olla para despertar a su nieta golpeando el rabo del perol
como si de un tambor se tratara.
- ¿Cómo vas a convertir esta casa en una pastelería si no te he enseñado
mis mejores recetas?
La niña se despertó y, a pesar del dolor que sintió al ponerse de pie, gritó de
emoción.
- ¡Abuelita!, abuelita! Vamos a cocinar lo que comeremos mañana. Quiero
que me enseñes todas tus preparaciones.
- ¿Ya sabes cómo se llamará la pastelería? - Preguntó Cielo.
- Abuelita, eso fue en lo primero que pensé. Escucha esto: “Pastelería
Macaria”, las recetas de mi abuela a la vuelta de la esquina. Atendemos
de domingo a domingo, de seis de la mañana a nueve de la noche. Si
vienes con tu abuelita mayor de noventa y nueve años, reclama unas
cuantas galletas completamente gratis. Explicó la niña con voz de
comercial.
- Jajaja, con esa promoción seguro te quedarás sin galletas. - Dijo riendo
con sarcasmo la anciana. Mejor regala tus galletas favoritas en caída
Navidad a todas las personas que más puedas.
- ¡Me gusta esa idea! ¡Todos deben probar tus deliciosas galletas! Eso haré,
te lo prometo abuelita.
La noche llegó después de un largo día de preparaciones. Sobre la mesa
reposaban los siguientes platos: hojaldre relleno de compota de pera, pudín de dos
capas de naranja y chocolate, arroz con leche de canela, jamón asado a la parrilla
y un pavo tan grande que por poco no cabe en el horno, bañado en salsa de
arándanos y acompañado de puré de papas con manzana. La abuela y su nieta se
fueron a dormir con la satisfacción del deber cumplido.
En la mañana, Cielo abrió sus ojos y lo primero que pensó fue que el día pactado
con la visitante había llegado, pero desde niña eligió vivir como el hermano
agradecido del cuento, así que se vistió de fiesta para recibir la Navidad y fue a
despertar a su nieta.
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- ¡Levántate Macaria!, hoy llega papá Noel. - Dijo Cielo al entrar a la


habitación de la niña.
- ¡Siii, es hoy! - Respondió Macaria con un grito que la sacó de inmediato
de su letargo. - ¡hoy voy a permanecer despierta hasta tarde en la noche
para intentar ver a papá Noel!
- Lo esperaremos juntas, con algo de suerte podremos verlo, pero primero
vamos a compartir con el vecindario lo que cocinamos ayer. - Dijo la
anciana.
La abuela y su nieta salieron a repartir todo lo hecho el día anterior. Al mismo
tiempo, sus vecinos también les brindaban un poco de cada uno de los platos
que prepararon. Regresaron a casa con la bandeja llena y se sentaron junto al
árbol para comer lo recibido.
- Abuelita, come pizza de salchicha y papas fritas de la señora Irene, está
deliciosa. Insistió la niña acercando el plato para que su abuela lo
probara.
- Y tú, dale el visto bueno a este flan de turrón que es la especialidad del
señor Romero. -Dijo la abuela, partiendo un generoso trozo con su
cuchara para dárselo en la boca a Macaria.
Entre historias de la abuela Cielo y las preguntas de Macaria, el sol se ocultó, lo
que avisaba que era hora de destapar los regalos que se encontraban en la base del
árbol de Navidad que decoraba la sala. La primera en empezar fue la niña, quien
tomó una caja envuelta en un colorido papel y alzando la voz dijo:
- Este regalo es para… hizo una pausa intentando generar algo de
expectativa, aun cuando solo estaban su abuela y ella.
- ¿Para mí? - Respondió mostrando duda la anciana siguiendo el juego a
Macaria.
- Siii, abuelita, es para ti.

Cielo leyó la tarjeta que decía: “De tu linda nieta para la mejor abuela del
mundo”. Lo destapó con cuidado de no romper el papel, pues los guardaba para
volver a utilizarlos en otra celebración. Era un álbum de fotografías, la más
grande de las imágenes estaba en la primera página. En ella, se podía ver a la
abuela Cielo acompañada de una mujer mucho más joven con una bebé en sus
brazos y debajo del retrato la niña escribió: “Mis dos mamás y yo”. La anciana,
al ver esto, no pudo evitar llorar por primera vez en frente de su nieta.
- No abuelita, no llores. Recuerda que elegiste vivir como el hermano
agradecido del cuento. No llores, tarde o temprano nos volveremos a
reunir las tres. Trató de consolar la niña a su abuela.
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- Es verdad “hija”, - le dijo Cielo cómo acostumbraba a llamarla en algunos


momentos especiales, - secó sus lágrimas y se acercó al árbol para tomar
su regalo, anunciándolo de la misma forma que su nieta. – Este es para…
- ¡Para míííííí! Gritó la niña quien se lo arrebató de las manos y lo destapó
despedazando su envoltura con mucha felicidad.
Era una caja de música en forma de carrusel que al darle cuerda iniciaba una
hermosa melodía y los pequeños caballos comenzaban a girar. Macaria tomó
su regalo y permaneció en silencio hasta que la canción se detuvo.
- Gracias abuelita. - Respondió la niña conmovida porque sabía que era
un juguete costoso y no solo sentía amor por su abuela, sino también
lástima por todos los sacrificios que la anciana hacía por ella y, el cariño
con compasión duele.
Cielo contó muchas de sus historias y hablaron durante un buen rato, pero la
hora de descansar había llegado. La abuela acompañó a su nieta a la habitación
y mientras Macaria se organizaba para dormir, la anciana bajó a la cocina para
terminar las galletas favoritas de la niña. Hizo dos bandejas cumpliendo la parte
del trato pactado con la visitante.
Macaria la esperaba despierta acostada en la cama y de pronto vio pasar algo tan
sorprendente en su ventana que por un momento creyó que estaba soñando. La
abuela entró con las galletas y encontró a su nieta sentada, sin mover un músculo
y completamente asombrada.
- ¡Abuelita! acaba de pasar por mi ventana Papá Noel, iba en su trineo que
arrastraban nueve gatos disfrazados de renos; el primero parecía tener la
nariz pintada de rojo y todos eran gordos. Le contó la niña a su abuela.
- Papá Noel tiene renos, no gatos disfrazados de renos. A lo mejor te
quedaste dormida por un instante y lo soñaste. - Explicó Cielo.
- No abuelita, estoy segura de lo que vi. Eran gatos disfrazados de renos.
Insistió la niña, tomando varias galletas de la bandeja que la anciana
cargaba en sus manos.
- Si me dices que estás segura, yo te creo. Ahora come tus galletas y
duerme, porque papá Noel no entrega regalos a los niños que están
despiertos.

Dijo Cielo, abrazando a su nieta muy fuerte. Cuando la anciana iba a marcharse,
la niña lo impidió rodeándola con sus brazos para alargar el apretujón por un rato
más.

- Gracias, abuelita. Gracias por quererme y por cuidarme. - Dijo la niña,


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como si se estuviera despidiendo.


Cielo no respondió para evitar volver a llorar frente a su nieta, salió con rapidez
de la habitación y bajó a la cocina, donde esperaba la visitante sentada en la
misma silla de la vez anterior.
- ¡Tenemos que hablar! - Exclamó la anciana con sus ojos llenos de lágrimas.
- ¿Preparó las galletas? Preguntó la visitante.
- Están en el horno, son tuyas, pero necesito saber cómo escoges a tus
elegidos. Cuestionó Cielo.
- ¿A mis elegidos? No entiendo la pregunta. - Dijo la visitante, abriendo
la puerta del horno para sacar la bandeja de galletas.
- Sí, por los que vienes. ¿De qué manera los seleccionas?, ¿por qué te
llevas a tantas personas inocentes y buenas, pero permites que existan
muchos otros que se empeñan en convertir este mundo en un lugar
repulsivo y cruel?
La visitante cerró sus ojos y olió las galletas antes de responder.
- Señora Cielo, yo no los elijo.
- ¿Entonces quién lo hace? - Preguntó con inquietud la abuela.
- Señora Cielo, un ejemplo basta para que entienda. Hace mucho tiempo,
un hombre visitaba con frecuencia una taberna para beber licor después
de salir del trabajo. Él tenía la peligrosa costumbre de regresar a su casa
embriagado montado en su caballo. Dicen que el diablo cuida a los
borrachos, pero una noche, quizás el diablo descuidó a su protegido,
porque este jinete ebrio se cayó del animal y murió al fracturarse el
cuello. Señora Cielo, dígame por favor ¿Quién eligió su destino? ¿Él o
yo?

La anciana se limitó a responder: “libre albedrío”.

- Más que eso, señora Cielo, es la causalidad, “causa y efecto”, lo que rige
el universo, y hasta yo debo obedecer sus reglas.
- ¿Que mi nieta esté enferma, es causa de la mala suerte? - Preguntó la
abuela.
La visitante seguía sin tomar una sola galleta, simplemente las olía disfrutando
su aroma.
- No existe la buena o mala suerte, señora Cielo. Es una ilusión. Ustedes
llaman mala suerte a las situaciones que no resultan como esperan. La
buena o mala suerte es un invento del hombre caprichoso, un concepto
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completamente subjetivo. Solo pasa lo que puede pasar. ¿Tiene otra


pregunta? Deseo probar una galleta sin interrupciones.
- Disfrute su galleta, y al terminar tengo una propuesta que ofrecerle. –
Dijo la abuela.
La visitante tomó una galleta y la saboreó lentamente con sus ojos cerrados,
concentrada en aprovechar todo el placer que le daba cada mordisco. Un rato
después hizo una pausa para preguntar:
- Señora Cielo, ¿Cómo se llaman estas galletas?
- Galletas de mantequilla con nueces y avellanas trituradas rellenas de
mermelada de ciruela. - Respondió la abuela.
- No, señora Cielo, no es un buen nombre para unas galletas tan deliciosas.
Considere mejor llamarlas “Galletas Cielo”. Este título si le hace honor
a su sabor.
- Esa es precisamente mi propuesta. Si me lleva a mí y no a mi nieta, le
prepararé galletas eternamente las veces que usted desee.
Al escuchar esto, la visitante se echó a reír a carcajadas. Su rostro impasible que
parecía inalterable ahora reflejaba una gran sonrisa. Se detuvo con esfuerzo por
un instante para responder:
- ¿Su nieta? Yo no estoy aquí por su nieta. Esta noche he venido por usted,
señora Cielo.

La anciana se quedó en silencio por un rato y sonrió con tranquilidad, pero


desconfiaba de la visitante, por lo que preguntó con recelo: ¿vendrás pronto por
mi nieta?

- Si en su vida no monta a caballo después de beber licor, es probable que


llegue a su edad. - Respondió la visitante con ironía, intentando ser
graciosa.
- Si no escoges a tus elegidos ¿por qué pudiste esperar unos días para
volver por mi? - Cuestionó la abuela a la visitante.
- Señora Cielo, fue usted la que postergó por unos días mi visita. A veces
la voluntad de vivir es mucho más fuerte que yo. - Respondió la visitante.
- ¿Tengo tiempo de escribir una carta para mi nieta? - Preguntó la anciana.
- El tiempo que usted necesite señora Cielo, yo terminaré de comer sus
galletas.
La anciana finalizó la carta y la dejó en el árbol de Navidad junto con su libro
de recetas. Entró a la cocina y preguntó: ¿estás lista?
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- ¿Usted lo está, señora Cielo?


- Siempre lo he estado. ¿Vamos para arriba o para abajo? - Preguntó con
curiosidad la abuela.
La visitante volvió a reír a carcajadas y respondió: señora Cielo, pero si estamos
abajo, no queda otro lugar para ir que no sea arriba.
- ¿Voy a encontrarme con mi hija?
- Está esperando por usted. - Respondió la muerte.
La abuela Cielo salió con el álbum de fotografías en una de sus manos y con la
otra sujetó la mano de la visitante. Se marchó tranquila porque vivió en paz. Al
día siguiente, Macaria se levantó extrañando que su abuela no hubiera ido a
despertarla. Bajó y encontró en el árbol una carta y un regalo sin destapar. Lo
primero que tomó fue la carta que decía:
“Carta a mi nieta”
Hay una pregunta que tu mamá siempre me hacía, quizás por celos o simple
curiosidad me decía: ¿mamá, se quiere más a una hija o a una nieta? y sin
esperar una respuesta, continuaba cuestionándome: ¿Por qué con Macaria eres
diferente?, me insistía que era mucho más cariñosa y paciente contigo de lo que
fui con ella. Siendo sincera, tenía razón, y aunque a tu mamá no le faltaron los
mimos, el amor que siento por ti no es más grande, pero si mejor.

Mejor, porque cuando tú llegaste, ya la vida me había enseñado que la mayoría


de las veces de poco sirve tener la razón, más que para arruinar momentos y
sacarnos canas. Cuando tú llegaste, también entendí que no temía que tu mamá
cometiera errores; lo que en verdad me asustaba era que cayera en los mismos
míos. Me esforcé en que fuera mucho más de lo que yo fui, pero lo importante
era que construyera su propia versión, pues al equivocarse iba a aprender a
corregir su camino, porqué mejor maestro que cualquier mamá es el desatino.

Pero más que nada, te amé mejor al darme cuenta de la verdad y, es que no te
iba a poder disfrutar tanto como a tu mamá. Cuando eres joven, crees que vas
a ser eterna, y eso hace que en muchas ocasiones pospongas hasta amar con
todas tus fuerzas. Pero al comprender que se te acaba el tiempo, aprovechas
cada instante. Hoy entiendo que la muerte es la que le da el valor a la vida.
No existe un amor para la hija y otro para la nieta, porque las nietas son una
extensión de las hijas. Así que lo que llaman “amor de abuela” es el mismo
cariño de una mamá, pero más sabio, más prudente, más tranquilo, mucho
mejor.
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Te amo “hija”, no estés triste. Recuerda vivir como el hermano agradecido del
cuento. Es hora de irme porque, tú misma lo dijiste, cuando estamos muy
viejitas merecemos descansar. Te dejo mi receta de tus galletas favoritas, estoy
segura que serán las más vendidas de tu pastelería.
Con cariño tu abuela Cielo.

Galletas Cielo
300 gramos de harina de trigo.
200 gramos de mantequilla (debe ser mantequilla, no margarina).
100 gramos de nueces y avellanas molidas.
140 gramos de azúcar blanca.
1 cucharadita de esencia de vainilla.
2 huevos de tamaño mediano.
Un poco de azúcar pulverizada para espolvorear.
1 pizca de sal.
6 cucharadas de mermelada de ciruelas.

Pones en un tazón la mantequilla en trozos, (debe estar fría), la harina, la sal,


las almendras, el azúcar y los huevos. Amasas bien hasta que tengas una masa
que se deje moldear y refrigeras por no menos de una hora. Hija, te recomiendo
que la guardes en la nevera con forma aplanada y no de bola, porque al sacarla
estará un poco dura así que de esta manera será más fácil trabajarla.
Después de ese tiempo, extiende la masa con un rodillo sobre el mesón, pero
recuerda antes poner harina en el mesón, en el rodillo y en tus manos.
Recorta círculos con un cortador redondo de 4 centímetros con borde ondulado;
lo vas a encontrar en el segundo cajón al lado derecho del horno. Coloca la
mitad de los círculos en la bandeja y utiliza un cortador redondo aún más pequeño
de 1 a 1,5 centímetros para hacer el agujero que va en el centro de las galletas;
espero que me estés entendiendo.
Precalienta el horno a 180 grados centígrados de temperatura, luego hornea las
galletas durante unos 8-10 minutos (no permitas que se doren demasiado y no
te vayas a quemar). Déjalas enfriar por completo.
Prepara la mermelada de ciruela; pon en una olla a fuego medio alto, 250
gramos de ciruelas, 130 gramos de azúcar blanca, 1 cucharada de zumo de
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limón y aquí vienen dos trucos que yo uso, agrega media cucharada de canela
y media cucharada de mantequilla, añade también, un chorrito de agua y
cuándo las ciruelas empiecen a deshacerse puedes macerarlas un poco. Y listo
hija, es una rica receta de mermelada de ciruelas y canela.
Coloca un poco de mermelada sobre las galletas redondas sin agujero. Ahora
pon encima uno de los círculos con el agujero y presionas ligeramente hacia
abajo. Continúa así hasta armar todas las galletas. Espolvorea con azúcar
pulverizada antes de servir; eso es todo, te aseguro las venderás muy bien en tu
pastelería.
Macaria leyó la carta y entendió que su abuela Cielo se había ido para siempre,
no lloró, no se lamentó; cerró sus ojos y valoró el tiempo que pudo disfrutarla.
Sabía que a partir de ahora debía ser tan fuerte y agradecida como ella para seguir
adelante; la niña murmuró: - “Gracias abuelita”.
Tomó el regalo que estaba en el árbol y leyó la tarjeta que decía de: Papá Noel,
para: Macaria, lo destapó y con cuidado desdobló un delantal que tenía pintada
a mano una hermosa imagen de ella con su abuela cocinando y, en la parte de
atrás, una nota que decía: “Ahora tu abuela no solo estará contigo en cada
Navidad, sino también todos los días de tu vida, cuidándote desde el cielo”.
El tiempo pasó y Macaria cumplió el sueño de abrir su pastelería. Cada Navidad,
como se lo prometió a su abuela, preparaba cientos de galletas “Cielo” para
regalar, y el aroma de su receta favorita cubría todos los rincones del pequeño
pueblo, recordándoles a sus habitantes que era nochebuena.
Si te gustó este cuento, te recomiendo que lo compartas. También te invito a
apoyarme comprando mis libros, que encontrarás en las principales librerías
del país
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Autor: @andresauriorey
Ilustradora: @angieccuervo

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