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CAPITULO LXXVIII

Algún guardia negro u otro, creo que fue Sybrandt, dijo, -Una mentira no es como un golpe con
un hacha.

Cierto: pues podemos predecir con cierto margen las consecuencias de un golpe con un arma
material. Pero una mentira no tiene lazo alguno. La naturaleza de la misma es ramificarse más
allá de la imaginación humana.

A menudo en el mundo de a diario una mentira ha costado una vida, o desechado dos o tres.

Y así, en esta historia, ¡cuán tremendas consecuencias de esa despiadada falsedad!

Sin embargo, los que la contaron se beneficiaron poco de ella.

Los hermanos, que la inventaron solamente para tener un demandante menos para la
propiedad de su madre, vieron al pequeño Gerard ocupar el lugar de su hermano en el corazón
de su madre. Incluso más, un día Eli proclamó abiertamente que teniendo en cuenta que
Gerard estaba desaparecido, y probablemente muerto, que se había asegurado, por
testamento, que ni al pequeño Gerard, ni a Margaret, la pobre viuda de su hijo, jamás les
faltara de nada.

En ese momento, la mirada que las ovejas negras intercambiaron fue una precaución para
traidores. Cornelis lo tenia en sus labios, pero se detuvo a tiempo.

Ghysbrecht Van Swieten, el otro cómplice en esa mentira, era ahora un hombre en
decadencia. Veía el momento en que toda su fortuna se le escaparia de las manos y en que
todas sus fechorías se lanzarían a su alma acercarse.

Demasiado inteligente para engañarse a si mismo del todo, jamas se había librado de
retortijones de remordimiento. Al tomar la carta de Gerard para Margaret él elaboró: “No
puedo dar ni tierra ni dinero,” dijo el gigante Avaricia. “No le causaré daño innecesario,” dijo el
enano Consciencia.

Así, tras manipular la foca, y comprobar que no había nada escrito sobre el hecho, se la llevó a
Margaret él mismo, con su propia mano; y lo convirtió en un mérito propio: una puesta en
marcha, y en una situación nada desconocida en que el acusador es el juez.

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