Una tarde, el joven Acamapichtli salió a dar un paseo en medio de
un viaje que realizaba con sus abuelos; el trayecto era largo y
habían decidido tomarse un breve descanso. Además de distraerse, Acamapichtli quería buscar a Coyolli, su pequeño quetzal, que se había ido sin regresar y la lluvia anunciaba su pronta llegada. Corriendo por los caminos, antes de que el aviso de Tláloc se cumpliera, tropezó y cayó sobre el suelo; un poco malhumorado y aturdido, alzó sus ojos buscando la razón de su tropiezo. Miró que de la tierra sobresalía un objeto de aparente color mármol; ya que no parecía una piedra común y corriente, con sus manos comenzó a excavar tanto como pudo; para su asombro, era más gruesa y larga de lo que había imaginado, y sin darse por vencido excavó hasta lograr jalar una gran parte del objeto que parecía tener una extraña curvatura. Aunque parecía ser sólo el hueso de algún animal, estaba resuelto a llevarlo consigo, cuando de pronto su hallazgo comenzó a desprender una brillante luz y la misma tierra comenzó a vibrar bajo sus pies, logrando que Acamapichtli volviera a caer, aunque esta vez sobre sus espaldas. Apenas trataba de comprender lo que pasaba cuando el hueso curvo se levantó y de la tierra salió una osamenta luminosa y descomunal. Los huesos formaron una enorme bestia de más de tres metros de altura que él no pudo reconocer; pero descubrió que el hueso con el que había tropezado era uno de los dos colmillos enormes que tenía ese gran animal y, por si esto fuera poco, en medio de estos tenía lo que parecía un largo y poderoso brazo hecho de luz, mismo que el gigante elevó al cielo mientras se alzaba con sus patas traseras y lanzaba un sonido sorprendente nunca antes escuchado por él. Tan asombrado como temeroso, el muchacho se levantó torpemente y dio vuelta tratando de escapar cuando la bestía lo cogió por la cintura con su luminoso brazo y lo llevó hasta él. Acamapichtli dijo al enorme esqueleto: “No me hagas daño”. Y La bestia respondió: “No temas, no lo haré”. Para suma de su asombro, de la gigante bestia salió una voz dulce y femenina que le recordó la paz que su madre le transmitía de niño cuando algo le asustaba. Mientras lo bajaba despacio hasta el suelo el monstruo hembra continuó: “Tú me has despertado de mi letargo y agradezco la oportunidad de volver a ver este valle que un día fue la casa mía y de mi raza”. Y acarició con su brillante brazo los cabellos de Acamapichtli. “¿Qué… o quién eres tú”- dijo el joven con algo de tartamudeo. El monstruo contestó: “Soy una raza olvidada; animales de este reino como tú, tu quetzal y todos los seres que habitan en este mundo. Éramos así de grandes y aún más; fuertes y sabios. Tan sabios que conocíamos muchos secretos y el hombre nos escuchaba; éramos amigos; hasta que la ambición y el miedo se apoderó de él y nuestro lazo se acabó. Yo ocupaba un lugar importante en mi pueblo, siendo una gran consejera y guía, pero una noche al fin dormí junto a los míos. Esto que ves es mi trompa y sé que en algún futuro nos llamarán mamuts”. “Nantsin ma…mamut (amada madre mamut)”- dijo Acamapichtli aún con algo de enredo, la dulzura de su voz lo había tranquilizado pero el asombro aún no salía de él. -¿Cómo te llamas?- le preguntó. -“Mi nombre es muy difícil de pronunciar en tu lengua”- respondió la mamut, -“pero me honraría si tú me concedes uno nuevo y sellar así nuestra amistad, pues por ti he vuelto a ver lo que algún día fue mi casa y mi reino”. El joven contestó: “Amiga mamut, tú ni tu familia será olvidada, yo soy Acamapichtli, y mi abuela dice que de mí surgirá una gran nación, pues se lo ha dicho el más sabio de mi pueblo. Si es que en mí hay tal bendición, pediré a las estrellas que siempre seas recordada en este mismo lugar donde nos hemos encontrado, porque este encuentro permanecerá siempre conmigo, tú estarás NOCHIPA IPAN NOYOLOTSIN (siempre en mi corazón), por lo que te llamaré Nochipa, mi ETERNA amiga”. Nochipa sonrió y en eso apareció Coyolli, el quetzal que buscaba Acamapichtli, que sin miedo se paró en los huesos luminosos del lomo de Nochipa, quien levantó su trompa de luz para saludarlo. Coyolli susurró a Nochipa: “He dado un agradable paseo por este valle, por lo que también yo auguro, que este espacio será de grandes vuelos y felices aterrizajes. Un placer conocerte, Nochipa”. La mamut y el quetzal sonrieron, y los tres amigos sellaron su nueva amistad.