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Derecho Médico
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Derecho Médico
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31/10/2011
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Carlos Alvarez C.I. 14386798
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El denominado DERECHO MÉDICO es un campo del conocimiento jurídico especializado, que de
manera reciente se ha venido reconociendo, nacional e internacionalmente, como disciplina
autónoma e independiente, en razón a sus evidentes particularidades y especificidades.
Bajo esta denominación se incluyen múltiples realidades jurídicas que comparten, como elemento
común, el hecho de ser originadas en la actividad médica, bien sea por el ejercicio profesional
individual o por el servicio asistencial institucional. Referencia obligada del DERECHO MÉDICO
es el estudio del entorno en el que se desenvuelve la actividad sanitaria nacional, sus
condicionantes normativos, administrativos y financieros; los aspectos relacionados con el vínculo
jurídico conocido como relación médico - paciente y sus consecuencias desde el punto de vista
ético, contractual y de responsabilidad; las diferentes relaciones posibles entre los actores que
conforman el Sistema de Seguridad Social en Salud.
Fue durante los siglos XVIII y XIX que el poder médico pasó a hacer parte del doble juego
político de control social. De un lado la medicina representaba el interés del estado en la
salud pública y de otro estaba el movimiento social por los derechoshumanos, incluido el derecho
a la salud, a consecuencia de la revolución francesa.
En la mitad del siglo XIX, precisamente el año 1847, aparece la figura extraordinaria del
médico alemán Rudolf Virchow que inauguró la Reforma Médica trayendo un nuevo
concepto de ciencia médica - la medicina social - y, con ella, la cuna de la medicina
preventiva. Una histórica afirmación de Virchow fue esclarecedora y decisiva como marco
histórico de una nueva medicina comprometida con el cuerpo social: “La salud del pueblo es
un objeto de ineludible responsabilidad social”. O sea, la sociedad, a través del Estado, tiene la
obligación de proteger y asegurar la salud de sus miembros. Nació, entonces, la salud pública
para atender la responsabilidad del Estado. También, en esta época, nacía la doctrina de la
seguridad social en Alemania (Rosen, 1980).
En la era contemporánea, la más importante contribución al derecho médico tuvo lugar en los
Estados Unidos de América, con el primer documento legal sobre los derechos del paciente,
a consecuencia de demandas contra la postura paternalista de los médicos y hospitales.
Quedaron como marco histórico las veintiséis demandas de la Organización Nacional por los
Derechos de Bienestar de Estados Unidos, presentadas el mes de junio de 1970, ante la
comisión conjunta de acreditación de los hospitales, formada por la Asociación Médica
Americana, Asociación Americana de Hospitales, el Colegio Americano de Médicos y el Colegio
Americano de Cirujanos.
El resultado de estas pretensiones de los usuarios del sistema de salud americano fue que,
en 1972, la Asociación Americana de Hospitales resolvió adoptar su Declaración de los
Derechos del Paciente, que revolucionó la postura de las instituciones que asisten a los
pacientes, con responsabilidades definidas ante los derechos de sus pacientes.
La Declaración de los Derechos del Paciente reconoce una docena de derechos, como el derecho al
cuidado respetuoso, a disponer de toda información médica sobre su persona, a disponer de
toda la información necesaria para dar su consentimiento informado, a rechazar
tratamiento, a la privacidad, a la confidencialidad, a tener respuesta a sus demandas de
atención, a la información médica sobre su atención en otras instituciones, a rechazar participar
en proyectos de investigación, a continuidad de los cuidados, a examinar y recibir
explicaciones sobre sus gastos y conocer las normativas del hospital.
Estos cambios de actitudes conquistadas por movimientos sociales en pro de los derechos de los
pacientes han alcanzado otros países europeos y americanos, incorporándose a distintas
legislaciones. Así, las reformas de las Constituciones Nacionales y otros estatutos jurídicos
como el Código Civil, el Código Penal, así como la promulgación del Código de Protección
del Consumidor y las leyes nacionales de salud, entre otras, incluirán dispositivos que
establecerán derechos y obligaciones del Estado, de los profesionales de la salud y de los
ciudadanos, y pasaron a constituir fuentes crecientes del derecho médico comparado, como son
las leyes de autonomía del paciente, la voluntad anticipada, el aborto y la eutanasia.
Hasta este momento, lo que el Derecho Médico trataba era prácticamente cuestiones de
responsabilidad profesional, en especial, la responsabilidad médica por errores o mal praxis, y sus
repercusiones en los códigos civiles y penales.
En la última mitad del siglo XX, el descubrimiento de la estructura del ADN por James
Watson y Francis Crick desencadenó una gran velocidad de hallazgos en el área de la
biomedicina, con la inauguración de la biotecnología, una nueva disciplina que ha
intervenido en la matriz del conocimiento de la medicina y todas las profesiones de la salud.
El recién paso para la ficción científica se trata de la investigación del uso de las células madre o
estaminales para producir tejidos y órganos para reposición de similares enfermos. Surge,
entonces, el derecho genético que tiene por objetivo estudiar las implicaciones jurídicas de
la tecnología genética, incluyendo la investigación y manipulación genética en el hombre.
Para el peruano Enrique Varsi Rospigliosi (2001), autor de innumeras obras de derecho
médico y precursor del derecho genético entre nosotros, “el derecho genéticotrata de la relación
existente entre el derecho y la biomedicina, analizando un caso concreto de manipulación
genética: la clonación”.
Indica Varsi que la manipulación genética atenta directamente contra los derechos de la
persona, influyendo en su comportamiento y en la sociedad. Si para el campo veterinario la
clonación trae ventajas para la mejoría de las crías, disminuyendo el costo de la carne y
aumentando la ganancia de los criadores, lo mismo no se puede afirmar de esta tecnología en los
seres humanos.
Actualmente una nueva generación de derecho de las que Norberto Bobbio (1992) nombró
y que debemos llamar de “derechos a la integridad genética” definen los marcos jurídicos que
deberán balizar las relaciones sociales, en especial la intervención en el hombre, otros seres
vivos y la naturaleza. En el plan internacional, tenemos la Carta de los Derechos Fundamentales de
la Unión Europea, la Declaración de los Derechos Humanos y el Genoma Humano, el
Protocolo a la Convención del Consejo de Europa sobre Derechos Humanos y Biomedicina,
Declaración Internacional sobre Datos Genéticos Humanos y la Declaración Universal de Bioética y
Derechos Humanos.
Hay, además, debates acerca de una legislación o Carta Internacional de Principios para el
acceso de pacientes voluntarios a la investigación clínica, como sucede actualmente con la
discusión para una nueva reformulación de la Declaración de Helsinki, de la Asociación Médica
Mundial. Al fin y al cabo, lo que se encuentra en juego son los derechos de los ciudadanos de los
países poco desarrollados al acceso a los productos de la biotecnología para la salud pública.
La propia salud pública de estos países se encuentra en momentos de tensión con acciones
judiciales en contra las autoridades sanitarias para disponer productos y asistencia
individualizados a ciertas categorías de personas, en detrimento de la mayoría de la
población, por el criterio del derecho subjetivo teniendo como base sus constituciones o leyes de
salud que garantizan el derecho al acceso universal y equitativo a todos los ciudadanos,
aún que faltan recursos financieros para soportar estos costos.
Segundo Lolas e Drumond (2007)En la práctica clínica diaria, estos hechos producen rápidos
cambios en la relación médico paciente. Algunos de estos cambios ya pueden observarse,
como, por ejemplo, los pacientes cada vez menos “pasivos”, rechazándose, muchas veces,
seguir las prescripciones médicas; la elaboración de leyes que limitan la autonomía médica
y la existencia de legisladores que, cada vez más, juzgan ser necesario “proteger” los
pacientes de determinadas investigaciones médicas que están más interesadas en el propio
progreso científico que en el bienestar de la población, que así también entiende; la
presencia de otros profesionales de salud asumiendo responsabilidades y tareas antes
exclusivamente médicas, como la realización de procedimientos de diagnóstico o incluso, la
prescripción de medicamentos; la actuación de profesionales de otras áreas, como los técnicos en
electrónica, ingenieros y economistas, entre otros, que vienen participando de los
procedimientos de la salud y de la medicina, tanto cuanto los médicos; y, finalmente la
definición de cualidad de vida, un concepto individual que significa, hoy, más un punto de vista
o la percepción del ciudadano sobre la realidad de sus necesidades básicas que una
definición técnica o médica sobre la vida y la salud de las personas.
Estos hechos significan, en el entendimiento de Fernando Lolas, una tendencia general para
una “desprofesionalización” de la Medicina o, al menos, una reformulación de las actuales
reglas profesionales dentro de una sociedad.
Parece ser cada vez más necesaria una nueva definición de aquello que se entiende por
salud, medicina, calidad de vida y bienestar, definición que tendrá un aporte cada vez más
fuerte de las demandas de la población a sus gobiernos nacionales en el nivel de la
seguridad social y la cobertura de la salud pública, incorporándose más y más procedimientos
tecnológicos.
Otro ángulo del problema de la práctica médica actual es que el desarrollo de la tecnología
médica está siendo más rápido que su aceptación social por parte de pacientes y médicos.
Las tendencias socio-económicas del mundo actual son por una mejor expectativa y calidad
de vida, envejecimiento de la población, incremento del confort, el bienestar y la salud (en
razón de una mejor educación del consumidor que exige mejor alimentación y terapias
médicas avanzadas e incluso personalizadas), cambios en los hábitos alimentarios, prevención y
tratamiento de enfermedades prevalecientes, mejora de la competitividad entre la industria
farmacéutica (no sólo en efectividad de costos, calidad, sino en búsqueda de nuevos
productos o fármacos, disminuyendo tiempo y costos y una demanda de más inversiones en
investigación y desarrollo en las empresas farmacéuticas), necesidad de incluir la
bioseguridad como una dimensión importante en las políticas de investigación y defensa del
estado y una mayor presión social sobre la experimentación con animales.
La genómica ha constituido la base de una nueva medicina -la medicina molecular-, no sólo
por haber demostrado una identificación casi total de la secuencia del genoma humano, sino
también por los notables progresos en el estudio de la expresión de los genes en
diferentes situaciones clínicas que van permitir la realización de diagnósticos moleculares y
el tratamiento de las enfermedades antes que se manifiesten clínicamente.
La influencia que tendrá esta nueva cara de la medicina contemporánea junto al paciente es
enorme, con ventaja para obtener la información anticipada de un trastorno de base
molecular con posibilidad de intervenir a tiempo de impedir su aparición o disminuir sus
repercusiones negativas para la salud de la persona.
En tanto, como se podría esperar, surgen en la cola de este formidable avance de la ciencia
médica, planteamientos éticos y legales, como aquellos relacionados con la disponibilidad y
obtención de la información genética, su utilización por los profesionales de la salud, su
custodia y garantías para la persona o “paciente genético” de no-utilización de estas
“informaciones sensibles” o privilegiadas para ciertos fines que puedan traer perturbaciones en
sus vidas familiares, en el trabajo y en sus relaciones sociales.
Lo que se plantea hoy en Europa es la licitud de la utilización de pruebas genéticas por las
compañías aseguradoras para obtener informaciones con el fin de suscribir un riesgo,
teniendo algunos países un código de conducta de la asociación de aseguradoras para
regular el uso de los resultados de las pruebas genéticas. Parece que es esta la dirección en la
que están mirando los demás países europeos. (Ferrán, 2004)
Los progresos de las ciencias tienen doble consecuencias. Son buenos en algún sentido y malos
en otro. Hay quienes valoran la mayor longevidad de hombres y mujeres y quienes la
lamentan. Conocer el genoma humano completo acarreará beneficios pero también servirá
para segregar y discriminar. Hay motivo de admiración en la fertilización asistida e inquietud
por sus consecuencias jurídicas y morales. Los cuidados de la salud individual han mejorado
ostensiblemente para algunas personas en algunos países. La planificación, en el nivel macro, ha
permitido llevar el siglo XX a comunidades enteras que de otro modo seguirían sometidas a la
servidumbre de plagas y epidemias históricas. Pero no puede afirmarse que todas las personas
tienen acceso a los servicios avanzados. Los psicofármacos han revolucionado la terapéutica
psicológica, pero son fuente de abusos y formas inéditas de dependencia y tortura.
Estos ejemplos señalan la necesidad de guía y normas que eviten decisiones al azar en situaciones
de incertidumbre. El papel de las normas morales, jurídicas y sociales es, precisamente,
regular la convivencia y aliviar las decisiones que pesan, hoy con más intensidad que antes,
sobre todas las personas.
Estas aseveraciones cobran especial relieve al considerar que importantes “servicios sociales”
-como la educación y el cuidado de la salud se convierten en “comodidades” con valor de
“promotores de igualdad” en las sociedades democráticas.
En los sistemas de cuidado de la salud, sólo la libre expresión de todos los participantes
asegura una adecuada ponderación de los derechos y deberes propios de la condición
humana. La clase social, el género, la raza, entre otras peculiaridades diferenciadoras de los
individuos humanos, inciden sobre el uso de los servicios de salud. Las inequidades, podría
afirmarse, son casi de regla, aún en aquellos sistemas que parecen más perfectos, por la simple
razón de que las expectativas de las personas no suelen ser completamente satisfechas con la
oferta de servicios.
Es infinita la cantidad de derechos especiales que pueden surgir a tenor del “mosaicismo”
social propio de las sociedades contemporáneas, puesto que cada grupo que conforma el mosaico
aboga por sus beneficios y autonomía.
En realidad, como afirma Kass (1993), se ha establecido la práctica de demandar lo que se quiere
o necesita o expresar reivindicaciones mediante una retórica de derechos. Por ello es
importante reiterar que un derecho no debe ser confundido con necesidad, deseo, interés o
capacidad. Desear o necesitar algo no puede fundamentar el derecho a tenerlo.
En este sentido es posible distinguir entre derechos opcionales y derechos esenciales. Los
primeros surgen de la libertad individual y pueden ejercerse en tanto no hagan daño a
otros. Los segundos son vitales y por ello puede hablarse de derechos de subsistencia o
derechos de asistencia (alimento, vivienda, cuidado de la salud, educación). Son necesidades
humanas que pueden transformarse en demandas (una necesidad cuya satisfacción merece
pago, con mercado de oferta).
Otra fuente de demanda es el deseo, de modo que la existencia de una demanda no permite
colegir siempre si se origina en necesidad o deseo. Una duda persistente es si ambos
orígenes de la demanda son formulables como derechos, tema especialmente relevante en
conexión con la oferta de ciertos servicios que son terapéuticos en sentido especial o
restringido.
Estos son, al final, los grandes retos que se aumentan en este inicio del siglo XXI y que,
ciertamente, habrán de provocar estudios jurídicos u discusiones legislativas para que la
sociedad de derechos, que es la sociedad contemporánea, pueda almejar una era de vida
sostenible y armónica entre los pueblos.
Mixto: (público y Privado), ya que regula la conducta profesional del médico bien en su
ejercicio público como en su ejercicio privado.
Dinámico: es dinámico debido a las características de la medicina que son cambiantes.
Imperativo: son de obligatorio cumplimiento y no deben ser incumplidas por convenios
particulares.
Legislativo: no acepta la costumbre como fundamento.