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La Oración del Padre nuestro

A. W. Pink
Contenido
Introducción
1. La dirección
2. La primera Petición
3. La segunda Petición
4. La tercera Petición
5. La cuarta Petición
6. La quinta Petición
7. La sexta Petición
8. La septima Petición
9. La Doxología
La Oración del Padre nuestro A. W. Pink
Introducción
Después de todo lo que han hablado y escrito hombres piadosos acerca de la
oración, necesitamos algo mejor que lo que es de mero origen humano para
que nos guíe, si hemos de realizar bien esta tarea esencial. Qué ignorantes y
pecaminosas son las criaturas al intentar llegar ante el Dios Altísimo. Cómo
van a orar aceptablemente a él y obtener de él lo que ellos necesitan, se puede
descubrir solamente cuando el gran Escucha de la oración se complace en
revelar Su voluntad para nosotros. Esto ha hecho Él: (1) a través de la
apertura de un camino nuevo y vivo de acceso a su presencia inmediata para
el primero de los pecadores; (2) mediante la designación de la oración como
el medio principal de interacción y de bendición entre Él y su pueblo; y (3)
mediante el suministro de gracia de un patrón perfecto tras el cual las
oraciones de su pueblo deben ser modeladas. Nótese la sabia enseñanza de
los eruditos de Westminster: "La Palabra de Dios en su totalidad se ha de usar
para dirigirnos en la oración, pero la regla especial de dirección es esa forma
de oración que Cristo enseñó a sus discípulos, lo que se llama comúnmente
La Oración del Padre nuestro." (El Catecismo menor de Westminster).
Desde tiempos muy antiguos se ha llamado "el Padre nuestro", no porque sea
la oración que Él mismo ha dirigido al Padre, sino debido a que fue por
gracia proporcionada por Él para enseñarnos tanto la manera como el método
de cómo orar y los asuntos por los cuales orar. Por lo tanto, debe ser
altamente apreciada por los cristianos. Cristo sabía tanto nuestras necesidades
como la buena voluntad del Padre hacia nosotros, y, por tanto, El
misericordiosamente nos ha proporcionado un simple pero completo
directorio. Cada parte o aspecto de la oración está incluida en ella. La
adoración se encuentra en sus cláusulas de apertura y la acción de gracias en
la conclusión. La confesión es necesariamente implicada, por eso lo que se
pide supone nuestra debilidad o pecaminosidad. Las Peticiones constituyen la
materia principal, como en toda oración. La Intercesión y la súplica en
nombre de la gloria de Dios para el triunfo de Su Reino y voluntad revelada
están involucradas en las tres primeras peticiones, mientras que las cuatro
últimas se preocupan por la súplica y la intercesión en lo que respecta a
nuestras necesidades personales y las de los demás, como se indica por el uso
de pronombres en el plural.
Esta oración se encuentra dos veces en el Nuevo Testamento, fue dada por
Cristo en dos ocasiones diferentes. Esta es, sin duda, una sugerencia para los
predicadores a reiterar que es de fundamental importancia. Las variaciones
son significativas. El lenguaje de Mateo 6:9 insinúa que esta oración se nos
da como un modelo, sin embargo las palabras de Lucas 11:2 indican que debe
ser utilizada como una forma. Como todo en la Escritura, la oración es
perfecta: perfecta en su orden, construcción, y redacción. Su orden es
adoración, súplica, y argumentación. Sus peticiones son siete en total. Es
prácticamente un compendio de los Salmos y el más excelente resumen de
toda oración. Cada cláusula en ella ocurre en el Antiguo Testamento,
denotando que nuestras oraciones deben ser Escriturales si han de ser
aceptables. "Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna
cosa conforme a su voluntad, él nos oye" (1 Juan 5:14). Pero no podemos
saber su voluntad si no tenemos conocimiento de Su Palabra.
Se ha afirmado que esta oración ha sido diseñada sólo para el uso temporal de
los primeros discípulos de Cristo, hasta el tiempo en que el Nuevo Pacto fue
inaugurado. Pero ambos Mateo y Lucas escribieron sus Evangelios años
después de que la dispensación Cristiana había comenzado, y ninguno de
ellos ofrece insinuación alguna de que se ha vuelto obsoleta y que ya no es
útil para los cristianos. Hay quienes afirman que esta oración no es adecuada
para los creyentes ahora, en la medida en que las peticiones no se ofrecen en
el nombre de Cristo, y no contienen una referencia explícita a su expiación e
intercesión. Pero esto es una grave mal concepción y un grave error; por
paridad de razonamiento, ninguna de las oraciones del Antiguo Testamento,
de hecho ninguno de los Salmos, ¡podrían ser utilizados por nosotros! Pero
las oraciones de los creyentes del Antiguo Testamento se presentaron a Dios
por amor de su nombre; y Cristo era el Ángel del Pacto, de quien se decía,
"Mi nombre está en Él" (Ex. 23:20, 21). La Oración del Padre nuestro no
solo debe ser ofrecida en dependencia de la mediación de Cristo, sino la que
él dirige especialmente y nos autoriza ofrecer.
En tiempos más recientes, algunos "estudiantes de la profecía" se han
pronunciado en contra de la utilización de esta oración sobre terrenos
dispensacionalistas, argumentando que se trata de una oración judía y
legalista en su tenor. Sin embargo, esto no es nada más ni nada menos que un
intento descarado de Satanás de robar a los hijos de Dios una valiosa parte de
su herencia. Cristo no les dio esta oración a los judíos como judíos, sino a sus
discípulos. Está dirigida a "nuestro Padre", y, por lo tanto, es para ser
utilizada por todos los miembros de Su familia. No sólo se registra en Mateo
sino también en el Evangelio de Lucas, el evangelio de los Gentiles. El
mandato de Cristo, después de Su resurrección, a sus discípulos fue que
enseñaran a los creyentes todo lo que Él les había mandado (Mateo 28:20)
inclusive Su mandamiento en Mateo 6:9 -13. No hay nada inapropiado en
esta oración para el cristiano de hoy, y todo lo que hay en ella es necesario
para él.
Ha sido durante mucho tiempo una cuestión de controversia, que ha dado
lugar a mucha controversia áspera, bien sea que la Oración del Señor ha de
ser considerada como una forma a ser utilizada o como un patrón a imitar. La
respuesta correcta a esta cuestión es que se debe considerar como ambos. En
Mateo es manifiestamente presentado como un ejemplo o patrón del tipo de
oración que se ofrecerá bajo la nueva economía. “Vosotros, pues, oraréis así.”
“vamos a orar con esa reverencia, humildad, seriedad, confianza en Dios,
preocupación por Su gloria, amor a la humanidad, sumisión, moderación en
las cosas temporales, y la seriedad y el fervor que las cosas espirituales
inculcan” (Thomas Scott). Pero en el Evangelio de Lucas 11:2 encontramos
a nuestro Señor enseñando esto: " Cuando oréis, decid:", Es decir, vamos a
usar sus palabras como una fórmula. Es, entonces, el deber de los discípulos
de Cristo en su oración usar ambos; la Oración del Padre nuestro
continuamente como un patrón y a veces como una forma.
En lo que se refiere a aquellos que se oponen a la utilización de cualquier
forma de oración, recordemos que Dios mismo pone a menudo en las bocas
de Su pueblo necesitado el mismo lenguaje que ellos deben emplear al
acercarse a Él. Por ejemplo, dice el Señor a Israel, “Llevad con vosotros
palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y
acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios.” (Oseas. 14:2).
Sin duda, tenemos que estar bastante en guardia contra una observancia de la
oración del Padre nuestro meramente formal, y, más aún, contra una
observancia supersticiosa. No obstante, debemos también diligentemente
evitar ir al extremo opuesto de nunca emplearla en absoluto. En la opinión de
este escritor, ella debe ser reverente y sentidamente recitada una vez en cada
servicio público y utilizada todos los días en la adoración familiar. El que
haya sido pervertida por parte de algunos, cuyo demasiado frecuente uso
parece adherirse a las "vanas repeticiones " que el Salvador prohibió (Mateo
6:7), no es ninguna razón válida por la cual debamos todos ser privados de
ofrecerla ante el trono de la gracia en el espíritu que nuestro Señor le ha
inculcado y en las mismas palabras que Él ha dictado.
En cada expresión, petición, y argumento de esta oración, vemos a Jesús: él y
el Padre son uno. Él tiene un "Nombre" dado que está sobre todo nombre. Él
es el bienaventurado y solo Soberano, y su “reino” domina sobre todos. Él es
el "pan de vida" que ha bajado del cielo. Él tenía poder sobre la faz de la
tierra para "perdonar los pecados." El es capaz de socorrer a los que son
"tentados." Él es el Ángel que "redime de todo mal." El Reino, el poder y la
gloria pertenecen a él. Él es el cumplimiento y la confirmación de las
promesas divinas y las garantías de gracia. Él mismo es "el Amén, y testigo
fiel." Tertuliano bien llamó la Oración del Padre nuestro, "El Evangelio
abreviado." Cuanto más claramente entendemos el Evangelio de la gracia de
Dios, "el Evangelio de la gloria de Cristo", más amaremos esta maravillosa
oración y nos gloriaremos en el Evangelio, que es "poder de Dios y sabiduría
de Dios" para todos los que creen, y nos gozaremos con gozo indecible
mientras ofrecemos las peticiones prescritas Divinamente y esperamos
respuestas de gracia (Thomas Houston).
Capítulo 1 - La Dirección
"Padre nuestro que estás en los cielos" Mateo 6:9

Esta cláusula de apertura es un prólogo apropiado de todo lo que sigue. Nos


presenta el gran Objetivo a Quien oramos, nos enseña el oficio del pacto que
El sostiene para nosotros, y denota la obligación impuesta a nosotros, a saber,
la de mantener hacia él un espíritu filial, con todo lo que ello implica. Toda
oración verdadera debe comenzar con una devota contemplación y expresar
un reconocimiento del nombre de Dios y de sus benditas perfecciones.
Debemos acercarnos al Trono de la gracia con las aprensiones o temores
adecuados de la majestad y el poder soberanos de Dios, sin embargo con una
santa confianza en su bondad paterna. En estas palabras de apertura se nos
instruye introducir nuestras peticiones expresando el sentido que tenemos de
las glorias esenciales y relativas de Aquel a quien nos dirigimos. Los Salmos
abundan con ejemplos de ello. Véase Salmo 8:1 como un caso puntual.
"Padre nuestro que estás en los cielos." en primer lugar vamos a tratar de
determinar el principio general que está incorporado en esta cláusula
introductoria. Nos informa de la manera más simple posible que el gran Dios
está más misericordiosamente dispuesto a concedernos una audiencia.
Dándonos la directriz de dirigirnos a él como nuestro Padre, sin duda y
definitivamente nos asegura Su amor y poder. Este precioso título está
diseñado para elevar nuestros afectos, para excitarnos a una atención
reverente y para confirmar nuestra confianza en la eficacia de la oración. Tres
cosas son esenciales para una oración aceptable y eficaz: fervor, reverencia y
confianza. Esta cláusula de apertura está diseñada para remover cada uno de
estos elementos esenciales dentro de nosotros. El Fervor es el efecto de
nuestros afectos puesto en ejercicio; la reverencia se verá impulsada por el
temor o aprensión del hecho de que estamos dirigiéndonos al trono celestial;
la confianza se profundizará a través de percibir el Objeto de la oración como
nuestro Padre.
Al venir a Dios en un acto de adoración, debemos "creer que él es, y que Él
es galardonador de los que le buscan" (Heb. 11:6). ¿Qué es más indicado
para profundizar nuestra confianza y sacar adelante el más profundo amor y
las más grandes esperanzas de nuestros corazones hacia Dios, que Cristo
presentándose a nosotros en su más tierno aspecto y entrañable relación?
¡Cómo se nos anima aquí a usar una santa confianza y a derramar nuestras
almas ante él! No podríamos invocar adecuadamente un Primera Causa
impersonal; menos aún podríamos adorar o suplicar a una gran abstracción.
No, es a una persona, una Persona Divina, Uno que tiene nuestros mejores
intereses en el corazón, que nos invita a acercarnos, incluso a nuestro Padre.
"Mira qué amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de
Dios" (1 Juan 3:1).
Dios es el Padre de todos los hombres, naturalmente, ya que es su Creador.
“¿No tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?"
(Mal. 2:10). "Pero ahora, oh Señor, tú eres nuestro padre; nosotros somos la
arcilla, y tú nuestro alfarero; y todos somos la obra de tus manos" (Isa. 64:8).
El hecho de que tales versículos hayan sido groseramente pervertidos por
unos que se aferran a opiniones erróneas sobre "la paternidad universal de
Dios y la hermandad del hombre," no debe hacer que los repudiemos
totalmente. Es nuestro privilegio percatarnos de lo más impío y abandonar
eso, si ellos no harán sino arrojar las armas de la guerra y hacer como el hijo
pródigo hizo, hay un Padre amoroso listo para darles la bienvenida. Si
escucha el grito de los cuervos (Sal. 147:9), ¿Él se hará el de los oídos sordos
a las peticiones de una criatura racional? Simón el Mago, mientras que
todavía estaba "en hiel de amargura, y en prisión de maldad", fue dirigido por
un apóstol para que se arrepintiera de su maldad y orara a Dios (Hechos 8:22,
23).
Pero la profundidad y significado de esta invocación pueden ser solo
adentrados por el creyente, ya que hay una relación más alta entre él y Dios
que la que es meramente de naturaleza. En primer lugar, Dios es su
padre espiritual. En segundo lugar, Dios es el padre de Sus elegidos porque es
el padre de su Señor Jesucristo" (Ef. 1:3). Por lo tanto, Cristo lo
anuncióexpresamente, " Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a
vuestro Dios." (John 20:17). En tercer lugar, Dios es el padre de sus elegidos
por decreto eterno: "…habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos
suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad,…" (Ef.
1:5). Cuarto, Él es el padre de sus elegidos por la regeneración, en el cual
nacen de nuevo y llegan a ser "partícipes de la naturaleza divina" (2 Ped.
1:4). Está escrito, " Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones
el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gal. 4:6).
Estas palabras: "Padre nuestro" no sólo significan el oficio de que Dios nos
sostiene en virtud del pacto eterno, sino que también implican claramente
nuestra obligación. Nos enseñan ambos cómo debemos disponernos hacia
Dios cuando oramos a él, y el comportamiento que se está creando por virtud
de esta relación. Como Sus hijos debemos "honrarle" (incluso más que
nuestros padres humanos; véase Ex. 20:12; Ef. 6:1), estar en sujeción a él,
deleitarnos en él, esforzarnos en todas las cosas con el propósito de agradarle.
Una vez más, la frase "Padre nuestro" no sólo nos enseña nuestro interés
personal en Dios mismo, Quien por la gracia es nuestro Padre, sino que
también nos instruye acerca de nuestro interés en nuestros hermanos
cristianos, que en Cristo son nuestros hermanos. No se trata sólo de "mi
Padre" a quien oro, sino al "Padre nuestro." Debemos manifestar nuestro
amor a los hermanos orando por ellos; hemos de ser lo más preocupados por
sus necesidades, mientras estamos preocupados también por las nuestras.
¡Cuánto está incluido en estas dos palabras!
"…que estás en los cielos…" Qué bendito equilibrio le da esto a la frase
anterior. Si aquella habla de la bondad y de la gracia de Dios, esta nos habla
de su grandeza y majestad. Si aquella nos enseña de la cercanía y de lo
afectuoso de su relación con nosotros, esta anuncia Su infinita elevación por
encima de nosotros. Si las palabras "Padre nuestro" inspiran confianza y
amor, las palabras "…que estás en los cielos…" deberían llenarnos de
humildad y asombro reverente. Estas son las dos cosas que deberían siempre
ocupar nuestra mente y atrapar nuestros corazones: la primera sin la segunda
tiende a una familiaridad impía; la segunda sin la primera produce frialdad y
temor. Por medio de la Combinación de ambas, se nos preserva de ambos
males; y un adecuado equilibrio es forjado y mantenido en el alma mientras
debidamente contemplamos ambos la misericordia y el poder de Dios, su
amor insondable y su inconmensurable sublimidad. Nótese cómo el mismo
balance bendito fue preservado por el Apóstol Pablo, al emplear las
siguientes palabras para describir a Dios el Padre: "…el Dios de nuestro
Señor Jesucristo, el Padre de la gloria,…" (Ef. 1:17).
Las palabras "que estás en los cielos" no se usan para indicar que Él está
encerrado allí. Se nos recuerdan las palabras del rey Salomón: " Pero ¿es
verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de
los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he
edificado?" (1 Reyes 8:27). Dios es infinito y omnipresente. Aunque hay un
sentido particular, en el cual el Padre está "en el cielo", porque es el lugar en
el que su majestad y gloria son más eminentemente manifiestos. "Jehová dijo
así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies…" (Isa. 66:1). La
comprensión de ésto nos debe llenar con la más profunda reverencia y
asombro reverente. Las palabras "…que estás en los cielos…" llaman la
atención a su providencia, declarando el hecho de que Él está dirigiendo
todas las cosas desde lo alto. Estas palabras proclaman su habilidad de
emprender por nosotros, ya que nuestro Padre es el Todopoderoso. “Nuestro
Dios está en los cielos; Todo lo que quiso ha hecho. " (Sal. 115:3). Sin
embargo aunque es el Todopoderoso, Él es el "Padre nuestro." "Como el
padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen."
(Sal. 103:13). "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a
vuestros hijos: ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a
los que le piden?" (Lucas 11:13). Por último, estas benditas palabras nos
recuerdan que estamos viajando hacia allá, porque el cielo es nuestro hogar.
Capítulo 2 - La primera petición
"…santificado sea tu nombre…" Mateo 6:9

"…santificado sea tu nombre…" es la primera de las peticiones de la oración


patrón de Cristo. Son siete en número y están significativamente divididas en
dos grupos de tres y cuatro, respectivamente: los tres primeros se refieren a la
causa de Dios; las cuatro últimas se refieren a nuestro quehacer cotidiano.
Una división similar se aprecia en los Diez Mandamientos: los cinco
primeros nos enseñan nuestro deber para con Dios (en el quinto, los padres se
paran frente a los niños en el lugar de Dios); los últimos cinco nos enseñan
nuestro deber hacia el prójimo. Nuestra responsabilidad o deber principal en
la oración es no considerarnos primero a nosotros mismos, sino darle a Dios
la preeminencia en nuestros pensamientos, deseos y súplicas. Necesariamente
esta petición viene en primer lugar, porque la gloria del gran nombre de
Dioses es el fin último de todas las cosas. Todas las demás solicitudes deben
estar subordinadas a ésta, y estar en procura de lo mismo. No podemos orar
correctamente a menos que la gloria de Dios sea dominante en nuestros
deseos. Debemos compartir un profundo sentido de la inefable santidad de
Dios y un deseo ardiente de honrarlo. Por lo tanto, no debemos pedir a Dios
que nos conceda algo que estaría en contradicción con su santidad.
"…santificado sea tu nombre…” ¡Cuán fácil es pronunciar estas palabras sin
considerar su solemne significado! Al tratar de reflexionar sobre ellas, cuatro
preguntas surgen naturalmente en nuestras mentes. En primer lugar, ¿qué se
entiende por la palabra santificado? En segundo lugar, ¿qué se quiere decir
por “nombre” de Dios? En tercer lugar, ¿qué se quiere transmitir con
"santificado sea tu nombre?" Cuarto, ¿por qué esta petición viene primero?
En primer lugar, la palabra “santificado” es un término en inglés medio
utilizado aquí para traducir una forma del verbo griego hagiazo. Este término
se suele traducir como "santificado." Esto significa que se aparta para un uso
sagrado." Así pues, las palabras "…santificado sea tu nombre…" significa
que el pío deseo de que el nombre inigualable de Dios pueda ser
reverenciado, adorado y glorificado, que Dios pueda hacer que se mantenga
en el máximo respeto y honor, y que su fama pueda extenderse traspasando
fronteras y ser magnificada.
En segundo lugar, el nombre de Dios significa Dios Mismo, trayendo a la
mente del creyente todo lo que Él es. Esto lo vemos en el Salmo 5:11: " En ti
se regocijen los que aman tu nombre…" (es decir, a Ti mismo). En Salmos
20:1 leemos, "El nombre del Dios de Jacob te defienda…", es decir, el Dios
de Jacob te defienda Él mismo. "Torre fuerte es el nombre del Señor" (Prov.
18:10), es decir, Jehová mismo es una Torre Fuerte. El nombre de Dios
representa las perfecciones divinas. Es sorprendente observar que cuando el
"proclamó el nombre del Señor" a Moisés, Dios enumeró sus propios
atributos benditos (véase Ex. 34:5). Este es el verdadero significado de la
afirmación de que "los que conocen tu nombre [es decir, tus maravillosas
perfecciones] pondrán su confianza en tí" (Sal. 9:10). Pero, en particular, el
nombre Divino pone ante todos nosotros todo lo que Dios nos ha revelado
sobre Sí mismo. Es en estas denominaciones y títulos como el Todopoderoso,
el Señor de los ejércitos, Jehová, el Dios de paz, y Padre nuestro que Él se ha
revelado a nosotros.
En tercer lugar, ¿qué pensamientos el Señor Jesús intentaba que nosotros
entretuviéramos en nuestros corazones cuando nos enseñó a orar, "santificado
sea tu nombre"? Primero, en el sentido más amplio, hemos de suplicar por
ello que Dios, "Por su providencia soberana, dirija y disponga todas las cosas
para su propia gloria" (Catecismo Mayor de Westminster). Por esto, oramos
para que Dios Mismo santifique Su nombre y que Él haga que, por su
providencia y gracia, sea conocido y adorado a través de la predicación de Su
Ley y Evangelio. Además, pedimos que su nombre sea santificado y
magnificado en y por nosotros. No que nosotros podamos añadir algo a la
santidad esencial de Dios, pero si podemos y debemos promover la gloria
manifestativa de Su santidad. Es por ello que se nos exhorta así: "Dad á
Jehová la gloria debida a su nombre" (Sal. 96:8). No tenemos el poder dentro
de nosotros mismos para santificar el nombre de nuestro Dios. Sin embargo,
Cristo nos instruye, usando un imperativo, verbos pasivos en nuestra boca,
para dirigirnos a nuestro padre, diciendo: "Que tu nombre sea santificado."
En esta petición obligatoria, se nos enseña a mandara nuestro Padre lo que
debe hacer, según el tenor de las palabras que él habló por medio de Isaías: "
Preguntadme de las cosas por venir; mandadme acerca de mis hijos, y acerca
de la obra de mis manos " (Isa. 45:11). Es debido a que el nombre de Dios
debe ser santificado en medio de sus criaturas que nuestro Maestro nos
encarga orar. "Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos
alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye" (1 Juan 5:14). Puesto que
nuestro Dios ha declarado tan claramente su mente, cada verdadero creyente
debe desear el santificar el nombre de Dios entre los hombres y debe con
determinación dar a conocer la gloria revelada de Dios en la tierra. Debemos
hacer ésto especialmente por medio de la oración, ya que el poder de alcanzar
este gran objetivo reside sólo en Dios mismo. Por la oración recibimos el
poder del Espíritu Santo para santificar y glorificar a Dios en nuestros
propios pensamientos, palabras y hechos.
Por medio de orar, "…santificado sea tu nombre…", rogamos que Dios, que
es el más santo y glorioso, tal vez nos permita reconocerle y honrarle como
tal. Como ha expresado enérgicamente Manton,
En esta petición la gloria de Dios es a la vez deseada y prometida de nuestra
parte, porque cada oración es una expresión de un deseo y también un voto
implícito u obligación solemne que tomamos sobre nosotros mismos para
comprometemos a juzgar lo que pedimos. La oración es una predicación a
nosotros mismos en el oír a Dios: hablamos con Dios advirtiéndonos a
nosotros mismos- No para su información, sino para nuestra edificación.
Lamentablemente, la necesaria implicación de esta oración no es más
insistida en el púlpito hoy, y percibida con más claridad en las sillas. Sino
que nos burlamos de Dios si le presentamos palabras piadosas y no tenemos
la intención de luchar con todas nuestras fuerzas para vivir en armonía con
ellas.
Para nosotros santificar su nombre significa que le damos a Dios el lugar
supremo, que lo ponemos por encima de todo lo demás en nuestros
pensamientos, afectos, y vidas. Este alto propósito de vida es la antítesis del
ejemplo de los constructores de la torre de Babel, que dijeron: "hagámonos
un nombre” (Gen. 11:4), y de Nabucodonosor, quien dijo: " ¿No es ésta la
gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y
para gloria de mi majestad?” (Dan. 4:30). El apóstol Pedro nos manda a "…
santificar al Señor Dios en nuestros corazones…" (1 Ped. 3:15). Un asombro
de Su majestad y santidad debería así llenar nuestros corazones de tal manera
que todo nuestro ser interior se postre en completa y voluntaria sujeción a él.
Por eso, debemos orar, luchar por obtener las perspectivas correctas y un
conocimiento más profundo de él, para que podamos adorarle y servirle
correcta y aceptablemente.
Esta petición no sólo expresa el deseo de que Dios se santifique a Sí mismo
en y a través de nosotros, permitiéndonos darle gloria, sino que también haga
audible nuestro anhelo de que otros puedan conocerlo, adorarlo y glorificarle.
En el uso de esta petición, oramos para que la gloria de Dios se manifieste y
avance más y más en el mundo en el curso de Su providencia, que Su Palabra
corra y sea glorificada en la conversión y santificación de los pecadores, que
pueda haber un aumento de la santidad de todo su pueblo, y que toda
profanación del nombre de Dios entre los hombres pueda ser prevenida y
erradicada (John Gill).
Por lo tanto, esta petición incluye el pedirle a Dios que conceda todo derrame
necesario del Espíritu, para que levante pastores fieles, para que mueva a sus
iglesias a mantener una disciplina Escritural, y despertar en los santos un
ejercicio de sus gracias.
En cuarto lugar, ahora es obvio el por qué esta es la primera petición de la
Oración del Padre nuestro, ya que es la única base legítima para todas
nuestras otras solicitudes. La gloria de Dios ha de ser nuestra principal y gran
preocupación. Cuando ofrecemos esta petición a nuestro Padre celestial,
estamos diciendo, "Lo que sea que venga a mí, a pesar de que pueda
hundirme bajo, no importa cuán profundas sean las aguas a través de las
cuales se me puede estar llamado a pasar, Señor, magnifícate a Ti mismo en y
a través de mí." Nótese cuan felizmente este espíritu fue ejemplificado por
nuestro perfecto Salvador: "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre,
sálvame de esta hora? Más para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu
nombre." (Juan 12:27, 28). Aunque era necesario que Él fuera bautizado con
el bautismo de sufrimiento, sin embargo la gloria del Padre fue la gran
preocupación de Cristo.
Las siguientes palabras resumen hermosamente el significado de la petición:
Oh Señor, abre nuestros ojos para que te podamos conocer bien y podamos
discernir Tu poder, sabiduría, justicia y misericordia; y ensanchar nuestros
corazones para que te podamos santificar en nuestros afectos, por medio del
hacer de ti nuestro temor, amor, alegría confianza; y abre nuestros labios para
que te podamos bendecir por tu infinita bondad; sí, Señor, abre nuestros ojos
para que te podamos ver en todas Tus obras, e inclina nuestras voluntades
con reverencia por tu nombre que aparece en tus obras, y concédenos que
cuando usemos cualquiera de ellos, que te podamos honrar en nuestro sobrio
y santificado uso de los mismos (W. Perkins).
En conclusión, señalemos muy brevemente los usos que se han de hacer de
esta petición. (1) Nuestros fracasos del pasado deben ser dolidos (llorados) y
confesados. Debemos humillarnos a nosotros mismos por esos pecados que
han estorbado la gloria manifestativa de Dios y profanado Su nombre, tales
como orgullo del corazón, frialdad de celo, obstinación de voluntad, e
impiedad de la vida. (2) debemos buscar ardiente y seriamente las gracias que
nos permitan santificar su nombre: un mejor conocimiento de Él mismo, un
incremento de temor santo en nuestros corazones, fe, esperanza, amor y
adoración aumentadas; y el uso correcto de sus dones. (3) nuestros deberes
deben ser fielmente practicados, que no haya nada en nuestra conducta que
haga que Su nombre sea blasfemado por los incrédulos (Rom. 2:24). "Si,
pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios"
(1 Cor. 10:31).
Capítulo 3 - La segunda petición
"…venga tu reino…" Mateo 6:10

La segunda petición es la más breve y sin embargo la más completa


contenida en nuestra oración del Padre nuestro. Sin embargo, es curioso, y a
la vez triste, que, en algunos círculos, es la menos comprendida y la más
controvertida. Las siguientes preguntas llaman a una consideración
cuidadosa. En primer lugar, ¿cuál es la relación entre esta petición y la
precedente? En segundo lugar, ¿el reino de quién está en vista aquí? En tercer
lugar, exactamente ¿qué es lo que se entiende por las palabras "Tu Reino"?
Cuarto, ¿en qué sentido o sentidos debemos entender las palabras, "venga tu
reino"?
La primera petición, "santificado sea tu nombre", se preocupa por la gloria de
Dios, mientras que la segunda y la tercera tienen respeto de los medios a
través de los cuales Su gloria debe ser manifiesta y promovida sobre la tierra.
El Nombre de Dios es glorificado visiblemente aquí sólo en la proporción en
que su Reino venga a nosotros y su voluntad sea hecha por nosotros. La
relación entre esta petición y la primera, entonces, es evidente. Cristo nos
enseña a orar en primer lugar para la santificación del gran nombre de Dios;
entonces él nos dirige a orar, posteriormente, por los medios mismos. Entre
los medios para promover la gloria de Dios, ninguno es tan influyente como
la venida de Su Reino. Por lo tanto se nos exhorta, "Pero buscad primero el
reino de Dios y su justicia" (Mateo 6:33). Pero, aunque los hombres
deben glorificar a Dios en la tierra, sin embargo, de sí mismos no pueden
hacerlo. El Reino de Dios en primer lugar debe ser puesto en sus corazones.
Dios no puede ser honrado por nosotros hasta que voluntariamente nos
sometamos a su gobierno sobre nosotros.
"Venga tu Reino." ¿Al reino de quien se hace referencia aquí?
Evidentemente, es el de Dios Padre, y sin embargo no es para ser considerado
como algo separado del Reino del Hijo. El Reino del Padre no es más distinto
del de Cristo que "la Iglesia del Dios viviente" (1 Tim. 3:15), es algo distinto
del Cuerpo de Cristo, o del "Evangelio de Dios" (Rom. 1:1) es algo diferente
de "el Evangelio de Cristo" (Rom. 1:16), o de "la Palabra de Cristo" (Col.
3:16) no se debe confundir con la Palabra de Dios. Pero lo que Cristo si
quiere decir, por las palabras "Tu Reino", es distinguir claramente el Reino de
Dios del reino de Satanás (Mateo 12:25), que es un reino de oscuridad y
desorden. El reino de Satanás no es sólo de carácter opuesto, sino que
también se encuentra en beligerante oposición al Reino de Dios.
El Reino del Padre es, en primer lugar y más generalmente, Su regla
universal, Su dominio absoluto sobre todas las criaturas y las cosas. “Tuya es,
oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor;
porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo,
oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos." (1 Cron. 29:11). En
segundo lugar, y más concretamente, es el ámbito externo de Su gracia en la
tierra, donde Él es aparentemente reconocido (véase Mateo 13:11 y Mark
4:11 en sus contextos). En tercer lugar, y más definitivamente todavía, es el
reino espiritual e interno de Dios, al cual se entra por la regeneración. "…el
que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios"
(John 3:5).
Ahora, como el Padre y el Hijo son uno por naturaleza, también su reino es el
mismo; y, por lo tanto, aparece en cada uno de sus aspectos. En cuanto al
aspecto de la providencia, leemos: "Mi padre hasta ahora trabaja, y yo
trabajo" (Juan 5:17), significando cooperación en el gobierno del mundo
(Heb. 1:3). Cristo ocupa ahora el oficio de mediador de un Rey en virtud del
nombramiento y establecimiento que el Padre le hizo (Lucas 22:29), (Sal.
2:6). Cuando el Reino se ve muy específicamente como un reino de gracia
puesto en los corazones del pueblo de Dios, es correctamente llamado de
ambas formas "el reino de Dios" (1 Cor. 4:20) Y "el reino de su Hijo amado"
(Col. 1:13). Viendo el Reino considerando su máxima gloria eterna, Cristo
dice que él tomará el fruto de la vid con nosotros "en el Reino de [su] Padre"
(Mateo 26:29), sin embargo también es llamado "el reino eterno de nuestro
Señor y Salvador Jesucristo" (2 Ped. 1:11). Por lo tanto, debe parecernos
perfectamente natural cuando leemos estas palabras: "Los reinos de
este mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo" (Apo. 11:15).
Uno podría preguntar, " ¿por qué aspecto del Reino se ora aquí como todavía
futuro? Desde luego, no su aspecto providencial, ya que ha existido y sigue
desde el principio. El Reino debe, entonces, ser futuro en el sentido de que el
reino de la gracia es el que se consumará en la gloria eterna de su Reino en
los cielos nuevos y tierra nueva (2 Ped. 3:13). Debe haber una entrega
voluntaria de todo el hombre - espíritu y cuerpo – a la voluntad revelada de
Dios, a fin de que Su gobierno sobre nosotros sea entero. Pero, si hemos de
experimentar y disfrutar de la gloria eterna del Reino de Dios, debemos
someternos personalmente a Su reinado de gracia en esta vida. La naturaleza
de este reino se resume en tres características: "… porque el reino de Dios no
es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo." (Rom.
14:17). Una persona que experimenta este reinado de gracia se caracteriza
por la justicia en que la justicia de Cristo es imputada a él como el que, por la
fe, se ha convertido en el sujeto de Su voluntad; por otra parte, también posee
la rectitud de la buena conciencia porque el Espíritu Santo le ha santificado,
es decir, lo ha separado para una nueva vida de santidad para la gloria de
Dios. Dicha persona también se caracteriza por la paz: paz de conciencia
hacia Dios, las relaciones pacíficas con el pueblo de Dios, y la búsqueda de la
paz con todos sus semejantes (Heb. 12:14). Esta piadosa paz personal, se
mantiene por la atención a todos los deberes del amor (Lucas 10:27; Rom.
13:8). Como el resultado de la justicia y la paz, tal persona también se
caracteriza por el gozo en el Espíritu Santo, un deleite en Dios en todos los
estados y vicisitudes de la vida (Fil. 4:10; 1 Tim. 6:6).
Hay una aplicación triple cuando oramos, "…venga a nosotros tu reino…" En
primer lugar, se aplica para el ámbito externo de la gracia de Dios aquí en la
tierra: "Que Tu evangelio sea predicado y el poder de Tu Espíritu lo asista;
que tu Iglesia sea fortalecida y que Tu causa en la tierra avance y que las
obras de Satanás sean destruidas!" En segundo lugar, se aplica al Reino
interno de Dios, es decir, de su reinado espiritual de la gracia dentro de los
corazones de los hombres: "Que Tu trono sea establecido en nuestros
corazones, que Tus leyes sean administradas en nuestras vidas y que sea
engrandecido tu nombre por nuestro andar." En tercer lugar, se aplica al
Reino de Dios en su gloria futura: "Que se apresure el día en que Satanás y
sus ejércitos Sean totalmente derrotados, cuando tu pueblo deje de pecar para
siempre, y cuando Cristo vea los dolores de su alma, y esté satisfecho" (Isa.
53:11).
El Reino de Dios viene progresivamente a los individuos en los siguientes
grados o etapas: (1) Dios da a los hombres los medios externos de salvación
(Rom. 10:13 ); (2) la Palabra predicada entra en la mente, de modo que los
misterios del Evangelio sean entendidos (Mateo 13:23; Heb. 6:4 ; 10:32); (3)
el Espíritu Santo regenera a los hombres, a fin de que entren al Reino de Dios
como súbditos voluntarios del reino de gracia (Juan 1:12, 13; 3:3, 5); (4) en el
momento de la muerte, los espíritus de los redimidos son liberados del
pecado (Rom. 7:24, 25; Heb. 12:23 ); y (5) en la resurrección, los redimidos
serán plenamente glorificados (Rom. 8:23 ).
Oh Señor, que venga a nosotros tu reino, a nosotros que somos extranjeros y
peregrinos aquí en la tierra: prepáranos para él y condúcenos a él, que aunque
todavía fuera de él, renuévanos con tu Espíritu a fin de que podamos estar
sujetos a Tu voluntad; confírmanos quienes somos en el camino, que nuestras
almas después de esta vida, y ambos el alma y el cuerpo en el Día del Juicio,
puedan ser plenamente glorificados: sí, Señor, apresura esta glorificación
hacia nosotros y todos tus elegidos (W. Perkins).
Decimos una vez más que, pese a que ésta es la más breve de las peticiones,
también es la más completa. Al orar: "…venga tu reino…", suplicamos por el
poder y la bendición del Santo Espíritu para asistir a la predicación de la
Palabra, para que la Iglesia sea equipada con oficiales dados y dotados por
Dios, para que las ordenanzas sean administradas con pureza, por un aumento
de los dones espirituales y gracias a los miembros de Cristo, y por el
derrocamiento de los enemigos de Cristo. Por lo tanto, oramos para que el
Reino de la gracia pueda extenderse hasta que todo el conjunto de elegidos de
Dios sean traídos a él. Además, como implicación necesaria, oramos a Dios
para que nos destete más y más de las cosas de este mundo.
En conclusión, señalemos algunos de los usos en los que esta petición debe
ser puesta. En primer lugar, tenemos que llorar y confesar nuestros propios
fracasos y los de los demás, para promover el reino de Dios. Es nuestro deber
confesar ante Dios nuestra depravación miserable y natural y la terrible
tendencia de nuestra carne de servir al pecado y los intereses de Satanás
(Rom. 7:14). Tenemos que dolernos del triste estado de las cosas en el
mundo y sus lamentables transgresiones de la Ley de Dios, por las cuales
Dios es deshonrado y el reino de Satanás promovido (Salmo 119:136; Mark
3:5). En segundo lugar, hemos de buscar seria y ardientemente las gracias
que harán de nuestras vidas una influencia santificadora en el mundo, a fin de
que el Reino de Dios pueda ser tanto construido como mantenido. Vamos a
tratar de someternos a los mandamientos de Cristo a fin de que seamos
totalmente gobernados por él, siempre listos para hacer su voluntad (Rom.
6:13). En tercer lugar, después de orar para que Dios nos capacite, debemos
realizar todos los deberes asignados por Dios, dando los frutos que
pertenecen al reino de Dios (Mateo 21:43; Rom. 14:17). Esto hemos de hacer
con toda diligencia (Ecl. 9:10; Col. 3:17), utilizando todos los medios
divinamente designados para el avance del reino de Dios.
Esta segunda petición está bien resumidaen el Catecismo Menorde
Westminster:
En la segunda petición... oramos, que el reino de Satanás pueda ser destruido;
y que el Reino de la gracia pueda avanzar, que nosotros mismos y otros
podamos ser traídos a él; y mantenidos en él; y que el Reino de gloria pueda
ser acelerado.
Capítulo 4 - La Tercera petición
"…hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo…"
Mateo 6:10

La conexión entre esta tercera petición y las anteriores no es difícil de


rastrear. La primera preocupación de nuestros corazones, así como nuestras
oraciones, debe ser para la gloria de Dios. Anhelos por el Reino de Dios
siguen naturalmente, al igual que esfuerzos honestos para servir a Dios
mientras estamos en esta tierra. La gloria de Dios es el gran objeto de
nuestros deseos. La venida y el avance de su Reino son el principal medio por
el cual la gloria de Dios es manifestativamente asegurada. Nuestra obediencia
personal hace que sea evidente que su Reino ha llegado a nosotros. Cuando el
Reino de Dios realmente viene a un alma, esta debe, necesariamente, ser
traída a la obediencia de sus leyes y ordenanzas. Es peor que inútil llamar a
Dios nuestro Rey si sus mandamientos no son considerados por nosotros. En
términos generales, hay dos partes en esta petición: (1) una petición por el
espíritu de obediencia; y (2) una declaración de la manera en que la
obediencia debe ser llevada a cabo.
"…hágase tu voluntad…" Esta cláusula puede presentar una dificultad para
algunos de nuestros lectores, quienes podrían preguntar, "¿no se hace siempre
la voluntad de Dios?" En un sentido si, pero en otro sentido no. La Escritura
presenta la voluntad de Dios desde dos diferentes puntos de vista: su voluntad
secreta y Su voluntad revelada, o su voluntad decretiva y su voluntad
preceptiva. Su voluntad secreta o decretiva es el gobierno de Sus propias
acciones: en la creación (Apo. 4:11), la providencia (Dan. 4:35), y la gracia
(Rom. 9:15). Lo que Dios ha decretado es siempre desconocido a los
hombres hasta que son reveladas por las profecías de lo que ha de venir o por
los acontecimientos cuando ocurren. Por otra parte, la voluntad de Dios
revelada o preceptiva, es el gobierno para nuestras acciones, Dios ha dado a
conocer en las Escrituras lo que es agradable a sus ojos.
La voluntad secreta o decretiva de Dios se hace siempre, igualmente en la
tierra como en el cielo, ya que ninguno puede frustrar o incluso estorbar su
desarrollo. Es igualmente evidente que la voluntad revelada de Dios es
violada cada vez que uno de sus preceptos es desobedecido. Esta distinción
fue establecida claramente cuando Moisés dijo a Israel, " Las cosas secretas
pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para
nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta
ley." (Deut. 29:29). Esta distinción también se encuentra en el uso de la
palabra consejo. "Mi consejo [decreto eterno de Dios] permanecerá, y haré
todo lo que quiero" (Isa. 46:10), dice Jehová. Sin embargo, en Lucas 7:30
leemos que "los Fariseos y los abogados rechazaron [es decir, frustraron] el
consejo [o voluntad revelada] de Dios" como a sí mismos, no siendo
bautizados por Juan. Por un lado, leemos: " ¿quién ha resistido a su
voluntad?" (Rom. 9:19). Por otro lado se nos dice que "…pues la voluntad de
Dios es vuestra santificación;…" (1 Tes. 4:3). La voluntad revelada o
preceptiva de Dios es declarada en la Palabra de Dios, definiendo nuestro
deber y dando a conocer la ruta en la que debemos caminar. Dios ha provisto
Su Palabra como el medio designado para la renovación de nuestra mente.
Una colocación de los preceptos de Dios en el corazón (Sal. 119:11) es
esencial para la transformación de la personalidad y la conducta; esta
disciplina vital es un prerrequisito absoluto para nuestra prueba, en nuestra
propia experiencia cristiana, "… para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta. " (Rom. 12:2).
La voluntad de Dios, entonces, es una frase que, de por sí, puede expresar lo
que Dios ha pensado hacer, o lo que Él ha mandado ser hecho por nosotros.
Con respecto a la voluntad de Dios en el primer sentido, que siempre es,
siempre ha sido, y siempre se hará en la tierra como en el cielo, porque ni la
política humana ni el poder infernal pueden evitarla. El texto que hoy nos
ocupa contiene una oración; y es que nosotros podamos ser traídos a estar en
completo acuerdo con la voluntad revelada de Dios. Nosotros hacemos la
voluntad de Dios, cuando, de la debida consideración a su autoridad,
regulemos nuestros propios pensamientos y conducta por medio de sus
mandamientos. Tal es nuestro deber sagrado, y siempre debe ser nuestro
deseo ferviente y esfuerzo diligente de hacer así. Nos burlamos de Dios si
presentamos esta solicitud y, a continuación, fallamos al hacer la
conformación de nosotros mismos a su voluntad revelada nuestro negocio
principal. Reflexiónese sobre la solemne advertencia del Señor en Mateo 15:1
(cf. Mateo 25:31 y Lucas 6:46).
"…hágase tu voluntad en la tierra…" El que ora sinceramente ésto,
necesariamente da a entender su entrega incondicional a Dios; implica la
renuncia a la voluntad de Satanás (2 Tim. 2:26) Y a sus propias inclinaciones
corruptas (1 Ped. 4:2), y su rechazo a todo lo que se opone a Dios. Sin
embargo, esa alma es dolorosamente consciente de que todavía hay mucho en
él que está en conflicto con Dios. Por lo tanto, con humildad y contrición
reconoce que no puede hacer la voluntad de Su Padre sin asistencia Divina, y
que él desea y busca fervientemente la gracia que lo capacite. Posiblemente el
significado y el alcance de esta petición se abrirán mejor si lo expresamos así:
oh Padre, que tu voluntad me sea revelada, que se forje en mí, y que sea
hecha por mí.
Desde una perspectiva positiva, cuando oramos, "…hágase tu voluntad…",
rogamos a Dios por sabiduría espiritual para aprender su voluntad: "Hazme
entender el camino de tus mandamientos... Enséñame, oh Jehová, el camino
de tus estatutos,…” (Sal. 119:27, 33). También, le suplicamos a Dios por
inclinación espiritual hacia su voluntad: " Por el camino de tus
mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón... Inclina mi corazón a
tus testimonios,…" (Sal. 119:32, 36). Por otra parte, rogamos a Dios por
fuerza espiritual para hacer Su voluntad: "…vivifícame según tu palabra...
susténtame según tu palabra." (Sal. 119:25, 28; Flp. 2:12, 13; Heb. 13:20,
21). Nuestro Señor nos enseña a orar, "…hágase tu voluntad así en la
tierra…", porque este es el lugar de nuestro discipulado. Este es el ámbito en
el que se va a practicar la auto negación. Si no hacemos su voluntad aquí, no
podremos nunca en el cielo.
"…como en el cielo…" La norma por la cual hemos de medir nuestros
intentos de hacer la voluntad de Dios en la tierra es nada menos que la
conducta de los santos y los ángeles en el cielo. ¿Cómo se hace la voluntad
de Dios en el cielo? Por cierto, no se hace a regañadientes o con mal humor,
ni se hace hipócrita o farisaicamente. Podemos estar seguros de que no se
ejecuta ni tardía ni caprichosamente, ni parcial ni fragmentariamente. En las
cortes celestiales, la voluntad de Dios se hace gozosa y alegremente. Tanto
las cuatro criaturas vivientes (no bestias) como los veinticuatro ancianos de
Apocalipsis 5:8-14 son descritos como rindiendo adoración y servicio juntos.
La adoración y la obediencia celestiales, sin embargo, son rendidas con
humildad y reverencia, ya que los serafines ocultan sus rostros ante el Señor
(Isa. 6:2). Allí los mandamientos de Dios se ejecutan con prontitud, porque
Isaías dice que uno de los serafines voló hacia él desde la presencia Divina
(Isa. 6:6). Allí Dios es alabado constantemente y sin descanso. “Por esto
están [los santos] delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su
templo;…" (Apoc. 7:15). Los ángeles obedecen a Dios sin demora, en su
totalidad, perfectamente y con inefable deleite. Pero nosotros somos
pecaminosos y llenos de flaquezas. ¿Con que conveniencia, entonces, puede
la obediencia de seres celestiales ser propuesta como un ejemplo presente
para nosotros? Planteamos esta cuestión no como una concesión a nuestras
imperfecciones, sino porque las almas honestas son ejercitadas por medio de
ella.
En primer lugar, esta norma es puesta ante nosotros para endulzar nuestro
sometimiento a la Voluntad Divina, ya que a nosotros en la tierra no se nos
pone una tarea más exigente que la de aquellos que están en el cielo. El Cielo
es lo que es porque la voluntad de Dios se lleva a cabo por todos los que
habitan allí. La medida en que un anticipo de su felicidad puede ser obtenida
por nosotros en la tierra, estará determinada en gran medida por el grado en
que realicemos aquí la voluntad Divina. En segundo lugar, este estándar es
dado para mostrarnos la bienaventurada razonabilidad de nuestra obediencia
a Dios. “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, Poderosos en fortaleza, que
ejecutáis su palabra, Obedeciendo a la voz de su precepto." (Sal. 103:20).
Luego, ¿Dios puede requerir menos de nosotros? Si vamos a tener comunión
con los ángeles en la gloria, entonces debemos ser conformados a ellos en la
gracia. En tercer lugar, es dado como el estándar al que debemos apuntar.
Pablo dice, " Por lo cual también nosotros… no cesamos de orar por
vosotros,… para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo,…
para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere."
(Col. 1:9, 10; 4:12). En cuarto lugar, esta norma es dada para que nos enseñe
no sólo qué hacer, sino cómo hacerlo. Debemos imitar a los ángeles en la
forma de su obediencia, a pesar de que no podemos igualarlos en medida o
grado.
"Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo." Pésese esto atentamente a
la luz de lo que le precede. En primer lugar, se nos enseña a orar, "Padre
nuestro que estás en los cielos"; a continuación, ¿no deberíamos hacer Su
voluntad? Debemos, si somos Sus hijos, ya que la desobediencia es la que
caracteriza a sus enemigos. ¿Su propio Hijo querido no le rindió obediencia
perfecta? Y debería deleitarnos para esforzarnos por darle la calidad de
devoción a la que Él está acostumbrado en el lugar de su morada, la silla de
nuestra futura dicha. En segundo lugar, dado que se nos enseña a orar,
"santificado sea tu nombre", ¿una preocupación real por la gloria de Dios no
nos obliga a hacer de una conformidad a su voluntad nuestra suprema
búsqueda? Con certeza Debemos, si queremos honrar a Dios, porque nada le
deshonra más que la voluntad propia y el desafío. En tercer lugar, ya que se
nos instruye a orar, "venga tu reino", ¿no deberíamos buscar estar en pleno
sometimiento a sus leyes y ordenanzas? Debemos, si estamos sujetos a las
mismas, pues son sólo los rebeldes alienados quienes desprecian su cetro.
Capítulo 5 - La cuarta petición
"…danos hoy nuestro pan de cada día..."
Mateo 6:11

Dirigimos nuestra atención a las peticiones que más inmediatamente nos


conciernen. El hecho de que nuestro Señor hiciera tres peticiones que se
refieren directamente a los intereses legítimos de Dios, en primer lugar,
deben suficientemente indicarnos que debemos trabajar en la oración para
promover la gloria manifestativa de Dios, para avanzar Su reino, y para hacer
Su voluntad antes de que se nos permita suplicar por nuestras propias
necesidades. Estas peticiones que más inmediatamente nos conciernen son
cuatro en número, y en ellas se puede discernir claramente una referencia
implícita a cada una de las Personas de la Santísima Trinidad. Nuestras
necesidades temporales son suplidas por la bondad del Padre. Nuestros
pecados son perdonados a través de la mediación del Hijo. Somos
preservados de la tentación y librados del mal por las operaciones de gracia
del Espíritu Santo. Examinemos cuidadosamente la proporción que se
observa en estas cuatro últimas peticiones: una de ellas se ocupa de nuestras
necesidades fisiológicas; tres de ellos se preocupan por los intereses del alma.
Esto nos enseña que en la oración, como en todas las demás actividades de la
vida, las preocupaciones temporales deben ser subordinadas a las
preocupaciones espirituales.
"Danos hoy nuestro pan de cada día." Tal vez será útil si se empieza por
plantear una serie de preguntas. En primer lugar, ¿por qué esta solicitud para
el suministro de las necesidades corporales necesita venir antes que aquellas
peticiones que se preocupan por las necesidades del alma? En segundo lugar,
¿qué se quiere decir con, o está incluido en el término pan? Tercero, ¿en qué
sentido podemos convenientemente rogar a Dios por nuestro pan de cada día
cuando ya tenemos un suministro a la mano? En cuarto lugar, ¿cómo puede
ser el pan un regalo divino si nos ganamos el mismo por nuestros propios
esfuerzos? Quinto, ¿qué es lo que nuestro Señor nos está inculcando al
restringir la solicitud a "nuestro pan de cada día"? Antes de intentar
responder a estas preguntas hay que decir que, con casi todos los mejores
comentaristas, consideramos la primera referencia como siendo pan material
en lugar de espiritual.
Matthew Henry, muy astutamente señaló que la razón por la que este pedido
para el suministro de nuestras necesidades físicas encabeza las cuatro últimas
peticiones es que "nuestro [bienestar] natural es necesario [para] nuestro
bienestar espiritual en este mundo." En otras palabras, Dios nos concede las
cosas físicas de esta vida mientras nos ayuda en el cumplimiento de nuestros
deberes espirituales. Y puesto que son dadas por Él, deben ser empleadas en
Su servicio. Qué consideración de gracia la que Dios muestra hacia nuestra
debilidad: somos ineptos e incapaces de realizar nuestros deberes más
elevados si se nos priva de las cosas necesarias para el sustento de nuestra
existencia corporal. También es posible deducir correctamente que esta
petición viene primero con el fin de promover el crecimiento estable y el
fortalecimiento de nuestra fe. Al percibir la bondad y la fidelidad de Dios en
proveer para nuestras necesidades físicas diarias, nos sentimos animados y
estimulados a pedir por bendiciones mayores (cf. Hechos 17:25).
"…nuestro pan de cada día…" se refiere principalmente a ser suplidos para
nuestras necesidades temporales. Para los Hebreos, el pan era un término
genérico, significando las necesidades y conveniencias de esta vida (Gen.
3:19; 28:20), tales como alimento, vestido, y vivienda. Inherente a la
utilización del término específico pan más bien que el término más general
alimento es un énfasis que nos enseña a pedir no por exquisiteces o riquezas,
sino por lo que es sano y necesario. El termino pan incluye aquí la salud y el
apetito, aparte de que la comida no nos haga ningún bien. También tiene en
cuenta nuestra nutrición: ya que esto no proviene de los alimentos por sí
solos, ni tampoco yace dentro del poder de la voluntad del hombre. Por lo
tanto, la bendición de Dios en ésto debe ser buscada. “Porque todo lo que
Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de
gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado. " (1
Tim. 4:4, 5).
Al rogar a Dios que nos dé nuestro pan de cada día, le pedimos que si él nos
puede proveer una porción de cosas externas, como las que él ve, se adaptan
mejor a nuestro llamado y condición. “No me des pobreza ni riquezas;
Mantenme del pan necesario; No sea que me sacie, y te niegue, y diga:
¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, Y blasfeme el nombre de mi
Dios." (Prov. 30:8, 9). Si Dios nos concede las superficialidades de la vida,
hemos de ser agradecidos, y debemos tratar de utilizarlas para Su gloria; pero
no debemos pedirlas. "Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos
con esto." (1 Tim. 6:8). Debemos pedir por "nuestro pan de cada día." No se
debe obtener mediante el robo, ni tomándolo por la fuerza o hacer fraude con
lo que pertenece a otro, sino por nuestro trabajo y esfuerzo personal. “No
ames el sueño, para que no te empobrezcas; abre tus ojos, y te saciarás de
pan. "(Prov. 20:13). "Considera los caminos de su casa, y no come el pan de
balde" (Prov. 31:27).
¿Cómo puedo pedir sinceramente a Dios por el pan de cada día cuando ya
tengo un buen suministro a la mano? En primer lugar, puedo preguntar esto
porque mi porción temporal presente podría ser velozmente quitada de mí, y
sin ninguna advertencia. Una ilustración notable y solemne de ésto se halla en
Génesis 19:15 -25. El fuego puede quemar la casa de uno y todo lo que hay
en ella. Así que al pedir a Dios por el suministro diario de nuestras
necesidades temporales, reconocemos nuestra total dependencia de su
generosidad. En segundo lugar, debemos hacer esta petición cada día, porque
lo que tenemos no nos beneficiará en nada a menos que Dios se digne
también bendecirnos igualmente. Tercero, el amor exige que yo ore así,
porque esta petición abarca mucho más que mis propias necesidades
personales. Por medio del enseñarnos a orar, "Danos hoy nuestro pan de cada
día", el Señor Jesús nos está inculcando amor y compasión hacia los demás.
Dios requiere que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y a
ser tan solícitos a las necesidades de nuestros hermanos cristianos como lo
somos con nuestras propias necesidades (Gal. 6:10).
¿Cómo se puede decir que Dios nos da nuestro pan de cada día si nosotros
mismos lo hemos ganado? Seguramente, un problemilla tal escasamente
necesita respuesta. En primer lugar, Dios debe dárnoslo, porque nuestro
derecho a él se perdió cuando caímos en Adán. En segundo lugar, Dios debe
otorgarlo, porque todo le pertenece a él. "De Jehová es la tierra y su plenitud;
el mundo, y los que en él habitan." (Sal. 24:1). "Mía es la plata, y mío es el
oro, dice Jehová de los ejércitos." (Hageo 2:8). "Por tanto, yo volveré y
tomaré mi trigo a su tiempo, y mi vino a su sazón,…" (Oseas 2:9). Por lo
tanto tenemos en pago de nuestro Señor (es decir, con la condición de
homenaje y servicio) la parte de Él otorga. No somos sino administradores.
Dios nos concede ambos la posesión y el uso de su creación, pero retiene para
sí mismo el título. En tercer lugar, debemos ya estar orando así porque todo
lo que tenemos viene de Dios. "Todos ellos esperan en ti, Para que les des su
comida a su tiempo. Les das, recogen; Abres tu mano, se sacian de bien."
(Sal. 104:27, 28; Hch 14:17). Aunque por el trabajo y la compra se puede
decir que las cosas son nuestras (relativamente hablando), sin embargo es
Dios quien nos da la fuerza para trabajar.
¿Qué está Cristo inculcando al restringir la solicitud al" pan nuestro de cada
día"? En primer lugar, se nos recuerda nuestra fragilidad. Somos incapaces de
continuar en salud por veinticuatro horas, y somos incompetentes para los
deberes de un solo día, a menos que constantemente seamos alimentados
desde lo alto. En segundo lugar, se nos recuerda la brevedad de nuestra
existencia mundana. Ninguno de nosotros sabe lo que un día traerá, y por lo
tanto se nos prohíbe gloriarnos del día mañana, “No te jactes del día de
mañana; porque no sabes qué dará de sí el día.” (Prov. 27:1). En tercer lugar,
se nos enseña a suprimir toda preocupación ansiosa por el futuro y a vivir un
día a la vez. “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de
mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal." (Mateo 6:34). En
cuarto lugar, Cristo inculca la lección de la moderación. Debemos ahogar el
espíritu de la codicia, formando el hábito de estar contentos con una pequeña
porción. Por último, obsérvese que las palabras del Señor, "…danos hoy
nuestro pan de cada día…", son apropiadas para su uso cada mañana,
mientras que la expresión que Él enseña en Lucas 11:3, "Danos día tras día
nuestro pan diario” (KJV),[1] debe ser nuestra solicitud cada noche.
En resumen, entonces, esta petición nos enseña las siguientes lecciones
indispensables: (1) que está permitido y lícito suplicar a Dios por
misericordias temporales; (2) que somos completamente dependientes de la
generosidad de Dios para todo; (3) que nuestra confianza debe estar puesta
sólo en él, y no en causas secundarias; (4) que debemos estar agradecidos, y
devolver las gracias por las bendiciones materiales, así como por las
espirituales; (5) que hemos de practicar la sobriedad y no alimentar la
codicia; (6) que debemos tener nuestro culto familiar en la mañana y en la
noche; y (7) que debemos ser igualmente diligentes a favor de los demás
como para con nosotros mismos.
Capítulo 6 - La Quinta Petición
"Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores."
Mateo 6:12

Al comienzo de nuestra consideración de esta quinta petición, es vital que


prestemos la debida atención al hecho de que comienza diferentemente de las
cuatro primeras. Por primera vez en nuestra oración del Señor nos
encontramos con la conjunción y. La cuarta petición, "…danos hoy nuestro
pan de cada día…", es seguida de las palabras "…y perdónanos nuestras
deudas…", lo que indica que hay una relación muy estrecha entre las dos
peticiones. Es cierto que las tres primeras peticiones están íntimamente
relacionadas, sin embargo son bastante diferentes. Pero la cuarta y la quinta
petición deben estar especialmente ligadas en nuestras mentes por varias
razones prácticas. En primer lugar, se nos enseña que sin perdonar todas las
cosas buenas de esta vida no nos beneficiarán para nada. Un hombre en una
celda de los condenados a muerte es alimentado y vestido, pero, ¿qué valor
tiene para él la dieta más delicada y la ropa más costosa, mientras
permanezca bajo pena de muerte inminente? "El pan nuestro de cada día no
hace sino engordarnos pero como corderos para el matadero si nuestros
pecados no son perdonados" (Matthew Henry). En segundo lugar, nuestro
Señor nos quiere informar que nuestros pecados son tantos y tan graves que
no merecemos ni un bocado de comida. Cada día el cristiano es culpable de
ofensas que pierde aun la más común de las bendiciones de la vida, de tal
manera que debería siempre decir como dijo Jacob, " menor soy que todas
las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo; (Gen.
32:10). En tercer lugar, Cristo nos quiere recordar que nuestros pecados son
el gran obstáculo de los favores que podríamos recibir de Dios (Isa. 59:2; Jer.
5:25). Nuestros pecados angostan el canal de bendición, y por lo tanto tan a
menudo como oramos: "danos", debemos añadir, "y perdónanos." Cuarto,
Cristo nos quiere alentar a continuar en la fe con viento en popa. Si tenemos
confianza en la providencia de Dios para nuestros cuerpos, ¿no deberíamos
confiar en él para la salvación de nuestras almas del poder y el dominio del
pecado y de la espantosa paga del pecado?
"…perdónanos nuestras deudas…" Nuestros pecados son vistos aquí, como
en Lucas 11:4, bajo la noción de deudas, es decir, obligaciones no pagadas o
fracasos al rendir a Dios su legítima consideración. Le debemos a Dios una
adoración sincera y perfecta junto con seriedad y obediencia perpetua. El
Apóstol Pablo dice, " Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para
que vivamos conforme a la carne…" (Rom. 8:12), indicando así el lado
negativo. Pero positivamente, somos deudores de Dios, para vivir en Él. Por
la ley de la creación, fuimos hechos no para gratificar la carne, sino para
glorificar a Dios. “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os
ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer,
hicimos. " (Lucas 17:10). El fracaso al pagar la deuda de adoración y
obediencia ha conllevado culpa, trayéndonos a ser deudores de la justicia
Divina. Ahora, cuando oramos, "…perdónanos nuestras deudas…", no
pedimos que se nos exonere de los deberes que tenemos con Dios, sino ser
absueltos de la culpa, es decir, que el castigo debido nos sea remitido.
"un acreedor que tenía dos deudores" (Lucas 7:41). Aquí, en nuestro texto,
Dios se presenta en la figura de un acreedor, en parte en vista de ser nuestro
Creador, y en parte como siendo nuestro legislador y juez. Dios no sólo nos
ha dotado con talentos, obligándonos a servir y glorificar a nuestro
benefactor, sino que también nos ha colocado bajo su ley, de tal manera que
seamos condenados por nuestras faltas. Y como juez, el aún nos llamará a
cada uno de nosotros para hacer una rendición de cuantas completa de
nuestras respectivas mayordomías, (Rom. 14:12). Tiene que haber un gran
día de rendición de cuentas (Lucas 19:15), y a los que han fallado en
arrepentirse y lamentar sus deudas y refugiarse en Cristo serán eternamente
castigados por sus faltas. Por desgracia, muy pocos se conducen a sí mismos
con una conciencia clara de esa corte solemne.
No sólo esta metáfora de los acreedores y deudores aplica para nuestra ruina,
sino que, gracias a Dios, aplica por igual al remedio para nuestra
recuperación. Como los deudores en banca rota, estamos completamente
deshechos y debemos yacer por siempre bajo el justo juicio de Dios, a menos
que se Le haga una compensación completa. Pero no tenemos el poder de
pagarle esa compensación, ya que, moral y espiritualmente hablando,
estamos completamente en banca rota. La liberación, entonces, debe venir
desde fuera de nosotros. Aquí es donde el Evangelio habla palabras de alivio
al alma cargada de pecado: otro, el Señor Jesús, tomó sobre sí el oficio de
Patrocinador, y rindió plena satisfacción a la justicia Divina en nombre de Su
pueblo, pagando una compensación completa a Dios por ellos. Por lo tanto,
en este sentido, Cristo es llamado el "fiador de un mejor pacto" (Heb. 7:22),
como afirmó proféticamente a través de su padre David: " ¿Y he de pagar lo
que no robé?" (Sal. 69:4). Dios declara en cuanto a sus elegidos, " Que lo
libró de descender al sepulcro, que halló redención; " (Job 33:24).
"…y perdónanos nuestras deudas…" Resulta extraño decirlo, pero algunos
experimentan una dificultad aquí. Al ver que Dios ya ha perdonado a los
cristianos "todos los pecados" (Col. 2:13), ¿no es innecesario, preguntan, que
éste siga pidiendo perdón a Dios? Esta dificultad es auto-creada, a través un
error a la hora de distinguir entre el precio de compra de nuestro perdón por
medio de Cristo y su aplicación real para nosotros. Verdadero, la plena
expiación por todos nuestros pecados fue hecha por él, y en la cruz su
culpabilidad fue cancelada. Verdadero, todos nuestros antiguos pecados se
purgan en nuestra conversión (2 Ped. 1:9). Sin embargo, hay un sentido muy
real en el que nuestros pecados presentes y futuros no son remitidos hasta que
nos arrepintamos y los confesemos a Dios. Por lo tanto, es necesario y
apropiado que busquemos el perdón para ellos. (1 Juan 1:6). Incluso después
de que Natán le dio seguridad a David, diciendo: "…también Jehová
ha remitido tu pecado…" (2 Sam. 12:13), David le rogó perdón de Dios (Sal.
51:1, 2).
¿Qué es lo que pedimos en esta petición? En primer lugar, pedimos que Dios
no ponga a nuestro cargo los pecados que diariamente cometemos (Salmo
143:2). En segundo lugar, pedimos que Dios acepte la satisfacción de Cristo
por nuestros pecados y nos mire como justos en él. Algunos pueden objetar,
"pero si fuéramos verdaderos cristianos, ya lo ha hecho así." Verdadero, sin
embargo, El requiere que nosotros demandemos por nuestro perdón, justo
como El dijo a Cristo, "Pídeme, y te daré por herencia las naciones…" (Sal.
2:8). Dios está dispuesto a perdonar, pero Él requiere que nosotros clamemos
a él. ¿Por qué? Para que su misericordia salvadora pueda ser reconocida, y
para que nuestra fe pueda ser ejercitada. En tercer lugar, suplicamos a Dios
para la continuación del perdón. Aunque seamos justificados, sin embargo,
debemos seguir pidiendo; de la misma forma que con el pan de cada día, a
pesar de que tenemos un buen almacén a la mano, sin embargo, pedimos para
la continuación de él. En cuarto lugar, pedimos por el sentido del perdón, o
seguridad de él, que los pecados puedan ser borrados de nuestra conciencia y
del libro de las memorias de Dios. Los efectos del perdón son paz interior y
acceso a Dios (Rom. 5:1, 2).
El perdón no se exige como algo debido a nosotros, sino pedido como una
misericordia. "Al mismo final de su vida, el mejor Cristiano debe venir por
perdón tal y como lo hizo al principio, no como un reclamante de un derecho,
sino como una suplicante de un favor" (John Brown). Tampoco es esto
inconsistente con, o una reflexión sobre nuestra justificación completa (Actos
13:39). Es cierto que el creyente "…no vendrá a condenación…" (Juan 5:24);
sin embargo, en lugar de que esta verdad lo guíe a la conclusión de que no es
necesario orar por la remisión de sus pecados, ella le suple con los ánimos
posibles más fuertes para presentar tal petición. Del mismo modo, la
seguridad Divina de que un verdadero cristiano perseverará hasta el final, en
vez de sentar las bases para el descuido, es el motivo más poderoso para la
vigilancia y la fidelidad. Esta petición implica un sentido profundo de
pecado, un penitente reconocimiento del mismo, una búsqueda de la
misericordia de Dios por amor de Cristo, y la conciencia de que él puede
justamente perdonarnos. Su presentación debe ser siempre precedida por un
auto-examen y humillación.
Nuestro Señor nos enseña a confirmar esta petición con un argumento: “…así
como nosotros perdonamos a nuestros deudores.” En primer lugar, Cristo nos
enseña a argumentar desde una disposición similar en nosotros mismos:
cualquier bien que haya en nosotros debe estar primero en Dios, porque él es
la suma de toda excelencia; si, luego, una disposición amable ha sido
plantada en nuestros corazones por Su Espíritu Santo, la misma debe ser
hallada en Él. En segundo lugar, hemos de razonar con Dios de lo menor a lo
mayor: si nosotros, que no tenemos sino una gota de misericordia, podemos
perdonar las ofensas que se nos han hecho, seguramente Dios, que es un
verdadero océano de misericordia, nos perdonará. En tercer lugar, debemos
argumentar desde la condición de aquellos que pueden esperar perdón: somos
pecadores que, a partir de un sentido de la misericordia de Dios para
nosotros, están dispuestas a mostrar misericordia a los demás; por lo tanto,
moralmente estamos cualificados para más misericordia, dado que no hemos
abusado de la misericordia que ya hemos recibido. Quienes orarían
correctamente a Dios para obtener el perdón deben perdonar a aquellos que
les han hecho lo malo. José (Gen. 50:14) Y Esteban (Hechos 7:60) son
ejemplos visibles. Tenemos que orar mucho para que Dios quite toda
amargura y malicia de nuestros corazones contra aquellos que nos han hecho
mal. Pero perdonar a nuestros deudores no excluye que los reprendamos, y,
cuando están en juego intereses públicos, hacer que sean enjuiciados. Es mi
obligación entregar un ladrón a un policía, o acudir a la ley contra uno que
era capaz pero que se rehusó a pagarme (Rom. 13:1). Si una persona es
culpable de un delito y no lo reporto, luego, me convierto en cómplice de ese
crimen. Por lo tanto, demuestro una falta de amor por él y por la sociedad
(Lev. 19:17, 18).
Capítulo 7 - La Sexta Petición
“…y no nos metas en tentación…"
Mateo 6:13

Esta sexta petición también comienza con la conjunción y, requiriéndonos


marcar estrechamente su relación con la petición anterior. La relación entre
ellas puede ser establecida así. En primer lugar, la petición anterior se refiere
a la parte negativa de nuestra justificación, mientras que esta tiene que ver
con nuestra santificación práctica; puesto que las dos bendiciones nunca
deben ser cortadas. Por lo tanto, observamos que la balanza de la verdad está
perfectamente preservada. En segundo lugar, los pecados pasados siendo
perdonados. Debemos orar fervientemente para que la gracia nos prevenga de
repetirlos. No podemos desear correctamente que Dios nos perdone nuestros
pecados a menos que sinceramente deseemos la gracia para abstenernos de
otros similares en el futuro. Por lo tanto, debemos hacer de esto nuestra
práctica, el que ferviente y sinceramente roguemos por fortaleza para evitar
una repetición de los mismos. En tercer lugar, en la quinta petición oramos
por la remisión de la culpa del pecado; aquí oramos por el poder ser librados
de su poder. La concesión de Dios de la primera de las peticiones es para
fomentar en nosotros la fe para que le pidamos ayuda en la mortificación de
la carne y que avive el espíritu.
Antes de continuar, podría ser mejor aclarar el camino desechando algo que
es una dificultad real para muchos. "Cuando alguno es tentado, no diga que es
tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él
tienta a nadie…" (Sant. 1:13). No hay más conflicto entre las palabras "…Y
no nos metas en tentación,…" y la expresión "ni él tienta a nadie…” que no
hay la menor oposición entre la enseñanza de que "Dios no puede ser tentado
por el mal" y el hecho relatado de lo que Israel hacía: "Y volvían, y tentaban
a Dios, Y provocaban al Santo de Israel." (Sal. 78:41). Que Dios no tienta a
nadie significa que no infunde el mal en nadie, ni es en ninguna manera un
aliado con nosotros en nuestra culpabilidad. La criminalidad de nuestros
pecados se debe atribuir completamente a nosotros mismos, como Santiago
1:14, 15 lo aclara. Pero los hombres niegan que es de sus propias naturalezas
corruptas que tales y tales males proceden, culpando a sus tentaciones. Y si
no son capaces de solucionar el mal en las tentaciones, entonces, tratan de
excusarse echándole la culpa a Dios, como Adán: "…La mujer que me diste
por compañera medio del árbol, y yo comí. " (Gen. 3:12).
Es importante comprender que la palabra tentar tiene un significado doble en
la Escritura, aunque no siempre es fácil determinar cuál de las dos se aplica
en un pasaje en particular: (1) probar (la fuerza de), poner a prueba; y (2)
seducir a hacer el mal. Cuando se dice que "Dios probó a Abraham" (Gen.
22:1), significa que lo retó, poniendo a prueba su fe y fidelidad. Pero, cuando
leemos que Satanás tentó Cristo, significa que Satanás trató de provocar su
caída, aunque era moralmente imposible. Tentar es poner a prueba a una
persona, con el fin de averiguar lo que él es, y lo que hará. Podemos tentar a
Dios de forma legítima y buena poniéndolo a prueba en una forma de deber,
como cuando esperamos el cumplimiento de Su promesa en Malaquías 3:10.
Pero, como se registra en nuestra advertencia en el Salmo 78:41, Israel tentó
a Dios en una forma de pecado, actuando de tal manera que provocaron Su
desagrado.
“Y no nos metas en tentación." Nótese las verdades que son claramente
implicadas por medio de estas palabras. En primer lugar, la providencia
universal de Dios es poseída. Todas las criaturas están a la disposición
soberana de su Hacedor; él tiene el mismo control absoluto sobre el mal,
como también sobre el bien. En esta petición se hace un reconocimiento de
que el ordenamiento de todas las tentaciones está en manos de nuestro todo-
sabio, omnipotente Dios. En segundo lugar, La justicia ofendida de Dios y el
mal que merecemos son declarados. Nuestra maldad es tal que Dios sería
perfectamente justo si ahora permitiera que fuéramos completamente
tragados por el pecado y destruidos por Satanás. En tercer lugar, su
misericordia es reconocida. Aunque Lo hemos provocado tan terriblemente,
sin embargo por el amor de Cristo, ha perdonado nuestras deudas. Por lo
tanto, rogamos que nos preserve en lo sucesivo. Cuarto, nuestra debilidad es
reconocida. Ya que nos damos cuenta de que somos incapaces de
defendernos contra las tentaciones en nuestras propias fuerzas, oramos: "…y
no nos metas en tentación…".
¿Cómo nos mete Dios en tentación? En primer lugar, lo hace objetivamente
cuando Sus providencias, aunque buenas en sí mismas, ofrecen ocasiones (a
causa de nuestra depravación) para el pecado. Cuando manifestamos nuestra
propia justicia, Él puede guiarnos a circunstancias como las que Job
experimentó. Cuando estamos seguros de sí mismos, el podría estar agradado
en hacernos sufrir el ser tentados como Pedro lo fue. Cuando somos
autocomplacientes, puede conducirnos a una situación similar a la que
Ezequías encontró (2 Cron. 32:27; Véase 2 Reyes 20:12). Dios lleva a
muchos a la pobreza, que, aunque es una prueba dolorosa, sin embargo, bajo
Su bendición, a menudo es enriquecedora para el alma. Dios lleva a algunos a
la prosperidad, lo cual es una gran trampa para muchos. Sin embargo, si se es
santificado por Él, la prosperidad aumenta la capacidad de utilidad. En
segundo lugar, Dios tienta permisivamente cuando no restringe a Satanás (lo
que no está obligado a hacer). A veces Dios permite que él nos zarandee
como trigo, al igual que un viento fuerte que rompe las ramas muertas de los
árboles. Tercero, Dios tienta a algunos hombres judicialmente, al castigar sus
pecados, permitiendo que el diablo los lleve a posteriores pecados, hasta la
destrucción final de sus almas.
Pero ¿por qué Dios tienta a Su pueblo, ya sea objetivamente por medio de
Sus providencias, o subjetiva y permisivamente a través de Satanás? Lo hace
por varias razones. En primer lugar, el nos prueba para revelarnos nuestra
debilidad y nuestra profunda necesidad de su gracia. Dios retiró su brazo
sustentador de Ezequías: "Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer
todo lo que estaba en su corazón. " (2 Cron. 32:31). Cuando Dios nos deja a
expensas de nosotros mismos, es el descubrimiento más doloroso y
humillante que podamos hacer. Sin embargo, es necesario si hemos de orar
con el corazón, “...Sostenme, y seré salvo,…" (Sal. 119:117). En segundo
lugar, El nos prueba con el fin de enseñarnos la necesidad de la vigilancia y
la oración. La mayoría de nosotros somos tan tontos e incrédulos que
aprendemos solo en la dura escuela de la experiencia, e incluso sus lecciones
tienen que entrarnos a golpes. Poco a poco descubrimos cuán alto es el precio
que tenemos que pagar por la ligereza, el descuido y la presunción. Tercero,
nuestro Padre nos somete a pruebas para curar nuestra pereza. Dios clama,
"…Despiértate, tú que duermes…" (Ef. 5:14), pero no Le prestamos atención,
y por lo tanto emplea a menudo siervos ásperos para despertarnos con rudeza.
Cuarto, Dios nos pone a prueba para revelarnos la importancia y el valor de la
armadura que él ha designado (Ef. 6:11). Si imprudentemente vamos a la
batalla sin el arsenal espiritual, entonces no debemos sorprendernos de la
heridas que recibimos; pero tendrán el efecto salutífero de hacernos más
cuidadosos en el futuro.
De todo lo que se ha dicho anteriormente, debe quedar claro que no estamos
para orar simple y absolutamente contra todas las tentaciones. Cristo mismo
fue tentado por el diablo, y definitivamente fue llevado al desierto por el
Espíritu con ese mismo propósito (Mateo 4:1; Marcos 1:12). No todas las
tentaciones son malas, independientemente de la perspectiva desde la cual las
miremos: su naturaleza, su diseño o su resultado. Es de la maldad de las
tentaciones que oramos ser librados (como lo indica la siguiente petición en
la oración), sin embargo aún en eso oramos sumisamente y con calificación.
Debemos orar para que no se nos meta en tentación; o, si Dios ve conveniente
que debamos ser tentados, que no podamos ceder a la misma; o si cedemos,
que no seamos totalmente vencidos por el pecado. Tampoco debemos orar
por una exención total de las pruebas, sino sólo para la remoción del juicio de
ellas. Dios a menudo permite que Satanás nos asalte y acose, con el fin de
humillarnos, para llevarnos a Él, y glorificarse a sí mismo, manifestándonos
más plenamente su poder preservador. “Hermanos míos, tened por sumo
gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de
vuestra fe produce paciencia.” (Sant. 1:2, 3).
En conclusión, unos cuantos comentarios sobre nuestra responsabilidad en
relación con la tentación son apropiados. En primer lugar, tenemos el deber y
la responsabilidad de evitar a las personas y lugares que nos atraen al pecado,
al igual que siempre es nuestro deber estar alertas por los primeros signos de
aproximación de Satanás (Sal. 19:13; Prov. 4:14; 1 Tes. 5:22). Como un
escritor desconocido dijo, "El que lleva con sigo mucho material inflamable
haría bien en mantenerse a la mayor distancia posible del incendio." En
segundo lugar, debemos resistir firmemente al Diablo. "Cazadnos las zorras,
las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas;…" (Cnt 2:15). No
debemos ceder ni un milímetro a nuestro enemigo. En tercer lugar, tenemos
que ir sumisamente a Dios por gracia, para que la medida que Él nos conceda
esté de acuerdo a su propio buen placer (Fil. 2:13).
Usted va a esforzarse, de hecho, a orar, y a utilizar todos los buenos medios
para salir de la tentación; pero, sométase, si el Señor se complace en
continuar Su ejercicio sobre usted. No, aunque Dios deba continuar la
tentación, y al presente no le dé las medidas de gracia necesarias, sin
embargo usted no debe murmurar, sino caiga a sus pies; porque Dios es el
Señor de su propia gracia (Thomas Manton).
Por lo tanto, aprendemos que esta petición debe ser presentada en sumisión a
la voluntad soberana de Dios.
Capítulo 8 - La Séptima Petición
“…más líbranos del mal… "
Mateo 6:13

Esta séptima petición nos lleva al final de la parte del peticionario de la


oración del Padre nuestro. Las cuatro peticiones que son para el suministro de
nuestras propias necesidades son para proporcionar gracia ("danos"), gracia
perdonadora ("perdónanos"), gracia preventiva ("no nos dejes caer en la
tentación"), y gracia preservadora ("líbranos"). Se debe notar
cuidadosamente que en cada caso el pronombre personal está en el plural y
no en singular - nosotros y nuestro, no yo y mí-. Ya que debemos suplicar no
sólo por nosotros mismos, sino por todos los miembros de la familia de la fe
(Gal. 6:10). Cuán hermosamente demuestra esto el carácter familiar de la
verdadera oración cristiana. Puesto que nuestro Señor nos enseña a dirigirnos
al "Padre nuestro" y a abrazar a todos Sus hijos en nuestras peticiones. En el
pectoral del sumo sacerdote estaban inscritos los nombres de todas las tribus
de Israel. Como un símbolo de la intercesión de Cristo en lo alto. Así,
también, el Apóstol Pablo exhorta "…y súplica por todos los santos…" (Ef.
6:18). El amor a sí mismo cierra las entrañas de la compasión,
confinándonos a nuestros propios intereses; pero el amor de Dios derramado
en nuestros corazones nos hace solícitos en representación de nuestros
hermanos.
"…Y líbranos del mal…" no podemos estar de acuerdo con aquellos que
limitan la aplicación de la palabra mal aquí solo al Diablo, aunque no cabe
duda que el principalmente es la intención aquí. El griego puede, con igual
propiedad, ser traducido el maligno o lo malo; de hecho, se traduce en un
sentido o en otro.
Se nos enseña a rezar por la liberación de todo los tipos, grados, y ocasiones
del mal; de la malicia, el poder y la sutileza de las poderes de las tinieblas; de
este mundo malo y todos sus engaños, trampas, iras, y engaños; del mal de
nuestro propio corazón, que pueda ser restringido, subyugado y, finalmente,
extirpado; y de la maldad del sufrimiento... (Thomas Scott).
Esta petición, entonces, expresa un deseo de ser liberado de todo lo que es
realmente perjudicial para nosotros, y sobre todo del pecado, que no tiene
ningún bien en sí mismo.
Es cierto que en contraposición a Dios, Quien es el Santo, Satanás es
designado como "el malvado [o el malo]" (Ef. 6:16; 1 Juan 2:13, 14; 3:12;
5:18, 19). Sin embargo, también es cierto que el pecado es malo (Rom.
12:9), el mundo es malo (Gal. 1:4), y que nuestra propia naturaleza corrupta
es mala (Mateo 12:35). Adicionalmente, las ventajas que el diablo gana
sobre nosotros son por medio de la carne y el mundo, pues son sus agentes.
Por lo tanto, esta es una oración por la liberación de todos nuestros enemigos
espirituales. Es cierto que se nos ha liberado de "el poder de las tinieblas" y
trasladado al reino de Cristo (Col. 1:13), y que, en consecuencia, Satanás ya
no tiene ninguna autoridad legal sobre nosotros. No obstante, nuestro
adversario ejerce un poder increíble y opresivo: a pesar de que no nos puede
gobernar, se le permite molestarnos y acosarnos. Levanta enemigos para que
nos persigan (Apo. 12, 13), inflama nuestra lujuria (1 Cron. 21:1; 1 Cor. 7:5),
y perturba nuestra paz (1 Ped. 5:8). Por lo tanto, es nuestra constante
necesidad y obligación orar para que seamos librados de él.
La estratagema favorita de Satanás es incitarnos o engañarnos a todos a una
prolongada auto-indulgencia en un cierto pecado al cual estamos
particularmente inclinados. Por lo tanto, tenemos que estar en constante
oración de que nuestras corrupciones naturales puedan ser mortificadas.
Cuando él no puede causar alguna lujuria grosera para tiranizar a un hijo de
Dios, se esfuerza por lograr que él cometa algún acto de maldad donde el
nombre de Dios será deshonrado y Su pueblo ofendido, como lo hizo en el
caso de David (2 Sam. 11). Cuando un creyente ha caído en pecado, el
Diablo trata de hacer que se calme con él, para que no tenga remordimientos
por ello. Cuando Dios nos castiga por nuestras faltas, Satanás se esfuerza
para que no nos preocupemos contra el castigo de nuestro Padre o de lo
contrario nos conduce a la desesperación. Cuando falla en estos métodos de
ataque, entonces él levanta a nuestros amigos y familiares para que se
opongan a nosotros, como en el caso de Job. Pero cualquiera que sea su línea
de asalto, la oración por liberación debe ser nuestra fuente de ayuda diaria.
Cristo mismo nos ha dejado un ejemplo que nos debe alentar a ofrecer esta
petición, ya que en su intercesión a favor nuestro lo encontramos diciendo,
"No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal" (Juan
17:15). Obsérvese cómo esto nos explica la relación entre la cláusula que
estamos considerando y la que la precede. Cristo no oró absolutamente que
deberíamos estar exentos de tentación, porque Él sabía que Su pueblo debe
esperar ataques tanto de dentro como de fuera. Por lo tanto, el pidió que no
deberíamos ser sacados de este mundo, sino que fuéramos librados de mal.
Ser guardado de la maldad del pecado es una misericordia mucho más grande
que ser guardado del problema de la tentación. Pero, ¿hasta dónde Dios, se
puede preguntar, se ha comprometido a librarnos del mal? En primer lugar, él
no nos guarda del mal hasta donde sería doloroso para nuestros más altos
intereses. Fue para el mayor bien de Pedro, y el bien del pueblo de Dios, que
él haya sufrido el caer temporalmente (Lucas 22:31). En segundo lugar, Dios
previene que el mal gane completo dominio sobre nosotros, de modo que no
apostatemos total y definitivamente. En tercer lugar, nos rescata del mal por
medio de la máxima liberación, cuando Él nos lleve al cielo.
"…más líbranos del mal…" Esta es una oración, en primer lugar, por la
iluminación divina, a fin de que podamos detectar los artilugios de Satanás (2
Cor. 2:11). El que puede transformarse a sí mismo en un ángel de luz (2 Cor.
11:14) es demasiado sutil para que la sabiduría humana trate con él. Sólo
cuando el Espíritu misericordiosamente ilumina podemos discernir sus
trampas. En segundo lugar, esta es una oración por fortaleza para resistir los
ataques de Satanás, ya que él es demasiado poderoso para nosotros resistirlo
en nuestras propias fuerzas. Solo cuando somos energizados por el Espíritu,
seremos guardados de ceder voluntariamente a la tentación o de tomar placer
en los pecados que hemos cometido. En tercer lugar, esta es una oración por
gracia para mortificar nuestros deseos lujuriosos, porque sólo en la medida en
que mortifiquemos nuestras propias corrupciones internas, seremos
capacitados para rechazar las solicitudes externas para pecar. No podemos
echarle solamente la culpa a Satanás mientras le damos licencia al mal de
nuestro corazón. La salvación del amor al pecado siempre precede a la
liberación de su dominio. Cuarto, esta es una oración por arrepentimiento
cuando sucumbimos. El pecado tiene una tendencia mortal a darle muerte a
nuestra sensibilidad y a endurecer nuestros corazones (Heb. 3:13). Nada sino
la gracia Divina nos hará libres de descarada indiferencia y obrará en
nosotros la tristeza que es según dios por nuestros pecados. La palabra
"líbranos" implica que estamos tan profundamente sumidos en el pecado
como una bestia que se ha quedado en el cieno y debe ser arrastrada con
fuerza para que salga. Quinto, es una oración para la remoción de culpa de la
conciencia. Cuando el verdadero arrepentimiento se ha comunicado, el alma
se inclina con vergüenza ante Dios; no hay alivio hasta que el Espíritu rocía
la conciencia nuevamente con la sangre limpiadora de Cristo. Sexto, es una
oración de que podamos ser de tal manera liberados del mal, que nuestras
almas sean restauradas de nuevo a la comunión con Dios. Séptimo, es una
oración que cancelará nuestras caídas de su gloria y para nuestro bien
duradero. Tener un deseo sincero de todas estas cosas es una señal del favor
de Dios.
Debemos esforzarnos por practicar Lo que pedimos. No hacemos sino
burlarnos de Dios, si le pedimos que nos libre del mal y, a continuación,
jugamos con el pecado o imprudentemente nos apresuramos al lugar de la
tentación. La oración y la vigilancia nunca deben ser separadas la una de la
otra. Debemos hacer que nuestro cuidado especial sea para mortificar
nuestros deseos lujuriosos (Col. 3:5 ; 2 Tim. 2:22 ), para no hacer provisión
alguna para la carne (Rom. 13:14 ), para evitar toda especie (o forma) degg
mal (1 Tes. 5:22 ), para resistir al Diablo firmes en la fe (1 Ped. 5:8, 9), para
no amar al mundo, ni las cosas que hay en él (1 Juan 2:15 ). Entre más
formado sea nuestro carácter y regulada nuestra conducta por la santa Palabra
de Dios más capacitados estaremos para vencer el mal con el bien.
Trabajemos con diligencia para mantener una buena conciencia (Hechos
24:16). Busquemos vivir cada día como si supiéramos que es nuestro último
día en la tierra (Prov. 27:1). Pongamos nuestro afecto en las cosas de arriba
(Col. 3:2). Entonces, que podamos orar con sinceridad, "y líbranos del mal".
Capítulo 9 - La doxología
"…porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los
siglos. Amén".
Mateo 6:13

Este modelo para los adoradores de la Divinidad concluye con una doxología
o adscripción de alabanza a Aquél a quien va dirigida, evidenciando la
completitud de la oración. Cristo enseñó aquí a sus discípulos no sólo a pedir
por las cosas necesarias para ellos, sino a atribuir a Dios lo que es
propiamente Suyo. La acción de Gracias y la alabanza son una parte esencial
de la oración. Particularmente esto debería tenerse en cuenta en toda
adoración pública, ya que la adoración a Dios es su deber expreso.
Seguramente si le pedimos a Dios que nos bendiga, lo menos que podemos
hacer es bendecirlo también. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo,…" exclama San Pablo (Ef. 1:3). Pronunciar bendición
sobre Dios no es sino el eco y reflejo de su gracia hacia nosotros. La alabanza
devota, como la expresión de afectos espirituales elevados, es el idioma
propio del alma en comunión con Dios.
Las perfecciones de esta oración como un todo y la plenitud maravillosa de
cada cláusula y palabra en ella no son percibidas dándoles solo un vistazo
rápido y descuidado, sino que llegan a ser manifiestas sólo por una
meditación reverente. Esta doxología puede ser considerada al menos en tres
formas: (1) como una expresión de una alabanza santa y gozosa; (2) como
una súplica y argumento para vigorizar las peticiones; y (3) como
confirmación y declaración de confianza en que la oración será escuchada. En
esta oración el Señor nos da la quintaesencia[2] de la verdadera oración. En las
oraciones dadas por el Espíritu en los Salmos del Antiguo Testamento, la
oración y la alabanza están continuamente unidas entre sí. En el Nuevo
Testamento, el Apóstol Pablo nos da la siguiente instrucción autoritativa:
"Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de
Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias." (Fil. 4:6). Todas las
oraciones de santos eminentes, registradas en la Biblia, se entremezclan con
la adoración de Aquel que habita en las alabanzas de Israel (Sal. 22:3).
En esta oración modelo, Dios es hecho tanto el Alfa como la Omega. Esta
Abre dirigiéndose a Él como nuestro Padre en el cielo; termina alabándole
como el glorioso rey del universo. Entre más estén Sus perfecciones ante
nuestros corazones, más espiritual será nuestra adoración y más reverentes y
fervientes nuestras súplicas. Cuanto más el alma se dedica a la contemplación
de Dios mismo, más espontánea y sincera será su alabanza. “Perseverad en la
oración, velando en ella con acción de gracias;…" (Col. 4:2). ¿No es nuestro
fracaso en este punto el que es tan a menudo la causa de que la bendición se
nos retenga? “Te alaben los pueblos, oh Dios; Todos los pueblos te alaben.
La tierra dará su fruto; Nos bendecirá Dios, el Dios nuestro. " (Sal. 67:5, 6).
Si no alabamos a Dios por Sus misericordias, ¿cómo podemos esperar que
nos bendiga con Sus misericordias?
"Porque Tuyo es el Reino…" Estas palabras establecen el derecho y la
autoridad universal de Dios sobre todas las cosas, por medio de las cuales el
dispone de ellas en función de su placer. Dios es el Soberano Supremo de la
creación, la providencia y la gracia. El reina sobre los cielos y tierra, estando
todas las criaturas y las cosas bajo su control total. Las palabras "…y el
poder…" hacen alusión a la suficiencia infinita de Dios para ejecutar Su
derecho soberano y para hacer su voluntad en el cielo y en la tierra. Puesto
que él es el Todopoderoso, él tiene la habilidad de hacer todo lo que le
plazca. Él nunca duerme ni se cansa (Sal. 121:3, 4); nada es demasiado difícil
para él (Mateo 19:26); nadie le puede resistir (Dan. 4:35). Todas las fuerzas
que se oponen a él y a la salvación de la Iglesia él puede derrocarlas. La frase
"…y la gloria…", expone Su inefable excelencia: ya que él tiene soberanía
absoluta sobre todos y suficiente poder para disponer de todo, es por lo tanto
el todo-glorioso. La gloria de Dios es el gran objetivo de todas Sus obras y
caminos, y de Su gloria, es siempre celoso (Isa. 48:11, 12). A él pertenece la
gloria exclusiva de ser El que responde la oración.
A continuación notemos que la doxología es introducida por la conjunción
porque, la cual aquí tiene la fuerza de “debido a que…” o “por el hecho de
que…” Tuyo es el reino, etc. Esta doxología no es sólo un reconocimiento de
las perfecciones de Dios, sino una súplica más poderosa del porqué nuestras
peticiones deben ser oídas. Cristo está enseñándonos aquí a utilizar el porqué
de la argumentación. Tú eres capaz de conceder estas peticiones, porque
Tuyo es el Reino, etc. Si bien la doxología sin duda pertenece a la oración
como un todo y se puso para vigorizar las siete peticiones, sin embargo, nos
parece que tene referencia especial y más inmediata a la última: "…y líbranos
del mal…”: “…porque tuyo es el Reino…” Oh Padre, el número y la
potencia de nuestros enemigos son realmente grandes, y son lo más
formidables debido a la perfidia de nuestros propios corazones malvados. Sin
embargo, nos sentimos alentados a implorar Tu ayuda contra ellos, porque
todos los intentos realizados por el pecado y Satanás contra nosotros son
realmente agresiones a tu soberanía y dominio sobre nosotros y la promoción
de tu gloria a través de nosotros.
"Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria…" ¡Qué aliento tenemos
aquí! Dos cosas especialmente inspiran la confianza hacia Dios en la oración:
la conciencia de que él está dispuesto y que es capaz. Ambos son insinuados
aquí. El que Dios nos ordene, a través de Cristo su Hijo, dirigirnos a él como
nuestro Padre, es una indicación de Su amor y una garantía de Su cuidado por
nosotros. Pero Dios también es el Rey de reyes, que posee poder infinito.
Esta verdad nos asegura su suficiencia y garantiza su capacidad. Como el
Padre, El provee para sus hijos; como el Rey, defenderá sus súbditos. “Como
el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen.
" (Sal. 103:13). “Tú, oh Dios, eres mi rey; Manda salvación a Jacob." (Sal.
44:4). Es para el propio honor y gloria de Dios que él manifiesta su poder y
se muestra a Sí mismo fuerte en su propio nombre. "Y a Aquel que es
poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que
pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea la
gloria en la Iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los
siglos. Amen" (Ef. 3:20, 21).
¡Qué instrucción tenemos aquí! En primer lugar, se nos enseña a vigorizar
nuestras peticiones con argumentos tomados de las perfecciones divinas. El
reinado universal de Dios, Su poder y Su gloria deben ser convertidos en
súplicas prevalecientes para obtener las cosas que necesitamos. Debemos
practicar lo que Job buscó hacer: " Expondría mi causa delante de él, Y
llenaría mi boca de argumentos." (Job 23:4). En segundo lugar, somos
claramente dirigidos a unir petición y alabanza. En tercer lugar, se nos enseña
a orar con la mayor reverencia. Ya que Dios es un Rey tan grande y
poderoso, que debe ser temido (Isa. 8:13). Por lo tanto, lo que se deduce es
que tenemos que postrarnos ante él en completa sumisión a su voluntad
soberana. Cuarto, se nos instruye realizar una entrega y sometimiento
completos de nosotros mismos a Él; de lo contrario no hacemos sino
burlarnos de Dios cuando reconocemos verbalmente su dominio sobre
nosotros (Isa. 29:13). Quinto, orando así, estamos capacitados para hacer de
su gloria nuestra principal preocupación, esforzándonos así a caminar para
que nuestras vidas muestren su alabanza.
"…por todos los siglos..." Cuán marcado es el contraste entre el Reino, el
poder y la gloria de nuestro Padre y el dominio fugaz y la gloria evanescente
de los monarcas terrenales. El Ser glorioso a Quien nos dirigimos en la
oración, es " Desde el siglo y hasta el siglo,… Dios " (Sal. 90:2). Cristo
Jesús, en quien Él es revelado y a través de quien la oración es ofrecida, "…
es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” (Heb. 13:8). Cuando oramos
correctamente, miramos más allá del tiempo a la eternidad y medimos las
cosas presentes por su conexión con el futuro. ¡Cuán solemnes y expresivas
son estas palabras por todos los siglos! Los reinos terrenales se desmoronan y
desaparecen. El poder de la criatura es insignificante y momentáneo. La
gloria de los seres humanos y de todas las cosas mundanas se desvanece
como un sueño. Pero el Reino y el poder y la gloria de Jehová no son
susceptibles ni de cambiar ni de disminuir, y no tienen fin. Nuestra esperanza
bendita es esa, cuando el primer cielo y la tierra hayan pasado, el Reino y el
poder y la gloria de Dios serán conocidos y adorados en su maravillosa
realidad por toda la eternidad.
"…Amén." Esta palabra da entender las dos cosas necesarias en la oración, es
decir, un deseo ferviente y el ejercicio de la fe. Para la palabra hebrea Amén
(a menudo traducida"verdaderamente" o "de verdad" en el Nuevo
Testamento) significa "que así sea" o " así será." Este significado doble de
súplica y expectación se insinúa claramente en el uso del doble amén en
Salmos 72:19: "Bendito su nombre glorioso para siempre, y toda la tierra sea
llena de Su gloria. Amén y Amén." Dios ha determinado que será así, y toda
la Iglesia expresa su deseo: "Que así sea." Este "Amén" pertenece y se aplica
a cada parte y cláusula de la oración: "santificado sea tu nombre. Amén", y
así sucesivamente. Al pronunciar el Amén, tanto en oraciones públicas como
en privadas, expresamos nuestros deseos y afirmamos nuestra confianza en el
poder y la fidelidad de Dios. Es en sí misma una petición condensada y
enfática: al creer en la veracidad de las promesas de Dios y descansar en la
estabilidad de Su gobierno, compartimos y reconocemos ambas nuestra
confianza y esperanza en una respuesta de gracia.
[1]
En la versión Reina Valera de 1960, Mateo 6: 11 y Lucas 11. 3 dicen exactamente lo mismo: “El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy.” Mientras que en la versión de King James (KJV) son diferentes; una
traducción literal de ellos seria: Mateo 6: 11: “Danos este día nuestro pan diario.” Y Lucas 11: 3:
“Danos día tras día nuestro pan diario”
[2]
“En la Edad Media, la quintaesencia (latín quinta essentia) era un elemento hipotético, también
denominado éter. Se le consideraba un hipotético quinto elemento o "quinta esencia" de la naturaleza,
junto a los cuatro elementos clásicos: tierra, agua, fuego y aire. (recuperado de:
http://es.wikipedia.org/wiki/Quintaesencia) el 29 de marzo de 2015)

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