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Discurso Último Domingo Julio
Discurso Último Domingo Julio
abierto cuando su nieto de cinco años lo visitó. Al mirar al abuelo a los ojos, el niño vio su
dolor. “Abuelo”, preguntó, “si te amo más, ¿te [dolerá menos]?”
Hoy hago una pregunta similar en cuanto a nosotros: “¿Si amamos más al Salvador, sufriremos
menos?”
Resulta interesante que los profetas de todas las dispensaciones hayan buscado
inspiración en las cimas de las montañas; por ejemplo, Moisés vio a Dios cara a
cara en una «montaña extremadamente alta». El hermano de Jared vio al Cristo
preterrenal — una experiencia enormemente sagrada— en el monte Shelem.
Isaías y Miqueas, del Antiguo Testamento, profetizaron que «en lo postrero de
los tiempos. será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los
montes»
Desde esa posición elevada, tanto los profetas de la antigüedad como el Señor
mismo recibieron guía y poder para guardar los mandamientos y servir al
prójimo. Buscar una posición espiritual elevada consiste en alzarse por encima
del mundo y sus tentaciones y seguir a nuestro Salvador. Quisiera compartir con
ustedes cierto relato de las Escrituras en el que se demuestra la importancia de
buscar una posición elevada y permanecer en ella.
Lehonti, en el Libro de Mormón, nos enseña una importante lección sobre cómo
buscar y conservar una posición elevada (véase Alma 47). Lehonti condujo a sus
seguidores a lo alto de un monte donde edificó un fuerte que les brindara
seguridad y protección. El rey lamanita envió a su ejército, liderado por un
disidente nefita llamado Amalickíah, para vencer a Lehonti y subyugar a su pue-
blo. Pero Amalickíah era «un hombre muy hábil para lo malo» (Alma 47:4), y
deseaba «granjearse la buena voluntad de los ejércitos de los lamanitas», a fin
de destronar al rey y «apoderarse del reino» (Alma 47:8).
En esta vida tendremos pruebas constantes para ver si seremos obedientes a los
mandamientos de Dios; sin em-bargo, todas las pruebas de este período de
probación tienen como finalidad hacernos más fuertes, y ¡no hacer-nos caer ni
derrotarnos! El Señor enseñó al profeta José Smith:
Recuerden que Lehonti no fue el único que sufrió las consecuencias de sus
decisiones. En muchas ocasiones tanto ustedes como yo creemos que
comprometer nues-tras normas «no daña a nadie salvo a uno mismo», pero en
realidad son muchos los que cuentan con que seamos obedientes, dignos,
verídicos y castos. Piensen en sus amigos, sus padres, sus hermanos y
hermanas, pero sobre todo piensen en su cónyuge eterno y en sus hijos. Aun
cuando no estén casados, ese cónyuge y sus futuros hijos tienen interés en el
bienestar espiritual de ustedes. Las decisiones que tomen ahora determinarán si
serán dignos o no de ellos en el futuro.
Para alcanzar una posición elevada primero debemos tener el deseo de estar en
el reino de Dios y por encima de las cosas del mundo. La fe es el elemento
principal de ese deseo. Las Escrituras explican que la fe «no [es] un
conocimiento perfecto», pero aunque no tengamos «más que un deseo de
creer», podemos desarrollar nuestra fe experimentando con la palabra ((Alma
32:26–27); es de-cir, nuestra fe crece al guardar los mandamientos.
El Espíritu Santo también nos ofrecerá guía, valor y en-tereza para permanecer
en una posición elevada. Median-te Su influencia, podemos recibir revelación
como res-puesta a nuestras oraciones, mantener un fuerte testimo-nio del
Salvador durante toda la vida, perseverar hasta el fin y alcanzar la vida eterna.
El estudio y la oración
Además de la fe, el don del Espíritu Santo, el estudio y la oración, el Señor nos
ha dado otros principios importan-tes para nuestro bienestar espiritual y
temporal que nos permitirán permanecer en una posición elevada.
Los israelitas debían recoger maná fresco todos los días, así que tenían que ser
fieles para que se les reabas-teciera. Así funciona el poder espiritual. De igual
modo, debemos ceñirnos a los sabios principios de una vida pro-vidente y de la
autosuficiencia para de ese modo disponer de recursos temporales con los
cuales satisfacer nuestras necesidades y servir al prójimo.
Por vida providente se entiende no codiciar las cosas de este mundo, utilizar los
recursos terrenales con pru-dencia y no malgastarlos, aunque vivamos en
épocas de abundancia. Una vida providente implica además evitar las deudas
excesivas y contentarse con tener lo suficiente para cubrir nuestras necesidades.
Por ejemplo, uno de los elementos de una vida provi-dente es obtener una
formación académica o vocacional que nos prepare para acceder a una profesión
con la que podamos sostenernos a nosotros mismos y a nuestra fa-milia. El
siguiente paso consiste en ser merecedores del salario que cobramos. Semejante
ética laboral, aunada a cualidades como la integridad, el carácter y la
confiabilidad, nos califican para ser un «obrero… digno de su salario» (D. y C.
31:5).
Amen