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DESCARTES

Vida y Obra.
Renato Descartes nació en la Touraine en 1596, en el seno de una noble familia francesa.
Estudió con los jesuitas en el colegio de La Flèche, de donde sacó una gran afición a las
matemáticas y un cierto escepticismo con respecto a las demás ciencias. Después de participar
durante una breve temporada en la vida social de París, se encerró por dos años en una vivienda
de esta ciudad, oculto incluso a sus amigos, para entregarse por completo al estudio de las
matemáticas. Tras este retiro, se alistó como soldado y participó en la Guerra de los Treinta Años,
no porque se sintiera movido a ello por sentimientos patrióticos, sino porque quería conocer a
fondo el mundo y la naturaleza humana. A esta etapa militar siguieron varios viajes por Europa,
tras los cuales decidió establecerse en los Países Bajos, donde pasó un largo período de casi
veinte años, dedicado al retiro y a la investigación científica. Llamado por la reina Cristina de
Suecia, que quería que el propio Descartes le explicara algunos puntos de su pensamiento, se
trasladó a Estocolmo en el año 1649, pero su salud no soportó el clima de esas latitudes y murió
en esa ciudad el año siguiente.
Entre sus obras encontramos: Discurso del método, Reglas para la dirección del espíritu
y Meditaciones metafísicas
Contexto histórico

René Descartes es contemporáneo de Shakespeare, Velázquez y Cervantes entre otros. Su


filosofía se elaboró en la época en que Galileo fue juzgado, mientras Harvey ideaba su teoría
sobre la circulación de la sangre y aparecían inventos sorprendentes como el barómetro o el reloj
de péndulo. Un mundo nuevo estaba empezando a nacer y la filosofía de Descartes es una
contribución decisiva a ese nuevo mundo.

El Renacimiento se caracteriza por la caída de las fronteras. Los muros que rodean a las
ciudades son derribados, los límites de los territorios feudales abolidos, los propios confines del
mundo son sobrepasados por los viajes y las observaciones de Colón a Galileo.
La Guerra de los Treinta Años forma parte de los terribles y decisivos conflictos que
asolaron Europa hasta el siglo XX. Su inicio, en 1618, estuvo marcado por ideas y problemas
característicos del Renacimiento. En un principio es un problema exclusivamente religioso, como
las ocho guerras entre católicos y hugonotes que sufrió Francia desde 1562 a 1598.
La Reforma de Lutero había dejado a Alemania divida entre estados protestantes y estados
católicos. Todos ellos estaban regidos por el principio cujus regio eius religio. Tal principio
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establecía que los súbditos de un rey debían convertirse a la religión de éste o emigrar. De este
modo, se garantizaba una cierta armonía religiosa, aunque en la práctica católicos y protestantes
permanecían más bien aislados unos de otros. El resultado fue una infinidad de conflictos de
difícil resolución. Estos conflictos son los que desembocarán en la Guerra de los Treinta Años.
Su primer acto es el levantamiento de la nobleza de Bohemia, de mayoría protestante. Pero
en su fase final es un conflicto por la supremacía de Europa entre Francia y Austria, ambas
gobernadas por monarquías católicas. Entre medias todas una serie de etapas marcadas por la
entrada en el conflicto primero de Suecia y después de Francia (ambas del lado de los protestantes).
Tras la Guerra de los Treinta Años, Europa ha quedado completamente devastada. Los
Estados se hallaban al borde la extenuación. En parte esto se debía a la naturaleza de las guerras de
la época. Combatir, lo que se dice combatir, se combatía poco. Además los ejércitos tenían escaso
poder de destrucción. Pero era normal que permanecieran asentados en un territorio largo tiempo,
consumiendo alimentos y recursos de la zona en cuestión, lo cual provocaba horribles plagas de
hambre.
La paz de Westfalia que le pondrá fin en 1648, prácticamente no hace alusiones a la cuestión
religiosa, salvo que serían permitidas religiones distintas a la del príncipe siempre que no atentarán
contra su autoridad. Por supuesto éste era un principio que cualquiera podía interpretar a su modo.
En 1633 se produce la condena de Galileo. Desde comienzos de siglo, la Iglesia había
perseguido cualquier teoría que atacase el heliocentrismo. Así, en 1616, la inquisición prohibió la
enseñanza de las teorías de Copérnico.
Galileo tenía buenos contactos en la iglesia pero malos compañeros de viaje. El filósofo
renacentista Giordano Bruno había sido un enemigo declarado tanto del sistema geocéntrico como
de España y el papado. La monarquía española no tardó en asociar a Galileo con Bruno y en
presionar al papa para que hiciera algo contra él. Ése fue el trasfondo político de la condena de
Galileo.
A su vez, la condena de Galileo tuvo un fuerte impacto sobre Descartes. En buena medida,
Descartes se consideraba a sí mismo como el encargado de dar una fundamentación filosófica a la
ciencia de Galileo. Si algo tenía que reprocharle Descartes a Galileo no eran sus teorías, sino que
se hubiese “atrevido” a hacer física sin un fundamento metafísico.
Hay múltiples aspectos de la física cartesiana que podrían mencionarse aquí como ejemplo.
Uno de ellos es la ley de la inercia. La ley de la inercia que enuncia Descartes, por ejemplo, está
tomada de Galileo. Pero Descartes no la deriva, como Galileo, de la experiencia, sino de la

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naturaleza de Dios. Si no intervienen otras causas, Dios tiende a conservar el mundo igual. De aquí
que un cuerpo se conserve en línea recta o en reposo si no se actúa sobre él.
En cualquier caso, la condena de Galileo llevó a Descartes a someterse a una profunda
autocensura. Descartes llega a decir que, dado que todos los sistemas de referencia son equivalentes
y el movimiento algo relativo, da igual afirmar que la Tierra gira alrededor del Sol o el Sol
alrededor de la Tierra.
La ciencia de la época abandona deja de pensar en ´terminos teológicos y adopta el
mecanicismo, en cuanto que se considera que el modelo que mejor representa a la naturaleza es
la máquina-reloj. Ello significa que la materia es inerte, y que hay una repetición de lo mismo,
sin p‚rdidas ni conquistas de estados nuevos. La base de este plantemiento cabe encontrarla en el
atomismo de Demócrito y Leucipo. Se consideraba que todo se podía explicar por la extensión y
el movimiento, que no existían fuerzas ocultas o tendencias hacia un fin por parte de los seres
naturales, y que éstos, en esencia, eran un tipo de máquinas. Pero los atomistas griegos fueron
ateos. De aquí que muy pocos científicos modernos se declarasen abiertamente atomistas.
Otra característica de la nueva ciencia es la concepción cuantitativa de la Naturaleza, en
cuanto que la reducen a los números y figuras, lo único objetivo y real de los cuerpos (cualidades
primarias), expresando así el ideal platónico-pitagórico de matematización total de la Naturaleza.
Esta aparecía como un gran libro escrito en lenguaje matemático. Al ser matemático el orden de
la naturaleza, es también racional y necesario.
Pero la ciencia ya no se limita a describir los procesos naturales. Comienza a explicar
fenómenos hasta entonces incomprensibles a desarrollar una fuerte capacidad para impresionar las
mentes de la época. Torricelli, por ejemplo, a través de los experimentos con una cubeta de
mercurio y un tubo conteniendo el mismo elemento, demostró la realidad de la presión del aire, la
posibilidad de crear un auténtico vacío e inventó el barómetro. A este respecto cabe recordar el
famoso experimento de Magdeburgo en 1654, en el que dos reatas de caballos tirando fueron
incapaces de separar dos medias esferas en las que se había hecho el vacío.
Los primeros principios
Del estudio de los primeros principios se encarga la metafísica. La metafísica cobra así el
significado que ya le diera Aristóteles. Es la ciencia de los primeros principios, la ciencia primera.
El conocimiento de los principios nos permite conocer el fundamento de cualquier otro
conocimiento. A ellos se puede acceder por la pura razón, sin necesidad de que Dios nos ilumine ni
de algún género de experiencia que nos los descubriera.

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Aquí hay un elemento sumamente importante para entender en qué consiste el racionalismo.
Descartes nos está diciendo ya que la experiencia juega un papel secundario si se la compara con
los principios. Las investigaciones metafísicas son dirigidas por la razón y la experiencia es
relativamente poco importante. Por supuesto, la experiencia es necesaria, especialmente en física,
pero, incluso en ella, se limita a rellenar los huecos que la deducción va dejando. En cualquier caso,
Descartes llama "experiencia" y "experimentación" a cosas muy diversas entre sí, no son, para él,
conceptos unívocos.
Como vimos, Descartes es contemporáneo de Galileo. Galileo dijo que el mundo había sido
escrito por Dios con caracteres matemáticos. Con ello pretendía mostrar hasta qué punto la
naturaleza permite ser explicada mediante herramientas matemáticas. Resulta claro que Descartes
tiene a las matemáticas como el modelo a seguir por la filosofía. Aristóteles razonaba siguiendo el
modelo de la biología, Descartes razona siguiendo el modelo de las matemáticas.
La sabiduría humana es única, por tanto, todas las ciencias se derivan unas de otras.
Descartes considera que las ciencias prácticas, por ejemplo, la técnica, sólo podrá llamarse ciencia
cuando ponga en claro su vínculo con la física. Las verdades de la física dependerán de las verdades
de sus principios. Y los principios físicos enlazan directamente con los principios de la metafísica.
La concepción que tiene Descartes del saber es un inmenso árbol, cuyas raíces serían la
metafísica, su tronco la física y sus ramas cada una de las restantes disciplinas. Esta concepción
unitaria del saber proviene, en último término, de una concepción unitaria de la razón. La
sabiduría es única porque la razón es única. La existencia de las diferentes ciencias particulares
se explica por el hecho de que la razón, que es una, se aplica a diferentes objetos. Para aplicar
correctamente la razón y de este modo alcanzar conocimientos verdaderos es necesario conocer
su estructura.
La filosofía será para Descartes el estudio de la sabiduría, teniendo en cuenta que ésta
incluye todas las ramas del saber humano. Su estructura será, por tanto, la de un sistema de verdades
interconectadas por procesos deductivos. A partir de unos fundamentos seguros se podría pasar de
unas verdades a otras, del mismo modo que en matemáticas pasamos de unas fórmulas a otras. Ese
tránsito de unas verdades a otras se realizaría a través de la deducción.
Descartes distingue dos operaciones fundamentales de la mente. La deducción es una de
las operaciones fundamentales de la mente. Implica una dependencia por la cual no se puede estar
de acuerdo con las premisas, aquello de lo que se parte, sin estar de acuerdo con la conclusión,
aquello a lo que se llega. Sin embargo, aquí se plantea un problema. Para efectuar una deducción es

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necesario echar mano de la memoria. En todo momento debemos recordar el punto de partida de
nuestro razonamiento y las reglas que pueden aplicarse en cada paso. Ahora bien, todos sabemos
que la memoria tiende a engañarnos. No siempre recordamos las cosas con la nitidez suficiente
como para que la deducción sea absolutamente fiable. Ésta es el motivo por el cual Descartes
prefiere la intuición a la deducción. En el punto cuarto de sus Reglas para la dirección del espíritu,
Descartes define la intuición como "la concepción que aparece tan sin esfuerzo y tan distintamente
en una mente atenta y no nublada que quedamos completamente libres de duda en cuanto al objeto
de nuestra compresión. O, lo que es lo mismo, la intuición es la concepción libre de dudas, de una
mente atenta y no nublada que brota de la luz de la sola razón".
La intuición es un captar, una especie de visión intelectual que disipa cualquier duda acerca
de lo que estamos captando. Es mucho más simple que la deducción y no se basa sobre la memoria.
Además, nos proporciona un una certeza absoluta. Frente a la deducción, que implica pasar de una
cosa a otra, un cierto movimiento, la intuición no lo hace. En realidad puede concebirse la deducción
como una sucesión de intuiciones.
El método.
Si la razón lograra encontrar un método seguro, entonces podría alcanzar a conocerlo todo.
De este modo, Descartes acaba de colocar al ser humano en el centro mismo del mundo y de la
filosofía. Para los filósofos de la Edad Media, el conocimiento se alcanzaba cuando el sujeto lograba
adecuarse al objeto. La verdad para Sto. Tomás consistía en la adecuación de la mente a la realidad.
Lo que Descartes está diciendo ahora es por completo diferente. Obtener el conocimiento no
requiere que el sujeto se adecue a...la realidad o al objeto. El ser humano puede obtener
conocimiento simplemente con que la razón se adecue a ella misma. Dicho de otro modo, la razón
puede alcanzar un conocimiento de todo lo que hay dándose un método a sí misma, con esto basta.
El método que Descartes recomienda para la razón tiene su origen, por supuesto, en las
matemáticas, aunque se puede aplicar a todo el saber. Dice haber aplicado a la resolución de
problemas geométricos y que cree que puede servir para los problemas de cualquier disciplina.
La palabra "método" designa, ante todo, un camino, el camino para llegar al saber. Cualquier
camino que se precie debe ser lo más liso posible, con pocas curvas y muy despejado. Debe
conducirnos a donde dice ir y del modo más descansado y relajado posible. Los preceptos del
método consisten en lo siguiente:

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Lo primero, admitir como verdadero sólo lo que se vea de un modo muy evidente que lo es.
Por decirlo de otro modo, sólo debo admitir en mis juicios lo que se me presente tan clara y
distintamente que no me deja motivo alguno para ponerlo en duda.
La evidencia se convierte ahora en el criterio de verdad y a ella se llega mediante la intuición.
Las condiciones para alcanzar la evidencia son la claridad y la distinción. Sólo debo aceptar que mi
pareja me la pega si es evidente que lo hace, si veo muy clara y distintamente que está saliendo con
otro.
Algo es claro si está "presente de un modo manifiesto a un espíritu atento". Claro es, por
tanto, lo patente, lo obvio en el sentido etimológico del término, es decir, aquello que nos sale al
encuentro. El pinchazo de una aguja sobre nuestra piel, la imagen de este libro en este momento,
que "y" significa en español lo mismo que "and" en inglés, serían ejemplos de algo claro. Un
conocimiento es distinto si "es tan preciso y tan diferente de todas las demás cosas que sólo
comprende lo que manifiestamente aparece al que lo considera como es debido". "And" es algo
distinto de "y", el libro es diferente de la televisión y un pinchazo es algo distinto de un beso. En
estos ejemplos, estamos hablando de cosas que son, a la vez, claras y distintas. Por tanto, nuestros
ejemplos son evidentes. Sin embargo, puede haber cosas que sean claras pero no distintas. Es clara
la sensación que produce en nosotros coger un trozo de hielo pero muchas veces no es distinta de la
sensación que tenemos al quemarnos.
Hay dos vicios que debemos evitar según Descartes. El primero es la precipitación. Nos
precipitamos cuando consideramos que algo es verdadero mucho antes de que tengamos pruebas de
que lo es, cuando nos ponemos a aplicar las fórmulas para resolver nuestro problema antes de
enterarnos de qué es lo que nos están preguntando o cuando rompemos con nuestra pareja sólo
porque alguien nos ha dicho que le interesa otra persona. Pero lo contrario también es un vicio, la
prevención. Siempre es bueno se precavido. Sin embargo, tampoco debemos pasarnos. Incurrimos
en una prevención excesiva cuando no aceptamos algo como verdadero cuando ya hay pruebas
suficientes de que lo es,.
El segundo paso del método nos exige dividir las dificultades en trozos tan pequeños como
sea posible. Cada una de las informaciones de nuestro problema, la velocidad del móvil, su
dirección, la fuerza de la gravedad, etc., debe ser aislada de los demás. Esto es lo que se llama
análisis y es un buen consejo cuando nos encontramos frente a cualquier problema. Parece lógico
pensar que diez problemas pequeñitos son preferibles a un problema muy gordo. El análisis consiste,
precisamente, en convertir los problemas gordos en problemas pequeñitos. Ciertamente, esta

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división tiene un límite, las "naturalezas simples", esto es, los diferentes problemillas pequeños, todo
aquello que no puede ser dividido en cosas distintas.
Hasta cierto punto, el tercer paso es el camino inverso del anterior. Cuando el análisis nos
ha permitido comprender las diferentes partes del problema, lo que hay que hacer es unirlas para
obtener la solución al problema global. A este proceder es a lo que Descartes llama síntesis. Por
lo general, la síntesis no consiste en seguir el camino inverso del análisis. La solución de los
problemas suele consistir en establecer un orden entre los pasos que previamente no existía.
La cuarta regla es la de la comprobación del análisis y de la síntesis. Del análisis mediante
la enumeración y el recuento y de la síntesis mediante la revisión. La revisión tiene por fin eliminar
el papel de la deducción reduciéndolo todo a intuición.

La duda
De acuerdo con la primera regla del método debemos dudar de todo aquello de lo cual
podamos dudar. Aún más, debemos considerar, de momento, que todo aquello de lo que se puede
dudar es falso. Este "de momento" es importante, como vamos a ver la duda cartesiana es
provisional. Una vez encontremos algo de lo cual no podamos dudar, un primer principio, podremos
extraer de él todas las verdades, esto es, recuperar buena parte de las cosas de las que habíamos
dudado. Sin embargo, es necesario dudar para saber si hay efectivamente algún primer principio,
algo de lo cual no podamos dudar bajo ningún concepto.
La verdad es que dudar de todo aquello que creemos saber puede ser una tarea larga y
tediosa. Por eso Descartes prefiere centrar sus dudas en la fuente de la que proceden la mayor parte
de nuestros conocimientos. Tal vez estés convencido de que lo "real" y lo "verdadero" es lo que ves,
pero estás muy equivocado. "Ves" que el vehículo en el que estás parado en un semáforo se mueve,
pese a que, realmente, el que se mueve es el vehículo de al lado. "Ves" que el Sol se pone por el
horizonte, pese a que no crees que el Sol se mueve alrededor de la Tierra. "Ves" que un bastón se
dobla al meterse en el agua, pese a que sabes que sigue tan recto como cuando estaba fuera de ella.
En cambio es verdad que tienes algunos amigos, a pesar de que nunca verás la amistad. Lo "real"
no es algo que "veamos", es algo que construimos con lo que vemos.
Pero la cosa se puede poner peor. ¿Serías capaz de demostrar que estás efectivamente
leyendo este libro y que no estás soñando que lees este libro? ¿qué te garantiza que no estás soñando
ahora mismo? Seguro que recuerdas cosas que no sabes realmente si las has vivido o las has soñado.
Además, cuando estamos soñando sufrimos, nos duelen las cosas, vemos esta habitación en la que

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nos encontramos y pensamos que estamos despiertos. Por supuesto, tú crees saber bien cuándo estás
dormido y cuándo despierto. Entonces ¿por qué te agitas en la cama cuando alguien te persigue en
tus sueños?
Se puede dudar de los sentidos ¿no? Bien, entonces supondremos que todo lo que nos
muestran los sentidos, incluyendo nuestro propio cuerpo es falso. Por supuesto que tenemos
representaciones mentales de nuestro cuerpo, pero también las tenemos de nuestro bastón doblado
y eso no nos dice que sea real. Descartes no pretende que no tengamos representaciones mentales
de las cosas, lo que nos dice es que no hay motivos para creer que las cosas sean tal y como aparecen
en nuestras imágenes mentales. Los objetos matemáticos no parecen referirse a nada. Las
demostraciones matemáticas no parecen ofrecer duda. ¿Podremos decir de las matemáticas que son
capaces de resistir cualquier duda? En ese caso no nos equivocaríamos con tanta frecuencia en
nuestros cálculos matemáticos.
Pero aquí Descartes da otra vuelta de tuerca. Cabe la posibilidad de que todos nosotros
seamos como el iluso protagonista de El show de Truman. Vamos a suponer, pues, que existe un
productor televisivo maligno que ha creado nuestro mundo "real". Nuestros padres, nuestra pareja,
nuestros compañeros de clase, son todos actores. Pero el productor de televisión que imagina
Descartes es miles de veces más poderoso y malvado que el de El show de Truman. El de Descartes
ha construido un mundo a nuestro alrededor de tal naturaleza que, siempre que creemos estar en la
verdad, resulta que nos equivocamos.
Ahora sí podemos y debemos dudar de las matemáticas. Por supuesto Descartes no cree que
exista un geniecillo maligno ni tampoco había visto la película El show de Truman. La cuestión no
es esa. La cuestión es que en condiciones normales no podemos dudar de las matemáticas. Pero si
introduzco esta hipótesis sí puedo hacerlo. Desde el momento en que puedo dudar de las
matemáticas, aunque sea mediante la introducción de una hipótesis tan fantástica como la del
geniecillo maligno, debo considerar que es falsa. De hecho, esta hipótesis conlleva que podemos
dudar de prácticamente todo. Es difícil imaginar algo más cierto que las matemáticas, más
indudable. En realidad, introducido el geniecillo maligno, debemos temer que ha empleado todo su
poder de engañarme cada vez que he creído estar en lo cierto.
¿Qué queda que sea indudable? ¿qué puede resistir incluso al poder engañador del geniecillo
maligno?

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El cogito.
Cuando ya parece que nada se va a salvar de la duda, cuando parece que, al fin, podremos
dudar de todo, precisamente entonces es cuando hallamos la primera e indudable certeza, a saber,
que yo, que pienso, existo. Si hay un geniecillo que me engaña es porque yo existo. Si dudo es
porque yo existo. Si me equivoco es porque yo existo. Pienso, luego existo.
Para comprender el alcance de lo que está diciendo Descartes es importante quedarse
estrictamente con sus palabras. La proposición "pienso, luego existo" es indudable, verdadera, cada
vez que la pienso. Nada puede apartarme de esa certeza. Descartes no está diciendo que cuando no
pienso no existo ni que las cosas que no piensan no existen. Puede que sí y puede que no. De la
existencia de esas cosas no podemos estar seguros de momento. De lo único que puedo estar seguro
es de que mientras pienso, existo.
La duda no puede extenderse hasta mi propia existencia porque, para dudar de mi propia
existencia, tengo que existir. La proposición "pienso luego existo" es un principio como esos que
estábamos buscando, claro, distinto, evidente, absolutamente cierto, verdadero. Claridad y
distinción son, en efecto, características de esta verdad. Aunque parezca una deducción, Descartes
insiste en que la verdad de que mientras pienso estoy existiendo es captada por intuición. No es algo
que se deduzca de otra cosa, sino algo que se capta, se ve inmediatamente, se intuye.
¿Nos sirve este principio para deducir a partir de él todo conocimiento de que somos
capaces? Aquí está el gran problema de la filosofía cartesiana. A la pregunta ¿qué soy yo? Descartes
responde que una cosa que piensa. A su vez, el pensamiento incluye todo aquello de lo que somos
o podemos ser conscientes en cada momento. "Pensamiento" es un término que incluye todo lo que
entendemos, lo que queremos, lo que imaginamos y lo que sentimos. Todo lo que percibimos
inmediatamente puede incluirse bajo el término "pensamiento".
La clasificación de las ideas
Imagina que estás viendo una película en el cine que narra unos acontecimientos ocurridos
en la época de los romanos o en la Segunda Guerra Mundial. De pronto, te asalta la duda de si lo
que te cuenta la película sucedió realmente o no. ¿Cómo podrías averiguarlo sin salir de la sala en
la que te encuentras? Intentas preguntárselo a la persona que está sentada a tu lado, pero ésta
tampoco lo sabe. Sacas el móvil para poner un mensaje a alguien que podría saberlo, pero todo el
mundo te mira y no te atreves. ¿Cómo podrías saber si lo que cuenta la película ha ocurrido o no?
Dispones básicamente de tres cosas. Por un lado están los conocimientos con los que tú llegaste al
cine, lo que ya sabes de historia, por ejemplo. Por otro lado están las imágenes que estás viendo en

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la pantalla. Finalmente existen toda una serie de cosas que te inventas a partir de lo que ves en la
pantalla. Tienes que imaginar cómo pasan los días en los que no ocurre nada o cómo los heridos
llegan al hospital. Está muy claro que conoces la diferencia entre estos tres tipos de cosas. Pero,
después de tantas vueltas, seguimos sin saber si la película está basada en hechos reales o no.
En este momento, Descartes se encuentra en una situación muy parecida a la descrita
anteriormente. De acuerdo, somos seres pensantes y tenemos pensamientos, pero seguimos sin saber
si esos pensamientos reflejan el mundo existente o no.
Cada una de las formas de nuestro pensamiento es lo que Descartes llama "idea". Está claro
que las ideas son reales en la medida en que nosotros las percibimos. El problema es si, aparte de
esta realidad mental, tienen otra realidad, están "basadas en hechos reales".
Entre nuestras ideas tenemos, aquellas con las que hemos entrado en el cine, esto es las
"ideas innatas". Las ideas innatas son conocimientos que tenemos desde nuestro nacimiento.
También tenemos ideas adventicias, esto es, ideas extrañas, que parecen venir de fuera de mí.
Finalmente tenemos las ideas facticias, aquellas que yo he construido, por ejemplo, la idea de un
centauro.
Si aceptamos que de la nada, nada sale, entonces hemos de concluir que en la causa de las
ideas adventicias tiene que haber al menos tanta realidad como hay en ellas. De todos modos,
Descartes no va mucho más allá en el análisis de estas ideas. Para ir más allá de ellas, según
Descartes, no hay otra salida que demostrar la existencia de Dios pues la única garantía de que las
ideas reflejan la realidad es el autor que nos ha hecho a nosotros y que ha hecho las cosas, Dios.
Existe también la posibilidad de que las ideas provengan de nostros mismos. Pero aquí
podemos retomar la argumentación anterior. Si viniesen de nostros, en ellas debería haber cosas
semejantes a las que nos constituyen. Ahora bien, veo en mis ideas cosas que no encontramos en
nosotros, por ejemplo, la de un ser que vuela. Ya sólo quedan dos posibilidaes o vienen de Dios o
vienen del mundo.
La existencia de Dios
El Dios de Descartes ya no es la figura central a la que se tiene que referir todo el sistema
filosófico. Su papel pasa a ser el de garante de las relaciones entre el "yo pienso" y el mundo fuera
de sus pensamientos. Establecer que existe un garante de esta naturaleza es lo que pretenden las
pruebas cartesianas de la existencia de Dios. Pero, del mismo modo que la inexistencia del rey,
aunque impensable, llega suceder, algo parecido ocurre con Descartes.

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Descartes da tres pruebas de la existencia de Dios, pero, en realidad no son tres pruebas, sino
tres modos diferentes de enfocar una misma argumentación.
En la primera Descartes parte del principio de causalidad formal que hemos visto más arriba.
Aunque no sabemos de dónde procede la idea de Dios que hay en nosotros, resulta claro que tiene
que proceder de alguna parte. Y que aquello de lo que proceda tiene que tener, por lo menos, tanta
realidad como lo que aparece en nuestra idea de Dios. Por Dios se entiende una sustancia infinita,
eterna, omnisciente (lo conoce todo) y omnipotente (lo puede todo), que ha creado todas las cosas
que existen. Si examinamos esta definición podemos observar que lo que hay contenido en ella no
se puede decir que sean atributos o propiedades que yo tenga. La idea que tengo de Dios es la de un
ser infiinito y yo veo clara y distintamente que soy finito como lo demuestra el hecho de que dude.
Dios es eterno y yo veo clara y distintamente que soy mortal. Dios lo conoce todo y yo todavía no
sé si el mundo que percibo es real. En consecuencia, yo no puedo ser la causa de esa idea. Por tanto,
tiene que haber una realidad que cause en mí esta idea de Dios y esa realidad sería Dios mismo.
La segunda prueba parte de que del hecho de que existamos ahora no se sigue que existamos
en el momento inmediatamente posterior. Si proseguimos existiendo durante largo tiempo sólo
puede ser debido a que hay algo que nos conserva en la existencia. No se puede decir que seamos
nosotros quienes nos conservemos por varias razones. En primer lugar, no somos capaces de darnos
a nosotros mismos otras perfecciones diferentes de las que tenemos, luego no somos capaces de
crearnos. En segundo lugar, para Descartes, no hay diferencia alguna entre mantener a un ser finito
en la existencia y crearlo. Ahora bien, nosotros no nos hemos creado a nosotros mismos, luego no
podemos conservarnos. Por tanto, necesitamos de alguien que nos conserve sin necesidad él mismo
de ser conservado y ese ser es Dios.
La tercera prueba dice así:
"Cuando al revisar después las diversas ideas o nociones que tiene de sí, encuentra nuestro
pensamiento, la de un Ser omnisciente, todopoderoso y sumamente perfecto, reconoce en esta idea
la más importante de todas las que posee, que Dios, que este Ser perfectísimo, existe, no con una
existencia posible y contingente solamente como la que observa en las demás ideas de las otras que
percibo distintamente, ideas estas en que nada le asegura de la existencia de su objeto, sino
absolutamente necesaria y eterna...tan sólo porque percibe que la existencia necesaria y eterna está
comprendida en la idea que tiene de un Ser sumamente perfecto, debe, evidentemente, concluir que
este Ser perfectísimo existe" (Descartes, Meditaciones metafísicas, 5ª meditación)

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Las sustancias.
Veo de un modo muy claro y distinto que nada me pertenece salvo los pensamientos. Por
otra parte, hay una serie de cuerpos que tienen propiedades por completo heterogéneas respecto de
mí. Mi idea de los cuerpos es la de algo extenso. A partir de aquí ya tenemos elementos suficientes
para concluir que existen varios tipos de sustancias.
Si entendemos por sustancia "una cosa existente que no requiere más que de sí misma para
existir", sólo hay una sustancia, Dios. Esta conclusión es absolutamente correcta y es la que adoptará
Baruch de Spinoza, el filósofo judío de Holanda. No obstante, a Descartes no le acaba de satisfacer.
De aquí que distinga entre sustancia infinita y sustancia finita. La sustancia infinita se sigue
definiendo tal y como lo hemos hecho al principio de este párrafo. Sustancias finitas, por su parte,
son aquéllas que sólo requieren de la infinita para existir. Ahora ya tenemos dos tipos de sustancias.
La infinita es Dios. Pero, dentro de la finita podemos distinguir dos subtipos. Por una parte, tenemos
las sustancias cuyo atributo principal es el pensamiento, las que llamaremos sustancias pensantes o
res cogitans.
Por otra parte, tenemos aquélla cuyo atributo fundamental es la extensión. La llamaremos
sustancia extensa o res extensa. Por fin tenemos tres sustancias.
El dualismo
Ya hemos dicho que hay dos tipos de sustancia finita:
1.- La que tiene por atributo principal el pensamiento. Es la primera que llegamos a conocer.
Existen tantas sustancias pensantes como individuos aunque todas están constituidas de la misma
manera. La sustancia pensante es eterna. Descartes no duda de la inmortalidad del alma.
2.- La que tiene por atributo principal la extensión. Descartes no diferencia entre materia y
espacio.
Lo propio de esta sustancia extensa así considerada es, precisamente, su tamaño en anchura,
longitud y profundidad. Ahora bien, si todo lo material se reduce a extensión, entonces ya está claro
por qué la realidad es matematizable. La geometría se ocupa, precisamente, del estudio del espacio.
Hay otra consecuencia. Existen múltiples sustancias pensantes, pero sólo existe una sustancia
extensa. La totalidad de cuerpos que existen en el mundo son para Descartes modificaciones de esta
sustancia extensa. ¿Qué podías separar a una sustancia extensa de otra? ¿el espacio?
El dualismo cartesiano acaba por resultar verdaderamente extraño. El hombre está
constituido por dos sustancias absolutamente heterogéneas. Por un lado, es alma, sustancia pensante,
algo eterno e individualizado. Por otro lado es cuerpo, sustancia extensa, algo que siempre está

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cambiando, una pura modificación del espacio. "Mi" cuerpo, el cuerpo que me pertenece guarda
más relación, tiene más semejanzas con esta mesa que con mis pensamientos.
Descartes buscó alguna unidad en la que alma y cuerpo pudiesen entrar en contacto de modo
íntimo, en la que pudiesen interactuar. La anatomía de aquélla época le permitió hallar un punto de
esta naturaleza: la glándula pineal. Situada delante del cerebelo, las funciones de esta glándula eran
un misterio en la época de Descartes. Hoy día se sabe que regula el sistema hormonal además de
intervenir en el crecimiento y mediar entre el sistema nervioso y el sistema inmunitario.

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