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Damian era un adolescente de 14 años que estudiaba en una escuela privada muy prestigiosa.

Sin
embargo, no le gustaba mucho estudiar y prefería pasar el tiempo con sus amigos, jugando
videojuegos o viendo películas de terror. Por eso, sus calificaciones eran muy bajas y estaba en
riesgo de reprobar todas las materias.

Un día, su profesor de matemáticas, el señor López, le dijo que tenía una última oportunidad para
salvar el año. Le encargó un informe sobre los fantasmas, un tema que le apasionaba al señor
López, y le dio un plazo de una semana para entregarlo. Damian pensó que era una tarea fácil y
que podía copiar información de internet, así que aceptó el reto.

Pero lo que no sabía Damian era que el señor López tenía un oscuro secreto. Él había sido testigo
de la masacre del 2 de octubre de 1968, cuando el ejército disparó contra una multitud de
estudiantes que protestaban en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. El señor López era uno
de los pocos sobrevivientes, pero quedó traumatizado por lo que vio y escuchó. Desde entonces,
se obsesionó con los fantasmas y creía que podía comunicarse con ellos.

El señor López le dio a Damian una lista de libros y artículos que debía consultar para su informe.
Entre ellos, había uno que llamó la atención de Damian. Se titulaba “Los fantasmas de Tlatelolco" y
estaba escrito por el propio señor López. Damian decidió leerlo primero, pensando que así podría
complacer a su profesor.

El libro era una mezcla de historia, testimonio y ficción. El señor López narraba su experiencia en la
masacre y cómo había escapado de la muerte. Luego, contaba cómo había regresado al lugar de
los hechos años después, con una grabadora y una cámara, para intentar captar las voces y las
imágenes de los espíritus de los caídos. El libro estaba lleno de fotos borrosas, sonidos
ininteligibles y relatos escalofriantes.

Damian se quedó impresionado con el libro y sintió curiosidad por saber más sobre el señor López
y su relación con los fantasmas. Así que decidió ir a visitarlo a su casa, sin avisarle, para hacerle
algunas preguntas. Tomó su bicicleta y se dirigió a la dirección que aparecía en la portada del libro.

Cuando llegó, se encontró con una casa vieja y descuidada, rodeada de un alto muro. Tocó el
timbre, pero nadie respondió. Entonces, vio que la puerta estaba entreabierta y decidió entrar. Al
hacerlo, sintió un escalofrío y un olor a humedad. La casa estaba oscura y silenciosa, solo se oía el
tic-tac de un reloj.
Damian avanzó por el pasillo, buscando al señor López. Vio varias habitaciones cerradas, pero no
se atrevió a abrirlas. Al final del pasillo, encontró una puerta abierta que daba a un estudio. Entró y
vio al señor López sentado frente a un escritorio, rodeado de libros, papeles, grabadoras y
cámaras. El señor López no se movía ni hablaba, solo miraba fijamente una pantalla de
computadora.

Damian se acercó y le dijo:

- Hola, señor López. Soy Damian, su alumno de matemáticas. Vine a hacerle unas preguntas
sobre su libro.

El señor López no reaccionó. Damian miró la pantalla y vio que estaba reproduciendo un video. Era
una grabación de la masacre de Tlatelolco, tomada desde una azotea. Se veía a la gente corriendo
y cayendo bajo las balas, se oían los gritos y los disparos. Damian sintió un nudo en la garganta y
una lágrima le rodó por la mejilla.

- Señor López, ¿me escucha? – insistió Damian.

Entonces, el señor López giró la cabeza y lo miró con unos ojos vacíos. Le dijo con una voz ronca:

- ¿Qué quieres, muchacho?

- Quiero saber más sobre los fantasmas, señor López. ¿De verdad existen? ¿Ha podido
hablar con ellos?

- Los fantasmas existen, muchacho. Están aquí, con nosotros. Yo los veo y los oigo. Ellos me
hablan y me piden que les haga justicia.

- ¿Justicia? ¿Qué clase de justicia, señor López?


- La justicia que les negaron, muchacho. La justicia que les arrebataron. La justicia que yo les
debo.

- ¿Qué quiere decir, señor López?

- Yo fui el culpable, muchacho. Yo fui el traidor. Yo fui el que los delató.

- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué?

- Yo era un infiltrado, muchacho. Yo trabajaba para el gobierno. Yo les di la información


sobre la manifestación. Yo les dije dónde y cuándo iba a ser. Yo les facilité el trabajo.

- No puede ser, señor López. No lo creo. ¿Por qué lo hizo?

- Por dinero, muchacho. Por miedo. Por cobardía. Yo era un joven como tú, pero no tenía
ideales ni sueños. Solo quería sobrevivir y escapar de la miseria. El gobierno me ofreció
una oportunidad y la tomé. No pensé en las consecuencias. No pensé en los demás.

- ¿Y ahora qué, señor López? ¿Qué va a hacer?

- Ahora voy a pagar, muchacho. Voy a pagar por lo que hice. Voy a pagar con mi vida.

- ¿Qué? ¿Qué dice, señor López? No haga una locura. No se mate.

- No me voy a matar, muchacho. Ellos me van a matar. Los fantasmas me van a matar. Ellos
me lo han dicho. Ellos me lo han mostrado.
- ¿Qué le han mostrado, señor López?

- Esto, muchacho. Esto.

Entonces, el señor López pulsó una tecla y la pantalla cambió. Ya no se veía el video de la masacre,
sino otro video. Era una grabación de la casa del señor López, tomada desde una ventana. Se veía
al señor López y a Damian en el estudio, hablando. Pero no estaban solos. Había otras figuras en la
habitación, figuras borrosas y transparentes, que se movían y se acercaban al señor López. Eran los
fantasmas de Tlatelolco, los estudiantes asesinados, que venían a cobrar su venganza.

Damian se quedó paralizado, sin poder creer lo que veía. El señor López le sonrió con una mueca y
le dijo:

- Adiós, muchacho. Gracias por venir. Espero que te guste mi informe.

Y entonces, los fantasmas se abalanzaron sobre el señor López y lo cubrieron con sus cuerpos. Se
oyó un grito y un silencio. Damian salió corriendo de la casa, aterrado y llorando. Nunca más volvió
a ver al señor López. Nunca más volvió a escribir sobre los fantasmas.
Capítulo 2

Damian pedaleó con todas sus fuerzas, sin mirar atrás. Quería alejarse lo más posible de la casa del
señor López y de los fantasmas que lo habían atacado. No entendía lo que había pasado, ni cómo
era posible que el señor López fuera un traidor y un asesino. Tampoco sabía si debía contarle a
alguien lo que había visto, o si le creerían.

Llegó a su casa, temblando y sudando. Dejó la bicicleta en el garaje y entró. Sus padres no estaban,
habían salido a cenar. Subió a su habitación y se encerró. Se tiró en la cama y trató de calmarse.
Respiró hondo y cerró los ojos. Pero en vez de ver la oscuridad, vio las imágenes del video de la
masacre, del libro del señor López y de los fantasmas que lo rodeaban. Abrió los ojos y se levantó.
Encendió la luz y la televisión. Buscó algo que lo distrajera, algo que lo hiciera olvidar.

Pero no pudo. Por más que cambiaba de canal, solo veía noticias sobre violencia, corrupción,
injusticia. Se sentía angustiado y culpable. Pensaba que él también era parte del problema, que él
también era un cómplice. Se había burlado de la historia, de la política, de la sociedad. Se había
desinteresado de todo lo que no fuera su diversión. Se había conformado con copiar y pegar, sin
investigar ni aprender.

Se dio cuenta de que había desperdiciado su tiempo y su oportunidad. Se dio cuenta de que tenía
que cambiar, de que tenía que hacer algo. Se dio cuenta de que tenía que escribir su propio
informe, uno que fuera honesto y original. Uno que fuera un homenaje a las víctimas y una
denuncia a los culpables. Uno que fuera una reflexión y una propuesta.

Así que se sentó frente a su computadora y abrió un documento en blanco. Empezó a escribir, sin
parar, sin borrar. Escribió sobre lo que había leído, sobre lo que había visto, sobre lo que había
sentido. Escribió sobre el señor López, sobre los fantasmas, sobre la masacre. Escribió sobre el
pasado, sobre el presente, sobre el futuro. Escribió sobre él, sobre los demás, sobre el mundo.

Escribió hasta que se le acabaron las palabras, hasta que se le acabó el tiempo. Imprimió su
informe y lo guardó en una carpeta. Lo miró con orgullo y con tristeza. Sabía que era lo mejor que
había hecho en su vida, pero también sabía que era lo último. Sabía que los fantasmas no lo
dejarían en paz, que lo vendrían a buscar. Sabía que tenía que pagar por lo que había visto, por lo
que había escrito.

Así que salió de su habitación y bajó las escaleras. Salió de su casa y tomó su bicicleta. Se dirigió a
la escuela, donde sabía que lo esperaba el señor López. Llegó al edificio, donde vio las luces
encendidas y las ventanas abiertas. Entró y subió al aula de matemáticas, donde encontró al señor
López sentado en su escritorio, con una sonrisa en los labios.

- Hola, muchacho. Veo que has vuelto. ¿Has traído tu informe?

- Sí, señor López. Aquí está.

- Déjame verlo.

Damian le entregó la carpeta al señor López, quien la abrió y empezó a leer. Damian se quedó de
pie, esperando. El señor López leyó el informe con atención, sin levantar la vista. Damian sintió que
el tiempo se detenía, que el silencio se hacía eterno. Damian miró a su alrededor y vio que no
estaban solos. Había otras figuras en el aula, figuras borrosas y transparentes, que se movían y se
acercaban a él. Eran los fantasmas de Tlatelolco, los estudiantes asesinados, que venían a cobrar su
deuda.

Damian no se movió, ni habló. Solo esperó. Esperó a que el señor López terminara de leer, a que
los fantasmas terminaran de llegar, a que todo terminara de una vez.

El señor López terminó de leer y levantó la vista. Lo miró con unos ojos llenos de lágrimas y le dijo
con una voz suave:

- Es un buen informe, muchacho. Es un buen informe.

Y entonces, los fantasmas se abalanzaron sobre Damian y lo cubrieron con sus cuerpos. Se oyó un
grito y un silencio. El señor López cerró la carpeta y la guardó en su escritorio. Luego, se levantó y
salió del aula, con una sonrisa en los labios. Nunca más volvió a ver a Damian. Nunca más volvió a
leer sobre los fantasmas.

Capítulo 3 el final

Al día siguiente, la escuela se llenó de policías, periodistas y curiosos. Se había descubierto el


cadáver de Damian en el aula de matemáticas, con signos de violencia y sin ninguna pista sobre el
autor o el motivo del crimen. El señor López había desaparecido, sin dejar rastro ni explicación.
Nadie sabía qué había pasado, ni por qué.

La noticia se difundió rápidamente por los medios de comunicación, que especulaban con todo
tipo de hipótesis. Algunos decían que el señor López era un psicópata que había matado a Damian
por placer, otros que era un activista que había matado a Damian por venganza, otros que era un
fantasma que había matado a Damian por justicia. Ninguno tenía pruebas, solo rumores y
conjeturas.

Los padres de Damian estaban destrozados, sin consuelo ni esperanza. No entendían cómo su hijo
había terminado así, ni qué había hecho para merecerlo. Solo sabían que lo querían y que lo
extrañaban. Solo querían que volviera y que todo fuera como antes.

Los amigos de Damian estaban confundidos, sin respuestas ni sentido. No reconocían al Damian
que habían conocido, ni al Damian que habían visto en las noticias. Solo recordaban al Damian que
se divertía y que los hacía reír. Solo querían que fuera una broma y que todo fuera una mentira.

Los profesores de Damian estaban sorprendidos, sin pistas ni explicaciones. No sabían qué relación
tenía Damian con el señor López, ni qué interés tenía en los fantasmas. Solo sabían que Damian
era un alumno mediocre y que el señor López era un profesor excelente. Solo querían que fuera un
error y que todo fuera un malentendido.

Pero nadie sabía la verdad, nadie sabía lo que había pasado. Nadie, excepto una persona. Una
persona que había encontrado el informe de Damian en el escritorio del señor López. Una persona
que había leído el informe de Damian y que había entendido el informe de Damian. Una persona
que había admirado el informe de Damian y que había guardado el informe de Damian.

Esa persona era la directora de la escuela, la señora García. Ella había sido una de las primeras en
llegar al lugar del crimen, y una de las últimas en salir. Ella había visto el cuerpo de Damian, y había
sentido una profunda tristeza. Ella había buscado al señor López, y había sentido una profunda
decepción. Ella había encontrado el informe de Damian, y había sentido una profunda admiración.

Ella había leído el informe de Damian, y había quedado impresionada. Había quedado
impresionada por la calidad de la escritura, por la profundidad de la investigación, por la sinceridad
de la reflexión. Había quedado impresionada por el valor de la denuncia, por la compasión del
homenaje, por la esperanza de la propuesta. Había quedado impresionada por el cambio de
Damian, por el sacrificio de Damian, por el legado de Damian.
Ella había entendido el informe de Damian, y había quedado conmovida. Había quedado
conmovida por la historia del señor López, por el misterio de los fantasmas, por la tragedia de la
masacre. Había quedado conmovida por el pasado del señor López, por el presente de los
fantasmas, por el futuro de la masacre. Había quedado conmovida por la culpa del señor López,
por la venganza de los fantasmas, por la justicia de la masacre.

Ella había admirado el informe de Damian, y había quedado inspirada. Había quedado inspirada
por el ejemplo de Damian, por el mensaje de Damian, por el sueño de Damian. Había quedado
inspirada por el compromiso de Damian, por la responsabilidad de Damian, por la libertad de
Damian. Había quedado inspirada por el desafío de Damian, por la invitación de Damian, por la
pregunta de Damian.

¿Qué podemos hacer nosotros, los vivos, para honrar a los muertos, para cambiar el mundo, para
ser felices?

Ella había guardado el informe de Damian, y había quedado decidida. Había quedado decidida a
hacer algo, a hacer algo grande, a hacer algo bueno. Había quedado decidida a publicar el informe
de Damian, a difundir el informe de Damian, a compartir el informe de Damian. Había quedado
decidida a hacer que el informe de Damian fuera leído, fuera escuchado, fuera seguido.

Así que se puso en contacto con una editorial, con una radio, con una televisión. Les contó la
historia de Damian, les mostró el informe de Damian, les propuso un proyecto de Damian. Les
pidió que le ayudaran a hacer realidad el sueño de Damian, a hacer justicia por el señor López, a
hacer memoria por los fantasmas. Les pidió que le ayudaran a hacer un libro, un programa, un
documental.

Y así fue como el informe de Damian se convirtió en un fenómeno, en un éxito, en un movimiento.


Así fue como el informe de Damian llegó a miles, a millones, a billones de personas. Así fue como
el informe de Damian cambió mentes, cambió corazones, cambió vidas.

Y así fue como Damian, el señor López y los fantasmas de Tlatelolco se hicieron inmortales, se
hicieron eternos, se hicieron leyenda.

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