El hombre tradicional concibe el espacio de manera sagrada y profunda. Para él, el
espacio no es uniforme ni indiferente. En lugar de eso, lo divide en lo sagrado y lo profano. Lo sagrado es considerado especial, lleno de significado y conectado con lo divino, mientras que lo profano es lo cotidiano, común y sin significado religioso. Esta concepción del espacio influye en cómo las culturas tradicionales crean y tratan sus lugares sagrados.
¿Cuál es el proceso de fundación de un espacio?
El proceso de fundación de un espacio implica actos de consagración que transforman
un lugar profano en un lugar sagrado. Varían según la cultura y la religión, pero suelen involucrar la dedicación del lugar a los dioses o fuerzas divinas. Estos rituales simbolizan un lugar especial que conecta lo terrenal con lo divino. A lo largo de la historia, las culturas tradicionales distinguían entre territorios sagrados (el cosmos) y caóticos (el caos). Por ejemplo: La conquista española de América ilustra cómo la religión transformó un territorio caótico en un cosmos en nombre de Jesucristo. Las ciudades antiguas eran consideradas tierras santas y se protegían con defensas como fosos y murallas. En muchos casos, se usan monumentos o estructuras religiosas en estos lugares consagrados.
¿Qué parte llevamos nosotros como fundadores?
Nosotros ya no participamos en el proceso de fundación de espacios de la misma
manera que lo hacían las culturas tradicionales. Sin embargo, aún llevamos la capacidad de atribuir significado y valor a los lugares que encontramos significativos en nuestras vidas. Podemos considerar ciertos lugares como especiales o sagrados en función de nuestras creencias personales o religiosas. En este sentido, llevamos la capacidad de asignar significado y sacralidad a nuestro entorno.