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LA FILOSOFÍA DEL DERECHO DE ALFREDO CRUZ PRADOS

DIEGO POOLE1

diego.poole@urjc.es

Antes de nada desearía proponeros a todos, como tarea muy saludable, la


lectura y reflexión de la obra del filósofo español Alfredo Cruz Prados.

Alfredo Cruz Prados, español nacido en 1957, es profesor de Filosofía Po-


lítica y de Historia del Pensamiento Político en la Universidad de Navarra. Entre
sus obras, considero las más importantes: Filosofía política (2016), Deseo y veri-
ficación (2015) y La realidad del derecho (2021).

En el poco tiempo de esta exposición oral, no puedo más que presentar


algunos puntos para nuestra reflexión y debate (pienso que el tiempo de debate
es más importante que lo que yo diga ahora).

Quiero plantearles sólo dos cuestiones:

1. Una relacionada con la teoría de la ley natural de Alfredo Cruz.


2. Otra sobre su idea de la polis como constitutiva de la identidad per-
sona.

1. Si la reflexión de Santo Tomás sobre la ley natural es irrelevante


para el conocimiento moral

En su extensa obra “Deseo y verificación. La estructura fundamental de


la ética” Alfredo Cruz dice en sucesivas ocasiones que la doctrina clásica aristoté-
lico-tomista sobre la ley natural es irrelevante para el conocimiento moral. Una
afirmación así nos suena provocadora para los estudiosos del pensamiento to-
mista.

¿Por qué dice esto? Para Alfredo Cruz, la naturalidad de la ley natural se
funda en la espontaneidad o connaturalidad, con la que el ser humano se siente
inclinado hacia determinados objetos. En un plano de máxima generalidad todos
los hombres se sienten atraídos por el bien. Pero si descendemos a un nivel de
mayor concreción, el objeto del deseo natural puede no ser realmente un bien
para el sujeto que lo desea. Determinadas prácticas inmorales se presentan como
naturales para la persona que tiene deformado el apetito, ya sea por un defecto
genético o ya sea por vicio, o por ambas cosas a la vez. Por tanto, esta connatura-
lidad con el objeto del deseo no puede ser el único fundamento de la moral.

Ante esta crítica, Alfredo Cruz responde, con Aristóteles, que es el apetito
de la persona virtuosa el que identifica correctamente el bien. Si la virtud opera
como una segunda naturaleza, lo que el virtuoso conoce como bueno y fa-
ciendum es lo que podemos llamar con todo rigor “ley natural”.

1 Profesor Titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos, Madrid (SPAIN)

1
La ley natural por tanto, dice Alfredo Cruz, no se puede definir sin más
como la medida de la inclinación natural, sino como la medida de la “correcta
inclinación natural”.

La cuestión es entonces cómo identificar la correcta inclinación natural. Y


es aquí donde la filosofía del Alfredo Cruz no es suficientemente clara y es lo que
propongo a ustedes como tema para el debate.

Yo pienso que, por mucho que se apele a la persona virtuosa, es necesario


el recurso a la recta ratio, a la ley, para justificar la rectitud de la tendencia.
¿Cómo identificamos al virtuoso para identificar por él lo que es la ley natural?
¿Y cómo se explica entonces la tesis clásica de que la ley natural es la participación
de la criatura racional en la ley eterna?

El gobierno de Dios sobre el mundo es la ley eterna, es la impresión de la


sabiduría y voluntad divinas sobre el dinamismo de la Creación. Y el hombre,
como toda criatura, lo reconozca o no, lleva impreso en todo su ser esa sabiduría
y esa inclinación. Pero a diferencia de los seres racionales, que no son conscientes
de la belleza, inteligencia y destino de su existencia, el hombre sí puede serlo, y
en ese sentido se puede hacer “partícipe”, co-autor, del dinamismo perfectivo de
su ser y del dinamismo perfectivo de toda la Creación. Y en la medida en que el
ser humano realiza esa inclinación a la plenitud de su forma y de la forma del
mundo, a través de su formación intelectual y moral, se le hace tanto más natural
el bien.

Por eso, creo que la doctrina de la ley natural es completamente necesaria


para calibrar conscientemente la rectitud del apetito.

Alfredo Cruz insiste en que la naturalidad de la ley natural se fundamenta


en la espontaneidad con que la persona virtuosa obra correctamente, dando a en-
tender que el fundamento de la naturalidad es esa connaturalidad o inclinación
al bien. Cuando lo cierto es que, al menos en el pensamiento de Aristóteles y de
Santo Tomás, lo natural de algo es ese algo una vez cumplida su génesis. Es de-
cir, lo natural es precisamente la plenitud de la propia forma. Pero Alfredo Cruz
insiste sólo en uno de los sentidos de lo natural, donde fundamenta la naturalidad
de la ley natural: la ley es natural en la medida en que se va arraigando en el ape-
tito por medio de la virtud, que opera como una segunda naturaleza, haciendo
deseables objetos que realmente convienen a la perfección del hombre. Pero es
que el primer sentido de lo natural es más definitorio de la ley natural que el se-
gundo. La ley es natural porque es la medida de la perfección humana, la expre-
sión de la plenitud de la propia forma.2

2 De hecho, en su Filosofía Política el propio Alfredo Cruz insiste en esta noción de lo


natural como plenitud de la forma: «Lo natural no es sólo lo que un ser es y posee originariamente,
y lo que procede espontáneamente de su patrimonio nativo. Lo natural es también lo que un ser
es, lo que le es propio y característico, una vez alcanzado su pleno desarrollo, su constitución com-
pleta, aunque para esto haga falta la concurrencia de factores externos. La naturaleza de un ser
no es sólo su principio intrínseco de generación y operación; es también la plenitud de esa gene-
ración, la constitución perfecta de dicho principio. Además de sentido eficiente, la naturaleza
tiene sentido teleológico: es telos, fin al que se tiende, y no sólo tendencia o causa de la tendencia».
Alfredo CRUZ PRADOS, 2016, Filosofía Política, Pamplona, Eunsa, p. 10

2
La virtud es un efecto de la ley, no al revés. Si nos atenemos a la filosofía
tomistas, la ley, toda ley, también la ley natural, es un principio extrínseco del
obrar, mientras que la virtud es un principio intrínseco.

Por eso, quizá sea más apropiado decir que la ley natural es natural, no
tanto porque surja espontáneamente de la persona virtuosa, sino poque es algo
que nos viene dado con el ser que tenemos, como ser en potencia cuyo despliegue
o desarrollo se nos confía a nuestra responsabilidad. En este sentido la ley natu-
ral es principio extrínseco en cuanto ley, y principio intrínseco en cuanto natu-
raleza.

2. La polis es constitutiva de la identidad personal (moral)

No existe un modelo de hombre que sea puramente humano, anterior a


toda experiencia social o cultural, con unos derechos y deberes universales bási-
cos.

La idea ilustrada del estado de naturaleza previo a la vida política es una


suposición que será siempre irreal, porque si la naturaleza de una cosa es esa cosa
una vez completada su génesis, y si el hombre es un ser que sólo logra su plenitud
de la comunidad política, el hombre natural sólo lo conocemos en el contexto de
su participación en la vida de la polis.

Si el hombre necesita de la polis para su desarrollo, el fundamento de toda


obligación reside precisamente en esa necesidad, porque la polis se conserva con
la colaboración (obligaciones y derechos) de todos.

La vida humana en el seno de una comunidad concreta histórica es el ho-


rizonte de perfección moral del individuo. Por tanto, no es la adhesión a unos
valores universales y abstractos lo que nos puede elevar por encima de las limita-
ciones de la comunidad en la que participamos, sino la adhesión a otra comuni-
dad superior, igualmente real y concreta, que abarque y haga compatibles con la
superior los intereses de la comunidad inferior.

La idea del hombre universal, cosmopolita, sin referencia a sociedades


concretas, en realidad provoca lo contrario de lo que se pretende, pues hace del
hombre un individuo genérico y anónimo, desvinculado de toda comunidad real.

Si el hombre es un animal político, la plenitud humana no puede consistir


en el ideal de independencia y autosuficiencia. El horizonte de lo común es el ho-
rizonte de la perfección personal. Uno se hace tanto mejor persona cuanto más se
haga partícipe de lo común, cuanto más se interese y participe efectivamente en
el bien de los miembros de su comunidad. Y es que, como enseñaban los clásicos
cuanto más perfecto es un ser –ontológica y moralmente–, más capaz es de lo
común, y más común es su propio bien.

Cuando el progreso moral se presenta como algo “privado”, independiente


de la participación en la vida política, no solo contribuye a una cierta insolidari-
dad, sino también a la propia degeneración moral.

3
«La apatía cívica, la pérdida de conciencia y responsabilidad ciuda-
dana, resulta fomentada cuando la búsqueda de la perfección moral es en-
tendida como una empresa que nada tiene que ver con la actividad política
y con nuestra excelencia en esta actividad. Una ética desvinculada de la
política, una ética que no nos proporciona razones morales para la partici-
pación política, constituye una invitación a desentendernos del bien co-
mún de la polis, a ausentarnos de la escena pública y a eludir el compro-
miso político, viendo en esto, incluso, una forma de preservar nuestra pu-
reza moral. Así, se potencia “moralmente” el conformismo social, la resig-
nación fatalista ante los cambios políticos, que constituye la actitud más
favorable, el clima moral más propicio para el advenimiento de cualquier
forma de despotismo o totalitarismo».3

Alfredo Cruz insiste en la idea de participación en la vida política, pero no


como una acción que instrumentalmente nos reporta luego un mayor bien pri-
vado o un espacio para lograr la satisfacción de intereses realmente personales.
No, la participación en el proyecto común es en sí mima un bien personal, de
modo análogo a como lo es la participación de un músico en una orquesta, que si
es músico es gracias a la orquesta.

El carácter constitutivo de lo político ha sido especialmente olvidado por


el pensamiento moderno. La teoría política moderna se ha construido sobre bases
individualistas, considerando al hombre “natural”, en un supuesto estado de na-
turaleza. Para esta filosofía política moderna, todavía dominante, lo político es un
instrumento al servicio de una realidad humana previa, prepolítica, “natural”. Lo
político es un artificio añadido por convención entre los hombres para proteger o
recuperar, en la medida de lo posible, ese supuesto estado de naturaleza (ya sea
idílico, al estilo de Rousseau, ya sea salvaje, al estilo de Hobbes). Según la filosofía
racionalista, la legitimidad del artefacto político viene de su capacidad para ga-
rantizar un estado prepolítico como si fuera un estatus de la humanidad ya cons-
tituido.

No se tiene en cuenta, critica Alfredo Cruz, que nadie existe como hombre,
como persona constituida, antes y al margen de la vida política. La Ilustración
quiso hacer tabla rasa de la tradición para reivindicar una idea del hombre puro,
desprovisto de inercias sociales, culturales y religiosas.

«La racionalidad – escribe Alfredo Cruz- se entendía por contrapo-


sición a la tradición, la racionalidad tenía que equivaler a pura naturali-
dad, a pureza originaria, a ausencia de mediaciones. El rechazo total de la
tradición suponía necesariamente postular la posibilidad de apoyarse in-
mediata y exclusivamente en lo natural, de cara al establecimiento de lo
humano».4

3 Alfredo CRUZ PRADOS, 2016, Filosofía Política, Pamplona, Eunsa, p. 84


4 Alfredo CRUZ PRADOS, 2016, Filosofía Política, Pamplona, Eunsa, p. 20

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