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La Filosofía Del Alfredo Cruz Prado
La Filosofía Del Alfredo Cruz Prado
DIEGO POOLE1
diego.poole@urjc.es
¿Por qué dice esto? Para Alfredo Cruz, la naturalidad de la ley natural se
funda en la espontaneidad o connaturalidad, con la que el ser humano se siente
inclinado hacia determinados objetos. En un plano de máxima generalidad todos
los hombres se sienten atraídos por el bien. Pero si descendemos a un nivel de
mayor concreción, el objeto del deseo natural puede no ser realmente un bien
para el sujeto que lo desea. Determinadas prácticas inmorales se presentan como
naturales para la persona que tiene deformado el apetito, ya sea por un defecto
genético o ya sea por vicio, o por ambas cosas a la vez. Por tanto, esta connatura-
lidad con el objeto del deseo no puede ser el único fundamento de la moral.
Ante esta crítica, Alfredo Cruz responde, con Aristóteles, que es el apetito
de la persona virtuosa el que identifica correctamente el bien. Si la virtud opera
como una segunda naturaleza, lo que el virtuoso conoce como bueno y fa-
ciendum es lo que podemos llamar con todo rigor “ley natural”.
1 Profesor Titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos, Madrid (SPAIN)
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La ley natural por tanto, dice Alfredo Cruz, no se puede definir sin más
como la medida de la inclinación natural, sino como la medida de la “correcta
inclinación natural”.
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La virtud es un efecto de la ley, no al revés. Si nos atenemos a la filosofía
tomistas, la ley, toda ley, también la ley natural, es un principio extrínseco del
obrar, mientras que la virtud es un principio intrínseco.
Por eso, quizá sea más apropiado decir que la ley natural es natural, no
tanto porque surja espontáneamente de la persona virtuosa, sino poque es algo
que nos viene dado con el ser que tenemos, como ser en potencia cuyo despliegue
o desarrollo se nos confía a nuestra responsabilidad. En este sentido la ley natu-
ral es principio extrínseco en cuanto ley, y principio intrínseco en cuanto natu-
raleza.
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«La apatía cívica, la pérdida de conciencia y responsabilidad ciuda-
dana, resulta fomentada cuando la búsqueda de la perfección moral es en-
tendida como una empresa que nada tiene que ver con la actividad política
y con nuestra excelencia en esta actividad. Una ética desvinculada de la
política, una ética que no nos proporciona razones morales para la partici-
pación política, constituye una invitación a desentendernos del bien co-
mún de la polis, a ausentarnos de la escena pública y a eludir el compro-
miso político, viendo en esto, incluso, una forma de preservar nuestra pu-
reza moral. Así, se potencia “moralmente” el conformismo social, la resig-
nación fatalista ante los cambios políticos, que constituye la actitud más
favorable, el clima moral más propicio para el advenimiento de cualquier
forma de despotismo o totalitarismo».3
No se tiene en cuenta, critica Alfredo Cruz, que nadie existe como hombre,
como persona constituida, antes y al margen de la vida política. La Ilustración
quiso hacer tabla rasa de la tradición para reivindicar una idea del hombre puro,
desprovisto de inercias sociales, culturales y religiosas.