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4ensayo La Literatura Venezolana Infantil
4ensayo La Literatura Venezolana Infantil
Introducción:
En el caso del pueblo Caribe, los dioses que formaban su panteón eran los
principales personajes de los mitos y de las leyendas que transmitían, adquiriendo
especial protagonismo el dios Amalivaca, capaz de hazañas tales como crear el Río
Orinoco y el viento, dotar a su pueblo del rasgo de la inmortalidad (aunque solo de
forma temporal) o solucionar los desastres de una gran inundación (otro dios
relevante era Chia, que representaba a la luna). En cualquier caso, como en el de la
literatura Arawak, las historias también contaban con la presencia de espíritus que
llevaban a cabo buenos y malos comportamientos.
Cuando el país había transitado años de independencia y era necesario trazar los
límites de la identidad nacional, los libros para niños volvieron la mirada hacia los
héroes y la tradición oral, poblada de personajes como Tío Tigre y Tío Conejo. El
nombre de Rafael Rivero Oramas (considerado como pionero y padre de la literatura
infantil venezolana) se hace presente como pionero y gran divulgador de la tradición
oral. Antonio Arráiz publica en esa misma línea, Cuentos de Tío Tigre y Tío
Conejo en la década de los cuarenta, Pilar Almoina saca a la luz Carrera y El camino
de Tío Conejo en 1970 y Luis Eduardo Egui Cuentos para niños, en 1971.
Igualmente entre las primeras lecturas del venezolano se puede citar una primera
revista, de corte religioso: El amigo de los niños (1912-1950); libros de lectura como
los de Alejandro Fuenmayor, que comenzaron a publicarse en 1916 y se fueron
remozando en numerosas ediciones hasta los años setenta; gran cantidad de obras
didácticas y finalmente las obras de algunos escritores que, la mayoría de las veces,
no habían sido escritas para los niños pero que, junto al folcklore, se fueron
incorporando a sus lecturas, como sucedió con textos de Pedro Emilio Coll, José
Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra o Julio Garmendia, ya clásicos de la literatura
venezolana.
Rivero Oramas se propuso a hacer llegar a los niños un tipo de literatura opuesta
a las "lecturas escolares" imperantes en la época, y desde sus revistas dio un gran
impulso al género, que sólo entonces comenzó a vitalizarse. Especialmente hay que
señalar la importancia de la revista Tricolor, que hasta el momento en que él la
dirigió, en el año 1967, llegó a alcanzar altísimos tirajes y una gran receptividad
dentro y fuera del país, por lo que fue plataforma y guía en todo lo relativo a la
literatura infantil en momentos en los que todavía no existía en el país una
infraestructura editorial.
A pesar de que entre los años 1950 y 1970 existieron algunas iniciativas
editoriales, es en el año 1967 cuando surge una primera editorial de libros para
niños, llamada Churum Merú, que sólo tuvo un año de duración, y en 1968 cuando
se publican dos importantes colecciones: "Puente Dorado" y "Estrella Amiga", del
Instituto Nacional de la Cultura (INeIBA). Hasta finales de los años setenta, las
ediciones de libros para niños fueron esporádicas muchas veces financiadas por los
propios autores o por instituciones y organismos públicos y privados, pero además
empieza a mejorar el panorama editorial debido a la confluencia de varios factores:
el país vivía un clima de bonanza económica que a su vez redundó en mayores
aportes para la educación y la cultura; se creó el Sistema Nacional de Bibliotecas
Públicas, que demandaba libros y materiales de lectura para los más jóvenes; existía
una propuesta e intención nacionalista de producir materiales propios, expresada por
una asociación como AVELlJ (Asociación Venezolana de Literatura Infantil y Juvenil)
que cumplió un papel importante en la definición y orientación del género. En ese
momento se fundan las editoriales especializadas en literatura infantil y comienza a
aparecer un gran número de revistas y periódicos para niños.
En 1978 surge Ediciones Ekaré, del Banco del Libro, institución con amplia
experiencia en proyectos de promoción de lectura, la cual se ha convertido en la
más importante del país, con un catálogo de unos 70 títulos; y, paralelamente, la
editorial María Di Mase, que llegó a publicar a autores e ilustradores de fama
internacional. Entre los periódicos publicados a partir de ese momento destacan El
cohete (1979-1981), el suplemento infantil de El Carabobeño (1977), Perro Nevado
(1979) y El Barquito (1978); entre las revistas: el Boletín nacional de literatura infantil
y Parapara, ambas para adultos, y posteriormente, La Ventana Mágica (1985) Y
Onza, Tigre y León en su nueva etapa, algunas de estas publicaciones todavía en
circulación.
Por esa misma época surgen los primeros estudios de esta disciplina en el país,
con libros como La literatura infantil venezolana (1977), de Efraín Subero, y con
posteriores investigaciones y estudios de Carmen Mannarino, Marisa Vannini, Velia
Bosch, Maria Beatriz Medina y Griselda Navas, entre otros autores. Igualmente,
durante los años ochenta, se populariza la literatura infantil en España y comienza a
llegar al país mucho de esta literatura, lo que de alguna manera contribuyó a la
formación de nuevos gustos y tendencias. Posteriormente se sumaron, a la labor de
las editoriales pioneras, editoriales como Tinta, Papel y Vida e Isabel de los Ríos,
Amanda y Rondalera; se han creado colecciones infantiles en editoriales nacionales
como Alfadil y Monte Ávila Editores, y existe un interés creciente en editoriales
extranjeras por publicar autores venezolanos, como es el caso de Alfaguara y
Norma, que ya han incluido en su catálogo a algunos de ellos.
Así, aun cuando todavía no se puede hablar de una gran producción en el área
del libro infantil, pues no se han sobrepasado el número de 40 títulos nuevos al año,
sí se puede afirmar que durante las últimas décadas el libro para niños ha adquirido
un nuevo rango; gracias a la labor de estas editoriales, las ediciones se han
modernizado y la calidad de la literatura y los libros para niños que se producen en
el país ha aumentado considerablemente.
El criollismo narrativo dejó su impronta cuando varios de sus cultores (como Luis
M. Urbaneja Achelpohl y José Rafael Pocaterra) incursionaron en la literatura para
niños. El modernismo se hizo presente con El Diente Roto de Pedro Emilio Coll,
mientras la modernidad irrumpe con Manzanita (1951) de Julio Garmendia, un
clásico de la literatura infantil venezolana. Miguel Vicente Pata Caliente (1971) de
Orlando Araujo sigue esta senda y entre ellos, se sitúan autores como Oscar
Guaramato Ramón Palomares, David Alizo, Carlos Izquierdo, Francisco Massiani y
Marisa Vannini.
Se puede afirmar que se está ante una literatura infantil joven, que se ha
fundamentado en su mayor parte en el folclore y la tradición oral, en esa gama de
composiciones tradicionales que reflejan el sincretismo y mestizaje cultural
característico de Venezuela: piezas literarias de comprobada raíz hispánica o
europea, como juegos y canciones, o cuentos de hadas criollos, con príncipes y
princesas que hablan y se comportan como campesinos venezolanos; de raíz
africana como algunos cantos, poemas y los cuentos de Tío Conejo; y de raíz
indígena, como los mitos y leyendas de las diferentes etnias que habitan el territorio.
Pero que también ha dado, en las últimas décadas, importantes autores, cuyas
obras van desde el realismo a la exploración creativa de nueva, originales y
universales propuestas.
Todo esto nos habla hoy de una literatura que tiene una fisonomía o un rostro
propio, lo que podría representarse muy bien en esa hermosa imagen creada por
Rafael Rivero Oramas: una danta blanca, un tapir americano de excepcional color,
un ejemplar único y particular capaz de seducir, tal y como se nos revela nuestra
literatura infantil actual.
Fuentes bibliográficas: