Cuando Dios indicó a Noé que no comiera sangre mencionó que esta
representaba la vida, como bien lo hace ver la versión internacional en
Génesis 9:4 “No deberán comer carne con su vida, es decir, con su sangre”. La vida de las personas esta representada en su sangre, y es algo comprensible pues ésta es la que se encargade llevar el oxigeno a todo el cuerpo, trasporta las proteínas, vitaminas y minerales esenciales para la vida, es a través de su recorrido que se detectan las infecciones y es a través de ella que llegaran los agentes encargados de detener las enfermedades Derramar su sangre, es literalmente derramar su vida, porque cuando ésta no está en la cantidad requerida por los órganos la persona morirá irremediablemente. Aun cuando sus pulmones, riñones, hígado, corazón, y cerebro estén en perfecto estado, estos sin el liquido que les da oxigeno y vida, la sangre, dejaran de trabajar.
Existen riñones y pulmones mecánicos externos y se hacen e implantan
corazones artificiales, un ser humano puede mantener su vida en él aunque su cerebro esté muerto, pero sin el liquido llamado Sangre es imposible alargar la vida. Es una exactitud científica de mas de cinco mil años cuando Dios le dijo a Noé que la sangre es la vida. Detalles más sobresalientes que datos médicos o científicos fueron expuestos en la ley de Moisés y son estros detalles aun más importantes para nuestro estudio, por que si bien es cierto que lo medico o científico es bueno, a todo cristiano debe interesarle realmente el punto de vista Bíblico.
La Ley de Moisés prohibía el comer sangre, textos en apoyo existen
bastantes, Levíticos 7: 26, 27; 17: 13, 14; Deuteronomio 12: 23-27. Claro está, sabemos que esto era porque la vida del alma está en su sangre y Dios pediría cuentas a quien no le diera el uso apropiado o como Dios había mandado ya desde los tiempos de Noé. Pero había algo más, un detalle que se encuentra entre la ley dada a Israel que seria engrandecido con el sacrificio de Cristo. Como le salva la vida la Sangre Todos somos pecadores y no alcanzamos a la vida por nuestros propios medios, realmente desde que nacemos corremos hacia un precipicio, la muerte. Todos al nacer somos montados en el carro del pecado, y el destino final de ese carro es el precipicio, un vehículo sin frenos y con el pedal del acelerador pisado al máximo, saltar al suicidio es tan mortal como caer al precipicio. Solamente un segundo carro puede salvarnos, uno del cual se nos extienda una mano y ubicándose a nuestro lado nos ayude a cruzar de un vehículo al otro, claro la fe en que no caeremos al vacío del pavimento es imprescindible para dar el gran salto. Es aquí donde encontramos a Levíticos 17: 11, el cual nos informa que Dios puso la sangre sobre el altar para que haga propiciación o expiación por nosotros mismos, por nuestras almas, y nos explica: “Porque la sangre es la que hace expiación en virtud del alma en ella [es decir en la sangre]” ó según la versión internacional: “Ya que la propiciación se hace por medio de la sangre”, ó como lo traduce la versión Popular edición de 1983: “Pues es la sangre la que paga el rescate por la vida”. (Comparece con Hebreos 9: 12-14, 22) Muy correctamente la expresión “La sangre es la que hace expiación del alma en virtud de ella”, nos indica que la sangre de los machos cabrios es arrojada al altar en ves de la que debía ser consumida por el polvo por los pecados cometidos, es decir, la nuestra.
De esta manera esa sangre entregada a Jehová a cambio de la nuestra
hacia limpia nuestra sangre a los ojos de Dios momentáneamente. Al pecar, en el antiguo Israel todos debían hacer alguna ofrenda por el pecado y sacrificios de comunión según el hecho en cuestión, pero la expiación, que era la que realmente efectuaba la limpieza o el cubrir y ocultar el pecado debía hacerse con sangre, pues como la sangre representa la vida es la representación perfecta de entregar la vida por nuestros pecados, llegar a la muerte (Génesis 2: 17; 3: 19; Salmos 51: 5; Romanos 5: 12).
Como pecadores solo merecemos la muerte. Ahora bien para que
sufriéramos tal muerte la ley prescribía, para mostrarnos lo necesitado de un rescate que estábamos, el que la sangre, representación de la vida, fuera dada en lugar de nuestras almas, pero como sin sangre nuestros cuerpos no podrían vivir, Dios proveyó el arreglo de sacrificios de animales en el altar a Él en representación del sacrificio mayor de Cristo que de una vez y por todas haría limpia nuestra sangre de los pecados al ser derramada por la nuestra. Por ser descendientes de Adán llevamos en nuestra sangre el pecado que él nos dejo, así Cristo pagaría por Adán, comprando el derecho a declararnos limpios y de esa manera permitirnos volver a tener la perspectiva de vida eterna (Levíticos 17: 11; 1 Corintios 15: 45; Hebreos 9: 12-14, 22). Un Sacrificio, una vez y para siempre. Esta ley de sacrificios continuos era una sombra de las buenas cosas por venir. Alrededor del año 30 de nuestra era, un hombre se presentó como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Isaías 53: 7; Juan 1: 14).
Después de enseñar la verdad por tres años y medio año, derramó
delante del altar en la presencia de Jehová su sangre como expiación por nuestros pecados una vez para siempre. Es la sangre de Cristo la que nos permite vivir (Efesios 1: 7). El ejercer fe en esa sangre y aceptar que es la única manera de limpiar nuestros pecados y que sin ella estamos irremediablemente destinados a la muerte, es lo que permite que nuestra propia sangre no sea derramada en el polvo de donde fuimos tomados y así acabar en la muerte. (Génesis 3: 19)