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“Gabinetes de curiosidades”: El caso de Manfredo Settala

Publicado el octubre 7, 2015 por CECLIREVISTA

por Loreto Casanueva

En la Europa de los años 1550-1750, objetos provenientes de la naturaleza y otros creados por
la mano humana, se encontraron cara a cara en los llamados “gabinetes de curiosidades” o
“cámaras de maravillas”, pequeños muebles o espaciosas habitaciones que personas de ciertas
clases sociales y de ciertos oficios y profesiones, se dedicaron a atiborrar, guiados por una
fiebre coleccionista. La consigna de las colecciones, por más distintas que fueran unas de otras,
era el deseo de posesión de objetos destacados por su rareza, maravilla, curiosidad, exotismo.
No es azaroso que la época del apogeo de los gabinetes de curiosidades, anunciada durante la
Edad Media por los thesauri, colecciones de impronta eclesiástica que se conservaban en
iglesias y monasterios, haya sido el Renacimiento, la era de los grandes descubrimientos en el
universo, en el planeta tierra y en el cuerpo humano. Es también el tiempo de los viajes de
placer y de comercio, travesías que le permitieron a exploradores y mercantes volver a sus
tierras natales con souvenirs y adquisiciones que repletarían las salas de los coleccionistas, si
no las suyas propias.

El coleccionismo medieval, en líneas generales, emprendido por gobernantes y sacerdotes,


procuraba la conservación y exhibición de reliquias pertenecientes a santos y mártires, objetos
litúrgicos, joyería de la realeza, ornamentos y obras de arte (en especial si eran elaborados con
materiales preciosos), y de uno que otro objeto maravilloso y exótico, de dudosa veracidad,
como el olifante de Roldán o un cuerno de unicornio (ambos pertenecientes al campo de los
mirabilia). Tal es el caso de la abadía francesa de Saint-Denis. La colección que albergaba,
como muchas otras de la Baja Edad Media, funcionaba como “repositorios de riqueza y de
poder mágico y simbólico”1, ensalzando al Dios cristiano como creador y legitimando el poder
de linajes reales y de instituciones religiosas que habían recabado tales objetos, cuya
materialidad tenía proyecciones divinas y milagrosas. En ese sentido, las colecciones de
objetos de esta especie, custodiadas en edificios eclesiásticos, promovían además la visita de
peregrinos de diversas latitudes, quienes podían admirar pertenencias y prendas de sus santos
o heroicos dueños.

La transformación gradual de estos proto-gabinetes en lo que conoceríamos como gabinetes


de curiosidades propiamente tal, encuentra su hito en la proliferación del coleccionismo como
pasatiempo de príncipes- especialmente en Italia-, quienes almacenaban sus tesoros
eminentemente artísticos, signados por la belleza y el decoro, en los studioli o archivos
privados: el más antiguo data de 1335, fundado por Olivero Forza de Treviso, mientras que los
Médici también gozaron de ellos en sus residencias. Hacia fines del siglo XV, el coleccionismo
de curiosidades se vio favorecido por diversos factores. Dos de ellos, ya mencionados, son el
viaje y el comercio, vinculados entre sí además por la efervescencia de la actividad bancaria.
Un tercer factor es la renovada consideración de la curiosidad como una virtud, otrora vicio
intelectual según la patrística medieval, pues corrompía la esencia humana mortal, como el
pecado de Adán y Eva. A fines del siglo XVI y principios del XVII el panorama cambiaría
favorablemente para la curiosidad, la cual desde ese entonces y probablemente hasta entrada
la Ilustración, fue admirada como un instrumento valioso de saber y como una forma de
vincular las esferas del microcosmos con el macrocosmos conocidos, que tanto se habían
expandido durante esos años. En “The Age of Curiosity”, Krzysztof Pomian señala que la
curiosidad “es un deseo y una pasión: un deseo de ver, aprender o poseer lo raro, lo nuevo, lo
secreto, o cosas destacadas, en otras palabras aquellas cosas que tienen una relación especial
con la totalidad y, por consiguiente, provee los recursos para conseguirlas” 2. Para Pomian, la
curiosidad se concreta físicamente en la colección de rarezas y maravillas, que atrae a su vez la
curiosidad del espectador, tal como lo relata una inscripción en la puerta del gabinete del físico
francés Pierre Borel, que data del siglo XVII: ” Detente aquí, viandante curioso, porque aquí
verás un mundo en una casa, en un museo: un microcosmos o un compendio de cosas
extrañas” 3.

Es así como el afán por conservar objetos extraños (bajo las categorías artificialia o curiosa
artificiosa, naturalia, exotica o scientifica) trasciende la esfera eclesiástica, para instalarse entre
burgueses, boticarios, mercaderes, todos aficionados o eruditos, con presupuestos regulares
para adquirir rarezas, dependiendo de su interés o avidez, oficio e, incluso, del espacio
disponible para la exhibición. En ese sentido, podríamos decir que los gabinetes de
curiosidades son la versión laica de los thesauri. En gran medida, la secularización del
coleccionismo de cosas extrañas, especialmente de obras de arte, piezas de joyería y
decoración, se coordina con una nueva mirada sobre el mundo material, liberada de las
presiones dogmáticas respecto de la futilidad de la posesión de bienes mundanos, así como
también con un renovado espíritu de investigación, que impulsa al coleccionista a emprender
la búsqueda de rarezas por sí mismo y a vivir en carne propia la construcción de su propio
museo variopinto, aun cuando deba penetrar en lugares “bajos”. Philipp Blom explica que tal
fue la revolución renacentista respecto al saber y sus espacios de adquisición que,

por primera vez se aceptó que . . . un mercado de pescado podía ser mejor que una biblioteca. Lo más
probable era que, más que cualquier cantidad de manuscritos latinos, los pescadores hubiesen pescado
en sus redes ejemplares raros y maravillosos . . . El propio [Ulisse] Aldovandri [gran coleccionista y
fundador de la historia natural moderna] recorría los mercados de pescado en busca de nuevos
hallazgos. 4

Hubo gabinetes dedicados solo a la ciencia, al arte o al juego (como el diseñado por Philipp
Hainhofer para el rey Gustavo II Adolfo de Suecia), o bien tipo misceláneo, en los cuales
convivían objetos naturales (fósiles, conchas de mar, animales disecados, especies exóticas de
América, porcelanas asiáticas y morbosos “monstruos” africanos) con criaturas artificiales;
privados (como el de Rodolfo II de Habsburgo) o públicos, que llevaban un meticuloso registro
de visitas (como el de Aldrovandi, que sufrió una avalancha de visitas cuando comenzó a
exhibirse el cadáver de un “dragón”); sofisticadamente ordenados y taxonomizados o
caóticamente dispuestos; para el divertimento o la investigación científica. Cada gabinete era
un mundo en sí mismo, un microcosmos. Y se multiplicaron en todo el continente europeo.
Blom consigna que el holandés Hubert Goltzius registró novecientas sesenta y ocho
colecciones en los Países Bajos, Alemania, Francia, Italia, Austria y Suiza, las cuales presumió
conocer a cabalidad, mientras que solo en Venecia, durante el siglo XVII, habían más de
setenta. El mismo autor señala otra anécdota interesante que da cuenta del tremendo
fenómeno socio-cultural que significaron los gabinetes de curiosidades: en la Holanda del siglo
XVI, hasta las casas de muñecas, para poder considerarse “casas” propiamente tal, debían
contar con un mueble en miniatura en cuyos cajones se encontraban especímenes diminutos
de la naturaleza, como conchas de mar.

“Inuentando, e faticando, e raccogliendo”: el gabinete de curiosidades de Manfredo Settala

El gabinetto delle curiosità de Manfredo Settala (1600-1680), coleccionista milanés y clérigo


jesuíta, es un ejemplo excepcional de lo que estos espacios llegaron a ser, y cómo se
encontraban íntimamente ligados con la cultura material y el fenómeno del mecenazgo de su
tiempo. Settala heredó no solo la fascinación por las curiosidades- sobre todo científicas- de su
padre, el reconocido físico Lodovico Settala, sino también su colección, creando a partir de ella
un museo de cuatro salas que, a lo largo de toda su vida, repletó progresivamente de objetos
curiosos de todo tipo, que incluso llegaron a cubrir los techos.

Animales disecados, cuernos, huesos, plantas prensadas, relojes, muñecos autómatas,


instrumentos ópticos y musicales, minerales, armas, prendas de vestir y pertenencias de
culturas precolombinas fueron reunidos en su galería, la cual contaba diariamente con una
tremenda afluencia de público. Gran parte de los objetos exhibidos fueron conseguidos por
Settala gracias a las misiones que sus compañeros jesuítas emprendieron dentro y fuera de
Europa. Además, durante la década de 1620, viajó alrededor de siete años por la región del
Levante Mediterráneo. Así, dotó a su museo de infinidad de artilugios y objetos orgánicos e
inorgánicos de diferentes latitudes. No solo su padre inspiró su proyecto coleccionista, sino
también Federico Borromeo, arzobispo de Milán y dueño de una extravagante colección, quien
se convirtió en su patrocinador “artístico”. Un año después del deceso de Settala, Filippo
Bonanni, quien fuera curador del gabinete de curiosidades del jesuíta alemán Athanasius
Kircher, calificó la galería de Manfredo como “la más famosa entre estos [museos] en Italia,
por la variedad de obras, tanto de la Naturaleza como del Arte, que fueron conservadas allí” 5.

Extrañeza y variedad, consignas de cualquier gabinete de curiosidades que se preciara de tal,


encontraron en el museo de Settala su modelo ejemplar. El comentario de Bonanni en relación
a la formidable comunión de lo natural y artificial en ese espacio, forma parte de una serie de
reflexiones críticas en torno al estatuto creador que adquiere la naturaleza a la luz de los
wunderkammern: si bien el ser humano de por sí es considerado como un potencial artesano,
artista u orfebre, capaz de crear maravillosas, bellas y estrafalarias piezas, a Natura también se
le puede admirar como una fuerza creadora de intuición artística. La siguiente frase del filósofo
inglés Francis Bacon, contemporáneo de Settala 6 , que es además un consejo para quienes
desean diseñar su propia galería de objetos raros, compendia esta idea de la naturaleza como
un espacio pletórico de creatividad, que ofrece en su seno infinidad de criaturas hermosas y
dignas de ser exhibidas como obras de arte: “un gabinete lo suficientemente grande, en el que
ha de clasificarse e incluirse cuanto de extraño en forma y movimiento haya hecho la mano del
hombre, ya sea mediante arte o máquina exquisita, cuanto la singularidad, la oportunidad o el
azar de las cosas, cuanto la naturaleza haya forjado en punto a seres vivos” 7.

Siguiendo a Paula Findlen, para coleccionistas como Settala, “fue la dialéctica entre naturaleza
y arte, manifestada en la confusa yuxtaposición de objetos e instrumentos, más que el vasto
compendio del mundo natural, lo que ellos deseaban representar” 8 . Es decir, la heterogénea
e indistinta concurrencia entre lo natural y lo artificial es la aspiración de este tipo de
gabinetes, la que, sin embargo, halla una suerte de “solución” en aquellos objetos que
amalgaman materias primas provenientes de la naturaleza con el ingenio artístico del ser
humano, como es el caso de un peculiar artilugio decorativo del gabinete de Settala, el cual
consistía en un cuarzo con vetas rosadas, finamente pulido, que gracias a la mano artesana
había adquirido una forma definida y cilíndrica, y que había sido montada sobre una base
trabajada en bronce. En las ilustraciones de este objeto, perteneciente al último volumen de
catálogos ilustrados del museo settaliano, pueden observarse, arriba, los diversos ángulos del
adorno, mientras que en la parte inferior se visualiza la piedra aún en su estado natural.

La noción de yuxtaposición, que es transversal a todas las galerías de rarezas misceláneas, y


que se encarna, por ejemplo, en el extravagante y magnético encuentro entre un pez globo
disecado y un muñeco autómata de fisonomía diabólica, se hace presente también en el
gabinete de Settala, a través de la exhibición de varios inventos y objetos ornamentales que el
propio coleccionista elaboró, verdaderas piezas de orfebrería confeccionadas con gemas,
marfil y porcelana. Es justamente una apología de la yuxtaposición de los objetos la que abre el
primer catálogo textual de este museo, en la sección “À chi legge”, escrita por Pietro Francesco
Scarabelli: “La majestad de la naturaleza y la maravilla del arte en el Teatro del Mundo” 9 . Es
la apología de la yuxtaposición de los múltiples quehaceres de un coleccionista de la talla de
Manfredo Settala la que Giovanni Battista Pastorini declama en la conmovedora Oración
fúnebre que le dedica, al referirse a él como un hombre curioso e infatigable que
constantemente estaba “inventando, y trabajando, y coleccionando” 10.

La yuxtaposición que cruza al gabinete de Settala trasciende lo que se ha dicho hasta aquí: no
solo transparenta la esencia de un espacio de colección de rarezas, con su eclecticismo y
universalidad de objetos, la dialéctica entre naturalia y artificialia-scientifica, la dedicación del
coleccionista a diversos oficios y ocupaciones que decantan en su meticulosa galería y que la
invisten de su sello único, sino también opera como método de disposición de las cosas que la
componen: para Settala, la yuxtaposición permitía al espectador o al erudito visitante una
aproximación contrastiva o bien un estudio comparativo etnográfico-antropológico entre
ciertos objetos como, por ejemplo, aquellos exotica provenientes de la cultura material de
pueblos precolombinos, en especial, brasileños. En el marco de la era de los descubrimientos y
la expansión geográfica de Europa, tanto la mirada curiosa del aficionado como la
contemplación inquisitiva de un misionero jesuíta pronto a embarcar se vieron favorecidas por
este mosaico de objetos.

Los catálogos settalianos o cómo ordenar el caos

No cabe duda que la visita a un gabinetto de las características del de Settala debió haber sido
un espectáculo realmente estimulante en términos visuales e intelectuales. Sin embargo,
¿cómo ordenar este aparente caos que, pese a la ubicación precisa de cada ejemplar dentro
del espacio de la colección, congregaba objetos de distintas improntas, orígenes,
funcionalidades o inutilidades, sin tener que descalabrar la instalación de la colección como
espacio de goce estético en sí mismo? 11. El recurso al que Manfredo Settala orientó sus
esfuerzos, así como lo hicieron otros grandes coleccionistas de su época, fue el catálogo, bajo
dos modalidades: el primero de tipo inventario, que corresponde a un catálogo general de
todos los objetos de la colección (que hacia 1660 ascendía a 3.000 ejemplares), sus respectivas
descripciones y datos acerca de su proveniencia, organizados en alrededor de 70 capítulos,
correspondientes a diversas categorías como lentes ópticos, piedras preciosas, porcelanas
chinas, dientes de animales, monedas antiguas. La primera edición de este catálogo fue escrita
en latín por el físico Paolo Maria Terzago, y se publicó en 1664 bajo el título “Musaeum
Septalianum”; la segunda, compuesta por el también físico Pietro Francesco Scarabelli, fue
publicada en 1666, consistió en una traducción del texto latino al italiano, con el fin de que
caballeros y damas curiosas pudieran cumplir su deseo de conocer el museo a través de un
inventario escrito en lengua vernácula. Durante los dos años que mediaron entre ambas
ediciones, la colección de Settala había aumentado, y la edición de 1666 añadía las nuevas
adquisiciones del museo. La segunda modalidad se trataba de un catálogo de tipo visual,
conformado por siete volúmenes (de los cuales actualmente se conservan cinco), y en el que
trabajaron numerosos ilustradores italianos, tales como Domenico Tencala, Francisco Porro,
Francisco Volpino y Carolo Galluzio. Este catálogo fue editado durante la década de 1660 y
estaba organizado temáticamente. Cada hoja estaba íntegramente dedicada a un objeto
particular: su respectiva ilustración, pintada a todo color para emular el objeto real,
protagonizaba el folio, y bajo ella se leían breves anotaciones, hechas por el mismo Settala, en
las que se explicaba qué era y de dónde provenía. A este respecto, Antonio Aimi señala que
“Settala no se aventuró en una teorización precipitada, prefiriendo limitarse al estudio de
objetos individuales, lo que hoy llamaríamos cultura material, rechazando la interpretación
simbólica del objeto, típica de los siglos XVI y XVII, presente incluso en obras de científicos
como Aldrovandi” 12 . La separación del ejemplar curioso desde el conjunto atestado de la
colección, posibilitada por la ilustración, permite, en un nivel profundo, su individualización y
su reivindicación entre el resto de los objetos, particularizándolo, dando cuenta de su
especificidad funcional, cromática, cultural, etcétera.

Ambas modalidades, el catálogo tipo inventario y el catálogo visual, parecen reordenar ese
mundo aparentemente- y exquisitamente- disperso. Y, por supuesto, permite, en un nivel más
superficial, pero no por ello menos relevante, dar a conocer el gabinete de curiosidades a
aquella audiencia limitada para visitarla y, por supuesto, estimular la concurrencia de
potenciales visitantes y viajeros, atraídos por las formas, los colores y las novedades de los
objetos inventariados, descritos e ilustrados. Después de todo, como explica Findlen, el museo
de Settala había sido “diseñado más para sorprender que para informar” 13.

Un epílogo y un funeral

Probablemente sin imaginárselo, la muerte de Manfredo, en 1680, significó una performática


muestra itinerante de su gabinete de curiosidades. Su labor como coleccionista fue tan
relevante en su ciudad, que cuando falleció su cortejo fúnebre consistió en una preciosa
procesión comprendida por sus amigos, familiares, admiradores y… ¡todos los objetos de su
museo! Estos recorrieron la ruta entre su residencia y el colegio de Brera, donde se celebró un
funeral presidido por los rectores y estudiantes de la institución jesuíta. Incluso hubo
miembros del colegio que personificaron algunos de los inventos más formidables de Settala, y
recitaron epigramas latinos en su honor, en nombre de las musas de la óptica, la música y la
física. Como señala Findlen, “las exequias de Settala fueron una forma de teatro jesuíta en los
que objetos, familia, y amigos participaron en un ensayo colectivo de su vida” 14 .
Por primera vez, las curiosidades que daban vida a su gabinete, eran desmontadas de su
hábitat para marchar por el espacio urbano y público, y rendir tributo a quien cuidadosamente
las seleccionó y conservó, admirando en ellas facturas, texturas, matices, que tal vez otro ojo
humano no habría distinguido: el ojo del curioso. Mala fortuna corrieron varios de esos
ejemplares, pues nunca más volvieron a su habitual simulacro, siendo víctimas del saqueo y la
especulación, acciones que Settala habría denostado con decisión, pues él nunca quiso lucrar
ni con su colección ni con sus inventos. Debe ser cierto aquello que Findlen apunta con tono
lapidario y elegíaco: “un museo sin coleccionista no es un museo” 15. En 1751, el patrimonio
de Settala pasó a manos de la Biblioteca Ambrosiana, fundada por su maestro Borromeo en
1603.

El fastuoso y espectacular funeral de Manfredo, tan fastuoso y espectacular como su propia


colección, no solo representa el renovado valor de la curiosidad en el contexto cívico, científico
y artístico italiano, sino también pone en tensión el rechazo patrístico de la posesión de bienes
y el apego a lo material, tan vinculada al estatuto del curioso como vicioso. Settala emprende
su viaje al mundo ultraterreno escoltado por sus propias pertenencias y objetos, desafiando la
condición efímera del ser humano, que ya desafiaba en su calidad de detentor de un magnífico
gabinete de curiosidades.

1. Daston, L.-Park, K.: ”Wonders and the Order of Nature, 1150-1750”. Zone Books, California,
2001, p. 68.

2.Pomian, K.: ´The Age of Curiosity’. En “Collectors and Curiosities: Paris and Venice, 1500-
1800”. Traducido por Elizabeth Wiles-Portier. Polity Press, Oxford, 1990, pp. 58-59.

3. Ctd. en Kenseth, J.: ‘A World of Wonders in One Closet Shut’. En “The Age of the
Marvelous”. Hood Museum of Art, Dartmouth College, Hanover, 1991, p. 86.

4. Blom, P.: “El coleccionista apasionado: Una historia íntima”. Anagrama, Barcelona, 2013, p.
29.

5. Ctd. en Findlen, P.: “Possessing Nature:Museums, Collecting, and Scientific Culture in Early
Modern Italy”. University of California Press, California, 1994, p.34.

6. En el estudio de Findlen, recientemente citado, se discute la posible influencia de Bacon


sobre Settala, en especial en la p. 328.

7. Bacon, F.: “The Letters and the Life of Francis Bacon Including All His Occasional Works:
Namely Letters, Speeches, Tracts, State Papers, Memorials, Devices and All Authentic Writings
Not Already Printed Among His Philosophical, Literary, Or Professional Works”, Volumen 1,
editado por James Spedding. Longman, Green, Longman, and Roberts, Londres, 1868, p. 335.

8. Findlen, Op. Cit: p. 35.

9. Terzago, P.-Scarabelli, F.: “Museo, ó Galeria adunata dal sapere e dallo studio del Sc.
Canonico Manfredo Settala”. Biblioteca Estatal de Baviera, 1666., p. 3.
10. Pastorini, G.: “Orazion fvnerale per la morte dell’illvstriss. sig. can. Manfredo Settala :
nell’eseqvie celebrate in Milano da svoi sig. nipoti nella basilica di s. Nazaro”. Nella Stampa
Arciuescouale, Milán, 1680, p. 20.

11. En su texto ‘The exotica of the Settala museum and other northern Italian collections’, en
“Turquoise in Mexico and North America: Science, Conservation, Culture and Collections,
editado por J.C. King et al.. British Museum, Londres, 2012, Antonio Aimi considera que el
diseño de la colección de Settala está altamente influenciado por el gusto barroco.

12. Aimi, Op Cit: p. 159.

13. Findlen, Op. Cit.: p. 34.

14.Ibid: p.333.

15. Ibid: p. 332

Bibliografía

Aimi, A.: ‘The exotica of the Settala museum and other northern Italian collections’, en
“Turquoise in Mexico and North America: Science, Conservation, Culture and Collections,
editado por J.C. King et al.. British Museum, Londres, 2012.

Bacon, F.: “The Letters and the Life of Francis Bacon Including All His Occasional Works:
Namely Letters, Speeches, Tracts, State Papers, Memorials, Devices and All Authentic Writings
Not Already Printed Among His Philosophical, Literary, Or Professional Works”, Volumen 1,
editado por James Spedding. Longman, Green, Longman, and Roberts, Londres, 1868.

Blom, P.: “El coleccionista apasionado: Una historia íntima”. Anagrama, Barcelona, 2013.

Daston, L.-Park, K.: “Le meraviglie del mondo. Mostri, prodigi e fatti strani dal Medioevo
all’illuminismo”. Carocci, Firenze, 2000.

—. ”Wonders and the Order of Nature, 1150-1750”. Zone Books, California, 2001.

Findlen, P.: “Possessing Nature:Museums, Collecting, and Scientific Culture in Early Modern
Italy”. University of California Press, California, 1994.

Kenseth, J.: ‘A World of Wonders in One Closet Shut’. En “The Age of the Marvelous”. Hood
Museum of Art, Dartmouth College, Hanover, 1991.

Pastorini, G.: “Orazion fvnerale per la morte dell’illvstriss. sig. can. Manfredo Settala :
nell’eseqvie celebrate in Milano da svoi sig. nipoti nella basilica di s. Nazaro”. Nella Stampa
Arciuescouale, Milán, 1680.

Pomian, K.: “Collectors and Curiosities: Paris and Venice, 1500-1800”. Traducido por Elizabeth
Wiles-Portier. Polity Press, Oxford, 1990.

Terzago, P.-Scarabelli, F.: “Museo, ó Galeria adunata dal sapere e dallo studio del Sc. Canonico
Manfredo Settala”. Biblioteca Estatal de Baviera, 1666.

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