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Vive la obediencia
eucarística
Retiro Carmelita
RetraiteOnline
CarêmeCuaresma 2023 - Oración:
2023 - L’oraison, cheminVivir
pournuestra vocación
vivre notre como
vocation hijos de Dios
filiale

La oración es ante todo el lugar donde aprendemos a ser hijos de Dios, poniendo en práctica las actitu-
des filiales que Jesús nos enseñó durante sus tentaciones en el desierto: tomar el tiempo para volvernos
hacia el Padre, reconocerlo como Padre en medio de nuestras vidas, recibir su Palabra como alimento,
reafirmar nuestra confianza por medio de un acto de profunda gratitud y adoración, y aferrarnos a
nuestra esperanza. La transformación interior que esperamos es aquella en la que nos unimos con Je-
sús en oración y somos sus aliados, vueltos hacia el Padre con el poder del Espíritu Santo. La oración
contemplativa consiste “muy simplemente” en permanecer allí “Una fe totalmente vigilante” [cf. Santa
Isabel de la Trinidad, Oración a la Santísima Trinidad], en esa actitud en la que acogemos el don del
Padre y su plan del Padre, y nos ofrecemos a Él como sus hijos e hijas. Implica moldear nuestra exis-
tencia a la de Jesús, porque es a través de la vida de Jesús que somos salvados, y cada uno de nosotros
está llamado a entrar en esa vida, es decir, un camino de santidad, caminando tras los pasos de Jesús.

La Eucaristía de Jesús
En el umbral de esta Semana Santa, se nos invita a contemplar a Jesús dentro del
misterio pascual, siempre con la intención de entender cada día mejor el amor con el
que nos amó y cómo nos salvó. Ahora, la vida de Jesús, con su encarnación y resurrección, es
totalmente una Eucaristía a través de la ofrenda de sí mismo que hace a su Padre. Toda su vida es
un acto de gracia y cumplimiento de las obras de Dios y la aceptación y realización de la voluntad de
su Padre, que ha completado fielmente desde sus tentaciones en el desierto. San Pablo lo confirma:
“Porque en él cada una de las promesas de Dios es un ‘Sí’. Por eso decimos a través de él, Amén,
para gloria de Dios” (2 Co 1, 20). Por eso la Eucaristía es inseparable de la vida misma de Jesús y, sobre
todo, de su misterio pascual. Además de eso, la institución de la Eucaristía ocurre en la víspera de
la ofrenda pascual, donde anticipa sacramentalmente el don de su cuerpo y su sangre, a través de la
ofrenda de pan y vino. Dentro de la institución de la Eucaristía, Jesús reúne todo el contenido de los
gestos y palabras que va a presentar durante la Pascua; el contenido de la Eucaristía condensa
y anticipa el misterio de la muerte y resurrección de Jesús.

Porque si Jesús sigue la ley judaica en cuanto a la celebración de una fiesta de Pascua, se deduce que
la Última Cena del Jueves Santo adquiere un nuevo significado: “Junto con los discípulos, él celebró
la cena pascual de Israel, el memorial de la acción liberadora de Dios que había guiado a Israel de la

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esclavitud a la libertad. Jesús sigue los ritos de Israel. Pronuncia sobre el pan la oración de alabanza
y bendición. Sin embargo, sucede algo nuevo. Da gracias a Dios no solamente por las grandes obras
del pasado; le da gracias por la propia exaltación que se realizará mediante la cruz y la Resurrección,
dirigiéndose a los discípulos también con palabras que contienen el compendio de la Ley y de los Pro-
fetas: “Esto es mi Cuerpo entregado en sacrificio por vosotros. Este cáliz es la nueva alianza sellada
con mi Sangre “ (Benedicto XVI, homilía final de la Jornada Mundial de la Juventud 2005 en Colonia). Y el Santo
Padre precisó lo que misteriosamente se manifiesta en la institución de la Eucaristía:
“Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, anticipa su muerte, la acepta en lo más íntimo
y la transforma en una acción de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal ―la crucifi-
xión―, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es
la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un
proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea
todo en todos » (cf. 1 Co 15, 28). Más allá del proceso de formación del pan y del vino en su cuerpo y en
su sangre, Cristo realiza la transformación de la violencia inhumana en un don de amor, para
que la resurrección logre la transformación de la muerte en vida. Nos dice Benedicto XVI “ Esta es,
por usar una imagen muy conocida para nosotros, la fisión nuclear llevada en lo más íntimo del
ser; la victoria del amor sobre el odio, la victoria del amor sobre la muerte. Solamente esta íntima
explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco
a poco cambiarán el mundo » La transformación dentro de nuestros corazones de todas
las energías de violencia, odio y muerte en un acto de amor; esa es la verdadera revo-
lución, la verdadera liberación de nuestra humanidad.

Un proceso de transformación
Por lo tanto, debemos moldear nuestra vida hacia una que esté hecha partiendo de la gracia de Cristo
Jesús, al entrar en su misterio pascual. Esta necesidad de conversión se deriva de la realidad mis-
ma del misterio eucarístico. Después de todo, Jesús no estableció la Eucaristía diciendo: “este es mi
cuerpo, esta es mi sangre”. En cambio, dijo, “este es mi cuerpo roto, esta es mi sangre derramada”.
Así, el Jesús de la Eucaristía es el Jesús de la Pasión: es un hombre cubierto de sangre, barro y saliva
que nos ofrece su vida. La eucaristía es un sacramento de la muerte de uno mismo antes
de convertirse en un sacramento de vida. Y precisamente, debido a que es primero un
sacramento de muerte, que puede ser un sacramento de vida para nosotros. Según la
enseñanza del mismo Jesús: el que pierde su vida por mí y por el Evangelio salvará su vida.

En realidad, la Eucaristía fue establecida con ocasión del primer revés apostólico de Jesús ante las
multitudes, al comienzo del Triduo pascual, y después del lavatorio de los pies. Fue establecida la
noche en que fue traicionado, como nos recuerdan las mismas palabras de la consagración. Y Pablo
recuerda a los Corintios: “Pues cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la
muerte del Señor hasta que venga” (1 Co 11:26). Por eso, después de cada consagración, la congrega-
ción es invitada a proclamar en la oración de Anámnesis: ¡Anunciamos tu muerte, oh Señor, procla-
mamos tu resurrección! Y también es por eso que Jesús eligió el pan y el vino, es decir, el trigo molido
y las uvas pisoteadas. Además, el pan y el vino están separados para indicar aún más claramente: el
cuerpo y la sangre que están separados significan la muerte del hombre.

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Para demostrar esta obra de salvación, en la Eucaristía, Jesús vuelve a enfatizar la obediencia a su
Padre. A través del Misterio Pascual, Jesús dice sí a la voluntad de Dios, que le ha pedido que dé la
vida por sus hermanos y hermanas. Este sí es sobre todo un sí de obediencia. Con todo su ser, Jesús
quiere vivir, porque ama la vida más que cualquier hombre; él mismo no quiere morir,
como dice en el Jardín de Getsemaní. Pero esta obediencia, que le cuesta la vida, no es una simple
resignación, como si, después de largas horas de lucha en oración rogando al Padre que cambiara de
opinión, Jesús admitiera la derrota. No, es una obediencia amorosa. Es a través del amor del Padre
y de la humanidad que dice sí a su propia crucifixión. Más que a sí mismo, Jesús ama al Padre y por
medio del Padre, a toda la humanidad. Y, es una obediencia eucarística, porque es a través
del amor y dentro de la obra de la gracia, que dice sí al Padre.

Convertirse en un sacrificio como Jesús


Por lo tanto, Jesús nos pide que personalicemos este “sí” de obediencia amorosa y eucarís-
tica, para hacerlo nuestro. Cuando Jesús nos dice que hagamos esto en memoria suya, no es tanto la
repetición de un rito, sino entrar en una obediencia confiada hacia su Padre. Él ha dicho que sí; Ha sacrifi-
cado su vida por sus hermanos. Eso es lo que ha hecho, y eso es lo que nos pide que hagamos. Debemos,
como él, convertirnos en uno que se da, totalmente rendido a la voluntad de Dios en obediencia
amorosa y eucarística hacia Dios y a través del amor a nuestros hermanos y hermanas. Y es por esto que
San Juan puede sustituir el relato del establecimiento de la Eucaristía por el lavatorio de los pies.

En la Eucaristía, uno come su cuerpo entregado, y bebe su sangre derramada por mí; Me uno a Él y me
hago uno con este Jesús que fue sacrificado, haciendo mío su sí de obediencia amorosa y eucarística. Aco-
giendo a Aquel que se entregó y deseando entregarme también a mí mismo, puedo entrar
verdaderamente en la Eucaristía de Jesús. Participar del Cuerpo y la Sangre de Cristo sin estar
dispuesto a entrar en la Eucaristía de Jesús nunca producirá ningún efecto en mi vida. Cada vez que voy
a recibir la Comunión, hago un gesto que significa: “¡Sí a tu voluntad, Señor!” Es un “sí” de obediencia,
amor y gratitud. Al comer este cuerpo quebrantado, y beber esta sangre que fue derramada, me uno a su
“sí”, y yo digo sí, con él, a todo lo que Dios quiere para mi vida. La Eucaristía es, por lo tanto, una llamada
para cada uno de nosotros. Jesús nos llama a venir y unirnos a nuestro sí de obediencia, a su
sí a Dios para la salvación del mundo. De este modo, la Misa adquirirá todo su sentido en nuestra
vida: entrar en la Pascua de Jesús, esta Pascua cotidiana, que se vive sobre todo en el humilde servicio a
nuestros hermanos y hermanas.

La vida unificada
Una vez más podemos decir con San Pablo: “Todas las promesas hechas por Dios han tenido un sí en
él”. Por eso decimos “Amén” por medio de él cuando alabamos a Dios. Es Dios quien nos conforta en
Cristo a nosotros y a vosotros, y el que nos ungió. Él fue quien nos marcó con su sello y quien puso
el Espíritu en nuestros corazones como arras de lo venidero.“ (2 Co 1, 20-22). Esto es lo que Benedicto
XVI nos invitó a hacer en su homilía para la Jornada Mundial de la Juventud 2005, citada anterior-
mente: “Esta primera transformación fundamental de la violencia en amor, de la muerte en vida

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lleva consigo las demás transformaciones. Pan y vino se convierten en su Cuerpo y su Sangre. Lle-
gados a este punto la transformación no puede detenerse, antes bien, es aquí donde debe comenzar
plenamente. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que también nosotros mismos sea-
mos transformados. Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo, sus consanguíneos.
Todos comemos el único pan, y esto significa que entre nosotros llegamos a ser una sola cosa. La
adoración, como hemos dicho, llega a ser, de este modo, unión. Dios no solamente está frente
a nosotros, como el totalmente Otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en
él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el
mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo.

Comprendiendo así la celebración de la Eucaristía y la oración personal, que abren


una dimensión misionera, podemos comprender mejor cómo la vida cristiana puede
encontrar su unidad. Y, sobre todo, entendemos que no hay contradicción entre estas dimensio-
nes de la vida cristiana (misión, sacramentos y oración personal). Al contrario, en sí mismos y en su
perfección de amor, se sostienen y se refuerzan por la misma dinámica de aceptación y cumplimiento
del plan del Padre: este sí al Padre. La oración y la misión se oponen entre sí sólo en la medida en que
mi vida es imperfecta, en otras palabras, si la oración es sólo una simple actividad, retirarse en mí
mismo, o si la acción es un simple movimiento o una ocupación para llenar el vacío de mi existencia.
En realidad, el tiempo dedicado a la oración, mi participación en los sacramentos y mi compromiso
misionero son lugares donde puedo acoger y poner en práctica mi vocación de hijo o hija: experi-
mentar y celebrar la gracia de Dios nuestro Padre, volviéndome siempre hacia Él y respondiendo a
su amor.

Formas de personalizar esta meditación


Para terminar proponemos tres preguntas que nos pueden ayudar a medir la solidez y la autenticidad
de nuestras vidas de oración:

• ¿Cómo es mi oración eucarística?, por ejemplo, ¿Es una ofrenda y sí a Dios nuestro Padre con
Jesús? y, ¿cómo se transforma mi servicio y misión en una oración y un “sí” al Padre?
• ¿Cómo imagino y percibo la unidad entre las tres dimensiones de mi fe cristiana: oración, ser-
vicio y sacramento?
• Y entonces, ¿Hasta qué punto la falta de acuerdo, la tensión e incluso la oposición reflejan la
conversión que todavía tengo que experimentar?

P. Antoine-Marie Leduc,
ocd (convento de Avon)

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Ora cada día de la semana — Semana Santa

Lunes, 3 de abril: El exceso de amor


« Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de
Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se llenó del olor del perfume. » (Juan 12:3)
« Un domingo, mirando una imagen de Nuestro Señor en la Cruz, me impresionó la sangre que fluía
de una de las manos divinas. [...] Estaba decidida a permanecer en espíritu al pie de la Cruz y recibir
el rocío divino. Entendí que entonces debía derramarlo sobre las almas. » (Santa Teresa de Lisieux, MsA 45v)
Como María o Teresa, hoy Jesús me pide algún tipo de acción o actitud que exprese la res-
puesta amorosa que Él espera de mí.

Martes, 4 de abril: Consentir con Jesús


« Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre, y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha
sido glorificado en él, Dios también lo glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. »
(Juan 13:31–32)

« Una noche oscura, con ansias en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura! -
Salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada. » (San Juan de la Cruz, La noche oscura, estrofa 1)
“ Padre, me abandono a ti; Haz de mi lo que quieras. Lo que hagas de mi, te lo agradezco.
[...] Pongo mi vida en tus manos.“ (San Carlos de Foucauld, Oración de Abandono)

Miércoles, 5 de abril: Juntos, buscando la verdad


« Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor, tal como le habéis recibido. Permane-
ced arraigados y edificados en él, apoyados en la fe, tal y como se os enseñó, y
rebosando agradecimiento. » (Col 2:6–7)
« La vida verdadera, la vida que vale la pena vivir y que deja profunda alegría es una
vida en la que uno se entrega, en la que guarda un alma pura y poderosa en cons-
tante amistad con Dios. » (Père Jacques de Jésus, Carta, 15 de diciembre de 1939)
A lo largo de este día, rezaré estas últimas palabras del Padre Nuestro:
“¡No nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal!”

Jueves, 6 de abril: Él nos amó hasta el final


« Como yo os he amado, así os améis también entre vosotros. » (Jn 13,34)
« Toda la bondad que tenemos es prestada, y Dios la tiene por propia obra;
Dios y su obra es Dios. » (San Juan de la Cruz, Los dichos de luz y amor, 108)
« Señor, cuando te recibimos en la Eucaristía, eres tú quien nos acoge. » Concédenos
que estemos llenos de amor, amarnos unos a otros con el amor con el que nos amaste.

Viernes, 7 de abril: Ante la Cruz


« No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y carecía de aspecto que pudiéramos estimar.
Despreciado, marginado, ¡ Y de hecho cargó con nuestros males y soportó todas nuestras
dolencias! » (Isaías 53:2–4)
« En la medida en que estamos unidos a Cristo y Dios vive en nosotros, Jesús nos habla sobre los de-
más. [...] ¿Cómo podemos llamarnos sus amigos, si queremos que nos hable de cualquier cosa excep-
to de la profunda angustia de innumerables almas? » (Père Jacques de Jésus, Escucha el silencio, Conferencia 13)
En este Viernes Santo, rezaré el Vía Crucis o una “estación” de mi elección. Y allí, contemplán-
dolo, dejaré que Jesús me hable... Aceptaré que Su Caridad vive en mí.

Sábado, 8 de abril: Esperando que la vida brote


« Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin de los tiempos. » (Mt 28:20)
« Ahora vives escondido en medio de nosotros. A través de todos los tiempos y en
todos los lugares, desde tu tienda fluye consuelo, luz y fuerza hacia las almas que se
refugian en tu cercanía. » (Santa Edith Stein, Geistliche Texte II, 20. Das heilige Antlitz)
Para que la Vida brote, desarrollaré el hábito de hacer lentamente la Señal de la Cruz,
mientras confieso con Fe: « ... en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo ».

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