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Traducción Corrección
Sleep Pumpkin Frida

Chloé Risetto

Lia Belo Alex

Anaile
Lectura final
Sunflower
Veralis
Alex

Martina
Revisión Final
N_N
Chloé
Moonlight

Diseño
Chloé
Sub Urban: “Cradles”
Bishop Briggs: “River”
White Stripes: “Hardest Button to Button”
Gogol Bordello: “Sally”
Milk and Bone: “Peaches”
Nick Cave and the Bad Seeds: “Red Right Hand”
Perdido en el infierno, Perséfone,
Tomo su cabeza de su rodilla;
Le dije: "Querida, querida,
No es tan terrible aquí."
-Edna St. Vincent Millay, Colección de Poemas

El corazón sangrante es una flor rosa y blanca que tiene un sorprendente


parecido con la forma de un corazón convencional. También se conoce
como la flor del corazón o como dama de honor.
La flor es conocida por ser venenosa al tacto y mortal para consumir.
Y, como la diosa mitológica Perséfone, sólo florece en primavera.
Contenido
Sinopsis
Prólogo
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidos
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Epílogo
Sinopsis
Cruel. A sangre fría. Hades en un traje de Brioni.
Cillian Fitzpatrick ha sido apodado cada cosa malvada del planeta Tierra.
Para los medios de comunicación, es el villano.
Para mí, es el hombre que (a regañadientes) me salvó la vida.
Ahora necesito que me haga otro pequeño favor.
Que me saque del lío en el que me metió mi marido.
¿Qué son cien mil dólares para uno de los hombres más ricos de América?
Solo que Cillian no reparte favores gratis.
El precio del dinero, resulta que es mi libertad.
Ahora soy el juguetito del hermano mayor Fitzpatrick.
Para jugar, para moldear, para romper.
Lástima que Cillian olvidó un pequeño detalle.
Perséfone no sólo era la diosa de la primavera, también era la reina de la
muerte.
Cree que me doblaré bajo el peso de sus juegos mentales.
Está a punto de descubrir que el veneno más letal es también el más dulce.
Prólogo

Mi historia de amor empezó con una muerte.

Con el sonido de mi alma rompiéndose en el suelo del asilo como delicada


porcelana.

Y la tía Tilda, marchitándose dentro de su cama de hospital, su aliento


traqueteando en sus pulmones vacíos como un centavo.

Empapé su bata de hospital con lágrimas, agarrando la tela con mis


pequeños puños, ignorando las suaves súplicas de mamá para que me
alejara de su hermana enferma.

—Por favor, no te vayas, tía. Por favor, —supliqué.


El cáncer se había extendido a sus pulmones, hígado y riñones, haciendo
insoportable para mi tía el respirar. Durante las últimas semanas, ha
dormido sentada erguida, recobrando y perdiendo la conciencia.

A los doce años, la muerte era un concepto abstracto para mí. Real, pero
también ajeno y lejano. Algo que pasó en otras familias, a otras personas.

Entendí lo que significaba ahora.

La tía Tilda nunca me tomaría en sus brazos, fingiendo rasguear sus dedos
en mi como si fuera una guitarra de aire otra vez.

Nunca nos recogería a Belle y a mí de la escuela con bolsas Ziploc llenas


de rodajas de manzana y fresas cuando nuestros padres trabajaban
muchas horas.

Nunca volvería a trenzarme el cabello, susurrando cuentos mágicos sobre


dioses griegos y monstruos de tres cabezas.

Mi tía metió mechones de rizos rubios detrás de mi oreja. Sus ojos


brillaban con la enfermedad tan tangible que podía saborearla en mi
lengua.

—¿Irme? —Ella escupió—. Oh, vaya, esa es una gran palabra. Nunca haría
eso, Persy. Muerta, viva y en el medio, siempre estaré ahí para ti.

—¿Pero cómo? —Tiré de su vestido, aferrándome a su promesa—. ¿Cómo


sabré que estás realmente aquí después de que tu cuerpo se haya ido?

—Solo levanta la cara, tontuela. El cielo siempre será nuestro. Ahí es


donde nos encontraremos, entre los rayos del sol y las nubes.
En veranos calurosos y pegajosos, la tía Tilda y yo nos tumbábamos en el
césped junto al río Charles, admirando las nubes. Las nubes iban y venían
como pasajeros en una estación de tren. Primero, las contaríamos. Luego
elegiríamos las extra esponjosas y de forma divertida. Luego les daríamos
nombres.

Sr. y Sra. Claudia y Claud Clowdton.

Misty y Smoky Frost.

La tía Tilda creía en la magia, en los milagros, ¿y yo? Bueno, yo creí en


ella.

Mientras mi hermana mayor, Emmabelle, perseguía ardillas, jugaba fútbol


con los niños y trepaba a los árboles, la tía Tilda y yo admirábamos el cielo.

—¿Me darás una señal? —presioné—. ¿Que estás ahí en el cielo? ¿Un
relámpago? ¿Lluvia? ¡Oh, lo sé! Tal vez una paloma pueda hacer caca sobre
mí.

Mamá puso su mano en mi hombro. En palabras de mi hermana Belle, yo


necesitaba tomar un calmante y rápido.

—Hagamos un trato, —sugirió mi tía, riendo sin aliento—. Como sabes,


las nubes son más fiables que las estrellas fugaces. Común, pero aún
mágico. Cuando llegue el momento y crezcas, pide algo que quieras, algo
que de verdad quieras, cuando veas una nube solitaria en el cielo, y te lo
concederé. Así sabrás que estoy allí mirando. Solo obtienes un milagro,
Persephone, así que ten cuidado con lo que deseas. Pero te lo prometo, sea
cual sea tu deseo, te lo concederé.
Conservé mi Deseo de Nube durante once años, guardándolo como una
preciosa reliquia.

No lo usé cuando mis calificaciones bajaron.

Cuando a Elliott Frasier se le ocurrió el apodo de Pussyfanny Peen-Rise1


en el segundo año, y se mantuvo hasta la graduación.

Ni siquiera cuando despidieron a papá y McDonald's y el agua caliente se


convirtieron en lujos raros.

Al final, desperdicié el Deseo de Nube en un momento imprudente.

En un deseo condenado, un enamoramiento estúpido, un amante no


correspondido.

En él hombre al que todos los medios de comunicación en América se


refieren como El Villano.

En Cillian Fitzpatrick.

Hace tres años...

Estaba borracha antes del mediodía el día en que mi mejor amiga, Sailor,
se casó.

1Pussyfanny Peen-Rise: Es un juego de palabras de, “coño levanta penes”, con el nombre de Persephone.
Normalmente, estaba borracha por diversión. Borracha responsable. El
tipo de borracha que hablaba un poco más alto, resoplaba, reía y bailaba
como si nadie estuviera mirando, pero también llamaba a un Uber, salvaba
a sus amigos de malas conexiones y nunca deje a nadie en mi grupo
hacerse un tatuaje que iban a lamentar a la mañana siguiente.

No esta vez.

Esta vez, estaba encendida-Enola-Gay2. El tipo de golpes para terminar en


el hospital con un goteo intravenoso, un bebé oopsie y antecedentes
penales.

Había una variedad de razones por las que estaba tan borracha, y las
señalaría todas si pudiera mantener un dedo firme en el aire.

El problema era que ahora era el peor momento posible para estar
indispuesta. Estaba en servicio de dama de honor. La de veintitrés años,
redoble de tambores por favor, ¡chica de las flores!

¿Era extraño ser una chica de las flores adulta? Por qué, en absoluto. Era
un honor. Bien, está bien. Era un poco embarazoso.

Y por un poco embarazoso, me refiero a una humillación aplastante. Sin


embargo, decir que no estaba fuera de discusión.

Yo era Persephone.

2
Canción de ritmo pegadizo y alegre antibelicista, que trata sobre una historia trágica: donde el cruel desenlace
de la Segunda Guerra mundial
La tranquila, incluso moderada, rueda-con-los-puñetazos designada
amiga.

La que mantuvo la paz y dejó todo cuando alguien necesitaba ayuda.

Aisling, que estaba a punto de convertirse en la cuñada de Sailor, estaba


a cargo de llevar el tren de ocho pies, a la Pippa Middleton, y mi hermana,
Emmabelle, era la responsable de los anillos.

Thorncrown Chapel era un lugar de bodas de lujo en la costa de


Massachusetts. El castillo medieval que se alzaba sobre un acantilado
contaba con cincuenta acres de arquitectura del viejo mundo, piedra caliza
importada de Francia, jardines privados y una vista al océano. La suite
nupcial era un apartamento de tonos avena que ofrecía una bañera con
cuatro patas, un porche delantero y cuatro tocadores completamente
equipados.

Todos los gastos de la lujosa boda fueron pagados por el novio, la familia
de Hunter Fitzpatrick. Sailor se estaba casando, subiendo muy alto en la
escala social.

Los Fitzpatricks estaban hombro con hombro con los Rockefeller, los
Kennedy y los Murdoch.

Ricos, poderosos, influyentes y, al menos, según los rumores, con


suficientes esqueletos en su armario para abrir un cementerio.

Era una locura pensar que la chica con la que jugaba a la rayuela cuando
era niña y que me dejó cortarle el flequillo se convertiría en una princesa
estadounidense en menos de una hora.
Fue aún más loco que ella fuera quien me presentó al hombre que ahora
ocupaba el noventa por ciento de la capacidad de mi cerebro y
prácticamente todos mis sueños.

El villano que rompió mi corazón sin siquiera notar mi existencia inmortal.

Tratando de recuperar la sobriedad, caminé de un lado a otro en la


habitación, deteniéndome en la ventana. Me incliné sobre el alféizar,
inclinando el rostro hacia el cielo de verano. Una nube solitaria se deslizó
perezosamente detrás del sol, con la promesa de un día hermoso.

—¡Tía Tilda, me gusta verte aquí! ¿Como has estado?

No era la primera vez que hablaba con una nube como si fuera mi tía
muerta, así que no podía culpar a mi nivel de intoxicación a esta
peculiaridad en particular. —El clima se ve bien. Sailor lo va a agradecer.
¿Como me veo?

Me giré con mi vestido verde pino frente a la ventana, dando a mi cabello


un movimiento juguetón. —¿Crees que finalmente se fijará en mí?

La nube no necesitaba responder para que yo supiera la respuesta: no.

No se fijará en mí.

Nunca lo hizo.

Dudaba mucho que incluso él supiera que yo existía.

Hace cinco años que lo conocía y aún no me había dicho ni una palabra.
Con un suspiro, agarré las flores que había recogido antes fuera de la suite
y las apreté contra mi nariz con un aliento codicioso. Olían cálidas y
frescas, a primavera.

Las flores eran rosadas y tenían la forma de un corazón de San Valentín.


Tejí algunas de ellas en mi cabello, que estaba parcialmente recogido en la
parte superior.

Una de sus espinas me pinchó el dedo y lo levanté, chupando la gota de


sangre que producía. La pegajosidad de la savia llenó mi boca y gemí.

—Lo sé, lo sé, debería olvidarlo. Sigue adelante.

Rápidamente lamí todos mis dedos para deshacerme del néctar. —Hay una
línea muy fina entre ser un romántico y un idiota. Creo que he estado a
un paso durante unos cuatro años de más.

Había estado albergando mi obsesión por el hermano mayor Fitzpatrick


durante los últimos cinco años. Media maldita década. Había comparado
a todos los chicos con los que salía con el magnate inalcanzable, le enviaba
miradas con ojos brillantes y leía compulsivamente toda la información
sobre él en los medios. Decidir simplemente olvidarse de él no iba a ser
suficiente. Lo había intentado antes.

Necesitaba ir a lo grande o irme a casa.

En este caso, necesitaba usar el deseo de la tía Tilda y pedir seguir


adelante.

Abrí la boca para pedir el deseo, pero justo cuando comencé a pronunciar
las palabras, se me obstruyó la garganta.
Dejé caer las flores de mi mano y tropecé con el espejo. Un sarpullido
recorrió mi cuello como la palma de una mano masculina posesiva. La
mancha rubicunda se extendió hacia el sur, hundiéndose en el valle entre
mis pechos. Cada centímetro de mi carne se estaba volviendo escarlata.

¿Cómo diablos tuve una reacción alérgica? Estaba demasiado ansiosa por
comer algo toda la mañana.

Tal vez fueron los celos.

Un monstruo verde de dientes puntiagudos que se abre camino fuera de


mi corazón. Recordándome que ser la novia era mi sueño, no el de Sailor,
maldita sea.

Claro que no era feminista, ni inspirador, ni progresista, pero no lo hacía


menos cierto. Mi verdad.

Quería el matrimonio, una valla blanca, bebés risueños en pañales


vagando libremente por mi patio, y olorosos labradores persiguiéndolos.

Cada vez que me permitía pensar en ello (lo cual no era muy frecuente), la
injusticia de ello me dejaba sin aliento. Sailor era la cosa más asexual del
mundo después de una mascarilla facial antes de conocer a Hunter.

Sin embargo, ella fue la que terminó casándose antes que todas nosotras.

Un golpe en la puerta me sacó de mi trance.

—¿Pers? —mi hermana mayor, Emmabelle, Belle para abreviar, canturreó


desde el otro lado—. La ceremonia comienza en veinte minutos. ¿Que te
está tomando tanto tiempo?
Bueno, Belle, me veo sorprendentemente similar a los Cheetos, tanto en color
como en complexión.

—Será mejor que pongas tu trasero en marcha. Nuestra chica ya vomitó


dos veces en el bote de basura de la limusina, maldijo al novio como un
pirata por no fugarse a Las Vegas, y una de sus uñas acrílicas hace de
Amelia Earhart.

—¿A qué te refieres? —Grité a través de la puerta de la suite.

—Ha desaparecido. Esperemos que no en su peinado. —Escuché la sonrisa


en la voz de mi hermana—. Oh, por cierto. ¿Puedes traer el anillo de Hunter
si su hermano no aparece para llevarlo? Técnicamente, es el trabajo de
Cillian, pero probablemente esté en los jardines, despellejando a una
empleada y haciendo abrigos de moda con su carne.

Cillian.

Mi estómago se apretó ante la mención de su nombre.

—Entendido. Estaré allí en cinco minutos.

Escuché los tacones de mi hermana haciendo ruido cuando se fue,


regresando a la limusina que esperaba.

Eché un vistazo alrededor de la habitación.

¿Cómo puedo hacer que este estúpido sarpullido desaparezca?

Chasqueando mentalmente los dedos, busqué el bolso de Aisling “Ash”


Fitzpatrick y lo encontré en la cama. Rebusqué, sacando tiritas, una
navaja suiza y un kit de maquillaje del tamaño de un pulgar. Debe tener
Benadryl y antihistamínicos. Ella era una Girl Scout, lista para cualquier
ocasión, ya sea un sarpullido, una uña rota, una guerra mundial o una
pandemia repentina.

—Bingo. —Saqué un tubo de ungüento calmante para la piel del Hermès


lleno de diamantes. Froté la loción en mi piel, complacida con mi
borrachera, cuando la puerta detrás de mí se abrió de golpe.

—Cinco minutos, Belle. —Mis ojos todavía estaban pegados a mis brazos
manchados—. Y sí, lo recuerdo, el anillo de Hunter…

Miré hacia arriba. Mi mandíbula se aflojó cuando el resto de mis palabras


regresaron a mi garganta. El ungüento se deslizó entre mis dedos.

Cillian "Kill" Fitzpatrick estaba en la puerta.

El hermano mayor de Hunter Fitzpatrick.

El soltero más elegible de Estados Unidos.

Un heredero de corazón de piedra con rostro esculpido en mármol.

Alcanzable como la luna, e igual de frío y vacilante.

Lo más importante de todo: el hombre que había amado en secreto desde


el primer día que lo vi.

Su cabello castaño oscuro estaba peinado hacia atrás, sus ojos, un par de
ámbares ahumados. Bordeados de miel pero sin calidez. Llevaba un
esmoquin eduardiano, un grueso Rolex y el ligero ceño fruncido de un
hombre que veía a cualquiera con quien no se pudiera acostar o ganar
dinero como un inconveniente.
Siempre estaba tranquilo, silencioso y reservado, sin llamar la atención
sobre sí mismo y sin embargo era dueño de cada habitación en la que
entraba.

A diferencia de sus hermanos, Cillian no era hermoso.

Al menos no en el sentido convencional. Su rostro era demasiado agudo,


sus rasgos demasiado atrevidos, su sonrisa demasiado burlona. Su
mandíbula fuerte y sus ojos enmascarados no armonizaban entre sí en
una sinfonía de trazos impecables. Pero había algo decadente en él que
encontré más atractivo que la sencillez en la perfección tipo Apolo de
Hunter o la belleza de Blancanieves de Aisling.

Cillian era una canción de cuna sucia, invitándome a hundirme en sus


garras y acurrucarme en su oscuridad.

Y yo, acertadamente nombrada así por la diosa de la primavera, anhelaba


que la tierra se abriera y me absorbiera. Caer en su inframundo y no
emerger nunca.

Whoa. Esa última mimosa realmente mató lo que quedaba de mis células
cerebrales.

—Cillian, —me atraganté—. Hola. Oye. Hola.

Tan elocuente, Pers.

Sazoné mi saludo rascándome el cuello. Fue una suerte estar a solas con
él en una habitación por primera vez mientras me veía y me sentía como
una bola de lava.
Cillian caminó hacia la caja fuerte con la indolente elegancia de un gran
felino, rezumando un peligro crudo que hizo que mis dedos se curvaran.
Su indiferencia a menudo me hacía preguntarme si estaba siquiera en la
habitación con él.

—Tres minutos hasta que la limusina se vaya, Penrose.

Asique sí existo.

—Gracias.

Mi respiración se volvió dificultosa, lenta, y comenzaba a darme cuenta de


que podría necesitar llamar a una ambulancia.

—¿Estás emocionado? —Me las arreglé.

Ninguna respuesta.

La puerta de metal de la caja fuerte hizo clic mecánicamente y se abrió.


Sacó la caja de terciopelo negro del anillo de Hunter, haciendo una pausa
para mirarme, sus ojos se deslizaron de mi cara y brazos rojos a las flores
rosas y blancas que coronaban mi cabeza. Algo pasó por sus rasgos, un
momento de vacilación, antes de que él negara con la cabeza y luego
regresara a la puerta.

—¡Espera! —grité.

Se detuvo pero no se volvió para mirarme.

—Necesito... necesito... —Un mejor vocabulario, obviamente—. Necesito que


llames a una ambulancia. Creo que estoy teniendo una reacción alérgica.
Giró sobre sus talones, evaluándome. Cada segundo bajo su escrutinio
bajo mi temperatura diez grados. Compartir espacio con Cillian Fitzpatrick
era una experiencia. Como sentarse en una catedral vacía y oscura.

En ese momento, deseé ser mi hermana, Emmabelle.

Ella le diría que mantuviera su actitud donde el sol no brilla. Luego,


arrástralo a uno de los jardines privados después de la ceremonia y monta
su rostro.

Pero yo no era Belle. Yo era Persephone.

Tímida, agradable, santurrona Persy.

Misionero-sexo-con-las-luces-apagadas Pers.

La romántica torpe.

La complaciente de la gente.

La aburrida.

Hubo un momento de silencio antes de que él diera un paso dentro de la


habitación, cerrando la puerta detrás de él.

—No hay mucho dentro de esa bonita cabeza, ¿eh?

Suspiró, se quitó la chaqueta y la dejó sobre la cama y luego se desabrochó


los gemelos. Subiendo su camisa de vestir por sus musculosos antebrazos,
me miró con insatisfacción.
Mi cuerpo había decidido que era un gran momento como cualquier otro
para colapsar en el suelo, así que hizo precisamente eso. Me estrellé contra
la alfombra, jadeando mientras trataba de tomar mi próximo aliento.

Así es como se sintió la tía Tilda.

Sin verse afectado por mi caída, Cillian abrió el grifo de la bañera de cuatro
patas en el medio de la habitación, girando el grifo hacia el lado azul, para
que el agua estuviera helada.

Satisfecho con la temperatura del agua, dio un paso hacia mí, me hizo
rodar boca abajo con la punta de sus mocasines, como si fuera un saco de
arena, y se inclinó, presionando la palma de su mano contra la base de mi
columna.

—¿Qué estás…? —jadeé.

—No te preocupes. —Arrancó el vestido con corsé de mi cuerpo con un


largo movimiento. El violento sonido del desgarro de la tela y el estallido
de los botones cortados en el aire—. Mis gustos no van hacia las niñas
pequeñas.

Había cierta diferencia de edad entre nosotros. Doce años no eran algo que
pudieras ignorar fácilmente. Sin embargo, nunca me molestó.

Lo que me molesto era mi nuevo estado de desnudez. Me estremecí como


una hoja debajo de él. —¿Qué diablos hiciste? —Grité.

—Estás envenenada, —anunció con total naturalidad.

Eso me puso sobria.


—Estoy ¿Qué?

Pateó las flores rosadas a mi lado en respuesta. Volaron hacia el otro lado
de la habitación. Mi respiración se hizo menos profunda, más laboriosa.
La vitalidad se filtró fuera de mi cuerpo. El eco del gorgoteo del agua que
entraba en la bañera era monótono y relajante y, de repente, estaba
exhausta. Quería dormir.

—Las encontré en el jardín fuera de la suite, —murmuré, mis labios


pesados. Mis ojos se abrieron cuando me di cuenta de algo.

—También las probé.

—Por supuesto que lo harías. —Su voz destilaba sarcasmo. Me cargó sobre
su hombro y me llevó al baño. Dejando mi cuerpo inerte junto al inodoro,
levantó mi cabeza apretando mi cabello con un puño. Mis rodillas gritaron
de dolor. No fue amable.

—Voy a hacerte vomitar, —anunció, y sin más intro, metió dos de sus
grandes dedos en mi garganta. Profundo. Me atraganté, vomitando
inmediatamente mientras sostenía mi cabeza.

En palabras de Joe Exotic, nunca me recuperaré de esto. Cillian sujetando


mi cabello mientras me hace vomitar.

Vacié mi estómago hasta que Cillian estuvo seguro de que todo se había
ido. Solo entonces me limpió el rostro con su mano desnuda, sin inmutarse
por el residuo del vómito.

—¿Qué son, de todos modos? —Arrastré las palabras, apoyando la cabeza


en el asiento del inodoro—. Las flores.
Me tomó en sus brazos con aterradora facilidad, cruzó la habitación y me
tiró sobre la cama. Estaba completamente desnuda, salvo por una tanga
color piel.

Lo escuché hurgar en los gabinetes. Mis ojos se abrieron. Agarrando un


botiquín de primeros auxilios, sacó un pequeño frasco de medicina y una
jeringa, frunciendo el ceño ante las diminutas instrucciones en el frasco
mientras hablaba.

—Corazones sangrantes. Conocidas por ser bellas, raras y tóxicas.

—Como tú, —murmuré. ¿Estaba haciendo bromas en serio en mi lecho de


muerte?

Ignoró mi fascinante observación.

—Estabas a punto de envenenar una capilla entera, Emmalynne.

—Soy Persephone. —Mis cejas se fruncieron.

Es divertido cómo apenas podía respirar, pero aun así me las arreglé para
ofenderme al confundirme con mi hermana. —Y el nombre de mi hermana
es Emmabelle, no Emmalynne.

—¿Estás segura? —preguntó sin levantar la vista, metiendo la jeringa en


la botella y extrayendo el líquido—. No recuerdo que la más joven fuera
tan bocona.

Fui archivada como la joven en su memoria. Excelente.


—¿Estoy segura de que soy quien soy o cómo se llama mi
hermana? —Volví a rascarme, tan recatada como un ogro salvaje—. De
cualquier manera, la respuesta es sí. Estoy segura.

Mi hermana mayor era la memorable.

Era más ruidosa, más alta, más voluptuosa; su cabello era del
deslumbrante tono del champán. Normalmente, no me importaba que me
eclipsara. Pero yo odiaba que Kill recordaba a Emmabelle y no a mí,
incluso si entendió mal su nombre.

Era la primera vez en mi vida que sentía resentimiento por mi hermana.

Kill se agachó hasta el borde de la cama y se golpeó la rodilla. —En mi


regazo, chica de las flores.

—No.

—La palabra ni siquiera debería estar en tu vocabulario conmigo.

—Resulta que estoy llena de sorpresas. —Mi boca se movió sobre el lino.
Sabía que estaba babeando. Ahora que respiraba mejor, noté el hedor a
vómito de mi aliento.

Giré la cabeza en la otra dirección de la cama. Quizás morir no era tan


mala idea. El hombre con el que había estado obsesionada durante años
era un enorme idiota y ni siquiera sabía mi nombre.

—No me importa si muero, —dije.

—Idem, cariño. Desafortunadamente, tendrás que hacerlo bajo la


supervisión de otra persona.
Sus brazos rodearon mi cuerpo y me echó sobre sus piernas. Mis senos se
extendieron sobre su musculoso muslo, mis pezones rozaron sus
pantalones. Mi trasero estaba alineado con su rostro, permitiéndole una
vista perfecta. Afortunadamente, estaba demasiado débil para sentirme
avergonzada.

—Quédate quieta.

Introdujo la aguja en mi nalga derecha, liberando lentamente el líquido en


mi torrente sanguíneo. Los esteroides llegaron a mi sistema de inmediato,
aspiré una bocanada de oxígeno y abrí la boca contra su muslo. Gemí de
alivio, arqueando la espalda. Sentí un bulto acurrucado contra mi cuerpo.
Era grueso y largo, extendiéndose por la mayor parte de mi vientre. Esa
cosa pertenecía a un estuche de rifle, no a una vagina.

Y la trama se complica.

No fue lo único que hizo exactamente eso.

Nos quedamos así durante diez segundos, yo recuperando el aliento,


tragando aire precioso y él recogiendo las flores de mi cabello con
sorprendente ternura. Tiró las flores dentro de una servilleta y luego la
dobló varias veces. Puso una mano en mi nalga y sacó la jeringa
lentamente, provocando ondas de deseo que recorrieron mi cuerpo.

Mi cabeza cayó a la cama.

Vergonzosamente estaba cerca de un orgasmo.


—Gracias, —dije en voz baja, empujando mis palmas hacia arriba en la
cama para levantarme. Colocó una mano sobre mi espalda, bajándome
para acostarme sobre su regazo.

—No te muevas. Tu baño debería estar listo en cualquier momento.

Tenía la inquietante e irritante habilidad de tratarme como basura


mientras me salvaba al mismo tiempo. Atrapada en un estado de
embriaguez, agradecimiento y mortificación, seguí sus instrucciones.

—Entonces. Persephone. —Probó mi nombre en su lengua, haciendo rodar


mis bragas por mis piernas con sus dedos largos y fuertes—. ¿Tus padres
sabían que ibas a ser insoportable y te castigaron de antemano con el
nombre de una stripper, o estaban en una tendencia de mitología griega?

—Mi tía Tilda me nombró. Luchó contra el cáncer de mama de forma


intermitente. La semana que nací, ella se recuperó después de su primera
ronda de quimioterapia. Mi madre dejó que me nombrara como regalo.

En retrospectiva, fueron demasiado rápidos para celebrar. El cáncer


regresó con toda su fuerza unos años después, cobrándose la vida de mi
tía. Al menos tuve unos buenos años con ella.

—No podían decir que no. —Cillian tiró mis bragas al suelo.

—Amo mi nombre.

—Es de mal gusto.

—Significa algo.

—Nada significa nada.


Sacudí mi cabeza para darle una mirada de enojo, mis mejillas estaban
calientes de ira. —Lo que usted diga, Dr. Seuss.

Cillian me quitó los tacones, dejándome completamente desnuda. Me tiró


sobre la cama para levantarse y cerrar el grifo, luego se sentó en el borde
de la bañera.

—Dama en el baño. —Hizo girar su dedo en el agua, comprobando la


temperatura.

Ladeé la cabeza desde mi posición en la cama.

—Ese es otro nombre para el corazón sangrante, —explicó con


indiferencia—. Entra.

Me dio la espalda, permitiéndome algo de privacidad. Me metí en la bañera


y respiré profundamente. El agua estaba helada.

Cillian envió un mensaje de texto en su teléfono mientras el agua ártica


calmaba mi piel. Ya me sentía mucho mejor después de la inyección. A
pesar de haber vomitado la mayor parte de lo que había comido y bebido
esa mañana, todavía estaba exuberante. El silencio se extendió entre
nosotros, interrumpido por el personal y los coordinadores de eventos que
gritaban instrucciones más allá de las paredes de la suite. Sabía que a
pesar de la situación incómoda, solo tenía una oportunidad de decirle
cómo me sentía. Las probabilidades estaban en mi contra. Aparte de su
erección al tenerme desnuda en su regazo, parecía desanimado por mi
propia existencia.

Pero era ahora o nunca, y nunca fue demasiado tiempo para vivir sin el
hombre que amaba.
—Te deseo. —Apoyé la cabeza contra la fría superficie de la tina. Las
palabras empaparon las paredes y el techo, y la verdad llenó el aire,
cargándolo de electricidad. Usar la palabra que inicia con A era demasiado
íntimo. Muy aterrador. Sabía que lo que sentía por él era amor, a pesar de
su comportamiento grosero, pero también sabía que nunca me creería.

Sus manos estaban ocupadas sobre su teléfono. Quizás no me escuchó.

—Siempre te he deseado, —le dije más fuerte.

Ninguna respuesta.

Masoquista, continué, mi orgullo y confianza colapsando ladrillo a ladrillo.


—A veces te deseo tanto que me duele respirar. A veces, el dolor de respirar
es una buena distracción de quererte.

Un golpe en la puerta lo hizo levantar la vista rápidamente. Aisling estaba


en el umbral, sosteniendo una réplica del vestido de las damas de honor
que todos usamos.

—¿Dijiste que necesitabas mi vestido extra? ¿Por qué demonios...? —Se


calló, observandome detrás del hombro de su hermano. Sus ojos
llamearon.

—Santa Madre María. ¿Ustedes dos...?

—Ni en un millón de años, —espetó Cillian, arrancando el vestido de la


mano de su hermana—. Detén la limusina. Bajará en cinco minutos.

Con eso, le cerró la puerta en el rostro y luego la cerró con llave.


Ni en un millón de años.

Un pánico candente mezclado con una buena cantidad de vergüenza corría


por mis venas.

La realidad se hundió.

Yo me había envenenado.

Divagué borracha hacia Cillian.

Deje que me desnudara, me hizo vomitar, me inyecto, me arrojo a la


bañera.

Luego le confesé mi amor eterno por él con pedazos de vómito todavía


decorando mi boca.

Kill me tiró una bata de baño en las manos, todo negocio.

—Sécate.

Salté sobre mis pies, haciendo lo que me dijo.

Se volvió hacia mí con el vestido de repuesto de Aisling, ayudándome a


ponérmelo.

—No quiero tu ayuda, —dije, sintiendo mis mejillas enrojecer.

Estúpida, estúpida, estúpida.

—No me importa lo que quieras.


Frunciendo los labios, miré su figura oscura en el espejo mientras
abrochaba mi corsé, trabajando más rápido y más eficientemente que
cualquier costurera que hubiera visto en acción. Fue discordante. Sus
dedos se movieron como por arte de magia alrededor de la cinta,
enroscándola en los aros de manera experta para atarme como un regalo
arqueado.

Me di cuenta de que sabía que estaba envenenada desde el momento en


que entró en la habitación y vio las flores en mi cabello, pero no se había
ofrecido a ayudarme hasta que le pedí que llamara a una ambulancia.

Podría haber muerto.

No estaba bromeando cuando dijo que solo me salvó porque no quería que
muriera bajo su mando; honestamente, no le importaba.

Cillian tiró de las tiras de satén de mi vestido, apretándolo a mi alrededor.

—Me estás lastimando, —siseé, entrecerrando los ojos en el espejo frente


a nosotros.

—Eso es lo que obtienes por tener un corazón sangrante.

—¿La flor o el órgano?

—Ambos. Uno es un veneno rápido. El otro lento, pero igual de destructivo.

Mis ojos se aferraron a él en nuestro reflejo. Agraciado y seguro de sí


mismo. Se mantuvo alto y orgulloso, nunca usó malas palabras y fue la
persona más meticulosa que conocí.
Era lo que más admiraba de él. La fina película de propiedad que envolvía
el caos que abundaba en su interior. Sabía que debajo del impecable
exterior había algo salvaje y peligroso.

Se sintió como nuestro secreto. El perfecto Cillian Fitzpatrick no era, de


hecho, tan perfecto. Y todo lo que quería era saber cómo.

—No ibas a ayudarme. Ibas a dejarme morir. —Mi tono era


aterradoramente suave. Me volví más sobria con cada segundo que
pasaba—. ¿Por qué lo hiciste?

—Una dama de honor envenenada genera mala prensa.

—Y dicen que la caballerosidad está muerta, —dije con sarcasmo.

—La caballerosidad puede estar muerta, pero tú no, así que cállate y sé
agradecida. —Dio otro tirón a los cordones de satén. Me estremecí.

Él tenía un punto. Cillian no solo me salvó esta mañana, sino que tampoco
intentó ningún negocio divertido y probablemente llegaba tan tarde como
yo porque mi estúpido trasero había decidido recoger flores venenosas.

A regañadientes, murmuré: —Gracias.

Arqueó una ceja, como si preguntara: ¿por qué?

—Por ser un caballero, —aclaré.

Nuestros ojos se encontraron en el espejo. —No soy un caballero, chica de


las flores.
Terminó con un tirón final, luego se alejó y recogió su chaqueta del
colchón. Tuve que pensar de pie, rápido. Mi mirada se desvió hacia la
ventana. La nube solitaria todavía estaba allí.

Mirándome.

Burlándose de mí.

Esperando ser utilizada.

Solo obtienes un milagro.

Este valía la pena.

Respiré hondo y dije las palabras en voz alta, sin querer a medias en caso
de que hubiera una letra pequeña y tuviera que hacer todo el asunto de
Hocus Pocus.

—Desearía que te enamoraras de mí.

Las palabras salieron de mi boca como una tormenta de nieve, haciéndolo


congelar a mitad de camino hacia la puerta. Se dio la vuelta, su rostro era
una máscara perfecta de dura brutalidad.

Tomando un aliento, continué.

—Desearía que te enamoraras tanto de mí que no pudieras pensar en nada


más. Comer. Respirar. Cuando murió mi tía Tilda, me concedió un milagro.
Este es el deseo que elijo. Tu amor. Hay un mundo más allá de tus paredes
de hielo, Cillian Fitzpatrick, y está lleno de risas, alegría y calidez. —Di un
paso en su dirección, mis rodillas temblaban—. Voy a devolverte el favor.
Voy a salvar tu vida a mi manera.
Una maldición.

Un hechizo.

Una esperanza.

Un sueño.

Por primera vez desde que entró en la habitación, vi algo parecido a la


curiosidad en su rostro. Incluso mi cuerpo desnudo tendido en su regazo
no lo hizo parpadear dos veces. ¿Pero esto? Esto atravesó su exterior,
incluso si solo hizo la más pequeña de las grietas. Frunció el ceño y avanzó
hacia mí, borrando el espacio entre nosotros en tres pasos confiados.
Afuera, Belle y Aisling golpearon la puerta con los puños, gritando que
llegamos tarde.

Mi vida entera se desenfocó en ese momento. Mi fantasía cuidadosamente


elaborada se convirtió en una pesadilla.

Cillian levantó mi barbilla con su dedo, sus ojos fijos en los míos.

—Escúchame con atención, Persephone, porque solo lo diré una vez.


Saldrás de esta habitación y te olvidarás de que me conoces, al igual que
yo no me he dado cuenta de tu existencia hasta ahora. Conocerás a un
buen, cuerdo, aburrido chico. Un ajuste perfecto para tu buen, cuerdo,
aburrido yo. Te casarás con él, tendrás sus bebés y agradecerás a tu
estrella de la suerte que no estaba lo suficientemente caliente como para
aceptar tu oferta menos que sutil. Te estoy dando el regalo de rechazarte.
Tómalo y corre hacia las colinas.
Él sonrió por primera vez, y fue tan desagradable, tan retorcido que me
dejó sin aire en el pecho. Su sonrisa me dijo que no estaba feliz. No lo
había sido durante años. Incluso décadas.

—¿Por qué me odias? —Susurré.

Las lágrimas nublaron mi visión, pero me negué a dejarlas caer.

—¿Te odio? —Secó las lágrimas con el dorso de su mano—. No tengo


sentimientos, Persephone. No para ti. De todos modos. Soy incapaz de
odiarte. Pero también nunca, nunca te amaré.
Uno

Presente…

La acera de adoquines se clavó en mis pies a través de mis zapatos baratos


mientras aseguraba mi bicicleta al portabicicletas.

La oscuridad bañó la calle en North End. Los trabajadores de los bares


arrojaban bolsas de basura gruesas y empapadas en las fauces de los
contenedores industriales, charlando y riendo, ignorando las capas de
lluvia que caían del cielo.

Dije una oración en silencio para que se quedaran en la calle hasta que
llegara sana y salvo a mi edificio. Odiaba llegar tarde a casa pero no podía
decir que no al trabajo de niñera que me habían ofrecido después del
horario escolar. Recogiendo el dobladillo de mi vestido mojado, corrí hacia
mi puerta. La empujé para abrirla, presionando mi espalda contra ella con
un suspiro de alivio.

Una mano se disparó hacia mí en la oscuridad, y tirando de mi muñeca y


lanzándome al otro lado de la habitación. Mi espalda se estrelló contra la
escalera y el dolor estalló desde mi coxis hasta mi cuello.

—Señora. Veitch. Qué casualidad verte aquí.

Incluso en la oscuridad, reconocí la voz de Colin Byrne. Era suave y baja,


un toque de burla cantarina en su acento sureño.

—Es Señorita Penrose. —Me apresuro a ponerme de pie, apartando


mechones de cabello húmedo del rostro y quitándome el polvo de las
rodillas. Encendí el interruptor. La luz amarilla se acumuló dentro del
pasillo. Tom Kaminski, simplemente Kaminski para cualquiera que lo
conociera, el chico de los recados y el hombre musculoso de Byrne, estaba
detrás del endemoniado y arrugado prestamista con sus fornidos brazos
cruzados sobre el pecho.

Byrne cubrió la distancia entre nosotros, el fuerte aroma de su colonia


pichando mi reflejo nauseoso.

—¿Penrose? No, ese no es el nombre que figura en tu licencia de conducir,


bebé Persy.

—Pedí el divorcio. —Me alejo de él, manteniendo mi expresión.

—Bueno, pedí un trío con Demi Lovato y Taylor Swift. Parece que ninguno
de los dos está cumpliendo nuestro deseo, muñeca. El hecho es que, estás
casada con Paxton Veitch y Paxton Veitch me debe dinero. Una tonelada
de mierda.
—Exactamente. Paxton te lo debe, —digo acaloradamente, sabiendo que
estaba entrando en una guerra perdida. Byrne no quiso escuchar. Nunca
lo hizo—. Él fue quien hizo esas apuestas. Él era el que estaba perdiendo
dinero en tus juntas. Es su lío para arreglar, no el mío.

Colin levantó mi mano izquierda, frotando mi dedo anular desnudo. La


línea de bronceado impresa donde el anillo solía estar observado por
ambos, recordándome que mi relación con Pax no era historia antigua.

No solo estaba casada con él, sino que también cumplía mis votos. No
había salido con nadie desde que Pax se escapó. Demonios, todavía
visitaba a su abuela en el asilo de ancianos cada semana, llevando galletas
de mantequilla y sus revistas culinarias favoritas.

Se sentía sola y no era culpa suya que su nieto resultara ser un idiota.

—Pax ya no está, y su linda esposa se niega a decirme dónde puedo


encontrarlo. —La voz aterciopelada de Byrne atravesó mis pensamientos
mientras jugaba con mis dedos.

—Su esposa no sabe dónde está. —Trato de apartar mi mano sin


éxito—. Pero ella sabe cómo usar gas pimienta. Espacio personal aquí.

No quería que Belle, que estaba arriba, escuchara la conmoción en el


pasillo y saliera del apartamento para investigar. Ella no sabía nada de mi
situación, y estaba bastante segura de que mi salvaje hermana no dudaría
en sacar la Glock que tenía y hacer un agujero en la cabeza de cada uno
de estos bastardos si entraba en esta escena.
No quería cargar a Belle con mis problemas. No en este problema en
particular, de todos modos. No después de todo lo que ya había hecho por
mí.

—Usa tus excelentes habilidades de investigación para


averiguarlo, —sonríe Byrne—. Después de todo, te las arreglaste para
atrapar al marido más pésimo de Nueva Inglaterra. Lo encontraste antes
y puedes hacerlo de nuevo. Ten un poco de fe.

—Ambos sabemos que no tengo la menor idea de por dónde empezar a


buscar. Su teléfono está muerto, mis correos electrónicos están siendo
devueltos y sus amigos no me hablan. No es que no lo haya
intentado. —Uso la mano que sostenía Colin para apartar su cara con
brusquedad.

No se movió. Envolvió sus dedos con más fuerza alrededor de los míos.

—Entonces me temo que su deuda ahora es tuya. ¿Qué pasó con la salud
y la enfermedad? ¿En la riqueza y en la pobreza? ¿Cómo va el
juramento? —Byrne chasquea los dedos a Kaminski detrás de él.

Kaminski resopló, mostrando una hilera de dientes podridos.

—Me gana, jefe. Nunca me casé. Tampoco planeo hacerlo.

—Hombre inteligente.

Byrne llevó mi mano a su boca, presionando un beso frío en el dorso de la


misma, moviendo su lengua entre mis dedos índice y medio, mostrándome
lo que quería hacer con el resto de mi cuerpo.
Tragué una bola de vómito y respiré por la nariz. Estaba haciendo un gran
trabajo al asustarme y él lo sabía. Byrne era un usurero que era conocido
por cobrar sus cheques con lluvia o sol, y mi esposo le debía más de cien
mil dólares.

Apoyó mi palma húmeda en su mejilla, acariciándola.

—Lo siento, Persephone. No es nada personal. Tengo una deuda que


cobrar y, si no la cobro pronto, la gente asumirá que está bien quitarme
dinero sin devolvérmelo. Si estás interesada en reembolsarme a través de
una moneda diferente, puedo armar un plan. No soy un hombre irracional.
Pero no importa cómo lo mires, tú pagaras la deuda de tu marido y será
mejor que te des prisa, porque los intereses se acumulan a medida que
pasan las semanas.

—¿Qué estás insinuando? —Mi corazón se abrió camino a través de mi


caja torácica, a punto de abandonar el barco y salir corriendo del edificio
sin mí.

Esta idea nunca había surgido antes en los meses que Byrne y Kaminski
me habían estado haciendo visitas semanales. Yo era maestra de
preescolar, por el amor de Dios. ¿Dónde podría encontrar cien mil dólares?
Hasta mis riñones no valían tanto.

Y sí, estaba lo suficientemente desesperada como para buscarlo en Google.

—Estoy diciendo que si no puede pagar el saldo pendiente, tendrás que


trabajar por ello.

—Sólo escúpelo, Byrne, —siseo, cada nervio de mi cuerpo estaba listo para
alcanzar mi bolso, agarrar el spray de pimienta y vaciar esa perra en sus
ojos. Tan sórdido como era, dudaba que renunciara a cien mil dólares solo
para enrollarme entre sus sábanas.

—Sirviendo a hombres que son menos que higiénicos y que no tienen


mucho que ver. —Colin sonríe a modo de disculpa—. Eres una chica
guapa, Veitch, incluso con esos harapos. —Tira del vestido barato y
embarrado que llevaba—. Seis meses trabajando en mi club de striptease
haciendo turnos dobles todos los días, y podemos llamarlo parejo.

—Moriré antes de bailar en un poste, —me agitaba, presionando mis dedos


en las cuencas de sus ojos con la mano que él sostenía. Esquivó el ataque
echando la cabeza hacia atrás, pero logré hacerle algunos rasguños en la
mejilla.

Kaminski dio un paso adelante, a punto de interferir, pero Byrne le indicó


que se alejara, riendo.

—No estarás bailando, —dice, sus ojos brillando con diversión—. Estarás
boca arriba en la sala VIP. Aunque no puedo prometerte que no te pondrás
en tus manos y rodillas también, si están dispuestos a pagar más.

La bola de vómito en mi garganta triplicó su tamaño, bloqueando mi


tráquea. Una fría capa de sudor cubrió cada centímetro de mi cuerpo.

Byrne quería prostituirme si no obtenía el dinero que Paxton le debía. En


los ocho meses que Paxton se había ido, tenía la estúpida esperanza de
que hiciera lo correcto y apareciera a última hora para lidiar con la
tormenta de mierda que había creado, dejándome en el ojo de la misma.
Que me concedería el divorcio que le había pedido en los días previos a su
desaparición.
Me aferré a mi enojo, negándome a dejar que se convierta en resignación
porque eso significaba aceptar que este era mi problema.

Ahora, finalmente estaba llegando a un acuerdo con los hechos concretos


que Byrne ya conocía: Paxton nunca volvería.

Sus problemas eran míos para ocuparme de ellos.

Y tenía que encontrar una solución, rápido.

—¿Qué pasa si no pago? —Mi mandíbula se apretó. No iba a llorar frente


a ellos, no importa qué. Puede que no haya sido tan luchadora y feroz
como mi hermana mayor, pero seguía siendo una originaria del Sur.

Una dulce romántica, pero salvaje, no obstante.

Las pesadas botas de Byrne resonaron suavemente mientras caminaba


hacia la entrada del edificio. —Entonces tendré que hacer de ti un ejemplo.
Lo cual, se lo aseguro, señora Veitch, me haría más daño que a usted.
Siempre es una situación triste cuando la esposa tiene que asumir la carga
de los errores de su marido. —Se detuvo junto a la puerta y negó con la
cabeza, con una mirada distante en su rostro—. Pero si dejo pasar esto,
perderé mi credibilidad callejera. Tú pagarás. O con dinero, con la cosa
entre tus piernas, o con tu sangre. Nos vemos más tarde, Persy.

La puerta se cerró con un clic detrás de los dos hombres. Los truenos
retumbaron, lamiendo sus formas a través de la puerta de cristal en azul
eléctrico. Corrieron hacia un Hummer negro estacionado al otro lado de la
calle, se deslizaron dentro y regresando al infierno del que venían.

Subí a trompicones las escaleras hasta el apartamento de mi hermana. Me


había quedado con ella desde que Paxton se fue hace ocho meses. Girando
temblorosamente la llave dentro de su agujero, empujé la puerta para
abrirla.

No pago el alquiler. Belle pensó que Pax había robado todo el dinero que
él y yo habíamos ahorrado para comprar una casa cuando se escapó. Esa
parte no era una mentira. Él lo hizo, tomó nuestro dinero. Lo que ella no
sabía era que no era solo que él gastó los ahorros de toda mi vida en un
casino clandestino, ahora estaba endeudada por él.

—¿Pers? Dios, hermana. Hay una tormenta afuera. —Belle se frota los
ojos, estirándose en el sofá. Ella llevaba una camisa Papas fritas antes que
chicos de gran tamaño. Un drama coreano bailaba a través de la pantalla
plana del televisor y una bolsa de pretzels de mantequilla de maní se
balanceaba sobre su estómago plano. Una punzada de celos pinchó mi
pecho mientras la veía acostada allí. Relajada y sin problemas.

No tenía por qué preguntarse si llegaría viva la semana que viene sin
vender su cuerpo en un lúgubre club de striptease del sur.

Colin Byrne no la besó, lamió y retorció la mano, y el olor de su colonia


barata no permanecía en sus fosas nasales durante días después de cada
una de sus visitas, haciendo que su estómago se revolviera.

No daba vueltas y vueltas por la noche, preguntándose cómo salvarse de


una muerte sangrienta.

Colgué mi cazadora destrozada junto a la puerta. El apartamento de


Emmabelle era pequeño pero estaba de moda. Un estudio con pisos de
madera dura, moderno papel tapiz de palmeras, techo verde oscuro y
muebles originales que no combinan. Todo lo que poseía y vestía goteaba
de su personalidad atrevida y sofisticada. Compartimos su cama gemela.
—Lo siento por eso. Los padres de Shannon fueron a un autocine y
debieron dejarse llevar. Ni siquiera sabía que todavía existían los
autocines. ¿Tú sí? —Salgo de mis zapatos agujereados en la entrada,
ocultando mi desesperación con una sonrisa.

Tal vez debería admitir la derrota y hacer lo que hizo Paxton. Tomar el
próximo vuelo fuera de los Estados Unidos y desaparecer.

Solo que a diferencia de Paxton, yo estaba apegada al lugar donde crecí.


No podía imaginar mi vida sin mi hermana, mis padres, mis amigas.

Paxton se había sentido solo. Huérfano a los tres años, fue criado por su
abuela Greta y varios familiares. Lanzado entre casas cada vez que se
ponía demasiado difícil. Eso fue lo que me dijo cuando nos juntamos por
primera vez, y mi corazón estaba con él.

—¿Autocines? Por supuesto. Algunas de mis aventuras sexuales favoritas


ocurrieron en el autocine de Solano. Pero ha estado lloviendo tan fuerte
que dudo que puedan ver algo allí. Realmente deberías haberme llamado.
Te habría recogido. Sabes que esta noche es mi noche libre. —Movió los
dedos de los pies debajo de la manta.

Exactamente. Era su noche libre. ¿Quién era yo para llevarse la única


noche libre que tenía para ella? Ella merecía hacer exactamente lo que
estaba haciendo. Disfrutar de un programa de televisión, comer comida
chatarra y usar una mascarilla con descuento de Ross.

—Ya haces demasiado por mí.

—Eso es porque ese bastardo, Pax, te jodió. ¿Me recuerdas por qué te
casaste con él de nuevo?
—¿Amor? —Dejándome caer junto a ella en el sofá de pana color mostaza,
apoyé mi barbilla en su hombro con un suspiro—. Pensé que estaba
respetando nuestro pacto.

Érase una vez, cuando estábamos en la universidad, Sailor, Emmabelle,


Aisling y yo hicimos un pacto de casarnos solo por amor. Sailor fue la
primera en cumplir su palabra. Pero se enamoró de un hombre que
adoraba el suelo por el que ella caminaba, parecía un hermano de
Hemsworth y tenía suficiente dinero para comenzar un nuevo país.

Fui la segunda de la pandilla en decir que sí. Unos cuantos besos


apresurados detrás de unos arbustos cuidadosamente podados fueron
todo lo que necesité para cometer el mayor error de mi vida. Paxton Veitch
fue el Kaminski anterior de Colin. Un simple soldado que trabajaba como
un tipo de seguridad en el sector privado. Paxton siempre sostuvo que era
un gorila en uno de los bares de Colin. Dijo que iba a renunciar tan pronto
como encontrara un trabajo más estable.

Alerta de spoiler: nunca buscó uno. No solo le encantaba ser un matón,


sino que también disfrutaba perder el dinero que Byrne le pagaba en sus
porros cuando estaba fuera de servicio.

No fue hasta que fui demasiado lejos que descubrí que Paxton no era un
gorila. Se rompió las manos, la nariz y la columna vertebral para ganarse
la vida, y tenía un historial policial más grueso que El Señor de los Anillos.
Nunca le había dicho a Belle, Aisling y Sailor que Pax era un mafioso de
bajo nivel. Ellas lo habían amado casi tanto como amaban a Hunter, y yo
no quería hacer estallar su burbuja.

Y de todos modos, Paxton no fue del todo malo. Era guapo, divertido e
increíblemente bondadoso al comienzo de nuestra relación. Me dejaba
cartas de amor por todas partes, me preparaba la lonchera todas las
noches, me enviaba flores sin ningún motivo y organizaba unas vacaciones
espontáneas en Disney World en las que íbamos a Florida en nuestro auto
destartalado, comiendo basura de gasolinera, y cantando de mi lista de
canciones de Paula Abdul y Wham! A todo pulmón.

Un tipo que se había ofrecido a pintar toda la casa de mis padres gratis
antes de que la vendieran, me compró un anillo de compromiso con cada
centavo que tenía a su nombre y siempre estaba ahí cuando lo necesitaba.

Hasta que no lo fue.

Pensé que podría ayudarlo a seguir el camino correcto. El amor lo


conquistaría todo.

Resultó que no pudo vencer su adicción al juego.

—¿Todavía crees en esa perra? —Belle inclina la bolsa de pretzels en mi


dirección para ofrecerme, sacándome de mis cavilaciones.

—¿En qué? —Tomo un pretzel y lo como sin probarlo. Me había vuelto


terriblemente delgada en los últimos meses. El efecto secundario de
heredar los graves problemas de Paxton.

—Amor. —Belle levantó una ceja—. ¿Sigues creyendo en el amor después


de que Pax tirara todo el concepto y luego le prendiera fuego?

—Sí. —Sentí que se me pinzaban los oídos, enmascarando mi vergüenza


con una risa—. Patético, ¿verdad?

Mi hermana me dio unas palmaditas en el muslo.

—¿Quieres hablar de eso?


Negué con la cabeza.

—Quiero beber por eso?

Asentí. Ella rio.

—También calentaré un poco de pizza.

La idea de comer me dio ganas de vomitar. Pero también sabía que Belle
estaba comenzando a sospechar, con mi pérdida de peso y mi incapacidad
para dormir.

—La pizza suena genial. Gracias.

Se puso de pie y se dirigió a la cocina. Vi como abrió la puerta de la nevera,


sacudiendo su trasero con su silbido desafinado.

—¿Bell? —Aclaro mi garganta.

—¿Hmm? —Mete una rebanada de pizza en el microondas y puso el


temporizador en treinta segundos.

—¿Qué crees que va a pasar con Pax? —Agarré una almohada y la abracé
contra mi pecho, tirando de un hilo—. No puedo quedarme casada con él
para siempre, ¿verdad? ¿Me liberaré de este matrimonio en algún
momento si él no aparece?

Belle sacó una lata de Pepsi de la nevera y se tocó los labios mientras
contemplaba mi pregunta.
—Bueno, el matrimonio no es un baño público. No estoy segura de que
puedas ser aliviada de él, pero seguro que puedes salir de esto si te lo
propones. El hombre no ha existido en casi un año. Necesitas ahorrar,
conseguir un buen abogado y terminar con este lío.

Yo. Pagando por representación legal. Correcto.

—Tendrás que hacerlo en algún momento, sabes, —dice mi hermana,


ahora más tranquila—. Busca ayuda legal. Derriba al bastardo.

—¿Con qué dinero? —Suspiro—. Y por favor, no me ofrezcas otro


préstamo. Simplemente lo voy a rechazar.

Belle trabajaba como promotora de clubes para uno de los locales más
extravagantes de Boston, Madame Mayhem. Ella era un genio en su campo
y traía una clientela que hacía que los dueños se pusieran nerviosos, pero
no estaba ni cerca de estar establecida financieramente. Además, sabía
que estaba ahorrando para contribuir a la inminente remodelación de
Madame Mayhem para poder convertirse en socia.

—Digamos que eres demasiado orgullosa para aceptar dinero de mí, tu


propia hermana, y aún así quieres representación legal. Iría a Sailor y le
pediría un préstamo. —Su voz se volvió acalorada, desesperada—. Los
Fitzpatricks tienen suficiente maldito dinero para construir una estatua
en forma de pene del tamaño de la Dama Libertad. Sailor no tendrá
dificultades para recuperarlo, tendrás cero interéses, y ella sabe que eres
buena para eso. La pagarás eventualmente.

—No puedo. —Niego con la cabeza.

—¿Por qué? —Saca la pizza del microondas, la pone en un plato de papel


y se acercó al sofá, tirándola sobre la almohada que estaba
abrazando—. Cómete todo, Pers. Eres piel y huesos. Mamá cree que tienes
un trastorno alimentario.

—No tengo un trastorno alimenticio. —Fruncí el ceño.

Belle puso los ojos en blanco. —Perra, lo sé. Tu trasero inhaló tres comidas
de Cheesecake Factory hace solo ocho meses y lo regó todo con margaritas,
Tums y arrepentimiento. Estás pasando por algo y quiero que salgas de
ello. ¡Pídele dinero a Sailor!

—¿Estás loca? —Agito la pizza empapada en el aire—. Ella no tiene tiempo


para mi drama. Nos acaba de decir que está embarazada.

Hace tres días, en nuestra tradicional noche de comida para llevar


semanal, Sailor lanzó la bomba. Hubo muchos chillidos y lágrimas. La
mayoría de Ash y mía, mientras que Sailor y Emmabelle nos miraban sin
comprender, esperando a que superamos nuestra histeria.

—¿Y? —Belle ladea la cabeza—. Ella puede estar embarazada y darte


dinero, ya sabes. Las mujeres son conocidas por realizar múltiples tareas.

—Ella se preocupará. Además, no quiero ser esa amiga perdedora.

—Son solo unos pocos miles de dólares.

Son cien mil de ellos.

Pero mi hermana no lo sabía.

Cual era la razón real por la que no le había preguntado a Sailor.


—Al menos piénsalo. Incluso si te parece extraño recurrir a Sailor y
Hunter, ese sociópata Cillian te daría el dinero. Claro, te haría sudar por
eso, lo juro, ese imbécil es tan molesto como su cara es agradable, pero te
irás de allí con el dinero.

Cillian.

Después del incidente de la suite, mis amigas y mi hermana exigieron


saber qué pasó entre nosotros. Les dije la verdad. La mayor parte, de todos
modos. Sobre el corazón sangrante y la inyección de esteroides, omitiendo
la parte en la que le dije que estaba enamorada de él y le eché una
maldición.

¿Por qué entrar en los pequeños detalles, verdad?

Me las había arreglado para olvidar a Cillian con el tiempo. Apenas.


Incluso el recuerdo de él salvándome se desvaneció y desapareció junto
con la actuación de Deseo de Nube que estaba decidida a suprimir de mi
memoria.

No había hablado con mi tía Tilda desde ese día. Ese día, dejé de ver nubes
solitarias en el cielo y traté de seguir adelante con mi vida.

Me enamoré.

Me casé.

Casi me divorcié.

Cillian, sin embargo, siguió siendo el mismo hombre que dejó esa suite.

Eterno, atemporal y taciturno.


Todavía estaba soltero y, por lo que yo sabía, no había salido con nadie,
en serio o de otra manera, desde que me rechazó el día de la boda de Sailor
y Hunter.

Hace ocho meses, la semana en que Paxton desapareció, Kill tomó las
riendas de Royal Pipelines, la compañía petrolera de su padre, y se
convirtió oficialmente en CEO.

¿Cómo no pensé en él antes?

Cillian "Kill" Fitzpatrick era mi mejor oportunidad para conseguir el dinero.

No le tenía lealtad a nadie más que a sí mismo, era bueno guardando


secretos y ver a la gente retorcerse era su pasatiempo favorito.

Me había ayudado antes y lo haría de nuevo.

Para él, cien mil dólares eran monedas de bolsillo. Me daría el dinero sólo
para verme convertirme en cien tonos diferentes de rojo mientras deslizaba
lamentables cheques mensuales que no significaban nada para él por su
buzón. Incluso estaría de acuerdo en retirar la maldición en la que le dije
que se enamoraría de mí.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí que se me hacía agua la boca.

No por la pizza, sino por la solución que prácticamente podía sentir


rozando la punta de mis dedos.

Tenía un plan.

Una ruta de escape.


El hermano mayor Fitzpatrick me iba a salvar, otra vez.

A diferencia de mi esposo, todo lo que tenía que hacer era jugar bien mis
cartas.
Dos

—Lo siento, cariño, no creo que ver al Sr. Fitzpatrick esté en tus cartas
hoy. —La asistente desnutrida hizo un espectáculo lanzando su cola de
caballo platino, una sonrisa venenosa en sus labios escarlata. Llevaba un
vestido de vinilo rosa chicle que la hacía parecer una Barbie BDSM,
suficiente perfume para ahogar a una nutria y la expresión de alguien que
moriría antes de dejar que otra mujer reclame a su jefe.

Me presenté sin previo aviso en las oficinas de Royal Pipelines tan pronto
como terminé el trabajo, pidiendo reunirme con el Sr. Fitzpatrick. Sailor
había mencionado que Hunter, que también trabajaba para la empresa de
la familia, la acompañaba a su primera cita con el obstetra-ginecólogo y se
fue temprano. No quería que Hunter me viera y pasara la información a
mis amigas.
Cuando me presenté, la asistente personal de Cillian hizo pucheros todo
el tiempo que habló con él por teléfono.

—Holaaaa, Sr. Fitzpatrick. Esta es Casey Brandt.

Pausa

—Su asistente durante los últimos dos años, señor.

Pausa.

—¡Si! Con el rosa. —Ella rio—. Igualmente lamento molestarlo, pero tengo a
la señorita Persephone Penrose aquí sin una cita.

Pausa.

—Dijo que necesita hablar contigo urgentemente, pero, ¿se negó a darme
más información?

No estaba segura de por qué era necesario la interrogante. Por otra parte,
no estaba segura de por qué su asistente personal parecía pertenecer a un
Corvette rosa, conduciendo con su novio de plástico, Ken, y su cachorro,
Taffy.

—Sí, sé que es mi trabajo sacarle la información. Desafortunadamente, ella


ha sido muy poco cooperativa, señor .

Pausa.

—Sí señor. Se lo haré saber.


Ella me miró como si yo fuera chicle pegado en la parte inferior de sus
tacones de once pulgadas.

—El Sr. Fitzpatrick no se ajusta a tu horario.

—Dile que no me iré hasta que me vea. —Mi voz temblaba ante las palabras,
pero no podía salir de aquí sin verlo. Sin intentarlo.

Ella vaciló, mordiéndose el labio brillante.

Señalé con la barbilla el teléfono. —Adelante, dale mi respuesta.

Ella lo hizo, luego procedió a colgar la centralita telefónica.

—Dijo que está en una reunión que probablemente dure horas.

El gran vestíbulo del piso de administración de Royal Pipelines brillaba


con detalles dorados. Los monitores de televisión que seguían las acciones
de la compañía en todos los mercados mundiales brillaban en verde y rojo.

Casey estaba cada vez más inquieta, tamborileando con las puntas de sus
uñas puntiagudas en su escritorio cromado.

—Tengo que ir al baño de mujeres —resopla, sacando un kit de maquillaje


de su bolso debajo de la mesa.

Levanté la vista del diario de petróleo y gas que fingí leer.

—¿Oh? —Pregunto dulcemente—. ¿No estás completamente entrenada


para ir al baño? Sabes, soy profesora de prekínder. Los accidentes no me
desconciertan en lo más mínimo. ¿Necesitas ayuda en el baño de niña
grande?
Ella me lanzó una mirada asesina.

—No vayas a ningún lado, a menos que sea de regreso al parque de casas
rodantes del que vienes. —Se pone de pie, recorriendo con la mirada mi
ropa barata—. O al infierno.

Sus tacones altos de suela roja apuñalaron el piso en su camino al baño,


dejando abolladuras.

Tan pronto como Casey estuvo fuera de la vista, me puse en pie de un


salto, corriendo hacia adelante. La oficina de Cillian era la más grande y
lujosa del piso. Fue fácil identificar la adecuada para el rey del castillo.

Solo pude ver la espalda de su visitante a través de la puerta de vidrio


mientras corría en su dirección. El hombre que lo ocultó de mi visión era
de hombros anchos, cabello rubio claro, un traje elegante y una postura
impecable. Parecían estar inmersos en una conversación, pero no me
importaba. Abrí la puerta sin llamar, irrumpiendo antes de perder los
nervios.

Desafortunadamente, mi gran entrada no fue suficiente para apartar la


mirada de Cillian del hombre frente a él. Estaban encorvados sobre una
masa de papeles esparcidos por todo su escritorio plateado.

—Las acciones suben, pero aún noté una tendencia en la prensa negativa.
Decir que a los medios no les gustas sería quedarse corto. Sería como decir
que el océano está húmedo. Que el sol está tibio. Que Megan Fox es
simplemente follable...

—Entiendo la esencia —corta Cillian—. ¿Cómo rectificamos la situación?


—¿Supongo que un trasplante de personalidad estaría fuera de discusión?
—dice el hombre.

—Lo único que está a punto de ser trasplantado es mi pie en tu culo si no


me das una solución.

Un publico difícil. Estoy a punto de enfrentarme a un público muy difícil.

—Maldita sea, Cillian —resopla el hombre elegante—, comenzaste tu viaje


como CEO despidiendo al nueve por ciento de la administración de la
compañía y perforando agujeros en el Ártico. No has ganado exactamente
ningún fan.

—Recorté la grasa.

—A la gente le gusta la grasa. La industria de la comida rápida obtiene


256 mil millones de dólares en ingresos cada año. ¿Sabías qué? La gente
a la que despediste habló con los periodistas, echó más leña al fuego y te
convirtió en uno de los peores villanos del país. Royal Pipelines ya es
considerada la empresa más odiada de EE. UU. La explosión de la refinería
en Maine, el mitin climático Green Living donde un joven de dieciocho años
se rompió ambas piernas.

—No fui yo quien le rompió las piernas —interviene Cillian, levantando la


palma de la mano—. Desafortunadamente.

—No importa cómo lo gires, debes limpiar tu acto. Juega su juego.


Promueva una imagen alegre y saludable. Es necesario restaurar la
reputación de la empresa.
El hombre tenía un acento inglés suave. Princely, empapado de derechos
y autoridad goteante. Estaba juguetonamente distante. Un enigma. No
sabría decir si era bueno o malo.

—Bien. Besaré a algunos bebés. Patrocinare a algunos estudiantes. Dona


fondos para abrir una nueva ala de hospital. —Cillian se reclina en su
asiento, sus ojos se posaron en el papeleo frente a él.

—Me temo que hemos pasado la etapa de besar bebés. Es el momento,


Kill.

Cillian mira hacia arriba, frunciendo el ceño.

—No sacrificaré mi vida personal para apaciguar a unos pocos imbéciles


que conducen Tesla, moralistas...

—¿Cillian? Quiero decir, ¿señor Fitzpatrick? —Aclaro mi garganta,


lanzándome a la conversación antes de que me dieran más información
que no estaba destinada a mis oídos.

Ambos hombres se volvieron a mirarme con sorpresa. Con ojos azules


carbonizados por el oro, mandíbula de granito y nariz elegante, el británico
era el tipo de guapo que debería ser ilegalizado.

Cillian... bueno, se mantuvo precioso a su manera.

Kill arqueó una ceja. Mi aparición en su oficina no le sorprendió en lo más


mínimo.

—No quise interrumpir…

—Sin embargo, lo hiciste —corta mis palabras.


—Lo siento por eso. ¿Puedo tener una palabra contigo?

—No —responde rotundamente.

—Es importante.

—No para mí. —Deja los documentos en su escritorio, ya luciendo


desinteresado—. ¿Qué hermana de Penrose eres? ¿La mayor y ruidosa, o
la joven y molesta?

Después de todos estos años, todavía no podía distinguirnos entre


Emmabelle y yo. Ni siquiera nos parecíamos la una a la otra. Sin
mencionar que me había visto desnuda como el día en que nací (también:
igual de roja).

Una vez más, me encontré dividida entre la necesidad de seducirlo y


apuñalarlo.

—Soy Persephone. —Aprieto mis manos en puños al lado de mi cuerpo,


recordando lo mucho que me dolió cuando me rompió el corazón. Qué
sublimemente idiota me había sentido después de intentar ponerle ese
tonto hechizo.

—Eso no responde a mi pregunta.

—Bien —digo entre dientes—. Soy la molesta.

Volvió a concentrarse en los archivos de su escritorio, hojeándolos.


—¿Qué deseas?

—Hablar contigo en privado, por favor.


—Irrumpir en mi oficina sin previo aviso es una molestia. Esperar que no
te eche implica que obtuviste tu título en el Sam's Club local. Suéltalo. El
Sr. Whitehall es mi abogado.

—Los abogados también son personas —señalo. Mi humillación no


necesitaba audiencia.

—Discutible. —El hermoso hombre rubio sonrió con malicia—. Y en


realidad… —Se levanta de su asiento, mirando de un lado a otro con la
diversión bailando en sus ojos de mármol—. Tengo mejores cosas que
hacer que verlos a los dos participar en juegos previos verbales. Saludos,
Kill.

Reunió sus documentos, dio dos golpecitos en el escritorio y salió


corriendo. La temperatura de la oficina de Cillian se parecía a la de un
congelador industrial. Todo estaba limpio, minimalista, organizado y
cromado. Clínico y deliberadamente desconcertante.

—¿Puedo pasar? —Retuerzo mi vestido de flores. Ni siquiera había notado


mi vestido preferido cuando salí de casa esta mañana, pero ahora, la ironía
no se me escapó.

Giró en su silla para mirarme, puso un tobillo sobre el otro en su escritorio.


Su traje gris oscuro de cinco piezas parecía haber sido cosido directamente
sobre su cuerpo. Aunque mi obsesión con Cillian Fitzpatrick se transformó
en resentimiento a lo largo de los años, no podía negar que él era el tipo
de ardor que hacía que Michele Morrone se pareciera a Steve Buscemi.

—Tienes exactamente diez, no, hazlo cinco minutos antes de que llame a
seguridad. —Lanza un reloj de arena sobre su escritorio—. Dame el
discurso del ascensor, chica de las flores. Hazlo bien.
Chica de las flores.

Lo recordó.

—¿Vas a llamar a seguridad por mí?

—Mi lista de cosas por hacer es larga y mi paciencia es corta. Cuatro


minutos y medio. —Hace crujir sus nudillos.

Me apresure en los detalles tan rápido que mi cabeza dio vueltas. Le conté
que Paxton me llevó a la tintorería. Sobre Colin Byrne y Tom Kaminski.
Sobre la enorme deuda. Incluso le hablé de la promesa de Byrne de que
me prostituiría o me mataría si no conseguía el dinero. Cuando terminé,
todo lo que hizo Cillian fue asentir.

—Lograste meter todo esto en menos de tres minutos. Tal vez no seas
completamente inútil.

Un golpe detrás de nosotros nos hizo girar la cabeza al unísono. Casey


estaba pegada a la puerta de cristal, con los ojos muy abiertos. La abrió,
mostrando sus dientes postizos.

—Dios, lo siento mucho, Sr. Fitzpatrick. Ella prometió que no...

—Señorita Brandt, váyase —corta Cillian.

—Pero yo…

—Guárdalo para alguien a quien le importe.

—Yo...
—Ese alguien no soy yo.

—Señor, solo quería que supiera que…

—Lo único que sé es que fallaste en tu trabajo y serás evaluada en


consecuencia. Te vas en los próximos tres segundos, ya sea por la puerta
o por la ventana. Un consejo amistoso: elige la puerta.

Salió disparada como el Correcaminos de Looney Tunes, casi dejando una


nube de arena a su paso. Cillian se volvió hacia mí, ignorando la expresión
de horror en mi rostro.

—Acabas de amenazar con tirar a Barbie por la ventana. —Señalo con el


pulgar detrás de mí.

—No amenazado, fuertemente implícito. —Corrige—. Tienes menos de dos


minutos y yo tengo unas quinientas preguntas.

Mis palmas se humedecieron a pesar de la temperatura de la habitación.

—Eso es justo.

—Uno... ¿por qué yo? ¿Por qué no Hunter, Sailor o cualquiera a quien
realmente le importes un carajo, pardon3 mi atrevimiento?

No podía contarle sobre el embarazo de Sailor. Todavía no había


compartido la noticia con su familia extendida. O sobre mi necesidad de
no ser la perdedora de nuestro grupo de amigas. La que necesitan salvar.

3
Perdón en Gales
Me conformé con la mitad de la verdad.

—Sailor y Hunter no saben lo que hizo Paxton, y son las únicas personas
con las que soy cercana que realmente tienen esta cantidad de dinero.
Saben que Pax me dejó y se llevó el dinero que habíamos ahorrado, pero
no saben de la deuda. No quiero manchar mi amistad con mi mejor amiga
poniéndola en esta posición. Supuse que tú y yo no compartimos historia,
no hay ataduras. Con nosotros será una transacción comercial y nada
más.

—¿Por qué no Sam Brennan?

Sam era el hermano mayor de Sailor y, hasta donde yo sabía, un buen


amigo de Cillian. El Rey actual del submundo de Boston. Un psicópata
apuesto con un gusto peculiar por la violencia y bolsillos tan profundos
como sus desalmados ojos grises.

—Mezclarme con Brennan para tratar de pagarle a un prestamista


callejero es como cortarte el brazo porque te rompiste la uña —digo en voz
baja.

—¿Crees que soy menos peligroso que Brennan? —El fantasma de una
sonrisa pasa por sus labios.

—No. —Inclino mi cabeza hacia arriba—. Pero creo que te divertiría verme
retorcerme mientras te pago y, por lo tanto, es más probable que me des
el dinero.

Su sonrisa se ladeo y acusó, como un arma cargada.

Yo tenía razón. Él estaba disfrutando de esto.


—¿Dónde está ese inútil marido tuyo ahora?

—No lo sé. Créeme, si lo hiciera, lo habría perseguido hasta el fin de la


tierra y de regreso. Y hacerlo pagar por lo que hizo.

—¿Cómo planeas devolver este préstamo? —Kill se pasa el dorso de la


mano por la afilada mandíbula.

—Poco a poco. —La verdad me supo amarga la boca—. Soy maestra de


pre-kínder, pero soy la luz de la luna como niñera y tutora de primer y
segundo grado. Trabajaré incansablemente hasta devolverle cada centavo.
Tienes mi palabra.

—Tu palabra no significa nada. Yo no te conozco. Lo que me lleva a mi


pregunta final: ¿por qué yo debería ayudarte?

¿Qué tipo de pregunta era esa? ¿Por qué la gente normal solía ayudar a
los demás? Porque era lo más decente que podía hacer. Pero Cillian
Fitzpatrick no era normal ni decente. No seguía las reglas.

Abrí la boca, buscando en mi cerebro una buena respuesta.

—Treinta segundos, Persephone. —Golpea el reloj de arena, mirándome.

—¿Porque tú puedes?

—La cantidad de cosas que puedo hacer con mi dinero es


infinito. —Bosteza.

—¡Porque es lo correcto! —Grito.

Agarra uno de los folletos de su escritorio y lo hojea.


—Soy un nihilista.

—No sé lo que eso significa. —Siento las puntas de mis orejas enrojecerse
de vergüenza.

—Bien o mal son para mí la misma cara de la moneda, presentada de


manera diferente —dice impasible—. No tengo moral ni principios.

—Eso es lo más triste que he escuchado.

—¿De verdad? —Levanta la vista del folleto, su rostro era una máscara de
piedra de crueldad—. Lo más triste que he escuchado recientemente es
una mujer que fue jodida por su marido que no se presentó y estaba a
punto de ser traficada, asesinada o ambas cosas.

—¡Exactamente! —Exhalo, señalándolo—. ¡Si! ¿Ves? Si me pasa algo,


estará en tu conciencia.

Mi labio inferior tembló. Como siempre, mantuve a raya mis lágrimas.

Arrojó el folleto sobre su escritorio.

—En primer lugar, como mencioné hace no dos segundos, no tengo


conciencia. En segundo lugar, lo que sea que te suceda depende de ti y del
bufón total y absoluto con el que te casaste. No soy un elemento más en
tu pila de malas decisiones.

—Casarme con Paxton no fue una mala decisión. Me casé por amor.
Esto sonaba patético, incluso para mis propios oídos, pero quería que él
lo supiera. Saber que no había estado jugando con mis pulgares,
suspirando por él todos esos años.

—Todas las chicas de clase media lo hacen. —Comprueba la hora en el


reloj de arena—. Muy aburrido.

—Cillian —digo suavemente—. Tú eres mi única esperanza.

Aparte de él, mi única opción era desaparecer. Huir de mi familia y amigas,


de todo lo que sabía, amaba y apreciaba.

De la vida que había construido durante los últimos veintiséis años.

Se ajustó la corbata abrochada bajo su chaleco.

—Aquí está la cosa, Persephone. Principalmente, no entrego nada sin


recibir algo a cambio. Lo único que me separa de ese prestamista que está
detrás de ti es una educación y una oportunidad privilegiada. Yo tampoco
estoy en el negocio de repartir favores gratis. Así que, a menos que me
digas qué, exactamente, que podría ganar por los cien mil dólares que me
estás pidiendo que me despida, te rechazaré. Tienes diez segundos, por
cierto.

Me quedé allí de pie, con las mejillas en llamas, los ojos ardiendo, cada
músculo de mi cuerpo tenso como la cuerda de un arco. Un escalofrío
recorrió mi espalda.

Quería gritar. Arremeter. Colapsar en el suelo en cenizas. Arrancarle los


ojos, morderlo y luchar con él y… y hacerle cosas que nunca quise hacerle
a nadie, incluidos mis enemigos.
—Cinco segundos. —Golpea el reloj de arena. Sus ojos de serpiente
brillaron divertidos. Estaba disfrutando esto—. Dame tu mejor oferta,
Penrose.

¿Quería que le diera mi cuerpo?

¿Mi orgullo?

¿Mi alma?

Yo no haría eso. No para Byrne. No para él. No para nadie.

Los segundos restantes gotearon como si la vida abandonara el cuerpo de


la tía Tilda.

Su dedo presionó un botón rojo en el costado de su escritorio.

—Que tengas una buena vida, Chica de las Flores. Lo que sea que quede
de ella, de todos modos.

Giró su silla hacia la ventana, documentos en mano, listo para volver a su


trabajo. La puerta de vidrio detrás de mí se abrió de golpe, y dos hombres
fornidos de traje entraron pisoteando, cada uno agarrándome de un brazo
para arrastrarme afuera.

Casey esperó junto al ascensor con los brazos cruzados y el hombro


apoyado en la pared, sus mejillas enrojecidas por la humillación.

—No todos los días la seguridad saca la basura. Supongo que hay una
primera vez para todo. —Ella agitó su cabello, riendo como una hiena.
Pasé todo el viaje en bicicleta hasta North End luchando contra las
lágrimas.

Mi última y única oportunidad acaba de arder.


Tres

—Estamos embarazados.

Hunter hace el anuncio en la mesa de la cena. Quiero borrar su sonrisa


de come mierda con un desinfectante.

O mi puño.

O una bala.

Respira, Kill. Respira.

Su esposa, Sailor, se frota el vientre plano. En términos generales, es tan


maternal como una tanga masticable, así que no estoy muy seguro de que
alguno de estos idiotas sea capaz de hacerse cargo de algo más complejo
que un pez dorado.

—Tiene ocho semanas. Aún es temprano, pero queríamos avisarles.


Mantengo mi expresión en blanco, haciendo crujir mis nudillos debajo de
la mesa.

Su momento no puede ser peor.

Madre sale disparada de su asiento con un chillido ensordecedor,


arrojando sus brazos sobre la feliz pareja para sofocarlos con besos,
abrazos y elogios.

Aisling sigue hablando y hablando de cómo ser tía es un sueño hecho


realidad, lo que me habría alarmado acerca de sus objetivos de vida si no
fuera por el hecho de que esta a punto de terminar la escuela de medicina
y comenzar su residencia en el Hospital Brigham and Women's en Bostón.
Athair estrecha la mano de Hunter como si hubieran firmado un trato
lucrativo.

En cierto modo, lo han hecho.

Gerald Fitzpatrick dejó perfectamente claro que esperaba herederos de sus


hijos. Engendrar para continuar el legado de Fitzpatrick. Yo soy el primero
en la fila, el mayor de los Fitzpatrick y, por lo tanto, tengo la carga de la
misión no solo de producir sucesores, sino también de garantizar que uno
de ellos sea un hombre que tome las riendas de Royal Pipelines,
independientemente de su amor por los negocios y/o capacidades.

Si no tengo hijos, el título, el poder y la fortuna serán entregados a la


descendencia siguiente en la línea al trono. El hijo de Hunter, para ser
exactos.

Athair “padre en gaélico irlandés” le da a su nuera una torpe palmada en


la espalda. Es grande en altura, amplitud y personalidad con una mata de
cabello plateado, ojos de ónix y piel pálida.
—Buen trabajo, cariño. Las mejores noticias que hemos tenido durante
todo el año.

Reviso mi pulso discretamente debajo de la mesa.

Esta bajo control. Apenas.

Todos se vuelven hacia mí. Desde que mi padre renunció y me nombró


director ejecutivo de Royal Pipelines hace menos de un año, me
ascendieron a líder del grupo y me senté a la cabeza de la mesa durante
nuestras cenas de fin de semana.

—¿No vas a decir nada? —Madre juega con su collar de perlas, sonriendo
tensamente.

Levanto mi vaso de brandy. —Por más Fitzpatricks.

—Y por los hombres que los hacen. —Athair bebe su licor de una sola vez.
Respondo su indirecta con una sonrisa helada. Tengo treinta y ocho años,
once años mayor que Hunter, soltero y sin hijos.

El matrimonio está muy abajo en mi lista de cosas por hacer, en algún


lugar debajo de amputar una de mis extremidades con un cuchillo de
mantequilla y hacer bungee jumping sin cuerda. Los niños no son una
idea que me guste. Son ruidosos, aburridos, sucios y necesitados. He
pospuesto lo inevitable. Casarme siempre había sido el plan porque
engendrar herederos y pagar mis deudas al linaje Fitzpatrick no era algo
con lo que hubiera soñado.

Tener una familia era parte de un plan más grande. Una visión. Quería
construir un imperio mucho más grande que el que había heredado. Una
dinastía que se extendiera a mucho más que los magnates del petróleo que
éramos actualmente.

Sin embargo, tenía toda la intención de hacerlo a finales de mis cuarenta


y con estipulaciones que harían que la mayoría de las mujeres corrieran
hacia las colinas y se arrojaran de dichas colinas por si acaso.

Por eso el matrimonio estaba descartado.

Hasta esta semana, cuando mi amigo y abogado, Devon Whitehall, me


instó a casarme para apagar algunas de las llamas dirigidas a Royal
Pipelines y a mí.

—Bueno, Athair —digo secamente—, estoy feliz de que Hunter haya


superado tus expectativas en el departamento de producción de
herederos. —La escritura estaba en la pared, manchada con el semen de
mi hermano de esa vez que nos arrastró a todos por el infierno de
relaciones públicas con su video sexual.

—Sabes, Kill, el sarcasmo es la forma más baja de ingenio. —Sailor me


lanza una mirada penetrante, tomando un sorbo de su Bloody Mary virgen.

—Si fueras un conversador selectivo, no te hubieras casado con un


hombre que piensa que los chistes de pedos son la cima de la
comedia —le respondo.

—Los pedos son la cima de la comedia. —Hunter, que solo está medio
evolucionado como humano, señala con un dedo en el aire—. Es ciencia.

La mayoría de los días dudo que sepa leer y escribir. Aún así, es mi
hermano, así que tengo la obligación básica de tolerarlo.
—Las felicitaciones hubieran sido suficientes. —Sailor mueve su tenedor
en el aire.

—Vete al diablo. —Bebo mi brandy, golpeando el vaso contra la mesa.

—¡Querido! —Madre jadea.

—Sabes que hay un término para personas como tú, Kill. —Sonríe Sailor.

—¿Coños? —Hunter dice inexpresivamente, presionando dos dedos en sus


labios y dejando caer un micrófono invisible al piso. Uno de los ayudantes
vierte dos dedos nuevos de brandy en mi vaso vacío. Luego tres. Luego
cuatro. No le indico que se detenga hasta que el alcohol casi se derrama.

—¡Lenguaje! —Madre lanza otra palabra al azar al aire.

—Sip. Hablo al menos dos con fluidez, inglés y blasfemias. —Hunter se ríe
entre dientes.

También usamos la palabra "joder" como una unidad de medida (como


jodidos), participa en una carnicería grotesca del idioma ("te veo luego", "yo
pienso") y hasta que se casó con Sailor, había proporcionado a la familia
suficiente escándalos para superar a los Kennedy.

Yo, sin embargo, evité sacrilegios de cualquier tipo, sostuve bebés en


eventos públicos (a regañadientes) y siempre fui recto y restringido. Yo soy
el hijo perfecto, director ejecutivo y Fitzpatrick.

Con un defecto, no soy un hombre de familia.

Esto hace que los medios tengan días de campo mensuales. Me apodaron
Cillian el Frío, destacaron el hecho de que disfrutaba de los autos rápidos
y no era miembro de ninguna organización benéfica, y siguieron
publicando la misma historia en la que rechacé una oferta para aparecer
en la portada de una revista financiera, sentado junto a otros
multimillonarios del mundo, porque ninguno de ellos, aparte de Bezos,
estaba cerca de mi categoría impositiva.

—Cerca, cariño. —Sailor palmea la mano de Hunter—. Sociópatas.


Llamamos a personas como tú hermano sociópatas.

—Eso tiene mucho sentido. —Hunter chasquea los dedos—. Él realmente


da un nuevo aire a muerte a la habitación.

—Ya. —Jane Fitzpatrick, también conocida como Madre Querida, trata de


calmar la discusión—. Estamos muy entusiasmados con la nueva
incorporación a la familia. Mi primer nieto. —Junta las manos, mirando
soñadora a la distancia—. Con suerte, uno de muchos.

Tan prospero, para alguien que tiene el instinto maternal de un calamar.

—No te preocupes, mamá, tengo la intención de embarazar a mi esposa


tantas veces como ella me permita. —Hunter le guiña un ojo a su esposa
pelirroja.

Mi hermano es el ejemplo de TMI4. Y posiblemente piojos púbicos.

Lo único que me impide vomitar en este punto es que no vale la pena


desperdiciar comida en él.

—¡Dios, estoy tan celosa, Sail! No puedo esperar a ser madre. —Ash
balancea su barbilla en su puño, dejando escapar un suspiro melancólico.

4
Demasiada informacion
—Serás una madre maravillosa. —Sailor se inclina sobre la mesa para
apretar su mano.

—Para tus hijos imaginarios con tu cuñado. —Hunter se echa un bocado


de patata salteada a la boca y mastica. Ash se pone carmesí. Por primera
vez desde que empezó la cena, me divierte un poco. Mi hermana alimenta
una obsesión desesperada con Sam Brennan, el hermano mayor de Sailor
y un chico que trabaja para mí como sirviente.

El hecho de que ella sea una marginada y él sea un Don Corleone moderno
no la desconcierta en lo más mínimo.

—¿Y tú, mo òrga? —Athair se vuelve hacia mí. Mi apodo significaba Mi


Dorado en gaélico irlandés. Yo soy el proverbial Midas moderno, que
convierte todo lo que toca en oro. Formado y moldeado en sus manos.
Aunque, a juzgar por el hecho de que no le he dado nada más que mala
prensa desde que heredé el puesto de director ejecutivo, ya no estoy seguro
de que el apodo encaje.

No se trata de mi desempeño. No hay un alma en Royal Pipelines que


pueda superarme en habilidad, conocimiento e instintos. Pero yo soy un
hombre impersonal y sin alma. Lo opuesto al patriarca que la gente quiere
ver al frente de una empresa que mata las selvas tropicales y le roba a la
madre naturaleza sus recursos naturales a diario.

—¿Que pasa conmigo? —Corto mi salmón en trozos iguales y minúsculos.


Mi TOC es más prominente cuando estoy bajo presión. Hacer algo
ritualmente me da una sensación de control.

—¿Cuándo me darás nietos?


—Te sugiero que dirijas esa pregunta a mi esposa.

—No tienes esposa.

—Supongo que tampoco voy a tener hijos pronto. A menos que seas
imparcial con los bastardos mal concebidos.

—Sobre mi cadáver —sisea mi padre.

No me tientes, viejo.

—¿Cuándo anunciarán públicamente el embarazo? —Athair se vuelve


hacia Hunter, perdiendo interés en el tema de mi hipotética descendencia.

—No antes del final del segundo trimestre —aporta Sailor, colocando una
mano protectora sobre su estómago—. Mi obstetra-ginecólogo me advirtió
que el primer trimestre es el más difícil. Además, es de mala suerte.

—Pero un buen titular para Royal Pipelines. —Padre se acaricia la barbilla,


contemplando—. Especialmente después de la demostración de Green
Living y el idiota que logró romperse ambas piernas. La prensa estaba al
tanto de esa historia.

Estoy cansado de escucharlo. Como si Royal Pipelines tuviera algo que ver
con el hecho de que un idiota había decidido trepar a la estatua de mi
abuelo en la plaza más concurrida de Boston con un megáfono y se cayó.

Athair se sirve una tercera porción de salmón al horno con miel y sus tres
barbillas vibran mientras habla.

—Ceann Beag ha sido el favorito de los medios durante los últimos años.
Agradable, trabajador, accesible. Un playboy reformado. Tal vez debería
ser el rostro de la empresa durante los próximos meses hasta que se
acaben los titulares.

Ceann Beag significa pequeño. Aunque Hunter es el hijo del medio, mi


padre siempre lo ha tratado como el más joven. Quizás porque Ash es sabia
para su edad, pero más que probablemente porque Hunter tiene la
madurez de una curita.

Dejo mis cubiertos, luchando contra la contracción de mi mandíbula


mientras deslizo mis manos debajo de la mesa para hacerme crujir los
nudillos de nuevo.

—¿Quieres poner a mi hermano de veintisiete años como jefe de Royal


Pipelines porque logró embarazar a su esposa? —Pregunto, mi voz
tranquila e uniforme. Me rompí el trasero en Royal Pipelines desde mi
adolescencia, tomando mi lugar en el trono a costa de no tener vida
personal, vida social y relaciones significativas. Mientras tanto, Hunter
saltaba de una orgía masiva a la siguiente en California hasta que mi papá
lo arrastró por la oreja de regreso a Boston para limpiar su acto.

—Mira, Cillian, nos hemos enfrentado a muchas reacciones negativas


debido a la explosión de la refinería y los simulacros exploratorios del
Ártico —se queja Athair.

Cillian. No mo òrga.

—La explosión de la refinería ocurrió bajo tu supervisión, y mis


plataformas de exploración del Ártico probablemente aumentarán
nuestros ingresos en cinco mil millones de dólares para 2030 —señalo,
tocando el borde de mi copa de brandy—. En los ocho meses que llevo
haciendo este trabajo, nuestras acciones han subido un catorce por ciento.
No está nada mal para un CEO novato.
—No todos los tiranos son malos reyes. —Entrecierra los ojos—. Tus logros
no significan nada si la gente quiere que te destronen.

—Nadie quiere que me destronen. —Le doy una mirada compasiva—. La


junta me respalda.

—Todos los demás en la empresa quieren apuñalarte —ruge, golpeando


con el puño la mesa del comedor—. La junta solo se preocupa por las
ganancias, y votarían como yo quisiera que votaran si fuera necesario. No
te pongas demasiado cómodo.

Los utensilios traquetean, los platos vuela y el vino se derrama sobre el


mantel como gotas de sangre. Mi pulso aún esta tranquilo. Mi rostro
tranquilo.

Mantén la calma.

—Asustas a tus empleados, los medios te detestan y para el resto del


público eres un misterio. Sin familia propia. Sin compañera. Sin niños.
Sin ancla. No creas que no he hablado con Devon. Resulta que tengo la
misma forma de pensar que tu abogado. Necesitas a alguien que diluya tu
oscuridad, y la necesitas rápido. Resuelve esto, Cillian, y hazlo rápido. La
prensa te llama El Villano. Haz que se detengan.

Sintiendo el tic en mi mandíbula, frunzo los labios.

—¿Has terminado de ponerte histérico, Athair?

Mi padre se aparta de la mesa y se pone de pie y me señala con un dedo.


—Te llamé mo òrga porque nunca tuve que preocuparme por ti. Siempre
entregaste lo que necesitaba antes de que yo lo pidiera. El primer hijo
mayor perfecto Fitzpatrick en generaciones desde que su tatarabuelo viajó
de Kilkenny a Boston en un barco destartalado. Pero eso ha cambiado.
Estás cerca de los cuarenta y es hora de que sientes cabeza. Sobre todo si
quieres seguir siendo el rostro de esta empresa. En caso de que tu trabajo
no sea un incentivo lo suficientemente fuerte, déjame que te lo
explique. —Se inclina hacia mí, sus ojos nivelando los míos—. El siguiente
en la fila para el trono es Hunter, y ahora mismo, la persona después de
él es tu futura sobrina o sobrino. Todo por lo que has trabajado les será
heredado. Todo. Y si lo arruinas, me aseguraré de destronarte también.

Sale del comedor y arranca de la pared un retrato de los tres hermanos


Fitzpatrick.

Madre se levanta de su asiento y corre hacia el administrador de la


propiedad para, sin duda, ordenarles que vuelvan a enmarcar y rehacer el
retrato.

Sonrío serenamente, dirigiéndome a todos en la mesa.

—Más comida para nosotros.

Paso el resto del fin de semana en Mónaco.

Al igual que mi adorable hermano idiota, yo también tengo gusto por el


sexo poco convencional.
A diferencia de mi adorable hermano idiota, yo sé que es mejor no tenerlo
con mujeres al azar.

Había hecho viajes bimensuales a Europa, pasando tiempo con mujeres


discretas y cuidadosamente seleccionadas que habían aceptado arreglos
férreos. Dormir con una mujer requería más papeleo que comprar una
nave espacial. Siempre había sido cuidadoso, y lidiar con un escándalo
sexual además de la farsa que es mi imagen pública no está en mis planes.

Les pagué una tarifa jugosa, les di buenas propinas, fui siempre limpio,
amable y educado, y contribuí a la economía europea. Estas escorts no
tenían mala suerte como madres solteras o niñas pobres que provenían de
familias rotas. Eran estudiantes universitarias de primer nivel, aspirantes
a actrices y modelos maduras de familias de clase media a alta.

Viajaban en primera clase, vivían en lujosos apartamentos y eran exigentes


con su clientela megamillonaria.

No había utilizado el jet privado de mi familia para mis viajes a Europa


desde que fui nombrado director ejecutivo. Dejar una huella de carbono
de Kuwait para echar un polvo es demasiado perverso, incluso para mi
conciencia.

Bien. No tengo conciencia.

Pero si los medios de comunicación se enteraran alguna vez, mi carrera


estaría casi muerta, y la muerte es una especialidad que dejo para las
células cerebrales de Hunter.

Por eso me estoy rebajando en primera clase en un vuelo comercial,


soportando silenciosamente la presencia de otros humanos en mi camino
de regreso a Boston desde Mónaco.
No hay muchas cosas que odie más que a las personas. Pero estar
atrapado con un gran número de ellos en un colectivo alado y aire reciclado
es uno de ellos.

Después de instalarme en mi asiento en el avión, hojeo un contrato con


un nuevo contratista para mi plataforma petrolífera del Ártico, alejando
todos los pensamientos sobre la próxima paternidad de Hunter y la
hermana Penrose que irrumpió en mi oficina la semana pasada pidiendo
un préstamo.

Le dije que no la reconocía, lo que la volvió loca y me llevó a un estado de


constante erección.

Pero recuerdo a Persephone.

Bien y claro.

En la superficie, Persephone Penrose cumple todos los requisitos para mí:


cabello como oro hilado, ojos azul cobalto, labios de capullo de rosa y un
cuerpo pequeño envuelto en vestidos románticos. Una maestra de
preescolar sin uñas y sin colmillos, más fácil de domesticar que un gatito.

Saludable, idealista y angelical hasta los huesos.

Lleva vestidos hechos a mano, lápiz labial de sandía, el corazón en la


manga y esa expresión de cordero de un personaje de Jane Austen que
piensa que imbécil no es más que un apodo para hombres llamados
Richard.
Persephone no se equivocó con su suposición de venir a verme. Con
cualquier otro conocido mío, les daría el dinero solo para verlos sudar
mientras me devuelven el dinero.

Solo que en su caso, no quiero que mi vida este atada a la de ella.

No quiero verla, escuchar de ella y soportar su presencia.

No quiero que me lo deba.

Ella había estado enamorada de mí antes. Los sentimientos no me


interesan a menos que encuentre una forma de explotarlos.

—Ay. —Un juguete blando chirrió detrás de mi asiento—. Basta ya. Juro
por Dios, Tree, que yo…

—¿Que tu qué? Le dirás a mamá. Soplón.

¿Tree5? Las personas sentadas detrás de mí llamaron a su hijo ¿Tree? ¿Y


decidieron viajar en primera clase con dos niños menores de seis años?

Estos padres son la razón por la que existen los asesinos en serie. Tomo
dos ibuprofeno y los bajo con bourbon. Técnicamente, se supone que no
debo beber con el medicamento que tomo a diario para mi afección.

Oh bien. Solo se vive una vez.

—Deja de quejarte, Tinder —espeta la madre detrás de mí.

5
Árbol en español
Tinder6.

Oficialmente encontré a padres peores de lo que sería mi hermano. Estoy


un noventa y uno por ciento seguro de que Sailor no permitiría que Hunter
nombrara a su hijo Pinecone7 o Daylight Savings8. El nueve por ciento que
falta se debe al hecho de que el amor los ciega de manera nauseabunda,
por lo que nunca se puede saber con certeza.

—¡Él siempre hace esto! —grita el pequeño Tinder, logrando patear el


respaldo de mi asiento a pesar de que esta a cuatro pies de
distancia—. Tree es un cara apestosa.

—Bueno, eres feo y raro —replica Tree.

—No soy raro. Soy especial.

Ambos demonios son insoportables, y estoy a punto de darles la noticia a


sus igualmente diabólicos padres antes de recordar que no puedo
permitirme otro titular de la variedad Cillian-Fitzpatrick-come-bebés-
como-desayuno.

El director ejecutivo de Royal Pipelines les grita a niños inocentes en vuelo


de regreso de sus escorts.

No gracias.

Y solo para que conste, nunca en mi vida he consumido carne humana.


Es demasiado magro, demasiado insalubre y completamente poco común.
6
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7
Piña
8
Horario de Verano
Golpeando mentalmente mi pie hasta el despegue, hago crujir mis
nudillos.

Una vez que estamos en el aire, me paro y camino, haciendo notas en el


contrato con un marcador rojo.

Cuando vuelvo a mi asiento, está ocupado.

No solo ocupado, sino ocupado por mi archienemigo.

El hombre que esperé que resurgiera de las sombras en el momento en


que fui nombrado director ejecutivo de Royal Pipelines. Francamente, me
sorprende que le hubiera llevado tanto tiempo.

—Arrowsmith. Qué sorpresa tan terrible.

Él mira hacia arriba, sonriéndome.

Andrew Arrowsmith es un bastardo apuesto, en una especie de


presentador de noticias locales. Corte de cabello idéntico, dientes blancos
blanqueados, cada uno del tamaño de un ladrillo, estructura alta y lo que
estoy seguro en un setenta por ciento es un trasplante de barbilla. Érase
una vez, él estaba en mi esfera social. En estos días, todo lo que
compartimos es una rivalidad que se remonta a nuestra época en Evon.

Ambos asistimos a las mismas escuelas hasta que no lo hicimos. Hasta


que su familia quebró y él se cayó de la escala social, tan bajo que entró
en otra dimensión, llena de parques de casas rodantes y comida enlatada.
—Cillian. Pensé que podrías ser tú. —Se pone de pie y me ofrece la mano.
Cuando no hago ningún movimiento para tomarla, se retira, pasándose la
misma mano por el cabello de Keith Urban.

No he visto al hombre en más de dos décadas y estoy perfectamente


contento de pasar el resto de mi vida olvidando su cara de niño bonito.

—Público exigente. Mi familia. —Hace un gesto hacia la fila de asientos


detrás de mí, donde una mujer de cabello decolorado con el atuendo
completo de Lululemon practica respiraciones profundas para salvarse de
un colapso mental, dos niños mocosos en su regazo, en el cuello del
otro—. Esta es Joelle, mi esposa y mis hijos gemelos, Tree y Tinder.

No se me escapa que Andrew, que tiene la misma edad que yo, tiene esposa
e hijos. La soga invisible se aprieta alrededor de mi cuello.

Podría perder mi trabajo.

Mi herencia.

Mi gran visión dorada.

Necesito empezar a reproducirme y rápido.

—¿Quién eligió sus nombres? —Señalo con la barbilla hacia los pequeños
monstruos.

Joelle se anima, agitando una mano como si le preguntara quién encontró


la cura para el cáncer.

—Moi. ¿No son adorables?


¿Los nombres o los niños? Ambos son horribles, pero solo los nombres son
culpa suya. Me vuelvo hacia Andrew, ignorando la pregunta de su esposa.
Yo nunca miento. Mentir implicaría que me importa lo que piense la gente.

—¿Regresando a Southie? —Pregunto. La última vez que lo comprobé,


vivía en la peor parte de Boston, donde su familia apenas llegaba a fin de
mes, gracias a la mía.

Claramente, su suerte ha cambiado si vuela en primera clase en estos días.

—Te sorprendería saber que lo estoy. —Él sonríe ampliamente, su pecho


hinchado de orgullo—. Compré una casa allí el mes pasado. Estoy
volviendo a mis raíces. De donde vengo.

Venía de Back Bay, la zona de los gilipollas ricos, pero no le doy el placer
de mostrarle que lo recuerdo.

—Acabo de aceptar un trabajo con Green Living. Estás mirando a su más


nuevo director ejecutivo.

Green Living es una organización ambiental sin fines de lucro que es vista
como la hermana más violenta y atrevida de Greenpeace. No hay muchas
empresas que odien a Royal Pipelines más que Green Living, y no hay
muchos hombres que me odien tanto como Andrew Arrowsmith.

Esto, en sí mismo, no es noticia. Puedo contar con una mano las personas
que me conocen y que no les desagrado seriamente. Lo que hace peligroso
a Andrew es que conoce mi secreto.

Lo único que he guardado en un lugar seguro y bajo llave desde el


internado.
Desde Evon.

Ahora eso es un cambio en el juego.

—Eso es lindo —digo secamente—. ¿Saben que eres tan competente como
una servilleta?

Eso no es cierto. Lo he seguido a lo largo de los años y sé que no solo es


un abogado exitoso con talento para la ecología y los problemas
ambientales, sino que también es el favorito de los programas matutinos
y de CNN. Cada vez que el cambio climático aparece en las noticias, él esta
allí con un micrófono, ya sea dirigiendo una manifestación masiva,
encadenado a un maldito árbol o hablando de ello en la televisión en
horario estelar.

Andrew ha interferido en el negocio de Royal Pipelines muchas veces a lo


largo de su carrera. Él intimidó a las compañías de publicidad para que
no trabajaran con nosotros, hizo que una compañía de juegos abandonara
su asociación con nosotros y escribió un libro superventas sobre los
señores del petróleo, esencialmente culpando a compañías como la mía
por causar cáncer a las personas.

Tiene fanáticos, groupies y grupos de Facebook dedicados a él, y no me


sorprendería saber que hay un consolador con su cara.

—Oh, ellos conocen mis capacidades, Fitzpatrick. —Toma una copa de


champán de la bandeja de una azafata—. No pretendamos que no nos
hemos estado controlando el uno al otro. Conoces mis credenciales. Mis
victorias. Mi agenda. Dejo que mis principios me guíen al igual que mi
padre.
Su padre había sido despedido por mi padre cuando ambos éramos niños,
empujando a la familia Arrowsmith a una vida de pobreza. Antes de eso,
nuestras familias habían sido unidas y Andrew y yo habíamos sido mejores
amigos. Los Arrowsmith nunca perdonaron a los Fitzpatrick por la
traición, aunque Athair tenía una razón sólida para despedir a Andrew
Senior el contador había metido la mano en el tarro de miel de la compañía.

—¿Cómo está tu viejo? —Pregunto.

—Falleció hace tres años.

—No muy bien entonces.

—Veo que ser un idiota todavía corre por tu sangre. —Bebe el champán.

—No puedo luchar contra mi ADN —digo sin rodeos—. Ahora, la gente que
busca mi sangre es otra cosa. Puedo luchar contra ellos con uñas y
dientes.

—¿Qué tal Gerald? ¿Aún aguanta ahí? —Andrew ignora mi amenaza


apenas velada.

—Conoces a Gerry. Puede sobrevivir a cualquier cosa que no sea una


explosión nuclear.

—Hablando de cosas que pronto estarán muertas, escuché que papá te dio
las llaves de Royal Pipelines ya que tuvo que renunciar por... ¿qué
era? —Chasquea los dedos, frunciendo el ceño—. ¿Diabetes tipo 2? La gula
siempre corrió en tu familia. ¿Cómo está manejando sus problemas de
salud?
—Secando sus lágrimas con billetes de cien dólares. —Dejo escapar una
sonrisa lobuna. Arrowsmith intenta ofender mi delicada sensibilidad,
olvidando que no tengo ninguna.

Todavía estamos en el pasillo cuando la nueva realidad se instala,


goteando en mi torrente sanguíneo como un veneno.

Casarse ya no es una opción.

Es una necesidad para asegurar mi puesto como CEO de Royal Pipelines.

Andrew Arrowsmith se dirige de regreso a Boston para derribarme,


asumiendo el control de una compañía que puede arruinar a Royal
Pipelines en su bandera.

Tiene influencia, un apetito de venganza y está al tanto de mi secreto más


oscuro.

No estoy perdiendo la compañía, y definitivamente no estoy perdiendo mi


riqueza por los futuros hijos de Hunter y Aisling.

—¿Vas a pasar a la parte buena, Andrew? —Hago un espectáculo de


bostezos.

—Ninguna parte de mí cree que nos encontramos accidentalmente.

—Siempre un tirador tan directo. —Andrew se inclina hacia adelante,


bajando la voz mientras se lanza a matar. —Puede que haya aceptado el
trabajo o no para ajustar una vieja cuenta. En el momento en que supe
que estabas en el trono, la tentación de decapitar al rey se volvió
excesiva. —Su respiración abanica un lado de mi cara—. Matarte a ti y a
tu padre económicamente será fácil. Con Gerald débil y fuera del circuito,
y tú vulnerable después de años de mala prensa, voy por tu garganta,
Fitzpatrick. El querido por los medios contra el villano de la prensa. Deja
que gane el mejor.

Caminando de regreso a mi asiento y poniéndome cómodo allí, paso una


página del contrato en el que estoy trabajando.

—Siempre fuiste un chico tonto —reflexiono, pasando otra página del


contrato que tengo con indiferencia—. Te despojaré de todas las cosas que
has logrado desde la última vez que te vi. Tomare lo que sea más cercano
y querido para ti, y te veré pagar. Oh, ¿y Andrew? —Miro hacia arriba y le
dirijo una sonrisa—. Déjame asegurarte, sigo siendo el mismo bastardo
resistente que dejaste atrás.

Regresa con su familia. Siento su mirada en la parte de atrás de mi cabeza


durante todo el vuelo.

Necesito una novia, y rápido.

Alguien amigable con los medios para equilibrar quién soy yo.

Lo que represento.

Conozco a la persona justa.


Cuatro

Los días se arrastran como un clavo sobre una pizarra.

Estoy al borde. Nerviosa, de mal humor e incapaz de respirar hondo y


satisfactoriamente.

Desde que regresé de la oficina de Cillian con las manos vacías, no podía
soportar nada ya fuera comida, café, agua o verme en el espejo.

Mi mente vagaba constantemente a un video mental de Byrne y Kaminski


arrojando mi cuerpo sin vida al río Charles. Sobre la negativa de Cillian.
El insoportable aguijón de eso.

Había olvidado la letra de todas las canciones durante la hora del círculo
en clase, casi le di de comer a Reid, que era intolerante a la lactosa,
macarrones con queso de Dahlia, y mezclé arena cinética con la real,
haciendo un gran lío que tuve que quedarme hasta tarde para limpiar
después.

Nubes grises grandes por la lluvia se ciernen sobre mí mientras me dirijo


a casa, trotando desde mi bicicleta hasta mi entrada, agarrando mi bolso
de hombro en un apretón fuerte. Me recuerdo a mí misma que tengo
ambos, gas pimienta y un Taser, y que hay cero por ciento de posibilidad
de que Byrne y Kaminski me maten en la puerta de mi casa.

Bueno, tal vez un diez por ciento de posibilidad.

Probablemente es alrededor de los veinticinco, pero definitivamente no más


que eso.

En el momento en que entro a mi edificio, alcanzo el interruptor. Para mi


sorpresa, la luz ya está encendida. Una mano fuerte agarra mi muñeca,
girándome para enfrentar a la persona a la que pertenece.

¿Pelear o huir? me pregunta mi cuerpo.

Pelea, responde mi cerebro. Pelea siempre.

Tiro mi bolso en la cara del intruso, un gruñido sale de mi boca. Lo esquiva


sin esfuerzo, tirándolo al suelo y provocando que el contenido de mi bolso
salga rodando. Levanto la mano para arañar sus ojos. Agarra mis muñecas
en una palma, asegurándolas en su lugar entre nosotros antes de
apoyarme contra la puerta de entrada para que estemos pegados el uno al
otro.

—¡Déjame ir! —Grito.

Para mi sorpresa, la figura oscura y gigantesca hace exactamente eso,


retrocediendo y recogiendo el spray de pimienta que cayó de mi bolso para
examinarlo con ligereza.
—¿Cillian?

Resisto el impulso de frotarme los ojos con incredulidad. Pero ahí está él,
vestido con una gabardina de diseñador, mocasines italianos puntiagudos
y su ceño fruncido característico de vete al diablo que hace que mi corazón
gire como una stripper en un poste.

—Estás aquí —le digo, más para mí que para él.

¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? Tantas preguntas flotan en mi cerebro


nebuloso.

—Espero sinceramente que nuestros hijos no hereden tu tendencia a


señalar lo obvio. Lo encuentro extremadamente trivial. —Quita el seguro
del spray de pimienta y lo vuelve a atornillar, así que la próxima vez que
intente usarlo, estaría listo para funcionar.

—Mmm ¿qué? —Aparto los mechones de cabello que caen sobre mis ojos
como ramas rebeldes en una jungla. La sombra de las cinco en punto
velando la gruesa columna de su garganta me da ganas de presionar mis
labios contra su cuello.

Sus imperfecciones lo hacen íntimamente hermoso. Desprecio cada


segundo de estar cerca de él.

—¿Recuerdas que te dije que no reparto favores gratis? —Hace rodar el


gas pimienta entre sus dedos, sus ojos en el pequeño bote.

—Algo difícil de olvidar.

—Bueno, es tu día de suerte.

—Permíteme ser escéptica.

En este punto, no tengo mala suerte. Yo estoy seis pies debajo eso. En
algún lugar entre desventurados y malditos.
—Descubrí lo que quiero de ti.

—¿Quieres algo de mi pequeño yo? —Pongo mi mano en mi pecho con un


jadeo burlón mientras trato de regular los latidos de mi corazón. No puedo
evitarlo. Nunca perdía la oportunidad de menospreciarme—. Estoy sin
palabras.

—No te hagas ilusiones, chica de las flores —murmura.

Mi apodo no se me escapa. La chica de las flores es tradicionalmente la


niña pequeña en la boda, diseñada para atraer arrullos y atención positiva.
La niña ingenua cuyo trabajo es caminar en línea recta.

Da un paso hacia mí, invadiendo mi espacio personal. Su olor a hombre,


cedro seco y cuero se filtra en mi sistema, emborrachándome.

—Para que esto funcione, no debes desarrollar ningún sentimiento por


mí —advierte sombríamente.

No tiene sentido decirle que nunca lo había superado en primer lugar.


Realmente no. No en todas las formas que importan.

Me quita un mechón de cabello húmedo de la sien sin tocar mi piel. La


forma en que me mira me pone nerviosa. Con frío desprecio, sugiriendo
que lo trajeron aquí a punta de pistola y no por su propia voluntad.

—Me ocuparé de tus problemas de dinero y divorcio. Haré que


desaparezcan. No como un préstamo, sino como un regalo.

Mi cuerpo se hunde de alivio.

—Oh Dios. Cillian, muchas gracias…

—Déjame terminar. —Sisea, su voz crujiendo en el aire como un


látigo—. Nunca dejo que una buena crisis se desperdicie, y la tuya podría
ser muy beneficiosa para mí. No tendrás que pagarme porque tu forma de
compensación será poco convencional. Vas a ser mi esposa. Te casarás
conmigo, Persephone Penrose. Sonreirás a las cámaras por mí. Asistirás a
eventos de caridad en mi nombre. Y me darás hijos. Tantos como sean
necesarios hasta que tenga un hijo varón. Ya sea uno, tres o seis.

—¡Cualquier cosa! —Grito, apresurándome a aceptar su oferta antes de


que sus palabras se hundan—. Me encantaría…

¿Espera qué?

Por un largo momento, simplemente lo miro. Estoy tratando de decidir si


esta haciendo una broma elaborada en mi nombre.

De alguna manera, no pensé que lo fuera. Por un lado, Cillian Fitzpatrick


no posee sentido del humor. Si el humor lo encontrara en un callejón
oscuro, se marchitaría y explotaría en una nube de murciélagos chillones.
Por otro lado, más que cruel, Kill es terriblemente pragmático. No perdería
su precioso tiempo bromeando conmigo.

—¿Quieres que me case contigo? —Repito tontamente.

Su rostro esta resignado y solemne. Me ofrece un breve asentimiento.

Santo infierno, no está bromeando. El hombre de mis sueños quiere


casarse conmigo. Tomarme como esposa.

Solo hay una respuesta posible para eso.

—No. —Lo aparto—. Ni en un millón de años. No, no, nien, niet. —Estoy
hurgando en mi memoria en busca de otros idiomas para
rechazarlo—. No —digo de nuevo—. El último es en español, no en inglés.

—Explícate —exige.

—No podemos casarnos. No nos amamos. —Inclino mi barbilla hacia


arriba desafiante—. Y sí, sé que el amor es muy de clase trabajadora.
—Clase media —corrige—. El medio feliz y tonto se siente lo
suficientemente cómodo como para que no le importe y lo suficientemente
estúpido como para no apuntar más alto. Las clases altas y trabajadoras
siempre toman en consideración los asuntos financieros. ¿Puedo
recordarte que la última vez que te casaste por amor —dice la palabra como
si dijeras herpes—, terminó con una deuda enorme, un marido fugitivo y
amenazas de muerte? El amor está sobrevalorado, sin mencionar voluble.
Viene y va. No se puede construir una base sobre eso. Los intereses
mutuos y las alianzas son una historia diferente.

Pero aquí está la parte realmente patética, no quiero casarme con él


precisamente porque una parte de mí sí lo ama.

Poner mi felicidad en sus manos fue la idea más tonta que jamás tuve.

No importa cuánto traté de ignorarlo, Kill fue mi primer enamoramiento


real. Mi primera obsesión. Mi deseo incumplido. Él siempre tendría un
pedazo de mi corazón, y no quería pensar en todas las formas en las que
abusaría de él si estuviéramos juntos.

Además, casarme con el villano más notorio de Boston es una mala idea,
y estoy bastante segura de que he llenado mi cuota de maridos imbéciles
para este siglo.

—Mira, ¿qué tal un compromiso? —Sonrío brillantemente—. Puedo salir


contigo. Ser tu novia. Salir de tu brazo y que nos tomen una buena foto.
Tendremos un pequeño arreglo.

Me mira con franca diversión.

—¿Crees que tu compañía vale cien mil dólares?

—Me estás ofreciendo cien de los grandes para convertirme en tu


acompañante y tener a tus hijos. Plural. Si fuera una sustituta, obtendría
la misma cantidad de dinero por un bebé. —Estallo.
—Ve a ser una sustituta. —Él se encoge de hombros.

—Es un procedimiento largo. No tengo suficiente tiempo.

—Tú tampoco pareces tener suficiente cerebro. —Toca mi sien, frunciendo


el ceño como si se preguntara cuánto había dentro de esa cabeza
mía—. Acepta mi oferta. Es tu única salida.

Lo aparto.

—Eres un bastardo.

Sonríe con impaciencia. —Lo sabías cuando te ofreciste a mí de muy buena


gana hace tantos años.

Él lo recordaba.

Lo recuerda, y por alguna razón, eso me calma por completo.

Tía Tilda, ¿qué diablos has hecho?

—Mira. —Niego con la cabeza, tratando de pensar con claridad—. ¿Qué tal
si empezamos a salir y yo…

—No. —Me interrumpe secamente—. Matrimonio o nada.

—¡Ni siquiera te gusto!

Cillian mira ese grueso reloj suyo, perdiendo la paciencia.

—¿Qué tiene que ver el gustar con casarme contigo?

—¡Todo! ¡Tiene todo que ver con ello! ¿Cómo esperas que nos llevemos
bien?

—No lo espero —dice rotundamente—. Tendrás tu casa. Yo tendré la mía.


Serás increíblemente rica, vivirás en Billionaires 'Row y te convertirás en
una de las personas de la alta sociedad más envidiadas de Nueva
Inglaterra. Estarás lo suficientemente lejos de mí para hacer lo que
quieras. Soy sensato, justo y realista. Mientras me des herederos, me des
exclusividad a lo largo de nuestros años de producción de niños y te
mantengas fuera de los tabloides, no deberías verme mucho más allá de
los primeros años de nuestro matrimonio. Pero no divorcio —advierte,
levantando un dedo—. Es de mal gusto, malo para los negocios y
demuestra que eres de los que abandonan. No soy un cobarde.

Quiero estallar. Con risas o lágrimas, no estoy segura.

Esto no es lo que pedí, tía —grito por dentro—. Te saltaste la mejor parte
de que lo tuviera.

—Te das cuenta de que soy una persona y no una freidora,


¿verdad? —Pongo una mano sobre mi cadera, perdiendo la
paciencia—. Porque a mí me parece que estás tratando de comprarme.

—Eso es porque lo estoy haciendo. —Me mira como si estuviera loca. Como
si fuera yo la que tuviera el problema—. Las personas que denigran el
dinero tienen una cosa en común, no lo tienen. Tienes la oportunidad de
cambiar tu destino, Persephone. No lo arruines.

—Perdón si sueno desagradecida, pero tu propuesta me parece una


existencia muy triste. Quiero ser amada. Ser apreciada. Envejecer con el
hombre que elija y que me elija a mí.

Incluso después de lo que pasó con Paxton, y aunque todavía tenía fuertes
sentimientos hacia Cillian, creía en los cuentos de hadas. Simplemente
acepté que la mía estaba escrita de manera excéntrica con demasiado
prólogo y escenas que estaba feliz de cortar.

Saca un par de guantes de cuero del bolsillo del pecho y se los pone sobre
su muslo musculoso antes de deslizar sus grandes manos en ellos.
—Puedes tener todas esas cosas con el tiempo, pero no conmigo. Búscate
un amante. Lleva una vida tranquila con él siempre que él firme todos los
documentos necesarios. Tú harás lo tuyo; yo haré lo mío. Lo que hago, en
caso de que tengas alguna idea romántica persistente sobre nosotros,
incluye una cantidad insaciable de escorts de alto nivel y prácticas
sexuales cuestionables.

Lo único que me mantiene de pie en este punto es el pensamiento de que


probablemente se trate de una alucinación, debido al hecho de que no he
estado durmiendo o comiendo bien recientemente.

Carbohidratos. Necesito carbohidratos.

—Quieres que te engañe. —Me froto la frente.

—Después de darme hijos legítimos, puedes hacer lo que quieras.

—Necesitas un abrazo. —Frunzo el ceño—. Y un psiquiatra. No en ese


orden.

—Lo que necesito es engendrar herederos. Al menos un varón. Un par de


otros por apariencia y respaldo.

Respaldo.

¿Estamos hablando de niños o de cargadores de teléfonos?

Mi cabeza da vueltas. Busco apoyo en la pared.

Siempre supe que Cillian Fitzpatrick era un desastre, pero este es un nivel
de locura que fácilmente podría asegurarle un lugar en una institución
mental.

—¿Por qué varón? Por si no lo has notado, estamos en el siglo XXI. Hay
mujeres como Irene Rosenfeld, Mary Barra, Corie Barry —Empiezo a
enumerar a las directoras ejecutivas. Me interrumpe.
—Ahórrame la lista del supermercado. La verdad del asunto es que
algunas cosas no han cambiado. Las mujeres nacidas en privilegios
obscenos también conocidas como mis futuras hijas, rara vez optan por
carreras agitadas, que es lo que exige el funcionamiento de Royal Pipelines.

—Eso es lo más sexista que he escuchado.

—Sorprendentemente, estoy de acuerdo contigo en ese mismo


punto. —Comienza a abrocharse el abrigo, señalando su partida—. No
obstante, no soy yo quien establece las reglas. Tradicionalmente, el hijo
del primogénito hereda la mayoría de las acciones y el papel de director
ejecutivo de Royal Pipelines. Así fue como mi padre consiguió el puesto.
Así es como lo conseguí yo.

—¿Y si el niño quiere ser otra cosa?

Me mira como si le acabara de preguntar si debería perforarme la ceja con


un arma semiautomática. Como si realmente estuviera más allá de la
ayuda.

—¿Quién no quiere ser el director de una de las empresas más ricas del
mundo?

—Cualquiera que sepa lo que implica un papel como ese —le


respondo—. No te ofendas, pero no eres el hombre más feliz que conozco,
Kill.

—Mi primer hijo continuará con mi legado —dice con total


naturalidad—. Si te preocupa su salud mental, te sugiero que lo envíes a
terapia desde la infancia.

—Parece que vas a ser un padre maravilloso. —Cruzo mis brazos sobre mi
pecho.
—Tendrán una madre suave. Lo menos que puedo hacer es darles la dura
realidad de la vida.

—Eres horrible.

—Estás perdiendo el tiempo —replica.

El nudo nervioso de histeria que se formaba en mi garganta crece. No


porque me pareciera tan terrible la idea de casarme con Cillian, sino
porque no lo hace, y eso me trastorna. ¿Qué tipo de mujer salta de cabeza
al matrimonio con el hombre más perverso de Boston mientras aún está
casada con el menos confiable?

Yo.

Esa es quién.

Contemplo está loca idea por muchas razones, todas ellas equivocadas:

No más problemas de dinero.

Un divorcio seguro de Paxton.

Tener la compañía de Cillian y toda la atención, aunque sea por unos


pocos años.

¿Quién sabe? Quizás la tía Tilda lo iba a lograr después de todo. Podríamos
comenzar como un arreglo y terminar como una pareja real.

No. No puedo abordar su tren a Pueblo Loco. La última parada es Corazón


Roto, y ya había tenido suficiente de eso en mi vida. Paxton ya me había
aplastado. Pero mi encaprichamiento con Pax fue dulce y confortable.
Cillian siempre agitaba en mí algo crudo y salvaje que podía cautivarme.

Necesitaba pensar en ello con claridad sin que él se enfrentara a mi cara


con su olor a drogas, su mandíbula cuadrada y su fría impecabilidad.
Doy un paso hacia un lado, hacia la escalera. —Mira, ¿puedo pensar en
ello?

—Por supuesto. Tienes un montón de tiempo. No es como que la multitud


este detrás de ti. —Su dicción de chico rico se burla de mí.

Se exactamente lo mala que es mi situación. Aún así, si voy a ceder


oficialmente el resto de mi vida al hombre que me aplastó, necesito al
menos darme unos días para procesarlo.

—Dame una semana.

—Veinticuatro horas —responde.

—Cuatro días. Estás hablando del resto de mi vida aquí.

—No vas a tener una vida si no aceptas. Cuarenta y ocho horas. Esa es mi
oferta final y es generosa. Sabes dónde encontrarme.

Se da la vuelta y se dirige a la puerta.

—Espera —grito.

Hace una pausa, sin darse la vuelta.

Un flashback de mí misma viéndolo irse y pedirle que se quedara en la


boda de Sailor y Hunter me golpea. Sé, con una certeza que me quema el
alma, que va a ser nuestra normalidad si acepto su oferta.

Yo siempre buscándolo y él siempre retirándose a las sombras. El humo


oscuro y embriagador de un hombre que podía sentir y ver pero nunca
captar.

—Dame la dirección de tu casa. No quiero volver a ir a tu oficina. Me hace


sentir que estamos haciendo negocios.

—Nosotros estamos haciendo negocios.


—Tu PA9 es horrible. Casi me apuñala el día que te visité.

—Casi es la palabra clave aquí. —Sacando una tarjeta de negocios, le da


vuelta y garabatea su dirección—. No habría cubierto sus honorarios
legales y ella lo sabe.

Me entrega la tarjeta.

—Cuarenta y ocho horas —me recuerda—. Si no tengo noticias tuyas,


asumiré que rechazas mi oferta o que fuiste liquidada prematuramente, y
pasaré a la siguiente candidata de mi lista.

—Hay una lista. —Me quedo boquiabierta.

Por supuesto que hay una lista. Yo soy solo una de las muchas mujeres
que cumplen con todos los requisitos para el poderoso Cillian Fitzpatrick.

Me pregunto qué incluían dichos requisitos.

¿Ingenua?

¿Desesperada?

¿Estúpida?

¿Bonita?

Trago, pero la pelota en mi garganta no se mueve. Me siento tan desechable


como un pañal e igualmente deseable.

Cillian me lanza una mirada gélida.

—Navega por tu catálogo de novias por correo, Cillian. —Le entrecierro los
ojos—. Te haré saber mi respuesta.

9
Asistente Personal
Lo veo irse, llevando mi libertad, esperanzas y opciones en su bolsillo de
diseñador.

Sabiendo que no importa si rechazo o acepto su oferta, cualquiera de las


dos opciones sería un error.

Al día siguiente, me presento en el trabajo con un vestido manchado de


café y con los ojos inyectados en sangre. Llamé a Sailor, tragándome mi
orgullo y haciendo lo que prometí no hacer pedirle un préstamo. Pero antes
de que pudiera pronunciar la solicitud, me dijo que había estado sintiendo
unos calambres sospechosos en el abdomen, y no me atreví a preguntar.

Pasé mi hora de almuerzo llamando a todos los prestamistas en efectivo


en Boston. La mayoría me colgó, algunos se rieron y unos pocos
expresaron su pesar, pero dijeron que tendrían que dejar de lado mi
negocio.

Incluso intenté llamar a Sam Brennan. Me encontré con un mensaje


electrónico pidiendo un código para comunicarse con él.

No tuve acceso al hombre más misterioso de Boston.

Aunque crecí como la mejor amiga de su hermana menor, era tan invisible
para él como el resto de mis amigos.

Belle está en el trabajo cuando llego a casa. Me alegro de que lo esté porque
hay una caja esperando fuera de la puerta de su apartamento. El paquete
esta dirigido a mí, así que lo abro. Dentro hay dos piezas de lencería.
Agarro una tanga de encaje negro, dándome cuenta de que dentro de la
lencería espera una bala.

Byrne.

Corro al baño, vomitando lo poco que había comido.

Metiendo un puñado de galletas en mi boca, trago un pequeño trozo de


queso y las paso con jugo de naranja.

Me arrastro hasta la cama de Belle, todavía con mi vestido de trabajo. Hace


frío y está vacío. La lluvia golpeando la ventana me recuerda lo sola que
estoy.

Mamá y papá se habían mudado a los suburbios hace un par de años.


Mudarse con ellos ahora invitaría problemas a su puerta , problemas
mortales, y no podía hacerles eso.

Sailor estaba casada y embarazada, dirigía un exitoso blog de comida y


capacitaba a jóvenes arqueros como parte de una fundación benéfica que
comenzó. Su vida era plena, completa y buena.

Ash estaba ocupada ideando planes para ganarse a Sam Brennan, yendo
a la escuela de medicina y convirtiéndose en una de las mujeres más
fantásticas que había conocido.

Y Belle estaba haciendo una carrera por sí misma.

Tumbada en la oscuridad, miro a través de la ventana mientras Lady Night


revisa todos sus atuendos. El cielo pasa de la medianoche a un azul neón
y, finalmente, a naranja y rosa. Cuando el sol sube por el rascacielos de
Boston, centímetro a centímetro, como una reina que se levanta de su
trono, sé que tengo que tomar una decisión.

El cielo está despejado.


La tía Tilda no me iba a ayudar a salir de esta. Es mi decisión. Mi
responsabilidad.

El silencio recorre el apartamento. Belle no regresó a casa anoche.


Probablemente estaba dentro de la cama de un hombre guapo,
extendiendo sus curvas como una obra de arte para que él la adorara.

Saliendo de la cama, entro descalza en la cocina y enciendo la máquina de


café y la radio antigua de Belle. La misma estación de los ochenta que
nunca deja de levantarme el ánimo canta las últimas notas de "How Will I
Know" de Whitney Houston, seguido de un pronóstico del tiempo,
advirtiendo sobre una tormenta inminente.

Hay un jarrón lleno de rosas frescas en el mostrador, cortesía de uno de


los muchos admiradores que frecuentaban Madame Mayhem con la
esperanza de captar el interés de mi hermana.

Chica de las flores.

Arranco una de las rosas blancas. Su espina atraviesa mi pulgar. Una gota
de sangre en forma de corazón encaramada entre los pétalos.

—¿Casarme o no con el villano favorito de Boston?

Arranco el primer pétalo.

Cásate con él.

El segundo.

No te cases con él.

Luego el tercero.

El cuarto.

El quinto…
Cuando llego al último pétalo, mis dedos tiemblan, mi corazón late rápido
y cada centímetro de mi cuerpo esta cubierto de piel de gallina. Tiro del
último pétalo, el color nevado de un vestido de novia.

El destino dice la última palabra.

No es que importe porque mi corazón ya sabe la respuesta.

Se ha tomado una decisión.

Ahora tengo que afrontar las consecuencias.


Cinco

—Buena sesión, Sr. Fitzpatrick. Eres uno de los jinetes más talentosos que
he visto. Habilidades locas, señor. —Uno de los muchachos del establo
llenos de granos bajo mi nómina se tambalea detrás de mí, su lengua
lamiendo como un cachorro ansioso.

Camino desde el granero de regreso a mi auto, empujando mi brida en su


pecho junto con una propina grande.

Como mínimo, ser repugnante, inmortal, asquerosamente rico significa


que la gente está ansiosa por decirme cómo soy el mejor en cualquier cosa,
ya sea en equitación, esgrima, golf y natación sincronizada.

No es que haga nado sincronizado, pero estoy seguro de que me darían


una medalla si la pedía.

—¡Gracias por la propina, Sr. Fitzpatrick! Eres el mejor jefe que he…

—Si quisiera que me besaran el trasero, iría por alguien más curvilíneo,
más rubio y con un sistema reproductivo completamente diferente. —digo
cortante.
—Correcto. Si. Lo siento. —Se sonroja, abre la puerta de mi Aston Martin
Vanquish para mí y hace una reverencia. Me deslizo en el auto y acelero
el motor.

La aplicación Ring de mi teléfono me informa que hay un visitante en la


puerta de mi casa.

Jalando de mis guantes, los tiro en el asiento del pasajero antes de deslizar
la pantalla del teléfono.

No tengo que revisar mi muñeca para saber que no estoy en mis habituales
cincuenta latidos por minuto. Yo soy un ecuestre altamente condicionado,
un atleta nato. Pero en este momento, son al menos sesenta y dos.

Soy un idiota certificado por desarrollar una preferencia hacia una novia
potencial sobre la otra, considerando que ninguna de las candidatas en mi
lista iba a caminar por el pasillo feliz o voluntariamente.

Todas tenían motivos para decir que sí, y ninguno tenía que ver con mi
personalidad, ingenio o modales impecables.

Persephone Penrose fue la primera a la que me acerqué. Ella necesitaba


un alivio financiero como yo necesitaba un buen truco de relaciones
públicas y un par de niños.

Ella es, por mucho que odiara admitirlo, también mi candidata favorita.
Bondadosa, de mente sana más o menos, con rostro de ángel y un cuerpo
que podría tentar al diablo.

Ella es perfecta. Demasiado perfecta, de hecho. Tan perfecta que a veces


tenía que apartar la mirada cada vez que estábamos en la misma
habitación. Desvié la mirada de ella más veces de las que podía contar,
siempre optando por observar a su boba hermana. Ver el accidente de tren
que era Emmabelle me recordaba que no quería que el grupo de ADN de
Penrose estuviera cerca del mío.
Emmabelle era ruidosa, lasciva y obstinada. Podría discutir con un
maldito muro durante días y aún perder. Concentrarse en ella era menos
peligroso que mirar a Persephone.

Y mirar a Persephone fue algo que hice discretamente, pero a menudo,


cuando nadie estaba mirando.

Por eso el hecho de que no hubiera vuelto con una respuesta era algo
bueno. Realmente genial.

No necesitaba este lío.

No necesitaba que mi frecuencia cardíaca superara los sesenta.

Caso en cuestión, cuando el video de mis puertas dobles negras con


herrajes de latón apareció a la vista, mi pulso comenzó a rasguear sobre
mi párpado. Fueron las señoras de la limpieza y mi chef, entrando en mi
casa para prepararlo antes del contragolpe que estaba organizando esta
noche.

Arrojo el teléfono al asiento del pasajero y miro mi Rolex.

Habían pasado exactamente cuarenta y nueve horas y once minutos desde


que le hice mi oferta a Persephone. Su tiempo se acabó. El cronometraje y
la fiabilidad eran dos de las pocas cosas que admiraba de las personas.

Le faltaban ambos.

Al hacer clic para abrir mi guantera, saco la nota adhesiva que Devon me
había dado con los nombres de posibles novias. La siguiente en mi lista es
Minka Gomes. Una ex modelo que ahora es psicóloga infantil. Piernas por
millas, una buena familia y una sonrisa perfecta (aunque Devon me había
advertido que tenía carillas).
Tiene treinta y siete años, está desesperada por tener hijos y es lo
suficientemente tradicional como para querer una boda católica. Ella ya
había firmado un acuerdo de confidencialidad antes de que me acercara a
ella, algo que había hecho que Devon hiciera con todas mis posibles
novias, excepto Persephone, que es:

1. Mi primera candidata y, por tanto, mi intento más descuidado


y…

2. Demasiado buena para decírselo a un alma.

Marco su dirección en la aplicación de navegación, saliendo del camino de


entrada de mi hacienda privada, donde había pasado las últimas horas
montando mis caballos, ignorando mis responsabilidades, y no enfurecido
por el hecho de que Persephone Penrose necesitaba pensar en casarse
conmigo cuando la otra opción disponible era una muerte espantosa en
manos de mafiosos callejeros.

Deliberadamente no estuve en casa porque sabía que Persephone no iba a


morder el anzuelo.

Tiene demasiada integridad, moral, por no mencionar, otro marido


cambiante en algún lugar del mundo.

—Esperemos por tu bien que no seas tan tonta como para rechazar mi
oferta también —murmuro a una Minka invisible mientras tomo la
carretera hacia Boston.

Sería la novia número dos.

Como si hiciera alguna diferencia.


Sam Brennan arroja sus cartas sobre la mesa más tarde esa noche,
inclinando la cabeza hacia atrás, una cinta de humo pasaba por sus
labios.

Siempre doblaba.

No vino aquí a jugar a las cartas.

No creía en la suerte, no jugaba por ella y no contaba con ella.

Está aquí para observar, aprender y controlarnos a Hunter y a mí, dos de


sus clientes más rentables. Se asegura de que no nos metamos en
problemas

"Sally” de Gogol Bordello surge del sistema de sonido envolvente.

Estamos en mi salón para nuestra noche de póquer semanal. Un espacio


elegante, aunque aburrido, con inclinadores de cuero tapizados y cortinas
burdeos pesadas.

—No se preocupen, hijos. Todo terminará pronto —Hunter chasquea,


intentando su mejor impresión de John Malkovich en Rounders10—. El
póquer no es para los débiles de corazón.

—Esto, de alguien que es miembro de Nordstrom lejos de ser una


chica. —Sam desliza el cigarrillo de una esquina de sus labios a la otra,
sus antebrazos casi rasgan la camisa de vestir negra que lleva.

10
Pelicula con tematica de Poquer estrenada en 1998 y protagonizada por Matt Demon
—Puedes apostar tu trasero a que tengo una membresía de
Nordstrom. —Hunter ríe sin inmutarse—. No tengo tiempo para comprar
con mi estilista y las señoras de la tienda conocen mis medidas.

—Veo tus treinta y cinco mil y recaudo ocho mil. —Devon arroja ocho
fichas negras al centro de la mesa, tamborileando con los dedos sobre las
cartas.

Devon es lo opuesto a Sam. Un señor hedonista con gusto por lo bello, lo


prohibido, los modales abiertos y cero escrúpulos. Ver arder el dinero es
su pasatiempo favorito. Irónicamente, Devon Whitehall necesita un trabajo
como Hunter necesita más insinuaciones sexuales desagradables en su
repertorio. Eligió ir a la universidad en Estados Unidos, pasó el listón y se
quedó lejos de Gran Bretaña.

Estoy bastante seguro de que tiene su propia lata de gusanos esperando


a que la abran en su tierra natal, pero no me importa lo suficiente como
para preguntar.

—Apuesto todo —anuncio.

Hunter chasquea el labio, empujando toda su pila de fichas hacia


adelante.

—Me estás tomando el pelo. —Devon mira a mi hermano con los ojos
entrecerrados. Hunter muestra una sonrisa inocente, batiendo sus
pestañas teatralmente.

—Es un juego de suma cero, Monsieur Whitehall. No entre en la cocina si


no le gusta la quemadura.

—Estás mezclando dos frases— digo con el puro cubano en mi boca,


empujando mis fichas al centro de la mesa—. No es necesario entrar en la
cocina si no puedes tomar el calor. Quemadura es lo que te entra entre las
piernas por dormir con suficientes mujeres para llenar el Madison Square
Garden.

—Es curioso, no recuerdo que me invitaras a tu ceremonia de santidad,


hermano mayor. —Hunter toma un trago de su Guinness y se pasa la
lengua por el bigote de espuma—. Oh, es cierto, nunca sucedió porque te
follaste a media Europa. Además, todo esto fue en el pasado. Ahora soy un
hombre casado. Solo hay una mujer para mí.

—Y esa mujer es mi hermana, así que será mejor que pienses


detenidamente en lo que dices a continuación si quieres salir de aquí con
todos tus órganos intactos —le recuerda Sam.

Sam tiene cabello castaño, ojos grises y piel bronceada. Es alto, ancho y
tiene ese aspecto fuerte y macizo que hace que las mujeres pierdan los
pantalones y los sentidos.

—Amigo, mi esposa está embarazada. Demasiado tarde para que adivines


qué estamos haciendo en nuestro tiempo libre. Por cierto, el dolor de
abdomen que tuvo esta semana resultó ser gas, gracias por
preguntar— dice Hunter.

¿Estoy escuchando seriamente un informe de pedos de Sailor ahora?

—No todas las conversaciones deben regresar al hecho de que tu esposa


está embarazada —le recuerdo.

—Pruébalo.

Sam señala con el pulgar hacia Hunter.

—Te das cuenta de que mataré a tu hermano en algún momento,


¿verdad? —él me pregunta.
—No te lo reprocharé. —Escupo el cigarro en un cenicero—. Pero espera
hasta que él revele sus cartas.

—Hablando de felicidad conyugal, —Devon agita su Johnnie Walker Blue


Label en su vaso—, creo que nuestro anfitrión tiene una noticia
maravillosa para compartir.

—Aww, ¿finalmente abriste una cuenta en OkCupid? —Hunter junta las


manos, arrullando—. Nuestros padres han estado montando su trasero
por estar más solitario que un satanista en una convención de la Juventud
por Jesús desde hace un tiempo.

—Será un día frío en el infierno cuando Cillian Fitzpatrick diga que


sí —dice Sam arrastrando las palabras.

—Será mejor que traigas un abrigo cálido, amigo. —Devon sonrie.

—El infierno aún no está listo para mí. Y a Cillian le gusta demasiado la
variedad para conformarse con un coño. —Sam le da a Devon una mirada
mortal.

—Las mujeres son como panqueques. Todas saben igual, —estoy de


acuerdo.

Sam muestra sus dientes. —Me encantan los panqueques.

El hombre se había acostado con todas en la ciudad.

Todas menos mi hermana.

No hacía falta ser un astrofísico para darse cuenta de que Aisling estaba
estúpidamente enamorada de Brennan. Siempre que estaba en la
habitación con el hermano de su cuñada, casi babeaba en su regazo. En
el momento en que me di cuenta de su error de juicio, puse a Brennan en
mi nómina. No tenía mucho trabajo para él cuando comenzamos nuestra
relación profesional, pero tenerlo en mi nómina me aseguró que no tocaría
a Ash.

Brennan es un hombre honorable a su manera letal y antigua.

Hago crujir mis nudillos, mis ojos firmemente en mis cartas. Tengo dos
pares. Apostaría mis dos huevos a que las cartas de Hunter tenían letras
del alfabeto y dibujos de animales en el mejor de los casos. Para un
irlandés, la suerte no estaba de su lado.

—Estoy comprometido. —Dejo caer la bomba.

Sam se atraganta con su cigarrillo, la ceniza de una pulgada de largo que


colgaba de él cae sobre la mesa. Hunter se ríe entre dientes. Devon me da
un breve asentimiento de aprobación.

¿Yo? No siento nada.

El entumecimiento es una noción con la que estoy familiarizado, se cómo


manejarlo y no me saca del camino.

Hunter se da una palmada en el muslo, sus cartas caen al suelo mientras


se ríe a carcajadas. Cae de su silla, sujetándose el estómago.

—¡Comprometido! —Grita, arrastrándose de regreso a su


asiento—. ¿Quién es la mujer desafortunada? ¿Tu muñeca inflable?

—Su nombre es Minka Gomes.

—¿Llamaste Minka a tu muñeca inflable? —Mi hermano se seca una


lágrima del rabillo del ojo y tira una botella de agua—. Pensé que irías por
algo más stripper. Como Lola o Candy.

—No recuerdo haberle hecho una verificación de antecedentes. —Sam me


inmoviliza con una mirada. En estos días, lo hice desenterrar a todos los
que conocía, desde socios comerciales hasta limpiabotas.
—El hecho de que no hayas oído hablar de ella no significa que no
exista —Digo. Es cierto que es difícil explicar cómo terminé comprometido
con una completa extraña.

Minka fue bastante agradable cuando pasé por su casa con una oferta de
matrimonio hoy. Devon la preparó para nuestra reunión. Dijo que estaba
feliz de firmar todo el papeleo necesario y pidió que se añadieran dos
cláusulas durante nuestras negociaciones. Quería una cabaña en Aspen y
un viaje anual a la Semana de la Moda en una ciudad europea de su
elección, junto con un presupuesto de compras saludable. Me contenté
con concederle ambos deseos.

Ella era hermosa, educada y desagradablemente ansiosa por complacer.

Ella tampoco agitó absolutamente nada en mí.

—Por favor, explícame cómo pasaste de corromper a las mejores princesas


de Europa a comprometerte con una chica local al azar. —Hunter se frota
la barbilla.

Mi hermano, como el resto de mi familia, piensa que me había pasado el


tiempo enamorando a los mejores miembros de la realeza de la UE. Esa
fue una historia que le di a mi familia con cuchara para protegerlos de la
verdad. Yo si me codeaba con duquesas e hijas de condes, escalando
socialmente mi camino de otro hombre americano rico a la clase de
persona que conocía a todos los que valía la pena conocer en el continente.

Pero nunca las había tocado.

Nunca había tocado a una mujer por la que no hubiera pagado, si era
honesto.

Lo que no era con nadie.

Nadie menos Persephone.


Incluso dos días después, todavía no estaba seguro de qué me hizo decirle
sobre mi preferencia de pagar por sexo. Deliberadamente omití la parte en
la que las mujeres que había visto no eran prostitutas, per se. Espere ver
la repulsión en su rostro inocente. Pero estaba demasiado ocupada en
golpearme mentalmente con su bolso por ridiculizar sus sentimientos
como para dejar que los pequeños detalles se registraran.

Pagar por sexo era mi manera de poner el dedo medio en las relaciones
convencionales. Me había ocupado de las mujeres que había visto, tanto
en la cama como fuera de ella, pero nunca les había ofrecido más que un
buen rato. Citas, regalos, llamadas telefónicas, sentimientos, eso estaba
fuera de la mesa.

Mis compañeras venían con una lista detallada de lo que se debe y no se


debe hacer, y lo único que esperaban de nuestros encuentros era una gran
propina, un orgasmo de cortesía de su servidor.

Mi primera vez con una chica acompañante fue a los catorce años.

Mi padre me había visitado en Evon, poco después de que Andrew


Arrowsmith descubriera mi secreto.

Celebramos una cena privada en el Savoy de Londres. Llevaba una camisa


de manga larga a pesar de que era verano para ocultar las quemaduras de
cigarrillo y las marcas de mordeduras. Athair me preguntó con cuántas
chicas me había acostado, dando cucharadas al Royal Beluga en un
pequeño brindis. Curvé mi dedo índice con mi pulgar, haciendo un signo
de cero. No pensé mucho en eso. No solo asistí a una escuela para varones,
sino que también tenía peces más grandes para freír que mojarme la polla.

Gerald Fitzpatrick se atragantó con su caviar. Al día siguiente, decidió


rectificar mi terrible situación arrojando mi trasero flaco en un avión y
llevándome de viaje a Noruega, donde tenía programado visitar una de las
plataformas de perforación petrolera de Royal Pipelines.
Maja, la mujer noruega que me libero de mi condición de célibe, tenía poco
más de treinta años, era una cabeza más alta que yo adolescente y estaba
cómicamente confundida cuando casi vomite en su regazo. No quería
perder mi virginidad. Ni a los catorce años, ni con un extraño, y
definitivamente no en un burdel de lujo en una calle lateral de Oslo. Pero
hacer cosas para apaciguar a mi padre no era un concepto extraño para
mí.

Fue solo otro martes en la casa Fitzpatrick en donde Athair colgó las llaves
del reino frente a mí para conseguir lo que quería.

No te quedes atrás.

No maldigas.

No escribas mal una palabra, te caigas de un caballo, muestres menos que


impecables modales en la mesa o mires a tu padre a los ojos.

Entonces, me puse un condón y pagué mis cuotas.

Cuando salí de la habitación Athair me dio una palmada en la espalda y


dijo, —Esto, mo òrga, es lo único para lo que sirven las mujeres. Abrir las
piernas y recibir órdenes. Sería prudente recordar eso. Trata de mejorar a
tus amantes con frecuencia, nunca te apegues a ninguna de ellas, y
cuando llegue el momento de establecerse, asegúrate de encontrar a
alguien manejable. Alguien que no pediría demasiado.

Athair hizo lo que predicó.

Jane Fitzpatrick era tranquila, tímida y carecía de algo que se pareciera a


una columna vertebral. Eso, por supuesto, no le impidió engañar a su
marido. Mis dos padres cometieron adulterio, a menudo y abiertamente.

Crecí mirando el peor ejemplo posible de matrimonio, tomé notas y se


esperaba que siguiera sus pasos.
Al parecer, mi hermano menor había estado ausente para la conferencia
de Las Mujeres son el Diablo. Hunter se casó por amor. No solo eso, sino
que también se casó con la chica más difícil que jamás había visto.

Sorprendentemente, parecía feliz.

Por otra parte, eso no significaba nada. Hunter poseía el intelecto de un


cachorro de laboratorio. Estaba bastante seguro de que las galletas con
forma de hueso y lamer sus propias bolas también lo harían feliz.

—¿Tierra a Kill? —Hunter chasquea los dedos frente a mi cara—. Te


pregunté por qué Minka. ¿Por qué ahora?

Abro la boca para decirle que se ocupe de sus propios asuntos cuando
Petar, el administrador de mi hacienda, irrumpe en la habitación. Su
cabello este húmedo por la lluvia.

—Tiene una visita, señor.

No levanto la vista de mis cartas a pesar de que algo extraño e inoportuno


sucede en mi pecho.

Las posibilidades de que sea Persephone son casi nulas. Incluso si es ella,
perdió su oportunidad y no había nada que hacer al respecto ahora.

—¿Quién es? —Ladro.

—Sra. Veitch.

Puedo sentir la mirada de Hunter lanzándose en mi dirección, abriendo un


agujero en mi mejilla.

—Estoy ocupado. —Señalo la mesa.

—Señor, es tarde y está lloviendo mucho.


—Puedo ver la hora y mirar por la ventana. Llámale un taxi si te sientes
tan inclinado a ser un caballero.

—Hay una tormenta. Las líneas están caídas. Las aplicaciones de taxi no
funcionan —responde Petar, con las manos en la espalda y cada palabra
pronunciada lenta y mesuradamente. Sabe que no aprecio que me
ofendan. Siempre me alegro de deshacerme de los empleados
rebeldes—. Está empapada hasta los huesos y parece bastante alterada.

Hunter abre la boca, pero levanto una mano para detenerlo.

—Tiene cinco minutos. Tráela.

—¿Quiere que ella venga a esta habitación? —Petar mira a su alrededor.


Una nube rancia de humo y cigarro cuelga sobre nuestras cabezas, y el
olor agrio del alcohol caliente y rancio empapa las paredes. La habitación
huele a burdel.

Es una damisela en apuros y la estoy invitando a la guarida de los leones.

Pero Persephone rechazó mi oferta. Si mi ego recibió una paliza, al de ella


también le vendrían bien unos cuantos azotes.

Me encuentro con los ojos de Petar con una mirada vacía.

—Es a mi manera o la carretera, y hasta donde sé, la Sra. Veitch no puede


pagar un automóvil. Envíala. aquí.

Un minuto después, Persephone es conducida al salón, empapada y hecha


jirones. Un fino rastro de agua la sigue, sus zapatos chirrean con cada
paso que da. Sus ojos, azules e insondables como el pozo del océano,
parecen febriles. El cabello rubio enmarcaba sus sienes y mejillas, y su
chaqueta agujereada esta enredada alrededor de su cuerpo esbelto.
Se detiene en medio de la habitación, elegante como una reina que había
permitido a sus sirvientes el momento del día. Veo el momento en que
realmente la golpea. Cuando mira a su alrededor. La iluminación tenue,
refrescos y embutidos.

Esta vida pudo haber sido tuya. Lo rechazaste por amor.

Se levanta en toda su estatura, que, por supuesto, no es mucha, toma


aliento y afila su mirada en mí.

—Acepto.

Las dos simples palabras estallan en la habitación.

Vigila ese pulso, Cillian.

—¿Perdona? —Arqueo una ceja.

Ignora a Hunter, Sam y Devon, exhibiendo bolas más grandes que los tres.
Petar está a su lado, con una postura protectora.

Persephone alza la barbilla más arriba, negándose a encogerse y agitarse.


En ese momento, empapada como una rata y en vías de llegar a la
neumonía, esta despiadadamente hermosa y se exactamente por qué
siempre elegía mirar a su hermana mayor cuando estábamos en la misma
habitación.

Emmabelle no me cegaba.

No me consumía.

No me movía.

Ella era solo otra mujer llena de manierismo y derechos, existiendo en voz
alta, sin pedir disculpas, desesperada por ser vista y reconocida.

Persephone era pura y noble. Sin pretensiones.


—Tu oferta. —Su voz es sedosa y dulce como una granada—. La acepto.

Ella acepta.

Iba a golpear una pared.

No, no solo una pared. Todas ellas. Reducir mi mansión jacobea de Back
Bay a nada más que polvo.

Ella acepta una oferta que ya no está sobre la mesa.

Sus mejillas se enrojecen, pero se niega a moverse, clavada en mi piso, un


charco de agua formándose a su alrededor.

Tenerla se siente casi demasiado fácil en ese momento, pero


completamente imposible.

—Persy, yo… —Hunter se levanta de su asiento, a punto de correr y ayudar


a la amiga de su esposa. Lo empujo hacia abajo por su hombro,
inmovilizándolo en la silla contra la pared con fuerza, mis ojos todavía
están fijos en ella.

—¿Sabes por qué me gusta la mitología griega, Persephone? —Pregunto.

Sus fosas nasales se ensanchan. Ella no muerde el anzuelo porque sabe


que yo se lo diré, de todos modos.

—Los dioses tienen una historia de castigar a las mujeres por arrogancia.
Veras, hace cincuenta y cinco horas, no era lo suficientemente bueno para
ser tu marido. Te tomó más tiempo del que habíamos acordado
responderme.

Su boca se abre. Nos delate frente a todos nuestros conocidos sin


pestañear.
—Hay una tormenta. —Sus ojos llamean—. Los trenes no funcionaban.
Tuve que andar en bicicleta bajo la lluvia…

—Estoy aburrido. —Dejando caer la cabeza en el reposacabezas, agarro


una manzana brillante de uno de los surtidos de frutas y la hago rodar en
mi mano—. Y llegas tarde. Esa es la esencia de la situación.

—¡Vine aquí tan pronto como pude!

Su sorpresa es reemplazada ahora por ira. Los dos orbes de acero de sus
ojos brillan. No con lágrimas, sino con algo más. Algo que no había visto
antes en ellos hasta esta noche.

Ira.

Las palabras de mi padre resuenan en mi cabeza, casate con alguien


manejable. Alguien que no pediría demasiado.

Minka parecía dócil, adaptable y desesperada.

Persephone, por otro lado, pide lo impensable, Amor.

—Ya le he propuesto matrimonio a otra persona. —Hundo mis dientes en


la manzana Envy, su néctar gotea por mi barbilla mientras nuestros ojos
permanecen clavados en una batalla de voluntades—. Ella acepto de
inmediato.

La habitación se llena de silencio.

Todos los ojos están dirigidos a mí.

Este no es un viaje de poder.

Este es un acto de humillación en toda regla.

No quiero a Persephone Penrose.


Ella no es lo suficientemente buena para mí.

Incluso si lo fuera, ¿de qué serviría? Ella quiere todas las cosas que yo no
quiero.

Una relación. Compañerismo. Intimidad.

Yo no soy Hunter. No soy capaz de amar ni siquiera que me guste mi


esposa. ¿Tolerar? Posiblemente, y solo si reducimos nuestra comunicación
a una vez al mes. Además, el día en que mi hermano se casó con Sailor
Brennan, casi dejé que Persephone muriera de envenenamiento solo para
evitar estar en la misma habitación a solas con ella.

Había estado a segundos de devorarla.

De hundir mis dientes en su culo firme y redondo.

De aplastarme contra sus tetas hasta que me corriera en mis pantalones


por la fricción.

Y ahora estoy duro en una habitación llena de gente. Estupendo.

Mi punto es que Persephone es demasiado desordenada, demasiado


complicada y una tentación demasiado grande a la que rendirme. Minka
es la elección correcta. Mi mente nunca se desviaría hacia Minka
espontáneamente.

—Le propusiste matrimonio a otra persona —repite, tropezando hacia


atrás.

—Minka Gomes. —Sam se pega el séptimo cigarrillo de esa hora en la


comisura de los labios, completamente comprometido con tener cáncer de
pulmón antes de que terminara la noche. Lo enciende,
resoplando—. Estamos tratando de averiguar dónde encontró a la
pobrecita. ¿te recuerda algo?
—Me temo que no —dice en voz baja.

—Te salvaste por un pelo. Kill es demasiado frío, demasiado viejo y


demasiado decidido para una chica agradable como tú. Sin mencionar que
tengo mis sospechas sobre sus preferencias en la cama. Enciende una vela
por la señorita Gomes la próxima vez que vayas a la iglesia y agradece a
tu estrella de la suerte. Definitivamente se alinearon esta noche. —Sam
lanza una cinta de humo directamente en su dirección, haciéndola toser.

Quiero matarlo.

—Persy. —Hunter se pone de pie—. Espera.

Sacude la cabeza, esbozando una sonrisa digna.

—Estoy bien, Hunt. Totalmente bien. Por favor, vuelve a tu juego. Gracias
por tu tiempo. Espero que disfrutes el resto de la noche.

Se da la vuelta, sus pasos rápidos y uniformes. Petar me lanza una mirada


de disgusto, luego se da la vuelta y la persigue.

Hunter está a punto de correr tras ambos, pero lo agarro por el cuello de
la camisa y lo clavo de nuevo en su asiento.

—Termina el juego primero.

—¿Estás bromeando? —ruge mi hermano. Su Guinness se vuelca. La


cerveza negra suena mientras se extiende por mi alfombra persa—. Fuiste
por Boston proponiendo matrimonio a mujeres, una de ellas la mejor
amiga de mi esposa, y quieres que termine el puto juego? Bien. Toma. Lo
que sea que Kill quiera, Kill lo consigue. —Arroja sus cartas sobre la
mesa—. Ahora, si me disculpan, voy a arreglar esta mierda. —Señala la
puerta—. Lo último que necesita mi mujer embarazada es una amiga
cabreada. Juro por Dios, Kill, si le sacaste algo a esta chica … si de alguna
manera la dejaste embarazada para asegurarte de tener un heredero ...
Le doy la vuelta a sus cartas descartadas, ignorando su histeria.

Tenía un full house.

Hunter está equivocado. Yo no siempre consigo lo que quiero.

Se casa con otra persona.

Llegué unas horas tarde, apareciendo casi a la medianoche, luciendo y


sintiéndome como una muñeca de trapo que se había dejado en el barro
durante el siglo pasado, y él ni siquiera me dio una segunda mirada.

¿Qué esperaba?

Esperabas que te tratara como algo más que un útero a sueldo.


Pero ese fue mi primer y, con suerte, último error con respecto a Cillian
Fitzpatrick.

Camino desde mi bicicleta hasta mi edificio de apartamentos, pisoteando


los charcos deliberadamente. Es medianoche, llueve fuerte y mi chaqueta
se rompió por el viaje hacia y desde Back Bay. Mis dedos de los pies y las
manos están entumecidos. Tal vez se cayeron en el camino y ni siquiera
me había dado cuenta. El resto de mi cuerpo no iba a extrañarlos cuando
Byrne y Kaminski finalmente me desmembraran y me dieran de comer a
los cuervos.

Dondequiera que estés, Pax, espero que sufras el doble que yo.

Abro la puerta de entrada a mi edificio. El edificio de Belle. Yo no tengo


hogar, Me recuerdo. Esta oscuro, húmedo y mohoso. Doy el primer paso
hacia la escalera cuando mi cabeza vuela hacia los lados. Mi mejilla arde
tanto que mis ojos se llenan de lágrimas.

Un látigo ¡como un golpe! atraviesa el aire un segundo después. Antes de


saber lo que está pasando, estoy de rodillas, boca abajo. El sonido de un
gorgoteo reverbera en el pasillo vacío. Me toma un momento darme cuenta
de que salen de mí.

Sigue una fuerte patada en el estómago, procedente del manto de


oscuridad. Me derrumbo sobre mi estómago, con arcadas. Estirando el
cuello para mirar a mi asaltante, lanzo mi brazo hacia adelante,
palmeando el suelo para encontrar mi bolso en la oscuridad y alcanzar el
spray de pimienta en él.

Una pesada bota se aplasta sobre mis dedos. Un crujido llena el aire
cuando mi atacante pone todo su peso sobre mi mano.

—Piénsalo de nuevo, perra.


Por primera vez en mi vida, el miedo tiene forma y sabor. Mi atacante patea
mi bolso y lo envía dando vueltas por el suelo hasta que golpea la pared.
Aprovecho la oportunidad para clavar mis uñas en su tobillo. Siento que
mis uñas se doblan hacia atrás mientras trato desesperadamente de
herirlo. Uso su pierna como palanca, me levanto y hundo los dientes en
su espinilla, apretándola con saña hasta que siento que me sangran las
encías.

—¡Mierda! ¡Puta!

Una bota verde sucia del ejército me patea. Solo conozco a un hombre que
usa este tipo de calzado.

Kaminski.

—Tom —gruño, usando su nombre de pila como si fuera a ayudar. Sangre


cálida y metálica llena mi boca. La adrenalina corre por mis venas, y cada
célula de mi cuerpo pica de pánico—. Por favor, Tom. Suéltame. No puedo
respirar.

Otra patada me encuentra. Esta vez, me golpea la mandíbula. Me palpita


el rostro y me muerdo la lengua en el proceso. Más sangre llena mi boca.

Kaminski podría acabar conmigo aquí mismo, ahora mismo, y nadie lo


sabría jamás. La única persona que sabía de los mafiosos después de mí
era Cillian, y entre casi dejarme envenenarme y negarse a ayudarme, era
seguro decir que traerme justicia no era una prioridad en su lista de tareas
pendientes.

Comienzo a arrastrarme por las escaleras, tratando frenéticamente de


escapar, pero Kaminski me agarra del pie y me tira por las tres escaleras
que logré tomar. Me hace girar y se abre la cremallera.
—¿Por qué no vemos lo que vales, eh? —Su risa amenazante sacude el
aire—. Ya que estarás chupando un montón de pollas en unos días para
pagar la deuda de Pax.

Levantando mi cuerpo hacia atrás, envio una patada a la ingle de Tom,


golpeando mis zapatillas contra su pesada erección. Tropieza hacia atrás,
gritando de dolor mientras ahueca su ingle. Me doy la vuelta y subo las
escaleras sobre mis manos y rodillas, como un animal, gritos guturales
salen de mis pulmones. Se que Belle no esta en casa, pero tenemos otros
cuatro vecinos en el edificio.

Una mano se envuelve alrededor de mi cabello, levantando mi cabeza con


un violento tirón. El aliento rancio de Kaminski se desliza por mi mejilla,
el olor a cigarrillos y sarro golpea mis fosas nasales.

—Salvada por la campana. Mataste mi erección, pero eso solo significa que
te tomaré por el culo la próxima vez. Tiene una semana, Sra. V. Una
semana antes de que convierta todas tus pesadillas en realidad. Es mejor
que lo creas.

Suelta mi cabello. Mi rostro golpea el suelo con un ruido sordo. La puerta


de entrada se cierra de golpe detrás de mí.

Me quedo allí, permitiéndome un raro momento para romperme. Por


primera vez desde que Paxton se había ido, lloré, presionando mi rostro
hinchado, caliente y amoratado contra el suelo.

Acurrucándome en una bola, lloro como un bebé, la agonía me balancea


de un lado a otro.

Lloro por tomar todas las decisiones equivocadas en la vida.

Por haber sido abandonada por mi marido.

Por pagar por sus pecados.


Por andar en bicicleta en la tormenta, húmeda, fría y desesperada, y por
ser tan maldita, increíblemente, patéticamente estúpida.

Por desperdiciar el precioso Deseo de Nube de la tía Tilda con Cillian


Fitzpatrick, quien resultó ser el villano de mi historia.

Por creer en sus estúpidos milagros en primer lugar.

Han pasado minutos, o tal vez horas, antes de que me levante del suelo,
golpeando la tierra y la sangre de mis rodillas raspadas. Arrojo mi bolso
en el bote de basura afuera del edificio, meto mi billetera en mis bragas
para esconderla, luego subo las escaleras al apartamento de Belle.

Mi hermana tiene que creer que me habían asaltado violentamente.

No podría arrastrarla a este lío.

Una semana. Quiero gritar.

Siete cortos días.

Antes de que mi vida termine.


Seis

—La compensación de los empleados en la industria del petróleo y el gas


está aumentando, y se nos ocurrió un gran plan para preservar el personal
clave y alentar a los posibles prospectos a aplicar a Royal Pipelines...

Mi mente divagó mientras mi director de RRHH, Keith, daba lo que


seguramente era uno de los discursos más aburridos que había escuchado
en mi larga carrera corporativa.

Frente a mí, Hunter estaba en su teléfono, probablemente renovando su


suscripción a Pornhub Premium.

Devon se sentó a mi lado, cumpliendo obedientemente su papel de jefe de


mi departamento de control frunciendo el ceño a su teléfono e ignorando
las llamadas de fuera del país que pasaban por su contestador.

El hombre iba a heredar un ducado en pocos años (si es que alguna vez se
molestaba en dar la cara en Inglaterra), pero se negó a poner un pie en
Inglaterra.
Golpeé mi bolígrafo Montblanc en la mesa, mirando por la ventana.

Habían pasado tres días desde que Persephone apareció en mi puerta,


aceptando mi oferta.

Tres días en los que tuve tiempo de reflexionar sobre el hecho de que, en
efecto, una tormenta había paralizado la mayor parte del transporte
público de Boston ese día.

Tres días en los que había olvidado completamente que Minka Gomes
existía.

Tres días en los que me imaginé a Persephone dando a luz a mis bebés
que parecían pequeñas réplicas de ella con rizos rubios y ojos celestes y
piel bronceada y no estaba ni la mitad de disgustado con la perspectiva.

Mi teléfono hizo un ping con una notificación de correo electrónico


mientras Keith seguía aburriendo la habitación hasta la muerte.

Deslicé mi pulgar sobre la pantalla.

De: CaseyBrandt@royalpipelines.com

Para: Cillianfitzpatrick@royalpipelines.com

Hola, Sr. Fitzpatrick,


Sólo quería hacerle saber que el joyero fue enviado al apartamento de la
Sra. Gomes esta mañana para las medidas del anillo, y las tengo aquí
conmigo.
¿Debo proceder a elegir el anillo de compromiso en su nombre, o le gustaría
echar un vistazo después de todo? Por favor, hágamelo saber. ☺
En relación con esto, a la Sra. Diana Smith, la directora de relaciones
públicas de Royal Pipelines, le encantaría programar una breve reunión con
usted esta semana en relación con el anuncio oficial de su compromiso con
la Sra. Gomes para hacer las cosas oficiales.
Le adjunto su agenda semanal. Las franjas horarias resaltadas podrían ser
aseguradas para la reunión.
Si me necesitas para algo (y me refiero a cualquier cosa, LOL) más,
házmelo saber <3

Xoxo

Casey Brandt

Asistente personal ejecutivo de Cillian Fitzpatrick, CEO de Royal


Pipelines.

Miré hacia arriba desde mi teléfono, frunciendo el ceño a Hunter.

Me miró fijamente, diciendo que lo arreglara desde el escritorio de la junta.

Tal vez sí necesitaba arreglar esto.

Mi hermano era lamentablemente blando y se preocupaba no sólo por su


esposa de aspecto medio, sino también por sus problemas.

Luego estaba Aisling para pensar. Tenía un alma amable y no merecía


llorar a Persephone si esta última era asesinada por unos gamberros de la
calle.

Luego estaba Sailor. Si Persephone fuera encontrada cortada en pedazos


minúsculos, flotando en el Río Charles como tofu rancio en una sopa de
miso, podría perder el bebé.
Eligiendo ignorar el hecho de que nunca antes había mostrado signos de
conciencia, integridad o consideración a nadie más que a mi polla, decidí
darle a Persephone una oportunidad más para redimirse.

Este sería mi pro bono.

Casarse con una chica para salvarla de una muerte segura.

La Chica de las Flores me va a deber tanto después del favor que voy a
hacerle, va a estar en deuda conmigo por la eternidad. Eso significaba que
podía dar forma a nuestra relación de la manera que quisiera, y lo que
elegí fue verla tres veces al año, para las fiestas importantes, eventos de la
compañía, y un maratón sexual anual (si iba a pagar por ella y las vidas
de lujo de su futuro chico de juguete, me aseguraría de que supiera a quién
pertenecía realmente).

Mis dedos volaron sobre la pantalla de mi teléfono.

Cillian: Prepara a mi conductor inmediatamente.

Casey: ¿Sr. Fitzpatrick? ¡¿Me estás enviando un mensaje de texto?!


<3

¿Qué fue lo que hizo que la gente dijera lo obvio?

Cillian: Saliendo de la reunión de RRHH ahora. Si no está allí para


cuando salga del edificio, los dos están despedidos.

Salí de la sala de juntas sin ni siquiera una disculpa. Keith se detuvo a


mitad del discurso, con la boca floja. Hunter y Devon intercambiaron
miradas.
No me importaba.

No quería casarme con Minka Gomes.

Yo tampoco quería casarme con Persephone Penrose, pero al menos sabía


lo que obtenía del trato. A saber, niños fotogénicos, una madre cariñosa
para ellos, y una esposa que se vería bien en mi brazo.

Todo lo que necesitaba era mantener a Persephone a distancia de mi brazo


y lejos de mí después de que nos casáramos.

Casey: Su día está reservado una y otra vez, señor.

Cillian: Quieres decir que mi día está despejado y abierto porque


usaste tus tres células cerebrales para cambiar las cosas, que es por
lo que te ESTOY PAGANDO.

Casey: Absolutamente, señor. ¿Qué debo hacer con respecto al anillo


de compromiso?

Cillian: Envíale a la Sra. Gomes un cheque gordo y una nota de


disculpa. No me casaré con ella.

Casey: OMG, ¿Seguro?

Casey: Lo siento, quiero decir, ¿la vacante sigue abierta, señor? ;)

Casey: Seré una buena esposa. Lo prometo. Sé cómo cocinar, cómo


pescar, cuidé a un montón de niños en mi vida. Y también sé otras
cosas...
Salí del ascensor, con mis zapatos haciendo clic en el vestíbulo de mármol.
Pude ver el Escalade esperando en la acera desde la ventana del piso al
techo, con la ventisca bajo cero como telón de fondo.

Deslizándome en el asiento trasero, le dije la dirección del trabajo de


Persephone al conductor.

Casey: No importa. Lo siento. Eso estuvo totalmente fuera de lugar.


Si no tienes intención de casarte con la Sra. Gomes, ¿debería cancelar
la reunión de relaciones públicas con Diana?

Cillian: Dije que no me voy a casar con la Sra. Gomes. No es la única


mujer del planeta.

Casey: Señor, me temo que no lo entiendo.

Cillian: No tengas miedo. La ignorancia es una bendición.

El personal de la Academia de Pequeños Genios me reconoció en cuanto


puse un pie dentro. Una recepcionista ansiosa se apresuró a ayudarme a
encontrar el camino hacia la Srta. Persy, acompañándome por un pasillo
lleno de dibujos, proyectos de arte y juguetes chirriantes.

El lugar olía a pedo caliente y a compota de manzana. Era un terrible


recordatorio del hecho de que tener herederos requería criarlos primero.
Supuse que...

Podía hacer todo el trabajo de papá a distancia en el que Athair era tan
bueno y limitar mi comunicación con mis crías hasta que estuvieran
completamente formadas y no necesitaran que les limpiaran el culo.
—Ahí está, la clase de la Srta. Persy. —La recepcionista se detuvo en la
puerta del aula, abriéndola para mí.

Vi como la Chica de las Flores bailaba alrededor de una habitación llena


de niños. Su cabello, mechas de miel enmarañadas en amarillo brillante,
estaba recogido en una trenza holandesa, y llevaba un vestido blanco
hasta el tobillo y zapatos planos que parecían de hace una década.

Era pobre, estaba en la mierda, y aun así estaba feliz de ir a trabajar todos
los días.

Increíble.

Sostuvo las manos de dos niños de cuatro años de aspecto tímido mientras
la clase bailaba en círculo. Cada pocos segundos, la música se detenía, y
los niños se congelaban en su lugar, una expresión graciosa en sus caras,
tratando de no quebrarse.

Me apoyé en el marco de la puerta, con las manos en los bolsillos


delanteros, y observé. Le llevó tres minutos fijarse en mí. Otros dos para
levantar la mandíbula del suelo, enderezar la columna y ponerse colorada.

Nuestros ojos se encontraron al otro lado de la habitación, y ese molesto


murmullo en mi pecho ocurrió de nuevo.

Haz que lo comprueben. Si te mueres de un ataque al corazón a los cuarenta,


no tendrás a nadie más a quien culpar.

Ella hizo un gesto de dolor, pareciendo que la abofeteé físicamente.

—Sr. Fitzpatrick.
—Srta. Penrose.

—Veitch —corrige, sólo para fastidiarme.

—No por mucho tiempo —anoto secamente—. ¿Una palabra?

—Conozco muchas. Mi favorita ahora mismo es... déjalo.

—Quieres escucharme. —hago sonar mis nudillos—. Ahora despídete de


tus amiguitos.

Miró de un lado a otro entre los niños y yo, luego se dio vuelta y le
murmuró algo a la maestra que estaba a su lado, y se apresuró a ir hacia
mí, bajando la cabeza.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Cierra la puerta detrás de ella, susurrando.

Me he estado preguntando lo mismo desde que dejé de lado a Keith y su


discurso del festival del sueño.

¿Qué demonios estaba haciendo aquí?

¿Hunter?

¿Aisling?

¿Algo acerca de que Persephone sea potencialmente atacada por la mafia?

Las razones se desdibujaron, pero parecían válidas cuando me senté en la


sala de juntas, considerando un futuro con una mujer que no conocía y
que no me interesaba. Una mujer que quería un camarote en Aspen como
si fueran los noventa.
—¿Cuándo terminas aquí? —Exijo.

—No hasta dentro de cuatro horas.

—Tómate el resto del día libre.

—¿Estás loco? Apenas puedo permitirme mis descansos para el almuerzo.


—Sus ojos se abrieron de par en par—. Sólo las tomo porque tengo que
hacerlo por ley. Le pedí al director que me permitiera quedarme después
de la escuela para ayudar a limpiar y conseguir dinero extra. No puedo ir.

La mujer era tan terca como una mula.

Y estaba a punto de casarme con ella.

Cásate con una mujer manejable, dijo Athair.

No era demasiado tarde para dar la vuelta e irme, pero tener la muerte de
esta idiota en mi conciencia me hizo sospechar que tenía una después de
todo. La idea me hizo temblar.

No. No es una conciencia. No quieres un gran lío.

—Tómate el resto del día libre, o no tendrás trabajo al que volver —digo
entre dientes, a punto de dar la vuelta y salir antes de que me intoxicara
la comida de segunda mano solo por el olor aquí.

Hice una pausa, examinándola de cerca por primera vez.

—¿Qué diablos le pasó a tu rostro?


Su labio inferior estaba hinchado, su mejilla estaba magullada, y bajo la
gruesa capa de maquillaje, podía ver un prominente brillo que rodeaba su
ojo izquierdo.

Ella miró hacia otro lado, inclinando su rostro hacia abajo para esconderlo
de mí.

—No es nada. No es asunto tuyo, de todas formas.

El usurero había terminado con sus amenazas y pasó a las acciones.

Mi pulso se aceleró. Me hice sonar los nudillos. No entendí mi reacción a


su rostro. Estaba claramente viva y en general con buena salud.

Pero la idea de que alguien la toque... la golpee...

—Tienes diez minutos para terminar esto y reunirte conmigo fuera. Ya


deberías saber que no me gusta que me hagan esperar.

Me di la vuelta y volví al Escalade, ya lamentando la decisión de casarme


con ella. No había suficientes analgésicos en el mundo para salvarme del
dolor de cabeza que la Chica de las Flores me tenía reservado.

Apareció minutos después, envuelta en un abrigo barato con agujeros en


dos lugares diferentes. Le abrí la puerta del asiento trasero. Ella entró y
yo la seguí.

—Conduce alrededor —le ordeno a mi chofer, haciendo clic en el control


remoto para levantar la partición.

Persephone jugueteó con el cinturón de seguridad, evitando el contacto


visual.
Miré fijamente el reposacabezas de cuero delante de mí mientras hablaba.
Mirar su rostro en su estado actual me hizo enfadar, y nunca me enfadaba.

—Viviremos en casas separadas. Yo me quedaré en mi propiedad, y tú


vivirás más adelante. Hay una nueva construcción en la avenida
Commonwealth. Un condominio de cuatro dormitorios, de treinta y cinco
metros cuadrados. Le pedí a mi agente inmobiliario que te consiguiera el
ático para alquilarlo. Puedes discutir tu residencia permanente con ella y
adaptarla a tu preferencia.

Movió su cabeza en mi periferia, mirándome fijamente en estado de shock.

—¿Qué?

—Dije que hay una nueva propiedad en la avenida Commonwealth...

—Escuché lo que dijiste. —Sus cejas se fruncieron—. Pensé que querías


casarte con otra persona.

—Querer es una gran palabra. Decidí conformarme contigo ya que la otra


mujer no está al borde de la extinción. —Desabrochando mi abrigo, crucé
las piernas y encendí un cigarro, apestando todo el asiento trasero. El
granizo que caía sobre los cristales tintados significaba que tenía que
sentarse en el pequeño espacio reducido y respirar mi veneno.

Un buen ejercicio para nuestro futuro.

Si me rechazaba de nuevo, iba a llevarnos a través de la frontera


canadiense y pagar a alguien para que nos casara sólo para fastidiarla.
Nunca en mi vida una mujer me había hecho sentir nervioso, pero esta
pequeña y asertiva chi... mujer se las arregló de alguna manera para eso.
Se cruzó de brazos, sonriendo triunfalmente. —Ella dijo que no, ¿verdad?
No podía soportar ser tu esposa.

Le soplé una nube de humo directamente en su rostro, sin adornar sus


tonterías con una respuesta.

—Chica lista. —Ignora la pantalla de humo que se escondía entre nosotros.

—A juzgar por el estado de tu rostro, rechazarme no es un lujo que te


puedas permitir.

Me miró con sus ojos de cielo californiano. Su tez era tan suave y húmeda
que la necesidad de hundir mis dientes en el lado de su garganta para
empañar su perfección hizo que mis dedos se movieran.

—¿Puedo probar tu cigarro? —Se mete un cabello suelto detrás de la oreja.

—Te ofrezco un condominio de veinte millones de dólares, ¿y me preguntas


por un cigarro? —Le echo una mirada de reojo.

—Paxton nunca me dejó probarlos. Dijo que los cigarros son


varoniles. —Se lame los labios, sus ojos en el grueso rollo marrón de
tabaco.

Paxton era un idiota. Por más razones de las que puedo contar.

A regañadientes, le pasé el cigarro. Lo rodeó con sus labios rosados, y sus


pesados ojos parpadeando hacia mí. Inhaló, casi tosiendo un pulmón, y
me lo pasó, agitando su mano. Yo no lo tomé, todavía preocupado por la
forma en que sus labios lo envolvían. Este era un lado completamente
nuevo de mí, uno de catorce años, presumiblemente, no estaba ansioso
por explorar.

—Sabe a pies quemados.

—Se supone que no debes inhalar. —Un irónico tono de diversión coloreó
mi tono—. Tampoco se supone que lamas los pies quemados. Ahora
chúpalo como si fuera una polla, no un porro. —Ladea la cabeza,
mirándome divertida.

—Suena como una audición.

—No coquetees —advierto—. No es tu afecto lo que busco.

Mi deseo normalmente no estaba dirigido a una mujer o individuo


específico.

Más bien, era una sensación espinosa que necesitaba aplastar. Las
mujeres que había usado eran sólo vasos.

No estaba acostumbrado a gravitar hacia un ser humano específico.

Francamente, no sabía si era capaz de desear a una mujer. Si lo era, no


tenía dudas de que venía con efectos secundarios que no me iban a gustar.

Persephone lo intentó de nuevo, soplando el cigarro suavemente, y luego


me lo devolvió. Las puntas de nuestros dedos se rozaron. Un zumbido de
electricidad subió por mi columna vertebral en una sensación que sólo
podría describir como horrible y agradable.

Quería besarla y tirarla del auto, preferiblemente al mismo tiempo.


Afortunadamente para mi departamento legal, no hice ninguna de las dos
cosas.

—¿Qué más implicaría nuestro matrimonio? —Baja las pestañas,


lamiéndose el labio inferior.

—Estarás disponible para mí en las reuniones sociales, serás voluntaria


en la caridad que yo elija, y harás tu parte como una esposa obediente.

—Hmm. —Se relaja en el asiento, acariciando el lujoso cuero como un gato


consentido—. ¿Algo más?

—Tendrás que firmar un acuerdo de confidencialidad hermético y un


draconiano acuerdo prenupcial. Pero mientras seas mi esposa, se te
proveerá. Generosamente.

—¿Y si decides divorciarte de mí por otra persona?

Apenas puedo aceptar un matrimonio. Dos sería un poco exagerado.

—No dejaría que esa preocupación te mantuviera despierta por la noche


—digo lacónicamente—. No tengo sentimientos, Chica de las Flores, lo que
significa que no puedo dártelos ni quitártelos. No desarrollaré ninguno
hacia nadie más.

—Aparte de nuestros herederos —dice la última palabra con un terrible


acento inglés, salpicándola con comillas.

Sospechaba que mi neutralidad hacia la gente se extendería a mis futuros


hijos. Pero decirle eso parecía contraproducente para poner un bebé en
ella.
—Naturalmente. —Paso al otro tema de nuestra agenda—. Como se
mencionó anteriormente, el sexo no es parte del trato. Satisfaceré mis
necesidades sexuales en otro lugar. Los encuentros serán discretos y
confidenciales, pero sucederán, y no espero ningún ataque de dramatismo
de tu parte.

A pesar de mis defectos, y el infierno sabía que había muchos, el aumento


del apetito sexual no era uno de ellos. Dos veces al mes era suficiente para
mantenerme saciado.

Ella frunció la nariz. —¿Quieres decir que seguirás yendo a las


prostitutas?

—Prefieren que las llamen trabajadoras sexuales en estos días.

—¿Por qué?

—Me imagino que porque la prostituta tiene una connotación degradante


e implica una actividad criminal e inmortal. Aunque no me involucro en
una conversación profunda con las mujeres que contrato para que me
chupen la polla.

—No, ¿por qué contratas acompañantes? Puedes tener cualquier mujer


que quieras.

—Y puedo tener a cualquier mujer que quiera gracias a mi cuenta


bancaria. Lo que nos lleva al punto de partida: ¿por qué no pagar el
servicio y saltarse la cena y la charla?

—¿Qué hay de malo con la cena y la charla? —presiona.

—Requieren socializar, y estoy firmemente en contra del concepto.


—¿Qué te hizo ser cómo eres?

—¿Cómo soy? —Gruño.

—Frío. Despiadado. Hastiado. —Sus ojos vagaban por mi cara como si la


respuesta estuviera escrita claramente en ella.

—Una mezcla de expectativas aplastantes, un mal año y una educación


mediocre.

Todo en mi vida había sido diseñado para mantenerme en el camino recto


y estrecho. Era la única manera de dirigir el imperio para el que había
nacido. Vine a este mundo con una cierta desventaja, sabiendo que mi
familia no veía con buenos ojos las debilidades. Tuve que luchar de la
manera en que fui creado para sobrevivir y lo hice día a día.

Su mirada se aferró a la mía. —No me creo tu historia.

—Por suerte para mí, no soy James Patterson.

—¿Compartiremos la custodia conjunta de nuestros pobres niños?

—Podríamos —respondo uniformemente—, si no te importa que crezcan


con niñeras la mitad del tiempo. Estaré ocupado dirigiendo Royal Pipelines
y expandiendo el imperio Fitzpatrick.

Bienes raíces. Banca comercial. Capital privado. Quería apoderarme del


mundo.
—Déjame ver si entendí bien. —Se frota la frente, frunciendo el
ceño—. ¿Quieres tener hijos, pero no quieres cuidarlos o hacerlos con tu
esposa?

—Parece que lo estás resolviendo bien tú sola. —Soplo mi cigarro—. Eso


es exactamente lo que estoy diciendo.

—Bueno, entonces te sugiero que me dejes aquí, vuelvas a Minka, y sigas


donde ambos lo dejaron.

Justo aquí era el medio de la autopista. Aunque echarla era tentador, era
un titular que no tenía muchas ganas de explicar.

—No puedo criar a los niños —dije uniformemente.

—No serás un padre inútil. Te ocuparás de ellos la mitad del tiempo. Y me


refiero a pasar realmente tiempo con ellos. Cambiar pañales, llévalos a los
entrenamientos de T-ball, y recrear sus películas favoritas de Disney. Con
disfraces completos.

¿T-ball? ¿Disney? La Chica de las Flores estaba claramente planeando


criar a un higienista dental educado en la universidad estatal, no al
próximo CEO de Royal Pipelines.

Por suerte, estaría allí para dirigir mis engendros en la dirección correcta.

—Claro —bromeo—. Haré todas esas tonterías.

Dos veces al año, ya que estarán en Evon y otras instituciones europeas


todo el año.
Mastica la punta de su cabello, lo que sorprendentemente no me parece
repugnante. —Tengo otras condiciones, también. Podré mantener mi
trabajo y moverme sin restricciones. No me pondrán ninguna vigilancia o
seguridad. Quiero vivir una vida normal.

—No necesitarás trabajar ni un día de tu vida.

La chica era más lenta que el Wi-Fi de un aeropuerto.

—¿Y? —Me mira de forma extraña como si no estuviera siguiendo la


conversación. Eso estaba bien. Entre mi coeficiente intelectual de miembro
de Mensa11 y su belleza, nuestros hijos no serían un completo desperdicio
de oxígeno—. No trabajo porque tengo que hacerlo. —Entrecierra los
ojos—. Trabajo porque amo lo que hago.

Esa palabra otra vez.

—Bien. Mantén tu trabajo.

—¿Qué hay de la seguridad?

—No hay seguridad. —Eso sería un desperdicio de mis preciosos recursos.

—Una cosa más... mientras otros hombres estén fuera de los límites,
también lo estarán otras mujeres. —Levanta un dedo en el aire.

—No es así como funciona. —Apago mi cigarro, perdiendo la paciencia.


Había negociado hacer agujeros de 300 pies de profundidad en el vientre
del planeta Tierra en menos tiempo del que me llevó cerrar un trato con
esta mujer—. Tú eres la que está a mi merced. Yo hago las reglas.

11
Test de cociente intelectual
—¿Lo estoy? —Ella me parpadea inocentemente—. Porque, corrígeme si
me equivoco, pero parecías haberme dicho que tienes otra esposa en fila,
y una bonita y larga lista de posibles candidatas si no funciona. Sin
embargo, aquí estás conmigo. Por una razón que no puedo entender, nos
deseamos el uno al otro. No finjamos lo contrario, Kill.

Kill.

Sólo mis amigos me llamaban así. Los dos de ellos.

—La única razón por la que te prefiero más a ti que a Minka es porque si
mueres, las mujeres de mi vida se molestarán, y lo que más me disgusta
de los humanos bronceados son los humanos angustiados.

—No me importa la excusa que te des para casarte conmigo —dice


claramente—. Si nos casamos, seremos iguales. Al menos, fingirás que lo
somos.

Hago estallar mis nudillos en sucesión.

Me estaba haciendo enojar. Eso era un sentimiento, y yo no hacía eso.

—Déjame poner esto claramente. —Sonrío educadamente—. No voy a


permanecer célibe durante meses o incluso semanas.

—No tendrás que hacerlo. Tendrás una esposa.

Estaba tan roja en ese momento, que me pregunté si se iba a quemar en


mi asiento trasero. Eso sería una molestia para limpiar del nuevo
Escalade.
Sin mencionar que sería difícil de explicar.

—No. —Sentí que mis músculos se tensaban bajo mi traje.

—No, ¿qué?

—No me acostaré contigo.

— ¿Por qué no?

—Porque no quiero.

— ¿Por qué?

—Porque no me atraes —digo inexpresivo.

Ya no estaba enojado. Yo también estaba sudando ahora. ¿Por qué no


podía seguir con mi plan de Minka? Persephone era mi idea del infierno.
No podía tratarla con el mismo descaro con el que traté a Sailor y
Emmabelle porque era una pequeña e inocente como mi hermana, pero
tenía que recordarle quién tomaba las decisiones.

—¿Cómo, por favor dime, quieres embarazarme, si no quieres tener sexo


conmigo? —Ella frunce el ceño, pareciendo frustrantemente adorable
mientras lo hacía—. Estás familiarizado con la forma en que los bebés
llegan a ser, ¿verdad? Porque ninguna de las versiones incluye un repollo.

Empecé a desplazarme por mi teléfono, respondiendo correos electrónicos.

—Sé cómo se hacen los bebés, Persephone. Por eso compré una
cigüeña —digo con gravedad.
Parecía sorprendida por un segundo, antes de soltar una risita. Fue una
risa muy bonita, también. Suave y gutural. Si tuviera un corazón, se
apretaría.

—No sabía que tenías sentido del humor, Kill.

—No sabía que te costaba tanto echar un polvo —respondo, escribiendo


un correo electrónico a Keith, alias El Señor del Sueño—. Para responder
a tu pregunta, usaremos la FIV12. Estarás embarazada en poco tiempo, y
no tendremos que conocernos bíblicamente.

—¿Qué tiene de malo la Biblia? —Me mira.

—Anuncio falso. —Sonrío sardónicamente—. Dios no existe.

Físicamente herida por mi último comentario, Persephone se acurrucó en


su lado del asiento trasero. Aparentemente, ella dibujó la línea en Dios.

—Realmente debería odiarte.

—No te molestes. El odio es sólo el amor con el miedo y los celos arrojados
a la mezcla.

—¿Por qué yo? ¿Por qué no mi hermana? —Ella se pone de espaldas,


agarrándose al resto de su desafío con las uñas sangrantes.

Porque probablemente ha visto más polla que un urinario de estación de


tren.

12
Fecundación in vitro
Había roto a muchas personas en mi vida para saber cómo eran un
segundo antes de someterse.

Persephone estaba completamente doblada y a punto de romperse.

Una vez rota, sería fácil volver a montarla para adaptarla a mi estilo de
vida y a mis necesidades.

—Porque posee prácticamente todos los rasgos que desprecio en una


persona, desde ser excéntrica, con derecho, bocazas y obstinada hasta
simplemente estar viva.

—Sin embargo, siempre la miras. —La tranquilidad de su voz no dejaba


lugar a dudas. A Persephone no le gustó cuando miré a su hermana.

—La miraba porque no quería mirarte a ti —refunfuño.

—¿Por qué no querías mirarme?

Porque haces que mi pulso lata más rápido, y eso podría arruinar todo para
lo que he trabajado.

Tiré mi teléfono a un lado. ¿En qué estaba pensando al casarme con esta
mujer?

¿En qué estaba pensando, poniendo mi tonta e inexplicable debilidad en


mi camino?

—¿Importa por qué no pude mirarte? Te estoy mirando ahora, y he llegado


a un acuerdo con lo que veo. Hablando de tu hermana, no le habría llevado
más de cinco minutos de negociaciones y un rapidito convencer. Sin
embargo, tú eres la que he elegido.
El rostro de la Chica de las Flores se retorció en aborrecimiento porque
sabía que yo tenía razón.

Emmabelle mostró la brújula moral de una galleta de la fortuna.


Sobre el papel, ella era una mejor pareja para mi personalidad descarada.
En la práctica, sin embargo, Persephone fue la que mantuvo mi mente en
movimiento.

—Hemos terminado aquí. Envíame por correo electrónico las medidas de


tus anillos. —Presiono el botón para bajar la partición.

Levanta la palma de la mano. —Dos condiciones más antes de aceptar.

Mi reacción instintiva fue aconsejarle que tomara estas condiciones y se


las metiera en su pequeño culo atrevido. Pero incluso yo reconocí que ella
estaba a punto de firmar toda su vida con uno de los hombres más odiados
de América. Si quería un bonito bolso de Hermès y un nuevo par de tetas
como regalo de bodas, yo podía arreglar eso.

—Dispara.

—Uno: Quiero que concibamos a nuestros hijos a la antigua usanza. Sé


que piensas que es lamentable y patético de mí, pero no me importa. No
quiero pasar por tratamientos de FIV. No quiero tomar el lugar de otra
persona en mi búsqueda de un bebé antes de intentarlo de forma natural.
Sé que no soy de tu gusto, pero si llego tan lejos por ti, es justo que...

—Llegue dentro de ti —termino para ella—. Lo tengo.

Detestaba la idea de acostarme con Persephone. El simple concepto de


tocarla me ponía la piel de gallina. No porque no la encontrara atractiva.
Lo contrario era cierto. Sin embargo, en última instancia, entre
embarazarla y hacer que la maten, prefería lo primero. Marginalmente.

—Tu funeral —digo arrastrando las palabras—. Soy un hombre


notoriamente egoísta, en la cama y fuera de ella. ¿Cuál es la otra
condición?

—Nada de acompañantes hasta que conciba. No puedes entrar y salir de


mi cama y aun así visitar a tus novias europeas.

—No.

—Sí —imita mi tono seco e indiferente—. Cuando necesites satisfacción,


vendrás a mí. Nos serviremos mutuamente hasta que quede embarazada.

Sus mejillas rosadas daban a entender que estaba mortificada por la


situación, pero dijo esas cosas de todos modos, lo cual no pude evitar
apreciar.

Todavía estábamos conduciendo por ahí. Miré mi Rolex y me di cuenta de


que habíamos estado yendo y viniendo durante dos horas y media.

¿Adónde se fue el tiempo y cómo podría reclamarlo?

Me volví para mirarla otra vez. Su rostro tenía el doble de su tamaño


habitual, cortada y magullada.

Sabía que la pequeña idiota se alejaría de este trato si decía que no.

Lo hizo antes y no dudaría en hacerlo de nuevo.


Un cordero marchando directamente a los brazos de Colin Byrne para su
sacrificio.

—Tú manejas una dura negociación. Bienvenida al lado oscuro,


Persephone. Deja tu corazón en la puerta.
Siete

Al día siguiente, Devon Whitehall llamó a la puerta de mi apartamento,


pareciendo un pecado con un traje azul marino a rayas y un corte de
cabello elegante. Yo, en cambio, llevaba el mejor vestido de Walmart de
hace seis inviernos, junto con zapatos que habían visto mejores días y un
abrigo con descuento del Ejército de Salvación.

Carrie Bradshaw, ¡justo detrás de ti!

—¿Sr. Whitehall? —Abrazo mi puerta, sofocando un bostezo.

Pasó a mi lado, entrando en el estudio donde Emmabelle dormía en


nuestra cama compartida, vestida con un delgado camisón rojo, una
pierna bronceada sobre el edredón.
Ella llamó su atención, haciéndolo detenerse y admirar la vista. —¿Y quién
es esta Afrodita nacida de la espuma?

—Esa sería mi hermana, Sr. Zeus. Ahora, si fuera tan amable de quitar
sus espeluznantes ojos de sus piernas...

Devon se volvió hacia mí de mala gana, metiéndome un montón de papeles


en el pecho. Al igual que Cillian, Whitehall tenía la extraña habilidad de
hacer que el aire se moviera a su alrededor. Pero mientras que Kill me
hacía querer morir en sus brazos, Devon enviaba una vibración diferente.
Una misteriosa.

—Llené la mayor parte. Firma donde se indica con banderas de flecha y


tus iniciales en la parte inferior de cada página. Revisa los datos de tu
cónyuge una vez más y asegúrate de que toda la información es correcta.
Hay una lista de documentación pendiente que necesito que entregues
antes de que se resuelva el matrimonio. Está en la última página.
Consíguela para mañana por la mañana. El tribunal tardará dos días
hábiles en procesar la solicitud, en la que aceptas no reclamar ninguno
de sus fondos mutuos o posesiones y los del Sr. Veitch.

—No tenemos fondos mutuos ni posesiones.

—Precisamente.

Preguntarle cómo planeaba concederme un divorcio rápido era inútil.

Cillian Fitzpatrick era un hombre ingenioso y sólo trabajaba con la crema


de la cosecha. Con gente como Devon Whitehall y Sam Brennan en
nómina, podía hacer casi cualquier cosa, excepto arrancar la luna del cielo
para poder disfrutar de un poco más de oscuridad.
Acerqué los papeles a mi caja torácica, la excitación y el miedo se
arremolinaban en mis entrañas.

—Gracias, Devon. Eso es...

—Mocosa, no me des las gracias, tontita. —Levanta una mano,


indicándome que me detuviera.

—No hice esto por la bondad de mi corazón. Lo hice porque tu futuro


marido necesita una niñera, preferiblemente de la clase que traiga prensa
positiva a su puerta. Por lo que también encontrarás en este montón de
documentos legales un acuerdo de confidencialidad y un acuerdo
prenupcial, que te aconsejo que leas cuidadosamente en compañía de un
abogado adecuado. —Saca algunas notas de su cartera, metiéndolas entre
mis dedos—. Aquí tienes algo de dinero en efectivo en caso de que no
puedas permitirte uno. Considera que este es mi regalo de bodas para ti.
Hay una hoja de lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, algunas
estipulaciones que aceptaste verbalmente ayer. No compartir la casa, una
cláusula de no competencia...

—¿No competencia? —Pestañeo—. No planeo abrir una compañía


petrolera en un futuro próximo.

Quiero decir, nunca digas nunca, pero este era un escenario bastante
improbable. Devon sonrió con suficiencia.

—Tener acceso al clan Fitzpatrick significa que puedes espiar para los
competidores o decidir trabajar para alguien que plantearía un conflicto
de intereses.

—Yo nunca haría eso.


—Claramente, querida. —Me da una palmadita en la cabeza como si fuera
un cachorro al que le iba a dar la espalda antes de adoptar a su
hermano—. Confiamos en ti completamente. Y por completamente quiero
decir, alrededor del ochenta y tres por ciento. El otro diecisiete es la razón
por la que preferimos tenerlo por escrito. Tendrás que hipotecar tus
órganos internos si tu “nunca” se convierte en un "quizás".

—¿Cómo vives contigo mismo? —Murmuro distraídamente, hojeando las


páginas. Lo dije como una declaración general.

Devon, Kill, Sam... Estaban tan hastiados, que a veces me preguntaba si


creían en algo.

Devon se rió fácilmente, su mirada se deslizó hacia mi hermana otra vez.

—Considerando que tu rostro fue aplastado por los mafiosos, no juzgaría


a tu futuro esposo por querer proteger sus bienes.

Futuro esposo.

Las palabras no se habían asimilado. Todavía no.

—¿Te importa? —Sacudí mi cabeza en dirección a Belle. Normalmente


dormía como un muerto, pero no quería correr ningún riesgo—. Mi
hermana no sabe lo que pasó.

—¿Es ciega? —Ladea una ceja, sus ojos se dirigen a mi ojo negro.

—Ella cree que me robaron.

—No te ofendas, pero no pareces de los que llevan dinero


extra. —Pausa—. O monedas. O cupones de comida. Estás terriblemente
demacrada.
Lo quería fuera del apartamento, de este edificio y de mi vida antes de que
Belle se despertara. Todavía no le había contado lo de Cillian. Cuando
llegué a casa ayer, ya se había ido a trabajar y regresó después de las
cinco de la mañana, cuando yo estaba dormida. Íbamos a cenar y tomar
unas copas en casa de Ash esta noche, y pensé que sería una buena idea
dar la noticia entonces.

Sacudí la cabeza.

—Mira, ¿puedo tener el número de teléfono de mi futuro esposo?

Devon me quitó el teléfono de la mano, insertando la información de


contacto de Cillian en él.

—¿Cómo sabes mi código? —Frunzo el ceño.

—Tuve que anotar tu fecha de nacimiento seiscientas veces cuando rellené


el papeleo anoche. Pareces del tipo predecible. De nuevo, sin..

—Ofender. Lo sé. —Sus ojos seguían en mi teléfono, sus pulgares volando


sobre mi pantalla—. Te das cuenta de que prescribir algo con estas
palabras lo hace automáticamente ofensivo, ¿verdad?

—El código para llegar a él es seis seis seis. Sólo responde a los mensajes
de texto. Esporádicamente.

Qué sorpresa.

Devon golpeó el teléfono sobre la pila de documentos que sostenía.


—Hurra, Persephone.
—¡Espera! —Llamo—. ¿Qué pasa con Colin Byrne? ¿Puedo decirle que
tendré el dinero listo para él?

Se detiene en mi umbral.

—Ah, esa es la mejor parte de convertirse en un Fitzpatrick. —Abre sus


brazos—. Tus problemas ya no son tuyos. Creo que Colin está en la
jurisdicción de Sam Brennan. Y que Byrne está jodido de verdad por
haberte puesto una mano encima. Bienvenida a la familia, Persy.

—¿Qué quieres decir con que estás rompiendo el pacto?

Sailor roció su limonada rosa en la mesa y en todo mi vestido, el líquido


salió disparado por la boca y las fosas nasales.

Tosió, agitando sus brazos. Aisling corrió a su rescate, dándole palmaditas


en la espalda. El líquido debe haber bajado por la tubería equivocada.

La inquebrantable tormenta golpeó el invernadero donde nos habíamos


sentado a cenar, el granizo amenazó con empalar el cristal. A los
veinticinco años, Aisling todavía vivía en Avebury Court Manor, la
mansión de sus padres. Dijo que era porque entre la escuela de medicina
y su trabajo de caridad, no tenía tiempo para mantener un apartamento,
pero todos sabíamos que cuidaba de sus padres, los atendía como uno de
sus sirvientes, y no era probable que se fuera antes de casarse.
El invernadero estaba cálidamente iluminado con un conjunto de
suculentas coloridas esparcidas por todas partes.

—No está rompiendo el pacto. —Ash se apresura a darme servilletas


después de asegurarse de que Sailor estaba bien—. Todavía está casada
con Paxton. No puede casarse con nadie más.

Dejé caer la bomba tan pronto como me senté en la mesa antes de que
tuviera tiempo de comerme un rollito de primavera.

—Estoy rompiendo el pacto. —Respiro hondo, preparándome para otra


tormenta, aquí mismo en el invernadero—. Me voy a casar con Cillian.
Está trabajando en mi certificado de divorcio mientras hablamos.

—¿Cillian-Cillian? —Era el turno de Emmabelle de ahogarse, esta vez en


un rangoon de cangrejo—. Alto, moreno, con mucha sangre. ¿Dos
pequeños cuernos rojos asomando a cada lado de su cabeza?
¿Posiblemente una cola metida entre esas mejillas de acero de su
culo? —Mi hermana agarró una bola de masa con sus palillos, y se la
metió en la boca.

—¿Mi hermano Cillian? —Ash agrega.

—Sí. —Presiono mi frente contra mi plato aún vacío con un gemido—. El


único y el mismo.

—¿Por qué? —Pregunta Sailor.

—¿Cómo? —demanda Belle.

—¿Te está amenazando? —Aisling grita.


—Escucha, si se trata de dinero, Hunter y yo estaríamos más que felices
de ayudar. —Sailor me alcanza al otro lado de la mesa para tocarme el
cuello, fingiendo que quitaba las manchas de limonada que había puesto
allí.

—Yo también. No sería capaz de vivir conmigo misma si supiera que sólo
te casaste con mi hermano porque estabas luchando. —Ash pone una
mano en su pecho sobre su corazón. Llevaba un cárdigan y una falda larga
a cuadros. Su cabello negro como un cuervo estaba cuidadosamente atado
en un moño.

Ellas no lo entendían. Nada de esto. La realidad de mi vida. Mi situación,


mis compromisos, mis desgracias...

—Por supuesto que no quiere casarse con él. —Sailor lanza sus brazos al
aire—. Estamos hablando de Kill Fitzpatrick. No ha ganado exactamente
ningún premio a Sr. Personalidad en la última década.

—El amor cambia a la gente. Tú y mi hermano son los mejores ejemplos


de eso —señala Aisling.

Sailor sacude la cabeza. —Hunter siempre ha sido bueno y perdido. Cillian


es malo y sabe exactamente dónde y qué es. Un lobo nunca puede ser una
mascota.

Tu esposo protagonizó un vídeo sexual, quería gritar. ¿Quién murió y te hizo


la policía moral?

Le disparo una mirada a Belle. Bebió su chardonnay, estudiándome


atentamente. Mi hermana estaba sorprendentemente tranquila. Esperaba
que saliera por la puerta directamente a la casa de Cillian y le sacara más
información a punta de cuchillo. Pero no. Ella sólo estaba asimilando todo.
Absorbiendo.

—Escuchen. —Suspiro—. Gracias por las ofertas, pero estoy bien. Me voy
a casar con él porque quiero. Sé que es repentino, pero Kill y yo nos hemos
acercado en los últimos...

—Mejor que no termines esa frase —advierte fríamente Belle, escurriendo


su copa de chardonnay—. Ya estás rompiendo el pacto. Al menos ten la
decencia de no mentirnos. Tú y Kill no se conocen más allá de que seas la
amiga de su hermanita.

—Si Cillian te pidió que te casaras con él, es por todas las razones
equivocadas. —La voz de Sailor se suaviza mientras intenta cambiar de
táctica—. ¿Te dijo que no tiene sentimientos? Como, ¿en absoluto? Se
enorgullece de ello.

Sorbiendo un fideo entre mis labios, mi primer mordisco de la noche,


asiento con la cabeza.

—Sé quién es Kill. Hemos estado corriendo en los mismos círculos durante
años.

—Kill no corre por ningún lado. —Sailor ríe—. Se pavonea con una sonrisa
arrogante y se caga en la mierda. Sólo dime cuanto dinero necesitas y te
sacaré de esto. Olvídate de un préstamo. No me lo devuelvas.

Se gira hacia la bolsa de hombro que colgaba sobre su asiento, saca su


chequera y la pone sobre la mesa. Ella hizo clic en un bolígrafo y comenzó
a escribirme un cheque.
—Por mi parte, le pediré a Athair un buen abogado de divorcios —dice
Aisling—. Esto es totalmente solucionable. No es demasiado tarde para
decir que no. Podemos asegurarnos de que aún consigas...

—¿Quieren la verdad? —Gruño, saltando sobre mis pies, temblando de


rabia—. Bien, aquí está la verdad... no soy como ustedes. Belle es una jefa
inteligente y devoradora de hombres que quiere conquistar el mundo y
construir un imperio. Aisling, tú naciste en la realeza. Tienes más dinero
que algunos países, dos hermanos que matarían por ti, y una prometedora
carrera como médico. Sail, ya conociste a tu príncipe azul, y tienes un
padre y un hermano que te sacarían de cualquier cosa. Yo... —Sacudo la
cabeza, riendo amargamente—. Soy diferente. Quería casarme por amor.
Y lo hice. Decir que no funcionó sería el eufemismo del siglo. Ahora es el
momento de casarse por comodidad. No es lo más noble y honorable que
se puede hacer. Créanme, soy muy consciente de ello. Pero es mi elección.
Elijo la seguridad. Elijo la estabilidad. Sé que no me va a amar, pero me
cuidará, y eso es algo que Paxton no hizo. Si yo puedo vivir con ello,
entonces ustedes también pueden.

Un tenso silencio se extendió entre nosotras. El único sonido audible era


la dura respiración de Sailor.

—Estoy rompiendo el pacto —susurro, la mentira quemando mi lengua.


Me estaba casando por amor. Sucedió que era trágicamente no
correspondido—. Y no hay nada que puedan hacer al respecto.

Hace ocho años, Sailor nos arrastró a todas a un baile de caridad al que
Hunter la había invitado. En él, vimos a una chica que fue a nuestro
instituto colgada del brazo de un hombre treinta años mayor que ella.
Parecía aburrida, triste, perdida y rica. Una hermosa urna vacía donde
alguna vez residieron las esperanzas, los sueños y la ambición. Ver su
expresión en solitario le quitaba la vida a la fiesta. Nos prometimos que
nunca dejaríamos que la otra se casara con nadie por otra cosa que no
fuera el amor.

—Escuchen, tengo opciones. Las tengo. —Agarro mi bolso y mi


abrigo—. Elijo estar con Cillian. Puede que no me dé amor, pero me dará
todo lo demás que busco. Podré formar la familia que siempre he querido,
tener hijos. Un lugar al que llamar propio... —Me quedo en
silencio—. Todo lo que pido es que apoyen esto. Es una locura, y poco
convencional, pero sigue siendo mi elección.

Aisling deja caer su cabeza en sus manos.

Sailor mira hacia otro lado como si la hubiera abofeteado.

Belle fue la única que se paró, tomó su propio bolso, y tomó mi mano en
la suya.

—Bien. Si me disculpan, tengo que ir a gritarle a mi hermana, tener un


colapso mental, y luego aceptar su decisión. Hasta luego, señoritas.

Belle y yo terminamos yendo a casa, dejando la cena para otro día.

El ambiente se había agriado, y ya nadie tenía hambre.

Ash dijo que siempre estaría ahí para mí si cambiaba de opinión, y Sailor
amenazó con disparar a Kill con su arco y flecha y clavarlo a una pared
como una mariposa si metía la pata, algo de lo que todos sabíamos que
era capaz, ya que era una arquera.

Diez minutos después en nuestro viaje de regreso a casa, finalmente rompí


el silencio.

—¿Cómo es que no enloqueciste? —Me quedo mirando por la ventana,


viendo cómo los edificios cubiertos de hielo pasaban a toda velocidad.
Belle hizo una señal en una calle lateral.

—Lo siento, ¿esperabas una producción completa?

—¿Esperaba? No. ¿Predicho? Sí.

Se ríe. —No soy Willy Wonka. No endulzo las cosas, hermanita. Sabes lo
que siento por Kill Fitzpatrick, pero ya no eres una bebé. Puedes tomar
tus propias decisiones, incluso si creo que esas decisiones deberían
llevarte a una sala de psiquiatría.

—Eso nunca te impidió ser súper protectora conmigo antes.

Espera, ¿estaba enfadada con mi hermana por no hacer una escena? No.
Por supuesto que no lo estaba. Eso sería ridículo. Por otra parte, yo era
un poco ridícula. Y no estaba en la naturaleza de Belle no levantar el
infierno cuando se presentaba la oportunidad. Además, no era
exactamente la fanática número uno de Cillian.

De hecho, si Cillian tuviera un club de fans, probablemente quemaría el


lugar.

Y bailaría sobre sus cenizas.


Y luego publicaría sobre ello en Instagram.

(A su red, no a las historias. Así de comprometida estaba con su


desprecio.)

—Siempre te cubriré las espaldas. Pero honestamente... Estoy medio


convencida de la idea. Paxton te dejó sin un céntimo y con el corazón roto.
Te vi sufrir durante los últimos ocho meses, tratando de mantener tu
cabeza en alto. Si quieres cambiar de táctica y casarte con un hombre rico
que te mantenga, seré la última en juzgarte por ello. En última instancia,
todos tomamos decisiones con lo mejor de nuestras habilidades.

Se detiene, mordiendo su labio inferior. —También hay algo más.

Me vuelvo para mirarla, despegando los ojos de la ventana.

—Sé que nunca has dicho nada, pero siempre supe que te gustaba Kill.
Estaba en tus ojos cuando entraba en una habitación. Cambiaban.
Brillaban —susurra—. Nunca es demasiado tarde para cambiar el nombre
del príncipe en tu historia. Siempre y cuando no termines con el villano.

—No puede ser el villano. —Sacudo la cabeza—. Él ya me ha salvado.

—¿Sabes que no puede amar? —pregunaó en voz baja.

—El amor es un lujo que no todo el mundo puede permitirse.

—Bueno, si alguien puede mover montañas, eres tú, hermanita.

Sacó una mano del volante, apretando mi rodilla.


Me preguntaba cuánto sabía Belle sobre mi situación. Devon tenía razón.
No parecía la clase de mujer que fuera asaltada brutalmente. Mientras
Belle se ocupaba de mis heridas y se preocupaba por cada arañazo el día
después de que Kaminski me golpeara, se contuvo en su inquisición
española habitual y no me regañó cuando dije que no quería presentar
una denuncia policial.

Había un océano de mentiras y secretos entre mi hermana y yo, y yo quería


nadar hasta la orilla, caer a sus pies y contarle todo.

Sobre Pax.

Sobre los prestamistas.

Sobre el Deseo de Nube de la Tía Tilda.

Pero no pude. No podía meterla en mi lío. Era mío para arreglarlo.

—No eres la ingenua damisela que todos creen que eres. —Belle apaga el
motor, y me doy cuenta de que estábamos estacionadas fuera de su
edificio—. Tienes uñas y dientes, y unas agallas que van con ellos.
Persephone no era sólo una chica de las flores. También era la reina de la
muerte. Tu novio va a tener un duro despertar. Pero se esto: si Kill alguna
vez intenta jugar al Hades, yo misma descenderé al inframundo para
arrancarle las pelotas.
Ocho

—¿Todo está ahí? —Byrne resopla. Mirando dentro de la bolsa de lona


negra abierta. Kaminski se puso detrás de él, con los brazos cruzados
sobre su pecho, mirándonos como La Montaña, el guardia asesino de la
Reina Cersei.

—Cuéntalo —ordena Sam, escupiendo su cigarrillo en el suelo.

Byrne comienza a contar el dinero, que estaba en bonos de cien dólares.


Su postura se suavizó por primera vez desde que entramos en su casa.
Estábamos en su oficina, entregando nuestra parte del trato. Byrne había
insistido en que fuéramos a su casa, probablemente porque su oficina
tenía más armas que una tienda táctica.

—Kam. —Byrne chasquea los dedos mientras contaba, separando los


billetes lamiendo sus dedos. Su soldado se inclinó hacia adelante. Byrne
aprovechó la oportunidad para golpear la parte posterior de la cabeza de
su asistente.

—Cuenta conmigo, inútil saco de carne.


Les tomó veinte minutos antes de que estuvieran satisfechos de que todo
el dinero estaba allí. Cerraron la bolsa, Byrne nos sonrió educadamente.

—Me complace decir que no tenemos deudas pendientes entre nosotros,


caballeros. Gracias por su negocio.

Sam asintió, se puso de pie y se dio la vuelta. Yo lo seguí. Llegamos a la


puerta. En lugar de abrirla, Sam giró la cerradura de la puerta, el suave
clic que indicaba que no habíamos terminado después de todo.

—En realidad —sisea Brennan—, tenemos un asunto pendiente que


resolver.

Los dos nos pusimos los guantes de cuero.

—¿Qué sería eso? —Byrne traga.

Sam sonríe maniáticamente. —Tus malditos huesos.

Una hora más tarde, finalmente sentí que estaba haciendo valer mi dinero.

—¿Puedo contarte un pequeño secreto? —El cigarrillo encendido de Sam


colgaba de sus labios mientras ataba a Colin Byrne a su propia cama,
esposándolo a los rieles, tirando fuerte—. Siempre he tenido debilidad por
los números. No sé qué pasa con ellos, Byrne, pero me calman. Tienen
sentido. Mi puto donante de esperma no era bueno para nada más que
para los números. Supongo que él me enseñó la destreza.
—Por favor —balbucea Byrne, sus dientes castañeteando, su pecho se
derrumba—. Ya te lo he dicho, no sabía que estaba bajo tu protección. No
tenía ni idea, hombre...

—Deja de rogar, a menos que quieras que te dibuje una linda sonrisa para
recordarte lo alegre que estabas cuando le hacías tus visitas semanales.
—Sam tira una toalla sobre la cabeza de Byrne. La pesada tela amortiguó
sus desesperadas súplicas—. Esto es lo que este entusiasta de las
matemáticas quiere saber. ¿Por qué un prestamista inflaría su interés en
un doscientos por ciento cuando el estándar del mercado es el cincuenta?
¿Es posible que te hayas aprovechado de la encantadora criatura que
Paxton Veitch dejó atrás y hayas decidido prostituirla, sabiendo que
podrías ganar dinero rápido?

Antes de que Byrne pudiera responder, Sam agarró un cubo de agua y


lentamente vertió su contenido sobre su cara, ahogándolo.

Sosteniendo la parte superior del marco de la puerta con ambas manos, vi


a Brennan manejando a Byrne mientras su asistente, Kaminski, colgaba
de sus brazos de un gancho en el techo donde había estado el candelabro.
Kaminski parecía un cerdo desollado con la cabeza cubierta por un saco
de arpillera.

Sam dejó caer el cubo vacío, volcando la ceniza del cigarrillo en el estómago
desnudo de Byrne. Quitó la toalla de la cabeza de Byrne, que tomó una
codiciosa bocanada de aire.

—¡Veitch quería prostituir a su esposa él mismo antes de irse a la


mierda! —Byrne tose, tratando desesperadamente de desencadenarse de
las barandillas de la cama—. Quería secuestrarla y entregármela. Le dije
que no se molestara. Que no quería que el FBI me siguiera. El tráfico de
seres humanos te dará una tonelada de tiempo en la cárcel. Incluso le di
a la perra tiempo extra para que me pagara.
—Sam chasqueo su lengua girando la cabeza en mi dirección—. ¿Estás
pensando en lo que estoy pensando.

—Estamos tratando con un santo patrono —me quedo pasmado, entrando


en la habitación. Le pedí a Sam que me permitiera estar presente en este
trabajo, aunque sabía que no debía acompañarle a ninguno de los otros
recados que solía hacer por mí. Esto se sentía personal. No porque tuviera
sentimientos hacia mi futura esposa, sino porque Kaminski y Byrne
habían desfigurado mi propiedad, y por eso, necesitaban pagar.

El sudor, la sangre y las lágrimas eran mi moneda preferida.

Agarrando un atizador de fuego que colgaba de la chimenea, llevé la punta


a las llamas danzantes, calentándola antes de balancearla en mi mano
como un palo de golf mientras me acercaba a Kaminski.

—No puedo evitar pensar que, a pesar de tus devotas intenciones, podrías
haber prescindido de darle una paliza a la pobre chica. —Sam tira la toalla
en la cara de Byrne y vacía otro cubo de agua en ella. Brennan estaba
definitivamente en su elemento. Estaba en el negocio de infligir dolor.

Kaminski se quejó de los sonidos en la habitación, colgando del techo.

—¡Fue Kaminski! —Byrne gorgotea a través de la toalla—. ¡Él lo hizo! Le


dije que la amenazara, que tal vez la abofeteara, pero no más. ¡Él fue quien
la hirió!

—¿Dónde la lastimaste, Kaminski? —Le pregunto al hombre colgado


delante de mí, con mis ojos a la altura de su estómago. Se estremeció,
dándose cuenta de lo cerca que estaba. Ninguno de los dos hombres iba a
delatarme. Cruzarse con Sam Brennan era algo que muy poca gente en
Boston hizo, y los que fueron estúpidos para ir por esa ruta no vivieron
para contarlo. Aunque Byrne y su musculoso ayudante se lo contaran a
los federales, yo tenía a la mitad de los jueces de Boston en el bolsillo.
—Yo... Yo...

—¿Su ojo? —Pregunto serenamente—. Porqué, sí. Recuerdo a mi


prometida con un desagradable ojo negro.

Le pongo el atizador en la cara, estrellándolo sobre su nariz. El metal


caliente siseó contra la tela de arpillera, fundiéndola en su piel. Dejó salir
un carnal gruñido, retorciéndose violentamente como un gusano en un
gancho.

—También recuerdo su mejilla. —Golpeo su mejilla a través del saco—. Su


ceja.

¡Golpe!

—Las costillas.

¡Golpe!

—Sus rodillas también.

¡Golpe! ¡Golpe! ¡Golpe!

Golpeé a Kaminski mientras Sam ahogaba a Byrne en su propia cama.


Diez minutos más tarde, cuando ambos mafiosos de grado F apenas
estaban conscientes, Sam tiró la toalla. Literalmente. En el suelo. Limpié
la punta del atizador de los pantalones de Kaminski, y luego devolví el palo
a su sitio.

—Quédate con el dinero. —Sam apaga la colilla que tiró al suelo con su
bota al salir.
—Y no vuelvas a acercarte a mi futura esposa. —Era mi turno de dirigirme
a la habitación. El aire estaba muy perfumado con sudor, sangre y
violencia. Tiré de mis guantes de cuero mientras miraba alrededor—. Si te
escucho aunque sea respirando en su dirección, habrá un infierno que
pagar. De hecho, voy a estar comprobando y ver que te mantengas alejado
de ella. Si te encuentro en su código postal... —Me quedo en silencio.

No necesitaba terminar la frase. Ellos lo sabían.

Una hora más tarde, estábamos en un pub irlandés local en la carretera


desde el apartamento de Colin Byrne.

“Red Right Hand" de Nick Cave y The Bad Seeds rebotó a través de los
paneles. Sam coqueteó con las dos camareras tetonas, ayudando a una de
ellas a llenar un documento de impuestos.

No es la primera vez que se me ocurre que Brennan está definitivamente


en el espectro de la sociopatía. Había sido inteligente al mantenerlo alejado
de mi hermana. Yo también reservé un lugar en esa escala, pero en algún
lugar en el medio.

Pero Persephone no era mi hermana. No tenía ninguna obligación de


salvarla de mí mismo.

En cualquier caso, mi plan era evitarla a toda costa tan pronto como
estuviera embarazada. Antes sí podía evitarlo. Ella no tenía espacio en mi
vida diaria.
Herir a los hombres que la lastimaron me dejó extrañamente satisfecho.
Es extraño, ya que tener una erección por la violencia era más propio de
Sam.

—¿Qué se te ha metido en el culo? —Sam me mira por encima del borde


de su cerveza Guinness, poético como siempre.

—Sólo pensando. —Me hundo en la vieja cabina de madera, observando a


la multitud de jóvenes profesionales y obreros.

—Mi pasatiempo menos favorito. —Sam palm un puñado de guisantes


wasabi salados y los tira a su boca—. ¿Sobre qué?

—Matrimonio.

—¿Más específicamente?

—La inconveniente necesidad de ello. ¿Qué estás esperando?

Sam tiró su paquete Marlboro rojo sobre la mesa. Un cigarrillo se deslizó


obedientemente. Levantó la cajetilla y agarró el cigarrillo entre los dientes.

—Nada. —Lo enciende. Sam era conocido por romper las reglas del
ayuntamiento. Fumar dentro de los restaurantes era una de las cosas
menos ofensivas que hacía—. No tengo planes de casarme. Es una decisión
sorprendentemente fácil de tomar cuando no tienes el deber de continuar
un linaje y tus padres biológicos son unos imbéciles traicioneros que
merecían morir y una puta que te dejó en la puerta de su ex-novio cuando
tenías edad suficiente para saber lo que significaba ser abandonado.

—¿Quién heredará todo lo que tienes? —Pregunto. Sam Brennan estaba


revolcándose en ello. No sabía exactamente lo rico que era. Probablemente
declaró no más del quince por ciento de sus ingresos a Hacienda, pero
supongo que estaba en el club de los millones de dos dígitos.
Sam se encoge de hombros. —Sailor. Sus hijos, tal vez. El dinero no
significa nada para mí. —Le creía.

—Pero creciste con Troy y Sparrow Brennan —presiono, sabiendo que


nada iba a salir de esta conversación. El hombre era más cauteloso que
un zoológico—. La pareja de oro de Boston.

—Han Solo y Leia Organa con esteroides. —Sam toma un trago de su


Guinness, sonriendo amargamente—. Pero eso significa que es una
mierda. No tengo ni el ADN de Sparrow ni el de Troy. Soy huérfano. Un
elaborado error nacido de la venganza. No tengo planes de reproducirme.
Además, ¿de qué serviría tener un hijo, sabiendo que me pueden encerrar
de por vida cualquier día?

Tenía razón.

—Ahora —inclina su cerveza en mi dirección—, de vuelta a los negocios.


Byrne y su marioneta están fuera de escena para siempre. El siguiente
paso es encontrar a Veitch. Ver dónde se esconde. Lo que está haciendo.
Ponerle una correa. Tal vez lo traiga de vuelta y lo arroje a las garras de
Byrne. Mata dos pájaros de un tiro.

—Déjalo. —Le hago señas para que lo deje ir—. Byrne está pagado.
Kaminski estará en una silla de ruedas de por vida. Veitch probablemente
esté muerto. Ya está hecho.

—¿Muerto? No lo creo. Apuesto a que Veitch está vivo, y que tan pronto
como se entere de que su esposa se casó con un multimillonario, volverá,
haciendo demandas.

—No es posible —insisto—. El certificado de divorcio debería llegar


mañana por la mañana. No sería elegible para un centavo. No necesito
saber dónde está Veitch o qué está tramando.
—Puede contactar con Persephone y tocar sus cuerdas del corazón. Es su
marido.

—Era.

—Ella lo eligió.

—Ella eligió mal —le respondí.

—Si alguien es propenso a tener piedad del imbécil que la dejó atrás, es tu
futura esposa —advierte Sam.

Me hago sonar los dedos bajo la mesa. —Precisamente. Será mejor que la
deje embarazada antes de que se escape con su ex.

No quería una novia fugitiva. No confiaba en que Persephone no corriera


en cámara lenta a los brazos de su ex-marido y rompiera nuestro contrato
en el momento en que lo arrastrara de vuelta del infierno donde se había
escondido. Además, cuanto más tiempo pasaba sin que él supiera de mí,
más posibilidades tenía de dejar embarazada a Persephone sin sus
interrupciones.

Sam me examinó fríamente.

—Es un trabajo inacabado —advierte—. Yo no hago eso, Fitzpatrick.

—Harás todo lo que te diga por tu salario, Brennan. —Agarro mi whisky,


acabándolo de nuevo y golpeando el vaso en la mesa—. Y te digo que
olvides que Paxton Veitch existió alguna vez.
Nueve

—Los medios están en toda esta mierda como una prostituta con un
senador. —Hunter toma un sorbo de su café y lanza un beso tipo chef. Se
sienta frente a mí en mi oficina.

—No puedo culparlos. La novia parece de la realeza. Una Cenicienta


moderna. —Devon hojea el comunicado de prensa que está leyendo en su
iPad, sentado junto a mi hermano.

Le arrebato el iPad de la mano y le echo un vistazo. No sé cómo esta chica,


Diana, de PR había conseguido esta foto de Persephone, vestida con un
vestido azul claro, su cabello dorado cayendo en cascada hasta su cintura
estrecha, sus labios rosados fruncidos con una leve sonrisa, pero va a
tener un gran bono de Navidad.

Royal Pipelines hizo un buen trabajo al anunciar mis nupcias con la novia
de Boston: una maestra de preescolar, que va a la iglesia y una mujer de
buena fe, pedigrí y moral.
—Persy es más caliente que un Carolina Reaper13. —Hunter toca sus
labios, monitoreando mi reacción a la criatura divina con la que estoy a
punto de casarme—. Lo has hecho bien.

—Ella lo hizo mejor. —Le entrego a Devon el iPad—. Su belleza se


desvanecerá. Mi estado de Forbes no.

Persephone me ha estado enviando mensajes de texto sin parar durante


las últimas dos semanas desde que les dimos la noticia a nuestros amigos
y familiares. Al parecer, no fue suficiente volcar un presupuesto más
adecuado para alimentar a un estado mediano en sus manos y pedirle que
planifique la boda. Quería hablar de cosas.

Qué lugar prefiero.

Qué flores me gustan.

Si tengo alguna recomendación de alguna empresa de catering de buena


reputación.

No tuve el corazón para decirle que no me importaba si nos casábamos en


el ayuntamiento, en una iglesia o en una zanja. Que, de hecho, no tengo
un corazón en absoluto. Así que opté por ignorar todos sus mensajes. La
estrategia funcionó bien. Tengo la intención de adoptar esa estrategia
después de nuestra boda.

—Todavía no puedo creer que ella accedió a casarse con tu trasero. Si no


la hubiera visto diciendo que aceptó tu oferta con mis propios ojos,
pensaría que la tendrías secuestrada. —Hunter se frota los pómulos con
los nudillos. Él y su esposa manejaron la noticia como si les hubiéramos
dicho que uno de nosotros se estaba muriendo. Mis padres, sin embargo,
casi se arrancan los pantalones. Ojalá solo fuera una expresión.

13
El carolina reaper es el chile más picante en la faz de la Tierra.
Mamá rompió a llorar y Athair me regaló un cajón completo de relojes
antiguos.

Volví a ser mo òrga.

Dorado, descarado y astuto. Siempre seis pasos por delante del juego.

Mi padre fue específico y salvé mi puesto de CEO14. Al menos en ese frente.


El infierno sabe lo que Arrowsmith tiene reservado para mí.

—Me importa un bledo lo que la haya hecho decir que sí. Todo lo que me
importa es que aceptó. Necesitábamos esa victoria. Especialmente con
Andrew Arrowsmith de vuelta en la ciudad. —Devon volvió a guardar su
iPad en su funda de cuero y me miró con curiosidad.

Arqueé una ceja.

No le dije a Devon que Andrew había vuelto. No quería que nadie cometiera
el error de pensar que me importa. Además, le pagué lo suficiente a la
gente para que mantuviera un registro de lo que sucedía a mi alrededor.

—Él es el nuevo CEO de Green Living, —me cuenta Devon. Cuando nota
que no estoy sorprendido, frunce el ceño—. Joder. Pero eso tú ya lo sabías.
¿Cuándo me lo ibas a decir?

—Yo no sabía. Es tú trabajo mantenerte informado. No soy tu secretaria.

—Tal vez podrías serlo. Te verías deslumbrante con una falda


lápiz. —Hunter chasquea la mandíbula con un movimiento mordaz, sin
aportar absolutamente nada a la conversación, como de costumbre.

—Andrew pasó la mañana saltando de un programa matutino a


otro —señala Devon—. Está planeando algo.

14
Director ejecutivo o general
—Sin duda. —Estoy de acuerdo.

—¿Sam está en el caso? —Pregunta Hunter. Mi hermano menor no tiene


idea de quién es Arrowsmith o qué historia compartimos. Pero como todos
los Fitzpatricks, puede oler problemas a kilómetros de distancia y tiene el
instinto asesino nato de aplastarlos.

—Aún no. —Miro mi reloj—. Quiero que él dé el primer paso. Ver lo que
tiene antes de destruirlo.

Mi asistente personal llama a la puerta. Entra con cautela, con un blazer


rosa sobre lo que parece un sostén, su cabello platino le llega a las
pantorrillas.

—¿Señor Fitzpatrick?

—Em. Brandt. ¿Es Halloween?

Ella inclina la cabeza confundida. —No.

—Entonces no te vistas así. ¿Qué deseas? —Entrelazo mis dedos.

Ella se sonroja y se aclara la garganta. Tengo que admitir que Persephone


tenía razón. Casey parece una secretaria corporativa como yo parezco al
chico que salió de One Direction.

—Lamento interrumpir, es solo que no ha respondido mis últimos seis


correos electrónicos sobre el compromiso y los anillos de boda.

Los anillos.

Tengo que elegir anillos de boda y de compromiso. Naturalmente, tengo


problemas más urgentes con los que lidiar, como Andrew Arrowsmith y
encontrar una nueva piscina sin bordes para mi propiedad de Palm Spring.

Le doy una mirada a mi hermano.


—¿Qué tipo de diamantes le gustan?

—¿Cómo diablos debería saber eso? —Hunter se ríe—. Salgo con la chica.
No elijo pantimedias y aretes con ella en Bloomingdale's15.

—Pregúntale a tu esposa.

—Pregúntale a tu prometida —responde, pateando mi espinilla debajo del


escritorio.

—Eso me obligaría a hablar con ella. —Presiono mi pie sobre el suyo,


aplicando suficiente fuerza para escuchar sus dedos crujir—. No tengo
ningún deseo de hacer eso.

Hunter me mira como si estuviera clínicamente loco.

—¿Cómo se supone que voy a responder a algo así? —Se vuelve hacia
Devon, agitando una mano en mi dirección—. No puedo creer que se case
con la mejor amiga de mi esposa. ¿Qué pasará si tengo que asesinarlo?
¿Representarme será un conflicto de intereses para ti?

—Sí —dice Devon simplemente, alisándose la corbata.

—Independientemente, no practico el derecho penal. No me gusta


ensuciarme las manos. ¿Puedo hacer una sugerencia?

—No —digo, al mismo tiempo que Hunter habla—, por el amor de Dios,
por favor, hazlo.

—Elije la opción más cara —instruye Devon—. La respuesta a todas las


preguntas sobre el gusto de una mujer por las joyas es optar por la opción
cara. Funciona como un encanto cada Navidad. —Chasquea los dedos.

15
Bloomingdale's es una cadena de lujo de tiendas por departamentos en los Estados Unidos operada por Macy's, Inc.
—No con Persephone. —Hunter niega con la cabeza—. Ella es quisquillosa
y particular. Ambas hermanas Penrose tienen fuertes personalidades. Por
eso se llevan bien con mi esposa.

Dice eso como si fuera algo bueno. Cristo.

Casey está cambiando su peso de un tacón de aguja imposible al otro,


mirando entre nosotros tres, esperando una respuesta.

Decido que hemos pasado suficiente tiempo reflexionando sobre el asunto,


sellé el trato.

—Consigue todos.

—¿Perdón, señor?

—Los anillos que ha enviado el joyero. Toma todos. Que ella elija, alterne,
o se los puede regalar a sus molestas amigas, donar a obras de caridad,
limpiarse el culo con ellos. No me importa.

—¿Te refieres a comprarle los ocho anillos que el joyero ha traído aquí
desde Mumbai durante la noche? —Parpadea, mirándome como si me
creciera una cabeza extra e intentara cubrirla con un frutero
decorativo—. Cuestan medio millón cada uno.

—¿Y…? —Pongo mis dedos en las cuencas de mis ojos. La gente es mucho
más agotadora que correr un maratón.

—Y nada. Lo haré, señor.

Con la Barbie Stripper fuera del camino, me vuelvo hacia mi hermano y


abogado, listo para continuar nuestra conversación sobre Arrowsmith.
Ambos me miran con una mirada no muy diferente a la que vi en el rostro
de la Sra. Brandt.

—¿Ahora que? —Digo.


—Podrías haber ido con cualquier anillo —murmura Devon—. Sin
embargo, los elegiste todos.

Todo y nada eran las mismas cosas. Esencialmente, no hice una elección.

—¿Cuál es tu punto? —Exijo.

—Su punto —Hunter sonríe, tomando su café de mi escritorio y


poniéndose de pie—, es que tú, mi querido hermano, estás a punto de
recibir un puñetazo justo en la boca. Envuelve con plástico de burbujas
ese corazón negro tuyo porque la mierda está a punto de volverse real, y
voy a tomar un asiento de primera fila cuando finalmente te des cuenta de
que no eres el bastardo sin alma que crees que eres.

—Guárdame un lugar a tu lado. —Devon choca el puño con mi hermano.

Los echo a ambos.

Idiotas.
Diez

Después de un mes de ser ignorada por mi prometido cada vez que lo


llamaba y le enviaba un mensaje de texto, me presento a mi boda en una
limusina negra con Belle y Sailor a mi lado.

Es un día sorprendentemente soleado. Especialmente considerando que el


invierno se convirtió en primavera, y la lluvia persistente se negó a ceder
en lo que los meteorólogos locales describieron como el invierno más largo
y sombrío de Boston hasta la fecha.

Como yo fui quien hizo toda la planificación, me aseguré de que la boda se


adaptara solo a mi personalidad y preferencias.

A pesar de que Aisling me había dicho que Cillian odiaba la fruta en su


postre, el pastel es un bizcocho esponjoso de seis niveles cubierto con
chocolate blanco y decorado con granada. El lugar es St. Luke's, la iglesia
protestante a la que asisto desde que nací, aunque sé que Cillian se crió
como católico irlandés.

Llevo un vestido con perlas y tengo suficiente laca para el cabello como
para hacer mella en la capa de ozono. Me siento ridículamente inflamable
y me doy una nota mental de no acercarme a los fumadores y las velas.

Con la clara intención de indicarle a mi futuro esposo que no voy a ser


domesticada, elegí flores silvestres para mi ramo.

Decidí tener un servicio religioso solamente. No hay fiesta. No es un gran


festejo. Mis sentimientos hacia Kill son tan fuertes como siempre, pero no
voy a hacer todo el trabajo por él. Si quiere un matrimonio exitoso, lo cual
yo dudo que lo quiera, también tiene que esforzarse.

Una parte de mí duda que Cillian llegue siquiera a la boda. Después de


todo, volvió a ignorar mi existencia rápidamente después de que acepté su
oferta. Si no fuera por Devon, o los agentes de bienes raíces, banqueros,
joyeros y compradores personales que envió a mí, adulándome, pensaría
que se echó para atrás.

Debería haberlo sabido mejor.

Cillian Fitzpatrick nunca se echaría para atrás.

Todo en él está hecho de hielo.

Me siento en la limusina frente a la iglesia. Mamá y papá vinieron de los


suburbios. Están desorientados por mi boda escopeta16, pero felices, no
obstante. Saben lo herida que había estado por Paxton y pensaron que
decidí casarme con el hermano mayor de mi buena amiga Aisling porque
siempre habíamos tenido esta conexión increíble y enriquecedora.

16
Hace referencia a que nadie esperaba la boda
Esa fue la historia que les di, de todos modos, y esa fue la versión que
eligieron creer. Papá, que acaba de recuperarse de una cirugía de rodilla,
no puede acompañarme por el pasillo.

Creo que eso es una señal más que una coincidencia. Le pedí a Hunter
que hiciera el honor de acompañarme. Dijo: “Personalmente, preferiría
entregarte a Vlad el Empalador, pero temo demasiado por mi vida como
para negarle a nada Kill”.

—Toc Toc. —La fina voz de Ash, y las campanas de la iglesia, suenan en el
aire. Abre de golpe la puerta de la limusina y entra, con un vestido de
dama de honor rojo sangre.

—Oye. —Esbozo una sonrisa, me doy cuenta de que estaba apretando la


mano de Belle con la mía con demasiada fuerza. La suelto antes de que la
mano de mi hermana tenga que ser amputada debido a la gangrena.

Ash me entrega una corona de flores silvestres.

—Un amuleto de la buena suerte para la novia. Una tradición de


Fitzpatrick.

—¿Esto es de Kill? —Alzo las cejas. Recuerdo las flores venenosas que
había arrancado de mi cabello hacía tantos años. Ash negó con la cabeza,
volviéndose de un tono granate que iba bien con su vestido.

—Culpa mía. Debí aclararlo. Lo hice para ti. Es una costumbre irlandesa
que la novia se trenza la corona en su cabello. Trae buena suerte al
matrimonio.

—Mi cabello está más duro que una piedra en este momento. —señalo.

—¿Esa cosa es real? —Belle arrebata la tiara de flores de las manos de


Aisling—. Hermana, necesitas toda la suerte que puedas. Te estás
poniendo esto así sea lo último que hagas. Así que ven aquí. —Belle deja
la tiara en mi regazo, hurgando en su bolso. Saca un frasco de pastillas de
color naranja, toma una y me la mete en la boca.

—¿Qué es eso? —Murmuro alrededor de la tableta.

—Un pequeño estimulante.

Trago, entretejiendo mechones de mi cabello en la corona de flores


mientras Belle me pone una copa de champán en los labios.

—La iglesia está abarrotada. Todos los bancos están llenos hasta el
borde. —Aisling se arrastra hasta el asiento trasero mientras esperamos a
que la coordinadora del evento nos llame—. Sam cerró las puertas de la
iglesia con Kill adentro, otra tradición irlandesa para asegurarse de que el
novio no se escape, y Hunter deslizó seis peniques en sus zapatos. Kill no
estaba muy feliz.

—¿Cuándo él lo está? —Sailor dice con descaro, haciendo que las tres se
echen a reír.

Miro por la ventana hacia el cielo. Solo hay una nube solitaria.

Tía Tilda.

Sonrío. Mi difunta tía trabaja de formas misteriosas, no podía dejar de


venir hoy.

—No puedo creer que me vuelva a casar —le susurro a nadie.

—No es demasiado tarde para cambiar de opinión —me recuerda


Sailor—. De verdad. Pregúntale a Julia Roberts en cualquiera de sus
películas.

—Ya basta. —Advierte Belle a nuestra amiga pelirroja—. Vamos a darle al


idiota el beneficio de la duda, al menos por hoy.
—Tienes razón. —Sailor se frota la nariz—. Lo siento, Pers.

La coordinadora del evento empuja su cabeza por nuestra ventana abierta.

—Estamos listos. Dios mío, pareces una estrella de cine, Persephone.


Hunter te espera junto a las puertas de la iglesia. Él es la persona que te
acompaña, ¿correcto?

—En realidad —dice Belle, entrelazando su brazo con el mío—. Nosotras


vamos a llevarla.

—De mala gana. —Sailor se ríe.

Así que camino por el pasillo con mi grupo de amigas y familia,


sintiéndome amada, apreciada y protegida.

Solo que no por el hombre con el que me caso.

Después de semanas de no verlo, su presencia me golpea como una bola


de demolición.

Todo sobre Cillian de pie con un esmoquin completo frente a un ministro,


me recuerda por qué había estado patéticamente obsesionada con él antes
de Paxton.

Porque renunciar a él había sido lo más difícil que tuve que hacer.

Es alto, oscuro y autoritario, y gotea un poder salvaje y un magnetismo


que el dinero no puede comprar. Me mira directamente mientras camino
por el pasillo, agarrando mi ramo con un agarre mortal. Una banda en vivo
comienza a tocar “Arrival of the Queen of Sheba” de Handel. Los invitados
se ponen de pie, susurrando y murmurando. Aisling tenía razón. Hay
cientos de personas en este lugar, y a la mayoría de ellas, no las conozco.

Es entonces cuando me doy cuenta.

Cillian no ignoró la boda.

Simplemente me ignoró a mí.

Envió invitaciones promoviendo la idea de que él es un hombre de familia.

Bastardo, incluso eligió una canción para que yo caminara hasta la capilla.

En otras palabras, él estuvo involucrado en todas las partes que le


importaban y yo no fui una de ellas.

Mi corazón martilleaba y mi boca se secó alrededor del rico aroma del


champán.

Mis ojos se posan en los suyos con motas doradas. Parece tranquilo,
sereno, absolutamente indiferente.

—¿Te dijo que no tiene sentimientos? Él se enorgullece de eso.

La voz de Sailor vuelve a mi memoria.

Él lo hizo. Varias veces.

Aun así, quiero golpearlo con mi ramo y gritarle que sienta algo mientras
me jura matrimonio.

Me detengo frente a él, segura de que la sombra de mi corazón puede verse


a través de mi vestido cada vez que golpea contra mi caja torácica.
El ministro Smith inicia la ceremonia. Mis ojos se posan en los labios de
Kill, que están fruncidos en leve disgusto.

Esos labios que van a encontrarse con los míos en unos momentos por
primera vez.

Un sueño hecho realidad para la Persy, de dieciocho años.

Una parodia para mí, a los veintiséis años.

El ministro Smith termina su parte, luego se detiene y se aclara la


garganta.

—Antes de continuar, el novio tiene algunas palabras que quiera decir.

¿Lo hace?

Nunca había querido vomitar tanto como en el momento en que Kill


Fitzpatrick me miró con una sonrisa fácil, sacando una cinta de color
blanco paloma del bolsillo de su pecho.

—El amor es una emoción voluble, Persephone, querida. Fortuito, poco


confiable y propenso a cambios. La gente se enamora y desenamora en un
abrir y cerrar de ojos. Se divorcian. Ellos engañan. Los engañan.

Mis ojos se salen de sus órbitas. ¿Mi futuro esposo sabe que estaba en una
iglesia? Casi espero que él estalle en llamas frente a mis ojos,
arremolinándose en un humo oscuro, descendiendo directamente al
infierno al que pertenece.

Kill comienza a sujetar la cinta en nuestras manos derechas con una


confianza segura.

—La cuestión es que no puedes confiar en el amor. Por eso pretendo


ofrecerte algo mucho más consistente. Compromiso, amistad y lealtad.
Prometo darte mi protección, sin importar el precio. —Procede a atar
nuestras manos izquierdas juntas con la misma cinta, sujetándonos el
uno al otro con fuerza. Sus palabras suenan genuinas pero reticentes.
Secas, pero de alguna manera real—. Nunca nos daré la espalda. Nos
enamoraremos y desenamoraremos muchas veces, pero prometo
encontrar el camino de regreso a ti. Para volver a unirnos incluso cuando
la tentación de romper las cosas es demasiado. Y cuando el amor se sienta
lejano… —Presiona su frente contra la mía, sus labios moviéndose sobre
los míos—. Lo traeré de regreso a nuestra puerta.

Nuestras manos están firmemente atadas. Nos miramos el uno al otro.

Demasiado cerca.

Demasiado íntimo.

Demasiado expuesta.

Nuestros invitados miran con los ojos muy abiertos, en estado de shock y
asombro. Mi boca cuelga abierta, una mezcla de fascinación, sorpresa y lo
más peligroso de todo: pura felicidad se arremolina en mi pecho.

—Esto es hermoso. —El reverendo deja escapar un suspiro. Decimos


nuestros votos. No vomité, a pesar de querer hacerlo—. Los declaro marido
y mujer. Usted puede ahora besar a la novia. Dios sabe que quieres
hacerlo. —Se ríe entre dientes, haciendo que todos en la iglesia estallen en
carcajadas salvajes.

Cillian tira de mí, usando nuestras manos atadas, empujándome hacia su


cuerpo firme. Se zambulle con ojos que cambiaron de un oro tranquilo y
rico a una lava ardiente y fundida. Mi aliento queda atrapado en la parte
posterior de mi garganta cuando aplasta sus labios sobre los míos con una
calidez devastadora, llevando nuestras manos a su pecho y entrelazando
nuestros dedos. Sus labios son posesivos, exigentes; su casi familiar
fragancia de cedro seco y madera afeitada me debilita las rodillas.
—Bésame de vuelta —gruñe.

Tira de nuestras muñecas atadas, poniéndome de nuevo en pie. Me deslizo


sin fuerzas sobre su cuerpo, demasiado aturdida para funcionar. Kill
profundiza nuestro beso, devorándome, abriendo su boca y conectando su
lengua con la mía. Fue deliberadamente rudo, acalorado, sexy y nuevo.
Nunca antes me habían besado de esta manera. Los aplausos, silbidos y
vítores se ahogan bajo el ardiente deseo que me inunda. Olvido dónde
estamos y qué estamos haciendo. Todo lo que me importa es la presión
exigente de su deliciosa boca y la forma en que nuestros corazones se
desbordaban al unísono, latiendo salvajemente unos contra otros.

Siento su sonrisa en mis labios mientras se retira lentamente. Calculando.


Parpadeo, todavía drogada por el beso inesperado que grita cosas que no
me atreví a susurrar. Pero cuando miro hacia arriba, es el mismo
monstruo frío y distante.

Helado, con cara de póquer y completamente fuera del alcance.

Echo un vistazo inseguro a las bancas.

Toda la última fila está llena de fotógrafos, periodistas y camarógrafos,


grabando el tierno momento que compartimos.

El discurso.

El cierre de la mano.

Ese beso.

No eran para mí. Eran para ellos. Mentiras, cuidadosamente diseñadas


para encajar en la nueva narrativa de Kill Fitzpatrick: un esposo amoroso.
Un hombre cambiado. Un villano reformado.
Tropiezo hacia atrás, torciendo mis muñecas alrededor del apretado nudo,
tratando de escapar de él.

—Ahora, ahora —susurra en voz baja—. No vas a conseguir el cuento de


hadas, chica de las flores, así que debes vendérselo a otras personas.
Sonríe grande.

—No eres mi príncipe azul —suelto, mis pensamientos vuelven a la


conversación que tuve con mi hermana en su auto la noche que le conté
sobre mi compromiso—. Tú eres el villano.

—El miedo es mi mayor activo. —Inclina la cabeza hacia abajo,


pretendiendo acariciar mi garganta, su ronco y grave barítono reverberaba
profundamente dentro de mí—. ¿Pero qué son los villanos, mi querida
esposa, sino héroes incomprendidos?

Aunque decidí no hacer una fiesta, hubo una gran cena en Avebury Court
Manor en honor a mi matrimonio falso.

Había visto a Jane y Gerald Fitzpatrick innumerables veces antes. Había


estado en su mansión prácticamente todas las semanas en las noches de
chicas. Pero a excepción de la cena en la que dimos la noticia, esta fue la
primera vez que estuve allí como la novia de su hijo mayor y no como la
tímida y educada amiga de su hija.

Me di cuenta por las sonrisas corteses y la incomodidad que sabían que


esto no era un matrimonio por amor. Jane me mira casi en tono de
disculpa mientras Gerald sigue vigilándome como si estuviera seguro de
que saldría corriendo de su casa en cuanto apartaran la mirada.

Mis propios padres están deslumbrados por el lujo en el que viven los
Fitzpatricks. Papá babeaba sobre el garaje de quince autos, y estoy
bastante segura de que mamá está a punto de hacer el amor con los
azulejos de la cocina. Ambos están asombrados por el jardín de mariposas
que Gerald creó para su esposa, probablemente para recordarle que estaba
atrapada en este matrimonio para siempre.

La conversación entre las familias es forzada. Gerald, mi papá y Cillian


son los que más hablan, llenando el incómodo silencio con temas seguros
como los Boston Celtics, la comida callejera y los atletas legendarios del
pasado. Revuelvo la comida en mi plato, ocasionalmente respondiendo una
pregunta dirigida hacia mí.

Ser ignorada por Cillian mientras no era mío fue devastador.

Pero ser ignorada por él cuando yo soy su esposa iba a ser desgarrador.

En las últimas semanas, me habían mimado más allá de lo creíble. Llegó


un estilista a mi apartamento con tres juegos de guardarropas. Había
recibido una cantidad desagradable de anillos de compromiso, me estaba
mudando a un apartamento nuevo y habían solucionado mis problemas
de Paxton y deudas. Pero nada, aparte de tener a Byrne y Kaminski fuera
de mi espalda, vale el sacrificio de mi libertad por alguien que realmente
no me quiere. Solo quiere mi vientre y mi capacidad para criar a sus hijos.

Cuando termina la cena, nos besamos y nos despedimos de todos con un


abrazo, Cillian me lleva apoyando su mano en la parte baja de mi espalda
hasta su Aston Martin, abriéndome la puerta mientras todos están afuera,
despidiéndose con la mano. Es la imagen de un perfecto caballero.
Durante el viaje, guardo silencio. No estoy segura de qué me cabrea más:
el hecho de que actuara como si le importara frente a las cámaras y
nuestras familias, o que yo fuera lo suficientemente estúpida como para
creerlo.

Probablemente lo último.

—La boda transcurrió sin problemas. —Observa Kill, con los ojos en la
carretera mientras el vehículo se desliza por los barrios pastorales de Back
Bay. La escarcha de la tarde muerde mi piel; el clima soleado de la mañana
es reemplazado por una profunda oscuridad.

Un escalofrío recorre mi espalda. Él es mi Hades y vine a él de buena gana.

—Me alegra que pienses eso. —Miro por la ventana con los brazos cruzados
sobre el pecho. Busco una nube en el cielo, desesperada por volver a ver a
la tía Tilda, pero todo lo que veo es una manta consistente de terciopelo
negro.

—¿El apartamento es de tu agrado?

—Esta será mi primera noche allí —respondo secamente—. Estoy segura


de que me va a encantar.

¿Por qué no lo haría? Está en el edificio más exclusivo de Boston. Con


comodidades de hotel de cinco estrellas, cocina de chef, electrodomésticos
Subzero17, calefacción por el suelo radiante y muebles importados de
Italia.

Y... no podría importarme menos.

Nada de eso.

17
Sub-Zero es una marca estadounidense de electrodomésticos de cocina importantes para uso residencial
En todo caso, me fastidia no poder quedarme en casa de Belle, donde al
menos tendría el calor de su cuerpo contra el mío todas las mañanas
cuando se metiera en la cama. Donde tuvimos conversaciones, momentos
felices y fines de semana haciendo comida en la pequeña cocina con una
copa de vino.

Odio todo sobre esta conversación con mi esposo.

La cortesía clínica.

La falta de intimidad.

Cómo ahora sabía cómo se sienten sus labios.

—¿Por qué le pediste a la orquesta que tocara 'The Arrival of the Queen of
Sheba'? ¿Por qué no 'Bridal Chorus'?

—No me gusta Wagner.

—¿Porque él es amado? —Bromeo.

—No, porque era un nazi, —responde claramente.

Le doy una mirada de reojo, sorprendida.

—Interesante.

—No particularmente. Es posible que desees ampliar tu grupo de


intereses.

Girándome completamente hacia él, sonrío.

—Así que no consumes productos que estén vagamente conectados con el


racismo. Según esa lógica, no conduces un Ford, no usas Hugo Boss, ni
usas productos Kodak.

—Conduzco un Aston Martin, uso Kiton y Brioni, y no uso Kodak.


—Cuidado, maridito, o sospecharé que tienes alma.

—Nadie tiene alma. Lo que tengo son algunas células cerebrales que
funcionan y principios.

—¿Nadie tiene alma? —Repito estupefacta. —Sé que no crees en los


sentimientos, ni en Dios, ¿pero tampoco crees en las almas?

—¿Tú sí? —Da un giro suave a nuestro vecindario. Vivíamos a pocas


cuadras el uno del otro.

—Por supuesto —digo, incrédula.

—¿Dónde está entonces? —Sus ojos ámbar todavía están en el


camino—. Tu alma. Anatómicamente.

—El hecho de que no puedas ver algo no significa que no exista. Como el
aire, por ejemplo. O la inteligencia. O el amor.

—El hecho de que coloques la palabra con A en cada conversación dice


mucho de ti, ¿sabes?

—No hay hechos, Cillian querido. Solo interpretaciones.

Fue su turno de lanzarme una mirada de incredulidad.

—Nietzsche.

—Me casé con un nihilista. —Paso una mano por el suave satén de mi
vestido. Había pasado las últimas semanas leyendo todo lo de Nietzsche y
Heidegger como si mi vida dependiera de ello—. Lo mínimo que podía hacer
antes de decir lo que hago, es hacer un recorrido en esa mente tuya.
Comprender tu brújula moral.

—No tengo moral. Ese es el punto de ser nihilista.


Boicoteas a empresas y personas porque hace mucho tiempo defendían algo
con lo que no estabas totalmente de acuerdo. No eres más que moral.

Por supuesto, señalar eso solo nos haría discutir más. Lo mejor es hacerlo
descubrir por sí mismo que no es el idiota que piensa que es.

Toma un giro a mi calle y aparca frente al edificio de mi apartamento. Un


portero está en la entrada. Pongo mi mano en la manija de la puerta,
tomando aliento antes de empujarla para abrirla.

—Persephone.

Giro mi cabeza, mis ojos se fijan en su rostro.

—Todavía no hemos hablado de la parte de la concepción.

—No hay nada que discutir. Podemos comenzar cuando quieras. Dime
cuando estés listo para empezar. Podemos intentarlo y quedarnos
embarazados para el verano.

Quiero hijos con todo mi corazón. Siempre fui la niña que metió sus
muñecas en pequeños cochecitos de plástico mientras su hermana
trepaba a los árboles y patinaba con los niños.

Todo lo que siempre quise fue una familia propia. Bebés y pijamas a
cuadros a juego y árboles de Navidad elaborados con adornos hechos a
mano.

—¿Cuáles son mis posibilidades de convencerte de seguir la ruta de la


fecundación in vitro? —Pregunta Kill, serio.

—Inexistente —digo rotundamente—. Tenemos un trato.

—Bien. Haré que alguien envíe pruebas de ovulación. Dime cuando estés
lista.
—Eso fue un no de mi parte.

—¿Disculpa? —Gira la cabeza en mi dirección. ¿Finalmente logré


enfurecerlo? Probablemente no, pero al menos no se ve tan frío y muerto
por un momento.

—No quiero hacer exámenes. Me gusta el elemento sorpresa. —Me encojo


de hombros, provocándolo deliberadamente.

—¿Tiene sentido tener relaciones sexuales si no estás ovulando? —En su


defensa, lo intentó. Intentó aferrarse al resto de su calma con todo lo que
tenía. Pero yo tengo la intención de romperlo.

—La hay —respondo alegremente.

—Dímela.

—Voy a tener un orgasmo.

Por primera vez en mi vida, vi a Cillian Fitzpatrick sonrojarse. Puedo


jurarlo. Incluso en la tenue luz que proyectan las farolas, noto que su cara
se vuelve de una sombra que nunca antes había visto en él. Su boca se
aprieta en una línea dura.

—Los favores sexuales no forman parte de nuestra negociación.

—Demándame. —Abro la puerta del pasajero, pero no salgo—. Mira, si no


quieres tocarme, no te molestes. No tienes que dormir conmigo, Kill. Pero
si quieres que te dé un bebé, esa es la ruta que tendrás que tomar. Y otra
cosa. —Me vuelvo hacia él. Me doy cuenta de que está sorprendido por mi
comportamiento audaz. Contaba con una versión diluida de su hermana.
Y hasta cierto punto, yo era exactamente esa persona: romántica, dulce,
siempre dispuesta a ayudar.
Pero sé muy bien que con Kill, tengo que luchar si quiero ganarme su
respeto, su confianza y un lugar en su vida.

Me mira fijamente, haciendo crujir los dedos.

—Tú, mi querido esposo, besas como un rottweiler hambriento.

Ninguna respuesta.

—Realmente necesitas trabajar en tu proporción de lengua a labios. Y usas


demasiada saliva.

Continúa mirándome, ridículamente impasible.

Vamos. Siente algo. Cualquier cosa. ¡Ira! ¡rabia! ¡Asco! Te estoy insultando.

—Supongo que puedo enseñarte. —Dejo escapar un suspiro.

—Paso.

—Pero tú…

—Déjalo, Persephone. Para insultarme primero tendría que importarme tu


opinión, y como se estableció hace cinco minutos, no me importa nada.

—Tu pérdida.

—Nunca había escuchado ninguna queja.

—¡Por supuesto que no lo has hecho! —Salgo de su auto y le cierro la


puerta en la cara—. No les pagas para que te califiquen. Buenas noches,
maridito.

Me doy la vuelta, me alejo, sintiendo sus ojos sobre mí todo el tiempo.

Entro en mi nueva jaula dorada, sabiendo muy bien que, a pesar de toda
su belleza dorada, sigue siendo, después de todo, una jaula.
Once

Tres semanas después del día de mi boda, estoy lleno de cosas que casi
hago.

Casi llamo a Persephone cuando la urgencia de ir a Europa y satisfacer


mis necesidades me quemaban la sangre. Fue un milagro que me las
arreglara para ocuparme de los asuntos en mi ducha con una mano
apoyada sobre los mosaicos, frotándome como un adolescente
enloquecido.

Casi conduje directamente a su apartamento cuando vi a Sailor haciendo


piruetas por mi oficina con su pequeña pancita, trayendo el almuerzo a
Hunter y finalmente luciendo como una futura madre y no como un niño
escuálido de seis años que tiene una ración extra de coles de Bruselas.

Casi le envié un mensaje de texto a mi esposa, cuando vi una foto de ella,


hecha por un paparazzi, en una columna de chismes local que Devon me
había enviado en la que ella se dirigía a una clase de yoga con su hermana,
vestida con pantalones ajustados de yoga y un sostén deportivo.

Casi la uso como premio de consolación esta mañana cuando llegué a la


oficina y encontré una valla publicitaria del tamaño de un maldito edificio,
una que estaba dirigida a la ventana de mi oficina, con mi cara en ella,
sangre falsa goteando de la esquina de mi boca.

El villano número uno del mundo occidental está aquí para

matar a los osos polares

Y tu planeta.

Maldito Andrew Arrowsmith.

Cada vez que estuve a punto de hacer un movimiento, recordé cómo


deliberadamente trató de hacerme enojar la noche que la dejé en su nuevo
apartamento.

Todo en mi esposa es desordenado, molesto e inconveniente. La peor parte


es que de alguna manera la dócil criatura se las ha arreglado para ponerme
en una situación de desventaja.

Para embarazarla, necesito verla.

Lo cual no quiero hacer.

La pelota está en mi cancha y quiero patearla al otro lado del mundo donde
no tendría que verla ni escucharla. Donde no tendría que probarla.

Lucho por recordar qué me hizo aceptar permanecer célibe.

Estoy aún más desconcertado por el hecho de que cumplí mi palabra.

Enviando eso fuera de la mesa, me ahogo en el trabajo mientras trato de


pensar en opciones de cómo embarazarla sin tocarla. Ella y yo tenemos
ideas muy diferentes de lo que debería implicar el sexo, y empañarla con
mis manos y mi mente sucias no es algo que esté dispuesto a hacer.

Mi teléfono vibra sobre el escritorio de mi oficina.


—Devon. —Aprieto el botón del altavoz—. ¿A qué debo el disgusto?

—Yo diría que a ser un maldito de clase mundial y recolecta enemigos en


todo el mundo como si fueran sellos de Royal Mail.

—Cabreé a alguien —concluyo.

—Correcto.

—Necesitas ser específico.

—Mira por la ventana.

—Ya lo hice. No es mi mejor imagen, pero acabo de redirigir tres millones


a relaciones públicas y publicidad para comprar este lugar, y todos los
demás en la ciudad, y reemplazarlo en el momento en que el contrato de
arrendamiento de Andrew haya terminado con anuncios positivos.

—La maldita cartelera no es nada. Tu antiguo compañero, Andrew


Arrowsmith, buscó un gesto más grandioso para profesar su odio hacia ti.
Mira abajo.

Camino hacia mi ventana del piso al techo. Hay una manifestación frente
al edificio de Royal Pipelines.

No. No es una demostración. Caos total, que consiste en cientos de


activistas que ondean banderas de Green Living y sostienen carteles de
Huelga por el clima e impresiones de cartón gigantes del Ártico
derritiéndose.

Algunos de ellos marchan con impresiones agrandadas de pingüinos


parados sobre icebergs derretidos, osos polares hambrientos con costillas
saliendo de su pelaje y varios animales oceánicos muertos manchados de
aceite.
Tomo una respiración profunda. Sé que mi pulso se mantendrá bajo
control. Siempre es así.

—¿Cómo no me enteré de esto?

—Es una huelga espontánea. No lo aclararon con la policía. Se dispersará


en la próxima hora. Ya hice algunas llamadas.

—¿Y dónde está Arrowsmith? —Grito.

—Ayuntamiento. —El suave clic de los elegantes zapatos de Devon me


dicen que está caminando hacia algún lado y rápido—. Está presentando
una demanda pública contra Royal Pipelines por perforar pozos
exploratorios en el Ártico. Quiere que se cierren.

—¿Qué tan preocupado debo estar? —Tomo mi computadora portátil,


preparándome para bajar al cuarto piso y cambiar a mi equipo legal por
uno nuevo por no oler esto desde un radio de cien millas.

—Mucho. Eres dueño del terreno, pero Andrew sugiere algunas enmiendas
a las leyes internacionales —admite Devon—. ¿Cuál es tu plan de juego?

—Moléstalo al prolongar la prueba hasta que Green Living no pueda pagar


un paquete de lechuga —digo de inmediato.

—Eso lo retendría, no lo detendría. —Devon suena pensativo—.Voy en


camino. Reúnete conmigo en el cuarto piso.

Salgo furioso de mi oficina, pasando a una Casey desesperada, que se agita


sobre sus tacones, tratando de perseguirme para averiguar qué quiero
para el almuerzo.

La cabeza de Andrew en una bandeja.


—¿Kill? —Devon pregunta en la otra línea cuando presiono el botón del
ascensor—. Arrowsmith hizo un movimiento muy bueno. Puede que
tengamos que negociar.

—Yo no trato con terroristas.

Además, sé que a Andrew le importan un comino los osos polares o los


mullidos zorros de las nieves. En todo caso, debe haber sabido que perforar
el Ártico no es ni la mitad de sucio y controvertido que la hidrofracturación,
también conocido como el método de elección de Royal Pipelines hasta que
entre en escena.

Va detrás de los Fitzpatricks.

De mí, específicamente.

Desafortunadamente para él, tengo dos reglas:

1.Nunca rehuir a una guerra buena y sangrienta.

2.Yo siempre gano.

Después de una reunión urgente que se prolonga hasta altas horas de la


tarde, tomo el ascensor de regreso al piso de administración.

Devon y todo mi equipo legal me aconsejaron esperar mi momento,


permanecer en silencio y luego publicar una declaración pública en unas
pocas semanas, indicando que Royal Pipelines cesaría su exploración en
el agua del Ártico debido a cantidades insuficientes de petróleo.
En otras palabras, me pidieron que me retirara y ondeara la bandera
blanca con el argumento de que ir a la guerra hacía que mis rodillas
parecieran hinchadas en lugar de que tenía miedo de perder ante Andrew
Arrowsmith.

Poco saben ellos, nunca pierdo.

No estoy enojado ni sereno, pero definitivamente no estoy de humor. El


hecho de que no me sintiera enojado no significaba que fuera inmune al
mal genio. Andrew está tratando de joderme, y no me gusta la forma en
que lo hace.

Paso tranquilamente por la oficina de cristal de Hunter, haciendo una


pausa cuando me doy cuenta de que tiene compañía.

Sailor está sentada en su escritorio, echando la cabeza hacia atrás y


riendo. Emmabelle también está allí, con tacones más adecuados para un
espectáculo de drag y una falda de cuero roja. Probablemente frecuenta
las mismas tiendas que la Sra. Brandt.

Luego está mi esposa.

Persephone lleva un vestido de gasa negro de diseñador con estrellas


plateadas, y un nuevo par de botas Gucci, mientras está sentada en el
borde del escritorio de Hunter, chupando una piruleta.

Se mueve como una sirena que se desliza fuera del agua. Saludable,
radiante y feliz. Al menos unos kilos más de lo que pesaba en nuestra
boda. El peso extra le dio curvas y arcos que harían agua la boca del Papa.

Mi esposa está radiante, contenta y hermosa.

Y me dan ganas de estrangularla.


Ella está viviendo la vida mientras yo pago la cuenta. Nuevo apartamento,
nuevo guardarropa, tintorería y servicios de comida, además de todo un
personal esperando a que ella chasquee los dedos y les diga qué hacer.
Ella todavía no ha cumplido con su parte de nuestro trato.

Conseguí un trato injusto, y si hay una cosa que no soy, es un mal hombre
de negocios.

Paso una mano por mi chaleco, me acerco a la oficina de Hunter y abro la


puerta sin llamar.

—Ey hermano. —Hunter levanta la vista de algo que les mostró a las
mujeres en su teléfono, todavía sonriendo—. ¿Qué pasa? Pareces enojado.

Ignorándolo, voy hacia Persephone, quien se puso rígida desde el momento


en que entré a la habitación. Me inclino y la beso en la mejilla, viendo cómo
el color aumenta en su tez veteada de porcelana.

—Kill —dice, extrañamente sorprendida por toparse conmigo en mi propio


edificio. ¿Esperaba que yo dirigiera mis reuniones en el Chuck E. Cheese
local?

—¿Cómo has estado? —Pregunto con frialdad.

—Excelente.

Apuesto eso, cariño.

—¿Podemos hablar?

Mira a nuestro alrededor, dudando, como si fuera a saltar sobre ella.


Ambos sabemos que tenemos el problema opuesto.

—¿Ha terminado la fase de luna de miel? —Sailor arquea una ceja


pelirroja—. Oh, es cierto. Kill no llevó a Persy de luna de miel.
—No me hagas quitarme los pendientes. —Belle da un paso hacia mí,
cruzando los brazos—. Kill estará muerto18 si se mete con mi hermanita.
Ya le dije eso.

Así es. Emmabelle me visitó poco después de que se conociera la noticia


de mi compromiso con su hermana. Todavía lamento los diez minutos que
perdí por escuchar sus divagaciones.

Primero, se había ofrecido como esposa si dejaba ir a su hermana.


Obviamente fue una prueba, destinada a ver si quería a Persephone
específicamente, o a cualquier mujer con útero y buena salud. Cuando le
dije a Emmabelle que mi interés en tocarla rivalizaba con mi deseo de pisar
cada pieza de Lego en Norteamérica descalzo, ella procedió a hacer
amenazas vanas y flexionar sus bíceps inexistentes, intimidándome con
daño corporal.

La miré con impaciencia mientras dijo su discurso y luego la envié de


regreso al lugar de donde venía.

Por mucho que me disgustaran mis dos cuñadas, parecen completamente


inconscientes de lo que sucedía en mi matrimonio, y esa era una buena
noticia. Significaba que Persephone mantuvo la boca cerrada. Claro,
Hunter, Sam y Devon están al tanto de la verdad, la pronuncié en voz alta
frente a ellos una noche de póquer, pero son mis aliados.

Mi esposa salta del escritorio de Hunter y se vuelve a meter la piruleta roja


en la boca.

—Muy bien, maridito. Hazlo rápido.

La llevo a mi oficina, luego continuo hasta el baño privado, donde las


paredes no son de vidrio y nadie puede vernos.

18
Juego de palabras con “Kill” y “Killed”
Cierro la puerta detrás de nosotros y luego la miro fijamente.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Almorzando con amigos. —Se saca la piruleta de la boca. El olor a sandía


llena el aire, haciendo que mi polla se agite—. ¿Estás teniendo un buen
día, maridito?

—No particularmente.

—Sí, vi en las noticias locales sobre la manifestación. —Ella arruga su


pequeña nariz, que sinceramente espero que mis futuros hijos
hereden—. Ese cartel de ahí arriba tampoco es tu mejor ángulo.

La miro, sin saber por qué la llamé aquí. No tengo nada que decirle. Sin
embargo, la necesidad de monopolizar su tiempo arde en mí. Yo soy quien
merece su atención.

Yo la salve de problemas.

Yo pago por su nuevo estilo de vida indulgente.

Yo soy con quien debe pasar el tiempo.

No quieres ninguna de estas cosas, idiota.

—Lo que estás haciendo en el Ártico es... —Se lleva una mano al pecho.

—¿Terrible? —Termino por ella con una sonrisa.

—Monstruoso.

—Puedes llorarme un río.

—Probablemente también encontrarás una manera de contaminarlo.


—Un poco de lealtad no te mataría, chica de las flores. Soy tu esposo.
Aunque eso no dice mucho, considerando que te divorciaste del anterior
sin su consentimiento. —Me inclino sobre la pared de granito, cruzando
las piernas por los tobillos.

Sus ojos se agrandan.

—¿Me estás tomando el pelo? ¿Estás comparando mi divorcio de mi marido


fugitivo con lo que estás haciendo? —La misma llamarada de fuego que vi
cuando negociamos nuestros términos volvió a sus ojos, haciendo de mi
semi-erección una erección en toda regla—. Estás arruinando nuestro
planeta para obtener beneficios económicos. La Tierra no es tu páramo.
Sin mencionar que estás llevando a grupos enteros de animales a la
extinción. Como los osos polares y los pingüinos.

—Siento que te sientas así —digo robóticamente. Una respuesta bien


ensayada a lo mismo que había escuchado una y otra vez.

—No tú no lo sientes.

—Tienes razón. No lo siento en absoluto. No puedes hacer funcionar tu


auto de manera adorable.

—Pero puedo hacerlo funcionar con pilas, gracias a Elon Musk —responde
con un tono dulce.

—Sé que a las mujeres les gustan los dispositivos que funcionan con
baterías, pero nunca son tan buenos como los reales.

Ella se atraganta con su piruleta. Me pregunto si tiene una fijación oral.


Primero el puro y ahora esto. Es difícil concentrarse cuando sus labios
rosados siempre están envueltos alrededor de algo. Especialmente cuando
no es mi polla.
Pude haberle dicho la verdad. Que el Ártico no es un plan a largo plazo.
Que tengo un plan medioambiental más ecológico para poner mis manos
en el gas natural. Un invento futurista del siglo XXII que está en proceso.
Pero no me importa mucho ser conocido como el hombre responsable de
arruinar el mundo.

—¿Por qué estás realmente aquí, Persephone? —Me aparto de la pared,


avanzando en su dirección, sin detenerme hasta que estamos pegados el
uno al otro. Si bien las emociones eran un lastre, embarazar a mi esposa
es un llamado.

Cuanto más rápido podamos hacerlo, más rápido podemos interrumpir la


comunicación.

Su delicada garganta se balancea cuando traga. Estaba pegada a la pared,


acorralada como un animal. Se lame los labios y sus ojos azules se posan
en mi boca.

—Almuerzo. —Ella se apega a su versión—. ¿Por qué si no estaría aquí?

Pongo mi brazo sobre su cabeza, acorralándola, mirándola a los ojos.


Tengo unos buenos centímetros sobre ella, incluso con sus tacones
nuevos.

—Creo que estás aquí porque me debes algo.

—Te estoy dando todo por lo que firmé. Vivo en el apartamento que me has
designado. Estoy disponible para ti. No recuerdo que contestaras el
teléfono y pidieras consumar nuestro matrimonio. —Ella arquea una ceja.

Tiene cejas delicadas. Otra cosa que no me importa que mis hijos reciban
de ella.

De hecho, me alegraría que le hereden todo.


Todo menos ese corazón sangrante.

Y eso muestra exactamente lo mucho que pienso sobre mí mismo.

—Yo no ruego —digo arrastrando las palabras.

—Nadie te lo pide. Pero si quieres meterte en mi cama, tienes que hacer


los arreglos necesarios. No es mucho pedir.

Tiene sentido y eso me preocupaba porque, por lo general, yo soy la


persona pragmática en las conversaciones. Cualquier conversación.

—Estás aquí ahora —señalo.

No estoy de humor para el sexo, pero supongo que tengo que terminar con
eso en algún momento.

Ella sonríe alrededor de la piruleta, sus labios hinchados y dolorosamente


besables. —No vamos a tener sexo en tu baño. Tengo más respeto por mí
misma que eso.

—¿Estás segura? —Pregunto, medio sarcástico, medio


esperanzado—. Hasta ahora, has actuado como una novia glorificada por
correo. Inclinarte sobre el tocador estaría bien dentro de tu
comportamiento típico.

Ella ríe

Ella realmente se ríe.

Echándose el cabello a un hombro, mi esposa gira sobre sus talones.

—Adiós, maridito.

Camina pavoneándose hacia la puerta, todo fuego, azúcar y tentación.


Sabe exactamente lo que estaba haciendo y lo hace bien. Ninguna parte
de ella es mansa e ingenua ahora.
No estoy acostumbrado a que las mujeres se vayan antes de que la deje ir
verbalmente, la miro con fascinación mezclada con molestia. Nunca había
tenido que averiguar cómo mantener a alguien cerca. Por lo general, mi
estatus, poder y billetera lo hacían por mí.

Verla irse me hace sentir como si me hubieran robado algo.

—Persephone —digo.

Ella se detiene.

—Regresa.

—No.

—No me hagas darte una lección.

—¿Por qué? —pregunta alegremente—. Soy una buena estudiante.


Aunque creo que soy yo quien te está dando una clase importante hoy. Si
quieres que me quede, tendrás que pedirlo amablemente y no darme
órdenes.

Mi instinto me insta a ignorarla. A ponerla en su lugar. Pero eso sería


actuar en base a mis emociones, y yo no hago eso. Cillian normal, el Cillian
cuerdo, la complacería para conseguir lo que quiere y luego la descartaría.

Pelear con ella no me va a acercar un paso más al triunfo. O a tener un


heredero.

Trago una jugosa maldición que no puedo creer que piense eso, y mucho
menos creo que la pueda pronunciar, tomo un respiro.

—Por favor, regresa.


Ella lo hace, lentamente. Y por primera vez, me doy cuenta de lo horrible
que se siente estar a merced de otra persona. La humildad en mi situación
me pone al borde de las náuseas.

Prepárala y deshazte de ella. Serás el último en reír cuando ella cambie


pañales y críe a tus futuros herederos mientras estás metido en la alta
sociedad francesa.

—¿Te gustaría cenar conmigo? —Escupo.

—Sí. —Su sonrisa es cálida como el sol, llena de promesas—. ¿Esta noche?

—Esta noche está bien.

—¿Por qué no cocino para nosotros?

Porque probablemente tendrá un sabor horrible.

Pero esos son pensamientos que necesitan filtrarse al menos hasta lograr
mi objetivo. No ser insoportable fue una curva de aprendizaje.

—Tengo un chef privado. También podemos ordenar algo.

Ella sacude su cabeza. —Nada mejor que una comida casera.

—¿Dónde crees que mi chef prepara mis comidas? No en el baño —digo


entre dientes.

Definitivamente una curva de aprendizaje.

Ella ríe. —Tu chef no cocina con el corazón.

—Afortunadamente —frunzo el ceño—, eso sería antihigiénico. ¿Alguna


preferencia?
Sus ojos viajan hasta mi entrepierna. El calor sube por mi espalda. Es el
celibato. No estoy acostumbrado a depender de la disponibilidad de otra
persona.

¿Es así como se siente la monogamia? No es de extrañar que la tasa de


divorcios en los países occidentales esté por las nubes.

—No te preocupes por mis preferencias. Déjame cocinar. Tengo una


condición.

Siempre hay condiciones con esta mujer.

Pero no importa cuánto quiera arrepentirme de casarme con ella y no


apegarme a mi plan de Minka Gomes, tengo que admitir que Persephone
es un afrodisíaco que mi lado carnal no puede rechazar.

Su mordaz belleza, su ingenio fácil y su cálida personalidad le dan un brillo


real. Como todas las joyas raras, la quiero para mí por el simple hecho de
tenerla.

Meto mis manos en mis bolsillos delanteros, le lanzo una mirada.

—¿Bien?

—Quiero que sea en tu casa.

—Hecho.

No soy un hombre sentimental. Llevarla a mi cama no me hará asociar


dicha cama con ella en ella. No es una maldita manta de seguridad.

Si piensa que me está engañando para que desarrolle sentimientos hacia


ella, está gravemente equivocada.
—Nos vemos a las siete. —Se da la vuelta, dejándome con una erección,
de mal humor y la inquietante sensación de que acabo de cometer un
terrible error.

Deshacerme de ella simplemente pasó de ser un plan a una necesidad.

Necesito sacar a mi esposa de mi vida antes de que entre a mi sistema.


Doce

Mi principal problema es que no sé cocinar.


Mi segundo problema es que, de hecho, esperaba que preparar una comida
casera para Kill (que probablemente supiera a naftalina) fuera a marcar la
diferencia.
Pero mi tercer y más urgente problema es en el que me concentraba en
este momento: estaba bastante segura de que estaba prendiendo fuego la
cocina de mi esposo.
Tal vez es el karma quien me abofeteó por jugar sucio.
Una vez que se hizo obvio que mi querido esposo no iba a dar el primer
paso para verme, decidí pasar por su oficina y sacarle una cita para cenar.
Estaba desesperada por formar una conexión, mientras él estaba decidido
a proteger mi virtud. En muchos sentidos, me sentí como si tuviera un
padre dulce impotente: obtuve todas las ventajas, pero no la polla.
El problema es que quería la polla. Los zapatos eran geniales, pero no
tanto. Quería gemir su nombre.
Le había pedido que fuera en su casa porque quería invadir su espacio,
arrancar sus paredes y abrirme camino en su vida. Estar casada con un
hombre que no me quería, que en realidad buscaba activamente formas
de deshacerse de mí, era como nadar contra la corriente. Estaba exhausta
pero decidida.
Porque el fracaso significaba angustia. Y porque no importa cuánto Cillian
estaba tratando de demostrar a todos lo contrario, realmente creo que en
el fondo (y quise decir muy profundo, tan profundo como las plataformas
que perforaba), esa cosa en su pecho, era un monstruo feroz. Encerrado,
encadenado y muy sedado, pero muy vivo.
—Santo cielo… ¿Qué es ese olor? —Petar corre a la cocina, agarra una
toalla de la encimera y la agita para despejar el humo en su camino.
Aunque habíamos acordado reunirnos a las siete en punto, Kill no estaba
cuando llegué aquí. Petar, el administrador de su hacienda, dijo que
estaba nadando, haciendo su ejercicio diario y que se reuniría conmigo en
breve.
A pesar de que me enorgullecía de no tener mal genio, tenía que controlar
mi irritación.
—Estoy tratando de hacer pollo al limón y risotto. —Me tambaleo lejos de
la olla silbante frente a mí—. Supongo que intentar es la palabra clave
aquí.
Petar corrió a mi lado, apagando la estufa. Saca la sartén que
chisporroteaba de la estufa, la tira al fregadero y abre el grifo. El humo
negro se eleva hasta el techo, disparando la alarma de incendios alrededor
de la enorme cocina.
El sonido de chillidos atraviesa mis tímpanos, sacudiendo toda la
mansión. Petar procede a apagar el horno, luego abre todas las ventanas
y la puerta que da al patio trasero. Me disculpo profusamente mientras
controlaba el pequeño fuego.
—¿Recuérdame por qué insististe en hacer la cena? —Petar agita un paño
de cocina en el aire, tratando de deshacerse del humo.
Explicar las cosas ridículas que salían de mi boca cada vez que estaba al
lado de su jefe no era una respuesta aceptable. Así que tomé una ruta
diferente. —Quería tener una velada especial.
—Es especial, está bien. —Petar resopla mientras saca su teléfono del
bolsillo trasero.
—Llamaré al encargado de mantenimiento. A ver si puede empezar a
trabajar en la cocina esta noche si le doy unos dólares extra. —Petar se
desplaza a través de sus contactos—. Aunque tengo que decirlo, el jefe no
estará muy contento.
—¿Por qué no voy a estar contento? —Una voz escalofriante suena a mi
espalda. Me doy la vuelta, tomando aliento. Mi esposo estaba en la puerta,
ni siquiera a un pie de mí, recién duchado y afeitado, su cabello castaño
oscuro húmedo y despeinado. El sencillo cuello en V blanco y los
pantalones de chándal se aferraban a su delgado cuerpo como fangirls
ansiosas, y sus bíceps y antebrazos todavía estaban enrojecidos y tensos
por su entrenamiento.
La centelleante banda dorada en su dedo, que noté que no se había quitado
desde nuestra boda, capta la luz en la habitación, recordándome que al
menos, él es legalmente mío.
—Quemé tu cocina. —Inclino mi barbilla hacia arriba.
Mejor no andar con rodeos. Además, la enorme mancha negra en su techo
sobre la estufa es visible desde África. Lo más probable era que no me
necesitara para que se lo explicara.
Estudia la mancha, sus ojos fríos y muertos volvieron a los míos.
—¿Deliberadamente?
—No.
—¿Estás herida?
La pregunta me toma por sorpresa. Siento mis cejas fruncirse. —No.
Kill olfatea el aire. Tiene la enloquecedora habilidad de hacer las cosas más
mundanas de una manera sexualmente cargada. Levanta el brazo,
moviéndolo en dirección a Petar, sin dejar de mirarme.
—Afuera.
—Sí señor.
Petar sale corriendo y cierra la puerta detrás de él. La alarma de incendios
se detiene y el frío de la brisa vespertina reemplaza al humo sofocante.
Mi esposo da un paso hacia mí. Un látigo caliente de placer golpea mi piel
ante su proximidad. Esta noche me puse algo sexy. Un vestido plisado
color champán que apenas me llegaba a los muslos combinado con
tacones Louboutin, uno de los trece pares nuevos que me había regalado
mi esposo.
Aprieta mi barbilla con sus dedos, inclinando mi cabeza hacia arriba, sus
ojos clavados en los míos.
—¿Qué había en el menú?
—Pollo al limón y risotto.
—¿Qué diablos estabas pensando?
No lo hice. Quería impresionarte.
—Tal vez quería envenenarte. —Entrecierro mis ojos.
El fantasma de una sonrisa pasa por sus labios.
—La única persona a la que eres capaz de envenenar eres tú misma, como
se demostró hace unos años. Incluso entonces, arruinaste el trabajo.
—Oye, hice un gran trabajo. No es mi culpa que me salvaste.
—Todavía me arrepiento. —Me da un empujón juguetón. Doy un paso
atrás, mis ojos nunca dejan los suyos.
—Aquí está la cosa. Tuviste tu intento de cocinar la cena, y lo arruinaste.
Tengo una partida de póquer en un par de horas. Lo que significa que
tendremos que saltarnos el primer plato e ir directamente al plato
principal.
—¿Has programado una partida de póquer esta noche? —Siento que mis
ojos arden.
Da otro paso adelante y yo retrocedo instintivamente. Me está acorralando.
Atrapándome en sus telarañas mientras trato desesperadamente de
pensar con claridad.
—No estabas planeando hacer cucharita frente a Cuando Harry conoció a
Sally, ¿verdad, chica de las flores? —pregunta, dándome un puchero
burlón.
Quería decirle que se fuera al infierno y se quedara allí en el futuro
previsible, pero justo cuando abro la boca, mi espalda choca contra la isla
de la cocina. Kill me agarra por la cintura, me levanta y me balancea sobre
el mármol. La superficie fría golpea la parte posterior de mis muslos, y
respiro profundamente, esperando que me bese, me toque, que haga algo
salvaje, crudo e incontrolado, como lo hizo en nuestra boda.
En cambio, saca un pequeño paquete de su bolsillo trasero, abriéndolo.
Fruncí el ceño.
—¿Un condón?
Él chasquea.
—Lubricante. Como mencioné antes, tenerte no es parte de la descripción
de mi trabajo.
—No soy una puta. —Lo empujo.
—Trabajadora sexual —corrige con suavidad—. Créeme, nadie te confunde
con una. Si fueras una prostituta, te daría la vuelta y te follaría ahora.
Mi rostro se enciende. —¿Estás recibiendo tu paga de la compañía?
—Infaliblemente.
—¿Por qué?
—Porque es lo correcto. Y porque no hay absolutamente ninguna
posibilidad de que me apegue a ellos o viceversa. No es demasiado tarde
para la FIV Persephone. Haz lo correcto y deja las pollas sucias para las
amantes. Eres mejor que eso.
La forma en que dijo eso secamente con la bolsa de lubricante aún
colgando entre sus dedos me hizo darme cuenta de que lo había planeado
todo el tiempo.
Me atrajo aquí, me hizo esperar mientras preparaba la cena, luego sacó el
lubricante para humillarme. Me enfureció como yo lo enfurecí en su
oficina. Me desequilibró para alejarme de la idea de tener sexo con él.
Cillian quería que me fuera de aquí sin tocarme con la promesa de probar
la FIV.
No pude evitar notar su razón para no querer tocarme.
Yo era demasiado buena.
No una amante.
No soy una prostituta.
Una chispa de esperanza se encendió en mi pecho. Estaba decidida a
vencerlo en su propio juego a pesar de que cambiaba las reglas con tanta
frecuencia que me daba vueltas la cabeza.
—Bien. —Me encojo de hombros, haciendo todo lo posible por parecer
tranquila—. Tú ganas.
Él asiente con la cabeza y se aparta de entre mis muslos. —Conozco a un
excelente experto en fertilidad. Dr. Waxman. Veré que...
—No. Quise decir que estoy bien con el lubricante. Dámelo. —Abro mi
palma, estirando mi brazo en su dirección. Hace una pausa, mirándome
como si esto fuera una prueba.
Cuando no hace ningún movimiento, muevo los dedos. —Adelante.
—No te correrás —sisea.
Ruedo los ojos y me bajo las bragas por las piernas. —Déjame contarte un
pequeño secreto, Kill. Las mujeres a menudo no lo hacemos.
—Tú eres terca.
—Tú también —respondo—. ¿Hasta dónde vas a llevar esto?
—Una milla más lejos de lo que tú estarás —me asegura—. Nunca pierdo,
chica de las flores.
—Hay una primera vez para todo.
—No conmigo.
—Supongo que sólo el tiempo dirá. Pásame el lubricante —repito—. Las
reglas son reglas y tuvimos un acuerdo.
De mala gana, coloca el lubricante en mi mano. Lo aprieto en mis dedos y
deslizo la cosa fría y húmeda en mi canal, tomando aliento ante la
repentina intrusión. Se siente como un examen de obstetricia y
ginecología, y el hecho de que, en secreto, estúpidamente, había estado
soñando con este momento durante años, estar con Cillian íntimamente,
me hizo tragar un montón de lágrimas.
Abro las piernas, permitiendo que mi vestido suba por mis muslos,
exponiéndome a él. Mi esposo echa un vistazo rápido entre mis muslos, su
garganta se balanceaba. Él mira hacia otro lado, el color se eleva en sus
pómulos afilados.
Esta criatura inflexible e intrépida frente a mí me dijo que era incapaz de
sentir, pero ahora sentía algo: incomodidad. Emoción. Pavor.
Da un paso adelante, acomodándose entre mis piernas, todavía
completamente vestido. El aire crepita entre nosotros, y el fino vello de mis
brazos se eriza de anticipación.
Me apoyé en mis antebrazos y me mordí la comisura del labio. Se bajó los
pantalones de chándal, con los ojos paralizados en un punto invisible
detrás de mi cabeza. Estaba decidido a no estar presente cuando
sucediera. Negarse a tocarme o mirarme. Soltó su polla de su ropa interior.
Estaba dolorosamente duro y empalmado, una perla de semen en su
punta.
Al menos ahora sabía que nuestro problema no era la atracción física.
Se inclina hacia mi entrada, su expresión irónica lo hace parecer un
hombre en el corredor de la muerte, y se desliza todo el camino de una vez,
llenándome hasta la empuñadura. Sus ojos se pusieron en blanco, su
mirada se dirige al techo mientras reprime un siseo.
No solo estaba mojada, estaba empapada. Mi centro caliente y acogedor.
Agarro sus mejillas, inclinando su rostro para que me mire. Sus fosas
nasales se ensancharon, sus labios fruncidos en una delgada línea. No se
mueve dentro de mí. Ambos sabemos que se sentía demasiado bien.
Demasiado correcto. Encajamos perfectamente, y lucho por mantener el
control cuando cada músculo de mi cuerpo tiembla, amenazando con
rendirse al placer agudo que me recorre.
Meto la mano detrás de mi espalda, tirando de la cuerda que mantiene mi
vestido cruzado abrochado, y lo suelto. La tela cae al frente, dejando al
descubierto mis pesados pechos.
Cillian se queda sin aliento. Vuelve a desviar la mirada hacia la pared,
saliendo y luego chocando contra mí una vez.
Empuje.
Empuje.
Empuje.
Sus movimientos fueron medidos, controlados, diseñados para reprimirse.
Él no estaba aquí. Realmente no.
—Bonita cocina —comento, manteniendo una conversación ociosa. Me
niego a permitirle que olvide que estaba en la habitación cuando se hundió
en mí. Mientras mis músculos se apretaban involuntariamente alrededor
de su pesada dureza, rogándole por más. Los temblores bailaron a lo largo
de mi piel—. ¿La remodelaron recientemente?
Él gruñe, cierra los ojos con fuerza y vuelve a penetrarme con más fuerza.
Dejo escapar un gemido. No quise disfrutar de esto, así como estaba segura
de que Cillian no quería golpear mi punto G. Independientemente, ambas
cosas sucedieron, y siento mis muslos temblar alrededor de su estrecha
cintura. La seda caliente y prensada de su polla me vuelve loca y se me
hizo la boca agua.
Empuje.
Otro quejido se me escapa.
—Encajamos tan bien —ronroneo.
Cubre mi boca con la palma de su mano, luciendo dolorido y disgustado
con los dos.
Empuje.
Echo la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos con fuerza mientras siento
mis pechos rebotar al ritmo de sus sacudidas. Odio haberlo disfrutado.
Odio que me fuera a desmoronar completamente sin que me lo pidiera.
Pero no podía culparme a mí misma. Cillian es una fantasía, y tenerlo
dentro de mí es suficiente para encender mi mundo y detonarlo en una
galaxia diferente por sí solo.
Empuje.
—Kill —Lamo su palma en mi boca, insertando mi lengua entre sus dedos.
Otro gemido exasperado de él. Acelera el ritmo y supe que lo estaba
perdiendo. Perdiendo el preciado control que tanto valoraba. Lo que le
impide llevar a su propia esposa a la cama. Agarro una de sus manos,
poniéndola en mi pecho, y aprieto la muñeca de la mano que todavía usaba
para callarme, lamiendo sus dedos uno por uno como la paleta que tenía
en mi boca hoy, chupando cada uno de ellos individualmente.
Empuje.
Empuje.
Empuje.
El orgasmo desenrollándose en la boca de mi estómago, cálido y dulce. Se
desliza hasta mis piernas, hasta mi pecho y mis brazos. El deseo lame
cada centímetro de mi carne. Mis músculos se tensan. Luego deja escapar
un gruñido áspero, me agarra por la parte de atrás de los muslos y
comienza a penetrarme tan fuerte y rápido que pensé que me iba a
desgarrar.
—Cillian —grito, arañando el mármol. Me aplasta contra la superficie,
puso mis piernas sobre sus hombros y me golpeó con más fuerza,
penetrándome más profundamente, la mano que yace dormida sobre mi
pecho sube hasta mi cuello, agarrándome con fuerza.
Finalmente. Fuera de control.
Me invade como un ejército romano con una crueldad que me roba el
aliento, su agarre magullando mi cuello, su odio hacia los dos en ese
momento abrazando mi alma.
Siento su semen caliente disparándose dentro de mí, las ondas violentas
rodando a través de su cuerpo musculoso entre mis piernas.
Su cabeza cae hacia abajo, su rostro acurrucado junto a su hombro, se
aleja de mí como una rosa marchita en un tallo. Dejo que mi cabeza caiga
hacia el granito, riendo embriagadamente.
Lo hice.
Le hice sentir.
Placer como mínimo, pero también rabia, frustración y disgusto.
Un soplo de aire frío acaricia el punto húmedo entre mis piernas. Abro los
ojos de golpe, dándome cuenta de que mi esposo ya no estaba en la cocina.
Salió.
Me siento y parpadeo.
—¿Cillian? —Miro alrededor.
Mortificada, ato la parte de atrás de mi vestido, me pongo la chaqueta y
las bragas y salgo a trompicones de la cocina en busca de mi esposo.
Su casa era enorme, con pasillos curvos, docenas de puertas y una
escalera que conducía a un segundo piso. Era solo mi segunda vez dentro.
Naturalmente, nunca había tenido una gira oficial.
Vi a Petar en la entrada, hablando con un tipo con pantalones caqui y una
sudadera azul con el nombre de una empresa de mantenimiento. Se
dirigían hacia la cocina. Sintiéndome como una ladrona, subo de puntillas
la escalera curva antes de que Petar me vea. El segundo piso era ancho y
alto como una catedral. La casa de Cillian, como la de sus padres, era más
lujosa del viejo mundo que los modernos y kitsch que se veían en Selling
Sunset.
Me abro camino a través de las habitaciones, abriendo cada puerta hasta
la mitad, hasta que llego a un par de puertas dobles que presumiblemente
eran su habitación. Presiono mi palma sobre el roble, sin querer
entrometerme, pero odiando irme sin una sensación de cierre. Esto fue
enorme. Acabamos de tener sexo.
—¿Kill?
Sin respuesta.
—¿Estás bien?
Se me ocurre que tal vez no lo está. Quizás lo empujé demasiado lejos,
demasiado rápido.
Quizás no debiste reírte como una loca.
Empujando las puertas para abrirlas, entro en la habitación. Fue
magníficamente diseñada con pisos de color blanquecino y paredes beige
cubiertas con arte fantástico. Un balcón se convirtió en un área de lectura
elaborada y un espacio de oficina con una vista estratégica del jardín
trasero.
Noto otro par de puertas cerradas. El cuarto de baño. Me acerco a ellas.
Estaba a punto de llamar su nombre de nuevo cuando lo escucho.
Golpeteo. Un golpeteo diferente. Nada como los golpes que sucedieron
abajo, en la cocina, con los dos sudorosos, enojados y desesperados.
Sonaba como una cabeza golpeando la pared rítmicamente. Respiraciones
laboriosas se filtraron por la rendija debajo de las puertas.
Presiono mi frente contra una de las puertas, cierro los ojos y respiro
hondo.
—Siento haberte empujado —digo con voz ronca. Y lo estaba. Pero también
estaba emocionada de haber logrado sacarle algo que no fuera
indiferencia. No hubo respuesta.
—¿Quieres que te traiga un vaso con agua? ¿Quizás llamar a Petar?
El tap-tap-tap se detuvo. Un segundo después llegó su voz.
—Sal.
—No quiero irme así. —Estrujo mis dedos en mi regazo—. Tus amigos
están a punto de estar aquí, y yo...
—¡Sal! —rugió como una bestia.
Dando un paso atrás, miro a las puertas cerradas. En los ocho años que
conocía a mi esposo, nunca le había levantado la voz a nadie. Ni una sola
vez.
Abre las puertas, acechando afuera, luciendo como el mismísimo diablo.
Sus ojos eran oscuros y duros, el gruñido en su rostro hacía que los
escalofríos recorrieran mi espalda. Tenía un labio roto, sangre brotando de
él.
Como no me dejó tocarlo, besarlo, abrazarlo, deduje que no era
responsable de eso.
Se lo hizo a sí mismo.
Se golpeó a sí mismo.
Avanza hacia mí, rápido y eficiente. Tropiezo, casi cayendo dos veces
mientras trataba de escapar de él.
—Tienes lo que querías. Ahora sal de mi casa y no regreses hasta que yo
te llame. Si no sales de aquí en los próximos cinco minutos, asumiré que
quieres ver los verdaderos colores de tu marido y que te follen delante de
mis amigos en la mesa de póquer, lentamente y toda la noche, mientras
ellos miran.
Se detiene cuando me acorrala, apoyada contra su pared. Estábamos tan
cerca que podía oler el sexo en los dos. Cillian me agarra del cuello. Siento
las tiernas redes que ya se habían formado a su alrededor desde que
tuvimos sexo.
—Crees que escapaste de una mala relación al casarte conmigo. —Me
muestra su sonrisa de Lucifer—. No tienes idea, chica de las flores. Les
pago porque follarme no es un placer, es un trabajo. Ahora —se inclina
más cerca— corre.
Lo hago.
Huyo antes de que me atrape e hiciera todas las cosas con las que me
amenazó.
Corro escaleras abajo y las tomo de dos en dos. Choco contra Petar al salir,
agarrando su camisa sin aliento.
—¿Puedes llamarme un taxi? ¿Por favor? —Mis dedos temblaron alrededor
del cuello de su camisa.
—Llamaré al conductor. —Estaba sorprendido y un poco nervioso por mi
estado, empujándome hacia la puerta como si él también tuviera miedo de
que mi esposo me atrapara.
Fue solo cuando estaba metida en una Escalade en mi camino de regreso
a casa que mi corazón se desaceleró y mi mente comenzó a funcionar
nuevamente.
Mi esposo tiene un secreto oscuro y profundo que podría arruinarlo.
Algo de lo que estaba avergonzado.
Una debilidad que casi había descubierto.
Y esta noche estuve muy cerca de descubrir qué era.

Estuve dando vueltas en mi cama por el resto de la noche, pasando por


cada emoción en el libro de sentimientos. Estaba enojada, asustada,
preocupada y vengativa. Odiaba a Cillian por actuar de la forma en que lo
hacía, pero también sabía que desempeñaba un papel importante en eso.
Siempre había sido mezquino y sarcástico conmigo, pero nunca cruel. Lo
empujé y se sintió perseguido.
Un animal herido lanzado al modo de lucha o huida.
Un mensaje de texto iluminó el dormitorio en total oscuridad. Alcancé mi
mesita de noche, agarrando mi teléfono. Me dolía que ni siquiera
considerara que podía ser de él.
Hunter: Tu marido es un idiota.
Yo: Dime algo que no sepa.
Hunter: Todos los osos polares son zurdos. Apuesto a que no lo sabías.
Hunter: Además, y de manera relacionada, tu esposo es un idiota que
revisa su teléfono cada cinco segundos. ¿Están enviando mensajes
de texto?
Yo: No.
Hunter: Extraño. Siempre cierra la sesión durante las noches de
póquer.
Yo: ¿Puedes hacerme un favor?
Hunter: ¿De qué tipo? Soy un hombre casado. Sé que Kill no está ni
cerca de los reinos de mi perfección, por desgracia, perdiste el tren.
Yo: A, delirante. Y B, ni siquiera si fueras el último hombre en la
tierra.
Hunter: ¿Cuál es el favor?
Yo: Mantenlo vigilado. Asegúrate de que esté bien.
Hunter: ¿Y te importa porque…?
Yo: Es mi marido.
Hunter: Pensé que eso era solo en papel.
Yo: Pensaste mal.
Hunter: Aparte de la mierda del teléfono, me parece el mismo Kill de
siempre. Demonio fumador y bebedor que necesita un buen abrazo y
un buen polvo.
Yo: Buenas noches.
Hunter: Obviamente, tonta. X
Cillian había logrado superar lo que fuera que le sucediera en menos de
una hora. Eso era peculiar. Y alarmante. Pero al menos sabía que estaba
lo suficientemente arrepentido como para revisar su teléfono en busca de
un mensaje mío.
La culpa era un sentimiento, después de todo.
A menos que lo esté comprobando en busca de cosas relacionadas con el
trabajo.
Cuando amanece en el cielo, camino descalza hacia mi terraza,
disfrutando de las tablas del piso con calefacción y las extravagantes
puertas francesas. Al mirar hacia afuera, vi una nube solitaria que
navegaba hacia el norte.
—¿Qué hago, tía Tilda? —Susurré.
Ella no respondió.
Tomo mi teléfono para escribirle un mensaje de texto a mi hermana.
Preguntarle si recordaba los días en que la tía nos llevó al carnaval. Qué
delirantes estábamos de alegría.
Para mi sorpresa, había un mensaje esperándome.
Un mensaje de un número que aún no había respondido a los veintisiete
mensajes de texto que le había enviado mientras planeaba nuestra boda
mutua.
Cillian: No volverá a suceder.
Aunque sabía exactamente lo que quería decir, decidí presionar donde
duele. Sacarlo un poco más de su cueva.
Yo: ¿La parte del sexo o la parte posterior?
Cillian: La parte de la que no estoy orgulloso.
¿Qué estaba haciendo despierto a las cinco? Tal vez tuvo problemas para
dormir después de anoche, como yo.
Me siento en un sillón reclinable en el balcón, frotándome la frente.
Yo: Todavía no respondes a mi pregunta.
Cillian: Mi arrebato estaba fuera de lugar.
Sabiendo que lo había presionado lo suficiente, nunca había escuchado a
mi esposo disculparse con nadie, cambio de tema.
Yo: Mi tía Tilda, la que eligió mi nombre, me dijo que cada vez que
vea una nube solitaria en el cielo, ella me está mirando. Ahora solo
hay una nube afuera.
Después de dejar mi teléfono en la mesa junto al sillón reclinable, me paro
y me dedico a mi mañana. Me cepillo los dientes, me rizo el cabello y me
visto, sabiendo que no había posibilidad de que mi esposo me honrara con
una respuesta.
Cuando regreso a la mesa del balcón, después de encender la máquina de
café, noto que la pantalla de mi celular está iluminada con un mensaje
entrante.
Cillian: ¿Estás drogada? La sobriedad no era parte de nuestro acuerdo
contractual solo porque asumí que era un hecho.
Soltando una carcajada, escribo de nuevo.
Yo: Mira afuera. ¿No lo ves?
Cillian: ¿Tu tía muerta en una nube? No.
Yo: Ella no está en eso. Ella lo es. Déjame enviarte una foto.
Levanté mi teléfono hacia la ventana, tomé una foto de la nube
perfectamente borrosa y se la envié.
Yo: ¿Bien?
Cillian: Encantado de conocerte, tía de Persephone. Ustedes dos no
se parecen en nada.
Yo: ¿Quién está siendo lindo ahora?
Cillian: Yo, aparentemente.
Yo: No te preocupes, sé que eres incapaz de nada bueno y moral. Tener
sentido del humor no empañará tu maldad.
Cillian: ¿Eso es una pista?
Yo: ¿Qué quieres decir?
Cillian: La perforación del Ártico.
¿Odiaba la idea de que él perforara agujeros en el Ártico para ver si podía
encontrar petróleo, arruinando una parte del mundo ya frágil? Por
supuesto lo hice. Me dolía el estómago pensar que el hombre al que amaba
y del que me beneficiaba directamente lo hacía. Pero también reconocí que
hablar de eso con él ahora, cuando estábamos empezando, no lo haría
moverse ni un centímetro. En todo caso, probablemente perforaría en
algunos lugares más, solo para fastidiarme.
Yo: No es una indirecta. Creo que mi posición al respecto es clara.
Cillian: Baterías sobre SUV.
Sonreí, recordando las insinuaciones de juguetes sexuales que había
hecho en su oficina ayer por la tarde.
Yo: Correcto.
Cillian: Mira tú garaje, chica de las flores
Bajé las escaleras hasta el garaje del edificio.
Efectivamente, había un Tesla rojo nuevo en el lugar asignado a mi
apartamento.
Me compró un auto.
Un auto eléctrico.
El tipo de vehículo que se suponía que lo dejaría fuera del negocio
eventualmente.
Sin perder de vista lo que significaba, le escribí a mi esposo una respuesta
con dedos temblorosos.
Yo: Gracias.
Cillian: Las baterías son para coños.
Trece

Me las arreglo para evitar con éxito a mi esposa durante el resto de la


semana.
Eso no le impidió enviarme mensajes de texto diarios sobre su tía muerta
escondida en las nubes cada vez que el cielo estaba despejado.
Los mensajes, como mis oraciones para tener una esposa cuerda,
quedaron sin respuesta.
Ella había sugerido que nos encontráramos varias veces, a pesar del
silencio de radio de mi parte.
La idea de volver a verla me disgusta, así que decidí no considerarlo hasta
que me calmara.
Pero siete días después, mi cuerpo traidor no dio señales de asentarse.
El recuerdo de ella retorciéndose debajo de mí, quemaba más ardiente por
la noche.
Hablando estadísticamente, limitar nuestros encuentros a una vez por
semana aún garantizaría un embarazo en los próximos meses.
Para estar seguro, había creado una tabla con sus posibles fechas de
ovulación y decidí alternar los días en los que la veía cada semana para
cubrir todas las bases. Pero sabía que la próxima vez que nos viéramos,
tendría que hacer un mejor trabajo para recuperar el monstruo dentro de
mí.
Ninguna parte de mí había tenido la intención de perder el control la
primera vez que tuvimos sexo, pero cuando vi sus tetas desnudas
rebotando al ritmo de mis embestidas y su boca rosada en forma de O
colgando abierta de deseo, perdí la auto-posesión a la que me había
aferrado como un Belieber desesperado que se encuentra con su héroe
tatuado y con acné y me desmorone.
La culpé por el percance. Ella fue quien insistió en que dejara de visitar
mis piezas laterales y me privó de la oportunidad de deshacerme de mi
naturaleza animal.
Afortunadamente, y usé ese término muy libremente, no tuve tiempo para
pensar en mi esposa. Tuve una tormenta de mierda para la que
prepararme en la forma de Andrew Arrowsmith.
Al presentar la demanda, Arrowsmith me había enviado una carta formal
a través de sus abogados, acusándome más o menos de arruinar el planeta
Tierra sin ayuda de nadie. Se había asegurado de que la carta se filtrara a
la prensa, y todas las noticias positivas que había obtenido desde que me
casé con Persephone, también conocida como Angelito Niño Jesús, se
fueron por el desagüe.
Andrew no se detuvo en eso. Artículos ciegos sobre un poderoso director
ejecutivo con sede en Boston que visitaba prostitutas europeas
comenzaron a aparecer como hongos después de la lluvia en los tabloides,
y no tenía ninguna duda de que él fue quien alimentó a los periodistas con
estos artículos.
Hizo que me siguieran.
Hizo su tarea. Descubrió mis secretos. Todos ellos.
Por eso había decidido reunir a Devon, Sam y Hunter en mi hacienda para
un fin de semana de intercambio de ideas, paseos a caballo y planificación
de la desaparición de mi archienemigo.
Puntos extra: ir a la hacienda supondría algo de distancia entre
Persephone y yo.
Estábamos en mi auto, saliendo de Boston, cuando Devon dijo en voz alta
lo que Sam y yo estábamos pensando.
—Me sorprende que Hunter accediera a pasar un fin de semana entero
lejos de su esposa. —Él estaba en el asiento del pasajero junto a mí,
mientras Hunter y Sam se sentaban en la parte de atrás.
—¿Qué puedo decir? Estoy lleno de sorpresas. —Hunter se echa hacia
atrás, sonriendo.
—Y mierda —escupe Sam.
—Y tú mismo. —Devon sonríe con arrogancia.
La escarcha cubría el camino estrecho y sinuoso, del mismo tono que los
ojos de mi esposa.
—Dev, ¿puedes comprobar la temperatura de Kill? —Hunter da un codazo
en el respaldo de su asiento—. Simplemente perdió la oportunidad de
insultarme, o como lo llama su gente. No es típico de él.
—Muy pocas cosas me harían tocar al idiota de tu hermano, y
definitivamente no estás en la lista —bromea Devon.
Una vez que estacionamos afuera de la hacienda, mis muchachos del
establo salieron disparados del granero como balas para ayudarnos con
nuestras maletas.
Ignorando su parloteo de niños pequeños, me quito los guantes de cuero
mientras me dirijo a la cabaña principal. Me detengo en seco cuando noto
el Porsche Cayenne de Sailor estacionado frente a la puerta. Le lanzo a mi
hermano una mirada asesina.
Levanta las palmas de las manos en señal de rendición.
—En mi defensa, no deberías haber confiado en mí. No puedo quedarme
célibe por una tarde, y mucho menos un fin de semana entero. Todos
saben eso.
Sam golpea la parte posterior de la cabeza de Hunter mientras marcha en
mi dirección con su bolsa de lona colgada del hombro.
No tuve que preguntarle a Hunter si extendió su invitación a las amigas
de su esposa y a nuestra hermana. Estas mujeres estaban unidas por la
cadera.
Me alegro de que no me importara lo que Persephone pensara sobre mi
actuación en la cama, porque estaba seguro de compartir su puntuación
final con sus mejores amigas.
Sin interés en encontrarme cara a cara con mi esposa, me deshice de mi
bolso con Hunter y me dirijo directamente a los establos.
Revisando mis caballos, les doy de comer y cepillo su pelaje, luego los saco,
uno por uno, y les limpio las pezuñas. Me siento en un barril, de espaldas
hacia la cabaña, y me pongo en ello, todavía con mi peacot y unos gemelos
F de dieciocho quilates.
El aire se volvió frío cuando escucho el suave sonido del heno crujiendo
bajo las botas.
Segundos después, se para frente a mí, junto al caballo que estaba
cuidando, con un vestido amarillo que complementaba su cabello rubio.
Parece un cisne con su cuello largo y delicado, y la cabeza inclinada hacia
abajo con elegante resignación.
Mi mirada se endureció en la pezuña del caballo.
—¿Cuál es su nombre? —Ella pone una mano suave en su espalda. La
dulzura de su piel se metió en mi nariz, incluso bajo el abrumador hedor
de los establos.
—Washington. —Levanto el pico para pezuñas, apuntando a los puestos
detrás de él—. El resto de estos bribones son Hamilton, Franklin, Adams,
Jefferson, Madison y Jay.
—Los Padres Fundadores. —Se dirige al granero, apoyada contra la pared
con las manos a la espalda, mirándome.
—Felicitaciones, acabas de aprobar un examen de historia de tercer
grado. —Palmeo el muslo de Washington, indicándole que levantara la otra
pata.
—De quinto —corrige con una sonrisa. Ella siempre está feliz de discutir
conmigo.
—Estudié en el extranjero —murmuro—. Todos mis estudios de historia
americana me los dieron tutores.
—Lo sé —dijo en voz baja—. A diferencia de nuestros hijos, que
permanecerán junto a nosotros hasta que tengan la edad suficiente para
decidir dónde quieren estudiar.
Uh Huh. Síguete diciendo eso, cariño.
—Sobre tu cadáver, ¿eh? —Me quejo, cavando más profundamente en la
pezuña con el pico.
—No —dice con calma—. Sobre el tuyo.
Mi mirada se dispara hacia la de ella, antes de regresar a mi trabajo.
—Son muchos caballos para un hombre —comenta mi esposa—. Son
hermosos, pero algunos parecen bastante viejos. De frente gris. ¿Los
montas todos?
—Sí. Están todos en perfectas condiciones.
Dejo caer el pico, luego agarro el cepillo y lo muevo sobre la pezuña de
Washington.
—Mi padre me regaló un caballo por cada año que terminaba como el mejor
de mi clase, comenzando en la escuela secundaria.
Ella se acerca a mí.
—¿No es agotador ser perfecto todo el tiempo? —Su mano está en mi
hombro ahora. Mis músculos se flexionaron. Me concentro en mi tarea.
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—Una a la que me gustaría tener una respuesta.
—¿Ser promedio es aburrido?
—No —responde ella, sin rastro de amargura en su voz—. Por otra parte,
no creo que sea aburrido en absoluto. Creo que soy exactamente quien se
suponía que debía ser cuando creciera, con defectos y todo. Mis padres
siempre me animaron a perseguir mi sueño y mi sueño era criar hijos. Los
de otras personas, así como los míos.
—Bueno, disfruté del tratamiento opuesto. Todo sobre mi llegada a este
mundo fue cuidadosamente planeado. Llegué primero y era hombre, lo que
significaba que las expectativas de mí eran completas y perfectas en todos
los aspectos de mi vida. Sabía que iba a llevar el linaje de Fitzpatrick,
asumir el control de Royal Pipelines, continuar el linaje. Mi existencia
siempre ha tenido un propósito, y nada menos que la excelencia servirá.
—No eres perfecto conmigo.
—Lo que presenciaste la semana pasada fue falta de discreción. —Hice
crujir mis nudillos—. No fue bonito.
—No. Pero todos somos feos en ciertas partes y yo todavía estoy aquí.
Porque pagué por ti.
—Entra. —Pasa una mano por mi cabello, como lo haría una madre. Al
menos, sería buena para nuestros hijos. Mejor de lo que nunca fue
Jane—. La comida está lista.
Tomo su mano y la dejo caer suavemente.
—No tengo hambre.
—¿Dónde vas a dormir esta noche?
—El dormitorio principal.
—¿Dónde voy a dormir esta noche?
—Cualquiera de las seis habitaciones de invitados. Soy el dueño de este
lugar, así que tú tienes la primera opción.
—Elijo tu habitación —dice sin perder el ritmo.
—La primera opción que no sea mi cama —aclaro.
—Nuestros amigos hablarán —advierte.
—Tienen la irritante tendencia a hacer eso. Todo el mundo sabe que
nuestro matrimonio es una farsa. Nadie va a comprar tu farsa. —Me paro,
conduciendo a Washington de regreso a su puesto.
Después de cerrar el establo detrás del caballo, me di la vuelta y la miro.
A pesar de lo que pensaba, nos estaba haciendo un favor a los dos.
Entretener su necesidad de hacer que esta relación se sintiera normal solo
causaría decepción a largo plazo. Incluso si cedía a la tentación de
compartir la cama y la comida ocasional con ella, eventualmente superaría
el acuerdo indiferente que tenía que ofrecerle y me resentiría aún más.
—Cometí un error al venir aquí. —Inclina el rostro hacia arriba, mirando
a la luna bajo un cielo lleno de estrellas. Está tan hermosa en este
momento, tan singularmente Persephone, que quise ignorar todos los
hechos, tomarla en mis brazos y follarla toda la noche.
Mirándola desde una distancia segura, lo suficientemente lejos como para
evitar respirar su olor a drogas o tocar su piel aterciopelada, estuve de
acuerdo.
—Lo hiciste. Solo te tendré en mis términos, chica de las flores.
Mi esposa gira la cabeza para mirarme.
—Eso no era parte de nuestro contrato.
Levanto un hombro, dándole la misma respuesta que me dio cuando me
quejé de nuestro acuerdo.
—Demándame.

—La demanda es hermética. Lo leí varias veces. —Devon me pasa una pila
de papeles al día siguiente con café, tortitas y pasteles. Nos sentamos en
el porche trasero, viendo a los caballos galopar en el campo, calentándose
antes del día.
Me llevo el café a los labios, hojeándolos.
—He gastado una cantidad impía en dinero en el desarrollo marítimo del
Ártico. No voy a envasar este proyecto porque Arrowsmith tiene
dificultades para verme ir a la quiebra.
—No vamos a quebrar —interviene Hunter, sirviendo mermelada de higos
para untarla sobre un croissant caliente. El payaso de mi hermano había
acordado dejar a su esposa atrás durante el desayuno para que
pudiéramos hablar de negocios—. Miré los números. Detener la
perforación en el Ártico va a dañar nuestro bolsillo, pero podemos
aguantar el golpe. El crecimiento del capital se detendrá durante los
próximos cuatro años, pero seguiremos ganando dinero.
—No estoy aquí para ganar dinero. Estoy aquí para dominar el
mundo. —Soy decisivo.
—Puede que no tengas otra opción —insistió Devon—. Si pierdes la
demanda, tendrás que parar de todos modos. Y tienes muchas facturas
legales que pagar, otro desastre de relaciones públicas en tus manos y un
padre que te echaría del puesto de CEO, pondría la junta en tu contra y
nombraría a Hunter para dirigir el espectáculo. No te ofendas, Hunt.
—No hay problema —Hunter se encoge de hombros—. No quiero ser CEO.
¿Sabes lo que este tipo de presión puede hacerle a mi piel? —Se frota la
mandíbula con los nudillos.
—Siempre podemos pensar fuera de la caja. Y con eso, me refiero a poner
Arrowsmith en una. —Sam enciende un cigarrillo, sin tocar nada de la
comida. Dudaba que pudiera digerir algo que no fuera carne, cerveza y
nicotina.
Devon sonríe cortésmente. —Tengo la sensación de que no quiero estar
aquí para esta conversación. Permítanme disculparme, caballeros. —Se
puso de pie y regresa a la cabaña.
Sam me lanza una mirada de reojo. El bastardo sediento de sangre siempre
estaba de humor para quebrar columnas.
—Lamentablemente, no puedes matar a Arrowsmith. El retroceso sería
enorme, todas las flechas me apuntarían y los medios de comunicación
tendrían un día de campo. Sin mencionar que Arrowsmith tiene hijos.
—¿Cuándo te creció una conciencia y comenzaste a preocuparte por los
niños? —Pregunta Sam.
—No has conocido a los diablillos. Si algo les pasa a sus padres, nadie
querría adoptarlos.
—Bien. Puede vivir. Todavía puedo poner mi peso alrededor.
—La extorsión física no te llevará muy lejos. —Dejo caer los papeles sobre
la mesa—. Él tiene algo sobre mí, y estoy esperando a ver cómo lo va a
usar. Tenemos que jugar esto con cuidado.
—¿Qué tiene él contigo? —Hunter se inclina hacia adelante—. Eres
asquerosamente perfecto. Papá está jodidamente mo òrga. ¿Qué podría
ser?
Sonrío —Tenemos que mantenerlo limpio. Vamos a dejar las cosas así.
—En ese caso, estoy con Whitehall tratando de aplastar esa
carne —admite Sam, arrojando su encendedor sobre la mesa—. Él sigue
adelante con la demanda. Lo puedes conseguir en unos meses cuando las
cosas se calmen. Mientras tanto, tu mejor oportunidad es encontrar
puntos en común con Green Living.
—Cillian nunca se acobardará. —Mi hermano niega con la cabeza.
—Retirarse no es someterse. —Sam se pone de pie—. Si Kill quiere ganar
esto, tiene que jugar con inteligencia. Esta es la ronda uno de muchas. La
historia no recuerda la batalla. Solo el nombre del hombre que lanzó el
nocaut final.
Sam no estaba equivocado.
Lo que no sabía era que Andrew Arrowsmith fue el último hombre en
lanzar el puñetazo antes de que nos separáramos hace muchos años.
¿Y esta vez? No iba a detenerme hasta que viera las estrellas.
Catorce

Mi esposo hace un trabajo admirable evitándome durante todo nuestro


primer día en la hacienda.

Esquiva nuestras comidas juntos, escapa de la caminata que todos


hacíamos por el sendero y pasa largas horas con sus caballos.

¿Estaba decepcionada? Si. ¿Iba a dejar que me arruinara el fin de semana?


Demonios no. No había hecho muchos viajes fuera de Boston en mis
veintiséis años, y esta era una oportunidad de oro para divertirme con mis
amigos.

Por primera vez desde que me casé con Paxton, no estaba arruinada. No
tuve que mirar por encima del hombro en la calle por miedo a ser
emboscada. Mi vida dio un giro para mejor, sin importar cuán vacía se
hubiera sentido todavía sin Cillian completamente en ella.
El último día en la hacienda, Belle anunció que quería montar a caballo
solo con las chicas.

—Pero no sabes montar. —Aisling inclina la cabeza, siempre la voz de la


razón.

Belle se encoge de hombros y se mete una cereza en la boca sobre la mesa


del desayuno.

—¿Entonces? Puedes enseñarme. Además, he hecho mi parte justa de


montar a caballo en mi vida, pero no a pelo. —Ella le guiña un
ojo—. Seguridad primero.

—Gracias por arruinar el desayuno. —Sailor saluda a Belle con su jugo de


naranja.

—En serio, sin embargo, ¿quién va a una hacienda sin montar? —Belle
pregunta.

Mi hermana tenía razón.

—A Cillian no le gustará si usamos sus caballos —advierte Ash.

—A Cillian no le gusta nada —espeto, con demasiada dureza.

Sailor resopló en su jugo de naranja. —Proclama. De hecho, creo que es


una gran idea. No solo porque enojaría al esposo de Persy, sino también
porque la oportunidad de montar a un caballo como el de Cillian no se
presenta a menudo. Cada uno de ellos cuesta como 300mil o algo así.
Desafortunadamente —se dio unas palmaditas en su vientre
redondeado—, montar está fuera de la mesa para mí. Pero te animaré con
una bolsa de Cheetos en la mano. Viviré indirectamente a través de ti.
Mi necesidad de restregárselo en la cara a Kill era mayor que mi miedo de
montar una bestia de 2,200 libras que podría romperme el cuello con un
movimiento en falso.

— En realidad, estoy de acuerdo. Creo que deberíamos cabalgar —digo con


un chillido.

—¿De verdad? —Todas en la mesa se volvieron hacia mí sorprendidas. No


era exactamente conocida por mi racha rebelde. Asiento. Ya era hora de
que probara cosas nuevas. Y dado que tener una relación genuina con mi
esposo no iba a ser una de ellos, ¿por qué no montar a caballo?

—Pero Cillian… —comienza Ash.

—Yo me ocuparé de él. —Levanto una mano para detenerla—. Dile que te
sostuve a punta de pistola si es necesario.

—Bien entonces. —Aisling juntó las manos—. Vamos a cambiarnos y


encontrarnos en los establos en una hora.

Fui a cambiarme, luego me encuentro con Ash y Belle fuera del granero.
Aisling, que había aprendido a montar como sus dos hermanos mayores
desde la infancia, saca a Hamilton de su puesto por las riendas,
acariciando su pelaje marrón con una sonrisa.

—Él es el más dulce del grupo. Fue mi caballo de entrenamiento después


de graduarme de ponis.

—Maldita sea, Ash. Esa es la cosa más blanca que he escuchado. —Belle
comprueba su culo con sus ajustados pantalones de montar con la cámara
de su teléfono.

Ash condujo a Hamilton fuera de los establos y galopa con él. Ella nos
explica la anatomía básica del caballo, las señales y lo que indican. Nos
encontramos con Hunter, Sam y Devon cuando salíamos del granero hacia
el sendero. La pista envuelve la montaña humeante como una cinta.

Los hombres entraron en los establos justo cuando salimos.

—¿Tú también estás montando? —Pregunta Aisling, poniéndose de un rojo


tomate tan pronto como nota a Sam. Fiel a su Sam-ness19, ignoró su
existencia mientras pasaba junto a ella.

No fue grosero con su jefe y la hermana pequeña de su mejor amigo. Pero


no había duda de que la consideraba fuera del menú.

—Bet —Hunter le acaricia el pelo y hace estallar el chicle— ¿Dónde está


mi media naranja?

—En la cabaña, leyendo.

—Bomb. El único semental con el que debería salir mientras está


embarazada soy yo. Dev, ¿puedes ayudar a Belle a montar a caballo? Yo
ayudaré a Persy.

—No necesito ninguna ayuda —protesta Belle.

Los ojos de Devon recorrieron a mi hermana como si fuera su postre


favorito mientras una sonrisa siniestra tiraba de sus labios.

—Me gusta su fuego, Hunt. —Devon señaló con el pulgar hacia mi


hermana.

—Genial —chilla— porque estás a punto de sufrir quemaduras de tercer


grado si sigues objetándome.

—Él no te está objetivando. —Hunter niega con la cabeza—. Está tratando


de mantenerte con vida. Tu trasero nunca ha cabalgado antes.

19
Ness: Yo-ismo.
—Tenemos a Ash para ayudarnos. —Me agacho y me ajusto las botas de
montar.

Sin hacer caso de mis palabras, Hunter me levanta del suelo como si fuera
una caja de leche y me lleva a Hamilton. Desata las riendas del caballo,
pone mi bota en los estribos y me ayuda a subirme a la silla, sujetándome
por la cintura.

—Ash es buena, pero no es una profesional. Si te traigo de regreso con un


rasguño, tu esposo me hará sangrar por lugares que ni siquiera están en
mi cuerpo.

—Él está en lo correcto. —Aisling sonríe disculpándose—. Tanto sobre mis


habilidades para montar a caballo como sobre Kill.

—Cillian ignora mi existencia.

—Sigues siendo suya —afirma Sam, serio— No necesito estar físicamente


presente en mi auto para no querer que alguien lo raye.

—Dime que no solo dijo lo que creo que dijo. —Belle señaló a Sam con el
ceño fruncido.

Sam se mantuvo erguido, indiferente como siempre. —Tan dramática,


Penrose.

—Tan chovinista, Brennan.

Después de muchas discusiones, nos dirigimos al sendero. Tiemblo de


ansiedad y euforia a pesar de que Hunter se acercaba a mí en Jay y, a
menudo, se inclinaba para acariciar a Hamilton y darme instrucciones
visuales y verbales.

Detrás de nosotros, Belle estaba en Washington, Sam en Madison, Ash en


Adams y Devon en Jefferson. Devon y Belle parecieron superar la frialdad
inicial. Estaban bromeando como viejos amigos, llevándose bien
instantáneamente, mientras Aisling trataba de entablar una conversación
con Sam y la ignoraba cada vez.

Veinte minutos de ascenso por el sendero hacia las montañas, escucho el


galope de un caballo detrás de nosotros. Hunter gira la cabeza y gime,
apuntando su dedo a su sien como si fuera un arma, inclinándola y
disparándose a sí mismo con un puf cómico.

—No me digas que no le dijiste a tu esposo que estabas montando.

—No le dije a mi esposo que estaba montando. —Miro hacia adelante,


ignorando el cosquilleo de miedo que pellizcaba mi columna.

Hunter se pasa una mano por la cara e inclina la cabeza hacia atrás.
—Maldita sea, Pers.

Maldita sea, maldita sea.

En tres segundos, Cillian estaba a mi lado en Franklin, empujando a


Hunter fuera del camino, obligándolo a cabalgar detrás de nosotros. Todo,
desde su buen aspecto hasta su perfecta postura, me molestaba. Sus
movimientos fáciles nos avergüenzan a todos.

No usaba equipo de montar. Ni siquiera un casco.

Tenía una expresión de alguien que estaba peligrosamente cerca de


cometer una masacre.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —Sus ojos se estrecharon,


centrándose en mí como un arma.

—¿Qué te parece que estoy haciendo? —Uso la voz más dulce e inocente
de mi arsenal.

—Haciéndome enojar.
—Pensé que estabas por encima de las emociones humanas.

—Esto parece ser recurrente cada vez que estás cerca. Encontraste tu
vocación.

—Ja —jadeo— entonces soy buena en algo. Y aquí pensaste que yo era
normal.

—Hunter —Kill chasquea los dedos detrás de él, su mirada dura hizo que
mi mejilla se congelara— Nos estamos separando. Lleva al grupo a otro
sendero. Ayudaré a Persephone a regresar a la hacienda.

—No, no lo harás —respondo, sintiéndome anormalmente irritada. Yo era


la mujer más dulce de Boston, votada con más probabilidades de
reemplazar a la Madre Teresa en mi anuario de la escuela secundaria, pero
de alguna manera, mi esposo me hizo sentir más enojada que Pax, a pesar
de que Pax me había jodido tanto que casi me muero.

—La última vez que lo comprobé, es un país libre. Puedo montar a caballo,
maridito. Te guste o no.

—El país es libre, pero los caballos no. Hamilton me pertenece y no quiero
que lo montes. Ceann beag. —Kill se vuelve hacia su hermano de nuevo,
gruñendo—. Lárgate antes de que te golpee.

—Lo siento, muñeca. Hay una razón por la que tiene un demonio en la
fuente de su jardín y no un querubín o un cervatillo. Te casaste con
Satanás y no quiero que ese cabrón me asigne una habitación en el
infierno. Probablemente me pondrá en el mismo callejón sin salida que
Hitler y el tipo que inventó La Croix con sabor a bayas. Merezco mejores
vecinos. Solo siguiendo órdenes. —Hunter se mete dos dedos en la boca y
silba, redirigiendo a nuestros amigos a un sendero lateral, dejándonos a
Cillian y a mí en el principal.
La lava hervía a fuego lento en mi vientre. Cada centímetro de mi cuerpo
se quema por la humillación.

¿Cómo se atreve a regañarme públicamente después de evitarme todo el


fin de semana?

¿Todo nuestro matrimonio?

En el fondo de mi cabeza, algo más también me molesta. Algo


completamente trivial.

Cillian tenía una fuente con forma de demonio en su jardín, pero yo no la


había visto antes. Ni siquiera el día en que Petar me coló en la casa para
hacer un recorrido cuando Kill no estaba en casa.

— Te voy a bajar de este caballo —dice con naturalidad.

—¿Por qué no empezamos con que tú me bajes? Parece que tienes


problemas en ese departamento —le digo con un siseo.

—La primera y última vez que te toqué, te corriste tan fuerte que me
preocupaba que tuvieran que quitarme la polla quirúrgicamente.

—Eso fue accidental. —Toda la sangre se me sube al rostro y me pongo


caliente y sudorosa.

—También yo te estaba dando un orgasmo.

—Realmente quieres que te odie, ¿no es así?

No sabía qué esperaba cuando me casé con él, pero definitivamente no era
esto. La resistencia hermética que nadie podía traspasar.

—Sailor no está montando —señala.

—Sailor está embarazada.


—Por lo que sabemos, tú también podrías estarlo.

Su temperamento estaba gastado y no podía entender por qué. Me había


mantenido bien lejos de él todo el fin de semana. ¿Qué más quería? Parecía
desanimado por mi existencia y yo me estaba cansando de ello.

—Si estoy embarazada, es en una etapa muy temprana.

—Razón de más para tener cuidado.

—Oh, me cago el puta, Kill. No me vengas con esta mierda como si


realmente te importara mi bienestar. —Mi voz se quiebra y me vuelvo para
mirarlo, olvidándome momentáneamente de que estaba en un caballo.

Sus fosas nasales se dilatan y suelta las riendas para hacer estallar los
dedos.

—No digas palabrotas.

—¿O si no? —Mi barbilla se siente temblorosa, al igual que mi interior. Mi


agarre en las riendas se aprieta—. ¿Qué vas a hacer al respecto? Ya eres
el peor marido posible que una mujer podría tener.

Eso no era exactamente cierto, ya que Pax era el campeón reinante del
Peor Marido para este año calendario, pero quería hacerle daño. Para
hacerle sentir lo que él me hizo sentir.

—Por cierto, ¿vamos a tener relaciones sexuales una vez al mes y rezar
para que me quede embarazada? ¿Cómo vamos a hacer esto? ¡Házmelo
saber, porque estoy empezando a darme cuenta de que no has pensado
bien en tu genial plan!

Mi voz se escucha con un eco que rebota en las copas de los árboles,
sacudiendo el suelo bajo los cascos de Hamilton.
Murmullos silenciosos se filtraron del camino paralelo que estaban
tomando nuestros amigos.

…¡mi hermana!

... puede defenderse.

Lo juro por Dios, si la lastima ...

Ella le devolverá el daño. Lo dijiste tú misma, Belle. Ya no es una niña.

Nuestros amigos estaban discutiendo si debían intervenir o no.

Ahora todo el mundo sabía que éramos un desastre, y lo que quedaba de


mi esperanza de que este matrimonio se pareciera a la normalidad voló por
la ventana.

—Estás siendo una mocosa —dijo Cillian con frialdad, recuperando la


compostura.

—Estás siendo un cobarde. —Mis dientes castañetean de furia.

Hamilton se agita debajo de mí, sus zancadas bruscas y desiguales. Paso


una mano por mi rostro. —En serio, si me vas a ignorar por el resto de
nuestras vidas, solo concédeme el divorcio. Te devolveré el dinero y
olvidaremos que esto sucedió.

—Nunca. —Su tono se vuelve acerado. Agotador—. Te daré muchas cosas,


chica de las flores, pero el divorcio no será una de ellas.

—¿Eso es así? Se lo diré a Sailor, Belle y Hunter. Estoy segura de que les
encantaría saber en qué me metiste.

—Adelante. —Golpea el costado de su bota contra su caballo, haciéndolo


ir más rápido—. Mira cuánto poder tienen otras personas sobre mí.
Encontrarás que la cantidad exacta es absolutamente nula.
—Así que no me tendrás, pero no me dejarás ir. ¿Solo quieres que sea
miserable como tú?

Sus fosas nasales se ensancharon. Parecía que estaba a punto de decir


algo, pero por supuesto que no lo hizo. Nunca lo hizo. Nunca me explicó a
sí mismo.

—Te odio —grito, y sin pensarlo, golpeo con el pie al lado del caballo.
Hamilton se lanza hacia adelante, enfurecido. Antes de darme cuenta de
lo que estaba sucediendo, estaba agitándome encima del caballo, mi
cuerpo suspendido sobre la silla, chocando contra sus costados mientras
él corría. Grito, tratando de agarrar las riendas, mis dedos agarrando aire.

Mierda, mierda, mierda.

Miro hacia atrás. Mi corazón estaba en mi garganta. Había subido la


montaña lo suficiente como para saber que, si me caía de Hamilton,
rodaría unas pocas docenas de pies y me lastimaría gravemente. Romper
uno o dos huesos, como mínimo.

Kill cabalgaba a mi lado, rápido y furioso, ladrándome instrucciones, pero


no pude oírlo por encima del viento y la adrenalina zumbando entre mis
oídos.

Hamilton se detuvo, inclinándose sobre sus patas traseras con un


relincho, arrojándome de espaldas.

Vuelco y vuelo en el aire, cerrando los ojos con fuerza y preparándome


para la caída. Un tirón repentino y áspero me arroja hacia arriba y sobre
un caballo, y mi abdomen se estrella contra una silla de montar.

Por un segundo, pienso que me las he arreglado para volver a subir a la


cima de Hamilton, pero cuando abro los ojos, veo que estaba posada sobre
Franklin, mi cuerpo colgando de su espalda como un saco de patatas.
Cillian ya no estaba con Franklin.

Escucho un siseo y estiro mi cuello hacia los lados. Kill estaba detrás de
mí, sentado en el suelo. Se levanta, sin molestarse en limpiarse mientras
se lanza en nuestra dirección, metiéndose los dedos en la boca y silbando
para que Franklin se detuviera.

Cillian cojea, pero acelera el paso para alcanzarnos.

El caballo redujo la velocidad hasta detenerse gradualmente, esperando


diligentemente a su dueño. Kill se detiene cuando nos alcanza. Me agarra
por la cintura y me baja, asegurándose de que ambos pies estuvieran en
el suelo antes de soltarme.

Me derrumbo contra mi esposo, temblando incontrolablemente.

—Oh Dios, oh Dios, oh Dios —sigo murmurando.

Agarro la cara de Kill, examinándolo. Toda su mejilla izquierda, incluida


la sien y el cuello, esta arañada y ensangrentada. Cayó de bruces al suelo
cuando se tiró de su propio caballo y me arrojó sobre él para salvarme.

La comprensión me golpea.

Mi esposo me salvó.

Puso mi seguridad antes que la suya.

Sin pensarlo dos veces.

Sangraba, cojeaba, su ropa cara estaba arruinada y rota.

Me mira como si estuviera haciendo un inventario y asegurándose de que


estaba bien. Sus ojos ahumados y ambarinos se movieron de mi rostro a
mis hombros, bajaron por mi cuerpo y luego subieron de nuevo a mi cuello,
brazos y dedos.
Después de todo lo que pasó, él me estaba revisando de que estuviera bien.

En lugar de agradecerle la cosa sana y adulta que puede hacer estallo en


lágrimas infantiles, dejo caer mi cabeza en su hombro, agarrando su
camisa como si fuera a desvanecerse en humo.

—Joder —dice con brusquedad. Es la primera vez que lo escucho decir


palabrotas, y por alguna estúpida razón, hizo que mi corazón cantara. Me
dio unas palmaditas en la nuca con torpeza.

—Ahora, ahora ... eh.

No sabe qué decir. Quería consolarme pero nunca antes lo había hecho.

—No estás herida —dice acerado. Robóticamente—. Lo comprobé.

—Pero tú lo estás —Mis lágrimas seguían rodando.

—Sobreviviré, para consternación de algunas personas. —Él aparta mis


cabellos sueltos con sus pulgares, limpiando mi rostro antes de apoyar su
mejilla ensangrentada sobre mi cabeza. Su otra mano recorre mi
espalda—. Shhh. Fue solo un pequeño susto. Estás bien.

—¡Ese no es el punto! ¡No estás bien!

Estaba llorando, llorando a mares, y no había nada que pudiera hacer


para detenerme. Entonces no lo hizo. Dejó que me desmoronara en sus
brazos, manteniéndome unida.

—Yo-yo ni siquiera sé qué hice mal. Ash dijo que Hamilton es tu mejor
caballo para los novatos.

Al darse cuenta de que no está en condiciones de regresar, se hunde en el


césped y se sienta mientras yo estaba en su regazo, con mis brazos
alrededor de sus hombros.
Franklin estaba a nuestro lado, mirándonos con curiosidad mientras
pastaba.

—No hiciste nada malo. Hamilton ha tenido un par de años malos. Tenía
hinchazón en las patas traseras y no pasaba mucho tiempo montando.
Cuando llegó el invierno, estaba fuera de combate. Sabía que tenía que
volver a romperlo cuando llegara la primavera. No estaba listo para
montar. Cuando te vi con él sin casco… —Él negó con la cabeza, cerrando
los ojos mientras tomaba una respiración entrecortada—. Voy a
desmembrar a Hunter y darle de comer a los osos polares que está tan
desesperado por salvar.

—¿A Hunter tampoco le gusta la perforación del Ártico? —Hipo,


sorprendida.

—No empieces —advierte.

—Bien. Pero debes saber que fue idea mía montar. —Pongo mi mano sobre
su pecho, sintiendo su corazón revoloteando en contraste con su mirada
cuidadosamente en blanco. Me abraza con suavidad como si yo fuera una
cosa preciosa que no confiaba en sí mismo para no romper.

—Hunter lo arruinó. No le dio a Hamilton suficiente tiempo para conocerte.


Olerte. Sentirte.

—Estuvo a mi lado todo el tiempo. —Mis temblores están disminuyendo,


pero todavía me aferro a él con más fuerza—. No es culpa suya. No es culpa
de nadie.

Bueno, quiero decir... fue algo así como mi culpa.

Y con algo así me refería a totalmente.

Pero no iba a admitir eso y darle munición a mi esposo en mi contra.


Paso mi pulgar por el corte de su frente. Si bien no necesitaba puntos,
definitivamente debo esterilizar el área para asegurarme de que no se
infecte. El barro y la sangre cubrían su sien.

—Me salvaste —dije en voz baja—. Otra vez.

La primera vez fueron las flores de corazón sangrante.

El segundo fue Byrne y Kaminski.

Esta era la tercera vez que Kill me mantuvo con vida, a pesar de mi
desafortunado talento para encontrarme en situaciones potencialmente
mortales.

—Eres mi esposa. —Él afila la mirada como si la razón fuera obvia.

—No actúas como si lo fuera —susurro—. No somos una pareja normal.

—No —estuvo de acuerdo—. No lo somos.

Espero a que diera más detalles, pero aparentemente, eso fue todo. Miro a
mi alrededor, cambiando de tema.

—¿Dónde está Hamilton?

—Una cuestión de edad. Te llevaré a casa y luego iré a buscarlo. Te quedas


con Sailor y tratas de mantenerte con vida mientras yo no esté.

Se levanta rápidamente, ayudándome a ponerme de pie.

El viaje de regreso fue silencioso. Le envió un mensaje de texto a Sailor


diciéndole que estábamos en camino y le pido que tenga un botiquín de
primeros auxilios listo. Cuando regresamos, Sailor nos está esperando
afuera con botellas de agua y un botiquín. Cillian la ignora, desmonta de
Franklin y me deja de nuevo en el suelo con suavidad.

—Te ves como una mierda. —Sailor mira a mi esposo.


—Tú tampoco eres exactamente mi tipo —dice Kill con voz seca,
colocándome frente a ella como un mueble—. Sé útil y prepárale un baño.
No la pierdas de vista. Es fácil de olvidar y difícil de mantener viva.

Vuelve a montar en el caballo y se aleja sin mirarnos a ninguna de las dos.

Sailor dirige sus ojos verdes, reprimiendo una sonrisa.

—Nada de esta situación es gracioso. —Me dejo caer sobre una mecedora
cercana y me tapo los ojos con un brazo con un suspiro.

—Oh. —Se sienta en el brazo de la mecedora y me frota el brazo—. Pero


por supuesto que lo es.

—Por favor ilumíname.

—Hiciste a tu marido cagar ladrillos, amiga. —Sailor se desliza en mi


regazo, atrayéndome en un abrazo aplastante, riendo
incontrolablemente—. Deberías haber visto al idiota cuando le dije que
iban a montar. Parecía listo para romper algunos cráneos. Alguien lo tiene
mal por ti. Kill y Persy están sentados en un árbol. F-O-L-L-A-N-D-O.

Ella estaba equivocada.

Kill no me quería.

Quería lo que yo podía darle.

Me río, dejando que el aguijón de la verdad resbalara por mis hombros.

Inclinó la cabeza hacia el cielo, rezando para encontrar a la tía Tilda.

Estaba lleno de nubes.


Dos horas después, Belle, Aisling, Devon y Sam estaban de regreso.

Mis amigos se apresuraron a ir a mi habitación, entusiasmados con mi


marido golpeado (“Cowboy Cunt-sa-nova20”, como Belle lo llamaba). Cómo
encontró su caballo en la cima de la montaña y lo montó de regreso a la
hacienda.

—Déjame decirte, creo que los vaqueros son repelentes del libido, pero de
alguna manera, ver a Kill montando un semental rebelde me hizo cambiar
de opinión. —Belle cae sobre mi cama, suspirando.

Le di un codazo a mi hermana. —Cuidado. Es mi marido del que estás


hablando.

Ash pone los ojos en blanco y se deja caer sobre el colchón a nuestro lado.
—No te preocupes, Belle está demasiado ocupada tratando de averiguar
cómo arrastrar a Devon Whitehall a su cama para pensar en tu marido.

Nos abrazamos en grupo, yo apretada en el medio. Me vuelvo hacia mi


hermana, arqueando las cejas.

—Oh ¿sí? No creo que tengas que sudar. El hombre estaba sobre ti como
un sarpullido.

—Es un coqueto delicioso —gruñe Belle, echando la cabeza hacia abajo


sobre mi almohada.

—¿Y tú y Sam? —Me giro hacia Ash—. ¿Algún progreso?

20
Juego de palabras, vaquero de coños mujeriego
—Si no va a suceder este año, no va a suceder en absoluto. —Ash sonríe
con tristeza.

Froto su brazo. —Lo siento.

La cena antes de regresar a casa fue deliciosa. Consistía en sopa de maíz


con tocino y papas, pollo frito y pan de maíz, todo cocinado desde cero por
Sailor. De postre, sirvió tarta de ruibarbo y un pastel de melocotón.

—¿Alguien más quiere quejarse de cómo invité a las chicas? —Hunter


mueve las cejas detrás de su taza de café. Se come tres porciones del pastel
solo y se mete suficiente comida en la garganta para una semana.

—¿Cómo aprendiste a cocinar y hornear así? —Devon chupa una


cucharadita, mirando a Sailor con un nuevo respeto.

—Nuestra mamá es una de las mejores cocineras y panaderas del mundo.

Sailor puso su mano sobre el antebrazo de Sam.

—La mejor —corrige Sam.

Me siento junto a Cillian, sonriendo y asintiendo. Ambos miramos a


nuestros amigos mientras entran y salen de una conversación fácil,
primero hablando de los muchos restaurantes de los Brennan, luego de
los deportes y del desastroso clima tormentoso que todavía azota Boston
con sus afiladas garras.

Sabía que tenía que ponerme los pantalones de niña grande y agradecer
adecuadamente a mi esposo, no solo por hoy, sino por todo lo demás que
había hecho por mí. Caminaba por la cuerda floja entre querer ignorar su
existencia y restaurar mi ego herido, y llevar un martillo metafórico a sus
paredes, demoliendo una por una.
—Gracias, por cierto —digo en voz baja, apretando su mano debajo de la
mesa.

Desliza su mano lejos de la mía. Mi corazón sangra.

Esto no va a ninguna parte, y tú le estás dejando llevarte por el camino, con


los ojos vendados.

—¿Por qué?

—Cuidándome de Byrne. Pagando mi deuda. Conseguir el divorcio.


Salvándome de la ira de Hamilton. Nunca dije gracias, y debería haberlo
hecho.

—Es parte de nuestro acuerdo.

—¿Me estás cuidando o evitándome?

—Ambos.

Abro la boca para decir algo. Ni siquiera estaba segura de qué, cuando
Hunter lanza una ficha de póquer en nuestra dirección, golpeando el
hombro de mi esposo.

—Mo òrga, ¿estás dentro o estás fuera?

—Dentro —Kill saca un cigarro de una caja, recorta la tapa antes de


encenderlo.

Hunter comienza a barajar. —¿Y la señora?

—Ella está fuera —responde en mi nombre.

—Mierda. —Belle revisa su teléfono—. Mira la hora. Es el siglo XXI. Eso


significa que las mujeres pueden hacer lo que quieran sin preguntarle a
sus maridos.
Devon sonríe, mirando a mi hermana con abierta admiración.

—¿Necesitabas el teléfono para comprobar en qué siglo estás? —Mi marido


da una calada tranquila a su cigarro—. Creo que es hora de dejar las
mimosas, cariño.

—Mi hermana va a jugar. —Belle golpea la mesa con el dedo, respirando


fuego.

—¿Quieres apostar? Ya estamos de humor para apostar.

Cillian estaba ordenando sus fichas con cuidado, sin siquiera mirarla.

Ni siquiera sabía jugar al póquer, así que ambos estaban siendo


obstinadamente tontos.

—Lo juro por Dios, Kill...

—Ya está bien. —Mi esposo levanta la mirada de sus fichas—. Su ex perdió
todas sus posesiones mundanas en el póquer. ¿Crees que quiere revivir
eso, Einstein?

El silencio cae sobre nosotros.

Recoge las cartas que Hunter le reparte con un movimiento de cabeza.

—Si. Eso pensé.

—Si yo fuera ella, jugaría sólo para fastidiarte —insiste mi hermana, el


fuego ausente de su voz ahora. Todos en la mesa jugaban menos Ash y yo.

—Por eso no eres ella. Por qué está casada con un multimillonario y tú
tienes un club de striptease —dijo Cillian desapasionadamente, sus ojos
de halcón de borde amarillo escaneando sus cartas.

—Madame Mayhem es una institución respetable. Burlesque no es lo


mismo que desnudarse, cara de culo. —Belle sopla una pedorreta.
—Me encanta el burlesque —gruñe Devon, moviéndose en su asiento.

—Te encantaría el genocidio si Emmabelle lo hiciera —dijo Kill inexpresivo.

—¿Jugamos? —Sam pregunta alrededor de un cigarrillo encendido—. No


es que no me entretenga viéndolos a todos peleando como una bandada
de gallinas viejas.

—Igual que siempre —dice Kill.

—Como el infierno que son. No todos en esta mesa pueden darse el lujo de
gastar mucho dinero en una partida de póquer. —Belle golpea sus cartas
sobre la mesa—. No estoy jugando por miles de dólares.

—Podemos jugar por menos —sugiere Sailor suavemente.

—O strip poker. —Hunter sonríe.

—Desafortunadamente para Emmabelle, el strip poker también la pondría


en un punto de desventaja, considerando que no lleva más que una
servilleta. —Mi esposo le lanza otro golpe a mi hermana.

Belle llevaba un minivestido endeble, pero apagar la discusión entre ellos


parecía contraproducente. Además, ¿realmente pensó que le dejaría
hablar con Belle así?

—Cillian —le advertí intencionadamente—. Por favor.

—Eres un idiota. —Mi hermana se pone de pie y señala a Kill.

—Y estás diciendo lo obvio. —Kill bosteza, ignorándome—. ¿Qué tal si


hacemos esto interesante? Lo que está en juego sigue siendo el mismo de
siempre, ya que eres la única persona arruinada en esta mesa. Si pierdes,
yo pagaré la factura. Y si gano —Kill hace una pausa, inhalando el humo
de su puro en su cara, sus ojos burlones sosteniendo los de mi
hermana— obtengo lo que quiero de ti.
Mi corazón se desploma hasta la boca del estómago con un ruido sordo
que resuena dentro de mi cuerpo. Las garras verdes de los celos se
envolvieron alrededor de mi cuello.

Quería algo de Emmabelle.

¿Por qué no lo haría? Ella era la interesante, sofisticada, un bombón.

¿Qué estaba buscando?

¿Su cuerpo?

¿Su corazón?

Me pongo rígida, concentrándome en mi respiración, diciéndome a mí


misma que no lo matara. Ahora no. Aún no.

—¿Y qué es lo que quieres de mí? —Emmabelle pregunta lentamente,


bajándose de nuevo a su asiento.

—El regalo más preciado de todos —dice Cillian—. Silencio. Más


específicamente, si gano, dejarás de tratar a mi esposa como un cordero
indefenso que estoy a punto de aniquilar. Escucho y veo todo. No le estás
dando a mi matrimonio una oportunidad justa. Me hablas mal en cada
paso del camino. Es una falta de respeto a Persephone y se detiene hoy.
Eso también se aplica a ti. —Él inmoviliza a Sailor con una mirada—. Lo
mismo en juego. Mismos términos. Cualquiera de las dos gana, ustedes
reciben el dinero. Yo gano, pago tu deuda y, a cambio, te bajas del tren
Cillian es Satanás. Si mi esposa quiere montarlo, comprará su propio
boleto y viajará sola.

Belle y Sailor intercambiaron miradas.

¿Desde cuándo a Kill le importaba lo que pensaran de él?

—¿Estás diciendo que lo que tienes es real? —Sailor sondea.


—Estoy diciendo que lo que tenemos es nuestro —responde—. Es entre
Persephone y yo. No escuché ninguna objeción cuando Sailor estaba de
niñera para asegurarse de que la polla de Hunter no hiciera una gira
mundial en su apartamento compartido. —Kill hizo un gesto a su hermano
menor. Hunter hizo una mueca.

Cuando Sailor y Hunter se enamoraron, todos sabíamos que él era un


playboy y aun así apoyaba su relación. Kill tenía una reputación terrible,
pero hasta ahora, él se probó a mí más que Hunter lo hizo a Sailor antes
de que se estabilizaran.

—Soy un buen jugador de póquer. —Belle arquea una ceja sedosa.

Ella no era buena. Ella era la mejor. Y ella lo sabía.

—Yo también —dice Sailor.

Kill sonríe. —Voy a tomar mis posibilidades.

Quince minutos después, todo el mundo estaba absorto en el juego. Sailor,


la mujer más competitiva del planeta, sigue limpiándose la frente cada vez
que sacaba una carta. Belle se niega a perder la concentración, no
participa en la conversación en la habitación. Mi esposo estaba
holgazaneando en su silla, su lenguaje corporal aburrido y laxo,
ocasionalmente lanzando un comentario ocioso sobre el mercado de
valores, que Hunter y Devon discutían extensamente.

—Entonces. Quieres el divorcio. —Su suave barítono se filtra


profundamente en mi cuerpo. Él retoma nuestra conversación de la tarde
cuando le pedí que me dejara libre si iba a seguir ignorándome.

—Si estoy destinada a una vida persiguiendo a mi esposo rogándole que


se meta en la cama conmigo, entonces sí, quiero el divorcio. Nunca
deberías haberte casado conmigo si no me encuentras atractiva.
—Te encuentro atractiva. —Frunce el ceño ante una carta que saca del
mazo, serio—. El problema es que te encuentro demasiado atractiva.

—Estoy confundida —digo a pesar de que era todo menos eso. Solo quería
que me dijera algo tranquilizador. Aumenta mi ego destrozado.

—Yo también. Cada vez que te miro. Por eso te he estado evitando.

—Tengo necesidades. —Niego con la cabeza.

—Y tengo habilidades —responde bromeando, dejando sus cartas,


tomando una ficha naranja y golpeándolo en la superficie de roble. Deja
caer un brazo debajo de la mesa casualmente. Un momento después, su
mano caliente y pesada se posa en mi muslo interno.

Mi respiración se acelera. Llevo un vestido verde esmeralda sin hombros


que apenas me llegaba a las rodillas. Sube los dedos hasta que su mano
se posa en el hueco entre mi muslo y mi ingle.

—Tu movimiento, Kill. —Sam arroja una de sus cartas a la pila.

Mi esposo empuja una pila de fichas al centro de la mesa. Los jugadores


miraron a su alrededor, evaluando la reacción de los demás. Kill aprovecha
la oportunidad para rozar con sus dedos el algodón de mis bragas,
empujando la tela hacia los lados.

Pasa dos dedos sobre mi hendidura expuesta, explorando perezosamente,


provocando mi carne sin penetrar en mí. Me estremezco, sintiendo que mis
pezones se endurecen.

Belle frunce el ceño ante sus cartas. —Está mintiendo. Aumento.

Arrastra más fichas al centro de la mesa.

—Tan descarada con el dinero de otras personas. —Kill sonríe


distraídamente.
—Siempre soy descarada —corrige Belle—. Pero cuando se trata de poner
pendejos en su lugar, también me alegro.

—Yo doblo. —Sailor arroja sus cartas, haciendo una mueca a mi


hermana—. Lo siento. Sabes que físicamente me duele perder.

—Yo también, maldita sea. —Hunter golpea sus cartas sobre la mesa.

Devon, a quien deduje de nuestras pocas interacciones era una serpiente


total, se ríe entre dientes, sus ojos moviéndose entre Belle y Cillian.

—¿Es esta una competencia de quién tiene la polla más grande? Porque
Emmabelle, querida, me decepcionaría mucho si ganaras.

—Pero no sin inmutarse —murmura Sam—. Vuelve a meterte la puta


lengua en la boca. Estás babeando en el cuenco de la tortilla.

Mi hermana mira a mi esposo expectante, pero Cillian no se había


molestado en notar a nadie en la habitación. Sus dedos expertos jugaban
ahora con mi clítoris, su pulgar frotaba mi abertura debajo de la mesa, sin
verse afectado por el hecho de que todos los ojos estuvieran puestos en él.
Cada músculo de mi cuerpo se tensa deliciosamente, pidiendo alivio.

Me gusta que tuviéramos una audiencia a pesar de que no lo sabían.

—Muéstranos tus cartas —gruñe Emmabelle.

—Pregunta amablemente —la instruye.

—Maldita sea, Kill, lee la habitación. Estás a punto de hacer un comentario


sarcástico para que te apuñalen. —Hunter se ríe.

Cillian da vuelta a sus cartas con su mano libre. Todos se inclinaron sobre
la mesa para examinarlas justo cuando él desliza un dedo en mi centro,
curvándolo, su pulgar presionando contra mi clítoris.
Jadeo, torciendo mis dedos sobre el borde de la mesa.

Madre de dragones.

—¿Estás bien, Pers? —Sailor se vuelve hacia mí.

—No sé sobre ella, pero su esposo seguro que no. —Belle revela sus cartas
en señal de triunfo, haciendo que todo el mundo resople—. No tienes nada,
American Psycho. Yo, sin embargo, tengo Full house.

Utilizando ambos brazos, recoge las fichas en el centro de la mesa.

—Estoy bien, solo... solo... —jadeo, tratando de encadenar una oración,


pero Kill empuja otro dedo dentro de mí, ahora bombeando hacia adentro
y hacia afuera, la yema de su pulgar todavía rodeando mi sensible botón.
Estoy empapada, tratando descaradamente de arquear mi espalda y
apretar más de su mano. También estaba bastante segura de que, si la
gente a nuestro alrededor se callaba por un segundo, podían escuchar los
sorbos que estallaban cuando él me tocaba como un instrumento.

—¿Tu qué? —Presiona Sailor.

—Me tira un músculo del pie. —Tomo mi bebida, obligándome a tragar un


sorbo, mis dedos temblaban tanto que el agua se derrama.

—Oh, rayos. —Ash arruga la nariz, empujando su silla hacia


atrás—. Déjame echar un vistazo, tal vez pueda...

—¡No! —Grito. Mi esposo me toca más profundo, más rápido, más


posesivamente de lo que nunca me había tocado. Está hasta los nudillos
dentro de mí ahora, abriéndome, haciéndome sentir deliciosamente
llena—. Estoy bien ahora. Gracias.

La expresión de Cillian está vacía mientras examina la mano de Belle con


calma.
—Suerte de principiante —decide.

Obviamente decepcionada por su falta de respuesta emocional, mi


hermana resopla.

—No te preocupes, Kill, limpiaré tus fichas al final del próximo juego.

—Y mi casa, si ese concierto en el club de stripper no funciona.

Devon comienza a negociar de nuevo.

Jadeo con fuerza, agarrando los bordes de mi asiento ahora, persiguiendo


su toque debajo de la mesa. Nunca me había sentido tan caliente y molesta
en toda mi vida. Paxton y yo nunca habíamos tenido sexo en ningún lugar
digno de mención. Lo que hizo que todo fuera un millón de veces más
caliente fue que nadie sospechaba lo que estábamos haciendo. Mi esposo
es la visión de todo lo elegante, dorado y correcto, usando su máscara
helada e inaccesible mientras me hacía cosas inmundas.

Kill elige sus nuevas cartas cuando llego a mi punto máximo. Envuelvo
mis dedos alrededor de su muñeca gruesa debajo de la mesa mientras lo
inclino hacia donde lo quiero y comienzo a montar su mano en un
movimiento ondulatorio. Mi clímax me sacude hasta la médula. Cada
músculo de mi cuerpo se tensa, mi respiración se detiene y mi boca se
abre, un terremoto me sacude de la cabeza a los pies.

—Dios mío, Pers, ¿estás segura de que todo está bien? Te ves con
dolor —se lamenta Ash detrás de mis párpados. Parpadeo, drogada y
satisfecha.

—Otro calambre. Lo siento. —Sabía que mis mejillas estaban enrojecidas.


Kill tira una carta en una pila, saca otra con frígido desinterés. Su mano
se retiró de entre mis piernas, fuera de mis bragas.
Se detiene para limpiar mis jugos en mi muslo, reorganizando mi vestido
por encima de las manchas de mi clímax.

—Será mejor que camine un poco, estire mis extremidades. —Me pongo de
pie de un salto—. ¿Alguien quiere algo de la cocina?

—Coñac —dice Kill, sin apartar los ojos de sus cartas.

—Guinness —gruñe Hunter.

—Cianuro. —Sam levanta la mano—. Hazlo doble. Este juego me está


aburriendo hasta la muerte.

—Eso es porque no disfrutas del dinero y siempre te retiras


temprano. —Hunter resopla—. ¿Por qué haces eso?

—No juego para ganar o perder —explica Sam.

—Entonces, ¿por qué juegas?

—Estudiar a mis oponentes, encontrar sus debilidades y usarlas contra


ellos.

—Ah. —Hunter asiente—. Recuérdame que nunca me ponga de tu lado


malo.

—Dejaste embarazada a mi hermanita —frunce el ceño Sam—. Un poco


tarde para eso.

Me encierro en la cocina para calmar la respiración y limpiar cualquier


mancha sospechosa. Regreso con una bandeja y distribuyo las bebidas.
Después, merodeo por la habitación, estudiando las obras de arte en las
paredes. Pinturas rústicas de bosques, lagos y tormentas de nieve. Uno de
ellos llama mi atención. Es una cabaña iluminada por la luna, pero hay
una nube grande y espesa en el fondo.
¿Tía Tilda?

—Chica de las flores —corta Cillian, usando mi apodo frente a todos. Todas
las cabezas miran al unísono como si hubiera hablado en otro idioma.
Señala mi asiento. Aparto la cabeza de la pintura.

—Muéstrale a tu hermana de qué lado estás.

—¿Estás seguro? No sería el tuyo. —Pongo una sonrisa sarcástica, pero


soy honesta. Belle es mi hermana. Siempre la tendré de vuelta.

Belle se rió. —Ay.

Mi esposo movió el resto de sus fichas al centro de la mesa, sin inmutarse.

—Apuesto todo.

Sailor y Belle se miraron. En el transcurso de la noche, los juegos fueron


bastante parejos, con Cillian, Sailor y Belle terminando con
aproximadamente la misma cantidad de fichas.

Hunter, Devon y Sam se retiraron, demasiado entretenidos con la


perspectiva de ver a Kill enfrentarse a dos mujeres que lo querían muerto
para interferir.

—Yo también. —Sailor empuja hacia adelante su pila de fichas,


volviéndose hacia Belle—. ¿Tú?

—Ni que decir. —Belle tira todas sus fichas y se frota las palmas.

Sailor fue la primera en dejar sus cartas. —Saluda a mis dos pares.

Belle palmea el hombro de Sailor con aire de suficiencia, revelando sus


propias cartas.

—Todo eso es agradable y elegante, pero estás invitada formalmente a mi


segundo full house consecutivo. Vaya, me pregunto qué haré con todo este
dinero. —Ella le sonríe a mi esposo, tocando sus labios—. Estoy pensando
en unas vacaciones en las Bahamas o tal vez comprar un auto nuevo. ¿Qué
piensas, Fitzpatrick? ¿Me veré bien en un Mercedes?

Por favor, no le digas a mi hermana que se vería bien en un ataúd, oré


interiormente.

Era algo tan Cillian para decir.

El rostro de Kill permanece en blanco. Deja caer sus cartas perezosamente,


revelando una mano que hizo que todos en la sala tomaran aire.

—¡Escalera Real! —Belle se eriza, saltando—. Hay una posibilidad entre


medio millón de conseguir una escalera real, y no tienes tanta suerte.
Manipulaste las cartas. Admítelo.

Fue el turno de Kill de ponerse de pie. No recoge las fichas, solo mira a
Belle con una mirada que me hizo darme cuenta de que nunca le agradó.
Lo que sea que le hiciera mirarla cada vez que estábamos juntos en la
misma habitación no era lujuria. Me dijo que nunca la quiso y finalmente
le creí. Kill era cruel, decadente y malo hasta los huesos, pero mentir y
engañar estaban por debajo de él.

—Si vas a lanzar acusaciones, es mejor que las respaldes con algunos
hechos. —Arquea una ceja.

—¿Cómo diablos iba a hacer eso? —Ella ríe amargamente—. Bien. Lo que
sea. Para que quede claro, creo que eres el hombre más corrupto del
planeta.

—Solo para que quede claro —imita su tono, provocando que las risitas
sofocadas se elevaran de la mesa— No me importa. Quédate con el cambio.
Y a tu pregunta de qué hacer con dicho dinero, te sugiero que compres
algo de sentido común. Mientras tanto, te recuerdo que acordaste no
interferir con mi matrimonio. Nada de lavarle el cerebro a mi esposa o
darle una parte de lo que piensas sobre mí. Es una niña grande y puede
tomar sus propias decisiones. Lo mismo va para ti. —Le chasquea los
dedos a Sailor.

Con eso, se aleja, dejando la habitación.

Los hombres fueron los primeros en reír y levantarse, volviendo a sus


habitaciones.

Las mujeres nos sentamos en un amigable silencio durante unos minutos,


digiriendo.

—¿Qué acaba de suceder? —Aisling pregunta, finalmente.

—Creo —Belle hizo rodar una de las fichas de póquer entre sus
dedos—, que Pers acaba de conseguir poner la primera ficha en el corazón
de carámbano de Satanás.

—Y le dolió. —Sailor se ríe—. Como una perra.


Quince

Devon: Necesitamos ganar tiempo. Siéntate con Arrowsmith y haz un


compromiso.
Yo: Número equivocado.
Devon: Me pagas para darte un consejo sólido. Mi consejo es que
firmes un trato íntimo y descubras tu plan a largo plazo después de
desmantelar esta bomba de relojería.
Yo: Lo único que Arrowsmith obtendrá de mí es enviarlo a una cirugía
reconstructiva anal.

Me quebró una vez. Esta vez, yo haría la ruptura.

Devon: Respeto que lo detestes, Kill, pero éramos muchachos. Hazle


una buena donación, haz que se sienta bonito y sigue adelante con tu
vida. Podrías perder tu título de CEO, millones de dólares y
enfrentarte a la cárcel si manipulas este juicio.
Yo: Era un monstruo que me moldeó para convertirme en un
monstruo mejor. Ahora ambos somos bestias carnívoras. Es hora de
ver quién puede derramar más sangre.
Tiro mi teléfono en el asiento de cuero, frunciendo el ceño por la ventana
del Escalade.

Andrew Arrowsmith no iba a descansar hasta que me viera declararme en


quiebra.

No se trataba del dinero. Nunca lo fue para mí.

Me estaba volviendo mejor que mi padre como director ejecutivo porque él


era mejor que su padre.

Cuando mi tatara-tatara-tatarabuelo incorporó Royal Pipelines, se podía


disparar una bala al suelo y el petróleo se derramaba. Cuando mi padre
heredó la empresa, tuvo que hacer un gran esfuerzo de fracturación
hidráulica y exprimir los recursos naturales disponibles para continuar
con el monstruoso crecimiento de nuestra empresa.

¿Yo? No quería simplemente aumentar nuestro capital. Quería triplicarlo.


Pasar a la historia como el mejor CEO que la compañía haya conocido.

Sam estaba desenterrando tierra sobre Andrew mientras decidía desde qué
ángulo quería atacarlo. Mientras tanto, me aseguré de que Green Living
invirtiera mucho dinero en la demanda, perdiendo sus pantalones y sus
fondos rápidamente.

Por todo lo que me importaba, cuando termine, Andrew no tendría un


trabajo, una empresa o un techo sobre su cabeza.

El Escalade se detuvo frente al edificio de apartamentos de mi esposa. Le


envié un mensaje de texto para que bajara las escaleras, desplazándome
por el mensaje sin respuesta de antes, complementado con una imagen
del cielo.

Chica de las flores: Mira afuera. La tía Tilda salió a saludar esta
mañana. ☺
La tía Tilda era un dolor de cabeza y era responsable del desafortunado
nombre de mi esposa. Persephone era solo un poco mejor que Tree y
Tinder.

Seguí ignorando los mensajes de texto diarios de mi esposa. Ya era


bastante malo que hubiera pasado la última semana atormentado por el
recuerdo de la noche de póquer en mi hacienda. El juego fue aburrido,
salpicado de comentarios abrumadores de Sailor y Emmabelle, quienes se
convirtieron en dos de mis cosas menos favoritas de Boston. Mi esposa,
sin embargo, era otra historia. No importa cuánto traté de negarlo, ella me
complació.

En la forma en que me miró.

En la forma en que me sonrió.

En la forma en que me llamaba maridito como si esto fuera real y no una


sentencia de por vida nacida de las malas cartas que le había repartido su
marido anterior.

Ella ya había pagado su deuda, su divorcio concedido y los medios para


vivir como una Kardashian. Ella no tuvo que fingir que me toleraba, pero
aun así tuvo la cortesía de hacerlo.

Mis párpados cayeron mientras trataba de borrar el recuerdo de ella


aferrándose a mi mano debajo de la mesa, montando mi puño, sus muslos
apretados alrededor de mis nudillos en un apretón de muerte. Ardía como
una rosa roja como la sangre, sus pétalos se enroscaban y giraban
alrededor de la llama, y me alegré de no poder mirarla abiertamente
mientras estábamos en compañía porque no tenía ninguna duda de que
me habría corrido en mis pantalones.

Quería purgar a mi esposa de mi sistema. Para trasladarla a algún lugar


lejano, tal vez a la nueva casa de sus padres en los suburbios. Para sacarla
de la oscuridad solo cuando el estado de ánimo me golpeaba en ocasiones
especiales.
Ella era deslumbrante, cinética. Demasiado ruidosa, demasiado. Casarme
con ella fue la peor y mejor decisión que había tomado.

—Tomando siestas, ¿eh? —La voz ronca de Persephone llenó el


Escalade—. Leí en alguna parte que las siestas son más efectivas que ocho
horas de sueño. ¿Sabías eso?

Se deslizó a mi lado, envuelta en un vestido que se aferraba a sus curvas


como lo haría yo si no tenía cien y un tonos de desorden.

Saqué un puro de una caja a mi lado y lo encendí. —Buen número.

—¿Es un cumplido lo que estoy escuchando? —Presionó el dorso de su


mano contra mi frente, comprobando mi temperatura en broma.— Nop.
Sin fiebre.

—Tu belleza nunca estuvo en duda, —resoplé.

—¿Qué es entonces?

—Tu capacidad para desarmarme.

Me da una mirada que decía que no estaba contenta conmigo. Una mirada
que, por razones desconocidas para mí, no pude soportar. Sacó algo de su
bolso Valentino. Un pedazo de papel. Ella lo desdobló. De él salió un billete
de diez dólares. También un bolígrafo. Me entregó los tres.

—Esto es para ti, por cierto.

—¿Qué estoy mirando? —Escaneé el papel que tenía en la mano sin


agarrarlo.

—Vi esto en un programa de televisión. Miles de millones. Es un contrato


en el que me vendes tu alma .

Realmente debería haberla hecho hacerse una prueba de drogas antes de


ponerle un anillo en el dedo.
La cantidad de tonterías que sale de esa bonita boca podría mantener
ocupado a todo el Senado durante un siglo.

Por otra parte, en el fondo, sabía que incluso si los resultados vinieran
diciendo que era adicta a la metanfetamina, la cocaína, la heroína y todos
los idiotas sin hogar del centro, aún me habría casado con ella, y eso era
un problema.

Un gran problema.

—Fírmalo. —Suelta el billete de diez dólares en mi regazo como si fuera


una bailarina de barra de grado B. No hice ningún movimiento para
recogerlo.

—¿Cuál es el problema? —Ella frunce el ceño— Ya me dijiste que nunca


podré tener tu corazón y mencionaste que no crees en las almas. Eso
significa que venderme la tuya no debería ser demasiado difícil, ¿verdad?

El hecho de que estuviera tratando de desafiarme filosóficamente la hacía


lo suficientemente linda como para comer. Por otra parte, no necesitaba
muchos incentivos para querer comerla. Preguntarme cómo sabría el coño
de mi esposa era algo que hacía a menudo.

Me lamí los dedos después del juego de cartas en el hacienda. Su olor


golpeando mi sistema solo me había puesto dolorosamente duro.

—Está bien si no quieres correr riesgos. —Ella retira el contrato, a punto


de guardarlo en su bolso.

—No existe tal cosa como un alma, —repito con tristeza.

—En ese caso, me gustaría comprar la tuya.

—¿Cómo terminó ese programa de televisión? —Me recuesto, haciendo


girar el cigarro entre mis dedos.
—¿Miles de millones? —Ella frunce el ceño—. La chica, que tiene un
conjunto de creencias y puntos de vista sobre el mundo similares a los
tuyos, firmó el contrato, lo que demuestra que realmente no creía en la
existencia de su alma.

—Error de aficionado. —Aprieto mi cigarro entre mis dientes para liberar


mis manos, ajustando el collar en el cuello de mi esposa para que no se
notara el broche—. La primera regla en los negocios es la oferta y la
demanda. Pones un precio a algo de acuerdo con cómo lo valoran otras
personas. Mi conjunto de creencias es irrelevante. Tú crees que las almas
existen y, por lo tanto, te cederé la mía por el precio más alto.

—¿Cuál sería ese precio?

—Tu completa sumisión a nuestro acuerdo. —Tomo el bolígrafo y el papel


de su mano, metiéndolos en el bolsillo de mi pecho—. Más sobre eso
cuando averigüe lo que eso implica exactamente. Asunto cerrado.

La necesidad de poseerla, conquistarla, desterrarla y descartarla me hizo


perder el sueño.

Ni siquiera tenía sentido, y el sentido era la brújula con la que siempre


podía contar.

Persephone me hizo decir palabrotas y nada me hacía decir palabrotas.


Sin embargo, cuando estábamos en camino, dije la palabra joder. No
porque me rompí dos costillas, lo cual, por cierto, sucedió, o porque estaba
ensangrentado y herido, sino porque ella parecía asustada y no quería
volver a ver esa emoción en su rostro nunca más.

Se alisa el vestido y me examina bajo una espesa cortina de pestañas.

—Me alegro de que vayamos a este evento de caridad. No hemos salido


como pareja desde que nos casamos. Paxton y yo solíamos tener citas
nocturnas todo el tiempo. Extraño eso.
—¿A dónde te llevó Paxton? —La pregunta se me escapa antes de que
pudiera volver a meterla en la garganta y ahogarme con ella. Que era lo
que me merecía incluso por pensarlo.

Se sopla un mechón de cabello de girasol que le caía sobre el ojo.

—Teníamos un pase anual de Disney. Amo un buen cuento de hadas.


Solíamos ir a restaurantes, clubes de baile, partidos de fútbol. Ah, y
teníamos picnics, a veces. Nuestra luna de miel soñada era ir a Namibia,
pero estábamos demasiado arruinados para hacerlo.

—¿Por qué Namibia?

¿Por qué hacerle más preguntas?

—Una vez vi una foto del desierto de Namibia en un diario. Las dunas
amarillas parecían terciopelo. Me obsesioné con acostarme en una de esas
dunas perfectas y mirar al sol. Parecía el colmo de estar vivo. Tan
conmovedor. Muy puro.

Tan estúpido.

Tuvo el buen sentido de sonrojarse.

Me volví hacia la vista que atravesaba la ventana, habiendo escuchado lo


suficiente sobre su relación anterior.

—Fue bueno mientras duro.

Una aguja desconocida pinchó mi pecho. Quizás estaba sufriendo un


infarto. Pasar una noche en la sala de emergencias todavía golpearía a
Arrowsmith por babear públicamente sobre mi esposa como un estudiante
de décimo grado cachondo.

—Un hombre llamado Andrew Arrowsmith estará en el baile de caridad. Él


es quien presenta una demanda contra Royal Pipelines. —Cambio de tema.
—Lo conozco de la televisión. Realiza programas matutinos y paneles
ambientales.

—Espero que te portes de la mejor manera. Nos examinará de cerca,


buscará grietas en la fachada.

Ella me lanza una mirada curiosa. —¿Por qué tengo la sensación de que
hay más en esta historia que una demanda?

—Remontemos. Crecimos juntos, fuimos a las mismas escuelas por un


tiempo. Su difunto padre trabajaba para el mío.

—Supongo que su partida no incluyó ningún premio al empleado del año.

—Athair lo obligó a hacer el camino de la vergüenza y lo incluyó en la lista


negra para que no trabajara en ninguna empresa de renombre en la costa
este. Arrowsmith Senior tenía un don para malversar.

Persephone cruza las piernas. —¿Entonces esta demanda es personal?

Le ofrezco un breve asentimiento. —Arrowsmith Senior murió


recientemente.

—Lo que abrió la vieja herida, haciendo que Andrew aceptara el trabajo en
Green Living.

Ella lo atrapo rápidamente. La chica de las flores había sido mucho más
inteligente de lo que creía antes de pedirle que se casara conmigo.

—¿Cómo es que los medios de comunicación no se han dado


cuenta? —Ella reajusta mi corbata. Esta vez, no aparto su mano—. Me
refiero a su agenda oculta. Es una figura muy pública.

—No lo he filtrado todavía.

—¿Por qué?
—Arrowsmith también tiene algo contra mí. Estamos colgando nuestros
pecados sobre la cabeza del otro, esperando ver quién parpadea primero.

—Vamos a hacer que se estremezca entonces, maridito.

—No hay un nosotros en esta operación. Tú te preocupas por darme


herederos y yo me preocuparé por Arrowsmith.

Ella me estudia; sus ojos azules tranquilos. Me di cuenta de que ya no me


tenía miedo, pero no estaba seguro de si eso me satisfacía o me molestaba.

—Lo digo en serio, chica de las flores. No te metas en mi negocio.

Ella seguía sonriendo.

—¿Qué estás mirando? —La fulmino con la mirada.

—Tuviste mi mano en la tuya durante todo el camino. Desde que me


quitaste el contrato.

Dejando caer mi mirada, inmediatamente me aparto de ella.

—No me había dado cuenta.

—Eres guapo cuando estás nervioso.

—Lo juro, Persephone, voy a trasladarte a tu preciosa Namibia si no dejas


de irritarme.

—Así que ahora te molesto constantemente. —Sus ojos azules


brillaron—. Esa es una emoción constante. ¡Faltan veintiséis más!

¿Hay veintisiete emociones? Eso parecía completamente inmanejable. No


es de extrañar que la mayoría de los humanos fueran categóricamente
inútiles.

El conductor abre la puerta trasera. Me deslizo primero, tomando la


delicada mano de mi esposa en la mía mientras las cámaras hacían clic,
devorándonos, queriendo más de la mujer que había decidido encerrar su
destino con El Villano.

Meto a mi esposa detrás de mí y pasé junto a ellos, bloqueando los


destellos cegadores con mi cuerpo para que no tropezara y me
avergonzara.

Era la hora del espectáculo.

El baile de caridad me recordó por qué no lo hice con la gente.

Fuera del dormitorio, de todos modos.

Una nube rancia de perfume se cernía sobre peinados cuidadosamente


rociados. El suelo de mármol a cuadros del hotel del siglo XIX centellaba,
y los aristócratas inmortalizados en las pinturas que enmarcaban el salón
de baile miraron a los invitados con desaprobación.

Todo sobre el evento es falso, desde la conversación, hasta los dientes de


barniz y las lágrimas de cocodrilo sobre el motivo por el que estábamos
recaudando dinero: ¿payasos para gatitos? ¿Santuario de hormigas?
Fuera lo que fuera, sabía que me destacaba como un chico sobrio en una
fiesta de fraternidad.

Conduje a Persephone adentro, ignorando a las pocas personas que eran


lo suficientemente tontas como para acercarse a mí.

Esa era la belleza de ser el hombre de negocios más odiado de Boston. No


necesitaba fingir que me importaba un carajo. Quería hablar en privado
con el hombre que estaba demandando a mi empresa, así que vine aquí
con un cheque que los organizadores no pudieron rechazar. Pero mi
voluntad de socializar o jugar estaba por debajo de cero.

Agarro una copa de champán de la bandeja de una camarera para


Persephone y un coñac para mí, despreciando a un administrador de
fondos de cobertura que vino a presentarse con una mujer de aspecto
aburrido que supuse era su esposa.

Algo rápido y duro chocó contra mi pierna. Tropezó hacia atrás,


aterrizando a los pies de mi esposa en una maraña de miembros
regordetes.

Persephone pierde su agarre sobre el champán, derramando su bebida por


todo su vestido. Dejó escapar un suspiro mientras yo agarraba la estúpida
cosa y la levantaba en el aire. Pateaba y gritaba.

—¿Qué diablos ...

—¡Déjalo! —mi esposa exclama, apartando mi mano. Ella se agachó,


dándoles a todos en la habitación una vista de su escote desde el asiento
delantero, y enderezó la cosa, bien, niño, que se había estrellado contra
nosotros, ayudándolo a ponerse de pie.

—¿Estás bien, dulzura? —Ella le frota los brazos.

El niño parecía vagamente familiar, pero como no conocía a ningún niño,


supuse que todos se veían iguales. Como ardillas o galletas Oreo.

El niño frunció el ceño y movió la cabeza. Su ojo derecho hizo tictac dos
veces… no, seis veces.

Tic. Tic. Tic, tic, tic, tic.

Mi estómago se retorció. Di un paso atrás, haciendo estallar mis dedos


uno tras otro.
—¿Estás perdido? —Mi esposa pone una palma en la mejilla del mocoso.

Si.

El chico baja la mirada, temblando y zumbando.

—Ss-sí.

—Vamos a buscar a tus padres.

Ella le ofreció su mano. La tomó, cuando otro niño de apariencia idéntica


navegó en sus zapatillas en nuestra dirección, chocando con el niño
nervioso. Ambos derribaron a Persephone. En lugar de empujarlos fuera
del camino, se rió con su risa gutural que parecía tener una conexión
directa de marcación rápida con mi ingle y los recogió en sus brazos como
si fueran cachorros ansiosos. Metieron sus dedos pegajosos en sus rizos
rubios y tocaron su collar de diamantes.

—Tranquilos, pequeños. —Ella rió.

—No soy pequeño. Soy un chico grande ¡Tinder! —grita el segundo


chico—. Mamá y papá te están buscando.

—T-Tree. Mira lo que he encontrado. Una verdadera princesa. —Hace un


gesto a mi esposa.

¿Tinder?

¿Tree?

Oh, jod...

—Fitzpatrick. Qué casualidad verte aquí. ¿Qué estás haciendo recaudando


fondos para “Por el amor a la vaca”? —Andrew Arrowsmith caminaba
detrás de sus hijos, llevando a su esposa por la parte baja de la espalda.

Echo un vistazo a uno de los carteles de la habitación, seguro de que me


estaba poniendo a prueba. Efectivamente, las palabras “Por el amor a la
vaca” estaban claramente allí. Aparentemente, había deslizado un cheque
de cincuenta mil dólares en la puerta para apoyar la investigación sobre
cómo disminuir el efecto del metano en el agotamiento del ozono.

La mierda de vaca acaba de adquirir un significado literal completamente


nuevo.

Lanzo otra mirada a Tinder. Estaba sacudiéndose en los brazos de mi


esposa, su garganta producía sonidos salvajes que dudaba que pudiera
controlar.

—No me digas que te creció la conciencia. —Andrew sonríe. Tenía que


admitir que vestía bien su aristocracia recién ganada.

—¿Qué conciencia? —Pregunto con indiferencia—. Escuché la palabra


vaca y pensé que habría bistec.

—Eso suena más a ti. —Los ojos de Andrew se desviaron hacia


Persephone, que todavía estaba en el suelo, ah-gritando y asombrándose
por algo que decían sus hijos.

—Ella es encantadora.

—Tengo ojos.

—¿No vas a presentarnos a ella?

—No, —digo inexpresivo.

Desafortunadamente, parte de la razón por la que estaba levemente


obsesionado con Persephone se debía a sus modales impecables. Se puso
de pie, extendiendo su mano hacia mi némesis con una cálida sonrisa,
presentándose de todos modos.

—Persephone Fitzpatrick. Es un placer conocerte.

—Andrew Arrowsmith, y esta es mi esposa, Joelle. Creo que ya conociste


a mis hijos, Tinder y Tree .
—Oh, hicieron una gran entrada. —Persephone aparta los mechones
marrones de la frente sudorosa de Tinder, riendo.

No toques a su hijo.

—E-E-E-Estoy a-a-aburrido. ¿P-Puedes jugar conmigo,


princesa? —Tinder tira del vestido de mi esposa, todavía húmedo por el
champán que le hizo caer.

No estaba celoso de un niño de cinco años.

Simplemente no lo estaba.

Incluso si el asombro con el que mi esposa lo miraba me irritaba.

—Este lugar es aburrido, ¿eh? —Ella le guiñó un ojo con


complicidad—. Veamos qué problemas podemos encontrar por aquí.

—No gracias. Todavía tenemos algunas personas a las que


saludar. —Joelle se acercó a sus hijos a su lado, luchando por
controlarlos. Se veía lamentablemente normal, especialmente al lado de mi
esposa. Sus facciones aburridas, su cabello demasiado rígido.

Chica de las flores le dio una mirada aguda.

—Creo que Tinder necesita aire fresco. Nos quedaremos en el balcón,


donde podrás vernos. Eres bienvenida a unirte a nosotros.

—Querida. —Puse una mano en el brazo de mi esposa—. Estás fuera de


servicio. Deja que sus padres se ocupen de él.

Ella se aparta de mi toque. —No todo es una tarea.

La inmovilizo con una mirada, pero guardo mis opiniones para mí. ¿Qué
puedo decir? ¿Que el niño estaba destrozado y desesperado, y que
cualquier amabilidad que ella le mostrara le daría una esperanza cruel e
injustificada de que algún día podría ser normal? ¿Aceptado? ¿Amado?
—Por favor, mami. —Tinder cae de rodillas—. Por favor, realmente
queremos divertirnos para variar.

—Biiiien. —Joelle se rie nerviosamente—. Tree y yo lo acompañaremos.

—Nunca nos dejas jugar durante cosas como esta. —Tree mira a su madre
con sospecha—. ¿Por qué ahora?

Joelle resopla, agitando la mano.

—Por supuesto que sí, cariño.

Las mujeres se fueron con los niños. Andrew y yo nos quedamos atrás,
apoyados en la barra, mirándolos. Un par de personas que nos pasaron le
estrecharon la mano y lo saludaron, ignorándome.

—Ella realmente es algo. —Se frota la barbilla, siguiendo los elegantes


movimientos de mi esposa, desnudándola con los ojos.

—Algo de lo que es mejor que apartes la vista, —siseo—. A menos que no


te importe que los saque con una cuchara de postre.

—No finjas que eres capaz de formar un vínculo con nadie ni con nada que
no sea el dinero, incluida esta deliciosa criatura.

Se volvió para sonreírme, satisfecho. —¿Ella sabe?

No tenía sentido fingir que no sabía de qué estaba hablando.

—Sí, —miento.

Él se ríe entre dientes. —Buen intento. Ella no lo hace, pero lo hará. Y una
vez que lo haga, te dejará.

—Tinder es un niño interesante, —le respondo.

—Si. —Andrew apoya los codos en la barra, todavía mirando a nuestras


familias. Persephone envolvió su brazo delgado alrededor de una columna
en el balcón, girando y riendo. Tinder hizo lo mismo y Tree se unió a ellos.
Joelle miró con una sonrisa sombría en su rostro—. Le doy todo el apoyo
y la ayuda que necesita.

—Tu amor y apoyo no pueden arreglar su sistema nervioso. —Inclino la


cabeza hacia atrás, bebiendo mi coñac.

—Me lo estoy pasando realmente bien arruinando tu negocio, colocando


vallas publicitarias junto a tu oficina, organizando demostraciones,
demandando a tu empresa por todo lo que vale. ¿Qué tienes que decir al
respecto? —Agarra una copa de la barra y toma un sorbo—. Oh. Así es.
Nunca dices groserías. ¿Cómo te está funcionando eso?

Me vuelvo hacia él. Podría contar con una mano las cosas que lograron
atravesar mi armadura estos días.

Andrew Arrowsmith era uno de los pocos.

Mi esposa también.

—Vayamos al grano, Andrew. Retira la demanda, o haré que pierdas tu


trabajo, luego tu casa, luego tu reputación, exactamente en ese orden. Las
huellas dactilares de Arrowsmith están por todo Royal Pipelines desde
hace décadas. Todo lo que se necesita es una excavación en los registros
de la empresa —chasqueo los dedos— y todo lo que has construido se
desmoronará como una galleta rancia. La manzana no cae demasiado lejos
del árbol, —le aseguro—. Mi padre te dejó sin un centavo y te obligó a
reducir tu sueño y tu potencial, y si me presionas, me aseguraré de que
tus hijos no puedan pagar la ropa que llevan puesta y el pan en el
estómago.

Andrew da un paso hacia adelante y se pone frente a mí.

—No olvides que yo también tengo algo contigo, amigo.

—Una condición, no un escándalo, —comento.


—Con condición o no, apuesto a que tu padre aún no sabe que su chico
dorado no es nada más que un metal precioso. No sabe el grado de
vergüenza que ha causado el nombre de Fitzpatrick. Toca Green Living y
me aseguraré de que todos en el mundo conozcan tu historia. Tu historia.
Las feas mentiras y las incómodas verdades. Es una matanza económica
o un baño de sangre privado, Fitzy. Tu selección. Pero tengo la sensación
de que ya has aceptado el hecho de que voy a destruir Royal Pipelines.

Las mujeres aparecieron en nuestra periferia antes de que yo respondiera.


Andrew da un paso atrás y hace una reverencia en dirección a Persephone.

—Señora Fitzpatrick. ¿Puedo tener un baile?

Si se sentía incómoda, no se mostraba. Ella puso su mano en la de él.


Utilicé cada gramo de mi autocontrol para no saltar sobre él y arrancarla
de sus manos.

Era solo un baile. Además, era una gran práctica verla en los brazos de
otra persona. Que era algo por lo que estaba destinado a pasar en unos
pocos años, después de que ella me diera herederos y arrojará oficialmente
la toalla sobre mi trasero sociópata.

Nos convertiríamos en mis padres.

Extraños civilizados, vinculados por compromisos, intereses comunes y


lazos sociales.

Me quedo solo con Joelle y sus insoportables gemelos.

Fue el turno de Joelle de apoyarse contra la barra, con una sonrisa astuta
manchada en su lápiz labial mal ajustado.

—Ella es un amor.

—Ella lo es.
Debería apartar los ojos de Persephone en los brazos de Andrew, pero
estaba fascinado por lo que me hizo. A mis entrañas. Me palpitaba la
cabeza.

Los ojos de la señora Arrowsmith se encendieron con curiosidad.

—Esa no es una crítica entusiasta para una esposa a la que parece que no
puedes dejar de mirar. ¿Cómo te va siendo un recién casado?

Mi mirada se desliza por su rostro. No es de extrañar que Andrew no


pudiera apartar los ojos de mi esposa. La suya parecía endogámica.

—Pensaba que los matrimonios de escopeta eran cosa del


pasado, —continua Joelle, tocando sus labios, ignorando a sus hijos, que
corrían entre las piernas de las parejas en la pista de baile—. Todos se
preguntan si ustedes dos tienen un bollo en el horno.

Ya quisiera.

Jackson Hayfield, un magnate petrolero de Texas, me miró desde el otro


lado de la habitación y me saludó. Le devolví el saludo, tratando a la señora
Arrowsmith como si fuera aire. Por todo lo que me importaba, eso era
exactamente lo que era.

—Tengo entendido que este es el segundo matrimonio de Persephone.

—¿Disfrutas hablando contigo misma? —le pregunto, revisando mi


teléfono en busca de correos electrónicos—. Parece que estás manteniendo
bien esta conversación unilateral. ¿Un indicador de la dinámica de tu
matrimonio? —Frunzo las cejas.

Su sonrisa vacila, pero no retrocede.

—Lo siento, no quise decirlo tan directamente. Creo que es muy valiente
lo que estás haciendo. Mi esposo me contó sobre tu condición, y
bueno… —Deja de hablar, jugando con el collar en su cuello.
—¿Y qué? —Me vuelvo, finalmente mordiendo el anzuelo.

—Y está claro que todavía está con su exmarido. Quiero decir, ¿por qué si
no iba a visitar a su abuela en una casa de retiro todos los fines de
semana?

Joelle se echa el cabello teñido como paja a un hombro y se dispuso a


matar.

—Quiero decir, tiene sentido. Ella estaba sin un centavo y sin perspectivas.
Y ya era hora de que te casaras. La presión estaba encendida, estoy segura.
Si me preguntas, los matrimonios concertados tienen sus méritos.
¿Entonces, cómo funciona exactamente? ¿Hay tres de ustedes en este
matrimonio, o el Sr. Veitch viene cada pocas semanas para una visita ...?

La expresión de mi rostro debió decirle a Joelle que necesitaba retroceder.


No tenía idea de cómo sabía sobre el exmarido de Persephone. No era un
hombre de sociedad. Sam me dijo que Paxton era un chico de los recados
de la lista D para Byrne.

Joelle leyó la pregunta en mi rostro, agitando una mano.

—Por favor, Cillian, la gente habla. En el momento en que la gente del club
de campo en Back Bay se enteró de sus nupcias, las lenguas comenzaron
a moverse. Paxton Veitch era estudiante de mi compañero de tenis en la
escuela secundaria, por lo que me ofreció la información. Aparentemente,
ella también visita a su abuela. La pobre no tiene otros parientes en Boston
y está en un estado complicado. Me han dicho que tu esposa no se ha
perdido una visita en tres años, poco después de que empezó a salir con
él. Familia primum, ¿eh?

La familia primero en latín.

Entonces Joelle era una de esas mujeres.

Habla con fluidez marcas latinas, mestizas y de diseño.


Criada suavemente para convertirme en la esposa de hombres como yo.

—Aquí está la cosa. —Inclino mi cabeza hacia ella, arrastrándome en su


espacio personal como ella lo hizo en mi negocio—. Mi matrimonio puede
ser una farsa, pero al menos mi esposa y yo somos francos al respecto. Tu
matrimonio es una farsa, y apuesto a que eres lo suficientemente tonta
como para creer que es real. Déjame adivinar, vienes de dinero, ¿no es así,
Joelle? Nunca trabajaste un día en tu vida. ¿Tiene una bonita aunque
inútil licenciatura, de una universidad de la Ivy League, un linaje
prestigioso y fondos fiduciarios que salen de todos los agujeros de tu
cuerpo? —Arqueo una ceja. Por la forma en que se estremeció, había
tocado un nervio. Lo atravesé y lo destripé con una horquilla—. Todo lo
que Andrew Arrowsmith ha hecho desde el momento en que nació fue para
intentar compensar el hecho de que no nació en la familia Fitzpatrick.
Comió de nuestros platos, jugó en nuestro patio trasero y asistió a las
mismas clases extraescolares en las que participé. Su familia llegó a
enviarlo a las mismas escuelas que yo. Pero no te equivoques, los
Arrowsmith nunca cortaron el sello hermético de la corteza superior de
Boston. Él es nuestro apoyo y tú, querida, eres su boleto de comida. Si
bien es cierto que yo también estoy en su posición de alimentar a un
ambicioso y atractivo ambicioso del mundo, al menos me casé con una
mujer a la que me gustaría llevar a la cama todas las noches. Te casaste
con un escalador social que no te tocaría con un palo de diez pies si tuviera
la oportunidad. ¿Cuándo fue la última vez que te comió? —Me inclino,
mis labios rozaron su oreja. Su cuerpo responde con un escalofrío
emocionado— ¿Te destrozó como si fueras un premio precioso y no un
cheque que él necesitaba depositar? Tu marido te está engañando, ¿no es
así, señora Arrowsmith?

Ella palidece bajo su maquillaje, tambaleándose hacia atrás. Levanto una


mano para sujetar su brazo y ayudarla a ponerse de pie, con una sonrisa
educada en mis labios.

—Es lo que pensaba. Cuéntele a cualquiera que mi esposa visitó a su ex-


abuela política, y me aseguraré de que todos en Estados Unidos sepan que
tú esposo tiene partes fragmentadas. Disfrute el resto de su velada, señora
Arrowsmith.

—La señora Fitzpatrick pasará la noche en mi casa. No hay necesidad de


detenerse en su apartamento, —le anuncio a mi conductor cuando nos
deslizamos en el asiento trasero del Escalade.

Persephone se quita los tacones con un suspiro de alegría y deja caer la


cabeza sobre el cuero frío, demasiado exhausta para discutir este nuevo
desarrollo.

Esa noche había bailado con todos los hombres que valía la pena conocer
en el salón de baile. Pasó de un par de brazos al siguiente. Un juguete
deslumbrante y brillante que perteneció al hombre más cerrado de Nueva
Inglaterra. Todos querían ver quién había logrado domesticar a El Villano,
y dado que la mayoría de la gente había renunciado a acercarse a mí
directamente, la Chica de las flores era la mejor opción.

—Veo que estoy creciendo en ti. —Se frota el pie hinchado y rojo,
apoyándolo en mi rodilla con la esperanza de que le diera un masaje.

—Puede que necesites gafas. —Le doy unas palmaditas en los dedos de los
pies, ignorando sus súplicas.

—¿Cómo puedes estar tan triste cuando todo salió bien esta noche? —Ella
me mira parpadeando—. ¿Estás programado para ser miserable o algo así?

Pagué mis cuotas en este matrimonio y con una tasa de interés saludable.
No solo mantener viva a mi esposa, lo que resultó más desafiante de lo que
esperaba, sino también bañarla con todo lo que una mujer del siglo XXI
podría soñar.

Si Persephone pensó que iba a correr, visitar a la familia de su exmarido y


mantenerse en contacto con el clan Veitch, tal vez incluso con el mismo
Paxton, estaba muy equivocada. Ella era mía ahora, y si tenía que cerrar
el trato embarazándola esta semana, estaba listo para el trabajo.

Una vez que llegamos a mi casa, Petar sale corriendo de su habitación para
ver si necesitaba algo.

Una esposa leal estaría bien.

—Fuera de mi camino. —Le dije que se fuera. Persephone y yo nos


dirigimos a mi estudio en el segundo piso, subiendo la escalera toscana.

Cierro la puerta detrás de nosotros, me acerco a mi escritorio, saco el


estúpido contrato del bolsillo de mi camisa y lo golpeo contra la mesa.
Sacando mi propio bolígrafo de un cajón cercano, uno sin el nombre de
una maldita empresa de tuberías, firmo el contrato, entrego mi alma a mi
esposa, luego sostengo el papel entre mis dedos índice y medio en el aire.

Levanta el brazo para agarrarlo. Inclino mi brazo hacia arriba, sacudiendo


la cabeza lentamente.

—Encontré un precio para mi alma.

—Vamos a oírlo. —Cruza los brazos sobre el pecho.

—Deja de visitar a la abuela de tu exmarido. Es inapropiado, ingrato y


envía el mensaje equivocado.

Hay un momento de silencio en el que trata de digerir cómo me había


enterado de esto para empezar.
—No, —dice a quemarropa—. Ella no tiene a nadie. Está senil 21y sola, y
necesita desesperadamente compañía. No le queda mucho más de vida.
No voy a darle la espalda.

Me sorprende que no negara haber visitado a su ex pariente.

Aunque no debería haberlo hecho. Siempre tuve la impresión de que


Persephone era más fácil de manejar que sus amigas y su hermana,
también conocida como la Brigada PMS. En la práctica, mi esposa
simplemente tenía un enfoque poco convencional de las cosas. En lugar
de mantenerse firme, se sentó en ella de manera linda con una dulce
sonrisa en su rostro.

Pero todavía estaba, técnicamente, firme, sin moverse ni un centímetro.

—Ella ya no es tu responsabilidad. —Apoyando mis nudillos sobre mi


escritorio para evitar tronarlos, me inclino hacia adelante, sintiendo que
los hilos de mi frialdad se deshacían.

—No voy a comprar tu alma por el precio de empañar la mía. —Ella


endereza su columna—. Lo siento, maridito, tendrás que pensar en otra
cosa.

—Contrataré a una enfermera para ella.

¿Realmente estaba negociando con esta mujer? ¿Otra vez?

—No, —dice rotundamente.

—Dos enfermeras, —digo entre dientes.

Ella sacude su cabeza.

—La mujer está senil. —Enseño mis dientes—. Ella no va a notar la


diferencia entre tú y un profesional.

21
Senil-demencia
—Pero yo lo haré. —Se desabrocha la pinza del cabello, sus rizos dorados
se derraman como cascadas sobre sus hombros—. Y sabré que le di la
espalda a alguien indefenso solo por el capricho de mi esposo.

Quería ... quería ... ¿qué diablos quería hacerle a esta mujer?

¿Y por qué diablos pensé en la palabra joder en mi cabeza hace un


momento?

Lo hice otra vez.

Maldita sea.

Camina hacia mí, poniendo su mano sobre la mía desde el otro lado del
escritorio.

—Cillian, —susurra—. Escúchame. Las dos decisiones más importantes


de nuestra vida no son nuestras. Nuestra creación y nuestra muerte. No
elegimos nacer y no elegimos cuándo ni cómo morimos. ¿Pero todo lo que
hay en el medio? Esa es nuestra jurisdicción. Podemos completar los
espacios en blanco como queramos. Y elijo llenar el mío haciendo lo
correcto. Siendo una buena amiga, un buen ser humano, de acuerdo con
mis estándares.

Con calma, recupero el contrato entre nosotros y lo meto en el cajón de mi


oficina. Lo cierro, desechando la llave en mi bolsillo delantero. No iba a
salirme con la mía, no esta noche, de todos modos, pero las negociaciones
eran mi campo de juego, y la letra pequeña era donde prosperaba.

Iba a dejar de ver a la vieja bruja, si tenía que trabajar a tiempo completo
para que esto sucediera.

Rodeo el escritorio, apoyándome en él y cruzando los tobillos.

—Ven acá.
Cierra el espacio entre nosotros sin dudarlo, dispuesta y receptiva.
Perfecto. Nunca había conocido a alguien tan agradable y tan terca.

Estábamos pegados el uno al otro, su aroma floral invadiendo mis fosas


nasales.

—¿Has visto a tu tía Tilda recientemente? —Mi mano se desliza hasta su


mejilla, tocándola. Respira entrecortadamente, todo su cuerpo temblaba
ante mi toque más breve.

Me pregunté qué tan receptiva sería con su exmarido.

Cuán fuerte temblaba cuando la presionaba contra alguien que había


elegido.

Alguien a cuyos brazos la envié directamente.

–Sí, lo hice, de hecho, el otro día ... —Tartamudea, dejándome ponerla en


posición. Sus muslos se sentaron a horcajadas sobre mi pierna derecha.
La incliné para que su clítoris presionara mis musculosos
cuádriceps—. Uhm, ¿que, supongo, fue martes?

Ella no estaba pensando con claridad.

Desafortunadamente, yo tampoco.

Bajo la cabeza al mismo tiempo que ella inclinaba la suya hacia arriba,
separando los labios para mí. Tomo su boca en la mía, presionando mi
rodilla entre sus muslos, sintiendo sus músculos apretándose contra mí.
Un gemido salió de su boca. Empuja sus senos contra mi pecho,
frotándome por todas partes, ansiando fricción. Mi lengua baila con la de
ella, y tomo su rostro entre mis manos, profundizando el beso, bajando mi
boca por su barbilla, luego por su cuello, deteniéndome para dibujar un
círculo perezoso alrededor de su pulso acelerado con la punta de mi lengua
cuando llego a la parte sensible de su garganta.
Sus uñas se clavaron en mis hombros. Estaba cerca de alcanzar el clímax
con solo besos. Éramos eléctricos juntos, y me pregunté cuándo iba a
trazar la línea. Darme cuenta de que las cosas que quería de ella no eran
cosas que ella estuviera dispuesta a ofrecer.

—Oh, Dios mío, Kill, —grita.

En lugar de señalar que Dios no existía, mi boca continua su viaje hacia


el sur, a su clavícula, luego a sus tetas, que ahueque, mi lengua se desliza
como una flecha entre ellas. Ella agarra mi cabeza y la empuja hacia un
pezón. Reprimo una risa, quitando el costado de su vestido, deslizando su
pezón rosado y erecto en mi boca y chupándolo. Suspira en mi cabello,
sus pequeñas uñas rozando mis hombros mientras arrastraba sus manos
por mi espalda, reclamando mis nalgas como si estuviera tratando de
sacarles agua.

—Dame todo. —Ella inclina la cabeza hacia adelante y hacia atrás, sus
labios contra mi cabello, murmurando—: Cada centímetro de ti. Quiero
todo lo que le has dado a ellas y más.

Ellas.

Las mujeres a las que les había pagado.

Las mujeres a las que iba a seguir pagando porque Persephone no nació,
no se preparó y tenía la intención de cumplir mis oscuras fantasías. Eso
estaba fuera de discusión.

Ella era demasiado buena.

Demasiado inocente.

Demasiado preciosa.

Y además, tenía que ser el hombre más tonto del planeta Tierra para
enredar deliberadamente mi vida con la de ella más de lo que ya lo era.
Me muevo hacia su otro pezón, lamiendo, chupando y mordiendo.
Burlándome de ella con mi boca, la lleve al borde del orgasmo, hasta un
punto en que ella estaba follando mi pierna sin vergüenza. Sabía que
estaba cerca. Los temblores en sus muslos me lo dijeron.

Elegí ese momento para apartar mi boca de la de ella y alejarme.

Casi se cae sobre el escritorio. Agarro su cintura y tiro de su espalda hacia


mí, levantando su barbilla. —¿Todavía beso como un rottweiler
hambriento?

Me complació descubrir que mi voz era el mismo rugido seco y aburrido.

Ella se aclara la garganta, como marioneta contra mí.

—Estás mejorando. Este fue mejor.

—¿Mejor, pero no perfecto? —Arqueo una ceja, divertido.

Ella niega con la cabeza, sonriendo con picardía mientras abría mi


cremallera. —Lamentablemente, todavía tenemos que practicar. A
menudo.

No pude evitarlo.

Me reí en nuestro beso.

Fue la primera vez que me reí en años.

Quizás décadas.

Y se sentía ... nuevo. Bueno.

—Ahora muéstrame por qué pones un continente entre tú y tus amantes.


¿Qué podrías hacerles que sea tan pervertido?

Ella no me dio tiempo para responder. Con la cremallera desabrochada,


tiró de mi mano y me arrastró hasta el pasillo, mirando a su alrededor,
esperando que la guiara hacia mi dormitorio. Lo hice aunque sabía que
ella lo sabía.

Sabía que hacía un recorrido por mi casa cuando yo no estaba en casa. La


vi en las cámaras cuando Petar me lo mostró.

Cierro la puerta detrás de nosotros, asegurándola por si acaso, y ella se


paró frente a mí. Moviéndose fuera de su vestido, dejándo que se
acumulara en el suelo a su alrededor como un lago helado.

Agarra mi mano, envolviéndola alrededor de la parte delantera de su cuello


nevado.

—¿Esta es tu peculiaridad? —Su pecho subía y bajaba al ritmo de los


frenéticos latidos de su corazón, sus ojos brillaban de alegría—. Lo hiciste
el día ... esa vez ...

La eché a patadas gritando.

—O ... —Se detiene, deslizando mi mano por su cuerpo, hasta la curva de


su trasero hasta que llegué a la grieta—. ¿Tal vez esto? A mí tampoco me
importa hacerte cosas. No me importa nada, Cillian. Siempre que esté
conmigo.

Mi resolución se estaba disolviendo más rápido que las correas comestibles


en una sórdida despedida de soltero en Las Vegas.

El diablo en mi hombro me dijo que no era mi trabajo advertirle que no se


acostara conmigo.

El ángel en mi hombro estaba… bueno, actualmente atado con cinta


adhesiva y amordazado en el baúl del diablo.

—No follo, razonablemente —advierto.


Mi mano todavía estaba en su palma. Movió mis dedos en los pliegues
entre sus piernas, abriendo sus muslos para mí. Metí mi dedo índice
dentro de ella. Ella tomó mi dedo y lo succionó hasta dejarlo limpio.

Morí. El fin.

Bien. Yo no morí. Pero me estaba acercando, y todas las razones por las
que no debería acostarme con ella (mi control, mi condición, cómo ella era
demasiado buena para mí) empezaban a sonar más como las mismas
tonterías.

—Muéstrame tus verdaderos colores, —dice con voz ronca, su voz se


rompió por las emociones.

—Son feos —digo rotundamente.

Ella sacude su cabeza. —No para mí. Nunca serás feo para mí.

Eso fue todo lo que se necesitó para derretir mi determinación en un


charco de nada. Agarrando su cabello por detrás, acerqué sus labios a los
míos en un beso castigador.

—¿Necesito una palabra de seguridad? —Ella toma aliento.

—Tu boca estará demasiado ocupada para hablar. Toca cualquier


superficie dos veces y me detendré.

La empujo contra la ventana que daba a mi jardín, con el trasero desnudo,


las tetas y el coño aplastados contra el cristal, empujando mis pantalones
de vestir por mis caderas y liberando mi polla. Ella gimió, moviendo su
trasero en mi dirección, arqueándose, rogando, suplicando. Estaba tan
mojada que sus jugos hicieron que sus muslos se pegaran. Le abrí las
piernas de un solo golpe y le amase el culo con tanta fuerza que dejé
marcas rosadas por todas partes. Observé el rostro angelical de mi esposa
desde atrás mientras la realidad hundía sus uñas en ella.
Estaba presionada contra una ventana que daba a mi jardín, pero también
al jardín privado de otra persona. Estaba desnuda como el día en que
nació, a punto de ser follada tan duro que las mujeres de los códigos
postales vecinos estaban a punto de tener orgasmos de segunda mano.
Persephone tragó saliva pero no me detuvo cuando me incliné, recogí sus
bragas empapadas, las enrollé en una bola y se las metí en la boca.

La chica de las flores amordazada con su ropa interior de algodón sensible,


sus ojos llorosos. Me quedé quieto, esperando ver su puño alzarse en el
aire, golpeándolo. Sintiendo que estaba probando el agua, extendió sus
dedos sobre la ventana, asintiendo.

Dale.

Me estrellé contra ella de una vez.

Ella gritó, sus bragas amortiguaron su gemido. Mi vecino llegó trotando a


su patio con una cerveza, llevando una franela y pantalones de vestir
elegantes, como sabía que haría. Todas las noches a las diez en punto,
Armie Guzmán, un banquero de Wells Fargo, salía a regar sus rosales.

Los ojos de Persephone se agrandaron cuando comencé a moverme dentro


de ella. Estaba parado directamente frente a nosotros con una vista
completa de cómo la penetraba contra una ventana.

Ella gimió cuando volví a embestir contra ella, golpeando su trasero,


dejando una huella.

—Toca dos veces. —Mis dientes se hundieron en su cuello, recordándole


que tenía una salida. La forma en que respondió a mis embestidas con su
espalda arqueada me dijo que no era la pequeña cosa inocente que había
hecho que fuera en mi cabeza.

Quería que ella me dijera que era demasiado. Demasiado pronto.


Demasiado pervertido. Para demostrarme que no encajamos en todas las
formas que sospechaba que sí. Si fuera fría e insensible, alejarse de ella
una vez que estuviera embarazada sería fácil.

Bien. No fácil. Viable.

Ella negó con la cabeza, encontrándome a mitad de camino, agarrando mi


mano por detrás y poniéndola en su trasero de nuevo.

La azoté de nuevo.

Y otra vez.

Y otra vez.

Y otra vez.

Volvió la cabeza para mirarme, los ojos entrecerrados, borracha por lo que
estábamos haciendo. Para empeorar las cosas, cada vez que conducía
dentro de ella, dejaba una pequeña parte de mí que no estaba preparada
para dejar ir.

Un fragmento de autocontrol.

Agarré su mandíbula y giré su rostro al patio trasero del vecino.

—Juega con tus tetas para él, —le ordené—. Haz que valga la pena.

Estaba tratando de empujarla tan lejos como podía, con la esperanza de


que se rindiera, se diera la vuelta, aceptara la FIV y me dejara follar en
paz.

Hizo lo que le dije, jugando consigo misma para él, pellizcando, tirando,
acariciando la forma de sus pesados pechos. El hombre de mediana edad
levantó la vista de sus rosales y se detuvo, su rostro inclinado hacia mi
ventana.

Persephone Penrose era buena.


Apropiada.

Dulce.

… Y jodidamente depravada, como yo.

Eso la convirtió en una droga muy poderosa.

—Eso es, —gruñí en su oído, bombeando más fuerte mientras la piel de


gallina se erizaba en cada centímetro de su piel—. Abre tus muslos y unta
tus jugos en mi ventana para mostrarle a tu nuevo vecino lo que te hace
tu esposo, mi dulce y hermosa puta.

Seguro que iba a tirar la toalla.

Ella no podía ...

No lo haría ...

Ella hizo.

Obedeciendo, separó los muslos y jugó cuando me estrellé contra ella por
detrás.

El hombre seguía mirando, su rostro cuidadosamente inexpresivo


mientras mi esposa frotaba su coño contra la ventana mientras yo la
estaba follando por detrás, la fricción en su clítoris causando estragos en
su cuerpo. Sus músculos internos se tensaron a mi alrededor, así que supe
que estaba cerca. La incliné, en forma de L, en una posición que permitió
una penetración más profunda. Luego agarré sus dos nalgas y la golpeé
sin piedad. Sus palmas rastrillaron la ventana, dejando huellas sudorosas.

Ambos estábamos empapados. Eché un vistazo a su culo magullado y


tembloroso, odiando lo mucho que amaba la vista.

El poder que tenía sobre mí me disgustaba. Ella nunca sabría cuánto la


anhelaba. Cuánto la prefería a ella por encima de todos los demás.
Cómo se sentía como su glorioso cabello rubio enrollado y enredado
alrededor de mis muñecas y pies, como una criatura de la mitología griega,
encadenándonos.

Ella escupió su ropa interior. —Mierda, me corro.

Le temblaban las piernas y cayó de rodillas sobre el suelo alfombrado,


gastada y completamente follada.

Envolví un brazo alrededor de la parte inferior de su estómago,


masajeando su clítoris para ordeñarle otro clímax. Todavía conduciendo
hacia ella, perseguí mi propia liberación, al estilo perrito.

Un minuto después, mis bolas se tensaron y sentí la liberación eufórica de


un polvo carnal vaciarse dentro de mi esposa justo cuando encontraba su
segundo clímax.

En el momento en que terminé, me retiré, limpiando mi polla todavía dura


en su nalga. Me puse de pie, un poco mareado por el orgasmo, vistiéndome
rápidamente y recuperando el control.

—Dios. No puedo creer que nos haya visto. —Persephone se derrumba,


enterrando su rostro en la alfombra, su trasero rojo y rosa
mirándome—. Nunca saldré de esta casa.

—Sí, lo harás, y pronto, —bromeo.

No había terminado de exhibirla como un caballo ganador.

—Estoy mortificada.

—No lo estés.

—¿Por qué? —Ella gime en mi alfombra. Supuse que era un mal momento
para comentar que costaba más que todo el estudio de su hermana y
pedirle que no lo manchara.
—La ventana está teñida desde el exterior, —digo secamente,
abrochándome el cinturón, esperando que ella se quedara embarazada
esta noche. No solo me ayudaría a deshacerme de mi molesta fijación con
ella, sino que mataría cualquier posible drama de exmarido. Algo con lo
que sinceramente no quería lidiar. No envidiaba al bastardo si regresaba
por lo que ahora era mío. Nunca tuve ganas de compartir.

Ella gira la cabeza con los ojos encendidos.

—¿Me estás tomando el pelo?

—No tengo sentido del humor, ¿recuerdas? —Me abotono la camisa, que
estaba medio desabrochada, aunque no recordaba haberla quitado.

—¿Qué estaba mirando entonces? —Se sienta y se da la vuelta para


mirarme, todavía completamente desnuda.

—Los macizos de flores de mi balcón. Mi paisajista cultiva rosas


superiores. Lo vuelve loco.

—¿Por qué no lo dijiste?

—Ver cómo te retuerces me excitó. —Me inclino para acariciar su


desordenado cabello rubio como si fuera una mascota antes de caminar
hacia mi sillón reclinable y abrir mi caja de puros junto a él.

—¿Perdón?

—Con gusto. Estas excusada. Los has estado durante los seis minutos
desde que terminamos. —La despido.

Sus tetas eran fantásticas, especialmente cuando se paró de repente, en


un movimiento brusco. Llenas y en forma de pera, con pezones rosados
como dos pequeños diamantes. Mi esposa agarró su vestido del suelo y se
lo puso con un movimiento de cabeza.
—Petar llamará al conductor por ti. —Meto el cigarro a un lado de mi boca,
enviando un mensaje de texto a mi administrador de la propiedad mientras
ella metía los pies en el desagradable par de Manolo Blahniks que le
producían ampollas.

—Que te jodan, Kill.

—Suena como un plan. ¿Qué tal mañana? Tengo una vacante en el


almuerzo. Si eso no funciona, tendrás que esperar hasta que vuelva del
trabajo alrededor de las nueve y media.

Se dio la vuelta sin decir una palabra, pisando fuerte hacia la puerta. Se
detuvo en el umbral, su mano tocando la pared mientras me miraba desde
detrás de su delgado hombro.

—Soy igual que tú, ¿sabes?

—Lo dudo mucho. —No levanto la vista de mi teléfono, ya estaba


respondiendo un correo electrónico de mi departamento legal. No es mi
mejor demostración de carácter caballeroso, pero sabía que si la miraba,
le pediría que se quedara.

—A mí también me gusta verte retorcerte.

Una sonrisa tocó mis labios.

—Eso es adorable. Apunta alto, Chica de las flores.

—Por eso, cuando bailé con Andrew Arrowsmith esta noche, acepté su
propuesta, —explica con calma.

Mis ojos volaron desde el teléfono en un instante.

—¿Qué propuesta?

—Oh, mira aquí. —Ella sonrió dulcemente—. Ahora tengo tu atención.

—¿Qué propuesta? —Repito, mi tono más bajo.


—Para dar clases particulares a sus hijos.

Vi lo que Arrowsmith estaba haciendo allí.

Poniendo a mi esposa cerca de mi secreto. Para mi vergüenza. El arma


cargada en la habitación. Haciéndola darse cuenta de lo que yo era, lo que
significaba, lo inferior que era a su descarada perfección.

Me levanto de mi asiento, a punto de darle una parte de mi mente.

Ella levanta una mano.

—Guárdatelo, maridito. Tú tienes tus condiciones y yo las mías. Uno de


ellas era que quería seguir trabajando.

—Como maestra de prekínder, no la au pair de mi archienemigo. Esto va


en contra del contrato de no competencia que, por cierto, firmaste.

—No puedes decirme qué hacer con mi carrera.

Su voz era tranquila, como las nubes navegantes que tanto amaba.

La ira al rojo vivo se deslizó por mis venas. Mi pulso se aceleró.

No está bien.

—Lo acabo de hacer. —Muestro mis dientes, el humo se filtró por mi


boca—. Y lo digo de nuevo, para las células cerebrales en la parte posterior:
no estás trabajando para Andrew Arrowsmith. ¿Ves? Fácil.

Junta sus manos, todo azúcar y miel. —En ese caso, no estás perforando
en el Ártico.

Y así, ya no estaba en peligro de pedirle que se quedara.

—Lo siento, cariño, tu trabajo es montar mi polla, no darme consejos de


negocios.
Ella asiente. —Entonces el tuyo es embarazarme, no decirme a quién
puedo visitar durante mis fines de semana y con quién trabajar.

—Esto es una violación de nuestro contrato, —advierto.

Finge pensar en ello, luego levanta un hombro.

—Déjame entonces.

—Sabes que el divorcio no es una opción, —digo entre dientes.

Ella hace una mueca. —Eso quita el aguijón del contrato, ¿no?

La pequeña mier…

Ella tenía razón.

—Voy a hacerte la vida muy miserable si me desafías, Persephone.

Mi esposa hizo un gesto con la mano mientras se deslizaba por mi puerta.

—He estado allí, he hecho eso. ¡Buenas noches, maridito!


Dieciséis

Al día siguiente, holgazaneaba en la sala de profesores durante la pausa


del almuerzo, agarrando la enchilada sobrante de Trader's Joe,
moviéndome de un pie a otro como un niño castigado.

Las ronchas en mi trasero estaban adoloridas, pero fueron las cicatrices


que Cillian dejó en mi alma las que quemaron dolorosamente.

El sexo con Kill no fue bueno. No.

Fue alucinante. Devastador. Como nada que haya experimentado antes.

Pero la rapidez con la que salió de mí y recuperó la compostura me dejó


tan mareada que no podía respirar. No porque esperaba horas de
acurrucarse y conversaciones en la cama, pero el cambio de receptivo a
duro me dio un latigazo. La ferocidad de mis sentimientos hacia él me
asustaba, y la necesidad de protegerlo del peligro me mareaba.
No solo mareada, trastornada. Inmoral.

Nunca había sacrificado mi moral por Pax.

Lo entiendo ahora. Por qué Cillian pagó por sexo. No era que sus gustos
fueran tan poco convencionales. Perdió el control cuando estaba con una
mujer. Cobró vida, dijo palabrotas, se soltó. Las capas de inhibición en las
que se envolvió se derramaron como la piel de una serpiente, dejándolo
expuesto y en carne viva. Se retorció, tembló y gruñó, su corazón latía
erráticamente contra mi espalda cuando penetró en mí.

Recogí mis pertenencias y salí corriendo de su casa antes de que él tuviera


la oportunidad de echarme. No podía arriesgarme a otro rechazo. No podía
dejar que me pisoteara como si fuera la alfombra no deseada fuera de la
puerta de su mansión.

Solo esperaba que el plan que tejí en el evento de caridad funcionara.

—¡Sorpresa! —dos voces familiares chillan detrás de mí, sacándome de mi


ensueño.

Me di la vuelta para encontrar a Belle y Ash en la puerta, con bolsas de


comida para llevar. Descarté la enchilada a medio comer en una de las
mesas redondas.

—¿Qué están haciendo aquí? —Lanzo mis brazos sobre sus hombros,
juntándolos en un abrazo grupal.

—Bueno, Madame Mayhem no abre hasta esta noche, y mirar fijamente a


la pared en casa se volvió viejo, veamos —mi hermana mira su reloj Tory
Burch— hace dos horas y media. —Se pavonea con un minivestido de
cuero extravagante y un suéter esponjoso de gran tamaño. Tomando
asiento en una mesa libre, desempacó sus bolsas de comida para llevar.

—Y tuve un descanso entre clases, así que pensé en ver cómo estabas. Te
perdiste nuestro lugar de reunión semanal la semana pasada y me
preocupé. Amo a mi hermano, pero tampoco confiaría en él con una
cuchara de plástico. —Aisling se ríe.

Eso es justo, considerando que probablemente intentaría meterse en mis


partes íntimas.

El olor a albóndigas, pasta, fettuccini Alfredo y pan de ajo me hizo gruñir


el estómago. Ambas se sentaron, mirándome expectantes. Correcto.
Supongo que necesitaba unirme a ellas.

Soltando un suspiro, me deslicé en una silla, siseando cuando mi trasero


hizo contacto con el plástico.

Cillian, hijo de puta. En el momento en que saque a tu heredero, lo llamaré


Andrew. Andrea, si es niña.

—Entonces, ¿cómo va la vida con Lucifer? —Belle apuñala una albóndiga


con un tenedor de plástico y se la mete toda en la boca.

Hice girar los espaguetis, dándole vueltas. Mis amigas y mi hermana


sabían que Cillian y yo vivíamos en lugares separados, pero lo atribuyeron
a mi deseo de tomar las cosas con calma.

Estaba demasiado avergonzada para admitir que la idea de vivir separados


vino de él.

A regañadientes, tuve que admitir que Kill marcó todas las casillas de la
lista de buenos maridos, aunque fuera por tecnicismos. Me mimó con un
espléndido guardarropa y un apartamento de última generación, pagó mi
deuda, mantuvo a raya a los malos y adoró mi cuerpo de formas que no
sabía que fueran posibles, presentándome cosas que nunca antes había
hecho.

Solo era tacaño con lo que más ansiaba.

Pasión. Emoción. Devoción.


Exigirle eso de Kill no solo rompía nuestro contrato, sino que también lo
rompió en pedazos minúsculos y arrojó el polvo al aire como confeti.

No solo era una tontería, sino que también era inútil. Cillian no tenía la
palabra emoción en su vocabulario, mucho menos una idea de cómo
sentirla. Todavía no lo había visto triste, herido o desesperado. Lo más
cerca que había estado de sentir algo era molestia. Lo irritaba a menudo.
Pero incluso entonces, logró controlar su estado de ánimo a una velocidad
récord. De lo contrario, mi esposo redujo su corazón a nada más que un
órgano funcional. Un elefante blanco vacío.

Masticando, digo: —Está bien, supongo. Cada pareja tiene sus altibajos,
¿verdad?

Los ojos de Belle se fijaron en mi bolso medio abierto que colgaba de mi


asiento. Un dibujo que uno de mis alumnos, Whitley, había hecho para
Greta Veitch se asomaba desde allí, con el nombre de la anciana, rodeado
de flores y corazones.

—¿Sabe que todavía ves a la abuela de Pax todas las semanas? —Pregunta
Belle.

—Se enteró ayer. —Corto una albóndiga con mi tenedor de plástico.

Chasquea su lengua. Mi hermana hace una mueca. —¿Cómo le diste la


noticia?

—No lo hice. Alguien más lo hizo.

—¿Quién? —Los ojos azules de Ash se abrieron como platos.

No lo sabía con seguridad, pero no hacía falta ser un genio para sumar
dos y dos. Los Arrowsmiths.

Me encojo de hombros. —No estoy muy segura. Pero ahora que eso está a
la vista. Me exigió que dejara de visitarla.
—El bastardo no tiene derecho a exigirte que tires del inodoro después de
cagar en su casa —Belle entrecierra los ojos, claramente ignorando su
promesa de dejar de hablar basura de mi esposo después de perder una
partida de póquer—. Tu matrimonio tuvo un precio elevado y cada hueso
feminista de tu cuerpo no es uno de ellos.

—Lo rechacé, —le digo con calma.

Ash extiende la mano para frotar mi brazo. —Al menos lo intentaste.

—Y lo logré. —Me llevo a la boca otro bocado de espagueti—. Él retrocedió.

—¿Qué? —tanto Belle como Ash chillaron.

—¿Estás segura? —Aisling mira entre mi hermana y yo, con la boca


abierta—. Conozco a Kill desde el día en que nací y puedo contar sus
pérdidas con una mano. Un dedo, en realidad. Quizás medio dedo. Un
meñique.

—Positivo, —digo, inclinándome hacia adelante y bajando mi voz a un


susurro—. ¿Puedo hacerte algunas preguntas, Ash?

—Ni que decir.

—¿Cillian tiene una fuente de demonios en su jardín?

Había pensado en esa fuente desde el día en que Hunter la había señalado
durante nuestro tiempo en la hacienda, pero no podía encontrarla. Ayer,
mientras Cillian me tomaba por detrás, mis ojos escudriñaban cada punto
de su jardín. Mi única apuesta era que la fuente estaba en el pequeño patio
detrás del jardín. Había una puerta con cordones de hiedra con altos
muros de madera que parecía pasada de moda con el resto del jardín.

—Él la tiene, —dice—. Al menos, la tenía.

Tenía.

Por supuesto.
Tal vez simplemente rompió la fuente antes de la ceremonia de la boda. De
cualquier manera, sabía que preguntarle a Cillian era inútil. Nunca iba a
obtener una respuesta directa.

—Gracias. Próxima pregunta. —Aclaro mi garganta—. ¿Sabes de qué se


trata su problema con Andrew Arrowsmith? Parece haber un montón de
mala sangre entre ellos, pero tu hermano mayor no es el hombre más
comunicativo de nuestra generación.

—Subestimación criminal. Podría extraer más información de un


prensador de ajos. —Belle desenrosca una botella de agua y pone los ojos
en blanco—. Hecho de hashtag.

—Sé de Arrowsmith. —Aisling frunce el ceño, sopesando sus


palabras—. Hay una diferencia de edad entre Cillian y yo. Yo todavía usaba
pañales cuando él y Arrowsmith eran amigos, pero según tengo entendido,
eran inseparables en un momento. Tal como va la historia, fíjate, recogí
fragmentos y fragmentos de diferentes fuentes y lo confundí todo en mi
cabeza: Kill y Andrew eran mejores amigos desde que nacieron. Nacieron
el mismo día, en el mismo hospital de Boston, ambos un poco por debajo
del peso normal. Mi padre había conocido al padre de Andrew mientras
ambos miraban a sus hijos recién nacidos a través de una ventana de
vidrio. Poco después, Athair había contratado al padre de Andrew como
contador de Royal Pipelines. Cillian y Andrew hicieron todo juntos, y
cuando llegó el momento de que Kill fuera a Evon según nuestra tradición
familiar, Athair pagó la mitad de la cuenta y envió a Andrew con él. Kill y
Andy eran como hermanos. Pasando juntos sus vacaciones de verano.
Viajar juntos, tener fiestas de pijamas, planificar el dominio del mundo
uno al lado del otro. Hasta que Athair despidió al padre de Andrew y lo
demandó por todo el dinero que había robado de Royal Pipelines, dejando
a la familia Arrowsmith sin un centavo y luchando por llegar a fin de mes.
Athair cortó el flujo de efectivo para la educación de Andrew, castigando al
hijo por los pecados de su padre. El padre de Andrew se negó a admitir la
derrota y sacó a su hijo de Evon el primer año. Quería salvar la cara. La
familia recurrió a mendigar préstamos a sus familiares. Algunos dicen que
la madre de Andrew, Judy, se convirtió en el juguete de un tipo rico para
mantener la cabeza fuera del agua. Los padres de Andrew se divorciaron
poco después. Abandonó Evon al año siguiente y se mudó a un pequeño
apartamento en Southie con su madre y su hermana. Sus vidas se vinieron
abajo y también lo hizo la estrecha amistad entre Andy y Kill. Las familias
trazaron una línea invisible en Boston, dividiéndola por la mitad,
evitándose unas a otras a toda costa.

Andrew conoce mi secreto, había dicho Kill.

No podía pensar en una cosa que avergonzara al inmaculado e impecable


Cillian Fitzpatrick. Pero si Andrew solía ser su mejor amigo, también tenía
acceso a su alma.

Cuando tenía una.

—¿Andrew trató de tomar represalias por la decisión de tu padre a través


de Kill? —Pregunto.

Ash niega con la cabeza, levantando un hombro, en una especie de ritmo.

—Mamá dijo que el año que Andrew y Cillian pasaron juntos en Evon casi
le costó un hijo. Mi hermano mayor perdió mucho peso, dejó de jugar al
polo y se retiró por completo del mundo. Mi hermano siempre ha sido frío
y diferente, pero después de ese año, todos estuvieron de acuerdo en que
se convertiría, bueno… —Ash respira hondo y baja la mirada hacia la mesa
llena de marcas frente a nosotros—. Desalmado.

La palabra me golpea, estallando como ácido. Quería voltear la mesa y su


contenido y gritar, tiene alma. Tanta alma. Más de lo que jamás sabrías.

Belle me pasa un trago de agua, sintiendo que los hilos de mi equilibrio se


hacían jirones. Andrew le hizo algo terrible a Cillian. De eso estaba segura.

Y Cillian, a cambio, se convirtió en quien era hoy.


—Gracias por compartir esto conmigo, Ash. —Extiendo la mano para
apretar su mano.

Ella sella mi mano en la suya. —Para eso están las cuñadas, ¿verdad? Por
favor, no se lo digas a Kill. Él nunca me perdonará.

—Tu secreto está a salvo con nosotras, —le asegura Belle.

La pregunta era: ¿estaba el secreto de mi marido a salvo con Andrew


Arrowsmith?

Una cosa era segura: no estaba dispuesta a esperar para averiguarlo.

Más tarde ese día, entré en un apartamento vacío.

La desnudez de el no se registró al principio, tal vez porque nunca lo


consideré completamente mío.

Los muebles permanecieron en su lugar, brillantes, futuristas y


seleccionados por el diseñador de interiores. Los electrodomésticos de la
cocina centelleaban, las extravagantes fotos familiares y las velas
perfumadas que había traído conmigo cuando me mudé todavía estaban
colgadas sobre la repisa de la chimenea.

Entré en mi vestidor para prepararme para una clase de yoga y me di


cuenta de que estaba vacío.

Mi ropa se había ido. También lo eran mis zapatos, mis artículos de


tocador y las pocas pertenencias personales que había escondido en una
de las habitaciones de invitados. Caminé de puntillas por el apartamento,
el pulso tartamudeaba contra mi muñeca. ¿Me habían robado?

No tiene sentido. Byrne y Kaminski salieron de mi vida, dejando marcas


de deslizamiento a su paso. Sabía que estaba bajo la protección de Sam
Brennan mientras fuera la esposa de Cillian, lo que había añadido una
perversa sensación de invencibilidad a mi existencia.

Además, los ladrones se habrían llevado las caras pinturas de Jackson


Pollock y los llamativos dispositivos electrónicos que ni siquiera me había
molestado en aprender a usar.

Camino descalza hasta la cocina y encuentro una nota en la isla de granito.

Con el ánimo de intentar dejarte embarazada y deshacerme de ti lo antes


posible, te traslade a mi hacienda hasta que estés embarazada.

Incrédulamente,

Cillian

Mi instinto inicial fue levantar el teléfono e informarle a mi esposo, en


decibelios más apropiados para un concierto de Iron Maiden, que los
cerdos llamaron, querían recuperar su chovinismo.

Mordí mi lengua hasta que una sangre espesa y cálida llenó mi boca, luego
respiré entrecortadamente y decidí, de nuevo, vencer a Kill en su propio
juego retorcido.

Cillian estaba preocupado por su posición en mi vida y quería mantenerme


cerca. Cualquier excusa de mierda que se dio a sí mismo para trasladar
mis cosas a su hacienda, los Arrowsmiths, mi visita a la Sra. Veitch, la
forma de la luna, no importaba. La conclusión era que estaba rompiendo
su propia regla, no vivir bajo el mismo techo, para mantenerme cerca.

Me sorprendió que me hubiera dejado salirse con la suya rompiendo la


cláusula de no competencia. Cuando le dije que iba a trabajar para Andrew
Arrowsmith, y que si no le convenía, podía solicitar el divorcio, estaba casi
segura de que me echaría de su mansión y de su vida.

También me sorprendió cómo parecía aceptar que yo me mantuviera en


contacto con Greta Veitch. No es que él tuviera algo que decir en el asunto,
pero pensé que me haría pasar por un infierno una vez que se diera cuenta
de que no iba a satisfacer sus caprichos como todos los demás.

Probablemente debería haberle contado sobre mis visitas semanales a


Greta. Por otra parte, Kill nunca me dio la oportunidad de hablar con él.
Como no me había preguntado ni una sola vez sobre mi relación con
Paxton, no le había ofrecido ninguna información.

En verdad, Pax y yo terminamos antes de que me enterara de que había


perdido todo nuestro dinero.

Antes de ver a mi ex marido por primera vez.

Antes había tirado a Paxton detrás de una escultura viviente para una
sesión de besos, frenética y llena de venganza, en un patético intento de
olvidar cómo Cillian me rechazó.

Sigue adelante.

Cásate con alguien aburrido, como tú.

Paxton había trabajado en la boda como parte del personal de seguridad y


disfrutó de mis atenciones toda la noche. Cada vez que chocaba con Kill,
con su desprendimiento helado, volvía corriendo a los brazos de Paxton.
Para cuando salió el sol a la mañana siguiente, con Sailor y Hunter en su
luna de miel, Paxton estaba metido dentro de mi cama, con el brazo sobre
mi espalda desnuda, roncando contento.

Se había quedado y nunca había cuestionado su existencia en mi vida.

Solo pensé que la tía Tilda había hecho su magia y me envió un amor para
ayudarme a olvidar el que nunca debí tener.
Agarrando mi bolso, me deslicé en mi Tesla y conduje la corta distancia
hasta la casa de Cillian. Petar abrió la puerta y me indicó mi nuevo lugar
de estacionamiento. Me llevó a una habitación en el segundo piso, justo al
lado del dormitorio principal, charlando alegremente sobre el sistema de
cine en casa, el sendero para correr que enmarcaba la propiedad y la
piscina cubierta, como un agente inmobiliario ansioso.

—Petar, ¿puedes mostrarme la fuente del demonio? —Le pregunto cuando


subimos las escaleras.

Se queda helado y luego niega con la cabeza. —El Señor Fitzpatrick no


querría que lo hiciera. No.

Maldita sea.

No me sorprendió encontrar todas mis cosas en mi habitación. Mis


posesiones fueron desempacadas y mi ropa doblada, colgada y arreglada
cuidadosamente en un vestidor.

—Cualquier cosa que necesite, háganoslo saber. —Petar inclina la cabeza,


una sonrisa traviesa en su rostro—. Sinceramente. Una comida casera,
almohadas extra... el nombre de un buen psiquiatra. Estoy a tu servicio,
Persephone. En una llamada veinticuatro siete.

Riendo, le doy el visto bueno. —Gracias, Petar. Eres un amor.

Se volvió para irse mientras yo sacaba mi portátil. Mi clase de yoga ya


había comenzado, así que también podría preparar material nuevo para
los planes de lecciones de la próxima semana.

—¿Puedo decirle algo? —Petar se detiene en la puerta.

Levanto la vista de mi computadora portátil, sorprendida. —Por supuesto.

—No puedo decirle lo felices que estamos todos en este lugar de tenerla
aquí. No estoy seguro de cómo exactamente logró persuadir al Sr.
Fitzpatrick para que se mudara; nunca he visto a una mujer que no fuera
una empleada, su hermana o su madre pusiera un pie en esta casa, pero
me alegro de todos modos.

Mi sonrisa se mantuvo intacta, pero algo vibró en mi pecho. Algo muy


cercano a la ira materna que no pude entender por completo. ¿Qué tan
solo estaba Cillian por no haber entretenido a ninguna mujer en este lugar
antes?

El hecho de que Kill hubiera roto muchas de sus cláusulas contractuales


conmigo había plantado una semilla de esperanza en mi corazón. Sabía
que si lo regaba con ilusiones y fe, crecería y se convertiría en expectativas.

Y las expectativas de un hombre que juró no amarte nunca eran algo


peligroso.

—Tengo la intención de quedarme. —Mantuve mi voz neutral.

—Espero que lo hagas. —Petar asiente— Y si hay algo que pueda hacer
para que se quede, házmelo saber.

Tan pronto como giró sobre sus talones y se fue, me dirigí a la habitación
de Cillian.

Tenía algunos deberes que hacer si quería saber quién era realmente mi
esposo.

Terminé durmiendo en la cama de Cillian, la mezcla de adrenalina, dolor


y enojo hizo que mis sistemas colapsaran. Debería haber vuelto a mi
habitación, pero sus sábanas estaban empapadas con su olor y la
tentación de acariciarlas era demasiado. Además, cabrear a mi nuevo
marido se había convertido en algo en lo que era deslumbrantemente
buena, ¿por qué romper una tradición?

Horas más tarde, después de que el sol ya se había puesto, cuando un


empujón en mi pie me despertó. Me estiré en la cama tamaño king,
parpadeando y enfocando el mundo.

Kill se sentó en el borde del colchón, vestido con un elegante traje azul
marino, con una corbata gris y un chaquetón. Su aroma, a hielo, noche
fresca y madera de cedro, me dijo que acababa de llegar a casa. Ni siquiera
se detuvo a quitarse el abrigo.

—Esa no es tu cama, —anuncia.

—Si soy lo suficientemente buena para calentarla, soy lo suficientemente


buena para dormir en ella.

Me apoyo en los codos y me soplo el cabello de los ojos.

—Nadie dijo que eres lo suficientemente buena para calentarla. Te tomé


en la encimera de la cocina y contra la ventana, no en mi cama.

—Llevando un registro y apreciando cada momento, ya veo. —Batí mis


pestañas.

—No seas ridícula.

—Aww, pero tú lo empezaste, maridito. ¿Qué hora es, de todos


modos? —Miro alrededor. Mi estómago gruñó, rogando por ser alimentado.

—Nueve y media.

Jesucristo y su santa tripulación.

—¿Siempre trabajas tan tarde?

Se desata la corbata con una mano, quitándose el abrigo al mismo tiempo.


—Mi calendario social está, por elección, muy abierto. Como deberían estar
tus piernas todas las noches cuando regrese a casa, por cierto. No es mi
trabajo desnudarte a la luz de las velas y a Frank Sinatra.

—Prefiero Sam Cooke y el incienso.

—No me importa lo que prefieras.

—Rectifica eso, —digo secamente—. Hoy. O vive una vida de celibato. No


soy tu muñeca inflable. Si quieres que cumpla con mis deberes
matrimoniales, es mejor que crea que vas a cumplir con los tuyos. Nunca
más volverás a tocar mis cosas sin mi permiso, ni me moverás como si
fuera una pieza de ajedrez, ni tomarás una decisión sobre nuestras vidas
sin consultarme primero. Además, estarás en casa todas las noches, no
un minuto después de las siete, para que podamos comer juntos antes de
tener relaciones sexuales. Como una pareja normal.

—¿Qué parte de nuestra relación te dio la ilusión de una pareja normal, el


hecho de que te compré el trasero como si fueras un fabricante de pan con
descuento el Viernes Negro, o te hice firmar un contrato de treinta y siete
páginas, un Acuerdo de Confidencialidad y una renuncia antes de ponerte
un anillo en el dedo? —Deja la corbata y el abrigo en un sillón reclinable
tapizado en la esquina de la habitación.

Ignoro sus palabras. El tejido cicatricial que Andrew había envuelto


alrededor de este hombre hacía que fuera difícil perforarlo y tocar su
núcleo.

Duro, pero no imposible, esperaba.

Yo no era una cobarde, y estaba absolutamente segura de que no iba a


renunciar a un hombre que estaba bastante segura de que había sido
decepcionado por todos los demás en su vida.
—Además, —digo arrastrando las palabras en mi tono de maestra,
ignorando sus palabras— durante la cena, realizaremos la ardua tarea de
una pequeña charla.

Podría jurar que mi marido palideció. Parecía que iba a vomitar. Continué
sin inmutarme.

—Me contarás cómo fue tu día y yo haré lo mismo. Entonces, y solo


entonces, haremos el amor.

Sus ojos casi se salieron de sus órbitas ante la mención de la palabra A.

—La respuesta es no.

—Bien. Repasemos toda la rutina en la que te rechazo unas semanas


seguidas, y regresas a tu cama insatisfecho, luego vas a la oficina, ves a
Hunter agitando imágenes de ultrasonido en 3D de su futuro hijo, luego lo
haces a mi manera. —Sonrió alegremente. Abre la boca, a punto de decir
algo sarcástico, pero sabía que tenía razón.

Necesitaba un heredero.

Necesitaba más tiempo para demostrarle que podíamos ser más.

—Cuidado, chica de las flores. —Envuelve sus fríos y fuertes dedos


alrededor de mi mandíbula, acercándome a sus labios con un
gruñido—. Corre con tijeras y te lastimarás.

—Me han cortado profundamente antes.

—Lo que sea que estés tratando de hacer no funcionará.

—Sígueme la corriente, entonces.

—Sígueme la corriente primero. —Tira de mi pierna, una mano todavía en


mi cuello, y me sube a su regazo. Me siento a horcajadas sobre él,
envolviendo mis brazos alrededor de sus hombros. Mi núcleo aterrizó
directamente en su erección, y cuando miré hacia abajo, lo vi acurrucado
en el costado de su pierna. Hinchado, duro, casi demasiado para manejar.

Sus dedos recorrieron los delicados puntos de mi garganta.

—Puedo darte todo lo que tu corazón desee, Persephone. Joyas, lujosas


vacaciones, todos los bolsos de Hermès jamás producidos. —Aparta un
mechón de cabello de mi mejilla, su voz tan amenazadora que casi sonaba
demoníaca—. Pero no puedo darte amor. No me pidas algo que soy incapaz
de entregar.

Presiono mi mejilla contra su palma, besándola suavemente, negándome


a dejar que sus palabras se hundieran.

—Mi corazón es un lugar terrible. Allí nunca crece nada.

—Detente. —Lo callo con un beso.

Tal vez fue porque me había trasladado aquí, a su reino. Me arrastró al


inframundo. Porque quería demostrarse a sí mismo que mi presencia aquí
no significaba nada.

—¿Alguna vez pisaste césped artificial, chica de las flores? —murmura en


mis labios.

—Sí, —gruño, besándolo más profundamente.

—Es más brillante que el césped normal, pero se siente horrible.

No se siente mal para mí.

Sus labios exigieron mi rendición. Cedí, montando su muslo musculoso,


todas las preocupaciones por mi trasero todavía dolorido volaron por la
ventana. Rompió el beso, su frente cayendo sobre la mía.

—Voy a arruinar todo lo bueno de ti.

—Me gustaría verte intentarlo.


Saqué lo que había encontrado antes esa noche en mi búsqueda del tesoro
en su habitación. Hurgué en sus cajones, usando cada pieza de
información que pude encontrar para armar el rompecabezas de quién era.
Mi marido dejó mucho que desear. Mantuvo su habitación en blanco e
impersonal.

Habiendo visto su armario, no tenía ninguna duda de que Cillian era


incapaz de nada más que un matrimonio arreglado. Su ropa estaba
organizada no solo por temporada, sino también por color, marca y
tamaño. No era precisamente un fanático de las sorpresas.

Los ojos de Kill se entrecerraron ante la cinta blanca que saqué de mi


sostén. Se escondió entre mis pechos mientras dormía.

—¿Dónde encontraste esto?

—De tu caja de puros.

—Estabas revisando mis cosas.

—Tu talento para la deducción es asombroso. —Arqueo una ceja,


deseando que mi corazón dejara de dar volteretas como un niño
imprudente al sol—. Sacaste mis cosas de mi apartamento sin
consultarme. Considéralo un desquite. ¿Por qué te quedaste con la banda
de atadura?

—Tradición.

—Por favor. —Resoplo—. No eres del tipo sentimental.

Se empuja de la cama, agarrando la cinta de entre mis dedos.

—Buen punto. No es demasiado tarde para tirarlo.

Galopa hasta el baño, presumiblemente al cubo de la basura.

—Vergüenza. Eras tan bueno atándonos con eso, —ronroneo desde su


cama.
Se detiene a mitad de camino, dándose la vuelta y mirándome con
molestia.

En ese momento, toda mi energía se canalizó para no tener un orgasmo


basado solo en ese intercambio. Era apropiado que Cillian no pudiera
sentir nada y yo era un charco de sentimientos. Estaba enojado,
depravado, lujurioso y desesperado. Cada sentido se intensificó, cada
célula de mi cuerpo estaba en carne viva por el hambre carnal.

—Lo notaste. —Una sonrisa diabólica se curvó en su rostro.

Me di cuenta de todo sobre este hombre, así que esto no era exactamente
una noticia de última hora.

—¿Por qué estás haciendo eso? —Moje mis labios.

—¿Haciendo qué? —Sus cejas oscuras se fruncieron con fingida inocencia.

—Mírarme como si fuera tu próxima comida.

—Porque lo eres, —dice inexpresivo—. Por eso estás aquí, ¿no?

Algo chisporroteo entre nosotros. No podía apartar la mirada de él.

Avanzó hacia mí. Me deslicé hacia el centro de la cama. Kill me dio la vuelta
sobre mi estómago y me inmovilizó contra el colchón. Presionando su
rodilla entre mis muslos para abrirlos mientras mi trasero estaba en el
aire, agarró mis muñecas y las cerró detrás de mi espalda. El raso de la
cinta revoloteó alrededor de mis muñecas, haciéndome temblar. Envolvió
los extremos de la cinta, invirtiendo la dirección para asegurarme en su
lugar. Lo hizo rápido y expertamente, ajustando y completando un
segundo bucle para asegurarse de que no pudiera mover mis brazos.

—Así es como supiste cómo atarnos a los dos con una mano, —jadeo.

—Se llama hogtie. —Da un tirón a su obra de arte—. Levanta los pies.
A continuación, me ató por las piernas, conectando la cinta entre mis
muñecas y tobillos. Como un cerdito a punto de ser asado al fuego. Me reí
sin aliento, en parte porque estaba excitada y en parte porque había algo
emocionante en ceder el control. La cama se hundió cuando Cillian se
reclinó, examinando su trabajo detrás de mí. No pude ver su expresión, lo
que de alguna manera hizo que las cosas fueran cada vez más calientes.

—Debiste haberme desvestido primero, —murmuro en la ropa de cama,


frustrada.

Tenía tantas ganas de quitarme la ropa que me quemaba la piel.

Mi deseo me asustó. Era extraño, abrumador; Disfruté del sexo con


Paxton, pero también era algo de lo que podía prescindir. La noción
hambrienta y depravada que acompañaba a Kill era nueva y aterradora.

—¿Confías en mí, Persephone?

Su voz sonaba tan lejana que bien podría haber estado en otro planeta.

—Sí.

La rapidez y la convicción de mi respuesta me sorprendieron. No sabía por


qué confiaba en él, ni siquiera si debía hacerlo. Solo sabía que lo hacía.
Que nunca me haría daño. Que se detendría si las cosas iban demasiado
lejos para mi gusto.

Se levantó de la cama y caminó hasta un pequeño escritorio frente a una


de sus ventanas. Estiré el cuello para mirarlo desde mi posición, atada a
su cama, todavía con mi conservadora vestimenta de maestra. Abrió un
cajón y regresó con un abrecartas. Todo mi cuerpo floreció con la piel de
gallina.

—¿Segura de eso, chica de las flores? —Pasa el borde del abrecartas sobre
mi pantorrilla, tan suave y burlonamente que quería empujarme hacia él.
—No tengo miedo. —Entrené mi voz para que sonara tan suave como la
suya.

Me inclinó cuidadosamente como un regalo, su regalo, y quería que me


desenvolviera y me hiciera suya.

—¿Por qué? —Sonaba curioso. Casi… ¿esperanzado?

No. No puede ser.

La esperanza era una emoción, y Kill no tenía eso.

—Porque sé que nunca me harías daño.

—Es una suposición optimista.

—Me salvaste la vida tres veces y contando, —le digo—. Eso es optimista.
Soy realista.

La siguiente parte sucedió tan rápido que mi cabeza dio vueltas. Un


minuto, estaba en mi vestido, y al siguiente, el abrecartas lo arrancó de mi
cuerpo con un movimiento limpio. Kill agarró la tela para que no se pegara
a mi piel y pasó la hoja a través de ella, hasta el final de mi trasero. El
vestido se amontonó debajo de mí mientras mi esposo se deshizo de mis
bragas, recortándolas de cada lado, haciendo que el abrecartas regresara
a su mesita de noche.

Me arrastre, empujando mi trasero hacia arriba, hacia él. Fue tan


descarado que no me reconocí en el acto. Yo no era esa chica. Al menos no
pensé que lo fuera. Pero supuse que una parte dormida de mí estaba
salvaje todo el tiempo. Simplemente nunca me dejo explorarlo.

Cillian hizo una pausa. Por un momento, todo estaba tan silencioso que
casi sospeché que ya no estaba en la habitación. Tal vez fuera parte del
juego. La espera. El suspenso. La anticipación.

—Tu trasero, —dice finalmente, alejándose de mí— es…


Rojo como el infierno. Lo sé. Oriné en cuclillas en el aire todo el día.

—Oh eso. —Me reí de eso—. Mi piel es súper sensible. Herencia galesa, y
todo.

—Yo te hice eso, —dice con brusquedad.

—No es nada, —protesto. Y eso fue. Sí, me dio una nalgada anoche, pero
no era algo que no hubiera escuchado de mis amigos o visto en los
programas de HBO. Demonios, mi propia madre me había pegado peor
cuando era niña. Y no era como si no hubiera movido mi trasero en su
dirección, pidiendo más.

Su mano fue hacia la atadura y sentí que la desataba, soltándome.

—No te atrevas. —Uso mi firme voz de maestra—. Señor. Fitzpatrick, no


pediste permiso para desatarme. No lo hará hasta que lo solicite
explícitamente, ¿soy clara?

El aire estaba quemado por el sexo, hinchado de endorfinas.

—Normalmente no las veo a la mañana siguiente, —admite


lacónicamente—. Nunca me he detenido a preguntarme cómo se ve.

—¡No me hables de tus putas mientras estamos en la cama!

Estaba gritando en este punto. Estaba tan metida en el modo de maestra


que tuvo suerte de que no lo enviara al tiempo fuera. No dijo nada y me
moleste en no poder ver lo que había en su rostro.

—En realidad, tampoco me hables de ellas.

—Ya no hay putas, —responde—. Te aseguraste de eso.

—Bueno. —Me sentí sumamente autoritaria para alguien que estaba atada
desnuda en una cama—. Espero que tus amantes se arruinen ahora que
tú no estás allí para pagarles y consigan un trabajo real para mantenerse.
—Estás loca, —ofrece, su voz tan tranquila como siempre.

—Bueno, por suerte para mí, maridito, tampoco estás en los primeros
lugares del espectro de la cordura. Ahora haz lo que quieras hacerme. Y
haz que valga la pena mi tiempo.

Cillian tiró del nudo entre mis muñecas y tobillos, con una mano suave en
mi nalga. Deslizó dos dedos entre mis pliegues. El sonido de mi humedad
contra ellos llenó la habitación.

Cerré los ojos, siseando. —Sí.

Kill me tocó con los dedos, los sorbos de mi deseo por él ahogados por mis
gemidos. Curvó los dedos cuando estaba dentro, golpeando mi punto G.

Era un amante generoso, algo que omitió en nuestra conversación durante


nuestras negociaciones.

Metió su mano libre en la parte baja de mi vientre, sosteniéndome y


sosteniendo mi cuerpo mientras su boca se unía a la fiesta, deleitándose
con mi coño goteando desde atrás, su lengua lamiendo entre mis pliegues.

Los gemidos de placer y deleite escaparon de nuestras bocas, y


mentalmente me grité que no significaba nada. Que esto no era intimidad.
Era sexo. Juegos previos. Nada más que un medio para un fin para él.

Dejé caer mi cabeza sobre las almohadas de satén negro, inhalando su


aroma singular, una emoción candente zumbando a través de mi columna.
Las corrientes eléctricas de un orgasmo inminente se perseguían unas a
otras. Temblé, perdiendo el control, murmurando cosas incoherentes en
sus almohadas.

En el momento en que el clímax me golpeó, retiró la lengua y los dedos,


me arrancó las ataduras de los tobillos y se estrelló contra mí de una vez.
No sabía si esto era un truco, pero seguro que hizo que mi pico se sintiera
dos veces más violento de lo que me atravesó. Su cuerpo entero presionado
contra mi espalda, su fuerte excitación se deslizaba dentro y fuera de mí
por detrás.

Gemí, ajustándome a su peso sobre mí.

Cillian se quedó muy quieto mientras estaba dentro de mí.

—Dime que pare.

—Más fuerte. —Me empujé contra él.

Lo hizo.

Éramos infinitos juntos. Una entidad abrasadora sin principio ni fin.

Él quito una cortina de cabello pegada a un lado de mi cuello, presionando


sus labios contra el mientras me montaba duro y profundo.

—Me complaces, Persephone.

Hundí mis dientes en su piel, ni siquiera estaba segura de lo que estaba


mordiendo. Me dejo.

Me permitió tocarlo, marcarlo, reclamarlo.

Progreso.

Llegó a su liberación y yo encontré la mía de nuevo, en sus palabras.

Una vez que terminó, desató mis muñecas, besó la parte superior de mi
cabeza y salió de la habitación. Sus palabras no dichas fueron claras y
cortantes como cuchillas: habíamos terminado.

Regresé a mi habitación, sintiéndome miserable, eufórica, confundida,


frustrada, derrotada y victoriosa.

Sus palabras resonaron dentro de mí como destellos de luz a través de la


oscuridad.
Me complaces, Persephone.

Su alma sangró por todas partes esta noche.

Ahora se esperaba que me durmiera untada por su dolor.

Cillian y yo entramos en una rutina después de esa noche.

Apareció obedientemente a nuestras cenas diarias, pero se propuso cruzar


la puerta tres o cuatro minutos después de las siete, incluso si eso
significaba esperar en su Aston Martin, frunciendo el ceño a la puerta
principal como si fuera un pelo encarnado que no podía deshacerse.

Me desafió como un niño rebelde, esperando ver cómo respondería su


madre a que él empujara los límites. Este era un hombre sin límites. Un
magnate que se había pasado la vida exigiendo y recibiendo todo lo que
siempre había deseado de manera rápida. Fue criado en brazos de niñeras,
internados privados y au pairs que le habían enseñado latín, modales en
la mesa y cómo atar una corbata de cuatro maneras diferentes.

Nadie le había enseñado a amar.

Paciencia.

Compasión.

Cómo vivir, reír y disfrutar la sensación de las gotas de lluvia sobre su piel.

Nadie le había mostrado humanidad.


Quizás esa era una de las razones por las que le gustaba tanto la
esclavitud. Le permitió mantener el control, incluso en una situación en la
que se requería dejarlo ir.

Las cenas en la casa de Fitzpatrick eran, por decirlo suavemente, un dolor


en el trasero.

Traté de condimentarlas, sin juego de palabras. Había invitado a Petar,


Emmabelle, Hunter, Sailor y Aisling a unirse a nosotros varias veces a la
semana, ya que la cocinera había preparado suficiente comida para
alimentar a todo el vecindario. Una vez, incluso me encargué de invitar a
sus padres.

Cillian aceptó su nueva realidad con tranquila resignación. Claramente


estaba descontento con la socialización que inyecte en su vida, pero la
sufrió, sabiendo que nuestras noches juntos valían la pena.

No solo teníamos cenas todos los días juntos, sino que me aseguré de
llenarlas con historias sobre mi día. Anécdotas divertidas sobre los niños
a los que enseñé y las cosas que dijeron e hicieron en el aula. La mayor
parte del tiempo, respondió con gemidos monosilábicos. No se ofreció como
voluntario sobre sus días en el trabajo y se negó a abordar la demanda de
Green Living.

Sabía que quería preguntarme si alguna vez supe de Andrew Arrowsmith


sobre ese trabajo.

La respuesta, por cierto, fue un rotundo, rotundo y decepcionante no.

Pero no ofrecí voluntariamente ninguna información. Esperó a que


ascendiera de su reino del inframundo y jugara con su pequeña esposa
mortal. Interesarse. Hacer conversación.

Algo me obligó a seguir enviándole imágenes de nubes solitarias cada vez


que las encontraba en el cielo, a pesar de que él no había respondido. Tal
vez para recordarle que existían los milagros, y también la magia.
Hicimos el amor todas las noches.

A veces, era depravado y rudo, y otras, lento y provocador. Siempre fue


una exploración salvaje. Una sinfonía de nuevas nociones, gustos y colores
que nunca antes había experimentado.

Tres semanas después de mudarme, tuve mi período.

Lloré cuando vi la primera mancha de sangre en mis bragas. Me sequé las


lágrimas, me di una ducha, tiré la ropa interior en el cesto de la ropa sucia
y bebí dos vasos de agua para calmarme. Era mi segundo período desde
que comencé a acostarme con mi esposo.

No estaba segura de qué me dolía más: querer tanto un bebé y no


conseguir mi deseo, o decepcionar a Cillian, que sin duda lo iba a hacer.

—La tía Flow está en la ciudad, —anuncio durante la cena. Fue una de las
raras ocasiones en las que estábamos solos nosotros dos.

—Mejor que la tía Tilda, supongo. —Kill no levanta la vista de su plato.

—¿Se supone que esto es divertido? —Pregunto con voz débil. Se palmea
las comisuras de los labios con una servilleta, sin dejar de mirar su plato.

—Gracias por hacérmelo saber. Planearé mi noche en consecuencia.

—Diviértete, —grito, esta vez sin molestarme en ocultar mi decepción.

—Pretendo.

No esperaba una visita de él esa noche.

Para su crédito, se las arregló para aguantar hasta las once y media. Lo
había escuchado a través de la pared contigua de nuestras habitaciones,
yendo sobre su noche. Escribiendo en su computadora portátil.
Cambiando canales de deportes. Recibiendo llamadas de negocios.
Finalmente, se hizo el silencio. Un golpe en mi puerta sonó unos segundos
después. Me encantó que siempre pidiera entrar, nunca asumiendo,
nunca exigiendo.

Abrí la puerta.

Nos miramos el uno al otro por un momento.

—¿Me llamaste? —Él frunció el ceño.

Reprimo una sonrisa. —No.

—Creí haber escuchado tu voz.

Mi pecho se llenó de algo cálido.

Todo lo que hice fue negar con la cabeza. Esta vez, tuvo que trabajar para
conseguirlo.

—Vine por... —Se interrumpe, pasando sus dedos por su sedoso cabello
castaño, furioso consigo mismo—. No sé a qué demonios vine.

—Sí, lo sabes, —le digo en voz baja.

Quería escucharlo de él. Que lo disfrutó. Nosotros. Que no solo lo hizo


porque se suponía que debíamos hacerlo, sino porque lo hacía feliz.

Dios sabía que me hacía feliz.

Demasiado feliz, quizás.

Se inclinó para besarme. Soltarlo era tentador, pero por el bien de su


corazón de hierba sintética, puse una mano en su pecho, alejándolo.

—Dilo.

Sus labios caídos se aplanaron y sus ojos se endurecieron. Chasqueó los


nudillos, algo que noté que intentaba no hacer cuando había otras
personas en la habitación. Estaba colgando de su control. Apenas.
—Vine aquí para besarme al estilo de la secundaria. ¿Feliz?

—Mucho. —Lo empujé por el cuello de pico blanco de su camisa a mi


habitación, cerrando la puerta detrás de nosotros.

Esa noche, y las cuatro noches posteriores, todo lo que hicimos fue
besarnos, acariciarnos y explorar. Chupó mis pezones hasta que
estuvieron demasiado crudos y sensibles para que yo usara un sostén al
día siguiente, y le di trabajos manuales mientras ambos mirábamos mi
pequeña mano envuelta alrededor de su polla con asombro.

Cuando me empezó a doler la muñeca, me gradué de trabajos manuales a


mamadas. Al principio, Cillian se mostró escéptico.

—Me gustan tus manos y tu boca donde pueda verlas, —dice arrastrando
las palabras.

—No soy un animal rabioso del desierto. —Me reí.

Me lanzó una mirada de jurado aún deliberada sobre ese tipo de mirada,
lo que me hizo reír aún más. Envolví mis dientes con mis labios.

—¿Veedd? —Pregunto, mi voz estaba ahogada—. Noood dientes.

Sonriéndome, se levantó de la cama, se puso de pie y bajó mi cabeza con


la mano hasta que estuve de rodillas frente a él.

—Bien. Pero lo haremos a mi manera. Tengo requisitos.

—¡Sorpresa desagradable! —Jadeo. Ambos nos reímos. Luego


digo—: Estoy escuchando.

—Lámelo primero. A fondo.

Soltó su polla, aterciopelada, palpitante e increíblemente dura. Lo capturé


en mi puño, mis dedos apenas formaban un círculo completo, y comencé
a lamerlo desde el eje hasta la punta. Él gimió, agarrando mi cabello con
un puño y tirándolo con fuerza.
—Más rápido.

Yo lo complací.

—Más lengua. Más saliva. Más.

Ordenó con ese acento agudo y principesco que lo hacía sonar como el
gobernante de todas las cosas. Hice lo que me dijo, mojándome tanto que
deseé egoístamente que eligiera no correrse, que me tirara a la cama y
entrara en mí. Maldita sea la tía Flow.

—Bueno, —dice con calma, incluso cuando estaba haciendo todo lo posible
para volverlo loco con mi lengua y mi boca—. Iba a mantener marcada la
línea entre una esposa respetuosa y mis aventuras, pero supongo...

Gemí, continuando chupando y moviendo mi cabeza hacia adelante y


hacia atrás con entusiasmo.

Quiero ser tu todo. Tu ninfa sexy y novia virginal.

—Supongo que la línea ya se ha cruzado. Ahoga mi polla, hermosa


puta, —termina sus reflexiones agarrando mi cabello con más fuerza y
comienza a follar mi boca sin piedad. Cada vez, su punta golpeó la parte
posterior de mi garganta. Y cada vez, casi me corro cuando sucedió. Mis
ojos se llenaron de lágrimas, pero solo porque mi reflejo nauseoso estaba
en alerta máxima.

—Toca mi muslo dos veces si quieres que me detenga. —Su voz flotaba
sobre mi cabeza. No quería que se detuviera. Chupé más fuerte, con más
avidez, absorbiéndolo todo, gimiendo como nunca antes lo había hecho.
Me di cuenta de que se estaba acercando a su liberación. Sus muslos
comenzaron a temblar, y ese aroma masculino de sexo colgaba espeso en
el aire.

Aunque parecía del tipo que termina en la boca, mi esposo se apartó de


mí, se corrió en su mano, luego con ternura, casi con nostalgia, usó sus
dedos cubiertos de semen para quitar mi cabello de mi rostro, levantando
mi barbilla.

—Eso estuvo bien, —dice—. Obtienes una A +, chica de las flores.

—¿Entonces por qué no te corriste en mi boca? —Intenté con todas mis


fuerzas no quejarme y, en mi opinión, casi lo logré.

—Instinto, supongo. —Ya se estaba vistiendo—. Se sabe que las escorts


roban el esperma de multimillonarios. Mis reglas básicas son que siempre
llevo mis propios condones y nunca dejo mi semen desatendido—. Se pone
de rodillas, por lo que estábamos casi cara a cara—. Ahora, ¿qué tal si le
devuelvo el favor y me como ese dulce coño?

Mis ojos se agrandaron. —¿En mi período? Nunca.

—No me importa.

—A mi sí.

—Bien. Pezones entonces.

No se detuvo hasta que hizo que me corriera.

Fue la primera vez que me corrí así.

Una de las muchas primeras cosas que me presentó mi esposo.

Si bien mi vida hogareña estaba lejos de ser feliz, cada día se parecía más
a la normalidad. Mi marido era mío, al menos por el momento.
Sabía que no estaba saliendo con otras mujeres.

Que me es fiel y me deseaba.

Incluso Ash, Belle y Sailor se echaron atrás por hablar mal de Kill. Tal vez
fue por la partida de póquer que habían perdido con él, o tal vez se habían
dado cuenta de que estaba más feliz desde que me mudé a la casa de mi
esposo, pero parecían aceptar mi nueva relación.

Algunas noches, miraba por la ventana a una nube solitaria y hablaba con
la tía Tilda. Le hablaría de mi vida. Mi trabajo, mis planes, mi nuevo
matrimonio.

Ella siempre se quedaba hasta que yo tenía sueño.

Nunca me fui sin antes de despedirme.

Y así, había olvidado una lección muy importante que la tía Tilda me había
enseñado cuando era más joven.

Creí que podía cambiar a mi esposo.

Estaba equivocada.

Joelle Arrowsmith tardó todo un mes en descolgar el teléfono y llamarme.

Ella explicó que su esposo le dio mi número de teléfono y me preguntó si


podía ayudar a los gemelos durante unas horas bajo su supervisión. Trace
letras y números con ellos.
—Se retrasaron un poco en el material. Como saben, hay ciertos hitos que
deben alcanzar cuando lleguen al primer grado, —resopla por teléfono.

Sabía esto bien. Como maestra de prekínder, mi trabajo consistía en


enseñar a los niños de cuatro y cinco años a usar tijeras de entrenamiento,
conocer sus letras y números, y afinar sus habilidades intelectuales y
físicas para que llegaran a la escuela pública equipados.

Acordamos que iría a su casa el sábado siguiente. Funcionó bien porque


los sábados era mi día para visitar a Greta Veitch, algo que hice
religiosamente a pesar del desdén de mi esposo. Fácilmente podría
escabullirme temprano y usar las horas extra para pasar tiempo con
Tinder y Tree.

No era como si Cillian estuviera en la casa durante los fines de semana.

Fue a su hacienda a pasar tiempo con sus caballos y nunca me invitó. Mi


esposo siempre regresaba de la hacienda a nuestra casa a tiempo para
consumar nuestro matrimonio, pero se levantaba más temprano al día
siguiente para irse antes de que yo despertara. Dios no quiera que
desayunáramos juntos.

Llegué a la casa de los Arrowsmith el sábado por la mañana a primera


hora. Joelle abrió la puerta, con el cabello despeinado en todas direcciones
y los ojos inyectados en sangre, y me indicó que entrara.

—Dios, te ves fresca como una margarita. —Parecía decepcionada.

Me reí. —Bueno, trato de dormir ocho horas cada noche.

—Los gemelos se despiertan varias veces por noche para ir al baño y pedir
agua.

—Tienes que entrenarlos para dormir, —digo— Yo te puedo ayudar con


eso.
Me condujo a través de un pasillo estrecho y moderno pintado en rojo
escarlata. Los Arrowsmith vivían en un barrio moderno y prometedor de
Southie. Su casa se parecía a una casa real desde el exterior,
deliberadamente humilde, pero por dentro aún apestaba a riqueza. Con
pisos de granito, molduras de techo y todas las demás cosas llamativas
que tanto gustaban a los Fitzpatricks.

Tinder y Tree saltaron sobre mí al unísono, tirándome al suelo,


emocionados de tener un compañero de juegos.

—Niños, por favor cálmense. Me disculpo. —Joelle les hace un gesto de


desaprobación con la mano—. La niñera es una mujer de mediana edad
de Francia. Mira, realmente queríamos que fueran bilingües. Pero ella no
sabía a qué me refería. —Mis ojos viajaron a su camisa de diseñador, que
no solo estaba manchada, sino del revés.

—Bien.

—Entonces te sugiero que dejes las lecciones de francés y contrates a


alguien joven y divertido para hacer las actividades diarias con ellos.
Llevarlos a clases de natación o hacer volteretas en el parque. Enseñarles
a andar en bicicleta y en scooter. Hagan cosas que les ayuden a desarrollar
su confianza.

Estos niños parecían sedientos de atención, conversación y exploración.


Un segundo idioma era lo último que necesitaban. Me levanté del suelo y
me dirigí a la cocina con los gemelos y Joelle siguiéndome como si fueran
los invitados.

—Tal vez puedas hacer todas esas cosas con ellos, —reflexiona Joelle,
perdiendo rápidamente sus reservas. Le tomó un mes completo aceptar el
hecho de que necesitaba mi ayuda. Después de todo, yo era la esposa del
enemigo de su marido. Ahora que dio el salto, pensó que exprimiría mucho
el arreglo.
—Puedo hacerlo tres veces a la semana. ¿Ellos van a la
escuela? —Pregunto.

—Sí, pero solo hasta el mediodía. Andrew trabaja sin parar y yo estoy en
el panel de tres organizaciones benéficas diferentes y en la junta de
supervisores del condado. Sin mencionar que Andrew acaba de firmar otro
contrato de libros. Habrá una gran gira...

La miré con incredulidad. Ella le dio una sacudida a su cabello.

—No me mires así. Andrew quiere postularse para alcalde.

—Ya veo.

No vi nada, aparte de cómo esta pareja tenía sus prioridades mal.

—¿Cuál es tu tarifa, de todos modos? —pregunta remilgadamente.

—Veinticinco por hora, —respondo. Inclina la cabeza, desconcertada.

—¿De Verdad? ¿Tan poco?

Sonrió. —No es poco para mí.

No es que lo haya hecho por dinero. De hecho, ya había decidido que


donaría cada centavo que me dieran los Arrowsmith. Se sentía moralmente
incorrecto gastar el dinero del enemigo de Cillian.

—Supongo que tú y tu esposo tienen cuentas separadas.

Joelle me escudriñó con ojos nuevos, su rostro se iluminó.

—Las tenemos.

Técnicamente era cierto. Kill y yo teníamos cuentas separadas. Pero eso


no significaba que no tuviera acceso a su dinero. Dinero que me negué a
gastar. Todavía solo usaba lo que me pagaba Little Genius todos los
viernes, dejando que la cantidad astronómica de dólares transferidos por
Kill se acumulara en mi cuenta corriente, sin tocar.

—Todo bien. Tres veces a la semana. Incluidos sábados completos. Tengo


que ponerme al día con el trabajo administrativo. —Joelle estira su brazo
en mi dirección. Lo sacudí.

—Medio sábado. Visito a mi ex abuela política los sábados.

—Oh, es cierto. —Ella se delata. Entonces ella fue quien le dijo a


Kill—. Tenemos un trato.

Volviéndome hacia los gemelos, exclamo: —¿Adivinen qué? ¡Hoy vamos a


hacer galletas con forma de letra! Traje todos los ingredientes. ¿Están
listo?

—¡Sí! —Tree bombeó el aire con el puño.

Tinder asintió y me miró con timidez. Obviamente, era más reservado que
su hermano. Llevé a los niños al baño para lavarnos las manos,
frotándolos entre los dedos mientras hacíamos divertidas canciones de
higiene que incluían muchas bromas sobre pedos. Mientras tanto, Joelle
instaló su computadora portátil en la cocina para poder vernos. Aprecié
que, al menos, estuviera lo suficientemente preocupada como para
vigilarnos.

Dejé cuencos con harina y azúcar en la encimera de la cocina y arrastré


dos sillas para que los niños se pararan. Rompimos huevos, agregamos
aceite y agua, luego los rebozamos, cantamos y silbamos mientras
trabajábamos.

De vez en cuando, pillaba a Joelle mirándonos con nostalgia mezclada con


envidia y fascinación.

Andrew no estaba en casa. Tenía la sensación de que rara vez lo estaba, lo


que hacía que espiarlo fuera un poco más difícil.
Vertimos la masa en cortadores con forma de letra. Mientras esperábamos
a que el horno se calentara, vacié una bolsa mixta de chispas de colores
en un tazón y les pedí a los niños que separaran los colores. Fue un gran
ejercicio de paciencia, autocontrol y trabajo en equipo.

—No te olvides de salvarme todos los rojos, —canté—. El rojo es mi color


favorito.

El color de la granada.

—Amo el azul. —Tree estalla en risitas—. Como Sully de Monsters, Inc.

—Y me encanta el rosa, —dice Tinder—. Como flamencos.

—El rosa es para niñas. —Tree sopla una pedorreta—. A Tinder también
le gusta Elsa. —El niño golpea con un dedo regordete el pecho de su
hermano, dejando una nube de harina en su camisa.

—Yo también. —Choco los cinco con Tinder—. ¿No es genial? Tiene
superpoderes increíbles.

—Catboy de PJ Masks es más genial, —dice Tree a la defensiva,


lanzándome la idea—. Es tan rápido como un rayo y puede oír cualquier
cosa. ¡Incluso hormigas!

—¿P-pero puede congelar a alguien? —Tinder sonríe, ganando confianza


conmigo a su lado.

Las diferencias entre Tree y Tinder eran asombrosas.

Tree era conversador, animado y naturalmente curioso. Tinder


tartamudeaba y su ojo izquierdo se movía con frecuencia. Sus
movimientos espasmódicos y la cabeza gacha me decían que era
extremadamente inseguro. También se mordió el cuello de la camisa hasta
que se formó un charco de saliva a su alrededor.
—Maaaaaama. —Tree mira a su hermano con los ojos
entrecerrados—. Tinder arruinó su camisa.

—¿Jesucristo, Tin, otra vez? Eres realmente algo, ¿no es así? —Joelle salta
de la mesa y avanza hacia nosotros.

Agarra a Tinder por el hombro. Puse mi mano sobre la de ella,


deteniéndola.

—Por favor, no lo hagas, —digo—. Es totalmente natural. Tengo algunos


niños en clase que también lo hacen.

—¡Se pasa por docenas de camisetas a la semana! —estalla, su labio


inferior temblando.

—Déjalo, —le susurro en voz baja—. Si es su forma de lidiar con el estrés,


armar un escándalo solo agravaría el problema.

Nos miramos la una a la otra por un segundo. Afortunadamente, el horno


sonó, lo que indica que había alcanzado la temperatura deseada.

—Disculpen. —Agarro las bandejas.

Envié a los niños a lavarse las manos nuevamente, pidiéndoles que


cantaran las canciones que habíamos inventado juntos desde lo alto de
sus pulmones mientras yo ordenaba la cocina. Eso nos dio a Joelle ya mí
unos minutos a solas.

—Joelle, —comienzo con cautela. No sabía cuánto tiempo iba a pasar con
esta familia, pero sabía que me necesitaban—. Tinder es...

—Lo sé, —me interrumpe, jugueteando con su collar—. Su terapeuta dijo


que es demasiado pronto para un diagnóstico oficial. Lo estamos
monitoreando de cerca, pero me siento completamente a oscuras en
cuanto a lo que implica su condición.
—Criticarlo no ayudará. —Pongo mi mano en su brazo—. Cada niño es
diferente en personalidad, progreso y necesidades. El francés es lo último
que necesitan estos niños. Tinder, especialmente, necesita mucho amor,
afecto y atención. Necesita saber que lo amas incondicionalmente. Si está
confundido, piensa en lo que está pasando. Está empezando a darse
cuenta de que es diferente.

Sus hombros se hundieron con un profundo suspiro. Por la expresión


exhausta de su rostro, me di cuenta de que había querido hablar de esto
con alguien durante mucho tiempo.

—Estoy perdida. Mi familia produjo niños despreocupados. No tenemos un


historial de nada fuera de la norma. Tree me recuerda mucho a mis
hermanos y a mí cuando éramos pequeños. Independiente y atlética.
Mientras Tinder es...

—Otras grandes cosas. Y ni siquiera una pizca menos preciada que su


hermano, —completé para ella secamente—. Los niños diferentes
requieren diferentes conjuntos de reglas y técnicas. Fuiste bendecida con
dos niños sanos. Eso es más de lo que muchas mujeres se atreven a soñar.

Yo, por ejemplo.

No le había dicho a Kill, pero tener mi período a pesar de haber tenido


relaciones sexuales sin protección con él durante un par de meses me
deshizo por dentro.

No debería haberlo hecho. Dos meses no significaban nada en el gran


esquema de las cosas.

Leí en alguna parte que la pareja promedio tarda entre ocho y once meses
en quedar embarazada si lo intenta activamente. Pero otras parejas no
tenían una fecha límite. Sabía que si fallaba en darle herederos, Cillian los
conseguiría en otra parte.

El pensamiento me dio ganas de vomitar.


—Tienes razón. —Joelle enderezó la espalda—. Tienes tanta razón.
Necesito detener esta autocompasión. Tinder es un gran niño, ¿sabes? Un
poco atrasado en las letras y números, pero puede pintar como nadie. ¡Y
es tan imaginativo!

La luz en sus ojos había regresado, y fue entonces cuando me di cuenta


de que nunca la había visto encendida en primer lugar.

—Te diré qué. Estoy a punto de leerles algunas historias mientras se


hornean las galletas. ¿Por qué no te quedas? ¿Pasas algún tiempo con
nosotros?

—¿Crees que es una buena idea? —Ella parecía insegura—. No parece que
les agrado mucho.

—Eres su madre. —Resoplo—. Seguro que te adoran incondicionalmente.

—Vengo de una familia donde la crianza la hacen otros. No soy muy buena
con los niños, —admite Joelle con voz ronca.

—Eres mejor de lo que crees, —le aseguro.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque tú los hiciste.

Pasamos el resto de la tarde juntos. Cuando salí de la casa de los


Arrowsmith, supe que estaba en un grave problema.

Por mucho que odiara a Andrew Arrowsmith por lo que le hizo, y todavía
le estaba haciendo, a mi esposo, no pude evitar que me gustara su familia.

Al final, los iba a lastimar.

Por ahora, tratare de curarlos.


Diecisiete

Habían pasado tres meses desde que Persephone se mudó.

Tres meses de irritantes cenas diarias, mensajes de texto llenos de


imágenes de nubes sin sentido y una cantidad impía de sexo.

Físicamente, nunca había estado tan satisfecho en mi vida. Mentalmente,


mi disposición e ideologías se encogían y cerraban las ventanas cada vez
que entraba a mi casa.

Sí chica de las flores pensaba que estábamos progresando en nuestro


camino hacia la felicidad conyugal, se le avecinaba otra cosa.

No estaba ni una pulgada más enamorado de ella de lo que estaba hace


tres meses y no me importaba ni una onza más de lo que estaba el día que
irrumpió en mi oficina, pidiéndome que fuera su caballero con mocasines
brillantes.

Todavía.

Todavía.

Mi nuevo estilo de vida tenía un precio y no estaba feliz de pagarlo.


Hice crujir mis nudillos detrás de puertas cerradas con tanta frecuencia
que me sorprendió que mis dedos todavía estuvieran pegados a mis
manos, y pasaba el doble de tiempo en el gimnasio gastando mi energía en
un saco de boxeo para desahogarme.

No ayudó en nada que Sailor luciera una barriga impresionante.

Ella había aguantado todos los fines de semana cuando todos nos
reunimos en la casa de mis padres, dándole palmaditas para asegurarse
de que nadie olvidara que estaba embarazada. La euforia inicial de mis
padres con mis nupcias se había apagado, y volvieron a arrullar y adular
el estómago de Sailor.

Necesitaba un heredero y rápido. Mi única motivación era liderar el clan


Fitzpatrick y engendrar a alguien que hiciera lo mismo. No quería ver al
engendro de Hunter secuestrando mi empresa ganada con tanto esfuerzo
y con su ADN, orinando en autos llamativos, drogas, alcohol y una nave
espacial llena de hermanas de la hermandad de mujeres.

Habiendo dicho eso, cada mes que mi esposa me informaba que había
tenido su período, me encontraba contento.

Un bebé no encajaba en mi mundo.

No todavía, de todos modos.

Necesitaba deshacerme del problema de Andrew Arrowsmith, asegurarme


de que Royal Pipelines estuviera libre de demandas y asegurarme de que
las perforaciones exploratorias en el Ártico fueran fructíferas.

Además, follarme a la chica de las flores significaba que ya no tenía una


excusa para mantenerla cerca, y tener una cama estable resultó ser
conveniente. Tanto es así, que estaba jugando con la idea de tomar una
amante local después de que todo esto estuviera hecho y tratado.
No demasiado local, pero lo suficientemente local como para estar en el
mismo continente que yo. Alguien que pudiera esconder lo suficientemente
cerca como para estar cómodo y demasiado lejos para cenar.

Había otros méritos para deshacerse de Persephone, por supuesto.

A saber, el hecho de que a veces (aunque no muy a menudo, y de una


forma completamente manejable) me hacía sentir como si me cayera por
un abismo sin fin lleno de techos de cristal.

La próxima vez que elija una amante, haría mi debida diligencia. Poner a
Sam en el caso. Encontrar a alguien menos atractiva que mi esposa y ni
de la mitad de terca. Lo más probable era que nunca tuviera que lidiar con
la incomodidad de desear tanto a alguien físicamente de nuevo,
simplemente porque Persephone siempre había movido en mí lo que
ninguna otra mujer había hecho.

Ahora, jugaba con el recuerdo de anoche en mi cabeza mientras entretenía


a mis amigos durante nuestra noche de póquer semanal.

Mi esposa con su camisón blanco de encaje. Cómo nos encontramos a


mitad de camino en el pasillo, como solíamos hacer. Yo venía a verla, y ella
venía a verme, ninguno de los dos estaba de humor para ese juego de tira
y afloja, de quién se hunde primero.

Explotamos en la alfombra, la tela se rasgó, los dientes mordisquean, los


gemidos fluyen escaleras abajo hacia las habitaciones del personal.

—Mi deseo favorito, —dice con voz áspera en mi boca cuando me corrí
profundamente dentro de ella— Mi milagro.

—¿Es esa una sonrisa en el rostro de Cillian? —Hunter se rasca la cabeza,


estupefacto.

Habían pasado solo cuarenta minutos desde que habían llegado, y ya


quería echarlos con mis zapatos aún en el fondo de sus rajas. La chica de
las flores estaba arriba, teniendo una teleconferencia en Zoom con sus
amigas, y mi mente estaba hundida en lo que había planeado para ella
esta noche.

—¿Una sonrisa? Seguramente que no. —Devon mira sus cartas con los
ojos entrecerrados y toma un sorbo de brandy—. Quizás está sufriendo un
derrame cerebral.

—Quizás algo se le atascó en los dientes. —Hunter golpea la mesa con sus
cartas—. Como, ya sabes, sentimientos o algo asi.

—Cortalo, —advierto.

—No. Tienen razón. Estás radiante. —Sam me frunce el ceño con


aborrecimiento—. Es asqueroso. La gente está tratando de comer
aquí. —Deja caer su sándwich en su plato.

—Déjalo en paz. Pienso que es lindo. —Hunter toma un trago de su


cerveza—. Kill atrapó un caso de sensaciones y no hay vacuna para lo que
está experimentando.

—¿De verdad eres de los que hablan de ser encoñado? —Agarro una carta
de la pila en el medio de la mesa—. Tus pelotas han estado MIA22 desde
que tu esposa entró en escena, y ninguna unidad de búsqueda en el
mundo puede encontrarlas.

Todas las cabezas de la habitación se volvieron en mi dirección.

—¿Qué? —Enseño mis dientes.

—Dijiste coño. —La frente de Devon se arruga—. Nunca dices groserías.

—Coño no es una grosería.

22
Perdidos En Acción
—Tengo una broma gay en la punta de la lengua. —Hunter se retuerce
como si estuviera tratando de no orinar.

—Trágatela, —espeto.

—Eso es lo que él dijo. —Hunter no pudo evitarlo. Le doy una mirada.


Cierra los labios con los dedos, haciendo un espectáculo de arrojar la llave
al otro lado de la habitación.

—Lo siento. Tenía que sacarlo de mi sistema. Ya terminé.

Bromas aparte, sabía que probablemente no habría usado la palabra hace


seis meses. La necesidad de proferir groserías no me atraía, pero ¿de qué
otra manera podría pedirle a mi esposa que estacionara su coño en mi
cara? ¿Montar mi polla? ¿Inclinarse y dejarme atarle el culo?

Llamar vagina a lo que tenía entre las piernas me convertiría en una. Yo


no era su gineco-obstetra. No tenía ningún derecho a llamar coño de otra
manera que no fuera coño.

—De todos modos, el punto es que dices que eres inmune a los
sentimientos, y yo lo llamo tonterías. —Hunter se ríe.

—No soy inmune a los sentimientos, —respondo—. Tengo dos: placer y


dolor.

—El coño de tu esposa te da placer, —agrega Devon, quien había asumido


el papel de Capitán Obvio por la noche—. ¿Pero cuándo fue la última vez
que sentiste dolor?

—Muy pronto, cuando Persy finalmente se de cuenta de que se casó con


un robot y lo patee a la acera. —Hunter se ríe entre dientes, arrojando sus
cartas al centro de la mesa—. Doblo.

—Kill, —Sam enciende un cigarrillo—. Necesito hablarte en privado.

—Tiempo perfecto. Juego terminado. —Tiro mis cartas.


—Acabamos de empezar. —Devon frunce el ceño—. Tengo una buena
mano.

—La mía está a punto de romperte el cuello si no sales de aquí. —Sonrió


cortésmente. Hunter y Devon se fueron. Ahora todo lo que necesitaba era
deshacerme de Sam y podía visitar la cama de mi esposa.

—¿Qué pasa? —Me reclino en mi silla.

—Se trata de Andrew Arrowsmith.

Me hice abogado desde que me enteré de la demanda, hice mi debida


diligencia con respecto a Green Living y me aseguré de mostrar mi rostro
en eventos de caridad con mi esposa del brazo y firmar cheques gordos
para organizaciones sin fines de lucro.

También pagué generosamente a algunos medios de comunicación locales


para que publicaran artículos menos halagadores sobre Andrew, atraje a
donantes potenciales para que no invirtieran su dinero en Green Living y
me aseguré de estrangular financieramente el lugar de trabajo de Andrew
lo mejor que pude.

Hice todo según las reglas antes de la fecha de la audiencia, que estaba
programada para el 23 de septiembre, todavía faltaban un par de meses,
pero sabía que Arrowsmith tenía un caso sólido y la simpatía del público.

Al parecer, arrojar uno de los recursos naturales más delicados del mundo
estaba muy mal visto.

—Hice algunas excavaciones. Hablé con uno de sus abogados. —Sam me


entrega su iPad desde el otro lado de la mesa—. Uno de los ángulos que
van a utilizar en los tribunales es la difamación. Específicamente, el mal
estado de tú matrimonio. Van a implicar que tu carácter tiene fallas debido
a tu relación separada con Persephone. Básicamente, van a sugerir
fuertemente que eres un esposo abusivo. Tu esposa es empleada de ellos
y recibe un salario de ellos. Ella visita su casa de tres a cuatro veces por
semana, lo cual estoy seguro de que tú sabes.

No lo estoy, maldita sea.

¿Qué hiciste, Persephone?

—Persy no solo pasa la mayor parte de su tiempo con los Arrowsmith, sino
que no tienes una vida familiar de la que hablar. Se ve mal. El apartamento
que todavía le alquilas, tus cuentas bancarias separadas...

Levanto una mano para detenerlo. —Rebobina. ¿Cuentas separadas?

Persephone firmó un acuerdo de confidencialidad y definitivamente no


estaba en posición de contárselo a nadie.

Sam dio una calada a su cigarrillo, mirándome con ironía.

—No me digas que fuiste lo suficientemente tonto como para agregarla a


tus cuentas bancarias, Kill.

—No, —digo entre dientes—. Pero deposito una asignación mensual de


sesenta mil dólares en su cuenta corriente. Al ver que vive bajo mi techo,
come mi comida y, en general, vive a mis expensas, pensé que sería una
cantidad suficiente para que ella no buscara trabajos secundarios.

—Bueno, eso es lo que les dijo a los Arrowsmith. Sabías que trabaja para
ellos, ¿correcto?

Lo sabía y no lo sabía.

Persephone me dijo hace meses que estaba planeando hacerlo, pero nunca
dio seguimiento. Asumí, de acuerdo, esperaba que su declaración de ser
la maestra de Tinder Arrowsmith era solo otra forma de ponerme de los
nervios. Intentar extraerme una emoción humana era su pasatiempo
favorito.

No pensé que realmente lo cumpliría.


Ese chico Tinder es una patética excusa para un...

—¿Cillian? —Sam inclina la cabeza. Aclaro mi garganta, metiendo mis


manos debajo de la mesa y haciendo crujir mis nudillos.

—Lo sabía, —miento.

—¿Por qué no la detuviste?

—Porque no me importa mucho lo que hace en su tiempo libre siempre


que no me regañe para que pase tiempo con ella.

—Bueno, empieza a preocuparte si quieres ganar el caso contra


Arrowsmith. Dile a tu esposa que deje caer sus traseros pronto. Si hay algo
que no necesitas en este momento, es que Persephone le dé municiones a
los Arrowsmith.

—¿Cuánto pesa realmente su palabra? —Gruño—. Ella es solo una niña


estúpida.

—Un niña estúpida con la que estás casado, —me recuerda


Sam—. Desmantélala.

—Lo hare.

—¿Por qué no seguimos a Ricitos de Oro? —Sam arroja su cigarrillo


directamente al cenicero, escaneando mi rostro en busca de una
reacción—. Mirar lo que está haciendo.

Debido a que le prometí contractualmente que nunca la seguiría, y a pesar


de que disfruta tomando largas cagadas durante todo el contrato que firmó
y romperlo una y otra vez, tengo la sensación de que no podré salirme con
la mía otra vez.

—¿Por qué desperdiciaría mis preciosos recursos en mi


esposa? —Pregunto secamente.

—¿No quieres saber si todavía visita a la Sra. Veitch?


—Ella lo hace.

—¿Y no te importa?

—Por lo que a mí respecta, Persephone puede volver con su ex perdedor


después de que haya terminado de tener a mis hijos. —Me paro, recojo mi
teléfono y lo meto en mi bolsillo trasero.

—Recuérdale que dejarás caer su trasero si ella rompe tu


acuerdo, —advierte, con los brazos enganchados detrás de la espalda y los
muslos abiertos.

—¿Algo más? —Reviso la hora en mi reloj.

—Sí. —Se pone de pie, señalándome—. Junta tu mierda. Nunca te he visto


perder una partida de póquer sin querer. Estos imbéciles te abrieron un
nuevo agujero hoy, y ni siquiera ha pasado una hora. Tampoco te había
visto en casa antes de las nueve de la noche. ¿Adivina qué? La semana
pasada pasé por tu oficina a las seis y media y me dijeron que te habías
ido a casa temprano.

No llamaría a las seis y media temprano, exactamente, pero Persephone


me envió un mensaje de texto con una foto de ella usando nada más que
un camisón del color melocotón de su clítoris, y mi polla casi firmó a Royal
Pipelines con Arrowsmith en un intento por irme a casa temprano.

Me enfureció que Sam tuviera razón, incluso si estaba seguro de que no


era más que una fase para sacar a mi esposa de mi sistema.

—Dije que hablaré con ella. ¿Sabes dónde está la puerta?

Me lanza una mirada confusa. —Por supuesto.

—Úsala.

Con eso, me doy la vuelta y piso fuerte hasta el segundo piso.


Era hora de enseñarle a Persephone que en el inframundo, todo lo que
estaba fuera del estrecho alcance de lo que encontraba aceptable estaba
destinado a perecer.

La follé primero.

Sabía que la conversación iba a complicar las cosas entre nosotros y no


quería que nada obstaculizara mis intentos de embarazar a mi esposa.

Como ella no tenía sentido para no usar pruebas de fertilidad, tuve que
hacerlo todos los días.

Até a mi esposa a las barandillas de la cama, me la comí y la azoté varias


veces hasta que se sintió dolorida y tierna por todas partes.

Esperé hasta que los dos estuviéramos agotados y acostados en su cama


antes de abrir la caja de puros, que había trasladado a su habitación, ya
que había pasado la mayor parte del tiempo allí, y encendí uno.

—Vas a dejar de dar clases particulares a los niños de Arrowsmith a partir


de mañana por la mañana, —anuncio.

Persephone todavía estaba envuelta en sus mantas, su cabello dorado nos


cubría a ambos, su piel húmeda como una mañana de primavera.

Ella rodó hacia mí, sus grandes ojos azules se posaron en mi cara.

—¿Disculpa?
—Sé que les has estado dando clases particulares. Se detiene ahora
mismo.

—¿Me has estado siguiendo? —Su voz pasó de dulce a fría en segundos.

Quite la manta de encima de mí y me senté, metiendo mis piernas en mis


boxers.

—Cariño, no hagamos como que me importas lo suficiente como para que


te sigan. Sam sigue a Andrew y te vio entrar y salir de su casa.

—Sam es un idiota. —Salta de la cama como si se hubiera quemado.

Me puse una camiseta con cuello en V por la cabeza, ignorando su histeria.

—Lo que Sam es y lo que no es no es asunto mío. No estoy casado con él.
Sin embargo, actualmente estas incumpliendo un contrato que firmaste.
La cláusula de no competencia. Fuiste y dirigiste tu boca hacia mi enemigo
como la pequeña idiota que eres, diciéndole que tenemos cuentas
separadas. Ahora Andrew va a utilizar tu empleo en la corte para
demostrar que soy un esposo descuidado y poco amoroso a fin de
establecer mi mal carácter.

—Eres un esposo poco amoroso. —Lanza las manos al aire, riendo


amargamente.

—El amor no estaba en el contrato.

—¡Al diablo con tu contrato! —grita, perdiendo su santa paciencia


habitual.

—¿Por qué? Follarte es mucho más agradable. —Me dirijo a mi habitación.


Estaba contento conmigo mismo por no permitirnos dormir en la misma
cama desde que nos casamos. Me dio una apariencia de control.

Paré junto a la puerta.


—Dejalo mañana por la mañana. No preguntaré dos veces. Esto no es
negociable.

—¿Y sino? —Ella levanta la barbilla—. ¿Qué vas a hacer si decido seguir
dando clases particulares a estos niños, especialmente a Tinder, un niño
que me necesita, que confía en mí, que está apegado a mí?

Me di la vuelta. La miré con el mismo desdén frío que había usado con
todos los demás en mi vida.

Ella era solo un agujero cálido.

Una distracción.

Un medio para un fin.

Encariñarse con alguien que había sido comprado para salvar su vida era
un tipo especial de estupidez. El tipo de cuento con moraleja que se
suponía que debía transmitir a mi propio hijo como mi padre me había
hecho a mí.

—Desobedece y te daré lo que has estado pidiendo.

Divorcio.

Ella había estado lanzando la voz bastante a menudo. Como si yo fuera el


que estaba a su merced.

—Dilo, —sisea, sus ojos desafiándome—. Dime lo que harás. Dime que no
significo nada para ti.

Agarré la parte de atrás de su cuello, sintiendo mi pene endurecerse en


mis boxers mientras lo hacía. No podía permitir que se convirtiera en sexo
de reconciliación. Las cenas diarias fueron suficientes. Su presencia
constante me empujó a mis límites.

—Si continúas ignorando nuestro contrato, yo también tendré que romper


mi parte del trato. Si todavía trabajas para los Arrowsmith a mediados de
semana, voy a poner a Sam en tu trasero para seguir todos tus
movimientos. Y después, tomaré un vuelo a Europa, para follarme a todos
los cuerpos capacitados a mi alrededor. Luego, sin darme una ducha para
lavarlos, volveré para ponerte un bebé, con pruebas de ovulación. —Mis
labios tocaron los suyos mientras hablaba, y la sentí temblar contra mí,
tanto de ira como de lujuria—. Su olor y jugos dentro de ti. Para recordarte
que no eres más que un juguete para mí. La parte triste es que ambos
sabemos que me dejarías hacerlo, chica de las flores. Has estado caliente
por esta polla desde el día en que me viste. Pero te odiaras por eso, y cada
vez que mires a nuestro hijo, verías lo que te he hecho. Conoce tu lugar,
Persephone. No estás aquí para co-gobernar el reino a mi lado.
Simplemente para ayudarme a continuar.

Arrancó su boca de la mía, empujando mi pecho tan fuerte como pudo,


sus dientes castañeteando.

—No tocarías a nadie más. —Ella salta hacia adelante, empujándome de


nuevo—. No lo harías.

—¿De verdad? —Arqueo las cejas, fingiendo interés—. ¿Qué te hace decir
eso?

Ya era bastante malo que no pudiera escupir la palabra divorcio de mi


boca. Ahora tenía que quedarme aquí y escuchar por qué aparentemente
estaba en una relación monógama.

Mi vida ciertamente dio un giro para peor desde que se conocieron


nuestros genitales.

—Nunca encontrarás lo que tenemos en otros lugares, —enfureció—. Y


eres el hombre más inteligente y estúpido si piensas que puedes.

—¿Has terminado de ser dramática? —Inclino un hombro sobre el marco


de la puerta de su dormitorio, cruzando los brazos como un padre
exasperado.
—¿Has terminado de ser desalmado? —ella responde.

—No. Lo que nos lleva a la única razón por la que todavía estás aquí: aún
no estás embarazada.

—¿Has considerado que tal vez no pueda tener hijos? -—Comienza a


ponerse la ropa. Primero bragas, luego una camisa de gran tamaño.

—Lo hice, —digo—. En el momento en que se me ocurrió este plan, hice


una lista de pros, contras y posibles complicaciones. La posible infertilidad
estaba en la parte superior de la lista de desventajas.

—¿Y?

—Y todas son reemplazables.

Ella se congeló, sin moverse ni un centímetro.

—Ya veo, —dice con cuidado—. En ese caso, no me dejes perder el tiempo.

Ella ya había tomado meses de mi tiempo, pero decírselo sería


contraproducente para que nos reprodujeramos.

—Continuaré trabajando con los Arrowsmith. Puedes encontrar otra


candidata adecuada para tener a tus preciosos hijos, —dice con total
naturalidad, sacando un cepillo de su mesita de noche y pasándolo por su
cabello.

Quizás escuché mal. Nadie era tan estúpida como para tirar la riqueza, el
sexo alucinante y la libertad por un estúpido principio. Lo que teníamos
era diferente. Era…

¿Qué? Una voz dentro de mí se rió entre dientes. Le acabas de decir que
irás a visitar tus aventuras pagadas si no cumple, luego agregas que, por
cierto, si no puede quedar embarazada, la reemplazaras con una versión
2.0.
Sabía que tenía que darme la vuelta y marcharme, pero algo me dijo que
no iba a dormir bien si dejábamos las cosas como estaban, lo cual era
absurdo. Siempre había dormido como un bebé. Vino con el territorio de
no tener arrepentimientos, preocupaciones o un alma.

—Todavía estás aquí. —Se echa su magnífico cabello a un hombro, lo


dividió en tres secciones y lo trenzó mientras se preparaba para irse a la
cama—. ¿Por qué? Te dije mi decisión.

—No seas estúpida, —le advierto.

—Lo único estúpido que hice fue casarme contigo. —Se detiene a mitad de
la trenza para lanzarse hacia adelante, empujándome el resto del camino
fuera de su habitación, luego me cerró la puerta en la cara.

Caminé de regreso a mi habitación, demasiado enojado para pensar con


claridad. Dije que el divorcio no era una opción, y lo decía en serio. Si
Persephone quería salir de este matrimonio, tendría que estar en un ataúd.
Si yo era el que estaba dentro o ella era el verdadero misterio.

Una vez que llegué a mi habitación, noté que mi teléfono estaba


parpadeando con nuevos mensajes de texto.

Sam: Deténla antes de que te cueste esta puta demanda.


Sam: No dejes que nada lo arruine. Y menos una mujer.
Cillian: Haz que la sigan, rastreen y vigilen en todo momento a partir
de mañana por la mañana. También rastrea su teléfono y sus mensajes
de texto. No quiero que mi esposa orine sin saberlo.
Sam: ¿Qué pasó con no importarme una mierda?
Cillian: Los negocios son los negocios.
Sam: Finalmente, tienes la cabeza bien atornillada. Considéralo
hecho.
Al día siguiente, vacié todas las cuentas de las Islas Vírgenes Británicas
de Andrew Arrowsmith. El dinero que Sam me dijo que le había robado a
su suegro. La suma ascendió a poco menos de ocho millones de dólares.

Andrew apareció en la puerta de mi oficina menos de una hora después de


que transfiriera todo el dinero a numerosas organizaciones benéficas en
todo el mundo, haciendo donaciones anónimas.

—¿Así es como elegiste jugar esto? —Irrumpe en mi dominio, pasando sus


dedos por su cabello, casi arrancándolo de su cráneo.

Giré mi silla y aparté la mirada de un informe mensual sobre mis nuevas


perforaciones.

—¿Jugar qué? —Pregunto inocentemente.

—Sabes exactamente lo que se perdió.

Avanzó hacia mi escritorio, estrellando su palma sobre él, esperando una


reacción.

Tenía una, está bien. Bostecé, preguntándome qué causó mi estupor


inquieto anoche.

Probablemente fue el linguini. Nunca debería haber comido carbohidratos


en la cena.

La alternativa a lo que había causado mi inquietud era demasiado ridícula


para considerarla.

—¿Dónde está? —él echaba humo.


—¿Dónde está qué?

—Lo que me robaste.

Por supuesto, pronunciar las palabras en voz alta era admitir una mala
conducta.

Me froté la barbilla. —Todavía no suena ninguna campana. ¿Te importaría


ser específico?

—Déjate de tonterías, Fitzpatrick. ¿Dónde está mi dinero? —Trató de


agarrar el cuello de mi camisa de vestir, inclinándose sobre mi escritorio,
pero fui más rápido. Empujándome hacia atrás en mi asiento, lo hice
lanzarse de cabeza a mi escritorio, sus ojos aterrizaron en los apetitosos
números que venían del informe mensual.

Me puse de pie, abrochándome el traje.

—¿Qué es el dinero en el gran esquema de las cosas, Andy, mi amigo?


Tienes que salvar el Ártico.

—No estarás tan engreído cuando llame a la puerta del FBI y le diga cuánto
dinero me robaste. —Se pone de pie rápidamente y se acomoda la corbata.

—Por favor, avíseme cuando hagas eso, para que pueda visitar al IRS e
informarles que has mantenido millones no declarados en cuentas en el
extranjero. Una forma segura de acabar con tu carrera sin fines de lucro
más rápido que un pez fuera del agua.

Se puso rígido, sabiendo muy bien que tenía razón. Andrew tendría que
sufrir el golpe financiero. Se suponía que nadie debía saber que él escondió
millones donde nadie pudiera verlos o tocarlos.

Me miró con los ojos entrecerrados.


—¿Crees que me importa? —sisea—. ¿Crees que eso me impediría enviar
a Tinder y Tree a Evon? ¿Para darles todas las cosas que me robó tu
familia? Nunca puedes tocar mi riqueza personal. Mi esposa es millonaria.

—No, sus padres lo son, —señalo, caminando a lo largo de la ventana del


piso al techo, mirando a los puntos humanos pasando su día en la
calle—. Bienes raíces, ¿verdad? ¿Su papá es un magnate inmobiliario?
Apuesto a que hay toda una lata de gusanos para explorar allí
también —digo—. Nunca conocí a un magnate inmobiliario de Nueva York
al que le gustara pagar sus impuestos.

En este punto, mi brazo estaba tan profundamente metido en la fortuna


familiar de Joelle Arrowsmith, en busca de transgresiones, podía decirle a
Andrew cosas sobre sus suegros que dudaba que se supieran el uno del
otro.

Andrew se dio cuenta de que la soga alrededor de su cuello se estaba


apretando.

—Recuerda una cosa, Fitzpatrick. Tu esposa visita nuestra casa con


frecuencia. Ella habla.

Solo podía imaginar lo que Persephone dijo sobre mí. Ella no era fan a
menos que estuviéramos en la cama. No tenía idea de por qué trató de
atravesar mis paredes con tanta insistencia solo para arruinar mi defensa
contra Andrew.

Entonces ella puede tener poder sobre ti.

Arrowsmith había usado esa táctica antes. ¿Por qué ella no?

—Cuida tu espalda, Cillian. —Me señala—. Te rompí antes. Tengo la


intención de hacerlo de nuevo.

Sonreí. —Haz tu mejor intento, Andy. Seguro que voy a hacer lo mismo.
El resto de la semana fue una tortura elaborada.

Sam envió a dos de sus investigadores con el coeficiente intelectual


combinado de un pepino para rastrear a Persephone. Prometió que harían
todo lo posible por pasar desapercibidos.

Los días posteriores a nuestra pelea, recibí mensajes de texto cada hora
sobre el paradero de mi esposa. Su rutina predecible era lo único que
evitaba que mi pulso explotara.

Ella estaba en el trabajo, en una clase de yoga, dando clases particulares


a los niños de Arrowsmith o con sus amigas y su hermana.

Un lugar del que extrañaba notablemente era mi cama. Aunque no podía


culparla por no gatear en mi regazo por la noche para ofrecerme su
dulzura, odiaba que ella no me dejara entrar a su habitación tampoco.

La noche después de nuestra pelea, llegue a nuestra estúpida cena como


si nada hubiera pasado e incluso fui lo suficientemente caritativo como
para ofrecer una información sobre mi día. Le dije que había despedido a
tres personas esa mañana, ¿no dijo ella que quería que compartiera cosas
con ella? Pero después de que salí de la ducha y llamé a su puerta, y no la
abrió.

Llamé de nuevo, pensando que no me había escuchado la primera vez.

Nada.

—Sé que estás ahí, —me quejé, odiándome por empujarlo.

Nunca antes había buscado a una mujer. Todas mis compañeras


expresaron una atracción previa hacia mí antes de que las aceptara. Podría
haber obtenido lo que me ofrecieron gratis. Simplemente no quería
tenerlas en sus términos, solo en los míos.

—No estoy tratando de fingir que no estoy aquí, —respondió Persephone


desde detrás de la puerta.

Haciendo crujir mis nudillos y recordándome a mí mismo que ella tenía


todo el derecho a estar enojada después de que yo declarara que la
reemplazaría por otra persona, había apoyado mi frente en su puerta.

—Tienes deberes matrimoniales que realizar.

—Si crees que estás entrando por esa puerta, no eres solo un pez frío,
Cillian. Tú también eres tonto.

Cillian. Ni maridito ni Kill.

Ella también te llamó pez tonto y frío. Quizás esa sea la parte en la que
debería concentrarse.

Sentí que mis fosas nasales se dilataban y mis labios se afinaban cuando
dije: —Seré rápido.

—No.

—Por favor. —La palabra me supo mal en la boca. No podría haberlo dicho
más de un puñado de veces en mi vida.

—Vete a Europa, Cillian. Diviértete con tus amiguitas. Tal vez te den el
hijo que tanto deseas.

Mi pulso estaba por las nubes ahora.

Podía sentir la tensión y la presión alrededor de mi cuello y, por primera


vez en años, supe que me iban a ganar.

Ser rechazado por mi esposa no fue ni siquiera una de las peores cosas
que me sucedieron en este mes, sin embargo, la idea de que ella me
rechazara me hizo querer arrancarme la piel y dispararla por toda la casa
de Sam Brennan.

Fue idea suya que yo fuera severo con ella. Ahora no solo tenía a
Arrowsmith como un problema, sino que también tenía una esposa que se
negaba a quedar embarazada.

Me di la vuelta, irrumpiendo por el pasillo, pasando por el dormitorio


principal como un demonio, continuando todo el camino por el pasillo
hasta la habitación más alejada del segundo piso. Me picaban las yemas
de los dedos. Mis párpados se movieron. Ya no pude contenerlo dentro.

Ya no podía frenarlo.

Por primera vez en años, iba a dejar salir a la bestia.

Abrí la puerta de golpe.

Era una vieja sala de estudio que convertí en spa. Cualquiera que sea la
excusa BS, podría darles a los constructores para insonorizar la habitación
y llenarla con cosas suaves e irrompibles.

Cerré la puerta detrás de mí y dejé que el monstruo en mí se hiciera cargo.

Con la esperanza de que los moretones y cortes que seguramente dejaría


se habrían ido mañana.

En mi séptimo día de celibato (pero ¿quién diablos estaba contando?) nos


reunimos para jugar al póquer nuevamente.
Sam estaba atento, Hunter estaba en su estado de ánimo habitual y
despreocupado, y Devon parecía estar tratando de averiguar qué se me
metía por el culo.

Exactamente una semana desde el momento en que le dije a la chica de


las flores que ya no podía ser maestra de los niños de Arrowsmith, y ella
procedió a orinar sobre mis demandas y continuar con su vida,
desterrándome de su cama en el proceso.

Había estado nervioso toda la semana, canalizando mi ira hacia


Arrowsmith. Cada día, encontraba una nueva forma de pincharlo.

Una vez, envié camarógrafos paparazzi a tomar fotografías de Andrew


hurgándose la nariz en un restaurante. La otra, hice que un investigador
privado se sentara frente a su casa toda la noche solo para meterse con su
cabeza, y en otra ocasión, un editor de uno de los periódicos locales publicó
una historia de esa vez que el mismo San Andrés fue atrapado en un trío
durante sus años de fraternidad en cualquier colegio comunitario al que
asistiera.

El problema con mi secreto era revelar que también sería perjudicial para
Andrew. Quería llevarlo a un punto en el que no tuviera nada que perder.
Ir a mi padre y decírselo. Exponerme. Convertirme del niño dorado al
fraude que él pensó que era.

Hoy, estaba particularmente amargado. Tanto es así que ni siquiera había


ido a la hacienda a visitar a los caballos. Comenzó por la mañana cuando
se me ocurrió que algo andaba mal. Ese algo fue la falta de mensajes de
texto en la nube que había estado recibiendo (e ignorando) durante meses.

No podía creer que extrañaba a la tía Tilda.

La vieja bruja nunca dejó de crearme problemas.

Persephone estaba llevando las cosas demasiado lejos.


Sabía que tenía dos opciones: o iba a dar marcha atrás y tirarle un hueso
a mi esposa, decirle que si no podía quedar embarazada, o era infértil, o
ambas cosas, que podíamos adoptar, a lo que estaba realmente abierto.

O podría flexionar mis músculos y echarla a patadas.

Tuve la decencia de pretender debatir las dos opciones por el bien de mi


ego mientras jugábamos.

Hunter siguió revisando su teléfono. Sailor no estaba ni cerca de estar lista


para estallar, ni siquiera estaba a medias del parto, pero actuó como si
fuera la primera humana en dar a luz a otro.

Hoy temprano, los espías de Sam me habían enviado un mensaje de texto


a las nueve de la mañana diciendo que Persephone había llegado a la casa
de los Arrowsmith. Pasó seis horas gritando allí antes de ir directamente a
un hogar de ancianos en las afueras de Boston para visitar a su ex-abuela
política. Ella todavía estaba fuera, probablemente bañando y vistiendo a
Greta Veitch, metiéndola en la cama.

Mi esposa, tuve que admitir, era la persona más ingenua o desleal del
mundo. Posiblemente ambos.

Una cosa era segura: a pesar de todos sus rasgos, ella no era tan fácil de
convencer como esperaba que fuera. No por una milla.

Fragmentos de conversación cortaron el aire, incapaces de penetrar en mis


pensamientos.

—… Arrancándole uno nuevo. Tienes que calmarte, Kill. Has estado yendo
muy duro en Arrowsmith. Tienes suerte de que la gente no se haya dado
cuenta todavía.

—Kill piensa que la suerte es sólo matemática perezosa.


—Kill no es de pensar en absoluto. Mira su cara. Parece que está a punto
de echarnos a todos de nuevo para poder tener una sesión de acurrucarse
con su querida esposa.

Hablando de la diabla, la puerta de la sala de entretenimiento se abrió de


golpe y el huracán Persephone entró como un trueno. Gotas de lluvia se
esparcieron por su rostro y labios como pequeños diamantes, una señal
reveladora de que la lluvia que caía afuera.

Pequeños diamantes.

Un coño premium y estaba fuera de combate.

Últimamente se había vuelto más cálido y agradable, pero esta semana


había llovido.

El gran parecido con la escena de Persephone aceptando mi propuesta


frente a mis amigos me lamió las entrañas, y sonreí, mirándola con aire
divertido.

Finalmente, había vuelto en sí.

Mi esposa redujo la velocidad hasta detenerse. Cuando me di cuenta de


que estaba agarrando algo con su puño cerrado, lo arrojó a mi pecho. Un
paño pesado y empapado se deslizó por mi camisa de vestir.

Casi podía oír las mandíbulas de Sam, Devon y Hunter mientras golpeaban
el suelo al unísono.

—¡Me has estado siguiendo! —Persephone golpeó la mesa con las palmas
abiertas y con un solo movimiento la limpió de cartas, vasos y ceniceros.
El contenido de la mesa voló al suelo—. Encontré a tus estúpidos soldados
esperando junto a mi auto cuando dejé el hogar de ancianos de la Sra.
Veitch, así que decidí perseguirlos. Tengo el gorro de un chico. El otro fue
demasiado rápido.
—¿Cuál lograste atrapar? —Sam pregunta animadamente—. Así sabré a
quién despedir.

Su mirada se desvió en su dirección. Ella lo señaló. —Cállate, Brennan.


¡Solo cállate!

Me quité el gorro ahora identificado de mis abdominales, arrojándolo al


suelo con una mueca de desprecio. Sabía que una disculpa no estaba
sobre la mesa en este momento.

Un Fitzpatrick nunca se inclinó ni se acobardó ante su esposa.

Casarse con una mujer agradable que engendre otras mujeres agradables
e hijos que sean tan imposibles como asombrados por sus padres.

Eso fue lo que me enseñaron.

Eso era por lo que había vivido.

Así era como yo también iba a morir.

Hunter podría haber sido una excepción al casarse por amor, pero no era
el mayor. El líder de la manada. El hombre que había tenido la carga de
llevar a cabo todas las tradiciones familiares.

Además, tenía una reputación que mantener.

—De vuelta a la histeria, ya veo, —comento suavemente, alisando mi


camisa—. ¿Te importaría decirme algo que no sepa? Te hablé de mis planes
la semana pasada. Uno de ellos era que te siguieran. ¿Pensaste que no iba
a cumplir con mis amenazas? ¿Pensaste que eras... especial? —Hago un
puchero con sarcasmo, fingiendo tristeza.

Sus ojos se agrandaron. Ambos estábamos pensando lo mismo. Mis


supuestos planes también incluían visitar a mis amantes y humillarla
públicamente.
—Estás cumpliendo con todas tus amenazas, —dice con voz ronca. No
había un signo de interrogación después de la oración. Sabía que debería
dar marcha atrás. Cada hueso de mi cuerpo me lo decía, pero tuve que
aprovechar la oportunidad para demostrarme a mí mismo que ella no
significaba nada para mí. Que ella no era más que un juguete.

Sonreí cruelmente. —Todas y cada una de ellas.

—Seguirme estaba en contra del contrato, —me recuerda, sintiéndose


demasiado orgullosa para mencionar la otra cosa que prometí no hacer.

—En realidad, encontré una escapatoria. Sam hizo lo siguiente. Solo di la


orden. —Le guiñe un ojo.

—El diablo está en los detalles. —Sam se encorvó en su asiento,


completamente entretenido.

—Eso es mala educación, Brennan. Muestra algo de respeto a la dueña de


la casa. —Chasqueo los dedos en dirección a Sam, sin dejar de mirar a mi
esposa—. Pidele disculpas.

—Mis sinceras disculpas. —Sam inclina la cabeza teatralmente, riendo,


disfrutando ridiculizarla. No era capaz de amar a una mujer y tampoco
quería que yo lo hiciera—. Mi corazón sangra por ti.

Fue una elección peculiar de palabras, considerando que me había


burlado de Persephone por su corazón sangrante. Nunca le había contado
a Sam, ni a ningún otro ser vivo, sobre el tiempo que había pasado en la
suite nupcial con ella.

El día en el que no pude dejar de pensar durante años.

Pero la chica de las flores no lo sabía.

Su rostro enrojeció y apretó los lados de su vestido con los puños.


Ahora era un buen momento para decirle que no le conté a Sam lo que
pasó.

Que no sabía que ella se había envenenado.

Antes de que pudiera hacer cualquiera de estas cosas, Persephone se dio


la vuelta y desapareció como un rayo fugaz.

Todos los ojos estaban puestos en mí.

—¿Listo para mi mano de monstruo? —Me incliné hacia adelante en la


mesa ahora vacía, abanicando las cartas que todavía tenía en mi mano.

Hunter gimió.

Devon puso los ojos en blanco.

Pero Sam... Sam lo sabía.

Me miró con sus ojos grises y tranquilos que no pasaban por alto nada, ni
grande ni pequeño. Importante o mundano.

Puse a mis reyes sobre la mesa y me recosté.

Hunter y Devon se atragantaron.

—Maldita sea. —Hunter golpeó sus cartas contra el rico roble—. Tú


siempre ganas.

No siempre.

Eché un vistazo a la puerta vacía.

No esta vez.

Tres horas después, mis amigos finalmente se habían ido.


Subí las escaleras, tomándolas de dos en dos. Era cuarenta y cinco mil
dólares más rico y un millón de veces más propenso a apuñalar a Sam
Brennan en la cara por sus malos consejos.

¿Qué diablos me hizo vigilar a mi esposa? Ya sabía que iba a hacer lo que
quisiera. ¿Y qué sabía Sam sobre las mujeres, de todos modos? Odiaba la
mera idea de ellas a menos que fueran su madrastra y su hermana.

No me molesté en pasar por toda la rutina de fingir estar listo para la cama
en mi habitación. Fui directamente a la habitación de la chica de las flores
y llamé a su puerta.

Después de tres golpes y silencio de radio, abrí la puerta unos centímetros.

La habitación estaba vacía.

—¡Petar!

Mi rugido casi me rasgó las cuerdas vocales y probablemente causó


algunos daños en las ventanas. El administrador de mi hacienda estuvo
allí en cuestión de segundos, nunca antes me había escuchado levantar la
voz.

Estaba revisando su armario, tratando de ver si había dejado algunos de


sus elementos esenciales aquí. Las cosas que amaba y apreciaba más.

Ella no lo había hecho.

Maldita sea.

—Señor, ¿necesita algo? —Dice Petar desde la puerta.

Me volví hacia él.

—Sí. Necesito saber dónde jodidos está mi esposa.


Por la expresión de su rostro, no había terminado de sorprender a la gente
con mi reciente uso de blasfemias. Gritó rápidamente, sacudiendo la
cabeza.

—Yo… ah… ella… ella no dijo. Me imaginé que iría un fin de semana a
alguna parte.

—¿Y por qué te imaginas eso? —Pregunto con los dientes apretados.

—Bueno, porque se llevó varias maletas y no quería ayuda con ellas.

—¿Dijo a dónde iba? —Exijo.

—No señor.

—¿Cuántas maletas se llevó?

—Bastante.

—¿Sabes contar, Petar?

—Sí señor.

—Ahora es el momento de usar esas habilidades matemáticas y darme un


maldito número.

Tragó saliva, haciendo los cálculos con los dedos.

—Siete. Se llevó siete maletas, señor.

—Y pensaste que se iba a pasar un fin de semana, —me lamento. Estaba


rodeado de idiotas. Tragó saliva, a punto de decir algo, pero yo no estaba
de humor para escucharlo. Irrumpí en mi habitación. Una parte de mí
quería perseguir su trasero y traerla de regreso a casa, donde debería
estar, pero otra reconoció que había hecho lo suficiente para torcer su
brazo a mi voluntad, y que muy bien podría decidir testificar contra mí en
el caso Arrowsmith si seguía presionándola.
El pensamiento me sorprendió.

La idea de Persephone sentada en el estrado diciéndole a la gente cómo la


había maltratado me enfermó.

Agarré mi escritorio de roble, mirando por la ventana, hundiendo mis


dedos en él con tanta fuerza que la madera se rompió en astillas. Agarré
la superficie hasta que mis dedos estaban ensangrentados y temblando de
cansancio. Hasta que cesaron los temblores en mi cuerpo.

No lo pierdas.

No lo pierdas por una mujer.

No lo pierdas en absoluto.

Saqué mi teléfono de mi bolsillo, a punto de enviarle un mensaje de texto


a Sam.

Tenía que decirles a sus hombres que dejaran de seguirla.

Luego tenia que decirle que no me acostaba con nadie más.

Deslicé mi pulgar sobre la pantalla justo cuando recibía un mensaje


entrante.

Persephone: Te niegas a dejarme ir, pero no me aceptas. Si no te


divorcias, yo lo haré. No puedes retenerme contra mi voluntad. No me
llames. No me envíes mensajes de texto. No te acerques a mí. No te
preocupes. No presentaré la solicitud hasta que termine el juicio
contra Green Living. Tu secreto está a salvo conmigo. Querías casarte
con un extraño. Felicidades. Me acabas de hacer uno.
Dieciocho

—Voy a matar a mi hermano —anuncia Sailor.

Estaba de pie en medio del estudio de Belle, acunando su panza.

Mi hermana Ash y yo estábamos metidas en el sofá dentro de una manta


gigante, bebiendo vino en copas del tamaño de unas peceras. Llamé a las
chicas para una reunión de emergencia en el momento en que salí de mi
casa.

La casa de mi marido.

Nuestro matrimonio no fue real, y tampoco lo fue nuestra alianza.

En este momento, ambos parecían estar en peligro real de sobrevivir al


último golpe.
—Si dejas a Sam, asesinaré a Kill —Belle le dice a Sailor, frotando mi brazo
para tranquilizarme—. Me estoy inclinando por castrarlo y dejarlo que se
desangre. No necesariamente usando un objeto contundente. Algo que
haría que el proceso fuera lento y doloroso.

—Desde el punto de vista médico, no creo que haya una manera no


dolorosa de castrar a un hombre hasta la muerte —murmura Ash en su
copa de vino, sus ojos volaban en mi dirección—. ¿Fue realmente tan
malo?

—Sí, lo fue —contesta Sailor antes de que tuviera la oportunidad de


responder—. Sabes, Pers, nunca diría una mala palabra sobre alguien si
su vida dependiera de ello. Hunter estaba allí, y él mismo me lo dijo. Dijo
que estaba sorprendido por el comportamiento de Kill. Recientemente,
tuvo la impresión de que Cillian y tú tenían algo bueno.

—¿Honestamente? Fui lo suficientemente tonta como para pensar lo


mismo. —Me enterré en el cuello de mi hermana. Ahora que ya no tenía
que ser fuerte y resistente, todo lo que quería era derrumbarme y llorar en
los brazos de las personas que sabía que nunca me juzgarían.

Aisling arrugó la nariz y puso una mano en mi rodilla.

—Sabes que creo que el hecho de que Kill tenga investigadores privados
siguiéndote es despreciable, pero en realidad nunca nos dijiste cuál era la
naturaleza de tu relación. Otra vez, no estoy tratando de excusar a mi
hermano. Crecí viéndolo en su mejor y peor momento, así que sé que
ambas versiones de él son aterradoras para la persona promedio. Pero tu
relación nunca fue explicada —dice Ash con suavidad—. Solo quiero
asegurarme de que obtengamos la imagen completa para poder asesorarlo
como corresponde.

—Ash tiene razón. —Belle me mira—. ¡Nos acabas de decir que un día te
casarás y luego puf! —Ella chasquea los dedos—. Eras una mujer casada.
Cada vez que te vemos con tu esposo, te mira como si fueras la estrella
más brillante del cielo. Al mismo tiempo, todos sabemos que no fuiste a la
ruta habitual de pareja. Cuéntanos cómo te has convertido en la Sra.
Fitzpatrick.

La pregunta no era injustificada. Lo que teníamos les parecía extraño a los


forasteros.

Diablos, también era extraño desde el interior.

Mis amigas aguantaron los golpes porque eso fue lo que hicimos, nos
apoyamos incondicionalmente la una a la otra, pero nada sobre mi
matrimonio tenía sentido.

Agarré un puñado de pañuelos y me sequé la nariz y los ojos. Me dolía la


cabeza por tanto llanto. Tomando un respiro, comencé.

—Cuando Paxton me dejó, no me dejó sin nada. Me dejó con cien mil
dólares de deuda. Fueron los peores ocho meses de mi vida. Los usureros
con los que había estado endeudado me perseguían, me acechaban fuera
de mi lugar de trabajo, patrullaban el apartamento de Belle… se puso muy
feo. Incluso me atacaron físicamente una vez.

Un escalofrío que se sintió terriblemente como el dedo de Kaminski


recorrió mi columna vertebral.

Belle me apretó con más fuerza. Aisling contuvo el aliento y Sailor me miró
con horror. Me volví hacia mi hermana.

—Fue el momento en que te dije que me asaltaron. No quería preguntarle


a Hunter, a Sailor o a Aisling por el dinero. No era una pequeña suma. era
una gran fortuna.

—¡No nos hubiera importado! —Aisling grita.

—No seas estúpida. —Sailor pone los ojos en blanco—. Por supuesto que
nos lo podrías haber pedido. Eres de la familia.
Negué con la cabeza. No importaba que casi lo hiciera. Todo lo que
importaba era que no lo había hecho.

—Cuando las cosas iban de mal en peor con los acreedores, fui a la oficina
de Cillian y pedí un préstamo. Él dijo que no. Unos días después, regresó
con la propuesta de matrimonio. Dijo que todos mis problemas
desaparecerían si decía que sí, y... bueno, cumplió su promesa.

Les hablé de nuestro contrato. Sobre mi vacilación, derivada de lo mucho


que él siempre me había gustado. Cómo mi enamoramiento por él nunca
desapareció por completo. Cómo me convencí a mí misma de que el
matrimonio sería lo primero, pero que él volvería a amarme con el paso del
tiempo.

Tomé una pala, cavé en las partes feas y las arrojé sobre la mesa de café
para que mis amigas y mi hermana las diseccionaran e interpretaran.
Cuando terminé, solo quedaba una confesión más que hacer para sentirme
completamente liberada.

—¿Quieres saber cuál es la peor parte? —agarro la botella de vino barata,


¿era la cuarta o la quinta? Y serví una generosa ración en mi copa—. Que
todavía lo amo. Siempre lo he amado. La primera vez que lo vi en ese baile
de caridad al que Sailor nos arrastró porque no quería estar a solas con
Hunter y puse mi vista en Cillian, lo sabía. Sabía que un día él tomaría mi
alma, le prendería fuego y caminaría sobre mis cenizas cuando todo
estuviera terminado y arreglado. Lo supe desde el mismo momento en que
me encontré mirándolo mientras él miraba a Emmabelle desde el otro lado
de la habitación. Estaba perdido en mi hermana, pero me encontré a mí
misma, todo lo que siempre había querido, en él.

—Kill nunca mira directamente las cosas que quiere. —Ash apreta mi
mano—. Dice que el deseo es una debilidad. Si hubiera querido a Belle, no
la habría mirado.

—No sé qué hacer. —Dejo caer mi cabeza sobre mis rodillas,


suspirando—. Le dije que quería el divorcio después de que terminara la
demanda de Green Living. Necesito irme. Irme antes de que rompa lo que
aún queda en mí. Irme antes de que me deje.

La última frase me quitó el aliento. Había una buena posibilidad de que


Cillian llegara a la conclusión de que no valía la pena el drama. Eliminar
sus pérdidas y pasar a la siguiente esposa de la lista. Nada salió bien entre
nosotros. Todavía no estaba embarazada. Trabajaba para su enemigo, aún
manteniéndome en contacto con la abuela de mi ex marido…

No era lo que él quería, y Kill Fitzpatrick siempre conseguía lo que quería.

Sin mencionar que yo tampoco podría vivir así. A horcajadas en la línea


entre lo real y lo falso.

Belle fue la primera en hablar.

—Mi mente y mi corazón están en guerra ahora mismo. No puedo creer


que esté diciendo esto, pero estoy a punto de darte un consejo de corazón.
¿Recuerdas en la cabaña, hace todos esos meses? ¿Cuándo Cillian apostó
su trasero en el póquer y dejó el dinero para que Sailor y yo lo tomáramos?
Lo único que pidió fue que no te hablemos mal de él. Fue muy revelador,
sobre todo porque el nombre de Kill está siendo arrastrado por el barro a
diario en las noticias y no parece importarle una mierda. Creo que se
preocupa por ti. Creo que no quiere preocuparse por ti, pero lo hace. No
quiere que tus seres queridos te digan que no estés con él. Perdí una
apuesta y tengo la intención de respetarla. No puedo decirte que lo dejes,
Pers. Ahora no. Aún no.

Mi estómago se retorció.

—Sam siempre dice, un niño que no es amado por su pueblo lo quemará


para sentir su calor, —dice Sailor en voz baja. Se sentó en el borde de la
mesa de café y se pasó los dedos por el cabello color rojo fuego—. Creo que
Cillian ha estado viendo arder todo a su alrededor durante demasiado
tiempo. Los hombres Fitzpatrick están heridos, pero lo esconden muy bien,
y por lo que deduzco, de manera muy diferente. Si alguien puede evitar
que destruya el resto del mundo, eres tú. Dale tiempo —susurra
Sailor—. Es el regalo más preciado de todos.

Me volví hacia Aisling. Ella fue la única persona que permaneció callada.
También fue la única persona que no perdió la apuesta con Kill.

—Creo —se mordió el labio inferior— que mi hermano te quiere. Creo que
se preocupa por ti. Pero también sé que fue el mismo hombre que te
chantajeó para que te casaras con él. Sabía que tu vida estaba en peligro
y se aprovechó de ti. No sé si este es el tipo de entorno en el que deseas
criar a tu hijo. —Se frota la frente, luchando por dejar salir las
palabras—. Crecí en una familia disfuncional y no tengo fuerzas como para
aconsejarte que sigas el mismo camino. No creo que debas quedarte.

Ahora estábamos divididos por la mitad.

¿Quedarse o marcharse?

Mi corazón dijo una cosa; mi cabeza dijo otra.

Al final, fue mi cuerpo el que ganó.

Me quedé dormida en los brazos de mis mejores amigas.

Mi esposo separado no me contactó durante dos semanas.

Pasé todos los días con Tinder y Tree, ignorando a Cillian de inmediato.
Solo porque realmente no lo dejé, no significaba que fuera a buscarlo
activamente. Algo se había roto el día que descubrí que me había seguido,
tal vez incluso me había engañado, y necesitaba tiempo.
Regresé al apartamento que me había preparado. Solo un pequeño Jodete
a mi esposo, para hacerle saber que tenía la intención de hacer uso de
todas las lujosas comodidades que me había ofrecido.

Cuando llegó el sábado, me presenté a mi sesión de tutoría con regalos de


Tinder y Tree. No era Gerald Fitzpatrick. No podía culpar a las dos perlitas
por los pecados de su padre, y había llegado a amarlos y cuidarlos.

Especialmente a Tinder, que necesitaba cada gramo de amor que pudiera


obtener.

—¡Adivina quién está aquí y con regalos! —Joelle anuncia cuando me abre
la puerta esa mañana. Marché con bolsas llenas de mercancías. Tinder y
Tree bajaron la escalera, chillando de alegría. Tree se deslizó por las
barandillas haciendo ruidos piratas mientras Tinder rebotaba de puntillas
hasta el final. Ambos me abrazaron. Caímos al suelo entre un montón de
risas sin aliento.

—Tía Persy, mira lo que hice para ti. —Tinder me puso un dibujo en el
rostro. El título me hizo pensar. Me consideraba de la familia y yo no era
de la familia. Yo era, de hecho, todo lo contrario. Aun así, agarré el papel
entre sus dedos regordetes, jadeando y haciendo preguntas.

—Es un mapa. Si lo seguimos, llegaremos al cielo, y en el cielo, todos son


agradables ¡y nadie te golpea! —Tinder exclama.

Giro mi cabeza en su dirección, a punto de preguntarle quién,


exactamente, lo golpeó, cuando Tree se abalanzó sobre mí.

—¿Qué nos trajiste? —Tree agarra mis mejillas, aplastándolas—. ¿Es un


camión? Le dije a mami que quiero uno para Navidad. Rojo. Tiene que ser
rojo. Debería serlo. Tu color favorito, ¿verdad, tía Persy?

—Tree, dios mío, ¿por qué dices eso? Cualquier regalo es bienvenido. El
hecho de que pensara en ti es suficiente. —Joelle se mofa. Nuestras
miradas se encontraron y compartimos una sonrisa. En los últimos meses,
habíamos construido una amistad tentativa, basada en nuestro amor
compartido por sus hijos. Sabía que no era fácil para ella abrirse a mí.
Especialmente teniendo en cuenta que tenía que cerrar la puerta en las
caras de los periodistas y camarógrafos a diario cada vez que mi esposo
filtraba una noticia poco halagadora sobre ella.

Andrew Arrowsmith ya no era el querido de los medios gracias a mi esposo.

Ahora ambos eran hombres malos que se odiaban y no se detenían ante


nada para destruirse el uno al otro.

Quería darle las herramientas para estar allí para Tinder y Tree.

Especialmente ahora que había estado con la familia el tiempo suficiente


como para saber que la presencia de Andrew en la vida de los niños era
casi inexistente.

—Estás aquí, —retumbó la voz dura de Andrew, y todos miramos hacia lo


alto de las escaleras.

El momento en que él estuvo aquí hizo que mi corazón saltara. —Andrew.

—¿Cómo estás, cariño? ¿Ese salvaje marido tuyo todavía te está dando
problemas?

—¡Andrew! —Joelle ladra, sonrojándose.

Levanto mi mano.

—Está bien. —Me volví para sonreírle a su marido—. En realidad, me


mudé.

Las palabras se sintieron amargas en mi lengua. Qué cosa tan


increíblemente traicionera de decir. Pero tuve que poner mi plan en
marcha. No sabía cuánto tiempo tenía con la familia. Cuánto tiempo
pasaría con Cillian. Trabajaba a contrarreloj.
—¿Lo hiciste? —Sus cejas saltaron hasta la línea del cabello—. ¿Por qué,
si puedo preguntar?

Todavía estaba sentada en el suelo, los gemelos estaban en mis brazos.

—No estoy tan segura de que vaya a funcionar después de todo.

—Ya veo. Qué desafortunado.

Sonreí cortésmente. —Bueno, tengo un día lleno de actividades con los


niños. Será mejor que empiece.

Asintió distraídamente. —Sí. Por supuesto. No te retendré. Tengo


algunas... algunas llamadas telefónicas que hacer.

A sus abogados, sin duda. Probablemente se preguntó si era el momento


adecuado para pedirme que testificara contra mi esposo.

—Gracias por compartir esta información, Persephone. Para nosotros es


muy importante contar con tu confianza. Nos dirías si el Sr. Fitzpatrick te
maltrata de alguna manera, ¿no es así?

Y ahí estaba.

La línea de fondo.

El plan maestro que ambos teníamos para estar aquí.

—Por supuesto. Ustedes son como una familia para mí.

Los Lannisters, pero lo que sea.

Andrew se dio la vuelta y regresó a su oficina. Procedí a entregar a Tree y


Tinder sus regalos, con Joelle de pie junto a nosotros. Le indiqué que se
uniera a nosotros. Se unió.

—Gracias, no deberías haberlo hecho. —Ella se agachó—. Sé que guardas


cada centavo.
—Amo a los niños.

Tinder desenvolvió su primer regalo. Un collar masticable. En forma de


tiburón con dientes triangulares. Gritó de alegría, poniéndolo en la mano
de su madre.

—¿Puedes po…ponérmelo, mami?

Ella lo miró fijamente por un momento, sorprendida. Tenía la sensación


de que no pasaba muchos momentos como estos con sus hijos.

—Yo… por supuesto. Date la vuelta, cariño.

Los vi mientras Tree desenvolvía su regalo, un casco de bicicleta,


parloteando alegremente sobre cómo quería una motocicleta cuando
creciera. Las manos de Joelle temblaron mientras envolvía el collar del
niño alrededor del cuello de su hijo. Las lágrimas pincharon mis ojos. En
algún momento del camino, Joelle había olvidado cómo ser madre. O tal
vez nunca tuvo la oportunidad de serlo, siempre ayudando a su esposo a
perseguir sus sueños.

Tinder se retorció, curvó y abrió los puños, haciendo ruidos de animales,


lo que hacía a menudo.

—Fui criada por au pairs —dice Joelle tristemente, con los ojos todavía en
el collar que le estaba poniendo a Tinder—. Pensé que así se suponía que
eran las cosas. Nunca planeé tener un hijo que sea...

—¿Especial? —Termino por ella suavemente—. Es una bendición. Te hace


crecer. Encuentra tu fuerza. Hay mucho que podemos aprender de los
niños. Cosas que ya habíamos olvidado pero que no deberíamos haberlo
hecho.

—¿Cómo qué?

—Como lo que es importante en la vida. La familia. La amistad. La belleza


de una nube solitaria navegando por un cielo perfectamente azul. Los
niños tienen claras sus prioridades. Somos los adultos los que a veces
olvidamos el sentido de la vida. Ahora ven. —Me paro y le ofrezco mi mano.
Estaba formando una amistad poco probable con una mujer que
fantaseaba con destruir a mi esposo, no menos de lo que yo quería
derrocar al de ella—. Creemos nuevos recuerdos con los niños. No es
demasiado tarde. Nunca es demasiado tarde.

Conduje a todos a las dos bicicletas que había comprado a principios de


esa semana. Usé mi propio cheque de pago, absteniéndome de tocar la
asignación de Kill. El dinero seguía acumulándose en mi cuenta, como
una montaña de promesas rotas y sueños rotos.

Pasamos el resto de la tarde en el patio trasero, enseñando a los niños


cómo andar en bicicleta sin ruedas de apoyo. Tree lo entendió rápidamente
mientras Tinder se aferraba a mí y me hacía prometer que no soltaría su
bicicleta en ningún momento. Pasaron cuatro horas y cien intentos antes
de que Tinder lograra montar una línea en zigzag, pero lo hizo, y mi
corazón estaba a punto de estallar cuando vi que su rostro se iluminaba.

—¡Lo estoy haciendo! ¡Estoy manejando! —Él rio. Tree lo siguió en su


bicicleta, haciendo ruidos de carreras. Joelle y yo los miramos riendo.

—Nunca pensé que aprendería. —Ella rio—. Muchas gracias.

—Yo-yo-yo voy a-decirle a ppp…papi que puedo montar en bicicleta. ¿Tal


vez baje las escaleras y nos vea? —Tinder tira de mi blusa. Miro hacia
abajo y sonreí, ignorando a Joelle, a mi lado, cuya sonrisa se convirtió en
una mueca.

—¡Es una gran idea, Tin! Estoy segura de que va a estar sobre la luna.

Tinder regresó a la casa a través de la puerta de vidrio, haciendo ruidos


felices, moviendo los brazos.

—¡Mamá! ¡Mira! ¡Sin manos! Tree se jactó, estirando sus cortos brazos a
ambos lados de la bicicleta. Joelle corrió hacia su hijo con una mezcla de
asombro y ansiedad. Me preguntaba cómo se sentiría ver a su propio hijo
extender sus alas y tomar su primer vuelo. El horror de saber que todos
caen, se lastiman, se marcan. Que no puedes proteger a tu hijo de la
fealdad del mundo para siempre.

No queriendo interrumpir su momento, me di la vuelta y entré a la casa.


Quería comprobar si tenían ingredientes para un bizcocho. A los chicos les
encantaba hornear por las tardes, y aunque Greta ya no recordaba quién
era yo, siempre apreciaba un buen pastel.

En el momento en que entré a la casa, noté que las paredes vibraban con
un grito desgarrador que venía de arriba.

—Solo dilo. No lo tartamudees. Di. ¡Eso!

Subí las escaleras en un instante, los sonidos de los gritos de Andrew


ahogaron los golpes de mis pies al golpear la madera.

—¡No puedo escucharte más, maldito pedazo de... pedazo de... mierda! Me
recuerdas a él. Eres como él. Un pequeño y estúpido perdedor.

Me detuve en el umbral de la oficina de Andrew, jadeando. Fue la primera


vez que estuve allí. Estaba agachado, sacudiendo los hombros de Tinder,
rociando saliva por toda la cara del pobre chico.

No pensé.

Ni siquiera me detuve a digerir lo que estaba pasando.

Irrumpí en el interior, tomando a Tinder en mis brazos, arrancándolo de


las manos de su padre. Andrew se puso de pie y se tambaleó hacia atrás,
su rostro transformándose de ira en conmoción. No pensó que tendría
espectadores.

—Persephone.
Mi nombre salió de entre sus labios como una maldición. Como si él
también quisiera sacudirme. ¿Con qué frecuencia le hacía esto? Las
palabras de Tinder vibraron en mi cuerpo, haciéndolo zumbar de rabia.

“Es un mapa. Si lo seguimos, llegaremos al cielo, y en el cielo, todo el mundo


es agradable y nadie te golpea”.

La mejor pregunta era ¿cuántos arrebatos más podía esperar Tinder en su


vida, muchos, sospechaba, y cuántas víctimas más había en el mundo que
sufrieron bajo la ira de Andrew Arrowsmith?

La última pregunta me golpeó con fuerza.

Me golpeó duro porque en el fondo, sabía que había al menos otra persona
cercana a mí que fue destrozada por Andrew.

Lo suficientemente traumatizada como para renunciar a toda la raza


humana después.

—Mira, sé lo que parece... —Andrew hizo un movimiento hacia mí, su voz


suave y tranquilizadora.

Tiré de Tinder hacia mi pecho.

Negué con la cabeza. —No estoy lista para hablar sobre lo que presencié
aquí antes de hablar con tu esposa.

—¿Que está pasando aquí? —La voz de Joelle se escuchó desde el pasillo.
Me di la vuelta para enfrentarla. La expresión de mi rostro lo decía todo.
La sonrisa abierta y esperanzada que adornó sus labios durante toda la
tarde se transformó en un resplandor.

—Oh no. ¿Qué hiciste ahora, Andy?

Ese ahora implicó que hubo muchos antes.


—Solo le dije que hablara con claridad. —Andrew trata de reírse y
despeinar el cabello de Tinder, pero el chico enterró su rostro en mi
hombro, olisqueando.

—Lo sacudió —digo en voz baja, sin querer agregar más detalles para evitar
avergonzar a Tinder. Los niños eran mucho más perceptivos de lo que los
adultos creían—. Voy a llevar a los niños abajo para hacer un bizcocho.
Estoy segura de que tienen cosas de las que hablar.

Le ofrecí mi mano a Tree, que estaba detrás de su madre, y bajé las


escaleras todavía sosteniendo a Tinder.

—¿Podemos hacer sándwiches triangulares primero y quitarle la corteza?


Odio la corteza. —Tree se rio.

—Por supuesto. ¿Y tú, Tin? ¿Quieres algo de tentempié?

—Ho-Ho-Hormigas23 en un tronco, por favor. Lo-Lo-Lo siento, hice que


papá se molestara con mi tartamudez. No quise hacerlo.

Se enroscó en sí mismo en mis brazos. Negué con la cabeza enérgicamente.

—Tonterías. Quiero que recuerden algo muy importante, ¿de acuerdo,


niños? Algo que quiero que lleven consigo a todas partes, sin importar a
dónde vayan, como el collar que te di.

Llegamos al pie de las escaleras. Dejé a Tinder de nuevo en el suelo y me


agaché a la altura de sus ojos.

Asintieron, sus grandes e inocentes ojos se aferraron a mi cara.

—Siempre que papá pierda los estribos y te grite, no es tu culpa. No somos


responsables de las acciones de otras personas. Solo por las nuestras. Eso
no quiere decir que nunca nos equivoquemos. Es nuestro trabajo tratar de
hacer nuestro mejor esfuerzo para ser mejores y siempre

23
Snack de pedazo de apio con queso crema y pasas.
responsabilizarnos por nuestras propias acciones. Pero nunca te culpes
por lo que están haciendo papá o mamá, ¿de acuerdo? Prométanmelo.

—¡El honor de Scout! —Tree levanta dos dedos.

—¡Yo-Yo también lo prometo! —Tinder saltó.

Mi corazón latía en mi pecho como una jaula oxidada y vacía llena de


sentimientos que no quería enfrentar.

La familia que estaba tratando de formar era una amenaza para estos
niños.

Y sus padres eran una amenaza para los míos.

Pero no podía darles la espalda.

Ya no más.

Dejé caer mi bolsa de tela medio llena al suelo y miré a Petar con el ceño
fruncido.

—¿En serio, hombre? Prometiste que él no estaría aquí.

El sonido de la puerta principal al abrirse fue un indicio suficiente de que


mi esposo entró a la casa a pesar de que llamé específicamente a Petar
para asegurarme de que la costa estuviera despejada para poder recoger
las cosas pequeñas que había dejado aquí y moverlas de vuelta a mi
apartamento.

Petar levantó un hombro con impotencia.


—Se suponía que no vendría hasta las diez u once, lo juro. Desde que
dejaste la casa, solo ha venido a dormir. A veces ni siquiera eso. Tres veces
tuve que enviar un mensajero a la oficina con un nuevo juego de trajes
para él esta semana.

Aunque era tentador sentirme mal por Kill, saqué la emoción fuera de mi
corazón.

Tiré la bolsa de lona en mi cama, llenando las chucherías que había


olvidado en mi prisa por irme dos semanas atrás.

—¿Dónde está ella? —Escuché el retumbar de Cillian desde abajo. Petar


hizo la señal de la cruz, miró hacia arriba y salió corriendo de mi
habitación. No hacía falta ser un científico espacial para saber dónde
estaba, así que dejé la pregunta sin respuesta.

Efectivamente, ni cinco segundos después, Cillian estaba de pie en la


puerta de mi habitación, oscuro y gruñón como Hades sosteniendo
granadas sin comer.

—¿Regresaste tan temprano? —Resoplo, metiendo uno de mis cien mil


diarios floridos de autoayuda en mi bolso—. ¿Qué diría tú papá? Pensé
que habías nacido para trabajar.

Entró, cerrando la puerta detrás de él.

—¿No deberías estar en el trabajo? —Hice una conversación vacía,


sabiendo cuánto la detestaba.

—¿No deberías vivir con tu marido? —replica.

—No —digo de manera uniforme, cerrando la bolsa inflada, tirando de la


cremallera atascada—. Pasaste los últimos meses afianzando el hecho de
que no somos una pareja real. Todo lo que estoy haciendo es finalmente
escucharte. Hiciste un gran trabajo al convencerme de que no somos más
que un contrato.
Evité mirarlo directamente. La picadura de avispa que vino al poner mis
ojos en su grandiosidad era demasiado en un día normal y completamente
ingobernable cuando estábamos separados.

Un extraño o un aliado, Cillian siempre tuvo el talento para hacer que mi


corazón cantara y mi alma llorara.

Durante un largo rato, se quedó allí, bebiendo de mí.

Dio un paso hacia adelante, poniendo una mano en mi brazo.

Quería romperme y llorar.

Para decirle lo que vi hacer a Andrew.

Confesar que no pude comer ni dormir bien.

—Le dije a Sam que retirara la vigilancia —dice.

Lo miré a través de una cortina de lágrimas que estaban aún sin derramar.

—¿Y?

—Y no he tocado a nadie desde que puse un anillo en tu maldito


dedo. —Sus labios apenas se movían, su mandíbula estaba muy apretada.

—¿Y? —Arqueo una ceja.

Dame una emoción.

Cualquier emoción.

—Y no debería haber roto el contrato —dice con brusquedad, apartando la


mirada de mí—. Confío en ti.

—Tonterías —me atraganto con una risa seca.

Él no dijo nada.
Estaba empezando a ver que nada de lo que pudiera decir o hacer iba a
cambiar su opinión sobre la gente. Sobre mí. Él era incapaz de tener
sentimientos y empujarlo a amarme no lograría nada más que hacer que
me guardara rencor. Incluso ahora, él no me quería porque le agradaba.

Solo porque fui un arreglo cómodo. Un medio para un fin.

—No te irás —dice simplemente.

Tiré de la bolsa, me la subí al hombro y me volví para mirarlo.

—Perdóname.

Da un paso hacia mí, gruñendo.

—¿Perdonarte por qué?

—Por cambiarte las reglas. Por romper el contrato. Por pedir más. Me doy
cuenta de que estaba fuera de lugar. Quiero que te cases con alguien que
te dé lo que quieres. Que esté feliz con lo que estás dispuesto a devolver.
Y yo no soy esa persona. Quise decir lo que dije. Tan pronto como tus
problemas legales y de relaciones públicas terminen y todo se calme,
podremos divorciarnos.

Lo esquivé, pero él igualó mi paso, volviéndose hacia mi rostro.

—¿Todo esto por un error? —Él frunce el ceño—. Ya te dije que no he


tocado a nadie más. Estuviste vigilada exactamente una semana,
Persephone.

Echo la cabeza hacia atrás, riendo. —¿Crees que ese es el único problema?
¿Un error? Sé real, Kill. Nunca me trataste como a tu esposa. Nunca
pasaste toda la noche en mi cama. Nunca me llevaste a una cita que no
fuera a un evento elegante. No hubo luna de miel. No hubo conversaciones
significativas. Nunca fui tu igual. Lo único que ha cambiado es que ahora,
finalmente me doy cuenta de que nunca lo seré.
Sus ojos ardieron. Apuesto a que su precioso pulso se estaba disparando.
No pensé que se hubiera dado cuenta de que yo lo sabía. Cómo se llevó los
dedos a la muñeca discretamente para controlarse.

Cómo hacía crujir los nudillos cada vez que se irritaba.

—Cené contigo todas las noches. Te follé todas las noches. Te llevé a los
bailes. A cenas familiares. Te compré joyas. ¿Qué más quieres de mí,
Persephone?

—Una relación. —Lanzo la bolsa de lona al suelo, gruñendo.

—¡No sé cómo tenerla! —grita en mi cara.

Kill comienza a caminar, sacudiendo la cabeza.

—No sé lo que eso significa. Nunca tuve una relación. Solicitas algo y yo lo
hago realidad. ¿No es eso de lo que se trata una relación?

¿Cómo podría siquiera responder esa pregunta sin sonar como una
completa perra?

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —pregunto.

—Esta casa está cableada más que un informante de la policía en un


espectáculo policial malo. —Pone los ojos en blanco y se detuvo para
examinarme.

—¿Así que dejaste todo y viniste aquí?

Apoya una mano en su cintura. —Hablas como si me importara un carajo.

—No lo haces.

—Bueno, noticias de última hora. —Da un paso adelante, pegándome a la


pared, su mano llegó a la parte de atrás de mi cuello, agarrándome
mientras inclinaba la cabeza hacia abajo—. Lo hago. No estoy jodidamente
feliz por eso, sin duda, pero eso no lo hace menos cierto.
Era todo lo que quería escuchar desde el día en que conocí a Cillian
Fitzpatrick, pero en ese momento era demasiado tarde.

Si la vida me enseñó algo era que darlo todo a alguien que sólo accedió a
devolverte una fracción de sí mismo era una mala idea.

—Ven a casa, chica de las flores. —Sus ojos se cerraron revoloteando, su


boca moviéndose sobre la mía. La sensación era como una montaña rusa,
cuando te vuelcas por el borde y tu estómago se hunde. La ráfaga de calor
ardiendo en mi pecho hizo que mi cuerpo zumbara. Las palabras de Kill
flotaron a través de mi cerebro nublado—. Déjame follarte. Sé la esposa
que necesito. Solo necesitas un poco más de entrenamiento. Unos meses
más y podemos follarnos fuera de nuestro sistema.

Meses.

Teníamos fecha de vencimiento.

Siempre tendríamos una fecha de vencimiento.

Arranqué mi boca de la suya.

No lo entendía y yo estaba cansada de explicarlo.

—Dame una razón para quedarme, Cillian. No estoy pidiendo muchas.


Sólo una. Algo a lo que aferrarse.

—Porque quiero que lo hagas.

—No. Algo más. Algo que no sea completamente egoísta.

—No puedo ser otra cosa que egoísta —dice con brusquedad.

Agarre mi bolsa de lona, empujando su pecho.

—Tan pronto como termine la demanda, nos divorciaremos.

Esta vez no miré atrás.


Empujé a través del dolor.

Entumecida, orgullosa y sólo media viva.

Finalmente supe lo que significaba tener el corazón roto.

Entendiendo, finalmente, que Paxton ni siquiera hizo una abolladura en


el mío.

Regresé a mi apartamento, me arrojé a la ducha y me metí algunos


pasteles de arroz secos en la garganta. Mi versión improvisada de la cena.

Ni siquiera había desempacado la bolsa que recuperé de la casa de Cillian.


Simplemente me caí en el sofá de mi sala de estar y cambié de canal,
luchando contra el dolor de cabeza.

Todas las noticias locales titulaban la misma historia, sobre Cillian y


Andrew enfrentados en el juicio que se llevaría a cabo pronto. El
presentador de noticias cortó con un video de la plataforma petrolera en el
Ártico, una cosa negra fea que sobresalía como un pulgar dolorido en
medio del azul infinito. Trozos de hielo aplastados se esparcieron a su
alrededor como vidrios rotos. Mi corazón sangró por el pedazo de
naturaleza que fue víctima de la crueldad de Cillian.

Tú y yo los dos, Ártico.

Tomé mi teléfono y le escribí un mensaje a mi esposo.

Yo: Detén las perforaciones en el Ártico.


Yo: Quieres tanto a los herederos pero, ¿alguna vez te has parado a
pensar en qué tipo de mundo les estás dejando?

Su respuesta llegó rápidamente.

Cillian: Sí. Uno en el que serán asquerosamente ricos.

Yo: ¿Ser rico te hace feliz?

Cillian: La felicidad es un sentimiento, ergo…

Yo: No puedes sentirlo. Lo entiendo. ¿Qué te hizo Andrew?

Cillian: Él me hizo.

Yo: ¿Y qué le vas a hacer?

Cillian: Deshacerlo.

El timbre de mi puerta sonó, casi haciéndome saltar fuera de mi piel.

No era el estilo de Kill aparecer donde no lo habían invitado. Pero sabía


que había cero posibilidades de que fuera alguien más. Mis padres no
sabían que vivía en este apartamento y no en la casa de mi esposo,
Emmabelle trabajaba por las noches, Sailor probablemente estaba
escabulléndose en los campos de tiro con arco, solo para ser perseguida
por su preocupante esposo, y Aisling rara vez levantaba la cabeza de los
libros de medicina en estos días.

Me levanté del sofá y me acerqué a la puerta.

—Realmente tienes valor para venir aquí después de la conversación que


acabamos de tener. —Abro la puerta, lista para darle a mi esposo una
parte de mi mente.

Mi corazón dio un vuelco tan pronto como vi quién estaba al otro lado.

Paxton.
Solo porque llamé a los investigadores privados de Sam no significaba que
dejé de lado mi obsesión enfermiza con mi esposa.

No. Eso sería lo normal y sensato.

No es mi maldito estilo.

En mi defensa, configuré mi teléfono para recibir notificaciones cada vez


que se abría la puerta de su apartamento, no porque sospechara que me
engañara, sino porque quería saber que había llegado a casa a salvo.

Por qué todavía me importaba un carajo si su bienestar estaba más allá


de mí.

La acumulación de pruebas en su contra debería haberme hecho soltarla


como un micrófono después de una noche de rap amateur.

Persephone trabajaba para mi némesis a diario.

Visitó a la abuela de Paxton.

¿Qué diablos me hizo creer que ella sería fiel?


Nada. La respuesta a eso fue nada. Y mientras observaba al hombre rubio
de anchos hombros en la aplicación de Next Door pasar de un pie a otro
en su puerta, con la cabeza inclinada, los dedos golpeando el costado de
sus piernas, esperando a que ella abriera la puerta, me di cuenta de que
había sido engañado.

Ridiculizado y debilitado.

Traicionado al más alto grado.

Sam me advirtió que era un asunto pendiente, y no escuché.

Ahora aquí estaba él, en carne y hueso.

Paxton Veitch.
Diecinueve

—¿Qué jodidos estás haciendo aquí?

La bomba J fue un invitado de honor en mi vocabulario. Rara vez la usé,


pero sentí la necesidad de escupirlo para esta ocasión especial. Mi cuerpo
temblaba tanto que tuve que agarrar la manija de la puerta para no
derrumbarme.

Mi ex marido se paró frente a mí, luciendo terriblemente saludable para


alguien que había estado dándose a la fuga durante el año pasado.
Bronceado, musculoso, y al menos hasta donde yo podía decir, todavía en
plena posesión de todos sus dientes. Sus rizos rubios se esparcieron por
su cabeza juguetonamente, sus ojos conmovedores parpadeando hacia mí.

—Nena. —Sus labios se torcieron en una sonrisa de alivio y dejó escapar


un suspiro—. Joder, te ves tan hermosa como recuerdo. Mierda, Persy.
Mírate.
Agarro mis manos entre las suyas y se las llevó a la boca, riendo. Las
lágrimas cubrieron sus ojos brillantes. Estaba demasiado sorprendida
como para apartarlo.

Paxton estaba aquí.

En carne y hueso.

Después de cientos de llamadas telefónicas, correos electrónicos y noches


de insomnio sin respuesta.

Mi cabeza se llenó de preguntas. ¿Dónde se había estado escondiendo?


¿Cuándo regresó? ¿Cómo llegó a mi edificio? Había un portero en la
entrada.

Sobre todo, quería saber por qué. ¿Por qué me dejó para ocuparme de su
lío?

Y si yo significaba tan poco para él, ¿por qué volver y estar en mi puerta?

Mis manos todavía estaban en las suyas, ardiendo por su traición. Salí de
mi ensueño, alejándolo.

—Lo repetiré de nuevo. —Di un paso atrás—. ¿Qué estás haciendo aquí,
Paxton? ¿Y cómo supiste dónde vivo?

—Pasé por el asilo de ancianos de la Abuela Greta. Tu nombre y dirección


figuraban como contacto de emergencia.

—Eso es correcto porque tú, su único pariente vivo, estabas desaparecido.

—Lo sé. —Su voz se quebró—. Estoy aquí para hacer las paces. ¿Me dejas?
¿Por favor?

Besó mi mejilla apresuradamente, y entró en mi apartamento sin ser


invitado.
Cerré la puerta, sabiendo que iba a volar la azotea con gritos en
aproximadamente medio segundo y no queriendo ser desalojada o causarle
a Cillian titulares embarazosos.

—Dame una buena razón para no decirles a Byrne y Kaminski que estás
de vuelta en la ciudad. —Cruzo mis brazos sobre mi pecho.

Paxton se dio una vuelta por la sala de estar, silbando mientras bebía en
los costosos elementos, la cocina gourmet y las encimeras de cuarzo. Su
cuello se estiró mientras estudiaba la iluminación, una mano rozando una
obra de arte del piso al techo que costaba más que el apartamento que
habíamos alquilado juntos cuando estábamos casados.

—Guau. Bueno. Bonitas instalaciones.

Cuando vio que todavía estaba junto a la puerta, completamente lista para
echarlo, asomó el labio inferior.

—Vamos, nena. Ha pasado un minuto. Tenemos que arreglar las cosas,


pero hay mucho de qué hablar, ¿no crees?

No, gritó mi mente.

Sam me había dicho que había esquivado una bala la noche de la


tormenta, cuando traté de aceptar la propuesta de Cillian y descubrí que
ya la había retirado. Pero la bala mortal de la que había escapado fue el
día en que Kill me tomó como esposa.

Hizo desaparecer mis problemas.

Me puso fuera de peligro, sin importar el precio.

—No me trago tu farsa —digo intencionadamente.

—Bien. —Su voz se redujo a un gruñido bajo—. Entonces seamos realistas.


Me alegro de que tu culo presuntuoso esté viviendo una buena vida. Te
conseguiste un sugar daddy y encontraste tu descaro, ¿eh? —Paxton guiñó
un ojo, su encantadora sonrisa con hoyuelos exhibiéndose. Abrió mi
refrigerador de golpe, sacando una botella de jugo de vidrio. La cocina
había sido abastecida tres veces por semana por la gente de Cillian.

La idea de que Paxton estuviera aquí, bebiendo un jugo orgánico prensado


a expensas de Kill me hizo querer golpearlo contra la pared.

No había sido justa con mi esposo.

Cumplió su parte del trato, brindándome todo lo que había prometido y


más. A cambio, lo presioné para que me diera cosas que él era incapaz de
dar. Amor, simpatía y ternura.

Kill merecía saberlo todo.

Sobre mi plan para destruir Arrowsmith.

Sobre Paxton estando aquí.

—La palabra que buscas es marido. A mi marido le va bien, sí —le


corrijo—. Pero aún más importante que sus bolsillos profundos, es que
tuvo la amabilidad de sacarme del problema en el que me metiste.
Conociendo a Cillian, no apreciará que estés aquí, así que te sugiero que
salgas de aquí antes de que él haga el trabajo que Byrne no pudo terminar.

Paxton giró la cabeza hacia mí a mitad de un sorbo, con los ojos


desorbitados.

—No me digas que te enamoraste de él. Eso es un movimiento tonto, Pers.


Los chicos ricos no tienen corazón.

—Tampoco los pobres de Southie, aparentemente.

Se derrumbó en un taburete de la barra, gimiendo mientras se frotaba la


cara.

—Mira, sé que no he sido el hombre que te mereces, nena. Pero necesitaba


una salida. Sabía que ibas a sacarnos de los problemas. No pude
mantenerme en contacto mientras estabas trabajando para sacarnos de
esto, pero me quedé al margen y observé, listo para atacar si realmente te
hacían algo. Siempre te apoyé, Pers. Hice esto para protegerte. Para
protegernos.

La mentira fue tan tonta, que sentí una risa histérica burbujeando en mi
garganta. Continuó, sin inmutarse.

—Nuestro adiós fue temporal. Siempre planeé volver. Eras inteligente,


ingeniosa y responsable. Solo necesitaba que me hicieras este pequeño
favor. Cuando vi el artículo sobre tu matrimonio con Cillian Fitzpatrick,
quería besarte. Pensé, 'esa es mi chica'. Estaba empezando a preocuparme
de que Byrne siguiera su amenaza de engañarte. Estuve a punto de
intervenir.

Se llevó una mano al pecho. Parecía un mal actor de telenovelas. Del tipo
que gana un premio Razzie todos los años y es lo suficientemente
arrogante como para caminar por la alfombra roja para aceptarlo.

Mi sangre zumbó. Estuve a punto de romperle la nariz con el puño y nunca


lastimé tanto como una mosca.

—¿Sabías que me estaban siguiendo? —Grito.

Él asiente. —Te estuve vigilando todo el tiempo. Me aseguré de que


estuvieras bien. Estaba muy preocupado, Pers.

—No estaba bien.

—Realmente necesitas darte más crédito, nena. Lo hiciste genial.

—¿Cómo me controlaste? —exijo.

—Amigos.

—¿Cuáles amigos?
—Vamos. —Hace un gesto con la mano como si no estuviera entendiendo
nada.

—¿Dónde estabas, Paxton? —Presiono, dando un paso hacia él.

Ninguna parte de mí estaba insegura o indecisa.

Sin desilusión.

Sin pena.

Ninguna punzada de esa salvaje angustia que me desgarraba cada vez que
Cillian dejaba mi cama por la noche.

Todo lo que sentí fue disgusto.

—Aquí y allá —se enfurruñó Paxton, desviando la mirada de mí hacia sus


zapatos.

El idiota pensó que podría entrar en mi vida y reclamarme.

Confundió mi corazón sangrante con un cerebro tonto.

—O respondes mis preguntas o llamo a seguridad. —Levanto mi teléfono


en el aire.

Me lanza una sonrisa cansada.

—¿Cómo crees que terminé aquí? La seguridad en este lugar es basura.

—En ese caso, —paso mi dedo por la pantalla de mi teléfono— llamaré a


mi esposo. No dejes que su reputación de chico rico te confunda. Es muy
bueno con las manos, más allá de hacerme venir.

La mandíbula de Paxton se apretó, sus ojos se oscurecieron.

—No —espeta—. Bien. Como sea, Persy. ¿Quieres jugar? Estoy en el juego.
¿Qué quieres saber?
—¿Quién te dijo que Byrne y Kaminski me siguieron?

—Mitch. —Mitch era el tipo con el que Byrne lo emparejó para las
asignaciones—. Todavía estaba presionando a Colin unos meses después
de que yo pagara la fianza. Todavía dispara la mierda de Kaminski de vez
en cuando.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo?

—Costa Rica fue mi primera parada. El día que se supo que Byrne sabía
que había gastado todos nuestros ahorros y no podía devolverle el dinero,
compré un billete de ida. Me quedé allí. Trabajé en la construcción. Ahorré
todo lo que pude. Al principio, esperaba conseguir la mitad del dinero y
luego pagar el resto en Boston. Siempre quise que funcionara lo nuestro,
Persy. Sabía que mantenerme en contacto contigo te pondría en un gran
riesgo. Entonces la noticia de que te casaste con Fitzpatrick rompió el puto
Internet. Hubo memes al respecto, chica. Tomé el teléfono y llamé a Mitch.
Le pregunté si era cierto. Me dijo que tú esposo se aseguró de que
Kaminski nunca más pudiera orinar de pie porque lo destrozó demasiado.
Byrne tampoco estaba tan bien. Me di cuenta de que probablemente yo
era el siguiente en la lista de mierda de tu marido. Que iba a desatar a
Sam Brennan sobre mí. Brennan tiene ojos y oídos en todas partes, así
que me mudé a México. Cancún. Me quedé con una amiga.

—¿Una amiga? —Pregunto con un bufido. La única información que hizo


que mi corazón tartamudeara fue que Cillian golpeó a Kaminski. No tenía
idea de que haya hecho eso.

—Una chica de la escuela secundaria. Ella dirige un resort de vacaciones


de primavera allí. Siempre estaba lleno de mucha gente entrando y
saliendo. Sabía que a Brennan le costaría mucho atraparme allí. Limpié
su piscina.

—Platónicamente, supongo. —Pongo los ojos en blanco. Era un cliché.

Él se rio sin humor.


—Por favor, Pers. No pretendamos que no has estado chupando la polla de
Fitzpatrick todas las noches durante la mejor mitad de este año. Ambos
hicimos lo que teníamos que hacer para sobrevivir.

—En mi caso, disfruté inmensamente la tarea —lamento—. Ni siquiera has


levantado el teléfono para saber de tu abuela.

Lo supe porque pregunté en el asilo de ancianos si habían tenido noticias


de él cada vez que lo visitaba.

Paxton dejó caer su mejilla sobre su puño, suspirando.

—Sabía que la cuidarías. Te confiaría mi propia vida. Siempre haces lo


correcto. Escucha, estamos fuera de peligro ahora. Mitch me dijo que la
deuda estaba pagada. Byrne está fuera de escena. Podemos estar juntos,
Persy. Empezar de nuevo. Continuar donde lo dejamos. No te hizo firmar
un acuerdo prenupcial, ¿verdad?

Mi ex marido no solo estaba loco, también era tan tonto como un cordón.
Traté de recordar lo que vi en él en primer lugar, más allá de su apariencia
de modelo de Instagram. La respuesta fue tan clara como vergonzosa: él
era el plato de segunda mesa designado. El antídoto contra la negativa de
Cillian. La vacuna no probada que terminó casi matándome.

—Estamos felizmente divorciados. Me casé con otra persona. —Levanto mi


dedo anular, un anillo de compromiso con un diamante del tamaño de su
rostro brillando hacia él.

Nunca me lo quité. Incluso cuando sabía que debería hacerlo.

Paxton se puso de pie de un salto y corrió hacia mí. Tal vez fue porque no
tenía la contextura de Cillian, ni tan alto, ni tan ancho, ni tan imponente,
o tal vez porque simplemente no era Cillian, pero su sola presencia me
molestó.

—Lo entiendo, nena. Estás enojada. Estás herida. Tienes todo el derecho
a estarlo. Pero no estás engañando a nadie. Tu matrimonio no es
real. —Se paró frente a mí ahora, agarrando mis brazos, ansioso por
sacudirme.

—El nuestro tampoco lo fue. Con el ánimo de ser sincera, yo también tengo
una confesión que hacer. —Me suelto de su agarre, dando un paso hacia
adelante, mi respiración abanica su rostro—. Siempre fuiste nada más que
una distracción. Siempre fue Kill. Tú estabas en tiempo prestado. ¿Pero
Cillian? Cillian es mí para siempre.

Las palabras se asentaron entre nosotros, una barrera invisible de alambre


de púas.

Por la forma en que Paxton me miró, supe que quería destrozarlo.

El hambre en sus ojos me alarmó, incluso si sabía que no era por mí, sino
por todas las cosas que representaba ahora: riqueza, poder y vínculos.

—Está bien —susurra—. Tú ganas. Seré tu amante. Pero te va a costar.

—No quiero un amante. Incluso si lo hiciera, serías la última persona del


planeta a la que consideraría. Eres mezquino y egoísta, Paxton. Sal de mi
apartamento antes de que marque rápidamente a Sam Brennan y te eche
yo mismo.

—Nena —gime, agarrándome por la mandíbula, caminando hacia atrás


hasta que mi espalda golpeó la puerta—. Sé que estás enojada, pero
estábamos bien juntos.

Sus labios hablaron sobre los míos. Me estaba besando. De todos modos,
medio besándome. Su aliento, su calor y su cuerpo se apretaron contra el
mío. Su lengua rodó sobre mi labio inferior.

—No quiero nada bueno —le escupí en la boca. Tropezó hacia atrás, con
los ojos muy abiertos.
Una sonrisa lenta y feroz se extendió por mi rostro. No me reconocí en mi
comportamiento y, por primera vez, estaba bien con eso. —Quiero algo
estupendo, y lo encontré. Lárgate, Veitch.

—Estás loca si crees que te voy a dejar ir.

Fue una promesa, una advertencia y una declaración. Se apartó,


echándome un vistazo, evaluándome antes de hacer su siguiente
movimiento. —Cambiaré tu opinión. Te gané una vez y puedo hacerlo de
nuevo. Ya sea de la manera fácil o de la manera difícil, te estarás
retorciendo debajo de mí en poco tiempo, y cuando lo estés, te prometo,
Persephone, que me aseguraré de que tú esposo lo sepa.

—¡Afuera!

Pasó junto a mí con la cola metida entre las piernas.

Cerré la puerta, eché el cerrojo, luego presioné mi espalda contra ella,


dejando escapar un suspiro irregular, sintiendo en lugar de pensar una
palabra que había estado pulsando contra mi piel desde el momento en
que dije “Sí, quiero” a mi nuevo marido.

Salvada.
—Estúpido pedazo de mierda chupa pollas. —Levanto un puño hacia la
cara de Sam Brennan en el momento en que entró por mi puerta,
golpeándola contra su nariz tres veces rota.

Le había enviado un mensaje de texto a Brennan a las cinco de la mañana


para avisarle que si no aparecía en la puerta de mi casa en quince minutos,
iba a comprar todos los edificios de Southie, federales y privados, y
arrastrarme a través de cada recuerdo de la infancia en su vecindario solo
para cagarle el día.

Llegó a mi casa en nueve minutos y ni siquiera parecía alterado.

Yo, por otro lado, pasé de no decir blasfemias a nada más que blasfemias.

—Buenos días a ti también —dice con calma, reajustando su nariz a su


lugar sin ni siquiera una mueca de dolor cuando la sangre brotó de sus
fosas nasales. La rajadura que hizo el hueso solo haría que cualquiera,
excepto nosotros dos, tuviera arcadas—. ¿A qué te debo este saludo?

—A ser un detective privado de mierda y un amigo terrible. Te has


descuidado. ¿Adivina cómo pasó mi esposa la noche de ayer? —Lo pegué
contra la puerta de mi casa, balanceando mi puño de nuevo.

Le pinché las costillas, sintiendo y escuchando al menos dos de ellas


romperse.

—¿Con tu polla en su culo? —pregunta rotundamente, golpeando el


bolsillo de su chaqueta de cuero, sacando un paquete de cigarrillos y
encendiendo uno. Realmente era inmune al dolor—. Te sugiero que
pruebes otros agujeros si estás interesado en dejarla embarazada.

—Eres un ser humano enfermo.

—Gracias. —Deja caer su encendedor en su bolsillo delantero.

—No fue un cumplido.

—Para mí, lo fue. La mayoría de la gente no me considera humano en


absoluto. Entonces, ¿qué estaba haciendo tu esposa ayer?

Me aparté de él, dándome cuenta de que su falta de miedo y dolor hacía


inútil darle una paliza. Caminé hacia el carrito de la barra. Eran las cinco
en punto. Claro, era por la mañana, pero nunca dejé que la semántica se
interpusiera en mi camino.

—Paxton Veitch la visitó. —Vierto un dedo de coñac en una copa,


enfocando mis ojos en el líquido dorado.

Sam cojea en mi dirección con una expresión indescifrable. —¿Está en la


ciudad?

—Deberías haberlo sabido.

—Me dijiste que no lo vigilara. Tú también fuiste jodidamente específico al


respecto. —Se apoya contra la pared, mirándome.

Tenía razón. Había rechazado la idea de que Paxton Veitch representara


una amenaza para mi matrimonio durante tanto tiempo, que demostrar lo
contrario no estaba a mi alcance.

—Tienes que seguirlo —le digo—. Descubre por qué está aquí. Qué quiere
él.

—Puedo decirte ahora mismo por qué está aquí: está aquí porque su ex
esposa acaba de casarse con una de las familias más ricas del país y
porque es un cabrón que se apropia del dinero. ¿Necesitas que me ocupe
de él? —Arquea las cejas.

Mi instinto me dijo que dijera que sí.

Hacer que Sam se lo quite de encima, lo corte en pedazos y lo arroje al


océano.

No necesariamente el Atlántico. Eso estaba demasiado cerca. Aunque el


océano Índico sonaba bien.

Nunca antes había hecho una petición así, pero en el caso de Veitch,
estaba dispuesto a hacer una excepción. Me negué a darle a mi esposa lo
único que me había pedido, amor, y la envié directamente a los brazos de
su exmarido, quien probablemente estuvo poniéndose poético con ella toda
la noche.

Prácticamente la envolví y se la entregué.

Sin embargo, no podía, por mi vida, hacerle esto.

Que maten a su estúpido exmarido.

No importa cuánto lo quería fuera de escena.

Negué con la cabeza, agarrando la copa con tanta fuerza que se deformó y
el líquido cayó al suelo. El rostro de Sam permaneció impasible, como si
no hubiera doblado un cáliz de oro con mi propio puño. La tiré al suelo,
me volví hacia la barra y agarre una servilleta. Palmeé mi mano limpia de
alcohol y sangre.

—No lo toques. Averigua todo lo que puedas. Dónde vive, qué está
haciendo, cuál es su punto de vista. Yo mismo me ocuparé de él.

Sam asintió.

—Hazlo ahora. Deja todo lo demás.


Otro asentimiento. —¿Algo más que quieras saber?

Sí, quería saber si realmente estaba perdiendo a Persephone, pero eso


estaba más allá del alcance de Sam.

—Solo haz tu maldito trabajo. —Me doy la vuelta y subo las escaleras de
regreso a mi oficina.

Maldije de nuevo.

Pero esta vez nadie se sorprendió.

Estaba empezando a desplegarme, agrietarme y romperme.

Estaba cambiando.

Sintiendo.

Y lo odiaba.

Pasé el resto del día fingiendo.

Fingiendo estar presente, fingiendo trabajar, fingiendo que me importa un


comino.

Asistí a reuniones, regañé a los empleados, revisé nuestros informes


trimestrales y almorcé con Devon, en el que diseñamos nuestra estrategia
de defensa en la corte contra Green Living.

—No debería haber comido el sashimi. Me ha hecho mal al estómago —me


quejo cuando nos separamos en la entrada del restaurante.
Devon suelta una carcajada. —El sashimi estuvo bien. La sensación de
náuseas en tu estómago es el anhelo. ¿Persy sigue viviendo en su piso de
Commonwealth?

Ni siquiera le di una respuesta a eso. El anhelo era algo que las


adolescentes hacían con Armie Hammer. Lo único largo de mí estaba entre
mis muslos.

A las seis en punto, di por terminado el día. Conduje de regreso a casa,


estacioné, luego vi el Tesla de Persephone en la puerta principal.

Apagando el motor, salí del auto, algo extraño y cálido traqueteaba en mi


estómago.

Intoxicación alimentaria. Maldito pescado crudo. Vi un documental al


respecto. Probablemente tenía gusanos del tamaño de una mierda dentro
de mis intestinos.

Dando pasos medidos hacia la puerta principal, miré por la ventana. Vi a


mi esposa parada junto a la escalera, su delicada mano apoyada en la
barandilla.

Llevaba un vestido blanco, su cabello rubio caía sobre sus hombros hasta
la parte baja de su espalda. Un ángel sucio con una corona dorada como
halo.

Hormigas imaginarias me subieron por los dedos de los pies hasta el


cráneo.

Bordeé la entrada principal, tratando de tener un mejor ángulo de ella. La


vi hablando con Petar, de espaldas a mí. Petar estaba de pie directamente
frente a la ventana detrás de mí. Me vio. Su rostro pasó de angustiado a
sorprendido en segundos. No se me conocía por esconderme detrás de los
arbustos y observar a la gente. Especialmente la gente que estaba dentro
de mi maldita casa.
Abrió la boca, probablemente para decirle que estaba allí. Negué con la
cabeza. La cerró con fuerza.

¿Por qué estaba ella aquí?

Haz una suposición descabellada, idiota.

Ella estaba aquí para agradecerme por el dinero, el divorcio y la polla


entusiasta, empacar el resto de sus posesiones y cabalgar con Paxton
hacia el horizonte en el Tesla que fui lo suficientemente tonto como para
comprarle.

Desafortunadamente para la chica de las flores, jugar en sus manos no


estaba en mis planes. Ya no. Si quería destruir este matrimonio, tendría
que hacerlo de la forma más larga, lenta e insoportable. No le estaba dando
la oportunidad de una muerte limpia.

El recuerdo de mi visita a Colin Byrne despertó algo violento en mí.

“Veitch quería prostituir a su esposa solo antes de follarla. Quería


secuestrarla y dármela”.

Recordé sus palabras, textualmente.

Nunca había querido matar a una persona más de lo que había querido
meter una bala en el cráneo de Paxton Veitch.

Todo lo que tenía que hacer era entrar a la casa y decírselo.

Así de sencillo.

Pero sabía que le haría daño.

Rompería su espíritu.

Mostrarle que el hombre con el que eligió pasar el resto de su vida quería
venderla.
Era un momento terrible para que le crezca la conciencia.

Me di la vuelta, regresé a mi auto y llamé a Sam.

—Dame la dirección de Paxton.

No iba a romper a Persephone.

Pero seguro que no iba a dejar que el verdadero villano se quedara con la
chica.

La residencia temporal de Paxton Veitch no era más que una choza en la


trastienda de un local de póquer ilegal en Southie. A juzgar por el exterior
del edificio de dos pisos en descomposición, probablemente estaba
durmiendo en un catre hecho únicamente con basura, vello púbico y
enfermedades de transmisión sexual.

En lugar de anunciar mi llegada con un golpe, bajé de una patada la frágil


puerta mosquitera e irrumpí.

Tres mesas redondas llenas de hombres con manchas de aceite y suciedad


en la cara me miraron, sus ojos se apartaron de sus cartas.

—Paxton Veitch —me quejo. No fueron necesarias otras palabras.

El silencio resonó en la habitación.

Sabía que colgar mi elegante traje y mi costoso corte de cabello frente a


ellos invitaba a los problemas, pero lo agradecí. Suspirando, saqué mi
billetera y levanté un billete de cien dólares entre mis dedos índices y
medio, agitándolo.
—Preguntaré de nuevo, ¿dónde está Paxton Veitch?

Esta vez, los hombres se movieron en sus asientos, mirándose unos a


otros.

—Oh, por el amor de Dios, ni siquiera lo conocemos, ¿por qué lo estamos


protegiendo? ¡Está en el cuarto de atrás! —uno de ellos habla, golpeando
sus cartas sobre la mesa—. Sube las escaleras. La suya es la segunda
puerta a la izquierda.

Dejo caer el billete al suelo, procediendo mientras algunos hombres se


precipitaban al suelo, luchando por el dinero.

Cuando llegué a la puerta que estaba buscando, respiré unas cuantas


veces para calmarme. Me imaginé enfrentando al bastardo más tiempo del
que me gustaría admitir. Antes de que Persephone y yo estuviéramos en
condiciones de hablar.

El recuerdo de ella besándolo en la boda de Hunter y Sailor todavía me


hacía hervir la sangre.

Caminé por el jardín de setos, convenciéndome interiormente de que no


era un completo idiota por rechazar a la chica Penrose que tanto deseaba.
La poda artística de árboles asaltó mi vista. Una mezcla de mal gusto de
ángeles, animales y formas de corazón. El sonido de un jadeo me hizo
ralentizar junto a un arbusto en forma de nube.

—Oh, Paxton —gimió una voz dulce y ronca.

Se me heló la sangre.

Di un paso a un lado, fingiendo leer un cartel que explicaba el diseño del


jardín. Desde mi posición, pude ver mechones de cabello rubio
blanquecino entretejidos en los arbustos, un delicado cuello cubierto de
nieve extendido y una boca masculina salpicándole besos por todas partes.

—Dios, eres tan jodidamente dulce. ¿Cuál es tu nombre de nuevo?


—Persephone.

—Persy-phone-ay. —Sus manos estaban por todas partes mientras


pronunciaba mal su nombre—. ¿Qué significa eso?

Me había torcido el cuello, desarrollando una perversa satisfacción al


obligarme a mirarla en los brazos de otro hombre después de ignorarla. Su
cabeza se arrastró por sus pechos, desapareciendo de mi línea de visión.
Ella estaba jadeando fuerte y rápido.

Mira bien lo que has hecho. Ahora está en los brazos de otra persona.

Alguien normal.

Alguien que la merece.

Ahora, la puerta de Paxton se burló de mí.

La empujé para abrirla, sin preocuparme de pisar fuerte en su territorio


sin previo aviso. Me lo hizo dos veces. Era hora de que probara su propia
medicina.

Estaba en la habitación, teniendo una intensa conversación telefónica, de


pie frente a una ventana pequeña y sucia, de espaldas a mí.

—¿Crees que no lo estoy intentando? No es tan fácil como pensaba. Ella


ha cambiado, hombre. Probablemente toda esa masa y polla dorada. —Él
se rió, resoplando—. No voy a lastimarla. Todavía amo a Persy, ¿sabes?
Ella siempre ha sido mi chica. Solo quiero entrar con su trasero, para
poder salirme con la mía también. Hay demasiado dinero en esa olla como
para que yo no reciba mi parte.

Al menos ahora sabía que ella no se lo había follado ayer.

Forros de plata y todo ese jazz.

Agarré el teléfono detrás de él y corté la llamada, arrojando el dispositivo


sobre su cama. Giró la cabeza, con la boca abierta.
—Mier..

Lo empujé hacia el escritorio de madera que estaba contra la pared,


callándolo.

Se hundió en él, dejándose caer.

—Es hora de una pequeña charla, Veitch.

—Eres el tipo Fitzpatrick. —Frunció el ceño—. El tipo con el que se casó.

—Y yo que pensé que eras solo una cara bonita.

Nos examinamos el uno al otro. Era un chico guapo. Cabello claro, rasgos
suaves. Vestido con una chaqueta de cuero rota y jeans caídos que
parecían que necesitaba que le cambiaran el pañal.

Paxton cruzó los brazos sobre el pecho.

—Mira, hombre, no quiero problemas.

—Si no quisieras problemas, no los perseguirías por todo el planeta. ¿De


verdad crees que te dejaría tocar lo que es mío?

Sacude la cabeza. —No sé qué pensar. Todo lo que sé es que Persy y yo


teníamos algo bueno. La cagué, pero ella es una buena chica. Ella todavía
podría perdonarme.

Eso significaba que aún no lo había hecho. Mi corazón se desaceleró por


primera vez desde que lo vi entrar a su apartamento. Tiré de los guantes
de cuero del bolsillo trasero, los abofeteé en el muslo y me los puse. Su
garganta se balanceó con un trago. Bueno. Necesitaba saber que yo no
estaba por encima de ensuciarme para hacer entender mi punto.

—No confundas la bondad de Persephone con la


ingenuidad —advierto—. Ella no te perdonó.

—No la conoces como yo. —Sacude la cabeza.


—Lo que sí sé es que trataste de pagarle a Byrne con ella como moneda,
por eso estoy aquí. Ahora, escucharás atentamente y seguirás todas mis
instrucciones, y te perdonaré tu miserable e inútil vida. Sal del carril en el
que te puse y me aseguraré de que te estrelles contra un semirremolque
de diez toneladas y alimentes a las hienas con lo que quede de ti. ¿Me estás
siguiendo hasta ahora?

Se agarró a los bordes de la mesa detrás de él. Me acerqué, agarrando el


arma que noté que estaba metida en la parte de atrás de sus jeans, la
destrabé y empujé el cañón contra su frente.

—Vas a escribir una carta de diez páginas a Persephone, en la que te


disculpas profundamente por ser el marido más mierda de la historia de
la civilización. En esta carta, tú asumirás toda la culpa por las
consecuencias de su matrimonio y la excusarás de cualquier delito. Leeré
y aprobaré la carta antes de que la envíes. Luego de enviarla, empacarás
una maleta, conducirás hasta el aeropuerto y comprarás un boleto de ida
a Australia. Una vez allí, conducirás a Perth, donde te instalarás. Perth,
en caso de que te lo preguntes, es el punto más alejado geográficamente
de los Estados Unidos y por lo tanto, exactamente donde quiero que estés,
al menos hasta que Virgin Galactic ofrezca vuelos a Marte, al que estaría
encantado de trasladarte. No te contactarás, bajo ninguna circunstancia,
con mi esposa. No volverás a escribirle, llamarla ni reunirte con ella bajo
ninguna circunstancia. Y si te escucho respirar en su dirección, desataré
mis perros de tres cabezas sobre ti, una referencia de Hades, en caso de
que se haya escapado tu cerebro del tamaño de un pájaro, sin importar
dónde estés. Me aseguraré de que experimentes la muerte más dolorosa
conocida por el hombre. Dime que lo entiendes.

Apreté el cañón con más fuerza contra su frente. Paxton gimió, cerrando
los ojos, goteando sudor.

—Lo entiendo.
—Te daré un boleto de avión, alojamiento y un permiso de trabajo. Del
resto te ocuparás tú mismo.

—Yo no...

—Esto no es una conversación. —Levanto mi mano libre—. Este soy yo


inusualmente caritativo sin volar tus sesos, principalmente porque la
sangre hace que mi esposa se sienta mareada.

Asintió de nuevo, tragando saliva.

—Olvida que ella alguna vez ha sido parte de tu vida.

Asiente nuevamente.

—Oh, ¿y Paxton?

Deslizo la pistola por el puente de su nariz, metiéndola en su boca. Sus


ojos se agrandaron, una gota de sudor recorrió el mismo camino que había
hecho el cañón, explotando en su cuello.

—¿Cómo terminaste aquí? Ambos sabemos que no tienes ni un centavo a


tu nombre.

—Arruw Arrameeth —dice alrededor del cañón.

—¿Andrew Arrowsmith? —Saco el arma de su boca. Se seca la boca con el


dorso de la mano.

—Me encontró en México. Pagué mi vuelo de regreso aquí. Me pago este


apartamento y me dijo que buscara a mi chica. Dijo que estaba en
problemas. Que la estabas lastimando. Buen chico. Nada como tú.

Andrew sabía que Persephone y yo nos habíamos distanciado e intentó


aprovecharse de ello.
Limpié una lágrima perdida que se le escapó del ojo con la pistola. —Estoy
de acuerdo con eso. Haz lo que digo, y nadie saldrá herido. Aparte de
Arrowsmith, pero supongo que ese no es tu problema, ¿verdad?

Sacudió la cabeza.

Vacié el arma de balas, las guardé en mi bolsillo, luego tiré el arma sobre
el catre que había usado como cama, junto a su teléfono, y me alejé.

—Que tengas una buena vida, Veitch. —Lo saludé dándole la espalda.

Él no respondió.

Sabía que no había ninguna posibilidad de que eso sucediera.


Veinte

—Dios mío, Tin, ¿cómo te hiciste este rasguño? —Me inclino, acariciando
una desagradable herida abierta en la rodilla de Tinder.

Pasamos el día juntos, solo nosotros dos. Joelle y Andrew asistieron a un


evento de caridad y decidieron llevar solo a Tree, el niño "normal", con
ellos. El que no hacía ningún ruido gracioso o hacía girar cabezas. Joelle
pareció culpable cuando me preguntó si podía ser niñera de Tinder hoy.
Sabía que la idea de dejarlo atrás no venía de ella. No pude evitar
resentirme con ella por no luchar por sus principios. Por su hijo.

Si podía ir contra uno de los hombres más formidables de Boston, un


hombre al que amaba, ¿por qué no podía exigir que se tratara a su hijo
como a su hermano?
Prometí convertirlo en un día memorable para Tinder. Un regalo, más que
un castigo. Fuimos a desayunar al restaurante de lujo de Sparrow
Brennan, donde comimos panqueques y gofres, y luego descansamos junto
al río Charles, mirando las nubes mientras yo le contaba cuentos de
mitología griega, tal como solía hacer la tía Tilda conmigo.

Tinder mordió el collar de tiburón que le di, olfateando mientras señalaba


una herida casi idéntica en su otra rodilla.

—E-Esta también —tartamudeó.

Besé mejor ambas rodillas.

—Vayamos a Walgreens y consigamos curitas geniales para ellas. ¿Qué


dices?

—¡SS-Sí! Tal vez tengan las de Puppy Dog Pals. —Su nariz tembló. Deslicé
mi mano en la suya. Pasamos junto a las barandillas verdes, los kayaks y
los botes a pedal. El sol golpeaba nuestros rostros.

—¿Entonces qué pasó? —pregunto—. ¿Te caíste de tu bicicleta? Espero


que sepas que les pasa a todos.

—No, —responde en voz baja—. No fue l-la bicicleta.

—¿Qué fue entonces?

El silencio que siguió estuvo repleto de pensamientos en mi cabeza. Como


esa extraña carta que recibí de Paxton, que no sonaba en nada a Paxton,
y su desaparición como un espejismo, sucedió tan rápido como su
reaparición.

O cómo mi esposo me había estado evitando toda la semana, no solo


negándose a aceptar mis visitas domiciliarias cada vez que pasaba, sino
también esquivando mis mensajes de texto. Estaba a días de aparecer en
su oficina y avergonzarnos a los dos. Lo único que me impidió hacerlo fue
que entendí su necesidad de estar completamente concentrado en la
demanda de Green Living contra Royal Pipelines antes del juicio.

Pero necesitaba contarle sobre Paxton. Sobre Andrew Arrowsmith y mi


plan.

—Fue papá.

Las palabras me golpearon en el pecho, lo abrieron y derramaron una


sensación que nunca antes había sentido. Ni siquiera a Byrne. O
Kaminski. O Paxton.

Un puro y devorador odio.

Me detuve en medio de una calle muy transitada. Una mujer que caminaba
con un bulldog francés se tropezó con nosotros, haciendo que un ciclista
zumbara palabrotas. Ignorándolos, me agaché, sosteniendo los brazos de
Tinder, mis ojos nivelados con los de él.

—¿Cómo te hizo esto? —Pregunto, con una voz que apenas logré mantener
firme.

Tinder miró hacia abajo, dibujando un círculo con la punta de su zapato


en la arena. Él se estremeció, sus movimientos nerviosos.

—YYYoo... —intenta, luego pisotea su pie y se muerde la lengua—. ¡Oof!


No puedo pronunciar las palabras. NN-No me extraña que me odie.

—Tinder —susurro. Estaba teniendo un ataque de tic. La primera que


estaría presenciando. Retrocedía de la misma manera cada pocos
segundos, un movimiento repetitivo, pellizcando sus hombros y golpeando
su cabeza. No podía detenerse.

—No soy tu padre. Soy tu amiga. Tienes todo el tiempo del mundo para
contarme lo que pasó. Solo quiero saber para poder ayudarte. No estás en
problemas.
Dejé que se librara del tic, dando un paso atrás para permitirle el mayor
espacio posible. Los tics remitieron después de unos minutos,
convirtiéndose en pequeños y familiares tics nasales. Lo tomé en brazos,
me detuve en un vendedor ambulante, le compré jugo de manzana y un
pretzel y lo senté en un banco.

—Cuéntamelo todo, Tin-Tin.

—Él usó una regla.

Sin decir nada, esperé por más mientras mi corazón giraba alrededor de sí
mismo, rodando en una pila de nudos de dolor.

—Él-Él-Él-Él dijo que funciona. Dijo que podía c-c-curarme. Dijo que lo
hizo a-antes. Le dijo a mamá que los dos le estaremos agradecidos cuando
esté listo y terminado. Él-él me dejó leer el abecedario y luego algunos n-
n-números, y cada vez que tartamudeaba o te-te-tenía un tic, golpeaba la
regla de metal en mis rodillas. Lo hizo hasta que sangré y m-m-mami le
dijo que llamaría a la policía. Lloré a pesar de que mamá me pidió que no-
no-no, que no lo hiciera.

Sintiendo que yo misma estaba al borde de una especie de ataque, me


obligué a mantener la voz tranquila. No había necesidad de asustar a
Tinder más de lo que ya lo estaba, pero el impulso violento de alejarlo de
esta familia me dejó sin aliento.

—¿Es la primera vez que tu papá te hace esto?

No podía dejar de lado el recuerdo de Andrew sacudiendo a su hijo cuando


él tenía problemas para explicarse.

—No. —Tinder quita la sal de su pretzel distraídamente—. Una vez,


después de regresar de una fiesta en la que lo avergoncé, metió mi cabeza
en un fre-fre-fregadero lleno de agua, dentro y fuera, dentro y fuera. Él-Él-
Él dijo que solo se detendría si yo dejaba de a-actuar como un bicho raro.
Pe-pero funcionó porque me detuve durante una semana entera.
No pude parpadear.

Tragar.

Respirar.

Mi mundo colapsó bajo el peso de la verdad que aterrizó en mis pies, y de


repente, todo se volvió transparente.

Me metí en una mina de la que Cillian intentaba mantenerme alejada.


Desentrañar un secreto que yo no podía encontrar.

—¿Tu papá también trata a tu mamá y a tu hermano de esta manera?

—No. Ama a Tree y le dice que lo enviará a una escuela elegante en


Inglaterra. Cre-creo que él también ama a mamá. Incluso si a veces la
empuja. Nunca la empuja demasiado. —Hace una pausa, contemplando
sus palabras con el ceño fruncido—. Aparte de la vez que la empujó de la
barandilla y ella se cayó escaleras abajo. Pero se cayó al sofá y no-no
resultó herida. Y ella se rio de eso, así que tal vez fue una broma.

O tal vez no quería que sus hijos supieran qué pieza de trabajo era su
padre.

Sabía que tenía tres problemas con los que lidiar.

Uno era mantener a Tinder a salvo.

El segundo era ejecutar mi plan tan pronto como hoy, mientras todavía
era bienvenida en la casa de Arrowsmith.

Y el tercero era confrontar a mi esposo sobre lo que había sospechado


desde el principio.

Revisé la hora en mi teléfono. Eran las dos en punto. Los Arrowsmith no


volverían a casa hasta al menos las seis. Tenía una llave aunque se
esperaba que pasara el tiempo fuera de casa con Tinder.
Confiaron en mí lo suficiente como para darme una llave en caso de
emergencia. Después de todo, estaba en su bando. Supuestamente.
Viviendo vidas separadas de mi esposo y despreciándolo hasta donde ellos
sabían. Las diferentes cuentas bancarias, las quejas estratégicas sobre
Cillian y el hecho de dejarles entrar en nuestra separación habían dado
sus frutos.

Ahora era el momento de poner mi plan en tercera marcha.

Para salvar a Tinder.

Para salvar a Cillian.

¿Y quién sabe? Quizás incluso mi matrimonio.

Le escribí un mensaje de texto rápido a Sam Brennan. La primera vez que


lo contacté. Le pedí a Sailor su código de acceso especial poco después de
que los Arrowsmith me contrataran, sabiendo que había algunas cosas
para las que simplemente no estaba preparada. Una vez que el mensaje
fue enviado, leído y respondido, miré hacia arriba y le sonreí al niño.

—Oye, Tin-Tin, ¿Te apetece hornear galletas en casa mientras miras Peter
Pan?

—¡Cla-Claro que sí!

Lo metí en mi Tesla con los ojos ardiendo con lágrimas y me dirigí a la


residencia Arrowsmith por última vez.

Las galletas iban a ser casi tan malas como la comida que intenté cocinar
con Cillian en nuestra primera "cita".
Lo supe cuando abrí la mezcla preparada sin molestarme en leer las
instrucciones. Vertí el polvo en un bol y agarré los ingredientes del paquete
apresuradamente. Tinder protestó cuando no me tomé el tiempo para
hacer todo junto con él: cascar los huevos, medir la leche, contar cada gota
de vainilla. Seguí mirando el reloj del techo, esperando a que sonara el
timbre, sintiéndome como una criminal. Yo era una criminal. Lo que
estaba a punto de hacer iba en contra de la ley. Pero no se trataba solo de
salvar la compañía de mi esposo, también se trataba de Tinder.

Colocamos bolas desiguales en una bandeja y las metimos en el horno


antes de que alcanzaran la temperatura adecuada. La irritación de Tinder
se transformó en confusión. Siempre había sido la única persona con la
que podía contar para tener paciencia.

—¿Q-qué está pasando? —frunció el ceño—. N-no me gusta hacer todo


rápido. ¿Te vas a ir algún lado?

—No sin antes de asegurarme de que estás bien —murmuro, tirando


frenéticamente una bolsa de palomitas de maíz al microondas. Puse a Peter
Pan en Disney+ y senté a Tin-Tin frente a la película con sus palomitas de
maíz y jugo.

—Voy a estar un poco ocupada en los próximos minutos, ¿de acuerdo?


Pero cuando termine, nos sentaremos con galletas y leche con chocolate y
hablaremos. Necesito decirte algunas cosas. No te preocupes, no estás en
problemas.

Pero su padre seguro que sí.

Cuando Sam llamó a la puerta, lo empujé adentro a la velocidad de la luz.


Llevaba una camisa de vestir negra, jeans y su habitual ceño fruncido.

—Su computadora portátil probablemente estará protegida con


contraseña —le advierto, todavía sosteniendo el marco de la puerta, con el
corazón en la garganta.
Nunca rompí la ley. Nunca. Por nada ni por nadie. Demonios, ni siquiera
crucé imprudentemente. Mi obsesión con mi marido me estaba volviendo
loca.

Sam pasó por la sala de estar, sin mirar al niño y subió las escaleras. Lo
seguí, señalando el estudio de Andrew. Se puso un par de guantes
elásticos, sacó un abridor de cerradura de puerta plegable de su mochila
y abrió la puerta cerrada sin esfuerzo.

Ambos entramos en la habitación. Estaba muy consciente de que Tinder


estaba sentado frente al televisor en la planta baja, esperándome. La culpa
me destrozó. Iba a darle la vuelta a su vida, y aunque sabía que era lo
correcto, considerando a su padre abusivo, también sabía que Tinder
nunca me perdonaría.

—Así que Kill tenía razón —dice Sam sin tono, encendiendo la
computadora portátil mientras tomaba asiento en la silla de Andrew. Sus
dedos se deslizaban sobre el teclado. Introdujo una unidad USB en el
dispositivo—. No eres completamente inútil, después de todo.

—No piensas muy bien sobre las mujeres, ¿eh? —Me volví afuera, hacia el
pasillo, estirando el cuello para mirar hacia abajo y asegurarme de que
Tinder estaba bien.

—Pensé que eras una cazafortunas —dice Sam sin rodeos, haciendo clic
en la computadora portátil, con los ojos pegados a la pantalla—. Mierda,
hay muchas cosas en su nube. Error de aficionado.

—Copia todo. Quiero revisarlo todo —le digo, de pie en la puerta, volviendo
a nuestra conversación inicial—. Y no soy una cazafortunas.

—No me digas —Él ríe entre dientes—. Estás arriesgando tu trasero aquí.
¿Lo sabes verdad? Puedes pasar mucho tiempo en la cárcel por lo que
estás haciendo.
—¿De verdad? —Abro mis ojos cómicamente—. No tenía ni idea. Bájalo
para mí. ¿Qué es la cárcel? Aquella que tiene barras, ¿verdad? Creo que
he visto una película.

Los ojos de Sam se desviaron de la pantalla hacia mí. Él sonrió.

—Así que por eso te retuvo todo este tiempo. Tú le respondes.

Miré a través de la ventana, abrazando mi estómago, especulando si la


casa de Andrew estaba alambrada como la de Cillian o no.

—La costa estaba despejada. —Sam leyó mis pensamientos—. La casa está
cableada, pero las cámaras del idiota tienen una vista de mierda de la calle
debido a los árboles crecidos. Aparentemente, su conciencia no le dejaba
cortar a los cabrones.

Se puso de pie y me entregó una memoria USB.

Cuando lo alcancé, se apartó lejos de mi alcance.

—¿Estás segura de que no quieres que lo pase yo mismo? Eso es una gran
cantidad de datos. No puedes estropearlo.

—Haré un trabajo minucioso.

—Déjame hacer una copia para mí. Por si acaso.

—Si te haces una copia, me aseguraré de que pierdas tu trabajo con los
Fitzpatricks. —Inclino mi barbilla hacia arriba en advertencia—. Puede
que haya algunas cosas privadas allí que no quiero que nadie vea.

—¿Como un video de sexo?

Hombres.

—Por supuesto.
Sam Brennan era un hombre guapo. Entonces también lo era Ted Bundy.
No lo encontraba atractivo, especialmente porque su recuento semanal de
cadáveres superó toda la carrera de Ted Bundy. Honestamente, no podía
ver cuál era la fascinación de Aisling por él. Por otra parte, probablemente
se podría decir lo mismo de Kill y de mí.

—Entiendes el concepto de matrimonio arreglado, ¿verdad? Nada de lo que


tienes con tu marido es real.

—Samuel —utilizo su nombre de pila, con un tono altivo, como lo hacía


cuando uno de mis alumnos se portaba mal—, dame la memoria USB, por
favor.

Lo guardó en el bolsillo de mi vestido, riendo suavemente.

—No lo entendí al principio. —Baja la cabeza y escanea mi rostro—. Pensé


que quería a Emmabelle. Cada vez que las tres estaban en la misma
habitación, sus ojos estaban sobre ella. Pero luego me di cuenta… —baja
la voz—, que el momento era peculiar. Ves, Kill siempre miraba a
Emmabelle exactamente al mismo tiempo que tú lo mirabas a él. Quería
deshacerse de ti. Ponerte celosa. La primera y última cosa humana que le
había visto hacer.

Sam dio un paso atrás y miró alrededor de la habitación.

—Volveré a cerrar el estudio. Andrew nunca sabrá que hemos estado aquí.
Actúa con normalidad cuando lleguen aquí.

Se dio la vuelta y dio unos golpecitos en el marco de la puerta.

El horno sonó abajo y oí a Tin-Tin aullar de alegría.

Nos estábamos quedando sin tiempo.

Pensé que Sam iba a decir algunas palabras de despedida.

Sobre mi atrevida jugada.


Sobre el riesgo que había corrido por mi marido.

Pero eso implicaría que Sam Brennan estuviese impresionado.

Y si había algo que sabía con cada hueso de mi cuerpo, era que,
desafortunadamente para Aisling, mi amigo Sam Brennan, el que odia a
las mujeres, nunca se sentiría impresionado por el otro sexo.

—Me iré después de hoy, pero las cosas están a punto de cambiar aquí.
Pensé que deberías saberlo. —Senté a Tinder frente a las galletas
quemadas y desfiguradas. Ninguno de los dos tocó los dulces. Sus grandes
ojos marrones se pegaron a mí como si fuera un salvavidas.

—¿C-Cambiar cómo?

—Tu padre no te trata bien. Él no debería hacer las cosas que está
haciendo, y yo no puedo —no seré— capaz de estar aquí todo el tiempo
para protegerte. Llegará el día en que crezcas y te decidas sobre lo que
estoy a punto de hacer. O me odiarás o me apreciarás. —Niego con la
cabeza sintiendo las lágrimas brotar de mis ojos, pero me contuve. Tinder
se merecía más. Se merecía mi compostura y tranquilidad. Se merecía el
mundo—. Independientemente de lo que elijas sentir por mí, lo aceptaré y
respetaré. Creo que voy a poner a tu papá en muchos problemas pronto,
pero aún tendrás a tu mamá y a tu hermano, y ellos son la parte
importante, ¿me oyes? Son la parte en la que quiero que te concentres.

Asintió lentamente, asimilando todo. Era mucho. Incluso yo no estaba


segura de haber comprendido completamente lo que estaba a punto de
hacer. Dejé caer mi frente sobre la de Tinder, inhalando. Si inhalaba muy
profundamente, aún podía detectarlo débilmente. Ese escurridizo olor a
bebé que me derretía los huesos.

—¿Alguna vez te he hablado de la Nube de los Deseos, Tin-Tin?

Sacudió la cabeza.

—Estoy a punto de regalarte un deseo. Algo para que me recuerdes. Pero


tendrás que elegir tu deseo con cuidado. Solo obtienes uno. Y solo puedes
sacar provecho del deseo cuando ves una nube solitaria en un cielo que
de otro modo estaría despejado.

—Sé lo que e-e-elegiré, tía Persy —dice, sonriendo—. Elegiré lo que siempre
elijo. Te elegiré a ti.

Dos horas después, el resto de la familia regresó del evento benéfico. Me


levanté del sofá y me acerqué a la entrada. Tan pronto como Andrew entró
por la puerta, lo señalé con el dedo, con una expresión posiblemente muy
maníaca.

Joelle retrocedió, tropezando con un grito ahogado. Tree miró de un lado


a otro entre su padre y yo.

—¿Qué está pasando? —El joven resopló.

—Sé lo que le hiciste a Tinder —le susurro a Andrew—. Necesito hablar


con ustedes dos. Solos.

Los ojos de Andrew se centraron en los míos, sus fosas nasales dilatadas.
—Tree, toma a tu hermano y sube a tu habitación —le indica. Los niños
subieron corriendo las escaleras. Andrew abrió la boca, pero levanté mi
mano. Todavía estábamos de pie en la puerta.

—Guárdatelo. Sé lo de la regla. Sobre las palizas. Cómo empujaste a Joelle


de la barandilla.

Joelle chilló detrás de su marido, cubriéndose el rostro con las manos y


sollozando. Su mundo cuidadosamente organizado estaba colapsando.

—Sé lo de Cillian —termino en voz baja. En su mayoría estaba alardeando,


pero sabía con certeza que me quemaba por dentro el hecho de que le hizo
a mi marido algo que lo hizo ser como era. Eso lo cambió más allá del
reconocimiento.

El rostro de Andrew palideció y su mandíbula se aflojó. —¿Él te dijo?

No me atreví a mentir, así que sonreí con lo que esperaba que se pareciera
a confianza, encogiéndome de hombros.

—Tu secreto se está volviendo no tan secreto. No es un buen presagio para


tu rol como presidente de Green Living. De todos modos, estoy aquí para
decirte que esa fue la última vez que golpearás a tu hijo. Voy a llevar esto
a los Servicios de Protección Infantil. Dado que no es mi primer rodeo con
SPI24, déjame decirte cómo se desarrollará. Presentaré una queja, visitarán
tu casa en 24 horas para comprobar el bienestar de sus hijos, y una vez
que encuentren signos de negligencia o abuso, lo cual harán, porque
Tinder está físicamente herido, llevarán a los niños a un hogar de acogida
y presentarán cargos contra ti.

Joelle estuvo a punto de ahogarse.

24
SPI servicio de protección infantil
—Como he trabajado con numerosas escuelas durante mi corta carrera y
conozco a bastantes agentes de SPI, probablemente pueda ayudar a Joelle
a obtener la custodia total ya que no fue cómplice del abuso. Ahora, en
cuanto a ti... —Me vuelvo hacia Joelle, que se dobló con la espalda contra
la pared, llorando en el suelo. Su rostro estaba empapado de sudor,
lágrimas y mocos.

—Deberías poner a tus hijos por encima de todo. Siempre.

—Lo hice. —Joelle agarra mi vestido y tira de él desesperadamente—. ¡Lo


hago! ¿Crees que me gustó lo que hizo? ¿Crees que es mi culpa? No tenía
idea de que iba a ser así. Nunca me hubiera casado con él, Persy. Nunca.

No pensé que fuera culpa suya. Ella no era la parte abusiva. En todo caso,
ella también era una víctima. Pero sabía que sus hijos podrían no verlo de
esa manera. Podrían crecer hasta resentirse de la mujer que se aferraba
al brazo de su padre con una gran sonrisa en su rostro, sabiendo lo que
hacía a puerta cerrada.

—No importa lo que pensaste. Es hora de que asumas la responsabilidad


y te alejes de esta relación tóxica. Ponlos a ti y a los gemelos primero.
Considere está mi renuncia oficial. Oh, ¿y Andrew? Retira la demanda
contra mi esposo. Tendrás que renunciar o ser despedido en los próximos
días, y tienes un pez legal más grande para freír.

Agarré mis llaves y mi bolso, mirando detrás de mi hombro. Lo que vi me


rompió el corazón. Tinder y Tree estaban acurrucados juntos en el último
escalón de la escalera, mirándome boquiabiertos con lágrimas en los ojos.

Me derrumbé, caí de rodillas y solté todas las lágrimas que mantenía a


raya. Al comenzar este trabajo, sabía que me encariñaría, pero nunca
pensé que los amaría tan intensamente.

—Vengan aquí, muchachos. —Abro mis brazos.


Corrieron hacia mí, gritando. Como siempre, retrocedí por el impulso, por
la tormenta de su abrazo, permitiéndoles enterrar sus cabezas en mis
hombros, llorando junto a ellos.

Más tarde esa noche, revisé el material de la memoria USB que Sam me
dio.

Me tomó tres horas y dos copas de vino encontrar el archivo que estaba
buscando. Simplemente fue nombrado CFF.

Cillian Frances Fitzpatrick.

Hice doble clic en él, bebí el vino y recé.

No sabía lo que me esperaba.

Solo sabía que no estaba preparada para esto.


Veintiuno

El pasado.

La primera vez que entré en una clínica de tratamiento para menores fue
a los catorce años.

A principios de esa semana, me golpeé tanto que todavía estaba orinando


sangre y escupiendo dientes. Mi cara estaba tan hinchada, que hicieron
falta tres compañeros para reconocer quién era cuando me encontraron
en el suelo de la biblioteca.

Mi madre me acompañó a la clínica suiza. De mala gana. Estaba cubierto


con un abrigo, sombrero y gafas de sol para ocultar mi maltrecha figura,
como una celebridad de la lista D que atraviesa un aeropuerto, tratando
de permanecer sin identificar. Madre permaneció en silencio la mayor
parte del viaje en avión de Inglaterra a Zurich, salvo por una breve
conversación, susurrada para que las azafatas no pudieran oír.

Tu padre no puede saberlo.

Eso fue lo primero que dijo.


No ¿cómo estás.

¿Cómo sucedió?

Tu padre no puede saberlo.

Me quedé callado. Después de todo, no había nada que decir. Ella tenía
razón. Athair no podía saberlo. Y de todos modos, no había forma de
explicar lo que había sucedido. Un segundo estaba sentado frente a mis
libros de texto en la biblioteca, estudiando duro para terminar primero en
clase como siempre, la extraña presión familiar, una tensión intangible
que no podía explicar, subiendo por mi columna vertebral como una
araña, y al otro, estaba en el suelo, golpeado hasta convertirme en pulpa,
sin saber quién lo había hecho.

Ahora sabía quién era esa persona.

Fui yo.

Me golpeé hasta el punto de perder el conocimiento.

—Cillian Frances, ¿me escuchaste? —Madre entrelazó los dedos sobre su


regazo, el rostro rígido, la postura perfecta.

—Alto y claro. —Miré por la ventana las nubes que pasaban.

—Bueno. —Ella frunció el ceño ante un lugar invisible en la puerta de la


cabina—. Él me echará la culpa, de alguna manera. Siempre lo hace,
¿sabes? Nunca podré tomar un descanso con este hombre.

Mi madre no era mala persona. Pero ella era débil. Conveniente. Ahora más
que nunca, habiendo dado a luz a mi hermano, Hunter, hace menos de
tres años.

El nuevo bebé había puesto a prueba el matrimonio de mis padres. Cuando


vine de visita durante el verano, apenas se habían dicho una palabra.
Cuando mi madre me preguntó si quería abrazar a mi hermano, mi
reacción inicial había sido un demonios no, pero luego me miró con esa
mirada avergonzada de pobre de mí y agregó: —Tu padre nunca lo abraza.

Así que lo abracé. Bajé la mirada hacia la pequeña persona calva de


aspecto viejo que me miró con grandes ojos azules que no se parecían en
nada a los míos y le dije: —Abróchate el cinturón, hermanito.
Definitivamente naciste en una gran familia.

—De todos modos, —repitió Madre de nuevo en el avión, reorganizando su


collar de perlas—, espero que esto no tenga nada que ver con Andrew
Arrowsmith. Ya no lo verás mucho fuera de Evon.

—No lo he escuchado ni visto desde que Athair despidió a su


padre, —admití en un vano intento de intentar obtener información.

—Su padre no habría sido despedido si no fuera un estafador, —resopló


Madre.

—No me importa su padre.

—Veremos si termina sus estudios en Evon, —continuó, ignorando mis


palabras. A menudo me preguntaba por qué me molestaba en
responderle—. Tu padre lo está demandando por todo lo que robó.

—Solían jugar al golf juntos. Tomaron vacaciones anuales. Visitaron


casinos en Europa. Fueron a pescar —dije, dejando de lado a las
prostitutas, los clubes de striptease y los locales clandestinos a los que
nos habían prometido llevarnos a Andrew y a mí cuando fuéramos
mayores.

Ella puso los ojos en blanco. —No seas ingenuo, Cillian. La gente hará
cualquier cosa para acercarse a nosotros los Fitzpatricks. No podemos
tener amistades reales.
Mi madre me dejó en la clínica tan pronto como aterrizamos, firmó el
papeleo y me dijo que vendría a recogerme en unas horas.

—Me quedaría —suspiró—, pero ya sabes lo nerviosa que me pongo en las


clínicas. No son mi escenario. Además, tengo algunas compras que hacer.
Lo entiendes, ¿no es así, Kill? —Ella pellizcó mis mejillas. Me alejé, me di
la vuelta y me fui sin decir una palabra.

Una enfermera me llevó a una pequeña habitación blanca con un escritorio


y una silla. Cerró la puerta detrás de mí. Me senté y miré una cámara de
seguridad que me apuntaba. Obviamente, estaba siendo observado.

Me mantuvieron así durante unos veinte minutos antes de que una voz
masculina sonara detrás de un espejo de dos vías.

—Hola, Cillian.

—Hola.

No tuve miedo. Era extremadamente adaptable. Llegó con el territorio de


crecer en manos de au pairs y asistir a escuelas privadas fuera de casa
desde los seis años.

—¿Cómo te sientes?

—Ha sido mejor. Ha sido peor —Crucé las piernas, poniéndome cómodo.

—Eso es interesante, —dijo el médico. En realidad no lo era, pero aprecié


su simpatía, ya fuera genuina o no. A menudo, era más de lo que había
recibido de mi propia madre.

—¿Sabes por qué estás aquí? —preguntó la agradable voz.

—Supongo que es porque tengo una cosa llamada síndrome de


Tourette. —Me recliné en la silla, asimilando toda la blancura. La
tranquilidad de eso me agradó. Un largo silencio se extendió desde el otro
lado de la ventana—. ¿Hace cuánto tiempo lo sabes?

—Alrededor de una semana.

Escuché páginas moviéndose en un portapapeles desde el otro lado. Sonreí


sombríamente. Normalmente, era el paciente el que estaba a oscuras.

—¿Cómo puede ser? Aquí dice que tú ataque de tic tuvo lugar hace dos
días, —dijo otra voz. Una mujer de mediana edad era mi suposición.
Ambos médicos tenían acento. Probablemente uno era italiano y el otro
suizo de la frontera francesa.

—Sí, —dije lentamente, dándoles tiempo para completar sus


gráficos—. Pero he estado sintiendo la tensión del ataque en los días
previos a la acumulación, así que investigué un poco.

—¿Entonces sabías que lo ibas a tener? —preguntó la doctora suiza con


incredulidad—. El ataque.

Asentí secamente. Ella jadeó. Ella realmente jadeó.

—Pobrecito —dijo. Muy al contrario a un médico.

—Nunca antes me habían acusado de ser eso, —murmuré, mirando mi


reloj por la hora.

—¿Dónde están tus padres? —preguntó la doctora, su voz cada vez más
cercana. ¿Van a abrir la puerta entre nuestras habitaciones? Esperaba
que no. El contacto visual no era mi favorito.

—Mi padre está en Boston, manejando el negocio familiar y mi madre está


de compras. Zurich es uno de sus puntos de venta favoritos.

Conociendo a mamá, iba a recogerme con bolsas llenas de zapatos nuevos,


gemelos y ropa de verano para mí. Su versión de ser maternal.
—¿Por qué no le dijiste a nadie? —preguntó el médico—. Sobre el síndrome
de Tourette.

—¿Cuál era el punto? —Quité la pelusa de mis pantalones de


vestir—. Conociendo a mi familia, mantendremos mi condición en secreto.
Entonces, o me prescribes con mierda, me pruebas un nuevo tratamiento
o me dejas ir. Encontraré una manera de ocultarlo.

—Es un trastorno neurológico, —explicó la doctora, su voz se volvió aún


más suave—. Causado por una serie de cosas muy complejas,
principalmente debido a anomalías en ciertas regiones del cerebro. Los tics
aparecerán y desaparecerán, y aunque podemos ofrecer algunos
tratamientos para reducir y aliviar el trastorno, en su mayoría llegó para
quedarse. No puedes controlarlo. La definición misma de Tourette es que
sus tics son involuntarios. No puedes entrenar tus nervios. Están en todas
partes de tu cuerpo. Para adormecerlos, tendrás que dejar de sentir por
completo.

Perfecto.

—Entonces es voluntario. —Me paré, dirigiéndome hacia la puerta.

—No, —el doctor vaciló—. Para que detengas los tics, tendrás que dejar de
sentir. No creo que entiendas ...

—Entiendo todo. —Cerré el puño y llamé a la puerta tres veces, indicándole


a la enfermera que quería salir.

—Señor. Fitzpatrick...

No respondí.

Tengo lo que vine a buscar.

Una solución.
Ahora todo lo que necesitaba era práctica.

La Operación “Cancelar Sentimientos” no tuvo un comienzo fácil cuando


regresé a Inglaterra.

Para empezar, no me gustaban los sentimientos. Eso no quiere decir que


no haya sentido nada. Era capaz de sentirme triste, feliz, hambriento,
divertido y celoso. Odiaba a mucha gente, ciertamente más de lo que
debería un chico de mi edad, e incluso amaba un poco.

Principalmente a mi hermanito, que tenía la ventaja de no poder contestar,


por lo que no podía cabrearme. Pero también amaba otras cosas. Polo y
Navidad y sacar la lengua cuando llovía. El seductor sabor del invierno.

También me gustó mi amistad con Andrew Arrowsmith. Mucho.

No de la misma manera que me gustaban las chicas. La forma en que se


movían, olían y existían, lo que encontré mágico y confuso. Sabía que era
cien por cien heterosexual. Me gustaba Andy porque me entendía. Porque
éramos los dos niños con acento de Boston que hacíamos todo juntos.
Estudiábamos, pasábamos el rato, veíamos películas y programas y
practicamos los mismos deportes. Hicimos bromas peligrosas juntos. Nos
tiramos un pedo y echamos la culpa a sus perros durante la cena. Vimos
nuestra primera película porno juntos, y peleamos por el fútbol, y huimos
de la policía esa vez cuando accidentalmente prendimos fuego a un bote
de basura en el club de campo ...

Éramos niños y compartíamos la infancia que nuestros padres nos


permitían tener juntos.
Era lo más parecido a una familia que había tenido. Por eso estaba furioso
con Andrew Senior por robar dinero de Royal Pipelines, y con mi propio
padre por descubrirlo, y también con Athair por actuar sobre la traición.

Sí, el padre de Andy robó de nuestra empresa, pero Andy era mi salvavidas.
¿No podía Athair dejar pasar esta mierda?

Después de semanas de no escuchar o ver a Andy en Evon, finalmente me


encontré con él en la capilla principal. Mi alivio se mezcló con pavor.

Lo saludé desde el otro lado de la capilla. Había un enjambre de


estudiantes entre nosotros y todos llevábamos el mismo uniforme. Andrew
me vió y desvió la mirada.

El matiz de dolor en mi pecho me alarmó. No podía permitirme sentir. Los


sentimientos inspirarían más ataques nerviosos, y los ataques nerviosos
harían que Athair me repudiara. Aunque realmente me gustaba el bebé
Hunter, no quería verlo engancharse al título de hijo mayor como heredero
de Royal Pipelines.

Sin mencionar que Athair, Madre y Hunter eran la única familia que me
quedaba, ahora que Andy probablemente me odiaba.

Caminé por el césped después de la misa dominical, con las manos


entrelazadas a la espalda y frunciendo el ceño ante la exuberante hierba.
Ni siquiera me importaba mucho tener Tourette. Era un inconveniente, sin
duda, pero después de engullir algunas revistas médicas y un par de libros
sobre el síndrome, decidí que lo superaría antes de graduarme y pasar a
la universidad.

Y cuando decidía algo, nunca fallaba, sin importar los medios que se
necesitaran para lograrlo.

La parte de atrás de mi cuello se quemó con un dolor repentino. Me detuve,


llevando mi mano para frotarlo. Se sentía caliente y pegajoso. Retiré la
palma de la mano y la miré. Estaba llena de sangre. Me di la vuelta.
Andrew caminó hacia mí con algunos de sus amigos, arrojando una piedra
en su mano.

Él sonrió.

—¿Qué jodidos, Arrowsmith?

—Lo jodido es que tu padre es un idiota celoso, y mis compañeros aquí me


dijeron que eres un bicho raro. Me enteré del accidente de la biblioteca.

Supuse que lo haría. Enderecé mi postura, recordándome a mí mismo que


no había necesidad de desperdiciar ningún sentimiento por esta tontería.
Él no era la primera persona en irse. Él tampoco iba a ser el último.

—¿Si? Bueno, e-es-escuché que tu pa-pa-papá robó dinero para pagar tu


camino a través de Evon. ¿Le falta dinero, Arrowsmith? —Golpeé mi propia
cara de la nada.

¿Qué carajo?

Los ojos de Andrew brillaron mientras avanzaba hacia mí, ganando


velocidad. Sus amigos siguieron su ejemplo.

—¡Oh, hombre, ahora estás tartamudeando!

—No estoy tartamudeando. —Dejé escapar un gruñido bajo, abofeteando


mi propia cara de nuevo.

No no no.

Esta vez no estaba en una biblioteca vacía. Tenía una audiencia y estaban
mirando, riendo, vislumbrando el espectáculo de fenómeno.

Tenía que parar.

Deja de sentir.
Deja de querer.

Deja de lastimarte ahora mismo.

—Lo bueno... —Andrew se detuvo sólo cuando estuvo a mi lado— es que


no soy un Fitzpatrick. Un Arrowsmith siempre viene al rescate de su
amigo. Y necesitas ser rescatado, ¿no es así, Kill?

Sus amigos se rieron, con las manos metidas dentro de los bolsillos,
mirándome, esperando la orden.

Miré detrás de mí y me abofeteé de nuevo. Probablemente podría correr,


pero no tenía sentido. Los tics iban a frenarme y, de todos modos, siempre
había sido más rápido en un caballo que con los pies.

Volví a mirarlos. Ahora era un momento tan bueno como cualquier otro
para marcar el cuadro de dolor en mi lista y asegurarme de que no pudiera
sentirlo.

Andrew hizo crujir los nudillos con fuerza.

Yo hice lo mismo.

Nota para mí mismo: hacer crujir los nudillos es muy relajante.

—Estoy a punto de joderte la fea cara incluso peor que tú, Fitzy.

Sonreí, sintiéndome felizmente adormecido. —Haz tu mejor intento, Oliver


Twist.
Andrew terminó filmando parte de su abuso, probablemente para
esconderlo y recordarse a sí mismo que sucedió.

Pero no era un idiota y fue cuidadoso de no mostrar nunca su cara.

Era una de las muchas cosas que nos habían enseñado. Nunca filmar
nada incriminatorio. El infame Bullingdon Club le había costado bastante
vergüenza a la Universidad de Oxford, y nadie en las excelentes
instituciones británicas quería que su reputación se manchara con un
montón de bastardos adolescentes.

El abuso no fue unilateral.

De hecho, durante nuestra primera pelea, noté que cuando Andrew me


golpeó, dejé de sentirme. Los tics se habían detenido. Entonces, busqué a
Andrew. Iba a su habitación semanalmente. Lo incité a pelear, maltratar
y meterse conmigo.

Andrew se hizo cargo. Cruzamos las líneas muchas veces.

Huesos rotos. Cicatrices permanentes. Quemaduras de cigarrillo.

Me volví más fuerte y más indiferente cada vez.

¿Y él? Lloró cuando me hizo esas cosas. Lloró como un bebé.

Pasar por las pruebas y adversidades de ser acosado (quemado,


sumergido, abofeteado en la cara cada vez que tartamudeaba o me
golpeaba, cada vez que temblaba) resultó ser muy efectivo.

A los quince, el año en que supe que Andrew Arrowsmith no iba a


completar su educación en Evon, ya no tenía síntomas.

Exteriormente, de todos modos.

Todavía hacía estallar mis nudillos.


Aún respiraba profundo y lento para bajar mi ritmo cardíaco.

Todavía resistía cualquier tipo de sentimientos, aplastándolos cada vez


que intentaban elevarse por encima de la superficie.

Cuanto más controlaba los tics, peor se habían vuelto. Afortunadamente,


siempre los soltaba cuando estaba en la privacidad de mi habitación.

Pateé, grité, me golpeé, rompí paredes, rompí muebles y devasté todo lo


que me rodeaba. Pero lo hice en mis términos y solo cuando sentí que
estaba listo. Así de exitoso logré reprimir mis emociones.

Hasta que un día, los tics cesaron por completo.

Los sentimientos estaban tan lejos de mi reino de existencia que ya no


tenía que preocuparme.

Pero las cintas seguían ahí y Andrew las tenía.

Como el de mí tirado en un charco de mi propio vómito.

O en el que me senté en el fondo de la piscina durante un minuto a la vez


hasta que estaba azul. Cada vez que calculaba mal el tiempo y salía a la
superficie demasiado rápido, me golpeaba.

Una cosa era segura: Andrew quería venganza, yo quería un control total
y ambos conseguimos lo que queríamos.

Para cuando nos separamos, su trabajo estaba hecho, y también el mío.

Pensé que estábamos a mano.

Pensé que ambos teníamos lo que merecíamos.

Pensé que era inmune a los sentimientos para siempre.

Resultó que todas y cada una de esas suposiciones estaban equivocadas.


La tercera vez que corrí al baño a vomitar, tiré la toalla y cerré mi
computadora portátil, escondiéndola debajo de mi cama, como si los
videos pudieran perseguirme. Tuve suficiente de ver a mi esposo, en ese
entonces un adolescente, ser maltratado.

Vencido.

Aplastado.

Roto.

Tartamudeando.

Llorando.

Riendo.
Perdiéndose.

Encontrándose.

Quería matar a Andrew Arrowsmith con mis propias manos.

Y sabía con una confianza que me asustaba que yo también era capaz de
hacer eso, dada la oportunidad.

El rostro de Andrew no estaba en las cintas. Pero su voz estaba ahí.


También lo fueron sus motivos para hacer lo que hizo.

A las seis y media de la mañana, me levanté y me acerqué a la ducha. Mis


ojos estaban hinchados por haber llorado toda la noche.

Había dos cosas que sabía sin la menor duda:

Uno: iba a asegurarme de que Arrowsmith estuviera arruinado, incluso si


era lo último que hacía en mi vida.

Dos: Cillian era realmente incapaz de sentir nada después de todo lo que
había pasado. Pero incluso los que no amaban merecían ser amados.
Incluso él merecía paz, pertenencia y un hogar.

De ahora en adelante, iba a dejar que me tuviera en sus términos.

Incluso si eso destrozara mi corazón sangrante.


Veintidos

—Señor, tiene una visita.

No levanté vista de la pantalla y seguí escribiendo un mensaje para mi


equipo legal sobre la vida ecológica.

—¿Tienes ojos, Serena?

—Sophia —corrige suavemente, como si el error fuera culpa suya—. Sí,


señor.

—Entonces te sugiero que los uses y mires mi agenda. Está muy abierto
por una razón. No acepto visitantes en este momento.

Ella todavía estaba parada en mi umbral, preguntándose cómo acercarse


a su nuevo jefe. A veces, estaba seguro de que la definición del infierno era
la orientación de nuevos asistentes personales. Sophia necesitaba ser
alimentada con cuchara de todo, y su única gracia salvadora era que, a
diferencia de la Sra. Brandt, ella no era una perra de clase mundial que
parecía una Barbie medio derretida.
—Es su esposa. —Ella se encoge físicamente, preparándose para una
paliza verbal.

Resistí el impulso de levantar la vista de mi computadora portátil y echar


un vistazo a la Chica de las Flores a través de la pared de vidrio.

Para decirle a Sophia que la dejara entrar.

Nada bueno saldría de esto.

Probablemente estaba aquí para darme un tercer grado sobre amenazar a


punta de pistola a su exmarido. O tal vez finalmente se dio cuenta de lo
jodido que soy y decidió ayudar a Andrew con su demanda. A declarar.

Mi esposa conocía mi secreto.

Sam me había hablado de su pequeño período en la casa de Andrew


Arrowsmith tan pronto como salió por la puerta de mi enemigo. Sabía que
Persephone había visto los videos.

Ella no tenía ningún derecho.

No tenía derecho a meterse en mi negocio. No tenía derecho a descubrir lo


que quería mantener en secreto. No tenía derecho a quitarme las capas
que me había negado a quitarme cuando lo intentó de la manera
agradable.

—Rechazala, —ordeno, mis ojos todavía en mi monitor.

—Me temo que ella no puede y no hará eso. Además, no uses ese tono con
ella. Ella es tu asistente, no tu sirvienta. —Escucho una voz dulce y
gutural desde la puerta. Esta vez, miré hacia arriba.

La Chica de las Flores estaba en la puerta. Llevaba un vestido


resplandeciente y una mirada severa. Quería quitarle ambos.
—Has despedido a la Sra. Brandt. —Cierra la puerta a Sophia y entra en
mi oficina—. ¿Por qué?

—Eso no es asunto tuyo. —Cierro el portátil.

—Inténtalo de nuevo. —Cruza los brazos sobre su pecho.

—Porque la odiabas, —escupo, disgustado conmigo mismo.

Ella sonríe.

Muero un poco por dentro.

¡Oh, cómo han caído los valientes!

Me paré, recogiendo el papeleo en mi escritorio para evitar que mis ojos


traidores vagaran en su camino. Ver a mi esposa era como mirar el sol. La
idea eufórica y cegadora de que eras inmortal y patéticamente humano te
agarraba por el cuello.

—Supongo que estás aquí porque tu ex marido te ha vuelto a dejar. ¿Soy


el premio de consolación? —Meto mi papeleo en mi maletín, con ganas de
ir a algún lugar, a cualquier lugar, que estuviera lejos de esta mujer.

La presión que indica un ataque inminente presionó contra mi esternón.

Cada vez que entraba a la habitación, tenía que recuperar el control.

—¿Sabías que él estaba en la ciudad? —Sus ojos azul pavo real me siguen
con atención.

—Tus cámaras de seguridad, —señalo, en caso de que ella planeara


acusarme de abofetearla con más investigadores privados.

Ella acecha en mi dirección.


—Lo eché la noche en que apareció. Lo habrías sabido si te hubieras
molestado en responder a cualquiera de mis llamadas o si realmente
hubieras pasado por el dolor de darme la hora del día cuando intenté
visitarte en tu casa.

Tu casa.

Por supuesto que era mi casa.

¿Por qué sería nuestra? La saqué del apartamento clínico en el que la


había puesto, la metí en una de las habitaciones de invitados y esperaba
que… ¿qué? ¿Formara algún tipo de apego al lugar?

—¿Te gustaría un premio por permanecer fiel? —Arqueo una ceja. Se


detuvo justo enfrente de mí. Su olor estaba por todas partes en la
habitación, ahogando mis sentidos, y quería agarrarla por los hombros y
sacudirla. Echarla, besarla, follarla, gritarle. Todas estas posibilidades
exhibieron tanto emoción como una total falta de control.

—Sam te lo dijo, ¿no? —Inclina la cabeza, examinándome. Se refería al


portátil de Andrew Arrowsmith. Las cintas que debió haber visto.

—Él está en mi nómina.

—También lo está el resto de la ciudad.

—Tú estás incluida, así que hazte un favor y para de husmear en mis
asuntos antes de que corte tus ingresos.

—Ambos sabemos que no estoy aquí por el dinero. Ahora, quiero hablar
sobre lo que he aprendido.

Ella entró con cuidado en la conversación.

—No, —digo rotundamente—. No tenías ningún derecho.


—¿No tenía derecho? —Ella se ríe con tristeza—. Soy tu esposa, Kill. Ya
sea que lo aceptes o no. Quería ayudarte. Por eso decidí trabajar para
Andrew en primer lugar. Para extraer información. Para echar un vistazo
a su lugar más íntimo. Sabía que había mucho en juego en esta operación
y que intentarías detenerme porque eres demasiado justo para aceptar que
necesitas mi ayuda.

—Tu trabajo no es salvarme.

—¿Por qué? —Apoya una mano en su cintura—. ¿Por qué no es mi trabajo


salvarte? He perdido la cuenta de las veces que me has salvado. Me
salvaste de Byrne y Kaminski, de un caballo, de una flor venenosa, de mi
ex marido. La lista sigue y sigue. ¿Por qué está bien que renuncies a toda
tu existencia por el mundo, antepongas las necesidades de tu padre a las
tuyas, camines a través del fuego por las personas que te importan, pero
no puedo hacerte este favor?

—¡Porque no lograste nada! —Grito en su cara, mostrando mis


dientes—. Pequeña idiota, los videos que encontraste no se mantendrán
en la corte. No son pruebas legales. Son robados, probablemente borrosos,
y no capturan su rostro. Has trabajado por nada.

La frustración de saber que me había visto en mi peor momento, y sin


ninguna buena razón, me enfureció. Agarro los brazos de mi esposa. —Tu
pequeño truco no hizo más que hacer otra mella de diez pies en nuestro
matrimonio, que, por cierto, fue el peor error de mi vida.

Las palabras salieron volando antes de que pudiera detenerlas. Había oído
hablar de personas que decían cosas que no querían decir mientras
estaban enojadas, pero nunca las había experimentado porque, bueno,
nunca estaba enojado. Esta era una primera vez humanizadora y no
deseada. Los ojos azules de mi esposa brillaron de rabia. Quería
disculparme, pero sabía que todo el piso estaba mirando a través de las
paredes de vidrio de mi oficina y que una disculpa no lograría nada.
Habíamos terminado.

Yo estaba defectuoso. Roto irreparablemente, y ella no se quedaría el


tiempo suficiente para tratar de arreglarme.

—No sabes lo que descubrí, —dice en voz baja.

—¡No me importa una mierda!

En mi periferia, pude ver a Hunter marchando de su oficina a la mía.


Apartó a la audiencia curiosa que se estaba formando fuera de mi puerta,
lanzándome una mirada de junta tu mierda.

Oficialmente tocaría fondo. Nada decía que eras un perdedor de clase


mundial más que el maldito Hunter Fitzpatrick diciéndote que te relajes.

Volví mi atención a Persephone, bajando la voz pero todavía sintiendo ese


innegable temblor. —Nada de lo que hayas encontrado en la computadora
portátil de Andrew puede ayudarme a ganar este caso. Lo único que hiciste
fue darle más munición. Ahora probablemente le esté diciendo a la gente
que envié a mi esposa a husmear su trabajo y la hice realizar dos trabajos
para tratar de desenterrar algo sobre él. No solo no me ayudaste, sino que
también te pusiste en riesgo, y yo...

Ahí es donde me detuve. ¿Y qué?

Persephone arqueó una ceja, estudiándome con ojos tan hambrientos, que
si tuviera un corazón, se rompería por ella. Ella claramente quería que me
importara.

—¿Y tú qué, maridito? —pregunta ella suavemente—. ¿Qué hubiera


pasado si Andrew me hubiera hecho algo?

Un estremecimiento violento me recorrió.

El waterboarding.
Las quemaduras.

Las palizas.

Quedarme encerrado en la cabina de confesión durante horas en una


iglesia oscura con solo mis demonios para hacerme compañía.

Volviendo a él, pidiéndole más. Para expiar los pecados de mi padre. Para
llorar nuestra amistad. Para adormecer mis sentimientos.

Y así, recordé quién era.

A quien Andrew Arrowsmith me había hecho.

Quién esperaba mi padre, toda mi familia, que fuera.

Una sonrisa sombría me cortó la cara como una herida. Me incliné, mis
labios rozaron la oreja de mi esposa, mi aliento caliente avivó su cabello
pálido.

—Y desearía que hubiera terminado el trabajo, Chica de las Flores, para


poder finalmente seguir adelante y casarme con alguien de mi propia liga.
Fuiste un error. Un error tonto y cachondo. El divorcio no pudo llegar lo
suficientemente rápido.

Sentí, en lugar de verla, dar un paso atrás. Fue entonces cuando me di


cuenta de que había cerrado los ojos como un patético idiota, inhalándola.

Con la cabeza inclinada hacia arriba y la columna rígida, sacó un montón


de papeles de su bolso y lo golpeó contra mi pecho.

—En ese caso, felicitaciones. Has trabajado muy duro para mostrarme que
Andrew te convirtió en un monstruo sin corazón. Considérate libre de este
matrimonio. Aquí está tu regalo de despedida de mi parte. Un informe del
Servicio de Protección Infantil que considera a Andrew como un padre
peligroso e inadecuado. Pensé que podría ser de tu interés, ya que perdió
la custodia de sus hijos y luego perderá su trabajo.

Ella tomó una respiración irregular que sacudió todo su pequeño cuerpo.

—Te amo, Cillian Fitzpatrick. Siempre te he amado. Desde el momento en


que nos conocimos en el baile benéfico cuando te vi al otro lado de la
habitación. Eras un dios entre los mortales. Vital pero muerto. Y cuando
me miraste, cuando miraste más allá de mí, vi todo mi futuro en tus ojos.
Sabía que eras rico, guapo y poderoso. Sin embargo, lo único que
realmente quería de ti, Kill, eras tú. Para quitarme las capas, despojarme
de ellas con mis uñas, y tenerte, y amarte, y salvarte. Pensé que podía
cambiarte. Y lo intenté. Realmente lo hice. Pero no puedo cambiar a
alguien que no quiere cambiar. Te amo, pero también me amo. Y merezco
más de lo que me has dado. Más de lo que estás dispuesto a separarte. Así
que te estoy salvando esta vez, por todas las veces que me salvaste y me
despediste.

Se puso de puntillas y presionó un beso frío e impersonal en mis labios,


sus pestañas rozaron mi nariz.

—Siempre hemos sido tan malos en respetar los límites de los demás.
Rompimos nuestro contrato una y otra vez. Si sientes una pizca de
simpatía por mí en ese frío corazón tuyo, no me contactes más. No importa
lo que pase, no importa cuánto quieras decirme algo, déjame en paz.
Necesito tiempo para digerir, para lamer mis heridas, para seguir adelante.
No te presentes en la casa de mi hermana, ni en mi lugar de trabajo, ni en
ningún lugar donde pueda estar. Déjame olvidarte. Mi corazón no puede
soportar otro golpe.

Se dio la vuelta y se alejó.

Dejándome quedarme con mi tarjeta de monopolio para salir de la cárcel,


la prueba perfecta contra Andrew Arrowsmith y el corazón en la garganta.
Latió, fuerte y rápido.

Vivo.

Enojado.

Y lleno de emociones.

En lugar de apagar los quinientos incendios que causaron estragos en mi


vida, opté por tomar el auto, conducir hasta la licorería más cercana,
abastecerme de la marca de vodka más barata y castigadora, el tipo que
seguramente me dará una resaca del infierno. y conducir hasta la
hacienda.

Me emborraché con mis caballos (yo bebía todo; ellos estaban ahí para
mirarme a través de las medias puertas de sus puestos), con el teléfono
apagado. La Chica de las Flores finalmente terminó conmigo. Misión
cumplida. Ahora, cuando tenía la caída de Andrew en mi bolsillo trasero,
cuando sabía que abandonaría la demanda gracias a ella, todo lo que
quería hacer era hundirme en llamas junto con él.

Tomé un trago de vodka, encorvado contra la pared del granero, rodeado


de mierda de caballo.

Cerré mis ojos. Un fragmento de hace unas semanas apareció detrás de


mis párpados.

De Persephone llevándome a la lavandería, no tenía idea de dónde estaba


esa habitación, exactamente antes de ese momento, subiéndose a una
lavadora que funcionaba, abriendo sus muslos para mí y gimiendo mi
nombre mientras la follaba con fuerza.

Abrí los ojos, frotándolos. Afuera estaba oscuro. Debo haberme desmayado
hace unas horas y perdí el conocimiento.

Excelente. Unos meses más de esto, y debería estar bien para volver a mi
estado anterior de entumecimiento.

Faros amarillos brillaban desde fuera de la puerta abierta del granero. Los
neumáticos crujieron heno afuera. Alguien venía.

Solté la botella de vodka vacía y la miré rodando hasta el puesto de


Hamilton. El gilipollas casi me cuesta una esposa. Cabron.

El intruso apagó el motor, abrió la puerta del conductor y salió, el crujiente


sonido de las hojas bajo sus botas me crispó los nervios.

—¿Kill? ¿Estás ahí?... —Pregunta el barítono de Hunter. ¿Desde cuándo


mi hermano se convirtió en una figura respetable y autoritaria?

—No, —gruño sabiendo que él iba a entrar de todos modos.

Hizo precisamente eso, deteniéndose en la puerta del granero con las


manos en las caderas.

—Sailor tuvo el bebé. Tengo una hija.

Esperaba sentir el alivio de que él no tuviera un hijo, un verdadero


heredero, alguien que se hiciera cargo de Royal Pipelines, pero todo lo que
sentí fue un vacío. Sabía que la gente normal estaría feliz por su hermano.
Yo no era normal

—Felicitaciones —digo monótonamente—. ¿Están sanas la madre y la


hija?
—Mucho.

—Bueno. Abrí un fondo fiduciario en honor a tu hijo. Tres mil dólares al


mes hasta la universidad.

—Gracias, pero no es por eso que estoy aquí —Da un paso adentro y cierra
la puerta detrás de él—. Sam descubrió que Andrew puso a Paxton Veitch
en el avión de regreso a Boston. Así es como llegó aquí. Arrowsmith
obviamente estaba tratando de remover mierda.

Paxton ya no era una amenaza.

Probablemente nunca fue una amenaza.

La única persona que se interpuso en mi camino para tener a Persephone


Penrose era yo, e hice un gran trabajo para mantenernos separados.

Desenrosqué otra botella de vodka. Mi vejiga me gritaba que dejara de


beber, pero mi cerebro me urgía a seguir adelante hasta que se recuperara
el maravilloso entumecimiento.

—Lo sé, —digo arrastrando las palabras—. Yo mismo lo saqué de Paxton.


Aparentemente, soy el único hijo de puta calificado para que se haga una
mierda.

—Lo dudo. —Hunter suspira.

—¿Por qué?

—Porque actualmente estás tratando de aflojar el fondo de una botella de


licor.

Mi hermano tomó el vodka de mi mano y lo puso boca abajo. Aproveché la


oportunidad para ponerme de pie. Me di la vuelta y orine. Estrictamente
hablando, orinar en mi establo de caballos, estaba destrozando mi
propiedad. Por otra parte, castigarme a mí mismo parecía una buena idea.
Me di la vuelta. Ceann Beag me entregó la botella en silencio. Lo miré.

Las seis versiones de él.

—Me ocupé del problema de Arrowsmith, —digo con suavidad—. Bueno,


mi esposa lo hizo.

—No es por eso que estoy aquí tampoco.

—¿Por qué estás aquí? —Entrecierro los ojos—. Ve a estar con tu familia.

Hunter tenía su propia familia. Una verdadera familia, formada y


moldeada por él y su esposa. La suya no estaba podrida por dentro,
construida sobre las ruinas de la posición social, el dinero antiguo y la
codicia.

—Estoy con mi familia. —Agarra la botella en mi mano, tirándola a un lado


con el ceño fruncido—. Con la familia que me necesita ahora mismo. Y me
gustaría mucho volver con la que acabo de crear, así que, ¿podrías decirme
qué diablos te está pasando?

Fui en zigzag hacia la puerta, la abrí y salí del granero. Hunter gruñó,
siguiéndome. No se me escapaba que los papeles habían cambiado. Ahora
yo era el hermano de mierda y él era el padre de familia responsable.

—Ella me salvó el culo —digo mientras mi hermano me seguía por el


camino de tierra de regreso a la cabaña principal—. Dar clases particulares
a los hijos de ese imbécil. Desenterrando tierra sobre él. Ella lo hizo por
mí. Todo este tiempo, pensé que solo se estaba vengando de mí por ser
cruel con ella.

—Dijiste groserías, —señala.

No jodas, Sherlock.

Y se sentía demasiado bien para parar, maldita sea.


Dado que el síndrome de Tourette se conocía como, ese trastorno de
maldiciones, me propuse no pronunciar nunca una palabrota. No había
mejor manera de distanciarme del estigma. Pero la blasfemia nunca fue
mi problema. Nunca había dicho palabrotas durante mis ataques.

En ese momento, sin embargo, tuve un caso agudo de que no me


importaba un carajo.

Me importa un carajo si la gente se entera.

Me importa una mierda si maldecir no era apropiado o educado.

Si no es lo suficientemente noble para el heredero de Royal Pipelines.

—Persy está enamorada de ti, —refunfuña, todavía siguiéndome.

—Ella está enamorada de la idea de mí. —Muchas mujeres lo


estuvieron—. Todo se reduce a esto, ceann beag. Ella es, y siempre será,
una mujer que compré como un saco de patatas. Vino con una etiqueta de
precio, como todas las mujeres antes que ella. Y si puedes comprarlo,
puedes reemplazarlo. Encontraré a alguien más. ¿Y Persephone? Ella
también se casará de nuevo.

Hunter se detuvo. Seguí adelante, más allá de la cabaña, hacia mi auto.


Necesitaba superar esta pequeña fiesta de autocompasión, conducir de
regreso a la oficina y comenzar a poner las cosas en movimiento.

De repente, sentí algo pesado y húmedo pegado a mi espalda. Me di la


vuelta. Mi hermano me había echado estiércol.

—¿Qué diablos ...

—¡Tú imbécil! —Se agacha y agarra otra bola de estiércol en la oscuridad.


Nunca había peleado con mi hermano menor. Y definitivamente nunca
habíamos sido físicos. No había nada fraternal en nosotros, aparte del
título.

Él lo sabía.

Yo lo sabía.

Hunter apuntó y me dio en el hombro.

—Basta, —gruño, entrecerrando los ojos hacia él.

Me ignoró y se arrodilló para agarrar más estiércol. Un chisporroteo


infantil de venganza se encendió dentro de mí. Me agaché para agarrar
tanto estiércol como pude encontrar.

—Ella nunca estuvo enamorada de tu persona, cara de culo. —Hunter


balancea su brazo hacia atrás, como un jugador de béisbol, y me da en el
pecho. Apunto mi bola de mierda a su cara, golpeando una buena parte
de su cuello y barbilla.

Ahora ambos estábamos metidos en una mierda profunda. Literalmente.

—Stalin tenía un carácter más adorable, idiota. Ella siempre estuvo


estúpidamente, y puedo agregar irrazonablemente, ¡enamorada de tu
trasero!

Me arrojó otra pelota.

Le arrojé otra.

—Ella debía mucho dinero, —le grito—. Pagué su deuda. Por eso se casó
conmigo.

—¡Lo sé! —Hunter se ríe histéricamente, abandonando el estiércol y se


abalanza sobre mí. Me empuja al suelo, torciendo las solapas de mi
chaqueta mientras me inmovilizaba—. Lo sé, porque después de la noche
en que Persy llegó a aceptar tu oferta en la tormenta de nieve, llamé a su
puerta. Sabía que tenía que hacerlo bien. No por ella, ni por ti, sino por mi
esposa. No quería que nada molestara a Sailor tan temprano en el
embarazo. Persy me habló de su deuda. Me ofrecí a pagarlo en su totalidad
y escribí un cheque frente a ella.

Parpadeé hacia él, confundido y decepcionado conmigo mismo por querer


escuchar el resto, la sangre tronaba por mi cabeza.

—¿Escribiste un cheque? —Gruño—. ¿Tu generación no es Venmo?

Bajó la cabeza hacia la mía, sus ojos ardían de rabia. —Ella rompió la
perra frente a mi cara y me dijo que se casaba con tu lamentable trasero.
¡Ella quería casarse contigo! Estipulaciones y penas incluidas. Ahora mi
pregunta es la siguiente: ¿cómo te las arreglaste para perderla? ¿Cómo
dejaste ir a la única chica que has amado?

—Yo no..

—¡Por supuesto que sí! —Golpea mi cabeza contra la tierra. Me retorcí,


agarrándolo por la camisa y girándolo, cambiando nuestras posiciones
para estar encima de él ahora.

—Tonto, cualquiera con un par de ojos hábiles podría ver que estás loco
por ella. No podrías mirar a Persephone a los ojos como una niña de seis
años desde que la conoces. No te atreviste a asistir a su maldita boda. Lo
has pasado mal por ella desde el momento en que la viste. La dejaste ir
por tus estúpidas inseguridades. Como estás tan convencido de que eres
el Hades, condenado, oscuro e irredimible, ni siquiera te has molestado en
leer el mito hasta el final.

Extendió la mano para envolver sus dedos alrededor de mi garganta,


presionando, drenando el oxígeno de mí.

—¡Persephone! —Aprieta con más fuerza.


—¡Amaba! —Me sacude por el cuello.

—¡A Hades!

—No l-l-la amo. —Dejo escapar, cayendo en picado contra su rostro con
mis puños. Tartamudeando. Perdiéndolo.

Hunter sonrió a pesar del dolor.

—Dilo más fuerte, —susurra.

—Yo no la a-a-a maldita sea! ¡La amo! —Lo golpeo de nuevo. Esta vez su
mandíbula.

—Más fuerte.

—¿Eres un idiota? —No sabía por qué hice esta pregunta. Ya sabía muy
bien que mi hermano poseía la inteligencia de un pavo. Uno lleno de
esperma, para el caso—. No amo a mi esposa.

Me devolvió el puñetazo, riendo. Rodamos por el suelo, golpeándonos,


tirando del cabello, picando los ojos, maldiciendo y gruñendo como dos
hombres de las cavernas.

Como dos hermanos.

Seguí diciendo que no la amaba, y Hunter siguió riendo como si eso fuera
lo más divertido que había escuchado en su vida.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero cuando terminamos, ambos


parecíamos y olíamos a mierda de caballo.

Jadeando y sudando, estábamos cubiertos de barro y estiércol de pies a


cabeza.

Hunter fue el primero en ponerse de pie y regresar a su auto.


—Discúlpate, —le exijo a su espalda que se retiraba. Me despidió.

—Los hermanos no se disculpan. Simplemente comienzan a comportarse


bien el uno con el otro. Ahora, no vas a conducir a ningún lado después
de tomarte una botella de vodka. Pon tu trasero en mi auto. Te arrojaré a
la ducha y te llevaré a ver a tu sobrina.

Abrí la boca para decir algo. A pesar de que no podía verme, levantó la
palma de la mano a modo de advertencia.

—Guárdalo, hermano. No me importa. Y si te preocupa ver a tu esposa en


el hospital, no lo hagas. Para cuando lleguemos, estará en el trabajo. Ni
siquiera preguntaste cómo se llamaba mi hija. —Abre la puerta del
conductor de su Audi.

—¿Cuál es?

Por favor, no dejes que sea Grinder o Nature Valley.

La sonrisa que apareció en su rostro amenazó con partirse en dos.

—Rooney.
Veintitrés

Manejé hasta la casa de Andrew Arrowsmith tan pronto como le di un beso


de bienvenida a mi nueva sobrina, Rooney.

Ella era una bola rosa con una cabeza llena de cabello rojo como su madre
y ojos azules como su padre. Los pulmones, probablemente los obtuvo de
Michael Phelps. La niña podría volar del techo con sus gritos.

Rooney era uno de los bebés más lindos que había visto y una adición
bienvenida a la familia.

Aprecié cómo Sailor se abstuvo de señalar que yo era una completa y


absoluta basura humana por lo que le hice a su mejor amiga. Ella aceptó
mis felicitaciones con una sonrisa tibia a pesar de que era obvio que yo era
el responsable del hecho de que su esposo había regresado a su habitación
del hospital golpeado hasta la médula y luciendo dos ojos morados.
Unas horas más tarde, pillé a Andrew tambaleándose desde la puerta de
su casa hasta un camión de U-Haul25 con una caja de cartón debajo del
brazo. Los pantalones de chándal sucios y el cabello despeinado estaban
muy lejos de su atuendo habitual de niño bonito.

Estacionando detrás del U-Haul y bloqueando su camino, me deslicé fuera


de mi Aston Martin, mis lentes de sol y mi traje nuevo escondían mi
condición menos que prístina.

—¿Te mudas tan rápido, Arrowsmith? Ni siquiera hemos tenido la


oportunidad de almorzar.

Dejó la caja de cartón a sus pies, gruñendo.

—Entregaré mi renuncia mañana. Me tomé un tiempo libre para


mudarme, como puedes ver. —Hace un gesto hacia el camión, dando a
entender que estaba retrasando su progreso.

—Me temo que no funciona para mí, —le digo, escaneando el camión medio
lleno—. Presentarás tu renuncia al final de la jornada laboral y dejarás la
demanda a las tres en punto. Si no, te demandaré por cada centavo que
gasté en honorarios legales desde que comenzó esta mierda.

Su mandíbula cae.

Sí, dije una grosería.

No, ya no tenía miedo de que saliera la verdad.

Ya había perdido lo más valioso que tenía, mi esposa, y la opinión que los
demás tenían de mí no importaba. Mucho menos la suya.

25
Camiones de mudanza.
—¿Por qué? —Pregunta, echando la cabeza hacia atrás para
mirarme—. ¿Por qué haría las cosas a tu manera? Todo lo que tu
desagradable esposa tiene conmigo es un mal informe de un trabajador
social.

La velocidad con la que lo inmovilicé contra el camión por el cuello lo hizo


jadear.

—Tu boca no es digna de referirse a mi esposa, y mucho menos llamarla


desagradable.

Ahogándose, curvó sus dedos alrededor de mi muñeca, que era el ancho


de su cuello. Hacerme enojar no fue su mejor idea este año.
Desafortunadamente para él, se dio cuenta de que era demasiado tarde.

Andrew se puso rosado, luego violeta antes de que le alivie la presión en la


tráquea.

—En cuanto a tu pregunta, es más que un informe, y ambos lo sabemos.


Estás abusando de un niño con un trastorno. Tu propio hijo. Y no
olvidemos el cargo de agresión por lo que le hiciste a tu esposa. Eso no es
muy caritativo, ¿verdad, Andy?

Leí el informe contra Arrowsmith toda la noche, una y otra vez, resistiendo
la tentación de descolgar el teléfono y suplicarle perdón a Persephone. Hizo
un buen trabajo entregándome a mi enemigo en bandeja de plata.

Andrew se hundió y respiró hondo.

—Yo no... yo no... —Sacude la cabeza, dándome la espalda, pegando su


frente al camión y cerrando los ojos—. Me encanta Tinder. Simplemente
no sabía por qué a mi. ¿Por qué le pasó a mi hijo? ¿Cómo fue justo que
tuviera que criar a un niño tan jodido como el hombre al que más odiaba?

Yo.
—Mi único pecado fue ser el hijo del hombre que lastimó a tu familia.

Se volvió hacia mí.

—Bueno, odiarlo era inútil, ¿no? Tenía una buena razón para hacer lo que
le hizo a mi papá. Además, no era como si tuviera acceso a él.
Representaste a los Fitzpatricks. Eras la persona que había visto día tras
día. Me sentí traicionado y juzgado. Nuestros caminos, que siempre habían
sido paralelos, ahora se bifurcaban en diferentes direcciones. Me sentí
privado. Privado de oportunidades y perspectivas y un futuro que me
merecía.

Respiró hondo e inclinó la cabeza hacia el cielo.

—Solía dar vueltas en la cama con la esperanza de que los Fitzpatricks me


adoptaran —Hubo una pausa—. Mi deseo, mi fantasía, era ser tú. Y
cuando descubrí que eras menos que dorado, menos que mo òrga, lo usé
a mi favor.

Aparté la mirada, haciendo crujir mis nudillos. Estaba experimentando


una serie de emociones negativas hacia Arrowsmith, desde el
resentimiento hasta la lástima.

Estaba sintiendo de nuevo, quisiera o no.

—Tú y yo estábamos en el negocio del dolor. Pero con Tinder... —Andrew


se frota la cara—. Nunca me di cuenta de que lo estaba lastimando. Pensé
que lo estaba ayudando. Tu esposa dijo que hará que esto desaparezca si
asisto a terapia tres veces por semana y vivo en una casa diferente. Le di
a Joelle la custodia total ayer por la mañana. Ahora solo puedo ver a mis
propios hijos mientras estoy supervisado.

Mi esposa era jodidamente fantástica. Era difícil de creer que la había


confundido con una chica nerviosa e inocente que no podía defenderse.
Persephone era a la vez la diosa de la primavera y la reina del inframundo.

—Tienes hasta el final del día, —repito, dando un paso atrás. La necesidad
de irme hizo que me picaran las plantas de los pies. Tenía mejores lugares
para estar. Mejores cosas que hacer. Todos ellos conectados a lo que
importaba. Para la persona que importaba—. Abandona la demanda y
renuncia, luego escribe un extenso comunicado de prensa besándome el
trasero y admitiendo tus malas acciones.

Me di la vuelta para irme, sabiendo que el juego estaba en mis manos.

—Cillian, —grita Andrew. Me detuve sin darme la vuelta.

—¿Cómo lo hiciste? —pregunta—. Enseñarte a sentir de nuevo.

Tuve el presentimiento de que sabía por qué me hacía esta pregunta.

Que, de hecho, no fui la única persona que aprendió a dejar de sentir en


el proceso que habíamos vivido juntos ese año en Inglaterra.

Andrew también estaba lleno de cicatrices y golpes.

Negué con la cabeza mientras volvía a entrar en mi auto.

—No lo hice, —murmuré—. Ella me enseñó.

Conduciendo de regreso a mi casa, me di cuenta de que me había tomado


dos días libres del trabajo, más de los que había hecho desde que terminé
la universidad. Subí a mi estudio y recuperé el contrato. Aquel en el que
entregué mi alma a Persephone.
Se lo iba a dejar en el correo. El correo de Emmabelle. Persephone se había
mudado ayer a la casa de su hermana, después de visitar mi oficina.

Intenté implementar reglas, términos y condiciones para que mi esposa


tuviera mi alma. Nunca teniendo en cuenta el hecho de que la maldita
palabra A no pedía permiso para sentirse.

No importaba lo que quisiera darle a Persephone.

Porque mi amor por ella era un hecho.

Y era hora de que lo supiera.


Veinticuatro

—Esto llegó por correo para ti. —Belle arroja un sobre grueso sobre la
mesa de la cocina mientras se dirigía a la ducha, estirando los brazos.

Eran las siete de la mañana. Estaba recién duchada, vestida y lista para
trabajar. No había podido dormir anoche, ni la noche anterior.

Desde que dejé a Cillian, apenas podía funcionar, pero sabía que tenía que
dejarlo ir.

Por él.

Por mi.
—No lo olvides, prometimos visitar a Sailor a las cinco. Avísame si quieres
que te recoja del trabajo. —Belle se dirige al baño después de una larga
noche de trabajo.

No hace falta decirlo, dejé el Tesla en el apartamento que Kill me había


dado.

Agarrando el sobre, fruncí el ceño.

Lo moví de un lado a otro antes de abrirlo.

Mi contrato de compra de almas estaba allí, debidamente firmado,


notariado y apostillado.

Mi corazón martilleaba contra mi caja torácica. Desdoblé el contrato con


dedos temblorosos. Cuando se me escapó una nota, reconocí los trazos
largos y atrevidos de mi marido.

Mi alma es tuya.

No hay términos adjuntos.

Avísame si tienes alguna condición para conservarla.

Las atenderé todas.

Cillian

Las lágrimas brotaron de mis ojos.

Kill no creía en las almas. Me estaba dando algo que no tenía ningún valor
para él.
Por mucho que quisiera creerlo, sabía que no debería. Cada vez que elegía
el optimismo sobre el realismo en nuestra relación, me quemaba.

Oferta y demanda.

No es que no creyera que él tenía alma. No cuestioné la existencia de lo


que me había ofrecido. Pero mientras rompía el contrato en pedazos,
tirándolo a la basura, comencé a seguir las huellas de la mente de Cillian.

Sabía que Sailor había dado a luz a Rooney.

Supuse que la espada estaba cerca de su cuello, que era solo cuestión de
tiempo hasta que Hunter tuviera herederos varones.

Me quería de vuelta en su casa.

De vuelta, punto.

Para usar.

Para quitarse las piedras.

Para impregnar y desechar.

No estaba cayendo en su telaraña. Él me salvó. Yo lo salvé. En lo que a mí


respecta, habíamos saldado las cuentas.

Era hora de que ambos siguiéramos adelante.

Me di la vuelta, agarré mi bolso y salí corriendo por la puerta hacia la


bicicleta que había estacionado afuera del edificio.

Ya nada de él era mío.


Al día siguiente, recibí un mensaje de texto de mi esposo a primera hora
de la mañana.

Tuve que frotarme los ojos dos veces para asegurarme de que no estaba
alucinando. Nunca me envió un mensaje de texto. Al menos, nunca inició
los textos. Procedí con precaución, preguntándome qué me había enviado.

Era una imagen de una nube flotando en un cielo despejado.

Cillian: Tu tía me hizo una visita. Ella me dijo que era un cabrón. Yo
no estaba en desacuerdo.

Cillian: Cena conmigo.

Solté una carcajada.

Él era malo, pero lo estaba intentando, y el hecho de que lo hiciera hizo


que mi corazón se descongelara, sin importar lo mucho que supiera que
tenía que dejarlo.

Belle se estiró a mi lado en la cama, dejando escapar un suave ronquido.


—¿Es Kill?

—Si. —Aprieto el teléfono contra mi pecho, sintiéndome protectora con él


incluso después de todo lo que sucedió.

—No respondas. —Ella sacude su cabeza—. Necesita sudar un poco.


Asegúrate de ser firme.

Borré el mensaje antes de que ganaran las ganas de responder y seguí con
mi día.
Habían pasado seis semanas.

Seis semanas, trece fotos de Cillian de la tía Tilda en el cielo y una solicitud
para reunirse.

Ahora, con la demanda fuera de escena, Kill tuvo tiempo de poner en


marcha su plan heredero.

Nunca respondí a ninguno de sus mensajes.

No se trataba de castigar a mi marido; se trataba de asegurarme de que


tuviera mi propia espalda. Me negué a ser una propiedad, incluso si,
inicialmente, me habían comprado.

Seis semanas después de que Rooney Fitzpatrick viniera a este mundo,


llené mis papeles de divorcio.

Me senté en la oficina del abogado de lo familiar que olía y sangraba a los


ochenta, sintiendo sus ojos sobre mí todo el tiempo mientras firmaba todos
los papeles.

—¿Segura que quieres hacer esto? —pregunta por milésima vez, dejando
escapar una tos de fumador. Me recordó a la agente de Joey de Friends,
Estelle—. Quiero decir, no escucharás ninguna queja de mi parte. Estoy
recibiendo mis honorarios, pero los Fitzpatrick no son una mala familia
para casarse, hija.

—Estoy segura. —Firmo la última página, empujándola sobre el escritorio


en su dirección—. ¿Puedes enviárselo, por favor?

Ella sacudió cabeza.


—Lo siento. Tú cónyuge debe ser notificado en persona. Y tiene que ser
por un alguacil, quien luego le dará una prueba a través de la devolución
del servicio.

Un sheriff.

La lista de personas que conocía que pagarían un buen dinero para ver a
Cillian recibir los papeles del divorcio por parte de la policía era más larga
que Guerra y paz.

Pero no quería causarle más problemas o humillaciones a Kill.

—¿Es realmente necesario?

Esta misma mañana, Cillian me dejó otro mensaje con una nube.

Cillian: Hablé con tu tía (si le dices a alguien que conversé con una
nube, lo negaré).

Ella dijo que debería llevarte de luna de miel. Compré boletos.

Parecía imperturbable. Al mismo tiempo, aprecié que me diera mi espacio.


Ni una sola vez apareció en mi puerta o entró en mi vida como solía
hacerlo.

—Sí —dice la abogada, moviendo la cabeza como un perro de


tablero—. Tal vez deberías hablar con él si no estás segura. Si vas a
divorciarte de un hombre, al menos dale la cortesía de esperarlo.

Me paré, recogiendo los papeles. —Le informaré al respecto.

Tenía que hacerlo.

No me iba a quedar en un matrimonio sin amor. Incluso si fuera por el


amor de mi vida.
—¿Puedo encender las noticias locales? —La Sra. Gwen bajó el control
remoto de una de las mesas redondas en la sala de profesores, apuntó a
la televisión y cambió el canal de deportes. Un par de profesores
masculinos gruñeron en protesta.

Toqué mi pasta calentada en el microondas, sentada en el fondo de la


habitación, tratando de no pensar en cómo Belle había prometido
entregarle los papeles de divorcio a Cillian tan pronto como se despertará
hoy, que debería ser alrededor de las dos de la tarde.

No podía seguir adelante con el asunto del sheriff. No podía imaginarme


haciéndolo pasar por esto. La humillación. La vergüenza. La publicidad de
todo esto.

Aún así, el limbo tenía que detenerse. Tenía que seguir adelante.

—¿Qué estamos viendo? —La Sra. Hazel se deja caer junto a la Sra. Gwen
y yo, echándose una papa de sal y vinagre en la boca—. Espera, ¿es una
conferencia de prensa?

—Noticias de última hora. —La Sra. Michelle parecía sorprendida.


Mantuve la cabeza gacha mientras subía el volumen. Escuché el murmullo
de la gente de la prensa antes de una conferencia, y luego las intensas
voces silenciosas y los ruidosos clics de las cámaras cuando la persona
que estaba hablando subió al escenario. Me negué a apartar la vista del
plato que ni siquiera estaba comiendo. Tuve esta cosa de nuevo en la que
sabía que si hacía un movimiento, incluso si subía mi mirada una pulgada,
las lágrimas comenzarían a caer.
—Oye, Pers, ¿qué está haciendo tu chico atractivo en las noticias? —Chilla
la Sra. Michelle.

—Romper el corazón de sus pobres colegas, eso es lo que está


haciendo —Srta. Gwen se ríe entre dientes—. Énfasis en la palabra pobre.
¿Qué haces todavía aquí, Persy? ¿No recibiste el memo que estás forrada?

—Bueno, hola, cariño —silbó la Sra. Regina a la pantalla del televisor de


una manera que sabía que Cillian odiaría—. Puedes arruinar mis recursos
naturales cualquier día de la semana.

—Damas y caballeros, muchas gracias por venir aquí hoy. Como


mencioné, esta declaración será breve y, como mi temperamento, corto.

Mis ojos se apartaron de mi comida congelada. Mi garganta se atascó.

Cillian estaba de pie allí. Mi esposo, al menos por ahora, con uno de sus
gloriosos trajes grises oscuros, elegante cabello oscuro como la seda y la
expresión encapuchada de un depredador al acecho. Ver su rostro de
nuevo me recordó por qué había insistido en que nunca me buscaría. Me
desarmó por completo.

Su voz. Su presencia. Sus ojos ambarinos ahumados.

Las cámaras hicieron clic con entusiasmo. Era extraño ver al hombre con
el que había pasado incontables noches en una pantalla de televisión,
entregando un mensaje a la ciudad de Boston.

¿Estaba anunciando nuestro divorcio? ¿Belle ya lo cumplió?

—A pesar de demostrar ser un gran recurso financiero y revelar un gran


potencial para conseguir más petróleo, Royal Pipelines ha decidido detener
las perforaciones de exploración en el Ártico de forma inmediata e
indefinida. Todas las plataformas programadas se cerrarán, los planes
futuros se archivarán y las pruebas actuales dejarán de funcionar a partir
de —levanta el brazo, comprobando su reloj de diseño con el ceño
fruncido— exactamente dentro de quince minutos.

Murmullos y jadeos estallaron en la sala de prensa de Royal Pipelines.

Periodistas y reporteros gritaron preguntas sobre Green Living, Andrew


Arrowsmith y el posible choque con Greenpeace, de quienes se rumoreaba
que retomarían la demanda donde la dejó Arrowsmith.

Mi corazón latía tan rápido que pensé que me iba a desmayar.

Kill levantó la mano con indiferencia, deteniendo el flujo de preguntas.

—Como dije, la declaración será breve y no aceptaré ninguna pregunta.


Además de detener todas las acciones de la plataforma petrolera, a partir
de esta tarde, también soy el orgulloso propietario de las áreas árticas
circundantes que han demostrado potencial y prometen descubrir
petróleo, lo que significa que Royal Pipelines actualmente tiene todas las
reservas y opciones para que cualquiera pueda perforar. En el Ártico.
Nunca.

—Exploraré opciones más limpias en mi apuesta por hacer crecer el capital


de Royal Pipelines y todavía estoy comprometido a emplear a decenas de
miles de estadounidenses. De hecho, me gustaría informar a nuestros
inversores que ya tengo en mis manos algo mucho más lucrativo que el
Ártico y no tan destructivo.

La sonrisa ganadora y malvada que le disparó a la cámara era la de alguien


que estaba teniendo un momento de jaque mate, no alguien que acababa
de abandonar su operación insignia. Pero ese era Cillian. Siempre tres
pasos por delante del juego.

—El motivo de mi decisión ejecutiva no tiene nada que ver con Green
Living. Como sabe, Green Living había decidido abandonar el caso contra
Royal Pipelines. Hasta el día de hoy, nadie había logrado recogerlo y
llevarlo a cabo. El motivo de mi decisión es totalmente personal. Como
algunos de ustedes saben, me casé hace menos de un año. Una de las
cosas que mi esposa me enseñó fue a escuchar. Este soy yo escuchando
lo que ella tenía que decir. Ella ha sido abierta en contra de la perforación
en el Ártico durante nuestro breve matrimonio. —Hace una pausa,
torciendo la boca con gravedad—. Ella conduce un Tesla, ya ven.

Los periodistas y fotógrafos estallaron en carcajadas. Algunos colegas me


lanzaron miradas curiosas. Mis compañeros siempre me preguntaron qué
estaba haciendo aquí.

Como si despertarse para trabajar fuera una especie de castigo. Como si


no extrañarían a nuestros estudiantes si dejaran el trabajo. Casi siempre
lo ignoré, pero la verdad era que me gustaba quedarme con mi trabajo
porque no sabía si Cillian iba a reternerme.

Traté de contener las lágrimas, apartando la mirada de la televisión.

Le dije que no se pusiera en contacto conmigo y siguió buscando formas


nuevas y creativas de comunicarse conmigo.

Me tomó meses darle la espalda a nosotros, pero nunca tomé en


consideración que podría haber un cambio de juego.

Que Cillian se despierte y luche por nosotros.


—¿Alguien interesado en escuchar algo sobre esa época en que Kill perforó
el Ártico pero se detuvo porque alguien descongeló su corazón helado?

Hunter resopla cuando bajo del escenario, caminando detrás de mí. Devon
lo siguió.

—No —Devon y yo ladramos al unísono.

Hunter asiente. —Bien. Buena charla.

Nos deslizamos por la puerta trasera, tomando el ascensor de regreso al


piso de administración. Seguí mirando mi reloj, preguntándome cuándo
sería el momento apropiado para intentar llamar a mi esposa. Finalmente
lo conseguí. Que mal apestaba ser ignorado. Había ignorado a Persephone
durante meses cuando la tenía en mi cama, dulce y dispuesta.

Sus textos, sus palabras, sus extravagantes observaciones. Todos eran


míos para tomarlos.

Ahora tenía que perseguir, y tenía que admitir que no estaban bromeando
cuando llamaron perra al Karma.

El ascensor sonó. Caminé hacia mi oficina, saludando a Hunter para que


se alejara lo más humanamente posible de mí. Yo era un hijo de puta hosco
en estos días. Maldije.
Grité a los empleados. Hice muchas cosas mortales de las que la gente no
estaba acostumbrada. El otro día dije joder mientras jugaba golf con mi
padre. Casi tuvo un derrame cerebral.

Hablando de Athair, vi al viejo idiota paseando por la sala de juntas por el


rabillo del ojo y di un giro rápido y brusco hacia él. Un televisor de techo
que reproducía mi conferencia de prensa bailaba en la pared detrás de él.
Al mirar más de cerca, vi que mamá también estaba allí, sentada en uno
de los asientos junto al escritorio en forma de riñón, arreglando su
maquillaje.

Abrí la puerta, la cerré y esperé la tormenta. No tuve que esperar mucho.

—Tú, pedacito de ...

—No terminaría esa oración si fuera tú. —Levanto la palma de mi mano


abierta, con una sonrisa fácil en mi rostro.

—Estás hablando con el director ejecutivo de Royal Pipelines. Si me falta


el respeto, se verá escoltado fuera de mi edificio.

—¿Tu edificio? —balbucea —. Esa es buena. No. Nunca lo harías, —escupe


mi padre. No tuve que agraciar eso con una respuesta. Él ya sabía que yo
era capaz de casi cualquier cosa.

Cayó en uno de los asientos, agarrando su cabeza entre sus manos,


sacudiéndola.

—No entiendo.

—No tengo ninguna obligación de que tenga sentido para usted —le
informo.

—Green Living retiró la demanda. Esta podría haber sido la operación de


plataforma petrolera más lucrativa del mundo. Quiero decir, fuiste tú
quien presionó por ello. Eras el jefe de investigación. Pasaste tres malditos
meses viviendo en un iceberg, gestionando este proyecto de cerca. Este era
tu bebé, Cillian.

—Sí, —digo—. Y ahora estoy interesado en otro bebé. Uno humano. Por
eso me gustaría que mi esposa estuviera lo más contenta posible.

—¿De esto se trata? —Madre se puso de pie y finalmente calificó su


consumo de oxígeno en la habitación—. Cariño, te agradecemos que te
hayas casado con esta... esta dulce y común chica, pero hay otras por ahí.
Igual de bonitas y no interferirán con tú negocio. Yo nunca interferí con
los negocios de tu padre.

—No —estuve de acuerdo—. También tuviste una mierda que decir sobre
cualquier cosa, desde nuestra crianza hasta nuestra educación. A riesgo
de sonar irrespetuoso, lo cual, por cierto, estoy feliz de aceptar, no quiero
tu tipo de matrimonio. Parece horrible, por dentro y por fuera. No quiero
lo manejable. No quiero que mi esposa sea el fantasma de una madre. Una
mujer que a todo dice sí. Un accesorio. ¿Y si me gusta mi esposa común?
si lo hace, madre.

Mucho más cómo ella.

Persephone se sacrificó más por mí en nuestro breve matrimonio que mi


madre desde que nací.

—¡Esto supera todo el propósito de que te cases! —retumba mi padre,


poniéndose de pie.

—Perder esta oportunidad de 1.400 millones de dólares por un... por


un...

—Dilo. —Sonrío—. Por un coño, ¿verdad? Ningún otro órgano del cuerpo
de una mujer cuenta para ti. Y mucho menos un corazón.
Tampoco lo fue para mí. No hasta hace poco.

—¡Si! —grita mi padre, alzando los brazos al aire, la cara roja, una gota de
saliva manchando su labio inferior—. Si hubiera sabido que ese es el caso,
nunca te habría presionado para que te casaras.

—Me alegro de que lo hayas hecho. —Abro la puerta de cristal—. Este


matrimonio me ha enseñado una lección importante. Una lección que
Evon, Yale y Harvard combinados no pudieron. Ahora, permítanme aplicar
algunas de las conclusiones a las que he llegado en los últimos meses y
echarlos de mi oficina; sí, mi oficina, si dedico las sesenta horas semanales
de trabajo, soy yo quien toma las decisiones, con este consejo: nunca,
nunca me digas qué hacer con mi trabajo, mi vida y mi matrimonio.

Saqué la barbilla por la puerta. Mis dos padres me miraron con los ojos
muy abiertos.

—Váyanse. Saben cómo usar sus piernas, ¿no?

Se alejaron de mí suficientes veces en sus vidas, tuve la tentación de


agregar.

Los ojos de Madre brillaron mientras trataba de recomponerse mientras


Athair mantenía una expresión solemne y digna. Se había trazado la línea.
Comenzaron a salir de la oficina. Mi madre se detuvo junto a la puerta y
tomó mis mejillas, mirándome.

—Lo siento —susurra, su voz tan suave que solo yo podía


escucharla—. Perdón por todo. Tienes razón. Te mereces algo mejor de lo
que hicimos con nuestras vidas, Cillian.

Beso su mejilla. —Todos perdonados.

—¿De verdad?
Le doy un breve asentimiento. —Ahora vete.

Después, fue el turno de mi padre de pasar por la puerta. Sus ojos se


arrugaron con una mezcla de molestia y deleite.

—Mo òrga —Inclinó la cabeza—. Sigues sorprendiéndome con tu fuerza.


Tu hermano siempre ha sido un comodín, pero fácil de descifrar. Por eso
le solté a la chica Brennan. Tu hermana... bueno, ella es una santa de la
que no tengo que preocuparme, pero tú. —Inhaló y cerró los ojos.

—Eras mi hijo dañado, lo que te hacía mucho más peligroso porque ambos
sabíamos que podías sobrevivir a cualquier cosa. Crees que no lo
sé —susurra en mi oído, acercándose, demasiado cerca, lo más cerca que
había estado de mí físicamente—, pero lo sé. Sé de tus demonios, Cillian.
Los mismos viven en el sótano de mi corazón. La única diferencia es que
pareces haber matado al tuyo. Bien por ti, hijo.

Desorientado y con la necesidad de un trago fuerte, me dirigí a mi oficina.

—Señor Fitzpatrick! —Sophia salió de su puesto, corriendo en mi dirección


tan pronto como salí de la sala de juntas—. Tiene una visita.

—¿Quien?

—Srta. Penrose.

—Llámala así una vez más y estarás permanentemente en la lista negra


de trabajar en cualquier empresa respetable de Boston.

Obligándome a mantener el ritmo, me dirigí a mi oficina y encontré a


Emmabelle Penrose sentada en mi silla ejecutiva, con sus largas piernas
sobre mi escritorio cromado. Llevaba un par de Louboutins que estaba
bastante seguro de que pertenecían a mi esposa, una falda tubo y una
blusa que no dejaba mucho a la imaginación.
Y el día sigue mejorando cada vez más.

—No importa. Hermana equivocada. —Le digo a Sophia que se vaya,


empujo la puerta de cristal y la cierro detrás de mí. Apoyo un hombro
contra la pared de cristal y meto las manos en los bolsillos delanteros.

—¡Cillian! ¿Cómo te trata la vida? —Emmabelle ronronea, levantando la


vista de su teléfono.

—Como si me follé a su hija menor de edad, y ahora busca venganza —le


respondo suavemente, empujándome de la pared y tomando asiento frente
a ella. Yo estaba, y siempre lo estaré, imperturbable por todo su acto de
Dita Von Teese con esteroides.

Su grito de atención cayó en oídos sordos en mi caso.

—Pies fuera de la mesa —le digo—. A menos que quieras que se rompan.

—Oh, querido, alguien está de humor. —Saca las piernas de mi escritorio


y deja su feo bolso Prada de segunda mano encima de mi computadora
portátil. Resistí el impulso de arrojarla por la ventana. Dudaba que me
ganara puntos con mi esposa—. Me temo que las cosas están a punto de
ir de mal en peor.

—Sinceramente dudo que haya espacio para el deterioro —me abalancé


hacia atrás.

—Entonces estoy aquí para demostrarte que el cielo es el límite,


bebé. —Saca algo de su bolso, una pila de papeles, y lo desliza por mi
escritorio con su puntiaguda uña escarlata—. Has sido notificado.

No toqué los papeles. Miré hacia abajo y vi la letra de mi esposa.


Curvilínea. Romántica.

Pequeña. Como ella.


Por un segundo, la tentación de no sentir fue abrumadora. Para reírse de
ello.

Para echar a Emmabelle.

Para demostrarle que no me importaba.

Entonces recordé que era exactamente por eso que tenía que luchar para
recuperar a mi esposa.

—La respuesta es no, —digo suavemente, haciendo crujir mis nudillos


debajo de la mesa—. Le dije a Persephone que el divorcio no era una
opción. Es de mal gusto, trae mala prensa y, además, aún no ha cumplido
con su parte del trato.

—Te das cuenta de que no eres Dios, ¿verdad? —Emmabelle ladeó la


cabeza—. No puedes simplemente chasquear los dedos y hacer que la
gente se alinee.

La miró fijamente. —Pruébalo.

—Ella ya no te quiere.

—Puedo hacer que cambie de opinión.

—¿Qué te hace pensar eso? —Belle sonríe, sus ojos brillaban.

—Ella me quería incluso antes de que lo intentara. Ahora que tengo la


intención de hacer un esfuerzo, ella no podrá resistirse. De cualquier
manera, ambos sabemos que te vas de aquí con la petición de divorcio si
tengo que jodidamente dártelo como comida. Esto no tiene fundamento
legal. No eres el sheriff, y yo no soy un tipo al que puedas empujar. Si llega
a la corte, le pediré al juez una terapia de pareja, y la recibiré, ya que
hemos estado casados por un período corto y no se ha producido ningún
adulterio o abuso.
—Es lo que pensaba. —Emmabelle se ríe entre dientes, saca los papeles
de mi escritorio y los guarda en su bolso—. Mira, no soy tu mayor fan por
numerosas razones. En la parte superior de ellos está el hecho de que
planeaste encerrar a mi hermana pequeña en una Súper Mansión
suburbana y que ella te produciría herederos mientras te quedabas aquí y
vivías la gran vida. Pero he llegado a aceptar que, a pesar de tus defectos
sociopáticos, realmente has llegado a amarla. ¿Estoy en lo cierto?

Había muchas cosas ofensivas en la punta de mi lengua, pero Emmabelle


tenía la ventaja hoy. Tuve que dejarla tener su día bajo el sol, incluso si
quería quemarla.

—Sí —estuve de acuerdo con mal humor—. Amo mucho a tu hermana.

Tanto que jodidamente duele.

—Bueno, tal vez sea el momento de decirle cómo te sientes. —Belle se pone
de pie, recoge su bolso y lo tira por encima del hombro—. Te has estado
disculpando por algo equivocado todo el tiempo. Persephone no te dejó
porque seas un idiota. Diablos, estoy segura de que es la mitad de tu
encanto. Ella te dejó porque cree que eres incapaz de sentir. Demuestra
que está equivocada.

—¿Cómo diablos puedo hacer eso, ya que se supone que no debo verla?

—¿Dice quién? —Ella parpadea sorprendida.

—Dice ella —gruño—. Ella me dijo que no fuera tras ella.

—¿Desde cuándo escuchas lo que dice mi hermana? Una de las cosas que
le encanta de ti es que haces lo que quieras. Siempre.

Por supuesto, la única vez que decidí obedecer, fue a la maldita instrucción
equivocada.
Mi cuñada me tocó el hombro al salir de mi oficina.

—Ve por ella. Ella está esperando y me estoy cansando de llevar mis
aventuras a sus apartamentos porque ella está en mi cama.

Era hora de romper una promesa más.


Veinticinco

—¡Hay una nube en nuestro patio trasero! —Dahlia, una de mis alumnas,
jadea, señalando con su dedo regordete por la ventana detrás de mí.

—¡Whoa! —Los ojos de alquitrán de Reid se agrandaron y sus pupilas se


dilataron como dos salpicaduras de tinta—. Esa es una nube enorme y
gigantesca.

—Ahora, chicos —digo desde el borde del libro que estaba leyendo.

Se sentaron a mi alrededor en la colorida alfombra del alfabeto. La niebla


del exterior los distrajo. —Ahora. Todos se sientan y prestan atención a la
historia. Necesitamos terminar de leer sobre Paddington que asistió al
Busy Bee Adventure Trail antes de que podamos jugar afuera.
—¡Coleccionar palabras B26 es a-b-u-r-i-d-o! —Noah deletrea mal la
palabra, arrojando sus extremidades por la alfombra con
frustración—. Mami dice que los maestros no son muy inteligentes o no
serían maestros. ¡Quiero jugar con la nube gigante!

Bueno, Noah, mami es una B de bruj ...

—¡Por favor! —Dahlia grita.

—¡Oh, señorita Persy! —Reid se quejó.

Los niños me rodearon, arrastrándose sobre mi regazo mientras juntaban


sus palmas suplicantes. —Por favor, por favor, ¿podemos jugar con la
nube? El buen hombre quiere desesperadamente que lo acompañemos.
Míralo jugando solo.

¿El buen hombre?

¿Jugar con él?

Pensando que ahora era un buen momento para llamar a la policía y hacer
uso de mi spray de pimienta, levante mi cabeza, mi mandíbula se aflojó.

Mi esposo, quien según Belle rechazó los papeles de divorcio ayer y la echó
de su oficina, estaba de pie en el patio trasero de Pequeños Genios, con
las mangas enrolladas, el cabello alborotado, una rodilla en el suelo
mientras creaba una nube enorme, blanca y solitaria que flotaba sobre su
cabeza. Era del tamaño de un globo aerostático. Grande, esponjosa y
blanca. Mis ojos se lanzaron al suelo.

¿Cómo lo hizo?

Vi una bandeja de metal, un agitador, un fósforo y un tarro esparcidos


debajo de él.

26
Aburrido = bouring en Inglés. Juego de palabras que comienzan con la lectra B .
Nos miramos el uno al otro sin decir palabra a través de la pared de vidrio.

El libro se deslizó de mis dedos. Sentí la manada de niños mientras


pasaban corriendo a mi lado, corriendo hacia la ventana, presionando sus
dedos y narices pegajosas contra el vidrio mientras chillaban
emocionados.

Evitar a mi marido ya no era una opción. Me trajo una nube.

Me trajo a la tía Tilda.

Mis piernas me llevaron a la pared de cristal. Se acercó y se encontró


conmigo detrás de la delgada barrera.

Puse mi mano sobre el cristal. Cillian reflejó la acción, nuestras yemas de


los dedos tocaron la pared.

—Te dije que no vinieras aquí. —Trago saliva.

—Te dije muchas cosas de las que me arrepiento —responde—. Espero que
tal vez lo que dijiste sea uno de los tuyos.

—Ya he usado mi Deseo de Nube, Kill. No puedo tener otro. —Mi voz se
quebró.

—El deseo no es para que lo hagas, Persephone. —Él sonrió—. Es para mí.

Los niños se precipitaron hacia el patio trasero como lava caliente,


esparciéndose rápidamente, crujiendo de placer.
Sus pequeños brazos alcanzaron la nube, tratando de agarrar lo inasible,
estirando sus dedos en un intento de capturar su magia.

Fui la última en salir al patio, deteniéndome a unos buenos metros de mi


marido.

Verlo después de semanas fue como dejar caer una pesada bolsa de
campamento en la puerta de su casa. Quería enterrar mi nariz en su cuello
y respirarlo.

No le pregunté qué estaba haciendo aquí. Tenía miedo de creer. A la


esperanza.

Descender del Olimpo no hizo a mi esposo menos regio y hermoso, y los


dioses griegos tenían una historia de hacer que los mortales jugaran en
sus propias manos.

—Esta es Dahlia. —Señaló a uno de los niños, que estaba golpeando el


humo, tratando de someterlo—. La llamas El Ratoncito. Descarado, dulce,
terco. Este es Teo —continuó, dirigiendo su barbilla hacia Teo—, tímido y
reservado pero observador. Y ese es Joe —continuó, mirando a Joel, uno
de mis alumnos favoritos. Un soñador con una mata de cabello rojo
brillante.

—¿Cómo supiste? —Susurro.

—He estado escuchando durante nuestras cenas —admite—. A cada


palabra que dijiste. Incluso si pretendiera lo contrario.

Mi corazón se disparó.

—¿Estás reclamando tu Deseo de Nube? —Estrujo mis dedos en mi regazo,


convirtiéndome en la misma chica que había conocido años atrás en la
suite nupcial.
Inocente. Insegura.

—Si.

—¿Quién dijo que tienes uno? —Una sonrisa revoloteó en mis labios.

—Tu tía. —No había indicio de burla en su voz, lo cual aprecié,


considerando que hablaba con fluidez el sarcasmo—. Ella dijo que tengo
que tener cuidado. Que solo tienes un deseo en la vida.

Espera un minuto ...

Fue lo mismo que me dijo la tía Tilda. Y no recordaba haberle dicho a Kill
sobre esta parte en particular. No puede ser. No tenía ningún sentido.

—¿Cuál es tu deseo? —Susurro.

Los niños pululaban a nuestro alrededor, y pensé que era simbólico, que
la razón por la que nos unieron, los herederos, nos envolvió a pesar de que
no había concebido.

—Quiero una hora contigo. Sesenta minutos de tu tiempo. Eso es todo lo


que pido. ¿Cuándo sales del trabajo?

—Cuatro —respondo—. Igual que siempre.

—Esperaré.

Al menos no me había dicho que dejara el trabajo esta vez.

—¿Cómo hiciste una nube? —Señalo detrás de él.

—La NASA tiene un manual. No es nada.

—Es asombroso.

—Los estudiantes de tercer grado pueden hacerlo.


—No me importa. —Negué con la cabeza—. ¿Esperarás por mi? —Hago un
gesto a nuestro alrededor, hacia la escuela.

Él sonrió. —Persephone, querida, llevo ocho años esperando. Cuatro horas


más no me matarán.

El camino a la casa de Cillian fue silencioso. Antes de salir de Pequeños


Genios puse una alarma durante exactamente sesenta minutos en mi
teléfono. Ahora, jugueteé con la correa de mi bolso de hombro,
contemplando la monótona vista exterior, tratando de regular mi
respiración.

Era el momento de hacer o deshacer. Una parte de mí siempre supo que


Cillian no iba a aceptar simplemente el divorcio. Quizás por eso seguí
adelante con el papeleo.

Inconscientemente, supe que sería una llamada para que se acercara.

Para buscarme.

Para desafiarme.

—Detuviste la perforación en el Ártico. —Aclaro mi garganta, todavía


mirando por la ventana. Habían pasado veinte. Maldito tráfico de Boston.
Teníamos cuarenta minutos más.

Técnicamente, de todos modos.

—Si.
—Eso estuvo bien.

—Darle flores es lindo. Perder aproximadamente 1.400 mil millones de


dólares al año en ingresos es, como mínimo, un gesto romántico de
proporciones shakesperianas.

Lo dijo con tanta incredulidad, con tanta seriedad, que no pude evitar
soltar una carcajada.

—Ni siquiera estoy segura de cuántos ceros conlleva.

—Nueve. —Sus dedos tocaron su rodilla, y supe que estaba ansioso por
un cigarro, pero tratando de comportarse lo mejor posible—. Diez,
incluyéndome a mí, si mi plan de hoy no funciona y descubro que hice
esto por nada.

Cuando llegamos a su casa, noto que Petar había salido. También el resto
del personal.

Nunca había visto el lugar tan vacío. Tenía la sensación de que estaba
planeado.

—¿Deberíamos ir a tu estudio? —Pregunto educadamente. Una parte de


mí todavía lo consideraba un completo extraño.

Sacude la cabeza. —Quiero mostrarte algo.

Haciéndome señas para que lo siguiera al patio trasero, abrió las puertas
dobles de su sala de estar y salimos. Había visitado su jardín
religiosamente. No solo era hermoso, sino que todavía estaba buscando la
escurridiza fuente del demonio. Por la parte misteriosa de la propiedad de
Cillian que aún tenía que descubrir.
Lo seguí, conteniendo la respiración cuando se detuvo junto a la puerta
con hiedra y paredes altas. Intenté abrirlo dos veces, pero estaba
firmemente cerrado.

Kill sacó una llave y la abrió, empujándola para abrirla.

Ambos entramos y allí estaba la fuente del demonio. Con agua saliendo
del monstruo parecido a un murciélago con dientes puntiagudos.

Era un espacio pequeño, tal vez tan grande como el apartamento de Belle,
y me pregunté qué le hizo cerrar esta sección y aislarla del resto del jardín.

Kill se agachó, con las manos en los muslos, entrecerrando los ojos. Había
algo en su lenguaje corporal que me sorprendió. Cierta rigidez que había
desaparecido.

Su compostura era una pulgada menos que perfecta. Me gustó.

—¿Qué estamos mirando? —Me acerco a él, inclinándome hacia adelante.

Me agarró por la cintura, tirando suavemente de mi vestido para evitar que


me acercara demasiado a las flores.

Al mar de flores.

Acabo de darme cuenta de que esta sección de la casa estaba llena de


flores silvestres. Y no sólo flores. Las flores rosadas y blancas tenían la
forma de pequeños corazones tristes. Tragué, dando un paso atrás.

—¿Cuánto hace que las tienes?

—Casi cuatro años. —Se volvió hacia mí con el ceño ligeramente fruncido.

—Aproximadamente un mes después de la boda de Hunter y Sailor, mi


jardinero me llamó afuera, insistiendo en que tenía que ver esto. Dijo que
era peculiar. Que no plantó el corazón sangrante, por lo que no tenía idea
de cómo había llegado la flor aquí. Su mejor suposición fue que las semillas
de un jardín cercano soplaron con el viento y se asentaron aquí. Pero
recordé que después de que quité las flores de tu cabello, las puse en una
servilleta. Más tarde esa noche, cuando llegué a casa, salí al jardín a
fumarme un puro, encontré la servilleta y la tiré. Era sólo una flor, y mi
jardinero me preguntó si quería quedármela. Inmediatamente pensé en tu
maldición, deseo, corrigió, y dije que no. Arrancó el corazón sangrante de
su raíz el mismo día. Un mes después, otro corazón sangrante creció en el
mismo lugar. Le hice arrancarlo de nuevo. Esta vez llegó a envenenar el
suelo. A la cuarta vez, me di por vencido. Una parte de mí quería ver cuán
malditamente terca eras. Y míralo ahora. Mi jardín está lleno de ellos.

Apreté mis labios, luchando contra una sonrisa.

Colocó barricadas en una parte de su jardín porque le recordaba a mí.

Lo enjauló donde nadie pudiera verlo.

—Así que viví con tu corazón sangrante. Un recordatorio venenoso de


cuánto te deseaba. No mucho después, descubrí que te ibas a casar.

—Nunca respondiste a mi invitación de boda. —Sentí que el color subía


por mi piel.

—Todos tienen sus límites. Extraje la mía al celebrar mi idiotez de


empujarte a los brazos de otro hombre. El tiempo pasó. Casi siempre me
había olvidado de ti. Las ruedas de la vida seguían girando, y no importaba
lo rápido o lento que fueran, apenas recordaba que estaba a bordo. Luego
Paxton se fue, fui nombrado director ejecutivo de Royal Pipelines y tú
apareciste en mi oficina, buscando un favor. Mi reacción inicial fue poner
el mayor espacio posible entre nosotros.

—No querías sentir —digo en voz baja. Sacudió la cabeza.


—En este punto, ni siquiera me preocupaba la posibilidad de sentir.
Principalmente todavía estaba molesto por las malditas flores que seguían
apareciendo de la nada en mi patio trasero. Como si te colaras en la noche
y los plantaras allí. Pero entonces surgió la necesidad de una novia…

—Sí, y tenías múltiples candidatas para elegir. Cancelaste el compromiso


con Minka Gomes. ¿Por qué?

Frunció el ceño ante el lecho de flores. —Ella no eras tú.

—Ella podría haber estado embarazada ahora.

—Nunca se trató de tener un heredero —bromea. Un rey magnífico e


irresistible que fue mal interpretado e incomprendido—. En el fondo, no
era lo suficientemente altruista como para importarme un carajo el linaje.

Eché un vistazo a mi teléfono. Disponíamos de media hora como máximo


antes de que se cumpliera su deseo.

—Cuéntame sobre el síndrome de Tourette —suplico—. Todo, desde el


principio. Solo he visto algunos videos, pero fueron suficientes para
mostrarme por lo que has pasado.

—Comenzó con tics simples, justo después de que mi padre despidiera a


Andrew Senior, y pasó a los ataques en toda regla cuando regresé a
Inglaterra después de las vacaciones de verano. Cuanto más solo me
sentía, peor se volvían. Había estado entrando y saliendo de clínicas, y
además del síndrome de Tourette, también recibí un diagnóstico
comórbido de TOC y TEA. Para mí, se sintió como el fin del mundo.
La gente piensa en el síndrome de Tourette como locos que gritan
obscenidades en contra de su propia voluntad en harapos en la calle, el
TOC como maníacos compulsivamente obsesivos que se lavan las manos
quince veces por hora, y el TEA significa que estoy en el espectro del
autismo. Lo que básicamente hace que la gente piense que soy una especie
de Rain Man. Bueno con los números, tonto en todo lo demás.
Rápidamente, me di cuenta de que necesitaba controlar esta condición si
quería convertirme en todas las cosas para las que nací. Aprendí que
aunque no podía controlar los tics, podía controlar lo que los hacía pasar.
Y lo que hizo que sucedieran fue que me abrumara la emoción. Cualquier
tipo de emoción. Ya sea tristeza, angustia, ira, miedo o incluso alegría. Si
estaba emocionado, si mi corazón se aceleraba, por lo general seguía la
presión de un ataque. Mientras no me permitiera sentir, mantuve los tics
a raya. Fue muy simple y funcionó para todos los involucrados.

Esto explica mucho.

Por qué a Cillian le gustaban tanto sus guantes de cuero, no le gustaba


tocar cosas extrañas, debido a su TOC.

Por qué logró desconectarse de sus sentimientos de manera tan eficiente


cuando se convirtieron en una complicación.

Por qué siempre hacía crujir los nudillos: para regular su respiración, para
calmarse a sí mismo. Era un tic. Un recordatorio de lo que tenía que vivir.
No podía desconectar de quién era. No completamente. No importa cuánto
lo intentó.

Por qué siempre mantuvo la guardia alta.

Por qué me ignoró durante años en lugar de ceder a la tentación.

—Todos menos tú. Tú eres el que no pudo sentir nada.

—Sobreviví bien.

—Sobrevivir no es suficiente.

—Lo sé ahora. —Sus ojos sensuales me brillaron—. Gracias a ti.

El aire entre nosotros se volvió denso y cargado. Tomó mi mano en la suya.


Un gesto tan simple, pero sentí como si él arrancara las estrellas del cielo
para mí.

Apretó mi mano contra su corazón. Corría bajo mi palma, golpeando


violentamente, desesperado por romper la barrera entre nosotros y chocar
contra mi puño.

Los corazones más fuertes tienen más cicatrices.

—Guárdalo aquí hasta que termine —instruye, respirando


profundamente—. Te deseo. —Levantó un dedo—. Siempre te he deseado
con un hambre que me dolía el pecho y me secaba la boca. Esa es una
emoción. Soy celoso y posesivo contigo. En caso de que no lo hayas
notado —Erigió dos dedos más en el aire—. Me preocupo y temo por ti.
Cuando descubrí por qué habías decidido trabajar para Andrew, quería
despellejarte viva por ponerte en riesgo por mí. Son dos más. —Extendió
toda su mano sobre una pantalla invisible entre nosotros, estirando los
cinco dedos.

—Cinco emociones abajo, cinco más para el final. Me has hecho más feliz
que nunca. También el más triste. —Ahora levantó dos dedos de su otra
mano—. Y me causaste una cantidad infinita de dolor y placer.

Ahora solo quedaba un dedo curvado. Una emoción que todavía no había
revelado.

El reloj en su muñeca decía que eran las cinco menos cinco. Solo cinco
minutos más antes de que el deseo de la tía Tilda se evaporara y se nos
acabara el tiempo para decir todas las cosas que queríamos decir.

Mi respiración se aceleró.

—Te amo, Persephone —gruñe—. Te amo tan jodidamente fuerte. En algún


lugar del camino, me ablande. Puede que te haya salvado de un corazón
sangrante, pero tu corazón sangrante me salvó. Diez emociones no son
veintisiete. Todavía hay más por hacer, pero quiero llevarme este recorrido
contigo.

—No somos Hades y Perséfone, Chica de las flores. Nunca lo fuimos. No te


arrastré por un camino oscuro. Me sacaste hacia la luz. Indefenso, lo
seguí. A ciegas, me quemé. Yo soy Ícaro. —El reloj marcó las cinco.
Nuestros sesenta minutos habían terminado. La alarma de mi teléfono
sonó para decírmelo, pero presioné el botón lateral para silenciarlo—. Te
amo como él amaba el sol. Demasiado cerca. Demasiado duro. Demasiado
rápido.

Bajó la cabeza y cerró la boca sobre la mía. Me quedé flácida en sus brazos.
Me apretó contra su pecho, fuerte y resistente, firme. Un rey frío en su
jardín venenoso, finalmente dejando que los rayos del sol toquen su piel.

Nos hundimos en el suelo de rodillas, y ya no temía que la tierra abriera


su agujero y me tragara al inframundo.

La boca de Kill se movió sobre la mía. Él separó mis labios, rodando su


lengua con la mía burlonamente, probándome. Gemí, tomando sus
mejillas, profundizando nuestro beso mientras me subía a su regazo, el
único lugar que alguna vez me había sentido como en casa.

Nos besamos durante horas. Para cuando nuestros labios se separaron,


mi boca estaba seca, mis labios agrietados y una sombra azul
aterciopelada coloreaba el cielo.

Mi esposo desliza su nariz por el puente de la mía. —El contrato sigue en


pie. Mi alma es tuya.

—Nunca quise tu alma. —Sonrío en sus labios, mis ojos se encontraron


con los suyos.

—Lo rompí en pedazos en el momento en que lo recibí por correo. Siempre


he querido tu corazón. Ahora que lo tengo, tengo un secreto que contarte.
Arqueó una ceja.

Llevo mis labios a sus oídos.

—Yo tampoco creía en las almas antes.

—¿Antes de?

—Antes de conocerte
Epílogo

Un año después…
—Parece que estás a punto de estallar.

Quería estrangular a mi hermana, incluso si sus palabras fueron


pronunciadas con genuina preocupación.

Objetivamente hablando, me veía como una naranja. Tenía cuarenta y un


semanas de embarazo de nuestro primer hijo. Estaba claro que mi hijo
como su padre, no debía apresurarse. Más bien, había decidido optar por
una gran entrada con un retraso de moda, algo que mi cuerpo no apreció.
Mis senos eran del tamaño de sandías y me dolían constantemente, la
parte baja de mi espalda se sentía como si nada más que agujas
puntiagudas la sostuvieran y mis hormonas estaban por todas partes.

La semana pasada, ni siquiera me atreví a levantarme de la cama. Tuve


que depender de Cillian para la comida y el entretenimiento. Ah, y llegando
a esas partes molestas ya no podía restregarme mientras me duchaba.

Me incliné sobre mi cabecera con un puchero, moviendo los dedos de los


pies a pesar de que no eran más que un recuerdo lejano que ya no podía
ver.

—¿Cuándo van a terminar los cambios de humor? —Reflexiono en voz alta.


Sailor y Aisling también estaban en la habitación, adulándome—. Estoy
cansada de romper a llorar cada vez que veo un comercial del Super Bowl
y cada vez que suena una canción de Katy Perry en la radio.

—Lloras porque ella apesta, ¿verdad? —Belle se deja caer en el borde de


mi cama, masajeando mis pies—. Solo quiero confirmar que tus hormonas
solo están jugando con tus sentimientos y no con tu gusto por la música.

Suelto un bufido, dándole una patada juguetona. —Lo digo en serio.

—Mis cambios de humor nunca pasaron —dice Sailor, sentada en un


sillón reclinable en la esquina de nuestro dormitorio principal—. Recuerdo
que empujaba el cochecito de Rooney por un sendero que corría, miraba a
una ardilla corriendo y pensaba que su cola sería perfecta para limpiar
biberones. En mi defensa, era realmente esponjoso.

—No te ofendas, perra, pero no eres un gran ejemplo. —Belle coloca mi


tobillo derecho sobre su muslo, hundiendo los pulgares profundamente en
el arco de mi pie.
—Quedaste embarazada de nuevo antes de que Rooney pasara de ver
sombras a reconocer voces. ¿Sabe tú esposo que puede guardarlo de vez
en cuando?

—No —dijimos todos al unísono, riendo. Aisling arrugó la nariz. Ella


estaba de pie junto a la ventana, mirando mi exuberante jardín. El día en
que me mudé de nuevo a la mansión fue también el día en que el corazón
sangrante comenzó a marchitarse y finalmente a morir. Fue como si
cumpliera su propósito y luego se retirará. Siempre pensé en ello como si
la tía Tilda finalmente tomara un respiro después de conceder mi deseo.

—Bruta. Es mi hermano de quien estamos hablando. —Ash se


estremeció—. Ahora que lo pienso, aparte de ti, Belle, todas mis amigas
son también mis cuñadas, y todas ellas quedaron embarazadas por mis
hermanos. Es alarmante.

—Lo que es alarmante es que este bebé todavía está dentro de mí. —Señalo
mi enorme barriga.

—Niño afortunado. —Mi esposo entra en nuestra habitación, tranquilo y


sereno con su traje de diseñador. Su postura sola me hizo babear un poco.
Cillian había sido muy complaciente cuando descubrimos que mi
embarazo vino con un mayor apetito sexual. Sin embargo, en los últimos
meses, tener relaciones sexuales se convirtió en una tarea ardua, en estos
días confiamos en los favores orales y Netflix para mantenernos ocupados
por la noche.

—Satanás —saluda Belle. Mi hermana y mi esposo se llevaban bien estos


días. Incluso la había ayudado a comprar sus dos socios comerciales, por
lo que ahora ella era la única propietaria de Madame Mayhem.

—Lucifer —saluda Sailor.

Ella tampoco tenía problemas con su cuñado. —Kill. —Ash asiente.


Ignoró a las mujeres en la habitación, paseando en mi dirección para
inclinarse y presionar un beso largo y con la boca cerrada en mi frente.

—¿Cómo estás, Chica de las Flores?

—Cansada. Soñolienta. —Me estiro perezosamente, sonriéndole.

Frota mi estómago a través de la tela naranja elástica de mis pijamas.

—¿Y el pequeño?

—Excelente. Creo que va a ser futbolista. Ha estado provocando una


tormenta toda la mañana.

Cillian arquea las cejas. —Lo que sea que flote en su barco durante la
adolescencia. Pero una vez que salga de la universidad, tendrá que ocupar
su lugar en Royal Pipelines.

Gruñendo, agarro la punta de la corbata de mi esposo y lo jalo hacia mí,


callándolo con un beso. —Hemos pasado por esto, maridito. Va a ser lo
que quiera ser. No eres tú.

Habíamos tenido muchas discusiones sobre lo que significaba para Cillian


ser Cillian.

El heredero de Royal Pipelines. Cómo tal vez, si no fuera por la carga de


su linaje, no habría tenido que encontrar formas creativas y destructivas
de lidiar con su trastorno.

Un trastorno del que todavía, aparte de mí, Andrew y Joelle Arrowsmith,


nadie sabía nada.

Ni siquiera su madre, quien, me dijo Kill una vez, probablemente bloqueó


la memoria de ese laboratorio suizo para protegerse.
—Por supuesto —dice rotundamente—. Puede ser lo que quiera. Un
jugador de fútbol, un músico, un chico de billar.

Le lanzo una mirada.

—Pero él querrá ser un CEO —finaliza Kill, sonriendo.

—Está bien. —Belle me toca los tobillos—. Creo que los dejaremos antes
de que se arranquen la ropa el uno al otro y tengan relaciones sexuales
muy embarazadas frente a nosotros. Ha sido real. Pers, mamá dice que
vendrá esta semana y que se quedará. Tiene la sensación de que vas a
reventar durante el fin de semana. —Se pone de pie y les indica a mis
amigas que la sigan.

—Haré que Petar prepare una de las habitaciones de invitados —dice Kill.

—¡Pero todavía no he frotado la barriga de Persy hoy! —Ash protesta.

—Dios, Ash, necesitas tu propio bebé. —Sailor se ríe, empujándola.

—Tengo la sensación de que pronto tendrá uno —murmura Belle, cerrando


la puerta detrás de ellas.

Kill dirigió una mirada irritada a la puerta, luego volvió su mirada hacia
mí.

Levanto mis palmas. —No puedo evitar lo que sale de la boca de mi


hermana.

—Si pudieras, tendrías un trabajo de tiempo completo manejándola. ¿Has


tenido noticias de Joelle esta semana? Ella preguntó cuándo podía pasar.

Poco después de que Cillian y yo volvimos a estar juntos, reanudé mi


comunicación con Joelle Arrowsmith. Se estaba divorciando de Andrew,
que todavía estaba en terapia, trabajaba en el sector privado como asesor
legal y trataba de convertirse en un mejor padre para Tree and Tinder.
Joelle se sintió aliviada cuando comencé a visitarla nuevamente, a menudo
con Cillian, quien vigilaba a Tinder y a menudo le brindaba consejos y
orientación a Joelle.

Incluso llevé a los niños y a mi esposo a ver a la Sra. Veitch para una
celebración navideña en su hogar de ancianos. Murió unas semanas
después mientras dormía.

—Necesito devolverle la llamada, pero espero que la próxima vez que la vea
tenga un bebé en mis manos. ¿Me puedes ayudar a levantarme? Necesito
darme una ducha. —Me tambaleo por la cama.

—Te tengo. —Me toma en brazos y me lleva a nuestro baño. Allí, me paro
debajo de las regaderas, el vapor empañaba las puertas de vidrio mientras
Kill se apoyaba contra las encimeras de mármol, haciéndome compañía.

—A Sailor se le está empezando a notar —observo, enjabonándome los


brazos con jabón.

—Hmm —responde Kill sin comprometerse. Podía verlo acariciando su


barbilla desde el espejo frente a nosotros.

—¿Ash realmente quiere un bebé?

Me encojo de hombros. —No me sorprendería. Tengo veintisiete. Eso la


hace tener... ¿qué? ¿Veintiséis? No es demasiado descabellado a pesar de
que todavía tiene que completar su residencia. —Ash era médico
ahora—. Siempre hemos sido las románticas del grupo. Siempre hemos
querido familias numerosas.

—Con la leve distinción de que nunca estuviste obsesionada con el rey del
inframundo —señala Kill.

Sam Brennan era su amigo, pero también era un hombre que no quería
para su hermana.
—No —estuve de acuerdo—. Simplemente me enamoré del villano favorito
de los medios.

Sonreí, cerré el chorro de agua y palmeé los azulejos en busca de mi bata


de baño.

—No te preocupes, tenemos a tu hermana. La mantendremos a salvo y no


la dejaremos hacer nada demasiado salvaje.

—Al igual que impidieron que te casaras conmigo —dice Kill, poco
convencido—. Eres dulce pero terca, y mi hermana es muy parecida. Soy
lo suficientemente mayor para recordar que cuando tenía cinco años, casi
arrastró una puta zarigüeya viva a la casa porque mis padres se habían
negado a concederle la mascota que tanto deseaba.

Mi marido maldijo. No a menudo, y solo frente a mí y a un pequeño grupo


de amigos y familiares, pero lo hizo.

Moví mi mano para cerrar el agua. Espera, ¿no he hecho esto ya?

—...romperé cada hueso de su cuerpo y lo volveré a montar para que


parezca una pintura de Picasso si él le toca un pelo de la cabeza ...

—Kill —suspiró.

—¿Qué? —Deja de hablar y se vuelve hacia la ducha.

—Cerré el agua... —murmuro, mirando hacia abajo—. Pero el agua sigue


corriendo.

Sus ojos se movieron entre mis piernas.

—Cariño, rompiste fuente.

Ambos nos miramos. —¿Listo, Papá Kill?

—Vamos a conseguirlo, chica de las flores.


Astor Damian Archibald Fitzpatrick nació en el día más caluroso de la
historia de Boston. Más cálido que el desafortunado día de nuestra tardía
luna de miel en Namibia, cuando mi esposa cumplió su sueño de acostarse
en una duna amarilla aterciopelada y mirar al sol desafiante. A ciento diez
grados, sudaba mis bolas cerca, esperándola pacientemente con una
botella de agua fría.

Hacía tanto calor que se cortó la luz, hubo que usar generadores para
mantener la electricidad en funcionamiento en el hospital, y mi esposa
parecía una versión líquida de lo que era antes.

Luego él vino al mundo y todo dejó de importar.

—Y mi maestra de cuarto grado dijo que no saldría nada de mí.


Persephone bombeó el aire cuando el médico recogió al bebé, riendo y
llorando al mismo tiempo, lo que, según había aprendido durante el tiempo
que estuve con ella, aparentemente era algo completamente válido para un
ser humano.

—¿Cuál es su nombre? —Exijo—. Me aseguraré de ...

—¡Dios, Kill, a quién le importa la señorita Merrill! ¡Dame a mi


bebé! —Definitivamente ahora había más risas que llantos.

Astor no salió pateando y gritando, como lo hacen los bebés, reflejando la


idea misma de dejar la comodidad y la cálida seguridad del útero en el que
fueron creados.

Salió tranquilo y severo. Demasiado silencioso, de hecho. Tanto es así que


el médico lo llevó a una mesa cercana antes de que pudiéramos verlo
correctamente y comenzó a darle palmaditas con una toalla y succionar
líquido de la boca.

—Estoy tratando de estimular su primer llanto —dice el Dr. Braxman con


calma.

—Su pulso y color están bien, así que estoy seguro de que no es nada.
Probablemente sea un bebé fuerte y resistente.

Perséfone envolvió mi mano en la suya, apretándome con el resto de su


energía, goteando sudor. Después de un parto de doce horas, me
sorprendió que todavía estuviera despierta.

—Kill —gime, ahuecando su boca. La abracé, estirando el cuello al mismo


tiempo para ver qué estaba haciendo el Dr. Braxton.

—Está bien. Todo está bien. Iré a echar un vistazo. —Ella asintió.
Mientras me dirigía al médico, que todavía estaba acariciando y tocando a
mi bebé, rodeado de dos enfermeras, tratando de hacerlo llorar, la fuerza
creciente de un inminente ataque de Tourette subió por mi columna. Mi
corazón se aceleró. Mis nudillos estallaron. Mi deseo de proteger a mi hijo
ardía tan ferozmente en mí que estaba bastante seguro de que podría
destruir todo el edificio con mis dos manos si algo le pasaba.

Justo cuando daba el último paso hacia el Dr. Braxman, Astor abrió su
diminuta boca roja y dejó escapar un gemido que casi hizo añicos las
ventanas, curvó sus pequeños puños y los lanzó en el aire como Rocky.

—Ah. Allí tienes. —El Dr. Braxman envolvió a mi hijo como un burrito,
luego me lo entregó, sosteniendo su cabeza—. Diez dedos de manos, diez
dedos de los pies, un par de pulmones sanos y mucha personalidad.

El médico se movió rápidamente, acomodándose entre los muslos de mi


esposa, que habían sido cubiertos con un paño, y comenzó a coserla.

Fruncí el ceño a mi hijo.

El llamado gol. El final del juego. Mi misión después de marcar con éxito
todas las casillas en mi camino a tomar las riendas de la familia
Fitzpatrick.

Y de todos los sentimientos que había sentido, oh, placer, asombro,


felicidad, anticipación salvaje y protección violenta, incluso un poco de
miedo arrojado, no podía, por mi vida, verme pasándole la carga. De pasar
por lo que tuve que pasar para enorgullecer a mis padres.

No era justo para él. Para mi. Para los hijos de Hunter y Aisling, y toda la
futura descendencia que íbamos a tener.

Al estudiar su rostro, admiré su perfección. La naturaleza había escogido


nuestras mejores características para él. Tenía unos ojos azules enormes
como su madre, mi cabello oscuro y una nariz prominente como la mía.
Pero sus orejas eran pequeñas, como las de mi esposa, y tenía ese aspecto,
el aspecto que podría hacer caer imperios, que solo Persephone Penrose
había logrado perfeccionar.

Una mirada que me desarmó.

Una mirada que me decía que, después de todo, yo no sería el policía malo
de la casa.

—Disculpa —Perséfone canta desde su lugar en la cama,


saludándome—. Mis disculpas por interrumpir, pero ¿hay alguna forma
de que pueda ver a mi propio hijo también?

Me reí, caminando hacia ella. Astor seguía gritando y lanzándome sus


pequeños puños. Tenía uñas sorprendentemente largas para un recién
nacido, pero se veían delgadas y quebradizas. Lo bajé hasta su pecho, que
solo estaba parcialmente cubierto por su bata de hospital.

La madre y el bebé se miraron y el mundo a su alrededor se detuvo sobre


su eje.

Astor se quedó muy callado y muy serio. Persephone contuvo el aliento y


dejé de respirar, la presión del ataque disminuyó.

—Hola, angelito. —Ella le sonrió. La miró, hipnotizado.

Conozco el sentimiento, hijo.

Me aparté y los miré. Mi propia pequeña familia.

Algo perfecto en este mundo imperfecto.

Sabiendo que podría haber pasado a Astor precisamente con lo que la vida
me había maldecido porque era hereditario.

Sabiendo que, con toda probabilidad, mi padre también lo tenía.


Y haciendo una promesa de asegurarme que Astor nunca estaría
encerrado en una cabina de confesión de la iglesia con sus demonios.

Que él también algún día podría disfrutar de la luz.

Fin

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