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Lic.

Lía Goren
Límites, mucho más que decir no – Módulo 1

PODER, DOMINACIÓN, OBEDIENCIA Y DISCIPLINA


Max Weber 1

Poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra
toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad. Todas las cualidades ima-
ginables de un hombre y toda suerte de constelaciones posibles pueden colocar a alguien en la posición de
imponer su voluntad en una situación dada.
Por dominación debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de
determinado contenido entre personas dadas. La situación de dominación está unida a la presencia actual
de alguien mandando eficazmente a otro. […] Un determinado mínimo de voluntad de obediencia, o sea
de interés (externo o interno) en obedecer, es esencial en toda relación auténtica de autoridad.
Obediencia significa que la acción del que obedece transcurre como si el contenido del mandato se
hubiera convertido, por sí mismo, en máxima de su conducta; y eso únicamente en mérito de la relación
formal de obediencia, si tener en cuenta la propia opinión sobre el valor o desvalor del mandato como tal.
Por disciplina debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia para un mandato por parte de
un conjunto de personas que, en virtud de actitudes arraigadas, sea pronta, simple y automática. El
concepto de disciplina encierra el de una "obediencia habitual" […] sin resistencia ni crítica.

COMPRENDER EL PODER
Moisés Naím 2

El poder es la capacidad de dirigir o impedir las acciones actuales o futuras de otros grupos e individuos.
O, dicho de otra forma, el poder es aquello con lo que logramos que otros tengan conductas que, de otro
modo, no habrían adoptado.
Si bien no hay duda de que el poder es una motivación humana muy básica, tampoco la hay acerca de que
es una fuerza “relacional”, en el sentido de que implica inevitablemente una relación entre dos o más
protagonistas. ... Para que el poder se ejerza es necesaria una interacción o un intercambio entre dos
partes o más: amo y siervo, gobernante y ciudadano, jefe y empleado, padre e hijo, profesor y alumno, o
una compleja combinación de individuos, paratidos, ejércitos, empresas, instituciones, incluso naciones.
Cuando tomamos las numerosas decisiones, grandes y pequeñas, que surgen en la vida diaria, como
ciudadanos, empleados, clientes, inversores o miembros de un hogar, de una familia o hasta de un grupo
de amigos que se reúne regularmente, siempre calibramos –consciente o inconscientemente– el alcance y,
sobre todo, los límites de nuestro poder. Da igual de que se trate de obtener un aumento de sueldo o un
ascenso, hacer nuestro trabajo de determinada forma, convencer a un cliente de que compre al precio que
nos conviene, planear unas vacaciones con el cónyuge o conseguir que un hijo coma bien; siempre
estamos, consciente o inconscientemente, midiendo nuestro poder: hasta dónde podemos lograr que
otros hagan lo que queremos o evitar que nos impongan cierta conducta. Nos molesta el poder de otros y
sus consecuencias irritantes e incómodas, el hecho de que nuestro jefe, el gobierno, la policía, el banco o
nuestro proveedor de servicios telefónicos nos obligue a comportarnos de determinarada manera, a hacer
ciertas cosas o dejar de hacer otras. Sin embargo solemos buscar ese poder, a veces de manera consciente
y deliberada, y otras de forma más sutil e indirecta.
El punto central es que el poder se siente; tenemos múltiples sensores que nos permiten detectarlo y
calcular sus efectos sobre nosotros, ya sea en el presente, en el futuro o como resabio de sus consecuencias
en el pasado. Incluso cuando se ejerce de manera sutil, o apenas se manifiesta, sabemos que está allí, que
estamos en presencia del poder.

Una mirada relacional acerca de los límites – 1


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Sin embargo, independientemente de la importancia que tenga el poder en nuestra vida cotidiana o en
nuestra mente, siempre nos resulta difícil calibrarlo con precisión. Salvo en casos extremos en
los que se nos impone cierta conducta de forma brutal, mediante amenaza, multas, cárcel degradaciones,
vergüenza, palizas u otros castigos, solemos experimentar el poder más como una coacción moral –o
económica– que como una fuerza física. Precisamente porque el poder es primordial, fundamental, en
nuesetra vida diaria, no es frecuente que nos detengamos a examinarlo, analizarlo, a determinar con
precisión dónde reside, como funciona, hasta dónde puede llegar y qué impide que vaya más allá.
Esto tiene una buena explicación: el poder es difícil de medir, de hecho, es imposible hacerlo.
Solo es posible identificar sus agentes, sus fuentes y sus manifestaciones. No obstante, el
poder está presente en todo.

CÓMO HABLAR SOBRE EL PODER


Existe una manera productiva de hablar del poder. No cabe duda que el poder tiene un componente
material y otro psicológico, una parte tangible y otra que existe en nuestra mente. Como fuerza, el poder
es dfícil de clasificar y cuantificar. Sin embargo, como dinámica que configura una situación concreta,
puede evaluarse, igual que sus límites y su alcance.
Aunque no podamos cuantificar el poder, sí podemos saber cómo funciona. El poder nunca
existe de manera aislada; siempre involucra a otros actores y se ejerce en relación con ellos. El
poder de una persona, una empresa o un país es siempre relativo al que tiene otra persona, otra
empresa u otro país. Cuánta más precisión tengamos a la hora de definir quiénes son los actores y qué
es lo que está en juego, más claro veremos el poder; dejará de ser una fuerza poco definida para
convertirse en todo un menú de acciones y posibilidades para moldear una determinada situación.

CÓMO FUNCIONA EL PODER


En el capítulo 1 presenté una definición práctica: el poder es la capacidad de imponer o impedir las
acciones actuales o futuras de otras personas o grupos. Esta definición tiene la ventaja de ser clara y,
mejor aún, elude indicadores engañosos como el tamaño, los recursos, lar armas o el número de
partidarios. Sin embargo, es necesario elaborarla un poco más, ya que obviamente las acciones de
otros se pueden dirigir o impedir de muchas maneras. En la práctica el poder se expresa de
cuatro formas principales. Podemos llamarlas “los canales a través de los cuales se ejerce el
poder”.

La fuerza: este es el canal más obvio y conocido. La fuerza, o la amenaza de emplear la fuerza, es el
instrumento contundente a través del cual se ejerce el poder en situaciones extremas. ... También pude
consistir en control exclusivo de un recurso esencial y la capacidad de ofrecerlo o negarlo (dinero,
petróleo, agua, votantes). La existencia de este tipo de poder no siempre es mala. A todos nos gusta contar
con un policía que capture a los delincuentes, aunque eso, a veces, exija utilizar la fuerza. ... Pero en todo
caso, el uso de la fuerza para obligar a otros a hacer o dejar de hacer algo depende de la capacidad de
coacción que tiene bien sea un tirano o un benevolente gobierno democrático. A la hora de la verdad,
tanto cuando se está al servicio de tiranos como de líderes progresistas, la fuerza se basa en la coacción.
Les obedecemos porque sabemos que, de no hacerlo, pagaremos las consecuencias.

El código: ¿Por qué los católicos van a misa, los judíos observan el shabat y los musulmanes rezan cinco
veces al día? ¿Por qué tantas sociedades piden a los ancianos que medien en los conflictos y consideran
justas y sabias sus decisiones? ¿Qué hace que la gente se absetnga de causar daño a otros incluso cuando
no hay ningún castigo ni ley que se lo impida? Las respuestas se encuentran en la moral, la tradición, las
costrumbres culturales, las expectativas sociales, las creencias religiosas y los valores transmitidos a
través de generaciones o impartidos a los niños en las escuelas. Vivimos en un universo de códigos
que aveces seguimos y a veces no. Y dejamos que otros dirijan nuestro comportamiento mediante la
invocación de esos códigos. Este cauce del poder no emplea la coacción sino que activa nuestro

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sentimiento de obligación moral. Tal vez el mejor ejemplo sean los diez mandamientos: mediante
ellos, un poder superior e indiscutido nos dice de manera inequívoca como comportarnos.

El mensaje: conocemos el poder de la publicidad. Se le atribuye el mérito de que la gente se pase de


McDonald’s a Burger King o de que las ventas de Apple superen las de IBM o Dell. ... El mensaje no
necesita ni de la fuerza ni de un código moral. Lo que hace es conseguir que cambiemos de idea, de
percepción; nos convence de que un producto o servicio es digno de que lo escojamos en lugar de otras
alternativas. El poder canalizado a través del mensaje es la capacidad de persuadir a otros y
hacerles ver la situación de tal forma que se sientan impulsados a promover los objetivos e
intereses del persuasor. ... Logran que la gente se comporte de cierta manera porque les han hecho
ver de forma distinta una situación que en la práctica no ha cambiado (el precio de la casa es el mismo,
pero su valor en la mente del posible comprador ha aumentado).

La recompensa: ¿Cuántas veces hemos oído decir a alguiern: “No lo haría ni aunque me paguen”? No
obstante, lo normal es más bien lo contrarioL la gente acepta una recompensa a cambio de hacer cosas
que en otro caso no haría. Cualquier persona con la capacidad de ofrecer recompensas
materiales dispone de una importante ventaja a la hora de lograr que otros se comporten
de manera coincidente con sus intereses. Puede cambiar la estructura de la situación.

Estos cuatro canales –fuerza, código, mensaje y recompensa– son lo que los sociólogos denominan tipos
ideales: son muestras analíticamente claras y extremas de la categoría que pretenden representar. Pero en
la práctica –o, para ser más exactos, en el ejercicio del poder en situaciones concretas– tienden a
mezclarse, a combinarse, y no suelen estar tan definidos ni aparecen tan separados entre sí; por el
contrario,, lo usual es que se combinen de maneras muy complejas.
Aún así, cada uno de los cuatro canales funciona de modo diferente. Y comprender esas diferencias nos
permite discernir la estructura atómica del poder.
Me atengo al útil esquema presentado por el profesor Ian MacMillan, de la Universidad de Pensilvania. ...
Observó que en cualquier interacción en torno al poder, una de las partes manpula la situación de tal
manera que repercute en las acciones de la otra parte. Pero esta manipulación puede adoptar diferentes
formas dependiendo de las respuestas a dos preguntas:

• Primera: ¿La manipulación cambia la estructura de la situación actual o cambia la valoración que
hace la otra parte de la situación?

• Segunda: ¿La manipulación ofrece a la otra parte una mejora o la empuja a aceptar un resultado
que no es una mejora?
El respectivo papel relativo de la fuerza (coacción), el código (obligación), el mensaje (persuación) y la
recompensa (incentivo) determina las respuestas a esas preguntas en cualquier situación real.
La taxonomía del poder de MacMillan

Resultado visto como mejora Resultado visto como no mejora

Incentivos al cambio Inducción mediante recompensa: Coacción mediante la fuerza:


aumentar el salario, bajar el precio aplicación de la ley, represión, uso
(estructura) para cerrar el trato de la violencia

Preferencias de cambio Persuación mediante el mensaje: Obligación empleando un código:


(valoración) publicidad, campañas, lemas. deber religioso, tradicional o moral.

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AUTORIDAD Y PODER
Ciro Parra Moreno 3

La palabra autoridad corresponde al término latino de auctoritas, que significa fuerza que sirve para
sostener y acrecentar. Por lo tanto, la autorictas es propia del autor, que sería aquel que sostiene una cosa
y la desarrolla. Estas dos acepciones tienen su raíz última en el verbo latino augere, que significa
aumentar, hacer crecer.
Las consideraciones anteriores no son un ejercicio vanidoso de erudición. Son necesarias para poder
enfrentarnos a un tema aún más espinoso: la relación entre autoridad y poder. Espinoso, porque si
el concepto de autoridad no goza de mucho prestigio social en nuestros días, el término poder es visto con
franca antipatía, y en buena parte, la mala prensa de la autoridad se debe a su parentesco con el poder. En
efecto, en nuestra lengua los dos conceptos se incluyen en la misma palabra.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua recoge este polisemismo dando dos definiciones de
autoridad:
“Crédito y fe que se da a una persona o cosa en una determinada materia.” Aquí la autoridad significa
reconocimiento de la competencia, del saber de una persona en un ámbito determinado. Esta autoridad se
acepta no porque esté revestida de poder, su obediencia no se debe a una obligación impuesta, sino al
reconocimiento del atributo, de la capacidad, de la superioridad, que se manifiesta en la acción del sujeto.
“Potestad: Poder que tiene una persona sobre otra que le está subordinada, como el padre sobre los hijos
o el superior sobre los inferiores. Persona que está revestida de algún poder, mando o magistratura.”
Como puede verse, los matices que incluye esta definición subrayan el aspecto de la autoridad como
poder, como fuerza para hacer cumplir lo que la autoridad manda, como capacidad para exigir obediencia
a los subordinados.
La distinción entre uno y otro concepto se remonta a la Roma clásica. Los antiguos
romanos no identificaban autoridad y poder, sino que ser reservaban un término
diferente para cada una. Un prestigioso romanista establece la diferencia entre los dos
conceptos así:

La potestad La autoridad

Puede definirse
Puede definirse como el
En términos como el poder
saber socialmente
generales, socialmente
reconocido
reconocido

Tienen en común el
reconocimiento Es pura fuerza Es pura ciencia
social, sin el cual

pero se distinguen
Es expresión de Es expresión de
claramente por
voluntad entendimiento
cuanto

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Es la potestad a la que corresponde el poder disciplinario, la ‘coercitio’, que no es


característica de la ‘auctoritas’, y que supone la posibilidad del empleo de la fuerza que
permita la imposición de una decisión tomada, empleando la coacción.

Adentrándonos en la cuestión de la legitimidad del poder, de sus justas proporciones y manifes-taciones,


nos llevaría a un vasto espacio de análisis de la dinámica social, política y económica del mundo
contemporáneo, pero no es ese el objeto de esta conferencia.
Sin embargo, hay que afirmar que el poder de suyo no es perverso, si bien tiene especial facilidad de
corromperse cuando no está soportado en la verdadera autoridad o cuando no hay un reconocimiento
social de la potestad. Sin ese reconocimiento libre de la potestad, esta queda reducida a pura fuerza, a
autoritarismo. [...]
La potestad de los educadores sobre los educandos no es de orden natural, pero ello no significa que no
deban poseerla. Esa es una potestad participada de los padres, por una parte, y por otra, otorgada por la
sociedad. Dicho de otro modo, los educadores han sido autorizados, por quienes pueden hacerlo, para
ejercer una potestad sobre los educandos. Esto supone una cierta idoneidad por parte del educador, la
posesión de las competencias y habilidades necesarias para el ejercicio de los deberes y derechos que esa
potestad lleva consigo.
Parece evidente que sería un acto de irresponsabilidad de los padres y de la sociedad otorgar poder a
quien no tenga las condiciones para ejercerlo; por eso, los unos y los otros deben poder disponer de los
medios necesarios que les permitan garantizar que el poder otorgado estará bien utilizado. Pero también
es una manifestación de irresponsabilidad social pretender restringir y hasta anular la legítima potestad
que los educadores deben tener sobre los educandos, y el correspondiente recurso al poder, cuando el
bien del proceso educativo así lo demanda.
En conclusión, el poder es necesario, tiene su justificación, y el recurso en él puede no sólo ser lícito sino
exigible. Pero ¿qué nos inspira más confianza, el poder o la autoridad? Quienes confían en nosotros ¿lo
hacen porque tenemos poder o porque saben que poseemos la capacidad de sostenerlos y ayudarlos?
¿Qué confianza valoramos más: que crean en mi por voz de mando o que crean en mi saber?

LAS FUENTES DE AUTORIDAD Y PODER


Thomas Gordon 4

Una creencia arraigada acerca de la crianza considera necesario y deseable que los padres y madres hagan
uso de la “autoridad” para controlar, dirigir y educar a sus hijos. Esta idea persiste debido a que pocos
pueden definir y hasta identificar la fuente de su autoridad.
MEDIDA PSICOLÓGICA | Los padres y las madres tienen una medida psicológica mayor que los hijos e
hijas. Esta diferencia existe no sólo porque ven a sus padres más grandes y más fuertes, sino también
porque los perciben más conocedores y más competentes.
Así vemos que, por una parte, los padres y las madres asumen de por sí su mayor talla psicológica, la que
se transforma en una fuente de autoridad.
AUTORIDAD ASIGNADA | Y por otra parte, esta autoridad es también una autoridad asignada, ya que son
los hijos e hijas, al mismo tiempo, quienes la asignan a los adultos que los acompañan durante su infancia
(padres, madres y otras personas que se encargan de su crianza, cuidado y educación). Que estos adultos
sean merecedores o no de este poder tiene poca importancia: el hecho es que el tamaño psicológico les
proporciona al padre y a la madre “poder” y “autoridad” sobre el niño o la niña.

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POSESIÓN Y CONTROL DE LOS MEDIOS | Un tipo de autoridad totalmente diferente proviene de la


posesión paterna y materna de ciertas cosas que sus hijos e hijas necesitan. Ellos dependen de su mamá y
su papá para satisfacer sus necesidades básicas. Los niños y niñas no poseen los medios para satisfacer
sus necesidades, los padres y madres, en cambio, poseen y controlan los medios.
Al poseer los medios para satisfacer las necesidades básicas del niño, un padre o una madre tienen el
poder de recompensar (los psicólogos llaman así a cualquier medio que posea el padre para satisfacer las
necesidades del niño) y también el poder para castigar (los psicólogos utilizan “castigo” para designar lo
contrario de la recompensa).
Cualquier padre o madre sabe que puede controlar a un niño o niña pequeños mediante el uso del poder.
Por medio de la manipulación cuidadosa de las recompensas y los castigos puede alentar a un hijo o hija a
comportarse de cierta manera o a desalentarlo para que no se comporte de un modo que el o ella define
como incorrecto.
No cabe ni la más pequeña duda, el poder funciona. El padre y la madre puede influir sencillamente
diciendo “si” te comportas de esta manera recibirás recompensa y “si” te comportas de esta otra, recibirás
castigo.

LIMITACIONES GRAVES DEL PODER PATERNO Y MATERNO


El uso de la autoridad (o poder) es efectivo en apariencia y en determinadas circunstancias y sumamente
ineficaz bajo otras condiciones.
Como resultado del “entrenamiento de obediencia”, a menudo los hijos e hijas se vuelven hacia sus
entrenadores, llenos de hostilidad y deseos de venganza, y no es extraño que sufran una depresión tanto
física como emocional al estar bajo la presión de tratar de aprender un comportamiento que es
desagradable o difícil para ellos. El uso del poder puede producir muchos efectos dañinos así como riesgos
para el entrenador de animales... o niños.
Es inevitable que los padres agoten su poder
El uso del poder para controlar a los chicos funciona solamente bajo condiciones especiales. El padre o la
madre debe estar seguro de que posee el poder y el niño o la niña debe depender de ellos. Mientras más
dependa el niño o la niña de lo que poseen el padre o la madre, más poder tienen su padre y su madre (u
otros adultos que cuidan o educan).
Por ejemplo, si se depende del jefe para comprar comida para los hijos e hijas, es obvio que éste tendrá un
gran poder sobre uno y habrá de sentirse la inclinación a hacer cualquier cosa que él desee para asegurar
conseguir lo que se necesita con desesperación. Sin embargo, una persona tiene poder sobre otra sólo
cuando la segunda se encuentra en una posición de debilidad, deseo, necesidad, privación, desamparo,
dependencia.
Cuando los hijos y las hijas crecen, cosa que inevitablemente sucederá en la adolescencia, y su
independencia se vuelve mayor, entonces pueden adquirir muchas recompensas de sus propias
actividades (escuela, deportes, amigos, logros) y también empiezan a idear formas de evitar los castigos
paternos y maternos. La autoridad-poder de controlar mediante castigos y recompensas como método
dominante de crianza, se viene abajo como consecuencia del crecimiento de los chicos.
Los padres suponen que la rebelión y hostilidad adolescentes son inevitablemente una función de su
estado de desarrollo. Sin embargo, es muy probable que esto no tenga validez y que sí la tenga el hecho de
que el adolescente se vuelva más capaz de resistirse y rebelarse. Ya no puede ser controlado por las
recompensas debido a que ya no las necesita tanto, y es inmune a las amenazas debido a que es poco el
dolor o incomodidad que pueden producirle. El ha adquirido la firmeza necesaria y los recursos para
satisfacer sus propias necesidades y su fuerza personal como para no sentir miedo de la paterna.

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Por lo tanto, un niño no se rebela tanto contra sus padres. Se rebela contra su poder. Si los padres
dependieran menos de su poder y más de los métodos no autoritarios para influir en sus hijos desde su
infancia, habría muy poco contra lo que el chico se rebelara cuando fuese un adolescente. El empleo del
poder para cambiar el comportamiento infantil, por lo tanto, tiene esta grave limitación: a los padres
inevitablemente se les termina su autoridad, y mucho más pronto de lo que piensan.

¿POR QUÉ EN LA EDUCACIÓN INFANTIL HA PERSISTIDO EL PODER?


Es difícil entender cómo puede alguien justificar el empleo del poder en la educación infantil o en
cualquier tipo de relación humana, conociendo lo que se sabe acerca del poder y sus efectos sobre otros.
Al trabajar con padres y madres, estoy convencido de que casi todos odian emplear su autoridad sobre sus
hijos. Hace que se sientan incómodos y con frecuencia culpables. Por lo general, además, los padres no se
disculpan ante sus hijos por usar su poder. O tratan de disminuir su culpa mediante explicaciones tales
como: “lo hicimos sólo pensando en tu propio bienestar”, “algún día nos lo agradecerás”, “cuando seas
padre o madre entenderás por qué tenemos que evitar que hagas estas cosas”.
Además de tener sentimientos de culpa, muchos padres admiten que sus métodos de poder no son muy
efectivos, especialmente los que tienen hijos lo suficientemente mayores como para empezar a rebelarse,
mentir, ocultarse o resistirse pasivamente.
He llegado a la conclusión de que los padres han continuado usando su poder a lo largo de los años debido
a que tuvieron muy poca, si no es que ninguna experiencia en sus propias vidas con personas que emplean
métodos no autoritarios para influir en sus hijos e hijas. La mayoría de las personas, desde su infancia,
han sido controladas por medio del poder: el ejercido por padres, escuelas, profesores, directores de las
escuelas, entrenadores, profesores de escuelas dominicales, directores de campamentos, tíos, abuelos,
dirigentes scouts, oficiales militares y jefes. Por lo tanto, los padres y madres persisten en el uso del poder
debido a su falta de conocimiento y experiencia de ningún otro método para la resolución de los conflictos
existentes en toda relación humana.

REFERENCIAS

1. Extractado de: Weber, Max (1922) Economía y Sociedad. Esbozo de Sociología Comprensiva.
Edición preparada por Johannes Winkleman, Fondo de Cultura Económica, México. Los resaltados
son agregados.
2. Extractado de los cap. 1 y 2 de: Naím, Moisés (2013) El fin del poder. Random House Mondadori,
Argentina, bajo el sello Debate.
3. Extractado y adaptado de: Dr. Gordon, Thomas (1995) P.E.T. Nuevo sistema comprobado para
formar hijos responsables. Ed. Diana, México. Todos los subrayados y resaltados de esta adaptación
son agregados.
4. Extractado y adaptado de: Parra Moreno, Ciro (2001) “Autoridad y confianza. Dos caras de la
misma moneda” En: Educación y Educadores, Nº 4, 2001, págs. 21-32. Texto completo disponible
en: http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2041570

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