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En la penumbra de la noche, los destellos de las estrellas pintaban un lienzo

celestial sobre el firmamento. El viento, como un susurro fugaz, acariciaba las


hojas de los árboles, mientras la ciudad dormía bajo el manto de la quietud. En
medio de este silencio, se percibía el murmullo lejano de un río que fluía con la
misma calma con la que el tiempo parecía detenerse.

En una esquina solitaria, una farola titilaba con timidez, proyectando sombras
danzantes sobre el pavimento. Un gato callejero, de ojos centelleantes, deambulaba
con elegancia entre las sombras, siendo el único testigo de la belleza misteriosa
de la noche.

Mientras tanto, en algún lugar oculto tras las ventanas iluminadas, un escritor se
sumergía en un océano de palabras, tejiendo historias y mundos desconocidos en el
lienzo blanco de su imaginación. Las letras fluían como un río desbordante, creando
paisajes en los que los sueños se entrelazaban con la realidad.

En ese momento efímero, el universo parecía detenerse, como si aguardara expectante


el siguiente capítulo de esta historia eterna, donde cada noche es una página en
blanco dispuesta a ser escrita por la pluma invisible del destino.

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