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b.
Lucio Anneo Séneca (4 a. C.-65 d. C.) fue un filósofo, político y escritor romano.
Las obras de Séneca pueden dividirse en tres grupos: los diálogos, las epístolas y
las tragedias. Fue autor de ocho tragedias, entre ellas Phaedra, que escribió entre
su regreso a Roma (49 d.C.) y su retiro político (62 d. C.). Séneca traslada el
conflicto trágico al interior del héroe: el personaje ya no lucha contra los dioses,
sino contra sí mismo. El conflicto se organiza a partir de la antítesis ratio/furor,
esto es, entre la razón y la pasión. Séneca gusta además de los tonos macabros
filosóficas frecuentes.
Fedra, hermana de Ariadna e hija de Minos y Pasífae, los reyes de Creta, se enamora
de su hijastro Hipólito, hijo de Teseo y de la amazona Antíope. El día de la boda de
Fedra y Teseo se desencadena una terrible lucha entre las amazonas y los amigos
del novio. Las amazonas son derrotadas y Teseo mata a Antíope. Hipólito queda
huérfano de madre y pasa a vivir con su padre y su madrastra Fedra. Hipólito
rechaza el amor de Fedra, ya que no concibe deshonrar de esa manera a su padre.
Temerosa de que su amor y el rechazo lleguen a oídos de Teseo, Fedra acusa a
Hipólito de intento de violarla.
PERSONAJES
HIPÓLITO
FEDRA
NODRIZA
TESEO
MENSAJERO
CORO
La escena en Atenas.
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ACTO TERCERO
TESEO-NODRIZA
TESEO-NODRIZA-FEDRA
CORO
Los asuntos humanos en completo desorden los rige la Fortuna, que esparce sus
favores con una mano ciega, dando su apoyo siempre a los peores; vence a los
santos la pasión cruel, en el palacio altivo reina el fraude. El pueblo goza en
entregar el poder a un infame y venera a los mismos que aborrece. La severa virtud
solo recibe en premio lo contrario de su recta conducta: a los castos persigue la
maligna pobreza, mientras sus propios vicios colocan al adúltero en el trono.
Pero ¿qué es lo que trae el mensajero, que apresura el paso y riega con tristes
lágrimas su rostro dolorido?
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ACTO CUARTO
TESEO-MENSAJERO
MENSAJERO.- ¡Oh, suerte amarga y cruel! ¡Oh, penosa esclavitud!, ¿por qué
me llamas para el anuncio de un desastre indecible?
TESEO.- No temas decir con valentía cualquier dura desgracia.
MENSAJERO.- Mi lengua ante el duelo que te va a causar se niega a dar
palabras a mi dolor.
TESEO.- Di claramente qué infortunio viene a sobrecargar mi ya abatida casa.
MENSAJERO.- Hipólito, ¡ay de mí!, en lamentable accidente yace muerto.
TESEO.- Ya hace tiempo que como padre sé que mi hijo ha dejado de existir.
Ahora es un seductor eI que ha muerto. Explícame el proceso de su muerte.
MENSAJERO.- Cuando en su huida abandonó la ciudad con aire hostil,
desplegando con paso acelerado una veloz carrera, unce a toda prisa unos
corceles a su elevado carro y les sujeta las bocas bien domadas con apretados
frenos. Luego, después de haber hablado muchas cosas él solo y haber
abominado del suelo de su patria, llama repetidamente a su padre y, aflojando
las riendas, sacude con coraje las correas.
Cuando, de pronto, se alzó imponente el mar y se precipitó contra las tierras.
Al chocar, la montaña de agua se deshizo y lanzó sobre las costas a un monstruo.
¡Qué aspecto, el de aquella enorme criatura! Un toro, levantando en el aire su
cuello azulado, erguía un alto penacho en su verdosa frente; estaban tiesas sus
orejas velludas; sus ojos vomitan llamas y, al mismo tiempo, relucen con un rasgo
azulado. Su exuberante hocico levanta unos músculos fornidos y sus anchas
narices braman cuando se abren resoplando, el pecho y las papadas verdean con
un musgo pegajoso, sus grandes costados están esparcidos de alga rojiza. Luego,
tras el espaldar, termina su figura en forma monstruosa y la bestia descomunal,
llena de escamas, arrastra una inmensa cola.
Se estremecieron las tierras. Huye atónito el ganado por doquier a través de
los campos y el pastor no se acuerda de seguir a sus propios novillos. Desde la
selva toda clase de fieras salen huyendo hacia acá y hacia allá. Todos los
cazadores, horrorizados, se quedan lívidos por aquel miedo escalofriante.
Solo Hipólito, que no conoce el miedo, contiene los caballos tirando de los
frenos y, despavoridos, trata de animarlos con sus gritos que les son conocidos.
El monstruo sale disparado en frenética carrera, rozando apenas la superficie
de la tierra en su vertiginoso desplazamiento, y se detuvo con torva mirada ante
el tembloroso carro.
Por su parte, tu hijo, levantándose amenazador, con aire altanero, no se inmuta
y grita fuertemente con voz atronadora: «No quebranta mis ánimos este vano
terror, pues conozco, por herencia de mi padre, la tarea de vencer a los toros».
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