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EL QUE VUELVE

Estudios Bíblicos sobre la Segunda Venida de Cristo

Magdalena Chasles

Traducido especialmente para la "Colección "Vita Nova" con permiso especial de la


autora y seguido de "La Venida del Señor en la Liturgia", por J. Pinsk, Doctor en teolo-
gía.

"En nombre de su aparición y de su Reino"

II Tim. IV, 1

CARTA PROLOGO

Estimada señora:

He leído su libro. Lo he leído con el mayor interés. "Nova et vetera", es una tesis
nueva, sobre un tema muy antiguo. Ud. nos refiere con mucha claridad, có-
mo esta cuestión fué considerada importantísima en la primitiva cristiandad,
y cómo los cristianos, no viendo llegar la segunda venida del Señor, conclu-
yeron por no pensar más en ella, como tampoco piensan en el fin del Mundo.

Pero la Iglesia no olvida, y dos veces por lo menos durante el año litúrgico
nos hace una solemne advertencia: una vez en el Domingo 24° y último des-
pués de Pentecostés, y una vez en el Evangelio del 1° Domingo de Adviento.
Y la prosa incomparable del "Dies irae", que fué compuesta, no para el oficio
de difuntos, donde se encuentra actualmente, sino para el primer Domingo
de Adviento, insiste sobre el fin de todas las cosas, sobre esa vuelta del Se-
ñor y el juicio último y definitivo. El oficio de difuntos de hoy día está por lo
demás penetrado del pensamiento del fin de los tiempos, porque para el difun-
to la muerte es el fin de todo lo que ha visto, conocido y amado sobre la tierra.

Pero el espantoso cataclismo que nos anuncian los sabios de acuerdo con los teólo-
gos nos hace perder un poco de vista los acontecimientos que le precederán. En cam-
bio Ud., señora, parece preocuparse poco de todas esas desgracias; lo que a Ud. in-
teresa es la segunda venida de Cristo, son los sucesos que acompañarán esta segunda
venida anunciada con tanta insistencia durante el Adviento y otras épocas litúrgicas.
En el fondo todo su libro no tiene otro fin que el de recordarnos el lugar que
ha ocupado y que debe ocupar en la enseñanza cristiana y en nuestra vida la
convicción de que las profecías sobre el reino de Dios no se han cumplido
aún totalmente y que los acontecimientos profetizados antes de la venida
del Mesías y resumidos con tanta elocuencia por San Pablo, tendrán que rea-
lizarse un día.

Esto es lo que me llama sobre todo la atención en su libro, y es lo que constituye su


originalidad, ya que nuestras preocupaciones intelectuales y nuestras contem-
placiones teológicas y filosóficas de hoy día no nos llevan en esa dirección.
Esta es la razón por la cual no me extrañaría que su tesis causara alguna sorpresa,
más aún, que fuese combatida por ciertos filósofos cuyas teorías se sentirán incomo-

1
dadas. Pero es la suerte de la mayor parte de las tesis de este género, y no ha de sen-
tirse Ud. cohibida para defenderse.

El "Imprimatur" colocado en la primera página de su libro, prueba que ha sido se-


riamente estudiado y que si los censores han dado su "nihil obstat" es porque en él no
encuentran nada que no sea ortodoxo. Deseo, pues, de todo corazón que sea leí-
do, estudiado y aún discutido; estoy convencido que interesará al lector se-
rio, que hará el bien que Ud. espera, porque ha sido escrito con amor y ver-
dadero talento, y aún aquéllos que discutirán sobre tal o cual trozo se verán obliga-
dos a reconocer su valor.

Hubiera deseado ponerlo más de relieve en esta carta prólogo, pero, después de to-
do, su objeto puede resumirse en dos palabras: "tolle, lege".

Fernando Cabrol
Abad de Farnborough.

PROLOGO

Cuando las calamidades provenientes de la naturaleza o de los hombres caían sobre


los países, cuando crisis graves, económicas o políticas afligían a los pueblos, los cris-
tianos de antaño pensaban a menudo que esas tribulaciones eran señales precursoras
de la segunda Venida de Cristo.

Y nosotros, en una época de ciencia y racionalismo, ¿podemos asistir a las revolu-


ciones que conmueven el mundo — sobre todo estos últimos veinte años — sin hacer-
nos aún esta pregunta: “¿No serán éstas señales del fin de los tiempos?”?

No queremos demostrarnos "simples", creyendo en lo invisible y en el cumplimiento


de profecías, o anti científicos, suponiendo que el "Fin del Mundo" puede estar cercano.

Debemos explicarnos. Si nuestro estudio bíblico se propone recordar a los


cristianos la infalible y gran promesa de la Vuelta del Señor, si quiere mos-
trarles que esta Vuelta será la manifestación de la gloria de la Iglesia — Es-
posa de Cristo — y de todos los hijos de Dios, en ningún caso significa que la
Parusía1 sea sinónimo de "Fin del Mundo".

La idea de unir la Vuelta de Cristo a una conflagración cósmica, como si el primer


acontecimiento debiera ser seguido inmediatamente por el otro, procede de una mala
interpretación del texto original griego. Las palabras "sunteleia tou aiónos" (Mt.
XIII, 39; XXIV, 3; XXVIII, 20) debieran ser traducidas por "El Fin" o "El Término"
de la "Edad Presente", o aún por "Terminación" o "La Consumación del Siglo". Enseñan
el fin de la edad presente, de la generación que "no pasará antes que todas estas co-
sas acontezcan" (Mt. XXIV, 34).

Cristo, en su Advenimiento, resucitará y transformará lo suyo; estaremos en condi-


ciones muy distintas a las de nuestra vida presente. Pero no se ha dicho — fuera de
algunos cataclismos y señales en el sol, la luna y las estrellas — que debamos esperar
entonces la destrucción del mundo visible. Por el contrario, el Apóstol Juan, en el Apo-
1
Parusía, palabra griega, que significa: Venida, Llegada. La Parusía de Cristo es su segunda
venida o su segundo advenimiento.

2
calipsis describe "Los nuevos cielos y la nueva tierra" después del "siglo venidero", so-
lamente en la aurora del reino final "en los siglos de los siglos"2.

Si se objetara que decimos en el Credo: "Vendrá a juzgar a los vivos y a los muer-
tos", contestaríamos: ¿No decimos también: "Nació de Santa María Virgen, padeció
bajo el poder de Poncio Pilato"?
Sin embargo, no deducimos de este acercamiento que Jesús nació y murió el
mismo día. ¿No acaecerá lo mismo con su segunda venida y el juicio general?

Su aparición gloriosa será el primer hecho de un ciclo de acontecimientos detallados


en el Apocalipsis (Cap. I y XIX-XXII), como su Nacimiento fué el primer hecho del ciclo
de acontecimientos de su vida terrestre, detallados en los Evangelios.
Aceptamos el desarrollo histórico de todos los acontecimientos de la pri-
mera Venida de Cristo, en carne, pero generalmente reducimos al solo juicio
general los de la Segunda Venida, en gloria.

¿Por qué?

Porque estos hechos futuros son aún profecías no realizadas en la historia;


están "tras el velo" de lo invisible y del misterio.
Sin embargo, nuestro espíritu humano, si no está regenerado del pecado original,
rechaza todo lo que no ve, no controla, no palpa. "Encubres estas cosas a los sabios y
a los prudentes, y las revelas a los pequeños" (Mt. XI, 25).

***

Nuestro estudio quiere emplear otros medios que los de la discusión para alcanzar
su objeto. Si a veces llegamos a plantear ciertas interrogaciones, especialmente en lo
concerniente "al reino milenario" (Apéndice 2), deseamos, ante todo, fundándonos en
textos numerosos y muy precisos de las escrituras, despertar la atención de los cristia-
nos sobre un gran dogma que permanece generalmente en la penumbra: Jesucristo
vendrá a resucitar a los suyos y reinar. "Tanto en su aparición como en su reino", decía
el Apóstol Pablo a Timoteo (II Tim. IV, 1).

Nuestro fin es decirles a todos nuestros hermanos cristianos: "Sed vigilan-


tes ¡esperad aquel día!". Realizad la palabra del Credo: "¡Exspecto!" "¡Espe-
ro!".
Nos cuidaremos de precisar las fechas o los hechos por venir.

No… Cristo Jesús nos advirtió muy claramente: "No os corresponde conocer tiempos
y ocasiones que el Padre ha fijado con su propia autoridad" (Hech. I, 7).
Pero… "Velad, pues, porque no sabéis en qué día vuestro Señor viene" (Mt. XXIV,
42).

Quisiéramos ante todo hacer comprender que toda nuestra esperanza cristiana
está íntimamente unida a la Vuelta de Cristo y a la Resurrección de los cuer-
pos: "Poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os traerá cuando aparezca
Jesucristo" (I Ped. I, 13).

2
El Te Deum señala la existencia de estos dos tiempos: el siglo y los siglos de los
siglos: "Et laudamus nomen tuum in saeculum et in saeculum saeculi ”.

3
Debemos dirigir nuestros deseos hacia ese día, que será el de nuestra glo-
ria y de nuestro triunfo, porque será el día de la gloria y del triunfo de Cristo
y de la Iglesia.
¡Fuera, pues, nuestras mezquinas miradas personales, nuestras pequeñe-
ces, nuestro egoísmo, nuestro deseo insaciable de gozar y de poseer! Una
sola esperanza nos guía, una sola cosa importa: ¡El volverá, El reinará!

Desgraciadamente nos hemos acostumbrado a transformar lo que debiera


ser nuestra "Bienaventurada esperanza" (Tit. II, 13) en una visión terrorífica
de "Dies Irae", que no conviene más que a los impíos. Vivimos condenados, y
no como hijos de Dios, rescatados por la Sangre de Cristo.

***

Un pensamiento más general nos ha inspirado también: el de ofrecer a nuestros lec-


tores la ocasión de entrar en contacto directo con la Biblia por las numerosas citas, y
por las referencias a las profecías del Primero y Segundo Advenimiento de Nuestro Se-
ñor Jesús (Apéndice 1) que les hemos dado.

Hemos tratado de llamar la atención sobre textos bíblicos poco comprendidos —


salmos deprecatorios, profecías sangrientas y llenas de venganzas — mostrando que,
si el reino de Cristo será un reino de paz, se fundará ante todo sobre la justicia. No
podrá ser establecido sino por la destrucción de cuanto se le opone, "Porque es nece-
sario que Él reine “hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies” (I Cor. XV,
25).

Fundándonos en los Profetas, nos proponemos considerar como señales


precisas de la vuelta próxima de Cristo, la apostasía de las masas y la
reunión de los judíos en Palestina, hechos nuevos que jamás han tenido, en
los siglos pasados, un principio de realización.

***

Este trabajo ha sido escrito en la oración, pidiendo a Dios que bendiga su


difusión, para que muchos, habiéndolo leído, se preparen, en la alegría y la
esperanza, a la manifestación gloriosa de Nuestro Señor Jesús: "Prepárate
para salir al encuentro de tu Dios" (Amós IV, 12).

El Cordero ha venido: "He aquí el Cordero de Dios" (Jn. I, 36). Ha venido una pri-
mera vez, humillado y sufrido, como servidor y víctima: "Fué llevado al matadero" (Is.
LIII, 7).
Mas, volverá, en la gloria, como León de Judá: "He aquí el León de la tribu de Judá"
(Apoc. V, 5). Volverá para resucitarnos, para reinar, para juzgar a los impíos.

¡Estad prontos, para la última vela!

Desde ahora, dejémonos penetrar por "La bondad de la palabra de Dios y las pode-
rosas maravillas del siglo por venir" (Heb. VI, 5)3.
3
Daremos en el curso de este trabajo, las referencias a los salmos según la numeración del
hebreo, como en la Biblia Crampon y no según la Vulgata.

4
AL LECTOR

No abras este libro si no estás resuelto


a proseguir su lectura con orden y método,
con oración y humildad de espíritu, con
atención hasta el fin.

INTRODUCCION

El mismo Dios de la paz os santifique plenamente;


y vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo
sean conservados sin mancha para la Parusía
de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es El que os llama,
y Él también lo hará. (I Tes. V, 23-24).

A TODOS LOS QUE HAYAN AMADO SU VENIDA

II Tim. IV, 8

La mañana de San Silvestre de 1932, último día del año, leía atentamente la Epístola
y el Evangelio que el Misal Romano nos propone para esta fiesta. De repente, una viva
luz iluminó aquellos textos. Mis ojos se detuvieron sobre el fin de la epístola: "A todos
los que hayan amado su venida", y no podían despegarse de ahí: "A todos aquellos
que hayan amado su venida". ¡Su venida! ... ¡Su venida!, repetía lentamente dentro de
mí, mientras mi corazón latía y el pensamiento del apóstol Pablo tomaba más y más
precisión y fuerza dentro de mi espíritu... "A todos aquellos que hayan amado su veni-
da".

¡Cómo, exclamaba yo, en el silencio de mi corazón, "... esta corona de justicia" que
yo deseo tan ardientemente cada vez que leo la Epístola, será dada a aquéllos que
habrán amado la venida de Jesús!4

Pero ¿amo yo la venida de Cristo? No, ni siquiera pienso en ella. Vagamen-


te creo que vendrá al fin del mundo, pero no estaré ahí. Pienso a menudo en
mi muerte, y este pensamiento me causa gozo, pues espero de la misericor-
dia divina la gloria del cielo; pero yo no me intereso por la Vuelta maravillo-
sa de Jesucristo, que puede producirse mañana, en una hora: "Esperad de hora en
hora su Aparición", decía Clemente de Alejandría. ¡En cuanto a amarla!... Los tiem-
pos misteriosos de "el día del Señor" son, para mí, visiones espantosas; es-
trellas que caen del cielo, sol que se vela, diversos cataclismos al estruendo
destructor de los jinetes del Apocalipsis y trompetas que resuenan. La veni-
da gloriosa de Cristo Jesús con sus santos, me parece no tener más que un
interés secundario; evidentemente no la "amo". Constato que el apóstol Pa-

4
"He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe. En adelante me
está reservada la corona de la justicia, que me dará el Señor, el Juez justo, en aquel día, y no
sólo a mí sino a todos los que hayan amado su venida" (II Tim. IV, 7-8).

5
blo refiere la suprema recompensa, es decir, "la corona de justicia" a la
guarda de la fe y al amor ardiente de la venida de Cristo, cuando venga a
glorificar su Iglesia y sus Santos.

No había jamás establecido este paralelo, tampoco había notado la orden de San
Pablo a Timoteo:

"Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, el cual juzgará a vivos y a muertos,
tanto en su APARICIÓN como en su REINO: predica la Palabra…" (II Tim. IV, 1-2a).
Pablo refiere la predicación apostólica a esta vuelta de Cristo. Aún más, ¡es a
causa de ella que se debe predicar!

Esto es, pues, un hecho capital, un suceso central, la llave de bóveda de todo el edi-
ficio cristiano. Es preciso esperar la aparición de Cristo y su Reino.

¡El volverá! ¡El reinará!

II

"EN NOMBRE DE SU APARICION Y DE SU REINO"

II Tim. IV, 1

Lo que yo narro aquí lentamente, se precipitó en mi espíritu con una violencia, una
rapidez sorprendente. Aquellos que han conocido horas de luz intensa, saben que bas-
tan algunos instantes para el trabajo divino. Un minuto, bajo el rayo transforma-
dor, es más poderoso en resultados que años de estudio intelectual.

Entonces, numerosos textos de Escrituras se presentaron en mi memoria en apoyo


del primero:

“Después, nosotros los vivientes que quedemos, seremos arrebatados juntamente


con ellos en nubes hacia el aire al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el
Señor”. (I Tes. IV, 17).

Y el Evangelio de San Lucas, el de la misa de esa misma mañana:

“¡Bienaventurados esos servidores, que el amo, cuando llegue, hallará velando! En


verdad, os lo digo, él se ceñirá, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirles. Y si
llega a la segunda vela, o a la tercera, y así los hallare, ¡felices de ellos!” (Lc. XII, 37-
38).

¡No había aplicado estas palabras, pensaba yo, más que al día de mi muer-
te! ¡Pero esto es un error evidente, esto es falsear su verdadero sentido! Esta
interpretación es el fruto de un individualismo un poco culpable, ¡como si no
hubiera nada interesante fuera de nuestra "pequeña persona"! Sentía una
impresión de disgusto profundo por este egoísmo espiritual que lo desmenu-
za todo, lo reduce todo, lo limita todo, lo refiere todo al odioso yo y deja a
Dios en la penumbra.

6
Entonces me apareció con nuevos trazos luminosos la grandeza de la se-
gunda venida de Jesús: el único acontecimiento futuro que merece retener
la plenitud de nuestra atención.

Comprendí que, si la expectación del Mesías había dominado la existencia humana,


desde el Edén hasta Belén, la esperanza de su vuelta domina al mundo cristiano
desde la Ascensión sobre el Monte de los Olivos, hasta su aparición gloriosa,
que se hará "de la misma manera" que su partida (Hech. I, 11).

¡Esperanza de su vuelta! ¡Expectación de su venida! ¡Pero eso es evidentemente lo


que el apóstol Pablo tiene en vista cuando habla de aguardar el cumplimiento de "la
bienaventuranza!" (Tit. II, 13).

Por primera vez sentía que la "pequeña esperanza" de Péguy, debía transformarse,
llegar a ser una poderosa palanca que nos levante "hasta lo que está detrás del velo;
donde, como precursor, Jesús entró" (Hebr. VI, 19-20) y de donde volverá a nosotros.

Nuestra, "viva esperanza" (I Ped. I, 3) son estas palabras:

¡VOLVERÁ! ¡REINARÁ!

III

VOLVERA DE LA MISMA MANERA

Hech. I, 11

Abrí luego los Hechos de los Apóstoles para volver a leer el relato de la Ascensión de
Jesús y comprender mejor cómo volverá:

"Dicho esto, fue elevado, viéndolo ellos, y una nube lo recibió (quitándolo) de sus
ojos. Y como ellos fijaron sus miradas en el cielo, mientras Él se alejaba, he aquí que
dos varones, vestidos de blanco, se les habían puesto al lado, los cuales les dijeron:
“Varones de Galilea, ¿por qué quedáis aquí mirando al cielo? Este Jesús que de en
medio de vosotros ha sido recogido en el cielo, vendrá de la misma manera
que lo habéis visto ir al cielo” (Hech. I, 9-11).

He aquí, pues, nuestra fe y nuestra esperanza fuertemente apoyadas sobre estas


palabras angélicas y sobre la alegría que sintieron los apóstoles al volver a entrar en
Jerusalén. Esta alegría que no era normal, — su Maestro acababa de abando-
narlos, — muestra que ellos habían comprendido bien que El volvería (Lc.
XXIV, 52).
El mismo Jesús se lo había prometido la noche de la Cena: "Yo volveré a
vosotros" (Jn. XIV, 3 y XIV, 28).

Los apóstoles esperaron su vuelta, si no para ellos durante su vida, al menos para la
humanidad rescatada que no tendrá el complemento de su salvación más que en la
Aparición y el Reino de Cristo. Por su primera venida sólo obtuvo la humanidad las
arras de la salvación, por el Espíritu Santo que nos ha sido enviado, pero espera toda-
vía, gimiendo, la plena redención de los hijos de Dios (II Cor. V, 1-6 y Rom. VIII, 18-
25).

7
La Ascensión marca, pues, el término del primer ciclo de la historia del
mundo: Expectación del Mesías.
Pero la vuelta de Cristo marca el fin del segundo ciclo, en el cual nosotros
estamos y que se resume así: Expectación del Rey.

"Venga tu reino", es la oración de la expectación y de la esperanza cristiana.

Esta "bienaventurada esperanza" que nosotros descuidamos, la proclama la Iglesia


en nuestros días, como no ha cesado de hacerlo en los siglos pasados.

Consideremos lo que escribe el Cardenal Billot:

"Es bastante sabido el lugar prominente que ocupa en la economía de la revelación


cristiana la perspectiva de aquella segunda VENIDA DEL SEÑOR tan a menudo y tan
solemnemente anunciada por El, como quiera que este segundo advenimiento debe
traer con la "transformación de los cielos y de la tierra actuales, con la resurrección de
los muertos y el juicio final, el establecimiento definitivo del reino de Dios en su con-
sumación final y su perfección última. Basta abrir un poco el Evangelio para re-
conocer en seguida que LA PARUSIA ES VERDADERAMENTE EL ALFA Y LA
OMEGA, EL COMIENZO Y EL FIN, LA PRIMERA Y LA ULTIMA PALABRA DE LA
PREDICACION DE JESUS; que ella es la llave, el desenvolvimiento, la expli-
cación, la razón de ser, la sanción; que es, en fin, el acontecimiento supremo
al cual se refiere todo lo demás y sin el cual todo lo demás se derrumba y
desaparece"5.

Es difícil ser más claro y más preciso sobre la importancia que los cristianos deben
atribuir a la Vuelta de Jesús.

“La misión de la Iglesia, escribe Dom Lambert Beauduin en un estudio sobre el Ad-
viento, consiste en preparar la humanidad a esta suprema venida de Cristo. Esta veni-
da llenará al justo de una alegría semejante a aquella que experimentan los vendimia-
dores cuando se aproxima el verano; para ellos, en efecto, es la hora de las riquezas y
del reposo; es el comienzo del reino de Dios"6.

Las palabras transcritas aparecen sólidamente abonadas por el Catecismo del Conci-
lio Tridentino que dice:

"Si todos los hombres han deseado ardientemente ese día del Señor en que Él se re-
vistió de nuestra carne, porque ellos ponían en ese misterio la esperanza de su libera-
ción, hoy día que el hijo de Dios ha muerto y ha subido a los cielos, NUESTROS SUS-
PIROS Y NUESTROS DESEOS MAS ARDIENTES DEBEN SER POR ESE OTRO DIA DEL,
SEÑOR"7.

A pesar de estas advertencias, nuestros ojos quedan cerrados, nuestros corazones


apesadumbrados. Nuestra fe y nuestra esperanza no son bastante poderosas para que
los misterios de la Aparición y del Reino lleguen a ser realidades vivas en el horizonte
de nuestras vidas.

5
Card. Billot: "La Parousie", París. Beauchesne, 1920, p. 9-10.
6
Dom Lambert Beaudin: "Notre pieté pendant l'avent", Louvain. Abbaye du Mont César,
1919, p. 63.
7
Catecismo del Concilio de Trento, cap. 8 del Símbolo de los Apóstoles.

8
Y, sin embargo: ¡El volverá y reinará!

IV

OJOS PARA NO VER

Is. VI, 9-10

El alma que inundó una potente luz vuelve como impelida a cruzar la huella luminosa.
Entonces es cuando se inclina a desear para otros la llama, a propagar una idea motriz,
a conquistar adeptos. Tuve esos deseos. Hablé a algunos amigos del poder que nos
comunica "la esperanza viva" de la Vuelta de Cristo; y un día con audacia, pregunté a
un sacerdote: "¿Cree Ud. en la Vuelta del Señor Jesús?".

Una sonrisa un poco burlesca, un poco irónica, un poco escéptica fué primero la úni-
ca respuesta.

— "Pero, señor cura, Ud. leerá en la Ascensión, cuya fiesta está próxima: "El volverá
de la misma manera que vosotros le habéis visto subir a los cielos".

—"¿Y qué es lo que os puede significar que El vuelva?", contestó el vene-


rable eclesiástico. "¡Ud. no estará ahí!".

— ¡Qué es lo que me significa!... pero esto es toda mi esperanza, "la feliz


esperanza", de la cual habla San Pablo. Ya el apóstol evocaba estos "burles-
cos" que dirían: "¿Dónde está la promesa de su venida? Ahora, señor cura,
¿no os parece que los Patriarcas supieron esperar sin ver y, más aún, por
esto mismo recibieron "el efecto de la promesa", que dependía de la primera
venida de nuestro Salvador?

¡Leyendo asiduamente el Evangelio y las Epístolas, estamos obligados a


creer en la vuelta de Cristo, obligados a esperar su Reino!... Que este día sea
próximo o lejano, que lo vea o no lo durante mi peregrinación terrenal, esta
esperanza es una fuerza que transformó mi vida espiritual. Espero a Jesús
por causa de su Gloria.

— "Yo también, yo también espero...” contestó el sacerdote, “¡pero no te-


nemos tiempo de pensar en ésto!... Nosotros estamos demasiados ocupados
en probar primero la existencia de Dios".

Tuve a menudo la curiosidad de plantear la misma pregunta a católicos, de aquéllos


que se llaman "practicantes":

- ¿Cree Ud. en la Vuelta de Jesús?

Nunca se me ha dado una respuesta claramente afirmativa. La idea de la Parusía


se confunde, aún para católicos instruidos, con las estrellas que caen del cie-
lo, con el Anticristo, el juicio, con espantosos cataclismos. No conciben la
alegría que produce el pensamiento de la gloriosa aparición del Señor Jesús
con sus Santos.

9
En cuanto a los demás, menos instruidos, dilatan sus pupilas y os dicen:
¡Cómo! ¿Jesús ha de volver?

Si se me hubiera propuesto la pregunta hace tres años, no hubiera estado en el


campo de los ignorantes ni de los escépticos, pero sí en el de aquellos que descuidan
sistemáticamente el estudio de estas cuestiones del "Fin de los tiempos" como dema-
siado difíciles de penetrar y como si careciesen de toda razón de ser en la vida espiri-
tual. Pero pensar así, dejando a un lado toda la esperanza del cristianismo, es
como tener "ojos para no ver". Parecióme oír dentro de mí la gran queja de
Cristo acerca del misterio de su Vuelta y de su Reino; y la palabra del profeta
Isaías repetida por San Mateo y por San Juan penetró en mi alma con una
fuerza desconocida; comprendí cuál había sido mi ceguera culpable durante
tan largos años:

“Embota el corazón de este pueblo, y haz que sean sordos sus oídos y ciegos sus
ojos; no sea que vea con sus ojos, y oiga con sus oídos, y con su corazón entienda, y
se convierta y encuentre salud.” (Is. VI, 10).

"Respondióles y dijo: "Porque a vosotros os ha sido dado conocer los misterios del
reino de los cielos, pero a ellos no se les ha dado (…) En cuanto a vosotros, ¡bienaven-
turados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!” (Mt. XIII, 11.16).

"Ellos no podían creer, porque Isaías también dijo: “Él ha cegado sus ojos y endure-
cido sus corazones, para que no vean con sus ojos, ni entiendan con su corazón, ni se
conviertan, ni Yo los sane”. (Jn. XII, 39-40).

Tal es, creemos, la explicación de este hecho misterioso: ignorancia e indiferen-


cia de los católicos respecto de la Aparición y del Reino final de Cristo. Pues
es verdaderamente sorprendente esta ignorancia, esta indiferencia frente al
"acontecimiento supremo" sin el cual todo lo demás se "derrumba y desapa-
rece".

Con una ceguera inconcebible, hay quienes quieren hacer decir a la Escri-
tura exactamente lo contrario de lo que ella afirma con tanta fuerza.

En obras provistas del "Imprimatur" nosotros podemos leer:

"La Parusía ha preocupado mucho a los primeros cristianos, es verdad, pe-


ro hace largo tiempo que nosotros no la esperamos"8.

Y el hecho lo registra el autor sin protesta alguna de su parte.

En otro libro se lee acerca de la Ascensión:

"Un ángel se les acercó y les anunció que esta vez, Jesús de Nazaret no volvería más.
Se les decía haber partido para no volver"9.

8
Abbé P. Girodon: "Comentaire sur l'Evangile selon Saint Luc". París, Plon, p. 354.
9
M. Marras: "Quel est donc cet homme ?", París, Perrin, p. 359. ¿Cómo ha podido intro-
ducirse una contradicción tan flagrante del texto de los Hechos de los Apóstoles (I,
11), que acabamos de citar, en una obra que tiene tan gran cuidado de la exactitud
histórica?

10
¿No vemos aquí el impresionante cumplimiento de la profecía: "Ojos para no ver"?
Esta profecía se realizó ya una vez para los judíos. No reconocieron a Cristo por-
que no estaban preparados para su primera venida.

¿Estamos nosotros preparados para la segunda?

¿No están nuestros ojos obscurecidos?

¿No están nuestros oídos sordos?

¿No está nuestro corazón helado, y cerrado?

La BIBLIA nos habla sin cesar de esta esperanza del mundo — 320 veces sólo en el
Nuevo Testamento — pero nosotros no la leemos o la leemos sin comprender.

La IGLESIA comenta el misterio de la Parusía por su riquísima liturgia, pero nosotros


oramos y no abrimos nuestro corazón.

El ARTE ha representado en la escultura y en la pintura la Vuelta de Cristo, pero no-


sotros miramos y no vemos.

¡Sí! ¡Ojos cerrados para no ver!

¡Nosotros no sabemos!... Jacob al pie de la escala misteriosa, no sabía que ahí esta-
ba la casa de Dios y la puerta del cielo.

Es preciso que el mismo Dios abra nuestro corazón como Él lo hizo para Lydia, la
que vendía púrpura en Ciatura:

"El Señor le abrió el corazón y la hizo atenta a las cosas dichas por Pablo" (Hech.
XVI, 14).

No estamos atentos, no gritamos como los ciegos del camino de Jericó; sin embargo,
Dios espera gritos para decir a los ojos, a los oídos, al corazón: "¡Effeta!". "¡Por fin,
abríos!" y entonces creeremos en el misterio de la Vuelta anunciada y del Reino de
Cristo.

VOLVERA! ¡REINARA!

LES ABRIO LA INTELIGENCIA


PARA QUE COMPRENDIERAN LAS ESCRITURAS

Lc. XXIV, 45

Delante de mi propia indiferencia y de la de numerosos cristianos, con respecto a la


segunda venida de Cristo, iba yo verificando cómo nuestro individualismo interpone
obscuridad entre los misterios divinos, recónditos, y nuestro espíritu limitado y raciona-
lista.

11
Hay en nosotros ausencia de adaptación. El sentido del misterio se nos escapa a
causa de la pobreza de nuestra fe y de la impureza de nuestras vidas.

Creados a la imagen de Dios y regenerados por Jesucristo, deberíamos es-


tar en la luz; y somos "tinieblas". La lámpara que nos alumbra no es más que
una pobre luciérnaga, la luciérnaga del "yo". Sólo viene a proyectar claridad
sobre los misterios futuros cuando se trata de nuestra muerte individual y
del juicio particular que a cada cual espera, pero la gloria magnífica de nues-
tro Salvador, de nuestro Dios, que será manifestada después de su Aparición,
queda en la sombra. La luciérnaga del "yo" es impotente.

¿Pero dónde encontrar esta fuente de luz? ¿Este reflector sobre nuestra ruta?

"Antorcha para mis pies es tu palabra, y luz para mi senda. Tu palabra es


una antorcha que precede mis pasos y una luz sobre mi sendero" (Sal, CXVII,
105).

¿No es ésta la respuesta?


Y todavía: "la palabra profética, a la cual bien hacéis en ateneros –como a
una lámpara que alumbra en un lugar oscuro hasta que amanezca el día y el
astro de la mañana se levante en vuestros corazones–" (II Ped. I, 19)10.

Si estamos, pues, en tinieblas, es porque no leemos la Biblia y descuida-


mos las profecías. No alimentamos nuestra vida espiritual en esta fuente;
nos morimos de hambre cerca de este maná; nos marchitamos por falta de
luz. Y nuestros ojos permanecen velados porque no saboreamos esa miel de
la profecía (I Rey. XIV, 29).

Hace largo tiempo que conozco toda la revelación espiritual y personal que se extrae
al contacto de nuestros Santos libros: conozco la alegría del “consuelo de las Escritu-
ras" (Rom. XV, 4).

He comprendido entonces, que el cristiano que quiere sondear "las profundi-


dades de Dios" (I Cor. II, 10) y penetrar en el "Misterio de Cristo" y en el
plan divino, debe alumbrar su camino con una lectura asidua de la Biblia, y
es de suma necesidad que esta lectura se despoje del "yo", y que nosotros
tengamos "los ojos fijos sobre Cristo, autor y consumador de la fe" (Hebr. XII,
2).

Si nuestra inteligencia queda cerrada, cerrados los ojos de nuestras almas — cuando
leemos la Biblia — y ¿qué decir de los que no la leen? — es porque nosotros buscamos
en ella lo que ella no contiene.

Queremos hacer del Libro un libro humano; de un libro eterno, un libro del
tiempo, de un libro misterioso, un libro racional; de un libro universal, un
libro personal.
Reducimos las Escrituras a nuestra medida de hombres, a nuestras pers-
pectivas limitadas de europeos civilizados del siglo XX, a nuestros conoci-
mientos científicos, históricos, artísticos, de los cuales hacemos tanto caso.

10
Este día que aparecerá es el de la vuelta del Señor Jesús. En el Apocalipsis (XXII,
16) Jesús es llamado la brillante estrella matutina.

12
Reducimos las Escrituras a la crítica del razonamiento; las pasamos por el
cedazo de nuestra substancia cerebral.

Ahora bien, la Biblia no es ni un libro de historia, ni un libro de ciencia, ni un libro de


arte, ni un libro antiguo, ni un libro moderno.
Hay, en la Biblia, historia, ciencia, razonamiento, pero la Biblia es por encima de to-
do "la Palabra de Dios viva y permanente" (I Ped. I, 23).

Palabra actual para todos los tiempos, para todos los países y para todos los hom-
bres. Palabra eterna, el Verbo, Jesucristo, que viene a nosotros bajo las apa-
riencias de la palabra escrita. De ahí que, sólo elevándonos por encima de lo hu-
mano y de lo contingente, sólo tomando impulso hacia las alturas de Dios por la fe, la
esperanza y el amor, sólo penetrando en las esferas de lo invisible, podremos abordar
el estudio sobrenatural del plan de Dios, desde la creación angélica hasta la Jerusalén
celestial.

La vuelta de Cristo es, en efecto, para nuestra generación, la piedra angular de ese
edificio espiritual.
El Espíritu Santo ha sido enviado para introducirnos en esa magna construcción; pa-
ra guiarnos por el dédalo de los textos; para descubrirnos "la insondable riqueza de
Cristo" (Ef. III, 9). "Os anunciará las cosas por venir. Él me glorificará, porque tomará
de lo mío, y os (lo) declarará" (Jn. XVI, 13-14).

Por último, en la liturgia de la Iglesia, que canta admirablemente la Vuelta de Jesús


en numerosos textos, se encuentra siempre el mismo pensamiento.
El Adviento y el tiempo de Navidad están claramente orientados hacia el
segundo advenimiento, sin dejar por eso de recordar el primero, así como
los grandes anuncios de los profetas.

Casi todos los Evangelios del común de las fiestas han sido escogidos en-
tre los textos escatológicos de los evangelistas Mateo y Lucas: Vírgenes pru-
dentes y Vírgenes necias, parábola que es el prototipo de la Venida del Esposo; Servi-
dores que velan; Rey que distribuye los talentos y vuelve, para tomar cuentas; Parábo-
las llamadas del "Reino de Dios", etc., etc... Leemos estos textos cada día, pero ¿pen-
samos por esto en vivir de expectación?

Si recorremos la liturgia de los difuntos, el pensamiento de la Venida de


Cristo es ahí primordial. La idea de su realeza aparece expresada en la litur-
gia de Todos los Santos, del Sagrado Corazón, de Cristo Rey, de la Transfigu-
ración11.

Meditando sobre estas nuevas perspectivas que me ofrecía la Biblia y la liturgia, mis
antiguos conocimientos iconográficos se me vinieron a la memoria y de repente, delan-
te de mis ojos —abiertos esta vez- surgieron dos obras pictóricas que yo conocía mu-
cho y que hasta ese momento nada me habían sugerido acerca de la Vuelta de Jesús y
de su reinado, así como nada me habían sugerido hasta entonces la Escritura y la Li-
turgia. Eran éstas dos pinturas del mosaico de Santa Sofía de Salónica y el Juicio final
de Torcello, cerca de Venecia.

11
Ver el apéndice: "El segundo advenimiento y reinado de Cristo en la Liturgia". Se dan allí
numerosos detalles litúrgicos.

13
El mosaico de Salónica representa la Ascensión. Los ángeles se inclinan hacia
los discípulos; las palabras que pronuncian entonces, y que el libro de los Hechos nos
ha conservado, están escritas en griego: "Hombres de Galilea... Este Jesús, que sepa-
rándose de vosotros se ha subido al cielo, vendrá de la misma manera que le acabáis
de ver subir allá". Uno de los ángeles pone su dedo sobre las palabras: "DE LA MISMA
MANERA".
¡Qué significación, qué enseñanza por la imagen! El deseo del ordenador del magní-
fico y sorprendente mosaico no puede haberse expresado en forma más explícita:
"Vendrá de la misma manera".

El juicio final de Torcello es una de las obras notables que nos ha dejado el arte bi-
zantino implantado en Italia.
Trabajo gigantesco, elaboración difícil, para dar al que pasa una imagen de las esce-
nas trágicas y prodigiosas de "el día del Señor".
Al centro del mosaico dé Torcello, bajo el Cristo, que vuelve glorioso con
sus santos, está un trono vacío. Dos personajes esperan postrados al que va
a ocuparlo. Sus figuras son fáciles de reconocer: Adán y Eva. Ellos han perdi-
do el reino, y esperan la vuelta del segundo Adán, Jesucristo.

Actualmente Jesús comparte el trono de su Padre, desde la Ascensión:


"Siéntate a mi diestra" (Sal. CX), pero Él debe volver para ocupar el trono,
destinado primitivamente a Adán.
El arte bizantino llama a esta escena la Hetimasia o "Preparación del
trono", pues ¡El reinará!12

¡Volverá! ¡Reinará!

***

Estaba profundamente emocionada considerando la maravillosa síntesis que se ofre-


cía a los ojos que se abren y ven, al corazón que se dilata y comprende.

La Sagrada Escritura, la liturgia y el arte están diciendo a una, a la fe del cristiano:

¡VOLVERA! ¡REINARA!

PRIMERA PARTE

VOLVERA

Cristo, que se ofreció una sola vez para llevar los pecados de muchos, OTRA VEZ APARECE-
RÁ, sin pecado, a los que le están esperando para salvación (Hebr. IX, 28).

"¿DONDE ESTA EL REY DE LOS JUDIOS


QUE ACABA DE NACER?"

Mat. II, 2

12
Ver Apéndice: "Cristo Rey y Hombre en el arte".

14
El profeta Isaías ha sido a veces representado en el arte con la mirada dirigida hacia
lejanías misteriosas, con la mano sobre la frente para permitir a sus pupilas captar las
cosas futuras. Esta actitud figura la del pueblo judío que espera al Mesías; ella es la
que debe tener el pueblo cristiano esperando su Vuelta. Una semejanza profunda
existe, pues, entre la expectación de la Sinagoga, en otro tiempo, y la de la
Iglesia, hoy día.

Pero, ¿en qué consistía exactamente la expectación de los judíos? Ellos esperaban
la aparición de un rey poderoso, esperaban en el Ungido del Señor, un jefe,
que debía restablecer el reino de Israel. El Mesías, "de la posteridad de Da-
vid" (Jn. VII, 42) sería Rey. Esta era la enseñanza oficial de las escuelas rabínicas y
la creencia general.

Es fácil seguir en los Evangelios el desarrollo de esta creencia, — muy exacta en


cuanto a su cumplimiento, — pero en contradicción con las profecías de su primera
venida. Jesús venía primero para servir y morir. El, sin duda, hubiese reinado, si
los re-presentantes de la nación judía hubiesen reconocido en El, aún des-
pués de haberlo renegado al principio, al Rey de Israel e Hijo de Dios.

Pero la Sinagoga tenía los ojos cegados, los oídos sordos, el corazón helado por la
concepción puramente ritual de las prescripciones mosaicas. Ella no pudo, pues, reco-
nocer a Aquél que venía a obedecer hasta la muerte de Cruz, llevando el pecado del
mundo… Se creía sin pecado; no tenía, pues, necesidad de Salvador…

Ahora bien, ¿cuál es la actitud de los cristianos de hoy? Teóricamente, todos


esperan, implícita o explícitamente, la vuelta gloriosa de Cristo. Pero, de he-
cho, fundamos mucho más nuestra vida de fe, nuestro desarrollo espiritual,
sobre el recuerdo del Gólgota, sobre la vida terrestre y pasada de Cristo, que
sobre las prodigiosas promesas referentes al futuro.

Rara vez los católicos hacen el gesto del profeta Isaías, colocando la mano horizon-
talmente sobre su frente, para avistar mejor las maravillas lejanas del Día del Señor.
Sin embargo, el Espíritu Santo nos ha sido enviado para esto, para enseñarnos
los misterios del Fin de los Tiempos: "Dirá lo que habrá oído, y os anunciará las
cosas por venir" (Jn. XVI, 13-14).

***

Antes de penetrar al corazón mismo de nuestro tema: "Volverá", queremos recordar


en estos primeros capítulos los medios por los cuales Jesucristo quiso hacerse conocer
en su primera venida.
¿Acaso no quería hacerse reconocer por "señales y profecías"? De la mis-
ma manera su segunda venida será marcada por "señales" y "profecías" que
se cumplirán a la letra como la primera vez.

La Iglesia ha tratado de despertar nuestra fe y nuestra esperanza en el fu-


turo reinado de Jesús instituyendo la nueva fiesta de Cristo Rey que es un
maravilloso desarrollo de la Epifanía. Veamos cómo.

15
Ante los Magos, el Mesías se manifestó al mundo como Rey. Quería que las
generaciones futuras reconociesen en Belén las primicias de la unión admi-
rable de los judíos y de los gentiles, de la Sinagoga y de la Iglesia, unión
constitutiva de la Jerusalén futura.
Los magos — figura de la gentilidad — vinieron pues, al país de los judíos y pregun-
taron por su rey para adorarle: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?
Hemos venido a adorarle". Herodes creía en las profecías, aún siendo idumeo, y se
informó con los sacerdotes y con los escribas "dónde debía nacer el Cristo".

Los magos preguntaron por "el rey de los judíos". Herodes les dio su nom-
bre: "Cristo". ¿Dónde debe nacer el Cristo?" preguntó a los sacerdotes. Para
él, como para todos, el Mesías debía restablecer el reino de Judá, y arrojar
por lo tanto la dinastía usurpadora de los Herodes. Desde entonces, este Niño
buscado por los magos sería a sus ojos un enemigo.
Los sacerdotes se reunieron y proporcionaron a Herodes la información solicitada.
En ningún error se incurrió aquel día sobre la persona de Jesús; los sacerdo-
tes evidentemente no pueden separar la idea del Mesías de su condición de
Rey. Conocen las profecías de Miqueas y declaran: "Nacerá en Belén", porque
está escrito: "Y tú Betlehem (del) país de Judá, no eres de ninguna manera la menor
entre las principales (ciudades) de Judá, porque de ti saldrá el caudillo que apacentará
a Israel mi pueblo" (Mt. II, 6 citando a Miq. V, 1).

La continuación de la historia es muy conocida, así como la actitud de Herodes, —


extraña figura de "el Príncipe de este mundo" — que quiere matar a aquél que supone
ser su rival, pues está de tal manera imbuido de las teorías judías sobre la realeza me-
siánica, que no puede dudar de la próxima restauración del reino de Israel.

Los magos habían sido conducidos a Jerusalén y a Belén por una estrella;
Jesús fué, pues, reconocido por medio de un signo, — el signo de la estre-
lla, —tal como había sido designado por la voz de la profecía.
En el día de su manifestación (Epifanía) constituyó Jesús alrededor suyo la
unidad de los pueblos. En ese día, — único en los anales del mundo, — los
judíos reconocieron al Rey-Mesías por la profecía y los gentiles le adoraron
por un signo. ¡El muro de separación quedó, pues, quebrantado por algunas
horas! (Ef. II, 11-19).

La Iglesia aspira a este restablecimiento maravilloso en la unidad del judío


y del gentil, y, no contenta con celebrar esta fiesta de la Epifanía, la más im-
portante después de la Pascua, ella ha querido solemnizar de manera espe-
cial, en estos últimos tiempos, la fiesta de Cristo Rey, que parece una Fiesta
de los Tiempos del Fin.

Ha querido sugerir a la cristiandad que ore para que pronto Jesús sea Rey
de judíos y gentiles13. Ardiente deseo es éste ya que esta fiesta de Cristo Rey es la
expresión unánime "del suspiro de las criaturas" a través de la Iglesia (Rom. VIII, 22),
que querría verle ya reinar sobre las potencias terrenales. Pero este reinado univer-
sal existe sólo en potencia, en esperanza, en votos ardientes; pues, de hecho,
Jesús no ha reinado jamás sobre los Estados y nunca ha sido más desconoci-

13
Oración de S. S. Pío XI para la fiesta de Cristo Rey: "Mirad, Señor, con misericordia los hijos
de ese pueblo, que fué en otro tiempo tu predilecto; que sobre ellos descienda, en bautismo de
Redención y de Vida, la Sangre que un día contra sí reclamaron".

16
da su autoridad por los individuos: "Sabemos que nosotros somos de Dios, en tan-
to que el mundo entero está bajo el Maligno" (I Jn. V, 19).

Nosotros somos unos rebeldes y Jesús sólo podrá reinar sobre espíritus perfecta-
mente sumisos. La fiesta de su realeza no pasará de ser, pues, una quimera si no pre-
para nuestros corazones a hacer la voluntad de Dios, aquí en la tierra como se hace en
el cielo, y si esta fiesta no constituye un testimonio de la liturgia celestial del "Rey de
los reyes" (Apoc. XIX, 16).

El deseo de la Iglesia romana, de hacer a Jesús Rey de la colectividad humana sobre


la tierra, es también el de algunos grupos protestantes: "Voluntarios de Cristo se le-
vantan en América y en países Anglosajones y quieren hacer a Cristo rey durante esta
generación"14.

Pero antes que eso es preciso aguardar la Vuelta en gloria de Nuestro Se-
ñor para que recoja el doble fruto de su muerte por la obediencia hasta la
muerte de Cruz, y de su continua intercesión por nosotros después de su As-
censión y entronización a la diestra de Dios (Rom. VIII, 34). Entonces podrá es-
tablecer su reinado y entregar después este reino de sacerdotes y reyes, a su Padre. El
apóstol San Pablo expone esta doctrina a los Corintios: "Después el fin, cuando Él en-
tregue el reino al Dios y Padre, cuando haya derribado todo principado y toda potestad
y todo poder. Porque es necesario que Él reine “hasta que ponga a todos los enemigos
bajo sus pies" (I Cor. XV, 24-25).

Esperamos el reinado de Cristo y la consumación del reino de Dios. Esta es


nuestra petición de cada día: "Venga tu reino". No se ha establecido, pues,
todavía el reinado de Dios.

II

PARA SER UN SIGNO DE CONTRADICCION

Lc. II, 34

Los magos fueron conducidos por medio de una señal al niño Rey, la señal
de la estrella. Dios da a menudo señales para hacer conocer su poder, hacer-
se adivinar bajo el símbolo. "Y para que puedas contar a tu hijo, y al hijo de tu hijo,
las grandes cosas que Yo hice en Egipto, y los prodigios que obré en él, a fin de que
sepáis que Yo soy Yahvé” (Ex. X, 2).

Jesús dio diez y nueve señales de su Vuelta futura. Los apóstoles habían pedido una
sola: "¿Cuál es la señal de tu advenimiento?" (Mt. XXIV, 3).

Jesús dio varias señales, y tanto éstas como las profecías deben ser consideradas
atentamente si se quiere penetrar los misterios que anuncian.

El Señor Jesús había querido que sus contemporáneos tuviesen muy en cuenta las
señales que El ofrecía: aquella de la serpiente de bronce para marcar su muerte,
aquella de Jonás para figurar su entierro y resurrección; aquella del Templo

14
Pastor P. Perret. Dieu serait-il allemand ? París. Edit. "Je sers", 1931, p. 187.

17
demolido y reconstruido en tres días para anunciar su muerte y la transfor-
mación de la Sinagoga. Ofreció también el signo de su realeza comparándose a
Salomón: "Y ved que hay aquí más que Salomón" (Mt. XII, 42).

Pero todas estas señales a los ojos de los judíos sólo fueron señales de
contradicción. El Mesías será rey, pero no un crucificado colgado del madero
como la serpiente, o sepultado como Jesús.
Los magos también buscaban un rey, y ¡encontraron un niño pobre! ¡Qué
fuerza la del contraste! Su fe sincera sobrepasó las apariencias. Adoraron y
reconocieron en ese pequeño cuerpo humano: el hombre, el Dios y el Rey.

Fe profunda y robusta, necesitaban los contemporáneos de Jesús, para guiarse en


medio de semejante dédalo de signos contradictorios.

La Virgen María fué la primera que recibió en lo más íntimo de su ser, el


choque del misterio de Cristo. El Ángel le había dicho de su Hijo: “El Señor Dios le
dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su,
reinado no tendrá fin” (Lc. I, 32-33).

Mas, he aquí que nace al término de un viaje, sin casa y en la desnudez. ¡Qué señal
de contradicción en el primer día de la vida de Jesús! ¡Y en el último…! En la tarde del
Gólgota, sólo la inscripción de Pilatos podría recordar a la Madre las sublimes palabras
angélicas: "Jesús de Nazaret, Rey de los judíos". ¡Cruel enigma para el alma de María!
Pero ella había sido preparada por la profecía del justo Simeón: "Este es puesto para
ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para ser una señal de contradicción –
y a tu misma alma, una espada la traspasará" (Lc. II, 34-35).

Y la Virgen María: "Conservaba todas estas palabras en su corazón" (Lc. II, 51). Y
primero que nadie pudo hacer la síntesis del doble aspecto que revestiría su Hijo: sería
un varón de dolores y blanco de la contradicción (profecía de Simeón). Sería Rey (pa-
labras del ángel).

La Madre pudo entonces percibir bajo la aparente contradicción de la vida de Jesús,


el desarrollo del misterio de la Redención.

El Mesías será primero EL CORDERO DE DIOS que quitó el pecado del


mundo, al venir una primera vez a la tierra; a su vuelta será el LEON DE JU-
DÁ; levantará los sellos del libro y reinará. (Apoc. V, 5).

Los apóstoles participaban de las ideas del Sanedrín y de los judíos en general, so-
bre el Mesías, Rey y Jefe; y, al igual que ellos, rechazaban la señal de la humillación y
del sufrimiento, a pesar de las enseñanzas reiteradas de los profetas.

Acaso no es harto significativo oírlos preguntar en la hora de la Ascensión: "Señor,


¿es éste el tiempo en que restableces el reino para Israel?” (Hech. I, 6).

No habían comprendido todavía el sentido de la primera parte de la misión de Jesús:


Salvador, Servidor y Rey rechazado.

Natanael, al encontrar a Jesús al principio del ministerio público le dice: Rabí, Tú


eres el Hijo de Dios, TÚ ERES EL REY DE ISRAEL” (Jn. I, 49).

18
Para él también Jesús no podía ser más que Rey.

El descontento de los discípulos, cuando el Maestro rehusó la elección de


la masa, después de la multiplicación de los panes, encuentra su explicación
en la esperanza fallida de la realeza inmediata. Y creemos que fué esto lo
que determinó el primer deseo de defección del ambicioso Judas, y su prime-
ra duda. El Mesías, pensaba él, sería de la posteridad de David; este hombre
rehúsa la realeza, no es, pues, él, quien debe venir.

Un día que Jesús anunciaba su muerte ignominiosa, las bofetadas y los esputos, Pe-
dro exclamó: “Esto no te sucederá por cierto” (Mt. XVI, 22).

Pedro dio un desmentido formal a Jesús, pues, evidentemente, para él que creía en
el Mesías-Rey, esta muerte era inaceptable ¡El Mesías es el Jefe y no un crucificado!

Con ocasión de otro anuncio de la Pasión por parte de Jesús, la madre de Santiago y
de Juan dijo a su vez: "Esto no sucederá". Ella no creía tampoco en esta muerte anun-
ciada, pues luego solicita los tronos situados a la derecha y a la izquierda de Jesús pa-
ra sus hijos, "en tu Reino" (Mt. XX, 21).

Cuando llegó la hora de la Pasión, la contradicción surgió por todas partes.


Esas horas trágicas marcaron un gran conflicto entre los tres aspectos de
Jesucristo: una humanidad paciente, una divinidad omnipotente, pero es-
condida, y una realeza futura, muy gloriosa, pero más recóndita todavía.
¡Los judíos y los testigos del gran drama son sorprendidos por lo inexplicable!
Oyen a Pedro que había vivido con Jesús, decir: "No conozco a ese hombre"
(Mt. XXVI, 72).

Oyen a Jesús afirmar delante del gran sacerdote que Él es el Hijo de Dios
(Mt. XXVI, 64). Y sobre la cruz lo oyen gritar: "Dios Mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado?" (Mt. XXVI, 46). ¡Extraña contradicción!

Oyen todavía a Jesús declarar: "Mi reino no es de este mundo"15 (Jn. XVIII,
36), y a Pilatos que le preguntaba, ciertamente con ironía: "¿Tú eres el Rey
de los judíos?", respóndele: Tú lo has dicho, soy Rey, Yo para esto nací (Jn.
XVIII, 37).

Entonces los judíos se burlaban de este Rey coronado de espinas y vestido de púr-
pura: "Salve, Rey de los judíos". Y venían a Él, y decían: "Dios te salve, rey de los ju-
díos; y le daban de bofetadas" (Jn. XIX, 3).

Pilato hizo escribir, siempre por ironía: "Jesús Nazareno, rey de los judíos" (Jn. XIX,
19).

El ladrón oraba: "Acuérdate de mí Señor, cuando hayas llegado al reino tuyo" y Je-
sús responde señalando su omnipotencia: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc.
XXIII, 42).

En el momento de morir, Jesús afirma su autoridad y su poder de salvar.


Esta es una última señal de contradicción, pues no se ve en él sino al seduc-
15
Ver más adelante el significado de estas palabras en el capítulo: "Soy rey, he nacido para
esto".

19
tor de las masas, al usurpador del título de Hijo de Dios, menos todavía, a un
desecho humano colgado de un madero, a un objeto de maldición: "Maldito de
Dios el colgado en un madero", se decía desde Moisés (Deut. XXI, 23 y Gal. III, 13).

¿Cómo reconocer en él a un Rey? El enigma es demasiado violento. Los sacerdotes


se volvieron una última vez contra él para reclamar por la inscripción de Pilato que,
sin quererlo, fué ese día un gran profeta. Se negó éste a acceder a lo que le pe-
dían y les respondió: "Lo que he escrito, escrito está" (Jn. XIX, 22). Y dejó escrito: "Je-
sús Nazareno, rey de los judíos".

Es preciso notar aquí que las "señales" que tienen tanta importancia para
reconocer la huella del Señor pueden también conducir al error al espíritu
que se asila en ideas preconcebidas.

Los judíos no pensaban más que en una cierta realeza mesiánica, no en aquella que
Jesús les ofrecía; entonces rechazaron a su rey. Dejaron en la penumbra las señales y
las profecías de la humillación, del dolor y de la muerte. Porque, no lo olvidemos, el
"misterio de Cristo" es complejo. ¡Plegue a Dios que "podáis comprender con to-
dos los santos, cuál sea su anchura y longitud, altura y profundidad"! (Ef. III, 18).

III

HE AQUÍ QUE VENGO


–ASÍ ESTÁ ESCRITO DE MÍ EN EL ROLLO DEL LIBRO–

Sal. XL, 8

Los magos habían sido conducidos a Jerusalén por la señal de la estrella; ahí vuelven
a encontrar otra fuente de conocimiento divino: la profecía. Les fué revelada por la voz
de los sacerdotes, y alumbrados los magos por estas dos sagradas manifesta-
ciones: signo y profecía, llegaron a Belén y descubrieron al Rey de los reyes.

Si la profecía para los magos tuvo una importancia tan grande, — los condujo a Je-
sús, — ¿acaso no tuvo también en el curso de la vida del Mesías un cumplimiento per-
manente? ¿No podría decirse que todas las profecías bíblicas vienen a concentrarse
sobre la persona del Hijo de Dios? "He aquí que vengo –así está escrito de Mí en el
rollo del Libro– (Sal. XL, 8)16.

Todo esto estaba escrito para su primera venida y todo está escrito para el futuro.

Los profetas han sido los depositarios de los secretos del Padre, referente a su Hijo:
"Pues Yahvé, el Señor, no hará nada sin revelar su secreto a sus siervos los profetas"
(Am. III, 7).

Ellos han escrito toda la vida de Cristo: su vida pasada, su vida presente, su vida fu-
tura. Jesús ha desenrollado la primera parte del rollo del Libro cumpliendo a
la letra las profecías referentes a su primera venida. Desenrollará el rollo

16
Este versículo y los anteriores están citados en Heb. X, 5-7.

20
hasta el fin al venir por segunda vez, para cumplir, con no menos exactitud,
las profecías referentes a su Vuelta y a su Reino glorioso17.

Podemos decir que los "secretos" de Dios, confiados a sus servidores los pro-
fetas, están divididos en dos grupos proféticos.

El primero anunciaba el nacimiento del Mesías, su vida humillada, la reve-


lación de la ley de gracia y, sobre todo, las circunstancias precisas de su
muerte dolorosa. Jesús mismo ha puesto el sello sobre estas profecías y, a
fin de señalar su completa realización, sus últimas palabras, — notémoslo
bien — sus últimas palabras antes de su muerte, — fueron: "ESTA CUMPLI-
DO". "Consummatum est". ¡Ya todo está hecho!" (Jn. XIX, 30). Los profetas
habían escrito: ¡El Cristo ha cumplido!
El segundo grupo profético anunciaba un Mesías glorioso y rey con todos
los grandes acontecimientos del fin de los tiempos: restauración de Israel y
de Jerusalén; vuelta gloriosa de Cristo para reinar con sus santos, día de
venganza de la justicia divina, después nuevos cielos y tierra nueva, un reino
sin fin.

Estas profecías del Antiguo Testamento, han sido completadas por la enseñanza de
los Apóstoles y sobre todo por la "Revelación" — o Apocalipsis —hecha por Jesús mis-
mo a San Juan en la Isla de Patmos.

El Apocalipsis es el libro final que pone el sello sobre el segundo grupo


profético. Y si Jesús al morir decía: "Está cumplido", dice a Juan para sellar su propia
revelación: Estas palabras son ciertas y verdaderas... ¡HECHAS ESTÁN! (Apoc. XXI, 6).

Constatamos, pues, que Jesús confirma las profecías realizadas en Él, por su última
palabra sobre la cruz: “SE HA CUMPLIDO". Confirma que las profecías no realizadas
todavía se cumplirán y que entonces dirá: " HECHAS ESTÁN".

***

El judío era un hombre que miraba hacia adelante, hacia el Mesías. El cristiano, pue-
de, a la vez, mirar hacia un pasado realizado en Jesús y también fijar sus ojos hacia
una lejanía profética, esperando con alegre esperanza que Cristo desarrolle el final del
Libro.

Tratemos, pues, de evocar la doble actitud del judío de otro tiempo y la posterior del
cristiano, frente a la profecía.
La primera dificultad que se encuentra cuando se habla de profecía — en cualquiera
época que sea — es relativa a los tiempos.

Generalmente el profeta, que nos anuncia los acontecimientos futuros, ve estos


acontecimientos a la manera divina, es decir, sin planos sucesivos en el tiempo. Acerca
a menudo épocas alejadas unas de otras y las funde en un todo.

17
El libro era enrollado; en lugar de abrirlo se le desenrollaba. Los judíos de nuestros días,
guardan la antigua costumbre del rollo en sus Sinagogas. Ver en el Apéndice: el "Cuadro de las
profecías".

21
La palabra profética franquea de un salto los siglos, que para Dios son como un día:
entonces es cuando le falta del todo la perspectiva y no puede ser registrada a la ma-
nera de un hecho histórico.
Constatamos, por ejemplo, cómo Jesús habla de la ruina próxima de Jerusalén, en la
época romana, y del fin del mundo actual, como de un mismo acontecimiento. Cuando
leemos el capítulo XXIV de San Mateo, nos es preciso poner una gran atención en los
términos empleados por Jesús al referirse a uno u otro acontecimiento.

A veces, ciertas palabras conciernen a los dos hechos indistintamente, pues, el pri-
mero, la toma de Jerusalén, no debe ser más que un prototipo del segundo, que es el
fin del mundo presente.

Otra causa de error en la interpretación de las profecías proviene de la fal-


ta de atención que se pone en la lectura de los textos y, sobre todo, de que
se descuida establecer relaciones entre pensamientos semejantes. Es preci-
so saber que la Biblia se ex-plica por la Biblia; lo divino se explica por lo di-
vino. "Quien quiere dar el sentido de la Escritura, decía Pascal, y no lo toma de la Es-
critura, es enemigo de la Escritura"18. "ninguna profecía de la Escritura es obra de pro-
pia iniciativa" (II Ped. I, 20).

Lo que falsea todavía, y gravemente el sentido de las profecías, es la ten-


dencia moderna a no explicarlas literalmente, sino de manera simbólica o
puramente espiritual. Volveremos sobre esto.

En fin, es preciso temer la falta de libertad de ciertos espíritus que someti-


dos en exceso a ideas preconcebidas están inclinados a leer, no lo que está
escrito, sino lo que quieren encontrar. Tal fué esencialmente el caso de los
judíos.

Las profecías mesiánicas eran numerosas y si los judíos no se equivocaron en ellas,


cuando fué preciso indicar a los magos la ruta de Belén, al preguntar estos príncipes
por "el Rey de los judíos", fueron incapaces, en cambio, de reconocer un Mesías venido
para servir y morir. Leían, sin embargo, el Salmo XXII y el capítulo LIII de Isaías, por
no citar más que estos dos textos que ofrecen una maravillosa síntesis de las profecías
mesiánicas: la vida paciente y humillada, la vida real y gloriosa. Pero el judío que
leía estas páginas no retenía más que el segundo aspecto del Mesías, el Me-
sías Rey.

Leamos también nosotros estos textos:

Contemplemos, en el Salmo 22 al varón de dolores desamparado, a Aquél cuyos


huesos se cuentan, aquél cuyas manos y pies están traspasados, aquél cuya túnica se
echó a la suerte, delante del cual se sacude la cabeza en señal de desprecio: aquél que
se compara "al gusano de la tierra", "al último del pueblo". Pero de repente, al fin del
mismo Salmo aparece la gloria prometida: "Recordándolo, volverán a Yahvé todos los
confines de la tierra; y todas las naciones de los gentiles se postrarán ante su faz. Por-
que de Yahvé es el reino, y Él mismo gobernará a las naciones". Constatamos la misma
síntesis profética al leer el capítulo LIII de Isaías. Después de haber hecho el más
trágico, el más preciso, el más real cuadro de la Pasión, a siglos de distancia — el co-
razón tiembla con esta lectura de una realidad impresionante — el profeta narra la glo-

18
"Pensées". Edit. Gazier, p. 154.

22
ria de aquél que ha llevado nuestras debilidades, nuestras heridas, la justificación de
muchos hombres por su sufrimiento; en fin, la gloriosa parte de su botín. El capítulo
entero es la sorprendente anticipación de las palabras de Jesús: "¿No era
necesario que el Cristo sufriese así para entrar en su gloria?” (Lc. XXIV, 26)19.

Pero todas estas cosas habían quedado en la penumbra. Para los judíos el
Ungido del Señor debía restaurar la casa de David (Hech. XV, 16-17), volver
a levantar su trono, sacudir el yugo romano y el de Herodes, a fin de libertar
para siempre a Israel.

Tal era la enseñanza rabínica. Pero, de todas maneras, los judíos, que no habían re-
cibido la plenitud del sentido profético antes del Mesías, hubiesen podido adquirirlo
cuando Jesús predicó y desarrolló la verdadera naturaleza de su reino, en su primer
tránsito sobre la tierra. ¿No tenernos acaso testimonios irrecusables de la manera có-
mo Cristo quería hacerse conocer por el camino profético? El mismo explica los textos
que le conciernen.

En Nazaret al principio de su ministerio público, Jesús estaba en la sinagoga, un día


sábado. La costumbre mandaba que se leyese, después de la oración, un pasaje de los
profetas. Cuando un extranjero o una notabilidad asistía a la reunión, el Jefe de la si-
nagoga lo invitaba gustosamente a hacer esta lectura en el rollo manuscrito de los pro-
fetas y a comentarla.

Se entregó, pues, a Jesús el rollo del profeta Isaías "y al desarrollar el libro halló el
lugar en donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque Él me ungió;
Él me envió a dar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos la liberación,
y a los ciegos vista, a poner en libertarla los oprimidos, a publicar el año de gracia del
Señor”. Enrolló el libro, lo devolvió al ministro, y se sentó; y cuantos había en la sina-
goga, tenían los ojos fijos en Él. Entonces empezó a decirles: “HOY ESTA ESCRITURA
SE HA CUMPLIDO delante de vosotros” (Lc. IV, 17-21).

Importa mucho notar aquí que Jesús ha detenido su lectura en la mitad


del versículo 2 del capítulo LI de Isaías: "Él me ha enviado a publicar EL AÑO
DE GRACIA DEL SEÑOR", alusión al año jubilar, en el cual todas las deudas
eran perdonadas.

El Cristo ha vuelto para salvar, pagar la deuda de Adán, rescatar la huma-


nidad. Pero la continuación anuncia que si el año favorable pasa… El vendrá
entonces para Promulgar EL DIA DE VENGANZA DE NUESTRO DIOS". Jesús
no había leído este anuncio terrible; su realización pertenece al siglo futuro.

Así, pues, en este solo versículo segundo, los dos grupos de profecías están bien
deslindados.

El Mesías ofrecía un año de gracia como Salvador, pero vendrá también en


"el día de venganza" como rey y juez.

"Estamos en el tiempo de la paciencia" (Rom. III, 26). ¿No vendrá pronto el tiempo
de la cólera? (II Ped. III, 10). Estos dos tiempos están en el rollo del Libro que de Él
está escrito.
19
El eunuco de la reina Candace leía el capítulo LIII de Isaías cuando se encontró con Felipe,
quien "comenzando por este pasaje le anunció la buena nueva de Jesús" (Hech. VIII, 26-40).

23
IV

LES HIZO HERMENÉUTICA DE LO QUE EN TODAS


LAS ESCRITURAS HABÍA ACERCA DE ÉL

Lc. XXIV, 27

Junto a la circunstancia típica de que Jesús se valió para darse a conocer en Nazaret,
en que dio cumplimiento y vida al "rollo del Libro que de Él está escrito", otros dos epi-
sodios, dos lecciones bíblicas no menos características, nos muestran cómo, después
de su resurrección, quiso fundar la enseñanza de sus discípulos sobre el cumplimiento
de las profecías en su persona.

Jesucristo insistía sobre "todo lo que han dicho los profetas" (Lc. XXIV,
25).
Este deseo del Maestro fué comprendido por los evangelistas. Los Evange-
lios — principalmente de Juan y Mateo — refiriendo los acontecimientos de
la vida de Cristo, se apoyan constantemente sobre textos proféticos ¡Cuán-
tas veces leemos en el Evangelio: "A fin de que se cumpliese la profecía" o
"Está escrito"!

Las dos lecciones bíblicas dadas por Jesús han sido relatadas por San Lucas en el
capítulo XXIV. Ellas tuvieron lugar en la tarde de la resurrección, como conclusión de
su vida de sufrimiento. Son las primacías de la vida "de gloria" como dirá el apóstol
Pedro.

El primero de los relatos de San Lucas nos muestra a Jesús bajo el aspecto de un
viajero, que encuentra a los discípulos, que se dirigían de Jerusalén a Emaús. Estaban
tristes, Jesús les habló, "pero sus ojos estaban como cerrados" — ¡siempre
ojos para no ver! — y no le reconocieron. Entonces Jesús les preguntó y expusie-
ron la causa de su tristeza, la condenación a muerte, la crucifixión… de un profeta,
poderoso en obras y palabras delante de Dios: "En cuanto a nosotros esperába-
mos que Él sería el que libraría a Israel". Encontramos aquí, tomado a lo vivo
el pensamiento mismo de los íntimos de Cristo.

Jesús continuó oyendo el relato de los hechos que les había turbado, aquel de la ex-
posición de las mujeres, que habían dicho "que Él estaba vivo" ¡Pero no se le había
visto! “¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que han
dicho los profetas!, díjoles Jesús. ¿No era necesario que el Cristo sufriese así para en-
trar en su gloria? Y comenzando por Moisés, y por todos los profetas, les hizo herme-
néutica de lo que en todas las Escrituras había acerca de Él”.

Los discípulos no le reconocieron todavía: fué precisa la fracción del pan:


"Entonces los ojos de ellos fueron abiertos y lo reconocieron; mas Él desapareció de su
vista. Y se dijeron uno a otro: “¿No es verdad que nuestro corazón estaba ardiendo
dentro de nosotros, mientras nos hablaba en el camino, mientras nos abría las Escritu-
ras?” (Lc. XXIV, 31-32).

La enseñanza del Maestro ha sido comprendida y he aquí que los dos dis-
cípulos tienen los ojos abiertos y el corazón ardiendo al darse CUENTA DE

24
QUE JESUS ES COMO UN ROLLO VIVO DE ESCRITURA". “¡Les hizo hermenéu-
tica de lo que en todas las Escrituras había acerca de Él!". Verdaderamente,
delante de ellos el Señor había desenrollado "la primera parte" del libro: les
había explicado el misterio de la Cruz, escándalo para los judíos y locura pa-
ra los gentiles.

El mismo día, algunas horas más tarde, Jesús desarrolló la misma ense-
ñanza, delante de los Once reunidos, diciéndoles: "Esto es aquello que Yo os decía,
cuando estaba todavía con vosotros, que es necesario que todo lo que está escrito
acerca de Mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos se cumpla”. Entonces
les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras. Y les dijo: “Así estaba
escrito que el Cristo sufriese y resucitase de entre los muertos al tercer día, y que se
predicase, en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las na-
ciones, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas (Lc. XXIV, 44-
48).

***

Las dos lecciones bíblicas del Señor habían versado principalmente sobre
el misterio de su sufrimiento, aquel que había sido el más descuidado e in-
comprendido. Jesús no había puesto el acento sobre el misterio de su Vuelta
y de su Reino glorioso, dejando este cuidado a sus discípulos a los cuales
"por espacio de cuarenta días y hablando de las cosas del reino de Dios "
(Hech. I, 3).

Por esto Pedro, Santiago y Juan y especialmente el apóstol Pablo, se hicie-


ron predicadores del "siglo futuro".

COSAS QUE LOS MISMOS ANGELES


DESEAN PENETRAR

I Ped. I, 12

Estas “cosas que los mismos ángeles desean penetrar"… ¿no son acaso los tiempos
misteriosos de "el día del Señor"?

Hemos dicho que Cristo se había revelado principalmente, después de la Resurrec-


ción, como el Mesías paciente, a causa de la incomprensión que el pueblo tenía de este
misterio; pero los apóstoles, enseñados por el Espíritu Santo, — "Él os anunciará las
cosas por venir" (Jn. XVI, 13) — van a ser los campeones de estos misterios de gloria.

Los anuncios de la Vuelta y del Reino son renovados alrededor de trescien-


tas veinte veces en el Nuevo Testamento, pues, en adelante la atención del
cristiano debe estar dirigida hacia ese día: "Helo aquí, ya viene". Los apóstoles
hablan a menudo, como si el Señor debiera volver durante sus vidas.

De todas maneras, los acontecimientos pasados, aquellos de la humillación y de la


muerte de Cristo son recordados igualmente y el apóstol Pedro nos propone, en su

25
primera epístola, una síntesis muy viva y muy personal de la plenitud del misterio de
Cristo.
Ha visto las horas dolorosas de su Señor; ha visto también su gloria en la Transfigu-
ración, en la Resurrección, en la Ascensión.

Hablará con conocimiento de causa y hará notar que los profetas judíos habían es-
crito principalmente para los cristianos, que podrían ver el cumplimiento de las profe-
cías: las "de los sufrimientos" y las "de las glorias".

“Os regocijáis con gozo inefable y gloriosísimo, porque lográis el fin de vuestra fe, la
salvación de (vuestras) almas. Sobre esta salvación inquirieron y escudriñaron los pro-
fetas, cuando vaticinaron acerca de la gracia reservada a vosotros, averiguando a qué
época o cuáles circunstancias se refería el Espíritu de Cristo que profetizaba en ellos, al
dar anticipado testimonio de LOS PADECIMIENTOS de Cristo y de sus GLORIAS poste-
riores. A ellos fue revelado que no para sí mismos sino para vosotros, administraban
estas cosas que ahora os han sido anunciadas por los predicadores del Evangelio, en
virtud del Espirito Santo enviado del cielo; COSAS QUE LOS MISMOS ÁNGELES DESEAN
PENETRAR (I Ped. I, 8-12)”.

El espíritu de Cristo hablaba, pues, en los profetas para dictarles las palabras que el
Cristo mismo vendría en seguida a explicar y a cumplir.

La primera parte está realizada; la segunda permanece en el misterio pro-


fético. Y es en este misterio donde los ángeles desean hundir sus miradas.
Como nosotros, esperan su manifestación20.

***

Hay una escena de la vida terrenal del Salvador sobre la cual los apóstoles
han llamado igualmente la atención queriendo relacionarla con la gloria del
Reino futuro: es la de la Transfiguración.

Jesús mismo había establecido la comparación: "En verdad, os digo, algunos de los
que están aquí no gustarán la muerte sin que hayan visto al Hijo del hombre viniendo
EN SU REINO” (Mt. XVI, 28; Mc. IX, 1). Pedro, Santiago y Juan han comprendido
evidentemente esta relación; su testimonio, por lo demás, da fe de ello. Ellos
dirán al mundo lo que Jesús será en "su majestad", tal como se reveló a ellos
sobre la "santa montaña" (II Ped. I, 16-18).

Juan, en la visión de Patmos, veía al Hijo del Hombre bajo un aspecto bas-
tante semejante al de su Señor sobre el Tabor (Apoc. I, 14).

¿Y de qué otra gloria que de aquélla podía hablar en el prólogo de su


Evangelio: "Hemos visto su gloria"? (Jn. I, 14). No puede tratarse de la Re-
surrección, pues Jesús resucitado tuvo siempre el cuidado de mostrarse en
su humanidad y no en su triunfo.

20
Ver en el Apéndice el cuadro profético de la vida terrenal de Cristo y de su futuro adveni-
miento.

26
Al principio de su epístola Juan nos dice también: "LA VIDA SE HA MANIFESTADO Y
LA HEMOS VISTO, Y (DE ELLA) DAMOS TESTIMONIO, Y OS ANUNCIAMOS LA VIDA
ETERNA".
San Pedro, más preciso, atestigua que no viene en nombre "de fábulas inventadas"
a hacer conocer "el poder y la Parusía" de Jesucristo y "la gloria majestuosísima" de su
reino, sino que ha visto (este reino) sobre la santa montaña con sus propios ojos (II
Ped. I, 16-18)21.
Y agrega: "Y tenemos también, más segura aun, la palabra profética, a la cual bien
hacéis en ateneros –como a una lámpara que alumbra en un lugar oscuro hasta que
amanezca el día y el astro de la mañana se levante en vuestros corazones" (II Ped. I,
19).

He aquí los hechos bien establecidos, los Apóstoles creían en la Vuelta del Señor y
en el establecimiento de su Reino, apoyándose sobre la profecía, dirigiéndose por la
claridad de esta "lámpara". Muy deseosos de ver estos días, enseñaban a los
cristianos los medios de apresurar la aparición: Vivid en santidad y piedad “para
ESPERAR y APRESURAR la Parusía del día de Dios” (II Ped. III, 12).

Nosotros podemos, pues, "apresurar" la Parusía y el Reino de Cristo ¡Qué


responsabilidad el no vivir "en santidad y piedad", o en balbucear con negli-
gencia el "adveniat regnum tuum" (venga tu reino), o cantar, sin alma, en el
Credo: "iterum venturus est cum gloria" (vendrá otra vez con gloria), y "exs-
pecto... vitam venturi saeculi" (espero la vida del siglo venidero)!

***

Busquemos la claridad de la lámpara profética que ilumina nuestras tinieblas a fin de


contemplar la plenitud del rostro de Cristo. No miremos solamente al pequeño niño, o
al servidor, o al varón de dolores sometido al suplicio por amor, sino fijemos los ojos
sobre nuestro vencedor de la muerte, sobre nuestro triunfador en los cielos, sobre
aquél que volverá y reinará.

Nuestro Salvador es: Hombre y Dios, Sacerdote y Profeta, Rey y Juez. Nosotros de-
bemos vivir todo el misterio.

La verdad del rostro del Señor nos aparecerá, en la medida en que, humildemente,
con El, hayamos desenrollado "el libro donde está escrito de Él" y a la cabeza del cual
resplandece para la primera como para la segunda venida: "¡Heme aquí, yo vengo!".

El misterio de Jesucristo puede resumirse así:

En Belén: "Heme aquí, yo vengo" (Sal. XL, 8).

En el Gólgota: "Está cumplido” (Jn. XIX, 30).

En la Vuelta: “He aquí, viene con las nubes" (Apoc. I, 7).

21
La liturgia de la fiesta de la Transfiguración —en el breviario, sobre todo— canta "el Sobe-
rano rey de Gloria".
San León escribió: "Por su Transfiguración Jesús tuvo en vista fundar la esperanza de la
Iglesia". Si Cristo se mostró en toda su gloria fué para fortalecer a sus discípulos para la hora
de la Pasión, y ante todo en vista en su vuelta, como "esperanza de la Iglesia".

27
En el Reino final: "¡Hechas están!" (Apoc. XXI, 6).

Tal será la conclusión de los oráculos proféticos "del libro donde de Él está escrito",
cuyos sellos levantará el León de Judá porque primero fué inmolado como Cordero
(Apoc. V, 5.9).

VI

¡HASTA QUE VENGA!

I Cor. XI, 26

"Encerrado en la prisión de este cuerpo reconozco carecer de dos cosas: alimento y


luz. Por esto Señor, me has dado a mí, enfermo, tu cuerpo sagrado para alimento de
mi alma y de mi cuerpo y has puesto tu palabra como una lumbrera delante de mis
pasos. Sin estas dos cosas no podría vivir bien, pues la Palabra de Dios es la luz de mi
alma y tu Sacramento el pan de vida"22.

Así se expresa el autor de la Imitación.

Diremos con él que verdaderamente "dos mesas" están puestas para nuestra pere-
grinación terrenal y que es preciso alimentarse de uno y otro "pan", sentarse a una y
otra "mesa": la mesa de la Escritura y la mesa de la Eucaristía23.

Hemos dicho ya qué importancia tiene masticar el pan profético y leer la Biblia: "No
menospreciéis las profecías" (I Tes. V, 20). Pero no menos importante es alimentarse y
beber abundantemente de Aquél que habita con nosotros bajo las apariencias de un
poco de pan y de vino.

San Pablo señala a los Corintios el verdadero espíritu con que deben tomar el pan y
el cáliz: "Porque cuantas veces comáis este pan y bebáis el cáliz, anunciad la muerte
del Señor hasta que Él venga" (I Cor. XI, 26).

El día en que comprendí esta frase quedé deslumbrada por su fuerza y su potente
grandeza ¡Cuántas veces la había repetido… especialmente durante la fiesta del Santí-
simo Sacramento, ¡pero la enseñanza de San Pablo había caído en un corazón cerrado!
Nunca había comprendido la unión estrecha de la Comunión con el retorno
glorioso de Jesús ¡Pero la comunión es un perpetuo anuncio!... "¡HASTA QUE
VENGA!".

"¡Anunciad la muerte del Señor!"… Nosotros anunciamos primeramente ese instante


supremo en que Jesús al morir puso el sello sobre las primeras palabras del "libro"
cuando dice desde su cruz: "Todo está consumado". Después anunciamos su Aparición:
"¡Hasta que venga!” … hasta el momento en que se desenvolverán las profecías "de
las glorias", cuya conclusión será: "Está cumplido”.

La Comunión es, pues, el lazo entre las dos venidas de Jesús, entre los dos
"Ecce venio". Es el puente suspendido entre las dos riberas del Misterio de
22
Imitación de Cristo, L. IV, c. 11, p. 4.
23
Madeleine Chasles: Pour lire de Bible, p. 74.

28
Cristo: Jesús paciente y Jesús glorioso, mientras tanto, corre el gran torren-
te abierto por la lanza y la sangre de Jesús que, más potente que la de Abel,
clama por nosotros, interpela sin cesar por nosotros (Heb. VII, 25).

La Comunión es, pues, la manifestación sensible para nuestra vida terrena


de la plenitud del misterio de Cristo:

Jesús paciente (antaño); Jesús siempre vivo (actualmente); Jesús Rey


(pronto).

"Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Heb. XIII, 8).

De todas maneras, el signo sensible de su presencia entre nosotros, bajo


las apariencias de pan y vino, cesará con la Parusía.

Entre las razones invocadas por los católicos para no desear el Retorno de
Jesús, una de las más repetidas es ésta: "Jesús está sobre el altar, ¿para qué
esperarlo de otra manera? Tengo cada día, si yo quiero, una especie de ad-
venimiento para mí en la Comunión".
Este razonamiento viene de nuestro individualismo que deforma bajo la
influencia de orientaciones falsas los misterios más sublimes y transforma el
sentido de las más claras palabras de la Escritura. Hacemos de la comunión
"nuestra cosa", "nuestro negocio particular con el amigo íntimo".

¿Será esto lo que Jesús quiso decir por medio de San Pablo: "ANUNCIÁD LA MUER-
TE DEL SEÑOR HASTA QUE VENGA"? ¿No conviene, acaso, por el contrario, que
cada recepción de su cuerpo y de su sangre aproxime estas dos venidas —
aquella del pasado y la del porvenir — las aproxime, las una en cierto modo
hasta la manifestación de su Reino glorioso?

Cada comunión debería ser un paso adelante.

Cada comunión debería hacernos decir con fe, esperanza y amor: "Hasta
que venga".

Deberíamos comulgar con perspectivas más dilatadas y verdaderamente eternas.

Deberíamos olvidar nuestras mezquinas peticiones materiales para juntar nuestra


voz a la de la Iglesia la cual, desde el día de la Ascensión, espera como una Esposa y
suspira por el día del Señor.

"Y el Espíritu y la Novia dicen “ven”, y el que oye, diga “ven” (Apoc. XXII, 17).

VII

EL DIA DEL SEÑOR VENDRA COMO LADRON

II Ped. III, 10

Nuestro detestable "Yo" que hace de los misterios más sublimes "su cosa", su cosa
medida por su propia capacidad, se desliza como pérfida serpiente en casi toda la exé-

29
gesis de la vuelta de Jesús. Ya hemos señalado algunos lamentables efectos de esto;
profundicemos más todavía.

Durante los cuatro primeros siglos, ningún cristiano hubiera pensado iden-
tificar el Retorno de Cristo con su muerte. Las admirables parábolas escato-
lógicas transmitidas por San Mateo (XXV), por San Marcos (XIII) y por San
Lucas (XII), que más adelante estudiaremos en detalle, se refieren TODAS a
este día, Día del Señor. La duda no cabe (excepción hecha de la Parábola de Luc.
XII, 16-2124). Durante cuatro siglos jamás se dijo, como en nuestros días, ha-
blando de la muerte: "Ella viene como ladrón".

Esta acepción estaba exclusivamente reservada al advenimiento glorioso


de Cristo que vendrá en efecto como un ladrón, es decir, de improviso, súbi-
tamente (II Ped. III, 10).

Pero en consideración a la debilidad humana, a causa de nuestra apatía para el bien


y de nuestra gran aptitud para el mal, en lugar de mantener la tradición, poco a poco,
los Padres de la Iglesia, San Jerónimo y San Agustín los primeros, en seguida los ser-
monarios de la Edad Medía, comentaron estas parábolas en función de la muerte. Ellos
trataron de espantar a los cristianos con el pensamiento de la Vuelta de Cristo, que
ellos llaman "la muerte", para mantenernos en el temor. No se vio en el ladrón que
perforaba la casa más que la muerte que sobrevenía de repente para precipitarnos a
los pies del Juez.

En cuanto al "fin del mundo", durante la Edad Media, por las representaciones que
se hacían de los "misterios" delante de las catedrales, se popularizó una concepción a
menudo burlesca, a menudo trágica y siempre deformada. Esta falsa concepción no
se aviene con la espera alegre del Retorno; ella solamente da cabida a la
idea de la conflagración general del mundo y el terrible juicio del "Dies irae",
¡como si todos fuéramos un pueblo de condenados!
24
Nota del Blog: ¿Será? Nos haría falta un estudio más profundo para tener una respuesta
definitiva, pero por lo poco que hemos analizado nos parece que yerra aquí la autora y que
Nuestro Señor no hace más que seguir hablando de su Parusía.

1) El contexto de la parábola ya podría hacernos sospechar que estaría fuera de lugar una
alusión a la muerte.

2) Al rico se le dice que le pedirán el alma y no que va a morir. El giro es ciertamente


inusual.

3) El alma le será pedida de noche ¿Justo tenía que ser de noche…?

4) El lenguaje es ciertamente el mismo que el de las parábolas parusíacas:

Mt. XXIV, 38; Lc. XII, 45; XVII, 27-28 = Lc. XII, 19: bebiendo.

Mt. XXIV, 47; Lc. XII, 44 = Lc. XII, 15: bienes.

Mt. XXV, 29 = Lc. XII, 15: abundará.

Mt. XXV, 35.42 = Lc. XII, 19: comer.

El necio del v. 20 parece un eco del mal siervo de Mt. XXIV, 45-51; a las vírgenes necias
de Mt. XXV, 1-13; al siervo malo y perezoso de Mt. XXV, 26.30 y al de Lc. XII, 42-48.

30
Cuando Jesús se compara al Ladrón, al Esposo, al Maestro, al Rey que vuelve de im-
proviso después de haberse hecho esperar largo tiempo, se trata de una cosa comple-
tamente distinta de la muerte individual que tiene un carácter de castigo por el pecado.
Se trata de su segunda Venida para la resurrección de los justos, después de
la larga expectación de los siglos y, por lo tanto, de un suceso que debe cau-
sarnos inmensa alegría.
Una lectura atenta de las páginas evangélicas no dejará en pie la menor duda. No
hay más que una expectación: Jesús da una sola parábola en función de la muerte a
fin de hacer temer el momento terrible a cualquiera que amasa grandes bienes.

“Y les dijo una parábola: “Había un rico, cuyas tierras habían producido mucho. Y se
hizo esta reflexión: “¿Qué voy a hacer? porque no tengo dónde recoger mis cosechas”.
Y dijo: “He aquí lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré unos mayores;
allí amontonaré todo mi trigo y mis bienes. Y diré a mi alma: Alma mía, tienes cuantio-
sos bienes en reserva para un gran número de años; reposa, come, bebe, haz fiesta”.
Mas Dios le dijo: “¡Insensato! esta misma noche te van a pedir el alma, y lo que tú has
allegado, ¿para quién será?”. Así ocurre con todo aquel que atesora para sí mismo, y
no es rico ante Dios” (Luc. XII, 16-21).

Únicamente esta parábola trae una enseñanza moral y directa sobre la muerte indi-
vidual. Pero las parábolas escatológicas, ¿acaso no pueden traer también su enseñanza
moral, aún mantenidas en su verdadero sentido escriturístico?

Esta "feliz esperanza", ¿no trae acaso admirables frutos de santificación y


de desprendimiento? Lo creemos firmemente y me atrevo a decirlo así, ex-
perimentalmente, pero aquéllos que predican a los cristianos poco lo creen, y el
Cardenal Billot que ha dicho con tanto acierto que el Retorno del Señor es "la expli-
cación, la razón de ser, la sanción" de la predicación de Jesús, supone en cambio, que
este pensamiento fundamental - que fué básico para la enseñanza de los apóstoles —
no puede ser fecundo para los católicos de nuestros días:

"Es preciso, escribe, estar bien sólidamente asentado en la región de las abstraccio-
nes, donde el espíritu se ejercita sobre entidades puramente metafísicas, para imagi-
narse que la eventualidad de una cosa que se sabe podrá llegar tanto dentro de mil o
dos mil años como dentro de ciento, de veinte, diez o cincuenta, podrá jamás producir
alguna impresión, acción o influencia sobre hombres reales hechos de carne y hue-
sos"25.

Nos atrevemos a afirmar lo contrario. Si tuviésemos el hábito de una ora-


ción menos personal, inspirándonos más en la liturgia, si viviésemos no "de
entidades puramente metafísicas", sino de la profundidad de los misterios, si
en lugar de las devociones superficiales estuviésemos verdaderamente des-
prendidos de nuestras propias "prácticas de piedad" y sinceramente apega-
dos a la lectura de la Biblia, comprenderíamos rápidamente el magnífico al-
cance de esta vigilancia en la expectación del Señor. Esta expectación, no lo
dudamos, tendría "una impresión, una acción, una influencia" extremada-
mente profunda: "Poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os trae-
rá cuando aparezca Jesucristo" (I Ped. I, 13). Y San Juan por su parte, dice:

25
Cardenal Billot: La Parousie, p. 10 y 136-137.

31
"Quienquiera tiene en Él esta esperanza se hace puro, así como Él es puro"
(I Jn. III, 3).

La aparición de Cristo traerá, pues, su gracia magnífica, pero ya en la sola esperanza


de su venida, San Juan nos muestra el medio más eficaz para llegar a ser puro, como
Jesús mismo es puro.

En fin, aquel día será el supremo de la gloria de nuestro amado Salvador.


¿Nos habrá de interesar más nuestra muerte que la gloria de nuestro Cristo, para que
todo lo refiramos a ella?

La opinión del Cardenal Billot probaría entonces que el amor se ha enfria-


do completamente sobre la tierra.

Plegue al Señor que pudiéramos tener el espíritu de los Patriarcas, los cua-
les esperaron el primer Advenimiento sin verlo. Su salvación estaba puesta en esa lar-
ga expectación: "En la fe murieron todos éstos sin recibir las cosas prometidas, pero
las vieron y las saludaron de lejos, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre
la tierra (…) Y todos éstos que por la fe recibieron tales testimonios, no obtuvieron la
(realización de la) promesa, porque Dios tenía provisto para nosotros algo mejor, a fin
de que no llegasen a la consumación sin nosotros " (Heb. XI, 13.39-40).

Juntamente con nosotros esperan la consumación del misterio de Cristo, pues no


dudamos que el cielo entero, como la tierra, están en una misma expectación del co-
ronamiento de la Redención.

Si "la muerte es una ganancia" como lo dice San Pablo, que tenía prisa de estar con
el Señor (II Cor. V, 8) ella sigue siendo, sin embargo, el enemigo "el último enemigo
destruido" (I Cor. XV, 16). No es posible confundirla con la Parusía, que traerá una
resurrección de los cuerpos y nos dará el reinar con el Cristo. La muerte, "este salario
del pecado" (Rom. VI, 23) es, pues, una cosa y la Parusía otra, la confusión de una
y otra es un grave atentado a las últimas enseñanzas de Jesús y a las de los
Apóstoles.

Es preciso amar, apresurar la Venida de nuestro Salvador, que lo glorifica-


rá magníficamente y a nosotros con El. Si vivimos de toda esperanza, sere-
mos hechos puros según la promesa de San Juan, y entonces no temeremos
nuestra muerte por muy próxima que ella esté: "¡Bienaventurados los muertos,
los que mueren en el Señor desde ahora! Sí, dice el Espíritu, que descansen de sus
trabajos, pues sus obras siguen con ellos” (Apoc. XIV, 13).

VIII

HELO AQUI AL ESPOSO QUE VIENE

Mt. XXV, 6

"No durmamos como los demás hombres, sino velemos y seamos sobrios" escribía el
apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (I Tes. V, 6). "Sed sobrios y velad" decía toda-
vía San Pedro a fin de resistir fuertes en la fe, al diablo que ronda (I Ped. V, 8). Jesús
no recomienda otra cosa en la enseñanza de la última semana y las parábo-

32
las escatológicas pueden resumirse en una sola palabra: "¡Velad! Yo lo digo a
todos: ¡Velad!" (Mc. XIII, 35-37).

Esta palabra será una de las últimas dirigidas a los apóstoles en la noche
de la agonía, palabra de reproche a los tres íntimos que se durmieron en Getsemaní.
El Maestro entristecido les dijo: "¿No habéis podido, pues, una hora velar conmigo?
Velad y orad" (Mt. XXVI, 40-41).

Pedro, que supo lo que le costó dormir en lugar de velar con Jesús, ya que este pri-
mer relajamiento le condujo a la negación, estará siempre vigilando.

Después de la Ascensión de su Maestro él enseñará la vigilancia a sus hermanos:


¿Acaso no deben ellos probar su fe? Pedro escribe: "A fin de que vuestra fe, saliendo
de la prueba mucho más preciosa que el oro perecedero –que también se acrisola por
el fuego– redunde en alabanza, gloria y honor cuando aparezca Jesucristo. A Él amáis
sin haberlo visto; en Él ahora, no viéndolo, pero sí creyendo, os regocijáis con gozo
inefable y gloriosísimo, porque lográis el fin de vuestra fe, la salvación de (vuestras)
almas" (I Ped. I, 7-9).

Los evangelistas nos han referido muchas parábolas del Señor Jesús, sobre la vigi-
lancia y sobre la larga espera del Esposo, del Maestro y del Rey.

La primera de estas parábolas, aquella de las vírgenes prudentes y de las vírge-


nes necias, fué propuesta por Jesús el martes antes de su muerte, en el Monte de los
Olivos.
Jesús, para despertar la atención de sus discípulos, se sirvió de una semejanza, que
aún hoy será fácilmente comprendida en Oriente, pues las costumbres recordadas por
el Maestro están todavía en vigor.
Cuando una joven abandona su casa para contraer matrimonio, es condu-
cida por un cortejo de amigas a la presencia del esposo que viene a su en-
cuentro. Entonces el esposo introduce a la esposa y a su corte a la sala del
festín.

Generalmente el encuentro se hace en la tarde, de ahí la costumbre de


proveerse de lámparas, de esas pequeñas lámparas de tierra o de bronce, cuya fal-
ta de capacidad hace necesario llevar consigo un pequeño depósito con aceite de re-
serva.
Cinco de las jóvenes habían tomado este vaso de emergencia para alimentar sus
lámparas en caso de que el esposo se hiciera esperar un poco. Las otras cinco habían
descuidado esta prudente precaución.

Ahora, la espera fué larga; duró hasta la media noche. Todas las vírgenes se
durmieron. Parece que esta larga espera, que era muy anormal, debía, según
el pensamiento de Jesús, llamar la atención de los discípulos y sobre todo la
nuestra. Jesús el verdadero esposo de la Iglesia y de las almas tardaría en
volver.

Esta espera, es pues la nuestra, la de los cristianos que nos han precedido. Estos
murieron; estos son los dormidos que esperan en el polvo el despertar, a la voz del
Arcángel (I Tes. IV, 16).
Pero ¿acaso muchos de los vivos no duermen también? ¡Es tan pobre su esperanza
en esa hora suprema!

33
A media noche un grito resuena: “¡He aquí al esposo! ¡Salid a su encuentro!”.

Entonces todas las vírgenes se despiertan, pero no todas están preparadas para la
venida del Esposo. Mientras que las necias corren al mercado para comprar óleo, pues
sus lámparas se extinguen, las que están preparadas entran con el Esposo en la sala
de las bodas. Y la puerta se cierra.

Encontramos aquí, en esta hora solemne, imagen del segundo Adveni-


miento, una especie de selección, de segregación, de separación radical en-
tre las diez vírgenes. Jesús había recordado una distinción semejante hecha
por Dios entre los hombres, en tiempos de Noé. Los hombres que sucumbie-
ron durante el diluvio y los ocho salvados en el arca. Esta separación ha de
renovarse a su Venida:

"Entonces estarán dos en el campo, uno es tomado y uno dejado, dos moliendo en
el molino, una es tomada y una dejada" (Mt. XXIV, 40-41). Así también cinco vírgenes
están preparadas y entran a las bodas, cinco se retrasan y son desechadas.

Cuando estas últimas llegan con las lámparas encendidas, llaman y gritan: "¡Señor,
Señor, ábrenos!" y el Esposo responde: "No os conozco". ¡Palabra punzante entre to-
das! y Jesús pone en guardia a los cristianos: “Velad, les dice, porque no sabéis el día
ni la hora" (Mt. XXV, 1-4). En efecto, Jesús no reconocerá a los negligentes, a
aquéllos que no desearon ni amaron su regreso, a aquéllos que entre los burles-
cos decían: "¿Dónde está la promesa de su Parusía?" (II Ped. III, 4).

¿Seremos nosotros menos fieles que los creyentes del islam? Porque digno es de no-
tarse en el Corán la fuerte preocupación del profeta acerca del día de la "venida inevi-
table": "Que no se diga que este día es una mentira". "Para aquél que espera el gran
día: Paz sobre ti. Es el día de la verdad y aquel que lo quiere, estará cerca de su Señor;
verá entonces lo que han producido sus manos".

Y también: "los creyentes deben poner su esperanza en el último día: ¡En cuanto a
aquéllos que le vuelven la espalda!...". La frase permanece en suspenso, y esto es mu-
cho decir26.

IX

GUARDABAN LAS VIGILIAS DE LA NOCHE

Lc. II, 8

Del Advenimiento glorioso de Jesús está escrito: "Como el relámpago sale del orien-
te y aparece hasta occidente, así será la Parusía del Hijo del hombre" (Mt. XXIV, 27).

Este rayo que brilla de repente sobre el mundo para que tome conciencia
de sí mismo, recordará ciertamente al resplandor de aquél que iluminó la
noche del nacimiento del Mesías: "El resplandor de la gloria de Dios” (Lc. II, 8).

26
"El Corán". Trad. Motntet, Payot, Edit. Sourates 78-82.

34
Ahora este resplandor de la gloria de Dios no iluminará más que a algunos pastores.
"Y velaban haciendo centinela de noche sobre su rebaño" (Lc. II, 8).

"¡Ellos guardaban las vigilias de la noche!".

Esta guarda de las vigilias de la noche trajo la recompensa de los pastores;


su fidelidad en la vigilancia del ganado les mereció ser llamados a adorar al
Niño envuelto en pañales.

Es la condición de vigilantes la que Jesús impone a los que quieran reco-


nocerle cuando Él venga sobre las nubes con gran poder y majestad. Acaba-
mos de ver que el Señor concluyó la parábola de las vírgenes por estas palabras: "Ve-
lad, pues, porque no sabéis en qué día vuestro Señor viene" (Mt. XXIV, 42). "¡Ved!
¡Estad alertas!, porque no sabéis cuándo el tiempo es" (Mc. XIII, 33).

Entonces Jesús para dar mayor fuerza aún a tales advertencias, se sirve de una pa-
rábola: “Como un hombre que, partiendo, dejó su casa y habiendo dado a sus siervos
la autoridad, a cada uno su obra y al portero encomendó que velase. Velad, pues, por-
que no sabéis cuándo el Señor de la casa viene: si a la tarde, si a la medianoche, si al
canto de gallo, si a la mañana, no sea que, viniendo de repente, os halle durmiendo.
Pero lo que a vosotros digo, a todos digo: ¡Velad!" (Mc. XIII, 34-37).

Entonces, para los que habrán esperado, la recompensa será magnífica:


"¡Bienaventurados esos servidores, que el amo, cuando llegue, hallará velando! En
verdad, os lo digo, él se ceñirá, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirles. Y si
llega a la segunda vela, o a la tercera y así los hallare, ¡bienaventurados de ellos!” (Lc.
XII, 37-38).

Pero escuchemos el castigo de los que se cansaron de la larga espera: "Pero si


ese siervo dice en su corazón: “Mi amo demora en regresar”, y comienza a maltratar a
los servidores y a las sirvientas, a comer, a beber y a embriagarse, el amo de este ser-
vidor vendrá el día que no espera y en la hora que no sabe, lo cortará en dos, y le
asignará su parte con los incrédulos" (Lc. XII, 45-46).

Cansarse de la espera, dormirse, abandonar las vigilias, emborracharse,


golpear a los humildes servidores, ¡he aquí lo que merece el castigo capital! ¡To-
das éstas son las palabras que se prestan a una seria meditación!

Pensamos que fué la preocupación ardiente de ser del número "de los que
esperan" la vuelta del Mesías, lo que hizo establecer en los primeros siglos la
costumbre de santificar las horas de la noche por los "nocturnos" o "vigilias",
lo que nosotros llamamos los maitines. Los monasterios perpetúan esta tra-
dición y cantan el oficio durante la noche.

La noche romana27 consta de cuatro vigilias de tres horas: Desde las 18 horas hasta
las 21 horas; desde las 21 horas hasta medianoche; desde medianoche hasta las 3

27
Nota del Blog: Crampon Dictionnaire du Nouveau Testament, voz: “Calendrier juif”, co-
menta:

“La noche comenzaba con la caída del sol; constaba de doce horas, que se dividían en
cuatro partes o velas, más o menos largas según las estaciones: desde las seis más o
menos hasta las nueve era la noche, ὀψὲ; desde las nueve hasta la medianoche, la

35
horas; desde las 3 hasta las 6. Y en el Evangelio se habla de la noche romana; los usos
romanos habían prevalecido entonces.

A esta división de la noche se refiere por lo tanto el texto de San Marcos (XIII, 34-
37).

El Maestro puede volver:

A la tarde: desde las 18 horas hasta las 21.

Durante la noche: desde las 21 horas hasta medianoche.

Al canto del gallo: desde la medianoche hasta las 3 horas.

Al amanecer: desde las 3 horas hasta las 6 de la mañana.

¿Acaso volverá durante la noche? Es posible: fué así como volvió el Esposo de la pa-
rábola de las vírgenes. Jesús debe volver como un ladrón y es generalmente en la no-
che cuando obra el ladrón de manera disimulada. "Sabedlo bien, dice Jesús, porque si
el dueño de casa hubiera sabido a qué hora el ladrón había de venir, no hubiera deja-
do horadar su casa" (Lc. XII, 39; Mt. XXIV, 43). Pero "de los tiempos y de los momen-
tos" (I Tes. V, 1) nada sabemos "Ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino el Padre
sólo" (Mc. XIII, 32; Mt. XXIV, 36).

¡Qué misterio, qué profundo misterio del que deberíamos, sin embargo, vi-
vir un día en pos de otro, deseando con los Ángeles "hundir en él la mirada"!

ESPERABA LA CONSOLACION DE ISRAEL

Lc. II, 25

Simeón y la profetisa Ana aparecen como el tipo perfecto de "los que esperaban".
Encontrando al Niño Dios, recibieron la recompensa de su fe y de su invencible espe-
ranza, toda de amor y de confianza en el Eterno.

"Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu


Santo era sobre él" (Lc. II, 25). Esperar, como Simeón — él, la primera venida —
nosotros, la segunda — es, por lo tanto, tener el Espíritu Santo consigo, "so-
bre sí".

Simeón impulsado por el Espíritu de Dios fué al Templo. El, ciertamente tenía cono-
cimiento de la profecía de Malaquías, que la liturgia nos hace leer el 2 de febrero:

"He aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí; y de repente
vendrá a su Templo el Señor a quien buscáis, y el ángel de la Alianza a quien deseáis.
He aquí que viene, dice Yahvé de los ejércitos”.

mitad de la noche, μεσονύκτιον o plena noche; desde medianoche hasta las tres, el
canto del gallo, ἀλεκτοροφωνίας; de tres a seis, la mañana, πρωΐ o alba”.

36
Estas palabras se refieren a la primera venida, pero luego el profeta agrega:

“¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién es el que podrá mantenerse en


pie en su epifanía? Pues será como fuego de acrisolador, y como lejía de batanero. Se
sentará para acrisolar y limpiar la plata; purificará a los hijos de Leví, y los limpiará
como el oro y la plata” (Mal. III, 1-3).

Este segundo pasaje evidentemente no puede referirse más que a la Vuel-


ta de Jesús. Las expresiones son absolutamente claras, relacionadlas con
aquéllas de los otros profetas. "He aquí que viene" es colocada en el texto
como refiriéndose a la vez a las dos venidas. En el pasaje citado hallamos el
doble: Ecce venio. Es bastante frecuente en la Escritura encontrar un texto
único como aquel de Malaquías, agrupando a la vez las dos venidas del Sal-
vador28.

Simeón deseaba ver al Mesías Rey, al "Caudillo", así como sus contemporáneos, pe-
ro Dios le abrió los ojos y supo reconocerlo bajo los rasgos de un niño pequeñuelo lle-
vado por unos pobres.

Jesús y María hacían la ofrenda de los pobres: "dos pichones" en lugar del cordero y
de la paloma de los sacrificios ordinarios del rescate (Lev. XII, 6-8).

Simeón supo descubrir por la fe, no a aquél que viene en gloria. "¿Quién es el que
podrá mantenerse en pie en su epifanía?", sino a aquél que viene primero para obede-
cer, sufrir y redimir.

Dura fué la contradicción para la fe y la esperanza de Simeón. Pero, habiendo atra-


vesado incólume la prueba, pudo mejor que nadie reconocer el carácter del Niño: "está
para ser una señal de contradicción". Y cuando hubo recibido a Jesús niño en sus bra-
zos, sus ojos se abrieron del todo.

El vigilante se volvió vidente:

"Porque han visto mis ojos tu salvación, que preparaste a la faz de todos los pueblos.
Luz para revelarse a los gentiles, y para gloria de Israel, tu pueblo (Lc. II, 30-32).

Ana la profetisa también reconoció al Niño bajo el aspecto de la pobreza y hablaba


"de aquel (niño) a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén" (Lc. II, 38).

28
He aquí algunos textos muy característicos:

"Cristo, que se ofreció una sola vez para llevar los pecados de muchos, otra vez aparecerá,
sin pecado, a los que le están esperando para salvación" (Heb. IX, 28).

“Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, la cual nos ha
instruido… para que vivamos… en este siglo actual, aguardando la bienaventurada esperanza y
la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo " (Tito, II, 11-13).

Las palabras del ángel Gabriel a María son notablemente significativas, para señalar los dos
advenimientos: “He aquí que vas a concebir en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús (Primer Advenimiento) … y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y
reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su, reinado no tendrá fin (Segundo Advenimien-
to)” (Lc. I, 31-33).

37
Había pues, en Jerusalén, un grupo de "personas que velaban". Pero, ¿por
qué fué Ana oráculo de la Redención? Porque había guardado las vigilias de
la noche. "No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y ora-
ciones” (Lc. II, 37).

Yo nunca había pensado en la misión de apóstol conferida antes de la hora


del apostolado, a esta anciana de 84 años. Sí; ella hablará, gritará a su manera, a
todos aquellos que esperan quizás, aunque sin gran esperanza: "¡Ved que viene! ¡Vie-
ne pobre! ¡Viene humilde! ¡Viene a evangelizar a los pobres!".

Ana era uno de esos centinelas que desde lejos veía Isaías: "Sobre tus muros, oh Je-
rusalén, he puesto centinelas, que nunca callarán, ni de día ni de noche. ¡No os deis
descanso, los que recordáis a Yahvé! Ni le concedáis reposo hasta que restablezca a
Jerusalén y la ponga por gloria de la tierra" (Is. LXII, 6-7).

Si nosotros no dejáramos reposo a Jesús gritando sin cesar: "No tardes"


(Sal. LXX, 6) ¿acaso no se apresuraría a responder a nuestro clamor?...

Pensemos que, si Él bajó al seno de la Virgen de Nazaret, prefiriéndola a toda otra


virgen judía, es porque ella era la más "vigilante", la que más ansiaba encontrar su
Salvador. "¡Y mi espíritu se goza en Dios mi Salvador!" dice ella en el "Magnificat" (Lc.
I, 47).

El ardor de su llamado fué la gotita de agua que saturó la nube e hizo llo-
ver al Justo la primera vez (Is. XLV, 8). ¿Quién hará abrirse la nube la se-
gunda vez?

El cumplimiento de la profecía será aún más exacto en cuanto a los términos de ella,
pues: "HE AQUÍ, VIENE CON LAS NUBES" (Apoc. I, 7).

XI

HE AQUI QUE VENGO PRONTO

Apoc. XXII, 7

Es doloroso para nuestro espíritu humano que siempre trata de apoyarse sobre
realidades concretas tener que resignarse a abandonar lo conocido, la tierra firme, pa-
ra reconocerse vencido y decir: "no sé, no comprendo, pero, someto mi juicio y renun-
cio a penetrar más adelante".

Los faroles de los automóviles deslumbran en el camino obscuro. Igualmente, los fa-
ros de los misterios futuros nos ciegan por su luz demasiado intensa, a menos que por
la pureza de la mirada pongamos todo nuestro cuerpo bajo la acción de la luz divina
(Luc. XI, 33-36). Y aún así seguiremos siendo unos pobres hombres.

Entre los misterios que nos deslumbran y nos ciegan a la vez está "el mis-
terio del tiempo" del cual vamos a tratar de balbucir alguna cosa.

¿Cómo explicar que aparentemente los evangelistas, los apóstoles Pedro, Pablo,
Santiago, Judas Tadeo y Juan parecen creer inminente la vuelta del Señor Jesús? Cua-

38
tro veces en el Apocalipsis, hablando Jesús de sí mismo, dice a Juan: "He aquí vengo
pronto" y esta es la última palabra de esperanza del Esposo a la Esposa, la suprema
palabra alentadora: "¡Sí, vengo pronto!".

Esta espera de los Evangelistas que a primera vista parece errada, coloca a
la mayor parte de los cristianos en el campo de los "burlones" de que habla
San Pedro: "Vendrán impostores burlones que, mientras viven según sus
propias concupiscencias, dirán: “¿Dónde está la promesa de su Parusía?
Pues desde que los padres se durmieron todo permanece lo mismo que des-
de el principio de la creación” (II Ped. III, 3-4). Pensamos a menudo como
ellos ¿no es verdad?

Entonces los exégetas recurren a numerosas explicaciones para justificar la ense-


ñanza de Jesús y de los apóstoles sobre este punto.

Después de haber meditado mucho sobre los textos que anuncian la Parusía, dare-
mos aquí algunas de nuestras conclusiones.

Cuando San Pablo dijo a los tesalonicenses: "Nosotros, los vivientes que
quedemos hasta la Parusía del Señor" (I Tes. IV, 15), habló como lo hicieron
por ejemplo nuestros abuelos, testigos de los desastres de 187029. "Recon-
quistaremos —decían— la Alsacia y la Lorena. Su edad avanzada no les per-
mitía pensar que participarían en una revancha muy próxima, pero la veían,
sin embargo, realizada en esperanza. El "Nosotros" era toda la Francia que
hablaba por ellos. El "Nosotros los vivientes", de San Pablo, es la Iglesia te-
rrestre. Cuando Jesús venga, habrá personas vivas y a estos vivientes se re-
fiere el Apóstol. Pablo como cristiano se incorpora a la Iglesia de todos los
tiempos, exactamente como un francés habla en nombre de la Francia de
todos los tiempos: ¡Nosotros los vivos!... ¡Nosotros los franceses!

Ahora si los apóstoles hablan de la vuelta de Jesús como próxima, San Pablo pone
en guardia a los tesalonicenses contra toda falsa interpretación.

Dice el Apóstol:

"Pero, con respecto a la Parusía de nuestro Señor Jesucristo y nuestra común unión
a Él, os rogamos, hermanos, que no os apartéis con ligereza del buen sentir y no os
dejéis perturbar, ni por espíritu, ni por palabra, ni por pretendida carta nuestra en el
sentido de que el día del Señor ya llega. Nadie os engañe en manera alguna, porque
primero debe venir la apostasía y hacerse manifiesto el hombre de iniquidad, el hijo de
perdición" (II Tes. II, 1-3).

En realidad, los apóstoles consideraban que después de la Ascensión y de Pentecos-


tés los únicos acontecimientos importantes de esperar eran el advenimiento de Jesús y
la resurrección de los cuerpos por el complemento del misterio de Cristo.

Hicieron, pues, de estas dos promesas: Retorno y resurrección de entre los muertos,
las bases de su confianza y de sus epístolas. Habían comprendido que el primer acto
del gran drama de la Redención anunciada en el Edén, había concluido. Quedaba el
segundo acto. Entonces toda su preocupación era iniciar a los cristianos de todos los

29
Recuérdese que la autora es francesa (N. del T.).

39
tiempos en seguir su desarrollo del cual la conclusión será el nuevo "Ecce vengo", "He
aquí que vengo".

Pero lo que nos abisma y nos descorazona es el misterio del tiempo.

Cuando dirigimos nuestra mirada, ora sobre los siglos transcurridos, ora sobre los si-
glos que han de venir, sentimos que hay un abismo infranqueable entre el hombre fini-
to y Dios infinito.

Moisés en su oración trata de poner al alcance de la inteligencia humana el tiempo


fuera del tiempo. Nos dice que para Dios "mil años son a sus ojos como el día de ayer
cuando ya pasó y como una vigilia de la noche" (Sal. XC, 4).

San Pedro citará este texto en su segunda epístola a propósito de la paciencia del
cristiano al esperar el retorno de Jesús (II Ped. III, 8).

Si para Dios mil años son "como una vigilia de la noche", 4.000 años son como una
noche, puesto que la noche romana tiene cuatro vigilias.

Entonces, si Jesús hace esperar todavía 2.000 años su venida, este tiempo que tan
largo nos parece, ¡será menos de una noche para Dios!

Metáfora maravillosa para hacernos comprender la estupidez de nuestro espíritu


cuando discutimos sobre los tiempos y las cosas de Dios. ¿No mereceríamos acaso la
invectiva de Jesús a los discípulos de Emaús: "¡Oh necios!", "pues Dios llama las cosas
que no son como las que son" (Rom. IV, 17). Para Él, el tiempo no es nada; tampoco
lo es para Jesús-Dios: "Antes de que Abrahán fuese, yo soy" (Jn. VIII, 58).

Pero interroguemos ahora a la ciencia moderna ¿Qué piensan los geólogos respecto
de la antigüedad del hombre?

Si se supone que el hombre existía ya desde el principio de la era cuaternaria, en la


cual estamos todavía, — y esta hipótesis es a veces admitida, —sería preciso tomar en
cuenta los cálculos obtenidos según la concordancia de los datos geológicos y las leyes
de la radioactividad. La era cuaternaria cuenta ya a lo menos con un millón de años, a
lo más, un millón y medio.

Pero atengámonos a la opinión más corriente sobre la aparición del hombre: su exis-
tencia cuenta a lo menos con 50.000 años, si no con 100.000. Para no ser tachados de
exageración, quedamos en esta cifra de 100.000 para la creación del hombre. Estamos
lejos en todo caso de los 4.000 años de la creencia popular.

La cronología bíblica no se altera por esto, pues no puede ser establecida más que a
partir de Abrahán. Hasta él, da solamente las grandes etapas de la humanidad desig-
nadas por los nombres de los primeros patriarcas.

Si el hombre tiene 50.000 años de existencia, consideremos que los más antiguos
documentos de la historia no se remontan más allá de cuatro o cinco mil años antes de
Jesucristo.

Sin embargo, a primera vista, la civilización egipcia nos parece bastante lejana. Pero
esto es para cálculos de hombres de puntos de vista limitados; de hecho, para los geó-

40
logos, somos contemporáneos de la Esfinge ¿Qué son, en efecto, con relación a los
orígenes de la humanidad, algunos miles de años?

Permítasenos una comparación para representarnos mejor los tiempos transcurridos


después de Adán en relación a los tiempos transcurridos después de Jesucristo.

Tomemos un libro. Convengamos que cada hoja represente mil años. Comencemos
por abrirlo en la última hoja. Esta última hoja nos hace llegar al año mil; demos vuelta
la precedente y estaremos en los tiempos de Jesucristo. Volvamos dos hojas más y nos
encontraremos con Abrahán; después dos hojas o tres y habremos alcanzado el límite
de las más antiguas civilizaciones conocidas. Pero nos será preciso dar vuelta todavía
43 hojas más para llegar a la creación de Adán.

¿No podemos decir, entonces, que el ''Yo vengo luego" está bastante próximo a no-
sotros? ¡Fué dicho en la penúltima hoja de nuestro libro!

Cualquiera que sea el número de siglos transcurridos, entre la promesa del Salvador
en el Edén y la venida de Cristo, será siempre aquella espera la vigilia larga. La nuestra
no será nada comparada con aquélla.

Y aún más, si después de habernos preguntado la edad del hombre nos pregunta-
mos la de la tierra, ¿qué aprenderemos sobre el tiempo?

Aquí los geólogos dan como unidad el millón de años. Ellos dicen: "Los Alpes son de
ayer" porque no tienen sino un poco más de un millón de años, mientras que el Macizo
Central o las Cadenas son "montañas antiguas", pues se han formado hace más de
260 millones de años, según cálculos aproximados.

Delante de semejantes cifras la conclusión se impone ¿Qué somos nosotros para


querer contar los tiempos? Job quiso, al principio, "comprender" estos misterios terres-
tres, pero él también se debió declarar vencido…

“He hablado temerariamente de las maravillas superiores a mí y que yo ignoraba…


Por eso me retracto y me arrepiento, envuelto en polvo y ceniza” (Job XLII, 3-6). Así
llegó Job al conocimiento de su nada con relación a Dios.

Asimismo, el tiempo es nada delante de Dios: "Es la sombra que se alarga" (Sal. CII,
12).

El tiempo, cosa preciosa para el hombre, pues le permite glorificar a su Creador, que
es su fin último, desaparece delante de ese mismo Creador. Dios, con un solo acto,
abraza la formación del cielo y la tierra hasta los nuevos cielos y la nueva tierra. Para
Él, todos los momentos de la vida del mundo no son más que un momento, hasta la
hora en que "no habrá más tiempo" (Apoc. X, 6).

Todo se confunde en una sublime ciudad, todo es un solo acto de amor, ya sea que
se le mire como acto creador, conservador, redentor o remunerador. El tiempo ha hui-
do delante del Amor, delante del acto puro, del cual todo sale y en el cual todo ter-
mina. El que dijo a Moisés "Yo soy el que soy" (Ex. III, 14) siempre puede decir "Sí,
vengo pronto" (Apoc. XXII, 20), porque para Dios " las cosas que (aun) no son como si
(ya) fuesen" (Rom. IV, 17).

41
XI

EL MISTERIO DE INIQUIDAD YA ESTA OBRANDO

II Tes. II, 7

Jesús recomienda a sus discípulos como a nosotros mismos, — "lo digo a todos" —
redoblar la atención cuando aparezca "la abominación de la desolación, de la que ha-
bló Daniel, el profeta, estando de pie en lugar santo" (Mt. XXIV, 15).

¿Hablaba acaso Jesús de la ruina próxima de Jerusalén? ¿Hablaba del fin de la edad
presente? Daniel había hablado de Antíoco Epífanes, que vendría a destruir el templo y
a levantar ídolos (Dan. XI, 31).

No es, pues, imposible que, bajo las palabras "abominación de la desolación" ten-
gamos el anuncio de grandes horas dolorosas, como fueron a la vez aquellas de Antío-
co y de Tito, y como lo serán aquellas de los tiempos en que aparecerá el Anticristo.

El hombre de pecado, el impío, el hijo de perdición, querrá de tal manera


"remedar" a Dios que vendrá semejante al "Señor en su templo" (Mal. III,
1)30.

Si los católicos hablan muy poco de la vuelta de Jesús, sin embargo, todavía piensan
en el Anticristo.

No trataremos de precisar los tiempos de su venida y su verdadera personalidad,


porque es un "misterio de Iniquidad".

En el curso de los siglos se ha dado el nombre de Anticristo a todos los perseguido-


res, dominadores o reformadores de la religión cristiana. Cuando se han acumulado
insultos contra un adversario, se le ha arrojado a la cara: "¡Anticristo!". Fueron "Anti-
cristos" para los católicos: Nerón, Juliano el Apóstata, Mahoma, Lutero, Calvino, Napo-
león.

Los protestantes han visto como tipo del Anticristo a los Papas. Ahora se refutan a sí
mismos y declaran que "este hombre de pecado" estará contra Cristo, mientras que el
Papa no puede ser considerado como el adversario de Cristo.

Sería de desear que los católicos cambiaran también de actitud y que no volvamos
más a leer encabezando un capítulo, en el libro de un conocido autor el siguiente título:
"Los Anticristos del Renacimiento". Esta lucha de palabras, entre los cristianos (otros
Cristos) ha durado ya demasiado.

El apóstol Pablo ha caracterizado este "adversario" de Cristo en términos precisos,


en una carta a los Tesalonicenses. Acaba de decir que el día del Señor no es inminente
y agrega: "Nadie os engañe en manera alguna, porque primero debe venir la apostasía
y hacerse manifiesto el hombre de iniquidad, el hijo de perdición; el adversario, el que
se ensalza sobre todo lo que se llama Dios o sagrado, hasta sentarse el mismo en el
templo de Dios, ostentándole como si fuera Dios… El misterio de la iniquidad ya está

30
Ver el capítulo: "Esperaba la consolación de Israel".

42
obrando ciertamente, sólo (hay) el que ahora detiene hasta que aparezca de en me-
dio”31.

Y entonces quedará descubierto el impío, que el Señor Jesús "matará con el aliento
de su boca y reducirá a la inactividad por la manifestación de su Parusía".

En su aparición este impío será, por el poder de Satanás, acompañado de


toda clase de milagros, señales y prodigios engañosos, con todas las seduc-
ciones de la iniquidad para los que se pierdan, porque no han abierto su co-
razón al amor de la verdad, que los hubiese salvado (II Tes. II, 3-11).

El Anticristo será como una encarnación satánica, será como el "Príncipe


de este mundo". "Él se levantará", dice todavía Daniel, "contra el príncipe de
los príncipes" -- es decir Jesús, — "pero será quebrado sin mano" (Dan. VIII,
25) dispersado por el soplo de la boca de Cristo: "con el aliento de sus labios
matará al impío" (Is. XI, 4).

Dios permitirá, pues, un despertar de la potencia de las tinieblas, un "mis-


terio de iniquidad" antes de la consumación del "misterio del reino". Esta
será la gran seducción del mundo, la gran tribulación. San Mateo pone en
guardia por tres veces a aquéllos que verán falsos cristos, falsos profetas,
seductores, y estarán tentados de decir: " Ved, aquí (está) el Cristo” o “aquí”,
(Mt. XXIV, 5.11.23-26).

En fin, nosotros tenemos una impresionante imagen de lo que podrá ser el Anticristo,
en las BESTIAS DEL APOCALIPSIS: Bestias de la tierra y bestias del mar. Reúnen en sí
la potencia, la autoridad y la fuerza.

La bestia que sube del mar es adorada y se exclama: "¿quién es semejante a la bes-
tia?".

Su autoridad se extiende. Seduce a los habitantes de la tierra, hace prodigios, habla,


es herida y revive; en fin, hace morir a aquéllos que rehúsan adorarla (Apoc. XIII).

Un poder de seducción, una psicosis colectiva marcarán, pues, la venida del Anticris-
to.

En todos los siglos ha habido, por cierto, tiempos difíciles. San Juan dice que el espí-
ritu del Anticristo está "ya en el mundo" (I Jn. IV, 3) ¿No vemos surgir ya siglos que
anuncian su venida?

Así lo creemos. La apostasía de los "sin Dios" en Rusia soviética, y el neo-


paganismo hitleriano parecen encaminarnos hacia la manifestación del se-
ductor de toda la tierra.

31
Los comentadores han agotado su ciencia en busca de lo que puede retener la aparición
del Anticristo. Es el Espíritu Santo, dicen unos; se ha pensado en otro tiempo que sería el impe-
rio romano. San Agustín reconoce su ignorancia: "Los Tesalonicenses sabían lo que retenía al
hijo de perdición, nosotros ignoramos lo que ellos sabían ("Ciudad de Dios", XX, 9, 2).

Nota del Blog: ¿Y si estamos en presencia de otro caso parecido al del Discurso Parusíaco
donde de entrada se está planteando mal el asunto? ¿Si se trata, como dice un magnífico co-
mentador, de una exégesis viciada de entrada, que adolece de un “pecado original” …?

43
Estudiaremos más adelante estos signos evidentes de la proximidad de los tiempos
del fin.

XIII

COMO SUCEDIO EN LOS DIAS DE NOE


Y EN LOS DIAS DE LOT

Lc. XVII, 26-30

Los hombres que en los últimos tiempos se dejarán seducir y se agruparán


en masa alrededor del "Dictador" continuarán, sin embargo, llevando su vida,
su pequeña vida cotidiana, con un descuido sorprendente y una quietud per-
fecta.

En la enseñanza que da en el curso de la última semana, el Señor Jesús cita el


ejemplo de los tiempos que precedieron inmediatamente al DILUVIO y a la destrucción
de SODOMA, para llamar nuestra atención y ponernos en guardia contra la ten-
dencia natural a vivir nuestra vida, sin pensar en la proximidad del retorno.

"Y COMO FUE EN LOS DÍAS DE NOÉ, así será también en los días del Hijo del Hom-
bre. Comían, bebían, se casaban (los hombres), y eran dadas en matrimonio (las muje-
res), hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y los hizo perecer a to-
dos. Asimismo, como fué en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían,
plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia
de fuego y de azufre, y los hizo perecer a todos. De la misma manera será en el día en
que el Hijo del hombre sea revelado (Lc. XVII, 26-30).

Justamente, en medio de la vida más corriente, "el ladrón" horadará la casa.

Pero decía el apóstol Pedro: "Sabe entonces el Señor librar de la tentación a los pia-
dosos " (II Ped. II, 9).

Entonces los justos, a ejemplo de Lot, serán puestos en salvo.

Dios en su misericordia dio entonces señales, como las da ahora.

La construcción del arca duró cien años, era un signo para todo aquél que
hubiese querido considerar el estado de la sociedad de entonces "llena de
violencia". El envío de dos ángeles a Sodoma fué también una advertencia
para toda la ciudad. Pero mientras Noé "condenaba al mundo" construyendo
el instrumento de salvación que era el arca "con un piadoso temor" (Heb. XI,
7) sus contemporáneos se burlaban de él. Los yernos de Lot, a quienes éste
dio aviso en la víspera de la catástrofe de Sodoma, no le creyeron tampoco:
"Más era a los ojos de sus yernos como quien se burlaba" (Gen. XIX, 14).

Parecen burlarse todos aquéllos que anuncian el fin de los tiempos. No creemos po-
sible que acontezca durante nuestra vida. Sin embargo, no tenemos seguridad que
esto será así. Hasta la víspera de ese día los hombres comerán, beberán, venderán y
comprarán.

44
Si no velamos, si sólo nos atraen las vanidades de la tierra, ¿lograremos
escapar? "Acordaos de la mujer de Lot", decía Jesús (Lc. XVII, 32).

Fué dejada como serán dejados del mismo modo: la mujer que muele, el hombre en
el campo, uno de los dos esposos:

“Yo os digo, que, en aquella noche, dos hombres estarán reclinados en una misma
mesa: EL UNO SERÁ TOMADO, EL OTRO DEJADO; dos mujeres estarán moliendo jun-
tas: LA UNA SERÁ TOMADA, LA OTRA DEJADA” (Lc. XVII, 34-35).

Habrá, pues, en esta hora trágica UNA SEPARACION de los fieles y de los infieles:
Así como Dios pone a Noé al abrigo en el arca y a Lot sobre la montaña, Je-
sús vendrá a poner al abrigo a los suyos. Tal es el parecer de San Jerónimo:
"En el momento en que la noche se acaba, al fin de los tiempos, es cuando
Jesucristo vendrá a poner en seguridad a los suyos" (Comentario sobre San Ma-
teo, C. XIV, 25).

Los justos serán puestos en salvo. "Seremos arrebatados juntamente con ellos en
nubes hacia el aire al encuentro del Señor" (I Tes. IV, 17).

Con todo, permanecemos delante de un gran misterio.

Interroguemos a San Pablo.

XIV

AL ENCUENTRO DEL SEÑOR EN LOS AIRES

I Tes. IV, 13-17

"No queremos, hermanos, que estéis en ignorancia acerca de los que duermen (los
muertos), para que no os contristéis como los demás, que no tienen esperanza. Porque
si creemos que Jesús murió y resucitó, así también (creemos que) Dios llevará con Je-
sús a los que durmieron en Él. Pues esto os decimos con palabras del Señor: que noso-
tros, los vivientes que quedemos hasta la Parusía del Señor, no nos adelantaremos a
los que durmieron. Porque el mismo Señor, dada la señal, descenderá del cielo, a la
voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitaran
primero. Después, nosotros los vivientes que quedemos, seremos arrebatados junta-
mente con ellos en nubes hacia el aire al encuentro del Señor; y así estaremos siempre
con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras” (I Tes. IV, 13-18).

Los evangelistas Mateo (XXIV), Lucas (XXI), Marcos (XIII) nos describen
una escena bastante semejante citando las palabras del mismo Jesucristo:
"Y entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo, y entonces harán luto
todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del
cielo con poder y gloria mucha. Y ENVIARÁ SUS ÁNGELES con trompeta grande y con-
gregarán a sus elegidos de los cuatro vientos, de extremos del cielo a extremos de
ellos" (Mt. XXIV, 30-31).

45
Los elegidos serán reunidos y puestos en salvo como lo recordamos en el
capítulo precedente. Aquí se trata de otra cosa: de la selección "de los muer-
tos en Cristo" como dice el apóstol Pablo. La resurrección que tendrá lugar
entonces es la que San Lucas llama "la resurrección de los justos" (Lc. XIV,
14), el Apocalipsis: "la primera resurrección" y ésta es la resurrección a la
cual quería llegar Pablo "la de entre los muertos" (Fil. III, 11).

Habría pues, que distinguir dos resurrecciones.

Los textos examinados directamente en la versión griega son claros y precisos32. Pe-
ro, desde el siglo IV, muchos exégetas dicen que se trata la primera vez de una resu-
rrección espiritual, aquella de nuestro bautismo. No es evidentemente esta resurrec-
ción a la cual tendía el apóstol Pablo, sino más bien a "la de entre los muertos".

San Pablo dice que se hará "a la voz del arcángel". Todo hace suponer que se trata
aquí de Miguel, "el gran jefe" en Daniel; el vencedor de Satán en el Apocalipsis, aquel
que defiende el cuerpo de Moisés contra el diablo en San Judas. El nombre de arcángel
no es, por lo demás, dado en las Escrituras más que a Miguel.

Después de la voz del Arcángel el sonido de la trompeta se hará oír. Los judíos es-
tán familiarizados con estas reuniones al sonido de la trompeta, después del
Sinaí. En memoria del cuerno que conmovió los cielos el día de la promulga-
ción de la Ley, un instrumento llamado chófar convocaba al pueblo a regoci-
jarse delante del Señor. "¡Bienaventurado el pueblo que conoce el alegre
llamado!" (Sal. LXXXIX, 16).

En los días de fiesta al principio del año el chófar resonaba en Jerusalén y


llamaba al pueblo "caminará, oh Yahvé, a la luz de tu rostro" (Sal. LXXXIX,
16).

Sería, pues, inexacto considerar que la última trompeta será un llamado


de desolación, lo será sólo para los impíos; mas, para los justos, ¿qué llama-
do más alegre que aquél?

El mismo Señor descenderá sobre las nubes y entonces veremos el más prodigio-
so acontecimiento: "Los muertos en Cristo resucitarán primero" (I Tes. IV,
16).

XV

CON MI CARNE VERE A DIOS

Job XIX, 26

La historia del mundo llega a su apogeo con la vuelta del Señor.

Todo lo incomprensible de nuestra vida terrestre se explicará, el enigma del proble-


ma del mal será descifrado:

32
Ver una nota detallada al respecto en el Apéndice: "El reino milenario".

46
"Sembrado corruptible, es resucitado incorruptible; sembrado en ignominia, resu-
cita en gloria; sembrado en debilidad, resucita en poder; sembrado cuerpo natural,
resucita cuerpo espiritual; pues si hay cuerpo natural, lo hay también espiritual" (I
Cor. XV, 42-44).

Job en su profunda crisis moral y física no sabía apoyar su esperanza en otra cosa
que en la certeza de volver a encontrar "su esqueleto revestido de piel".

"Después, en mi piel, revestido de este (mi cuerpo) VERÉ A DIOS (DE NUEVO) DES-
DE MI CARNE. YO MISMO LE VERÉ; LE VERÁN MIS PROPIOS OJOS, Y NO OTRO; por
eso se consumen en mí mis entrañas” (Job XIX, 26-27).

Tal era también la esperanza de Marta. Volvería a ver a Lázaro: "Yo sé que él re-
sucitará el último día" (Jn. XI, 24). Luego, "nuestros huesos humillados" "rotos" (como
dicen los Salmos) se levantarán; y "llegaré a ver tu rostro; me saciaré al despertarme,
con tu gloria" (Sal. XVII, 15).

La lectura de la Biblia nos ofrece una magnífica perspectiva en lo que con-


cierne a la resurrección de los cuerpos y a la venida de Nuestro Señor. Po-
demos figurarnos, por este medio, nuestra espléndida herencia y compren-
der cómo el cuerpo, este compa-ñero de nuestros sufrimientos, de nuestras
enfermedades, de nuestra muerte… será él también maravillosamente glori-
ficado.

Tal es el estímulo que el apóstol dirige a los filipenses:

“La ciudadanía nuestra es en los cielos, de donde también, como Salvador, estamos
aguardando al Señor Jesucristo; el cual vendrá a transformar el cuerpo de la
humillación nuestra conforme al cuerpo de la gloria Suya, en virtud del poder
de Aquel que es capaz para someterle a Él mismo todas las cosas” (Fil. III, 20-21).

Resucitaremos, pues, y esta esperanza cierta tiene su punto de apoyo en la Resu-


rrección del Señor Jesús; nuestro cuerpo será hecho "semejante al cuerpo de su gloria".

La resurrección de Cristo fué la llave de bóveda de la predicación apostóli-


ca, pues si el Cristo no ha resucitado todo se desmorona; la obra de la Re-
dención ha abortado en el Calvario.

San Pablo exclama: "Porque si los muertos no resucitan, tampoco ha resuci-


tado Cristo; y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe; aun estáis en vuestros
pecados. Por consiguiente, también los que ya murieron en Cristo, se perdie-
ron. Si solamente para esta vida tenemos esperanza en Cristo, somos los
más miserables de todos los hombres. Más ahora Cristo ha resucitado de en-
tre los muertos, primicia de los que durmieron” (I Cor. XV, 16-20).

A la alegre esperanza de ver a Dios en nuestra carne con "nuestros ojos"


se agrega la de encontrar al conjunto de los fieles glorificados y transforma-
dos: "¡Un ejército grande, sumamente grande!".

Estas palabras son de Ezequiel, en una página profética de una maravillosa


grandeza, que permite evocar la resurrección de aquellos que murieron en la
fe de Cristo. Esta visión del profeta Ezequiel se refiere en verdad al restable-

47
cimiento de Israel en los últimos tiempos, del cual decía San Pablo que sería
"una vida de entre los muertos" (Rom. XI, 15). De todos modos, la belleza de la
visión y su sentido descriptivo están en estrecha relación con nuestro estudio.

Ezequiel ve primero una pradera cubierta de huesos completamente desecados y


Dios le dice: "Entonces me dijo: “Profetiza sobre estos huesos, y diles: ¡Huesos secos,
oíd la palabra de Yahvé! Así dice Yahvé a estos huesos: He aquí que os infundiré espí-
ritu y viviréis. Os recubriré de nervios, haré crecer carne sobre vosotros, os revestiré
de piel y os infundiré espíritu para que viváis; y conoceréis que Yo soy Yahvé. Profeticé
como se me había mandado; y mientras yo profetizaba he aquí que hubo un ruido tu-
multuoso, y se juntaron los huesos, cada hueso con su hueso (correspondiente). Y mi-
ré y he aquí que crecieron sobre ellos nervios y carnes y por encima los cubrió piel;
pero no había en ellos espíritu. Entonces me dijo: “Profetiza al espíritu, profetiza, hijo
de hombre, y di al aliento: Así dice Yahvé, el Señor: Ven, oh espíritu de los cua-
tro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán.” Profeticé como Él me
había mandado; y entró en ellos el espíritu, y vivieron y se pusieron en pie,
(formando) un ejército sumamente grande” (Ez. XXXVII, 4-10).

Esta página impregnada de emoción y profundamente evocadora, hace eco a un tex-


to de Isaías que canta nuestra gloriosa esperanza: "Despertad y exultad, vosotros
que moráis en el polvo; porque rocío de luz es tu rocío, y la tierra devolverá
los muertos” (Is. XXVI, 19).

XVI

¡TODO OJO LE VERA!

Apoc. I, 7

Es difícil precisar en qué orden se desarrollarán los acontecimientos en aquellas ho-


ras misteriosas de la venida del Señor.

Detengámonos aquí sobre un texto escriturístico preciso y singularmente evocador.


Cuando Jesús vendrá sobre las nubes "todo ojo le verá" (Apoc. I, 7).

Nuestros ojos cegados que miraron sin ver, nuestros oídos ensordecidos
que escucharon sin entender las enseñanzas de la Iglesia, nuestras inteli-
gencias obscurecidas delante de las revelaciones divinas, se abrirán.

Job ha conocido esta hora extraordinaria en que el ojo se abre, cuando él se humilla
sobre el cilicio por haber hablado, sin inteligencia, de maravillas que lo sobrepasaban:

"Sólo de oídas te conocía; mas ahora te ven mis ojos" (Job XLII, 5).

Simeón recibió también esta potente iluminación: "Mis ojos han visto tu salvación"
(Lc. II, 30).
Ahora, en este día del segundo advenimiento TODOS LE VERAN "como el relámpago
sale del oriente y aparece hasta occidente" (Mt. XXIV, 27) "como uno de aquellos rayos
que iluminan el mundo" que cantan los Salmos (LXXVII, 19; XCVII, 4).

48
"¡TODO OJO LE VERA!" Verán, a aquél a quien traspasaron, nos dice el
apóstol Juan, testigo de la lanzada (Apoc. I, 7), cumplimiento sorprendente
por su literalidad de una profecía de Zacarías (Zac. XII, 10).

Sí, todo ojo le verá:

Ojo de Caín que huyó del ojo de Dios.

Ojo de Judas, que miró sólo la bolsa.

Ojo de Caifás; ojo de Pilatos, ojo de todos los enemigos de Jesús, que cre-
yeron escapar al encuentro del ojo con el ojo ¡Ojo por ojo!

Ojo de toda esta humanidad, numerosa como las estrellas del cielo y que
no ha conocido o que ha conocido mal a su Salvador.

"Verán a aquél a quien traspasaron".

Pero también los ojos de todos los amigos de Jesús, que han deseado el
sublime encuentro, le verán: "¡Mis ojos han visto tu salvación!".

Todos estos ojos estarán clavados en el Hijo del hombre que viene con gran poder.
El sostendrá todas aquellas miradas, los malhechores gritarán entonces a las montañas:
"Caed sobre nosotros" y a las colinas "cubridnos" y a las rocas "escondednos del rostro
del Sedente en el trono y de la ira del Cordero” (Lc. XXIII, 30 y Apoc. VI, 16), pues
"verán la señal del Hijo del hambre" (Mt. XXIV, 30).

¿Cuál es esta señal? Esta es sin duda la llaga del costado de Jesús, hecha por
la lanzada; los hombres no podrán substraerse a esta visión, que describe el
profeta Zacarías: "Y pondrán sus ojos en Mí, a quien traspasaron. Lo llorarán,
como se llora al unigénito, y harán duelo amargo por él, como suele hacerse
por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el
llanto de Hadad-Remmón en el valle de Megiddó. Se lamentará (todo) el país,
familia por familia.
En aquel día se abrirá una fuente para la casa de David y para los habitan-
tes de Jerusalén, a fin de (lavar) el pecado y la inmundicia” (Zac. XII, 10-13;
XIII, 1).

Luego, todos los ojos de los hombres verán a aquél a quien traspasaron.
Felices aquéllos que habrán llorado a tiempo, amargamente, como se llora a
un hijo primogénito, pues "Y harán luto por Él todas las tribus de la tierra" (Apoc. I,
7). "Y entonces harán luto todas las tribus de la tierra" (Mt. XXIV, 30).

¡Tratemos de medir, si lo podemos, en el silencio del recogimiento, este


supremo encuentro de nuestro ojo con el costado abierto del Señor Jesús!

¡Todo ojo verá ese Corazón, abierto en la cruz!

Verdaderamente ésta será la "fuente abierta" para lavar todas las manchas, a condi-
ción que las lágrimas suban a tiempo a los ojos de los pecadores, y que los "pechos,
sean golpeados".

49
¡La lanza hirió el costado del Señor! De esta fuente corre el agua salvadora, de esta
llaga luminosa parten rayos para ir a golpear los pechos de los hombres y hacer en
ellos una llaga de arrepentimiento.

¡Llaga del costado de Jesús! ¡Llaga de arrepentimiento en el pecador! ¡Dos


llagas se aproximan para preparar el corazón a corazón, seguido del cara a
cara!

***

Quedemos en silencio, oremos delante de estos prodigios del amor divino y escu-
chemos sobre todo el doble grito de Jesús para anunciar que la "fuente está abierta"33.

Es un mismo grito, tanto en el primero como en el segundo advenimiento.


Jesús gritaba en el Templo de Jerusalén, en su primera venida: "¡Si alguno tiene sed,
venga a mí y beba!" (Jn. VII, 37).

El gritará en la nueva Jerusalén después de su segunda venida: "Yo al sediento le


daré de la fuente del agua de la vida, gratis" (Apoc. XXI, 6).

SEGUNDA PARTE

REINARÁ

"Venga tu Reino" Mt. VI, 10

"El Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa
de Jacob por los siglos, y su, reinado no tendrá fin" Lc. I, 32-33

ES MENESTER QUE EL REINE

I Cor. XV, 25

A Dios solo pertenece el reino como creador del mundo, de la tierra y de


los cielos: "Fijado está tu trono desde ese tiempo; Tú eres desde la eternidad" (Sal.
XCIII, 2). “Tuyos son los cielos y tuya es la tierra, Tú cimentaste el orbe y cuanto con-
tiene" (Sal. LXXXIX9, 12).

Dios creó los animales después de los seres inanimados, y por fin al hombre para
que fuese el jefe de esta creación maravillosa. Dio a Adán una especie de investi-
dura divina y lo hizo depositario de una parte de su autoridad: "Sed fecundos y
multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; y dominad sobre los peces del mar y las
aves del cielo, y sobre todos los animales que se mueven sobre la tierra" (Gén. I, 28).

33
En Palestina las fuentes a las que pueden concurrir las mujeres no se encuentran abiertas
durante el período de calor sino a ciertas horas. Una fuente abierta es un gran beneficio y un
oriental comprenderá la fuerza de semejante comparación.

50
El Sal. VIII canta: "Tú lo creaste poco inferior a Dios, le ornaste de gloria y de honor.
Le diste poder sobre las obras de tus manos, y todo lo pusiste bajo sus pies".

El hombre fué pues, establecido rey de la creación; debía someter la tierra, debía
dominar a los animales, todas las cosas fueron puestas bajo sus pies… Era pues Adán
quien debía reinar. Sin embargo, Dios para señalar su autoridad puso límite
al poder del hombre sobre todas las cosas. Se reservó un árbol. Y esta reser-
va fué signo de su autoridad suprema. Desde el Paraíso quedó en salvo el
principio de la soberanía divina. La obediencia está puesta en la base de las
relaciones del hombre con Dios, y a Adán podría aplicársele la del Faraón a José:
"Tan sólo por el trono seré más grande que tú" (Gén. XLI, 40).

Adán soportó mal la restricción absolutamente justa que Dios le puso. Dios
le daba todo gratuitamente por puro amor; ¿no podía acaso pedir en cambio
un gesto libre de amor de su creatura al reconocer su suprema soberanía?
Conocemos la triste historia: la tentación artera del maligno, la curiosidad de
Eva, la debilidad de Adán, y la acusación que él echó sobre la mujer. Con es-
te gesto de independencia Adán sobrepasaba sus derechos buscando en
cierto modo arrebatar el reino de Dios para hacerse rey él mismo y por él
mismo. Después de la sublevación del ángel, Adán dice a su manera: Ni Dios, ni Se-
ñor. El ángel caído obró del mismo modo; no pudo aceptar su subordinación a Dios.
“¡Como caíste del cielo, astro brillante, hijo de la aurora! ¡Cómo fuiste echado por tie-
rra, tú, el destructor de las naciones! Tú que dijiste en tu corazón: «Al cielo subiré;
sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono… subiré a las alturas de las nubes; seré
como el Altísimo”34.

El hombre ha seguido el ejemplo del ángel orgulloso en su revuelta; ni el


uno ni el otro comprendieron que la autoridad correspondía a Dios solo. Esta
autoridad es tal que Jesús mismo se somete a ella. Al entrar al mundo exclama:
"He aquí que vengo… a hacer tu voluntad; tal es mi deleite, Dios mío" (Sal. XL, 8-9).

Cristo obediente viene al mundo a restaurar el reino angélico y el reino terrestre cu-
yos jefes perdieron la posesión por su insubordinación a Dios.

Pero esta restauración fué sólo parcial en su primera venida; no se realiza-


rá plenamente sino después de su vuelta, con el establecimiento de su Reino.
"Tanto en su Aparición como en su Reino" (II Tim. IV, 1).

Efectivamente, este reino no será instituido sino en “los tiempos de la restauración


de todas las cosas, de las que Dios ha hablado desde antiguo por boca de sus santos
profetas", como dice San Pedro (Hech. III, 21). Entonces Dios juntará en una "reunirlo
todo en Cristo, las cosas de los cielos y las de la tierra " (Ef. I, 10).

Esta maravillosa concentración se hará después de la resurrección de los justos. San


Pablo nos describe de este modo la sucesión de los acontecimientos:

34
Estas palabras se aplican literalmente a la caída de Babilonia, pero puede hacerse una apli-
cación de ellas a Satanás, pues en el Apocalipsis, Babilonia es evidentemente el símbolo del
reino satánico. En la época que precederá a la caída de la Babilonia mundial, el Anticristo u
hombre de pecado, vendrá “según operación de Satanás" (II Tes. II, 9), querrá, asimismo "en
el templo de Dios sentarse, probándose a sí mismo que es Dios" (II Tes. II, 4).

51
"Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados.
Pero cada uno por su orden: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía;
después el fin, cuando Él entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya derribado to-
do principado y toda potestad y todo poder. Porque es necesario que Él reine “hasta
que ponga a todos los enemigos bajo sus pies" (I Cor. XV, 22-25).

Si Jesús tiene que entregar a su Padre un reino, es pues, preciso que Él


tenga un reino, un reino claramente establecido.

¿Se ha realizado este reino?

Evidentemente no. Si su reino estuviera establecido, no diríamos "¡Venga


tu Reino!" y San Pablo no habría señalado el reino de Cristo como algo que
acaecerá después de su vuelta. "Tanto en su aparición como en su reino ".

Actualmente Jesús participa del trono de su Padre. "Al presente, empero,


no vemos todavía sujetas a Él todas las cosas” (Heb. II, 8), pero es preciso
que su reino sea un reino personal durante el cual dominará todas las cosas.

Pero volvamos al triste estado de decadencia del hombre para comprender


que Adán necesita un substituto. Si él por su orgullosa sublevación, abando-
nó la corona real y el imperio del mundo ¿no deberá ser reemplazado un
día — sobre la tierra — por el verdadero rey, Jesucristo?

Adán — lo mismo que el Ángel rebelde — por su usurpación del poder, deja
de ser un investido y se hunde en el acto, pierde su cetro, la corona, el traje
de la inocencia y se le cierran las puertas del jardín en donde vivía en la pre-
sencia de Dios. Arrojado sobre la tierra desolada se encuentra frente a aquél
que expatriado del cielo trataba de reconstruirse un reino terrestre, sobre el
engaño del hombre.

Adán tendrá pues, que habérsela con Satanás. La identidad del pecado de orgullo
del uno y del otro los acerca, — a veces se unirán contra Dios — pero al mismo tiempo
serán eternamente enemigos. Asistiremos desde el Paraíso hasta el fin de los tiempos
a la lucha encarnizada de Satanás contra el hombre caído.

Satanás, el de las “profundidades" (Apoc. II, 24), sabe que el hombre no está irre-
mediablemente perdido y empleará toda su astucia y su mentira, como que es el padre
de la mentira, para arrastrar al hombre tras sí; arrojará la cizaña a manos llenas jus-
tamente donde Dios ha plantado el buen grano. Construirá la Babilonia terrestre, la
gran prostituta de la cual nos habla en términos impresionantes el Apocalipsis. Poseerá
"el imperio de la muerte" (Heb. II, 14). Se constituirá en "príncipe de este mundo".

Sin embargo, desde el Paraíso, Satanás, el aparente vencedor de Dios, ha


oído el anuncio de su derrota, en la promesa de Aquél que quebrantará su
cabeza substituyéndose a Adán caído (Gen. III, 15).

Después de la caída inicial, seguirán las otras; Caín mata a su hermano y el mal se
agranda en el corazón del hombre: "La tierra estaba entonces corrompida… y llena de
violencia" (Gen. VI, 11). Entonces Dios decide exterminar la raza humana a excepción
de Noé y de los suyos, el agua realizará la obra destructora y actúa la venganza de
Dios. La humanidad entera desaparece, salvo ocho personas asiladas en el Arca.

52
Pero después del diluvio los hombres se pervierten nuevamente y Dios se ve obliga-
do a constituir un pueblo aparte. Separa a Abrahán de en medio de los paganos de la
Mesopotamia, para llevarlo al país de Canaán. Coloca el sello de su autoridad sobre el
hombre fiel y le exige la circuncisión. Abrahán promulga esta ley de parte de Dios en
señal de alianza, en señal de "santificación" del elegido de Dios.

Abrahán, Isaac y Jacob formarán la maravillosa trilogía patriarcal, que re-


cibirá en su seno después de la muerte al pueblo escogido del Eterno; el
seno de "Abrahán, de Isaac y de Jacob". Dios mismo se llamará el "Dios de
Abrahán, de Isaac y de Jacob". Hombres de fe, llevan en sus almas la espe-
ranza de la salvación dada al mundo por el Ungido del Eterno (Heb. XI). Se-
rán los coherederos de la promesa, porque de su posteridad saldrá Aquél
que redimirá al hombre, "que destruyese a aquel que tiene el imperio de la
muerte, esto es, al diablo" (Heb. II, 14), para restaurar el reino terrestre y
entregarlo en seguida a su Padre. En tiempo de los patriarcas las promesas
concernientes al Cristo son cada vez más precisas.

Pero he aquí a Moisés y a la Ley. Dios tiene piedad de su pueblo. Si aún no le envía
a su "Hijo amado" para salvarlo, da una legislación a su pueblo para prepararlo a reci-
bir al Mesías, a este pueblo a quien El mismo llama "su primogénito" y qué deberá
ser una imagen de Jesús, Hijo de Dios.

La Ley pues prepara durante quince siglos la venida de Cristo: "Y de su plenitud he-
mos recibido todos, a saber, una gracia correspondiente a su gracia. Porque la Ley fue
dada por Moisés, pero la gracia y la verdad han venido por Jesucristo" (Jn. I, 16-17).

II

ES A MI A QUIEN RECHAZAN
PARA QUE NO REINE MAS SOBRE ELLOS

I Rey. VIII, 7

Dios, que por medio del don de la Ley preparó a su pueblo para recibir a
Cristo, quería también prepararlo para acoger el reino mesiánico. El Mesías
debía ante todo sufrir, y sin su rechazo por parte de los judíos habría vuelto para reinar
sin tardanza, después de la Ascensión. Es indudable que, en tiempo de la Ley, el
Eterno quería regir sobre Israel, su pueblo, gobernarlo como rey, ser su jefe militar y
dirigir sus combates.

Por el desenvolvimiento del poder teocrático, Dios se proponía formar a dicho pueblo,
educarlo, para que aceptara un día someterse a un rey visible: Cristo.

Si bien es cierto que Dios suscitó algunos jefes, como los Jueces, lo hizo en
el entendimiento de ser Él su único Rey. No quería de ningún modo que el
pueblo "escogido" fuera semejante a las otras naciones que se dan un rey
para que las domine.

Fácil es notar en algunos detalles la actitud psicológica del pueblo de Dios,


tan profundamente indisciplinado. Analizándola, comprenderemos mejor

53
cómo, muchos siglos después, rechazará a su Mesías-Rey. ¡Permanecía el
mismo espíritu, el del hombre caído, siempre ambicioso de arrancar a Dios
sus derechos y su autoridad!

La primera tentativa de Israel, para establecer sobre él una realeza humana, se re-
monta a la época de Gedeón.

Cuando éste volvió victorioso de los Madianitas - victoria milagrosa debida única-
mente al poder divino - el pueblo lo aclamó y quiso hacerlo rey. Mas no aceptó, y
guardando la humilde actitud de un servidor delante del verdadero vencedor, dijo a la
muchedumbre que le oprimía: "No reinaré yo sobre vosotros, ni reinará mi hijo sobre
vosotros. YAHVÉ SEA QUIEN REINE SOBRE VOSOTROS” (Jue. VIII, 23).

A la muerte de Gedeón, el pueblo, deseoso de tener un rey, dio este título a Abime-
lec, un usurpador, que inmediatamente lo aceptó. Entonces el hijo de Gedeón protestó.
Para dar autoridad a su voz, subió sobre el Garizim y exclamó: "Oídme, señores de
Siquem, para que os oiga Dios. Fueron una vez los árboles a ungir un rey que reinase
sobre ellos; y dijeron al olivo: “Reina tú sobre nosotros”. El olivo les contestó: “¿Puedo
acaso yo dejar mi grosura, con la cual se honra a Dios y a los hombres, para ir a me-
cerme sobre los árboles?” Entonces dijeron los árboles a la higuera: “Ven tú y reina
sobre nosotros”. La higuera les respondió: “¿He de dejar acaso mi dulzura y mi exce-
lente fruto, para ir a mecerme sobre los árboles?” Dijeron, pues, los árboles a la vid:
“Ven tú y reina sobre nosotros”. Mas la vid les respondió: “¿He de dejar acaso mi vino
que alegra a Dios y a los hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?” Entonces
todos los árboles dijeron a la zarza: “Ven tú y reina sobre nosotros”. Respondió la zar-
za a los árboles: “Si es que en verdad queréis ungirme rey sobre vosotros, venid y re-
fugiaos bajo mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza que devore los cedros del Lí-
bano” (Jue. IX, 7-15).

Fácil es comprender el irónico símbolo de la zarza que reinando no tiene


nada que perder; nada que dar; que ofrece su sombra… ¡y que amenaza aún
con ahogar a los cedros del Líbano!

He aquí una imagen de una realeza terrestre que se inspiraba sólo en el orgullo y
que de buena gana se cierne sobre los demás hombres.

El pueblo debería haber aprovechado la lección, y renunciar a su petición de tener:


"Un rey como las otras naciones". Mas no fué así. Cuando Samuel envejeció, los ancia-
nos se reunieron en Rama y le dijeron: “Establece sobre nosotros un rey como en las
otras naciones…”.

"Desagradó a Samuel esta propuesta que le expresaron: “Danos un rey que nos juz-
gue.” E hizo Samuel oración a Yahvé. Respondió Yahvé a Samuel: “Oye la voz del pue-
blo en todo cuanto te digan; porque no te han desechado a ti, sino a Mí, para que no
reine sobre ellos. Todo lo que han hecho (conmigo) desde el día que los saqué de
Egipto hasta este día, en que me han dejado para servir a otros dioses, lo mismo ha-
cen también contigo. Ahora, pues, escucha su voz, pero da testimonio contra ellos, y
anúnciales los fueros del rey que va a reinar sobre ellos” (I Rey. VIII, 6-9).

Dios como Rey supremo es arrojado por su pueblo, como lo ha sido por
Adán, como Jesús lo será por los judíos, como cada uno de nosotros lo re-

54
chaza prefiriendo el ídolo del "yo" o del dinero, ese Mammón temible de los
últimos tiempos.

Entonces Dios ordena a Samuel consagrar a Saúl y más tarde, después de la


desobediencia de éste, le ordena hacer rey a David.

Los planes de Dios parecen destruidos. La realeza del Eterno es sustituida


por una realeza humana que regirá a Israel en adelante. El hombre va a diri-
gir sus miradas hacia el hombre, en lugar de elevarlas, cargadas de esperan-
zas, hacia un rey divino.

Pero Dios no se deja vencer por el mal y frustra los designios perversos de
los hombres.

El rey David será el antepasado directo de Cristo. Su raza será bendita porque
Jesús será el "Hijo de David". "Yo soy — dirá — la raíz y el linaje de David" (Apoc. XXII,
16).

A David, pues, son conferidas las más magníficas promesas mesiánicas:


"Tu casa y tu reino serán estables ante Mí eternamente, y tu trono será firme
para siempre" (II Rey. VII, 16).

El ángel Gabriel confirmará a la Virgen esta profecía: "Se le dará el trono


de David, su padre" (Lc. I, 32).

Así, la organización de la realeza humana, contraria al principio a la voluntad de Dios,


llegó a ser la figura de aquella de Cristo, raíz y posteridad de David.

Desde ese momento se puede presentir el reino glorioso y futuro de Jesús, del cual
el de Salomón fué la impresionante figura.

La historia del pueblo de Israel se desarrolló en función del Mesías.

Pero a la realeza de David, Dios debía agregar un nuevo poder: el ministerio proféti-
co.

III

¡YO SOY REY! PARA ESTO NACI

Jn. XVIII, 37

El ministerio de los profetas fué el medio escogido por Dios para quedar en
contacto, con su pueblo. Fué como un puente entre David, el rey-profeta, y
Jesús, Rey también y Profeta. "El rollo del libro" se escribió entonces.

Hacía cuatro siglos que había cesado de oírse la voz de Malaquías, el último de los
profetas, cuando por fin se realizó una de sus palabras: "He aquí que envío a mi ángel
que preparará el camino delante de Mí" (Mal. III, 1, citado por Lc. VII, 27 y Mt. XI, 10).

Aparece Juan Bautista. Viene para allanar el camino al rey que se acerca.

55
En Oriente, sobre todo a causa de la imprecisión de las rutas en el desierto,
las regias comitivas iban precedidas de una tropa de hombres, enviados para
trazar el camino, aplanarlo y retirar los obstáculos. A falta de un grupo de
enviados, un heraldo corría delante del carro del rey. Elías corrió así delante
de Acab (III Rey. XVIII, 46).

El Bautista que viene con "el espíritu y el poder de Elías" (Lc. I, 16) será la "Voz de
uno que clama: “Preparad el camino de Yahvé en el desierto, enderezad en el yermo
una senda para nuestro Dios. Que se alce todo valle, y sea abatido todo monte y cerro;
que la quebrada se allane y el roquedal se torne en valle" (Is. XL, 3-4, citado por Lc.
III, 4-6; Mc. I, 2-3; Mt. III, 3; Jn. I, 6).

Este texto de Isaías corresponde exactamente a la preparación del camino


delante de una comitiva real en movimiento35. Ahora es precisamente un rey
al que el precursor anuncia: "Arrepentíos PORQUE EL REINO DE LOS CIELOS
ESTA CERCA"' (Mt. III, 2). El arrepentimiento es la condición para el estable-
cimiento del reino de Dios. San Pedro no hablará de otro modo (Hech. II, 38;
III, 19-21).

Pero, ¡aquí viene Cristo!

"EL TIEMPO SE HA CUMPLIDO" (Mc. I, 15), ese tiempo marcado por los
profetas, y muy particularmente por Daniel36.

Desde su nacimiento es reconocido rey por algunos de entre los judíos y


los gentiles: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?" (Mt. II, 2)37.

Pero ¿será él quien restaure el reino de Israel? ¿Será él quien empuñe el cetro salido
de Judá y rechace la dominación romana que se extiende sobre el pueblo de Sión?

"Mi reino no es de este mundo" declara a Pilato; lo que significa: mi reino no proce-
de de este mundo38. Pero a la pregunta de Pilato: "¿Eres tú rey?" Jesús responde: "Tú
lo dices; YO SOY REY, PARA ESTO NACI" (Jn. XVIII, 36-38).

Jesús nació para ser rey, pero su reino no querrá recibirlo, ni de Satanás,
que se le ofreció, ni de la multitud agradecida por el milagro de los panes y
que quiere apoderarse de Él y hacerlo rey.

Estudiemos estos dos episodios.

El primero en ofrecer la realeza a Cristo en los principios mismos de su vida pública,


es el "Príncipe de este mundo".

35
Es preciso haber visto la destreza de los árabes para aplanar una vía. Recuerdo que yendo
del Tabor a Naim, por caminos no trazados, nuestros veinticinco autos se encontraron deteni-
dos ante una fosa profunda. Nuestros chauffeurs descendieron y, en unos minutos, la fosa es-
tuvo tapada.
36
Según la célebre profecía de las setenta semanas de años (Dan. IX, 24-27).
37
Ver anteriormente: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?".
38
"Jesús no dice que su realeza no ha de ejercerse sobre este mundo, sino que no
procede de éste" "Viene ella de más arriba: de lo alto". R. P. Lagrange: Evangile selon
Saint Jean. Gabalda, 1925, p. 475.

56
Extraña escena aquélla que se desarrolla sobre la árida montaña que domina la pla-
nicie de Jericó. Allí se lleva a cabo un drama análogo al del Edén. Satanás trata
de destruir la realeza de Cristo, así como destruyó la de Adán, por una tenta-
ción de orgullo.

Desde la cima de la montaña, Satanás muestra a Jesús todos los reinos de la tierra
con el fin de excitar su codicia y le dice: "YO TE DARÉ todo este poder y la gloria de
ellos, PORQUE A MÍ ME HA SIDO ENTREGADA, Y LA DOY A QUIEN QUIERO. Si pues te
prosternas delante de mí, Tú la tendrás toda entera" (Lc. IV, 6-7).

Resalta en este texto el hecho de que Satanás es realmente " príncipe de


este mundo", por la caída de Adán. El poder '"me ha sido dado y lo doy...".
Ahora bien, él pretende investir de su realeza usurpada al rey de reyes. La
ofrece del mismo modo que Dios: "Siéntate a mi diestra", porque Satanás
"tiene un trono" (Apoc. II, 1339). Tremenda ironía la de esta oferta predicha
por el Salmista: "¿Podrá tener comunidad contigo la sede de la iniquidad?"
(Sal. XCIV, 20).

Satanás no ha tenido probablemente el conocimiento pleno del alcance de su ade-


mán seguido tan pronto de su derrota. Con todo, su odio se hará más feroz aún contra
aquél que exclamó: "¡Vete Satanás!" (Mt. IV, 10). Fomentará la guerra contra El hasta
la muerte. En la trágica hora de Getsemaní, Jesús reconocerá su acción evidente: "Vie-
ne el príncipe del mundo. No es que tenga derecho contra Mí" (Jn. XIV, 30).

Después del diablo, fué el pueblo quien ofreció la realeza a Jesús a raíz de
la multiplicación de los panes. Pero, "Jesús sabiendo, pues, que vendrían a
apoderarse de Él para hacerlo rey, se alejó de nuevo a la montaña, Él solo"
(Jn. VI, 15). Es necesario comprender bien esta actitud: en efecto, Cristo no
podía ser proclamado rey en otra parte que en Jerusalén. Las profecías eran
claras sobre el particular; su reino venía de lo alto, venía de Dios: " SOY YO
quien he constituido a mi Rey sobre Sión, mi santo monte" (Sal. II, 6). El día
de los Ramos, en Jerusalén, Jesús aceptó la aclamación entusiasta del pue-
blo. ¿No debió traer consigo la de los jefes de la Sinagoga? Esta era la adhe-
sión que Dios hubiera querido para su Cristo, si Israel no hubiese desechado
su llamamiento.

Cristo permitió pues, el cortejo triunfal de Betfagé al Templo y montado sobre el po-
llino acoge los cantos y los "hosanna" de los niños: "Bendito el que viene, el Rey en
nombre del Señor. En el cielo paz, y gloria en las alturas" (Lc. XIX, 38). "¡BENDITO
SEA EL ADVENIMIENTO DEL REINO DE NUESTRO PADRE DAVID!" (Mc. XI, 10).

Pero nuestro Salvador no fué reconocido rey por los jefes — antes, por el
contrario — "buscaban cómo hacerlo morir, pero le tenían miedo" (Mc. XI, 18).

Entonces Jesús lloró sobre Jerusalén: “¡Ah, si en este día conocieras también tú
lo que sería para la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Porque vendrán días
sobré ti, y tus enemigos te circunvalarán con un vallado, y te cercarán en derredor y te
estrecharán de todas partes; derribarán por tierra a ti, y a tus hijos dentro de ti, y no

39
Nota del Blog: Esto se vé más claro aún en Apoc. XIII, 2: “Y la Bestia que vi era seme-
jante a un leopardo y sus pies como de oso y su boca como boca de león y el Dragón le dio
su poder y su trono y gran autoridad”. Ver también Apoc. XVI, 10.

57
dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo en que has sido visi-
tada” (Lc. XIX, 42-44).

"¡Jerusalén! ¡Jerusalén! (…) os digo, ya no me volveréis a ver, hasta que digáis:


“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" (Mt. XXIII, 37-39).

La ciudad Santa y sus sacerdotes han desconocido al Rey. El estableci-


miento del reino es, desde entonces, rechazado hasta que resuene el mismo
grito, aquél de los niños en el día de las palmas: "BENDITO SEA EL QUE VIE-
NE EN EL NOMBRE DEL SE-ÑOR"40.

***

Después del día triunfante de Cristo — día importante porque es un signo


de la gloria de su futuro reinado en Jerusalén — la multitud olvidó pronto
sus arranques de júbilo y se unió a los Sanedritas, el viernes de la "Prepara-
ción" para reclamar la muerte de aquél que cinco días antes aclamara ella
misma rey de Israel. Este título de rey — aceptado por Jesús — fué el motivo
de la acusación lanzada contra él. "Hemos hallado a este hombre (…) DI-
CIENDO SER EL CRISTO REY” (Lc. XXIII, 2)41. Y, cuando fué crucificado, "so-
bre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condenación: “ESTE ES
JESÚS EL REY DE LOS JUDÍOS" (Mt. XXVII, 37).

Es pues, la realeza de Cristo la que el pueblo y sus jefes quisieron abolir,


bajo las burlas, los sarcasmos y con una crueldad llevada hasta la muerte de
cruz.

Conocemos el desprecio de Herodes por aquél a quien despidió, después de ponerle


"un vestido resplandeciente" (Lc. XXIII, 11), es decir, con una túnica real. Los soldados
completaron el atavío de este rey de irrisión; tejieron sobre su cabeza una corona de
espinas, colocaron una caña en su mano y doblaron la rodilla delante de Él para ridicu-
lizarlo diciendo: "SALVE, REY DE LOS JUDIOS". Luego le abofetearon y le escupieron
en el rostro (Mc. XV, 16-18; Mt. XXVII, 28-30; Jn. XIX, 2-3).

Pilato, después del interrogatorio, le presentó a los judíos, diciendo: “HE AQUÍ A
VUESTRO REY”. Pero ellos se pusieron a gritar: “¡Muera! ¡Muera! ¡Crucifícalo!” Pilato
les dijo: “¿A vuestro rey he de crucificar?” Respondieron los sumos sacerdotes: “¡Noso-
tros no tenemos otro rey que el César!” (Jn. XIX, 14-15).

¡Aquellos que debían haber aclamado al Hijo de Dios, su rey de bondad, de


mansedumbre, de justicia y de paz, declararon por el César, su enemigo!...

40
Con qué respeto y con cuánto amor deberíamos pronunciar estas palabras en el
Sanctus de la misa; palabras anunciadoras de la Vuelta de Cristo.
41
Nota del Blog: Esto no hace más que confirmar lo que ya dijimos al hablar sobre las LXX
Semanas de Daniel; Mc. XV, 32 y Lc. XXIII, 2 son los únicos pasajes de todo el N.T. que
hablan de “Cristo-Rey”. En Lc. lo que vemos es la acusación contra Nuestro Señor, y en Mc. sin
dudas tenemos una burla de parte de los judíos, en ambos casos por haberse dado ese título el
domingo de Ramos.
¡Israel condenó a Jesús precisamente por la misma razón que tendría que haberlo
reconocido según la célebre profecía de Daniel!
¿Puede haber acaso una tragedia más grande?

58
Ellos también quisieron un rey como tienen "las otras naciones". Los hijos
imitan a sus padres, los cuales reclamaban de Samuel este extraño privilegio.

Jesús podía pensar sobre su cruz: "no te han desechado a ti, sino a Mí, para que no
reine sobre ellos” (I Sam. VIII, 7).

Los judíos de entonces, que odiaban la dominación romana, proclamaron,


sin embargo: "¡No tenemos rey sino a César!" ¡Sí, César!

¡Tendrán al César y sabrán lo que es una ciudad sitiada y destruida por el


César!...

Jesús es rechazado definitivamente.

La ironía de los sacerdotes se expresa una última vez delante del Crucificado: "¡El
Cristo, EL REY DE ISRAEL, baje ahora de la cruz!” (Mc. XV, 32).

Mas he aquí que en medio de los gritos, de las burlas, de las blasfemias, que resue-
nan ya varias horas sobre el Gólgota, la voz de un moribundo, la de un malhechor que
comparte el suplicio de la cruz, se levanta para dejar oír la palabra de verdad: "Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (Lc. XXIII, 42).

Este hombre cree en la vuelta de Cristo y en el reino de Cristo, y así lo ase-


gura por su petición: "CUANDO VENGAS EN TU REINO".

El ladrón esperaba algo más que un reino espiritual, como se le llama a


menudo; hablaba a Jesús de ese momento en que El volvería con sus santos,
para ESTABLECER SU REINO, PARA LEVANTAR NUEVA Y DEFINITIVAMENTE
LA TIENDA DE DAVID (Hech. XV, 16), para obrar como rey, y tomar posesión
del trono, destinado en su origen a Adán, pero vacío y que espera desde el
Edén al que lo ha de ocupar.

IV

LLEGUEMONOS CONFIADAMENTE AL TRONO


DE LA GRACIA

Heb. IV, 16

El reino había estado "cerca" (Mt. IV, 17), pero los jefes de la nación no lo
habían recibido cuando estaba "en medio de ellos"42. Ahora se ha alejado. Y

42
"El reino de Dios en medio de vosotros está" (Lc. XVII, 21). Generalmente se traduce
por "dentro de vosotros está" Y SE APOYAN EN ESTA TRADUCCION PARA DECIR
QUE JESUS SOLO VINO A TRAERNOS UN REINO ESPIRITUAL, ESCONDIDO EN NUES-
TROS CORAZONES. No sólo el original griego admite la traducción "en medio", o
"entre vosotros", sino que los fariseos, sus enemigos, no pueden pretender ser
aquéllos a los cuales Jesús declara que ha establecido su reino en sus corazones
¡Qué de lamentar es que se extraiga así una frase del contexto para darle una apli-
cación exclusivamente espiritual, cuando tiene un sentido literal tan obvio!

59
el Maestro dice: "Seréis mis testigos hasta las extremidades de la tierra"; era
esto anunciar que su vuelta y su reino tardarían porque era necesario que la
palabra del reino fuese antes predicada a todas las naciones (Lc. XXIV, 47).

Pero en espera del establecimiento del reino de gloria, siempre prometido,


los discípulos debían buscar el reino de gracia que los "misterios" les habían
revelado.

Una página del evangelista San Lucas pone de relieve estos misterios, determinando
tres tiempos: Un reino que vino, pero fué desechado. Un reino misterioso, el actual. Un
reino glorioso, por venir.

“Interrogado POR LOS FARISEOS acerca de cuándo vendrá el reino de Dios, les res-
pondió y dijo: “El reino de Dios no viene con advertencia, ni dirán: “¡Está aquí!” o “¡Es-
tá allí!” porque ya está el reino de Dios en medio de vosotros”. Dijo después A SUS
DISCÍPULOS: “Vendrán días en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del
hombre, y no lo veréis. Y os dirán: "¡Ved allí, ved aquí!"; no vayáis ni corráis en pos.
Pues como el relámpago, fulgurando desde una (parte) del cielo a la otra resplandece,
así será el Hijo del hombre en su día. Mas primero es necesario que él sufra mucho y
que sea rechazado por la generación esta” (Lc. XVII, 20-25).

La respuesta a los fariseos concierne al reino aparecido realmente sobre la


tierra, por la presencia corporal de Jesús: "El reino de Dios está en medio de
vosotros".

Pero, sin embargo, el reino no venía de manera que llamara la atención. No aparecía
según las concepciones rabínicas un reino mesiánico puramente terrestre. Era un reino
de una naturaleza diferente y que respondía a la palabra del Señor: "Mi reino no es de
este mundo". Yo no recibiré mi realeza sino de Dios, no del mundo, como los
reyes ordinarios; regiré mi pueblo del modo que Dios quería hacerlo cuando
fué rechazado en tiempos de Samuel.

A los discípulos Jesús les dice: "Vosotros desearéis ver uno solo de los días
del Hijo del hombre, y no lo veréis".

"¡No lo veréis!". Es el caso de todos los que esperan a Cristo desde la As-
censión. Es la época del reino MISTERIOSO Y ESPIRITUAL — aquél — duran-
te el cual la Iglesia, la Esposa amada suspira.

Los hijos de Dios deberían clamar sin cesar: "¡Venga tu reino!" "¡Ven, Se-
ñor Jesús!".

Mas un tiempo vendrá por fin en que "como el relámpago que brilla e ilu-
mina desde un cabo del cielo hasta el otro”, el Hijo del hombre aparecerá y
establecerá su reino esplendoroso de gloria. Entonces "todo ojo le verá".

En este texto de San Lucas están netamente designadas las tres etapas del reino
mesiánico.

Seguramente, si muchos hubieran tenido la fe del ladrón, la espera de la Iglesia hu-


biera sido corta.

60
Si después de la Resurrección, y en la época de la predicación apostólica,
los judíos y sus sacerdotes hubieran reconocido a Jesús, Salvador y Rey,
¿acaso no habría vuelto ya Jesús desde hace tiempo para la manifestación
de su reino visible?

Las conversiones efectuadas el día de Pentecostés a la palabra de Pedro


(Hech. II), se habrían renovado si el corazón de los auditores hubiese sido
traspasado más a menudo.

Es el arrepentimiento, es la purificación de los corazones lo que apresurará


la plenitud del número de los escogidos y por ahí la vuelta de Cristo, como lo
enseñaba San Pedro: “ARREPENTÍOS, PUES, Y CONVERTÍOS, para que se borren vues-
tros pecados, DE MODO QUE VENGAN LOS TIEMPOS DEL REFRIGERIO DE PARTE DEL
SEÑOR Y QUE ÉL ENVÍE A JESÚS, EL CRISTO, EL CUAL HA SIDO PREDESTINADO PA-
RA VOSOTROS. A Éste es necesario que lo reciba el cielo HASTA LOS TIEMPOS DE LA
RESTAURACIÓN DE TODAS LAS COSAS, de las que Dios ha hablado desde antiguo por
boca de sus santos profetas (…) Todos los profetas, desde Samuel y los que lo siguie-
ron, todos los que han hablado, han anunciado asimismo estos días” (Hech. III, 19-24).

Aquí no cabe duda alguna. En esta "restauración de todas las cosas", Pedro
tiene ciertamente presente el reino mesiánico por venir, el mismo del que
hablaron profusamente todos los profetas. Será la "restauración" maravillo-
sa del reino que Adán perdiera.

***

El Señor Jesús conocía lo que sería el futuro: el rechazo persistente del Evangelio
por parte de los judíos y el endurecimiento de los corazones; y es por esto que su en-
señanza sobre el reino de Dios había sido ampliamente desarrollada.

En efecto, el Maestro daba una gran importancia a las máximas y parábolas que
pronunciaba sobre los misterios del reino, porque estaban destinadas a sustentar la
vida moral y espiritual de su Iglesia, durante el curso de las edades, hasta su vuelta.

Quería establecer durante el tiempo de su ausencia, un REINO DE GRACIA,


para preparar y apresurar la manifestación del reino de Gloria.

Este reino de gracia nos fué preparado por Él mismo — como consecuencia
del rechazo que debía soportar en su primera venida, — mientras que EL
REINO DE GLORIA ES MAS PARTICULARMENTE EL DON DEL PADRE, "prepa-
rado desde la fundación del mundo" (Mt. XXV, 34).

Las Escrituras mencionan DOS TRONOS — asociados a estos dos aspectos


del reino — el de la gracia y el de la gloria. Es necesario que nos lleguemos,
EN ESTA VIDA, al TRONO DE LA GRACIA (ver Heb. IV, 16), pero "Jesús se sen-
tará para juzgar en el TRONO DE SU GLORIA" (Mt. XXV, 31).

El reino de gloria no se alcanzará sino por el de la gracia, que se realiza y flo-


rece en lo íntimo del alma, en el seno de la Iglesia.

61
A este reino hace alusión el apóstol Pablo cuando escribe a los Colosenses: "Él nos
ha arrebatado de la potestad de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de
su amor, en quien tenemos la redención, la remisión de los pecados" (Col. I, 13-14).
Mientras estamos bajo este reino de gracia es necesario prepararnos "para que os pre-
sente santos e inmaculados e irreprensibles delante de Él" (Col. I, 22). Y a la Iglesia,
Esposa de Cristo, le ha sido dicho: "Se entregó Él mismo por ella (…) a fin de presen-
tarla delante de Sí mismo como Iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni nada seme-
jante, sino santa e inmaculada” (Ef. V, 25-27).

Nosotros no apareceremos así, delante del trono de gloria, si no hemos


sabido llegarnos en esta vida "al trono de la gracia" y sacar de la enseñanza
de Cristo la ciencia del reino de Dios.

Esta ciencia maravillosa está contenida principalmente en las máximas y parábolas


de Cristo.

El sermón de la montaña, que debía transformar las leyes morales y las re-
laciones fraternales, está basado en esta búsqueda ardiente del reino de
Dios en el alma, durante el tiempo de la gracia, para obtener el efecto de sus
promesas en el reino de la gloria que está prometido a los pobres y a los
perseguidos.

Desde la barca, Jesús da una serie de parábolas conocidas bajo el nombre genérico
de "Parábolas del reino". En ellas se UNEN EL TIEMPO DE LA GRACIA CON EL DE
LA GLORIA, porque se refieren a entrambos. Por esto las parábolas del reino
siempre tendrán un carácter misterioso y enigmático.

Jesús decía a sus discípulos: "A VOSOTROS es dado conocer los misterios del reino
de los cielos, pero no a ELLOS” (Mt. XIII, 10-12).

"A VOSOTROS"… decía el Maestro, es decir, a todos aquellos que para comprender
esos "misterios del reino" se dejarán penetrar por su palabra contenida en los Evange-
lios y en las Escrituras.

A esos solamente será "dado conocer", poseer "la llave de la ciencia" (Lc. XI, 52) y
"el tesoro escondido" (Mt. XIII, 44): porque a "ellos", a los que no profundizan las Es-
crituras, quedarán ocultos los misterios. "Viene el maligno y arrebata lo que ha sido
sembrado" (Mt. XIII, 19).

Sólo la lectura atenta de la Biblia nos permitirá distinguir los tres aspectos del reino y
no confundirlos EN EL TIEMPO43.

Resumiremos así estos "misterios del reino":

EN EL TIEMPO DE LA VIDA TERRENA DE JESUS. El reino de Dios estaba "en


medio" de Israel. Pero este reino fué rechazado por los judíos.

43
Esta confusión de los tiempos — de las dispensaciones — es corriente en un gran
número de cristianos. Hay aún exégetas que atribuyen al tiempo de la Iglesia — a
este reino invisible de la gracia — no sólo las enseñanzas de Cristo que no le conciernen, como:
"el reino está EN ME-DIO DE VOSOTROS" sino también todas las profecías mesiánicas no
realizadas en la primera venida, y las profecías que anuncian la reunión de los judíos
antes del establecimiento del reino de la gloria.

62
EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA. Desarrollo del reino de gracia — reino mis-
terioso y espiritual — durante el cual pedimos el reino por venir. "¡Venga tu
reino!".

EN EL TIEMPO DE LA VUELTA DE CRISTO. Establecimiento del reino de la


gloria, reino visible y plenario, universalmente reconocido.

COMO TAMO DE TRIGO QUE LLEVA


EL VIENTO EN LAS ERAS DE VERANO

Dan. II, 35

Cuando Cristo vuelva a reinar, a "levantar nuevamente la tienda de David…" (Oseas


citado en Hech. XV, 16), a "reparar las brechas y a restaurar los caminos" (Is. LVIII,
12), se manifestará bajo un doble aspecto. Traerá la paz definitiva a la tierra, pe-
ro para restablecer este reino de paz, aplastará el poder de sus enemigos.

"PORQUE ES NECESARIO QUE ÉL REINE “HASTA QUE PONGA A TODOS LOS


ENEMIGOS BAJO SUS PIES… DESPUÉS CUANDO HAYA DERRIBADO TODO PRINCIPA-
DO Y TODA POTESTAD Y TODA VIRTUD” (I Cor. XV, 25 y 24).

El Apóstol Pablo da una importancia extrema a este triunfo de Cristo sobre


sus enemigos. Si se consideran atentamente estas luchas finales de Cristo contra los
poderosos, los reyes, las naciones y Satanás, se puede constatar lo incomprendidas
que son para tantos lectores de la Biblia.

Las profecías relativas a estos tiempos y las descripciones de estos combates están
sobre todo referidas en los Salmos, en los Profetas y en el Apocalipsis.

Por no comprender su verdadero alcance, acusamos a Dios de ser un Dios


vengativo, cruel, que cede a sentimientos de humana violencia.

Estos textos, que son impresionantes amenazas, descripciones de terribles


matanzas, no pueden explicarse sino a la luz de la perfecta justicia que se
establecerá bajo el reinado de Cristo. El tiempo de la gracia habrá pasado.

Si Cristo debe establecer un reino de paz, vendrá primero a destruir las falsas auto-
ridades y a fundar su reino sobre la justicia. "Reinará un rey con justicia" (Is. XXXII, 1).

Nos detendremos un poco en describir esos "tiempos de la cólera", y en los próxi-


mos capítulos trataremos de medir la profundidad de la "cólera del Cordero" (Apoc. VI,
16).

Estos textos, cargados de misterios para nuestras almas tan débiles, ven-
drán a esclarecernos cuando los comprendamos mejor, otras páginas bíbli-
cas, y aun facilitarán para nosotros la inteligencia de toda la Biblia.

63
***

En la Escritura la expresión "LOS REYES DE LA TIERRA", designa a los más


grandes enemigos del reino de Cristo. Jesús, "el príncipe de la paz" quiere su
destrucción; y la dulce Virgen, después de Ana, madre de Samuel, predice su
ruina: "Desplegó el poder de su brazo y bajó del trono a los poderosos" (Lc. I,
52; I Rey. II, 1-11).

Estos poderosos parecen encarnar la oposición del mundo a Dios, único


Rey y a Jesús, "Príncipe de los reyes de la tierra" (Apoc. I, 5) porque "han
puesto su esperanza en la vara de su mando y en su gloria"44.

"Dios es terrible", cantaba el Salmista, "para los reyes de la tierra" (Sal. LXXVI, 13).
¡Qué fin les espera, a ellos, a todos aquellos que se hacen "reyezuelos", es decir, re-
beldes a la dominación de Dios que es soberana y sin límites!

Nos levantamos contra su reino de gracia cada vez que ponemos condiciones a sus
órdenes, ya sea que estas se nos manifiesten por los acontecimientos, ya sea que se
nos den en lo más secreto del alma por la conciencia que nos habla. ¿Qué pasará en-
tonces el día del reino de gloria?

***

Encontramos una primera respuesta muy precisa en la interpretación dada por el


profeta Daniel a un sueño de Nabucodonosor, rey de Babilonia.

Nabucodonosor había visto en sueños una gran estatua cuya cabeza era de oro, el
pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y
los pies en parte de hierro y en parte de barro. El rey la estaba mirando, "SE DESGAJÓ
UNA PIEDRA —NO DESPRENDIDA POR MANO DE HOMBRE— e hirió la imagen en los
pies, que eran de hierro y de barro, y los destrozó". La estatua se desplomó y la piedra
que la golpeó "se hizo una gran montaña y llenó toda la tierra".

Daniel llevado delante del rey le explicó la significación simbólica de esta estatua:
"Tú, oh rey, eres rey de reyes, (los reyes babilonios llevaban este título y aquí Nabuco-
donosor representa en cierto modo a Adán antes de la caída) a quien el Dios del cielo
ha dado el imperio, el poder, la fuerza y la gloria. Dondequiera que habiten los hijos de
los hombres, las bestias del campo y las aves del cielo. Él los ha puesto en tu mano, y
a ti te ha hecho señor de todos ellos. Tú eres la cabeza de oro"45.

“Después de ti se levantará otro reino inferior a ti” (porque es hecho de plata)46; y


otro tercer reino de bronce, que dominará sobre toda la tierra47".

“Luego habrá un cuarto reino fuerte como el hierro. Del mismo modo que el hierro
rodo lo destroza y rompe, y como el hierro todo lo desmenuza, así él desmenuzará y
quebrantará todas estas cosas”48.

44
"Le Livre d'Hénoch". Trad. Francois Martin, Letouzey, 1906. Este libro apócrifo merece,
sin embargo, seria consideración puesto que el Apóstol Judas Tadeo no teme citarlo.
45
Reino babilónico.
46
Reino de los medos y persas.
47
Imperio ele Alejandro.

64
En cuanto a los pies y a sus dedos49, Daniel explica que la mezcla de hierro
y barro junto con darles fuerza les da también fragilidad. El cuarto reino será,
pues, en parte fuerte y en parte frágil. Estará dividido y muchos reyes se es-
tablecerán en lugar de la autoridad única que presidía.

Y el profeta añade: "EN LOS DÍAS DE AQUELLOS REYES (que corresponden a los
dedos) el Dios del cielo suscitará un reino que nunca jamás será destruido, y que no
pasará a otro pueblo; quebrantará y destruirá todos aquellos reinos, en tanto que él
mismo subsistirá para siempre, conforme viste que de la montaña se desprendió una
piedra —no por mano alguna—, que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata
y el oro (Dan. II, 44-45) serán arrebatados como el tamo de las eras de verano: “y
levantólos el viento, y nunca más se les halló lugar" (Dan. II, 25).

La "piedra" es evidentemente Cristo. Pero no es posible, como dicen mu-


chos exégetas católicos que sea Cristo en el tiempo de su primera venida. El
imperio romano estaba entonces en toda su fuerza; cinco siglos transcurrie-
ron después de la muerte de Jesús antes que fuese arruinado y sustituido
por los reinos bárbaros en Occidente. No es pues el nacimiento de Cristo lo
que causó el derrumbe del imperio romano.

En cuanto al poder de los reinos que le han sucedido, no ha sido destruido


aún. ¿Han sido acaso arrebatados como "el tamo de trigo que se eleva en la
era?" Actualmente, ¿es Cristo acaso el único Rey? Evidentemente que no. "Al
presente, empero, no vemos todavía sujetas a Él todas las cosas" (Heb. II, 8).

Parece seguro que los dedos de los pies de la estatua — mezcla de hierro y arcilla —
representan todos los estados nacidos de Roma, dictaduras y repúblicas, reinos debili-
tados, pero subsistentes todavía, más inclinados a arruinar el reino de Dios que a ofre-
cerle sumisión.

Nuestros estados occidentales, ¿no son nacidos de Roma? Aún siendo Repúblicas, la
ley romana las rige. Roma prolongará su acción en los "dedos de los pies" hasta el día
en que la "piedra" que es Cristo a su vuelta para el reino de gloria, golpeará al coloso
triturando los dedos de sus pies.

Entonces será derrumbado.

Si la estatua maravillosa de oro, plata, bronce, hierro y barro existe siem-


pre, no es más que una estatua de ceniza, guardada al abrigo del aire. EL
DIA EN QUE CRISTO APARECERA, TODOS LOS REINOS Y TODAS LAS DICTA-
DURAS PASADAS Y PRESENTES SERAN DESTRUIDAS EN UN ABRIR Y CE-
RRAR DE OJOS; los brillantes metales no serán más que un tamo sin consis-
tencia que arrebata un viento de verano.

El sueño de Nabucodonosor y su interpretación nos muestran la destrucción, a la


vuelta de Cristo, de la reyecía, tomada en su acepción más general.

48
El imperio romano con toda su fuerza, después su división: oriente y occidente, que co-
rresponde a las piernas.
49
Reinos que han sucedido al romano.

65
Toda autoridad será recogida por Cristo. Sí, toda autoridad. En él se con-
centrarán todos los poderes celestes y terrestres. Todas las autoridades de
la tierra, que han sido ejercidas desde Adán hasta el fin, autoridades imper-
fectas, menguadas, a menudo, culpables, injustas y violentas; todas estas
autoridades débiles o falseadas, usurpadas o degeneradas serán restableci-
das según la justicia de Cristo, cuyo trono se asentará sobre la "justicia y
equidad" (Sal. LXXXIX, 15).

Serán restauradas estas autoridades en cada uno de los redimidos, de los


vencedores porque, al lado del Rey de los reyes, cada elegido será rey. Res-
tablecimiento incomparable del poder de Adán y de todos los poderes confe-
ridos por Dios a los hombres en el curso de los siglos.

Jesús será realmente el "PRINCIPE DE LOS REYES DE LA TIERRA".

VI

HERIRA LAS CABEZAS EN TODA LA TIERRA

Sal. CX, 6

Los reinos de la tierra, simbolizados por la estatua en sus diversas partes,


serán aniquilados cuando aparezca el reino de Jesucristo. Dos salmos mesiáni-
cos (II y CX) nos anuncian cómo se efectuará la destrucción de los reyes en el día de
la cólera de Dios y del Cordero.

Relacionaremos con estos salmos algunos textos que nos permitirán entrever la hora
tan particularmente trágica en la cual haya derribado "todo principado y toda potestad
y toda virtud. Porque es necesario que EL REINE" (I Cor. XV, 24).

La realeza que en sí misma es la mayor participación del poder de Dios,


que delega en un hombre una parte de su autoridad soberana, ha llegado a
ser, por la caída de Adán, la carga más temible que existe. Debemos conside-
rar este vocablo de "realeza" como aplicable a toda fuerza gubernamental,
aún más, a toda paternidad; esto era lo que hacía pronunciar a Jesús estas graves
palabras cuando subía el Gólgota y pensaba en el fin de los tiempos: "Vienen días, en
que se dirá: ¡Felices las estériles!" (Lc. XXIII, 29). Dichosos serán entonces los que
hayan vivido como pequeñuelos, lejos de las grandezas terrenales, la cólera no caerá
sobre ellos.

Pero oigamos en el Salmo II a los reyes de la tierra alzados contra Dios: "Se han le-
vantado los reyes de la tierra, y a una se confabulan los príncipes contra Yahvé y con-
tra su Ungido. “ROMPAMOS (dicen) SUS COYUNDAS, Y ARROJEMOS LEJOS DE NOSO-
TROS SUS ATADURAS".

¡Es el grito de los orgullosos de la tierra que quieren sacudirse del yugo de
la autoridad de Dios y de su Cristo! En los últimos días esta sorda rebelión
tomará la magnitud de una coacción. Pero… "El que habita en los cielos ríe,
el Señor se burla de ellos”.

66
Esta sonrisa de Dios; esta burla divina es la primera respuesta ¡y cuán te-
mible ya!

Pero después de esta risa irónica Dios va a manifestar su fuerza: "Les hablará en su
ira, y en su indignación los aterrará" y a esta rebelión de los reyes opondrá el estable-
cimiento definitivo de su "rey". "SOY YO QUIEN HE CONSTITUIDO A MI REY SOBRE
SIÓN, MI SANTO MONTE… “TÚ ERES MI HIJO, YO MISMO TE HE ENGENDRADO EN
ESTE DÍA. 8PÍDEME Y TE DARÉ EN HERENCIA LAS NACIONES, Y EN POSESIÓN TUYA
LOS CONFINES DE LA TIERRA, CON CETRO DE HIERRO LOS GOBERNARÁS, LOS HA-
RÁS PEDAZOS COMO A UN VASO DE ALFARERO” 50.

Jesús va a quebrantar, por lo tanto, la resistencia de los insumisos, de los


rebeldes, con vara de hierro. Este mismo atributo lo caracteriza en el Apoca-
lipsis (XIX, 15); empuñará también la espada y pisará el lagar del vino del
furor y de la ira del Dios todo-poderoso.

Simbólicamente, sin duda, se dice que Jehová traspasará a sus enemigos con la es-
pada, que los herirá con la vara, que los pisará como la uva en el lagar, o los desme-
nuzará como vaso de alfarero. Esta última imagen es muy oriental. Recuerdo
haber visto, en las puertas de Jerusalén, comerciantes que vendían esas va-
sijas de barro que sirven para traer agua del manantial. Mientras llegan los
compradores, las vasijas se colocan en montones, unas sobre otras. Imagi-
nemos que alguno se ponga a saltar sobre tan frágiles recipientes; en pocos
instantes quedaría destruida la fortuna del alfarero.

¡De igual modo los poderosos, los hombres políticos de todos los tiempos, los que
poseen la autoridad religiosa, si hubieren sido infieles a su misión, serán desmenuza-
dos en su orgullo, como vasijas de barro!

La misma escena se halla descrita en el salmo CX.

Comienza por anunciar la Ascensión de Jesús y su participación al trono de


Dios: "Siéntate a mi diestra (dice el Eterno Padre), hasta que Yo haga de tus
enemigos el escabel de tus pies". Jesús aguarda, actualmente, esta peana de
sus pies: la ruina de sus enemigos. Luego, el Salmista, a su vez, habla de
Cristo y dice "El cetro de tu poder lo entregará Yahvé (diciéndote): “Desde
Sión (el monte santo: siempre la montaña que sale de la piedra) IMPERA EN
MEDIO DE TUS ENEMIGOS”.

Enemigos que vencer evocan la idea de guerra y de encarnizados combates. Asisti-


mos en efecto a la concentración de los ejércitos: "El pueblo fiel acude; son jóvenes
guerreros, numerosos como el rocío que brota (por pequeñísimas gotas) del seno de la
aurora. Llevan paramentos sagrados"51.

Y he aquí que en el momento del combate Dios mismo deja su trono y va a


colocarse al lado derecho de su Ungido, y a quebrantar con El a LOS REYES
en el día de su cólera.

50
El Salmo II es citado a menudo en la Escritura. Así Hech. IV, 25.28; XIV, 33; Heb. I, 5;
V, 5; Apoc. XII, 5; XIX, 15.
51
Estos paramentos sagrados eran llevados también por los levitas en aquella famosa victoria
sin combate alcanzada por Josafat (II Paral. XX, 19-27); Véase también: Ex. XXXI, 10.

67
Hay en este salmo una aproximación sorprendente de los dos Advenimien-
tos. Jesús se sienta sobre el trono a la diestra del Padre cuando ha acabado
la obra del primer advenimiento; en el segundo es el Padre quien viene a co-
locarse a la diestra de su Hijo para sostenerlo en la última lucha: "El Señor
está a su diestra".

El combate se empeña y muy pronto "todo está lleno de cadáveres. Herirá


las cabezas en toda la tierra". El rey vencedor toma un corto plazo para be-
ber del agua del torrente y levantar nuevamente la cabeza52.

El combate ha terminado; el Cristo es reconocido como Rey.

Su cabeza levantada, vencedora, va a ser coronada.

Entonces es Isaías quien nos hace la descripción tremenda y magnífica de aquella


hora: "¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra con vestidos teñidos (de sangre)?
¡Tan gallardo en su vestir, camina majestuosamente en la grandeza de su poder! “Soy
Yo el que habla con justicia, el poderoso para salvar.” “¿Por qué está rojo tu vestido y
tus ropas como las de lagarero?" “He pisado yo solo el lagar, sin que nadie de los pue-
blos me ayudase: los he pisado en mi ira, y los he hollado en mi furor; su sangre salpi-
có mis ropas, manchando todas mis vestiduras. Porque había fijado en mi corazón el
día de la venganza, y el año de mis redimidos había llegado… Pisoteé a los pueblos en
mi ira, y los embriagué con mi furor, derramando por tierra su sangre” (Is. LXIII, 1-
6)53.

¡Qué cuadro más espantoso, pero es profético! Recordemos que Jesús leyendo el ro-
llo del profeta Isaías en la Sinagoga de Nazaret se paró ante estas palabras:

"Vengo a publicar un año de venganza de nuestro Dios" (Is. LXI, 2)54.

El año de venganza ha llegado; está en su corazón y vemos su siniestro desenvolvi-


miento.

Todos los profetas hablaron en los mismos términos. Oigamos a Sofonías:

"Cerca está el día grande de Yahvé; próximo está y llega con suma velocidad. Es tan
amarga la voz del día de Yahvé, que lanzarán gritos de angustia hasta los valientes.
Día de ira es aquel día, día de angustia y aflicción, día de devastación y ruina, día de

52
El Sal. CX es el primer salmo de las vísperas del Domingo. Ha sido citado a menudo: Mt.
XXII, 44; Mc. XII, 36; Lc. XX, 42; Hech. II, 34; Heb. I, 13. Es el salmo que mejor nos
revela los títulos de sacerdote y rey, que pertenecen a Jesús. También se nos dan a
nosotros estos títulos (Apoc. V, 10).
53
La Liturgia romana emplea este texto en la misa del Martes Santo. Toma en el
sentido simbólico aquello de su vestido rojo en sangre, pero esta sangre no es la de
Cristo, es la de sus enemigos. Este texto sólo es posible entenderlo colocado en su
verdadero lugar, en el día de la cólera suprema de Dios, y relacionándole con el del
Apocalipsis (XIX, 11.19). El arte medieval cometió el mismo error de interpretación,
popularizando erradamente el tema del lagar.
Nota del Blog: Simplemente digamos que lo de la Liturgia no es un error sino una de las
tantas libertades que suele tomarse la Iglesia al interpretar en sentido acomodaticio algunos
textos. El error está, en todo caso, en aquellos que toman la acomodación por la realidad, es
decir, en los que confunden el sentido acomodaticio con el literal.
54
Ver capítula anterior: "En el rollo del libro donde está escrito de mí".

68
tinieblas y oscuridad, día de nubes y densas nieblas; día de trompeta y alarma contra
las ciudades fuertes y las altas torres. Yo angustiaré a los hombres, de modo que an-
darán como ciegos, porque han pecado contra Yahvé; su sangre será derramada como
polvo” (Sof. I, 14-17).

Isaías exclama: "Su tierra estará borracha de sangre, y su polvo será fertilizado con
grasa. Porque es día de desquite para Yahvé, año de venganza por la causa de Sión"
(Is. XXXIV, 7-8).

Y Ezequiel: "Comeréis carne de héroes y beberéis sangre de príncipes de la tierra…


y beberéis sangre hasta la embriaguez…" (Ez. XXXIX, 18-19).

Esta crueldad oriental parece a primera vista bastante desconcertante; trataremos


de explicarlo.

Pero transcribamos todavía una página del Apocalipsis, no menos terrible. ¡Y es del
apóstol Juan! Esta página detalla los combates del Verbo de Dios:

"Y vestido con un vestido teñidos en sangre, y se llama su Nombre “LA PALABRA DE
DIOS”. Y los ejércitos, los (que están) en el cielo, le seguían en caballos blancos, vesti-
dos de lino fino blanco, puro. Y de su boca sale una espada aguda, para con ella herir
a las naciones. Y Él las destruirá con cetro de hierro y Él pisa el lagar del vino del furor
de la ira de Dios, el Todopoderoso. Y tiene sobre el vestido y sobre su muslo un nom-
bre escrito: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. Y vi un ángel estando de pie en el
sol y clamó con voz grande, diciendo a todas las aves, las que vuelan por medio del
cielo: “Venid, congregaos al banquete, el grande, de Dios, a comer carnes de reyes y
carnes de quiliarcas y carnes de fuertes y carnes de caballos y de los sedentes sobre
ellos, y carnes de todos: tanto libres y siervos y pequeños y grandes”. Y vi a la Bestia y
a los reyes de la tierra y a sus ejércitos congregados, hacer la guerra contra el sedente
sobre el caballo y contra su ejército” (Apoc. XIX, 13-19).

Aquí, hasta los pequeños y los esclavos son condenados: esto es, todos
aquéllos que se han hecho "grandes" por su falta de sumisión.

Conservemos delante de nuestros ojos estas visiones de espanto, porque


se realizarán para con los impíos, no lo dudemos. "YAHVÉ RUGE DESDE SIÓN"
(Jl. III, 16).

El "rugido" del león de la tribu de Judá, de Jesús, el cordero inmolado, único capaz
de abrir el libro del juicio y de romper sus sellos, ¿acaso no resonará hasta el fondo de
nuestra alma para hacernos comprender la grandeza de aquel día?

Estos textos escriturarios acumulados nos dicen con expresiones orientales líricas y
terroríficas, simbólicas quizás en la forma, cuál será el derrumbe, la destrucción, la rui-
na de toda realeza terrestre cuando suene la hora del establecimiento de la realeza de
Cristo. Porque sus enemigos serán la peana de sus pies.

Estos textos — y tantos otros que hubiéramos podido citar — aunque muy penosos
de leer, son, sin embargo, mensajeros de paz, que anuncian la buena nueva, que pu-
blican la salvación, porque se le dirá entonces a Sión: “Reina tu Dios” (Is. LII, 7).

69
VII

DEGOLLADLOS EN MI PRESENCIA

Lc. XIX, 27

No pretendemos explicarlo todo con las poderosas imágenes orientales citadas más
arriba. Es preciso dejar su fuerza de expresión a los que han vivido en los países de las
grandes luces solares. Lo que queremos mostrar es la trágica lección moral que se
desprende de estos textos que, a primera vista, pudiesen parecer menos atendibles
por causa de su misma exageración aparente, o dar tal vez, motivo de rebelión a cier-
tos espíritus poco dispuestos a concebir la hora de "la cólera por venir".

Es preciso afirmar, por el contrario, de acuerdo con el crédito que debemos


dar a la Palabra de Dios, que tales textos son grandiosas profecías de los úl-
timos tiempos y no han perdido nada de su valor y eficacia. Delante de estos
cuadros de sangre y de matanza hay que considerar el sentido del misterio de la En-
carnación: "La Palabra se hizo carne". Jesús que no desdeñó la carne pecadora, al re-
vestirse con una carne semejante a ella, le impartió una dignidad eminente.

¡Regeneró la carne! "Fuisteis comprados por un precio (grande). Glorificad, pues, a


Dios en vuestro cuerpo” (I Cor. VI, 20).

Por obra de Jesús, el cuerpo tiene derecho a la resurrección, a la ascensión, a una


regia glorificación. Al encarnarse el Verbo, nos mereció todo esto. Pero entonces… los
que desprecian su propio cuerpo y espíritu, y se entregan al fuego de todas las pasio-
nes, ¿qué pueden esperar sino la "segunda muerte" en lugar de la resurrección triun-
fante?; ¿la precipitación al "estanque de fuego", abismos de tinieblas, en lugar de la
luz de la gloria?

¿Y qué decir de aquéllos que más particularmente atacan, niegan a Cristo y blasfe-
man contra Él? "Todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, sino que es el
espíritu del Anticristo" (I Jn. IV, 2-3).

En la epístola a los Hebreos: "¿De cuánto más severo castigo pensáis que será juz-
gado digno el que pisotea al Hijo de Dios, y considera como inmunda la sangre del
pacto con que fue santificado, y ultraja al Espíritu de la gracia? Pues sabemos quién
dijo: “Mía es la venganza; Yo daré el merecido” (Heb. X, 29-30).

Tan justa y santa venganza comenzó a ejercerse desde el diluvio. La ley de


la remuneración, o pago según las obras, se manifestó desde la salida del
arca. He aquí la sentencia recaída en el hombre culpable: "Cualquiera que derramare
sangre humana, por mano de hombre será derramada su sangre; porque a imagen de
Dios hizo Él al hombre" (Gen. IX, 6). Dios considera el mal hecho al hombre como he-
cho a sí mismo, porque somos semejantes a Él.

Veremos, por lo demás, que el divino Juez establecerá la sentencia de gloria o con-
denación sobre este mismo principio: "Lo que habéis hecho al menor de mis hermanos,
a mí me lo habéis hecho".

Tomemos nuevamente la proposición: "Cualquiera que derramare sangre


humana por mano de hombre será derramada su sangre" y hagamos actual

70
la sentencia, diciendo: "¡El que derramare la sangre del Hombre-Dios, por el
Hombre-Dios su sangre será derramada!". Ya sea que se trate de los judíos
deicidas de otro tiempo, o de todos los malos cristianos que pisotean al Hijo
de Dios y rechazan la sangre de la Alianza, todos esos serán muertos, como
lo anuncian los profetas.

Ahí está la justa remuneración.

Si consideramos, pues, la Pasión de Jesucristo —dilatando el cuadro hasta


más allá de sus contemporáneos los judíos, — ¿acaso no es cosa absoluta-
mente razonable y justa que los que flagelaron al Salvador sean heridos por
la vara de hierro? ¿Y los que le coronaron de espinas, sean heridos en sus
cabezas?

¿Y los que le traspasaron, sean traspasados con los dardos del Todopode-
roso?

¿Y los que gritaron: "¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hi-
jos!" sean bañados en la sangre de la gran matanza?

Hay paralelismo entre los tremendos textos de los profetas y las atrocida-
des de la Pasión.

¡Ya no es la sangre de Jesús, sino la del lagar de la ira!

¡Ya no es la carne de Jesús, sino la carne de los reyes, carne de los prínci-
pes!

¡Ya no son los llantos de Jesús, sino los llantos y rechinar de dientes de los
rebeldes!

¿No es verdad que es asombroso el paralelismo?

***

Una parábola que dijo Jesús al subir por última vez a Jerusalén, puede alumbrar a
los espíritus que fuesen aún capaces de poner en duda la realidad de aquellos oráculos
y de los textos apocalípticos.

Nuestro Salvador, siempre tan manso y paciente, podrá parecer duro en la


sanción que aquí anuncia; pero no hace otra cosa que continuar la tradición
de los profetas sobre el "día de la venganza":

"Un hombre de noble linaje SE FUÉ A UN PAÍS LEJANO a tomar para sí posesión de
un reino y volver " (Lc. XIX, 12).

Este hombre de ilustre nacimiento es Jesús; Él va a un país lejano, al cielo


donde sube al lado del Padre, para hacerse investir de la realeza y volver en
seguida; aunque "DESPUÉS DE MUCHO TIEMPO" dice San Mateo (XXV, 19)55.
55
Jesús dió esta prueba para destruir en los espíritus la idea de que el reino de Dios estaba
por aparecer. Notemos que aquí Jesús no habla de su vuelta sino para "mucho tiempo después"

71
Antes de su partida, este hombre de ilustre nacimiento llamó a diez de sus servido-
res y les dio diez minas, una a cada uno56.

"Negociad HASTA QUE YO VUELVA". Y les dejó. Pero he aquí que en su ausencia se
forma una cábala contra EL. "Sus conciudadanos lo odiaban, y enviaron una embajada
detrás de él diciendo: “NO QUEREMOS QUE ÉSE REINE SOBRE NOSOTROS”.

Este odio que fué el de los conciudadanos de Jesús ha continuado en todos


los tiempos. Los espíritus rebeldes y las voluntades perversas no han cesado
de repetir:

"NO QUEREMOS QUE ESTE HOMBRE REINE SOBRE NOSOTROS".

"ESTE HOMBRE". Es la expresión de Pedro renegando a su maestro, la de


Pilatos presentándole a la multitud: "¡He aquí al Hombre!" Y cuando añade:
"HE AQUÍ A VUESTRO REY", los gritos se redoblan: “¡Muera! ¡Muera! ¡Crucifí-
calo!” (Jn. XIX, 14-15).

"¡NO QUEREMOS QUE ESTE HOMBRE REINE SOBRE NOSOTROS!" El mismo


grito resuena desde hace diecinueve siglos. Y, sin embargo: "ES NECESARIO
QUE EL REINE" (I Cor. XV, 25).

¡Qué discordancia entre estos dos gritos que se reparten la humanidad!


Los unos dicen: "¡NO QUEREMOS QUE REINE!" Los otros: "¡VENGA TU
REINO!".

La disputa sobre la tierra es animada. El odio y el amor libran un combate violento


en torno al futuro rey:

"¡NO QUEREMOS!"… "¡ES NECESARIO!"…57.

"Al retornar él, DESPUÉS DE HABER RECIBIDO EL REINADO, dijo que le llamasen a
aquellos servidores a quienes había entregado el dinero, a fin de saber lo que había
negociado cada uno". Entonces el amo recompensó a algunos y castigó a otros, según
cómo hubiesen administrado, bien o mal, el dinero que les había confiado, y añadió:
"En cuanto a mis enemigos, los que no han querido que yo reinase sobre ellos, traed-
los aquí y degolladlos en mi presencia" (Lc. XIX, 12-28).

Esta actitud del rey oriental que Jesús presenta en la parábola es la figura de su
propia actitud en el último día; queda en la estela profética preparando el Apocalipsis.

de su partida. Esta parábola está en correlación con la de las vírgenes en que el " esposo tarda"
y aquella del mal servidor que dice: Se demora mi Señor en venir.
56
La mina tenía un valor aproximado de 100 unidades de nuestra moneda. Una mina griega
valía 100 dracmas.
57
A los exégetas que dicen que estamos bajo el reino efectivo de Cristo, el reino
pacífico de mil años con Satanás encadenado (Apoc. XX, 1-7) querríamos preguntar
si no oyen como nosotros estos dos gritos que se oponen. Hay una incomprensión
que no puede explicarse sino por el hábito que señala Bossuet: "¡Se pasan las ideas
de mano en mano!" o más sencillamente: Nos copiamos unos a otros. ¡Y esto desde
hace siglos!

72
Recordemos todavía que el servidor infiel que no ha esperado a su maestro "ES
CORTADO EN DOS" a la orden suya (Mt. XXIV, 51).

Tal es la suerte de los que se han opuesto al reino de Cristo: irán a reunir-
se con aquéllos que se acogieron al reino de la Bestia. “Si alguno adora a la
Bestia y a su imagen y recibe una marca en su frente o en su mano, también éste be-
berá del vino del furor de Dios, del mezclado puro en el cáliz de su ira y será atormen-
tado con fuego y azufre delante de los ángeles santos y delante del Cordero" (Apoc.
XIV, 9-10).

VIII

SE SENTARÁ EN EL TRONO DE SU GLORIA

Mt. XXV, 31

El profeta Daniel contempló el tiempo en que el Señor Jesús tomaría posesión de su


trono personal para reinar sobre la tierra y los cielos.

"Y he aquí que vino sobre las nubes del cielo Uno parecido a un hijo de hombre, el
cual llegó al Anciano de días, y le presentaron delante de Él. Y le fue dado el señorío,
la gloria y el reino, y todos los pueblos y naciones y lenguas le sirvieron. Su señorío es
un señorío eterno que jamás acabará, y su reino nunca será destruido" (Dan. VII, 13-
14).

El apóstol Juan en sus visiones de Patmos vio también esta hora magnífica: "Y el
séptimo ángel tocó la trompeta y se hicieron grandes voces en el cielo que decían: “Se
hizo EL REINO DEL MUNDO de Nuestro Señor y de su Cristo y reinará por los siglos de
los siglos” (Apoc. XI, 15).

Y en otro lugar, en medio del ruido de las grandes aguas y de los truenos, resonó:
“¡Aleluya! Porque ha comenzado a reinar Yahvé, el Dios nuestro, el Todopoderoso. Re-
gocijémonos y exultemos y le daremos la gloria, porque han llegado las Bodas del Cor-
dero" (Apoc. XIX, 7).

En fin, veamos cómo el mismo Jesús anunciaba su vuelta para establecer su reino y
juzgar a las naciones.

“Pero cuando venga el Hijo de Hombre en su gloria y todos los ángeles con Él, en-
tonces se sentará sobre su trono de gloria, Y se congregarán delante de Él todas las
naciones y los (a los hombres) separará unos de otros, como el pastor separa las ove-
jas de los cabritos. Y estará de pie: las ovejas a su derecha; los cabritos, a la izquierda.
Entonces dirá el REY a los de su derecha: “Venid, los benditos de mi Padre, heredad el
reino preparado para vosotros desde (la) fundación del mundo. Porque tuve hambre y
me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; forastero era y me congregasteis;
desnudo y me vestisteis; enfermé y me visitasteis; en prisión estuve y vinisteis a mí”.
Entonces le responderán los justos, diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y
sustentamos o sediento y dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y congregamos
o desnudo y vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en prisión y vinimos a tí?”. Y res-
pondiendo el Rey les dirá: “En verdad, os digo: en cuanto hicisteis a uno de éstos, de

73
mis hermanos, los más pequeños, a Mí hicisteis”58. Entonces dirá también a los de la
izquierda: “Alejaos de Mí, malditos, al fuego, al eterno, el preparado para el diablo y
sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis
de beber; forastero era y no me congregasteis; desnudo y no me vestisteis; enfermo y
en prisión y no vinisteis a mí”. Entonces responderán también ellos, diciendo: “Señor,
¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en prisión
y no te servimos?”. Entonces les responderá diciendo: “En verdad, os digo: en cuanto
no hicisteis a uno de éstos, de los más pequeños, tampoco a Mí hicisteis”. E irán éstos
al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna” (Mat. XXV, 31-46).

El reino es pues, ofrecido a los justos, siempre que hayan sabido reconocer
a Jesús en "el más pequeño" de sus hermanos. Su recompensa será eterna
por haber sabido encontrar durante su vida terrestre "la carne de Jesús" es-
condida en su prójimo.

¿Y qué castigo será el de aquéllos que no hayan descubierto a Jesús bajo


el pobre, el niño, el amigo sin vivienda, bajo el enfermo, aún bajo el criminal,
el presidiario? El presidiario, pues, es Jesús escondido bajo "la carne del pe-
cado". ¿No fué Jesús asociado a dos facinerosos, y no se prefirió en su lugar
a Barrabás, ladrón y asesino? Jesús, Rey y Juez divino, ¿acaso no fué colo-
cado "en el número de los malhechores"? (Is. LIII, 12).

***

Mas, ¿dónde se desenvolverá este juicio de las naciones?

Con estar velado y ser tan misterioso, este hecho aparece iluminado por diversos
textos.

El lugar parece haber sido indicado por el profeta Zacarías. Hablando de la vuelta
de Cristo, dice "PONDRÁ EN AQUEL DÍA SUS PIES SOBRE EL MONTE DE LOS
OLIVOS, que está frente a Jerusalén, al lado de levante; y el monte de los
Olivos se partirá por en medio, hacia levante y hacia poniente, y (se formará)
un valle muy grande; la mitad del monte se trasladará hacia el norte, y la
otra hacia el mediodía” (Zac. XIV, 4).

Parece, pues, que Jesús efectuará su vuelta sobre el Monte de los Olivos,
en el lugar mismo desde donde subió al cielo.

"Volverá del mismo modo" habían dicho los ángeles.

En cuanto al monte que se partirá... ¿cómo explicarse esta transformación?


Sin duda por un terremoto59. Entonces este nuevo valle doblará el de Josafat,

58
Llamamos la atención sobre estos dos nombres que toma Jesucristo sucesiva-
mente:
Hijo del Hombre y Rey.
Hijo del Hombre todavía, en su advenimiento, cuando viene en su gloria.
Rey al establecer su reino por un juicio. Bien parecen ser los dos tiempos predi-
chos por el Apóstol Pablo, que se siguen el uno al otro: "Tanto en su aparición como
en su reino" (II Tim. IV, 1).

74
el apacible y árido valle del Cedrón, orlado actualmente por sus dos grupos
de tumbas, judías y musulmanas.

Evidentemente, es imposible precisar más; con todo, se trata del momento en que
"Yahvé será Rey sobre la tierra entera" (Zac. XIV, 9).

Joel, el profeta del "gran día" anuncia también el lugar del juicio de las naciones.

"Congregaré a todos los gentiles y los haré bajar al valle de Josafat; y allí disputaré
con ellos en favor de mi pueblo e Israel, la herencia mía, que ellos esparcieron entre
las naciones, repartiéndose entre sí mi tierra…60 Echad la hoz, porque la mies está ya
madura, venid y pisad, porque lleno está el lagar; se desbordan las tinas; pues su
iniquidad es grande. Muchedumbres, muchedumbres hay en el valle de la Sedición,
porque se acerca el día de Yahvé en el valle de la Sedición… Yahvé ruge desde Sión, y
desde Jerusalén hace oír su voz; y tiemblan el cielo y la tierra. Más Yahvé es el refugio
de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel” (Joel III, 2.13-14.16).

***

Por último, interroguemos para concluir al gran vidente de Patmos. Hechos misterio-
sos para antes del juicio final están anunciados en el Capítulo XX del Apocalipsis. El
apóstol Juan distingue en sus visiones dos períodos de juicio, entre los cua-
les debe transcurrir un reino pacífico de mil años.

Del primer juicio, del juicio de las naciones, acabamos de tratar.

He aquí el orden de los acontecimientos según las visiones de Juan.

Después de los combates de Cristo descritos en el Capítulo XIX del Apoca-


lipsis, Satanás es encadenado, ligado por mil años.

"Y ví un ángel descendiendo del cielo, teniendo la llave del abismo y una cadena
grande sobre su mano. Y se apoderó del Dragón, de la serpiente, la antigua, que es
Diablo (Calumniador) y el Satanás (Adversario) Y LO ATÓ POR MIL AÑOS… después de
esto debe ser liberado poco tiempo. Y VÍ TRONOS Y SE SENTARON SOBRE ELLOS Y
JUICIO SE LES DIO".

Juan ve también a los que resucitan después de la gran tribulación:

"Y vivieron y reinaron con el Cristo mil años. Los restantes de los muertos no vivie-
ron hasta que se hayan consumaron los mil años. Esta (es) la resurrección, la primera.
¡Bienaventurado y Santo el que tiene parte en la resurrección, la primera! Sobre estos
la segunda muerte no tiene autoridad, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y
reinarán con Él los mil años”.

59
Un hecho extremadamente curioso y en estrecha relación con los signos evidentes del
acercamiento de la vuelta de Jesucristo se produjo hace algunos años. El terremoto de 1927
que conmovió tan fuertemente el Monte de los Olivos lo ha dejado agrietado, cf. Ch. Mastron:
"La Biblia ha dicho la verdad". París, Plon 1936, p. 39.
60
Se trata aquí del juicio de las naciones que persiguieron y expulsaron a los judíos. Josafat
quiere decir: Jehová juez.

75
Entonces, sólo entonces, se efectuará el juicio final, aquél del "gran trono
blanco", aquel juicio de los impíos en que serán abiertos los libros (Apoc. XX,
11). Después — vencidos Satanás y la muerte, — "Cristo entregará el reino a
aquél que es Dios y Padre" para reinar con Él por los siglos de los siglos61.

IX

Y NO APRENDERÁN MÁS LA GUERRA

Is. II, 4

El reinado pacífico del Mesías es probablemente la profecía más neta y


más frecuentemente renovada. Casi todos los escritos de los profetas mayo-
res y menores terminan anunciándole. Es como el sello que cierra el rollo
sobre el cual con su pluma consignaron la palabra de Dios.

Hasta el siglo V de nuestra era se creyó generalmente en la Iglesia que es-


te reino mesiánico tan netamente descrito sería sin duda el reino de mil años,
anunciado por el Apocalipsis.

Después se cambió de opinión y la mayoría de los exégetas católicos dicen que ac-
tualmente estamos bajo el reino mesiánico, aquél de los mil años apocalípticos.

¡Extraño reino de Cristo desde hace quince siglos! ¡La Iglesia, sin embargo, parece
no ignorar la persecución! ¡Las naciones preparan la guerra o la hacen, y con qué bar-
barie! Los individuos no conocen la paz del cuerpo ni la del alma: ¿No está la guerra en
cada uno de nosotros? "La carne conspira contra el espíritu", decía el apóstol. El com-
bate existe en todas partes: "He combatido el buen combate" ¿no es nuestra suerte
cotidiana? Y así será hasta la vuelta de Cristo.

El mundo no puede encontrar la paz, y el apóstol Pablo considera que esta búsqueda
excesiva de la paz entre las naciones es una señal del fin de los tiempos. “Cuando di-
gan: “PAZ Y SEGURIDAD”, entonces vendrá sobre ellos de repente la ruina (…) y no
escaparán” (I Tes. V, 3).

¿Ha habido acaso un tiempo más incierto que el nuestro, en que se haya repetido
más a menudo por una especie de ironía "PAZ Y SEGURIDAD"?

61
Ver todo esto: Apéndice 1. "Las Profecías por los siglos de los siglos".
Todos los acontecimientos están designados claramente en el Credo de la misa. El
cujus regni non erit finis termina lo que en el Símbolo concierne a la obra personal
de Cristo. La continuación se refiere a su acción en la Iglesia por medio del Espíritu
Santo y se intercala entre: Et ascendit in coelum, y et iterum venturas est cum gloria .
Es la edad presente que se extiende desde la ascensión hasta la vuelta de Cristo y
que correspondiendo al sedet ad dexteram Patris, forma el puente entre los dos Ad-
venimientos. Entonces la resurrección de los muertos y la vida del siglo futuro deben
también encontrar su lugar. ¿Dónde intercalarlos? Ciertamente entre et iterum ven-
turus est cum gloria y judicare vivos et mortuos (ver el Prefacio). Por último, viene
el reino por los siglos de los siglos, aquél que no tendrá fin cujus regi non erit finis —
que hay que distinguir bien de vitam venturi saeculi. Cf. Luc. XX, 35 y Apoc. XX, 6 y
XXII, 5. ¿No es este el plan del Apocalipsis? (Cap. XIX-XXII).

76
Este modo de hablar responde evidentemente a una necesidad de todo nuestro ser
que reclama la seguridad y la paz, esa "abundancia de paz" (Sal. LXXII, 7) que señala-
rá la pacificación universal, bajo un jefe único: paz establecida primeramente en
el individuo, después en la familia y entre las naciones; la paz, por fin, en
toda la creación animal y vegetal.

***

El "pacifismo", el "internacionalismo" no son utopías sino en las condicio-


nes de nuestra sociedad terrena; bajo la apariencia de nobles sentimientos son el
efecto de una secreta cobardía. Pero, en sí, bueno es aspirar al tiempo en que "no se
ensayará más la guerra".

Isaías lo sabía bien.

Oigamos hablar a este profeta tan actual. Si se transpusieran sus palabras no se ha-
llarían fuera de lugar en las sabias conferencias internacionales para la paz. ¡Pero no
hay más que un solo árbitro de las naciones y éste es el que siempre rechazan!

"ÉL (el Mesías) SERÁ ÁRBITRO ENTRE LAS NACIONES, y juzgará a muchos pueblos;
y de sus espadas forjarán rejas de arado, y de sus lanzas hoces. No alzará ya espada
pueblo contra pueblo, ni aprenderán más la guerra” (Is. II, 4).

Jesús, en su primera venida traía esta esperanza de paz que los ángeles
anunciaban a los pastores: "Gloria Dios en las alturas, y en la tierra paz entre hom-
bres (objeto) de la buena voluntad" (Lc. II, 14).

Zacarías, el padre de Juan Bautista había dicho de él:

"Viene para dirigir nuestros pies por el camino de la paz" (Lc. I, 79).

Antes de su muerte Jesús quiso dejar este don a los suyos: "Mi paz os de-
jo" (Jn. XIV, 27). Después de la resurrección renovó este anhelo: "La paz sea
con vosotros" (Lc. XVII, 36).

Pero es necesario el segundo advenimiento para que esta paz prometida


sea una realidad duradera y universal. Un individuo aislado puede ser — por
la gracia de Dios — "el que procura la paz"62 y de él hablan las bienaventu-
ranzas del Evangelio, mas no obran así las masas.

Es preciso esperar el día en que Dios dispersará a "a los pueblos que se gozan en las
guerras" (Sal. LXVIII, 31).

Hay que esperar el día en que Jesús realizará, a la letra, lo que anunciaba David:

"Hace cesar las guerras hasta los confines del orbe, cómo quiebra el arco y hace tri-
zas la lanza, y echa los escudos al fuego. “Basta ya; sabed que Yo soy Dios, sublime
entre las naciones, excelso sobre la tierra” (Sal. XLVI, 10-11).

62
"Que procura la paz" y no "pacifico", como se traduce habitualmente. Ver el texto griego
(Mt. V, 9).

77
Entonces podrá extenderse por el mundo esa era de paz, de justicia y de felicidad
anunciada por Isaías.

"Lleva el imperio sobre sus hombros. Se llamará (…) Príncipe de la paz. SE DILATA-
RÁ SU IMPERIO, Y DE LA PAZ NO HABRÁ FIN. (Se sentará) sobre el trono de David y
sobre su reino, para establecerlo y consolidarlo mediante el juicio y la justicia, desde
ahora para siempre jamás. El celo de Yahvé de los ejércitos hará esto” (Is. IX, 5-6).

Transportémonos ya a este reino en que no aprenderán más la guerra. Por


una fe ardiente, por una luminosa esperanza, corramos con el pensamiento,
en nombre de su advenimiento y de su reino, a ese lugar de paz y de alegría.

***

La tierra entera se llenará de gozo, recobrará los derechos que perdió por
la culpa de Adán.

"Sabemos, en efecto, que ahora la creación entera gime a una, y a una está en dolo-
res de parto. La creación está aguardando con ardiente anhelo esa manifestación de
los hijos de Dios; pues si la creación está sometida a la vanidad, no es de grado, sino
por la voluntad de aquel que la sometió; pero con esperanza, porque también la crea-
ción misma será libertada de la servidumbre de la corrupción para (participar de) la
libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom. VIII, 22, y 19-21).

Así, pues, a la gloria y a la paz de los Hijos de Dios - de esos hijos resucita-
dos "en Cristo — vendrá a unirse la gloria y la paz dada por Jesucristo a toda
la tierra, tanto al mundo animal como al mundo vegetal.

Es entonces cuando el profeta Isaías, que había contemplado desde muy lejos estas
horas "de refrigerio" y "estos tiempos de la restauración de todas las cosas", — recor-
dados por San Pedro (Hech. III, 20-21) — escribía:

"Habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará junto al cabrito; el ternero


y el leoncillo andarán juntos, y un niñito los guiará. La vaca pacerá con la osa y sus
crías se echarán juntas (…) No habrá daño ni destrucción en todo mi santo monte;
porque la tierra estará llena del conocimiento de Yahvé, como las aguas cubren el mar”
(Is. XI, 6-9).

Sí, "¡todo ojo le verá!".

Y la tierra, maldita en el Edén, será la que se regocije y cubra de flores.

Las fuentes brotarán en el desierto y en la cima de los montes (Is. XXX, 25).

Serán cantos de alegría, gritos de triunfo, porque la viña dará su fruto.

Los lagares rebalsarán y las eras estarán llenas. Cada cual podrá sentarse bajo su
higuera y bajo su viña (Véase Is. XXXV; Am. IX, 13; Miq. IV, 4).

¡Qué magnífica visión! La paz ha invadido al mundo celestial y terrestre.

78
"LA JUSTICIA Y LA PAZ SE BESARÁN" (Sal. LXXXV, 11).

LA MAGNIFICENCIA DE LOS REINOS


SERA DADA AL PUEBLO DE LOS SANTOS

Dan. VII, 27

Cristo es el ejemplar perfecto del hombre (Ef. IV, 13).

Por él tenemos la vida: "En Él estaba la vida" (Jn. I, 4).

Así como El murió, moriremos nosotros (Rom. VI, 23).

Así como resucitó, resucitaremos (I Cor. XV, 20).

Así como subió al cielo, subiremos (I Tes. IV, 17).

Así como reina a la diestra del Padre, reinaremos con Él nosotros (Apoc. V,
10 y XX, 6).

¡Sí! reinaremos con Cristo.

Entre las promesas hechas en la Cena, no hay ninguna más neta: " Vosotros sois los
que habéis perseverado conmigo en mis pruebas. Y Yo os confiero dignidad real como
mi Padre me la ha conferido a Mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en, mi reino, y
os sentéis sobre tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel" (Lc. XXII, 28-30).

Jesús dijo también a Juan en el Apocalipsis: "Y al que venciere, esto es, al que guar-
dare hasta el fin mis obras, le daré autoridad sobre las naciones, y las destruirá con
vara de hierro, cual vasos de cerámica serán quebradas como Yo también recibí de mi
Padre y le daré la estrella, la matutina" (Apoc. II, 27-28).

De modo que el trono y el poder que Jesús ha recibido del Padre lo recibi-
remos también nosotros.

Así como Jesús es actualmente sacerdote y rey, seremos también sacerdo-


tes y reyes en su reino.

Poseeremos, pues, el reino por herencia como coherederos de Cristo; y po-


seeremos este reino ofrecido primeramente a Adán, "preparado desde la
creación del mundo" (Mt. XXV, 34) restaurado al fin y consumado por Cristo.

Esta es, pues, nuestra herencia esperada (Col. III, 34). Seremos herederos
del reino prometido por Dios a los que le aman (Sant. II, 5), y será una he-
rencia eterna (Heb. IX, 15), una herencia que no puede corromperse, ni
mancharse, ni agotarse y que nos está reservada en los cielos (I Ped. I, 4).
Es la espléndida recompensa prometida después del trabajo (I Cor. III, 8).
Todas estas cosas han sido preparadas por Dios para los que le aman (I Cor.
II, 9).

79
Estas cosas maravillosas que son nuestra herencia y nuestra recompensa han sido
concretadas en la Escritura en figuras familiares para de este modo permitirnos com-
prender bajo el símbolo la belleza escondida de la gloria celestial.

Primeramente, recibiremos en la nueva Jerusalén las insignias de la realeza. La


realeza que hemos visto tan violentamente combatida y vencida por Dios, y que tanto
como fué desviada y usurpada será glorificada. ¿No tiene en sí misma una belleza in-
comparable, ya que es la expresión más perfecta de la acción divina sobre un pueblo?
Pero, ¿quién es el rey o jefe de estado que tiene la verdadera conciencia de su digni-
dad?

En el reino de Cristo recibiremos el TRONO como los reyes. Esta promesa ha sido
hecha muchas veces a los apóstoles (Mt. XIX, 28; Lc. XXII, 30), pero ella se extiende
más allá de ellos a todos los escogidos. Ya se la ve figurar en Job: "Los coloca (a los
justos) en tronos (como) a reyes" (Job XXXVI, 7); asimismo en Daniel (VII, 9).

El trono es la recompensa reservada al vencedor de la Iglesia de Laodicea:


"Al que venciere le daré sentarse conmigo en mi trono, ASÍ COMO YO vencí y
me senté con mi Padre en su trono" (Apoc. III, 21). Compartiremos, pues, el
trono de Cristo como Él actualmente comparte el de su Padre.

El CETRO DE JUSTICIA nos será ofrecido igualmente. Es la promesa hecha al


vencedor de la Iglesia de Tiatira. Es la vara de hierro para quebrantar a las nacio-
nes (Apoc. II, 27-28), el cetro trágico del Salmo II.

La CORONA parece ser el atributo esencial de la realeza; es de tal manera sinó-


nimo de la bienaventuranza que perder la corona es perder la recompensa.
Así Jesús hacía escribir a la Iglesia de Filadelfia: "Mantén firme lo que tienes para que
nadie tome tu corona" (Apoc. III, 11).

Es la recompensa de la Iglesia de Esmirna: "Sé fiel hasta la muerte y te daré la co-


rona de la vida" (Apoc. II, 10).

La expresión, "corona de la vida" es empleada también por Santiago (I, 12). San Pa-
blo la llama la "corona de justicia" (II Tim. IV, 8), o también la "corona incorruptible" (I
Cor. IX, 25), y San Pedro, la "corona incorruptible de gloria" (I Ped. V, 4). El libro de la
Sabiduría dice de los escogidos "que recibirán de la mano del Señor el reino de la glo-
ria, y una brillante diadema" (Sab. V, 17).

La VESTIDURA REAL será blanca, ¡blanqueada en la sangre del Cordero! ex-


traña metáfora, la sangre debería enrojecer; pero no, esa vestidura será
blanca (Apoc. VII, 13-15). Será de lino fino, brillante y puro (Apoc. XIX,
8.14). Es la recompensa indicada a la Iglesia de Sardes: "El que venciere se-
rá vestido así, con vestidos blancos" (Apoc. III, 5).

La PALMA signo de la victoria estará entre las manos de algunos (Apoc. VII, 9),
otros tendrán ARPAS (Apoc. V, 8; XV, 2) porque se cantará el "cántico nuevo", aquél
de las vírgenes (Apoc. XIV, 3-4).

El Cántico de Moisés cantado al son del tamboril después del paso del Mar Rojo,
era un admirable salmo profético. ¿No será justo volverlo a pronunciar des-

80
pués de este nuevo paso del mar Rojo, mar de sangre — de la gran Tribula-
ción y de terribles combates y juicios?

Cantaremos como los Hebreos: "Tú los condujiste y los plantaste… en el Santuario,
Señor, que fundaron tus manos. YAHVÉ REINARÁ POR SIEMPRE JAMÁS" (Ex. XV, 17-
18)63.

Otro don celestial será una luz deslumbradora que irradiará del cuerpo de los bie-
naventurados: "Entonces los sabios brillarán como el resplandor del firmamento, y los
que condujeron a muchos a la justicia, como las estrellas por toda la eternidad" (Dan.
XII, 3).

"Brillarán los justos, y discurrirán como centellas por un cañaveral". (Sab. III, 7).

En este reino, cada escogido estará resplandeciente de belleza y de gloria; será "SA-
CERDOTE Y REY", con su Redentor, que habrá establecido una paz sin término.

"Y EL REINO Y EL IMPERIO Y LA MAGNIFICENCIA DE LOS REINOS QUE HAY DEBA-


JO DE TODO EL CIELO, SERÁ DADO AL PUEBLO DE LOS SANTOS DEL ALTÍSIMO; SU
REINO SERÁ UN REINO ETERNO; Y TODAS LAS POTESTADES LE SERVIRÁN Y LE
OBEDECERÁN” (Dan. VII, 27).

"¡ALELUYA! PORQUE HA COMENZADO A REINAR YAHVÉ, EL DIOS NUESTRO, EL


TODOPODEROSO" (Apoc. XIX, 6).

TERCERA PARTE

LAS SEÑALES

"Estad atentos, ved que os lo he anunciado


todo con antelación" (Mc. XIII, 23).

" Pero al comenzar estas cosas a suceder,


erguíos y levantad vuestra cabeza
porque se acerca vuestra redención" (Lc. XXI, 28).

¿CUAL SERA LA SEÑAL DE TU PARUSIA?

Mt. XXIV, 3

"¿Cuál será la señal de tu parusía?". Tal fué la pregunta que los apóstoles pusieron a
su Maestro, algunos días antes de su pasión, mientras contemplaba Jerusalén y las
grandes construcciones del templo.

63
En este cántico es cuando el Señor es designado Rey por primera vez en la Biblia.

81
En respuesta, el Señor les indica los signos precursores de su vuelta, y agrega, des-
pués de haberles enseñado detenidamente: "Ved que os he predicho todo" (Mc. XIII,
23).

Tratemos de recordar las señales dadas por Jesús y demostrar que hay algunas muy
importantes que tienen actualmente un principio cierto de realización.

Su valor es incontestable y su sentido es manifiesto. Ellas nos conducirán a decir,


para apropiarnos las grandes palabras de Cristo: "Pero al comenzar estas cosas a su-
ceder, erguíos y levantad vuestra cabeza porque se acerca vuestra redención" (Lc. XXI,
28).

"Estad atentos a todo lo que vamos a decir, pues no es una historia de cosas ya su-
cedidas, es una profecía de cosas que van a venir y que sucederán ciertamente. No es
que nos erijamos en profetas, no somos dignos ni de este honor ni de esta función, no
haremos más que recordar lo que está escrito tocante a las señales que precederán a
la segunda venida". "Conservad, pues, el recuerdo, tratad de enseñarlo a los otros,
sobre todo instruid a vuestros niños".

Así se expresaba en el siglo IV San Cirilo de Jerusalén en su XV catequesis.

Detallaba en seguida cada una de las señales del fin de los tiempos, pro-
bando que estaban realizadas y que el Señor Jesús iba a aparecer pronto.

Es curioso constatar que en esta época ya se pretendía enseñar la realiza-


ción próxima de las señales de la segunda venida. Ahora, si recorremos los
siglos transcurridos encontraremos sin cesar el mismo estado de espíritu.

Cada siglo ha pensado que sería quien vería a Cristo y cada siglo ha creído
en la realización de las diez y nueve señales dadas por Jesús. Y son hombres
de fe los que hablan así.

Pero ¿qué decir de las historias legendarias creadas respecto del año mil? En ciertos
medios católicos y protestantes muchos creen todavía en esos pretendidos errores,
pero desde hace muchos años, se enseña que esto no es más que una leyenda elabo-
rada en el siglo XIII y que Michelet, entre otros, ha popularizado por una descripción
dramática de la noche del 31 de diciembre de 999. El eminente historiador Godofredo
Kurth ha destruido definitivamente esta mistificación "recuerdo de una de las más cu-
riosas equivocaciones de la erudición moderna"64.

Errores reiterados en el curso de las edades, fechas dadas a la ligera sobre la vuelta
de Jesús, han destruido parcialmente la fe de los cristianos en este día, el más admira-
ble.

Es de "buen tono" en la Iglesia Católica, como entre los protestantes de las Iglesias
oficiales, no pasar por ingenuos que esperan la venida de Cristo. Pero el cardenal
Newman, en un notable sermón ha respondido a aquellos que piensan así y
les ha de-mostrado que su actitud, en realidad, es una falta de amor.

64
"Dictionnaire Apologétique", Artículo: "An mille", t. III, p. 514 (Beauchesne, 1916).

82
"Si es verdad que los cristianos han esperado al Cristo sin que venga, es
igualmente verdadero que, cuando El venga realmente, el mundo no le espe-
rará. Si es verdad que los cristianos han imaginado ver señales de su venida
cuando aún no las había, también es igualmente verdad que el mundo no
verá las señales de su venida cuando se presenten”.

"Estas señales no son tan evidentes como para que vosotros no tengáis necesidad
de buscarlas, ni tan evidentes que no os podáis equivocar en su búsqueda; pero voso-
tros tenéis que escoger entre el peligro de pensar ver lo que no es y no ver lo que es.
Es verdad que muchas veces y en muchas épocas los cristianos se han equivocado
creyendo discernir la venida de Cristo; pero vale más creer mil veces que Él viene
cuando no viene, que una sola vez creer que Él no viene cuando viene. Tal es
la diferencia entre la Escritura y el mundo. Siguiendo la Escritura estaremos
siempre esperando a Cristo; pero siguiendo al mundo, no le esperaremos
jamás. Él debe venir un día, tarde o temprano. Los espíritus del mundo se
burlarán hoy de nuestra falta de discernimiento; pero, precisamente los sin
discernimiento triunfarán al fin”.

“¿Y qué piensa Cristo de estos burlones de hoy? Nos pone en guardia expresamente,
por su apóstol, contra los burlones que dirán: "¿Dónde está la promesa de su Parusía?"
(II Ped. III, 4)”.

"Preferiría ser de aquellos que, por amor de Cristo y falta de ciencia, to-
man por señal de su venida un espectáculo insólito en el cielo, cometa o me-
teoro, y no de aquellos que, por abundancia de ciencia y falta de amor, no
hacen más que reírse de este error".

"Observemos todavía que, en los casos de que hablo, las personas que es-
peran a Cristo obedecen a Dios, no sólo por el hecho de esperar, sino tam-
bién por el modo cómo aguardan y por las mismas señales que informan su
expectación. Siempre desde el principio los cristianos han esperado a Cristo
por las señales del mundo material y del mundo moral. Si ellos eran pobres e
ignorantes, los fenómenos celestes, los terremotos, las tempestades, las co-
sechas destruidas, las enfermedades, toda cosa prodigiosa y extraña les ha-
cía pensar que estaba próximo”.

"Cuando observaban el mundo político y social, y consideraban las conmociones de


los Estados, las guerras, las revoluciones, todos estos hechos tenían el efecto de im-
presionarlos y de preparar sus corazones a recibir a Cristo”.

"Estas cosas son precisamente las que Él nos ha propuesto considerar y que nos ha
dado como señales de su venida. Jesús dijo: "Y habrá señales en sol y luna y estrellas
y sobre la tierra, ansiedad de naciones, en confusión de ruido de mar y agitación (de
sus olas) desfalleciendo (los) hombres de temor y expectación de lo sobreviniente al
mundo habitado, porque las virtudes de los cielos serán sacudidas… Pero al comenzar
estas cosas a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza porque se acerca vuestra
redención (Lc. XXI, 25-28)”65.

***
65
Newman: "La Vie chrétienne", trad. por Henri. Bremond. Bloud 1911. Sermón: "L'attente du
Christ", p. 369.

83
Sin precisar, ni aún de lejos, pues la palabra del Señor es clara: "Pero acerca del día
aquel y hora, nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino el Padre sólo" (Mt.
XXIV, 36), vamos a averiguar, sin embargo, si se debe creer que "la estrella matutina"
puede aparecer pronto (Apoc. XXII, 16; II Ped. I, 19).

Las señales del mundo natural nos detendrán poco, — ríos de tinta han corrido so-
bre este punto en el curso de los siglos, — pero nos atendremos a signos particular-
mente evocadores:

La apostasía de los Estados y de las masas;

La aspiración por las dictaduras y la crisis económica mundial;

La reunión de los judíos en Palestina66.

SEÑALES DEL MUNDO NATURAL.

De signos astronómicos observados en el sol, en la luna, en las estrellas, han sacado,


en ciertos medios protestantes y adventistas, precisiones muy interesantes, pero pare-
ce difícil apoyarse exclusivamente sobre ellas. Los lentes astronómicos permiten obser-
var en nuestros días fenómenos nuevos que en otro tiempo no pudieron ser revelados.

La última lluvia de estrellas del 2 de octubre de 1933 ¿será un signo? En España la


gente se precipitaba a las iglesias, creyendo llegado el fin del mundo; colas de cometa
dejan caer meteoritos encendidos. Se cuentan alrededor de 146 mil millones de estre-
llas errantes "que caen del cielo" en un año67.

¿Puede afirmarse que aumentan los terremotos?

Esto es efectivo según las observaciones sismológicas, pero ha de considerarse tam-


bién la potencia de nuestros sismógrafos que no poseían nuestros antepasados y que
registran las menores sacudidas sísmicas.

Las hambres, las pestes, las guerras han sido de todos los tiempos. De to-
das maneras, tenemos aquí algo más. La amplitud de la última guerra, y las
hambres de Rusia y de China son sin precedentes.

Demos algunas cifras respecto a la última guerra.

La guerra de 1914-1918 ha causado 10.000.000 de muertos, o sea, 6.400 hombres


por día. Si comparamos estas hecatombes a las campañas napoleónicas, constatamos
que las máquinas nuevas han transformado la guerra. Todas las guerras de Napoleón
no han sumado más de 200.000 muertos, o sea dos veces y media menos que la sola
batalla del Mame.

¿Sabéis a qué cifra formidable asciende la sola batalla del 21 de marzo al 6 de abril
de 1918? A 800.000 muertos, o sea 50.000 por día.

66
El estudio de estos signos será hecho en los capítulos siguientes.
67
Entrevista del astrónomo Lionel Filipoff, del Observatorio de París, en el "Ami du Peuple",
11 de octubre de 1938.

84
¡Cuatro días de batalla igualan en muertos a todas las guerras de Napo-
león!

Por consiguiente, todas estas señales del mundo natural parecen estar, en desarrollo
creciente y cada una de ellas nos clama a su manera:

Estad sobre aviso (Mc. XIII, 23).

II

ES PRECISO QUE VENGA LA APOSTASIA PRIMERO

II Tes. II, 3

Entre los signos del orden moral que anuncian la venida de Cristo, hay uno que tiene
un doble aspecto. Por una parte, es preciso que "el Evangelio del reino sea predicado
en el mundo entero", y por otra, el Maestro ha anunciado para estos días el enfria-
miento de la caridad y la falta de fe sobre la tierra. "Pero el Hijo del hombre, cuando
vuelva, ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?" (Lc. XVIII, 8).

LA DIFUSION DEL EVANGELIO

Cuando San Cirilo de Jerusalén en el siglo IV dijo que el Evangelio había sido predi-
cado en el mundo entero seguía la opinión corriente, pero errónea. Hace sólo poco
tiempo que nuestra tierra habitada es completamente conocida. Hacia la mitad del si-
glo XIX, el centro del África, del Asia y de la América eran todavía en parte inexplora-
das.

Ahora sabemos que toda la tierra ha sido visitada, y sabemos también que, por las
Misiones Católicas y protestantes68, el Evangelio es difundido en forma sorprendente
desde hace 50 años.

Las obras bíblicas han hecho un prodigioso esfuerzo para hacer conocer a Jesucristo
y la salvación de la Redención. En febrero de 1933, el Nuevo Testamento estaba tra-
ducido en 869 lenguas y cada año que venga se ofrecerá la Palabra de Dios en algunos
nuevos dialectos.

Podemos decir sin equivocarnos que el Evangelio es repartido hasta los extremos de
la tierra. No hay una isla ni un territorio donde la Biblia no haya sido llevada. Pues Je-
sús ha dicho: "Y se proclamará este Evangelio del Reino en todo el mundo habitado,
en testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin" (Mt. XXIV, 14).

LA APOSTASIA DE LOS ESTADOS Y DE LAS MASAS

68
Nota del Blog: ¡Ay!

85
Muchos textos de la Escritura no dejan ninguna duda sobre el carácter del movi-
miento creciente de la apostasía de los Estados y de los pueblos. Si el Evangelio debe
ser anunciado sobre toda la tierra, los hombres en masa deben levantarse contra Dios.

"Y por multiplicarse la iniquidad, se enfriará la caridad de los muchos" (Mt. XXIV, 12).

Cada siglo ha creído reconocer en la iniquidad creciente y el enfriamiento de la cari-


dad el índice de la vuelta próxima de Jesús.

Pero, ¿no hay algo nuevo en nuestro siglo? Parece que sí: "La doble aposta-
sía de los Estados y de las masas".

Oficialmente en Europa casi todos los Estados son neutros desde el punto
de vista religioso. La religión del Estado tiende a desaparecer y la irreligión a
implantarse.

En cuanto a las masas, ellas sufren las consecuencias de la descristianiza-


ción sistemática, producida por la enseñanza laica y el desarrollo de los ape-
titos de goce y la búsqueda del placer.

El abate Merklen constata que "a pesar del esfuerzo de una abnegación admirable,
la apostasía de las masas se manifiesta y se acentúa".

Hemos asistido al hundimiento religioso de un Estado de 163 millones de


hombres. El gobierno de la Unión Soviética es oficialmente ateo. Hasta el
presente no ha habido más que separación de la Iglesia y del Estado; hoy
hay en Rusia, unión del Estado y de los "sin Dios". Jamás se había manifes-
tado una concepción semejante.

Cuando los emperadores romanos perseguían a los cristianos era para defender a
los dioses del Imperio. Eran creyentes y fervorosos creyentes, al menos, en su mayoría.

Cuando los musulmanes hicieron "la guerra santa", la llevaron a cabo en nombre de
Dios y del profeta.

LOS SIN DIOS

Pero pretender borrar del mundo el nombre de Dios, como lo ha hecho la


U.R.S.S. es algo que no se había visto jamás en ningún país y en ningún
tiempo y que se parece extraordinariamente a "esta apostasía que debe preceder a la
vuelta de Jesús".

Antes que el día del Señor aparezca, escribe San Pablo, "nadie os engañe en alguna
manera: si no viniere la apostasía primero y se revelare el hombre de la iniquidad, el
hijo de la perdición; el que se opone y levanta sobre todo el que se dice Dios o numen;
hasta él en el templo de Dios sentarse, probándose a sí mismo que es Dios" (II Tes. II,
3-4).

Verdaderamente Satanás ha tenido éxito en la U.R.S.S. para hacerse "el que se opo-
ne y levanta sobre todo el que se dice Dios o numen".

86
Sí, todo lo "que se dice numen", pues se rechaza indistintamente toda religión del
territorio de la Unión: cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo, etc.

Se podría aplicar a la U.R.S.S. una página apocalíptica de las más impresionantes.


Ella se refiere evidentemente al Anticristo, pero este país de iniquidad, ¿no prepara
acaso junto con Alemania —de la que vamos a estudiar el neo paganismo — la apari-
ción del "hombre de pecado"?

“Y vi otra bestia que subía de la tierra y tenía dos cuernos semejantes a un cordero
y hablaba como un dragón. Y la autoridad de la primera Bestia la hace toda delante de
ella y hace que la tierra y los que en ella habitan adoren a la Bestia, la primera, cuya
plaga mortal fue curada.
Y hace grandes signos de forma tal que incluso fuego hace descender del cielo a la
tierra delante de los hombres. Y engaña a los que habitan sobre la tierra a causa de
los signos que se le dio hacer delante de la Bestia, diciendo a los que habitan sobre la
tierra que hicieran una imagen a la Bestia que tiene la plaga de la espada y vivió.
Y se le dio dar espíritu a la imagen de la Bestia de modo que también hablase la
imagen de la Bestia e hiciese que cuantos no se postrasen ante la imagen de la Bestia
fueran muertos. Y hace que a todos, los pequeños y los grandes y los ricos y los po-
bres y los libres y los siervos, se les dé una marca sobre la mano de ellos, la derecha,
o sobre su frente, y que ninguno pueda comprar o vender sino el que tiene la marca,
el nombre de la Bestia o el número de su nombre” (Apoc. XIII, 11-17).

En la U.R.S.S. la compra y la venta no pueden hacerse más que con "la señal o mar-
ca de la bestia". Esta es la tarjeta de la cooperativa que es preciso tener en la mano
para procurarse la subsistencia. El mercado es enteramente colectivo: los teatros son
teatros del Estado; así los vendedores como los compradores son funcionarios; todos
tienen su marca en la frente (tarjeta del gobierno soviético); unos para poder vender,
otros para poder comprar. Tanto las propiedades raíces, como las usinas, son colectivi-
zadas; todo es propiedad del Estado y cada uno es marcado69.

Marcado para la vida material, marcado también para la vida del espíritu.

El ciudadano de la Unión no puede leer más que lo que está autorizado y no puede
tener una religión sin ser perseguido.

He aquí la doble marca sobre la mano y la frente del hombre ruso ¡Más se asemeja
éste a una bestia de carga que a un hombre!

El hombre libre, creado por Dios, es reducido a la esclavitud.

Veremos más adelante las consecuencias políticas de un régimen semejante.

EL NEO-PAGANISMO

Un doble movimiento anticristiano se desarrolla en Alemania, con una ra-


pidez sorprendente; el racismo y el neo-paganismo.

69
Este régimen ha sido en parte modificado después de enero de 1935, pero el espíritu que lo
caracteriza es el mismo.

87
El pueblo alemán quiere depurar la raza, hacerla apta para ser una nación
aria, fuerte y de sangre absolutamente pura.

Todos aquéllos que no son "de raza" son eliminados sin piedad, expulsados del terri-
torio o hechos estériles.

Los procedimientos de eugenesia son absolutamente contrarios a las leyes naturales,


al acto de procreación, a la libertad del hombre, que son dones divinos.

Bajo pretexto de racismo, se rechaza a Jesucristo, el judío, no se quiere


sino dioses arios.

El neo-paganismo se desarrolla, el pueblo alemán quiere volver a las divi-


nidades del Walhalla, y exclama: "Popes y rabinos desapareced, nosotros querernos
volver a ser paganos. El disco solar nos guía".

Acaba de ser compuesto el himno al disco solar:

"No tenemos necesidad de mediadores con el cielo.


Para nosotros lucen el sol y las estrellas;
La sangre, la espada y el disco solar;
He aquí nuestros campeones en el infinito.
El huracán sopla sobre la pradera.
Un nuevo milenario comienza"70.

Mientras Juan anuncia en el Apocalipsis un reino de mil años para Cristo,


antes de la realeza suprema "por los siglos de los siglos", Hitler anuncia al
mundo que "un nuevo milenario comienza" para él y su raza. "¡Es un don de
Dios ser alemán!".

Últimamente la princesa Adelaida de Lippe, en una reunión pagana de Berlín declaró


que los conceptos cristianos eran extraños a la raza germánica, y agregó: "El hombre
de Alemania no conoce ningún redentor fuera de sí mismo". Esto es la negación abso-
luta de Cristo.

La Biblia es rechazada en el país germánico, "por ser un libro judío".

Decirse pagano es una gloria. En los anuncios de los diarios de Berlín los "jóvenes
paganos" piden "jóvenes paganas" para casarse con ellas.

He aquí más todavía: Un anticristo de 30 años desearía casarse con una joven de las
mismas convicciones (Le Temps, 9 de abril de 1935).

Verdaderamente parece que el Apóstol San Pablo veía estas horas de locura: "Y por
esto envíales Dios operación de error para que crean a la mentira; para que sean juz-
gados todos los que no creyeron a la verdad, sino que complacieron a la injusticia" (II
Tes. II, 11-12).

¡Qué artificio de error, qué revelación de iniquidad!

70
Citado por "Le Christianisme au XX siècle", 11 de julio de 1935.

88
Cuando tales vientos de irreligión, de mentira y de locura soplan sobre países ente-
ros, como la URSS y Alemania, ¿no deberían ser considerados como signos?

Las manifestaciones de las potencias del mal ¿no están acaso listas para estallar "en
virtud, en señales y prodigios de mentira"? (II Tes. II, 9).

III

¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES?

Sal. II, 1

Estudiando la significación de la estatua que vio en sueños Nabucodonosor, dijimos


que el profeta Daniel, interpretándola, había contemplado toda la historia del mundo
hasta la vuelta de Cristo. Es él, Nuestro Señor, quien, bajo el símbolo de una
"Piedra" golpeará al coloso para reducirlo a polvo y convertirlo en ligero ta-
mo del trigo que se lleva la brisa en el verano; Juan la verá en Patmos bajo
el símbolo DEL CORDERO, "y el Cordero los vencerá (porque Señor de seño-
res es y Rey de reyes)" (Apoc. XVII, 14).

El verdadero dictador será Cristo, porque se habrá revestido "de su gran


poder" y estará reinando (véase Apoc. XI, 17). Pero, antes de su vuelta, no nos
sorprendamos de esta fuerza dictatorial que subyuga a todos los países, unos después
de otros… Tampoco nos maravillaremos de la crisis económica mundial, tan claramente
anunciada en el Apocalipsis.

***

El tiempo de los dictadores.

Desde hace veinte años todos los países de Europa han sido sacudidos por crisis po-
líticas de una magnitud más o menos considerable, pero todas estas revoluciones tien-
den hacia un mismo fin: establecer dictaduras, ora fascistas, ora comunistas. Si más
tarde vemos renacer monarquías, éstas tendrán un carácter semejante de fuerza y de
poderío.

Todos los países claman por "un jefe", un Stalin, un Mussolini o un Hitler.

Este consentimiento mundial representa la gran aspiración del corazón


humano hacia un libertador: ha llegado el momento "para destruir a los que des-
truyen la tierra" (Apoc. XI, 18).

Si los dictadores, como veremos, transforman el país donde se instalan, ellos llevan
consigo gérmenes de muerte y de destrucción, pues su principio de autoridad no hun-
de sus raíces en Dios.

Revoluciones como la de Portugal y la de España han expulsado sus reyes para es-
tablecer gobiernos nuevos; dictadura en Portugal, República autoritaria en España.

89
¿Qué decir de Italia? Este país del dulce "far niente" donde el individuo trabajaba
poco y ganaba poco, no guardaba nada, se alimentaba de sol, de algunas cebollas y
tallarines, ¿qué ha llegado a ser?

Mussolini ha cambiado la faz de las cosas.

En Alemania, si consideramos a Hitler, ¿acaso no encontramos la exaltación del


mismo principio de autoridad? Pero aquí ha sido puesto particularmente al servicio del
desencadenamiento de las pasiones racistas y anticristianas.

Dirijamos nuestras miradas a la Rusia Soviética.

Los Soviets no quieren, es verdad, ser fascistas, pero ellos lo son a su manera. Bajo
el color rojo del comunismo y del internacionalismo no hay un país en Europa en que la
libertad sea más trabada y donde la autoridad sea más aplastadora.

Una autoridad que se extiende sobre todo y que sobre todos pesa, — y con qué pe-
so, — sobre una nación de 163 millones de hombres, obedientes "al dedo y al ojo" pa-
ra evitar la muerte, la prisión o la ruina.

El pueblo ruso ha doblado la cerviz bajo el poder de un jefe que ha sabido imponer
una idea a la masa.

Turquía ha acogido también la dictadura revolucionaria y enérgica, bajo la férula de


Mustafá Kemal.

Irlanda ha seguido el movimiento; Grecia lo ha conocido, después rechazado y acaba


de proclamar un rey.

¿E Inglaterra? ¿Y Francia? Ellas miran lo que hacen los países vecinos. ¿No aspiran
acaso los franceses a un régimen republicano de autoridad?

Se trata pues, de una carrera hacia el principio de autoridad que arrastra a


la Europa entera, carrera a la cual nada resistirá, porque es preciso que exis-
tan autoridades humanas constituidas y fuertes, para que ellas sean que-
brantadas, aniquiladas por la Venida de Cristo.

Ya lo hemos dicho, "la piedra" debe derribar al coloso de oro, bronce, hierro y greda,
que representa los reinos, los jefes, los poderes dictatoriales. Serán destruidos por una
fuerza más poderosa, la realeza de Cristo, tal como se nos lo muestra en el Salmo II y
en el Apocalipsis: "Las destruirá con cetro de hierro" (Apoc. XIX, 15).

Nuestra marcha, — más bien nuestra carrera, —hacia el fascismo mundial, bajo
cualquier aspecto que se presente, es un indicio cierto de que se van levantando po-
tencias en el mundo, hasta llegar el día en que se enfrentarán el Anticristo, o bestia del
Apocalipsis, y Cristo.

Estas son las dos autoridades representativas de todos los elementos, injustos y cri-
minales, justos y bienhechores, en que se divide actualmente el mundo, y que deben
enfrentarse.

90
La crisis económica mundial

Cuando el Apóstol San Juan, en Patmos, vio por revelación del Señor Jesús la ruina
de Babilonia, entrevió igualmente una verdadera crisis económica mundial, es decir,
una superproducción de productos, que detiene las ventas.

"Y los mercaderes de la tierra lloran y se lamentan por ella, porque sus cargamentos
nadie compra más. cargamento de oro y de plata y de piedra preciosa y de perlas y de
lino fino y de púrpura y de seda y de escarlata y todo leño aromático y todo vaso de
marfil y todo vaso de leño preciosísimo y bronce y hierro y mármol. Y cinamomo y
amomo y perfumes y mirra e incienso y vino y aceite y flor de harina y trigo y jumen-
tos y ovejas y (cargamento) de caballos y de carrozas y de cuerpos, y almas de hom-
bres. Y el fruto del deseo de tu alma se fue de ti y todas las cosas pingües y resplan-
decientes perecieron de tí y no las hallarán más. Los mercaderes de estas cosas, los
que se enriquecieron de ella, (estarán) desde lejos, estando de pie, por el temor de su
tormento, llorando y lamentándose diciendo: “¡Ay, ay la ciudad, la grande, la vestida
de lino fino y púrpura y escarlata y dorada en oro y piedra preciosa y perla…!” (Apoc.,
18, 11-16).

¡Llorarán los mercaderes de nuestra Babilonia mundial! Sabemos esto, desde hace
algunos años. En todo tiempo ha habido crisis de los mercados de venta, pero lo que
es nuevo y hace presentir para el futuro el estado "endémico" de la crisis económica
actual, es el desarrollo siempre creciente del maquinismo, que provoca inevitablemente
la superproducción.

Esta superproducción no puede ser compensada sino por poderes de compra y una
gran prosperidad económica ¡Cuán difícil es mantener esa prosperidad!

Entonces “los mercaderes de la tierra lloran…, porque sus cargamentos nadie com-
pra más".

Pero escuchemos la voz de Cristo: "Pero al comenzar estas cosas a suceder, erguíos
y levantad vuestra cabeza porque se acerca vuestra redención" (Lc. XXI, 28).

IV

EL ISRAEL DE DIOS

Gal. VI, 16

Entre las señales que nos anuncian la proximidad de la vuelta de Cristo, no hay nada
más convincente, más claro, más fácil de verificar que la reunión de los judíos en Pa-
lestina.

Me permitiré relatar tres recuerdos que se escalonan en un espacio de 35 años.

El más antiguo se remonta a los años 1900 a 1903.

Hacía yo mis estudios en el Sagrado Corazón de Montfleury, cerca de Grenoble. En


el curso de instrucción religiosa, se nos enseñó que un signo evidente del fin próximo
de nuestro mundo actual sería la reunión de los judíos en la tierra de Israel.

91
¡Cuánto hubiera deseado ver este acontecimiento extraño que nada, absolutamente
nada, hacía prever!

Treinta años han pasado y vemos… vemos el "milagro judío".

Cuando fui a Palestina, el año 1928, consideré por cierto con gran interés el esfuerzo
sionista. El sionismo no estaba sino en sus comienzos y, en lo que pude apreciar, se
notaba más, en este agrupamiento, la voluntad determinada de millonarios americanos
que la de todo un pueblo deseoso de volver a entrar en su tierra, para "rehacerla".

Pude cerciorarme que los hermanos Tharaud tenían un vasto campo de experiencias
que explotar, para sus futuras novelas. Sin embargo, qué sonrisa tan escéptica sentía
yo deslizarse por mis labios pensando en la felicitación tradicional que se dirigían
anualmente los judíos unos a otros: "El año que viene en Jerusalén".

Entre tanto, ¿cuál ha sido después la marcha de los acontecimientos?

En mayo de 1935 asistí a la ceremonia conmemorativa del décimo aniver-


sario de la fundación de la Universidad de Jerusalén. Los siete oradores de
origen judío o cristiano, que en esa circunstancia tomaron la palabra estu-
vieron obligados, sin que todos conocieran las profecías, a proclamar que es
preciso esperar de este pueblo una efusión de nuevos valores espirituales
sobre el mundo, tiempos de justicia, de paz y de verdad.

No recuerdo el nombre de estos oradores, pero la incredulidad notoria de


muchos daba, sin que ellos lo quisieran, el más brillante testimonio de la ve-
racidad de la Palabra de Dios. El viejo espíritu racionalista de estos universi-
tarios estaba amortiguado, casi vencido, al contacto de la potente transfor-
mación de la tierra de Israel y casi todos se sirvieron de esta expresión "el
milagro judío", para caracterizar la repentina restauración del "Eretz-
Israel"71.

¡El milagro! ¡Los racionalistas creen, pues, en milagros en estas circunstancias! Y no-
sotros, los cristianos vivimos viendo "este milagro", y ni comprendemos su significado,
ni siquiera nos preocupamos de él.

He relatado estos tres recuerdos, pues ellos ilustran la evolución de un alma sincera,
escéptica primero, después convencida. Sincera en su esperanza de niño; escéptica
sobre el éxito del Sionismo, en fin, convencida por la evidencia del renacimiento de
Israel en su tierra: "el milagro judío".

***

71
Es interesante considerar la importancia que se le concede en los medios israeli-
tas al nuevo nombre de la Palestina: "Eretz-Israel", la tierra de Israel. Este nombre
conviene mejor a la tierra judía que el de Palestina, que quiere decir tierra de filis-
teos. Por otra parte, las promesas de Dios son formales: "Los restablecerá en su tierra" (Is.
XIV, 1). "Habitarán en su país" (Jer. XXIII, 8). "Os colocaré en vuestro suelo (Ez. XXXVII,
12).

92
La reunión de Israel merece, por sus relaciones estrechas con nuestro objeto, un es-
tudio más detenido. Sucesivamente vamos a considerar:

I.- PROFECIAS QUE ANUNCIAN LA DISPERSION DEL PUEBLO DE DIOS;

II.- LAS PROFECIAS QUE ANUNCIAN SU REAGRUPAMIENTO;

III.- LAS TRANSFORMACIONES MATERIA LES DE LA TIERRA DE ISRAEL.

NO QUEDARA PIEDRA SOBRE PIEDRA

Lc. XXI, 6

Las más antiguas profecías que anuncian la dispersión de los judíos se remontan a
una alta antigüedad; las leemos en el libro del Deuteronomio, escrito por Moisés, allá
por el año 1.400 antes de Cristo.

Su realización es fácil de verificar: se trata da hechos históricos.

Se cuenta que un día Federico el Grande, el amigo de Voltaire, de quien compartía


las ideas filosóficas, deseando poner en apuros a uno de sus capellanes, le dijo: "Qui-
siera que Ud. me diera en una palabra la prueba de la veracidad de la Biblia". El cape-
llán, sin vacilar, contestó al rey: "¡Israel, señor!".

La historia de Israel es, en efecto, LA PRUEBA RACIONAL MAS CONVIN-


CENTE DEL CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECIAS.

Los hechos históricos son incontestables y su estudio nos revela, como a Federico el
Grande, la veracidad de la Palabra de Dios. El pueblo judío ha quedado como una
señal, como Isaías lo anunciaba. Después de su destrucción quedará como "mástil
en la cumbre de un monte y como bandera sobre una colina", si, verdaderamente,
"Dios vela sobre su palabra para cumplirla" (Jer. I, 12).

Recordemos primero dos hechos: el cautiverio de Babilonia en el siglo VI antes de


Cristo y la toma de Jerusalén por Tito, que provocó la dispersión de Israel el año 70
después de Cristo.

Moisés desde el año 1.400, anunciaba este futuro lejano con precisión. Si el pueblo
fuere infiel a Dios desobedeciéndole caerá sobre él la maldición:

"Yahvé te transportará a ti y al rey que pongas sobre ti72, a un pueblo desconocido


de ti y de tus padres; y allá servirás a otros dioses, a leño y piedra (de que son he-
chos). Y vendrás a ser un objeto de espanto, de proverbio y de befa entre todos los
pueblos adonde Yahvé te llevará (…) servirás a tus enemigos que Yahvé enviará contra
ti, en hambre, en sed, en desnudez y todo género de miserias. Él pondrá sobre tu cue-
llo un yugo de hierro, hasta aniquilarte”.73 (Deut. XXVIII, 36-37 y 48).
72
Se trata evidentemente del rey Sedecías, que fué transportado a Babilonia.

93
Pero la profecía de Moisés es aún más clara al tratar de la toma de Jerusalén por Ti-
to:

"Yahvé hará venir contra ti, desde lejos, desde los cabos de la tierra, con la
rapidez del águila, una nación cuya lengua no entiendes, gente de aspecto
feroz, que no tendrá respeto al anciano ni compasión del niño. Devorará el
fruto de tu ganado y el fruto de tu tierra, hasta que seas destruido; pues no te dejará
trigo, ni vino, ni aceite, ni las crías de tus vacas y ovejas, hasta exterminarte. Te sitiará
en todas las ciudades de tu país entero, hasta que caigan tus altas y fuertes murallas
en que confiabas; te sitiará en todas tus ciudades, en todo el país que Yahvé, tu Dios,
te habrá dado. En la angustia y estrechez a que te reducirán tus enemigos,
comerás el fruto de tu seno, la carne de tus hijos y de tus hijas que Yahvé, tu
Dios, te habrá concedido. El hombre más delicado y más regalado de entre vosotros
mirará con malos ojos a su hermano, a la mujer de su corazón, y al resto de sus hijos
que le queden, pues no quiere dar a ninguno de ellos de la carne de sus hijos que él
comerá, por no quedarle nada en la angustia y estrechez a que te reducirán tus
enemigos en todas tus ciudades”74 (Deut. XXVIII, 49-55).

"Te esparcirá Yahvé por entre todos los pueblos, de un cabo de la tierra
hasta el otro cabo de la tierra; y allí servirás a otros dioses que ni tú ni tus padres
conocisteis, a leño y piedra. Y entre esos pueblos no encontrarás reposo ni des-
canso para la planta de tu pie; pues allí te dará Yahvé un corazón tembloro-
so, ojos decaídos y un alma abatida. Tu vida estará ante ti como pendiente
de un hilo, tendrás miedo de noche y de día, y no confiarás de tu vida. A la
mañana dirás: ¡Ojalá que fuera la tarde!, y a la tarde dirás: ¡Ojalá que fuera la maña-
na!, a causa del miedo que agita tu corazón y a causa de lo que tus ojos verán” (Deut.
XXVIII, 64-67).

Así, pues, después de la toma de Jerusalén, el año 70 de nuestra era, los judíos co-
menzaron a expatriarse entre todos los pueblos. Ellos iban llevando su ruina, a veces
también su riqueza y su espíritu de empresa a través del mundo. Pero es preciso
señalar un hecho sorprendente, único en la historia: al paso que todos los
pueblos de la antigüedad han desaparecido, la raza judía queda, y se man-
tiene fuerte y poderosa a pesar de una dispersión de veinte siglos. Además,
los judíos dispersos, mezclados a civilizaciones diversas, han guardado in-
tactos sus hábitos, sus costumbres, las prescripciones de su culto, alimenti-
cias, higiénicas, etc. Su raza permanece indestructible.

Y, sin embargo, no hay sobre la tierra un pueblo más hostilizado, más per-
seguido, más maldecido que el pueblo judío. La Edad Media quería exterminarlo75.
Y todo esto, Moisés lo había profetizado, diciendo:

"El ruido de una hoja que se vuela, los pondrá en fuga, huirán como quien
huye de la espada, y caerán sin que nadie los persiga" (Lev. XXVI, 36).

73
Dios ordenó a Jeremías (cap. XXVII) llevar un yugo sobre sus espaldas, para simbolizar al
que Dios haría cargar al pueblo si no se arrepentía.
74
Flavio Josefo, el historiador del sitio de Jerusalén, nos ha dicho que las mujeres devoraban
a sus hijos a causa del hambre que las torturaba.
75
Nota del Blog: Se hubiera deseado un poco más de precisión… en todo caso, dato sed
non concesso, no fue la Iglesia la que buscó exterminarlos.

94
Recordemos los "pogroms" contra los judíos en la Rusia de los Zares, donde fueron
exterminados por millares. Bien había dicho Isaías que los judíos serían despreciados,
abominado de las gentes y esclavo de los tiranos (Is. XLIX, 7).

Pero Dios velaba sobre su pueblo y su pueblo vive.

En cuanto a su existencia errante, siempre amenazada, mezclada con las naciones


sin tomar de ellas las costumbres, ¿no es éste, acaso, un hecho asombroso?

Se ha observado en los Estados Unidos, donde conviven tantas nacionalidades dis-


tintas, que después de 20 o 30 años a lo sumo, de permanencia en el país, no se pue-
de distinguir un individuo de origen francés, del de origen inglés o alemán. Estos expa-
triados que tienen una tierra y una ciudad de origen aparecen todos fundidos, después
de ese corto período de tiempo, en el crisol americano.

Y los judíos que no tienen ni tierra, ni ciudad, por la acción de factores que
carecen de explicación humana, han conservado todos sus caracteres de ra-
za "aparte", su entera personalidad, su homogeneidad sorprendente, y esto,
en todas partes, a través del mundo. Se agrupan entre sí, se sostienen, se
ayudan mutuamente para conseguir las mejores colocaciones. Dotados de
una fuerte inteligencia práctica, forman una "pequeña nación" en las gran-
des naciones donde viven provisoriamente.

Ved aquí la realización profética de la tutela de Dios para la segregación de su pue-


blo. Balaam contemplaba desde Phasga las tiendas de Israel y exclamaba:

"Desde la cima de las peñas le veo,


desde lo alto le estoy contemplando:
es un pueblo que habita aparte,
y no se cuenta entre las naciones" (Núm. XXIII, 9).

La segregación del pueblo de Dios es un hecho que domina toda su historia, desde
Abrahán. Este hecho histórico y divino, a la vez, ha persistido en la dispersión.

Los judíos se agrupan. Todas las ciudades de Europa tienen su barrio judío,
donde se desarrollan las pequeñas industrias particulares de este pueblo y
donde podemos encontrar numerosas carnicerías "kosher", en que la carne
ofrecida proviene de animales que han sido muertos según los ritos mosai-
cos.

Podemos señalar, además, un hecho muy curioso: las disposiciones tomadas en el


transatlántico "Normandie" para permitir a los israelitas continuar fieles, aún en viaje, a
sus prescripciones particulares llegan hasta proporcionarles vajilla especial, cocina
aparte, etc.

***

Acabamos de recordar las dispersiones del pueblo de Dios y su aislamiento en medio


de las naciones; hemos también de considerar el país y la ciudad de Jerusalén.

95
Las amenazas de Dios contra la tierra y la ciudad santas, han sido renovadas, des-
pués de Moisés, por los profetas. Casi todos ellos han vaticinado, con mucha anteriori-
dad, los desastres que debían descargarse sobre la tierra que antes manaba leche y
miel.

"Convertiré vuestras ciudades en desiertos", decía el Eterno; "y asolaré el


país" (Lev. XXVI, 31-32). Sólo crecerán zarzas y los espinos (Is. V, 6).

Es necesario haber conocido la desolación de Palestina, hace diez años,


para comprender estas profecías; hay que haber visto ese suelo pedregoso,
esos lugares desiertos, esos matorrales de cactus espinosos, esas hierbas
secas donde pastaban escasos rebaños de cabras negras, para ver cómo se
ha realizado la maldición de Dios.

A la vista de esta aridez yo me decía: ¿Cuándo será que el desierto y la tierra árida
podrán regocijarse, como lo anunció el profeta Isaías? (XXXV, 1).

Si dirigimos nuestras miradas sobre Jerusalén, vemos cómo el castigo del Señor está
claramente escrito sobre la ciudad de David. El abandono que la agobia permite com-
probar la gravedad del pecado de Israel.

El aniquilamiento de la ciudad de Jerusalén fué total en el año 70. Las lamentaciones


de Jeremías, en la época de su ruina por Nabucodonosor, sobrepasan ciertamente la
devastación de entonces, ya que si grande fué esta devastación, con todo, no fué
completa.

Las lamentaciones se dirigen también al tiempo de Tito y a los siglos siguientes


cuando "sentada en la soledad", Jerusalén "ha sido reducida a servidumbre" (Lam. I,
1).

¡Servidumbre romana, primero, y luego servidumbre musulmana!

También Miqueas había anunciado un sombrío porvenir a la ciudad antaño "tan po-
blada".

"Sión será arada como un campo". "Jerusalén será un montón de escom-


bros" (Miq. III, 12).

Sabemos que efectivamente el emperador Adriano, en 132, hizo pasar el


arado sobre la explanada del templo. "Sión labrada como un campo". ¿Y no
se realizó acaso a la letra la profecía de Jesucristo? Sus discípulos habían
elogiado la fábrica del templo construido con tan bellas piedras. "De esto
que veis, vendrán días en los cuales no será dejada piedra sobre piedra que
no sea derribada". Y dijo también: "Jerusalén será pisoteada por (las) nacio-
nes hasta que se cumplan (los) tiempos de (las) naciones” (Luc. XXI, 6.24).

Si el “tiempo de las naciones” comienza desde el cautiverio de Babilonia, sólo con Ti-
to la ciudad fué realmente hollada. El arruinó especialmente el templo; Adriano hizo
arar el suelo donde estuvo colocado, y cuando Juliano el Apóstata -- para hacer mentir
a Cristo — quiso volverlo a levantar salió un fuego del suelo, al intentarse la excava-
ción de los nuevos cimientos.

96
La destrucción total de un templo como el de Jerusalén es inexplicable.
Tenía, por cierto, tanta solidez como sus antepasados del Valle del Nilo cu-
yas macizas columnas se yerguen aun ahora imponentes, gigantescas; tenía
más resistencia que los templos griegos y romanos de Atenas, de Corinto, de
Baalbek y de Palmira, cuyas ruinas son todavía tan importantes.

En Jerusalén no queda nada.

Un peñasco guardado bajo la cúpula azul de la mezquita de Omar, un resto


de basamento, algunos cubos de piedra para que los judíos puedan, junto a
ellas, llorar cada viernes.

"Porque son muchos mis suspiros, y mi corazón desfallece. ¡Oh muro de la


hija de Sión, derrama, cual torrente, tus lágrimas noche y día!" (Lam. I, 22; II,
18).

Jeremías había visto bien: un torrente de lágrimas, ¡el muro del llanto!

La población judía de Jerusalén quedó reducida durante siglos a los pocos


ancianos que venían allí a terminar sus días, en su querida Sión, sin fiestas
ya, sin altar y sin sacrificio. Sus tumbas orlan por centenares el flanco del
Monte de los Olivos.

El muro del llanto y piedras sepulcrales. He aquí el montón de piedras pre-


dicho por Miqueas y sobre el que lloró Jeremías.

***

Cuando se ha conocido todo esto y se contempla ahora el trabajo de transformación


que se está efectuando hace más de diez años en la tierra de Israel, aparece como
muy verosímil que corresponda a nuestros días la realización del oráculo del apóstol
Pablo, que anuncia la reintegración de los judíos a la verdadera fe y la futura reconsti-
tución de su vida nacional. "¿qué será su readmisión, exclama el apóstol, sino vida de
entre muertos?" (Rom. XI, 15).

VI

SEREIS RECOGIDOS UNO POR UNO ¡OH HIJOS DE ISRAEL!

Is. XXVII, 12

Acabamos de nombrar al Apóstol Pablo. Sobre su enseñanza vamos a apoyarnos pa-


ra probar que la reunión milagrosa de Israel, que comienza a nuestra vista, ha sido
anunciada por los profetas.

Asistiremos tal vez al restablecimiento completo de Israel sobre la tierra prometida,


a la proclamación de su independencia como verdadera nación políticamente reconsti-
tuida, y nuestros hijos, ¿verán un día la conversión en masa de los judíos al Evangelio
de Cristo?

97
La manera que el Apóstol Pablo habla de la reagrupación judía prueba que los profe-
tas del Antiguo Testamento la tenían ciertamente en vista. Ellos veían en primer plano
la restauración parcial de Jerusalén, después de la cautividad de Babilonia, pero fran-
queando los siglos sus anuncios proféticos se extienden más lejos, hasta tiempos como
los nuestros.

Estas profecías han resonado en tiempos que deben preceder a aquellos que San
Pedro llama "los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las que Dios ha ha-
blado desde antiguo por boca de sus santos profetas" (Hech. III, 21).

Pues bien, en la época de San Pablo y San Pedro ya no se trataba de la restauración


de Israel después de las cautividades, sino del tiempo que seguiría a la gran dispersión,
aquél en el cual nosotros entramos. "Jerusalén será pisoteada por (las) naciones hasta
que se cumplan (los) tiempos de (las) naciones" (Lc. XXI, 24).

Además, San Pablo anuncia una gloria tal para Israel, que, si queremos se-
guir el desarrollo del capítulo XI de la Epístola a los Romanos, nos es preciso
aceptar en el mismo sentido que él, las palabras proféticas de Isaías, Eze-
quiel, Jeremías, Zacarías sobre el agrupamiento de los judíos.

Estos anuncios son propios de Israel y no conciernen a la Iglesia sino en


un sentido puramente simbólico. Numerosos exégetas aplican a la Iglesia,
en un sentido literal, todas las bendiciones proféticas anunciadas sobre Is-
rael y no le dejan a éste sino las maldiciones.

San Pablo habla de una manera completamente diversa. ¿No deberemos seguirle en
su interpretación profética?76

La reconciliación de los judíos vista por San Pablo

"Ahora digo: ¿Acaso tropezaron para que cayesen? Eso no; sino que por la caída de
ellos vino la salud a los gentiles para excitarlos (a los judíos) a emulación. Y si la caída
de ellos ha venido a ser la riqueza del mundo, y su disminución la riqueza de los genti-
les, ¿cuánto más su plenitud?... Pues si su repudio es reconciliación del mundo, ¿qué
será su readmisión sino vida de entre muertos?" (Rom, XI, 11-15)77.

Por lo tanto, San Pablo recomienda a los cristianos permanecer en la humil-


dad.

"Si te engríes (sábete que), no eres tú quien sostienes la raíz, sino la raíz a ti. Pero
dirás: Tales ramas fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien, fueron desga-
jadas a causa de su incredulidad, y tú, por la fe, estás en pie. Mas no te engrías, antes

76
Se acostumbra en los comentarios sobre los profetas no extender las profecías
del Antiguo Testamento más allá de la vuelta de los cautiverios, de la restauración
de Jerusalén y del reino de Judá. Los exégetas que prolongan las profecías hasta la
Iglesia, las extienden hasta la maravillosa expansión del cristianismo en la época de
Constantino y no van más lejos. Creemos, sin, embargo, con San Pedro (Hech. III,
21) y con San Pablo (Rom. XI, 26) que los profetas han hablado de la reunión de los
judíos en los últimos tiempos y de la restauración de su raza y de su tierra.
77
Subrayemos esta expresión de San Pablo: "su caída ha sido la riqueza... por lo tanto... ¡cuál
no será su reintegración!".

98
teme. Que si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco a ti perdonará” (Rom. XI,
18-21).

"Y de esta manera todo Israel será salvo; según está escrito: “De Sión vendrá el Li-
bertador; Él apartará de Jacob las iniquidades; y ésta será mi alianza con ellos, cuando
Yo quitare sus pecados” (Rom. XI, 26-27).

Aquí el Apóstol Pablo se apoya en Isaías (LIX, 20 y XXVII, 9) y anuncia es-


ta maravillosa conversión en el momento de la vuelta del Señor Jesús. "De
Sión vendrá El Libertador ".

Siguiendo siempre el ejemplo de San Pablo, citaremos algunos textos proféticos con-
cernientes al reagrupamiento de Israel, "de quienes es la filiación, la gloria, las alianzas,
la entrega de la Ley, el culto y las promesas; cuyos son los padres, y de quienes, se-
gún la carne, desciende Cristo…” (Rom. IX, 4-5).

Vendrán tiempos de gloria para Israel, no dudemos, pues a él pertenecen


"las promesas" y de él ha nacido el Cristo según la carne78.

La reunión de los judíos vista por los profetas

Moisés que anunciaba la caída de Israel en términos tan reales, habló también de
su gloria venidera:

"Entonces Yahvé, tu Dios, te hará volver del cautiverio, y se compadecerá de ti, y de


nuevo te congregará de en medio de todos los pueblos, entre los cuales te habrá dis-
persado. Aun cuando tus dispersados estuviesen en las extremidades del cielo, de allí
te recogerá Yahvé, tu Dios, y de allí te sacará; y te llevará Yahvé, tu Dios, al país que
poseyeron tus padres; tú lo poseerás…" (Deut. XXX, 3-5).

Amós es no menos explícito: "En aquel día levantaré el tabernáculo de David, que
está por tierra; repararé sus quiebras y alzaré sus ruinas, y lo reedificaré como en los
días antiguos… Yo los plantaré en su propio suelo; y no volverán a ser arrancados de
su tierra, que Yo les he dado, dice Yahvé, tu Dios" (Amós IX, 11.15).

Zacarías en nombre del mismo Dios nos dice: "Los llamaré con un silbido, y los
congregaré; porque los he rescatado, y se multiplicarán como antes se multiplicaron.
Los he dispersado, sí, entre los pueblos, pero aun en (países) lejanos se acordarán de
Mí; y vivirán juntamente con sus hijos, y volverán. Los traeré de la tierra de Egipto, y
de Asiria los recogeré; los conduciré a la tierra de Galaad, y al Líbano; pues no se ha-
llará lugar para ellos” (Zac. X, 8-10).

El profeta Isaías compara la reunión de Israel a la cosecha; ésta es una imagen fa-
miliar que Jesús empleará también para designar el fin de los tiempos.

78
Es interesante constatar que después de muchos años la actitud de los judíos
respecto a Jesús Nazareno se ha modificado; empiezan a interesarse por Él, a con-
tarlo entre los judíos célebres. Constantino Brunner ha publicado una obra titulada "Nuestro
Cristo". José Klausner ha escrito en hebreo un estudio sobre Jesús de Nazaret. Se sabe también
que en Jerusalén se ha procedido a la revisión del proceso de Jesús. En la universidad hebraica
de esta ciudad, se estudia el Nuevo Testamento; en San Luis de los EE. UU., un rabino ha or-
ganizado, en la Sinagoga, un oficio para conmemorar la muerte de Jesús en la Cruz "porque
murió por nuestro pueblo".

99
"Desde el curso del río hasta el torrente de Egipto; y vosotros, oh hijos de Israel, se-
réis recogidos uno por uno. Y sucederá en aquel día que sonará la gran trompeta" (Is.
XXVII, 12-13).

Isaías es el gran anunciador de la gloria de los judíos; los últimos capítulos de su


profecía — que es preciso leer entera — tienen tal potencia que no se han realizado
sino muy parcialmente, después de la vuelta de la cautividad, antes de Jesucristo. Hay
pues mucho que esperar todavía.

En cuanto al profeta Ezequiel, las páginas que consagra al reagrupamiento de Is-


rael son impresionantes. Hemos dado aquella de los "huesos disecados"79; sería preci-
so citar muchas otras80.

El mismo canto de triunfo se repite:

"Los reuniré de todas partes", "Habitarán sus tierras", "Los plantaré en el suelo", "No
habrá bastante sitio para ellos". ¿Y no es ésto precisamente lo que empezamos a ver?

VII

YO LOS PLANTARE EN SU PROPIO SUELO

Am. IX, 15

La extensión del Sionismo o reagrupamiento de Israel data del fin de la guerra mun-
dial. La Palestina fué entonces colocada, por los tratados de paz, bajo el mandato bri-
tánico.

El iniciador del movimiento fué un judío de Budapest, Teodoro Herzl, y el primer


Congreso sionista fué realizado en Basilea en 1897; los resultados fueron limitados.
Pero en 1917, el 2 de noviembre, Lord Balfour abría ampliamente la Tierra
Santa a los judíos, favoreciéndolo las grandes firmas americanas, que sostenían en-
tonces con sus poderosos capitales, antes de la baja del dólar, el restablecimiento de
su tierra.

De todas maneras, es el gesto abominable de Hitler que expulsa a los judíos de Ale-
mania y confisca sus bienes lo que debía acelerar su reagrupamiento.

Si el gesto fué irritante, sirvió para el cumplimiento de las profecías. Actualmente


la gran reunión de "Israel de Dios" sobre su tierra, que debe preceder la
vuelta de Cristo, progresa rápidamente.

Aquí las cifras oficiales que son significativas:

En 1920 se contaban 58.000 judíos en Palestina

En 1930, 175.000

79
Cf. Cap. XV de la Primera Parte “Con mi carne veré a Dios".
80
Leer también: Sof. III, 20; Os. III, 4-5; Miq. II, 12.

100
En 1933, 227.000

En 1934, 307.000

En 1935, 370.00081

Únicamente durante el año 1935 llegó a Palestina un contingente de emi-


grantes siete veces superior a aquel de los cautivos que volvieron de Babilo-
nia, después del decreto de Ciro hace 2470 años.

Esta concentración de los judíos es tan rápida que los árabes se han alar-
mado vivamente. El 13 de octubre de 1933 hubo en Jerusalén manifestacio-
nes violentas dirigidas contra los judíos y renovadas, quince días después,
en Jaffa, puerto de desembarque.

Los ingleses reprimieron estas conmociones y el alto Comisario hizo aparecer esta
nota: "Hablaré francamente al pueblo de Palestina. Hace trece años, Gran Bretaña
aceptó el mandato de Palestina que le trajo pesadas responsabilidades para con los
judíos y los árabes. Gran Bretaña se encargará de sus obligaciones imparcialmente y
sin favoritismo para uno u otro de los partidos. El Mandato implica facilitar el estable-
cimiento en Palestina del Hogar nacional del pueblo judío, pero igualmente, respetar
los derechos de los otros habitantes de la Palestina. Las dos obligaciones serán obser-
vadas puntualmente".

El gobierno inglés está obligado a agrupar en contingentes rigurosos la emigración


judía a fin de evitar nuevas manifestaciones árabes. Pero una fuerza más poderosa
que la prudencia inglesa que quiere contemplar los derechos de todos, más
poderosa que las autoridades musulmanas que separan del islam a aquéllos
de sus correligionarios que venden tierras a los judíos, una fuerza que domi-
na a los hombres, precipita la llegada de contingentes israelitas a fin de re-
poblar la "Eretz-Israel". "Los recogeré de todas partes y los traeré a su tierra", dice
el Eterno (Ez. XXXVII, 21).

Hasta el sitio faltará. "Pues no se hallará lugar para ellos" (Zac. X, 10). Ya se señala
la instalación de los judíos en Transjordania en Siria82.

La Palestina está destinada a recibir una población de una densidad eleva-


da. Desde luego es preciso sembrar los campos, construir ciudades, instalar
usinas, regar un suelo árido e inculto, desecar pantanos, en fin, desarrollar
los elementos de una vida intelectual y nacional.

Sigamos pues, la expresión y el crecimiento de esta nación que se recons-


tituye y renueva su juventud como el águila, encontrando su tierra antigua,
dada por Dios a Abrahán (Gen. XVII, 8), la tierra prometida.

Las Ciudades.

Numerosas ciudades palestinas se agrandan, otras surgen del suelo. "Tel Aviv", la
primera ciudad sionista fundada en 1909, es ahora una gran ciudad; bellos

81
Nota del Blog: actualmente hay un poco más 8.000.000 de habitantes en Israel de los cua-
les unas 2/3 partes son judíos.
82
"La Palestina", enero de 1935.

101
teatros, grandes administraciones, colegios, universidades, óperas. Sus ha-
bitantes se cuentan por millares: 46.000 en 1932; 102.000 en el último cen-
so de 1935. ¡Qué aumento en tres años!

Jaffa desarrolla su puerto por el cual cajones de naranjas y de cidras son


exportadas para Europa. De enero a abril de 1935 (en tres meses) 7.292.792
cajones han sido cargados en Jaffa.

Haifa, donde viene a terminar la línea de tubos del petróleo del Irak, se extiende a lo
largo, a los pies del Carmelo; sus casas blancas, sus usinas, sus establecimientos técni-
cos se multiplican con una prodigiosa rapidez por las orillas de su hermosa bahía.

La vieja ciudad de Safed, sobre su altura, aquélla de la cual habla el Señor Jesús
cuando se refería: "una ciudad situada sobre una montaña no puede ser escondida"
(Mat. V, 14), luego rivalizará con Tel Aviv y Haifa.

En cuanto a Jerusalén, sus construcciones nuevas son muy importantes y la ciudad


está en constante desarrollo.

La vida agrícola.

El Profeta Isaías ha visto estos días de restauración rápida de la tierra de Israel.

"Alégrese el desierto y la tierra árida, regocíjese el yermo y florezca como el narciso.


Florezca magníficamente y exulte, salte de gozo y entone himnos. Pues le será dada la
gloria del Líbano, la hermosura del Carmelo y de Sarón (…) entonces brotarán aguas
en el desierto, y arroyos en la tierra árida" (Is. XXXV, 1-2.6-7).

El suelo inculto y pedregoso llega a ser fértil y las corrientes de agua sal-
tan, el agua puede ser llevada a grandes distancias y fecundar el suelo. No
exagera nada esta visión de Isaías que tiene veintiocho siglos ya.

Una organización importante, la "Keren Kayemeth Leisrael" desarrolla metódicamen-


te la vida agrícola que permite a los judíos comprar las tierras desde su llegada a su
suelo y después regarlo y cultivarlo. En 1935, los judíos poseían una superficie de
120.000 hectáreas.

Esta compra de tierras es a menudo difícil, pues los árabes no quieren deshacerse
de ellas.

En el mes de febrero de 1935, todos los jefes del islam palestino, se reunieron en
Jerusalén, en Congreso, en los salones de la escuela musulmana, cerca de la Mezquita
de Omar y promulgaron edictos con penas terribles contra los árabes que vendieran
sus tierras a los judíos. Decretaron que les serían negados los honores fúnebres des-
pués de su muerte y que sus cuerpos no podían ser enterrados en el recinto de los
cementerios musulmanes83.

En la región de Bersabée, los jefes prestaron juramento sobre el Corán y sobre su


sable de no vender más tierras a los sionistas84.

83
"Jerusalén", mayo-junio de 1935, p. 87.
84
"La Palestina", diciembre de 1934.

102
A pesar de estas prohibiciones y de estos juramentos, los árabes abando-
nan sus tierras, a precios muy elevados, es verdad. ¿Pero no hay aquí una
fuerza irresistible e invencible que dirige los acontecimientos y los precipita?

Sobre la irrigación se hace el gran esfuerzo del "Keren Kayemeth" y de toda la em-
presa sionista. Usinas, barreras del Jordán, arcas de agua aseguran la distribución en
las ciudades y haciendas. Jerusalén desde fines de 1936, es alimentada con
agua corriente.

Pero al lado del regadío — tan urgente en Oriente — es preciso cuidar del sanea-
miento de los pantanos. El "Keren Kayemeth" se ocupa de esto, activamente. Es el
medio esencial para conquistar tierras insalubres e incultas y hacer de ellas un suelo
productivo.

En el mes de abril de 1935, la "Palestine Land Development Company" compró toda


la región del lago Merom, el Houleh a fin de desecarlo. Se cuenta con ver florecer ahí
en los próximos años una colonia de 30.000 judíos; éste no es actualmente más que
un país desierto, entregado a las fiebres palúdicas, habitado solamente por algunas
familias de beduinos85.

Si la empresa tiene éxito, esta región debe producir varias cosechas por año.

¿No ha anunciado Dios estos tiempos, por boca del profeta Amós?

"He aquí que vienen días, dice Yahvé, en que al arador le seguirá el segador, y al
que pisa las uvas el que esparce la semilla; los montes destilarán mosto, y todas las
colinas abundarán de fruto. Y haré que regresen los cautivos de Israel, mi pueblo; edi-
ficarán las ciudades devastadas, y las habitarán, plantarán viñas y beberán su vino;
harán huertos y comerán su fruto. Yo los plantaré en su propio suelo; y no volverán a
ser arrancados de su tierra, que Yo les he dado, dice Yahvé, tu Dios" (Am. IX, 13-15).

La reforestación también se realiza sobre la tierra. El "Keren Kayemeth" ha plan-


tado 130.862 árboles en 1934; el número total de árboles plantados desde
hace algunos años se eleva a 1.473.00086.

Los árboles frutales son numerosos, principalmente el plátano, el naranjo


y el schaddock que produce la cidra.

De Gaza a Lydda se extiende un verdadero bosque de naranjos.

"Los árboles dan su fruto, y la higuera y la vid sus riquezas. Los árboles darán fru-
tos" (Jl. II, 22).

Las viñas son tan productivas que las uvas abundan de julio a noviembre.

Estancias modelo son establecidas sobre todo el territorio, a fin de facilitar la ense-
ñanza y la cultura. "Pues reverdecen los pastos del desierto (…) Se llenarán de trigo las
eras, y los lagares rebosarán de vino y de aceite" (Jl. II, 22.24).

85
"La France de l'Est", Abril de 1935.
86
"Jerusalén", mayo-junio de 1935.

103
El desarrollo de la agricultura es un hecho particularmente interesante,
pues los judíos por su constitución física no parecen adaptarse fácilmente a
este género de trabajo. Ahora se cuentan ochenta mil agricultores judíos y
se constata un desarrollo físico de la raza: cuerpos robustos, espaldas an-
chas.

Se cuenta con poder de alimentar aproximadamente tres millones de hombres, por


la intensificación de la enseñanza y de la agricultura.

El esfuerzo industrial.

El desarrollo de las usinas es considerable. Se han establecido explotaciones de


bromo y de potasio cerca del Mar Muerto. Usinas de fuerza motriz se levantan cerca
del Jordán. Una represa cerca de Dagania ha hecho del lago Kinereth una gran reserva
para la producción de fuerza hidráulica.

No hay en Palestina ni crisis económica ni huelga; reina la mayor prospe-


ridad, mientras que en otras partes domina la crisis mundial.

La Universidad de Jerusalén.

Al mismo tiempo de proseguir la intensificación de la agricultura y el desarrollo in-


dustrial, los israelitas quieren que su vida intelectual y su cultura científica alcance
también su legítimo desarrollo.

En 1925 fué fundada sobre el monte Scopus, en Jerusalén, la Universidad


judía, donde el hebreo ha llegado a ser lengua viva como en toda la Palesti-
na Nueva. Actualmente esta Universidad cuenta con 80 profesores y 500 estudiantes.

Todas las ciencias se enseñan allí. Los cursos son hechos en hebreo.

La biblioteca posee más de 300.000 volúmenes.

Entre las últimas informaciones que nos han llegado, señalamos además la construc-
ción de navíos de comercio: el "Har Karmel" (Monte Carmelo), ostentando el pabellón
palestino, exporta los productos de las usinas del Mar Muerto, el "Tel Aviv" lanzado el
25 de febrero desplaza 10.000 toneladas y está entregado a la línea Haifa-Trieste.

En fin, desde 1935, los telegramas son transmitidos en hebreo.

***

Hemos referido anteriormente con algunos detalles las transformaciones de la Pales-


tina que han anunciado los profetas. Esto nos permite decir, verdaderamente, contem-
plando esta súbita explosión de vida en la tierra de Israel: "es el milagro judío".

Esta transformación económica prepara ciertamente la transformación política.

A Israel no falta más que el reconocimiento de su nacionalidad por todas


las potencias.

104
La nacionalidad judía ha sido abolida después de la conquista romana: Los
judíos quieren reconquistarla.

En 1932 se reunió en Lausanne un Congreso israelita para pedir a las potencias el


reconocimiento de los judíos como nación. Este primer Congreso no ha terminado; de-
ber ser reabierto. De todas maneras, este primer esfuerzo lleva hacia el restableci-
miento oficial de este pueblo, que cesará entonces de tener una nacionalidad postiza,
después de diez y nueve siglos.

¡Qué castigo ha caído sobre él por haber gritado, al presentar Pilatos a Jesús dicien-
do "he aquí vuestro rey", "no tenemos más rey que César"!

"¡No tenemos más rey que César!". César los ha arruinado, y los Césares
modernos, representados en la Sociedad de las Naciones, siguen negándoles
el derecho de ser una nación.

¡Pero Jesús vivirá más que César, y Él quebrará los Césares!

"De Sión vendrá el Libertador… y de esta manera todo Israel será salvo” (Rom. XI,
26-25)87.

CONCLUSION

"Ahora, pues, hijitos, permaneced en Él,


para que cuando se manifestare
tengamos confianza y no seamos avergonzados
delante de Él en su Parusía".

I Jn. II, 28

"PONED TODA VUESTRA ESPERANZA EN LA


GRACIA QUE SE OS TRAERÁ
CUANDO APAREZCA JESUCRISTO"

I Ped. I, 13

"Has de saber que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles. Porque los
hombres serán amadores de sí mismos y del dinero, jactanciosos, soberbios, maldicien-
tes, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, inhumanos, desleales, calumniado-
res, incontinentes, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traidores, temerarios,
hinchados, amadores de los placeres más que de Dios. Tendrán ciertamente apariencia
de piedad, mas negando lo que es su fuerza. A esos apártalos de ti” (II Tim. III, 1-5).

¡Cualquiera dice al leer tan sombría descripción que el Apóstol hablaba de


tiempos como los nuestros! ¡Si, al fin de los tiempos!

Pues bien, nada elevará una barrera más fuerte contra el amor de nosotros
mismos, contra el amor al oro, la insubordinación, las formas exteriores de

87
Recomendamos mucho: "Le retour d'Israel", por Max Marin, Desclée de Brouwer, 1935. Es-
ta obra ha aparecido después de la terminación de nuestro estudio y ella confirma nuestra con-
clusión.

105
una piedad que reniega de lo que haría su fuerza, que el desarrollo en noso-
tros de la esperanza de la vuelta de Cristo.

Debemos volver toda nuestra esperanza hacia esta gracia que nos será
dada el día de la manifestación de Jesucristo (I Ped. I, 13) para que vivamos
desde ahora en paz y alegría del alma.

Nuestra sociedad sufre de un profundo egoísmo, de una sed insaciable de dinero y


goces materiales y de su falta de sumisión a la ley de Dios.

¿En dónde está el remedio?

Para aprender a olvidarnos de nosotros mismos se nos proponen diversos medios.


Los métodos ascéticos son numerosos, pero nuestro aborrecible yo es un monstruo
que, como la hidra de Lemá, debe ser extirpado en sus siete cabezas a la vez. Nada
corta más radicalmente los tentáculos del yo que la espera de la manifesta-
ción de Cristo que puede producirse de un momento a otro. Nada domina mejor
nuestro yo que la lectura de las Santas Escrituras; ellas nos recuerdan sin cesar
los misterios que han de suceder. Un día Ángela de Foligno oyó una voz que le decía:
"La inteligencia de las Escrituras contiene tales delicias, que el hombre que
las posea olvidaría el mundo… No sólo olvidaría el mundo aquel que goce del
gozo inefable de la inteligencia evangélica, se olvidaría de sí mismo"88.

En contacto cuotidiano con la Biblia y penetrado del deseo vehemente de


la venida de su Señor y de la realización de su Reino, el alma justa, recta y
limpia se transformará, sin darse ni aun cuenta, porque apreciará las cosas
humanas y las divinas en su justo valor. Medirá las primeras y las colocará en su
lugar, es decir muy bajo: para las segundas las juzgará sin medida y comprenderá su
incomparable grandeza.

Al mismo tiempo el alma se olvidará casi de los bienes de la tierra, de sus riquezas y
placeres. Como el lirio de Salomón dejará al Padre Celestial el cuidado de revestirla de
El mismo, adornándola con su esplendor, porque es Él quien nos santifica del todo,
alma y cuerpo y quien nos conserva, irreprensibles para el advenimiento del Señor Je-
sús (I Tes. V, 23).

San Pablo señala los últimos tiempos marcados por aquellos hombres y
mujeres que no tendrán sino las apariencias de la piedad sin tener la reali-
dad de ella. ¡Apariencias de piedad! Sí, ritos, obligaciones cultuales cumpli-
das sin amor, peregrinaciones, novenas, medallas numerosas llevadas sobre
sí, procesiones acompañadas con mucha música, mucha luz… Todo eso, sa-
tisface a la plebe… Pero la verdadera piedad, aquella que transforma la vida;
la verdadera oración, aquella que se hace en el encierro de la habitación, esa
que pedía Jesús: la verdadera adoración "en espíritu y en verdad" ¿en dónde
están? "Los adoradores que piden al Padre" ¿en dónde están?

Nuestras oraciones son pedidos interesados y las más de las veces mur-
mullos en la aflicción. ¡Simples exterioridades sin realidad!

88
Angela de Foligno: "Le livre des visions". Trad. Hello, París. Tralin 1914, "L'Esperance", Pág.
61.

106
Al lado de aquellos que son "amadores de sí mismos" están los desobedientes.
Desobedientes a sus padres, desobedientes a las leyes civiles, desobedientes a Dios. Y,
sin embargo ¡es preciso que su voluntad se haga aquí en la tierra como en el cielo! Por
medio de nuestra sumisión a toda autoridad, apresuramos la venida del Reino de Dios.

Por fin constatamos que nuestra sociedad está poseída por un deseo inmenso de
gozar y de poseer.

Desde la gran guerra hemos visto multiplicarse los locales de diversión y podemos
actualmente medir la avaricia humana, esa "avaricia que es idolatría" (Col. III, 5). Asis-
timos a la búsqueda jamás satisfecha “¿Aquellos que (…) atesoraban la plata y el oro
en que los hombres ponen su confianza, y en cuya adquisición jamás acaban de sa-
ciarse?; ¿aquellos que labraban con tanto afán la plata, de modo que sus obras eran
sin igual?” (Bar. III, 17-18).

Totalmente contraria es la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo: "Haceos bolsas


que no se envejecen, un tesoro inagotable en los cielos, donde el ladón no llega, y
donde la polilla no destruye" (Lc. XII, 33).

Esta búsqueda del dinero, constituye para la masa la razón de ser de la existencia. Si
falta el dinero, el hombre se quita la vida; la ambición del dinero es el único incentivo
de la actividad del hombre.

Qué espantosa quimera comparada con la esperanza de la cual habla cada


página de este libro; la esperanza de la gloria, de la vuelta y del Reino de
Jesús… y de nuestra gloria asociada a la suya.

Que nuestras últimas líneas sean dedicadas a la "esperanza viva" (I Ped. I, 13), "a la
esperanza bienaventurada" (Tit. II, 13), a aquella que nos lleva "tras el velo" (Heb. XVI,
19) en donde está el secreto de lo invisible y de los misterios celestes.

San Juan Clímaco se expresaba así: "La esperanza es la imagen presente de los
bienes ausentes"89. Actualiza en cierto modo por el ardor del deseo, los mis-
terios del porvenir, como la liturgia actualiza conmemorándolos cada año,
los misterios pasados de la vida de Cristo. La fuerza del deseo nos arrastra hacia
el misterio "tras el velo en donde sólo puede penetrar la esperanza". Nos hace gustar
el sentido de lo oculto. En ella nuestras almas son arrebatadas por las cosas invisibles90,
porque de ese modo, encontramos el verdadero sentido de la realidad.

Si hemos sabido mirar las cosas invisibles y no las cosas visibles, "un peso eterno de
gloria" será nuestra medida superabundante, " porque las que se ven son temporales,
mas las que no se ven, eternas" (II Cor. IV, 18).

La Esperanza que el arte quiere representar es generalmente la figura de una mujer


con las manos tendidas hacia el cielo y sus pies desprendidos de la tierra; lleva a veces
un báculo, el báculo del peregrino, símbolo de su carrera anhelante hacia el fin supre-
mo, ardiendo en el deseo de alcanzarlo. También se ha dado a la figura iconográfica
de la esperanza representada bajo los rasgos de una mujer, el ancla, símbolo de aque-
lla que da seguridad al navío (Heb. VI, 19); lleva a veces trigo, frutas, una colmena,
símbolos "del labrador que espera el precioso fruto de la tierra aguardando con pacien-
89
S. Juan Clímaco: "La Escala Santa", 30 grado, 29.
90
Prefacio de Navidad.

107
cia hasta que reciba la lluvia de otoño y de primavera" (Sant. V, 7). Así debemos espe-
rar fortaleciendo nuestros corazones, " porque la Parusía del Señor está cerca" (Sant. V,
8).

Es la paciencia firme que nos sostendrá en nuestra vida de viajeros, como fué Moi-
sés sostenido en el desierto: "Se sostuvo como si viera ya al Invisible" (Heb. XI, 27).

La virtud de la esperanza nos permite contemplar ese invisible, y es ella quien ya


nos dice al oído – como el trigo verde canta al labrador que le mira, la belleza de la
próxima cosecha91 — los esplendores de la manifestación de Jesús con sus santos; la
esperanza nos dice: "¡Bienaventurado el que espere (…) Tú, empero, marcha hacia tu
fin y descansa, y te levantarás para (recibir) tu herencia al fin de los días” (Dan. XII,
12-13).

APENDICES

LAS PROFECIAS

¡Está cumplido! Hasta que El venga ¡Hechas están!


Jn. XIX, 30 I Cor. XI, 26 Apoc. XXI, 6.

Al frente del libro está escrito de mí

Sal. XL, 8.

Supongamos que tenemos en nuestras manos uno de esos rollos que se usan hoy
día en las sinagogas. Tal como lo hizo Jesús en Nazaret (Lc. IV, 17), desenrollemos el
pergamino y leamos.

Jesús dijo al morir: "¡Está cumplido!”.

Enseguida desenrollemos la otra parte del rollo y leamos las PROFECIAS


SOBRE LA SEGUNDA VENIDA. Al final del último libro de la Biblia, en el Apo-
calipsis, oiremos a Jesús — para quien el futuro es ya presente — afirmar la
plena realización: "Hechas están".

Entre las dos partes del rollo hay un espacio en blanco…, es nuestro tiempo, es el
tiempo de la Iglesia, el tiempo de la espera… "hasta que El venga".

¿CREEMOS realmente en el cumplimiento de las profecías, de las que se


realizaron con la primera venida de Jesús?

¿Esperamos realmente el cumplimiento de las profecías, de aquellas en


que se realiza la vuelta de Jesús?

91
Se ha escogido el color verde como símbolo de la esperanza porque es el color del trigo en
hierba, esperanza de la cosecha.

108
Coloquémonos por lo menos una vez en nuestra vida frente a las fuentes maravillo-
sas que nos ofrece la Iglesia, — por medio de la Biblia — para desarrollar nuestra fe y
nuestra esperanza.

¿Hemos bebido en esas fuentes?

Reflexionemos sobre este pasaje del Evangelio:

Cuando María llevaba a Jesús en su seno, — y sin verlo todavía, — Isabel le dice: " Y
bienaventurada la que creyó, porque tendrá cumplimiento lo que se le dijo
de parte del Señor” (Lc. I, 45).

Del mismo modo se cumplirán un día todas las cosas dichas de parte del
Señor, por los profetas y los Apóstoles relativas al Retorno y al Reino de Je-
sucristo, nuestro Salvador.

Entonces, felices aquellos que, al ver todas estas cosas, podrán decir, co-
mo San Mateo al fin de su Evangelio: "Todo esto ha sucedido para que se
cumpla lo que escribieron los profetas" (Mt. XXVI, 56).

***

A fin de permitir al lector darse cuenta de la importancia de la profecía en las Escri-


turas, hemos confeccionado una lista de los anuncios de la primera y de la segunda
Venida de Cristo, relacionando siempre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Creemos que un conjunto semejante no podrá dejar indiferente a ningún cristiano.

La lista de las profecías de la primera venida —realizadas a la letra — ha sido con-


feccionada con las referencias mismas de los Evangelios, a fin de evitar cualquier duda
en los que creen en su inspiración.

Algunas profecías de la Primera Venida, como por ejemplo la del Gen. III, 15, no se
han incluido por no hallarse citadas en el Nuevo Testamento.

En cuanto a las profecías sobre la Segunda Venida de Jesús, no pretendemos haber


hecho una lista completa, ni haberlas colocado en el orden en que se cumplirán.

Un gran misterio, queramos o no, se cierne sobre la manera de desarrollar el Rollo


del Libro en el "Día del Señor".

Esta confrontación entre las profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento son sobre
todo el resultado de nuestros estudios anteriores y personales sobre la Biblia. No los
hemos agotado y pueden ser citados aún muchos otros textos.

109
1) ANUNCIOS Y REALIZACIONES DE LAS
PROFECIAS DE LA PRIMERA VENIDA

I) Origen e infancia del Mesías

1) De la raza de Gen. XXII, 18 Mt. I, 17-17; Lc. III,


Abraham 23-24; Hech. III, 25.

2) De la tribu de Judá Gen. XLIX, 10 Mt. I, 2; Lc. III, 23-


30

3) De la familia de II Sam. VII, 12 Mt. I, 1-17; IX, 27;


David XXI, 9.15; XXII, 45; Lc.
III, 23-31; Rom. I, 3

4) Nacerá de una Vir- Is. VII, 14 Mt. I, 22-23


gen

5) Nacerá en Belén Miq. V, 1 Mt. II, 6

6) Tendrá que huir al Os. XI, 1 Mt. II, 15


Egipto y volver de allí

7) Los niños de Belén Jer. XXXI, 15 Mt. II, 17


serán masacrados

8) Jesús volverá a Is. XI, 1 Mt. II, 23; Jn. I, 45


Nazaret y será llamado (Netzer, en hebreo)
Nazareno

110
II) Vida pública

1) Juan Bautista pre- Mal. III, 1; Mt. XI, 10; Lc. VII, 27
cursor
Mt. III, 3; Mc. I, 2-3;
2) Predicción de Juan Is. XL, 3-5 Lc. III, 4-6; Jn. I, 23
Bautista

3) Iniciación de su Is. VIII, 23; IX, 1 Mt. IV, 12-16


ministerio público

4) Curación de los Is. LIII, 4-5; Mt. VIII, 17


enfermos

5) Carácter bondado- Is. XLII, 1-4; Sal. Mt. XII, 18-21


so del Mesías LXXII, 12-15

6) Jesús desenrolla el Is. LXI, 1-2 Lc. IV, 18-19


libro en la sinagoga de
Nazaret

7) Los fariseos serán Is. XXIX, 13 Mt. XV, 7; Mc. VII, 6-


hipócritas 7

8) Los judíos serán Is. LIII, 1 Jn. XII, 38


incrédulos

9) Pero para aquellos Is. XLIV, 3; LVIII, 11 Jn. VII, 38


que creerán en Jesús,
ríos de agua viva mana-
rán de su seno

111
III) Anuncios de su Muerte,
de su Resurrección y de su Ascensión

1) Jesús se compa- Núm. XXI, 8-9 Jn. III, 14-15


ra con la serpiente de
bronce

2) con Jonás Jon. II, 1 Mat. XII, 40-41; Mt.


XVI, 4

3) con el templo Jn. II, 19-23


arruinado y recons-
truido

4) Estará sentado a Sal. CX, 1 Mt. XXII, 44; Mc.


la derecha de Dios XII, 35; Lc. XX, 41

IV) La entrada a Jerusalén y la Pasión

112
1) Entrada de Jesús Zac. IX, 9 Mt. XXI, 7; Jn. XII,
en Jerusalén sobre el 12-17
asno

2) La alabanza de los Sal. VIII, 3 Mt. XXI, 16; Mc. XI,


niños 10; Jn. XII, 13

3) El templo y los Is. LVI, 7; Sal. LXIX, Mc. XI, 17; Jn. II, 17
cambistas 10

4) Israel que rechazó Sal. CXVIII, 22 Mt. XXI, 42; Mc. XII,
al Rey será rechazado 10; Lc. XX, 17-18

5) Jesús será odiado Sal. XXXV, 19; Sal. Jn. XV, 25


sin motivo LXIX, 5

6) Será vendido por Zac. XI, 12-13 Mt. XXVII, 8-10


treinta monedas de pla-
ta

7) Será traicionado Sal. XLI, 10 Jn. XIII, 18


por un amigo

8) Todos los discípu- Zac. XIII, 7 Mt. XXVI, 31; Mc. XIV,
los lo abandonarán. 27.
Dios herirá a los pasto-
res…

9) Será como una Is. LIII, 7; Jer. XI, 19 Hech. VIII, 32-33
oveja muda para el que
la esquila

10) Será objeto de Is. LIII, 3; Sal. XXII, Mat., 27, 29, 31 Juan
irrisión 7 19, 2-3

11) Le escupirán el Is. L, 6 Mt. XXVII, 30


rostro

12) Le pegarán en la Miq. IV, 14 Mt. XXVII, 30; Mc. XV,


cabeza 16-20; Jn. XIX, 2-3

13) Será flagelado Sal. CXXIX, 3; Is. L, 6 Jn. XIX, 1

14) Sobre la Cruz, Je- Sal. XXII, 8; Is. LIII, Mt. XXVII, 39-44; Lc.
sús será objeto de bur- 1-6 XXIII, 35-38; Mc. XV,
las 29-32

15) Jesús será conta- Is. LIII, 12 Mc. XV, 28; Lc. XXII,
do entre los malhecho- 37
res

113
16) Jesús tendrá las Sal. XXII, 17; Zac. Jn. XX, 25
manos y los pies tras- XIII, 6
pasados

17) Sus huesos no Sal. XXXIV, 21 Jn. XIX, 36


serán quebrados

18) Tendrá sed Sal. LXIX, 22 Jn. XIX, 28

19) Será abandonado Sal. XXII, 2; Is. LIII, Mt. XXVII, 46-47; Mc.
por el Padre 10 XV, 33-36

20) Su costado será Zac. XII, 10 Jn. XIX, 37


traspasado

21) Sus vestidos se- Sal. XXII, 19 Mt. XXVII, 35; Jn.
rán echados en suerte XIX, 24

22) Su sepulcro será


con el rico Is. LIII, 9 Mt. XXVII, 57

23) Se entregó El
mismo a la muerte Is. LIII, 12 Jn. X, 17-19

24) Resucita al tercer


día Jon. II, 1-11; Sal. XV, Mt. XXVIII; Mc. XVI;
10; Os. VI, 3 Lc. XXIV; Jn. XX, etc.

114
V) Algunos títulos del Mesías

1) Será. Sacerdote Sal. CX, 4; Heb. V-VII

2) Será profeta Deut. XVIII, 15 Hech. III, 22; VII, 37;


Lc. VII, 16; XXIV, 19;
Jn. IV, 19

3) Será la luz del Is. IX, 1; XLII, 6; Hech. XIII, 47; Jn. I,
mundo XLIX, 6; LI, 4 5.9; VIII, 12; IX, 5; Mt.
IV, 16; Hech. XXVI, 23;
Apoc. XXI, 24; Lc. II, 32

4) Será Hijo de Dios Sal. II, 7; LXXXIX, Mt. III, 17; XVII, 5;
27-28; Os. XI, 1 Mc. I, 11; IX, 7; Lc. III,
22; IX, 35; II Ped. I, 17;
Lc. I, 32; Jn. III, 16

5) "Y veis aquí uno I Rey. I, 37 Lc. XI, 31; Mt. XII, 42
superior a Salomón"

6) Será Rey I Sam. II, 10 Mt. II, 2; Lc. I, 32-33;


Jn. I, 49; XVIII, 37

LA ESPERA DE LA IGLESIA ESPOSA DE CRISTO

El Rey ha sido rechazado, pero es menester que El reine hasta que todo le sea so-
metido (I Cor. XV, 25).

Está sentado a la diestra del Padre: sacerdote y rey, compartiendo el trono de Dios.

Intercede sin cesar y extiende sobre la Iglesia su Esposa, su reino de gracia.

Pero volverá para reinar y tomará posesión del trono de David (Lc. I, 33).

La creación entera suspira por ese día (Rom. VIII, 19-26).

ESPEREMOSLE; VELEMOS, OREMOS… HASTA QUE EL VENGA.

ANUNCIO DE LAS PROFECIAS DE LA SEGUNDA VENIDA92

Algunos signos precursores

92
Respecto a las profecías sobre la primera venida nos hemos apoyado antes de todo en el
Antiguo Testamento para constatar su realización en el Nuevo. Aquí partiremos del Nuevo Tes-
tamento que anuncia con tanta claridad "el día del Señor" y buscaremos lo que han dicho sobre
él los Profetas del Antiguo Testamento.

115
1) Obscurecimiento Mc. XIII, 24; Mt. Is. XIII, 10; Jl. II,
del sol "negro como un XXIV, 29; Apoc. VI, 12; 10.31; III, 15
saco de crin" IX, 2

2) La luna no dará Mt. XXIV, 29; Mc. Jl. II, 10.31; III, 15;
más su luz "Cambiada XIII, 24; Apoc. VI, 12 Is. XIII, 10
en sangre"

3) Los astros caerán Mt. XXIV, 29; Mc. Jl. II, 10; III, 15; Is.
del cielo y las potencias XIII, 25; Apoc. VI, 13; XIII, 10
del cielo serán conmo- VIII, 10-11; IX, 1
vidas

4) La Bestia hará caer Apoc., XII, 4 Dan. VIII, 10


las estrellas

(Sobre los grandes signos precursores: Reagrupación de Israel, Apostasía de las Ma-
sas..., ver nuestra III Parte: "Los Signos").

La venida del Hijo del Hambre

116
1) El Hijo del hombre Lc. XXI, 27; Mc. XIII, Dan. VII, 13. La nube
vendrá sobre una nube 26; Mt. XXIV, 30; Apoc. acompaña siempre la
I, 7 presencia de Dios. Deut.
XXXIII, 26

2) Jesús lo predice al Mc. XIV, 62; Mt. XXVI, Sal. XVIII, 8-14; Deut.
sumo sacerdote 64 XXXIII, 26

3) La nube que lo cu- Hech. I, 11 Sal. CIV, 3


brió en su Ascensión lo
traerá nuevamente

4) El Señor descen- I Tes. IV, 16 Zac. XIV, 4


derá de los cielos

5) Enviará a sus án- I Tes. IV, 16; Mt. La trompeta, señal de


geles, al sonido de la XXIV, 31; I Cor. XV, 52; reunión: Ex. XIX, 13;
gran trompeta Apoc. VIII-IX; XI, 15 Num. X, 4-10; Jer. IV, 5

6) Aquellos que mu- I Tes. IV, 16; I Cor. Is. XXVI, 19; compa-
rieron en Cristo resuci- XV, 23; Apoc. XX, 5 Jn. rar con XXVI, 14 para
tarán los primeros. Re- XV, 29; Heb. XI, 35 aquellos que no resuci-
surrección "para la vi- tarán primero
da". "La mejor resu-
rrección"

7) Los ángeles reuni- Mt. XXIV, 31; Apoc. Los ángeles mensaje-
rán a los elegidos de los VII, 1 ros Sal. CIV, 4
cuatro vientos de una
extremidad a otra del
cielo

8) La marca del sello Apoc. VII, 3-9 Ez. IX, 4-7

9) Separación de los Lc. XXI, 36; XVII, 26- Noé en el diluvio:


elegidos para preservar- 36; II Ped. II, 4-10; Mt. Gen. cap. VII-VIII; Lot
los de la gran tribula- XXV, 1-13; XXIV, 37-44 en Sodoma, Gen. XIX.
ción y de la cólera divi- Primogénitos de los
na hebreos: Ex. XII, 12-14;
Mal. III, 15-18; Is. XXVI,
20.

10) Arrebatados so- I Tes. IV, 16; Jn. XIV, Henoc, Gen, V, 21-24;
bre las nubes 3; Heb. XI, 5. Elías II Rey. II, 11-17

11) Al encuentro del I Tes. IV, 17 Zac. XIV, 5


Señor

117
12) Viene acompaña- I Tes. III, 13; II Tes. Deut. XXXIII, 2-3; Sal.
do por miles de sus I, 10; Jud. 15 XIV, 5
santos y santas

13) El Anticristo des- II Tes. II, 8 Is. XI, 4; Job IV, 9


tituido por el soplo de la
boca del Señor y por el
esplendor de su venida

14) Destrucción de la Apoc. XIII; XIX, 20- Dan. VII-VIII


Bestia de la tierra y de 21
la Bestia del mar

15) Jesús que vuelve Apoc. III, 20; Lc. XII, Cant. V, 2
es comparado con el 37.
que llama a la puerta

16) Comparado a la Apoc. II, 28; XXIII, Núm. XXIV, 17


estrella matutina 16; II Ped. I, 19

17) A la llave de Da- Apoc. III, 7 Is. XXII 22


vid.

18) A la puerta abier- Apoc. III, 8 Ez. XLVI, 2


ta.

19) A un ladrón Apoc. III, 3; XVI, 15;


I Tes. V, 2; II Ped. III,
10; Mt. XXIV, 42-43 Luc.
XII, 39

20) "Entonces todo Apoc. I, 7; Mt. XXIV, Zac. XII, 10


ojo le verá, aún aque- 30; Jn. XIX, 37
llos que le traspasaron"

TIEMPO DE LA COLERA DEL SEÑOR

118
1) Las naciones se Mat. XXIV; 30; Apoc. Zac. XII, 10-14
lamentarán y golpearán I, 7
su pecho

2) Dirán a las rocas: Apoc. VI, 16; Lc. Os. X, 8; Is. II, 19-22
"caed sobre nosotros" XXIII, 30

3) Se ocultarán de la Apoc. VI, 17 Sof. II, 2-3


cólera del Cordero

4) Día de cólera con- Apoc. VI, 16; XIX, 15; Jer. X, 10; Sal. II, 5;
tra las naciones; su Rom. II, 5; Lc. XXI, 24 CX, 5; Ag. II, 22
tiempo ha concluído

5) Jesús combate las Apoc. XIX, 15; II, 27; Sal. II, 9
naciones con cetro de XII, 5
hierro

6) Con espada aguda Apoc. XIX, 15; II, 16; Deut. XXXII, 42; Jer.
de dos filos XIX, 21 XLVI, 10; Ex. XXII, 24;
Is. XXVII, 1; XXXIV, 6;
Ez. XXI, 14

7) Pisa el lagar de la Apoc. XIX, 15; XIV, Is. LXIII, 3-7


cólera ardiente de Dios 14-20

8) La cosecha y la Apoc. XIV, 14-20; Mt. Jl. III, 13; Jer. LI, 33
vendimia "La cosecha XIII, 39
es el fin del tiempo”

9) Tiene su bieldo en Lc. III, 17; Mt. III, 12 Jer. XV, 7


la mano

10) Quebranta a los Apoc. XIX, 17-21; VI, Sal. II; CX; LXVIII,
reyes y a su poder 15; XVIII, 9; Lc. I, 52 22-24; Hab. III, 12-14;
Dan. II, 31-36; Is. LII,
15

11) Ruina de Babilo- Apoc. XIV; XVII-XVIII Jer. XXV; L-LI; Is.
nia, figura del orgullo XIII-XIV; XXI; XLIII;
del mundo que se le- XLVI-XLVIII; Dan. V; Ez.
vanta contra Dios XXXI

EL REY CONSAGRA A SION

119
1) Jesús Rey, consa- Apoc. XVII, 14; Luc. I, Sal. II; I Sam. II, 10;
grado en Sión, la Mon- 33; Apoc. XIX, 16; Jer. XXIII, 5-8; Jer.
taña Santa La Transfiguración, XXXIII, 17; Dan. VII, 14;
figura del reino: Mt. XVI, Ez. XXXVII, 22; Zac. IX,
27-28 y XVII; Mc. IX; Lc. 9; XIV, 9; Sal. XXIV, 7-
IX; II Ped. I, 17; 10; CXLIX, 2; Is. XXXIII,
La entrada a Jerusa- 22
lén, figura del reino: Lc.
XIX, 29-45; Mc. XI, 1-
11; Mt. XXI, 1-16; Jn.
XII, 12-19

2) Recibe a las nacio- Apoc. XV, 3, Gal. III- Sal. II, 9; Jer. X, 7
nes por herencia IV

3) Es llamado Rey de Rom. XV, 8-12 Sal. XLVI, 11; XLVII,


las naciones 9; Is. XI, 12 (Setenta)

4) Las naciones ofre- Mt. II, 11; Fil. II, 9- Sal. LXXII, 8-12;
cen regalos al Rey y se 11; Rom. XIV, 11 LXVIII, 30-31; Is. LX, 5-
prosternan para adorar- 10; Sal. XXII, 29-30;
lo Mal. 14, 16 93 Is. XLV,
23; LX, 14; LXVI, 23

5) Unión de los judíos Mt. II; Rom. XV, 10; Sal. XLVII, 10; Deut.
y de las naciones Ef. II, 11-12; Gal. III, XXXII, 43; Miq. IV, 1-2;
28-29; Col. I, 12-23; III, Is. II, 2-4; LVI, 6-8; LX,
11; Jn. X, 16 5; Jer. III, 17; Zac. VIII,
20-23

6) Reino de justicia y Apoc., 5, 10 Apoc., Is. II y XI; XVIII, 22;


de paz 20, 4-6 1 Cor., 15, 25 LX-LXII; LXV, 17-25;
LXVI; Jl. III, 17-21; Am.
IX, 11-15; Sof. III, 14-
20; Miq. IV, 15; Zac. II;
Tob. XIII; Bar. V, 1-9

7) Seremos sacerdo- Apoc. I, 6; V, 10; XX, Ex. XIX, 6; Is. LXI, 3-


tes y reyes 6; I Ped. II, 9 1; Jer. XXXIII, 17-19

93
Nota del Blog: Mal la
cita

120
EN LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS

1) Satán desencadena- Apoc. XX, 7-11 Ez. XXXVIII-XXXIX; Sal.


do, la lucha final: Gog y L, 1-7; Sof. I; Hab. III
Magog

2) Resurrección general Apoc. XX, 11-15; Jn. V, Ez. XXXVII; Dan. XII, 2
"para el juicio" 29

3) Juicio de vivos y Apoc. XX, 11-15; Mt. Jl. III; Dan. XII, 2; Sal.
muertos XXV, 31-46; II Tim. IV, 1; XLVI, 10-13
Hech. X, 42; I Ped. IV, 5

4) El libro de la vida Apoc. III, 5; XX, 12.15 Dan. XII, 1; Is. IV, 3;
Sal. LXIX, 29

5) Entrega del reino al I Cor. XV, 24 Dan. VII, 13-14


Padre

6) Nuevos cielos y nue- Apoc. XXI, 1; II Ped. III, Is. LXV, 17; LXVI, 22
va tierra 13

7) Reino por los siglos Apoc. XXII, 5 Dan. VII, 14


de los siglos

8) Reinaremos por los Apoc. XXII, 5; II Tim. II, Dan., 7, 18


siglos de los siglos 5

9) El banquete de las Apoc. XXI, 9; Mat., 22, Sal. XLV; Todo el Can-
bodas del Cordero 1-11 tar de los Cantares

10) Jerusalén celestial, Apoc. XXII Ez. XLVIII-XLVIII; Is.


la ciudad mística LX-LXII; Tob. XIII, 19-23

11) No habrá más Apoc. VII, 16 Is. XLIX, 10


hambre ni más sed,

12) sino fuentes de Apoc. XXI, 6; VII, 17 Is. XLIX, 10; Zac. XIII,
agua 1; Ez. XLVII, 1-13

13) No habrá sol abra- Apoc. VII, 16 Is. XLIX, 10


sador

14) Ni lágrimas en los Apoc. VII, 17; XXI, Is. XXV, 8; Os. XIII, 14
ojos

15) No habrá más I Cor. XV, 26.55; Apoc. Is. XXV, 8


muerte XXI, 4

16) La muerte será Apoc. XX, 14-15; Mt. Is. I, 31; LXVI, 24; Mal.
arrojada en el estanque XIII, 42; XXII, 13; IV, 51; IV, 1
de fuego con todos lo que XXV, 30; Lc. XIII, 28
no están inscritos en el
libro de la vida. Y habrá

121
ahí llanto y crujir de
dientes

17) La gloria de Dios


sin principio ni fin Apoc. IV; V; XXII Is. VI; Ez. I, 10; Dan.
VII; I Rey. VIII, 11; Ex. XL,
35

II

EL REINO MILENARIO

Leamos primeramente el texto del Apocalipsis:

"Y ví un ángel descendiendo del cielo, teniendo la llave del abismo y una ca-
dena grande sobre su mano. Y se apoderó del Dragón, de la serpiente, la anti-
gua, que es Diablo (Calumniador) y el Satanás (Adversario) y lo ató por mil
años y lo arrojó en el abismo y cerró y selló sobre él para que no engañase más
a las naciones, hasta que se hayan consumado los mil años; después de esto
debe ser liberado poco tiempo. Y ví tronos y se sentaron sobre ellos y juicio se
les dio, y (vi) las almas de los que habían sido decapitados a causa de “el Tes-
timonio de Jesús” y a causa de “la Palabra de Dios”, y los que no adoraron a la
Bestia ni a su imagen y no recibieron la marca sobre la frente y sobre la diestra
de ellos; y vivieron y reinaron con el Cristo mil años. Los restantes de los muer-
tos no vivieron hasta que se hayan consumaron los mil años. Esta (es) la resu-
rrección, la primera. ¡Bienaventurado y Santo el que tiene parte en la resurrec-
ción, la primera! Sobre estos la segunda muerte no tiene autoridad, sino que
serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con Él los mil años” (Apoc. XX,
1-6).

De esta página del Apocalipsis se derivan tres hechos extremadamente claros: un


encadenamiento de Satanás que durará mil años. Una resurrección llamada la primera
para los mártires y los confesores que durante su vida no recibieron la marca de la
bestia (los impíos sólo resucitarán después). Un Reino de mil años con Cristo en los
cuales los resucitados son sacerdotes y reyes (V, 10 habla de un reino sobre la tierra).

Los hechos están expuestos con claridad. Sin embargo, a causa de los misterios que
los envuelven, muchos comentadores no han titubeado en declarar que estos hechos
se han realizado espiritualmente. Según ellos Satanás está encadenado; nosotros los
cristianos somos los resucitados de la primera resurrección, por el bautismo; y la Igle-
sia reina, libertada de Satanás en paz y justicia perfectas.

Ensayemos, con imparcialidad, exponer las dos opiniones, la de la Iglesia primitiva


hasta el siglo V, y la de la exégesis que ha dominado después.

La palabra "milenio" empleada muy comúnmente es un término latino que quiere


decir "mil años". Seis veces nos habla el Apocalipsis del reino de Jesucristo que debe
durar mil años, antes del reino de los siglos y los siglos. Puede ser que la cifra mil años
sea aproximativa solamente.

122
El Talmud enseñaba que habría un período de justicia y de paz sobre el
mundo cuando fuesen libertados los judíos y que reunidos en la Palestina el
Mesías reinaría sobre ellos.

Sin necesidad de recurrir al Talmud, no tenemos sino que leer los Profetas
del Antiguo Testamento para encontrar en ellos la certidumbre de un reino
mesiánico en Jerusalén. Casi todos anuncian de un modo análogo la restau-
ración de Israel con el Cristo por Rey y fueron esos textos proféticos los que
indujeron al error a los judíos cuando la primera venida, porque esperaban
en el Mesías al Rey que debía traer la justicia y la paz y dar a la humanidad
esa felicidad por la cual suspiraba.

Estos textos no están prescritos.

¿Se realizarán a la letra?

Esta opinión era la de los antiguos Padres de la Iglesia, de San Justino, de San Ire-
neo, de Tertuliano.

San Justino que vivió en el siglo II escribía al judío Trifón:

"Para mí, para los cristianos de ortodoxia integral sabemos que llegará la
resurrección de la carne, y que acontecerán mil años en una Jerusalén re-
construida, decorada y agrandada como lo afirman los profetas Ezequiel,
Isaías y otros"94.

Sin embargo, ciertas concepciones groseras y materialistas se deslizaron en esta


creencia. Papías de Hierápolis decía que la fertilidad de la tierra sería tal que las parras
darían racimos de dos mil granos. Estas exageraciones absolutamente condenables95
debieron excitar reacciones violentas; algunos llegaron hasta a negar la autenti-

94
Justino: “Diálogo con Trifón”, cap. 80.

95
Nota del Blog: Yerra aquí la autora y de tal manera que no es posible dejarlo pasar, por
las siguientes razones:
a) Estas palabras no las trae solo san Papías sino también San Ireneo ( Adv. Haer. L. V, c. 30,
4).
b) Ninguno de los dos santos traen estas palabras como propias, sino que hacen de testigos:
ambos las habían escuchado, ora del mismo San Juan, como parece ser el caso de Papías, ora
de discípulos inmediatos, como San Ireneo que parece las oyó de San Policarpo y otros Presbí-
teros.
c) El texto de Papías citado por Ireneo tiene todos los visos de ser hiperbólico y metafórico,
como se puede ver por el uso constante del número diez mil y por el hecho de que los racimos
hablan.
d) Sin embargo, detrás de la metáfora se esconde una realidad, ya profetizada desde el A.T. y
es la abundancia de la tierra durante el Milenio.
e) Por último, y no menos importante, “aunque la narración se tome en sentido literal y pro-
pio, en absoluto en ella se contiene propiamente palabras carnales, ni indignas de la santidad
de Dios ni de la pureza de los santos. En ella no se proponen comidas inmoderadas ni deseos
insanos, sino solamente se describe, con una cierta hipérbole y gran exageración, la fertilidad y
fecundidad de la tierra, que es don de Dios”. Rovira Juan, S.J., “El Reino de Cristo Consuma-
do en la tierra”, vol. 1, pag. 63-64; 2016, Barcelona, Ed. Balmes.

123
cidad del Evangelio de San Juan y su Apocalipsis para refutar todo concepto
milenarista.

Pero esta idea no había muerto. San Agustín y su maestro San Ambrosio fueron
fervientes defensores del reino milenario. San Agustín abandonó más tarde, sin em-
bargo, su opinión y explicaremos por qué.

Según su pensamiento primitivo, dividía la vida de la humanidad en milenios,


comparados con los días de la creación, conforme lo expresa el Salmo XC, en el cual se
dice que, para Dios, mil años son como un día. La vuelta de Cristo marcaba pues el fin
del sexto milenio

"Y cuando el sexto milenio haya transcurrido, escribe San Agustín, cuando haya sido
hecha la gran separación de los malos y los buenos (de los malos y los buenos de los
cuales ha hablado anteriormente) vendrá el reposo y el Sábado misterioso de los san-
tos y justos de Dios (es decir los mil años apocalípticos). En seguida, del séptimo día,
cuando hayamos contemplado en el aire esa hermosa cosecha, la gloria y los méritos
de los Santos, entraremos en esa vida y en esa paz de la cual se ha dicho que ojo no
ha visto, ni oído ha escuchado, ni el corazón del hombre ha subido hacia lo que Dios
tiene preparado a los que, le aman"96.

Por lo tanto, San Agustín consideraba antes de la bienaventuranza suprema


u octavo día, un sábado o reposo maravilloso del Cristo y de sus Santos: el
séptimo milenio. Debía ser el Edén reconstruida donde reinaría Cristo y sus
santos. La imagen bíblica del lobo y el cordero viviendo juntos ¿no nos per-
mitirían evocar el florecimiento de ese reino de justicia y paz? (Is. II, 6-8).

Desgraciadamente en vez de considerar este reino misterioso como un


reino de cuerpos resucitados, de vida espiritualizada, de paz y pureza en
presencia del Rey de reyes, un estado que debía parecerse al de Jesús des-
pués de su resurrección97, que conservando la visión de su Padre podía, sin
embargo, alimentarse, vivir como nosotros, andar sobre la tierra, aparecer y
desaparecer; en vez de considerar el reino apocalíptico de mil años como
anticipación de la vida celestial, muchos se dejaron llevar por la prescripción
de realizaciones carnales y goces de orden puramente material.

96
San Agustín. Sermón 256 pár. 2.
97
Es muy importante, lo creemos, considerar que debemos reproducir punto por
punto la vida terrestre y gloriosa de Cristo. ¿No debemos acaso llegar a su edad per-
fecta? Como El resucitó, resucitaremos nosotros. Entonces, como vivió durante 40
días, como resucitado, sobre la tierra y en lugares invisibles a la vez — sin perder la
visión de su Padre — ¿no deberemos nosotros también vivir esa misma vida? El
reino de mil años ¿no será la exacta reproducción de esta vida misteriosa de Jesús
resucitado, durante 40 días? Si, en cambio, el reino de mil años abraza nuestra vida
actual — perfectamente apacible, con Satán encadenado --¿somos nosotros resuci-
tados? No, evidentemente. Entonces: ¿cómo podemos reproducir en nosotros esta
vida de Cristo resucitado? El reino milenario sería entonces aniquilado, a menos que
sea simplemente idealizado.
Hay todavía una observación que no ha de ser desechada. Jesús resucitado vivía,
lo sabemos por los Evangelios y los Hechos, en medio de los no resucitados. Pues
bien, una de las objeciones esgrimidas contra el reino de mil años y que, según se
dice, no es posible aceptar, es que haya al mismo tiempo sobre la tierra resucitados
y no resucitados. Pero exactamente esto es lo que tuvo lugar durante los 40 días de
la vida gloriosa de Nuestro Señor en la tierra.

124
Entonces para combatir este error San Agustín cambió bruscamente de opinión. En
“la Ciudad de Dios" reconoce que lo que ha dicho anteriormente

"Se puede admitir creyendo que durante ese séptimo milenio (o reino de mil años
del Apoc.) los santos gozarán de algunas delicias espirituales a causa de la presencia
del Salvador; y agrega: Yo he pensado antes de ese modo.

"Pero como aquellos que adoptan esta creencia dicen que los santos vivirán en con-
tinuo festín, sólo las almas carnales podrán creer como ellos, por eso es que los espiri-
tuales los han llamado "Chiliastas", de una palabra griega que puede traducirse literal-
mente por "milenaristas".

En seguida San Agustín trata de dar una nueva interpretación al reino milenario para
destruir la esperanza de un reino terrestre y grosero.

"Respecto a los mil años pueden ellos comprenderse de dos maneras: o bien todo
esto sucede en los últimos mil años, es decir en el sexto milenio cuyos últimos años
transcurren actualmente98. Estos últimos años serán seguidos del Sábado que no tiene
tarde, es decir, del reposo de los santos que no tiene fin, de modo que la Escritura
llama aquí mil años la última parte de ese tiempo; considerando una parte por el to-
do99.

Este es pues, el texto que tuvo más tarde tanta resonancia en la exégesis católica,
¡texto al cual se refieren siempre, pero sin transcribirlo! Es por lo demás bien
confuso. Autorizaría en la primera parte a admitir el milenio en sentido lite-
ral:

"Se puede admitir que durante ese séptimo milenio los santos gozarán de algunas
delicias espirituales. Yo he pensado antes de ese modo".

Pues bien, aunque la Iglesia no ha condenado jamás la opinión de un reino terrestre


de Jesús con sus fieles, antes de la resurrección de los impíos para el juicio general100,
los exégetas católicos enseñan comúnmente que ese reino milenario está
actualmente en curso y que las profecías que se referían a la gloria de Jeru-
salén reconstituida eran el anuncio de la paz y seguridad que goza la Iglesia
libertada de Satanás desde Constantino, es decir, desde el fin del paganismo
oficial.

Leemos, por ejemplo, en el comentario que hace Fillion del Apoc., lo siguiente:

98
¿Creía entonces San Agustín en la próxima vuelta de Cristo?: estos " últimos
años" duran todavía!...
99
San Agustín ha marcado anteriormente los próximos dos milenios el 7° y el 8°.
Suprime en adelante el octavo y reúne todo bajo el séptimo milenio, el de los mil
años del Apocalipsis: "la parte por el todo".
100
Un decreto del Papa Gelasio, cuya autenticidad no es cierta, es el único acto oficial que
podría estar dirigido contra el milenarismo (Lesetre: "Dictionnaire de la Bible" de F. Vigoroux,
artículo Millénarisme, T. IV, col. 10913).

125
"Cristo ha establecido su reino; hace triunfar la verdad, la justicia, la santidad desde
su Encarnación y por consiguiente inaugura una era de felicidad para los suyos que
reinan con El, siendo reyes al mismo tiempo que súbditos"101.

¿Quién podrá creer que ya triunfan la verdad, la justicia, la santidad?: más


aún, ¿que reinamos efectivamente con Cristo, y que la Iglesia no ha conoci-
do persecución desde Constantino por estar encadenado Satanás?

Esta exégesis deja en extraña penumbra la gran página del Apocalipsis.

Sabemos todos, por el contrario, que la verdad, la justicia, la santidad, son virtudes
ignoradas de la mayor parte de los hombres; aun aquellos que "practican" su religión.
El Príncipe de este mundo tiene una actividad bien singular. ¡La Iglesia ignora entonces
las persecuciones que ha sufrido en los últimos siglos! Recordemos el anticlericalismo y
el combismo próximos a nosotros. Consideremos lo que sucede en la URSS y en Ale-
mania.

Hay que colocar al lado de la página del Apocalipsis que acabamos de citar, un texto
de los Hechos de los Apóstoles, que se refiere sin duda alguna a los tiempos de resta-
blecimiento maravilloso.

San Pedro, en su gran discurso del cap. III, dice lo siguiente:

"Arrepentíos, pues, y convertíos, para que se borren vuestros pecados, de modo que
vengan los tiempos del refrigerio de parte del Señor y que Él envíe a Jesús, el Cristo, el
cual ha sido predestinado para vosotros. A Éste es necesario que lo reciba el cielo has-
ta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las que Dios ha hablado desde
antiguo por boca de sus santos profetas" (Hech. III, 19-21).

¿Qué ha de ser, pues, "ese tiempo de restauración de todas las cosas" en que el cie-
lo nos envíe nuevamente a Nuestro Señor Jesucristo como lo anunció San Pedro?

El R. P. Jacquier, en su comentario de los Hechos, responde con mucha sabiduría:

“Pedro habla aquí de la Parusía del Cristo, no como del TIEMPO DEL JUICIO FINAL
SINO COMO DEL TIEMPO DEL REINO MESIANICO que será para los judíos el reino de
la felicidad tan a menudo anunciado por los profetas102”.

Por lo tanto, el R. P. Jacquier disocia claramente la Parusía del Juicio final


y coloca entre los dos el reino mesiánico al cual llama "Tiempo de la restau-
ración de todas las cosas".

Era ésta en efecto en los primeros siglos la opinión de los Padres de la Iglesia, de
Justino, Ireneo, Tertuliano y el mismo San Ambrosio.

Recuerdo claramente que siguiendo en otros tiempos cursos de apologética se nos


insistía cuánto debíamos tener en consideración las doctrinas de los Padres de la Igle-
sia primitiva. ¿Qué autoridad era la de San Justino y San Ireneo principalmente? Este
último fué el depositario directo de la enseñanza del Apóstol Juan — por lo tanto, del
Apocalipsis — por su maestro Policarpo. Debía conocer los pensamientos del Apóstol
101
Fillion, "La Santa Biblia comentada". T. VIII, Apoc., cap. XX p. 372.
102
R. J. Jacquier "Les Actes des Apótres", p. 112, Gabalda.

126
mejor que nadie; y si él más que ningún otro afirma lo del reino milenario, ¿no debe-
remos tomar muy en cuenta su opinión?

Un punto inquietante nos queda todavía a propósito de esta cuestión: ¡es la ten-
dencia actual de los exégetas católicos a "espiritualizar o a idealizar" —dice
el abate Fillion — las páginas del Apocalipsis!

El R. P. Allo habla en este sentido y el abate Lesetre ha escrito en el "Diccionario de


la Biblia":

"Ha prevalecido la explicación alegórica y espiritual del texto apocalíptico. La inter-


pretación espiritual de los pasajes escatológicos de Isaías y del Apocalipsis no puede
ser ignorada y ella hace hoy día ley en la Iglesia"103.

¿Es acaso más fácil espiritualizar así las Escrituras? Sin duda que es más fácil para
nuestra fe que titubea y para nuestra débil esperanza. Pero semejante interpreta-
ción no está conforme con las encíclicas pontificias: "Providentissimus" de
León XIII y "Spiritus Paraclitus" de Benedicto XV.

Si es así ¿por qué no espiritualizamos las profecías del Antiguo Testamen-


to que anunciaban la primera venida del Cristo? Se nos dirá que es porque
estamos obligados a reconocer la perfecta y literal realización: nuestra razón
está dominada por el cumplimiento histórico del hecho.

Pero entonces los judíos de otro tiempo ¿no habrían tenido el derecho de
espiritualizar, antes de su cumplimiento, las profecías sobre la primera veni-
da, por ej. "La Virgen que concebirá", diciendo: "en ella no debemos esperar
sino una realización espiritual, símbolo ideal de pureza de la Madre del Me-
sías"? Porque, ¡una Virgen concebir!... Y respecto a la Pasión ¿por qué no
hubiesen podido espiritualizar las manos y los pies atravesados, la túnica
tirada a la suerte, el golpe de la lanza, etc., etc…?

Vemos a qué negación, a qué racionalismo nos lleva fatalmente desde que dejamos
de tomar las escrituras a la letra, salvo en los casos de parábolas o alegorías evidentes.

¿Podemos considerar alegoría lo que no nos es presentado como tal por ejemplo en
el Apocalipsis?

¿Podemos tomar idealmente "Las palabras del Señor afinadas y modeladas hasta
siete veces en el crisol"? (Sal. XII, 7).

¡Dios no habla para que su "palabra quede sin efecto" (Is. LV, 11) y sea una simple
imagen, un bello sueño ideal!

***

Los Padres de la Iglesia que creían en el Milenio, lógicamente creyeron también en


una primera resurrección para los justos de acuerdo con la enseñanza tantas veces
repetida del Nuevo Testamento.

103
H. Lesetre: "Dictionaire de la Bible", T. IV, artículo citado, col. 1096.

127
Esperaban pues, "la mejor resurrección" (Heb. XI, 35) aquella en que "los muertos
en Cristo resucitarán" (I Tes. IV, 16) "cada uno por su orden... luego los de Cristo en
su Parusía" (I Cor. XV, 23).

Leemos en la Didakhé o DOCTRINA DE LOS APOSTOLES (Siglo I):

"Entonces aparecerán los signos de la verdad: primer signo los cielos abiertos; se-
gundo signo, el sonido de la trompeta; tercer signo, LA RESURECCION DE LOS MUER-
TOS, NO DE TODOS ES VERDAD, pero según lo que ha sido dicho: "El Señor vendrá y
todos sus Santos con Él". Entonces el mundo verá al Señor "viniendo sobre las nubes
del cielo" (Cap. XVI, 6-8).

Y en San Justino (Siglo II):

"Sabemos que sucederá una resurrección de la carne y que pasarán mil años en la
Jerusalén reconstruida… los que hayan creído en nuestro Cristo pasarán mil años en
Jerusalén después de lo cual sucederá la resurrección general" (Diálogo con Trifón.
LXXXI 5, LXXXI, 4).

Sería fácil multiplicar estas citas hasta San Ambrosio.

Si estudiamos de cerca el texto original griego, notaremos que el Nuevo


Testamento distingue claramente la resurrección de los muertos, es decir la
resurrección general de todos los muertos, los malos como los buenos, de la
resurrección de entre los muertos. Esta última frase indica que hay otros
muertos que quedan atrás104 y es por eso que San Pablo enseñaba que cada uno

104
El término "de entre los muertos" es empleado 49 veces en el Nuevo Testamen-
to; 34 veces hablando de la Resurrección de Jesús de la cual sabemos que fué "de
entre los muertos"; 3 veces hablando de la resurrección de San Juan Bautista su-
puesta por Herodes, 3 veces hablando de la de Lázaro que también fué "de entre los
muertos"; 3 veces hablando en figura de la liberación de la muerte y del pecado; 1
vez en la parábola de Lázaro y del mal rico; 1 vez a propósito de Abraham, creyendo
que Dios podría devolver la vida a Isaac; 4 veces para significar la resurrección futu-
ra "de entre los muertos".
Detallamos los cuatro últimos textos:
1. Cuando resucitarán "de entre los muertos" los hombres no tendrán mujer, ni las mujeres
maridos, pero serán como los ángeles del cielo (Mc. XII, 25).
2. El texto paralelo de San Lucas es más expresivo aún: "mas los que hayan sido juzgados
dignos de alcanzar el siglo aquel y la resurrección de entre los muertos” (Lc. XX, 35-36). Ningún
malo puede tomar parte en esta resurrección porque está dicho: "Serán iguales a los ángeles,
serán hijos de Dios". Por eso es que Jesús la llama en otra parte "resurrección de los justos" (Lc.
XIV, 14).
3. En los Hechos (IV, 2) los Saduceos se irritan de que Pedro y Juan "predicasen en Jesús la
resurrección de entre los muertos”.
4. En la Epístola a los Filipenses (III, 11) la proposición griega "ek" se encuentra bajo una
doble forma bien significativa. Pablo quiere conocer la virtud de la resurrección de Cristo… "por
si puedo alcanzar la resurrección (eis ten exanástasin), la que es de entre los muertos” (ten ek
nekrón). Esta insistencia tan manifiestamente voluntaria tiene por objeto el evitar toda confu-
sión posible.
Ahora el término "ek nekrón" (de entre los muertos) no se aplica jamás a los impíos.

128
resucitará "por su orden: como primicia Cristo; LUEGO LOS DE CRISTO en su Parusía…
el último enemigo destruido será la muerte" (I Cor. XV, 23-26).

En cuanto a la resurrección para el juicio (Jn. V, 24) o resurrección final de


todos los que no hayan participado en la primera, ella será la "resurrección
de los muertos".

Ya no se dirá de entre los muertos.

Entonces vendrá el castigo POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS para unos, o la gloria
POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS para los otros, con Cristo que entregará el reino a su
Padre.

***

Hemos tratado de levantar un poco el velo que cubre estas cuestiones discutidas.

Por una parte, los cristianos de los cinco primeros siglos creyeron en el reino milena-
rio y en la "primera resurrección"; esperaban con fe y esperanza la realización de las
profecías sobre la segunda venida del Señor.

Por otra parte, los exégetas enseñan actualmente que ¡esas esperanzas se han reali-
zado en la Iglesia, en la cual reina la justicia y la paz mientras Satanás está encadena-
do y que los cristianos son resucitados por el bautismo!...

No nos toca a nosotros dirimir la cuestión.

La esperanza de la Iglesia primitiva en el reino milenario, después "de la restaura-


ción de todas las cosas" (Hech. III, 21) y la renovación de la tierra, es esencialmente
escriturística; pero es evidente que toda concepción naturalista grosera es condenable,
y debe ser absolutamente excluída105.

Sólo Aquél que es “la luz del mundo" puede, si le place, levantar el velo sobre estos
grandes textos y su realización.

"La resurrección de entre los muertos, ¿podrá significar otra cosa en estas cuatro citaciones
que "la primera resurrección"? (Apoc. XIX, 5). Cf. W. E. B. "Jesús revient". Neuchâtel, Dela-
chaux et Niestlé, p. 54-56.
105
Damos aquí algunas referencias sobre autores de los primeros siglos favorables al reino de
mil años:
Epístola de Bernabé (XV, 4-9).
Doctrina de los Apóstoles (Didakhé XVI).
Papías, Obispo de Hierápolis, citado por Eusebio (Ec., III, 39).
San Justino, Diálogo con Trifón, LXXX y passim.
San Ireneo. Contra las Herejías, 32-35.
Tertuliano. Dice que cree en el reino de mil años después de la vuelta de Jesús y que ha tra-
tado de ello en su libro De spe fidelium, hoy día perdido.
Lactancio. Div. Institut. VII, 21.
San Ambrosio. De bono mortis 45-47.
Sulpicio Severo. Dial. Gallus, 11, 14.
San Agustín. Sermón 259, 2.

129
III

LA VUELTA Y EL REINO DE CRISTO EN LA LITURGIA

La liturgia romana ha tenido el mayor empeño en actualizar el misterio de Cristo,


con el fin de permitir a los fieles el vivir día a día la acción redentora del Salvador.

El año litúrgico, que es como un compendio de la vida de Jesús, se divide en dos ci-
clos: ciclo de Navidad y ciclo de Pascua. Coloca bajo nuestra vista y a nuestro corazón
los grandes acontecimientos de esta vida, con el objeto de que podamos concretizarlos.

La existencia de Jesús — como hombre — ha tenido un comienzo: es su venida a la


tierra y su nacimiento en Belén. Pero esta primera venida tendrá su continuación mag-
nífica en su vuelta gloriosa al fin de los tiempos.

No es extraño pues, que la liturgia haya pensado acercar estos dos sucesos del Se-
ñor, el uno humilde, el segundo magnífico, y puesto que el segundo es nuestra espe-
ranza suprema la Iglesia romana hace de él el Omega de su liturgia.

En el primer Domingo del año litúrgico — 1° Domingo de Adviento, — lee-


mos el Evangelio de San Lucas que expone los signos precursores de la vuel-
ta de Cristo; y en el último Domingo del año — 24° después de Pentecos-
tés — leemos el mismo anuncio en el Evangelio de San Mateo.

El año litúrgico en su comienzo y en su fin quiere llamar la atención del


cristiano sobre el suceso por el cual debe suspirar continuamente, que es la
base de su esperanza y que San Pablo sintetiza así: "¡Tanto en su aparición
como en su reino!".

ADVIENTO

La liturgia de Adviento pone a luz las dos venidas de Jesucristo. Podríamos creer que
la Iglesia sólo piensa en su nacimiento y, por el contrario, evoca sobre todo su vuelta y
su reino futuro.

Desde las primeras vísperas del 1° Domingo hasta la 3° antífona se nos di-
ce el modo cómo vendrá Jesús: "Y vendrá Yahvé, mi Dios, y con Él todos los san-
tos" (Zac. XIV, 5).

El invitatorio de Maitines llama al Niño Dios "el rey que debe venir" y el famoso
responsorio "Aspiciens a longe" nos dice "que mirando a lo lejos se ve venir el poder
de Dios sobre una nube que cubrirá toda la tierra. Salid a su encuentro". Entonces se
canta el versículo: "Elevaos puertas y entrará el Rey de la Gloria" (Sal. XXIV).

El responsorio siguiente (el 2°) nos recuerda el admirable texto de Daniel (VII, 13-
14) "Uno parecido a un hijo de hombre, el cual llegó al Anciano de días… Y le fue da-
do… el reino… Su señorío es un señorío eterno que nunca será destruido”.

Más adelante, en el 5° responsorio, cantamos: "vivamos sobria, justa y piadosamen-


te en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del
gran Dios” (Tito II, 12).

130
Los himnos de Vísperas, Maitines y Laudes dicen también que El vendrá por segunda
vez.

El segundo Domingo de Adviento agrupa tantos textos sobre la vuelta de Cristo que
sin excepción todos los responsorios del oficio de la noche y las antífonas de
Laudes cantan su aparición gloriosa. Podemos considerar algunas frases de estos
textos proféticos, pensando en el próximo nacimiento del Niño Jesús en sentido aco-
modaticio, pero todos tomados a la letra son textos escatológicos.

Se canta entre ellos un versículo que se repite a menudo sacado de Habacuc (II, 3):
"Llegará a su fin y no fallará; si tarda, espérala. Vendrá con toda seguridad, sin falta
alguna”. Sin duda que cuando se compuso la liturgia del Adviento encontraban los cris-
tianos que Jesús tardaba demasiado y se les quiso exhortar a la paciencia: SI TARDA,
ESPERADLE; PUES VINIENDO, VENDRA!106.

El tercer Domingo de Adviento desarrolla la misma idea, une las dos venidas y anun-
cia el reino futuro. La antífona del "Benedictus" nos hace cantar: "Reinará sobre el
trono de David y su reino no tendrá fin" (cfr. Is. IX, 6).

Podríamos citar aún las antífonas de los últimos días de Adviento; siempre el mismo
deseo de dar luz sobre la vuelta y el reino de Jesús. Las generaciones que nos prece-
dieron comprendían que si la evocación del nacimiento de Jesús era útil a la santifica-
ción personal, ¡más fecunda era para el alma, la vida en la esperanza del gran misterio
futuro, aquel que el Espíritu Santo nos enseña si sabernos escucharlo! (Jn. XVI, 13).

TIEMPO DE NAVIDAD

La liturgia de Navidad es la continuación de la liturgia de Adviento. Insiste sobre la


gloria de la realeza de Cristo. Desde la primera antífona lo saluda con el título de "Rex
Pacificus". "El Rey pacífico ha sido glorificado, aquél cuya faz desea toda la tierra" (Cf.
I Rey. X, 23).

Los textos celebran al "Rey de Reyes, al Príncipe de la Paz, al Esposo que sale de la
Cámara Nupcial". Todos los salmos de Maitines de Navidad son escogidos para que
veamos en el Niño de Belén al Rey de Gloria que en los últimos días dominará a sus
enemigos y los destruirá como vasos de alfarero.

Los Salmos II, XVIII, XLIV, XLVII, LXXI, LXXXIV, LXXXVIII, XCV, XCVII forman una
apoteosis admirable y cantan al “más excelso entre los reyes de la tierra" (Sal. LXXXIX,
28).

Las misas de Navidad nos permiten penetrar en el Misterio Futuro conservándonos


muy cerca del corazón ardiente del Niño recién nacido.

La epístola a Tito (II, 11-15) nos exhorta a esperar "La bienaventurada esperanza".
Los trozos cantados de la misa de la aurora glorifican al “Príncipe de la paz, al Señor
que reina revestido de gloria. Su trono está establecido por toda la eternidad. Alégrate
hija de Sión, que ya llega tu Rey".
106
La traducción literal del hebreo es "Si tarda esperadle porque vendrá seguramente; y se
cumplirá con toda seguridad".

131
En la Misa del día, la Epístola a los Hebreos proclama la fuerza del reino: "¡Tu trono,
oh Dios, por el siglo del siglo; y cetro de rectitud el cetro de tu reino! ". El ofertorio nos
recuerda que "Justicia y rectitud son las bases de tu trono" (Sal. LXXXIX, 15).

Bastaría pues que viviéramos la liturgia del Adviento y de Navidad para comprender
la importancia del gran misterio escondido, el misterio del fin de los tiempos.

Hace algunos años en 1909 en Mazara del Vello (Italia), se fundó una co-
munidad de religiosas cuyo fin principal fué esperar la vuelta de Cristo. Estas
"veladoras" pensaron que lo mejor que podían hacer era rezar diariamente
el oficio de Adviento. Llevaban en el dedo un anillo de oro grabado con las
palabras del Apocalipsis "Ven, Señor Jesús" y sobre el pecho y la frente —
como nuevas filacterias - escrita la misma frase, el llamado de la Esposa al
Esposo.

Esta orden no tuvo éxito, cesó de existir. ¿No es un indicio del gran olvido en que ha
caído entre los cristianos el pensamiento de la vuelta de nuestro amado Salvador?

TIEMPO DE EPIFANIA

La Epifanía es la verdadera fiesta de Cristo Rey que la Iglesia celebra des-


de hace siglos. Toda su literatura está orientada a la alabanza de la realeza
maravillosa de Cristo.

Hemos hecho notar que un día los judíos supieron mostrar a los gentiles dónde es-
taba su Rey107. Estos lo encontraron, en cambio las tinieblas espirituales cegaron a los
judíos. Pero en el último día su nombre será conocido por todos: "Rey de Reyes y Se-
ñor de señores" (Apoc. XIX, 16).

El Introito de la Epifanía canta esta realeza (Mal. III, 1 y I Paral. XXIX, 12): "Ha lle-
gado el Soberano Señor; en su mano tiene el reino, el poder y el imperio".

El salmo LXXII contiene casi todos los trozos cantados de esta fiesta, tanto en la Mi-
sa como en el Breviario. Algunos versículos de este salmo son particularmente típicos
para mostrar cuál será la realeza futura del Mesías: "Y Él dominará de mar a mar. y
desde el Río hasta los confines de la tierra. Ante Él se prosternarán sus enemigos, y
sus adversarios lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán tributos;
los reyes de Arabia y de Sabá le traerán presentes. Y lo adorarán los reyes todos de la
tierra”

Todos estos textos no pueden referirse sino a la segunda venida y Reino,


puesto que el día en que los Magos llegaron a Belén, su cortejo no se parecía
a esa enumeración de reyes de que nos habla el salmo LXXII, ni a la que
describe magníficamente Isaías LX y que nos presenta la Epístola. "Muche-
dumbre de camellos te inundará, dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos vienen de
Sabá, trayendo oro e incienso y pregonando las glorias de Yahvé".

107
Cf. el capítulo: "¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer?".

132
A raíz de las excavaciones hechas en Persépolis, ha aparecido una escala monumen-
tal que ilustra admirablemente esos cortejos de príncipes llevando sus regalos y cuya
descripción es tan viva en el salmo LXXII y en Isaías.

Los tiempos de Adviento, Navidad y Epifanía, forman por el conjunto de


sus textos litúrgicos una síntesis de la vuelta y del Reino de Jesús. Forman
como escalones que cada año nos permiten avanzar en la comprensión de
los grandes misterios futuros. Acercan admirablemente las dos venidas del
Señor: "Viene para salvar a su pueblo de los pecados", dice el ángel a José (1° Adv).
"Viene para reinar sobre la casa de Jacob”, dice el ángel a la Virgen María (2° Adv.). Se
ofreció una sola vez para llevar los pecados de muchos, otra vez aparecerá, sin pecado,
a los que le están esperando para salvación (Heb. IX, 28).

CICLO DE PASCUA

El ciclo de Pascua que comienza con Septuagésima, no se preocupa de poner en


evidencia la vuelta de Jesús como lo hace el ciclo de Navidad.

En la Iglesia primitiva la Cuaresma era la gran preparación al bautismo; la liturgia


será entonces una enseñanza para los catecúmenos. Nos recuerda la importancia que
tiene el acercar el Antiguo al Nuevo Testamento (misas diarias de Cuaresma), a encon-
trar en la lectura de la palabra de Dios la verdadera vida del alma. "La semilla es la
palabra de Dios" (Lc. VIII, 11° Dom. de Sexagésima). "No de pan sólo vivirá el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt. IV, 4. 1° Domingo de Cuares-
ma).

Escogeremos dentro del ciclo de Pascua sólo algunos textos absolutamente típicos
que anuncian la vuelta y el reino.

FIESTA DE LA ASCENSION. La Epístola de este día nos asegura en términos ab-


solutamente claros la segunda venida: "Este Jesús que de en medio de vosotros ha
sido recogido en el cielo, vendrá DE LA MISMA MANERA que lo habéis visto ir al cielo"
(Hech. I, 11).

FIESTA DE PENTECOSTES. En el Evangelio leemos la promesa de la vuelta.


"Me voy y volveré a vosotros" (Jn. XIV, 28) y los trozos cantados del salmo CXVIII
dicen la gloria de Aquél que vencerá definitivamente a sus enemigos.

La liturgia de la popular fiesta, de CORPUS CHRISTI, nos hace repetir — tres ve-
ces al día en Breviario — "¡Hasta que El venga!"108. "Anunciaréis la muerte del
Señor hasta que El venga" (I Cor. XI, 26).

El nuevo oficio de la FIESTA DEL SAGRADO CORAZON ha escogido como segunda


lección el texto de Jeremías. Es la vuelta, terrible para los impíos, de Jesús en un
torbellino, en el furor impetuoso de la tempestad que va a desencadenarse
sobre los culpables. "No cesará el ardor de la ira de Yahvé hasta realizar y cumplir
los designios de su corazón. AL FIN DE LOS TIEMPOS ENTENDERÉIS ESTO” (Jer. XXX,
24)109.

108
Ver Capítulo: "Hasta que El venga".

133
La liturgia de la FIESTA DE CRISTO REY es un maravilloso epitalamio para
mostrarnos la Vuelta y el Reino. Forman parte de ella los textos más notables del
Apocalipsis, de Daniel, de San Pablo y de San Juan. Citaremos sólo uno — SERIA NE-
CESARIO CITARLOS TODOS: — “¿Entonces eres tú rey? Jesús responde a Pilatos: "Tú
lo dices, yo soy Rey y para eso he nacido" (Jn. XVIII, 36). Este texto resume en sí la
liturgia incomparable de esta fiesta que hace cantar a los cristianos los Salmos Reales.
Son estos los salmos XCII, XCVI, XCVIII que comienzan todos por estas palabras: "El
Señor es Rey". Esta fiesta es la expresión verdadera del brillo glorioso de su
reino110.

En la FIESTA DE TODOS LOS SANTOS la liturgia nos presenta una síntesis del
misterio del reino: reino de gracia y reino de gloria. Reino de gracia aquel
que se abre a nuestra alma y que el Evangelio de las Bienaventuranzas nos
enseña a construir en nosotros mismos por la pobreza, la dulzura, las lágri-
mas, el amor de la justicia, de la misericordia, de la paz. La Epístola nos
transporta por la lectura del Apocalipsis (VII, 2-12), al Reino de la gloria, "a
la hora admirable de la concentración del nuevo pueblo de Dios compuesto,
por una parte, de ciento cuarenta y cuatro mil, pertenecientes a las doce tri-
bus de Israel que fueron marcadas y, además, por la multitud incontable de
todas las naciones y tribus, de todos los pueblos y lenguas. ¡Todos, judíos y
gentiles, "están de pie frente al trono en presencia del Cordero!".

Esta última fiesta del año litúrgico es de una síntesis prodigiosa: reino de gracia y
reno de gloria111, en donde será hecha la concentración de todos los elegidos, ¡Aleluya!

TIEMPO DESPUES DE PENTECOSTES

Las últimas fiestas de que hemos hablado forman parte del tiempo después de Pen-
tecostés. Ahora veremos que la liturgia propia de este tiempo, la de los Domingos, nos
habla de la Vuelta de Cristo.

Los 24 Domingos — a veces algunos más según la fecha de Pascua - señalan los si-
glos que transcurren desde la Ascensión hasta la Vuelta del Señor Jesús. La Iglesia ha
querido que encontremos una enseñanza viva de nuestra "feliz esperanza" y en ella
nos habla frecuentemente de la segunda venida.

LA IGLESIA HA ESCOGIDO EL COLOR VERDE A CAUSA DE LA ESPERANZA


DE LA VUELTA DE CRISTO. El color verde dice Dom Guéranger expresa la esperanza
de la Esposa (la Iglesia) que sabe que su suerte ha sido confiada por el Esposo al Espí-
ritu Santo, bajo cuya dirección hace su peregrinación112. Nosotros agregaremos que el
color verde es el color del trigo nuevo que anuncia la cosecha al fin del siglo
predicha por Jesús (Mt. XIII, 39) y por el Apoc. (XIV, 15-16). Es la espera
paciente del labrador "en la esperanza del precioso fruto de la tierra" (Sant.
IV, 7).

109
Todo este capítulo de Jeremías es escatológico y responde a nuestro estudio: "Él quiebra
las cabezas sobre toda la tierra".
110
Ver Capítulo: "Yo soy Rey y para esto he nacido".
111
Ver Capítulo: "Mientras vivimos es preciso acercarnos al trono de la gracia".
112
D. Guéranger. Año Litúrgico. Tiempo después de Pentecostés. T. 1, pág. 8.

134
Al fin del tiempo después de Pentecostés — mes de Noviembre — las lectu-
ras de la Biblia son de los profetas Exequiel y Daniel, "cuya mirada después
de haber recorrido la sucesión de los imperios, penetra hasta el fin de los
tiempos, y la de los profetas menores que anuncian las venganzas divinas,
los últimos de los cuales anuncian al mismo tiempo la vuelta del Hijo de
Dios"113.

A partir del XVIII Domingo después de Pentecostés, los textos litúrgicos


nos recuerdan en términos bien claros la próxima venida del Señor Jesús.
"Remunera a los que esperan en Ti, para que se vea la veracidad de tus profetas"
(Ecles. XXXVI, 18), canta el Introito y recibimos la promesa de ser mantenidos irrepro-
chables hasta su vuelta (Epist. I Cor. I, 4-8).

En el Domingo XIX, escuchamos el llamado del Rey al festín de las bodas del Es-
poso, tan deseadas y esperadas114.

En el Domingo XX, San Pablo nos aconseja redimir el tiempo, porque los días son
malos (Ef. V, 15-21).

En el Domingo XXI, la enseñanza se hace cada vez más apremiante; es el "día ma-
lo", el día de Satanás… del Anticristo. Debemos vestirnos con la armadura de Dios, es
decir: verdad, justicia, predicación del Evangelio, fe, palabra de Dios, para resistir al
enemigo (Ef. VI, 10-17), al enemigo que ataca a Job (ofertorio), al enemigo que ataca
a Mardoqueo (introito). Pero cantamos en la comunión nuestra seguridad de ser liber-
tados por la Vuelta de Cristo: "Desfallece mi alma suspirando por la salud que de Ti
viene; cuento con tu palabra" (Sal. CXVIII, 81).

El Domingo XXII, abre una esperanza luminosa en el porvenir. "Tengo la firme


confianza de que Aquel que en vosotros comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta
el día de Cristo Jesús" (Fil. I, 6-11). Es el Domingo del Día de Jesucristo, como el
precedente fué el día del Anticristo, el "día malo".

A partir del Domingo XXIII se hace cada vez más clara la enseñanza:
anuncia la concentración de Israel, el gran llamado del cautiverio: "os con-
gregaré de entre todos los pueblos, y de todos los lugares adonde os he desterrado"
(Jer. XXIX, 11-15).

El Salmo CXXIX proporciona los textos cantados; en los primeros tiempos era can-
tado entero. He aquí algunos versículos traducidos del hebreo: "Desde lo más profundo
clamo a Ti, Yahvé, Señor, oye mi voz… Si Tú recordaras las iniquidades, oh Yah, Señor
¿quién quedaría en pie? Mas en Ti está el perdón de los pecados, a fin de que se te
venere. Espero en Yahvé, mi alma confía en su palabra. Aguardando está mi alma al
Señor, más que los centinelas el alba”.

Este Salmo "De Profundis" es el salmo de los que "aguardan", de los que
"esperan", de los que "aguardan en la noche", en la noche de la fe en la vuel-
ta del Señor"115.

113
D. Guéranger, op. cit. t. 1, pág. 8.
114
Ver Capítulo: "He aquí el Esposo que viene".
115
El Salmo CXXIX aparece en las 2° vísperas de Navidad, para señalar la espera de los judíos.

135
¿Seremos nosotros esos fieles centinelas, o más bien somos aquellos de que habla
San Pablo a los Filipenses, "que no gustan sino de las cosas de la tierra"? "la ciudada-
nía nuestra es en los cielos, de donde también, como Salvador, estamos aguardando al
Señor Jesucristo" (Fil. III, 20).

El Domingo XXIV, nos enseña por medio de la Epístola que Dios nos ha "nos ha
trasladado al reino del Hijo de su amor" (Col. I, 9-14).

Ese reino de gracia prepara el reino de gloria que está a la puerta, puesto que el
Evangelio nos dice cuáles son los signos trágicos que anunciarán la venida del Hijo del
Hombre: "Sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad" (Mt. XXIV, 15-35).

Nuestra esperanza se realiza. Podemos contemplar la Señal del Hijo del Hombre116.

Sobre esta visión de gloria para los justos, y de desolación para los impíos, cae la
gran cortina del drama que nos hace vivir el año litúrgico: el drama del misterio de
Cristo.

En la secreta de esta misa elevamos a Dios una última súplica bien necesaria para
los últimos días:

"Señor, vuelve hacia Ti nuestros corazones para que seamos libertados de las con-
cupiscencias de la tierra".

Misas del Común de los Santos

El Común de los santos es un conjunto de misas compuestas para los bienaventura-


dos cuya fiesta no tiene liturgia especial.

En su origen estos "comunes" eran misas propias de santos particularmente venera-


dos: Santa Inés, San Martín, San Esteban, San Lorenzo.

La composición de las misas del común de mártires se remonta generalmente al si-


glo XI; los otros comunes: confesores pontífices, doctores, confesores no pontífices,
abades, vírgenes y santas mujeres fueron elaboradas un siglo o dos más tarde, en ple-
na Edad Media.

Las misas de estos últimos comunes hacen alusiones frecuentes por los
textos escogidos a la vuelta de Cristo y a la necesidad de velar para esperar-
lo. Cada misa, sin excepción, nos recuerda sobre todo por el Evangelio el de-
ber primordial del cristiano, de ser un vigilante que espera al Maestro, al Rey
o al Esposo.

En el primer momento pensamos que todos esos textos han estado allí durante ocho
siglos para recordarnos la vuelta gloriosa del Señor; sin embargo, después de un estu-
dio prolijo de comparación con el espíritu de la Edad Media respecto a "las cosas que
están por venir", hemos constatado que la acumulación de textos escatológicos no ha
sido colocada ahí para hacernos temblar de alegría con el pensamiento de la vuelta

116
Ver Capítulo: "Todo ojo verá".

136
gloriosa de Jesús con sus santos, sino para inspirarnos el temor de la muerte individual
y del juicio de Dios.

Estos textos — del fin de los tiempos — están ahí para prepararnos a bien
morir; confusión evidente de la Parusía y de la muerte117.

Otro fué el cuidado de la liturgia antigua en el Tiempo después de Pentecostés como


lo hemos señalado, que quiere enseñarnos la vuelta de Cristo y no la muerte. Esta con-
fusión corresponde con la transformación del arte en la misma época como lo expon-
dremos más adelante.

Los siglos XII y XIII quitaron su corona al Rey del Apocalipsis, al Cristo
glorioso para mostrarnos en sus catedrales únicamente al juez, y escenas de
horror y condenación. Parece que la Edad Media sólo consideró el juicio de
Dios, terrible sí, pero sólo para los impíos; las escenas de condenación se
muestran con amplitud extraordinaria, sea con las esculturas de piedra de
las catedrales, o bien en las escenas de los misterios representados frente a
esas mismas esculturas. Se nos muestran también en los libros de las Horas,
sobre telas pintadas, en las tapicerías y danzas macabras.

Parece inevitable la condenación; fué entonces cuando se compuso el trágico Dies


irae. ¿Cómo conciliar este canto con la definición dogmática de la visión beatífica otor-
gada a los justos después de la muerte, si en el día del juicio, el justo, el elegido ape-
nas estará seguro: "cum vix justus sit securus?".

El fin de los tiempos ha llegado a ser un espanto para los que en él piensan;
entonces para calmar a las almas inquietas, la liturgia dice: ¡Pensad en vues-
tra muerte, estad prontos para ese día! De ahí la transposición de los textos
escatológicos en lecciones de moral y de "bien vivir", porque ¡hay un arte de
bien vivir y de bien morir! El Ars moriendi de Venard era leído asiduamente durante
la Edad Media118.

Pero si el común de las misas no ha tenido por fin principal despertar la


atención de los cristianos sobre la vuelta de Jesús, cuando fueron compues-
tas en los siglos XII y XIII, ¿no podemos nosotros restablecer en su verda-
dero sentido esas páginas escatológicas que leemos diariamente? ¿No po-
dremos olvidar nuestro punto de vista personal, aunque sea excelente como
sería el de nuestra muerte, y comprender que hay una alegría reservada,
una recompensa magnífica "para aquellos que aman su Venida"? (II Tim. IV,
8).

Entre los textos escatológicos más significativos que figuran en las misas de los co-
munes, notamos:

Evangelio de los talentos (Mt. XX y Lc. XIX).

Evangelio del servidor que vela (Mt. XXIV y Mc. XIII)119.

117
Ver Capítulo: "El día del Señor vendrá corno un ladrón".
118
Es preciso notar que la misa del último día del año — fiesta de San Silvestre —
no está compuesta sino por textos escatológicos. Preocupación evidente de hacer
pensar en la muerte.

137
Tened vuestras ropas ceñidas y la lámpara prendida (Lc. XII).

Evangelio de las Vírgenes necias y prudentes (Mt. XXV)120.

Promesa de tronos para juzgar (Mt. XIX).

Parábolas del Reino de los Cielos (Mt. XIII).

¡Espera de la venida del Señor can amor! (II Tim. IV).

De este modo la liturgia prepara para el día del Señor desde el Adviento
hasta el Domingo XXIV después de Pentecostés a cualquiera que sepa leer y
comprender, con el fin de vivir los misterios futuros; a cualquiera que tenga ojos para
ver y oídos para oír y corazón para vivir121.

Asistimos en estos últimos años a una renovación del espíritu litúrgico entre los cató-
licos; ¿no podemos esperar por medio de la oración oficial de la Iglesia una renovación
de esa Esperanza Viva, que es la ALEGRE ESPERA DE LA VENIDA DEL SEÑOR JESUS Y
DE SU REINO GLORIOSO?122.

IV

CRISTO REY Y HOMBRE EN EL ARTE

El arte cristiano primitivo se inspiró en los dogmas; mucho tiempo conservó el espíri-
tu tradicional de los primeros siglos, que enseñaba a las masas las glorias del reino
mesiánico después de la vuelta gloriosa de Cristo.

Con el objeto de apoyar nuestra tesis en el Arte, tomaremos tres temas iconográfi-
cos que nos parecen muy significativos, y seguiremos bajo este punto de vista la evo-
lución del arte cristiano. El arte cristiano representó hasta el siglo XII la realeza de
Cristo. Enseguida su humanidad tomó este lugar. En vez del pequeño rey aparece co-
mo niño juguetón; en vez del Cristo coronado de piedras preciosas, aparece el Cristo
coronado de espinas; en vez del Rey en majestad aparece el Hijo del hombre mostran-
do sus llagas.

El siglo XIII quita definitivamente su corona a Jesús

Paso a paso seguiremos la evolución de la representación de Cristo: en los brazos de


su madre—clavado en la cruz—volviendo sobre las nubes. La evolución producida en
estas tres formas iconográficas de la figura de Cristo es absolutamente la misma; per-
derá a través de los siglos su majestad real para ser finalmente privado de su corona.

119
Capítulo: "Guardaban las velas de la noche".
Ver
120
Capítulo: "He aquí el Esposo que viene".
Ver
121
Ver
Capítulo: "Ojos para no ver".
122
traducciones de este capítulo son tomadas del Misal del Rev. Dom Cabrol (Mame), y
Las
del Breviario traducido por Dom Gréa (Desclée, de Brouwer).
Las traducciones corresponden al texto latino y no al original hebreo o griego. Hemos tomado
para esta parte litúrgica la numeración de los salmos según la Vulgata.

138
I. EL NIÑO Y LA MADRE

Nuestro primer tema es Jesús niño sobre las rodillas o en brazos de su Madre. Esta
representación iconográfica de Cristo toma su carácter en Bizancio; la Virgen está sen-
tada y tiene al Niño sobre sus rodillas: los dos sobre el mismo eje, los dos en actitud
hierática y real. Numerosas imitaciones de la "Théotokos" (Madre de Dios) se encuen-
tran en Roma en donde se conservan todavía once en las cúpulas de las diferentes
basílicas, siendo la más famosa de ellas la de Santa María Mayor.

Las Catedrales de Francia en el siglo XII estaban adornadas de esta escena llena de
grandeza en la cual María presenta su Hijo Rey a la adoración de los hombres. Las más
de las veces María tiene en su mano el cetro real que el Niño es impotente aún de
mantener. El cetro es el gran símbolo que lo señala: "Va a destruir todas las naciones
con cetro de hierro" (Apoc. XII, 5).

La dignidad es la característica de estas estatuas: el arte quiere servir a la gran cau-


sa del Rey divino. Las catedrales de Chartres, de París, poseen las más bellas; la esta-
tua de la Mayor en Marsella tiene un carácter oriental casi salvaje. Más graciosa es la
de Monserrat.

Pero pronto asistimos a la transformación de este espíritu primitivo; poco


a poco van desapareciendo la dignidad de la Madre y del Niño. Vemos enton-
ces un Niñito que juega sobre la falda de su Madre con el globo terráqueo;
así se nos representa en el precioso marfil de la Saint Chapelle en el Louvre. La Virgen
de Monserrat sostiene con respeto ese globo que pasa a ser después juguete del Niño.
¿No representa el globo el signo iconográfico del don prodigioso que Dios ofrece a su
Hijo? "Pídeme y te daré en herencia las naciones, y en posesión tuya los confines de la
tierra" (Sal. II, 8).

El artista que sin duda ha querido halagar el sentido dogmático disminuido de los
cristianos de entonces, evoca a la Virgen María como una mamá dichosa, entretenida
con el Niño risueño y amable, que sólo es un "chico". A veces le ofrece el pecho que Él
toma ávidamente, o bien con audacia introduce su manecita por la túnica entreabierta
de su madre.

No hay duda que estos grupos están llenos de matices muy humanos; son a ve-
ces — salvo algunos — verdaderas obras maestras de expresión femenina e infantil.
Un arte joven lleno de savia se nos revela en estas estatuas y nos deja una sonrisa en
el corazón.

La Virgen de Marturet en Riom es verdaderamente encantadora con su "chiquitín


taimado"; el pajarito que tiene en su mano lo ha picado y él se enoja; deliciosos son
ciertos cuadros de las escuelas del Norte que nos presentan escenas en que la Virgen
envuelve al Niño con los pañales, o calienta su cuerpecito desnudo frente al fuego
mientras los ángeles secan sus ropas al calor de la llama. En otros, la Madre hace to-
mar su sopita al Niño como en Gerardo David; para que el Niño tome bien la sopa la
madre le da una cucharita tal como hacían nuestras mamás con nosotros. ¡La cucharita
sopera ha venido a reemplazar el cetro real en las manos del Salvador del Mundo!

¿Es este un arte que servía para enseñar dogma al pueblo o para hacer brotar de su
corazón una oración?

139
¡Este arte humano se transformó en pagano!

Cuando seguimos el simple desarrollo de este primer tema iconográfico de "El Niño y
la Madre" se excusa la reacción protestante que suprimió la reproducción de las imá-
genes: ya los abusos no se medían.

De este modo nuestro Jesús del siglo XII, Rey con cetro y corona real, sentado en el
trono de los brazos maternos se transforma en el siglo XIII en un niño juguetón, diver-
tido y por fin en "¡un chiquitín"!

2. EL CRUCIFIJO

Nuestro segundo estudio es el de Jesús Crucificado. Deberíamos decir para ser verí-
dicos: (por lo menos cuando nos referimos a los siglos antiguos) el tema de Jesús glo-
rificado sobre la Cruz.

Repugnaba, parece, a los artistas primitivos representar al Salvador sobre la Cruz


bajo el aspecto humillado y doloroso. Se consideraba su muerte como un triunfo y mu-
chas veces se confundía en el mismo tema iconográfico su crucifixión con su resurrec-
ción. "Sobre algunos sarcófagos, escribe M. Bréhier, la cruz desnuda se levanta coro-
nada de laureles entre los cuales se destaca un monograma; dos palomas, signos de la
resurrección, se posan sobre los brazos de la cruz y a los pies de ella están los solda-
dos dormidos. Las dos escenas, coma vemos, están fundidas en una sola composición
que expresa maravillosamente el sentido de triunfo que se daba al sacrificio del Calva-
rio"123.

Pronto vemos que se aísla a la cruz; pero como en el ábside de San Apolinario "in
classe", de Ravena, es una gran cruz de pedrerías en la cual no figura el Crucificado.

En Monza, la cruz aparece vacía aún, pero a ambos lados están crucificados los la-
drones. Más tarde esta misma cruz, todavía vacía, coronada por un busto de Cristo en
un medallón; por fin, tenemos una cruz de orfebrería copta, que se conserva en el Mu-
seo del Cairo, que nos representa a Jesús sobre la cruz vestido con una larga túnica.

Se ha dado ya con el tema y se seguirá desarrollándolo. Pero Cristo sobre la cruz


permanece siempre Rey, y a menudo está coronado de piedras preciosas; su faz es
dulce y viril, pero no dolorosa. Lleva una larga túnica o colobium. Uno de los ejempla-
res más notables de este tema es el de Santa María la Antigua en el Palatino, atribuído
al siglo VIII.

La catedral de Amiens conserva un hermosísimo ejemplar de este CRISTO, VIVO Y


REY, SOBRE LA CRUZ. Italia venera el famoso San Voult de Luca.

Hasta aquí la cruz ha sido un trono, una glorificación para Aquél que en ella reposa.
El crucificado es un Rey, no es un ajusticiado. Pero pronto en el siglo XIII, desapa-
rece su carácter real y es Jesús hombre quien se nos muestra moviéndonos a
la compasión. ¡Cómo no conmoverse al ver los dolores físicos atroces del crucificado,
ante sus miembros estirados, sus manos crispadas, sus rodillas encogidas, su faz apa-

123
L. BREHIER, "L'art chrétien", París, Laurens, Pág. 80.

140
gada, dolorosa, lamentable! Su cabeza está inclinada porque desde esa época Jesús es
representado muerto sobre la Cruz.

La crucifixión de la parte superior de la catedral de Reims nos muestra este profundo


cambio; mejor aún, el Cristo del Louvre, obra de Courajod, o bien el del Giotto, y por
fin el encantador bajorrelieve de San Julián el Pobre, colocado bajo el altar.

Pero sobre todo es la crucifixión de Matías Grünewald la que nos permite medir la
distancia enorme entre los dos temas, Cristo Rey sobre la Cruz y el hombre crucificado.

El realismo ha llegado a su cúspide y el místico que contempla esta representación


dolorosamente trágica, alimenta su imaginación de estas ideas conmovedoras pero
humanas. Olvida la realeza de Cristo para dar rienda suelta a su compasión por el po-
bre hombre, hombre de dolores solamente; aun se ha llegado a llamarlo "despojo hu-
mano".

3. EL QUE HA DE VOLVER

Las escenas del juicio final en el arte, se apoyaron principalmente sobre dos fuentes
de inspiración, según si se consideraba la glorificación de Cristo como Rey en majestad,
o bien como Juez que muestra sus llagas para confusión de los impíos.

Las reproducciones más antiguas se inspiraban en el primer tema; a partir del siglo
XIII se prefirió el segundo con el objeto de atemorizar a las masas con el pensamiento
de la vuelta del Señor.

El último libro de la Biblia con sus páginas misteriosas, con las escenas
trágicas que vio Juan en Patmos fué muy popular en Francia en el siglo XI.
Se leía, se comentaba el Apocalipsis en los monasterios y los artistas forma-
dos a menudo por los monjes nos han dejado una serie de frescos célebres.
Los de San Savian son notables. Iluminaron manuscritos y esculpieron alta-
res para enseñar al pueblo algunas de las grandes visiones de San Juan. El
pórtico de Moissac pertenece a esta admirable serie apocalíptica.

E. Male ha creído poder establecer que estas fachadas del sur de Francia encontra-
ron su inspiración en los manuscritos, inspirados a su vez en un comentario del siglo
VII del abad Beatus, de la abadía benedictina de Liébana en España124.

Los artistas de Moissac y de Arles otorgaron la corona real a Jesús y lo representa-


ron en plena gloria. Pero, bien pronto en Chartres, en Mans, en Burgos, aunque guar-
daron la inspiración apocalíptica, EL CRISTO DEJA DE SER CORONADO. Por fin en el
siglo XIII aparece el nuevo tema: Jesucristo muestra sus llagas como lo hacía sobre la
Cruz y los ángeles a su alrededor llevan "los signos del Hijo del Hombre".

En los temas iconográficos considerados anteriormente, el arte olvida al Rey, para


no pensar sino en la humanidad, en el pequeño Niño, en las llagas del divino crucifica-
do. Aquí pasa igual cosa; sin embargo, el tema, a pesar de su evolución, conserva su
insigne grandeza y todo su alcance teológico. La escena trágica del día del Señor ha
guardado su majestad impresionante.

124
E. MALE. L'art religieux du XII s. en France. París. Colín, ch. I p 4 y ss.

141
El arte bizantino había concebido la escena del Juicio Final con ciertas particularida-
des iconográficas que ya hemos señalado.

Jesús vuelve sobre las nubes sentado sobre un arco-iris: muestra también sus llagas.
A sus pies está un trono magníficamente adornado y vacío; hay un libro colocado sobre
él, probablemente el del Juicio Final, dos serafines y dos ángeles lo custodian. Detrás
del trono están colocadas una lanza, una cruz, la esponja y a los pies del trono en acti-
tud suplicante hay dos ancianos: Adán y Eva.

El trono ha permanecido vacío desde el Paraíso: el Salvador del hombre va a venir a


ocupar el trono como nuevo Adán. Esta magnífica concepción teológica está admira-
blemente conservada en Torcello.

Esta idea de la "preparación del trono" o hétimasia se encuentra también


independiente de la representación del Juicio Final; así podemos ver en Ravena
en el Bautisterio de los Arrianos o en un hermoso bajorrelieve de la colección de
Béarn125. Tras el trono vacío que espera a su dueño están colocados igual-
mente los instrumentos de la Pasión de Cristo, porque por este camino ha
llegado a la gloria.

"¿No era necesario que el Cristo sufriese así para entrar en su gloria?" (Lc. XXIV, 26).

Esta transformación que los tres temas tratados ha sufrido en la iconografía y que es
familiar a los artistas y al pueblo, no puede haberse producido en un conjunto tan per-
fecto sin que causas profundas hayan determinado un cambio evidente del espíritu
entre los siglos XI y XIII.

La Iglesia primitiva debió luchar contra la herejía concerniente a la divini-


dad del Mesías; para refutarlas se mostró a Cristo en su poder como Rey,
aún en la humillación del Gólgota.

Pero más tarde la sensibilidad toma un giro curioso en nuestro mundo medioeval.
Los artistas buscaron el modo de conmover los corazones, multiplicando los episodios
para ayudar, según creían, a la meditación 126 ; en realidad "desviaban" el espíritu
arrancándolo de la luminosa y sencilla consideración dogmática. El arte se puso al ser-
vicio de esta sensibilidad exagerada y después del siglo XIII las representaciones del
Evangelio perdieron su verdadero sentido religioso. Ya en el siglo XII un clérigo protes-
taba contra las primeras estatuas esculpidas en los pórticos de las catedrales, llamán-
dolas "ídolos".

Otra causa de la decadencia del arte cristiano fué el deseo del artista de adquirir re-
nombre. Su personalidad lo hizo buscar la originalidad; quiso liberarse de los cánones
iconográficos para crear, abandonar lo tradicional para hacer algo nuevo, concebir una
"obra maestra", ¡una obra maestra personal!

Por fin el arte cristiano no estuvo sólo destinado a la Iglesia y monasterios. Los reyes,
los señores, los burgueses ricos deseaban tener ellos también sus cuadros, sus esta-

125
Reproducción en los "Monuments Piot", t. IX (Leroux) y en el "Manuel d'Art byzantin de Ch.
DIEHL (Laurens). Es el motivo colocado en la tapa de este libro.
126
SAN BUENAVENTURA. "Les Méditations de la vie du Christ”. París, de Girod, 1914. La atri-
bución a San Buenaventura no puede ser aceptada.

142
tuas, sus iluminadores y desde entonces el espíritu naturalista invadió rápidamente las
escenas hieráticas de otros tiempos; alteró muchas veces la pureza de las líneas y pu-
so el sello de su sensibilidad sobre cada tema iconográfico.

***

¿No sería tiempo de volver en el arte al gran concepto de Cristo Rey?

Rey en los brazos de su Madre y no un "pequeñín".

Rey sobre la cruz y no "un despojo humano".

Rey en los juicios por venir.

"¡VENGA TU REINO!"

LA VENIDA DEL SEÑOR EN LA LITURGIA

por

J. Pinsk, Doctor en teología

Publicado en: "Liturgische Zeitschrift Jahrgang", 1932-1933 y


reproducido en el "Bulletin Paroissial Liturgique" (N. 1, 1938),
de la Abadía de "Saint André les Bruges", de Bélgica.

El advenimiento del Señor es el objetivo verdadero de la predicación cris-


tiana, de la fe, de la esperanza y del triunfo cristiano. Es también la idea cen-
tral de toda fiesta cristiana. Se puede decir que una fiesta llega a ser verda-
deramente cristiana según la relación que tenga con este advenimiento,
pues la Redención entera en su principio, en su curso y en su consumación
descansa sobre la venida del Señor. Todas las fiestas de la Iglesia encierran
así, en sí mismas, una relación necesaria con este advenimiento.

Los hechos confirman esta afirmación. Bajo una u otra forma, cada sacrificio
eucarístico contiene la idea de la venida del Señor. En las fórmulas antiguas, la
oración de después de la Consagración "Unde et memores" mencionaba al lado de los
grandes hechos de la Redención "beata passio, resurrectio et ascensio" la "nativitas" y
el "adventus Domini". En cuanto a los sacramentos, el fin de su institución está siem-
pre en función con el advenimiento de Cristo.

Esta idea de la Parusía llena igualmente las grandes fiestas del año litúrgi-
co. Fijemos nuestra atención, por ejemplo, cuán a menudo ella reaparece en el tiempo
comprendido entre Semana Santa y la fiesta de Pascua. En el transcurso del desarrollo
de la liturgia, la Iglesia ha logrado expresarse plenamente en fiestas propias: el Ad-
viento, la Natividad y la Epifanía, fiestas todas que tienen como objeto principal la ve-
nida del Señor, dejando, por así decirlo, en segundo plano los otros hechos de la Re-
dención.

143
Este advenimiento de Cristo es ante todo un misterio. Considerado desde
un punto de vista general es la irrupción del Hijo de Dios en el mundo a fin
de hacerle participante de la vida divina. Pero esta irrupción puede revestir
diversos aspectos según que se considere la Encarnación de Cristo (su naci-
miento en Belén), su venida sacramental (Bautismo, Eucaristía y los otros
Sacramentos) o aún su manifestación gloriosa al fin de los tiempos.

Es realmente justo que consideremos esta entrada del Hijo de Dios en el mundo, es-
ta "Encarnación" bajo diferentes formas: (la liturgia en realidad no es más que una
continuación de la Encarnación, aunque esto sea bajo una forma distinta del misterio
de Belén). Podemos considerar esta Encarnación como un descenso de las alturas de la
gloria y de la majestad divina y en consecuencia como un rebajamiento del Hijo de
Dios y por otra parte la elevación y la glorificación de la carne y de la materia, ya que
el Verbo uniéndose a una carne humana formada de polvo y destinada a volver al pol-
vo ha llenado a esta carne de su gloria divina y la ha hecho por lo tanto divinizada. He
aquí por qué apoyándonos en la Encarnación podemos en adelante hablar en todo ri-
gor de términos de una "carne divina", de un "corazón divino", etc., y no solamente
por antropomorfismo como en el antiguo testamento.

Nos encontramos frente a la siguiente pregunta: ¿Qué punto de vista prevalece-


rá si se quiere establecer un juicio decisivo sobre el valor de la Encarnación:
el rebajamiento del Hijo de Dios o la elevación de la naturaleza humana? La
respuesta es bien clara, pues el rebajamiento del Hijo de Dios no representa
en el conjunto de su venida más que un episodio pasajero, treinta años de su
vida terrestre antes de su Resurrección. En cambio, tanto el Cristo resucita-
do como el Cristo glorificado sentado a la diestra del Padre vive siempre en
la carne puesto que Él no se ha despojado de la naturaleza humana y nadie
sostendrá que este estado actual rebaja a Cristo. En consecuencia, la verda-
dera significación de la Encarnación del Verbo debe buscarse, no tanto en el
hecho de que Dios se haya hecho hombre sino en la deificación del hombre
que de ella se desprende.

Esta concepción pasa más y más a segundo plano en la piedad moderna.


En el advenimiento de Cristo ya no se ve más que el nacimiento de un pe-
queño niño en un establo. He aquí una diferencia esencial entre la actitud
religiosa de los primeros siglos cristianos, y aquella de la baja Edad Media y
de los tiempos modernos. Los cristianos de los primeros siglos se apoyaban
y edificaban sobre el fundamento de la venida de Cristo en carne (Nazaret--
Belén) y esto es muy natural puesto que la realidad de nuestra Redención no
tiene otra base. Sus miradas, sin embargo, no estaban vueltas hacia el pasa-
do sino exclusivamente hacia el porvenir. En la piedad moderna, por el con-
trario, si esta idea de la venida de Cristo pudiera tener todavía algún lugar,
lo tiene en forma mínima. Lo probaré más aún por varios ejemplos en el curso de
este trabajo. Para hacer resaltar más claramente lo que hemos expresado se podría
caracterizar del siguiente modo esta diferencia de actitud religiosa: la piedad cristia-
na de los primeros siglos se siente como un ejército escogido, seguro de su
triunfo y de su victoria futura; la piedad moderna, por el contrario, se parece
más bien a un monarca viejo y destronado que vive del recuerdo del pasado.
Los cristianos de los primeros siglos esperaban la venida del Señor como una
realidad futura mientras los de nuestros días meditan este advenimiento
como un hecho ya pasado, del cual a fuerza de detalles psicológicos se ha
llegado a formar un cuadro lo más completo posible. La piedad antigua aspi-

144
raba a la segunda venida de Cristo, a su triunfo definitivo: "¡que desaparezca
la forma de este mundo y que la gloria del Señor aparezca!" (Maranahta); la
de los tiempos modernos por el contrario teme a esta venida: "dies irae, dies
illa…".

Para dar una idea más completa es preciso señalar que al mismo tiempo ha nacido
en el curso de la evolución del sentimiento religioso, una tercera concepción de la ve-
nida de Cristo que ha nacido: es aquella que tiene su expresión más fina y más indivi-
dualista en lo que se ha llamado "mística de las bodas espirituales": el alma en estado
de abandono, espera la venida espiritual de Cristo, su Esposo.

Esta simple exposición basta para mostrar el número de formas y significaciones que
puede revestir la idea de la venida del Señor.

Para nosotros es necesario saber al proponer esta cuestión: ¿qué venida de Cristo
celebramos durante el Adviento?, ¿cómo es preciso comprender la Nativi-
dad?, ¿qué significa la Epifanía?

La respuesta a esta pregunta no es, me parece, tan superficial que podamos encon-
trarla en las muchas lecturas piadosas y meditaciones como las hay, particularmente
sobre el Adviento.

Es indispensable tener en cuenta el hecho de que esta celebración del Adviento nos
es transmitida por la Iglesia, desde hace más de mil años, en forma precisa y bien or-
denada. Como tendremos ocasión de decirlo más adelante no es el individuo quien
celebra el Adviento, es la Iglesia como tal. Nuestra celebración del Adviento no es po-
sible sino en la medida en que tomemos parte en la celebración de la Iglesia. Por con-
siguiente, para tener una idea clara y nítida sobre la celebración litúrgica del Adviento
será necesario juntar todos los textos del misal, del breviario y del martirologio que la
Iglesia ha compuesto especialmente para este tiempo. Sólo después de tomar en cuen-
ta el conjunto de estos materiales podremos responder a la cuestión propuesta.

Cuando recorremos ciertas introducciones y descripciones que se refieren


a la liturgia de Adviento nos espantamos de ver cuán lejos están de indicar
su verdadera significación. Las definiciones que dan algunos autores no de-
jan, por así decirlo, sospechar nada de la verdadera riqueza de su liturgia.
Hablan de la triple venida de Cristo en una forma convencional y banal por
no decir que expresan solamente lugares comunes que aburren. Me refiero
aquí no solamente a trabajos de predicación sino también a numerosos li-
bros litúrgicos que se consideran como autoridad en la materia.

Lamento mucho no poder en el marco de este trabajo transcribir simplemente el


conjunto de textos, puesto que sólo basándose continuamente sobre éstos puede una
exposición revestir un carácter verdaderamente objetivo y probatorio, y este es mi fin.
Tengo la absoluta convicción que en todos estos textos, cantos, ejercicios y
meditaciones, la piedad moderna se aparta considerablemente de la cele-
bración litúrgica del Adviento y que la idea principal de este, tal como la en-
tiende la Iglesia, está lejos en ella de alcanzar su pleno desenvolvimiento.
Por el contrario, la piedad moderna ha acentuado fuertemente y de una ma-
nera unilateral y casi exclusiva, elementos de segundo y tercer orden.

145
En consecuencia, el alcance y sentido del Adviento se han embrollado y
oscurecido en forma tan lamentable, que su objeto verdadero, la venida de
Cristo, ha sido alterado. Quiera Dios que este trabajo pueda contribuir a revisar en
este sentido nuestra concepción y nuestra celebración del Adviento. Esta revisión debe
ser emprendida según el espíritu de la exhortación de Pío X: "Revertimini ad fontes",
recurriendo a las primeras fuentes. Estas fuentes son los textos litúrgicos tales como se
encuentran en los libros oficiales de la Iglesia y que actualmente son accesibles a to-
dos, ya sea en los originales o en las traducciones.

I. EL ADVIENTO.

1. Cuando se recorre, aunque sea rápidamente la parte consagrada al Ad-


viento en el breviario y en el misal, (y este es un trabajo elemental para cualquie-
ra que quiera hablar o escribir sobre el Adviento) se debe reconocer que no es el
nacimiento de Cristo según la carne lo que más se celebra sino más bien su
venida gloriosa al fin de los tiempos.

He aquí el primer responso de la primera lección del primer Domingo de


Adviento:

"Mirando desde lejos, he aquí que veo acercarse el poder de Dios y la niebla
qué cubre toda la tierra. Salid a su encuentro y decid: Anunciadnos si Vos
mismo sois el que habéis de reinar sobre el pueblo de Israel. Moradores del
orbe, hijos de los hombres ricos y pobres. Salid a su encuentro y decid:
Atendednos vos que regís a Israel, Vos que conducís a José como a una ove-
ja. Anunciadnos si sois Vos mismo el que habéis de reinar en el pueblo de
Israel. Alzad príncipes vuestras puertas y vosotros elevaos puertas eternas y
hará su entrada el rey de la gloria".

A este responso corresponde el de la segunda lección:

"Miraba en la visión de la noche y he aquí que en las nubes del cielo venía el Hijo del
Hombre, y le fue dado el reino y el honor. Y todos los pueblos, tribus y lenguas le ser-
virán. Su poderío es poderío eterno el cual no le será arrebatado. Y todos los pueblos,
tribus y lenguas le servirán".

El miércoles de la segunda semana de Adviento tenemos como responso de la


tercera lección:

"He aquí que el Señor vendrá descendiendo con resplandor y su poder le


acompañará; para visitar a su pueblo en la paz y establecer sobre él la vida
eterna. He aquí que el Señor nuestro vendrá con poderío. Para visitar a su
pueblo en la paz y establecer sobre él la vida eterna".

El tercer Domingo de Adviento el responso de la tercera lección es como si-


gue:

"He aquí que el Señor aparecerá sobre una nube resplandeciente, y con Él
millares de santos, y llevará escrito en su vestido y en su Muslo: Rey de re-
yes y Señor de los que dominan. Se mostrará por fin y no nos engañará; si

146
tardare espérale ya que vendrá; y con Él millares de santos, y llevará escrito
en su vestido y en su muslo: Rey de reyes y Señor de los que dominan".

A esto viene a agregarse las alusiones al juez soberano de la tierra, en los himnos
de Adviento:

"He aquí al Cristo que viene de las alturas celestes… A fin de que, a su re-
torno fulgente, cuando el temor extinguirá al mundo, el Señor no tenga que
castigar nuestras faltas, sino que su piedad nos proteja".

"Nosotros os suplicamos, Santo Juez, soberano del mundo, que debéis ve-
nir…".

"A fin de que, en aquel día, en que desde lo alto de su tribunal el Juez conde-
nará a los culpables a las llamas y con voz amiga convidará a los buenos al
cielo… ".

Estas citas nos muestran que el primer Domingo de Adviento, en el cual la


Epístola y el Evangelio tratan amplia y explícitamente del advenimiento de
Cristo en el último día, no es único en su género. El no hace más que expre-
sar la idea fundamental de este período litúrgico. Una simple mirada sobre el
breviario y el misal permite darse cuenta cuán fácil sería prolongar las citas de la serie
de textos que tratan de la Parusía del Señor. De pasada señalo igualmente el ca-
rácter nítidamente escatológico de esta oración que aparece muchas veces:

"Que el Señor que tiene su trono sobre los Querubines nos muestre su faz".

A esto añade también el hecho de que el Adviento de Cristo, tal como nos lo pre-
senta la liturgia de Adviento, no tiene ningún carácter de pequeñez, de rebaja-
miento. Se trata claramente de una manifestación de gloria y de poder. Tomo
algunos textos al azar:

"He aquí que el Señor vendrá y sus Santos con El. En aquel día habrá una gran
luz en El".

"El Cristo nuestro Rey vendrá. Aquel que Juan ha designado como el Cordero
que debe venir. Delante de Él los reyes cerrarán la boca. Es a Él a quien las naciones
dirigirán sus oraciones".

"He aquí que el Señor vendrá con potencia e iluminará los ojos de sus servido-
res".

"He aquí que vendrá el Señor nuestro protector, el santo de Israel, llevando so-
bre la cabeza la corona real. Y El dominará de un mar a otro y del río hasta
las extremidades de la tierra".

Se podría objetar a esto que la liturgia habla a pesar de todo del nacimiento de Cris-
to y de su infancia. Y, sin embargo, si se mira más de cerca, quedaremos fuertemente
sorprendidos. Aun materialmente el número de pasajes que conciernen a este tema es
por así decirlo insignificante frente al conjunto de textos que tratan de la potencia y
grandeza del Rey que vendrá.

147
Tanto es así, que entre los 108 responsos de Adviento que corresponden al
breviario romano, 17 solamente hablan bajo una u otra forma del Nacimien-
to de Cristo en términos sacados, sea del antiguo, sea del Nuevo Testamento.

En el misal, tales textos son verdaderamente la excepción. Encontramos que


solamente el Ofertorio y la Comunión del 4 Domingo de Adviento; la 2a lección, el
Evangelio, la Comunión del miércoles de 4 témporas y asimismo el Evangelio del vier-
nes de las 4 témporas, tratan de un episodio relativo al Nacimiento de Cristo (la Visita-
ción).

Después de esto sólo queda por mencionar el Evangelio de la vigilia de Navidad. He


aquí los únicos pasajes que tienen por objeto el nacimiento de Cristo según la carne.
Todos los otros conciernen al soberano dominador que debe venir y a su reino; igual-
mente se pueden contar entre ellos las perícopas sobre el Bautista.

Además, hay que señalar que aún en los textos que tratan del "Niño" se ha-
ce siempre mención de su gloria futura.

"El Señor le dará el trono de David su Padre y reinará sobre la casa de Jacob eter-
namente".

"Será llamado Hijo del Altísimo". "Y se le dará por nombre Admirable, Dios, Fuerte,
El tomará posesión del trono de David y reinará sobre su reino eternamente".

Aún cuando "El que ha de venir" aparece bajo otros títulos, estos son siempre atri-
butos de gloria y soberanía. Y cuando se habla del Cordero de Dios es siempre en el
sentido apocalíptico, es decir, escatológicamente. He citado ya más arriba un texto de
ese género. A ese añado estos:

"Enviad, Señor, el Cordero dominador de la tierra, de la piedra del desierto a la mon-


taña de la hija de Sión. Ante nosotros y para nosotros avanza el Cordero sin mancha,
creado pontífice según el orden de Melquisedec por la eternidad y los siglos. Es Él, el
rey de justicia, cuya presencia no tiene fin".

En consecuencia, aún los textos que conciernen a la maternidad, al nacimiento, la


infancia o aún al Cordero de Dios no proponen a nuestra piedad un hecho aislado. Tie-
nen también un carácter escatológico, no solamente por su conexión con el conjunto
de Adviento, sino también por las fórmulas mediante las cuales nos son presentados.

En el segundo nocturno del primer Domingo de Adviento, el breviario nos


pone ante la vista un texto de San León que puede aplicarse a todo el perío-
do de Adviento y que nos da la forma en que debemos celebrarlo aún en
nuestros días.

"Cuando instruía a sus apóstoles respecto del reino de Dios y del fin del
mundo y de los tiempos, cuando enseñaba a toda la Iglesia en la persona de
sus apóstoles, el Señor dijo: Ciertamente amados míos tenemos conciencia
que ese precepto nos con-viene más especialmente pues no podemos dudar
que el día de que se habla, aunque oculto, está próximo… Conviene, pues,
que todo hombre se prepare al advenimiento del Señor…".

148
Para la Iglesia, el advenimiento del Señor es el "Evangelio" por excelencia,
es, en realidad, "la buena nueva". En efecto, la Iglesia echa de menos viva-
mente al Señor; por eso durante el Adviento se nos habla con tales transpor-
tes del advenimiento de Cristo. Si nuestra época, como lo hice notar en la intro-
ducción, considera el juicio final con temor y temblor, a tal punto, que apenas ve en él
carácter de "buena nueva", San Gregorio el Grande en la homilía del I Domingo de
Adviento, indica su verdadero significado. Sin duda exhorta a la vigilancia, a una pre-
paración seria y habla de catástrofes cósmicas, pero en seguida cita las palabras del
Señor:

"Cuando estas cosas comiencen a suceder, levantaos y alzad vuestras cabezas por-
que vuestra Redención se acerca".

Añade en seguida esta explicación:

"Es como si la Verdad eterna quisiera exhortar a sus escogidos: cuando las desgra-
cias del mundo se multipliquen, levantaos, alzad vuestros corazones, pues cuando el
mundo, del cual no sois amigos, llegue a su fin, vuestra Redención, que habéis busca-
do, se acerca… Los que aman a Dios deben alegrarse y regocijarse del fin del
mundo. Encontraréis tanto más pronto a Aquél que amáis cuanto más pronto
desaparezca aquel a quien habéis negado vuestro amor. Un cristiano que
desea ver a Dios, no debe entristecerse del juicio que condena al mundo.
Aquel que no se regocija del fin del mundo que se acerca, prueba que es su
amigo y el enemigo de Dios… Entristecerse de la destrucción del mundo es
propio de aquel que ha dejado desarrollarse en su corazón las raíces de un
amor al mundo, de aquel que no busca la vida futura y que ni aún sospecha
su realidad".

2. Con la exposición de estos conceptos se comprende bien que el Adviento es


ante todo un tiempo de alegría, precisamente porque en él se celebra el ad-
venimiento del Señor. Por eso es absolutamente falso decir, como lo hacen
ciertas explicaciones banales, que el Introito del III Domingo de Adviento:
"Regocijaos siempre en el Señor" es una excepción a la tristeza y penitencia
general de este período litúrgico. Aún históricamente es errado considerar el Ad-
viento como un tiempo de tristeza y penitencia; en el siglo XII se celebraba todavía
como tiempo de alegría. Contentémonos, para ilustración, con dos textos tomados en-
tre muchos:

"Levantaos, Jerusalén, y ponte en lo alto y vé la alegría que te viene de tu Dios. Hi-


ja de Sión regocíjate y tiembla de una alegría perfecta, hija de Jerusalén, aleluya".

Además, todos los textos que hablan del poder y de "Aquél que viene" bastan para
dar al Adviento esa tonalidad alegre que predomina en él. Así pues, el tercer Domingo,
lejos de constituir una excepción corresponde a la misma alegría del conjunto y forma,
por así decirlo, la cumbre.

3. Llama la atención ver cuántas veces Jerusalén, Sión, el pueblo de Israel,


son apostrofados en los textos de Adviento:

"Jerusalén, tu salvación vendrá pronto: ¿por qué estas consumida por el dolor? ¿No
tienes consejero ahora que el dolor te ha invadido? Te salvaré y te libraré, no temas.
Pues es el Señor, tu Dios; el santo de Israel, tu Redentor. No llores, hija de Jerusalén,

149
pues el Señor se ha conmovido con tus males y te quitará toda aflicción. He aquí que
el Señor vendrá en su poder y su brazo dominará. Nuestra ciudad fuerte es Sión: el
Salvador será puesto como muro y antemuro. Abrid las puertas porque Dios está con
nosotros. Tú, pueblo de Sión, mira al Señor que viene para rescatar a las naciones, y
lleno de majestad el Señor hará resonar su llamado para alegría de vuestros corazones.
De Sión parte el resplandor de su gloria. Dios vendrá visiblemente, reunid alrededor de
Él sus santos que han sellado con Él su alianza por santas ofrendas. Tiembla de una
alegría perfecta, hija de Sión: regocíjate, hija de Jerusalén, he aquí que tu Rey viene a
ti. De Sión sale la Ley y de Jerusalén la Palabra del Señor. Alza tus ojos, Jerusalén y
mira el poder real. Ved, el Redentor viene para librarte de tus ligaduras. Sobre ti, Jeru-
salén, se levantará el Señor, y su gloria resplandecerá en ti. Como una madre consuela
a sus hijos, así os consolaré, dice el Señor: de Jerusalén, mi ciudad escogida, os ven-
drá el socorro y vosotros le veréis y vuestro corazón se regocijará. Quiera derramar la
salvación sobre Sión, y mi gloria sobre Jerusalén".

Esta serie de textos podría prolongarse indefinidamente, pero bastará con los citados.
Para comprenderlos es necesario saber que, en la liturgia, las expresiones empleadas
para designar al pueblo de Dios son frecuentemente aplicadas a la Iglesia. Efectiva-
mente, ésta estaba prefigurada por el pueblo escogido y en ella se termina la obra
empezada por Dios en el pueblo judío. Esta conexión nos hace comprender que la ve-
nida del Señor está ligada a la Iglesia (de Sión saldrá la gloria), que esta venida se rea-
liza en cuanto salvación para la Iglesia y que despliega en la Iglesia su plena eficacia.
Sólo en la Iglesia, por ella y con ella es posible celebrar el Adviento. El mundo, como
tal, es incapaz de hacerlo.

Por esta relación esencial con la Iglesia, la venida del Señor, tal como la celebra la
Iglesia en el Adviento, adquiere una significación mucho más grande que aquélla que
reviste en la forma mística de la unión privada con Cristo, mencionada ya en la intro-
ducción.

Justamente estos textos que ponen el advenimiento del Señor en relación


con su "ciudad", con su "reinado" y a los cuales corresponden los títulos de
"Dominador", "Rey", "Príncipe", "Libertador", "Señor de la Venganza" (todos
empleados por la liturgia de Adviento), muestran que este advenimiento tie-
ne un carácter público, más aún, político y jurídico. Esto se encuentra aún sub-
rayado por fórmulas como éstas: "La corona real estará sobre su cabeza"; "Sión será
como una joya real en la mano de su Dios", etc.

Ya no nos encontrarnos aquí en la esfera incontrolable e íntima de la mística privada


e individual (la venida del Esposo en el alma), nos encontramos que es en la Iglesia y
por la Iglesia donde el individuo, como miembro del pueblo de Dios, participa de los
efectos y bendiciones de la venida del Señor. Por eso es que no se encuentra en la
liturgia: "regocíjate alma bien amada", en cambio sí que encontramos: "Jerusalén (o
pueblo de Sión) mantente bien alto sobre la montaña (enteramente en colectividad),
contempla la alegría…”. El individuo, como tal, es tan incapaz de celebrar Ad-
viento como el mundo. Por otra parte, nada sería más falso que querer res-
tringir este aspecto "político" a un pueblo determinado. La liturgia hace re-
saltar muy especialmente el carácter universal del imperio del "que viene".
Toda la tierra debe participar de la bendición de su venida:

"He aquí que vendrá el Señor nuestro protector, el Santo de Israel, llevando la coro-
na real sobre su cabeza. Y dominará desde un mar al otro y desde el río hasta las ex-

150
tremidades de la tierra. Belén, ciudad del Dios Altísimo, de ti saldrá el dominador de
Israel y su generación es del principio de los días de la eternidad; y la paz reinará en
vuestra tierra cuando El haya venido. Publicará la paz a las naciones y su poder se ex-
tenderá desde un mar al otro mar. En esos días se levantará la justicia y una abundan-
cia de paz, y todos los reyes de la tierra le adorarán, todas las naciones le servirán.
Todas las naciones verán tu Justo y todos los reyes tu Rey ilustre".

Quien quiera reflexionar sobre estos textos, verá toda la importancia del papel histó-
rico que asume la Iglesia en la vida y actividad de los pueblos. En tiempos como los
nuestros en que la vida colectiva está enteramente laicizada, en que todo lo tocante a
la vida religiosa se ve cada día más arrojado dentro del exclusivo ámbito privado, es un
deber afirmar este rol de la Iglesia por la palabra y la pluma.

4. A la luz de esta conexión entre el Adviento y la Iglesia conviene examinar, ade-


más, y más de cerca esta vez, el lugar que ocupa la Madre de Dios en la liturgia de
Adviento. Como lo he mostrado más arriba, en cuanto a persona, permanece en un
plano mucho más retirado del que se pudiera suponer en un principio. En las misas de
Adviento, sólo rarísimos textos se refieren a ella. Pero no hay que perder de vista
que la misión que debía cumplir la Madre de Dios respecto a Cristo encar-
nando la Iglesia continúa y se prolonga. Esta relación íntima entre la Virgen
y la Iglesia está claramente indicada en la liturgia. Los Salmos que cantan la
Ciudad de Dios y por lo tanto a la Iglesia en primer lugar son igualmente
aplicados a María. El caso es a la inversa en la liturgia de Adviento: aquí la
Virgen aparece como imagen de la Iglesia. Lo que se dice de María se aplica
a la Iglesia en el sentido de que es precisamente por la venida del Señor que
la Iglesia es constituida "Esposa de Cristo" y "Madre de los fieles". En efecto,
considerado desde el punto de vista formal, el hecho de venir en cuanto significa
"acercarse" y "entrar" implica evidentemente una relación mayor a la Esposa que, por
ejemplo, el hecho de "sufrir" o "resucitar" aún cuando en este mismo hecho pueda
descubrirse también una cierta idea de venida.

Esta relación entre María y la Iglesia aparece sobre todo en la Misa del cuarto Do-
mingo de Adviento; precisamente el Ofertorio y la Comunión se refieren directamente
a la Virgen, pero el rol de esta última, la preparación que debe hacer para recibir a
Cristo, la recepción en ella de su vida y la fecundidad producida en ella por esta con-
cepción, todo esto lo encontramos en el conjunto de la liturgia eucarística del Adviento
aplicado a la Iglesia. Es que en realidad ella también durante este período se prepara
con sus fieles a recibir en ella la vida de Cristo por su advenimiento y a penetrarse de
esta misma vida. Así que estos textos: "Ave María" y "Ecce virgo concipiet"
deben entenderse también de la Iglesia y de la comunidad reunida para la
celebración de la Eucaristía de la cual María debe ser considerada como la
figura más perfecta.

Además de todo esto, María y la Iglesia aparecen representando el conjunto del Uni-
verso que, preparado como una Esposa, se presenta a su Creador ya que él también
por medio del Verbo debe participar de la gloria divina y realizar su perfección final.

Esta actitud de la Iglesia durante el Adviento encuentra ya su entera expresión en la


Comunión del primer Domingo de Adviento: "El Señor dará su bendición y nuestra tie-
rra producirá su fruto".

151
Así como el Verbo es simplemente la bendición del Señor, así el Hijo del Hombre es
el fruto de la tierra. Esta unión se realiza en el advenimiento del Señor por la media-
ción de la Virgen-Madre. Esta fecundidad de una Virgen ante todo le es propia a María,
pero también le es propia a la Iglesia. Desde luego, la una y la otra representan el uni-
verso, es decir nuestra tierra que da su fruto.

Así es cómo en los textos sobre Judá, Sión, Jerusalén, etc., la Madre de Dios siempre
Virgen, se nos hace presente y viva también, ya que nosotros, en tanto formamos par-
te de la Iglesia recibimos al Verbo como lo hizo María y, como ella, lo damos al mundo.
Esta es propiamente la vocación y la misión de la Iglesia, como en otro tiempo fué la
del pueblo escogido.

5. Por el hecho de esta conexión se abren infinitas perspectivas sobre el sentido de


la Oblación y de la Sagrada Cena (precisamente el Ofertorio y la Comunión nos propor-
cionan estos textos), en la liturgia de Adviento. Desgraciadamente no puedo detener-
me en este punto.

Algo, sin embargo, debe ser aclarado aquí: es la participación del universo en-
tero en el advenimiento del Señor. Esta bienaventurada venida no concierne sola-
mente a la humanidad, todo el conjunto de la creación aspira a ella, como dice San
Pablo: "con la esperanza de ser librada de la servidumbre de la corrupción y para to-
mar parte también de la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rom. VIII, 21). Lo que
se dice en el Apocalipsis de "cielos nuevos y tierra nueva" y cuya aparición
está ligada también a la venida del Señor, el Adviento lo presenta con imá-
genes de una belleza sorprendente.

“En aquel día las montañas destilarán mansedumbre y los collados derramarán leche
y miel. Que los cielos se regocijen y que la tierra exulte. Montañas, haced resonar
vuestras alabanzas… Montañas de Israel, extended vuestros ramos, floreced y produ-
cid frutos. Que las montañas hagan estallar la alegría y los collados la justicia porque el
Señor, luz del mundo, viene con poder. Las montañas y collados cantarán ante
Dios alabanzas y los árboles del bosque batirán las palmas, porque el Señor
vendrá como Dominador para reinar eternamente. Los campos solitarios de
Israel han producido un germen de agradable olor: porque he aquí que
nuestro Dios vendrá con poder y su esplendor estará con El. Se revelará la glo-
ria del Señor y toda carne verá la salvación de nuestro Dios. La tierra desierta y sin
caminos se regocijará y la soledad exultará y florecerá como la azucena.
Germinando, germinará y se regocijará llena de alegría cantando alabanzas.
La gloria del Líbano le ha sido dada, la belleza del Carmelo y de Sarón; ellos
mismos verán la gloria del Señor y la majestad de nuestro Dios… Aguas han
manado en el desierto y torrentes en la soledad y la tierra que era árida será
como un pantano y la que era seca será como un surtidor de agua. En las
guaridas en que habitaban entre los dragones crecerá el verdor de la caña y
el junco. Y allí habrá un sendero y una vía, ella será, llamada vía santa".

6. Si se piensa en la gloria y esplendor en que se ha de realizar la venida del Señor,


en las bendiciones y riquezas, en la plenitud y en el triunfo que trae con ella, se com-
prende la inmensa aspiración que se desarrolla a través de toda la liturgia de Adviento.
A mi parecer, no hay ningún otro tiempo del año litúrgico que sea hasta tal
punto "dinámico". Esta prisa impaciente se manifiesta visiblemente ya, en el
hecho de que cuesta esperar largamente hasta el día del cumplimiento. Con
un tono relativamente tranquilo empiezan los maitines del primer Domingo

152
de Adviento: "Al Rey que ha de venir, venid adorémosle". A través de toda la se-
mana circula cierta inquietud como una incapacidad de esperar por más
tiempo: "No tardéis Señor… ". "Venid, Señor, no tardéis más"…

En este momento se hace necesario mitigar la ansiedad de la espera:

"He aquí que aparecerá el Señor y no engañará, si demora, esperadlo pues vendrá y
no tardará. Si tarda, espérale, porque viniendo vendrá. El Señor vendrá y no tardará".

En la última semana antes de Navidad, esta impaciencia llega hasta contar


los días, tal como acostumbran los niños antes de los grandes acontecimien-
tos. El 21 de diciembre se reza: "No temáis, en cuatro días más os llegará el Señor"; y
con alegría llena de gratitud, en la víspera de la vigilia de Navidad: "Ved ahora todo lo
que el Señor había dicho de María, se ha cumplido". En cuanto a la liturgia de la vigilia
podemos comprobar que opone continuamente "hoy" y "mañana".

"Sabréis hoy mismo que el Señor vendrá para salvaros y mañana contemplaréis su
gloria. Santificaos hoy y estad preparados porque mañana veréis la majestad de Dios
en medio de vosotros… Mañana saldréis y el Señor estará con vosotros. Mañana el Se-
ñor bajará y quitará de vosotros toda enfermedad. Mañana será borrada la iniquidad
de la tierra, y el Salvador del mundo reinará sobre nosotros. "Mañana será para voso-
tros la salvación" dice el Señor de los ejércitos.

Podemos preguntarnos seriamente si este deseo ardiente corresponde a


una realidad o si es sólo un procedimiento literario del sentimiento religioso:
la creación más o menos artificial de un ambiente. Este sería el caso si toda la
celebración del Adviento y su relación con la fiesta de Navidad fuera de orden pura-
mente psicológico; si para celebrar el Adviento tuviéramos que "trasplantarnos" a la
época anterior a Cristo y tomar sobre nosotros los suspiros de la humanidad aún no
rescatada; en otros términos, si tuviéramos que actuar "como si" el Salvador no hubie-
se nacido todavía, por imposible e insensato quo parezca excluir, en cualquier forma
que sea, este hecho del pensamiento y de la vida cristiana. Si se hace constituir la
esencia del Adviento en una pura preparación al pesebre, entonces, natu-
ralmente, toda espera se hace imposible, pues hace tiempo ya que se ha ve-
rificado el objeto de esta espera. Todo lo que quedaría en este caso no es
más que un ambiente irreal, de "como si", ajeno a la realidad. En cambio, si
se concibe el Adviento como lo concibe la Iglesia, se trata entonces de un
acontecimiento futuro, de la segunda venida del Señor; entonces nuestra
espera se hace real puesto que se refiere a un bien futuro. Y será tanto más
viva y sincera cuanto mejor penetremos el sentido de este advenimiento glo-
rioso de Cristo. No obstante, y para dar la idea completa, hay que señalar otra razón
que hace que esta súplica ardiente de la Iglesia durante el Adviento adquiera toda su
significación, y es que tanto el Adviento mismo como las fiestas que le siguen,
Navidad y Epifanía, presentan el hecho de la venida de Cristo no sólo como
objeto para el pensamiento y la imaginación, sino que, además, nos lo ofre-
cen contenido en ellas como una realidad viviente. De otra manera, las fór-
mulas tan expresivas y concretas que ligan la venida de Cristo a estos días,
sobre todo aquella oposición tan clara que nos llama la atención en la vigilia
de Navidad, no serían más que frases vacías y casi insoportables. No puedo
admitir que durante cuatro semanas la Iglesia prepare a sus sacerdotes y
fieles del modo más intenso a la venida de Cristo, haciéndolos aún contar los
días, teniéndolos en la víspera de Navidad en la tensión más fuerte con la

153
oposición del "hoy" y del "mañana", si a fin de cuentas todo esto no conduje-
ra a otra cosa que a un cambio de actitud psicológica de nuestra parte, a una
fingida situación de retroceso en el tiempo. En todo caso, es preciso tomar
en serio a la Iglesia, sobre todo en su oración.

Ciertamente que el nacimiento del Niño no puede repetirse en su proceso


físico, pero es por este nacimiento que se inicia la venida del Señor, es decir
el advenimiento cuya coronación es la Parusía. Es todo el conjunto de este
advenimiento lo que celebra la Iglesia en su liturgia de Adviento, de Navidad
y de Epifanía. Lo que ella proclama en palabras, sea pasado o futuro, nos lo
hace presente y eficaz por medio del lazo dinámico que existe entre la pala-
bra y el Sacramento; aunque nos reconstruya y nos presente el cuadro bajo una
forma diferente del hecho histórico propiamente dicho. Según esto, en la última Cena,
antes de su Pasión, Jesucristo hizo que el Hecho inminente de su muerte en la Cruz
fuera algo verdaderamente presente para sus apóstoles no sólo en el pensamiento sino
también en la realidad, sin que para ello fuera necesario que el hecho exterior de la
muerte se llevara a cabo en forma visible, y menos aún se puede pensar que este co-
nocimiento de los apóstoles, previo o anterior al hecho físico mismo, hiciera superflua
su consumación. Se ve aquí cómo un mismo acontecimiento puede alcanzarnos bajo
formas sensibles diversas.

7. Podemos decir lo mismo de las fiestas de Navidad y Epifanía. Ellas también


encierran la idea de una verdadera venida de Cristo para la cual nos prepara
el Adviento. El carácter preparatorio de este período no se manifiesta sólo de un mo-
do directo en el hecho de que las promesas de Adviento aparecen cumplidas en Pascua
y Epifanía, como lo veremos más adelante; sino también en este otro hecho: muy a
menudo, en la liturgia de Adviento, el sacrificio eucarístico mismo tiene clara-
mente un carácter de preparación. Esto es de suma importancia, pues de
aquí se sigue que una misa no es exactamente como otra. Ciertamente, con-
siderado en sí mismo, cada sacrificio de la misa representa el mismo miste-
rio de Redención, sin embargo, las palabras sagradas, tanto las del breviario
como las del Misal, que preparan el sacrificio o le siguen, con-tribuyen real-
mente a dar a cada sacrificio su carácter particular. Solamente esta concep-
ción explica que una Misa pueda ser celebrada como preparación a otra y
serle así subordinada, en cierto modo.

"Recibamos, Señor, tu misericordia en medio de tu templo; para que preparemos,


con los debidos honores la solemnidad venidera de nuestra Redención" (Postcomunión
del I Domingo de Adviento).

"Imploramos Señor, tu clemencia para que estos divinos auxilios, al purificarnos de


los vicios, nos dispongan para las fiestas venideras" (Postcomunión del III Domingo de
Adviento).

(Traducción sacada del Misal Lefebvre).

Hay que hacer notar aquí que se trata de dos Postcomuniones, oración en
que generalmente se pide la aplicación de los frutos del sacrificio que acaba
de consumarse. La segunda de estas Postcomuniones nos presenta la Misa
del tercer Domingo de Adviento cono "divina subsidia" cuyo fin sería prepa-
rarnos a las fiestas venideras. Fórmulas como aquellas expresan claramente

154
la relación entre la preparación y el cumplimiento, tal como se encuentran en el
oficio y las Misas, sea de Adviento, de Navidad o de Epifanía.

Ellas dan, por lo mismo, una viva luz sobre la realidad de los misterios de Adviento y
de Navidad. Creo que este ensayo de establecer los elementos constitutivos del Ad-
viento, nos hace llegar, tomando en cuenta lo esencial, a una conclusión irrefutable
cuya objetividad he tratado de garantizar con el mayor número posible de textos. Esta
conclusión es la que sigue: la celebración de Adviento es la preparación a la
Parusía del Señor y no otra cosa. Aún en los casos, relativamente raros, en que se
trata del hecho histórico del nacimiento de Cristo no se puede desconocer el lazo esen-
cial que une este hecho a la Parusía, pues aún esos mismos textos están enteramente
iluminados por ese resplandor.

8. Ahora bien, ¿qué habremos ganado celebrando así el Adviento? El primer fruto
será sin duda el aumento en nosotros de la virtud teologal de la esperanza. La
cualidad esencial de este aumento es que no hace de nuestra esperanza un
cierto optimismo burgués, muy frecuente en la actualidad, sino que la coloca
frente a lo que constituye el objeto primero y último de toda esperanza cris-
tiana, a saber: la manifestación de Cristo en el mundo. Si, por el hecho mis-
mo de que esta manifestación se nos presenta con los colores más vivos y
atrayentes, ella enciende en nosotros un inmenso deseo. De ahí que la espe-
ranza cristiana implique un inevitable desprendimiento del mundo. Es como el
desprendimiento que puede experimentar un hombre cuyos deseos están dirigidos a
otra ciudad distinta de la ciudad en que está obligado a vivir.

Ese deseo lo hace perder cada día más el arraigo a su ciudad en la que sólo vive
corporalmente, puesto que todo su ser espiritual vive ya en la otra que es el verdadero
objeto de sus deseos. La celebración del Adviento, entendido así en toda su
amplitud tiende a desarraigarnos de este mundo. He aquí por qué el Advien-
to es también un tiempo de vida interior y de verdadera penitencia.

"Saciados con este alimento espiritual, os rogamos Señor, que, por la participación
de este misterio, nos enseñéis a despreciar las cosas terrenas y a amar las celestiales"
(Postcomunión del 2 Domingo de Adviento).

Sería falso, sin embargo, considerar este desprendimiento (fruto de un ardiente de-
seo por la vuelta gloriosa de Cristo) como un verdadero menosprecio del mundo y de
la carne. La liturgia misma de Adviento nos pone en guardia contra este error cuando
describe los resplandores de la gracia que irradia del advenimiento de Cristo; gracia tal
que se apodera aún de la creación inanimada para hacerle participar de la gloria divina.
Volveremos sobre estos pensamientos al tratar de la "conscenatio mundi" tal como es
proclamada por el martirologio romano en la víspera de Navidad.

Pero, por grande que sea el provecho religioso y moral de la celebración litúrgica de
Adviento, hay, sin embargo, otro provecho que me parece más esencial todavía: es la
victoria sobre cierto historicismo que se ha introducido hasta en la vida reli-
giosa. Esta victoria hace posible que los hechos de la Redención y los relatos
que nos han sido legados, no sean solamente historia o literatura, sino que
lleguen a ser para nosotros una realidad presente. Realidad, no psicológica o
imaginaria, sino enteramente concreta y práctica. Tal es, a mi parecer, el
mayor provecho de la celebración litúrgica del Adviento. Cualquiera que adapte
con presteza su corazón a las formas y fórmulas de la liturgia, sentirá inmediatamente

155
cuán presentes se hacen las realidades de la salvación en el marco de la vida de la
Iglesia, por medio de la palabra y del Sacramento. He aquí los tesoros de la liturgia de
Adviento que nos conviene hacer valer por medio de la predicación y de lectura espiri-
tual. Una profundización y un enriquecimiento insospechados del pensamiento y de la
vida religiosa serán los frutos de este "sentire cum Ecclesia".

II.- NAVIDAD

El examen atento de los textos litúrgicos del Adviento nos ha permitido constatar
que el objeto primero y, por decirlo así, exclusivo de este período es prepararnos con
la Iglesia a la venida final de Cristo en "poder y majestad". La evocación de esta se-
gunda venida — que es coronamiento y consumación de la venida de Cristo a nuestra
carne en Belén — se hace aún más insistente y actual durante las fiestas de Navidad y
Epifanía.

1. Sin embargo, a primera vista, parece que esta fiesta de Navidad se apar-
tara un poco de esta visión escatológica. Su nombre mismo, "nativitas Domini" se
refiere a un hecho histórico del pasado. En cambio, el nombre de las otras dos solem-
nidades "Adventus Domini", "Epiphania Domini" atrae la atención al acontecimiento
final del último día. Aún más, estas palabras han llegado a ser los términos técnicos
con que se designa la Parusía. El hecho es que toda la liturgia de Navidad insiste siem-
pre en el carácter histórico de esta fiesta.

Para empezar, el anuncio mismo de la fiesta en el martirologio romano, sitúa el


acontecimiento dentro de la historia de la Humanidad.

"Después de la creación del mundo, cuando al principio Dios sacó de la nada el cielo
y la tierra, en el año cinco mil ciento noventa y nueve; después del diluvio, en el año
dos mil novecientos cincuenta y siete; después del nacimiento de Abraham, etc..., en
el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de Roma y cuarenta y dos del Impe-
rio de Octaviano Augusto, gozando de paz el universo; en la sexta edad del mundo,
Jesucristo, Dios eterno e Hijo del Padre eterno, queriendo consagrar el mundo por su
misericordioso advenimiento, habiendo sido concebido del Espíritu Santo, nace en Be-
lén de Judá, hecho hombre de la Virgen María".

Este anuncio es como un acta, una proclamación oficial y solemne cuya réplica está
en el Evangelio de la Misa de medianoche (Lc. II, 1 ss.). Gracias a ella, la Encarnación
del Hijo de Dios ocupa un lugar exacto y bien definido en la historia humana. El cristia-
nismo reposa sobre esta sólida base.

Este hecho histórico, considerado como tal, constituye y realiza "la pleni-
tud de los tiempos" pues hacia él estaban ordenados todos los aconteci-
mientos religiosos sucedidos anteriormente. A esto y no a otra cosa se refie-
re la relación establecida entre la Natividad de Cristo, primero, con las dife-
rentes etapas de la historia del pueblo judío y, en seguida, con las fechas de
la historia romana. Estas referencias históricas ilustran las afirmaciones que hace
San Pablo en su Epístola a los Efesios:

"Cuando Dios hizo que llegase la plenitud de los tiempos, quiso recapitular todas las
cosas en Jesucristo, las que están en el cielo y las que están en la tierra".

156
Recapitular como el que queriendo hacer el resumen de un libro, toma lo esencial de
los diferentes capítulos para dar a la obra, en esta conclusión, su significado y su per-
fección.

2. Sin embargo, por el hecho mismo de ser la Encarnación del Verbo el capí-
tulo final de la historia de la humanidad, ya no es un simple suceso histórico
como todos los demás.

La originalidad de este acontecimiento está en que, bajo la apariencia de


un hecho transitorio, localizado en el tiempo y en el espacio, se oculta este
suceso completamente singular: "Dios infunde al mundo su vida divina". En
Jesús de Nazaret se ha unido para siempre a la carne humana la vida de la
Trinidad Santa, tal cual constituye el atributo propio de su Segunda Persona.

Se comprende entonces, que sea imposible encerrar y limitar en el marco de un


simple hecho histórico todo el misterio de la Encarnación, por más que este mismo
suceso histórico sea a la vez el fundamento y la revelación del misterio al mundo. Con
la Encarnación del Hijo de Dios comienza un mundo nuevo, una era nueva, un nuevo
"AION", cuya característica fundamental consiste en lo siguiente: los individuos de
este mundo no son ya simples vehículos de una vida y una fuerza recibidas
de Dios y creadas "ex nihilo" por El; ahora poseen una vida propiamente in-
creada y divina. Y ésta es la razón por la cual la fiesta anual del Nacimiento
de Cristo, aún insistiendo en los sucesos acaecidos en Belén, excede am-
pliamente los límites de este aspecto puramente histórico.

3. La misma liturgia de Navidad nos lo enseña en forma inequívoca. En las


tres Misas, el hecho histórico se destaca únicamente en los Evangelios, y aún así, hay
que hacer la debida reserva en lo que se refiere al Evangelio de la tercera, que es el
prólogo de San Juan y el cual desborda, en forma absoluta, todo marco temporal. Los
demás textos celebran el misterio de la Parusía, de la aparición de Cristo —
preparada ya durante el Adviento, —o también, la generación de la Segunda Persona
divina en el seno de la Santísima Trinidad. El Introito de la Misa del día: "Un Niño nos
ha nacido" contradice sólo en apariencia esta afirmación porque aquí también es el
caso de la visión escatológica del imperio de Dios sobre el mundo.

Lo mismo puede decirse del Oficio. De las cinco antífonas de las primeras Vís-
peras las dos primeras, o sea aquéllas que parecen expresar los primeros sentimien-
tos que experimenta la Iglesia por este suceso, hablan del esplendor que corres-
ponde de derecho al Rey de Paz.

1. "El Rey de Paz ha manifestado su gloria; Aquél cuyo rostro ansía ver to-
da la tierra".

2. "El Rey de Paz ha hecho brillar su magnificencia, más que todos los re-
yes de la tierra".

Si la tercera Antífona alude al nacimiento en Belén, la cuarta y la quinta amplían la


perspectiva en un sentido nuevo y saludan en este nacimiento la llegada del Reino de
Dios y de la Redención.

En los Salmos y Antífonas de Maitines no se hace referencia al hecho his-


tórico como tal. Ciertamente algunos de los responsorios señalan los detalles y la

157
forma en que se realizó, pero constantemente, en la mayor parte de estas fórmu-
las la manera de enunciarlas excede al punto de vista puramente histórico.
Expresan con la mayor claridad el esplendor y el poder de este recién nacido. Además,
hay que hacer aquí la misma observación que se hizo respecto de la liturgia de Advien-
to y que se refiere al papel que corresponde a la Virgen-Madre y al futuro nacimiento
de su hijo; este papel es el de anunciar el rol que debe ser propio de la Iglesia. Este
pensamiento está admirablemente desarrollado en una oración de la liturgia Mozárabe
en el día de Navidad:

"Que aquello que fué en un tiempo privilegio de la Virgen María, que os concibió se-
gún la carne, sea ahora privilegio de la Iglesia que os engendra según el Espíritu. Que
os acoja mediante una fe invencible; que su espíritu libre de toda mancha y de toda
obscuridad os engendre siempre con renovado poder".

En el mismo orden de ideas, lo que se ha dicho en la liturgia de Navidad del


nacimiento de Cristo y de su venida a la carne, engloba en realidad todo el
desarrollo de su vida y de su reinado futuro sobre el mundo de los elegidos.
Puede juzgarse de estos textos tomados entre otros muchos:

"Hoy el Rey de los cielos se ha dignado nacer para nosotros de una Virgen a fin de
devolver el hombre caído al Reino de los cielos. El ejército de los ángeles se regocija
porque ha aparecido la salvación eterna del género humano" (1° Responso del I Noc-
turno).

"Hoy ha descendido del cielo para nosotros la paz verdadera. Hoy en todo el mundo
el cielo ha destilado miel. Hoy ha brillado para nosotros el día de la Redención nueva,
de la reparación antigua y de la felicidad eterna" (2° Responso del I Nocturno).

"Bienaventuradas las entrañas de María Virgen que llevaron al Hijo del Eterno Padre
y bienaventurado el pecho que alimentó al Cristo Señor, que se ha dignado nacer hoy
de una Virgen. Un día santo ha brillado para nosotros, venid, naciones, adorad al Se-
ñor" (1° Responso del III Nocturno).

Las Segundas Vísperas apenas si mencionan el hecho histórico. La Antífona del Mag-
nificat es característica; la palabra "hodie" sirve para unir en una sola perspectiva el
presente, el pasado y el futuro en la realidad siempre actual del misterio que se cele-
bra:

"Hoy ha nacido el Cristo; hoy ha aparecido el Salvador; hoy cantan en la tierra los
Ángeles, se regocijan los Arcángeles; hoy se estremecen de gozo los justos diciendo:
Gloria a Dios en las alturas, aleluya".

4. Hay que reconocer, sin embargo, que la fiesta de Navidad, a causa sin duda de su
origen histórico — concurría con la fiesta pagana "Natalia solis Invicti” — no expresa
siempre los diferentes aspectos del misterio, ni tampoco su riqueza de vida, con la feli-
cidad con que lo hacen las fiestas de Epifanía o Pascua de Resurrección. Se debe esto
a que en las fórmulas parece querer acentuarse el hecho de la Natividad con preferen-
cia al hecho del advenimiento de una nueva era. San León, sin embargo, ha subrayado
con fuerza el alcance universal del contenido de esta fiesta, tal como la celebra la Igle-
sia (6° Sermón de Navidad):

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"La celebración de ningún otro día nos llega tanto al corazón como la de aquél que
conmemora el nacimiento del Señor que es digno de adoración en el cielo y en la tie-
rra… Hoy apareció revestido de nuestra carne el Verbo de Dios… Aquél que jamás fué
visible al ojo humano, estará ahora sometido y manejado por la creatura… Al celebrar
la aparición en la tierra de nuestro Salvador, no hacemos sino celebrar nuestra propia
renovación".

"Porque no es sólo el nacimiento virginal del Salvador el objeto único de esta fiesta y
de la adoración que le tributamos. Celebramos hoy el nacimiento de la Iglesia
misma. Porque el nacimiento de la cabeza, ¿no es acaso también el naci-
miento del cuerpo? Sin duda, es verdad que cada elegido que aparece en el curso
de los siglos nace en un determinado día que le es propio. Pero, ¿no podría decirse
acaso que toda la asamblea de los fieles nace también hoy juntamente con Cristo?...
Porque este nacimiento es causa de todas las gracias de regeneración concedidas a los
creyentes de todos los siglos en el mundo entero. Estas gracias les permite sacudir el
yugo de la servidumbre antigua y, al regenerar al hombre en Cristo, lo transforman
mediante este nuevo nacimiento en un hombre nuevo porque el Señor al asumir nues-
tra carne nos otorgó el beneficio de la filiación divina".

5. Por consiguiente, para celebrar en toda su amplitud la fiesta de Navidad, es nece-


sario pasar más allá de las circunstancias exteriores del nacimiento del Salvador, y co-
ger aquello que constituye la realidad permanente de este misterio. El hecho histórico
nos ha revelado que: "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; que hemos visto
su gloria, la gloria del Hijo del Padre, lleno de gracia y de verdad".

La unión del Verbo a la carne, que se llevó a efecto en la Encarnación es, por lo tan-
to, substancial e indisoluble. Es decir, que la plenitud de la vida penetra en la naturale-
za humana, a través del cuerpo de Jesús, y la une así para siempre a la Segunda Per-
sona de la Trinidad Santa. Esto es lo que con fuerza y concisión expresa el Martirologio
Romano al decir: que "Jesucristo quiso consagrar el mundo por su misericordioso ad-
venimiento".

En este sentido, consagración significa la comunicación que hace Dios de su


vida divina a las cosas o personas de este mundo. Comunicación de una vir-
tud divina, de la gracia divina. En este sentido también, la Encarnación es la
consagración fundamental por la cual el mundo, salido de la mano de Dios,
recibe una nueva santificación, es decir, una nueva participación a la propia
vida del Creador tal como se encuentra en la Segunda Persona Divina. Toda
la liturgia de Navidad está construida sobre esta idea de la "consecratio
mundi". Durante el Adviento se anunció ya este reflorecimiento. Navidad habla de él
como de algo ya realizado:

"Que los cielos se regocijen y que la tierra se alegre ante la faz del Señor, pues he
aquí que viene".

"Todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios. Hoy nos ha ilumi-
nado un día santo porque la luz ha descendido sobre la tierra. Dios ha establecido el
Universo y no temblará".

Para entender bien el sentido particular de estos textos dentro del marco de la litur-
gia de Navidad, es necesario recordar el lazo íntimo que existe entre la Encarnación y

159
la creación. A esta luz se revela la admirable profundidad del Ofertorio de la Segunda
Misa: "Dios asentó firmemente el globo de la tierra que no será conmovida".

En realidad, la firmeza del universo, la eternidad del mundo tiene de aquí en adelan-
te su fundamento último en la unión de la Segunda Persona divina con la materia
creada. Si el Hijo de Dios no puede cesar de existir, la carne que le está unida tampoco
puede perecer. Esta unión garantiza en forma definitiva la eternidad de la carne: glori-
ficada en Jesucristo. En esto celebramos verdaderamente el triunfo de Dios. Tan bien
ha superado la fragilidad y la debilidad humanas que les ha infundido la vida divina en
la persona del Logos, sin destruir ni debilitar la intensidad de esta vida ni la potencia
de su Verbo. Aquí está la "consecratio mundi" de que habla el martirologio.

6. Además, hay que hacer notar que el sujeto de esta consagración no es el


mundo en toda su pureza original como lo estableció Dios en el momento de
la Creación. Es un mundo caído, desordenado después de la falta de Adán, y
sometido al imperio de Satanás. Por esto mismo, la consagración que de él
hace la Encarnación, se lleva a efecto con alguna dificultad ya que supone la
victoria sobre el imperio del mal. Esto es lo que da a la fiesta de Navidad, el
carácter de un combate, de un duelo con las potencias del mal. Desde el In-
troito se inicia un canto guerrero que es al mismo tiempo un canto de triunfo.

"El Señor me ha dicho: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy. ¿Por qué tembla-
ron las naciones y por qué los pueblos han meditado vanas conspiraciones?".

El cristiano que haya seguido fielmente la liturgia del Adviento, y que se haya apro-
piado los mismos acentos de la Iglesia en su preparación a la venida de Cristo, no se
verá sorprendido por esta exclamación y otras semejantes. Ya durante el Adviento
la Iglesia insiste con mucha frecuencia en el duelo que ha de librarse entre
el Señor y el príncipe de este mundo. Habla no solamente de la "Corona del
Señor" sino de su dominación o de la "liberación que nos trae gracias al po-
der de su brazo", sino que, además, da a Cristo el nombre de "Señor de la
venganza". El pensamiento del rescate por la lucha, queda así ligado en for-
ma indisoluble al misterio de Navidad. ¡Pero esta lucha es para el cristiano
una victoria, un triunfo!

7. Comprendido así, el misterio de Navidad se nos presenta como el cum-


plimiento real, aunque imperfecto todavía, de lo que el Adviento ha prepara-
do. Esta realización, ya lo hemos visto más arriba, no consiste en un cambio de actitud
psicológica de parte de los que lo celebran. Esta fiesta trae verdaderamente algo nue-
vo a la vida de la Iglesia. Cada nueva celebración señala una nueva infusión de vida
divina en el seno de la humanidad, y el culto de la Iglesia, su palabra y sus sacramen-
tos son los instrumentos, productores de esta comunicación de vida divina. En este
sentido, la Encarnación del Hijo de Dios es y será una "consecratio mundi" que va ad-
quiriendo siempre una perfección mayor, pues "el Hijo de Dios hecho hombre se desa-
rrolla en la Iglesia que es su plenitud" (Ef. I, 23). Este crecimiento señala igualmente la
retirada del demonio. Después de la Encarnación, la suerte del príncipe de este mundo
está echada, aunque tenga todavía que desempeñar su papel. Se bate en retirada.
Puede aún movilizar sus tropas, pero aún su resistencia y sus avances mismos, deben
llevarlo irremediablemente a la ruina final. Podemos, por lo tanto, celebrar con alegría
la fiesta de Navidad; por medio de ella, Cristo siempre vivo en la Iglesia, la hace dar un
paso más hacia su divinización, hacia ese día en que con toda verdad y realidad "toda
carne verá la salvación de Dios". Entonces la Encarnación del Hijo de Dios no será ya

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más sólo objeto de la fe de "los hombres de buena voluntad" sino que será objeto de
la visión de todo el universo.

III LA EPIFANIA

La Epifanía encierra verdaderamente toda la plenitud de salvación que


comporta la venida de Cristo. Su solo nombre lo indica ya. Epifanía significa apari-
ción, manifestación. Es el término técnico usado en la antigüedad para designar la visi-
ta del Emperador. Cuando el emperador romano visitaba sus provincias, se le hacía
gran recibimiento y brillantes fiestas, que él correspondía concediendo grandes favores
y privilegios a la ciudad y sus habitantes. El privilegio más estimado era el título de
ciudadano romano que otorgaba el emperador.

1. Es muy significativo ver con qué orgullo la primitiva Iglesia, que no te-
nía todavía poder político o cultural, designaba la venida de su Cristo con el
nombre de "Epifanía". Siempre ha visto en El al Rey del imperio eterno, que
honra con su visita al mundo y en particular a la ciudad de Jerusalén, para
colmarla con la plenitud de su gloria.

Apenas si habrá otra Misa que contenga mayor brillo y más intensa luz que la Misa
de la aparición del Señor.

"He aquí que viene el Señor Dominador: el poder está en su mano, la potencia y el
imperio, (Introito).

Levántate, ilumínate, oh Jerusalén, porque viene tu luz, y se ha levantado sobre ti la


gloria del Señor. Porque las tinieblas cubrirán la tierra y la obscuridad a los pueblos;
más sobre tí se levantará el Señor y en tí se verá su gloria. A tu luz caminarán las na-
ciones y los reyes al resplandor de tu aurora" (Epístola).

"Al aparecer vuestro Hijo en nuestra carne mortal, ha restaurado nuestra naturaleza
en El, comunicándole el esplendor de su inmortalidad" (Prefacio).

Esta entrada triunfal y luminosa del Hijo de Dios en la creación, concierne


exclusivamente a "Jerusalén" la Ciudad Santa de Dios, que encuentra su
continuación espiritual en la Iglesia: por medio de ella ha de establecerse la
dominación de Cristo Rey. La universalidad de este poderío se advierte en la se-
gunda mitad de la Epístola:

"Levanta los ojos y mira alrededor de tí: todos estos se han reunido y vienen a tí:
tus hijos vendrán de lejos y tus hijas se levantarán de todas partes. Entonces verás y
estarás en la abundancia, tu corazón se admirará y se dilatará cuando veas volverse
hacia tí las riquezas del mar y la fuerza de las naciones".

¿Qué son estas turbas, estas, multitudes de santos, el establecimiento de


este reino universal, sino la realización de las promesas del Adviento sobre
la venida del Señor en gloria y poder? Esto es lo que la Iglesia celebra anti-
cipadamente en la solemnidad de la Epifanía. Junta, en una perspectiva úni-
ca, las promesas y su realización y las reúne en una sola celebración desde el
Adviento hasta Epifanía. Esto es lo que confiere al ciclo de Navidad su belle-
za singular.

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Pero, ya lo hemos visto más arriba, la Iglesia no sólo nos recuerda con pa-
labras estos misterios; hace algo más: por medio de los sacramentos nos los
hace presentes y eficaces. Hay en este día de la Epifanía una sorprendente
similitud entre la entrada triunfal de Cristo en el mundo como "Imperator" y
la subida del Pontífice o del sacerdote al altar en el instante de cantar el In-
troito: "He aquí que viene el Señor Dominador, el poder está en su mano, y
la fuerza y el imperio…". Sin embargo, esta gloria real no reposa solamente
en el sacerdote, aunque sea el representante de Cristo por un título especial;
también recae sobre los fieles que llevan sus ofrendas al altar, sobre aque-
llos cristianos que mediante el don de sí mismos se incorporan a la ofrenda
de Cristo. Este cortejo va acompañado de un canto que pone en relieve en
forma admirable el carácter real, el "regale sacerdotium" del pueblo de Dios:

"Los reyes de Tarsis y las islas ofrecerán presentes; los reyes de Arabia y de Sabá le
traen sus dones y todos los reyes de la tierra lo adoran, todas las naciones lo sirven".

Apenas si es necesario hacer notar las enseñanzas que de esto se desprenden para
el pueblo cristiano, en días de inquietud como los que vivimos. A través de los siglos, la
Iglesia festeja, llena de orgullo, la "epifanía" de su Rey. Ninguna potencia terrestre
puede asustarla o intimidarla, porque tiene la certidumbre del triunfo final de su Cristo,
en aquel día, como lo dice San Pablo, en que, destruido todo imperio, dominación y
poder, no habrá lugar sino para el Reino del Señor Jesucristo (I Cor. XV, 25).

2. Como se sabe, la Epifanía era primitivamente, la fiesta del nacimiento del Señor.
Pues bien, lo propio de una "epifanía" es ser una aparición pública, una mani-
festación gloriosa. Por lo tanto, está claro que si la Iglesia celebra como tal
la entrada de su Señor en el mundo, es porque tiene en vista algo distinto
del hecho preciso del nacimiento de Cristo; hecho en el cual casi nada deja
traslucir esta gloria real. ¡En realidad, es la totalidad del misterio "epifánico"
lo que la Iglesia celebra y en ese conjunto, la primera venida del Señor en la
humildad de la carne, nos aparece revestida de todo el esplendor de su veni-
da en gloria y majestad! Y justamente, lo que da a esta fiesta una profundi-
dad sin igual es que celebra, bajo forma sacramental, la manifestación final
de Cristo que será, el coronamiento de la Redención.

La celebración presente es testimonio de la realidad futura. Testimonio tan


cierto para nosotros, como lo fuera para los contemporáneos de Jesús, aquellos acon-
tecimientos de su vida que nosotros celebramos hoy. Porque no uno sino "tres prodi-
gios han señalado este día que honramos. Hoy, la estrella guió a los magos hasta el
Pesebre; hoy, el agua se hizo vino, en la fiesta nupcial; hoy día, Cristo quiso ser bauti-
zado por Juan en el Jordán, para salvarnos. Aleluya" (Antífona del Magnificat, 2° Víspe-
ras).

¿Qué hay de común entre estos tres sucesos? Que en cada uno de ellos se
manifiesta la gloria del Señor. Manifestación evidente en la adoración de los
Magos; testimonio del Padre en el Bautismo de este hombre que acaba de
contarse a sí mismo entre los pecadores. En las bodas de Caná, el mismo
evangelista es quien se encarga de dar la evidencia: "Este fué el primer mi-
lagro que hizo Jesús en Caná de Galilea; y manifestó su gloria, y creyeron en
Él sus discípulos" (Jn. II, 11).

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Así pues, en cada uno de estos hechos, se refleja algo de la Parusía del Se-
ñor. Al celebrarlos, la liturgia celebra en cierto modo, por anticipado, el ad-
venimiento glorioso de Cristo, así como en la Cena, Jesús realizó, también
por anticipado, su muerte redentora en la cruz. He aquí por qué la Epifanía
es la fiesta del triunfo de la Iglesia a través de todas las vicisitudes de su pe-
regrinación sobre la tierra.

3. Pero hay todavía otro lazo entre los tres sucesos que se festejan en este día. La
Epifanía de Cristo no es sólo una visita pasajera como la de un César romano a una de
sus ciudades. Es propiamente Cristo que viene a tomar su Esposa, la Iglesia.
Es una vez más todavía, la celebración por anticipado de las bodas del Cor-
dero. Esta idea tan profundamente dogmática está desarrollada por San Agustín en su
Homilía sobre las Bodas de Caná. El breviario que nos da algunos extractos en el tercer
Nocturno de II Domingo después de la Epifanía, ha omitido desgraciadamente las par-
tes más interesantes. Sólo se encuentra una simple alusión al desarrollo hecho más
arriba sobre el alcance místico del texto, que precisamente determinó su elección:

"Nuestro Señor acepta la invitación que se le ha hecho de asistir a unas bodas, y con
ello, independientemente de toda significación mística, Él ha querido...".

Pero mejor es conocer lo que precede:

"Respondiendo a una invitación, el Señor viene a las bodas. ¿Qué maravilla


si unas bodas han atraído al Señor a esta casa, a Él, que entró en el mundo
atraído por unas bodas? Porque si Cristo no ha venido atraído por unas bo-
das, es porque no tiene acaso, Esposa aquí en la tierra. Pero, entonces ¿qué
ha querido decir el Apóstol: "Os he prometido al Esposo único, Jesucristo,
para presentaros a Él como una virgen pura?". Tiene pues, aquí una Esposa
que Él ha rescatado con su sangre y a la cual ha dado en prenda el Espíritu
Santo. La ha librado de la esclavitud del demonio, ha muerto por sus pecados, ha re-
sucitado para su justificación. ¿Qué esposo ofrecerá tales presentes a su esposa? Que
ofrezcan los otros hombres adornos mundanos, oro, plata, piedras preciosas… ¿habrá
uno solo que ofrezca su sangre? Porque si hubiera uno solo que lo hiciera no podría
casarse con la esposa. Pero el Señor no tuvo este temor a la hora de su muerte. La
esposa a la cual dio su sangre y a la cual se unió en el seno de una Virgen
será suya después de su resurrección. El Esposo es el Verbo, la Esposa es la
naturaleza humana y la reunión de ambos es Jesucristo, Hijo de Dios, al
mismo tiempo que hijo del Hombre. La cámara nupcial donde se hizo cabeza
de la Iglesia es el seno de la Virgen María; de ahí es que siguiendo la profe-
cía de las Escrituras: "Semejante a un esposo saliendo del tálamo se lanzó
como un gigante a correr su camino".

A la luz de esta doctrina, los tres acontecimientos conmemorados por la liturgia de


Epifanía, pierden su carácter de simples hechos transitorios y pasan a ser símbolos
permanentes que expresan, cada uno en su forma propia, el misterio de las bodas de
Cristo con su Iglesia.

Los dones de los Magos son los presentes de esta boda. El bautismo en el
Jordán aparece como el baño nupcial sagrado — todavía en uso entre los
orientales — en el cual lava sus manchas la humanidad representada por el
nuevo Adán. En Caná, Jesús mismo es el esposo que sirve a la Iglesia, su Es-

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posa, y a los convidados el vino de la nueva Vida: todo esto está reunido en un
cuadro encantador en un texto de la liturgia:

"Hoy se une la Iglesia a su Esposo celestial, porque sus pecados han sido
lavados en el Jordán: los Magos acuden con presentes a las bodas reales; y
habiéndose transformado el agua en vino se regocijan los convidados, alelu-
ya".

Esta es la admirable Antífona "ad Benedictus" de la Epifanía. Para comprender toda


la importancia que tiene, hay que recordar que los Laudes son la preparación inmedia-
ta a la Cena eucarística, es decir, al festín de que se habla en la Antífona: los fieles son
los invitados a las bodas reales donde gustarán el "Pan y el Vino" que Él les ha prepa-
rado.

Y así volvemos a encontrar el sentido del Ofertorio que ya hemos señalado más arri-
ba: el cortejo de reyes, cargados de presentes simboliza el cortejo de los fieles que
llevan sus ofrendas al altar.

A esta misma luz, la Comunión del II Domingo después de la Epifanía, adquiere toda
su significación:

"El Señor, dijo: llenad de agua estos odres y llevadlos al maestresala. Cuando el
maestresala hubo gustado el agua hecha vino, dijo al esposo: tú has reservado el vino
bueno hasta ahora".

El agua hecha vino es, para decirlo una vez más, nuestra humanidad divi-
nizada por la Encarnación del Hijo de Dios.

Este es el sentido de la Epifanía: así lo entendieron los mismos que compusieron la


liturgia de este tiempo. Es el coronamiento espléndido del ciclo de Navidad, o
más exactamente, el ciclo "epifánico" puesto que tiene por objeto la mani-
festación del Hijo de Dios en el mundo. Durante este ciclo, la Iglesia nos ha-
ce vivir, en forma resumida y altamente conmovedora todo el misterio de "la
venida del Señor" desde su advenimiento en la humildad de la carne, hasta
el día glorioso de las eternas Bodas del Cordero.

Dr. J. Pinsk

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