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Chasles El Que Vuelve (Betiana)
Chasles El Que Vuelve (Betiana)
Magdalena Chasles
II Tim. IV, 1
CARTA PROLOGO
Estimada señora:
He leído su libro. Lo he leído con el mayor interés. "Nova et vetera", es una tesis
nueva, sobre un tema muy antiguo. Ud. nos refiere con mucha claridad, có-
mo esta cuestión fué considerada importantísima en la primitiva cristiandad,
y cómo los cristianos, no viendo llegar la segunda venida del Señor, conclu-
yeron por no pensar más en ella, como tampoco piensan en el fin del Mundo.
Pero la Iglesia no olvida, y dos veces por lo menos durante el año litúrgico
nos hace una solemne advertencia: una vez en el Domingo 24° y último des-
pués de Pentecostés, y una vez en el Evangelio del 1° Domingo de Adviento.
Y la prosa incomparable del "Dies irae", que fué compuesta, no para el oficio
de difuntos, donde se encuentra actualmente, sino para el primer Domingo
de Adviento, insiste sobre el fin de todas las cosas, sobre esa vuelta del Se-
ñor y el juicio último y definitivo. El oficio de difuntos de hoy día está por lo
demás penetrado del pensamiento del fin de los tiempos, porque para el difun-
to la muerte es el fin de todo lo que ha visto, conocido y amado sobre la tierra.
Pero el espantoso cataclismo que nos anuncian los sabios de acuerdo con los teólo-
gos nos hace perder un poco de vista los acontecimientos que le precederán. En cam-
bio Ud., señora, parece preocuparse poco de todas esas desgracias; lo que a Ud. in-
teresa es la segunda venida de Cristo, son los sucesos que acompañarán esta segunda
venida anunciada con tanta insistencia durante el Adviento y otras épocas litúrgicas.
En el fondo todo su libro no tiene otro fin que el de recordarnos el lugar que
ha ocupado y que debe ocupar en la enseñanza cristiana y en nuestra vida la
convicción de que las profecías sobre el reino de Dios no se han cumplido
aún totalmente y que los acontecimientos profetizados antes de la venida
del Mesías y resumidos con tanta elocuencia por San Pablo, tendrán que rea-
lizarse un día.
1
dadas. Pero es la suerte de la mayor parte de las tesis de este género, y no ha de sen-
tirse Ud. cohibida para defenderse.
Hubiera deseado ponerlo más de relieve en esta carta prólogo, pero, después de to-
do, su objeto puede resumirse en dos palabras: "tolle, lege".
Fernando Cabrol
Abad de Farnborough.
PROLOGO
2
calipsis describe "Los nuevos cielos y la nueva tierra" después del "siglo venidero", so-
lamente en la aurora del reino final "en los siglos de los siglos"2.
Si se objetara que decimos en el Credo: "Vendrá a juzgar a los vivos y a los muer-
tos", contestaríamos: ¿No decimos también: "Nació de Santa María Virgen, padeció
bajo el poder de Poncio Pilato"?
Sin embargo, no deducimos de este acercamiento que Jesús nació y murió el
mismo día. ¿No acaecerá lo mismo con su segunda venida y el juicio general?
¿Por qué?
***
Nuestro estudio quiere emplear otros medios que los de la discusión para alcanzar
su objeto. Si a veces llegamos a plantear ciertas interrogaciones, especialmente en lo
concerniente "al reino milenario" (Apéndice 2), deseamos, ante todo, fundándonos en
textos numerosos y muy precisos de las escrituras, despertar la atención de los cristia-
nos sobre un gran dogma que permanece generalmente en la penumbra: Jesucristo
vendrá a resucitar a los suyos y reinar. "Tanto en su aparición como en su reino", decía
el Apóstol Pablo a Timoteo (II Tim. IV, 1).
No… Cristo Jesús nos advirtió muy claramente: "No os corresponde conocer tiempos
y ocasiones que el Padre ha fijado con su propia autoridad" (Hech. I, 7).
Pero… "Velad, pues, porque no sabéis en qué día vuestro Señor viene" (Mt. XXIV,
42).
Quisiéramos ante todo hacer comprender que toda nuestra esperanza cristiana
está íntimamente unida a la Vuelta de Cristo y a la Resurrección de los cuer-
pos: "Poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os traerá cuando aparezca
Jesucristo" (I Ped. I, 13).
2
El Te Deum señala la existencia de estos dos tiempos: el siglo y los siglos de los
siglos: "Et laudamus nomen tuum in saeculum et in saeculum saeculi ”.
3
Debemos dirigir nuestros deseos hacia ese día, que será el de nuestra glo-
ria y de nuestro triunfo, porque será el día de la gloria y del triunfo de Cristo
y de la Iglesia.
¡Fuera, pues, nuestras mezquinas miradas personales, nuestras pequeñe-
ces, nuestro egoísmo, nuestro deseo insaciable de gozar y de poseer! Una
sola esperanza nos guía, una sola cosa importa: ¡El volverá, El reinará!
***
***
El Cordero ha venido: "He aquí el Cordero de Dios" (Jn. I, 36). Ha venido una pri-
mera vez, humillado y sufrido, como servidor y víctima: "Fué llevado al matadero" (Is.
LIII, 7).
Mas, volverá, en la gloria, como León de Judá: "He aquí el León de la tribu de Judá"
(Apoc. V, 5). Volverá para resucitarnos, para reinar, para juzgar a los impíos.
Desde ahora, dejémonos penetrar por "La bondad de la palabra de Dios y las pode-
rosas maravillas del siglo por venir" (Heb. VI, 5)3.
3
Daremos en el curso de este trabajo, las referencias a los salmos según la numeración del
hebreo, como en la Biblia Crampon y no según la Vulgata.
4
AL LECTOR
INTRODUCCION
II Tim. IV, 8
La mañana de San Silvestre de 1932, último día del año, leía atentamente la Epístola
y el Evangelio que el Misal Romano nos propone para esta fiesta. De repente, una viva
luz iluminó aquellos textos. Mis ojos se detuvieron sobre el fin de la epístola: "A todos
los que hayan amado su venida", y no podían despegarse de ahí: "A todos aquellos
que hayan amado su venida". ¡Su venida! ... ¡Su venida!, repetía lentamente dentro de
mí, mientras mi corazón latía y el pensamiento del apóstol Pablo tomaba más y más
precisión y fuerza dentro de mi espíritu... "A todos aquellos que hayan amado su veni-
da".
¡Cómo, exclamaba yo, en el silencio de mi corazón, "... esta corona de justicia" que
yo deseo tan ardientemente cada vez que leo la Epístola, será dada a aquéllos que
habrán amado la venida de Jesús!4
4
"He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe. En adelante me
está reservada la corona de la justicia, que me dará el Señor, el Juez justo, en aquel día, y no
sólo a mí sino a todos los que hayan amado su venida" (II Tim. IV, 7-8).
5
blo refiere la suprema recompensa, es decir, "la corona de justicia" a la
guarda de la fe y al amor ardiente de la venida de Cristo, cuando venga a
glorificar su Iglesia y sus Santos.
No había jamás establecido este paralelo, tampoco había notado la orden de San
Pablo a Timoteo:
"Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, el cual juzgará a vivos y a muertos,
tanto en su APARICIÓN como en su REINO: predica la Palabra…" (II Tim. IV, 1-2a).
Pablo refiere la predicación apostólica a esta vuelta de Cristo. Aún más, ¡es a
causa de ella que se debe predicar!
Esto es, pues, un hecho capital, un suceso central, la llave de bóveda de todo el edi-
ficio cristiano. Es preciso esperar la aparición de Cristo y su Reino.
II
II Tim. IV, 1
Lo que yo narro aquí lentamente, se precipitó en mi espíritu con una violencia, una
rapidez sorprendente. Aquellos que han conocido horas de luz intensa, saben que bas-
tan algunos instantes para el trabajo divino. Un minuto, bajo el rayo transforma-
dor, es más poderoso en resultados que años de estudio intelectual.
¡No había aplicado estas palabras, pensaba yo, más que al día de mi muer-
te! ¡Pero esto es un error evidente, esto es falsear su verdadero sentido! Esta
interpretación es el fruto de un individualismo un poco culpable, ¡como si no
hubiera nada interesante fuera de nuestra "pequeña persona"! Sentía una
impresión de disgusto profundo por este egoísmo espiritual que lo desmenu-
za todo, lo reduce todo, lo limita todo, lo refiere todo al odioso yo y deja a
Dios en la penumbra.
6
Entonces me apareció con nuevos trazos luminosos la grandeza de la se-
gunda venida de Jesús: el único acontecimiento futuro que merece retener
la plenitud de nuestra atención.
Por primera vez sentía que la "pequeña esperanza" de Péguy, debía transformarse,
llegar a ser una poderosa palanca que nos levante "hasta lo que está detrás del velo;
donde, como precursor, Jesús entró" (Hebr. VI, 19-20) y de donde volverá a nosotros.
¡VOLVERÁ! ¡REINARÁ!
III
Hech. I, 11
Abrí luego los Hechos de los Apóstoles para volver a leer el relato de la Ascensión de
Jesús y comprender mejor cómo volverá:
"Dicho esto, fue elevado, viéndolo ellos, y una nube lo recibió (quitándolo) de sus
ojos. Y como ellos fijaron sus miradas en el cielo, mientras Él se alejaba, he aquí que
dos varones, vestidos de blanco, se les habían puesto al lado, los cuales les dijeron:
“Varones de Galilea, ¿por qué quedáis aquí mirando al cielo? Este Jesús que de en
medio de vosotros ha sido recogido en el cielo, vendrá de la misma manera
que lo habéis visto ir al cielo” (Hech. I, 9-11).
Los apóstoles esperaron su vuelta, si no para ellos durante su vida, al menos para la
humanidad rescatada que no tendrá el complemento de su salvación más que en la
Aparición y el Reino de Cristo. Por su primera venida sólo obtuvo la humanidad las
arras de la salvación, por el Espíritu Santo que nos ha sido enviado, pero espera toda-
vía, gimiendo, la plena redención de los hijos de Dios (II Cor. V, 1-6 y Rom. VIII, 18-
25).
7
La Ascensión marca, pues, el término del primer ciclo de la historia del
mundo: Expectación del Mesías.
Pero la vuelta de Cristo marca el fin del segundo ciclo, en el cual nosotros
estamos y que se resume así: Expectación del Rey.
Es difícil ser más claro y más preciso sobre la importancia que los cristianos deben
atribuir a la Vuelta de Jesús.
“La misión de la Iglesia, escribe Dom Lambert Beauduin en un estudio sobre el Ad-
viento, consiste en preparar la humanidad a esta suprema venida de Cristo. Esta veni-
da llenará al justo de una alegría semejante a aquella que experimentan los vendimia-
dores cuando se aproxima el verano; para ellos, en efecto, es la hora de las riquezas y
del reposo; es el comienzo del reino de Dios"6.
Las palabras transcritas aparecen sólidamente abonadas por el Catecismo del Conci-
lio Tridentino que dice:
"Si todos los hombres han deseado ardientemente ese día del Señor en que Él se re-
vistió de nuestra carne, porque ellos ponían en ese misterio la esperanza de su libera-
ción, hoy día que el hijo de Dios ha muerto y ha subido a los cielos, NUESTROS SUS-
PIROS Y NUESTROS DESEOS MAS ARDIENTES DEBEN SER POR ESE OTRO DIA DEL,
SEÑOR"7.
5
Card. Billot: "La Parousie", París. Beauchesne, 1920, p. 9-10.
6
Dom Lambert Beaudin: "Notre pieté pendant l'avent", Louvain. Abbaye du Mont César,
1919, p. 63.
7
Catecismo del Concilio de Trento, cap. 8 del Símbolo de los Apóstoles.
8
Y, sin embargo: ¡El volverá y reinará!
IV
El alma que inundó una potente luz vuelve como impelida a cruzar la huella luminosa.
Entonces es cuando se inclina a desear para otros la llama, a propagar una idea motriz,
a conquistar adeptos. Tuve esos deseos. Hablé a algunos amigos del poder que nos
comunica "la esperanza viva" de la Vuelta de Cristo; y un día con audacia, pregunté a
un sacerdote: "¿Cree Ud. en la Vuelta del Señor Jesús?".
Una sonrisa un poco burlesca, un poco irónica, un poco escéptica fué primero la úni-
ca respuesta.
— "Pero, señor cura, Ud. leerá en la Ascensión, cuya fiesta está próxima: "El volverá
de la misma manera que vosotros le habéis visto subir a los cielos".
9
En cuanto a los demás, menos instruidos, dilatan sus pupilas y os dicen:
¡Cómo! ¿Jesús ha de volver?
“Embota el corazón de este pueblo, y haz que sean sordos sus oídos y ciegos sus
ojos; no sea que vea con sus ojos, y oiga con sus oídos, y con su corazón entienda, y
se convierta y encuentre salud.” (Is. VI, 10).
"Respondióles y dijo: "Porque a vosotros os ha sido dado conocer los misterios del
reino de los cielos, pero a ellos no se les ha dado (…) En cuanto a vosotros, ¡bienaven-
turados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!” (Mt. XIII, 11.16).
"Ellos no podían creer, porque Isaías también dijo: “Él ha cegado sus ojos y endure-
cido sus corazones, para que no vean con sus ojos, ni entiendan con su corazón, ni se
conviertan, ni Yo los sane”. (Jn. XII, 39-40).
Con una ceguera inconcebible, hay quienes quieren hacer decir a la Escri-
tura exactamente lo contrario de lo que ella afirma con tanta fuerza.
"Un ángel se les acercó y les anunció que esta vez, Jesús de Nazaret no volvería más.
Se les decía haber partido para no volver"9.
8
Abbé P. Girodon: "Comentaire sur l'Evangile selon Saint Luc". París, Plon, p. 354.
9
M. Marras: "Quel est donc cet homme ?", París, Perrin, p. 359. ¿Cómo ha podido intro-
ducirse una contradicción tan flagrante del texto de los Hechos de los Apóstoles (I,
11), que acabamos de citar, en una obra que tiene tan gran cuidado de la exactitud
histórica?
10
¿No vemos aquí el impresionante cumplimiento de la profecía: "Ojos para no ver"?
Esta profecía se realizó ya una vez para los judíos. No reconocieron a Cristo por-
que no estaban preparados para su primera venida.
La BIBLIA nos habla sin cesar de esta esperanza del mundo — 320 veces sólo en el
Nuevo Testamento — pero nosotros no la leemos o la leemos sin comprender.
¡Nosotros no sabemos!... Jacob al pie de la escala misteriosa, no sabía que ahí esta-
ba la casa de Dios y la puerta del cielo.
Es preciso que el mismo Dios abra nuestro corazón como Él lo hizo para Lydia, la
que vendía púrpura en Ciatura:
"El Señor le abrió el corazón y la hizo atenta a las cosas dichas por Pablo" (Hech.
XVI, 14).
No estamos atentos, no gritamos como los ciegos del camino de Jericó; sin embargo,
Dios espera gritos para decir a los ojos, a los oídos, al corazón: "¡Effeta!". "¡Por fin,
abríos!" y entonces creeremos en el misterio de la Vuelta anunciada y del Reino de
Cristo.
VOLVERA! ¡REINARA!
Lc. XXIV, 45
11
Hay en nosotros ausencia de adaptación. El sentido del misterio se nos escapa a
causa de la pobreza de nuestra fe y de la impureza de nuestras vidas.
¿Pero dónde encontrar esta fuente de luz? ¿Este reflector sobre nuestra ruta?
Hace largo tiempo que conozco toda la revelación espiritual y personal que se extrae
al contacto de nuestros Santos libros: conozco la alegría del “consuelo de las Escritu-
ras" (Rom. XV, 4).
Si nuestra inteligencia queda cerrada, cerrados los ojos de nuestras almas — cuando
leemos la Biblia — y ¿qué decir de los que no la leen? — es porque nosotros buscamos
en ella lo que ella no contiene.
Queremos hacer del Libro un libro humano; de un libro eterno, un libro del
tiempo, de un libro misterioso, un libro racional; de un libro universal, un
libro personal.
Reducimos las Escrituras a nuestra medida de hombres, a nuestras pers-
pectivas limitadas de europeos civilizados del siglo XX, a nuestros conoci-
mientos científicos, históricos, artísticos, de los cuales hacemos tanto caso.
10
Este día que aparecerá es el de la vuelta del Señor Jesús. En el Apocalipsis (XXII,
16) Jesús es llamado la brillante estrella matutina.
12
Reducimos las Escrituras a la crítica del razonamiento; las pasamos por el
cedazo de nuestra substancia cerebral.
Palabra actual para todos los tiempos, para todos los países y para todos los hom-
bres. Palabra eterna, el Verbo, Jesucristo, que viene a nosotros bajo las apa-
riencias de la palabra escrita. De ahí que, sólo elevándonos por encima de lo hu-
mano y de lo contingente, sólo tomando impulso hacia las alturas de Dios por la fe, la
esperanza y el amor, sólo penetrando en las esferas de lo invisible, podremos abordar
el estudio sobrenatural del plan de Dios, desde la creación angélica hasta la Jerusalén
celestial.
La vuelta de Cristo es, en efecto, para nuestra generación, la piedra angular de ese
edificio espiritual.
El Espíritu Santo ha sido enviado para introducirnos en esa magna construcción; pa-
ra guiarnos por el dédalo de los textos; para descubrirnos "la insondable riqueza de
Cristo" (Ef. III, 9). "Os anunciará las cosas por venir. Él me glorificará, porque tomará
de lo mío, y os (lo) declarará" (Jn. XVI, 13-14).
Casi todos los Evangelios del común de las fiestas han sido escogidos en-
tre los textos escatológicos de los evangelistas Mateo y Lucas: Vírgenes pru-
dentes y Vírgenes necias, parábola que es el prototipo de la Venida del Esposo; Servi-
dores que velan; Rey que distribuye los talentos y vuelve, para tomar cuentas; Parábo-
las llamadas del "Reino de Dios", etc., etc... Leemos estos textos cada día, pero ¿pen-
samos por esto en vivir de expectación?
Meditando sobre estas nuevas perspectivas que me ofrecía la Biblia y la liturgia, mis
antiguos conocimientos iconográficos se me vinieron a la memoria y de repente, delan-
te de mis ojos —abiertos esta vez- surgieron dos obras pictóricas que yo conocía mu-
cho y que hasta ese momento nada me habían sugerido acerca de la Vuelta de Jesús y
de su reinado, así como nada me habían sugerido hasta entonces la Escritura y la Li-
turgia. Eran éstas dos pinturas del mosaico de Santa Sofía de Salónica y el Juicio final
de Torcello, cerca de Venecia.
11
Ver el apéndice: "El segundo advenimiento y reinado de Cristo en la Liturgia". Se dan allí
numerosos detalles litúrgicos.
13
El mosaico de Salónica representa la Ascensión. Los ángeles se inclinan hacia
los discípulos; las palabras que pronuncian entonces, y que el libro de los Hechos nos
ha conservado, están escritas en griego: "Hombres de Galilea... Este Jesús, que sepa-
rándose de vosotros se ha subido al cielo, vendrá de la misma manera que le acabáis
de ver subir allá". Uno de los ángeles pone su dedo sobre las palabras: "DE LA MISMA
MANERA".
¡Qué significación, qué enseñanza por la imagen! El deseo del ordenador del magní-
fico y sorprendente mosaico no puede haberse expresado en forma más explícita:
"Vendrá de la misma manera".
El juicio final de Torcello es una de las obras notables que nos ha dejado el arte bi-
zantino implantado en Italia.
Trabajo gigantesco, elaboración difícil, para dar al que pasa una imagen de las esce-
nas trágicas y prodigiosas de "el día del Señor".
Al centro del mosaico dé Torcello, bajo el Cristo, que vuelve glorioso con
sus santos, está un trono vacío. Dos personajes esperan postrados al que va
a ocuparlo. Sus figuras son fáciles de reconocer: Adán y Eva. Ellos han perdi-
do el reino, y esperan la vuelta del segundo Adán, Jesucristo.
¡Volverá! ¡Reinará!
***
¡VOLVERA! ¡REINARA!
PRIMERA PARTE
VOLVERA
Cristo, que se ofreció una sola vez para llevar los pecados de muchos, OTRA VEZ APARECE-
RÁ, sin pecado, a los que le están esperando para salvación (Hebr. IX, 28).
Mat. II, 2
12
Ver Apéndice: "Cristo Rey y Hombre en el arte".
14
El profeta Isaías ha sido a veces representado en el arte con la mirada dirigida hacia
lejanías misteriosas, con la mano sobre la frente para permitir a sus pupilas captar las
cosas futuras. Esta actitud figura la del pueblo judío que espera al Mesías; ella es la
que debe tener el pueblo cristiano esperando su Vuelta. Una semejanza profunda
existe, pues, entre la expectación de la Sinagoga, en otro tiempo, y la de la
Iglesia, hoy día.
Pero, ¿en qué consistía exactamente la expectación de los judíos? Ellos esperaban
la aparición de un rey poderoso, esperaban en el Ungido del Señor, un jefe,
que debía restablecer el reino de Israel. El Mesías, "de la posteridad de Da-
vid" (Jn. VII, 42) sería Rey. Esta era la enseñanza oficial de las escuelas rabínicas y
la creencia general.
Pero la Sinagoga tenía los ojos cegados, los oídos sordos, el corazón helado por la
concepción puramente ritual de las prescripciones mosaicas. Ella no pudo, pues, reco-
nocer a Aquél que venía a obedecer hasta la muerte de Cruz, llevando el pecado del
mundo… Se creía sin pecado; no tenía, pues, necesidad de Salvador…
Rara vez los católicos hacen el gesto del profeta Isaías, colocando la mano horizon-
talmente sobre su frente, para avistar mejor las maravillas lejanas del Día del Señor.
Sin embargo, el Espíritu Santo nos ha sido enviado para esto, para enseñarnos
los misterios del Fin de los Tiempos: "Dirá lo que habrá oído, y os anunciará las
cosas por venir" (Jn. XVI, 13-14).
***
15
Ante los Magos, el Mesías se manifestó al mundo como Rey. Quería que las
generaciones futuras reconociesen en Belén las primicias de la unión admi-
rable de los judíos y de los gentiles, de la Sinagoga y de la Iglesia, unión
constitutiva de la Jerusalén futura.
Los magos — figura de la gentilidad — vinieron pues, al país de los judíos y pregun-
taron por su rey para adorarle: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?
Hemos venido a adorarle". Herodes creía en las profecías, aún siendo idumeo, y se
informó con los sacerdotes y con los escribas "dónde debía nacer el Cristo".
Los magos preguntaron por "el rey de los judíos". Herodes les dio su nom-
bre: "Cristo". ¿Dónde debe nacer el Cristo?" preguntó a los sacerdotes. Para
él, como para todos, el Mesías debía restablecer el reino de Judá, y arrojar
por lo tanto la dinastía usurpadora de los Herodes. Desde entonces, este Niño
buscado por los magos sería a sus ojos un enemigo.
Los sacerdotes se reunieron y proporcionaron a Herodes la información solicitada.
En ningún error se incurrió aquel día sobre la persona de Jesús; los sacerdo-
tes evidentemente no pueden separar la idea del Mesías de su condición de
Rey. Conocen las profecías de Miqueas y declaran: "Nacerá en Belén", porque
está escrito: "Y tú Betlehem (del) país de Judá, no eres de ninguna manera la menor
entre las principales (ciudades) de Judá, porque de ti saldrá el caudillo que apacentará
a Israel mi pueblo" (Mt. II, 6 citando a Miq. V, 1).
Los magos habían sido conducidos a Jerusalén y a Belén por una estrella;
Jesús fué, pues, reconocido por medio de un signo, — el signo de la estre-
lla, —tal como había sido designado por la voz de la profecía.
En el día de su manifestación (Epifanía) constituyó Jesús alrededor suyo la
unidad de los pueblos. En ese día, — único en los anales del mundo, — los
judíos reconocieron al Rey-Mesías por la profecía y los gentiles le adoraron
por un signo. ¡El muro de separación quedó, pues, quebrantado por algunas
horas! (Ef. II, 11-19).
Ha querido sugerir a la cristiandad que ore para que pronto Jesús sea Rey
de judíos y gentiles13. Ardiente deseo es éste ya que esta fiesta de Cristo Rey es la
expresión unánime "del suspiro de las criaturas" a través de la Iglesia (Rom. VIII, 22),
que querría verle ya reinar sobre las potencias terrenales. Pero este reinado univer-
sal existe sólo en potencia, en esperanza, en votos ardientes; pues, de hecho,
Jesús no ha reinado jamás sobre los Estados y nunca ha sido más desconoci-
13
Oración de S. S. Pío XI para la fiesta de Cristo Rey: "Mirad, Señor, con misericordia los hijos
de ese pueblo, que fué en otro tiempo tu predilecto; que sobre ellos descienda, en bautismo de
Redención y de Vida, la Sangre que un día contra sí reclamaron".
16
da su autoridad por los individuos: "Sabemos que nosotros somos de Dios, en tan-
to que el mundo entero está bajo el Maligno" (I Jn. V, 19).
Nosotros somos unos rebeldes y Jesús sólo podrá reinar sobre espíritus perfecta-
mente sumisos. La fiesta de su realeza no pasará de ser, pues, una quimera si no pre-
para nuestros corazones a hacer la voluntad de Dios, aquí en la tierra como se hace en
el cielo, y si esta fiesta no constituye un testimonio de la liturgia celestial del "Rey de
los reyes" (Apoc. XIX, 16).
Pero antes que eso es preciso aguardar la Vuelta en gloria de Nuestro Se-
ñor para que recoja el doble fruto de su muerte por la obediencia hasta la
muerte de Cruz, y de su continua intercesión por nosotros después de su As-
censión y entronización a la diestra de Dios (Rom. VIII, 34). Entonces podrá es-
tablecer su reinado y entregar después este reino de sacerdotes y reyes, a su Padre. El
apóstol San Pablo expone esta doctrina a los Corintios: "Después el fin, cuando Él en-
tregue el reino al Dios y Padre, cuando haya derribado todo principado y toda potestad
y todo poder. Porque es necesario que Él reine “hasta que ponga a todos los enemigos
bajo sus pies" (I Cor. XV, 24-25).
II
Lc. II, 34
Los magos fueron conducidos por medio de una señal al niño Rey, la señal
de la estrella. Dios da a menudo señales para hacer conocer su poder, hacer-
se adivinar bajo el símbolo. "Y para que puedas contar a tu hijo, y al hijo de tu hijo,
las grandes cosas que Yo hice en Egipto, y los prodigios que obré en él, a fin de que
sepáis que Yo soy Yahvé” (Ex. X, 2).
Jesús dio diez y nueve señales de su Vuelta futura. Los apóstoles habían pedido una
sola: "¿Cuál es la señal de tu advenimiento?" (Mt. XXIV, 3).
Jesús dio varias señales, y tanto éstas como las profecías deben ser consideradas
atentamente si se quiere penetrar los misterios que anuncian.
El Señor Jesús había querido que sus contemporáneos tuviesen muy en cuenta las
señales que El ofrecía: aquella de la serpiente de bronce para marcar su muerte,
aquella de Jonás para figurar su entierro y resurrección; aquella del Templo
14
Pastor P. Perret. Dieu serait-il allemand ? París. Edit. "Je sers", 1931, p. 187.
17
demolido y reconstruido en tres días para anunciar su muerte y la transfor-
mación de la Sinagoga. Ofreció también el signo de su realeza comparándose a
Salomón: "Y ved que hay aquí más que Salomón" (Mt. XII, 42).
Pero todas estas señales a los ojos de los judíos sólo fueron señales de
contradicción. El Mesías será rey, pero no un crucificado colgado del madero
como la serpiente, o sepultado como Jesús.
Los magos también buscaban un rey, y ¡encontraron un niño pobre! ¡Qué
fuerza la del contraste! Su fe sincera sobrepasó las apariencias. Adoraron y
reconocieron en ese pequeño cuerpo humano: el hombre, el Dios y el Rey.
Mas, he aquí que nace al término de un viaje, sin casa y en la desnudez. ¡Qué señal
de contradicción en el primer día de la vida de Jesús! ¡Y en el último…! En la tarde del
Gólgota, sólo la inscripción de Pilatos podría recordar a la Madre las sublimes palabras
angélicas: "Jesús de Nazaret, Rey de los judíos". ¡Cruel enigma para el alma de María!
Pero ella había sido preparada por la profecía del justo Simeón: "Este es puesto para
ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para ser una señal de contradicción –
y a tu misma alma, una espada la traspasará" (Lc. II, 34-35).
Y la Virgen María: "Conservaba todas estas palabras en su corazón" (Lc. II, 51). Y
primero que nadie pudo hacer la síntesis del doble aspecto que revestiría su Hijo: sería
un varón de dolores y blanco de la contradicción (profecía de Simeón). Sería Rey (pa-
labras del ángel).
Los apóstoles participaban de las ideas del Sanedrín y de los judíos en general, so-
bre el Mesías, Rey y Jefe; y, al igual que ellos, rechazaban la señal de la humillación y
del sufrimiento, a pesar de las enseñanzas reiteradas de los profetas.
18
Para él también Jesús no podía ser más que Rey.
Un día que Jesús anunciaba su muerte ignominiosa, las bofetadas y los esputos, Pe-
dro exclamó: “Esto no te sucederá por cierto” (Mt. XVI, 22).
Pedro dio un desmentido formal a Jesús, pues, evidentemente, para él que creía en
el Mesías-Rey, esta muerte era inaceptable ¡El Mesías es el Jefe y no un crucificado!
Con ocasión de otro anuncio de la Pasión por parte de Jesús, la madre de Santiago y
de Juan dijo a su vez: "Esto no sucederá". Ella no creía tampoco en esta muerte anun-
ciada, pues luego solicita los tronos situados a la derecha y a la izquierda de Jesús pa-
ra sus hijos, "en tu Reino" (Mt. XX, 21).
Oyen a Jesús afirmar delante del gran sacerdote que Él es el Hijo de Dios
(Mt. XXVI, 64). Y sobre la cruz lo oyen gritar: "Dios Mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado?" (Mt. XXVI, 46). ¡Extraña contradicción!
Oyen todavía a Jesús declarar: "Mi reino no es de este mundo"15 (Jn. XVIII,
36), y a Pilatos que le preguntaba, ciertamente con ironía: "¿Tú eres el Rey
de los judíos?", respóndele: Tú lo has dicho, soy Rey, Yo para esto nací (Jn.
XVIII, 37).
Entonces los judíos se burlaban de este Rey coronado de espinas y vestido de púr-
pura: "Salve, Rey de los judíos". Y venían a Él, y decían: "Dios te salve, rey de los ju-
díos; y le daban de bofetadas" (Jn. XIX, 3).
Pilato hizo escribir, siempre por ironía: "Jesús Nazareno, rey de los judíos" (Jn. XIX,
19).
El ladrón oraba: "Acuérdate de mí Señor, cuando hayas llegado al reino tuyo" y Je-
sús responde señalando su omnipotencia: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc.
XXIII, 42).
19
tor de las masas, al usurpador del título de Hijo de Dios, menos todavía, a un
desecho humano colgado de un madero, a un objeto de maldición: "Maldito de
Dios el colgado en un madero", se decía desde Moisés (Deut. XXI, 23 y Gal. III, 13).
Es preciso notar aquí que las "señales" que tienen tanta importancia para
reconocer la huella del Señor pueden también conducir al error al espíritu
que se asila en ideas preconcebidas.
Los judíos no pensaban más que en una cierta realeza mesiánica, no en aquella que
Jesús les ofrecía; entonces rechazaron a su rey. Dejaron en la penumbra las señales y
las profecías de la humillación, del dolor y de la muerte. Porque, no lo olvidemos, el
"misterio de Cristo" es complejo. ¡Plegue a Dios que "podáis comprender con to-
dos los santos, cuál sea su anchura y longitud, altura y profundidad"! (Ef. III, 18).
III
Sal. XL, 8
Los magos habían sido conducidos a Jerusalén por la señal de la estrella; ahí vuelven
a encontrar otra fuente de conocimiento divino: la profecía. Les fué revelada por la voz
de los sacerdotes, y alumbrados los magos por estas dos sagradas manifesta-
ciones: signo y profecía, llegaron a Belén y descubrieron al Rey de los reyes.
Si la profecía para los magos tuvo una importancia tan grande, — los condujo a Je-
sús, — ¿acaso no tuvo también en el curso de la vida del Mesías un cumplimiento per-
manente? ¿No podría decirse que todas las profecías bíblicas vienen a concentrarse
sobre la persona del Hijo de Dios? "He aquí que vengo –así está escrito de Mí en el
rollo del Libro– (Sal. XL, 8)16.
Todo esto estaba escrito para su primera venida y todo está escrito para el futuro.
Los profetas han sido los depositarios de los secretos del Padre, referente a su Hijo:
"Pues Yahvé, el Señor, no hará nada sin revelar su secreto a sus siervos los profetas"
(Am. III, 7).
Ellos han escrito toda la vida de Cristo: su vida pasada, su vida presente, su vida fu-
tura. Jesús ha desenrollado la primera parte del rollo del Libro cumpliendo a
la letra las profecías referentes a su primera venida. Desenrollará el rollo
16
Este versículo y los anteriores están citados en Heb. X, 5-7.
20
hasta el fin al venir por segunda vez, para cumplir, con no menos exactitud,
las profecías referentes a su Vuelta y a su Reino glorioso17.
Podemos decir que los "secretos" de Dios, confiados a sus servidores los pro-
fetas, están divididos en dos grupos proféticos.
Estas profecías del Antiguo Testamento, han sido completadas por la enseñanza de
los Apóstoles y sobre todo por la "Revelación" — o Apocalipsis —hecha por Jesús mis-
mo a San Juan en la Isla de Patmos.
Constatamos, pues, que Jesús confirma las profecías realizadas en Él, por su última
palabra sobre la cruz: “SE HA CUMPLIDO". Confirma que las profecías no realizadas
todavía se cumplirán y que entonces dirá: " HECHAS ESTÁN".
***
El judío era un hombre que miraba hacia adelante, hacia el Mesías. El cristiano, pue-
de, a la vez, mirar hacia un pasado realizado en Jesús y también fijar sus ojos hacia
una lejanía profética, esperando con alegre esperanza que Cristo desarrolle el final del
Libro.
Tratemos, pues, de evocar la doble actitud del judío de otro tiempo y la posterior del
cristiano, frente a la profecía.
La primera dificultad que se encuentra cuando se habla de profecía — en cualquiera
época que sea — es relativa a los tiempos.
17
El libro era enrollado; en lugar de abrirlo se le desenrollaba. Los judíos de nuestros días,
guardan la antigua costumbre del rollo en sus Sinagogas. Ver en el Apéndice: el "Cuadro de las
profecías".
21
La palabra profética franquea de un salto los siglos, que para Dios son como un día:
entonces es cuando le falta del todo la perspectiva y no puede ser registrada a la ma-
nera de un hecho histórico.
Constatamos, por ejemplo, cómo Jesús habla de la ruina próxima de Jerusalén, en la
época romana, y del fin del mundo actual, como de un mismo acontecimiento. Cuando
leemos el capítulo XXIV de San Mateo, nos es preciso poner una gran atención en los
términos empleados por Jesús al referirse a uno u otro acontecimiento.
A veces, ciertas palabras conciernen a los dos hechos indistintamente, pues, el pri-
mero, la toma de Jerusalén, no debe ser más que un prototipo del segundo, que es el
fin del mundo presente.
18
"Pensées". Edit. Gazier, p. 154.
22
ria de aquél que ha llevado nuestras debilidades, nuestras heridas, la justificación de
muchos hombres por su sufrimiento; en fin, la gloriosa parte de su botín. El capítulo
entero es la sorprendente anticipación de las palabras de Jesús: "¿No era
necesario que el Cristo sufriese así para entrar en su gloria?” (Lc. XXIV, 26)19.
Pero todas estas cosas habían quedado en la penumbra. Para los judíos el
Ungido del Señor debía restaurar la casa de David (Hech. XV, 16-17), volver
a levantar su trono, sacudir el yugo romano y el de Herodes, a fin de libertar
para siempre a Israel.
Tal era la enseñanza rabínica. Pero, de todas maneras, los judíos, que no habían re-
cibido la plenitud del sentido profético antes del Mesías, hubiesen podido adquirirlo
cuando Jesús predicó y desarrolló la verdadera naturaleza de su reino, en su primer
tránsito sobre la tierra. ¿No tenernos acaso testimonios irrecusables de la manera có-
mo Cristo quería hacerse conocer por el camino profético? El mismo explica los textos
que le conciernen.
Se entregó, pues, a Jesús el rollo del profeta Isaías "y al desarrollar el libro halló el
lugar en donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque Él me ungió;
Él me envió a dar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos la liberación,
y a los ciegos vista, a poner en libertarla los oprimidos, a publicar el año de gracia del
Señor”. Enrolló el libro, lo devolvió al ministro, y se sentó; y cuantos había en la sina-
goga, tenían los ojos fijos en Él. Entonces empezó a decirles: “HOY ESTA ESCRITURA
SE HA CUMPLIDO delante de vosotros” (Lc. IV, 17-21).
Así, pues, en este solo versículo segundo, los dos grupos de profecías están bien
deslindados.
"Estamos en el tiempo de la paciencia" (Rom. III, 26). ¿No vendrá pronto el tiempo
de la cólera? (II Ped. III, 10). Estos dos tiempos están en el rollo del Libro que de Él
está escrito.
19
El eunuco de la reina Candace leía el capítulo LIII de Isaías cuando se encontró con Felipe,
quien "comenzando por este pasaje le anunció la buena nueva de Jesús" (Hech. VIII, 26-40).
23
IV
Lc. XXIV, 27
Junto a la circunstancia típica de que Jesús se valió para darse a conocer en Nazaret,
en que dio cumplimiento y vida al "rollo del Libro que de Él está escrito", otros dos epi-
sodios, dos lecciones bíblicas no menos características, nos muestran cómo, después
de su resurrección, quiso fundar la enseñanza de sus discípulos sobre el cumplimiento
de las profecías en su persona.
Jesucristo insistía sobre "todo lo que han dicho los profetas" (Lc. XXIV,
25).
Este deseo del Maestro fué comprendido por los evangelistas. Los Evange-
lios — principalmente de Juan y Mateo — refiriendo los acontecimientos de
la vida de Cristo, se apoyan constantemente sobre textos proféticos ¡Cuán-
tas veces leemos en el Evangelio: "A fin de que se cumpliese la profecía" o
"Está escrito"!
Las dos lecciones bíblicas dadas por Jesús han sido relatadas por San Lucas en el
capítulo XXIV. Ellas tuvieron lugar en la tarde de la resurrección, como conclusión de
su vida de sufrimiento. Son las primacías de la vida "de gloria" como dirá el apóstol
Pedro.
El primero de los relatos de San Lucas nos muestra a Jesús bajo el aspecto de un
viajero, que encuentra a los discípulos, que se dirigían de Jerusalén a Emaús. Estaban
tristes, Jesús les habló, "pero sus ojos estaban como cerrados" — ¡siempre
ojos para no ver! — y no le reconocieron. Entonces Jesús les preguntó y expusie-
ron la causa de su tristeza, la condenación a muerte, la crucifixión… de un profeta,
poderoso en obras y palabras delante de Dios: "En cuanto a nosotros esperába-
mos que Él sería el que libraría a Israel". Encontramos aquí, tomado a lo vivo
el pensamiento mismo de los íntimos de Cristo.
Jesús continuó oyendo el relato de los hechos que les había turbado, aquel de la ex-
posición de las mujeres, que habían dicho "que Él estaba vivo" ¡Pero no se le había
visto! “¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que han
dicho los profetas!, díjoles Jesús. ¿No era necesario que el Cristo sufriese así para en-
trar en su gloria? Y comenzando por Moisés, y por todos los profetas, les hizo herme-
néutica de lo que en todas las Escrituras había acerca de Él”.
La enseñanza del Maestro ha sido comprendida y he aquí que los dos dis-
cípulos tienen los ojos abiertos y el corazón ardiendo al darse CUENTA DE
24
QUE JESUS ES COMO UN ROLLO VIVO DE ESCRITURA". “¡Les hizo hermenéu-
tica de lo que en todas las Escrituras había acerca de Él!". Verdaderamente,
delante de ellos el Señor había desenrollado "la primera parte" del libro: les
había explicado el misterio de la Cruz, escándalo para los judíos y locura pa-
ra los gentiles.
El mismo día, algunas horas más tarde, Jesús desarrolló la misma ense-
ñanza, delante de los Once reunidos, diciéndoles: "Esto es aquello que Yo os decía,
cuando estaba todavía con vosotros, que es necesario que todo lo que está escrito
acerca de Mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos se cumpla”. Entonces
les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras. Y les dijo: “Así estaba
escrito que el Cristo sufriese y resucitase de entre los muertos al tercer día, y que se
predicase, en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las na-
ciones, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas (Lc. XXIV, 44-
48).
***
Las dos lecciones bíblicas del Señor habían versado principalmente sobre
el misterio de su sufrimiento, aquel que había sido el más descuidado e in-
comprendido. Jesús no había puesto el acento sobre el misterio de su Vuelta
y de su Reino glorioso, dejando este cuidado a sus discípulos a los cuales
"por espacio de cuarenta días y hablando de las cosas del reino de Dios "
(Hech. I, 3).
I Ped. I, 12
Estas “cosas que los mismos ángeles desean penetrar"… ¿no son acaso los tiempos
misteriosos de "el día del Señor"?
25
primera epístola, una síntesis muy viva y muy personal de la plenitud del misterio de
Cristo.
Ha visto las horas dolorosas de su Señor; ha visto también su gloria en la Transfigu-
ración, en la Resurrección, en la Ascensión.
Hablará con conocimiento de causa y hará notar que los profetas judíos habían es-
crito principalmente para los cristianos, que podrían ver el cumplimiento de las profe-
cías: las "de los sufrimientos" y las "de las glorias".
“Os regocijáis con gozo inefable y gloriosísimo, porque lográis el fin de vuestra fe, la
salvación de (vuestras) almas. Sobre esta salvación inquirieron y escudriñaron los pro-
fetas, cuando vaticinaron acerca de la gracia reservada a vosotros, averiguando a qué
época o cuáles circunstancias se refería el Espíritu de Cristo que profetizaba en ellos, al
dar anticipado testimonio de LOS PADECIMIENTOS de Cristo y de sus GLORIAS poste-
riores. A ellos fue revelado que no para sí mismos sino para vosotros, administraban
estas cosas que ahora os han sido anunciadas por los predicadores del Evangelio, en
virtud del Espirito Santo enviado del cielo; COSAS QUE LOS MISMOS ÁNGELES DESEAN
PENETRAR (I Ped. I, 8-12)”.
El espíritu de Cristo hablaba, pues, en los profetas para dictarles las palabras que el
Cristo mismo vendría en seguida a explicar y a cumplir.
***
Hay una escena de la vida terrenal del Salvador sobre la cual los apóstoles
han llamado igualmente la atención queriendo relacionarla con la gloria del
Reino futuro: es la de la Transfiguración.
Jesús mismo había establecido la comparación: "En verdad, os digo, algunos de los
que están aquí no gustarán la muerte sin que hayan visto al Hijo del hombre viniendo
EN SU REINO” (Mt. XVI, 28; Mc. IX, 1). Pedro, Santiago y Juan han comprendido
evidentemente esta relación; su testimonio, por lo demás, da fe de ello. Ellos
dirán al mundo lo que Jesús será en "su majestad", tal como se reveló a ellos
sobre la "santa montaña" (II Ped. I, 16-18).
Juan, en la visión de Patmos, veía al Hijo del Hombre bajo un aspecto bas-
tante semejante al de su Señor sobre el Tabor (Apoc. I, 14).
20
Ver en el Apéndice el cuadro profético de la vida terrenal de Cristo y de su futuro adveni-
miento.
26
Al principio de su epístola Juan nos dice también: "LA VIDA SE HA MANIFESTADO Y
LA HEMOS VISTO, Y (DE ELLA) DAMOS TESTIMONIO, Y OS ANUNCIAMOS LA VIDA
ETERNA".
San Pedro, más preciso, atestigua que no viene en nombre "de fábulas inventadas"
a hacer conocer "el poder y la Parusía" de Jesucristo y "la gloria majestuosísima" de su
reino, sino que ha visto (este reino) sobre la santa montaña con sus propios ojos (II
Ped. I, 16-18)21.
Y agrega: "Y tenemos también, más segura aun, la palabra profética, a la cual bien
hacéis en ateneros –como a una lámpara que alumbra en un lugar oscuro hasta que
amanezca el día y el astro de la mañana se levante en vuestros corazones" (II Ped. I,
19).
He aquí los hechos bien establecidos, los Apóstoles creían en la Vuelta del Señor y
en el establecimiento de su Reino, apoyándose sobre la profecía, dirigiéndose por la
claridad de esta "lámpara". Muy deseosos de ver estos días, enseñaban a los
cristianos los medios de apresurar la aparición: Vivid en santidad y piedad “para
ESPERAR y APRESURAR la Parusía del día de Dios” (II Ped. III, 12).
***
Nuestro Salvador es: Hombre y Dios, Sacerdote y Profeta, Rey y Juez. Nosotros de-
bemos vivir todo el misterio.
La verdad del rostro del Señor nos aparecerá, en la medida en que, humildemente,
con El, hayamos desenrollado "el libro donde está escrito de Él" y a la cabeza del cual
resplandece para la primera como para la segunda venida: "¡Heme aquí, yo vengo!".
21
La liturgia de la fiesta de la Transfiguración —en el breviario, sobre todo— canta "el Sobe-
rano rey de Gloria".
San León escribió: "Por su Transfiguración Jesús tuvo en vista fundar la esperanza de la
Iglesia". Si Cristo se mostró en toda su gloria fué para fortalecer a sus discípulos para la hora
de la Pasión, y ante todo en vista en su vuelta, como "esperanza de la Iglesia".
27
En el Reino final: "¡Hechas están!" (Apoc. XXI, 6).
Tal será la conclusión de los oráculos proféticos "del libro donde de Él está escrito",
cuyos sellos levantará el León de Judá porque primero fué inmolado como Cordero
(Apoc. V, 5.9).
VI
I Cor. XI, 26
Diremos con él que verdaderamente "dos mesas" están puestas para nuestra pere-
grinación terrenal y que es preciso alimentarse de uno y otro "pan", sentarse a una y
otra "mesa": la mesa de la Escritura y la mesa de la Eucaristía23.
Hemos dicho ya qué importancia tiene masticar el pan profético y leer la Biblia: "No
menospreciéis las profecías" (I Tes. V, 20). Pero no menos importante es alimentarse y
beber abundantemente de Aquél que habita con nosotros bajo las apariencias de un
poco de pan y de vino.
San Pablo señala a los Corintios el verdadero espíritu con que deben tomar el pan y
el cáliz: "Porque cuantas veces comáis este pan y bebáis el cáliz, anunciad la muerte
del Señor hasta que Él venga" (I Cor. XI, 26).
El día en que comprendí esta frase quedé deslumbrada por su fuerza y su potente
grandeza ¡Cuántas veces la había repetido… especialmente durante la fiesta del Santí-
simo Sacramento, ¡pero la enseñanza de San Pablo había caído en un corazón cerrado!
Nunca había comprendido la unión estrecha de la Comunión con el retorno
glorioso de Jesús ¡Pero la comunión es un perpetuo anuncio!... "¡HASTA QUE
VENGA!".
La Comunión es, pues, el lazo entre las dos venidas de Jesús, entre los dos
"Ecce venio". Es el puente suspendido entre las dos riberas del Misterio de
22
Imitación de Cristo, L. IV, c. 11, p. 4.
23
Madeleine Chasles: Pour lire de Bible, p. 74.
28
Cristo: Jesús paciente y Jesús glorioso, mientras tanto, corre el gran torren-
te abierto por la lanza y la sangre de Jesús que, más potente que la de Abel,
clama por nosotros, interpela sin cesar por nosotros (Heb. VII, 25).
"Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Heb. XIII, 8).
Entre las razones invocadas por los católicos para no desear el Retorno de
Jesús, una de las más repetidas es ésta: "Jesús está sobre el altar, ¿para qué
esperarlo de otra manera? Tengo cada día, si yo quiero, una especie de ad-
venimiento para mí en la Comunión".
Este razonamiento viene de nuestro individualismo que deforma bajo la
influencia de orientaciones falsas los misterios más sublimes y transforma el
sentido de las más claras palabras de la Escritura. Hacemos de la comunión
"nuestra cosa", "nuestro negocio particular con el amigo íntimo".
¿Será esto lo que Jesús quiso decir por medio de San Pablo: "ANUNCIÁD LA MUER-
TE DEL SEÑOR HASTA QUE VENGA"? ¿No conviene, acaso, por el contrario, que
cada recepción de su cuerpo y de su sangre aproxime estas dos venidas —
aquella del pasado y la del porvenir — las aproxime, las una en cierto modo
hasta la manifestación de su Reino glorioso?
Cada comunión debería hacernos decir con fe, esperanza y amor: "Hasta
que venga".
"Y el Espíritu y la Novia dicen “ven”, y el que oye, diga “ven” (Apoc. XXII, 17).
VII
II Ped. III, 10
Nuestro detestable "Yo" que hace de los misterios más sublimes "su cosa", su cosa
medida por su propia capacidad, se desliza como pérfida serpiente en casi toda la exé-
29
gesis de la vuelta de Jesús. Ya hemos señalado algunos lamentables efectos de esto;
profundicemos más todavía.
Durante los cuatro primeros siglos, ningún cristiano hubiera pensado iden-
tificar el Retorno de Cristo con su muerte. Las admirables parábolas escato-
lógicas transmitidas por San Mateo (XXV), por San Marcos (XIII) y por San
Lucas (XII), que más adelante estudiaremos en detalle, se refieren TODAS a
este día, Día del Señor. La duda no cabe (excepción hecha de la Parábola de Luc.
XII, 16-2124). Durante cuatro siglos jamás se dijo, como en nuestros días, ha-
blando de la muerte: "Ella viene como ladrón".
En cuanto al "fin del mundo", durante la Edad Media, por las representaciones que
se hacían de los "misterios" delante de las catedrales, se popularizó una concepción a
menudo burlesca, a menudo trágica y siempre deformada. Esta falsa concepción no
se aviene con la espera alegre del Retorno; ella solamente da cabida a la
idea de la conflagración general del mundo y el terrible juicio del "Dies irae",
¡como si todos fuéramos un pueblo de condenados!
24
Nota del Blog: ¿Será? Nos haría falta un estudio más profundo para tener una respuesta
definitiva, pero por lo poco que hemos analizado nos parece que yerra aquí la autora y que
Nuestro Señor no hace más que seguir hablando de su Parusía.
1) El contexto de la parábola ya podría hacernos sospechar que estaría fuera de lugar una
alusión a la muerte.
Mt. XXIV, 38; Lc. XII, 45; XVII, 27-28 = Lc. XII, 19: bebiendo.
El necio del v. 20 parece un eco del mal siervo de Mt. XXIV, 45-51; a las vírgenes necias
de Mt. XXV, 1-13; al siervo malo y perezoso de Mt. XXV, 26.30 y al de Lc. XII, 42-48.
30
Cuando Jesús se compara al Ladrón, al Esposo, al Maestro, al Rey que vuelve de im-
proviso después de haberse hecho esperar largo tiempo, se trata de una cosa comple-
tamente distinta de la muerte individual que tiene un carácter de castigo por el pecado.
Se trata de su segunda Venida para la resurrección de los justos, después de
la larga expectación de los siglos y, por lo tanto, de un suceso que debe cau-
sarnos inmensa alegría.
Una lectura atenta de las páginas evangélicas no dejará en pie la menor duda. No
hay más que una expectación: Jesús da una sola parábola en función de la muerte a
fin de hacer temer el momento terrible a cualquiera que amasa grandes bienes.
“Y les dijo una parábola: “Había un rico, cuyas tierras habían producido mucho. Y se
hizo esta reflexión: “¿Qué voy a hacer? porque no tengo dónde recoger mis cosechas”.
Y dijo: “He aquí lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré unos mayores;
allí amontonaré todo mi trigo y mis bienes. Y diré a mi alma: Alma mía, tienes cuantio-
sos bienes en reserva para un gran número de años; reposa, come, bebe, haz fiesta”.
Mas Dios le dijo: “¡Insensato! esta misma noche te van a pedir el alma, y lo que tú has
allegado, ¿para quién será?”. Así ocurre con todo aquel que atesora para sí mismo, y
no es rico ante Dios” (Luc. XII, 16-21).
Únicamente esta parábola trae una enseñanza moral y directa sobre la muerte indi-
vidual. Pero las parábolas escatológicas, ¿acaso no pueden traer también su enseñanza
moral, aún mantenidas en su verdadero sentido escriturístico?
"Es preciso, escribe, estar bien sólidamente asentado en la región de las abstraccio-
nes, donde el espíritu se ejercita sobre entidades puramente metafísicas, para imagi-
narse que la eventualidad de una cosa que se sabe podrá llegar tanto dentro de mil o
dos mil años como dentro de ciento, de veinte, diez o cincuenta, podrá jamás producir
alguna impresión, acción o influencia sobre hombres reales hechos de carne y hue-
sos"25.
25
Cardenal Billot: La Parousie, p. 10 y 136-137.
31
"Quienquiera tiene en Él esta esperanza se hace puro, así como Él es puro"
(I Jn. III, 3).
Plegue al Señor que pudiéramos tener el espíritu de los Patriarcas, los cua-
les esperaron el primer Advenimiento sin verlo. Su salvación estaba puesta en esa lar-
ga expectación: "En la fe murieron todos éstos sin recibir las cosas prometidas, pero
las vieron y las saludaron de lejos, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre
la tierra (…) Y todos éstos que por la fe recibieron tales testimonios, no obtuvieron la
(realización de la) promesa, porque Dios tenía provisto para nosotros algo mejor, a fin
de que no llegasen a la consumación sin nosotros " (Heb. XI, 13.39-40).
Si "la muerte es una ganancia" como lo dice San Pablo, que tenía prisa de estar con
el Señor (II Cor. V, 8) ella sigue siendo, sin embargo, el enemigo "el último enemigo
destruido" (I Cor. XV, 16). No es posible confundirla con la Parusía, que traerá una
resurrección de los cuerpos y nos dará el reinar con el Cristo. La muerte, "este salario
del pecado" (Rom. VI, 23) es, pues, una cosa y la Parusía otra, la confusión de una
y otra es un grave atentado a las últimas enseñanzas de Jesús y a las de los
Apóstoles.
VIII
Mt. XXV, 6
"No durmamos como los demás hombres, sino velemos y seamos sobrios" escribía el
apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (I Tes. V, 6). "Sed sobrios y velad" decía toda-
vía San Pedro a fin de resistir fuertes en la fe, al diablo que ronda (I Ped. V, 8). Jesús
no recomienda otra cosa en la enseñanza de la última semana y las parábo-
32
las escatológicas pueden resumirse en una sola palabra: "¡Velad! Yo lo digo a
todos: ¡Velad!" (Mc. XIII, 35-37).
Esta palabra será una de las últimas dirigidas a los apóstoles en la noche
de la agonía, palabra de reproche a los tres íntimos que se durmieron en Getsemaní.
El Maestro entristecido les dijo: "¿No habéis podido, pues, una hora velar conmigo?
Velad y orad" (Mt. XXVI, 40-41).
Pedro, que supo lo que le costó dormir en lugar de velar con Jesús, ya que este pri-
mer relajamiento le condujo a la negación, estará siempre vigilando.
Los evangelistas nos han referido muchas parábolas del Señor Jesús, sobre la vigi-
lancia y sobre la larga espera del Esposo, del Maestro y del Rey.
Ahora, la espera fué larga; duró hasta la media noche. Todas las vírgenes se
durmieron. Parece que esta larga espera, que era muy anormal, debía, según
el pensamiento de Jesús, llamar la atención de los discípulos y sobre todo la
nuestra. Jesús el verdadero esposo de la Iglesia y de las almas tardaría en
volver.
Esta espera, es pues la nuestra, la de los cristianos que nos han precedido. Estos
murieron; estos son los dormidos que esperan en el polvo el despertar, a la voz del
Arcángel (I Tes. IV, 16).
Pero ¿acaso muchos de los vivos no duermen también? ¡Es tan pobre su esperanza
en esa hora suprema!
33
A media noche un grito resuena: “¡He aquí al esposo! ¡Salid a su encuentro!”.
Entonces todas las vírgenes se despiertan, pero no todas están preparadas para la
venida del Esposo. Mientras que las necias corren al mercado para comprar óleo, pues
sus lámparas se extinguen, las que están preparadas entran con el Esposo en la sala
de las bodas. Y la puerta se cierra.
"Entonces estarán dos en el campo, uno es tomado y uno dejado, dos moliendo en
el molino, una es tomada y una dejada" (Mt. XXIV, 40-41). Así también cinco vírgenes
están preparadas y entran a las bodas, cinco se retrasan y son desechadas.
Cuando estas últimas llegan con las lámparas encendidas, llaman y gritan: "¡Señor,
Señor, ábrenos!" y el Esposo responde: "No os conozco". ¡Palabra punzante entre to-
das! y Jesús pone en guardia a los cristianos: “Velad, les dice, porque no sabéis el día
ni la hora" (Mt. XXV, 1-4). En efecto, Jesús no reconocerá a los negligentes, a
aquéllos que no desearon ni amaron su regreso, a aquéllos que entre los burles-
cos decían: "¿Dónde está la promesa de su Parusía?" (II Ped. III, 4).
¿Seremos nosotros menos fieles que los creyentes del islam? Porque digno es de no-
tarse en el Corán la fuerte preocupación del profeta acerca del día de la "venida inevi-
table": "Que no se diga que este día es una mentira". "Para aquél que espera el gran
día: Paz sobre ti. Es el día de la verdad y aquel que lo quiere, estará cerca de su Señor;
verá entonces lo que han producido sus manos".
Y también: "los creyentes deben poner su esperanza en el último día: ¡En cuanto a
aquéllos que le vuelven la espalda!...". La frase permanece en suspenso, y esto es mu-
cho decir26.
IX
Lc. II, 8
Del Advenimiento glorioso de Jesús está escrito: "Como el relámpago sale del orien-
te y aparece hasta occidente, así será la Parusía del Hijo del hombre" (Mt. XXIV, 27).
Este rayo que brilla de repente sobre el mundo para que tome conciencia
de sí mismo, recordará ciertamente al resplandor de aquél que iluminó la
noche del nacimiento del Mesías: "El resplandor de la gloria de Dios” (Lc. II, 8).
26
"El Corán". Trad. Motntet, Payot, Edit. Sourates 78-82.
34
Ahora este resplandor de la gloria de Dios no iluminará más que a algunos pastores.
"Y velaban haciendo centinela de noche sobre su rebaño" (Lc. II, 8).
Entonces Jesús para dar mayor fuerza aún a tales advertencias, se sirve de una pa-
rábola: “Como un hombre que, partiendo, dejó su casa y habiendo dado a sus siervos
la autoridad, a cada uno su obra y al portero encomendó que velase. Velad, pues, por-
que no sabéis cuándo el Señor de la casa viene: si a la tarde, si a la medianoche, si al
canto de gallo, si a la mañana, no sea que, viniendo de repente, os halle durmiendo.
Pero lo que a vosotros digo, a todos digo: ¡Velad!" (Mc. XIII, 34-37).
Pensamos que fué la preocupación ardiente de ser del número "de los que
esperan" la vuelta del Mesías, lo que hizo establecer en los primeros siglos la
costumbre de santificar las horas de la noche por los "nocturnos" o "vigilias",
lo que nosotros llamamos los maitines. Los monasterios perpetúan esta tra-
dición y cantan el oficio durante la noche.
La noche romana27 consta de cuatro vigilias de tres horas: Desde las 18 horas hasta
las 21 horas; desde las 21 horas hasta medianoche; desde medianoche hasta las 3
27
Nota del Blog: Crampon Dictionnaire du Nouveau Testament, voz: “Calendrier juif”, co-
menta:
“La noche comenzaba con la caída del sol; constaba de doce horas, que se dividían en
cuatro partes o velas, más o menos largas según las estaciones: desde las seis más o
menos hasta las nueve era la noche, ὀψὲ; desde las nueve hasta la medianoche, la
35
horas; desde las 3 hasta las 6. Y en el Evangelio se habla de la noche romana; los usos
romanos habían prevalecido entonces.
A esta división de la noche se refiere por lo tanto el texto de San Marcos (XIII, 34-
37).
¿Acaso volverá durante la noche? Es posible: fué así como volvió el Esposo de la pa-
rábola de las vírgenes. Jesús debe volver como un ladrón y es generalmente en la no-
che cuando obra el ladrón de manera disimulada. "Sabedlo bien, dice Jesús, porque si
el dueño de casa hubiera sabido a qué hora el ladrón había de venir, no hubiera deja-
do horadar su casa" (Lc. XII, 39; Mt. XXIV, 43). Pero "de los tiempos y de los momen-
tos" (I Tes. V, 1) nada sabemos "Ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino el Padre
sólo" (Mc. XIII, 32; Mt. XXIV, 36).
¡Qué misterio, qué profundo misterio del que deberíamos, sin embargo, vi-
vir un día en pos de otro, deseando con los Ángeles "hundir en él la mirada"!
Lc. II, 25
Simeón y la profetisa Ana aparecen como el tipo perfecto de "los que esperaban".
Encontrando al Niño Dios, recibieron la recompensa de su fe y de su invencible espe-
ranza, toda de amor y de confianza en el Eterno.
Simeón impulsado por el Espíritu de Dios fué al Templo. El, ciertamente tenía cono-
cimiento de la profecía de Malaquías, que la liturgia nos hace leer el 2 de febrero:
"He aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí; y de repente
vendrá a su Templo el Señor a quien buscáis, y el ángel de la Alianza a quien deseáis.
He aquí que viene, dice Yahvé de los ejércitos”.
mitad de la noche, μεσονύκτιον o plena noche; desde medianoche hasta las tres, el
canto del gallo, ἀλεκτοροφωνίας; de tres a seis, la mañana, πρωΐ o alba”.
36
Estas palabras se refieren a la primera venida, pero luego el profeta agrega:
Simeón deseaba ver al Mesías Rey, al "Caudillo", así como sus contemporáneos, pe-
ro Dios le abrió los ojos y supo reconocerlo bajo los rasgos de un niño pequeñuelo lle-
vado por unos pobres.
Jesús y María hacían la ofrenda de los pobres: "dos pichones" en lugar del cordero y
de la paloma de los sacrificios ordinarios del rescate (Lev. XII, 6-8).
Simeón supo descubrir por la fe, no a aquél que viene en gloria. "¿Quién es el que
podrá mantenerse en pie en su epifanía?", sino a aquél que viene primero para obede-
cer, sufrir y redimir.
"Porque han visto mis ojos tu salvación, que preparaste a la faz de todos los pueblos.
Luz para revelarse a los gentiles, y para gloria de Israel, tu pueblo (Lc. II, 30-32).
28
He aquí algunos textos muy característicos:
"Cristo, que se ofreció una sola vez para llevar los pecados de muchos, otra vez aparecerá,
sin pecado, a los que le están esperando para salvación" (Heb. IX, 28).
“Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, la cual nos ha
instruido… para que vivamos… en este siglo actual, aguardando la bienaventurada esperanza y
la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo " (Tito, II, 11-13).
Las palabras del ángel Gabriel a María son notablemente significativas, para señalar los dos
advenimientos: “He aquí que vas a concebir en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús (Primer Advenimiento) … y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y
reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su, reinado no tendrá fin (Segundo Advenimien-
to)” (Lc. I, 31-33).
37
Había pues, en Jerusalén, un grupo de "personas que velaban". Pero, ¿por
qué fué Ana oráculo de la Redención? Porque había guardado las vigilias de
la noche. "No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y ora-
ciones” (Lc. II, 37).
Ana era uno de esos centinelas que desde lejos veía Isaías: "Sobre tus muros, oh Je-
rusalén, he puesto centinelas, que nunca callarán, ni de día ni de noche. ¡No os deis
descanso, los que recordáis a Yahvé! Ni le concedáis reposo hasta que restablezca a
Jerusalén y la ponga por gloria de la tierra" (Is. LXII, 6-7).
El ardor de su llamado fué la gotita de agua que saturó la nube e hizo llo-
ver al Justo la primera vez (Is. XLV, 8). ¿Quién hará abrirse la nube la se-
gunda vez?
El cumplimiento de la profecía será aún más exacto en cuanto a los términos de ella,
pues: "HE AQUÍ, VIENE CON LAS NUBES" (Apoc. I, 7).
XI
Apoc. XXII, 7
Es doloroso para nuestro espíritu humano que siempre trata de apoyarse sobre
realidades concretas tener que resignarse a abandonar lo conocido, la tierra firme, pa-
ra reconocerse vencido y decir: "no sé, no comprendo, pero, someto mi juicio y renun-
cio a penetrar más adelante".
Los faroles de los automóviles deslumbran en el camino obscuro. Igualmente, los fa-
ros de los misterios futuros nos ciegan por su luz demasiado intensa, a menos que por
la pureza de la mirada pongamos todo nuestro cuerpo bajo la acción de la luz divina
(Luc. XI, 33-36). Y aún así seguiremos siendo unos pobres hombres.
Entre los misterios que nos deslumbran y nos ciegan a la vez está "el mis-
terio del tiempo" del cual vamos a tratar de balbucir alguna cosa.
¿Cómo explicar que aparentemente los evangelistas, los apóstoles Pedro, Pablo,
Santiago, Judas Tadeo y Juan parecen creer inminente la vuelta del Señor Jesús? Cua-
38
tro veces en el Apocalipsis, hablando Jesús de sí mismo, dice a Juan: "He aquí vengo
pronto" y esta es la última palabra de esperanza del Esposo a la Esposa, la suprema
palabra alentadora: "¡Sí, vengo pronto!".
Esta espera de los Evangelistas que a primera vista parece errada, coloca a
la mayor parte de los cristianos en el campo de los "burlones" de que habla
San Pedro: "Vendrán impostores burlones que, mientras viven según sus
propias concupiscencias, dirán: “¿Dónde está la promesa de su Parusía?
Pues desde que los padres se durmieron todo permanece lo mismo que des-
de el principio de la creación” (II Ped. III, 3-4). Pensamos a menudo como
ellos ¿no es verdad?
Después de haber meditado mucho sobre los textos que anuncian la Parusía, dare-
mos aquí algunas de nuestras conclusiones.
Cuando San Pablo dijo a los tesalonicenses: "Nosotros, los vivientes que
quedemos hasta la Parusía del Señor" (I Tes. IV, 15), habló como lo hicieron
por ejemplo nuestros abuelos, testigos de los desastres de 187029. "Recon-
quistaremos —decían— la Alsacia y la Lorena. Su edad avanzada no les per-
mitía pensar que participarían en una revancha muy próxima, pero la veían,
sin embargo, realizada en esperanza. El "Nosotros" era toda la Francia que
hablaba por ellos. El "Nosotros los vivientes", de San Pablo, es la Iglesia te-
rrestre. Cuando Jesús venga, habrá personas vivas y a estos vivientes se re-
fiere el Apóstol. Pablo como cristiano se incorpora a la Iglesia de todos los
tiempos, exactamente como un francés habla en nombre de la Francia de
todos los tiempos: ¡Nosotros los vivos!... ¡Nosotros los franceses!
Ahora si los apóstoles hablan de la vuelta de Jesús como próxima, San Pablo pone
en guardia a los tesalonicenses contra toda falsa interpretación.
Dice el Apóstol:
"Pero, con respecto a la Parusía de nuestro Señor Jesucristo y nuestra común unión
a Él, os rogamos, hermanos, que no os apartéis con ligereza del buen sentir y no os
dejéis perturbar, ni por espíritu, ni por palabra, ni por pretendida carta nuestra en el
sentido de que el día del Señor ya llega. Nadie os engañe en manera alguna, porque
primero debe venir la apostasía y hacerse manifiesto el hombre de iniquidad, el hijo de
perdición" (II Tes. II, 1-3).
Hicieron, pues, de estas dos promesas: Retorno y resurrección de entre los muertos,
las bases de su confianza y de sus epístolas. Habían comprendido que el primer acto
del gran drama de la Redención anunciada en el Edén, había concluido. Quedaba el
segundo acto. Entonces toda su preocupación era iniciar a los cristianos de todos los
29
Recuérdese que la autora es francesa (N. del T.).
39
tiempos en seguir su desarrollo del cual la conclusión será el nuevo "Ecce vengo", "He
aquí que vengo".
Cuando dirigimos nuestra mirada, ora sobre los siglos transcurridos, ora sobre los si-
glos que han de venir, sentimos que hay un abismo infranqueable entre el hombre fini-
to y Dios infinito.
San Pedro citará este texto en su segunda epístola a propósito de la paciencia del
cristiano al esperar el retorno de Jesús (II Ped. III, 8).
Si para Dios mil años son "como una vigilia de la noche", 4.000 años son como una
noche, puesto que la noche romana tiene cuatro vigilias.
Entonces, si Jesús hace esperar todavía 2.000 años su venida, este tiempo que tan
largo nos parece, ¡será menos de una noche para Dios!
Pero interroguemos ahora a la ciencia moderna ¿Qué piensan los geólogos respecto
de la antigüedad del hombre?
Pero atengámonos a la opinión más corriente sobre la aparición del hombre: su exis-
tencia cuenta a lo menos con 50.000 años, si no con 100.000. Para no ser tachados de
exageración, quedamos en esta cifra de 100.000 para la creación del hombre. Estamos
lejos en todo caso de los 4.000 años de la creencia popular.
La cronología bíblica no se altera por esto, pues no puede ser establecida más que a
partir de Abrahán. Hasta él, da solamente las grandes etapas de la humanidad desig-
nadas por los nombres de los primeros patriarcas.
Si el hombre tiene 50.000 años de existencia, consideremos que los más antiguos
documentos de la historia no se remontan más allá de cuatro o cinco mil años antes de
Jesucristo.
Sin embargo, a primera vista, la civilización egipcia nos parece bastante lejana. Pero
esto es para cálculos de hombres de puntos de vista limitados; de hecho, para los geó-
40
logos, somos contemporáneos de la Esfinge ¿Qué son, en efecto, con relación a los
orígenes de la humanidad, algunos miles de años?
Tomemos un libro. Convengamos que cada hoja represente mil años. Comencemos
por abrirlo en la última hoja. Esta última hoja nos hace llegar al año mil; demos vuelta
la precedente y estaremos en los tiempos de Jesucristo. Volvamos dos hojas más y nos
encontraremos con Abrahán; después dos hojas o tres y habremos alcanzado el límite
de las más antiguas civilizaciones conocidas. Pero nos será preciso dar vuelta todavía
43 hojas más para llegar a la creación de Adán.
¿No podemos decir, entonces, que el ''Yo vengo luego" está bastante próximo a no-
sotros? ¡Fué dicho en la penúltima hoja de nuestro libro!
Cualquiera que sea el número de siglos transcurridos, entre la promesa del Salvador
en el Edén y la venida de Cristo, será siempre aquella espera la vigilia larga. La nuestra
no será nada comparada con aquélla.
Y aún más, si después de habernos preguntado la edad del hombre nos pregunta-
mos la de la tierra, ¿qué aprenderemos sobre el tiempo?
Aquí los geólogos dan como unidad el millón de años. Ellos dicen: "Los Alpes son de
ayer" porque no tienen sino un poco más de un millón de años, mientras que el Macizo
Central o las Cadenas son "montañas antiguas", pues se han formado hace más de
260 millones de años, según cálculos aproximados.
Asimismo, el tiempo es nada delante de Dios: "Es la sombra que se alarga" (Sal. CII,
12).
El tiempo, cosa preciosa para el hombre, pues le permite glorificar a su Creador, que
es su fin último, desaparece delante de ese mismo Creador. Dios, con un solo acto,
abraza la formación del cielo y la tierra hasta los nuevos cielos y la nueva tierra. Para
Él, todos los momentos de la vida del mundo no son más que un momento, hasta la
hora en que "no habrá más tiempo" (Apoc. X, 6).
Todo se confunde en una sublime ciudad, todo es un solo acto de amor, ya sea que
se le mire como acto creador, conservador, redentor o remunerador. El tiempo ha hui-
do delante del Amor, delante del acto puro, del cual todo sale y en el cual todo ter-
mina. El que dijo a Moisés "Yo soy el que soy" (Ex. III, 14) siempre puede decir "Sí,
vengo pronto" (Apoc. XXII, 20), porque para Dios " las cosas que (aun) no son como si
(ya) fuesen" (Rom. IV, 17).
41
XI
II Tes. II, 7
Jesús recomienda a sus discípulos como a nosotros mismos, — "lo digo a todos" —
redoblar la atención cuando aparezca "la abominación de la desolación, de la que ha-
bló Daniel, el profeta, estando de pie en lugar santo" (Mt. XXIV, 15).
¿Hablaba acaso Jesús de la ruina próxima de Jerusalén? ¿Hablaba del fin de la edad
presente? Daniel había hablado de Antíoco Epífanes, que vendría a destruir el templo y
a levantar ídolos (Dan. XI, 31).
No es, pues, imposible que, bajo las palabras "abominación de la desolación" ten-
gamos el anuncio de grandes horas dolorosas, como fueron a la vez aquellas de Antío-
co y de Tito, y como lo serán aquellas de los tiempos en que aparecerá el Anticristo.
Si los católicos hablan muy poco de la vuelta de Jesús, sin embargo, todavía piensan
en el Anticristo.
Los protestantes han visto como tipo del Anticristo a los Papas. Ahora se refutan a sí
mismos y declaran que "este hombre de pecado" estará contra Cristo, mientras que el
Papa no puede ser considerado como el adversario de Cristo.
Sería de desear que los católicos cambiaran también de actitud y que no volvamos
más a leer encabezando un capítulo, en el libro de un conocido autor el siguiente título:
"Los Anticristos del Renacimiento". Esta lucha de palabras, entre los cristianos (otros
Cristos) ha durado ya demasiado.
30
Ver el capítulo: "Esperaba la consolación de Israel".
42
obrando ciertamente, sólo (hay) el que ahora detiene hasta que aparezca de en me-
dio”31.
Y entonces quedará descubierto el impío, que el Señor Jesús "matará con el aliento
de su boca y reducirá a la inactividad por la manifestación de su Parusía".
En fin, nosotros tenemos una impresionante imagen de lo que podrá ser el Anticristo,
en las BESTIAS DEL APOCALIPSIS: Bestias de la tierra y bestias del mar. Reúnen en sí
la potencia, la autoridad y la fuerza.
La bestia que sube del mar es adorada y se exclama: "¿quién es semejante a la bes-
tia?".
Un poder de seducción, una psicosis colectiva marcarán, pues, la venida del Anticris-
to.
En todos los siglos ha habido, por cierto, tiempos difíciles. San Juan dice que el espí-
ritu del Anticristo está "ya en el mundo" (I Jn. IV, 3) ¿No vemos surgir ya siglos que
anuncian su venida?
31
Los comentadores han agotado su ciencia en busca de lo que puede retener la aparición
del Anticristo. Es el Espíritu Santo, dicen unos; se ha pensado en otro tiempo que sería el impe-
rio romano. San Agustín reconoce su ignorancia: "Los Tesalonicenses sabían lo que retenía al
hijo de perdición, nosotros ignoramos lo que ellos sabían ("Ciudad de Dios", XX, 9, 2).
Nota del Blog: ¿Y si estamos en presencia de otro caso parecido al del Discurso Parusíaco
donde de entrada se está planteando mal el asunto? ¿Si se trata, como dice un magnífico co-
mentador, de una exégesis viciada de entrada, que adolece de un “pecado original” …?
43
Estudiaremos más adelante estos signos evidentes de la proximidad de los tiempos
del fin.
XIII
"Y COMO FUE EN LOS DÍAS DE NOÉ, así será también en los días del Hijo del Hom-
bre. Comían, bebían, se casaban (los hombres), y eran dadas en matrimonio (las muje-
res), hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y los hizo perecer a to-
dos. Asimismo, como fué en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían,
plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia
de fuego y de azufre, y los hizo perecer a todos. De la misma manera será en el día en
que el Hijo del hombre sea revelado (Lc. XVII, 26-30).
Pero decía el apóstol Pedro: "Sabe entonces el Señor librar de la tentación a los pia-
dosos " (II Ped. II, 9).
La construcción del arca duró cien años, era un signo para todo aquél que
hubiese querido considerar el estado de la sociedad de entonces "llena de
violencia". El envío de dos ángeles a Sodoma fué también una advertencia
para toda la ciudad. Pero mientras Noé "condenaba al mundo" construyendo
el instrumento de salvación que era el arca "con un piadoso temor" (Heb. XI,
7) sus contemporáneos se burlaban de él. Los yernos de Lot, a quienes éste
dio aviso en la víspera de la catástrofe de Sodoma, no le creyeron tampoco:
"Más era a los ojos de sus yernos como quien se burlaba" (Gen. XIX, 14).
Parecen burlarse todos aquéllos que anuncian el fin de los tiempos. No creemos po-
sible que acontezca durante nuestra vida. Sin embargo, no tenemos seguridad que
esto será así. Hasta la víspera de ese día los hombres comerán, beberán, venderán y
comprarán.
44
Si no velamos, si sólo nos atraen las vanidades de la tierra, ¿lograremos
escapar? "Acordaos de la mujer de Lot", decía Jesús (Lc. XVII, 32).
Fué dejada como serán dejados del mismo modo: la mujer que muele, el hombre en
el campo, uno de los dos esposos:
“Yo os digo, que, en aquella noche, dos hombres estarán reclinados en una misma
mesa: EL UNO SERÁ TOMADO, EL OTRO DEJADO; dos mujeres estarán moliendo jun-
tas: LA UNA SERÁ TOMADA, LA OTRA DEJADA” (Lc. XVII, 34-35).
Habrá, pues, en esta hora trágica UNA SEPARACION de los fieles y de los infieles:
Así como Dios pone a Noé al abrigo en el arca y a Lot sobre la montaña, Je-
sús vendrá a poner al abrigo a los suyos. Tal es el parecer de San Jerónimo:
"En el momento en que la noche se acaba, al fin de los tiempos, es cuando
Jesucristo vendrá a poner en seguridad a los suyos" (Comentario sobre San Ma-
teo, C. XIV, 25).
Los justos serán puestos en salvo. "Seremos arrebatados juntamente con ellos en
nubes hacia el aire al encuentro del Señor" (I Tes. IV, 17).
XIV
"No queremos, hermanos, que estéis en ignorancia acerca de los que duermen (los
muertos), para que no os contristéis como los demás, que no tienen esperanza. Porque
si creemos que Jesús murió y resucitó, así también (creemos que) Dios llevará con Je-
sús a los que durmieron en Él. Pues esto os decimos con palabras del Señor: que noso-
tros, los vivientes que quedemos hasta la Parusía del Señor, no nos adelantaremos a
los que durmieron. Porque el mismo Señor, dada la señal, descenderá del cielo, a la
voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitaran
primero. Después, nosotros los vivientes que quedemos, seremos arrebatados junta-
mente con ellos en nubes hacia el aire al encuentro del Señor; y así estaremos siempre
con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras” (I Tes. IV, 13-18).
Los evangelistas Mateo (XXIV), Lucas (XXI), Marcos (XIII) nos describen
una escena bastante semejante citando las palabras del mismo Jesucristo:
"Y entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo, y entonces harán luto
todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del
cielo con poder y gloria mucha. Y ENVIARÁ SUS ÁNGELES con trompeta grande y con-
gregarán a sus elegidos de los cuatro vientos, de extremos del cielo a extremos de
ellos" (Mt. XXIV, 30-31).
45
Los elegidos serán reunidos y puestos en salvo como lo recordamos en el
capítulo precedente. Aquí se trata de otra cosa: de la selección "de los muer-
tos en Cristo" como dice el apóstol Pablo. La resurrección que tendrá lugar
entonces es la que San Lucas llama "la resurrección de los justos" (Lc. XIV,
14), el Apocalipsis: "la primera resurrección" y ésta es la resurrección a la
cual quería llegar Pablo "la de entre los muertos" (Fil. III, 11).
Los textos examinados directamente en la versión griega son claros y precisos32. Pe-
ro, desde el siglo IV, muchos exégetas dicen que se trata la primera vez de una resu-
rrección espiritual, aquella de nuestro bautismo. No es evidentemente esta resurrec-
ción a la cual tendía el apóstol Pablo, sino más bien a "la de entre los muertos".
San Pablo dice que se hará "a la voz del arcángel". Todo hace suponer que se trata
aquí de Miguel, "el gran jefe" en Daniel; el vencedor de Satán en el Apocalipsis, aquel
que defiende el cuerpo de Moisés contra el diablo en San Judas. El nombre de arcángel
no es, por lo demás, dado en las Escrituras más que a Miguel.
Después de la voz del Arcángel el sonido de la trompeta se hará oír. Los judíos es-
tán familiarizados con estas reuniones al sonido de la trompeta, después del
Sinaí. En memoria del cuerno que conmovió los cielos el día de la promulga-
ción de la Ley, un instrumento llamado chófar convocaba al pueblo a regoci-
jarse delante del Señor. "¡Bienaventurado el pueblo que conoce el alegre
llamado!" (Sal. LXXXIX, 16).
El mismo Señor descenderá sobre las nubes y entonces veremos el más prodigio-
so acontecimiento: "Los muertos en Cristo resucitarán primero" (I Tes. IV,
16).
XV
Job XIX, 26
32
Ver una nota detallada al respecto en el Apéndice: "El reino milenario".
46
"Sembrado corruptible, es resucitado incorruptible; sembrado en ignominia, resu-
cita en gloria; sembrado en debilidad, resucita en poder; sembrado cuerpo natural,
resucita cuerpo espiritual; pues si hay cuerpo natural, lo hay también espiritual" (I
Cor. XV, 42-44).
Job en su profunda crisis moral y física no sabía apoyar su esperanza en otra cosa
que en la certeza de volver a encontrar "su esqueleto revestido de piel".
"Después, en mi piel, revestido de este (mi cuerpo) VERÉ A DIOS (DE NUEVO) DES-
DE MI CARNE. YO MISMO LE VERÉ; LE VERÁN MIS PROPIOS OJOS, Y NO OTRO; por
eso se consumen en mí mis entrañas” (Job XIX, 26-27).
Tal era también la esperanza de Marta. Volvería a ver a Lázaro: "Yo sé que él re-
sucitará el último día" (Jn. XI, 24). Luego, "nuestros huesos humillados" "rotos" (como
dicen los Salmos) se levantarán; y "llegaré a ver tu rostro; me saciaré al despertarme,
con tu gloria" (Sal. XVII, 15).
“La ciudadanía nuestra es en los cielos, de donde también, como Salvador, estamos
aguardando al Señor Jesucristo; el cual vendrá a transformar el cuerpo de la
humillación nuestra conforme al cuerpo de la gloria Suya, en virtud del poder
de Aquel que es capaz para someterle a Él mismo todas las cosas” (Fil. III, 20-21).
47
cimiento de Israel en los últimos tiempos, del cual decía San Pablo que sería
"una vida de entre los muertos" (Rom. XI, 15). De todos modos, la belleza de la
visión y su sentido descriptivo están en estrecha relación con nuestro estudio.
XVI
Apoc. I, 7
Nuestros ojos cegados que miraron sin ver, nuestros oídos ensordecidos
que escucharon sin entender las enseñanzas de la Iglesia, nuestras inteli-
gencias obscurecidas delante de las revelaciones divinas, se abrirán.
Job ha conocido esta hora extraordinaria en que el ojo se abre, cuando él se humilla
sobre el cilicio por haber hablado, sin inteligencia, de maravillas que lo sobrepasaban:
"Sólo de oídas te conocía; mas ahora te ven mis ojos" (Job XLII, 5).
Simeón recibió también esta potente iluminación: "Mis ojos han visto tu salvación"
(Lc. II, 30).
Ahora, en este día del segundo advenimiento TODOS LE VERAN "como el relámpago
sale del oriente y aparece hasta occidente" (Mt. XXIV, 27) "como uno de aquellos rayos
que iluminan el mundo" que cantan los Salmos (LXXVII, 19; XCVII, 4).
48
"¡TODO OJO LE VERA!" Verán, a aquél a quien traspasaron, nos dice el
apóstol Juan, testigo de la lanzada (Apoc. I, 7), cumplimiento sorprendente
por su literalidad de una profecía de Zacarías (Zac. XII, 10).
Ojo de Caifás; ojo de Pilatos, ojo de todos los enemigos de Jesús, que cre-
yeron escapar al encuentro del ojo con el ojo ¡Ojo por ojo!
Ojo de toda esta humanidad, numerosa como las estrellas del cielo y que
no ha conocido o que ha conocido mal a su Salvador.
Pero también los ojos de todos los amigos de Jesús, que han deseado el
sublime encuentro, le verán: "¡Mis ojos han visto tu salvación!".
Todos estos ojos estarán clavados en el Hijo del hombre que viene con gran poder.
El sostendrá todas aquellas miradas, los malhechores gritarán entonces a las montañas:
"Caed sobre nosotros" y a las colinas "cubridnos" y a las rocas "escondednos del rostro
del Sedente en el trono y de la ira del Cordero” (Lc. XXIII, 30 y Apoc. VI, 16), pues
"verán la señal del Hijo del hambre" (Mt. XXIV, 30).
¿Cuál es esta señal? Esta es sin duda la llaga del costado de Jesús, hecha por
la lanzada; los hombres no podrán substraerse a esta visión, que describe el
profeta Zacarías: "Y pondrán sus ojos en Mí, a quien traspasaron. Lo llorarán,
como se llora al unigénito, y harán duelo amargo por él, como suele hacerse
por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el
llanto de Hadad-Remmón en el valle de Megiddó. Se lamentará (todo) el país,
familia por familia.
En aquel día se abrirá una fuente para la casa de David y para los habitan-
tes de Jerusalén, a fin de (lavar) el pecado y la inmundicia” (Zac. XII, 10-13;
XIII, 1).
Luego, todos los ojos de los hombres verán a aquél a quien traspasaron.
Felices aquéllos que habrán llorado a tiempo, amargamente, como se llora a
un hijo primogénito, pues "Y harán luto por Él todas las tribus de la tierra" (Apoc. I,
7). "Y entonces harán luto todas las tribus de la tierra" (Mt. XXIV, 30).
Verdaderamente ésta será la "fuente abierta" para lavar todas las manchas, a condi-
ción que las lágrimas suban a tiempo a los ojos de los pecadores, y que los "pechos,
sean golpeados".
49
¡La lanza hirió el costado del Señor! De esta fuente corre el agua salvadora, de esta
llaga luminosa parten rayos para ir a golpear los pechos de los hombres y hacer en
ellos una llaga de arrepentimiento.
***
Quedemos en silencio, oremos delante de estos prodigios del amor divino y escu-
chemos sobre todo el doble grito de Jesús para anunciar que la "fuente está abierta"33.
SEGUNDA PARTE
REINARÁ
"El Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa
de Jacob por los siglos, y su, reinado no tendrá fin" Lc. I, 32-33
I Cor. XV, 25
Dios creó los animales después de los seres inanimados, y por fin al hombre para
que fuese el jefe de esta creación maravillosa. Dio a Adán una especie de investi-
dura divina y lo hizo depositario de una parte de su autoridad: "Sed fecundos y
multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; y dominad sobre los peces del mar y las
aves del cielo, y sobre todos los animales que se mueven sobre la tierra" (Gén. I, 28).
33
En Palestina las fuentes a las que pueden concurrir las mujeres no se encuentran abiertas
durante el período de calor sino a ciertas horas. Una fuente abierta es un gran beneficio y un
oriental comprenderá la fuerza de semejante comparación.
50
El Sal. VIII canta: "Tú lo creaste poco inferior a Dios, le ornaste de gloria y de honor.
Le diste poder sobre las obras de tus manos, y todo lo pusiste bajo sus pies".
El hombre fué pues, establecido rey de la creación; debía someter la tierra, debía
dominar a los animales, todas las cosas fueron puestas bajo sus pies… Era pues Adán
quien debía reinar. Sin embargo, Dios para señalar su autoridad puso límite
al poder del hombre sobre todas las cosas. Se reservó un árbol. Y esta reser-
va fué signo de su autoridad suprema. Desde el Paraíso quedó en salvo el
principio de la soberanía divina. La obediencia está puesta en la base de las
relaciones del hombre con Dios, y a Adán podría aplicársele la del Faraón a José:
"Tan sólo por el trono seré más grande que tú" (Gén. XLI, 40).
Adán soportó mal la restricción absolutamente justa que Dios le puso. Dios
le daba todo gratuitamente por puro amor; ¿no podía acaso pedir en cambio
un gesto libre de amor de su creatura al reconocer su suprema soberanía?
Conocemos la triste historia: la tentación artera del maligno, la curiosidad de
Eva, la debilidad de Adán, y la acusación que él echó sobre la mujer. Con es-
te gesto de independencia Adán sobrepasaba sus derechos buscando en
cierto modo arrebatar el reino de Dios para hacerse rey él mismo y por él
mismo. Después de la sublevación del ángel, Adán dice a su manera: Ni Dios, ni Se-
ñor. El ángel caído obró del mismo modo; no pudo aceptar su subordinación a Dios.
“¡Como caíste del cielo, astro brillante, hijo de la aurora! ¡Cómo fuiste echado por tie-
rra, tú, el destructor de las naciones! Tú que dijiste en tu corazón: «Al cielo subiré;
sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono… subiré a las alturas de las nubes; seré
como el Altísimo”34.
Cristo obediente viene al mundo a restaurar el reino angélico y el reino terrestre cu-
yos jefes perdieron la posesión por su insubordinación a Dios.
34
Estas palabras se aplican literalmente a la caída de Babilonia, pero puede hacerse una apli-
cación de ellas a Satanás, pues en el Apocalipsis, Babilonia es evidentemente el símbolo del
reino satánico. En la época que precederá a la caída de la Babilonia mundial, el Anticristo u
hombre de pecado, vendrá “según operación de Satanás" (II Tes. II, 9), querrá, asimismo "en
el templo de Dios sentarse, probándose a sí mismo que es Dios" (II Tes. II, 4).
51
"Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados.
Pero cada uno por su orden: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía;
después el fin, cuando Él entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya derribado to-
do principado y toda potestad y todo poder. Porque es necesario que Él reine “hasta
que ponga a todos los enemigos bajo sus pies" (I Cor. XV, 22-25).
Adán — lo mismo que el Ángel rebelde — por su usurpación del poder, deja
de ser un investido y se hunde en el acto, pierde su cetro, la corona, el traje
de la inocencia y se le cierran las puertas del jardín en donde vivía en la pre-
sencia de Dios. Arrojado sobre la tierra desolada se encuentra frente a aquél
que expatriado del cielo trataba de reconstruirse un reino terrestre, sobre el
engaño del hombre.
Adán tendrá pues, que habérsela con Satanás. La identidad del pecado de orgullo
del uno y del otro los acerca, — a veces se unirán contra Dios — pero al mismo tiempo
serán eternamente enemigos. Asistiremos desde el Paraíso hasta el fin de los tiempos
a la lucha encarnizada de Satanás contra el hombre caído.
Satanás, el de las “profundidades" (Apoc. II, 24), sabe que el hombre no está irre-
mediablemente perdido y empleará toda su astucia y su mentira, como que es el padre
de la mentira, para arrastrar al hombre tras sí; arrojará la cizaña a manos llenas jus-
tamente donde Dios ha plantado el buen grano. Construirá la Babilonia terrestre, la
gran prostituta de la cual nos habla en términos impresionantes el Apocalipsis. Poseerá
"el imperio de la muerte" (Heb. II, 14). Se constituirá en "príncipe de este mundo".
Después de la caída inicial, seguirán las otras; Caín mata a su hermano y el mal se
agranda en el corazón del hombre: "La tierra estaba entonces corrompida… y llena de
violencia" (Gen. VI, 11). Entonces Dios decide exterminar la raza humana a excepción
de Noé y de los suyos, el agua realizará la obra destructora y actúa la venganza de
Dios. La humanidad entera desaparece, salvo ocho personas asiladas en el Arca.
52
Pero después del diluvio los hombres se pervierten nuevamente y Dios se ve obliga-
do a constituir un pueblo aparte. Separa a Abrahán de en medio de los paganos de la
Mesopotamia, para llevarlo al país de Canaán. Coloca el sello de su autoridad sobre el
hombre fiel y le exige la circuncisión. Abrahán promulga esta ley de parte de Dios en
señal de alianza, en señal de "santificación" del elegido de Dios.
Pero he aquí a Moisés y a la Ley. Dios tiene piedad de su pueblo. Si aún no le envía
a su "Hijo amado" para salvarlo, da una legislación a su pueblo para prepararlo a reci-
bir al Mesías, a este pueblo a quien El mismo llama "su primogénito" y qué deberá
ser una imagen de Jesús, Hijo de Dios.
La Ley pues prepara durante quince siglos la venida de Cristo: "Y de su plenitud he-
mos recibido todos, a saber, una gracia correspondiente a su gracia. Porque la Ley fue
dada por Moisés, pero la gracia y la verdad han venido por Jesucristo" (Jn. I, 16-17).
II
ES A MI A QUIEN RECHAZAN
PARA QUE NO REINE MAS SOBRE ELLOS
I Rey. VIII, 7
Dios, que por medio del don de la Ley preparó a su pueblo para recibir a
Cristo, quería también prepararlo para acoger el reino mesiánico. El Mesías
debía ante todo sufrir, y sin su rechazo por parte de los judíos habría vuelto para reinar
sin tardanza, después de la Ascensión. Es indudable que, en tiempo de la Ley, el
Eterno quería regir sobre Israel, su pueblo, gobernarlo como rey, ser su jefe militar y
dirigir sus combates.
Por el desenvolvimiento del poder teocrático, Dios se proponía formar a dicho pueblo,
educarlo, para que aceptara un día someterse a un rey visible: Cristo.
Si bien es cierto que Dios suscitó algunos jefes, como los Jueces, lo hizo en
el entendimiento de ser Él su único Rey. No quería de ningún modo que el
pueblo "escogido" fuera semejante a las otras naciones que se dan un rey
para que las domine.
53
cómo, muchos siglos después, rechazará a su Mesías-Rey. ¡Permanecía el
mismo espíritu, el del hombre caído, siempre ambicioso de arrancar a Dios
sus derechos y su autoridad!
La primera tentativa de Israel, para establecer sobre él una realeza humana, se re-
monta a la época de Gedeón.
Cuando éste volvió victorioso de los Madianitas - victoria milagrosa debida única-
mente al poder divino - el pueblo lo aclamó y quiso hacerlo rey. Mas no aceptó, y
guardando la humilde actitud de un servidor delante del verdadero vencedor, dijo a la
muchedumbre que le oprimía: "No reinaré yo sobre vosotros, ni reinará mi hijo sobre
vosotros. YAHVÉ SEA QUIEN REINE SOBRE VOSOTROS” (Jue. VIII, 23).
A la muerte de Gedeón, el pueblo, deseoso de tener un rey, dio este título a Abime-
lec, un usurpador, que inmediatamente lo aceptó. Entonces el hijo de Gedeón protestó.
Para dar autoridad a su voz, subió sobre el Garizim y exclamó: "Oídme, señores de
Siquem, para que os oiga Dios. Fueron una vez los árboles a ungir un rey que reinase
sobre ellos; y dijeron al olivo: “Reina tú sobre nosotros”. El olivo les contestó: “¿Puedo
acaso yo dejar mi grosura, con la cual se honra a Dios y a los hombres, para ir a me-
cerme sobre los árboles?” Entonces dijeron los árboles a la higuera: “Ven tú y reina
sobre nosotros”. La higuera les respondió: “¿He de dejar acaso mi dulzura y mi exce-
lente fruto, para ir a mecerme sobre los árboles?” Dijeron, pues, los árboles a la vid:
“Ven tú y reina sobre nosotros”. Mas la vid les respondió: “¿He de dejar acaso mi vino
que alegra a Dios y a los hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?” Entonces
todos los árboles dijeron a la zarza: “Ven tú y reina sobre nosotros”. Respondió la zar-
za a los árboles: “Si es que en verdad queréis ungirme rey sobre vosotros, venid y re-
fugiaos bajo mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza que devore los cedros del Lí-
bano” (Jue. IX, 7-15).
He aquí una imagen de una realeza terrestre que se inspiraba sólo en el orgullo y
que de buena gana se cierne sobre los demás hombres.
"Desagradó a Samuel esta propuesta que le expresaron: “Danos un rey que nos juz-
gue.” E hizo Samuel oración a Yahvé. Respondió Yahvé a Samuel: “Oye la voz del pue-
blo en todo cuanto te digan; porque no te han desechado a ti, sino a Mí, para que no
reine sobre ellos. Todo lo que han hecho (conmigo) desde el día que los saqué de
Egipto hasta este día, en que me han dejado para servir a otros dioses, lo mismo ha-
cen también contigo. Ahora, pues, escucha su voz, pero da testimonio contra ellos, y
anúnciales los fueros del rey que va a reinar sobre ellos” (I Rey. VIII, 6-9).
Dios como Rey supremo es arrojado por su pueblo, como lo ha sido por
Adán, como Jesús lo será por los judíos, como cada uno de nosotros lo re-
54
chaza prefiriendo el ídolo del "yo" o del dinero, ese Mammón temible de los
últimos tiempos.
Pero Dios no se deja vencer por el mal y frustra los designios perversos de
los hombres.
El rey David será el antepasado directo de Cristo. Su raza será bendita porque
Jesús será el "Hijo de David". "Yo soy — dirá — la raíz y el linaje de David" (Apoc. XXII,
16).
Desde ese momento se puede presentir el reino glorioso y futuro de Jesús, del cual
el de Salomón fué la impresionante figura.
Pero a la realeza de David, Dios debía agregar un nuevo poder: el ministerio proféti-
co.
III
Jn. XVIII, 37
El ministerio de los profetas fué el medio escogido por Dios para quedar en
contacto, con su pueblo. Fué como un puente entre David, el rey-profeta, y
Jesús, Rey también y Profeta. "El rollo del libro" se escribió entonces.
Hacía cuatro siglos que había cesado de oírse la voz de Malaquías, el último de los
profetas, cuando por fin se realizó una de sus palabras: "He aquí que envío a mi ángel
que preparará el camino delante de Mí" (Mal. III, 1, citado por Lc. VII, 27 y Mt. XI, 10).
Aparece Juan Bautista. Viene para allanar el camino al rey que se acerca.
55
En Oriente, sobre todo a causa de la imprecisión de las rutas en el desierto,
las regias comitivas iban precedidas de una tropa de hombres, enviados para
trazar el camino, aplanarlo y retirar los obstáculos. A falta de un grupo de
enviados, un heraldo corría delante del carro del rey. Elías corrió así delante
de Acab (III Rey. XVIII, 46).
El Bautista que viene con "el espíritu y el poder de Elías" (Lc. I, 16) será la "Voz de
uno que clama: “Preparad el camino de Yahvé en el desierto, enderezad en el yermo
una senda para nuestro Dios. Que se alce todo valle, y sea abatido todo monte y cerro;
que la quebrada se allane y el roquedal se torne en valle" (Is. XL, 3-4, citado por Lc.
III, 4-6; Mc. I, 2-3; Mt. III, 3; Jn. I, 6).
"EL TIEMPO SE HA CUMPLIDO" (Mc. I, 15), ese tiempo marcado por los
profetas, y muy particularmente por Daniel36.
Pero ¿será él quien restaure el reino de Israel? ¿Será él quien empuñe el cetro salido
de Judá y rechace la dominación romana que se extiende sobre el pueblo de Sión?
"Mi reino no es de este mundo" declara a Pilato; lo que significa: mi reino no proce-
de de este mundo38. Pero a la pregunta de Pilato: "¿Eres tú rey?" Jesús responde: "Tú
lo dices; YO SOY REY, PARA ESTO NACI" (Jn. XVIII, 36-38).
Jesús nació para ser rey, pero su reino no querrá recibirlo, ni de Satanás,
que se le ofreció, ni de la multitud agradecida por el milagro de los panes y
que quiere apoderarse de Él y hacerlo rey.
35
Es preciso haber visto la destreza de los árabes para aplanar una vía. Recuerdo que yendo
del Tabor a Naim, por caminos no trazados, nuestros veinticinco autos se encontraron deteni-
dos ante una fosa profunda. Nuestros chauffeurs descendieron y, en unos minutos, la fosa es-
tuvo tapada.
36
Según la célebre profecía de las setenta semanas de años (Dan. IX, 24-27).
37
Ver anteriormente: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?".
38
"Jesús no dice que su realeza no ha de ejercerse sobre este mundo, sino que no
procede de éste" "Viene ella de más arriba: de lo alto". R. P. Lagrange: Evangile selon
Saint Jean. Gabalda, 1925, p. 475.
56
Extraña escena aquélla que se desarrolla sobre la árida montaña que domina la pla-
nicie de Jericó. Allí se lleva a cabo un drama análogo al del Edén. Satanás trata
de destruir la realeza de Cristo, así como destruyó la de Adán, por una tenta-
ción de orgullo.
Desde la cima de la montaña, Satanás muestra a Jesús todos los reinos de la tierra
con el fin de excitar su codicia y le dice: "YO TE DARÉ todo este poder y la gloria de
ellos, PORQUE A MÍ ME HA SIDO ENTREGADA, Y LA DOY A QUIEN QUIERO. Si pues te
prosternas delante de mí, Tú la tendrás toda entera" (Lc. IV, 6-7).
Después del diablo, fué el pueblo quien ofreció la realeza a Jesús a raíz de
la multiplicación de los panes. Pero, "Jesús sabiendo, pues, que vendrían a
apoderarse de Él para hacerlo rey, se alejó de nuevo a la montaña, Él solo"
(Jn. VI, 15). Es necesario comprender bien esta actitud: en efecto, Cristo no
podía ser proclamado rey en otra parte que en Jerusalén. Las profecías eran
claras sobre el particular; su reino venía de lo alto, venía de Dios: " SOY YO
quien he constituido a mi Rey sobre Sión, mi santo monte" (Sal. II, 6). El día
de los Ramos, en Jerusalén, Jesús aceptó la aclamación entusiasta del pue-
blo. ¿No debió traer consigo la de los jefes de la Sinagoga? Esta era la adhe-
sión que Dios hubiera querido para su Cristo, si Israel no hubiese desechado
su llamamiento.
Cristo permitió pues, el cortejo triunfal de Betfagé al Templo y montado sobre el po-
llino acoge los cantos y los "hosanna" de los niños: "Bendito el que viene, el Rey en
nombre del Señor. En el cielo paz, y gloria en las alturas" (Lc. XIX, 38). "¡BENDITO
SEA EL ADVENIMIENTO DEL REINO DE NUESTRO PADRE DAVID!" (Mc. XI, 10).
Pero nuestro Salvador no fué reconocido rey por los jefes — antes, por el
contrario — "buscaban cómo hacerlo morir, pero le tenían miedo" (Mc. XI, 18).
Entonces Jesús lloró sobre Jerusalén: “¡Ah, si en este día conocieras también tú
lo que sería para la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Porque vendrán días
sobré ti, y tus enemigos te circunvalarán con un vallado, y te cercarán en derredor y te
estrecharán de todas partes; derribarán por tierra a ti, y a tus hijos dentro de ti, y no
39
Nota del Blog: Esto se vé más claro aún en Apoc. XIII, 2: “Y la Bestia que vi era seme-
jante a un leopardo y sus pies como de oso y su boca como boca de león y el Dragón le dio
su poder y su trono y gran autoridad”. Ver también Apoc. XVI, 10.
57
dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo en que has sido visi-
tada” (Lc. XIX, 42-44).
***
Pilato, después del interrogatorio, le presentó a los judíos, diciendo: “HE AQUÍ A
VUESTRO REY”. Pero ellos se pusieron a gritar: “¡Muera! ¡Muera! ¡Crucifícalo!” Pilato
les dijo: “¿A vuestro rey he de crucificar?” Respondieron los sumos sacerdotes: “¡Noso-
tros no tenemos otro rey que el César!” (Jn. XIX, 14-15).
40
Con qué respeto y con cuánto amor deberíamos pronunciar estas palabras en el
Sanctus de la misa; palabras anunciadoras de la Vuelta de Cristo.
41
Nota del Blog: Esto no hace más que confirmar lo que ya dijimos al hablar sobre las LXX
Semanas de Daniel; Mc. XV, 32 y Lc. XXIII, 2 son los únicos pasajes de todo el N.T. que
hablan de “Cristo-Rey”. En Lc. lo que vemos es la acusación contra Nuestro Señor, y en Mc. sin
dudas tenemos una burla de parte de los judíos, en ambos casos por haberse dado ese título el
domingo de Ramos.
¡Israel condenó a Jesús precisamente por la misma razón que tendría que haberlo
reconocido según la célebre profecía de Daniel!
¿Puede haber acaso una tragedia más grande?
58
Ellos también quisieron un rey como tienen "las otras naciones". Los hijos
imitan a sus padres, los cuales reclamaban de Samuel este extraño privilegio.
Jesús podía pensar sobre su cruz: "no te han desechado a ti, sino a Mí, para que no
reine sobre ellos” (I Sam. VIII, 7).
La ironía de los sacerdotes se expresa una última vez delante del Crucificado: "¡El
Cristo, EL REY DE ISRAEL, baje ahora de la cruz!” (Mc. XV, 32).
Mas he aquí que en medio de los gritos, de las burlas, de las blasfemias, que resue-
nan ya varias horas sobre el Gólgota, la voz de un moribundo, la de un malhechor que
comparte el suplicio de la cruz, se levanta para dejar oír la palabra de verdad: "Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (Lc. XXIII, 42).
IV
Heb. IV, 16
El reino había estado "cerca" (Mt. IV, 17), pero los jefes de la nación no lo
habían recibido cuando estaba "en medio de ellos"42. Ahora se ha alejado. Y
42
"El reino de Dios en medio de vosotros está" (Lc. XVII, 21). Generalmente se traduce
por "dentro de vosotros está" Y SE APOYAN EN ESTA TRADUCCION PARA DECIR
QUE JESUS SOLO VINO A TRAERNOS UN REINO ESPIRITUAL, ESCONDIDO EN NUES-
TROS CORAZONES. No sólo el original griego admite la traducción "en medio", o
"entre vosotros", sino que los fariseos, sus enemigos, no pueden pretender ser
aquéllos a los cuales Jesús declara que ha establecido su reino en sus corazones
¡Qué de lamentar es que se extraiga así una frase del contexto para darle una apli-
cación exclusivamente espiritual, cuando tiene un sentido literal tan obvio!
59
el Maestro dice: "Seréis mis testigos hasta las extremidades de la tierra"; era
esto anunciar que su vuelta y su reino tardarían porque era necesario que la
palabra del reino fuese antes predicada a todas las naciones (Lc. XXIV, 47).
Una página del evangelista San Lucas pone de relieve estos misterios, determinando
tres tiempos: Un reino que vino, pero fué desechado. Un reino misterioso, el actual. Un
reino glorioso, por venir.
“Interrogado POR LOS FARISEOS acerca de cuándo vendrá el reino de Dios, les res-
pondió y dijo: “El reino de Dios no viene con advertencia, ni dirán: “¡Está aquí!” o “¡Es-
tá allí!” porque ya está el reino de Dios en medio de vosotros”. Dijo después A SUS
DISCÍPULOS: “Vendrán días en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del
hombre, y no lo veréis. Y os dirán: "¡Ved allí, ved aquí!"; no vayáis ni corráis en pos.
Pues como el relámpago, fulgurando desde una (parte) del cielo a la otra resplandece,
así será el Hijo del hombre en su día. Mas primero es necesario que él sufra mucho y
que sea rechazado por la generación esta” (Lc. XVII, 20-25).
Pero, sin embargo, el reino no venía de manera que llamara la atención. No aparecía
según las concepciones rabínicas un reino mesiánico puramente terrestre. Era un reino
de una naturaleza diferente y que respondía a la palabra del Señor: "Mi reino no es de
este mundo". Yo no recibiré mi realeza sino de Dios, no del mundo, como los
reyes ordinarios; regiré mi pueblo del modo que Dios quería hacerlo cuando
fué rechazado en tiempos de Samuel.
A los discípulos Jesús les dice: "Vosotros desearéis ver uno solo de los días
del Hijo del hombre, y no lo veréis".
"¡No lo veréis!". Es el caso de todos los que esperan a Cristo desde la As-
censión. Es la época del reino MISTERIOSO Y ESPIRITUAL — aquél — duran-
te el cual la Iglesia, la Esposa amada suspira.
Los hijos de Dios deberían clamar sin cesar: "¡Venga tu reino!" "¡Ven, Se-
ñor Jesús!".
Mas un tiempo vendrá por fin en que "como el relámpago que brilla e ilu-
mina desde un cabo del cielo hasta el otro”, el Hijo del hombre aparecerá y
establecerá su reino esplendoroso de gloria. Entonces "todo ojo le verá".
En este texto de San Lucas están netamente designadas las tres etapas del reino
mesiánico.
60
Si después de la Resurrección, y en la época de la predicación apostólica,
los judíos y sus sacerdotes hubieran reconocido a Jesús, Salvador y Rey,
¿acaso no habría vuelto ya Jesús desde hace tiempo para la manifestación
de su reino visible?
Aquí no cabe duda alguna. En esta "restauración de todas las cosas", Pedro
tiene ciertamente presente el reino mesiánico por venir, el mismo del que
hablaron profusamente todos los profetas. Será la "restauración" maravillo-
sa del reino que Adán perdiera.
***
El Señor Jesús conocía lo que sería el futuro: el rechazo persistente del Evangelio
por parte de los judíos y el endurecimiento de los corazones; y es por esto que su en-
señanza sobre el reino de Dios había sido ampliamente desarrollada.
En efecto, el Maestro daba una gran importancia a las máximas y parábolas que
pronunciaba sobre los misterios del reino, porque estaban destinadas a sustentar la
vida moral y espiritual de su Iglesia, durante el curso de las edades, hasta su vuelta.
Este reino de gracia nos fué preparado por Él mismo — como consecuencia
del rechazo que debía soportar en su primera venida, — mientras que EL
REINO DE GLORIA ES MAS PARTICULARMENTE EL DON DEL PADRE, "prepa-
rado desde la fundación del mundo" (Mt. XXV, 34).
61
A este reino hace alusión el apóstol Pablo cuando escribe a los Colosenses: "Él nos
ha arrebatado de la potestad de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de
su amor, en quien tenemos la redención, la remisión de los pecados" (Col. I, 13-14).
Mientras estamos bajo este reino de gracia es necesario prepararnos "para que os pre-
sente santos e inmaculados e irreprensibles delante de Él" (Col. I, 22). Y a la Iglesia,
Esposa de Cristo, le ha sido dicho: "Se entregó Él mismo por ella (…) a fin de presen-
tarla delante de Sí mismo como Iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni nada seme-
jante, sino santa e inmaculada” (Ef. V, 25-27).
El sermón de la montaña, que debía transformar las leyes morales y las re-
laciones fraternales, está basado en esta búsqueda ardiente del reino de
Dios en el alma, durante el tiempo de la gracia, para obtener el efecto de sus
promesas en el reino de la gloria que está prometido a los pobres y a los
perseguidos.
Desde la barca, Jesús da una serie de parábolas conocidas bajo el nombre genérico
de "Parábolas del reino". En ellas se UNEN EL TIEMPO DE LA GRACIA CON EL DE
LA GLORIA, porque se refieren a entrambos. Por esto las parábolas del reino
siempre tendrán un carácter misterioso y enigmático.
Jesús decía a sus discípulos: "A VOSOTROS es dado conocer los misterios del reino
de los cielos, pero no a ELLOS” (Mt. XIII, 10-12).
"A VOSOTROS"… decía el Maestro, es decir, a todos aquellos que para comprender
esos "misterios del reino" se dejarán penetrar por su palabra contenida en los Evange-
lios y en las Escrituras.
A esos solamente será "dado conocer", poseer "la llave de la ciencia" (Lc. XI, 52) y
"el tesoro escondido" (Mt. XIII, 44): porque a "ellos", a los que no profundizan las Es-
crituras, quedarán ocultos los misterios. "Viene el maligno y arrebata lo que ha sido
sembrado" (Mt. XIII, 19).
Sólo la lectura atenta de la Biblia nos permitirá distinguir los tres aspectos del reino y
no confundirlos EN EL TIEMPO43.
43
Esta confusión de los tiempos — de las dispensaciones — es corriente en un gran
número de cristianos. Hay aún exégetas que atribuyen al tiempo de la Iglesia — a
este reino invisible de la gracia — no sólo las enseñanzas de Cristo que no le conciernen, como:
"el reino está EN ME-DIO DE VOSOTROS" sino también todas las profecías mesiánicas no
realizadas en la primera venida, y las profecías que anuncian la reunión de los judíos
antes del establecimiento del reino de la gloria.
62
EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA. Desarrollo del reino de gracia — reino mis-
terioso y espiritual — durante el cual pedimos el reino por venir. "¡Venga tu
reino!".
Dan. II, 35
Las profecías relativas a estos tiempos y las descripciones de estos combates están
sobre todo referidas en los Salmos, en los Profetas y en el Apocalipsis.
Si Cristo debe establecer un reino de paz, vendrá primero a destruir las falsas auto-
ridades y a fundar su reino sobre la justicia. "Reinará un rey con justicia" (Is. XXXII, 1).
Estos textos, cargados de misterios para nuestras almas tan débiles, ven-
drán a esclarecernos cuando los comprendamos mejor, otras páginas bíbli-
cas, y aun facilitarán para nosotros la inteligencia de toda la Biblia.
63
***
"Dios es terrible", cantaba el Salmista, "para los reyes de la tierra" (Sal. LXXVI, 13).
¡Qué fin les espera, a ellos, a todos aquellos que se hacen "reyezuelos", es decir, re-
beldes a la dominación de Dios que es soberana y sin límites!
Nos levantamos contra su reino de gracia cada vez que ponemos condiciones a sus
órdenes, ya sea que estas se nos manifiesten por los acontecimientos, ya sea que se
nos den en lo más secreto del alma por la conciencia que nos habla. ¿Qué pasará en-
tonces el día del reino de gloria?
***
Nabucodonosor había visto en sueños una gran estatua cuya cabeza era de oro, el
pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y
los pies en parte de hierro y en parte de barro. El rey la estaba mirando, "SE DESGAJÓ
UNA PIEDRA —NO DESPRENDIDA POR MANO DE HOMBRE— e hirió la imagen en los
pies, que eran de hierro y de barro, y los destrozó". La estatua se desplomó y la piedra
que la golpeó "se hizo una gran montaña y llenó toda la tierra".
Daniel llevado delante del rey le explicó la significación simbólica de esta estatua:
"Tú, oh rey, eres rey de reyes, (los reyes babilonios llevaban este título y aquí Nabuco-
donosor representa en cierto modo a Adán antes de la caída) a quien el Dios del cielo
ha dado el imperio, el poder, la fuerza y la gloria. Dondequiera que habiten los hijos de
los hombres, las bestias del campo y las aves del cielo. Él los ha puesto en tu mano, y
a ti te ha hecho señor de todos ellos. Tú eres la cabeza de oro"45.
“Luego habrá un cuarto reino fuerte como el hierro. Del mismo modo que el hierro
rodo lo destroza y rompe, y como el hierro todo lo desmenuza, así él desmenuzará y
quebrantará todas estas cosas”48.
44
"Le Livre d'Hénoch". Trad. Francois Martin, Letouzey, 1906. Este libro apócrifo merece,
sin embargo, seria consideración puesto que el Apóstol Judas Tadeo no teme citarlo.
45
Reino babilónico.
46
Reino de los medos y persas.
47
Imperio ele Alejandro.
64
En cuanto a los pies y a sus dedos49, Daniel explica que la mezcla de hierro
y barro junto con darles fuerza les da también fragilidad. El cuarto reino será,
pues, en parte fuerte y en parte frágil. Estará dividido y muchos reyes se es-
tablecerán en lugar de la autoridad única que presidía.
Y el profeta añade: "EN LOS DÍAS DE AQUELLOS REYES (que corresponden a los
dedos) el Dios del cielo suscitará un reino que nunca jamás será destruido, y que no
pasará a otro pueblo; quebrantará y destruirá todos aquellos reinos, en tanto que él
mismo subsistirá para siempre, conforme viste que de la montaña se desprendió una
piedra —no por mano alguna—, que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata
y el oro (Dan. II, 44-45) serán arrebatados como el tamo de las eras de verano: “y
levantólos el viento, y nunca más se les halló lugar" (Dan. II, 25).
Parece seguro que los dedos de los pies de la estatua — mezcla de hierro y arcilla —
representan todos los estados nacidos de Roma, dictaduras y repúblicas, reinos debili-
tados, pero subsistentes todavía, más inclinados a arruinar el reino de Dios que a ofre-
cerle sumisión.
Nuestros estados occidentales, ¿no son nacidos de Roma? Aún siendo Repúblicas, la
ley romana las rige. Roma prolongará su acción en los "dedos de los pies" hasta el día
en que la "piedra" que es Cristo a su vuelta para el reino de gloria, golpeará al coloso
triturando los dedos de sus pies.
48
El imperio romano con toda su fuerza, después su división: oriente y occidente, que co-
rresponde a las piernas.
49
Reinos que han sucedido al romano.
65
Toda autoridad será recogida por Cristo. Sí, toda autoridad. En él se con-
centrarán todos los poderes celestes y terrestres. Todas las autoridades de
la tierra, que han sido ejercidas desde Adán hasta el fin, autoridades imper-
fectas, menguadas, a menudo, culpables, injustas y violentas; todas estas
autoridades débiles o falseadas, usurpadas o degeneradas serán restableci-
das según la justicia de Cristo, cuyo trono se asentará sobre la "justicia y
equidad" (Sal. LXXXIX, 15).
VI
Sal. CX, 6
Relacionaremos con estos salmos algunos textos que nos permitirán entrever la hora
tan particularmente trágica en la cual haya derribado "todo principado y toda potestad
y toda virtud. Porque es necesario que EL REINE" (I Cor. XV, 24).
Pero oigamos en el Salmo II a los reyes de la tierra alzados contra Dios: "Se han le-
vantado los reyes de la tierra, y a una se confabulan los príncipes contra Yahvé y con-
tra su Ungido. “ROMPAMOS (dicen) SUS COYUNDAS, Y ARROJEMOS LEJOS DE NOSO-
TROS SUS ATADURAS".
¡Es el grito de los orgullosos de la tierra que quieren sacudirse del yugo de
la autoridad de Dios y de su Cristo! En los últimos días esta sorda rebelión
tomará la magnitud de una coacción. Pero… "El que habita en los cielos ríe,
el Señor se burla de ellos”.
66
Esta sonrisa de Dios; esta burla divina es la primera respuesta ¡y cuán te-
mible ya!
Pero después de esta risa irónica Dios va a manifestar su fuerza: "Les hablará en su
ira, y en su indignación los aterrará" y a esta rebelión de los reyes opondrá el estable-
cimiento definitivo de su "rey". "SOY YO QUIEN HE CONSTITUIDO A MI REY SOBRE
SIÓN, MI SANTO MONTE… “TÚ ERES MI HIJO, YO MISMO TE HE ENGENDRADO EN
ESTE DÍA. 8PÍDEME Y TE DARÉ EN HERENCIA LAS NACIONES, Y EN POSESIÓN TUYA
LOS CONFINES DE LA TIERRA, CON CETRO DE HIERRO LOS GOBERNARÁS, LOS HA-
RÁS PEDAZOS COMO A UN VASO DE ALFARERO” 50.
Simbólicamente, sin duda, se dice que Jehová traspasará a sus enemigos con la es-
pada, que los herirá con la vara, que los pisará como la uva en el lagar, o los desme-
nuzará como vaso de alfarero. Esta última imagen es muy oriental. Recuerdo
haber visto, en las puertas de Jerusalén, comerciantes que vendían esas va-
sijas de barro que sirven para traer agua del manantial. Mientras llegan los
compradores, las vasijas se colocan en montones, unas sobre otras. Imagi-
nemos que alguno se ponga a saltar sobre tan frágiles recipientes; en pocos
instantes quedaría destruida la fortuna del alfarero.
¡De igual modo los poderosos, los hombres políticos de todos los tiempos, los que
poseen la autoridad religiosa, si hubieren sido infieles a su misión, serán desmenuza-
dos en su orgullo, como vasijas de barro!
50
El Salmo II es citado a menudo en la Escritura. Así Hech. IV, 25.28; XIV, 33; Heb. I, 5;
V, 5; Apoc. XII, 5; XIX, 15.
51
Estos paramentos sagrados eran llevados también por los levitas en aquella famosa victoria
sin combate alcanzada por Josafat (II Paral. XX, 19-27); Véase también: Ex. XXXI, 10.
67
Hay en este salmo una aproximación sorprendente de los dos Advenimien-
tos. Jesús se sienta sobre el trono a la diestra del Padre cuando ha acabado
la obra del primer advenimiento; en el segundo es el Padre quien viene a co-
locarse a la diestra de su Hijo para sostenerlo en la última lucha: "El Señor
está a su diestra".
¡Qué cuadro más espantoso, pero es profético! Recordemos que Jesús leyendo el ro-
llo del profeta Isaías en la Sinagoga de Nazaret se paró ante estas palabras:
"Cerca está el día grande de Yahvé; próximo está y llega con suma velocidad. Es tan
amarga la voz del día de Yahvé, que lanzarán gritos de angustia hasta los valientes.
Día de ira es aquel día, día de angustia y aflicción, día de devastación y ruina, día de
52
El Sal. CX es el primer salmo de las vísperas del Domingo. Ha sido citado a menudo: Mt.
XXII, 44; Mc. XII, 36; Lc. XX, 42; Hech. II, 34; Heb. I, 13. Es el salmo que mejor nos
revela los títulos de sacerdote y rey, que pertenecen a Jesús. También se nos dan a
nosotros estos títulos (Apoc. V, 10).
53
La Liturgia romana emplea este texto en la misa del Martes Santo. Toma en el
sentido simbólico aquello de su vestido rojo en sangre, pero esta sangre no es la de
Cristo, es la de sus enemigos. Este texto sólo es posible entenderlo colocado en su
verdadero lugar, en el día de la cólera suprema de Dios, y relacionándole con el del
Apocalipsis (XIX, 11.19). El arte medieval cometió el mismo error de interpretación,
popularizando erradamente el tema del lagar.
Nota del Blog: Simplemente digamos que lo de la Liturgia no es un error sino una de las
tantas libertades que suele tomarse la Iglesia al interpretar en sentido acomodaticio algunos
textos. El error está, en todo caso, en aquellos que toman la acomodación por la realidad, es
decir, en los que confunden el sentido acomodaticio con el literal.
54
Ver capítula anterior: "En el rollo del libro donde está escrito de mí".
68
tinieblas y oscuridad, día de nubes y densas nieblas; día de trompeta y alarma contra
las ciudades fuertes y las altas torres. Yo angustiaré a los hombres, de modo que an-
darán como ciegos, porque han pecado contra Yahvé; su sangre será derramada como
polvo” (Sof. I, 14-17).
Isaías exclama: "Su tierra estará borracha de sangre, y su polvo será fertilizado con
grasa. Porque es día de desquite para Yahvé, año de venganza por la causa de Sión"
(Is. XXXIV, 7-8).
Pero transcribamos todavía una página del Apocalipsis, no menos terrible. ¡Y es del
apóstol Juan! Esta página detalla los combates del Verbo de Dios:
"Y vestido con un vestido teñidos en sangre, y se llama su Nombre “LA PALABRA DE
DIOS”. Y los ejércitos, los (que están) en el cielo, le seguían en caballos blancos, vesti-
dos de lino fino blanco, puro. Y de su boca sale una espada aguda, para con ella herir
a las naciones. Y Él las destruirá con cetro de hierro y Él pisa el lagar del vino del furor
de la ira de Dios, el Todopoderoso. Y tiene sobre el vestido y sobre su muslo un nom-
bre escrito: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. Y vi un ángel estando de pie en el
sol y clamó con voz grande, diciendo a todas las aves, las que vuelan por medio del
cielo: “Venid, congregaos al banquete, el grande, de Dios, a comer carnes de reyes y
carnes de quiliarcas y carnes de fuertes y carnes de caballos y de los sedentes sobre
ellos, y carnes de todos: tanto libres y siervos y pequeños y grandes”. Y vi a la Bestia y
a los reyes de la tierra y a sus ejércitos congregados, hacer la guerra contra el sedente
sobre el caballo y contra su ejército” (Apoc. XIX, 13-19).
Aquí, hasta los pequeños y los esclavos son condenados: esto es, todos
aquéllos que se han hecho "grandes" por su falta de sumisión.
El "rugido" del león de la tribu de Judá, de Jesús, el cordero inmolado, único capaz
de abrir el libro del juicio y de romper sus sellos, ¿acaso no resonará hasta el fondo de
nuestra alma para hacernos comprender la grandeza de aquel día?
Estos textos escriturarios acumulados nos dicen con expresiones orientales líricas y
terroríficas, simbólicas quizás en la forma, cuál será el derrumbe, la destrucción, la rui-
na de toda realeza terrestre cuando suene la hora del establecimiento de la realeza de
Cristo. Porque sus enemigos serán la peana de sus pies.
Estos textos — y tantos otros que hubiéramos podido citar — aunque muy penosos
de leer, son, sin embargo, mensajeros de paz, que anuncian la buena nueva, que pu-
blican la salvación, porque se le dirá entonces a Sión: “Reina tu Dios” (Is. LII, 7).
69
VII
DEGOLLADLOS EN MI PRESENCIA
Lc. XIX, 27
No pretendemos explicarlo todo con las poderosas imágenes orientales citadas más
arriba. Es preciso dejar su fuerza de expresión a los que han vivido en los países de las
grandes luces solares. Lo que queremos mostrar es la trágica lección moral que se
desprende de estos textos que, a primera vista, pudiesen parecer menos atendibles
por causa de su misma exageración aparente, o dar tal vez, motivo de rebelión a cier-
tos espíritus poco dispuestos a concebir la hora de "la cólera por venir".
¿Y qué decir de aquéllos que más particularmente atacan, niegan a Cristo y blasfe-
man contra Él? "Todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, sino que es el
espíritu del Anticristo" (I Jn. IV, 2-3).
En la epístola a los Hebreos: "¿De cuánto más severo castigo pensáis que será juz-
gado digno el que pisotea al Hijo de Dios, y considera como inmunda la sangre del
pacto con que fue santificado, y ultraja al Espíritu de la gracia? Pues sabemos quién
dijo: “Mía es la venganza; Yo daré el merecido” (Heb. X, 29-30).
Veremos, por lo demás, que el divino Juez establecerá la sentencia de gloria o con-
denación sobre este mismo principio: "Lo que habéis hecho al menor de mis hermanos,
a mí me lo habéis hecho".
70
la sentencia, diciendo: "¡El que derramare la sangre del Hombre-Dios, por el
Hombre-Dios su sangre será derramada!". Ya sea que se trate de los judíos
deicidas de otro tiempo, o de todos los malos cristianos que pisotean al Hijo
de Dios y rechazan la sangre de la Alianza, todos esos serán muertos, como
lo anuncian los profetas.
¿Y los que le traspasaron, sean traspasados con los dardos del Todopode-
roso?
¿Y los que gritaron: "¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hi-
jos!" sean bañados en la sangre de la gran matanza?
Hay paralelismo entre los tremendos textos de los profetas y las atrocida-
des de la Pasión.
¡Ya no es la carne de Jesús, sino la carne de los reyes, carne de los prínci-
pes!
¡Ya no son los llantos de Jesús, sino los llantos y rechinar de dientes de los
rebeldes!
***
Una parábola que dijo Jesús al subir por última vez a Jerusalén, puede alumbrar a
los espíritus que fuesen aún capaces de poner en duda la realidad de aquellos oráculos
y de los textos apocalípticos.
"Un hombre de noble linaje SE FUÉ A UN PAÍS LEJANO a tomar para sí posesión de
un reino y volver " (Lc. XIX, 12).
71
Antes de su partida, este hombre de ilustre nacimiento llamó a diez de sus servido-
res y les dio diez minas, una a cada uno56.
"Negociad HASTA QUE YO VUELVA". Y les dejó. Pero he aquí que en su ausencia se
forma una cábala contra EL. "Sus conciudadanos lo odiaban, y enviaron una embajada
detrás de él diciendo: “NO QUEREMOS QUE ÉSE REINE SOBRE NOSOTROS”.
"Al retornar él, DESPUÉS DE HABER RECIBIDO EL REINADO, dijo que le llamasen a
aquellos servidores a quienes había entregado el dinero, a fin de saber lo que había
negociado cada uno". Entonces el amo recompensó a algunos y castigó a otros, según
cómo hubiesen administrado, bien o mal, el dinero que les había confiado, y añadió:
"En cuanto a mis enemigos, los que no han querido que yo reinase sobre ellos, traed-
los aquí y degolladlos en mi presencia" (Lc. XIX, 12-28).
Esta actitud del rey oriental que Jesús presenta en la parábola es la figura de su
propia actitud en el último día; queda en la estela profética preparando el Apocalipsis.
de su partida. Esta parábola está en correlación con la de las vírgenes en que el " esposo tarda"
y aquella del mal servidor que dice: Se demora mi Señor en venir.
56
La mina tenía un valor aproximado de 100 unidades de nuestra moneda. Una mina griega
valía 100 dracmas.
57
A los exégetas que dicen que estamos bajo el reino efectivo de Cristo, el reino
pacífico de mil años con Satanás encadenado (Apoc. XX, 1-7) querríamos preguntar
si no oyen como nosotros estos dos gritos que se oponen. Hay una incomprensión
que no puede explicarse sino por el hábito que señala Bossuet: "¡Se pasan las ideas
de mano en mano!" o más sencillamente: Nos copiamos unos a otros. ¡Y esto desde
hace siglos!
72
Recordemos todavía que el servidor infiel que no ha esperado a su maestro "ES
CORTADO EN DOS" a la orden suya (Mt. XXIV, 51).
Tal es la suerte de los que se han opuesto al reino de Cristo: irán a reunir-
se con aquéllos que se acogieron al reino de la Bestia. “Si alguno adora a la
Bestia y a su imagen y recibe una marca en su frente o en su mano, también éste be-
berá del vino del furor de Dios, del mezclado puro en el cáliz de su ira y será atormen-
tado con fuego y azufre delante de los ángeles santos y delante del Cordero" (Apoc.
XIV, 9-10).
VIII
Mt. XXV, 31
"Y he aquí que vino sobre las nubes del cielo Uno parecido a un hijo de hombre, el
cual llegó al Anciano de días, y le presentaron delante de Él. Y le fue dado el señorío,
la gloria y el reino, y todos los pueblos y naciones y lenguas le sirvieron. Su señorío es
un señorío eterno que jamás acabará, y su reino nunca será destruido" (Dan. VII, 13-
14).
El apóstol Juan en sus visiones de Patmos vio también esta hora magnífica: "Y el
séptimo ángel tocó la trompeta y se hicieron grandes voces en el cielo que decían: “Se
hizo EL REINO DEL MUNDO de Nuestro Señor y de su Cristo y reinará por los siglos de
los siglos” (Apoc. XI, 15).
Y en otro lugar, en medio del ruido de las grandes aguas y de los truenos, resonó:
“¡Aleluya! Porque ha comenzado a reinar Yahvé, el Dios nuestro, el Todopoderoso. Re-
gocijémonos y exultemos y le daremos la gloria, porque han llegado las Bodas del Cor-
dero" (Apoc. XIX, 7).
En fin, veamos cómo el mismo Jesús anunciaba su vuelta para establecer su reino y
juzgar a las naciones.
“Pero cuando venga el Hijo de Hombre en su gloria y todos los ángeles con Él, en-
tonces se sentará sobre su trono de gloria, Y se congregarán delante de Él todas las
naciones y los (a los hombres) separará unos de otros, como el pastor separa las ove-
jas de los cabritos. Y estará de pie: las ovejas a su derecha; los cabritos, a la izquierda.
Entonces dirá el REY a los de su derecha: “Venid, los benditos de mi Padre, heredad el
reino preparado para vosotros desde (la) fundación del mundo. Porque tuve hambre y
me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; forastero era y me congregasteis;
desnudo y me vestisteis; enfermé y me visitasteis; en prisión estuve y vinisteis a mí”.
Entonces le responderán los justos, diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y
sustentamos o sediento y dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y congregamos
o desnudo y vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en prisión y vinimos a tí?”. Y res-
pondiendo el Rey les dirá: “En verdad, os digo: en cuanto hicisteis a uno de éstos, de
73
mis hermanos, los más pequeños, a Mí hicisteis”58. Entonces dirá también a los de la
izquierda: “Alejaos de Mí, malditos, al fuego, al eterno, el preparado para el diablo y
sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis
de beber; forastero era y no me congregasteis; desnudo y no me vestisteis; enfermo y
en prisión y no vinisteis a mí”. Entonces responderán también ellos, diciendo: “Señor,
¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en prisión
y no te servimos?”. Entonces les responderá diciendo: “En verdad, os digo: en cuanto
no hicisteis a uno de éstos, de los más pequeños, tampoco a Mí hicisteis”. E irán éstos
al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna” (Mat. XXV, 31-46).
El reino es pues, ofrecido a los justos, siempre que hayan sabido reconocer
a Jesús en "el más pequeño" de sus hermanos. Su recompensa será eterna
por haber sabido encontrar durante su vida terrestre "la carne de Jesús" es-
condida en su prójimo.
***
Con estar velado y ser tan misterioso, este hecho aparece iluminado por diversos
textos.
El lugar parece haber sido indicado por el profeta Zacarías. Hablando de la vuelta
de Cristo, dice "PONDRÁ EN AQUEL DÍA SUS PIES SOBRE EL MONTE DE LOS
OLIVOS, que está frente a Jerusalén, al lado de levante; y el monte de los
Olivos se partirá por en medio, hacia levante y hacia poniente, y (se formará)
un valle muy grande; la mitad del monte se trasladará hacia el norte, y la
otra hacia el mediodía” (Zac. XIV, 4).
Parece, pues, que Jesús efectuará su vuelta sobre el Monte de los Olivos,
en el lugar mismo desde donde subió al cielo.
58
Llamamos la atención sobre estos dos nombres que toma Jesucristo sucesiva-
mente:
Hijo del Hombre y Rey.
Hijo del Hombre todavía, en su advenimiento, cuando viene en su gloria.
Rey al establecer su reino por un juicio. Bien parecen ser los dos tiempos predi-
chos por el Apóstol Pablo, que se siguen el uno al otro: "Tanto en su aparición como
en su reino" (II Tim. IV, 1).
74
el apacible y árido valle del Cedrón, orlado actualmente por sus dos grupos
de tumbas, judías y musulmanas.
Evidentemente, es imposible precisar más; con todo, se trata del momento en que
"Yahvé será Rey sobre la tierra entera" (Zac. XIV, 9).
Joel, el profeta del "gran día" anuncia también el lugar del juicio de las naciones.
"Congregaré a todos los gentiles y los haré bajar al valle de Josafat; y allí disputaré
con ellos en favor de mi pueblo e Israel, la herencia mía, que ellos esparcieron entre
las naciones, repartiéndose entre sí mi tierra…60 Echad la hoz, porque la mies está ya
madura, venid y pisad, porque lleno está el lagar; se desbordan las tinas; pues su
iniquidad es grande. Muchedumbres, muchedumbres hay en el valle de la Sedición,
porque se acerca el día de Yahvé en el valle de la Sedición… Yahvé ruge desde Sión, y
desde Jerusalén hace oír su voz; y tiemblan el cielo y la tierra. Más Yahvé es el refugio
de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel” (Joel III, 2.13-14.16).
***
Por último, interroguemos para concluir al gran vidente de Patmos. Hechos misterio-
sos para antes del juicio final están anunciados en el Capítulo XX del Apocalipsis. El
apóstol Juan distingue en sus visiones dos períodos de juicio, entre los cua-
les debe transcurrir un reino pacífico de mil años.
"Y ví un ángel descendiendo del cielo, teniendo la llave del abismo y una cadena
grande sobre su mano. Y se apoderó del Dragón, de la serpiente, la antigua, que es
Diablo (Calumniador) y el Satanás (Adversario) Y LO ATÓ POR MIL AÑOS… después de
esto debe ser liberado poco tiempo. Y VÍ TRONOS Y SE SENTARON SOBRE ELLOS Y
JUICIO SE LES DIO".
"Y vivieron y reinaron con el Cristo mil años. Los restantes de los muertos no vivie-
ron hasta que se hayan consumaron los mil años. Esta (es) la resurrección, la primera.
¡Bienaventurado y Santo el que tiene parte en la resurrección, la primera! Sobre estos
la segunda muerte no tiene autoridad, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y
reinarán con Él los mil años”.
59
Un hecho extremadamente curioso y en estrecha relación con los signos evidentes del
acercamiento de la vuelta de Jesucristo se produjo hace algunos años. El terremoto de 1927
que conmovió tan fuertemente el Monte de los Olivos lo ha dejado agrietado, cf. Ch. Mastron:
"La Biblia ha dicho la verdad". París, Plon 1936, p. 39.
60
Se trata aquí del juicio de las naciones que persiguieron y expulsaron a los judíos. Josafat
quiere decir: Jehová juez.
75
Entonces, sólo entonces, se efectuará el juicio final, aquél del "gran trono
blanco", aquel juicio de los impíos en que serán abiertos los libros (Apoc. XX,
11). Después — vencidos Satanás y la muerte, — "Cristo entregará el reino a
aquél que es Dios y Padre" para reinar con Él por los siglos de los siglos61.
IX
Is. II, 4
Después se cambió de opinión y la mayoría de los exégetas católicos dicen que ac-
tualmente estamos bajo el reino mesiánico, aquél de los mil años apocalípticos.
¡Extraño reino de Cristo desde hace quince siglos! ¡La Iglesia, sin embargo, parece
no ignorar la persecución! ¡Las naciones preparan la guerra o la hacen, y con qué bar-
barie! Los individuos no conocen la paz del cuerpo ni la del alma: ¿No está la guerra en
cada uno de nosotros? "La carne conspira contra el espíritu", decía el apóstol. El com-
bate existe en todas partes: "He combatido el buen combate" ¿no es nuestra suerte
cotidiana? Y así será hasta la vuelta de Cristo.
El mundo no puede encontrar la paz, y el apóstol Pablo considera que esta búsqueda
excesiva de la paz entre las naciones es una señal del fin de los tiempos. “Cuando di-
gan: “PAZ Y SEGURIDAD”, entonces vendrá sobre ellos de repente la ruina (…) y no
escaparán” (I Tes. V, 3).
¿Ha habido acaso un tiempo más incierto que el nuestro, en que se haya repetido
más a menudo por una especie de ironía "PAZ Y SEGURIDAD"?
61
Ver todo esto: Apéndice 1. "Las Profecías por los siglos de los siglos".
Todos los acontecimientos están designados claramente en el Credo de la misa. El
cujus regni non erit finis termina lo que en el Símbolo concierne a la obra personal
de Cristo. La continuación se refiere a su acción en la Iglesia por medio del Espíritu
Santo y se intercala entre: Et ascendit in coelum, y et iterum venturas est cum gloria .
Es la edad presente que se extiende desde la ascensión hasta la vuelta de Cristo y
que correspondiendo al sedet ad dexteram Patris, forma el puente entre los dos Ad-
venimientos. Entonces la resurrección de los muertos y la vida del siglo futuro deben
también encontrar su lugar. ¿Dónde intercalarlos? Ciertamente entre et iterum ven-
turus est cum gloria y judicare vivos et mortuos (ver el Prefacio). Por último, viene
el reino por los siglos de los siglos, aquél que no tendrá fin cujus regi non erit finis —
que hay que distinguir bien de vitam venturi saeculi. Cf. Luc. XX, 35 y Apoc. XX, 6 y
XXII, 5. ¿No es este el plan del Apocalipsis? (Cap. XIX-XXII).
76
Este modo de hablar responde evidentemente a una necesidad de todo nuestro ser
que reclama la seguridad y la paz, esa "abundancia de paz" (Sal. LXXII, 7) que señala-
rá la pacificación universal, bajo un jefe único: paz establecida primeramente en
el individuo, después en la familia y entre las naciones; la paz, por fin, en
toda la creación animal y vegetal.
***
Oigamos hablar a este profeta tan actual. Si se transpusieran sus palabras no se ha-
llarían fuera de lugar en las sabias conferencias internacionales para la paz. ¡Pero no
hay más que un solo árbitro de las naciones y éste es el que siempre rechazan!
"ÉL (el Mesías) SERÁ ÁRBITRO ENTRE LAS NACIONES, y juzgará a muchos pueblos;
y de sus espadas forjarán rejas de arado, y de sus lanzas hoces. No alzará ya espada
pueblo contra pueblo, ni aprenderán más la guerra” (Is. II, 4).
Jesús, en su primera venida traía esta esperanza de paz que los ángeles
anunciaban a los pastores: "Gloria Dios en las alturas, y en la tierra paz entre hom-
bres (objeto) de la buena voluntad" (Lc. II, 14).
"Viene para dirigir nuestros pies por el camino de la paz" (Lc. I, 79).
Antes de su muerte Jesús quiso dejar este don a los suyos: "Mi paz os de-
jo" (Jn. XIV, 27). Después de la resurrección renovó este anhelo: "La paz sea
con vosotros" (Lc. XVII, 36).
Es preciso esperar el día en que Dios dispersará a "a los pueblos que se gozan en las
guerras" (Sal. LXVIII, 31).
Hay que esperar el día en que Jesús realizará, a la letra, lo que anunciaba David:
"Hace cesar las guerras hasta los confines del orbe, cómo quiebra el arco y hace tri-
zas la lanza, y echa los escudos al fuego. “Basta ya; sabed que Yo soy Dios, sublime
entre las naciones, excelso sobre la tierra” (Sal. XLVI, 10-11).
62
"Que procura la paz" y no "pacifico", como se traduce habitualmente. Ver el texto griego
(Mt. V, 9).
77
Entonces podrá extenderse por el mundo esa era de paz, de justicia y de felicidad
anunciada por Isaías.
"Lleva el imperio sobre sus hombros. Se llamará (…) Príncipe de la paz. SE DILATA-
RÁ SU IMPERIO, Y DE LA PAZ NO HABRÁ FIN. (Se sentará) sobre el trono de David y
sobre su reino, para establecerlo y consolidarlo mediante el juicio y la justicia, desde
ahora para siempre jamás. El celo de Yahvé de los ejércitos hará esto” (Is. IX, 5-6).
***
La tierra entera se llenará de gozo, recobrará los derechos que perdió por
la culpa de Adán.
"Sabemos, en efecto, que ahora la creación entera gime a una, y a una está en dolo-
res de parto. La creación está aguardando con ardiente anhelo esa manifestación de
los hijos de Dios; pues si la creación está sometida a la vanidad, no es de grado, sino
por la voluntad de aquel que la sometió; pero con esperanza, porque también la crea-
ción misma será libertada de la servidumbre de la corrupción para (participar de) la
libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom. VIII, 22, y 19-21).
Así, pues, a la gloria y a la paz de los Hijos de Dios - de esos hijos resucita-
dos "en Cristo — vendrá a unirse la gloria y la paz dada por Jesucristo a toda
la tierra, tanto al mundo animal como al mundo vegetal.
Es entonces cuando el profeta Isaías, que había contemplado desde muy lejos estas
horas "de refrigerio" y "estos tiempos de la restauración de todas las cosas", — recor-
dados por San Pedro (Hech. III, 20-21) — escribía:
Las fuentes brotarán en el desierto y en la cima de los montes (Is. XXX, 25).
Los lagares rebalsarán y las eras estarán llenas. Cada cual podrá sentarse bajo su
higuera y bajo su viña (Véase Is. XXXV; Am. IX, 13; Miq. IV, 4).
78
"LA JUSTICIA Y LA PAZ SE BESARÁN" (Sal. LXXXV, 11).
Dan. VII, 27
Así como reina a la diestra del Padre, reinaremos con Él nosotros (Apoc. V,
10 y XX, 6).
Entre las promesas hechas en la Cena, no hay ninguna más neta: " Vosotros sois los
que habéis perseverado conmigo en mis pruebas. Y Yo os confiero dignidad real como
mi Padre me la ha conferido a Mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en, mi reino, y
os sentéis sobre tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel" (Lc. XXII, 28-30).
Jesús dijo también a Juan en el Apocalipsis: "Y al que venciere, esto es, al que guar-
dare hasta el fin mis obras, le daré autoridad sobre las naciones, y las destruirá con
vara de hierro, cual vasos de cerámica serán quebradas como Yo también recibí de mi
Padre y le daré la estrella, la matutina" (Apoc. II, 27-28).
De modo que el trono y el poder que Jesús ha recibido del Padre lo recibi-
remos también nosotros.
Esta es, pues, nuestra herencia esperada (Col. III, 34). Seremos herederos
del reino prometido por Dios a los que le aman (Sant. II, 5), y será una he-
rencia eterna (Heb. IX, 15), una herencia que no puede corromperse, ni
mancharse, ni agotarse y que nos está reservada en los cielos (I Ped. I, 4).
Es la espléndida recompensa prometida después del trabajo (I Cor. III, 8).
Todas estas cosas han sido preparadas por Dios para los que le aman (I Cor.
II, 9).
79
Estas cosas maravillosas que son nuestra herencia y nuestra recompensa han sido
concretadas en la Escritura en figuras familiares para de este modo permitirnos com-
prender bajo el símbolo la belleza escondida de la gloria celestial.
En el reino de Cristo recibiremos el TRONO como los reyes. Esta promesa ha sido
hecha muchas veces a los apóstoles (Mt. XIX, 28; Lc. XXII, 30), pero ella se extiende
más allá de ellos a todos los escogidos. Ya se la ve figurar en Job: "Los coloca (a los
justos) en tronos (como) a reyes" (Job XXXVI, 7); asimismo en Daniel (VII, 9).
La expresión, "corona de la vida" es empleada también por Santiago (I, 12). San Pa-
blo la llama la "corona de justicia" (II Tim. IV, 8), o también la "corona incorruptible" (I
Cor. IX, 25), y San Pedro, la "corona incorruptible de gloria" (I Ped. V, 4). El libro de la
Sabiduría dice de los escogidos "que recibirán de la mano del Señor el reino de la glo-
ria, y una brillante diadema" (Sab. V, 17).
La PALMA signo de la victoria estará entre las manos de algunos (Apoc. VII, 9),
otros tendrán ARPAS (Apoc. V, 8; XV, 2) porque se cantará el "cántico nuevo", aquél
de las vírgenes (Apoc. XIV, 3-4).
El Cántico de Moisés cantado al son del tamboril después del paso del Mar Rojo,
era un admirable salmo profético. ¿No será justo volverlo a pronunciar des-
80
pués de este nuevo paso del mar Rojo, mar de sangre — de la gran Tribula-
ción y de terribles combates y juicios?
Cantaremos como los Hebreos: "Tú los condujiste y los plantaste… en el Santuario,
Señor, que fundaron tus manos. YAHVÉ REINARÁ POR SIEMPRE JAMÁS" (Ex. XV, 17-
18)63.
Otro don celestial será una luz deslumbradora que irradiará del cuerpo de los bie-
naventurados: "Entonces los sabios brillarán como el resplandor del firmamento, y los
que condujeron a muchos a la justicia, como las estrellas por toda la eternidad" (Dan.
XII, 3).
"Brillarán los justos, y discurrirán como centellas por un cañaveral". (Sab. III, 7).
En este reino, cada escogido estará resplandeciente de belleza y de gloria; será "SA-
CERDOTE Y REY", con su Redentor, que habrá establecido una paz sin término.
TERCERA PARTE
LAS SEÑALES
Mt. XXIV, 3
"¿Cuál será la señal de tu parusía?". Tal fué la pregunta que los apóstoles pusieron a
su Maestro, algunos días antes de su pasión, mientras contemplaba Jerusalén y las
grandes construcciones del templo.
63
En este cántico es cuando el Señor es designado Rey por primera vez en la Biblia.
81
En respuesta, el Señor les indica los signos precursores de su vuelta, y agrega, des-
pués de haberles enseñado detenidamente: "Ved que os he predicho todo" (Mc. XIII,
23).
Tratemos de recordar las señales dadas por Jesús y demostrar que hay algunas muy
importantes que tienen actualmente un principio cierto de realización.
"Estad atentos a todo lo que vamos a decir, pues no es una historia de cosas ya su-
cedidas, es una profecía de cosas que van a venir y que sucederán ciertamente. No es
que nos erijamos en profetas, no somos dignos ni de este honor ni de esta función, no
haremos más que recordar lo que está escrito tocante a las señales que precederán a
la segunda venida". "Conservad, pues, el recuerdo, tratad de enseñarlo a los otros,
sobre todo instruid a vuestros niños".
Detallaba en seguida cada una de las señales del fin de los tiempos, pro-
bando que estaban realizadas y que el Señor Jesús iba a aparecer pronto.
Cada siglo ha pensado que sería quien vería a Cristo y cada siglo ha creído
en la realización de las diez y nueve señales dadas por Jesús. Y son hombres
de fe los que hablan así.
Pero ¿qué decir de las historias legendarias creadas respecto del año mil? En ciertos
medios católicos y protestantes muchos creen todavía en esos pretendidos errores,
pero desde hace muchos años, se enseña que esto no es más que una leyenda elabo-
rada en el siglo XIII y que Michelet, entre otros, ha popularizado por una descripción
dramática de la noche del 31 de diciembre de 999. El eminente historiador Godofredo
Kurth ha destruido definitivamente esta mistificación "recuerdo de una de las más cu-
riosas equivocaciones de la erudición moderna"64.
Errores reiterados en el curso de las edades, fechas dadas a la ligera sobre la vuelta
de Jesús, han destruido parcialmente la fe de los cristianos en este día, el más admira-
ble.
Es de "buen tono" en la Iglesia Católica, como entre los protestantes de las Iglesias
oficiales, no pasar por ingenuos que esperan la venida de Cristo. Pero el cardenal
Newman, en un notable sermón ha respondido a aquellos que piensan así y
les ha de-mostrado que su actitud, en realidad, es una falta de amor.
64
"Dictionnaire Apologétique", Artículo: "An mille", t. III, p. 514 (Beauchesne, 1916).
82
"Si es verdad que los cristianos han esperado al Cristo sin que venga, es
igualmente verdadero que, cuando El venga realmente, el mundo no le espe-
rará. Si es verdad que los cristianos han imaginado ver señales de su venida
cuando aún no las había, también es igualmente verdad que el mundo no
verá las señales de su venida cuando se presenten”.
"Estas señales no son tan evidentes como para que vosotros no tengáis necesidad
de buscarlas, ni tan evidentes que no os podáis equivocar en su búsqueda; pero voso-
tros tenéis que escoger entre el peligro de pensar ver lo que no es y no ver lo que es.
Es verdad que muchas veces y en muchas épocas los cristianos se han equivocado
creyendo discernir la venida de Cristo; pero vale más creer mil veces que Él viene
cuando no viene, que una sola vez creer que Él no viene cuando viene. Tal es
la diferencia entre la Escritura y el mundo. Siguiendo la Escritura estaremos
siempre esperando a Cristo; pero siguiendo al mundo, no le esperaremos
jamás. Él debe venir un día, tarde o temprano. Los espíritus del mundo se
burlarán hoy de nuestra falta de discernimiento; pero, precisamente los sin
discernimiento triunfarán al fin”.
“¿Y qué piensa Cristo de estos burlones de hoy? Nos pone en guardia expresamente,
por su apóstol, contra los burlones que dirán: "¿Dónde está la promesa de su Parusía?"
(II Ped. III, 4)”.
"Preferiría ser de aquellos que, por amor de Cristo y falta de ciencia, to-
man por señal de su venida un espectáculo insólito en el cielo, cometa o me-
teoro, y no de aquellos que, por abundancia de ciencia y falta de amor, no
hacen más que reírse de este error".
"Observemos todavía que, en los casos de que hablo, las personas que es-
peran a Cristo obedecen a Dios, no sólo por el hecho de esperar, sino tam-
bién por el modo cómo aguardan y por las mismas señales que informan su
expectación. Siempre desde el principio los cristianos han esperado a Cristo
por las señales del mundo material y del mundo moral. Si ellos eran pobres e
ignorantes, los fenómenos celestes, los terremotos, las tempestades, las co-
sechas destruidas, las enfermedades, toda cosa prodigiosa y extraña les ha-
cía pensar que estaba próximo”.
"Estas cosas son precisamente las que Él nos ha propuesto considerar y que nos ha
dado como señales de su venida. Jesús dijo: "Y habrá señales en sol y luna y estrellas
y sobre la tierra, ansiedad de naciones, en confusión de ruido de mar y agitación (de
sus olas) desfalleciendo (los) hombres de temor y expectación de lo sobreviniente al
mundo habitado, porque las virtudes de los cielos serán sacudidas… Pero al comenzar
estas cosas a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza porque se acerca vuestra
redención (Lc. XXI, 25-28)”65.
***
65
Newman: "La Vie chrétienne", trad. por Henri. Bremond. Bloud 1911. Sermón: "L'attente du
Christ", p. 369.
83
Sin precisar, ni aún de lejos, pues la palabra del Señor es clara: "Pero acerca del día
aquel y hora, nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino el Padre sólo" (Mt.
XXIV, 36), vamos a averiguar, sin embargo, si se debe creer que "la estrella matutina"
puede aparecer pronto (Apoc. XXII, 16; II Ped. I, 19).
Las señales del mundo natural nos detendrán poco, — ríos de tinta han corrido so-
bre este punto en el curso de los siglos, — pero nos atendremos a signos particular-
mente evocadores:
Las hambres, las pestes, las guerras han sido de todos los tiempos. De to-
das maneras, tenemos aquí algo más. La amplitud de la última guerra, y las
hambres de Rusia y de China son sin precedentes.
¿Sabéis a qué cifra formidable asciende la sola batalla del 21 de marzo al 6 de abril
de 1918? A 800.000 muertos, o sea 50.000 por día.
66
El estudio de estos signos será hecho en los capítulos siguientes.
67
Entrevista del astrónomo Lionel Filipoff, del Observatorio de París, en el "Ami du Peuple",
11 de octubre de 1938.
84
¡Cuatro días de batalla igualan en muertos a todas las guerras de Napo-
león!
Por consiguiente, todas estas señales del mundo natural parecen estar, en desarrollo
creciente y cada una de ellas nos clama a su manera:
II
II Tes. II, 3
Entre los signos del orden moral que anuncian la venida de Cristo, hay uno que tiene
un doble aspecto. Por una parte, es preciso que "el Evangelio del reino sea predicado
en el mundo entero", y por otra, el Maestro ha anunciado para estos días el enfria-
miento de la caridad y la falta de fe sobre la tierra. "Pero el Hijo del hombre, cuando
vuelva, ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?" (Lc. XVIII, 8).
Cuando San Cirilo de Jerusalén en el siglo IV dijo que el Evangelio había sido predi-
cado en el mundo entero seguía la opinión corriente, pero errónea. Hace sólo poco
tiempo que nuestra tierra habitada es completamente conocida. Hacia la mitad del si-
glo XIX, el centro del África, del Asia y de la América eran todavía en parte inexplora-
das.
Ahora sabemos que toda la tierra ha sido visitada, y sabemos también que, por las
Misiones Católicas y protestantes68, el Evangelio es difundido en forma sorprendente
desde hace 50 años.
Las obras bíblicas han hecho un prodigioso esfuerzo para hacer conocer a Jesucristo
y la salvación de la Redención. En febrero de 1933, el Nuevo Testamento estaba tra-
ducido en 869 lenguas y cada año que venga se ofrecerá la Palabra de Dios en algunos
nuevos dialectos.
Podemos decir sin equivocarnos que el Evangelio es repartido hasta los extremos de
la tierra. No hay una isla ni un territorio donde la Biblia no haya sido llevada. Pues Je-
sús ha dicho: "Y se proclamará este Evangelio del Reino en todo el mundo habitado,
en testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin" (Mt. XXIV, 14).
68
Nota del Blog: ¡Ay!
85
Muchos textos de la Escritura no dejan ninguna duda sobre el carácter del movi-
miento creciente de la apostasía de los Estados y de los pueblos. Si el Evangelio debe
ser anunciado sobre toda la tierra, los hombres en masa deben levantarse contra Dios.
"Y por multiplicarse la iniquidad, se enfriará la caridad de los muchos" (Mt. XXIV, 12).
Pero, ¿no hay algo nuevo en nuestro siglo? Parece que sí: "La doble aposta-
sía de los Estados y de las masas".
Oficialmente en Europa casi todos los Estados son neutros desde el punto
de vista religioso. La religión del Estado tiende a desaparecer y la irreligión a
implantarse.
El abate Merklen constata que "a pesar del esfuerzo de una abnegación admirable,
la apostasía de las masas se manifiesta y se acentúa".
Cuando los emperadores romanos perseguían a los cristianos era para defender a
los dioses del Imperio. Eran creyentes y fervorosos creyentes, al menos, en su mayoría.
Cuando los musulmanes hicieron "la guerra santa", la llevaron a cabo en nombre de
Dios y del profeta.
Antes que el día del Señor aparezca, escribe San Pablo, "nadie os engañe en alguna
manera: si no viniere la apostasía primero y se revelare el hombre de la iniquidad, el
hijo de la perdición; el que se opone y levanta sobre todo el que se dice Dios o numen;
hasta él en el templo de Dios sentarse, probándose a sí mismo que es Dios" (II Tes. II,
3-4).
Verdaderamente Satanás ha tenido éxito en la U.R.S.S. para hacerse "el que se opo-
ne y levanta sobre todo el que se dice Dios o numen".
86
Sí, todo lo "que se dice numen", pues se rechaza indistintamente toda religión del
territorio de la Unión: cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo, etc.
“Y vi otra bestia que subía de la tierra y tenía dos cuernos semejantes a un cordero
y hablaba como un dragón. Y la autoridad de la primera Bestia la hace toda delante de
ella y hace que la tierra y los que en ella habitan adoren a la Bestia, la primera, cuya
plaga mortal fue curada.
Y hace grandes signos de forma tal que incluso fuego hace descender del cielo a la
tierra delante de los hombres. Y engaña a los que habitan sobre la tierra a causa de
los signos que se le dio hacer delante de la Bestia, diciendo a los que habitan sobre la
tierra que hicieran una imagen a la Bestia que tiene la plaga de la espada y vivió.
Y se le dio dar espíritu a la imagen de la Bestia de modo que también hablase la
imagen de la Bestia e hiciese que cuantos no se postrasen ante la imagen de la Bestia
fueran muertos. Y hace que a todos, los pequeños y los grandes y los ricos y los po-
bres y los libres y los siervos, se les dé una marca sobre la mano de ellos, la derecha,
o sobre su frente, y que ninguno pueda comprar o vender sino el que tiene la marca,
el nombre de la Bestia o el número de su nombre” (Apoc. XIII, 11-17).
En la U.R.S.S. la compra y la venta no pueden hacerse más que con "la señal o mar-
ca de la bestia". Esta es la tarjeta de la cooperativa que es preciso tener en la mano
para procurarse la subsistencia. El mercado es enteramente colectivo: los teatros son
teatros del Estado; así los vendedores como los compradores son funcionarios; todos
tienen su marca en la frente (tarjeta del gobierno soviético); unos para poder vender,
otros para poder comprar. Tanto las propiedades raíces, como las usinas, son colectivi-
zadas; todo es propiedad del Estado y cada uno es marcado69.
Marcado para la vida material, marcado también para la vida del espíritu.
El ciudadano de la Unión no puede leer más que lo que está autorizado y no puede
tener una religión sin ser perseguido.
He aquí la doble marca sobre la mano y la frente del hombre ruso ¡Más se asemeja
éste a una bestia de carga que a un hombre!
EL NEO-PAGANISMO
69
Este régimen ha sido en parte modificado después de enero de 1935, pero el espíritu que lo
caracteriza es el mismo.
87
El pueblo alemán quiere depurar la raza, hacerla apta para ser una nación
aria, fuerte y de sangre absolutamente pura.
Todos aquéllos que no son "de raza" son eliminados sin piedad, expulsados del terri-
torio o hechos estériles.
Decirse pagano es una gloria. En los anuncios de los diarios de Berlín los "jóvenes
paganos" piden "jóvenes paganas" para casarse con ellas.
He aquí más todavía: Un anticristo de 30 años desearía casarse con una joven de las
mismas convicciones (Le Temps, 9 de abril de 1935).
Verdaderamente parece que el Apóstol San Pablo veía estas horas de locura: "Y por
esto envíales Dios operación de error para que crean a la mentira; para que sean juz-
gados todos los que no creyeron a la verdad, sino que complacieron a la injusticia" (II
Tes. II, 11-12).
70
Citado por "Le Christianisme au XX siècle", 11 de julio de 1935.
88
Cuando tales vientos de irreligión, de mentira y de locura soplan sobre países ente-
ros, como la URSS y Alemania, ¿no deberían ser considerados como signos?
Las manifestaciones de las potencias del mal ¿no están acaso listas para estallar "en
virtud, en señales y prodigios de mentira"? (II Tes. II, 9).
III
Sal. II, 1
***
Desde hace veinte años todos los países de Europa han sido sacudidos por crisis po-
líticas de una magnitud más o menos considerable, pero todas estas revoluciones tien-
den hacia un mismo fin: establecer dictaduras, ora fascistas, ora comunistas. Si más
tarde vemos renacer monarquías, éstas tendrán un carácter semejante de fuerza y de
poderío.
Todos los países claman por "un jefe", un Stalin, un Mussolini o un Hitler.
Si los dictadores, como veremos, transforman el país donde se instalan, ellos llevan
consigo gérmenes de muerte y de destrucción, pues su principio de autoridad no hun-
de sus raíces en Dios.
Revoluciones como la de Portugal y la de España han expulsado sus reyes para es-
tablecer gobiernos nuevos; dictadura en Portugal, República autoritaria en España.
89
¿Qué decir de Italia? Este país del dulce "far niente" donde el individuo trabajaba
poco y ganaba poco, no guardaba nada, se alimentaba de sol, de algunas cebollas y
tallarines, ¿qué ha llegado a ser?
Los Soviets no quieren, es verdad, ser fascistas, pero ellos lo son a su manera. Bajo
el color rojo del comunismo y del internacionalismo no hay un país en Europa en que la
libertad sea más trabada y donde la autoridad sea más aplastadora.
Una autoridad que se extiende sobre todo y que sobre todos pesa, — y con qué pe-
so, — sobre una nación de 163 millones de hombres, obedientes "al dedo y al ojo" pa-
ra evitar la muerte, la prisión o la ruina.
El pueblo ruso ha doblado la cerviz bajo el poder de un jefe que ha sabido imponer
una idea a la masa.
¿E Inglaterra? ¿Y Francia? Ellas miran lo que hacen los países vecinos. ¿No aspiran
acaso los franceses a un régimen republicano de autoridad?
Ya lo hemos dicho, "la piedra" debe derribar al coloso de oro, bronce, hierro y greda,
que representa los reinos, los jefes, los poderes dictatoriales. Serán destruidos por una
fuerza más poderosa, la realeza de Cristo, tal como se nos lo muestra en el Salmo II y
en el Apocalipsis: "Las destruirá con cetro de hierro" (Apoc. XIX, 15).
Nuestra marcha, — más bien nuestra carrera, —hacia el fascismo mundial, bajo
cualquier aspecto que se presente, es un indicio cierto de que se van levantando po-
tencias en el mundo, hasta llegar el día en que se enfrentarán el Anticristo, o bestia del
Apocalipsis, y Cristo.
Estas son las dos autoridades representativas de todos los elementos, injustos y cri-
minales, justos y bienhechores, en que se divide actualmente el mundo, y que deben
enfrentarse.
90
La crisis económica mundial
Cuando el Apóstol San Juan, en Patmos, vio por revelación del Señor Jesús la ruina
de Babilonia, entrevió igualmente una verdadera crisis económica mundial, es decir,
una superproducción de productos, que detiene las ventas.
"Y los mercaderes de la tierra lloran y se lamentan por ella, porque sus cargamentos
nadie compra más. cargamento de oro y de plata y de piedra preciosa y de perlas y de
lino fino y de púrpura y de seda y de escarlata y todo leño aromático y todo vaso de
marfil y todo vaso de leño preciosísimo y bronce y hierro y mármol. Y cinamomo y
amomo y perfumes y mirra e incienso y vino y aceite y flor de harina y trigo y jumen-
tos y ovejas y (cargamento) de caballos y de carrozas y de cuerpos, y almas de hom-
bres. Y el fruto del deseo de tu alma se fue de ti y todas las cosas pingües y resplan-
decientes perecieron de tí y no las hallarán más. Los mercaderes de estas cosas, los
que se enriquecieron de ella, (estarán) desde lejos, estando de pie, por el temor de su
tormento, llorando y lamentándose diciendo: “¡Ay, ay la ciudad, la grande, la vestida
de lino fino y púrpura y escarlata y dorada en oro y piedra preciosa y perla…!” (Apoc.,
18, 11-16).
¡Llorarán los mercaderes de nuestra Babilonia mundial! Sabemos esto, desde hace
algunos años. En todo tiempo ha habido crisis de los mercados de venta, pero lo que
es nuevo y hace presentir para el futuro el estado "endémico" de la crisis económica
actual, es el desarrollo siempre creciente del maquinismo, que provoca inevitablemente
la superproducción.
Esta superproducción no puede ser compensada sino por poderes de compra y una
gran prosperidad económica ¡Cuán difícil es mantener esa prosperidad!
Entonces “los mercaderes de la tierra lloran…, porque sus cargamentos nadie com-
pra más".
Pero escuchemos la voz de Cristo: "Pero al comenzar estas cosas a suceder, erguíos
y levantad vuestra cabeza porque se acerca vuestra redención" (Lc. XXI, 28).
IV
EL ISRAEL DE DIOS
Gal. VI, 16
Entre las señales que nos anuncian la proximidad de la vuelta de Cristo, no hay nada
más convincente, más claro, más fácil de verificar que la reunión de los judíos en Pa-
lestina.
91
¡Cuánto hubiera deseado ver este acontecimiento extraño que nada, absolutamente
nada, hacía prever!
Cuando fui a Palestina, el año 1928, consideré por cierto con gran interés el esfuerzo
sionista. El sionismo no estaba sino en sus comienzos y, en lo que pude apreciar, se
notaba más, en este agrupamiento, la voluntad determinada de millonarios americanos
que la de todo un pueblo deseoso de volver a entrar en su tierra, para "rehacerla".
Pude cerciorarme que los hermanos Tharaud tenían un vasto campo de experiencias
que explotar, para sus futuras novelas. Sin embargo, qué sonrisa tan escéptica sentía
yo deslizarse por mis labios pensando en la felicitación tradicional que se dirigían
anualmente los judíos unos a otros: "El año que viene en Jerusalén".
¡El milagro! ¡Los racionalistas creen, pues, en milagros en estas circunstancias! Y no-
sotros, los cristianos vivimos viendo "este milagro", y ni comprendemos su significado,
ni siquiera nos preocupamos de él.
He relatado estos tres recuerdos, pues ellos ilustran la evolución de un alma sincera,
escéptica primero, después convencida. Sincera en su esperanza de niño; escéptica
sobre el éxito del Sionismo, en fin, convencida por la evidencia del renacimiento de
Israel en su tierra: "el milagro judío".
***
71
Es interesante considerar la importancia que se le concede en los medios israeli-
tas al nuevo nombre de la Palestina: "Eretz-Israel", la tierra de Israel. Este nombre
conviene mejor a la tierra judía que el de Palestina, que quiere decir tierra de filis-
teos. Por otra parte, las promesas de Dios son formales: "Los restablecerá en su tierra" (Is.
XIV, 1). "Habitarán en su país" (Jer. XXIII, 8). "Os colocaré en vuestro suelo (Ez. XXXVII,
12).
92
La reunión de Israel merece, por sus relaciones estrechas con nuestro objeto, un es-
tudio más detenido. Sucesivamente vamos a considerar:
Lc. XXI, 6
Las más antiguas profecías que anuncian la dispersión de los judíos se remontan a
una alta antigüedad; las leemos en el libro del Deuteronomio, escrito por Moisés, allá
por el año 1.400 antes de Cristo.
Los hechos históricos son incontestables y su estudio nos revela, como a Federico el
Grande, la veracidad de la Palabra de Dios. El pueblo judío ha quedado como una
señal, como Isaías lo anunciaba. Después de su destrucción quedará como "mástil
en la cumbre de un monte y como bandera sobre una colina", si, verdaderamente,
"Dios vela sobre su palabra para cumplirla" (Jer. I, 12).
Moisés desde el año 1.400, anunciaba este futuro lejano con precisión. Si el pueblo
fuere infiel a Dios desobedeciéndole caerá sobre él la maldición:
93
Pero la profecía de Moisés es aún más clara al tratar de la toma de Jerusalén por Ti-
to:
"Yahvé hará venir contra ti, desde lejos, desde los cabos de la tierra, con la
rapidez del águila, una nación cuya lengua no entiendes, gente de aspecto
feroz, que no tendrá respeto al anciano ni compasión del niño. Devorará el
fruto de tu ganado y el fruto de tu tierra, hasta que seas destruido; pues no te dejará
trigo, ni vino, ni aceite, ni las crías de tus vacas y ovejas, hasta exterminarte. Te sitiará
en todas las ciudades de tu país entero, hasta que caigan tus altas y fuertes murallas
en que confiabas; te sitiará en todas tus ciudades, en todo el país que Yahvé, tu Dios,
te habrá dado. En la angustia y estrechez a que te reducirán tus enemigos,
comerás el fruto de tu seno, la carne de tus hijos y de tus hijas que Yahvé, tu
Dios, te habrá concedido. El hombre más delicado y más regalado de entre vosotros
mirará con malos ojos a su hermano, a la mujer de su corazón, y al resto de sus hijos
que le queden, pues no quiere dar a ninguno de ellos de la carne de sus hijos que él
comerá, por no quedarle nada en la angustia y estrechez a que te reducirán tus
enemigos en todas tus ciudades”74 (Deut. XXVIII, 49-55).
"Te esparcirá Yahvé por entre todos los pueblos, de un cabo de la tierra
hasta el otro cabo de la tierra; y allí servirás a otros dioses que ni tú ni tus padres
conocisteis, a leño y piedra. Y entre esos pueblos no encontrarás reposo ni des-
canso para la planta de tu pie; pues allí te dará Yahvé un corazón tembloro-
so, ojos decaídos y un alma abatida. Tu vida estará ante ti como pendiente
de un hilo, tendrás miedo de noche y de día, y no confiarás de tu vida. A la
mañana dirás: ¡Ojalá que fuera la tarde!, y a la tarde dirás: ¡Ojalá que fuera la maña-
na!, a causa del miedo que agita tu corazón y a causa de lo que tus ojos verán” (Deut.
XXVIII, 64-67).
Así, pues, después de la toma de Jerusalén, el año 70 de nuestra era, los judíos co-
menzaron a expatriarse entre todos los pueblos. Ellos iban llevando su ruina, a veces
también su riqueza y su espíritu de empresa a través del mundo. Pero es preciso
señalar un hecho sorprendente, único en la historia: al paso que todos los
pueblos de la antigüedad han desaparecido, la raza judía queda, y se man-
tiene fuerte y poderosa a pesar de una dispersión de veinte siglos. Además,
los judíos dispersos, mezclados a civilizaciones diversas, han guardado in-
tactos sus hábitos, sus costumbres, las prescripciones de su culto, alimenti-
cias, higiénicas, etc. Su raza permanece indestructible.
Y, sin embargo, no hay sobre la tierra un pueblo más hostilizado, más per-
seguido, más maldecido que el pueblo judío. La Edad Media quería exterminarlo75.
Y todo esto, Moisés lo había profetizado, diciendo:
"El ruido de una hoja que se vuela, los pondrá en fuga, huirán como quien
huye de la espada, y caerán sin que nadie los persiga" (Lev. XXVI, 36).
73
Dios ordenó a Jeremías (cap. XXVII) llevar un yugo sobre sus espaldas, para simbolizar al
que Dios haría cargar al pueblo si no se arrepentía.
74
Flavio Josefo, el historiador del sitio de Jerusalén, nos ha dicho que las mujeres devoraban
a sus hijos a causa del hambre que las torturaba.
75
Nota del Blog: Se hubiera deseado un poco más de precisión… en todo caso, dato sed
non concesso, no fue la Iglesia la que buscó exterminarlos.
94
Recordemos los "pogroms" contra los judíos en la Rusia de los Zares, donde fueron
exterminados por millares. Bien había dicho Isaías que los judíos serían despreciados,
abominado de las gentes y esclavo de los tiranos (Is. XLIX, 7).
Y los judíos que no tienen ni tierra, ni ciudad, por la acción de factores que
carecen de explicación humana, han conservado todos sus caracteres de ra-
za "aparte", su entera personalidad, su homogeneidad sorprendente, y esto,
en todas partes, a través del mundo. Se agrupan entre sí, se sostienen, se
ayudan mutuamente para conseguir las mejores colocaciones. Dotados de
una fuerte inteligencia práctica, forman una "pequeña nación" en las gran-
des naciones donde viven provisoriamente.
La segregación del pueblo de Dios es un hecho que domina toda su historia, desde
Abrahán. Este hecho histórico y divino, a la vez, ha persistido en la dispersión.
Los judíos se agrupan. Todas las ciudades de Europa tienen su barrio judío,
donde se desarrollan las pequeñas industrias particulares de este pueblo y
donde podemos encontrar numerosas carnicerías "kosher", en que la carne
ofrecida proviene de animales que han sido muertos según los ritos mosai-
cos.
***
95
Las amenazas de Dios contra la tierra y la ciudad santas, han sido renovadas, des-
pués de Moisés, por los profetas. Casi todos ellos han vaticinado, con mucha anteriori-
dad, los desastres que debían descargarse sobre la tierra que antes manaba leche y
miel.
A la vista de esta aridez yo me decía: ¿Cuándo será que el desierto y la tierra árida
podrán regocijarse, como lo anunció el profeta Isaías? (XXXV, 1).
Si dirigimos nuestras miradas sobre Jerusalén, vemos cómo el castigo del Señor está
claramente escrito sobre la ciudad de David. El abandono que la agobia permite com-
probar la gravedad del pecado de Israel.
También Miqueas había anunciado un sombrío porvenir a la ciudad antaño "tan po-
blada".
Si el “tiempo de las naciones” comienza desde el cautiverio de Babilonia, sólo con Ti-
to la ciudad fué realmente hollada. El arruinó especialmente el templo; Adriano hizo
arar el suelo donde estuvo colocado, y cuando Juliano el Apóstata -- para hacer mentir
a Cristo — quiso volverlo a levantar salió un fuego del suelo, al intentarse la excava-
ción de los nuevos cimientos.
96
La destrucción total de un templo como el de Jerusalén es inexplicable.
Tenía, por cierto, tanta solidez como sus antepasados del Valle del Nilo cu-
yas macizas columnas se yerguen aun ahora imponentes, gigantescas; tenía
más resistencia que los templos griegos y romanos de Atenas, de Corinto, de
Baalbek y de Palmira, cuyas ruinas son todavía tan importantes.
Jeremías había visto bien: un torrente de lágrimas, ¡el muro del llanto!
***
VI
Is. XXVII, 12
97
La manera que el Apóstol Pablo habla de la reagrupación judía prueba que los profe-
tas del Antiguo Testamento la tenían ciertamente en vista. Ellos veían en primer plano
la restauración parcial de Jerusalén, después de la cautividad de Babilonia, pero fran-
queando los siglos sus anuncios proféticos se extienden más lejos, hasta tiempos como
los nuestros.
Estas profecías han resonado en tiempos que deben preceder a aquellos que San
Pedro llama "los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las que Dios ha ha-
blado desde antiguo por boca de sus santos profetas" (Hech. III, 21).
Además, San Pablo anuncia una gloria tal para Israel, que, si queremos se-
guir el desarrollo del capítulo XI de la Epístola a los Romanos, nos es preciso
aceptar en el mismo sentido que él, las palabras proféticas de Isaías, Eze-
quiel, Jeremías, Zacarías sobre el agrupamiento de los judíos.
San Pablo habla de una manera completamente diversa. ¿No deberemos seguirle en
su interpretación profética?76
"Ahora digo: ¿Acaso tropezaron para que cayesen? Eso no; sino que por la caída de
ellos vino la salud a los gentiles para excitarlos (a los judíos) a emulación. Y si la caída
de ellos ha venido a ser la riqueza del mundo, y su disminución la riqueza de los genti-
les, ¿cuánto más su plenitud?... Pues si su repudio es reconciliación del mundo, ¿qué
será su readmisión sino vida de entre muertos?" (Rom, XI, 11-15)77.
"Si te engríes (sábete que), no eres tú quien sostienes la raíz, sino la raíz a ti. Pero
dirás: Tales ramas fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien, fueron desga-
jadas a causa de su incredulidad, y tú, por la fe, estás en pie. Mas no te engrías, antes
76
Se acostumbra en los comentarios sobre los profetas no extender las profecías
del Antiguo Testamento más allá de la vuelta de los cautiverios, de la restauración
de Jerusalén y del reino de Judá. Los exégetas que prolongan las profecías hasta la
Iglesia, las extienden hasta la maravillosa expansión del cristianismo en la época de
Constantino y no van más lejos. Creemos, sin, embargo, con San Pedro (Hech. III,
21) y con San Pablo (Rom. XI, 26) que los profetas han hablado de la reunión de los
judíos en los últimos tiempos y de la restauración de su raza y de su tierra.
77
Subrayemos esta expresión de San Pablo: "su caída ha sido la riqueza... por lo tanto... ¡cuál
no será su reintegración!".
98
teme. Que si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco a ti perdonará” (Rom. XI,
18-21).
"Y de esta manera todo Israel será salvo; según está escrito: “De Sión vendrá el Li-
bertador; Él apartará de Jacob las iniquidades; y ésta será mi alianza con ellos, cuando
Yo quitare sus pecados” (Rom. XI, 26-27).
Siguiendo siempre el ejemplo de San Pablo, citaremos algunos textos proféticos con-
cernientes al reagrupamiento de Israel, "de quienes es la filiación, la gloria, las alianzas,
la entrega de la Ley, el culto y las promesas; cuyos son los padres, y de quienes, se-
gún la carne, desciende Cristo…” (Rom. IX, 4-5).
Moisés que anunciaba la caída de Israel en términos tan reales, habló también de
su gloria venidera:
Amós es no menos explícito: "En aquel día levantaré el tabernáculo de David, que
está por tierra; repararé sus quiebras y alzaré sus ruinas, y lo reedificaré como en los
días antiguos… Yo los plantaré en su propio suelo; y no volverán a ser arrancados de
su tierra, que Yo les he dado, dice Yahvé, tu Dios" (Amós IX, 11.15).
Zacarías en nombre del mismo Dios nos dice: "Los llamaré con un silbido, y los
congregaré; porque los he rescatado, y se multiplicarán como antes se multiplicaron.
Los he dispersado, sí, entre los pueblos, pero aun en (países) lejanos se acordarán de
Mí; y vivirán juntamente con sus hijos, y volverán. Los traeré de la tierra de Egipto, y
de Asiria los recogeré; los conduciré a la tierra de Galaad, y al Líbano; pues no se ha-
llará lugar para ellos” (Zac. X, 8-10).
El profeta Isaías compara la reunión de Israel a la cosecha; ésta es una imagen fa-
miliar que Jesús empleará también para designar el fin de los tiempos.
78
Es interesante constatar que después de muchos años la actitud de los judíos
respecto a Jesús Nazareno se ha modificado; empiezan a interesarse por Él, a con-
tarlo entre los judíos célebres. Constantino Brunner ha publicado una obra titulada "Nuestro
Cristo". José Klausner ha escrito en hebreo un estudio sobre Jesús de Nazaret. Se sabe también
que en Jerusalén se ha procedido a la revisión del proceso de Jesús. En la universidad hebraica
de esta ciudad, se estudia el Nuevo Testamento; en San Luis de los EE. UU., un rabino ha or-
ganizado, en la Sinagoga, un oficio para conmemorar la muerte de Jesús en la Cruz "porque
murió por nuestro pueblo".
99
"Desde el curso del río hasta el torrente de Egipto; y vosotros, oh hijos de Israel, se-
réis recogidos uno por uno. Y sucederá en aquel día que sonará la gran trompeta" (Is.
XXVII, 12-13).
"Los reuniré de todas partes", "Habitarán sus tierras", "Los plantaré en el suelo", "No
habrá bastante sitio para ellos". ¿Y no es ésto precisamente lo que empezamos a ver?
VII
Am. IX, 15
La extensión del Sionismo o reagrupamiento de Israel data del fin de la guerra mun-
dial. La Palestina fué entonces colocada, por los tratados de paz, bajo el mandato bri-
tánico.
De todas maneras, es el gesto abominable de Hitler que expulsa a los judíos de Ale-
mania y confisca sus bienes lo que debía acelerar su reagrupamiento.
En 1930, 175.000
79
Cf. Cap. XV de la Primera Parte “Con mi carne veré a Dios".
80
Leer también: Sof. III, 20; Os. III, 4-5; Miq. II, 12.
100
En 1933, 227.000
En 1934, 307.000
En 1935, 370.00081
Esta concentración de los judíos es tan rápida que los árabes se han alar-
mado vivamente. El 13 de octubre de 1933 hubo en Jerusalén manifestacio-
nes violentas dirigidas contra los judíos y renovadas, quince días después,
en Jaffa, puerto de desembarque.
Los ingleses reprimieron estas conmociones y el alto Comisario hizo aparecer esta
nota: "Hablaré francamente al pueblo de Palestina. Hace trece años, Gran Bretaña
aceptó el mandato de Palestina que le trajo pesadas responsabilidades para con los
judíos y los árabes. Gran Bretaña se encargará de sus obligaciones imparcialmente y
sin favoritismo para uno u otro de los partidos. El Mandato implica facilitar el estable-
cimiento en Palestina del Hogar nacional del pueblo judío, pero igualmente, respetar
los derechos de los otros habitantes de la Palestina. Las dos obligaciones serán obser-
vadas puntualmente".
Hasta el sitio faltará. "Pues no se hallará lugar para ellos" (Zac. X, 10). Ya se señala
la instalación de los judíos en Transjordania en Siria82.
Las Ciudades.
Numerosas ciudades palestinas se agrandan, otras surgen del suelo. "Tel Aviv", la
primera ciudad sionista fundada en 1909, es ahora una gran ciudad; bellos
81
Nota del Blog: actualmente hay un poco más 8.000.000 de habitantes en Israel de los cua-
les unas 2/3 partes son judíos.
82
"La Palestina", enero de 1935.
101
teatros, grandes administraciones, colegios, universidades, óperas. Sus ha-
bitantes se cuentan por millares: 46.000 en 1932; 102.000 en el último cen-
so de 1935. ¡Qué aumento en tres años!
Haifa, donde viene a terminar la línea de tubos del petróleo del Irak, se extiende a lo
largo, a los pies del Carmelo; sus casas blancas, sus usinas, sus establecimientos técni-
cos se multiplican con una prodigiosa rapidez por las orillas de su hermosa bahía.
La vieja ciudad de Safed, sobre su altura, aquélla de la cual habla el Señor Jesús
cuando se refería: "una ciudad situada sobre una montaña no puede ser escondida"
(Mat. V, 14), luego rivalizará con Tel Aviv y Haifa.
La vida agrícola.
El suelo inculto y pedregoso llega a ser fértil y las corrientes de agua sal-
tan, el agua puede ser llevada a grandes distancias y fecundar el suelo. No
exagera nada esta visión de Isaías que tiene veintiocho siglos ya.
Esta compra de tierras es a menudo difícil, pues los árabes no quieren deshacerse
de ellas.
En el mes de febrero de 1935, todos los jefes del islam palestino, se reunieron en
Jerusalén, en Congreso, en los salones de la escuela musulmana, cerca de la Mezquita
de Omar y promulgaron edictos con penas terribles contra los árabes que vendieran
sus tierras a los judíos. Decretaron que les serían negados los honores fúnebres des-
pués de su muerte y que sus cuerpos no podían ser enterrados en el recinto de los
cementerios musulmanes83.
83
"Jerusalén", mayo-junio de 1935, p. 87.
84
"La Palestina", diciembre de 1934.
102
A pesar de estas prohibiciones y de estos juramentos, los árabes abando-
nan sus tierras, a precios muy elevados, es verdad. ¿Pero no hay aquí una
fuerza irresistible e invencible que dirige los acontecimientos y los precipita?
Sobre la irrigación se hace el gran esfuerzo del "Keren Kayemeth" y de toda la em-
presa sionista. Usinas, barreras del Jordán, arcas de agua aseguran la distribución en
las ciudades y haciendas. Jerusalén desde fines de 1936, es alimentada con
agua corriente.
Pero al lado del regadío — tan urgente en Oriente — es preciso cuidar del sanea-
miento de los pantanos. El "Keren Kayemeth" se ocupa de esto, activamente. Es el
medio esencial para conquistar tierras insalubres e incultas y hacer de ellas un suelo
productivo.
Si la empresa tiene éxito, esta región debe producir varias cosechas por año.
¿No ha anunciado Dios estos tiempos, por boca del profeta Amós?
"He aquí que vienen días, dice Yahvé, en que al arador le seguirá el segador, y al
que pisa las uvas el que esparce la semilla; los montes destilarán mosto, y todas las
colinas abundarán de fruto. Y haré que regresen los cautivos de Israel, mi pueblo; edi-
ficarán las ciudades devastadas, y las habitarán, plantarán viñas y beberán su vino;
harán huertos y comerán su fruto. Yo los plantaré en su propio suelo; y no volverán a
ser arrancados de su tierra, que Yo les he dado, dice Yahvé, tu Dios" (Am. IX, 13-15).
"Los árboles dan su fruto, y la higuera y la vid sus riquezas. Los árboles darán fru-
tos" (Jl. II, 22).
Las viñas son tan productivas que las uvas abundan de julio a noviembre.
Estancias modelo son establecidas sobre todo el territorio, a fin de facilitar la ense-
ñanza y la cultura. "Pues reverdecen los pastos del desierto (…) Se llenarán de trigo las
eras, y los lagares rebosarán de vino y de aceite" (Jl. II, 22.24).
85
"La France de l'Est", Abril de 1935.
86
"Jerusalén", mayo-junio de 1935.
103
El desarrollo de la agricultura es un hecho particularmente interesante,
pues los judíos por su constitución física no parecen adaptarse fácilmente a
este género de trabajo. Ahora se cuentan ochenta mil agricultores judíos y
se constata un desarrollo físico de la raza: cuerpos robustos, espaldas an-
chas.
El esfuerzo industrial.
La Universidad de Jerusalén.
Todas las ciencias se enseñan allí. Los cursos son hechos en hebreo.
Entre las últimas informaciones que nos han llegado, señalamos además la construc-
ción de navíos de comercio: el "Har Karmel" (Monte Carmelo), ostentando el pabellón
palestino, exporta los productos de las usinas del Mar Muerto, el "Tel Aviv" lanzado el
25 de febrero desplaza 10.000 toneladas y está entregado a la línea Haifa-Trieste.
***
104
La nacionalidad judía ha sido abolida después de la conquista romana: Los
judíos quieren reconquistarla.
¡Qué castigo ha caído sobre él por haber gritado, al presentar Pilatos a Jesús dicien-
do "he aquí vuestro rey", "no tenemos más rey que César"!
"¡No tenemos más rey que César!". César los ha arruinado, y los Césares
modernos, representados en la Sociedad de las Naciones, siguen negándoles
el derecho de ser una nación.
"De Sión vendrá el Libertador… y de esta manera todo Israel será salvo” (Rom. XI,
26-25)87.
CONCLUSION
I Jn. II, 28
I Ped. I, 13
"Has de saber que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles. Porque los
hombres serán amadores de sí mismos y del dinero, jactanciosos, soberbios, maldicien-
tes, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, inhumanos, desleales, calumniado-
res, incontinentes, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traidores, temerarios,
hinchados, amadores de los placeres más que de Dios. Tendrán ciertamente apariencia
de piedad, mas negando lo que es su fuerza. A esos apártalos de ti” (II Tim. III, 1-5).
Pues bien, nada elevará una barrera más fuerte contra el amor de nosotros
mismos, contra el amor al oro, la insubordinación, las formas exteriores de
87
Recomendamos mucho: "Le retour d'Israel", por Max Marin, Desclée de Brouwer, 1935. Es-
ta obra ha aparecido después de la terminación de nuestro estudio y ella confirma nuestra con-
clusión.
105
una piedad que reniega de lo que haría su fuerza, que el desarrollo en noso-
tros de la esperanza de la vuelta de Cristo.
Debemos volver toda nuestra esperanza hacia esta gracia que nos será
dada el día de la manifestación de Jesucristo (I Ped. I, 13) para que vivamos
desde ahora en paz y alegría del alma.
Al mismo tiempo el alma se olvidará casi de los bienes de la tierra, de sus riquezas y
placeres. Como el lirio de Salomón dejará al Padre Celestial el cuidado de revestirla de
El mismo, adornándola con su esplendor, porque es Él quien nos santifica del todo,
alma y cuerpo y quien nos conserva, irreprensibles para el advenimiento del Señor Je-
sús (I Tes. V, 23).
San Pablo señala los últimos tiempos marcados por aquellos hombres y
mujeres que no tendrán sino las apariencias de la piedad sin tener la reali-
dad de ella. ¡Apariencias de piedad! Sí, ritos, obligaciones cultuales cumpli-
das sin amor, peregrinaciones, novenas, medallas numerosas llevadas sobre
sí, procesiones acompañadas con mucha música, mucha luz… Todo eso, sa-
tisface a la plebe… Pero la verdadera piedad, aquella que transforma la vida;
la verdadera oración, aquella que se hace en el encierro de la habitación, esa
que pedía Jesús: la verdadera adoración "en espíritu y en verdad" ¿en dónde
están? "Los adoradores que piden al Padre" ¿en dónde están?
Nuestras oraciones son pedidos interesados y las más de las veces mur-
mullos en la aflicción. ¡Simples exterioridades sin realidad!
88
Angela de Foligno: "Le livre des visions". Trad. Hello, París. Tralin 1914, "L'Esperance", Pág.
61.
106
Al lado de aquellos que son "amadores de sí mismos" están los desobedientes.
Desobedientes a sus padres, desobedientes a las leyes civiles, desobedientes a Dios. Y,
sin embargo ¡es preciso que su voluntad se haga aquí en la tierra como en el cielo! Por
medio de nuestra sumisión a toda autoridad, apresuramos la venida del Reino de Dios.
Por fin constatamos que nuestra sociedad está poseída por un deseo inmenso de
gozar y de poseer.
Desde la gran guerra hemos visto multiplicarse los locales de diversión y podemos
actualmente medir la avaricia humana, esa "avaricia que es idolatría" (Col. III, 5). Asis-
timos a la búsqueda jamás satisfecha “¿Aquellos que (…) atesoraban la plata y el oro
en que los hombres ponen su confianza, y en cuya adquisición jamás acaban de sa-
ciarse?; ¿aquellos que labraban con tanto afán la plata, de modo que sus obras eran
sin igual?” (Bar. III, 17-18).
Esta búsqueda del dinero, constituye para la masa la razón de ser de la existencia. Si
falta el dinero, el hombre se quita la vida; la ambición del dinero es el único incentivo
de la actividad del hombre.
Que nuestras últimas líneas sean dedicadas a la "esperanza viva" (I Ped. I, 13), "a la
esperanza bienaventurada" (Tit. II, 13), a aquella que nos lleva "tras el velo" (Heb. XVI,
19) en donde está el secreto de lo invisible y de los misterios celestes.
San Juan Clímaco se expresaba así: "La esperanza es la imagen presente de los
bienes ausentes"89. Actualiza en cierto modo por el ardor del deseo, los mis-
terios del porvenir, como la liturgia actualiza conmemorándolos cada año,
los misterios pasados de la vida de Cristo. La fuerza del deseo nos arrastra hacia
el misterio "tras el velo en donde sólo puede penetrar la esperanza". Nos hace gustar
el sentido de lo oculto. En ella nuestras almas son arrebatadas por las cosas invisibles90,
porque de ese modo, encontramos el verdadero sentido de la realidad.
Si hemos sabido mirar las cosas invisibles y no las cosas visibles, "un peso eterno de
gloria" será nuestra medida superabundante, " porque las que se ven son temporales,
mas las que no se ven, eternas" (II Cor. IV, 18).
107
cia hasta que reciba la lluvia de otoño y de primavera" (Sant. V, 7). Así debemos espe-
rar fortaleciendo nuestros corazones, " porque la Parusía del Señor está cerca" (Sant. V,
8).
Es la paciencia firme que nos sostendrá en nuestra vida de viajeros, como fué Moi-
sés sostenido en el desierto: "Se sostuvo como si viera ya al Invisible" (Heb. XI, 27).
APENDICES
LAS PROFECIAS
Sal. XL, 8.
Supongamos que tenemos en nuestras manos uno de esos rollos que se usan hoy
día en las sinagogas. Tal como lo hizo Jesús en Nazaret (Lc. IV, 17), desenrollemos el
pergamino y leamos.
Entre las dos partes del rollo hay un espacio en blanco…, es nuestro tiempo, es el
tiempo de la Iglesia, el tiempo de la espera… "hasta que El venga".
91
Se ha escogido el color verde como símbolo de la esperanza porque es el color del trigo en
hierba, esperanza de la cosecha.
108
Coloquémonos por lo menos una vez en nuestra vida frente a las fuentes maravillo-
sas que nos ofrece la Iglesia, — por medio de la Biblia — para desarrollar nuestra fe y
nuestra esperanza.
Cuando María llevaba a Jesús en su seno, — y sin verlo todavía, — Isabel le dice: " Y
bienaventurada la que creyó, porque tendrá cumplimiento lo que se le dijo
de parte del Señor” (Lc. I, 45).
Del mismo modo se cumplirán un día todas las cosas dichas de parte del
Señor, por los profetas y los Apóstoles relativas al Retorno y al Reino de Je-
sucristo, nuestro Salvador.
Entonces, felices aquellos que, al ver todas estas cosas, podrán decir, co-
mo San Mateo al fin de su Evangelio: "Todo esto ha sucedido para que se
cumpla lo que escribieron los profetas" (Mt. XXVI, 56).
***
Algunas profecías de la Primera Venida, como por ejemplo la del Gen. III, 15, no se
han incluido por no hallarse citadas en el Nuevo Testamento.
Esta confrontación entre las profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento son sobre
todo el resultado de nuestros estudios anteriores y personales sobre la Biblia. No los
hemos agotado y pueden ser citados aún muchos otros textos.
109
1) ANUNCIOS Y REALIZACIONES DE LAS
PROFECIAS DE LA PRIMERA VENIDA
110
II) Vida pública
1) Juan Bautista pre- Mal. III, 1; Mt. XI, 10; Lc. VII, 27
cursor
Mt. III, 3; Mc. I, 2-3;
2) Predicción de Juan Is. XL, 3-5 Lc. III, 4-6; Jn. I, 23
Bautista
111
III) Anuncios de su Muerte,
de su Resurrección y de su Ascensión
112
1) Entrada de Jesús Zac. IX, 9 Mt. XXI, 7; Jn. XII,
en Jerusalén sobre el 12-17
asno
3) El templo y los Is. LVI, 7; Sal. LXIX, Mc. XI, 17; Jn. II, 17
cambistas 10
4) Israel que rechazó Sal. CXVIII, 22 Mt. XXI, 42; Mc. XII,
al Rey será rechazado 10; Lc. XX, 17-18
8) Todos los discípu- Zac. XIII, 7 Mt. XXVI, 31; Mc. XIV,
los lo abandonarán. 27.
Dios herirá a los pasto-
res…
9) Será como una Is. LIII, 7; Jer. XI, 19 Hech. VIII, 32-33
oveja muda para el que
la esquila
10) Será objeto de Is. LIII, 3; Sal. XXII, Mat., 27, 29, 31 Juan
irrisión 7 19, 2-3
14) Sobre la Cruz, Je- Sal. XXII, 8; Is. LIII, Mt. XXVII, 39-44; Lc.
sús será objeto de bur- 1-6 XXIII, 35-38; Mc. XV,
las 29-32
15) Jesús será conta- Is. LIII, 12 Mc. XV, 28; Lc. XXII,
do entre los malhecho- 37
res
113
16) Jesús tendrá las Sal. XXII, 17; Zac. Jn. XX, 25
manos y los pies tras- XIII, 6
pasados
19) Será abandonado Sal. XXII, 2; Is. LIII, Mt. XXVII, 46-47; Mc.
por el Padre 10 XV, 33-36
21) Sus vestidos se- Sal. XXII, 19 Mt. XXVII, 35; Jn.
rán echados en suerte XIX, 24
23) Se entregó El
mismo a la muerte Is. LIII, 12 Jn. X, 17-19
114
V) Algunos títulos del Mesías
3) Será la luz del Is. IX, 1; XLII, 6; Hech. XIII, 47; Jn. I,
mundo XLIX, 6; LI, 4 5.9; VIII, 12; IX, 5; Mt.
IV, 16; Hech. XXVI, 23;
Apoc. XXI, 24; Lc. II, 32
4) Será Hijo de Dios Sal. II, 7; LXXXIX, Mt. III, 17; XVII, 5;
27-28; Os. XI, 1 Mc. I, 11; IX, 7; Lc. III,
22; IX, 35; II Ped. I, 17;
Lc. I, 32; Jn. III, 16
5) "Y veis aquí uno I Rey. I, 37 Lc. XI, 31; Mt. XII, 42
superior a Salomón"
El Rey ha sido rechazado, pero es menester que El reine hasta que todo le sea so-
metido (I Cor. XV, 25).
Está sentado a la diestra del Padre: sacerdote y rey, compartiendo el trono de Dios.
Pero volverá para reinar y tomará posesión del trono de David (Lc. I, 33).
92
Respecto a las profecías sobre la primera venida nos hemos apoyado antes de todo en el
Antiguo Testamento para constatar su realización en el Nuevo. Aquí partiremos del Nuevo Tes-
tamento que anuncia con tanta claridad "el día del Señor" y buscaremos lo que han dicho sobre
él los Profetas del Antiguo Testamento.
115
1) Obscurecimiento Mc. XIII, 24; Mt. Is. XIII, 10; Jl. II,
del sol "negro como un XXIV, 29; Apoc. VI, 12; 10.31; III, 15
saco de crin" IX, 2
2) La luna no dará Mt. XXIV, 29; Mc. Jl. II, 10.31; III, 15;
más su luz "Cambiada XIII, 24; Apoc. VI, 12 Is. XIII, 10
en sangre"
3) Los astros caerán Mt. XXIV, 29; Mc. Jl. II, 10; III, 15; Is.
del cielo y las potencias XIII, 25; Apoc. VI, 13; XIII, 10
del cielo serán conmo- VIII, 10-11; IX, 1
vidas
(Sobre los grandes signos precursores: Reagrupación de Israel, Apostasía de las Ma-
sas..., ver nuestra III Parte: "Los Signos").
116
1) El Hijo del hombre Lc. XXI, 27; Mc. XIII, Dan. VII, 13. La nube
vendrá sobre una nube 26; Mt. XXIV, 30; Apoc. acompaña siempre la
I, 7 presencia de Dios. Deut.
XXXIII, 26
2) Jesús lo predice al Mc. XIV, 62; Mt. XXVI, Sal. XVIII, 8-14; Deut.
sumo sacerdote 64 XXXIII, 26
6) Aquellos que mu- I Tes. IV, 16; I Cor. Is. XXVI, 19; compa-
rieron en Cristo resuci- XV, 23; Apoc. XX, 5 Jn. rar con XXVI, 14 para
tarán los primeros. Re- XV, 29; Heb. XI, 35 aquellos que no resuci-
surrección "para la vi- tarán primero
da". "La mejor resu-
rrección"
7) Los ángeles reuni- Mt. XXIV, 31; Apoc. Los ángeles mensaje-
rán a los elegidos de los VII, 1 ros Sal. CIV, 4
cuatro vientos de una
extremidad a otra del
cielo
10) Arrebatados so- I Tes. IV, 16; Jn. XIV, Henoc, Gen, V, 21-24;
bre las nubes 3; Heb. XI, 5. Elías II Rey. II, 11-17
117
12) Viene acompaña- I Tes. III, 13; II Tes. Deut. XXXIII, 2-3; Sal.
do por miles de sus I, 10; Jud. 15 XIV, 5
santos y santas
15) Jesús que vuelve Apoc. III, 20; Lc. XII, Cant. V, 2
es comparado con el 37.
que llama a la puerta
118
1) Las naciones se Mat. XXIV; 30; Apoc. Zac. XII, 10-14
lamentarán y golpearán I, 7
su pecho
2) Dirán a las rocas: Apoc. VI, 16; Lc. Os. X, 8; Is. II, 19-22
"caed sobre nosotros" XXIII, 30
4) Día de cólera con- Apoc. VI, 16; XIX, 15; Jer. X, 10; Sal. II, 5;
tra las naciones; su Rom. II, 5; Lc. XXI, 24 CX, 5; Ag. II, 22
tiempo ha concluído
5) Jesús combate las Apoc. XIX, 15; II, 27; Sal. II, 9
naciones con cetro de XII, 5
hierro
6) Con espada aguda Apoc. XIX, 15; II, 16; Deut. XXXII, 42; Jer.
de dos filos XIX, 21 XLVI, 10; Ex. XXII, 24;
Is. XXVII, 1; XXXIV, 6;
Ez. XXI, 14
8) La cosecha y la Apoc. XIV, 14-20; Mt. Jl. III, 13; Jer. LI, 33
vendimia "La cosecha XIII, 39
es el fin del tiempo”
10) Quebranta a los Apoc. XIX, 17-21; VI, Sal. II; CX; LXVIII,
reyes y a su poder 15; XVIII, 9; Lc. I, 52 22-24; Hab. III, 12-14;
Dan. II, 31-36; Is. LII,
15
11) Ruina de Babilo- Apoc. XIV; XVII-XVIII Jer. XXV; L-LI; Is.
nia, figura del orgullo XIII-XIV; XXI; XLIII;
del mundo que se le- XLVI-XLVIII; Dan. V; Ez.
vanta contra Dios XXXI
119
1) Jesús Rey, consa- Apoc. XVII, 14; Luc. I, Sal. II; I Sam. II, 10;
grado en Sión, la Mon- 33; Apoc. XIX, 16; Jer. XXIII, 5-8; Jer.
taña Santa La Transfiguración, XXXIII, 17; Dan. VII, 14;
figura del reino: Mt. XVI, Ez. XXXVII, 22; Zac. IX,
27-28 y XVII; Mc. IX; Lc. 9; XIV, 9; Sal. XXIV, 7-
IX; II Ped. I, 17; 10; CXLIX, 2; Is. XXXIII,
La entrada a Jerusa- 22
lén, figura del reino: Lc.
XIX, 29-45; Mc. XI, 1-
11; Mt. XXI, 1-16; Jn.
XII, 12-19
2) Recibe a las nacio- Apoc. XV, 3, Gal. III- Sal. II, 9; Jer. X, 7
nes por herencia IV
4) Las naciones ofre- Mt. II, 11; Fil. II, 9- Sal. LXXII, 8-12;
cen regalos al Rey y se 11; Rom. XIV, 11 LXVIII, 30-31; Is. LX, 5-
prosternan para adorar- 10; Sal. XXII, 29-30;
lo Mal. 14, 16 93 Is. XLV,
23; LX, 14; LXVI, 23
5) Unión de los judíos Mt. II; Rom. XV, 10; Sal. XLVII, 10; Deut.
y de las naciones Ef. II, 11-12; Gal. III, XXXII, 43; Miq. IV, 1-2;
28-29; Col. I, 12-23; III, Is. II, 2-4; LVI, 6-8; LX,
11; Jn. X, 16 5; Jer. III, 17; Zac. VIII,
20-23
93
Nota del Blog: Mal la
cita
120
EN LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS
2) Resurrección general Apoc. XX, 11-15; Jn. V, Ez. XXXVII; Dan. XII, 2
"para el juicio" 29
3) Juicio de vivos y Apoc. XX, 11-15; Mt. Jl. III; Dan. XII, 2; Sal.
muertos XXV, 31-46; II Tim. IV, 1; XLVI, 10-13
Hech. X, 42; I Ped. IV, 5
4) El libro de la vida Apoc. III, 5; XX, 12.15 Dan. XII, 1; Is. IV, 3;
Sal. LXIX, 29
6) Nuevos cielos y nue- Apoc. XXI, 1; II Ped. III, Is. LXV, 17; LXVI, 22
va tierra 13
9) El banquete de las Apoc. XXI, 9; Mat., 22, Sal. XLV; Todo el Can-
bodas del Cordero 1-11 tar de los Cantares
12) sino fuentes de Apoc. XXI, 6; VII, 17 Is. XLIX, 10; Zac. XIII,
agua 1; Ez. XLVII, 1-13
14) Ni lágrimas en los Apoc. VII, 17; XXI, Is. XXV, 8; Os. XIII, 14
ojos
16) La muerte será Apoc. XX, 14-15; Mt. Is. I, 31; LXVI, 24; Mal.
arrojada en el estanque XIII, 42; XXII, 13; IV, 51; IV, 1
de fuego con todos lo que XXV, 30; Lc. XIII, 28
no están inscritos en el
libro de la vida. Y habrá
121
ahí llanto y crujir de
dientes
II
EL REINO MILENARIO
"Y ví un ángel descendiendo del cielo, teniendo la llave del abismo y una ca-
dena grande sobre su mano. Y se apoderó del Dragón, de la serpiente, la anti-
gua, que es Diablo (Calumniador) y el Satanás (Adversario) y lo ató por mil
años y lo arrojó en el abismo y cerró y selló sobre él para que no engañase más
a las naciones, hasta que se hayan consumado los mil años; después de esto
debe ser liberado poco tiempo. Y ví tronos y se sentaron sobre ellos y juicio se
les dio, y (vi) las almas de los que habían sido decapitados a causa de “el Tes-
timonio de Jesús” y a causa de “la Palabra de Dios”, y los que no adoraron a la
Bestia ni a su imagen y no recibieron la marca sobre la frente y sobre la diestra
de ellos; y vivieron y reinaron con el Cristo mil años. Los restantes de los muer-
tos no vivieron hasta que se hayan consumaron los mil años. Esta (es) la resu-
rrección, la primera. ¡Bienaventurado y Santo el que tiene parte en la resurrec-
ción, la primera! Sobre estos la segunda muerte no tiene autoridad, sino que
serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con Él los mil años” (Apoc. XX,
1-6).
Los hechos están expuestos con claridad. Sin embargo, a causa de los misterios que
los envuelven, muchos comentadores no han titubeado en declarar que estos hechos
se han realizado espiritualmente. Según ellos Satanás está encadenado; nosotros los
cristianos somos los resucitados de la primera resurrección, por el bautismo; y la Igle-
sia reina, libertada de Satanás en paz y justicia perfectas.
122
El Talmud enseñaba que habría un período de justicia y de paz sobre el
mundo cuando fuesen libertados los judíos y que reunidos en la Palestina el
Mesías reinaría sobre ellos.
Sin necesidad de recurrir al Talmud, no tenemos sino que leer los Profetas
del Antiguo Testamento para encontrar en ellos la certidumbre de un reino
mesiánico en Jerusalén. Casi todos anuncian de un modo análogo la restau-
ración de Israel con el Cristo por Rey y fueron esos textos proféticos los que
indujeron al error a los judíos cuando la primera venida, porque esperaban
en el Mesías al Rey que debía traer la justicia y la paz y dar a la humanidad
esa felicidad por la cual suspiraba.
Esta opinión era la de los antiguos Padres de la Iglesia, de San Justino, de San Ire-
neo, de Tertuliano.
"Para mí, para los cristianos de ortodoxia integral sabemos que llegará la
resurrección de la carne, y que acontecerán mil años en una Jerusalén re-
construida, decorada y agrandada como lo afirman los profetas Ezequiel,
Isaías y otros"94.
94
Justino: “Diálogo con Trifón”, cap. 80.
95
Nota del Blog: Yerra aquí la autora y de tal manera que no es posible dejarlo pasar, por
las siguientes razones:
a) Estas palabras no las trae solo san Papías sino también San Ireneo ( Adv. Haer. L. V, c. 30,
4).
b) Ninguno de los dos santos traen estas palabras como propias, sino que hacen de testigos:
ambos las habían escuchado, ora del mismo San Juan, como parece ser el caso de Papías, ora
de discípulos inmediatos, como San Ireneo que parece las oyó de San Policarpo y otros Presbí-
teros.
c) El texto de Papías citado por Ireneo tiene todos los visos de ser hiperbólico y metafórico,
como se puede ver por el uso constante del número diez mil y por el hecho de que los racimos
hablan.
d) Sin embargo, detrás de la metáfora se esconde una realidad, ya profetizada desde el A.T. y
es la abundancia de la tierra durante el Milenio.
e) Por último, y no menos importante, “aunque la narración se tome en sentido literal y pro-
pio, en absoluto en ella se contiene propiamente palabras carnales, ni indignas de la santidad
de Dios ni de la pureza de los santos. En ella no se proponen comidas inmoderadas ni deseos
insanos, sino solamente se describe, con una cierta hipérbole y gran exageración, la fertilidad y
fecundidad de la tierra, que es don de Dios”. Rovira Juan, S.J., “El Reino de Cristo Consuma-
do en la tierra”, vol. 1, pag. 63-64; 2016, Barcelona, Ed. Balmes.
123
cidad del Evangelio de San Juan y su Apocalipsis para refutar todo concepto
milenarista.
Pero esta idea no había muerto. San Agustín y su maestro San Ambrosio fueron
fervientes defensores del reino milenario. San Agustín abandonó más tarde, sin em-
bargo, su opinión y explicaremos por qué.
"Y cuando el sexto milenio haya transcurrido, escribe San Agustín, cuando haya sido
hecha la gran separación de los malos y los buenos (de los malos y los buenos de los
cuales ha hablado anteriormente) vendrá el reposo y el Sábado misterioso de los san-
tos y justos de Dios (es decir los mil años apocalípticos). En seguida, del séptimo día,
cuando hayamos contemplado en el aire esa hermosa cosecha, la gloria y los méritos
de los Santos, entraremos en esa vida y en esa paz de la cual se ha dicho que ojo no
ha visto, ni oído ha escuchado, ni el corazón del hombre ha subido hacia lo que Dios
tiene preparado a los que, le aman"96.
96
San Agustín. Sermón 256 pár. 2.
97
Es muy importante, lo creemos, considerar que debemos reproducir punto por
punto la vida terrestre y gloriosa de Cristo. ¿No debemos acaso llegar a su edad per-
fecta? Como El resucitó, resucitaremos nosotros. Entonces, como vivió durante 40
días, como resucitado, sobre la tierra y en lugares invisibles a la vez — sin perder la
visión de su Padre — ¿no deberemos nosotros también vivir esa misma vida? El
reino de mil años ¿no será la exacta reproducción de esta vida misteriosa de Jesús
resucitado, durante 40 días? Si, en cambio, el reino de mil años abraza nuestra vida
actual — perfectamente apacible, con Satán encadenado --¿somos nosotros resuci-
tados? No, evidentemente. Entonces: ¿cómo podemos reproducir en nosotros esta
vida de Cristo resucitado? El reino milenario sería entonces aniquilado, a menos que
sea simplemente idealizado.
Hay todavía una observación que no ha de ser desechada. Jesús resucitado vivía,
lo sabemos por los Evangelios y los Hechos, en medio de los no resucitados. Pues
bien, una de las objeciones esgrimidas contra el reino de mil años y que, según se
dice, no es posible aceptar, es que haya al mismo tiempo sobre la tierra resucitados
y no resucitados. Pero exactamente esto es lo que tuvo lugar durante los 40 días de
la vida gloriosa de Nuestro Señor en la tierra.
124
Entonces para combatir este error San Agustín cambió bruscamente de opinión. En
“la Ciudad de Dios" reconoce que lo que ha dicho anteriormente
"Se puede admitir creyendo que durante ese séptimo milenio (o reino de mil años
del Apoc.) los santos gozarán de algunas delicias espirituales a causa de la presencia
del Salvador; y agrega: Yo he pensado antes de ese modo.
"Pero como aquellos que adoptan esta creencia dicen que los santos vivirán en con-
tinuo festín, sólo las almas carnales podrán creer como ellos, por eso es que los espiri-
tuales los han llamado "Chiliastas", de una palabra griega que puede traducirse literal-
mente por "milenaristas".
En seguida San Agustín trata de dar una nueva interpretación al reino milenario para
destruir la esperanza de un reino terrestre y grosero.
"Respecto a los mil años pueden ellos comprenderse de dos maneras: o bien todo
esto sucede en los últimos mil años, es decir en el sexto milenio cuyos últimos años
transcurren actualmente98. Estos últimos años serán seguidos del Sábado que no tiene
tarde, es decir, del reposo de los santos que no tiene fin, de modo que la Escritura
llama aquí mil años la última parte de ese tiempo; considerando una parte por el to-
do99.
Este es pues, el texto que tuvo más tarde tanta resonancia en la exégesis católica,
¡texto al cual se refieren siempre, pero sin transcribirlo! Es por lo demás bien
confuso. Autorizaría en la primera parte a admitir el milenio en sentido lite-
ral:
"Se puede admitir que durante ese séptimo milenio los santos gozarán de algunas
delicias espirituales. Yo he pensado antes de ese modo".
Leemos, por ejemplo, en el comentario que hace Fillion del Apoc., lo siguiente:
98
¿Creía entonces San Agustín en la próxima vuelta de Cristo?: estos " últimos
años" duran todavía!...
99
San Agustín ha marcado anteriormente los próximos dos milenios el 7° y el 8°.
Suprime en adelante el octavo y reúne todo bajo el séptimo milenio, el de los mil
años del Apocalipsis: "la parte por el todo".
100
Un decreto del Papa Gelasio, cuya autenticidad no es cierta, es el único acto oficial que
podría estar dirigido contra el milenarismo (Lesetre: "Dictionnaire de la Bible" de F. Vigoroux,
artículo Millénarisme, T. IV, col. 10913).
125
"Cristo ha establecido su reino; hace triunfar la verdad, la justicia, la santidad desde
su Encarnación y por consiguiente inaugura una era de felicidad para los suyos que
reinan con El, siendo reyes al mismo tiempo que súbditos"101.
Sabemos todos, por el contrario, que la verdad, la justicia, la santidad, son virtudes
ignoradas de la mayor parte de los hombres; aun aquellos que "practican" su religión.
El Príncipe de este mundo tiene una actividad bien singular. ¡La Iglesia ignora entonces
las persecuciones que ha sufrido en los últimos siglos! Recordemos el anticlericalismo y
el combismo próximos a nosotros. Consideremos lo que sucede en la URSS y en Ale-
mania.
Hay que colocar al lado de la página del Apocalipsis que acabamos de citar, un texto
de los Hechos de los Apóstoles, que se refiere sin duda alguna a los tiempos de resta-
blecimiento maravilloso.
"Arrepentíos, pues, y convertíos, para que se borren vuestros pecados, de modo que
vengan los tiempos del refrigerio de parte del Señor y que Él envíe a Jesús, el Cristo, el
cual ha sido predestinado para vosotros. A Éste es necesario que lo reciba el cielo has-
ta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las que Dios ha hablado desde
antiguo por boca de sus santos profetas" (Hech. III, 19-21).
¿Qué ha de ser, pues, "ese tiempo de restauración de todas las cosas" en que el cie-
lo nos envíe nuevamente a Nuestro Señor Jesucristo como lo anunció San Pedro?
“Pedro habla aquí de la Parusía del Cristo, no como del TIEMPO DEL JUICIO FINAL
SINO COMO DEL TIEMPO DEL REINO MESIANICO que será para los judíos el reino de
la felicidad tan a menudo anunciado por los profetas102”.
Era ésta en efecto en los primeros siglos la opinión de los Padres de la Iglesia, de
Justino, Ireneo, Tertuliano y el mismo San Ambrosio.
126
mejor que nadie; y si él más que ningún otro afirma lo del reino milenario, ¿no debe-
remos tomar muy en cuenta su opinión?
Un punto inquietante nos queda todavía a propósito de esta cuestión: ¡es la ten-
dencia actual de los exégetas católicos a "espiritualizar o a idealizar" —dice
el abate Fillion — las páginas del Apocalipsis!
¿Es acaso más fácil espiritualizar así las Escrituras? Sin duda que es más fácil para
nuestra fe que titubea y para nuestra débil esperanza. Pero semejante interpreta-
ción no está conforme con las encíclicas pontificias: "Providentissimus" de
León XIII y "Spiritus Paraclitus" de Benedicto XV.
Pero entonces los judíos de otro tiempo ¿no habrían tenido el derecho de
espiritualizar, antes de su cumplimiento, las profecías sobre la primera veni-
da, por ej. "La Virgen que concebirá", diciendo: "en ella no debemos esperar
sino una realización espiritual, símbolo ideal de pureza de la Madre del Me-
sías"? Porque, ¡una Virgen concebir!... Y respecto a la Pasión ¿por qué no
hubiesen podido espiritualizar las manos y los pies atravesados, la túnica
tirada a la suerte, el golpe de la lanza, etc., etc…?
Vemos a qué negación, a qué racionalismo nos lleva fatalmente desde que dejamos
de tomar las escrituras a la letra, salvo en los casos de parábolas o alegorías evidentes.
¿Podemos considerar alegoría lo que no nos es presentado como tal por ejemplo en
el Apocalipsis?
¿Podemos tomar idealmente "Las palabras del Señor afinadas y modeladas hasta
siete veces en el crisol"? (Sal. XII, 7).
¡Dios no habla para que su "palabra quede sin efecto" (Is. LV, 11) y sea una simple
imagen, un bello sueño ideal!
***
103
H. Lesetre: "Dictionaire de la Bible", T. IV, artículo citado, col. 1096.
127
Esperaban pues, "la mejor resurrección" (Heb. XI, 35) aquella en que "los muertos
en Cristo resucitarán" (I Tes. IV, 16) "cada uno por su orden... luego los de Cristo en
su Parusía" (I Cor. XV, 23).
"Entonces aparecerán los signos de la verdad: primer signo los cielos abiertos; se-
gundo signo, el sonido de la trompeta; tercer signo, LA RESURECCION DE LOS MUER-
TOS, NO DE TODOS ES VERDAD, pero según lo que ha sido dicho: "El Señor vendrá y
todos sus Santos con Él". Entonces el mundo verá al Señor "viniendo sobre las nubes
del cielo" (Cap. XVI, 6-8).
"Sabemos que sucederá una resurrección de la carne y que pasarán mil años en la
Jerusalén reconstruida… los que hayan creído en nuestro Cristo pasarán mil años en
Jerusalén después de lo cual sucederá la resurrección general" (Diálogo con Trifón.
LXXXI 5, LXXXI, 4).
104
El término "de entre los muertos" es empleado 49 veces en el Nuevo Testamen-
to; 34 veces hablando de la Resurrección de Jesús de la cual sabemos que fué "de
entre los muertos"; 3 veces hablando de la resurrección de San Juan Bautista su-
puesta por Herodes, 3 veces hablando de la de Lázaro que también fué "de entre los
muertos"; 3 veces hablando en figura de la liberación de la muerte y del pecado; 1
vez en la parábola de Lázaro y del mal rico; 1 vez a propósito de Abraham, creyendo
que Dios podría devolver la vida a Isaac; 4 veces para significar la resurrección futu-
ra "de entre los muertos".
Detallamos los cuatro últimos textos:
1. Cuando resucitarán "de entre los muertos" los hombres no tendrán mujer, ni las mujeres
maridos, pero serán como los ángeles del cielo (Mc. XII, 25).
2. El texto paralelo de San Lucas es más expresivo aún: "mas los que hayan sido juzgados
dignos de alcanzar el siglo aquel y la resurrección de entre los muertos” (Lc. XX, 35-36). Ningún
malo puede tomar parte en esta resurrección porque está dicho: "Serán iguales a los ángeles,
serán hijos de Dios". Por eso es que Jesús la llama en otra parte "resurrección de los justos" (Lc.
XIV, 14).
3. En los Hechos (IV, 2) los Saduceos se irritan de que Pedro y Juan "predicasen en Jesús la
resurrección de entre los muertos”.
4. En la Epístola a los Filipenses (III, 11) la proposición griega "ek" se encuentra bajo una
doble forma bien significativa. Pablo quiere conocer la virtud de la resurrección de Cristo… "por
si puedo alcanzar la resurrección (eis ten exanástasin), la que es de entre los muertos” (ten ek
nekrón). Esta insistencia tan manifiestamente voluntaria tiene por objeto el evitar toda confu-
sión posible.
Ahora el término "ek nekrón" (de entre los muertos) no se aplica jamás a los impíos.
128
resucitará "por su orden: como primicia Cristo; LUEGO LOS DE CRISTO en su Parusía…
el último enemigo destruido será la muerte" (I Cor. XV, 23-26).
Entonces vendrá el castigo POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS para unos, o la gloria
POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS para los otros, con Cristo que entregará el reino a su
Padre.
***
Hemos tratado de levantar un poco el velo que cubre estas cuestiones discutidas.
Por una parte, los cristianos de los cinco primeros siglos creyeron en el reino milena-
rio y en la "primera resurrección"; esperaban con fe y esperanza la realización de las
profecías sobre la segunda venida del Señor.
Por otra parte, los exégetas enseñan actualmente que ¡esas esperanzas se han reali-
zado en la Iglesia, en la cual reina la justicia y la paz mientras Satanás está encadena-
do y que los cristianos son resucitados por el bautismo!...
Sólo Aquél que es “la luz del mundo" puede, si le place, levantar el velo sobre estos
grandes textos y su realización.
"La resurrección de entre los muertos, ¿podrá significar otra cosa en estas cuatro citaciones
que "la primera resurrección"? (Apoc. XIX, 5). Cf. W. E. B. "Jesús revient". Neuchâtel, Dela-
chaux et Niestlé, p. 54-56.
105
Damos aquí algunas referencias sobre autores de los primeros siglos favorables al reino de
mil años:
Epístola de Bernabé (XV, 4-9).
Doctrina de los Apóstoles (Didakhé XVI).
Papías, Obispo de Hierápolis, citado por Eusebio (Ec., III, 39).
San Justino, Diálogo con Trifón, LXXX y passim.
San Ireneo. Contra las Herejías, 32-35.
Tertuliano. Dice que cree en el reino de mil años después de la vuelta de Jesús y que ha tra-
tado de ello en su libro De spe fidelium, hoy día perdido.
Lactancio. Div. Institut. VII, 21.
San Ambrosio. De bono mortis 45-47.
Sulpicio Severo. Dial. Gallus, 11, 14.
San Agustín. Sermón 259, 2.
129
III
El año litúrgico, que es como un compendio de la vida de Jesús, se divide en dos ci-
clos: ciclo de Navidad y ciclo de Pascua. Coloca bajo nuestra vista y a nuestro corazón
los grandes acontecimientos de esta vida, con el objeto de que podamos concretizarlos.
No es extraño pues, que la liturgia haya pensado acercar estos dos sucesos del Se-
ñor, el uno humilde, el segundo magnífico, y puesto que el segundo es nuestra espe-
ranza suprema la Iglesia romana hace de él el Omega de su liturgia.
ADVIENTO
La liturgia de Adviento pone a luz las dos venidas de Jesucristo. Podríamos creer que
la Iglesia sólo piensa en su nacimiento y, por el contrario, evoca sobre todo su vuelta y
su reino futuro.
Desde las primeras vísperas del 1° Domingo hasta la 3° antífona se nos di-
ce el modo cómo vendrá Jesús: "Y vendrá Yahvé, mi Dios, y con Él todos los san-
tos" (Zac. XIV, 5).
El invitatorio de Maitines llama al Niño Dios "el rey que debe venir" y el famoso
responsorio "Aspiciens a longe" nos dice "que mirando a lo lejos se ve venir el poder
de Dios sobre una nube que cubrirá toda la tierra. Salid a su encuentro". Entonces se
canta el versículo: "Elevaos puertas y entrará el Rey de la Gloria" (Sal. XXIV).
El responsorio siguiente (el 2°) nos recuerda el admirable texto de Daniel (VII, 13-
14) "Uno parecido a un hijo de hombre, el cual llegó al Anciano de días… Y le fue da-
do… el reino… Su señorío es un señorío eterno que nunca será destruido”.
130
Los himnos de Vísperas, Maitines y Laudes dicen también que El vendrá por segunda
vez.
El segundo Domingo de Adviento agrupa tantos textos sobre la vuelta de Cristo que
sin excepción todos los responsorios del oficio de la noche y las antífonas de
Laudes cantan su aparición gloriosa. Podemos considerar algunas frases de estos
textos proféticos, pensando en el próximo nacimiento del Niño Jesús en sentido aco-
modaticio, pero todos tomados a la letra son textos escatológicos.
Se canta entre ellos un versículo que se repite a menudo sacado de Habacuc (II, 3):
"Llegará a su fin y no fallará; si tarda, espérala. Vendrá con toda seguridad, sin falta
alguna”. Sin duda que cuando se compuso la liturgia del Adviento encontraban los cris-
tianos que Jesús tardaba demasiado y se les quiso exhortar a la paciencia: SI TARDA,
ESPERADLE; PUES VINIENDO, VENDRA!106.
El tercer Domingo de Adviento desarrolla la misma idea, une las dos venidas y anun-
cia el reino futuro. La antífona del "Benedictus" nos hace cantar: "Reinará sobre el
trono de David y su reino no tendrá fin" (cfr. Is. IX, 6).
Podríamos citar aún las antífonas de los últimos días de Adviento; siempre el mismo
deseo de dar luz sobre la vuelta y el reino de Jesús. Las generaciones que nos prece-
dieron comprendían que si la evocación del nacimiento de Jesús era útil a la santifica-
ción personal, ¡más fecunda era para el alma, la vida en la esperanza del gran misterio
futuro, aquel que el Espíritu Santo nos enseña si sabernos escucharlo! (Jn. XVI, 13).
TIEMPO DE NAVIDAD
Los textos celebran al "Rey de Reyes, al Príncipe de la Paz, al Esposo que sale de la
Cámara Nupcial". Todos los salmos de Maitines de Navidad son escogidos para que
veamos en el Niño de Belén al Rey de Gloria que en los últimos días dominará a sus
enemigos y los destruirá como vasos de alfarero.
Los Salmos II, XVIII, XLIV, XLVII, LXXI, LXXXIV, LXXXVIII, XCV, XCVII forman una
apoteosis admirable y cantan al “más excelso entre los reyes de la tierra" (Sal. LXXXIX,
28).
La epístola a Tito (II, 11-15) nos exhorta a esperar "La bienaventurada esperanza".
Los trozos cantados de la misa de la aurora glorifican al “Príncipe de la paz, al Señor
que reina revestido de gloria. Su trono está establecido por toda la eternidad. Alégrate
hija de Sión, que ya llega tu Rey".
106
La traducción literal del hebreo es "Si tarda esperadle porque vendrá seguramente; y se
cumplirá con toda seguridad".
131
En la Misa del día, la Epístola a los Hebreos proclama la fuerza del reino: "¡Tu trono,
oh Dios, por el siglo del siglo; y cetro de rectitud el cetro de tu reino! ". El ofertorio nos
recuerda que "Justicia y rectitud son las bases de tu trono" (Sal. LXXXIX, 15).
Bastaría pues que viviéramos la liturgia del Adviento y de Navidad para comprender
la importancia del gran misterio escondido, el misterio del fin de los tiempos.
Hace algunos años en 1909 en Mazara del Vello (Italia), se fundó una co-
munidad de religiosas cuyo fin principal fué esperar la vuelta de Cristo. Estas
"veladoras" pensaron que lo mejor que podían hacer era rezar diariamente
el oficio de Adviento. Llevaban en el dedo un anillo de oro grabado con las
palabras del Apocalipsis "Ven, Señor Jesús" y sobre el pecho y la frente —
como nuevas filacterias - escrita la misma frase, el llamado de la Esposa al
Esposo.
Esta orden no tuvo éxito, cesó de existir. ¿No es un indicio del gran olvido en que ha
caído entre los cristianos el pensamiento de la vuelta de nuestro amado Salvador?
TIEMPO DE EPIFANIA
Hemos hecho notar que un día los judíos supieron mostrar a los gentiles dónde es-
taba su Rey107. Estos lo encontraron, en cambio las tinieblas espirituales cegaron a los
judíos. Pero en el último día su nombre será conocido por todos: "Rey de Reyes y Se-
ñor de señores" (Apoc. XIX, 16).
El Introito de la Epifanía canta esta realeza (Mal. III, 1 y I Paral. XXIX, 12): "Ha lle-
gado el Soberano Señor; en su mano tiene el reino, el poder y el imperio".
El salmo LXXII contiene casi todos los trozos cantados de esta fiesta, tanto en la Mi-
sa como en el Breviario. Algunos versículos de este salmo son particularmente típicos
para mostrar cuál será la realeza futura del Mesías: "Y Él dominará de mar a mar. y
desde el Río hasta los confines de la tierra. Ante Él se prosternarán sus enemigos, y
sus adversarios lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán tributos;
los reyes de Arabia y de Sabá le traerán presentes. Y lo adorarán los reyes todos de la
tierra”
107
Cf. el capítulo: "¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer?".
132
A raíz de las excavaciones hechas en Persépolis, ha aparecido una escala monumen-
tal que ilustra admirablemente esos cortejos de príncipes llevando sus regalos y cuya
descripción es tan viva en el salmo LXXII y en Isaías.
CICLO DE PASCUA
Escogeremos dentro del ciclo de Pascua sólo algunos textos absolutamente típicos
que anuncian la vuelta y el reino.
La liturgia de la popular fiesta, de CORPUS CHRISTI, nos hace repetir — tres ve-
ces al día en Breviario — "¡Hasta que El venga!"108. "Anunciaréis la muerte del
Señor hasta que El venga" (I Cor. XI, 26).
108
Ver Capítulo: "Hasta que El venga".
133
La liturgia de la FIESTA DE CRISTO REY es un maravilloso epitalamio para
mostrarnos la Vuelta y el Reino. Forman parte de ella los textos más notables del
Apocalipsis, de Daniel, de San Pablo y de San Juan. Citaremos sólo uno — SERIA NE-
CESARIO CITARLOS TODOS: — “¿Entonces eres tú rey? Jesús responde a Pilatos: "Tú
lo dices, yo soy Rey y para eso he nacido" (Jn. XVIII, 36). Este texto resume en sí la
liturgia incomparable de esta fiesta que hace cantar a los cristianos los Salmos Reales.
Son estos los salmos XCII, XCVI, XCVIII que comienzan todos por estas palabras: "El
Señor es Rey". Esta fiesta es la expresión verdadera del brillo glorioso de su
reino110.
En la FIESTA DE TODOS LOS SANTOS la liturgia nos presenta una síntesis del
misterio del reino: reino de gracia y reino de gloria. Reino de gracia aquel
que se abre a nuestra alma y que el Evangelio de las Bienaventuranzas nos
enseña a construir en nosotros mismos por la pobreza, la dulzura, las lágri-
mas, el amor de la justicia, de la misericordia, de la paz. La Epístola nos
transporta por la lectura del Apocalipsis (VII, 2-12), al Reino de la gloria, "a
la hora admirable de la concentración del nuevo pueblo de Dios compuesto,
por una parte, de ciento cuarenta y cuatro mil, pertenecientes a las doce tri-
bus de Israel que fueron marcadas y, además, por la multitud incontable de
todas las naciones y tribus, de todos los pueblos y lenguas. ¡Todos, judíos y
gentiles, "están de pie frente al trono en presencia del Cordero!".
Esta última fiesta del año litúrgico es de una síntesis prodigiosa: reino de gracia y
reno de gloria111, en donde será hecha la concentración de todos los elegidos, ¡Aleluya!
Las últimas fiestas de que hemos hablado forman parte del tiempo después de Pen-
tecostés. Ahora veremos que la liturgia propia de este tiempo, la de los Domingos, nos
habla de la Vuelta de Cristo.
Los 24 Domingos — a veces algunos más según la fecha de Pascua - señalan los si-
glos que transcurren desde la Ascensión hasta la Vuelta del Señor Jesús. La Iglesia ha
querido que encontremos una enseñanza viva de nuestra "feliz esperanza" y en ella
nos habla frecuentemente de la segunda venida.
109
Todo este capítulo de Jeremías es escatológico y responde a nuestro estudio: "Él quiebra
las cabezas sobre toda la tierra".
110
Ver Capítulo: "Yo soy Rey y para esto he nacido".
111
Ver Capítulo: "Mientras vivimos es preciso acercarnos al trono de la gracia".
112
D. Guéranger. Año Litúrgico. Tiempo después de Pentecostés. T. 1, pág. 8.
134
Al fin del tiempo después de Pentecostés — mes de Noviembre — las lectu-
ras de la Biblia son de los profetas Exequiel y Daniel, "cuya mirada después
de haber recorrido la sucesión de los imperios, penetra hasta el fin de los
tiempos, y la de los profetas menores que anuncian las venganzas divinas,
los últimos de los cuales anuncian al mismo tiempo la vuelta del Hijo de
Dios"113.
En el Domingo XIX, escuchamos el llamado del Rey al festín de las bodas del Es-
poso, tan deseadas y esperadas114.
En el Domingo XX, San Pablo nos aconseja redimir el tiempo, porque los días son
malos (Ef. V, 15-21).
En el Domingo XXI, la enseñanza se hace cada vez más apremiante; es el "día ma-
lo", el día de Satanás… del Anticristo. Debemos vestirnos con la armadura de Dios, es
decir: verdad, justicia, predicación del Evangelio, fe, palabra de Dios, para resistir al
enemigo (Ef. VI, 10-17), al enemigo que ataca a Job (ofertorio), al enemigo que ataca
a Mardoqueo (introito). Pero cantamos en la comunión nuestra seguridad de ser liber-
tados por la Vuelta de Cristo: "Desfallece mi alma suspirando por la salud que de Ti
viene; cuento con tu palabra" (Sal. CXVIII, 81).
A partir del Domingo XXIII se hace cada vez más clara la enseñanza:
anuncia la concentración de Israel, el gran llamado del cautiverio: "os con-
gregaré de entre todos los pueblos, y de todos los lugares adonde os he desterrado"
(Jer. XXIX, 11-15).
El Salmo CXXIX proporciona los textos cantados; en los primeros tiempos era can-
tado entero. He aquí algunos versículos traducidos del hebreo: "Desde lo más profundo
clamo a Ti, Yahvé, Señor, oye mi voz… Si Tú recordaras las iniquidades, oh Yah, Señor
¿quién quedaría en pie? Mas en Ti está el perdón de los pecados, a fin de que se te
venere. Espero en Yahvé, mi alma confía en su palabra. Aguardando está mi alma al
Señor, más que los centinelas el alba”.
Este Salmo "De Profundis" es el salmo de los que "aguardan", de los que
"esperan", de los que "aguardan en la noche", en la noche de la fe en la vuel-
ta del Señor"115.
113
D. Guéranger, op. cit. t. 1, pág. 8.
114
Ver Capítulo: "He aquí el Esposo que viene".
115
El Salmo CXXIX aparece en las 2° vísperas de Navidad, para señalar la espera de los judíos.
135
¿Seremos nosotros esos fieles centinelas, o más bien somos aquellos de que habla
San Pablo a los Filipenses, "que no gustan sino de las cosas de la tierra"? "la ciudada-
nía nuestra es en los cielos, de donde también, como Salvador, estamos aguardando al
Señor Jesucristo" (Fil. III, 20).
El Domingo XXIV, nos enseña por medio de la Epístola que Dios nos ha "nos ha
trasladado al reino del Hijo de su amor" (Col. I, 9-14).
Ese reino de gracia prepara el reino de gloria que está a la puerta, puesto que el
Evangelio nos dice cuáles son los signos trágicos que anunciarán la venida del Hijo del
Hombre: "Sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad" (Mt. XXIV, 15-35).
Nuestra esperanza se realiza. Podemos contemplar la Señal del Hijo del Hombre116.
Sobre esta visión de gloria para los justos, y de desolación para los impíos, cae la
gran cortina del drama que nos hace vivir el año litúrgico: el drama del misterio de
Cristo.
En la secreta de esta misa elevamos a Dios una última súplica bien necesaria para
los últimos días:
"Señor, vuelve hacia Ti nuestros corazones para que seamos libertados de las con-
cupiscencias de la tierra".
Las misas de estos últimos comunes hacen alusiones frecuentes por los
textos escogidos a la vuelta de Cristo y a la necesidad de velar para esperar-
lo. Cada misa, sin excepción, nos recuerda sobre todo por el Evangelio el de-
ber primordial del cristiano, de ser un vigilante que espera al Maestro, al Rey
o al Esposo.
En el primer momento pensamos que todos esos textos han estado allí durante ocho
siglos para recordarnos la vuelta gloriosa del Señor; sin embargo, después de un estu-
dio prolijo de comparación con el espíritu de la Edad Media respecto a "las cosas que
están por venir", hemos constatado que la acumulación de textos escatológicos no ha
sido colocada ahí para hacernos temblar de alegría con el pensamiento de la vuelta
116
Ver Capítulo: "Todo ojo verá".
136
gloriosa de Jesús con sus santos, sino para inspirarnos el temor de la muerte individual
y del juicio de Dios.
Estos textos — del fin de los tiempos — están ahí para prepararnos a bien
morir; confusión evidente de la Parusía y de la muerte117.
Los siglos XII y XIII quitaron su corona al Rey del Apocalipsis, al Cristo
glorioso para mostrarnos en sus catedrales únicamente al juez, y escenas de
horror y condenación. Parece que la Edad Media sólo consideró el juicio de
Dios, terrible sí, pero sólo para los impíos; las escenas de condenación se
muestran con amplitud extraordinaria, sea con las esculturas de piedra de
las catedrales, o bien en las escenas de los misterios representados frente a
esas mismas esculturas. Se nos muestran también en los libros de las Horas,
sobre telas pintadas, en las tapicerías y danzas macabras.
El fin de los tiempos ha llegado a ser un espanto para los que en él piensan;
entonces para calmar a las almas inquietas, la liturgia dice: ¡Pensad en vues-
tra muerte, estad prontos para ese día! De ahí la transposición de los textos
escatológicos en lecciones de moral y de "bien vivir", porque ¡hay un arte de
bien vivir y de bien morir! El Ars moriendi de Venard era leído asiduamente durante
la Edad Media118.
Entre los textos escatológicos más significativos que figuran en las misas de los co-
munes, notamos:
117
Ver Capítulo: "El día del Señor vendrá corno un ladrón".
118
Es preciso notar que la misa del último día del año — fiesta de San Silvestre —
no está compuesta sino por textos escatológicos. Preocupación evidente de hacer
pensar en la muerte.
137
Tened vuestras ropas ceñidas y la lámpara prendida (Lc. XII).
De este modo la liturgia prepara para el día del Señor desde el Adviento
hasta el Domingo XXIV después de Pentecostés a cualquiera que sepa leer y
comprender, con el fin de vivir los misterios futuros; a cualquiera que tenga ojos para
ver y oídos para oír y corazón para vivir121.
Asistimos en estos últimos años a una renovación del espíritu litúrgico entre los cató-
licos; ¿no podemos esperar por medio de la oración oficial de la Iglesia una renovación
de esa Esperanza Viva, que es la ALEGRE ESPERA DE LA VENIDA DEL SEÑOR JESUS Y
DE SU REINO GLORIOSO?122.
IV
El arte cristiano primitivo se inspiró en los dogmas; mucho tiempo conservó el espíri-
tu tradicional de los primeros siglos, que enseñaba a las masas las glorias del reino
mesiánico después de la vuelta gloriosa de Cristo.
Con el objeto de apoyar nuestra tesis en el Arte, tomaremos tres temas iconográfi-
cos que nos parecen muy significativos, y seguiremos bajo este punto de vista la evo-
lución del arte cristiano. El arte cristiano representó hasta el siglo XII la realeza de
Cristo. Enseguida su humanidad tomó este lugar. En vez del pequeño rey aparece co-
mo niño juguetón; en vez del Cristo coronado de piedras preciosas, aparece el Cristo
coronado de espinas; en vez del Rey en majestad aparece el Hijo del hombre mostran-
do sus llagas.
119
Capítulo: "Guardaban las velas de la noche".
Ver
120
Capítulo: "He aquí el Esposo que viene".
Ver
121
Ver
Capítulo: "Ojos para no ver".
122
traducciones de este capítulo son tomadas del Misal del Rev. Dom Cabrol (Mame), y
Las
del Breviario traducido por Dom Gréa (Desclée, de Brouwer).
Las traducciones corresponden al texto latino y no al original hebreo o griego. Hemos tomado
para esta parte litúrgica la numeración de los salmos según la Vulgata.
138
I. EL NIÑO Y LA MADRE
Nuestro primer tema es Jesús niño sobre las rodillas o en brazos de su Madre. Esta
representación iconográfica de Cristo toma su carácter en Bizancio; la Virgen está sen-
tada y tiene al Niño sobre sus rodillas: los dos sobre el mismo eje, los dos en actitud
hierática y real. Numerosas imitaciones de la "Théotokos" (Madre de Dios) se encuen-
tran en Roma en donde se conservan todavía once en las cúpulas de las diferentes
basílicas, siendo la más famosa de ellas la de Santa María Mayor.
Las Catedrales de Francia en el siglo XII estaban adornadas de esta escena llena de
grandeza en la cual María presenta su Hijo Rey a la adoración de los hombres. Las más
de las veces María tiene en su mano el cetro real que el Niño es impotente aún de
mantener. El cetro es el gran símbolo que lo señala: "Va a destruir todas las naciones
con cetro de hierro" (Apoc. XII, 5).
El artista que sin duda ha querido halagar el sentido dogmático disminuido de los
cristianos de entonces, evoca a la Virgen María como una mamá dichosa, entretenida
con el Niño risueño y amable, que sólo es un "chico". A veces le ofrece el pecho que Él
toma ávidamente, o bien con audacia introduce su manecita por la túnica entreabierta
de su madre.
No hay duda que estos grupos están llenos de matices muy humanos; son a ve-
ces — salvo algunos — verdaderas obras maestras de expresión femenina e infantil.
Un arte joven lleno de savia se nos revela en estas estatuas y nos deja una sonrisa en
el corazón.
¿Es este un arte que servía para enseñar dogma al pueblo o para hacer brotar de su
corazón una oración?
139
¡Este arte humano se transformó en pagano!
Cuando seguimos el simple desarrollo de este primer tema iconográfico de "El Niño y
la Madre" se excusa la reacción protestante que suprimió la reproducción de las imá-
genes: ya los abusos no se medían.
De este modo nuestro Jesús del siglo XII, Rey con cetro y corona real, sentado en el
trono de los brazos maternos se transforma en el siglo XIII en un niño juguetón, diver-
tido y por fin en "¡un chiquitín"!
2. EL CRUCIFIJO
Nuestro segundo estudio es el de Jesús Crucificado. Deberíamos decir para ser verí-
dicos: (por lo menos cuando nos referimos a los siglos antiguos) el tema de Jesús glo-
rificado sobre la Cruz.
Pronto vemos que se aísla a la cruz; pero como en el ábside de San Apolinario "in
classe", de Ravena, es una gran cruz de pedrerías en la cual no figura el Crucificado.
En Monza, la cruz aparece vacía aún, pero a ambos lados están crucificados los la-
drones. Más tarde esta misma cruz, todavía vacía, coronada por un busto de Cristo en
un medallón; por fin, tenemos una cruz de orfebrería copta, que se conserva en el Mu-
seo del Cairo, que nos representa a Jesús sobre la cruz vestido con una larga túnica.
Hasta aquí la cruz ha sido un trono, una glorificación para Aquél que en ella reposa.
El crucificado es un Rey, no es un ajusticiado. Pero pronto en el siglo XIII, desapa-
rece su carácter real y es Jesús hombre quien se nos muestra moviéndonos a
la compasión. ¡Cómo no conmoverse al ver los dolores físicos atroces del crucificado,
ante sus miembros estirados, sus manos crispadas, sus rodillas encogidas, su faz apa-
123
L. BREHIER, "L'art chrétien", París, Laurens, Pág. 80.
140
gada, dolorosa, lamentable! Su cabeza está inclinada porque desde esa época Jesús es
representado muerto sobre la Cruz.
Pero sobre todo es la crucifixión de Matías Grünewald la que nos permite medir la
distancia enorme entre los dos temas, Cristo Rey sobre la Cruz y el hombre crucificado.
3. EL QUE HA DE VOLVER
Las escenas del juicio final en el arte, se apoyaron principalmente sobre dos fuentes
de inspiración, según si se consideraba la glorificación de Cristo como Rey en majestad,
o bien como Juez que muestra sus llagas para confusión de los impíos.
Las reproducciones más antiguas se inspiraban en el primer tema; a partir del siglo
XIII se prefirió el segundo con el objeto de atemorizar a las masas con el pensamiento
de la vuelta del Señor.
El último libro de la Biblia con sus páginas misteriosas, con las escenas
trágicas que vio Juan en Patmos fué muy popular en Francia en el siglo XI.
Se leía, se comentaba el Apocalipsis en los monasterios y los artistas forma-
dos a menudo por los monjes nos han dejado una serie de frescos célebres.
Los de San Savian son notables. Iluminaron manuscritos y esculpieron alta-
res para enseñar al pueblo algunas de las grandes visiones de San Juan. El
pórtico de Moissac pertenece a esta admirable serie apocalíptica.
E. Male ha creído poder establecer que estas fachadas del sur de Francia encontra-
ron su inspiración en los manuscritos, inspirados a su vez en un comentario del siglo
VII del abad Beatus, de la abadía benedictina de Liébana en España124.
124
E. MALE. L'art religieux du XII s. en France. París. Colín, ch. I p 4 y ss.
141
El arte bizantino había concebido la escena del Juicio Final con ciertas particularida-
des iconográficas que ya hemos señalado.
Jesús vuelve sobre las nubes sentado sobre un arco-iris: muestra también sus llagas.
A sus pies está un trono magníficamente adornado y vacío; hay un libro colocado sobre
él, probablemente el del Juicio Final, dos serafines y dos ángeles lo custodian. Detrás
del trono están colocadas una lanza, una cruz, la esponja y a los pies del trono en acti-
tud suplicante hay dos ancianos: Adán y Eva.
"¿No era necesario que el Cristo sufriese así para entrar en su gloria?" (Lc. XXIV, 26).
Esta transformación que los tres temas tratados ha sufrido en la iconografía y que es
familiar a los artistas y al pueblo, no puede haberse producido en un conjunto tan per-
fecto sin que causas profundas hayan determinado un cambio evidente del espíritu
entre los siglos XI y XIII.
Pero más tarde la sensibilidad toma un giro curioso en nuestro mundo medioeval.
Los artistas buscaron el modo de conmover los corazones, multiplicando los episodios
para ayudar, según creían, a la meditación 126 ; en realidad "desviaban" el espíritu
arrancándolo de la luminosa y sencilla consideración dogmática. El arte se puso al ser-
vicio de esta sensibilidad exagerada y después del siglo XIII las representaciones del
Evangelio perdieron su verdadero sentido religioso. Ya en el siglo XII un clérigo protes-
taba contra las primeras estatuas esculpidas en los pórticos de las catedrales, llamán-
dolas "ídolos".
Otra causa de la decadencia del arte cristiano fué el deseo del artista de adquirir re-
nombre. Su personalidad lo hizo buscar la originalidad; quiso liberarse de los cánones
iconográficos para crear, abandonar lo tradicional para hacer algo nuevo, concebir una
"obra maestra", ¡una obra maestra personal!
Por fin el arte cristiano no estuvo sólo destinado a la Iglesia y monasterios. Los reyes,
los señores, los burgueses ricos deseaban tener ellos también sus cuadros, sus esta-
125
Reproducción en los "Monuments Piot", t. IX (Leroux) y en el "Manuel d'Art byzantin de Ch.
DIEHL (Laurens). Es el motivo colocado en la tapa de este libro.
126
SAN BUENAVENTURA. "Les Méditations de la vie du Christ”. París, de Girod, 1914. La atri-
bución a San Buenaventura no puede ser aceptada.
142
tuas, sus iluminadores y desde entonces el espíritu naturalista invadió rápidamente las
escenas hieráticas de otros tiempos; alteró muchas veces la pureza de las líneas y pu-
so el sello de su sensibilidad sobre cada tema iconográfico.
***
"¡VENGA TU REINO!"
por
Los hechos confirman esta afirmación. Bajo una u otra forma, cada sacrificio
eucarístico contiene la idea de la venida del Señor. En las fórmulas antiguas, la
oración de después de la Consagración "Unde et memores" mencionaba al lado de los
grandes hechos de la Redención "beata passio, resurrectio et ascensio" la "nativitas" y
el "adventus Domini". En cuanto a los sacramentos, el fin de su institución está siem-
pre en función con el advenimiento de Cristo.
Esta idea de la Parusía llena igualmente las grandes fiestas del año litúrgi-
co. Fijemos nuestra atención, por ejemplo, cuán a menudo ella reaparece en el tiempo
comprendido entre Semana Santa y la fiesta de Pascua. En el transcurso del desarrollo
de la liturgia, la Iglesia ha logrado expresarse plenamente en fiestas propias: el Ad-
viento, la Natividad y la Epifanía, fiestas todas que tienen como objeto principal la ve-
nida del Señor, dejando, por así decirlo, en segundo plano los otros hechos de la Re-
dención.
143
Este advenimiento de Cristo es ante todo un misterio. Considerado desde
un punto de vista general es la irrupción del Hijo de Dios en el mundo a fin
de hacerle participante de la vida divina. Pero esta irrupción puede revestir
diversos aspectos según que se considere la Encarnación de Cristo (su naci-
miento en Belén), su venida sacramental (Bautismo, Eucaristía y los otros
Sacramentos) o aún su manifestación gloriosa al fin de los tiempos.
Es realmente justo que consideremos esta entrada del Hijo de Dios en el mundo, es-
ta "Encarnación" bajo diferentes formas: (la liturgia en realidad no es más que una
continuación de la Encarnación, aunque esto sea bajo una forma distinta del misterio
de Belén). Podemos considerar esta Encarnación como un descenso de las alturas de la
gloria y de la majestad divina y en consecuencia como un rebajamiento del Hijo de
Dios y por otra parte la elevación y la glorificación de la carne y de la materia, ya que
el Verbo uniéndose a una carne humana formada de polvo y destinada a volver al pol-
vo ha llenado a esta carne de su gloria divina y la ha hecho por lo tanto divinizada. He
aquí por qué apoyándonos en la Encarnación podemos en adelante hablar en todo ri-
gor de términos de una "carne divina", de un "corazón divino", etc., y no solamente
por antropomorfismo como en el antiguo testamento.
144
raba a la segunda venida de Cristo, a su triunfo definitivo: "¡que desaparezca
la forma de este mundo y que la gloria del Señor aparezca!" (Maranahta); la
de los tiempos modernos por el contrario teme a esta venida: "dies irae, dies
illa…".
Para dar una idea más completa es preciso señalar que al mismo tiempo ha nacido
en el curso de la evolución del sentimiento religioso, una tercera concepción de la ve-
nida de Cristo que ha nacido: es aquella que tiene su expresión más fina y más indivi-
dualista en lo que se ha llamado "mística de las bodas espirituales": el alma en estado
de abandono, espera la venida espiritual de Cristo, su Esposo.
Esta simple exposición basta para mostrar el número de formas y significaciones que
puede revestir la idea de la venida del Señor.
Para nosotros es necesario saber al proponer esta cuestión: ¿qué venida de Cristo
celebramos durante el Adviento?, ¿cómo es preciso comprender la Nativi-
dad?, ¿qué significa la Epifanía?
La respuesta a esta pregunta no es, me parece, tan superficial que podamos encon-
trarla en las muchas lecturas piadosas y meditaciones como las hay, particularmente
sobre el Adviento.
Es indispensable tener en cuenta el hecho de que esta celebración del Adviento nos
es transmitida por la Iglesia, desde hace más de mil años, en forma precisa y bien or-
denada. Como tendremos ocasión de decirlo más adelante no es el individuo quien
celebra el Adviento, es la Iglesia como tal. Nuestra celebración del Adviento no es po-
sible sino en la medida en que tomemos parte en la celebración de la Iglesia. Por con-
siguiente, para tener una idea clara y nítida sobre la celebración litúrgica del Adviento
será necesario juntar todos los textos del misal, del breviario y del martirologio que la
Iglesia ha compuesto especialmente para este tiempo. Sólo después de tomar en cuen-
ta el conjunto de estos materiales podremos responder a la cuestión propuesta.
145
En consecuencia, el alcance y sentido del Adviento se han embrollado y
oscurecido en forma tan lamentable, que su objeto verdadero, la venida de
Cristo, ha sido alterado. Quiera Dios que este trabajo pueda contribuir a revisar en
este sentido nuestra concepción y nuestra celebración del Adviento. Esta revisión debe
ser emprendida según el espíritu de la exhortación de Pío X: "Revertimini ad fontes",
recurriendo a las primeras fuentes. Estas fuentes son los textos litúrgicos tales como se
encuentran en los libros oficiales de la Iglesia y que actualmente son accesibles a to-
dos, ya sea en los originales o en las traducciones.
I. EL ADVIENTO.
"Mirando desde lejos, he aquí que veo acercarse el poder de Dios y la niebla
qué cubre toda la tierra. Salid a su encuentro y decid: Anunciadnos si Vos
mismo sois el que habéis de reinar sobre el pueblo de Israel. Moradores del
orbe, hijos de los hombres ricos y pobres. Salid a su encuentro y decid:
Atendednos vos que regís a Israel, Vos que conducís a José como a una ove-
ja. Anunciadnos si sois Vos mismo el que habéis de reinar en el pueblo de
Israel. Alzad príncipes vuestras puertas y vosotros elevaos puertas eternas y
hará su entrada el rey de la gloria".
"Miraba en la visión de la noche y he aquí que en las nubes del cielo venía el Hijo del
Hombre, y le fue dado el reino y el honor. Y todos los pueblos, tribus y lenguas le ser-
virán. Su poderío es poderío eterno el cual no le será arrebatado. Y todos los pueblos,
tribus y lenguas le servirán".
"He aquí que el Señor aparecerá sobre una nube resplandeciente, y con Él
millares de santos, y llevará escrito en su vestido y en su Muslo: Rey de re-
yes y Señor de los que dominan. Se mostrará por fin y no nos engañará; si
146
tardare espérale ya que vendrá; y con Él millares de santos, y llevará escrito
en su vestido y en su muslo: Rey de reyes y Señor de los que dominan".
A esto viene a agregarse las alusiones al juez soberano de la tierra, en los himnos
de Adviento:
"He aquí al Cristo que viene de las alturas celestes… A fin de que, a su re-
torno fulgente, cuando el temor extinguirá al mundo, el Señor no tenga que
castigar nuestras faltas, sino que su piedad nos proteja".
"Nosotros os suplicamos, Santo Juez, soberano del mundo, que debéis ve-
nir…".
"A fin de que, en aquel día, en que desde lo alto de su tribunal el Juez conde-
nará a los culpables a las llamas y con voz amiga convidará a los buenos al
cielo… ".
"Que el Señor que tiene su trono sobre los Querubines nos muestre su faz".
A esto añade también el hecho de que el Adviento de Cristo, tal como nos lo pre-
senta la liturgia de Adviento, no tiene ningún carácter de pequeñez, de rebaja-
miento. Se trata claramente de una manifestación de gloria y de poder. Tomo
algunos textos al azar:
"He aquí que el Señor vendrá y sus Santos con El. En aquel día habrá una gran
luz en El".
"El Cristo nuestro Rey vendrá. Aquel que Juan ha designado como el Cordero
que debe venir. Delante de Él los reyes cerrarán la boca. Es a Él a quien las naciones
dirigirán sus oraciones".
"He aquí que el Señor vendrá con potencia e iluminará los ojos de sus servido-
res".
"He aquí que vendrá el Señor nuestro protector, el santo de Israel, llevando so-
bre la cabeza la corona real. Y El dominará de un mar a otro y del río hasta
las extremidades de la tierra".
Se podría objetar a esto que la liturgia habla a pesar de todo del nacimiento de Cris-
to y de su infancia. Y, sin embargo, si se mira más de cerca, quedaremos fuertemente
sorprendidos. Aun materialmente el número de pasajes que conciernen a este tema es
por así decirlo insignificante frente al conjunto de textos que tratan de la potencia y
grandeza del Rey que vendrá.
147
Tanto es así, que entre los 108 responsos de Adviento que corresponden al
breviario romano, 17 solamente hablan bajo una u otra forma del Nacimien-
to de Cristo en términos sacados, sea del antiguo, sea del Nuevo Testamento.
Además, hay que señalar que aún en los textos que tratan del "Niño" se ha-
ce siempre mención de su gloria futura.
"El Señor le dará el trono de David su Padre y reinará sobre la casa de Jacob eter-
namente".
"Será llamado Hijo del Altísimo". "Y se le dará por nombre Admirable, Dios, Fuerte,
El tomará posesión del trono de David y reinará sobre su reino eternamente".
Aún cuando "El que ha de venir" aparece bajo otros títulos, estos son siempre atri-
butos de gloria y soberanía. Y cuando se habla del Cordero de Dios es siempre en el
sentido apocalíptico, es decir, escatológicamente. He citado ya más arriba un texto de
ese género. A ese añado estos:
"Cuando instruía a sus apóstoles respecto del reino de Dios y del fin del
mundo y de los tiempos, cuando enseñaba a toda la Iglesia en la persona de
sus apóstoles, el Señor dijo: Ciertamente amados míos tenemos conciencia
que ese precepto nos con-viene más especialmente pues no podemos dudar
que el día de que se habla, aunque oculto, está próximo… Conviene, pues,
que todo hombre se prepare al advenimiento del Señor…".
148
Para la Iglesia, el advenimiento del Señor es el "Evangelio" por excelencia,
es, en realidad, "la buena nueva". En efecto, la Iglesia echa de menos viva-
mente al Señor; por eso durante el Adviento se nos habla con tales transpor-
tes del advenimiento de Cristo. Si nuestra época, como lo hice notar en la intro-
ducción, considera el juicio final con temor y temblor, a tal punto, que apenas ve en él
carácter de "buena nueva", San Gregorio el Grande en la homilía del I Domingo de
Adviento, indica su verdadero significado. Sin duda exhorta a la vigilancia, a una pre-
paración seria y habla de catástrofes cósmicas, pero en seguida cita las palabras del
Señor:
"Cuando estas cosas comiencen a suceder, levantaos y alzad vuestras cabezas por-
que vuestra Redención se acerca".
"Es como si la Verdad eterna quisiera exhortar a sus escogidos: cuando las desgra-
cias del mundo se multipliquen, levantaos, alzad vuestros corazones, pues cuando el
mundo, del cual no sois amigos, llegue a su fin, vuestra Redención, que habéis busca-
do, se acerca… Los que aman a Dios deben alegrarse y regocijarse del fin del
mundo. Encontraréis tanto más pronto a Aquél que amáis cuanto más pronto
desaparezca aquel a quien habéis negado vuestro amor. Un cristiano que
desea ver a Dios, no debe entristecerse del juicio que condena al mundo.
Aquel que no se regocija del fin del mundo que se acerca, prueba que es su
amigo y el enemigo de Dios… Entristecerse de la destrucción del mundo es
propio de aquel que ha dejado desarrollarse en su corazón las raíces de un
amor al mundo, de aquel que no busca la vida futura y que ni aún sospecha
su realidad".
Además, todos los textos que hablan del poder y de "Aquél que viene" bastan para
dar al Adviento esa tonalidad alegre que predomina en él. Así pues, el tercer Domingo,
lejos de constituir una excepción corresponde a la misma alegría del conjunto y forma,
por así decirlo, la cumbre.
"Jerusalén, tu salvación vendrá pronto: ¿por qué estas consumida por el dolor? ¿No
tienes consejero ahora que el dolor te ha invadido? Te salvaré y te libraré, no temas.
Pues es el Señor, tu Dios; el santo de Israel, tu Redentor. No llores, hija de Jerusalén,
149
pues el Señor se ha conmovido con tus males y te quitará toda aflicción. He aquí que
el Señor vendrá en su poder y su brazo dominará. Nuestra ciudad fuerte es Sión: el
Salvador será puesto como muro y antemuro. Abrid las puertas porque Dios está con
nosotros. Tú, pueblo de Sión, mira al Señor que viene para rescatar a las naciones, y
lleno de majestad el Señor hará resonar su llamado para alegría de vuestros corazones.
De Sión parte el resplandor de su gloria. Dios vendrá visiblemente, reunid alrededor de
Él sus santos que han sellado con Él su alianza por santas ofrendas. Tiembla de una
alegría perfecta, hija de Sión: regocíjate, hija de Jerusalén, he aquí que tu Rey viene a
ti. De Sión sale la Ley y de Jerusalén la Palabra del Señor. Alza tus ojos, Jerusalén y
mira el poder real. Ved, el Redentor viene para librarte de tus ligaduras. Sobre ti, Jeru-
salén, se levantará el Señor, y su gloria resplandecerá en ti. Como una madre consuela
a sus hijos, así os consolaré, dice el Señor: de Jerusalén, mi ciudad escogida, os ven-
drá el socorro y vosotros le veréis y vuestro corazón se regocijará. Quiera derramar la
salvación sobre Sión, y mi gloria sobre Jerusalén".
Esta serie de textos podría prolongarse indefinidamente, pero bastará con los citados.
Para comprenderlos es necesario saber que, en la liturgia, las expresiones empleadas
para designar al pueblo de Dios son frecuentemente aplicadas a la Iglesia. Efectiva-
mente, ésta estaba prefigurada por el pueblo escogido y en ella se termina la obra
empezada por Dios en el pueblo judío. Esta conexión nos hace comprender que la ve-
nida del Señor está ligada a la Iglesia (de Sión saldrá la gloria), que esta venida se rea-
liza en cuanto salvación para la Iglesia y que despliega en la Iglesia su plena eficacia.
Sólo en la Iglesia, por ella y con ella es posible celebrar el Adviento. El mundo, como
tal, es incapaz de hacerlo.
Por esta relación esencial con la Iglesia, la venida del Señor, tal como la celebra la
Iglesia en el Adviento, adquiere una significación mucho más grande que aquélla que
reviste en la forma mística de la unión privada con Cristo, mencionada ya en la intro-
ducción.
"He aquí que vendrá el Señor nuestro protector, el Santo de Israel, llevando la coro-
na real sobre su cabeza. Y dominará desde un mar al otro y desde el río hasta las ex-
150
tremidades de la tierra. Belén, ciudad del Dios Altísimo, de ti saldrá el dominador de
Israel y su generación es del principio de los días de la eternidad; y la paz reinará en
vuestra tierra cuando El haya venido. Publicará la paz a las naciones y su poder se ex-
tenderá desde un mar al otro mar. En esos días se levantará la justicia y una abundan-
cia de paz, y todos los reyes de la tierra le adorarán, todas las naciones le servirán.
Todas las naciones verán tu Justo y todos los reyes tu Rey ilustre".
Quien quiera reflexionar sobre estos textos, verá toda la importancia del papel histó-
rico que asume la Iglesia en la vida y actividad de los pueblos. En tiempos como los
nuestros en que la vida colectiva está enteramente laicizada, en que todo lo tocante a
la vida religiosa se ve cada día más arrojado dentro del exclusivo ámbito privado, es un
deber afirmar este rol de la Iglesia por la palabra y la pluma.
Esta relación entre María y la Iglesia aparece sobre todo en la Misa del cuarto Do-
mingo de Adviento; precisamente el Ofertorio y la Comunión se refieren directamente
a la Virgen, pero el rol de esta última, la preparación que debe hacer para recibir a
Cristo, la recepción en ella de su vida y la fecundidad producida en ella por esta con-
cepción, todo esto lo encontramos en el conjunto de la liturgia eucarística del Adviento
aplicado a la Iglesia. Es que en realidad ella también durante este período se prepara
con sus fieles a recibir en ella la vida de Cristo por su advenimiento y a penetrarse de
esta misma vida. Así que estos textos: "Ave María" y "Ecce virgo concipiet"
deben entenderse también de la Iglesia y de la comunidad reunida para la
celebración de la Eucaristía de la cual María debe ser considerada como la
figura más perfecta.
Además de todo esto, María y la Iglesia aparecen representando el conjunto del Uni-
verso que, preparado como una Esposa, se presenta a su Creador ya que él también
por medio del Verbo debe participar de la gloria divina y realizar su perfección final.
151
Así como el Verbo es simplemente la bendición del Señor, así el Hijo del Hombre es
el fruto de la tierra. Esta unión se realiza en el advenimiento del Señor por la media-
ción de la Virgen-Madre. Esta fecundidad de una Virgen ante todo le es propia a María,
pero también le es propia a la Iglesia. Desde luego, la una y la otra representan el uni-
verso, es decir nuestra tierra que da su fruto.
Así es cómo en los textos sobre Judá, Sión, Jerusalén, etc., la Madre de Dios siempre
Virgen, se nos hace presente y viva también, ya que nosotros, en tanto formamos par-
te de la Iglesia recibimos al Verbo como lo hizo María y, como ella, lo damos al mundo.
Esta es propiamente la vocación y la misión de la Iglesia, como en otro tiempo fué la
del pueblo escogido.
Algo, sin embargo, debe ser aclarado aquí: es la participación del universo en-
tero en el advenimiento del Señor. Esta bienaventurada venida no concierne sola-
mente a la humanidad, todo el conjunto de la creación aspira a ella, como dice San
Pablo: "con la esperanza de ser librada de la servidumbre de la corrupción y para to-
mar parte también de la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rom. VIII, 21). Lo que
se dice en el Apocalipsis de "cielos nuevos y tierra nueva" y cuya aparición
está ligada también a la venida del Señor, el Adviento lo presenta con imá-
genes de una belleza sorprendente.
“En aquel día las montañas destilarán mansedumbre y los collados derramarán leche
y miel. Que los cielos se regocijen y que la tierra exulte. Montañas, haced resonar
vuestras alabanzas… Montañas de Israel, extended vuestros ramos, floreced y produ-
cid frutos. Que las montañas hagan estallar la alegría y los collados la justicia porque el
Señor, luz del mundo, viene con poder. Las montañas y collados cantarán ante
Dios alabanzas y los árboles del bosque batirán las palmas, porque el Señor
vendrá como Dominador para reinar eternamente. Los campos solitarios de
Israel han producido un germen de agradable olor: porque he aquí que
nuestro Dios vendrá con poder y su esplendor estará con El. Se revelará la glo-
ria del Señor y toda carne verá la salvación de nuestro Dios. La tierra desierta y sin
caminos se regocijará y la soledad exultará y florecerá como la azucena.
Germinando, germinará y se regocijará llena de alegría cantando alabanzas.
La gloria del Líbano le ha sido dada, la belleza del Carmelo y de Sarón; ellos
mismos verán la gloria del Señor y la majestad de nuestro Dios… Aguas han
manado en el desierto y torrentes en la soledad y la tierra que era árida será
como un pantano y la que era seca será como un surtidor de agua. En las
guaridas en que habitaban entre los dragones crecerá el verdor de la caña y
el junco. Y allí habrá un sendero y una vía, ella será, llamada vía santa".
152
de Adviento: "Al Rey que ha de venir, venid adorémosle". A través de toda la se-
mana circula cierta inquietud como una incapacidad de esperar por más
tiempo: "No tardéis Señor… ". "Venid, Señor, no tardéis más"…
"He aquí que aparecerá el Señor y no engañará, si demora, esperadlo pues vendrá y
no tardará. Si tarda, espérale, porque viniendo vendrá. El Señor vendrá y no tardará".
"Sabréis hoy mismo que el Señor vendrá para salvaros y mañana contemplaréis su
gloria. Santificaos hoy y estad preparados porque mañana veréis la majestad de Dios
en medio de vosotros… Mañana saldréis y el Señor estará con vosotros. Mañana el Se-
ñor bajará y quitará de vosotros toda enfermedad. Mañana será borrada la iniquidad
de la tierra, y el Salvador del mundo reinará sobre nosotros. "Mañana será para voso-
tros la salvación" dice el Señor de los ejércitos.
153
oposición del "hoy" y del "mañana", si a fin de cuentas todo esto no conduje-
ra a otra cosa que a un cambio de actitud psicológica de nuestra parte, a una
fingida situación de retroceso en el tiempo. En todo caso, es preciso tomar
en serio a la Iglesia, sobre todo en su oración.
Hay que hacer notar aquí que se trata de dos Postcomuniones, oración en
que generalmente se pide la aplicación de los frutos del sacrificio que acaba
de consumarse. La segunda de estas Postcomuniones nos presenta la Misa
del tercer Domingo de Adviento cono "divina subsidia" cuyo fin sería prepa-
rarnos a las fiestas venideras. Fórmulas como aquellas expresan claramente
154
la relación entre la preparación y el cumplimiento, tal como se encuentran en el
oficio y las Misas, sea de Adviento, de Navidad o de Epifanía.
Ellas dan, por lo mismo, una viva luz sobre la realidad de los misterios de Adviento y
de Navidad. Creo que este ensayo de establecer los elementos constitutivos del Ad-
viento, nos hace llegar, tomando en cuenta lo esencial, a una conclusión irrefutable
cuya objetividad he tratado de garantizar con el mayor número posible de textos. Esta
conclusión es la que sigue: la celebración de Adviento es la preparación a la
Parusía del Señor y no otra cosa. Aún en los casos, relativamente raros, en que se
trata del hecho histórico del nacimiento de Cristo no se puede desconocer el lazo esen-
cial que une este hecho a la Parusía, pues aún esos mismos textos están enteramente
iluminados por ese resplandor.
8. Ahora bien, ¿qué habremos ganado celebrando así el Adviento? El primer fruto
será sin duda el aumento en nosotros de la virtud teologal de la esperanza. La
cualidad esencial de este aumento es que no hace de nuestra esperanza un
cierto optimismo burgués, muy frecuente en la actualidad, sino que la coloca
frente a lo que constituye el objeto primero y último de toda esperanza cris-
tiana, a saber: la manifestación de Cristo en el mundo. Si, por el hecho mis-
mo de que esta manifestación se nos presenta con los colores más vivos y
atrayentes, ella enciende en nosotros un inmenso deseo. De ahí que la espe-
ranza cristiana implique un inevitable desprendimiento del mundo. Es como el
desprendimiento que puede experimentar un hombre cuyos deseos están dirigidos a
otra ciudad distinta de la ciudad en que está obligado a vivir.
Ese deseo lo hace perder cada día más el arraigo a su ciudad en la que sólo vive
corporalmente, puesto que todo su ser espiritual vive ya en la otra que es el verdadero
objeto de sus deseos. La celebración del Adviento, entendido así en toda su
amplitud tiende a desarraigarnos de este mundo. He aquí por qué el Advien-
to es también un tiempo de vida interior y de verdadera penitencia.
"Saciados con este alimento espiritual, os rogamos Señor, que, por la participación
de este misterio, nos enseñéis a despreciar las cosas terrenas y a amar las celestiales"
(Postcomunión del 2 Domingo de Adviento).
Sería falso, sin embargo, considerar este desprendimiento (fruto de un ardiente de-
seo por la vuelta gloriosa de Cristo) como un verdadero menosprecio del mundo y de
la carne. La liturgia misma de Adviento nos pone en guardia contra este error cuando
describe los resplandores de la gracia que irradia del advenimiento de Cristo; gracia tal
que se apodera aún de la creación inanimada para hacerle participar de la gloria divina.
Volveremos sobre estos pensamientos al tratar de la "conscenatio mundi" tal como es
proclamada por el martirologio romano en la víspera de Navidad.
Pero, por grande que sea el provecho religioso y moral de la celebración litúrgica de
Adviento, hay, sin embargo, otro provecho que me parece más esencial todavía: es la
victoria sobre cierto historicismo que se ha introducido hasta en la vida reli-
giosa. Esta victoria hace posible que los hechos de la Redención y los relatos
que nos han sido legados, no sean solamente historia o literatura, sino que
lleguen a ser para nosotros una realidad presente. Realidad, no psicológica o
imaginaria, sino enteramente concreta y práctica. Tal es, a mi parecer, el
mayor provecho de la celebración litúrgica del Adviento. Cualquiera que adapte
con presteza su corazón a las formas y fórmulas de la liturgia, sentirá inmediatamente
155
cuán presentes se hacen las realidades de la salvación en el marco de la vida de la
Iglesia, por medio de la palabra y del Sacramento. He aquí los tesoros de la liturgia de
Adviento que nos conviene hacer valer por medio de la predicación y de lectura espiri-
tual. Una profundización y un enriquecimiento insospechados del pensamiento y de la
vida religiosa serán los frutos de este "sentire cum Ecclesia".
II.- NAVIDAD
El examen atento de los textos litúrgicos del Adviento nos ha permitido constatar
que el objeto primero y, por decirlo así, exclusivo de este período es prepararnos con
la Iglesia a la venida final de Cristo en "poder y majestad". La evocación de esta se-
gunda venida — que es coronamiento y consumación de la venida de Cristo a nuestra
carne en Belén — se hace aún más insistente y actual durante las fiestas de Navidad y
Epifanía.
1. Sin embargo, a primera vista, parece que esta fiesta de Navidad se apar-
tara un poco de esta visión escatológica. Su nombre mismo, "nativitas Domini" se
refiere a un hecho histórico del pasado. En cambio, el nombre de las otras dos solem-
nidades "Adventus Domini", "Epiphania Domini" atrae la atención al acontecimiento
final del último día. Aún más, estas palabras han llegado a ser los términos técnicos
con que se designa la Parusía. El hecho es que toda la liturgia de Navidad insiste siem-
pre en el carácter histórico de esta fiesta.
"Después de la creación del mundo, cuando al principio Dios sacó de la nada el cielo
y la tierra, en el año cinco mil ciento noventa y nueve; después del diluvio, en el año
dos mil novecientos cincuenta y siete; después del nacimiento de Abraham, etc..., en
el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de Roma y cuarenta y dos del Impe-
rio de Octaviano Augusto, gozando de paz el universo; en la sexta edad del mundo,
Jesucristo, Dios eterno e Hijo del Padre eterno, queriendo consagrar el mundo por su
misericordioso advenimiento, habiendo sido concebido del Espíritu Santo, nace en Be-
lén de Judá, hecho hombre de la Virgen María".
Este anuncio es como un acta, una proclamación oficial y solemne cuya réplica está
en el Evangelio de la Misa de medianoche (Lc. II, 1 ss.). Gracias a ella, la Encarnación
del Hijo de Dios ocupa un lugar exacto y bien definido en la historia humana. El cristia-
nismo reposa sobre esta sólida base.
Este hecho histórico, considerado como tal, constituye y realiza "la pleni-
tud de los tiempos" pues hacia él estaban ordenados todos los aconteci-
mientos religiosos sucedidos anteriormente. A esto y no a otra cosa se refie-
re la relación establecida entre la Natividad de Cristo, primero, con las dife-
rentes etapas de la historia del pueblo judío y, en seguida, con las fechas de
la historia romana. Estas referencias históricas ilustran las afirmaciones que hace
San Pablo en su Epístola a los Efesios:
"Cuando Dios hizo que llegase la plenitud de los tiempos, quiso recapitular todas las
cosas en Jesucristo, las que están en el cielo y las que están en la tierra".
156
Recapitular como el que queriendo hacer el resumen de un libro, toma lo esencial de
los diferentes capítulos para dar a la obra, en esta conclusión, su significado y su per-
fección.
2. Sin embargo, por el hecho mismo de ser la Encarnación del Verbo el capí-
tulo final de la historia de la humanidad, ya no es un simple suceso histórico
como todos los demás.
Lo mismo puede decirse del Oficio. De las cinco antífonas de las primeras Vís-
peras las dos primeras, o sea aquéllas que parecen expresar los primeros sentimien-
tos que experimenta la Iglesia por este suceso, hablan del esplendor que corres-
ponde de derecho al Rey de Paz.
1. "El Rey de Paz ha manifestado su gloria; Aquél cuyo rostro ansía ver to-
da la tierra".
2. "El Rey de Paz ha hecho brillar su magnificencia, más que todos los re-
yes de la tierra".
157
forma en que se realizó, pero constantemente, en la mayor parte de estas fórmu-
las la manera de enunciarlas excede al punto de vista puramente histórico.
Expresan con la mayor claridad el esplendor y el poder de este recién nacido. Además,
hay que hacer aquí la misma observación que se hizo respecto de la liturgia de Advien-
to y que se refiere al papel que corresponde a la Virgen-Madre y al futuro nacimiento
de su hijo; este papel es el de anunciar el rol que debe ser propio de la Iglesia. Este
pensamiento está admirablemente desarrollado en una oración de la liturgia Mozárabe
en el día de Navidad:
"Que aquello que fué en un tiempo privilegio de la Virgen María, que os concibió se-
gún la carne, sea ahora privilegio de la Iglesia que os engendra según el Espíritu. Que
os acoja mediante una fe invencible; que su espíritu libre de toda mancha y de toda
obscuridad os engendre siempre con renovado poder".
"Hoy el Rey de los cielos se ha dignado nacer para nosotros de una Virgen a fin de
devolver el hombre caído al Reino de los cielos. El ejército de los ángeles se regocija
porque ha aparecido la salvación eterna del género humano" (1° Responso del I Noc-
turno).
"Hoy ha descendido del cielo para nosotros la paz verdadera. Hoy en todo el mundo
el cielo ha destilado miel. Hoy ha brillado para nosotros el día de la Redención nueva,
de la reparación antigua y de la felicidad eterna" (2° Responso del I Nocturno).
"Bienaventuradas las entrañas de María Virgen que llevaron al Hijo del Eterno Padre
y bienaventurado el pecho que alimentó al Cristo Señor, que se ha dignado nacer hoy
de una Virgen. Un día santo ha brillado para nosotros, venid, naciones, adorad al Se-
ñor" (1° Responso del III Nocturno).
Las Segundas Vísperas apenas si mencionan el hecho histórico. La Antífona del Mag-
nificat es característica; la palabra "hodie" sirve para unir en una sola perspectiva el
presente, el pasado y el futuro en la realidad siempre actual del misterio que se cele-
bra:
"Hoy ha nacido el Cristo; hoy ha aparecido el Salvador; hoy cantan en la tierra los
Ángeles, se regocijan los Arcángeles; hoy se estremecen de gozo los justos diciendo:
Gloria a Dios en las alturas, aleluya".
4. Hay que reconocer, sin embargo, que la fiesta de Navidad, a causa sin duda de su
origen histórico — concurría con la fiesta pagana "Natalia solis Invicti” — no expresa
siempre los diferentes aspectos del misterio, ni tampoco su riqueza de vida, con la feli-
cidad con que lo hacen las fiestas de Epifanía o Pascua de Resurrección. Se debe esto
a que en las fórmulas parece querer acentuarse el hecho de la Natividad con preferen-
cia al hecho del advenimiento de una nueva era. San León, sin embargo, ha subrayado
con fuerza el alcance universal del contenido de esta fiesta, tal como la celebra la Igle-
sia (6° Sermón de Navidad):
158
"La celebración de ningún otro día nos llega tanto al corazón como la de aquél que
conmemora el nacimiento del Señor que es digno de adoración en el cielo y en la tie-
rra… Hoy apareció revestido de nuestra carne el Verbo de Dios… Aquél que jamás fué
visible al ojo humano, estará ahora sometido y manejado por la creatura… Al celebrar
la aparición en la tierra de nuestro Salvador, no hacemos sino celebrar nuestra propia
renovación".
"Porque no es sólo el nacimiento virginal del Salvador el objeto único de esta fiesta y
de la adoración que le tributamos. Celebramos hoy el nacimiento de la Iglesia
misma. Porque el nacimiento de la cabeza, ¿no es acaso también el naci-
miento del cuerpo? Sin duda, es verdad que cada elegido que aparece en el curso
de los siglos nace en un determinado día que le es propio. Pero, ¿no podría decirse
acaso que toda la asamblea de los fieles nace también hoy juntamente con Cristo?...
Porque este nacimiento es causa de todas las gracias de regeneración concedidas a los
creyentes de todos los siglos en el mundo entero. Estas gracias les permite sacudir el
yugo de la servidumbre antigua y, al regenerar al hombre en Cristo, lo transforman
mediante este nuevo nacimiento en un hombre nuevo porque el Señor al asumir nues-
tra carne nos otorgó el beneficio de la filiación divina".
La unión del Verbo a la carne, que se llevó a efecto en la Encarnación es, por lo tan-
to, substancial e indisoluble. Es decir, que la plenitud de la vida penetra en la naturale-
za humana, a través del cuerpo de Jesús, y la une así para siempre a la Segunda Per-
sona de la Trinidad Santa. Esto es lo que con fuerza y concisión expresa el Martirologio
Romano al decir: que "Jesucristo quiso consagrar el mundo por su misericordioso ad-
venimiento".
"Que los cielos se regocijen y que la tierra se alegre ante la faz del Señor, pues he
aquí que viene".
"Todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios. Hoy nos ha ilumi-
nado un día santo porque la luz ha descendido sobre la tierra. Dios ha establecido el
Universo y no temblará".
Para entender bien el sentido particular de estos textos dentro del marco de la litur-
gia de Navidad, es necesario recordar el lazo íntimo que existe entre la Encarnación y
159
la creación. A esta luz se revela la admirable profundidad del Ofertorio de la Segunda
Misa: "Dios asentó firmemente el globo de la tierra que no será conmovida".
En realidad, la firmeza del universo, la eternidad del mundo tiene de aquí en adelan-
te su fundamento último en la unión de la Segunda Persona divina con la materia
creada. Si el Hijo de Dios no puede cesar de existir, la carne que le está unida tampoco
puede perecer. Esta unión garantiza en forma definitiva la eternidad de la carne: glori-
ficada en Jesucristo. En esto celebramos verdaderamente el triunfo de Dios. Tan bien
ha superado la fragilidad y la debilidad humanas que les ha infundido la vida divina en
la persona del Logos, sin destruir ni debilitar la intensidad de esta vida ni la potencia
de su Verbo. Aquí está la "consecratio mundi" de que habla el martirologio.
"El Señor me ha dicho: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy. ¿Por qué tembla-
ron las naciones y por qué los pueblos han meditado vanas conspiraciones?".
El cristiano que haya seguido fielmente la liturgia del Adviento, y que se haya apro-
piado los mismos acentos de la Iglesia en su preparación a la venida de Cristo, no se
verá sorprendido por esta exclamación y otras semejantes. Ya durante el Adviento
la Iglesia insiste con mucha frecuencia en el duelo que ha de librarse entre
el Señor y el príncipe de este mundo. Habla no solamente de la "Corona del
Señor" sino de su dominación o de la "liberación que nos trae gracias al po-
der de su brazo", sino que, además, da a Cristo el nombre de "Señor de la
venganza". El pensamiento del rescate por la lucha, queda así ligado en for-
ma indisoluble al misterio de Navidad. ¡Pero esta lucha es para el cristiano
una victoria, un triunfo!
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más sólo objeto de la fe de "los hombres de buena voluntad" sino que será objeto de
la visión de todo el universo.
III LA EPIFANIA
1. Es muy significativo ver con qué orgullo la primitiva Iglesia, que no te-
nía todavía poder político o cultural, designaba la venida de su Cristo con el
nombre de "Epifanía". Siempre ha visto en El al Rey del imperio eterno, que
honra con su visita al mundo y en particular a la ciudad de Jerusalén, para
colmarla con la plenitud de su gloria.
Apenas si habrá otra Misa que contenga mayor brillo y más intensa luz que la Misa
de la aparición del Señor.
"He aquí que viene el Señor Dominador: el poder está en su mano, la potencia y el
imperio, (Introito).
"Al aparecer vuestro Hijo en nuestra carne mortal, ha restaurado nuestra naturaleza
en El, comunicándole el esplendor de su inmortalidad" (Prefacio).
"Levanta los ojos y mira alrededor de tí: todos estos se han reunido y vienen a tí:
tus hijos vendrán de lejos y tus hijas se levantarán de todas partes. Entonces verás y
estarás en la abundancia, tu corazón se admirará y se dilatará cuando veas volverse
hacia tí las riquezas del mar y la fuerza de las naciones".
161
Pero, ya lo hemos visto más arriba, la Iglesia no sólo nos recuerda con pa-
labras estos misterios; hace algo más: por medio de los sacramentos nos los
hace presentes y eficaces. Hay en este día de la Epifanía una sorprendente
similitud entre la entrada triunfal de Cristo en el mundo como "Imperator" y
la subida del Pontífice o del sacerdote al altar en el instante de cantar el In-
troito: "He aquí que viene el Señor Dominador, el poder está en su mano, y
la fuerza y el imperio…". Sin embargo, esta gloria real no reposa solamente
en el sacerdote, aunque sea el representante de Cristo por un título especial;
también recae sobre los fieles que llevan sus ofrendas al altar, sobre aque-
llos cristianos que mediante el don de sí mismos se incorporan a la ofrenda
de Cristo. Este cortejo va acompañado de un canto que pone en relieve en
forma admirable el carácter real, el "regale sacerdotium" del pueblo de Dios:
"Los reyes de Tarsis y las islas ofrecerán presentes; los reyes de Arabia y de Sabá le
traen sus dones y todos los reyes de la tierra lo adoran, todas las naciones lo sirven".
Apenas si es necesario hacer notar las enseñanzas que de esto se desprenden para
el pueblo cristiano, en días de inquietud como los que vivimos. A través de los siglos, la
Iglesia festeja, llena de orgullo, la "epifanía" de su Rey. Ninguna potencia terrestre
puede asustarla o intimidarla, porque tiene la certidumbre del triunfo final de su Cristo,
en aquel día, como lo dice San Pablo, en que, destruido todo imperio, dominación y
poder, no habrá lugar sino para el Reino del Señor Jesucristo (I Cor. XV, 25).
2. Como se sabe, la Epifanía era primitivamente, la fiesta del nacimiento del Señor.
Pues bien, lo propio de una "epifanía" es ser una aparición pública, una mani-
festación gloriosa. Por lo tanto, está claro que si la Iglesia celebra como tal
la entrada de su Señor en el mundo, es porque tiene en vista algo distinto
del hecho preciso del nacimiento de Cristo; hecho en el cual casi nada deja
traslucir esta gloria real. ¡En realidad, es la totalidad del misterio "epifánico"
lo que la Iglesia celebra y en ese conjunto, la primera venida del Señor en la
humildad de la carne, nos aparece revestida de todo el esplendor de su veni-
da en gloria y majestad! Y justamente, lo que da a esta fiesta una profundi-
dad sin igual es que celebra, bajo forma sacramental, la manifestación final
de Cristo que será, el coronamiento de la Redención.
¿Qué hay de común entre estos tres sucesos? Que en cada uno de ellos se
manifiesta la gloria del Señor. Manifestación evidente en la adoración de los
Magos; testimonio del Padre en el Bautismo de este hombre que acaba de
contarse a sí mismo entre los pecadores. En las bodas de Caná, el mismo
evangelista es quien se encarga de dar la evidencia: "Este fué el primer mi-
lagro que hizo Jesús en Caná de Galilea; y manifestó su gloria, y creyeron en
Él sus discípulos" (Jn. II, 11).
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Así pues, en cada uno de estos hechos, se refleja algo de la Parusía del Se-
ñor. Al celebrarlos, la liturgia celebra en cierto modo, por anticipado, el ad-
venimiento glorioso de Cristo, así como en la Cena, Jesús realizó, también
por anticipado, su muerte redentora en la cruz. He aquí por qué la Epifanía
es la fiesta del triunfo de la Iglesia a través de todas las vicisitudes de su pe-
regrinación sobre la tierra.
3. Pero hay todavía otro lazo entre los tres sucesos que se festejan en este día. La
Epifanía de Cristo no es sólo una visita pasajera como la de un César romano a una de
sus ciudades. Es propiamente Cristo que viene a tomar su Esposa, la Iglesia.
Es una vez más todavía, la celebración por anticipado de las bodas del Cor-
dero. Esta idea tan profundamente dogmática está desarrollada por San Agustín en su
Homilía sobre las Bodas de Caná. El breviario que nos da algunos extractos en el tercer
Nocturno de II Domingo después de la Epifanía, ha omitido desgraciadamente las par-
tes más interesantes. Sólo se encuentra una simple alusión al desarrollo hecho más
arriba sobre el alcance místico del texto, que precisamente determinó su elección:
"Nuestro Señor acepta la invitación que se le ha hecho de asistir a unas bodas, y con
ello, independientemente de toda significación mística, Él ha querido...".
Los dones de los Magos son los presentes de esta boda. El bautismo en el
Jordán aparece como el baño nupcial sagrado — todavía en uso entre los
orientales — en el cual lava sus manchas la humanidad representada por el
nuevo Adán. En Caná, Jesús mismo es el esposo que sirve a la Iglesia, su Es-
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posa, y a los convidados el vino de la nueva Vida: todo esto está reunido en un
cuadro encantador en un texto de la liturgia:
"Hoy se une la Iglesia a su Esposo celestial, porque sus pecados han sido
lavados en el Jordán: los Magos acuden con presentes a las bodas reales; y
habiéndose transformado el agua en vino se regocijan los convidados, alelu-
ya".
Y así volvemos a encontrar el sentido del Ofertorio que ya hemos señalado más arri-
ba: el cortejo de reyes, cargados de presentes simboliza el cortejo de los fieles que
llevan sus ofrendas al altar.
A esta misma luz, la Comunión del II Domingo después de la Epifanía, adquiere toda
su significación:
"El Señor, dijo: llenad de agua estos odres y llevadlos al maestresala. Cuando el
maestresala hubo gustado el agua hecha vino, dijo al esposo: tú has reservado el vino
bueno hasta ahora".
El agua hecha vino es, para decirlo una vez más, nuestra humanidad divi-
nizada por la Encarnación del Hijo de Dios.
Dr. J. Pinsk
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