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Teoría Política III

Unidad 6 - Derechos humanos

Objetivos, Contenidos y Bibliografía

Objetivos de la unidad:

Sensibilizar a los alumnos respecto de la temática de los derechos humanos.


Que puedan reconocer las diversas generaciones de derechos.
Que se pregunten sobre el modo de armonizar los diversos derechos.

Clase 11. El reconocimiento de los derechos humanos

Desarrollo del reconocimiento de los derechos humanos: derechos civiles, políticos y sociales.

Bibliografía:

Thomas Humphrey Marshall, “Ciudadanía y clase social”, Reis, 79/97, pp. 297-344 (traducción de
María Teresa Casado y Francisco Javier Noya Miranda de la conferencia dictada por el autor en Cambridge
en 1949). URL: http://catedras.fsoc.uba.ar/isuani/marshall.pdf
Joaquín Migliore, “Perspectivas a doscientos años de la declaración de la independencia”,
Revista Teología, Tomo LIII, N° 120, Agosto 2016, pp.57-71.

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Contenido

Uno de los hechos más significativos de la cultura política de nuestros días lo constituye, sin duda, la
omnipresencia de la temática de los derechos humanos.

Reconocidos por primera vez en las declaraciones de los siglos XVII y XVIII y recogidos en numerosos textos
constitucionales, adquirirán, tras la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas de
1948, una nueva vigencia; y a tal punto los múltiples tratados internacionales en la materia (incluidos muchos
de ellos en nuestra Constitución, tras la reforma de 1994), se encuentran en vías de configurar un nuevo orden
entre las naciones, superior incluso a la soberanía de los Estados, que ha podido llamarse, con razón, a nuestra
época el “tiempo de los derechos”.(1)

Sin embargo, pese a la importancia que casi unánimemente parece concederse a esta noción, en materia de
derechos humanos las discrepancias entre los autores parecen superar, con mucho, los puntos de coincidencia.
No existe acuerdo, por ejemplo, ni sobre cuáles pudieran ser los derechos fundamentales, ni sobre cómo
debieran interpretarse algunos de los ya reconocidos, ni sobre el momento en que por primera vez fuera
formulada esta doctrina,(2) ni sobre si ella supuso un abandono de la perspectiva clásica o, por el contrario,
debiera ser considerada como una continuación de la tradición filosófica antigua y medieval.

A fin de poder arrojar un poco de luz sobre la cuestión comentaremos, en la presente clase un conocido texto de
Thomas H. Marshall: “Ciudadanía y clase social”. (Ver Clase 11-anexo 1). Marshall presenta la hipótesis
(elaborada pensando en Inglaterra pero que puede aplicarse con provecho para los países de América Latina) de
que el proceso político moderno habría estado signado por el progresivo reconocimiento de tres tipos de
derechos: los derechos civiles, los derechos políticos y los derechos sociales.

De este modo sostiene:

he dividido la ciudadanía en tres elementos: civil, política y social. He tratado de mostrar que los derechos civiles
aparecieron en primer lugar, pues fueron establecidos en su forma moderna antes de que se aprobara la
primera Reform Act en 1832. A continuación aparecieron los derechos políticos, y su extensión fue una de las
principales características del siglo XIX, aunque el principio de la ciudadanía política universal no fue reconocido
hasta 1918. Por otra parte, los derechos sociales se redujeron hasta casi desaparecer en el siglo XVIII y
principios del XIX. Comenzaron a resurgir con el desarrollo de la educación elemental pública, pero hasta el siglo
XX no llegarían a equipararse con los otros dos elementos de la ciudadanía.

1) Tenemos, en primer lugar, los derechos civiles.

Ellos están relacionados con las libertades liberales, y se proponen defender un ámbito de autonomía personal en
la que los terceros o el Estado no pueden intervenir. Se afirman de este modo el derecho a la vida, a la libertad
(en sus distintas variantes: libertad de prensa, religiosa, de enseñanza, etc.) y derecho a la propiedad. Las
primeras formulaciones de estos derechos datan del siglo XVII, siendo una de las más famosas el Bill of rights
de la revolución Inglesa de 1689.

Se han caracterizado a estos derechos a veces como libertades negativas, en el sentido que suponen ámbitos de
no intervención por parte de terceros. Proclamar la libertad religiosa significa que nadie puede impedirme
ejercer el culto como mejor me parezca. La libertad de prensa que no puede imponerse censura a la expresión
de las ideas. La libertad comercial que nadie puede poner trabas a mi libertad de contratar. Estos derechos
defienden un ámbito donde el individuo debe ser “dejado a solas” según la conocida formulación del Juez de la

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Suprema Corte de Justicia de Michigan, Thomas Cooley.
Nuestro orden jurídico los reconoció con la Constitución de 1853, siendo la clave del sistema de derechos el
artículo 19: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública,
ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún
habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ello no prohíbe”.
Señalaba a este respecto, el por entonces miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Dr. Enrique
Petracchi, en el fallo “Bazterrica” (1986, fue el primer antecedente contra la penalización de la tenencia de
drogas):

El reconocimiento de un ámbito exclusivo en las conductas de los hombres, reservado a cada persona y sólo
ocupable por ella, que, con tan clara visión de las tendencias en el desarrollo de la sociedad, consagrara desde
temprano nuestra Constitución, resulta así esencial para garantizar el equilibrio entre un Estado cada vez más
omnipresente e individuos cada vez más dependientes de las formas jurídicas de organización de la sociedad a
la que pertenece. La existencia o inexistencia de ese equilibrio pondrá de manifiesto las distancias entre los
regímenes democráticos en que el individuo encuentre el espacio para la constitución de su propio plan de vida
según se lo determine la autonomía de su propia conciencia y sólo dentro de los límites en los que no afecte
igual derecho de los demás, y los regímenes autoritarios que invaden la esfera de privacidad e impiden que las
personas cuenten con la posibilidad de construir una vida satisfactoria.

2) En segundo lugar, tenemos los derechos políticos, o derechos de participación, vinculados a la


democracia.

Estos derechos fueron fueran afirmados en el proceso que lleva a la independencia de los Estados Unidos y en la
Revolución Francesa. Tienen que ver con lo la posibilidad de elegir y ser elegido para ocupar cargos de gobierno.

Fue para distinguir estos derechos políticos de los civiles que Benjamín Constant acuñó su célebre distinción
entre la “libertad de los antiguos” (la libertad de participación) y la “libertad de los modernos” (la libertad de
“ser dejado a solas”).

La libertad de los antiguos, señala Benjamín Constant:

consistía en ejercer colectiva pero directamente varios aspectos incluidos en la soberanía: deliberar en la plaza
pública sobre la guerra y la paz, celebrar alianzas con los extranjeros, votar las leyes, pronunciar sentencias,
controlar la gestión de los magistrados, hacerles comparecer delante de todo el pueblo, acusarles, condenarles o
absolverles; al mismo tiempo que los antiguos llamaban libertad a todo esto, además admitían como compatible
con esta libertad colectiva, la sujeción completa del individuo a la autoridad del conjunto.

No encontraréis entre ellos ninguno de los goces que como vimos forman parte de la libertad de los modernos.
Todas las acciones privadas estaban sometidas a una severa vigilancia. Nada se abandonaba a la independencia
individual, ni en relación con las opiniones, ni con la industria ni sobre todo en relación con la religión. La
facultad de escoger el culto, facultad que observamos como uno de nuestros más preciosos derechos, habría
parecido a los antiguos un crimen y un sacrilegio. En las cosas que nos parecen más fútiles, la autoridad del
cuerpo social se interponía y se entorpecía la voluntad de los individuos.(3)

Como modelo de este tipo de libertad aparece Esparta, exaltada por Rousseau. El ciudadano libre era el que
participaba plenamente de la comunidad. Pero la comunidad tenía derecho a regular casi totalmente la vida de
los ciudadanos.

La libertad de los modernos, por el contrario, la libertad liberal, pretende sustraer al individuo del imperio de la
comunidad. Proclama que toda persona debería tener la libertad “de dar su opinión, de escoger su industria y de
ejercerla; de disponer de su propiedad, de abusar de ella incluso; de ir y venir, si requerir permiso y si dar
cuenta de sus motivos o de sus gestiones (…) el derecho de reunirse con otros individuos, sea para dialogar

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sobre sus intereses, sea para profesar el culto que él y sus asociados prefieren, sea simplemente para colmar
sus días y sus horas de un modo más conforme a sus inclinaciones, a sus fantasías”.(4)

Proclamados a fines del XVIII en el contexto del enfrentamiento con la monarquía, las luchas del XIX y XX
girarán en torno a la pregunta sobre quiénes deberían ser los titulares del derecho al voto (los varones
propietarios, todos los varones, varones y mujeres, etc.)

3) Tenemos, en tercer lugar, los derechos sociales.

Estos derechos nacen en parte de las críticas que el socialismo hiciera al capitalismo. La experiencia parecía
mostrar, hacia mediados del siglo XIX, que la proclamación de las libertades civiles y la democracia podían estar
acompañadas, sin embargo, de una fuerte desigualdad económica. Como señala Jürgen Habermas, “el lugar de
las desigualdades causadas por los privilegios políticos vinieron a ocuparlo desigualdades que sólo comenzaron a
desarrollarse en el marco de la institucionalización de iguales libertades en términos de derecho privado. Se
trataba ahora de las consecuencias sociales de la desigual distribución de un poder de disposición económica
ejercido ahora apolíticamente”.(5) De este modo, libertad e igualdad, “comprendidas como indisociables” en el
momento de la Revolución Francesa (recordemos el célebre artículo 1: “Los hombres nacen y permanecen libres
e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común”) comenzaron a ser
concebidas “como antinómicas o por lo menos como dos valores en tensión”.(6) Se explica así la célebre
categorización de Bobbio: Izquierda es igualdad, derecha es libertad.

Marx formulará su célebre denuncia respondiendo a dicha situación, acusando a la burguesía, cuando todavía no
habían terminado de estabilizarse las primeras constituciones liberales del siglo XIX, de haber reemplazado una
opresión por otra.(7) Las meras libertades negativas no alcanzan. Proclamar el derecho a la libertad de
educación cuando no se tienen los medios económicos de hacerlo, es un puro formalismo que encubre la
explotación. Aparece de este modo la idea de que más allá de la libertad negativa toda persona debería gozar de
un mínimo social garantizado por el Estado

El constitucionalismo social del siglo XX recogerá esta tradición. La Constitución de México de 1917, la
Constitución de la República de Weimar en Alemania (1919) y la Constitución española de 1931 son exponentes
de la misma, al igual que la Constitución Argentina de 1949, sancionada durante la primera presidencia de Juan
Domingo Perón.

Establecía dicha constitución en su Capítulo Cuarto la “función social de la propiedad, el capital y la actividad
económica”, reconociéndole a la vez un papel activo al Estado en la regulación de la economía:

Artículo 40. La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un
orden económico conforme a los principios de la justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en
la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales y dentro de los
límites fijados por los derechos fundamentales asegurados en esta Constitución. Salvo la importación y
exportación, que estarán a cargo del Estado, de acuerdo con las limitaciones y el régimen que se determine por
ley, toda actividad económica se organizará conforme a la libre iniciativa privada, siempre que no tenga por fin
ostensible o encubierto dominar los mercados nacionales, eliminar la competencia o aumentar usurariamente los
beneficios.

Derogada en 1956 por la Revolución Libertadora, algunos de los derechos sociales serían recogidos en el artículo
14 bis., incorporado al texto de 1853 por la reforma de 1957, cuyo texto dice:

Artículo 14 bis:

El trabajo en sus diversas formas gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al trabajador:
condiciones dignas y equitativas de labor; jornada limitada; descanso y vacaciones pagados; retribución justa;
salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea; participación en las ganancias de las empresas,
con control de la producción y colaboración en la dirección; protección contra el despido arbitrario; estabilidad
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del empleado público; organización sindical libre y democrática reconocida por la simple inscripción en un
registro especial.
Queda garantizado a los gremios: Concertar convenios colectivos de trabajo; recurrir a la conciliación y al
arbitraje; el derecho de huelga. Los representantes gremiales gozarán de las garantías necesarias para el
cumplimiento de su gestión sindical y las relacionadas con la estabilidad de su empleo.
El Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que tendrá carácter de integral e irrenunciable. En
especial, la ley establecerá: el seguro social obligatorio, que estará a cargo de entidades nacionales o
provinciales con autonomía financiera y económica, administradas por los interesados con participación del
Estado, sin que pueda existir superposición de aportes; jubilaciones y pensiones móviles; la protección integral
de la familia; la defensa del bien de familia; la compensación económica familiar y el acceso a una vivienda
digna.

En la próxima clase abordaremos el tema del posible conflicto entre los tres tipos de derechos.

(1) Norberto Bobbio, El tiempo de los derechos, Sistema, Madrid, 1991.


(2) Así, por sólo citar algunos ejemplos, Michel Villey, que tanta influencia tuviera en la Argentina, ha sostenido, en
múltiples escritos, que un hito clave en la elaboración de dicha doctrina es la figura del franciscano medieval Guillermo de
Ockham, padre, a su entender, de la doctrina de los derechos subjetivos (Michel Villey, Occam, en: Horacio R. Granero
comp., Introducción al Derecho, Recopilación Bibliográfica, Educa, Buenos Aires, 1997); Leo Strauss asigna una particular
relevancia a la figura de Hobbes (Leo Strauss, Natural right and history [1953], The university of Chicago Press, Chicago,
2003), coincidiendo en este punto con Norberto Bobbio (Norberto Bobbio, Thomas Hobbes [1989], F.C.E., México, 1995);
Brian Tierney sugiere que deberíamos buscar sus antecedentes en la jurisprudencia de los decretalistas medievales del
siglo XII (Brian Tierney, The idea of Natural Rights, William B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, Michigan,
2001); en tanto que Jellinek, en su conocido estudio sobre la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,
insiste en que dicha doctrina es de derecho “germánico” (Jorge Jellinek, La declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano, Madrid, 1908).
(3) Benjamín Constant, Discurso sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos.
(4) Ibid.
(5) Jürgen Habermas, Facticidad y validez: Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del
discurso, Madrid, Editorial Trotta, 1998, 603.
(6) Cfr. Pierre Rosanvallon, La sociedad de iguales, Buenos Aires, Manantial, 2015, 21.
(7) “La sociedad burguesa moderna, levantada sobre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido los antagonismos de
clases. No ha hecho sino sustituir con nuevas clases a las antiguas, con nuevas condiciones de opresión, con nuevas
formas de lucha”. Carlos Marx, Federico Engels, Manifiesto Comunista [en línea],

https://sociologia1unpsjb.files.wordpress.com/2008/03/marx-manifiesto-comunista.pdf [consulta 6 de mayo de


2016]

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Actividades

1) Leer el punto “El desarrollo de la ciudadanía hasta finales del siglo XIX” del texto de Thomas H. Marshall
(anexo 1, pp. 302-312).

2) El artículo de Marshall se escribió pensando en Inglaterra, pero las etapas señaladas en el trabajo pueden
aplicarse también a nuestro país. Señale algunos momentos importantes en el reconocimiento de los derechos
civiles, los derechos políticos y los derechos sociales en la historia argentina. (300 a 400 palabras).

3) Lea el trabajo “Perspectivas a doscientos años de la independencia” (Anexo 2). ¿Qué conflictos se plantean,
según el texto, en la historia argentina entre estos tres tipos de derechos? (500 a 1000 palabras).

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Clase 12

Objetivos, Contenidos y Bibliografía

Objetivos de la unidad:

Sensibilizar a los alumnos respecto de la temática de los derechos humanos.


Que puedan reconocer las diversas generaciones de derechos.
Que se pregunten sobre el modo de armonizar los diversos derechos.

Clase 12. Relación entre los distintos tipos de derechos

Contenidos:

Posibles conflictos y búsqueda de armonización entre las generaciones de derechos.


Libertad e igualdad.

Bibliografía:

Norberto Bobbio, Liberalismo y democracia, Cap. VIII: El encuentro entre el liberalismo y la democracia,
Cap.XV: La democracia frente al socialismo, México, F.C.E., 1992, p.45/48 y 88/94.
Chantal Mouffe, En torno a lo político, F.C.E., Buenos Aires, 2011 (Cap. IV: Los actuales desafíos a la
visión pospolítica. La universalidad de la democracia liberal, pp.89-96).
Chantal Mouffe (comp.), Dimensiones de la democracia radical: pluralismo, ciudadanía, comunidad,
Prometeo, Buenos Aires, 2012 (Prefacio, pp.11-27).

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Contenidos

Hemos distinguido la clase pasada entre tres tipos de derechos:

1) los derechos civiles;


2) los derechos políticos y,
3) los derechos sociales.

Ahora bien, la relación entre estos tres tipos de derechos no ha sido sencilla, y muchas veces los autores no han
estado de acuerdo respecto de si todos ellos pueden o deberían ser defendidos al mismo tiempo, o sobre si
existe prioridad de algunos sobre los otros.

Tenemos en primer lugar la tensión entre los derechos civiles (los derechos liberales) y la democracia.
Señalábamos en el trabajo “Perspectivas a doscientos años de la independencia” (Ver Clase 11-anexo 2), que
John Rawls en su obra ya clásica Liberalismo Político, describía dicha tensión de la siguiente manera:

El curso del pensamiento democrático en los últimos dos siglos, o algo más, nos demuestra llanamente que en la
actualidad no existe ningún acuerdo sobre la forma en que las instituciones básicas de una democracia
constitucional deben ordenarse si han de satisfacer los términos justos de cooperación entre ciudadanos
considerados libres e iguales. (…) . Podemos pensar en este desacuerdo como en un conflicto al interior de la
tradición del pensamiento democrático mismo, entre la tradición que relacionamos con Locke, que atribuye
mayor peso a lo que Constant llamó “las libertades de los modernos” —libertad de pensamiento y de conciencia,
ciertos derechos básicos de la persona y de la propiedad y el imperio de la ley—, y la tradición que relacionamos
con Rousseau, que atribuye mayor peso a lo que Constant llamó “las libertades de los antiguos”, las libertades
políticas iguales y los valores de la vida pública.

También Chantal Mouffe usaría, años más tarde, casi las mismas palabras para referirse a los debates en torno a
la naturaleza del Estado constitucional occidental “marcado por la articulación del dominio de la ley y la defensa
de los derechos humanos con la democracia entendida como soberanía popular”:

Los liberales y los demócratas (o republicanos) siempre han estado en desacuerdo respecto de cuál debería tener
prioridad –los derechos humanos o la soberanía popular-. Para los liberales, siguiendo a Locke, resulta claro que
la autonomía privada, garantizada por los derechos humanos y el dominio de la ley, era primordial, mientras
que los demócratas (y republicanos) sostienen, siguiendo a Rousseau, que la prioridad debería concederse a la
autonomía política posibilitada por la autolegislación democrática. Mientras que para los liberales un gobierno
legítimo es aquel que protege la libertad individual y los derechos humanos, para los demócratas la fuente de
legitimidad recae en la soberanía popular.

Tenemos entonces dos tradiciones, una apoyada en Locke, que le da más importancia a los
derechos individuales y la otra, heredera de Rousseau, que insiste en que la legitimidad viene de la
voluntad popular.

El sistema de los Estados Unidos es una especie de puente entre las dos. Por un lado acepta que el poder debe
derivar, directa o indirectamente de la gran masa del pueblo. Pero por otro se preocupa por dividir a este poder
(sistema de frenos y contrapesos) para limitarlo, de modo que no se pueda abusar de él.

El siglo XIX, heredero de la experiencia de la Revolución Francesa y el período del terror iniciado en 1793, tuvo,
sin embargo, una aguda conciencia de hasta qué punto podían entrar en conflicto la democracia y los derechos
individuales. ¿Resulta posible compatibilizarlas? Gran parte de la reflexión de pensadores como Alexis de

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Tocqueville y John Stuart Mill se enfoca sobre el problema de la “tiranía de la mayoría”.

Ahora bien, existe toda una tradición filosófica (Habermas, Bobbio, Raymond Aron, Rawls) que ha creído que,
pese a los conflictos, los derechos civiles son la condición de posibilidad de la democracia y que, a la vez, el
sistema de mayorías es la mejor garantía del respeto de los derechos individuales. Norberto Bobbio ha podido
sostener, de este modo que:

No sólo el liberalismo es compatible con la democracia, sino que la democracia puede ser considerada como el
desarrollo natural del Estado liberal (…) hoy no serían concebibles Estados liberales que no fuesen democráticos,
ni Estados democráticos que no fuesen liberales. En suma, existen buenas razones para creer: a) que hoy el
método democrático es necesario para salvaguardar los derechos fundamentales de las personas que son la
base del Estado liberal; b) que la salvaguardia de estos derechos es necesaria para el funcionamiento correcto
del método democrático.

Las libertades liberales aparecen, de este modo, como precondiciones de la democracia:

La participación en el voto puede ser considerada como el correcto y eficaz ejercicio de un poder político, o sea,
del poder de influir en la toma de las decisiones colectivas, sólo si se realiza libremente, es decir, si el individuo
que va a las urnas para sufragar goza de las libertades de opinión, de prensa, de reunión, de asociación, de
todas las libertades que constituyen la esencia del Estado liberal, y que en cuanto tales fungen como
presupuestos necesarios para que la participación sea real y no ficticia.

Análogamente gran parte de la obra de Habermas ha intentado poner de manifiesto la “conexión interna”
existente entre soberanía popular y derechos del hombre, “las únicas ideas (…) a cuya luz cabe justificar ya el
derecho moderno”). Las mismas ideas sostiene John Rawls (lo vimos en la Unidad 3-clase 4) cuando establece la
primacía de la igual libertad civil por sobre la libertad de participación.

Existe sin embargo otra tradición que sostiene que es necesario en nuestros días radicalizar la democracia,
abandonando los componentes liberales del sistema y optando por una democracia de tipo roussoniana. Las
propuestas de muchos de los llamados “populismos” van en esta dirección. Podríamos decir que la decisión de
permitir las reelecciones indefinidas,(1) y los intentos de “democratizar la justicia” (2) son expresiones de estas
posturas que, criticando al liberalismo, abandonan la idea de que sea beneficioso limitar el poder.

A la tensión entre libertades individuales y democracia se suma la tensión entre libertades individuales y “justicia
social”. ¿Pueden afectarse libertades individuales a los efectos de lograr desde el Estado una redistribución de la
riqueza? Tres grandes tradiciones (por lo menos) han debatido sobre este punto a lo largo de los siglos XIX y
XX, y continúan haciéndolo en la actualidad. Por un lado la tradición liberal clásica, o libertaria, que niega
legitimidad a toda acción del gobierno que pretenda ir más allá de la defensa de los derechos individuales. Por
otro la del socialismo autoritario que ha sostenido que la realización de la justicia social requiere poner en
cuestión el orden liberal. En el contexto de la guerra fría y dentro del marco del proceso de descolonización
fueron muchos los movimientos que adhirieron a esta postura en América Latina, al igual que en nuestros días
expresiones diversas del populismo. Por último las variantes (liberalismo en sentido usado en Estados Unidos,
socialdemocracia en Europa), que han intentado conciliar libertad con igualdad. El intento de Dworkin por
considerar (a diferencia de Kant), a la igualdad como derecho básico, la insistencia rawlsiana en referirse a la
“igual libertad”, o la autocalificación de Bobbio de ser un “liberal socialista” o “socialista liberal” son todos
intentos en esta dirección. La cuestión respecto de si resulta “lícito que un estado liberal democrático se
proponga resolver los problemas sociales y reducir las posiciones económicas mediante las políticas públicas ha
sido –señaló en su momento Marion Young- uno de los ejes del conflicto político tanto en las dos últimas
décadas como en las anteriores”. (Ver Clase 1-anexo1)

(1) Señalaba Laclau en un reportaje: “me parece que una democracia real en Latinoamérica se basa en la reelección
indefinida. Una vez que se construyó toda posibilidad de proceso de cambio en torno de cierto nombre, si ese nombre
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desaparece, el sistema se vuelve vulnerable”. Página 12, domingo 2 de octubre de 2011,

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-178005-2011-10-02.html. Hugo Chávez, en Venezuela, en el 2009,


realizó modificaciones en su Constitución a fin de permitir la postulación de cualquier cargo de elección popular de manera
continua, Nicaragua autorizó la reelección indefinida en 2014, Rafael Correa logró que se aprobara en Ecuador la
reelección presidencial indefinida en diciembre de 2015, en tanto que en Bolivia Evo Morales fracasó en su intento de
lograr la reforma que la autorizara a comienzos de 2016.
(2) La ley 26.855, una de las normas aprobadas en el año 2013 conocidas como leyes de “democratización de la justicia”,
posteriormente declarada inconstitucional por la Corte suprema de Justicia, modificó la composición y el sistema de
elección de los miembros del Consejo de la Magistratura. Su artículo 2 en particular preveía que los 3 jueces
representantes del poder judicial, los 3 representantes de los abogados y los 6 representantes de los ámbitos académico o
científico fueran elegidos por el pueblo de la Nación, mediante el sufragio universal. Señalaba a este respecto años antes
Firmenich: “La subdivisión en tres poderes (…) funcional y precautoria del poder político único del Estado se refiere a
controlar a quienes detentan el poder, no a quienes poseen la fuente del poder democrático, es decir, el pueblo. Las
cuestiones político-constitucionales versan directamente sobre las cuestiones del poder político del Estado (…). En
consecuencia, los miembros de los tribunales de esta rama del poder deberían ser elegidos democráticamente (…). El
fundamento es que el poder judicial debe ser independiente de los otros poderes institucionales o de los grupos de presión
(lobbies) de intereses parciales, pero es absurdo argumentar que el poder judicial debe ser independiente de la soberanía
democrática que le da origen y que fundamental la totalidad del poder republicano”. Mario Eduardo Firmenich, Eutopía:
Una propuesta alternativa al modelo neoliberal, Buenos Aires, Ediciones del Pensamiento Nacional, 139-140

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Actividades

Leer los textos incluidos en los anexos.

1. Leer el anexo 1. ¿Qué relación establece Norberto Bobbio entre liberalismo y democracia? ¿Y entre
democracia y socialismo?
2. Leer el anexo 2. ¿Qué le cuestiona Chantal Mouffe en su libro En torno a lo político a Habermas?
3. Leer el anexo 3. ¿Sostiene la autora la misma posición en Dimensiones de la democracia radical? ¿Qué
significa su afirmación de que: “el objetivo de la Izquierda debería ser la extensión y profundización de la
revolución democrática iniciada hace doscientos años. Dicha perspectiva no implica el rechazo de la
democracia liberal y su reemplazo por una forma política completamente nueva de sociedad, como lo
supone la idea tradicional de la revolución, sino una radicalización de la tradición democrática moderna”?
4. ¿Qué valoración hace Mouffe de Rawls en Dimensiones de la democracia radical?

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