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TRANSCRIPCIÓN DIÁLOGO ENTRE JOSÉ I PSICÓLOGO

José: ¿Sabes quién soy?

Psicólogo: Sí.

José: Entonces estoy seguro que entenderá que todo lo que se hable aquí dentro debe quedar
estrictamente entre nosotros. Estrictamente entre nosotros. Confidencial.

Psicólogo: Desde ya, nuestras conversaciones quedarán solo entre los dos, sí.

José: Y también me refiero al hecho de que yo haya venido a su consultorio.

Psicólogo: No hay problema.

José: ¿Lo puedo tener por escrito?

Psicólogo: Sí, claro, sí. Sí.

José: No hace falta. Confío en usted. Tendría que sentirse orgulloso. Tengo empleados de
muchos años que han intentado ganar mi confianza.

Psicólogo: Me imagino que debe haber muchas personas que necesitan cosas de usted.

José: En forma permanente. Quince horas por día. Soy el único que tiene todas las respuestas.
Si algún día dejara de tomar decisiones, de dar órdenes, de hacer llamados, vaya a saber qué
sucedería. Todo se detendría. Probablemente sería una catástrofe. Besa sobre mis espaldas
una gran responsabilidad.

Psicólogo: Seguro que no fue fácil para usted encontrar un tiempo para venir a verme. Así que,
¿sobre qué quiere que hablemos?

José: Le voy a ser totalmente franco. No fue idea mía venir a verlo.

Psicólogo: ¿No?

José: No. Fue idea de Constanza, mi mujer.

Psicólogo: ¿Y su mujer sobre qué querría que hablemos?

José: Sobre las palpitaciones. Inicialmente fui a ver a un médico clínico que pensó en algo
cardíaco. Así que me prescribió una serie de estudios de todo tipo, desde los más sencillos
hasta los más sofisticados. Y nada.
Psicólogo: ¿Nada?

José: Nada de nada. Bueno, es obvio que no estoy como a los 40. Pero no hay nada que
justifique estas palpitaciones. Y la ansiedad. Siento mucha ansiedad.

Psicólogo: ¿Está tomando alguna medicación?

José: Ansiolíticos, pero no me resultan adecuados. Me dan sueños durante todo el día. Y,
además, no me solucionaron el problema de las palpitaciones. Y yo necesito despertarme a
cualquier hora. Y tengo que estar alerta. La compañía en la que yo trabajo es de origen
europeo. Tiene tres plantas en el país. Una en Viedma, la otra en Comodoro y la otra en
Quilmes. Distribuidoras por todo el país e incluso por Latinoamérica. Las oficinas, la
comercialización, directa o indirectamente 4.000 personas dependen en forma exclusiva de mí.
Por eso tengo que estar alerta. Nunca se sabe cuándo va a venir un piedrazo para romper la
ventana.

Psicólogo: Duerme inquieta la cabeza que lleva la corona, dice Shakespeare en Bocas de
Ulrique IV. ¿Se acuerda?

José: Así es, así es. Por todo esto fue que el médico me sugirió que hablara con alguien sobre
cómo fue que lo llamó la ansiedad subyacente.

Psicólogo: Pensé que había dicho que era su mujer la que había tenido la idea de que usted
venga aquí.

José: Estoy acostumbrado al estrés y a las crisis. Ocupo el lugar que ocupo la compañía desde
hace 20 años. Antes de eso, bueno, comencé trabajando en una planta. Me hice de abajo. A lo
largo de toda mi vida, no importa qué pasado, dónde estuviera, en qué situación, bueno, podía
dormir sin problemas todo el tiempo que hiciera falta. ¿Sí? Podía dormir una hora, dormía una
hora. Y con eso alcanzaba para sentirme perfectamente bien durante las 24 horas restantes.

Psicólogo: Una hora.

José: Así llegué donde estoy. No porque fuera más inteligente que otros, sino porque he
trabajado duro. El doble de tiempo. Costanza me llamaba Superman.

Psicólogo: Y, José, ¿cuándo empezaron las palpitaciones?

José: ¿Es importante eso? ¿Podría orientarnos sobre lo que se esconde detrás de ese
síntoma? ¿Cuánto tiempo necesitaría usted para descubrir y arreglar el problema que, como
dice usted, se esconde detrás del síntoma?
Psicólogo: En análisis hay procesos que demandan su tiempo. Uno tiene que dejar que ciertos
mecanismos se hagan visibles. Por eso no se puede hablar en términos de inmediatez. Pero,
un buen día, los cambios comienzan a aparecer. Pero lleva su tiempo.

José: Bueno, ese es mi problema. No tengo tiempo. Incluso, sentado aquí, frente a usted,
hablando de mis sentimientos, esto cuesta dinero. No solamente mi dinero, sino también el
dinero de la compañía. Usted no tiene que ser diplomático conmigo. Usted debe tener mucha
experiencia, ¿no es así? Úsela sin pudor.

Psicólogo: Sí.

José: Dígame, ¿cuál es el problema y qué es lo que tengo que hacer? Si tengo que pagarle
más por sesiones, bueno, muy bien, no sé. O más largas, o más cantidad. O más cantidad.

Psicólogo: José, el proceso terapéutico de cada paciente es distinto.

José: Sí, sí, sí. Somos como hojas del árbol tiradas al viento. Y no hay dos que sean
exactamente iguales. Pero supongo que entiende a qué me refiero.

Psicólogo: Sí, lo entiendo. Y lo que creo que me está diciendo es que este problema que tiene
lo afecta mucho, que está mucho en juego en esto que le está ocurriendo y quiere, antes de
invertir su tiempo en el tratamiento, saber si yo lo voy a poder ayudar, ¿es cierto?

José: Correcto. Entonces, vamos al punto. Dígame, ¿qué pasa?

Psicólogo: Bueno, me gustaría poder darle una respuesta con la misma inmediatez con la que
usted me lo demanda. Decirle que en dos o tres semanas su problema habrá desaparecido.
Pero la verdad es que si vamos a ir a fondo y vamos a tratar de ver qué lugar ocupan esas
palpitaciones en su vida, vamos a tener que trabajar más. Seguir pensando, seguir
conversando.

José: El problema es que necesito estar al 100% ahora. Tengo que poder descansar. Y estas
palpitaciones, esta ansiedad, no me dejan dormir en paz, ni trabajar. No sé cómo explicárselo
más claramente.

Psicólogo: Vi en la televisión que el asunto de Viedma es bastante delicado.

José: Ya sabe, problemas ecológicos. Cómo se pone la gente… Son cosas que afectan a la
sensibilidad colectiva. Tengo a los políticos encima, a los organismos internacionales, a gente
del directorio de la compañía y a la prensa.

Psicólogo: Y vi a alguien de la compañía que estuvo...


José: El gerente de marketing. Un infeliz. Pero si usted piensa que es por eso que tengo las
palpitaciones, está muy equivocado.

Psicólogo: Bueno, creo que algo debe haber funcionado como detonante de esas palpitaciones.
¿Recuerda cuándo empezaron?

José: No me va a creer, pero yo realmente no lo recuerdo. Seguramente fue algo progresivo,


algo gradual. Bueno, como cuando a uno le salen las primeras canas. Un día uno se mira en el
espejo y se encuentra que tiene la cabeza completamente blanca. Y no sabe cuándo empezó.
Cuando uno recibe un mail de una hija que vive lejos y piensa... ¿Cuándo creció mi nena?

Psicólogo: ¿Su hija?

José: Victoria. Victoria hace mucho que está fuera del país. Va y viene. Trabaja para la ONU
con el equipo de voluntariado de los derechos humanos. En realidad estudió relaciones
internacionales y después fue a trabajar a la ONU, pero no le alcanzó. Se ve que estar en una
oficina no es para ella.

Psicólogo: ¿Es su única hija?

José: No. Tengo dos hijos varones. Pero ellos no hicieron gran cosa de sus vidas. Uno vive en
Brasil y el otro es instructor de esquí. Pero ella, Vicky, Vicky es diferente. A veces mi mujer y yo
nos miramos y decimos... ¿De dónde salió Vicky? Llegó como una paracaidista. Mis hijos
varones ya eran adolescentes. Mi mujer estaba a punto de cumplir los 40 años. Cuando un día
viene y me dice... Estar embarazada. Realmente fue una sorpresa para mí. Pensé que era una
broma. Tanto es así que le dije... ¿Y de quién? Fue ahí donde pensé... Ya no tengo tiempo. Un
bebé llanto durante la noche. Darle la mamadera, pañales. Así fue como vino el mundo. Dos
pujos y nació. El parto más rápido del mundo. A los 10 meses ya caminaba por toda la casa.
Hablaba sin parar. Vivísima. Contestadora. Brillante. Hermosa, hermosa.

Psicólogo: Un padre orgulloso.

José: Muy orgulloso.

Psicólogo: ¿Y ahora está lejos?

José: En un comedor popular en Haití. Mi mujer no quería que viajara. No le gustaba nada la
idea, imagínese. Y me presionó para que yo la convenza. Hablé con Vicky. Pero a los dos
minutos me di cuenta que... Ella había tomado su decisión. Que por más que yo le dijera o
tratara de convencerla, no había manera de disuadirla. Ella iba a hacer lo que pensaba. Y la
dejé ir.

Psicólogo: ¿Cuándo se fue?


José: Después de Navidad.

Psicólogo: ¿Y cuándo empezaron las palpitaciones?

José: Ya dije que no sé. ¿Usted cree que una cosa es consecuencia de la otra?

Psicólogo: No sé. Pero creo que si mi hija se fuera a Haití en esas condiciones, yo también me
angustiaría, me preocuparía, tendría palpitaciones.

José: Entonces esa es su respuesta, Victoria.

Psicólogo: No, no estoy seguro de que sea así.

José: ¿Por qué?

Psicólogo: Bueno, porque las cosas a veces son más complicadas.

José: ¿Está seguro que no está buscando que yo venga a verlo a usted para tener más
sesiones?

Psicólogo: Si las personas pudieran diagnosticarse solas, no necesitarían analista.

José: Entonces, ¿cómo seguimos?

Psicólogo: Bueno, no estoy seguro. Lo que sí creo es que usted está padeciendo algún tipo de
ansiedad y la única manera que yo conozco de aliviar esos síntomas y conocer los motivos de
esa ansiedad es conversando sobre eso.

José: Hablo con gente todo el día. A veces, tengo la fantasía de escaparme, de perderme en
medio del campo, en la inmensidad, en la nada.

Psicólogo: ¿Qué?

José: Una idea que se me ocurrió y, bueno, es algo graciosa.

Psicólogo: ¿Le gustaría compartirla?

José: ¿Con usted?

Psicólogo: Es lo que se suele hacer aquí, en este espacio.

José: ¿Tengo que decirle todo lo que pasa por mi cabeza? ¿Así son las reglas en este lugar?
Psicólogo: Sí, sería útil, sí.

José: Pensé que cuando esté muerto se terminaran las palpitaciones.

Psicólogo: ¿Y eso le pareció gracioso?

José: No hay manera de que puedan resolver las cosas sin mí. Bien.

(Suena un teléfono)

José: Disculpe. Lo he apagado, así no tenemos más problemas. Estábamos hablando sobre
conversar, ¿no es así?

Psicólogo: Conversar, sí. Algunos creen que es un camino larguísimo que lleva toda la vida.

José: Es un poco egoísta, sin ofender. Lo digo por los pacientes. Me supera un poco la gente
que se cree que todo el mundo le debe algo. Creo que uno juega con las cartas que le tocaron
en suerte y lo hace lo mejor que puede. Uno trabaja, protege a su familia. Eso sí que lleva la
vida entera.

José: Qué silencioso que es esto, ¿no? Por lo general nunca estoy en lugares tan silenciosos.
Salvo en los aviones. Viajo todas las semanas de Viedma y a Comodoro en un pequeño liar. Es
mi momento preferido de una rara calma.

Psicólogo: ¿Sí?

José: Sí. Me estiro en el asiento y depende de la hora pido un buen café exprés o tomo una
buena copa.

Psicólogo: ¿Y ahí tiene palpitaciones?

José: ¿Sabe que no? Nunca tuve palpitaciones en medio de un vuelo.

Psicólogo: Usted me habló de la importancia de la discreción y hablamos también del trabajo.


Ahora, ¿usted puede hablar con alguien de los problemas del trabajo?

José: No, del trabajo no. Estoy rodeado de gente que tiene un serrucho en cada mano. Y en
casa no me gusta preocupar a Constanza.

Psicólogo: ¿Y sus hijos?

José: Marcos está en Brasil. Nos vemos poco y nada. Algunas veces cuando viene para las
fiestas o algún cumpleaños. Y Alejandro vive de vacaciones. No le interesa escuchar los
problemas de su viejo. Además, no entendería.

Psicólogo: ¿Y Victoria?

José: Le voy a mostrar algo para que usted se haga una idea de cómo es. Me mandó un mail.
Me mandó un mail esta semana. Para serle franco, me tiene un poco preocupado. ¿Se lo
puedo leer?

Psicólogo: Claro. (Lee el mail) “Hola, papá. Dios mío. La verdad es que en Haití es difícil. El
90% de los chicos están enfermos. Nunca trabajé tanto. Nada de lo que hacemos es suficiente.
Montamos el comedor en uno de los barrios más pobres. Están desesperados. No pueden
esperar a que la comida termine de hacerse. Ayer vino una mujer muy agustiada. Como somos
de la ONU, creen que podemos conseguirle visas para ir a Estados Unidos. Le contesté que
solo podíamos ofrecerle un plato de comida. Y ella se quedó mirándome con rencor. Muda,
decepcionada. Después vino una nena con marcas por todos lados. Parecía golpeada. Me
acerqué. La habían violado. La llevé al hospital móvil que instalamos. El tema del HIV aquí es
muy grave. Hay mucha gente con sida. Te juro que me despierto cada mañana más cansada
que la noche anterior. Y al final del día lo único que quiero es tomar una cerveza. No hay nada
que le podamos ofrecer a esta gente más que lo que hacemos. Es angustiante para nosotros.
Hacemos todo lo posible pero no hay trabajo. Vivimos rodeados de basura. Hay hambre y
desesperación. Algunos están muy enojados, sin embargo yo me siento viva. Este es el sentido
de la vida para mí. Ayudar a la gente. Estoy feliz de estar acá. Te quiero papi, a vos y a mamá.
Pronto te vuelvo a escribir. Victoria.”

José: ¿Qué le parece?

Psicólogo: Parece una mujer...

José: Extraordinaria, admirable. Tendría que ir a buscarla. ¿No? Traerla de Haití.

Psicólogo: ¿Cómo ir a buscarla?

José: Es obvio que ella está en problemas. Lo que acabo de leer es que ella quiere que yo
vaya. Victoria me está pidiendo ayuda.

Psicólogo: Bueno, no me parece que le esté pidiendo ayuda o que necesite que la rescaten.
¿Por qué piensa eso?

José: Me está diciendo que si recibiera un mail así de su hija que está viviendo en medio del
hambre, de la violencia, ¿no tomaría el primer avión a Haití para traerla de regreso?. Hay una
línea muy delgada entre ser valiente, solidario y ser un idiota. No puedo quedarme esperando
para que le pase algo malo. No sé, que haya un terremoto, un huracán. O vaya a saber qué
peste se pueda contagiar.

Psicólogo: ¿En qué ciudad dijo que estaba?

José: No se lo dije. En Puerto Príncipe.

Psicólogo: Ah, en la capital.

José: Lo dice como si fuera muy seguro. ¿Usted estuvo alguna vez en Haití?

Psicólogo: No.

José: Yo sí. Déjeme decirle que lo que nosotros entendemos es que no es un problema.
Déjeme decirle que lo que nosotros entendemos por estabilidad y lo que Haití se considera
seguro, hay una brecha enorme. Son cosas muy diferentes.

Psicólogo: Estabilidad y seguridad son dos conceptos diferentes, José. Su hija, desde una
perspectiva psicológica, es una persona estable. Y dentro de la situación que le toca vivir,
parece una mujer saludable. Obviamente atravesada y sensibilizada por la situación de la gente
que lo rodea, pero por lo visto tiene una manera lúcida de expresarse. Y esto me lleva a pensar
que quizás usted debería confiar un poco más en su hija. Porque parece una mujer estable,
saludable, con una opinión bastante personal de lo que es la solidaridad.

José: Con respecto a la seguridad... ¿Usted tiene una hija?

Psicólogo: Si lo que me está preguntando es si yo me preocuparía si tuviera una hija en Puerto


Príncipe en esas condiciones, sí, me preocuparía, sí.

José: ¿Y no iría a buscarla?

Psicólogo: No puedo decirle lo que yo haría o no haría.

José: Pero se lo puede imaginar. Hable con franqueza. Estoy pagándole su opinión. ¿Sí o no?

Psicólogo: Sí, en cierta medida tiene razón. Pero nosotros dos somos dos personas diferentes,
con experiencias diferentes. Ahora, me parece interesante el saber por qué usted necesita con
tanta avidez mi opinión o que yo esté de acuerdo.

José: No le estoy pidiendo su permiso para hacer lo que me parezca. Vine por algo simple:
tengo palpitaciones. Es un problema real y concreto que me impide descansar, que me impide
trabajar. Vine para que usted me hiciera y me dijera algo. Porque me diera ejercicio de
concentración, relajación, técnicas respiratorias. Y aquí me tiene, leyéndole los mails privados
de mi hija a usted. Usted, que ni siquiera conozco.
Psicólogo: José, ¿qué pasa? José, José, ¿qué siente? ¿Qué te pasa, José? Escúcheme,
escúcheme. ¿Hay alguna medicación que está tomando? ¿Tiene algún médico a quien pueda
llamar?

José: No.

Psicólogo: Tome, tome un vaso de agua. Le va a hacer sentir mejor. Exacto. Así. Respire.
Respire hondo. Respire hondo.

José: Ya estoy bien.

Psicólogo: ¿Está bien? ¿Se siente mejor?

José: Sí, sí. Estoy bien. Estoy bien.

Psicólogo: ¿Quiere levantarse? ¿Seguro que se quiere levantar?

José: Sí, sí. Estoy bien.

Psicólogo: Déjeme que lo ayude.

José: Quédese tranquilo. Estoy bien. No puede quedarse todo el tiempo aquí. No es necesario.
Disculpe si lo asusté.

Psicólogo: No, por favor. Son cosas que pasan.

José: Ya se me va a pasar. Ya pasó. Quédese tranquilo.

(José se va de la sala)

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