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Filosofía del Lenguaje I – Grado en Filosofía UNED

TEMA 3. Russell

Crítica a la noción de sentido; descripciones y forma lógica; denotación, nombres y


proposiciones

El método de la filosofía. Análisis lógico

Podemos comenzar enunciando tres convicciones que estarían en el punto de partida de la


filosofía de Russell que vamos a estudiar. En primer lugar, la de que el análisis lógico es el
método que puede permitir aclarar muchos problemas filosóficos. En segundo lugar, la de la
centralidad del conocimiento científico, junto a que el método científico es común a la ciencia
y la filosofía. Este método consiste en la formulación de hipótesis que han de someterse a
contrastación, aunque en el caso de la filosofía este examen crítico ha de proceder sobre todo
a priori, mediante la argumentación y contraargumentación. De aquí se sigue su anti-
psicologismo, al que él llama “nuevo realismo”. En tercer y último lugar, la convicción de que
este método debía combinarse con un segundo método complementario: el uso de la
moderna lógica de primer orden. Un análisis lógico y semántico riguroso de enunciaciones
problemáticas, con las herramientas de la lógica de primer orden, permite exhibir la forma
lógica del lenguaje natural que subyace a la gramática externa. Este procedimiento ayuda a
evitar los problemas de referencia debidos a las imperfecciones del lenguaje natural
(vaguedad, ambigüedad).

En un sentido metodológicamente más preciso (luego se verá cómo aplicarlo), el análisis


lógico representaría sólo una primera etapa del método filosófico, la fase analítica. En esta
primera fase, se parte de un ámbito de investigación, una teoría o un conjunto de creencias
cuyos enunciados se analizan hasta identificar en ellos un conjunto mínimo y básico de
conceptos indefinidos y principios generales, aquellos que puedan verse como los conceptos
y principios que subyacen a ese cuerpo de conocimiento en general, su “vocabulario mínimo”.
En una segunda fase, la fase constructiva o sintética, se reconstruye ese cuerpo de
conocimiento únicamente en términos de los conceptos y el vocabulario obtenidos en la

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primera fase. (En particular, durante el periodo de desarrollo de su filosofía del atomismo
lógico, Russell defendió que las nociones y principios fundamentales de las ciencias físicas
tenían que poder analizarse en términos de sensaciones particulares, de datos sensoriales).

De entre las obras más importantes de Russell relacionadas con los temas que vamos a
estudiar, nos vamos a referir fundamentalmente a tres: el ensayo Sobre la denotación (1905),
la serie de conferencias recogidas en La filosofía del atomismo lógico (1918, 1919), y el ensayo
Atomismo Lógico (1924).

Crítica a la noción de sentido

Es ya en el temprano ensayo titulado Sobre la denotación donde Russell formula su crítica a


la teoría semántica de Frege, en particular a la noción de sentido. En el ensayo citado, Russell
se refiere a la teoría de Frege para indicar cómo esta teoría distingue, para las expresiones
que denotan o expresiones denotativas (denoting phrases), sentido y referencia. Lo que
Russell llama, en su propia teoría, expresión denotativa correspondería en la de Frege a los
nombres y las descripciones definidas. Al sentido, Russell lo llama también significado
(meaning); y a la referencia, denotación (denotation). (Esta identificación ha sido cuestionada
después por especialistas que han estudiado el trabajo de Frege y Russell; sin embargo, para
entender cuál es la crítica de Russell a Frege puede aceptarse tal y como la formula el
primero). La teoría de Frege sostiene entonces que las expresiones denotativas expresan un
significado (o sentido), y denotan su denotación (refieren a su referente). Además, la
determinación del referente o denotación ha de tener lugar a través del sentido o significado.
Es el significado de la expresión denotativa el que permite identificar a su denotación.

Russell observa que una importante dificultad de esta teoría surge en aquellos casos en los
que la denotación parece estar ausente. En la oración (1): “El rey de Francia es calvo”, la
expresión “el rey de Francia” tiene un significado, pero no parece tener denotación -o no, al
menos, de manera obvia. Una posible salida, si se quiere mantener la premisa de que la
expresión tiene significado, es declarar a la oración sinsentido. Pero Russell considera esta
solución desacertada. Afirma que la oración es “patentemente falsa” y es esta intuición la que
quiere preservar. La dificultad de la teoría de Frege se pone de manifiesto porque, al admitir
que forme parte de la oración una expresión aparentemente denotativa que no tiene

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denotación, no se podría asignar un valor de verdad a esa oración, en contra de la intuición


de Russell de que la oración es falsa. Pero esto es lo mismo, a su juicio, que considerar a la
oración sinsentido.

Que una oración como (1) no debería considerarse un sinsentido se muestra a través de un
segundo ejemplo. En la obra La Tempestad, Shakespeare hace decir al rey (2): “Si Fernando
no se ha ahogado, Fernando es mi único hijo”. Aquí, “mi único hijo” es una expresión
denotativa (una expresión de descripción definida para Frege) que, en un análisis lógico
riguroso, tiene denotación si, y sólo si, quien habla tiene exactamente un único hijo. Pero
Russell afirma que la oración (2) seguiría siendo verdadera si Fernando se hubiera ahogado.
Concluye entonces que, para explicar esta asignación de valor de verdad, ha de
proporcionarse una denotación para aquellos casos en los que a primera vista esta
denotación parece ausente; o bien, ha de abandonarse la tesis de que es la denotación lo que
está en juego en aquellas oraciones que contengan expresiones aparentemente denotativas,
como es el caso de las descripciones definidas. La segunda opción puede parecer una idea
poco defendible, pero es precisamente la tesis que va a defender Russell. Es decir, su
propuesta va a ser la de considerar que las descripciones definidas (y otras expresiones
aparentemente denotativas) no denotan nada, no son expresiones con denotación.

Russell aún reconoce que Frege ha ofrecido una solución para los casos de expresiones
denotativas que no tienen denotación. Consiste en proporcionar, de manera estipulativa, una
denotación puramente convencional. Así, la expresión de descripción definida “el rey de
Francia” denota la clase vacía. Y la expresión “el único hijo del señor X”, cuando el señor X
tiene más de un hijo, denota la clase de todos sus hijos. (Esta solución de Frege no está
presente en el ensayo “Sobre sentido y referencia”, pero sí aparece en otros escritos). Russell
acepta que este procedimiento evita conducir a un error lógico (como el que se daría en (2)
tras la muerte de Fernando, al tener que declarar también en ese caso a la oración verdadera,
cuando ya no hay denotación. Pero considera que la solución es “totalmente artificial” y,
sobre todo, no ofrece un análisis exacto de lo que ocurre.

En su diagnóstico, si se acepta que las expresiones denotativas en general tienen tanto


significado como denotación, aquellos casos en los que parece no haber denotación dan lugar
a dificultades, tanto si se supone que hay denotación como si se supone lo contrario. Este

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diagnóstico lleva a Russell a proponer una teoría semántica que prescinde de la dimensión
del significado o sentido, y solo apela a las denotaciones para dar contenido semántico. Sin
embargo, esto le emplaza a resolver la dificultad de cómo analizar las expresiones
aparentemente denotativas, cuando (como ya se ha sugerido más arriba) no denotan. Una
respuesta a esta dificultad se encuentra en la teoría de las descripciones definidas.

Teoría de las descripciones definidas

Lo que se conoce como la teoría de las descripciones definidas es un ejemplo paradigmático


de aplicación del método del análisis lógico para contribuir a resolver problemas filosóficos,
mostrando que estos problemas se deben a una insuficiente comprensión de la verdadera
estructura semántica y lógica del lenguaje.

El mismo análisis puede ayudar a resolver tres tipos de problemas próximos entre sí, que
Russell propone ya en Sobre la denotación como paradojas que una teoría semántica
satisfactoria debería poder resolver.

Enunciados existenciales negativos

Son ejemplos de este tipo de enunciados:

(1) El círculo cuadrado no existe.


(2) La montaña mágica no existe.

Russell se pregunta cómo es posible que, para negar la existencia de una entidad, podamos y
tengamos que nombrarla. De alguna manera, parecemos estar denotándola o refiriendo a
ella.

Ley del Tercero Excluido

Imaginemos el siguiente enunciado, aseverado en un contexto actual (cuando hace tiempo


que Francia dejó de ser una Monarquía):

(3) El actual rey de Francia es calvo.

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De acuerdo con el principio lógico conocido como ley del tercero excluido, o bien este
enunciado, o bien su negación, han de ser verdaderos. La negación de (3) puede tomar, sin
embargo, dos formas distintas, que evidencian la ambigüedad de (3):

(4) El actual rey de Francia no es calvo.


(5) No es el caso de que el actual rey de Francia sea calvo.

¿Que ocurre cuando, como es el caso ahora, el actual rey de Francia no existe? Esto es, tanto
(3) como (4) parecen asumir la existencia de una entidad inexistente, o que podría ser
inexistente. En (5), se muestra la forma que debería adoptar la negación de (3) cuando no hay
actual rey de Francia, cuando la entidad aparentemente denotada por la descripción definida
“el actual rey de Francia” no existe. Pero una aplicación directa del principio lógico del tercero
excluido (que Russell asume) conlleva que debería ser posible en principio declarar a uno de
los dos enunciados (3) o (4) verdadero y al otro falso. Y, en todo caso, la forma gramatical de
(3) no permite determinar si su negación es (4) o (5).

Ley de Identidad

Consideremos ahora:

(6) La joven estudiante sabe que Neftalí Reyes es el autor de Los versos del capitán.
(7) La joven estudiante sabe que Neftalí Reyes es Neftalí Reyes.

Lo que la subordinada enuncia en (6) parece incluir un contenido cognitivo que justifica que
atribuyamos a la joven estudiante un conocimiento sustantivo de algo empírico. En (7), por el
contrario, la subordinada enuncia algo analíticamente trivial, y que seguiría siendo verdadero
aunque sustituyéramos uniformemente el nombre propio por cualquier otro. Si, empero,
quisiéramos ver reducido el valor semántico de un nombre a ser la denotación de una entidad,
parece que lo denotado por ‘Neftalí Reyes’ y lo denotado por ‘El autor de Los versos del
capitán’ son una y la misma entidad, con lo que tendríamos dificultades para explicar en qué
consiste esa diferencia de contenido cognitivo entre (6) y (7).

Esta posición que se acaba de sugerir (la de limitar el valor semántico de una expresión a lo
denotado por ella) es la defendida por Russell: frente a la solución de Frege, que había

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distinguido entre el sentido y la referencia de una expresión (lo que lleva consigo la
disposición a aceptar expresiones con sentido pero carentes de referencia), Russell defiende
que un análisis satisfactorio de la semántica del lenguaje puede y debe llevarse a cabo
únicamente asociando las expresiones de ese lenguaje con sus denotaciones
correspondientes. Esto implica que, en la teoría de Russell, la explicación del significado no
puede incluir sentidos.

¿Cómo se analizan entonces semánticamente los ejemplos que hemos visto?

Las expresiones de descripción definida pueden analizarse en términos de funciones


proposicionales (como en el caso de ‘x es el rey de Francia’) y cuantificadores (‘todos’ o ‘existe
algún’). No son, por tanto, nombres –como habían sido para Frege-, sino expresiones
cuantificacionales e incompletas, que han de instanciarse (completarse con los argumentos
necesarios) para expresar una proposición completa susceptible de ser verdadera o falsa. Así,
el enunciado (1) “El círculo cuadrado no existe” puede traducirse al lenguaje formal de la
lógica de primer orden como:

(1’)   x (Cx  Qx)

(donde  representa la negación,  la cuantificación existencial,  la conjunción lógica, Cx


representa la función proposicional “x es un cuadrado” y Qx la función proposicional “x es un
círculo”). Al analizar el enunciado (1) de esta forma, se muestra que no se está afirmando la
existencia de una entidad para luego negar esa misma existencia. Lo que se afirma es que no
hay, en el universo del discurso o dominio semántico considerado, una entidad que satisfaga
simultáneamente los dos predicados.

Para los restantes casos puede ofrecerse un análisis semejante. Así, en (3) “El actual rey de
Francia es calvo”, Russell observa que hay dos supuestos de carácter semántico tácitamente
presentes en la forma lógica del enunciado, aunque no se hagan explícitos: (i) un supuesto de
existencia, y (ii) un supuesto de unicidad. Si hacemos explícita esta estructura semántica,
obtenemos algo como: “Existe una entidad en nuestro dominio semántico, y sólo esa entidad,
tal que presenta la propiedad de ser el actual rey de Francia, y esa entidad presenta además
la propiedad de ser calvo”. En el lenguaje de la lógica de primer orden:

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(3’) x [Rx  y (Ry → y=x)  Cx]

(donde  representa la cuantificación universal, → el condicional material, = es la igualdad


entre individuos tomada como símbolo primitivo, Rx representa la función proposicional “x
es el rey actual de Francia” y Cx representa en este ejemplo “x es calvo”; el resto de símbolos
son como antes).

Es fácil ver que, de no existir en nuestro dominio semántico una entidad que satisfaga estas
condiciones, el enunciado pasa a adquirir valor de verdad falso. La negación sería, por tanto:

(5’)  x [Rx  y (Ry → y=x)  Cx]

que pasaría a ser un enunciado verdadero en ese mismo dominio. (En el supuesto de que lo
que quisiéramos negar fuera la posesión de la propiedad de ser calvo, y únicamente esto, el
mismo análisis semántico arrojaría como resultado:

(4’) x [Rx  y (Ry → y=x)   Cx]).

Finalmente, en el caso de los enunciados de identidad, la formalización en el lenguaje de


predicados de primer orden arroja los siguientes análisis:

(5’) La joven estudiante sabe que [n=n]

(6’) La joven estudiante sabe que [x [Axv  y (Ayv → y=x)  x=n]]

(donde Axv representa la función proposicional “x es el autor de Los versos del capitán”, n
abrevia el nombre propio “Neftalí Reyes”, y el resto de símbolos son como antes). Tras este
análisis que hace transparente la estructura semántica o, como la va a llamar Russell, la
sintaxis lógica del enunciado subordinado, es evidente también que hay una diferencia
importante en el contenido semántico de lo que sabe la joven estudiante.

En conclusión, la solución de Russell para evitar las dificultades que se generan en la teoría
de Frege, en particular al admitir que haya expresiones de descripción definida que tienen
significado (sentido) pero no tienen denotación (referencia), es la siguiente. Las expresiones
de descripción definida no son nombres, no son expresiones denotativas. Son expresiones

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cuantificacionales incompletas, un tipo de formas lógicas a las que Russell llama también
funciones proposicionales. Se caracterizan porque, al utilizarse en una oración, introducen en
ella dos supuestos: un supuesto de existencia, y un supuesto de unicidad (“existe un x y un
único x tal que Px”, donde P está por el predicado que aparece en la descripción definida). A
través del análisis lógico, y utilizando como herramienta el lenguaje de la lógica de predicados,
estos supuestos pueden hacerse explícitos, lo que permite hacer visible la estructura lógica y
semántica de la oración de que se trate. De esta manera, cuando el objeto supuestamente
denotado no existe, la oración resulta ser falsa: pues la afirmación expresada por el supuesto
de existencia, “existe un…”, así lo determina.

Este tipo de análisis, que revela la estructura semántica (la sintaxis lógica) del lenguaje, junto
con la noción de función proposicional, aparecen ya en Sobre la denotación. Una reflexión
más amplia sobre problemas de semántica se plantea incluso antes, en la introducción de la
inmensa obra Principia Mathematica (dedicada al programa logicista de fundamentar las
matemáticas en la lógica, que Russell escribió conjuntamente con Whitehead y se publicó en
3 volúmenes en 1910, 1912 y 1913). Y está también presente en sus conferencias sobre La
Filosofía del Atomismo Lógico (1918, 1919), en el ensayo Atomismo Lógico (1924) y otras
obras posteriores. Es en el marco de su filosofía empirista y de su atomismo lógico donde
Russell puede dar unidad y justificación filosófica al conjunto de sus análisis y a las tesis que
había ido formulando.

Atomismo lógico

Es frecuente considerar que la filosofía del atomismo lógico puede verse como una expresión
paradigmática del método filosófico de análisis lógico que hemos descrito antes. Asimismo,
se suele indicar que el método analítico que preconizaba tuvo consecuencias para su
posterior filosofía atomista. Desde un punto de vista metafísico, el atomismo lógico descansa
sobre la tesis de que el mundo puede considerarse constituido por unos hechos básicos,
lógicamente independientes entre sí, a los que Russell dará el nombre de hechos atómicos.
Estos hechos son complejos de entidades, discretas e independientes entre sí, que presentan
propiedades o satisfacen relaciones (en cada hecho atómico estarán presentes tantas
entidades como lo requiera la “ariedad”, es decir, el número de argumentos de la relación
correspondiente, y es posible ver las propiedades como relaciones unarias). Un hecho

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atómico, por consiguiente, está constituido por una entidad que presenta una propiedad
simple, o un número de entidades que conjuntamente mantienen una relación simple.

Esta tesis metafísica va unida a una tesis epistemológica. Russell defiende que hay dos tipos
de conocimiento acerca de los hechos del mundo: el conocimiento directo (o por contacto,
by acquaintance) y el conocimiento por descripción. El primer tipo de conocimiento es el que
tenemos de nuestras sensaciones o, como Russell explica muchas veces, de los datos
sensoriales que nos llegan y que podemos ver como si fueran entidades sensoriales (lo que
dentro de la tradición empirista se ha llamado sensibilia). Lo inmediatamente dado a la
experiencia sensorial da lugar a este tipo de conocimiento, que se expresa a través de
enunciados lógicamente simples, del tipo: “Esto blanco”, o “Esto al lado de eso”, y que reciben
el nombre de enunciados atómicos. Un hecho atómico, por tanto, consta precisamente de
estas entidades sensoriales a las que Russell llama particulares (cosas tales como pequeñas
manchas de color), y viene expresado por medio de enunciados atómicos. En un enunciado
atómico, los nombres propios en sentido lógico, con capacidad para nombrar las entidades
sensoriales, sólo podrían ser los pronombres demostrativos (como “esto” en “Esto es
blanco”). Este punto de vista se aleja significativamente del de Frege, para quien también los
nombres propios gramaticales, las descripciones definidas y las oraciones subordinadas
nominales podían ser nombres propios en sentido lógico. (Para los nombres propios
gramaticales Russell defendió una teoría descriptiva similar a la de Frege, considerándolos
abreviaturas de contenidos descriptivos que permitían la identificación).

El conocimiento por descripción permite construir, a partir de esta base de entidades


sensoriales, las entidades complejas que parecen estar dadas en nuestra percepción pre-
teórica de los hechos y que son aquéllas de las que hablan los enunciados de nuestras
descripciones del mundo más elaboradas y, muy en especial, las teorías científicas. (Por
ejemplo, ‘átomo’, ‘fuerza’ o ‘cuanto de energía’, pero también ‘esta mesa’ son el resultado
de una construcción así, que Russell llama “construcción lógica”). Russell habla entonces de
hechos compuestos o complejos (como por ejemplo “Esta mesa es sólida”, o “Fuerza es igual
a masa por aceleración”), y en otros puntos de hechos moleculares. Estos hechos vendrán a
su vez expresados por medio de descripciones complejas mediante enunciados moleculares
(o también llamados enunciados compuestos). Pero es preciso señalar ya aquí que esta

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composición no se corresponde con relaciones reales entre hechos en el mundo: las


relaciones lógicas que podemos establecer cuando relacionamos entre sí enunciados simples
o atómicos, y que están basadas en las operaciones veritativo-funcionales de la lógica de
predicados clásica, no denotan relaciones reales.

Proposiciones

En un temprano trabajo de 1903 (Los principios de la matemática, primera parte) Russell


reflexiona sobre la naturaleza de las proposiciones. Defiende aquí una posición que reaparece
más tarde, en su periodo central de la filosofía del atomismo lógico (1911-1925), y que se ha
podido describir como un realismo de las proposiciones. De acuerdo con la tesis que sostiene,
una proposición es una entidad compleja independiente de la mente; y una proposición
verdadera puede identificarse con un hecho. Los constituyentes de una proposición pueden
figurar en ella como término o como concepto. Una entidad figura como término cuando
puede considerarse que es una de las entidades acerca de las que trata la proposición. Una
entidad figura como concepto cuando tiene carácter predicativo, es decir, es parte de lo que
se afirma acerca de la entidad o entidades de las que trata la proposición. Por ejemplo, en
“Sócrates es humano”, el ser humano Sócrates figura como término de la proposición,
mientras que la propiedad de ser humano figura como concepto. Si es verdadero que una
entidad a está en una relación R con otra entidad b, entonces la proposición correspondiente
consistiría en un complejo que incluye entre sus componentes a las entidades a y b así como
a la relación R.

(Durante el periodo intermedio en que trabajó en los Principia Mathematica, en torno a 1907,
Russell revisó su concepción realista de las proposiciones entendidas como complejos de
entidades independientes de la mente, metafísicamente reales. Pasó a considerar que una
proposición era un enunciado interpretado, y por tanto una entidad lingüística. Las
proposiciones podían ser verdaderas o falsas conforme a su correspondencia o no con los
hechos del mundo. Esto suponía sostener, por tanto, una teoría de la verdad como
correspondencia).

En La Filosofía del Atomismo Lógico introduce la noción de hecho atómico a la que nos
referíamos antes para designar hechos lógicamente simples, es decir, aquellos que pueden

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verse como constituyentes más básicos y simples en el mundo de los hechos. Una proposición
atómica es una proposición que consta de un predicado para una relación n-aria (primitiva o
lógicamente simple) y n nombres propios en sentido lógico, que nombran particulares (es
decir, las entidades sensoriales que pueden considerarse los últimos constituyentes de los
hechos atómicos, y que soportan o exhiben las relaciones lógicamente simples). Una
proposición atómica podría representarse entonces simbólicamente mediante expresiones
del tipo: Fa, Rab, etc. Esto supone que Russell está empleando la denominación “proposición
atómica” con ambigüedad: tanto para referirse al enunciado simple (o enunciado atómico)
que describe un hecho atómico, como para referirse al hecho atómico mismo, es decir, al tipo
de entidad compleja estructurada cuyos constituyentes son las propias entidades
concernidas: los objetos y sus propiedades y relaciones.

Proposiciones: singulares o russellianas, generales y particulares

En la filosofía del lenguaje más reciente se mantienen fundamentalmente dos concepciones


distintas de las proposiciones (existe una tercera, a la que nos referiremos un poco más
adelante, en términos de mundos posibles; y existe una cuarta posición eliminativista, que
consiste en prescindir de la noción por completo). Una es la concepción que hemos visto en
Frege. De acuerdo con su teoría, una proposición era el pensamiento expresado por un
enunciado, lo que en su teoría también se llama el sentido del enunciado. Esto, como ya
hemos estudiado, es lo que contemporáneamente se conoce como proposiciones fregeanas
La segunda es la concepción que acabamos de ver en Russell. Contemporáneamente, se
denominan proposiciones singulares (o proposiciones russellianas) a aquellas proposiciones
que tratan de un objeto teniéndole como constituyente de la proposición.

Esto significa que, en el marco de la filosofía del atomismo lógico tal y como la formuló Russell,
sólo podían ser proposiciones singulares, en un sentido estricto, las proposiciones atómicas.
La filosofía del lenguaje más reciente ha adoptado una concepción más amplia, también
sugerida por Russell, que permite tomar como proposición singular cualquiera que trate de
un objeto particular, manteniendo el mismo compromiso respecto a considerar que el objeto
es un constituyente de la proposición. Un ejemplo sería el que veíamos antes en el enunciado
sobre Sócrates.

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Estas proposiciones singulares no deben confundirse con las proposiciones particulares (o


“particularizadas”), que son proposiciones relativas a un único objeto pero que no contienen
a este como constituyente. Típicamente, una proposición particular es la que incluye una
cuantificación existencial o una descripción definida (por ejemplo: “El autor de Los versos del
Capitán murió en Isla Negra”). También se distinguen de las proposiciones generales, que son
proposiciones que no tratan de objetos particulares, y sí de clases o grupos de objetos. Una
proposición general incluye típicamente una cuantificación universal o una generalización
(como “Algunos X son Y”)

Algunas dificultades y argumentos a favor

También durante su etapa central de la filosofía del atomismo lógico Russell intentó
confrontar dos dificultades generadas por su concepción realista de las proposiciones. Una
afectaba a las proposiciones falsas: ¿con qué hecho en el mundo podía ponerse en
correspondencia una proposición falsa? Inicialmente, Russell había concebido la falsedad de
una proposición como el no darse un hecho en el mundo que estuviera en correspondencia
con esa proposición. Pero después parece haber tomado en consideración la hipótesis de que
hay hechos negativos: es decir, que si Fa es falso, tiene que haber un hecho en el mundo que
consista en que a no tenga la propiedad F. En el caso de proposiciones negativas verdaderas,
como “No es el caso que...”, también se necesitaba un hecho negativo en correspondencia
con la proposición.

A esta peculiar ontología de hechos negativos agregó además hechos generales. En este caso,
el problema surgía de la observación de que una proposición que incluya una cuantificación
universal no podía ponerse sólo en correspondencia con el conjunto de hechos atómicos que
la hacen verdadera (cuando estos hechos están dados en un número finito, y para establecer
la proposición se ha aplicado el principio de inducción), sino que era preciso añadir además
un enunciado que afirmara que sólo los hechos atómicos considerados tenían que tomarse
en cuenta y que no había más. (O, alternativamente, habría sido necesario considerar una
cuantificación infinita y contrafáctica para la que la lógica de los Principia Mathemática
carecía de recursos expresivos). Russell postuló que había hechos generales que permitían
dar cuenta de la verdad de las proposiciones generales. De manera análoga, postuló hechos
existenciales para las proposiciones cuantificadas existencialmente.

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A favor de la concepción de Russell, uno de los argumentos que respaldan que esta
concepción filosófica se haya aceptado en la filosofía del lenguaje más reciente es el
argumento de que permite ofrecer una explicación de las propiedades semánticas de las
expresiones demostrativas o indéxicas. Por ejemplo, permite explicar que la denotación de
expresiones como ‘tú’, ‘yo’, ‘aquí’ o ‘ahora’ quede fijada en cada contexto particular de
formas diferentes. Pues esta denotación, relativamente a cada contexto de uso, no viene
determinada mediante una propiedad descriptiva o un sentido, en el sentido de Frege. En la
concepción russelliana, la propia entidad (la que corresponda en cada caso) figura en la
proposición en tanto que constituyente de la misma.

Una importante crítica dirigida a la teoría de Russell fue tempranamente formulada por
Strawson. En su ensayo On referring (1950), argumentó que un enunciado como “El actual
rey de Francia es calvo” no podía ser declarado falso, como se seguía de la aplicación del
análisis russelliano. Strawson consideraba que este tratamiento no se correspondía con
nuestras intuiciones acerca, en particular, de cuándo puede declararse verdadera una
proferencia del enunciado anterior. Su propia solución consiste en considerar que este tipo
de enunciados, en los que se predica algo de un objeto inexistente, no son ni verdaderos ni
falsos. Un enunciado que contenga la descripción definida “el actual rey de Francia”, cuando
no existe, no incluye una afirmación de que existe el actual rey de Francia, y que es único (este
era el análisis de Russell), sino que presupone su existencia. Si la descripción no refiere, es
esta presuposición la que falla, y la proferencia del enunciado deja de tener valor de verdad.
Strawson había propuesto un análisis semántico de las presuposiciones que hoy sigue
teniendo gran influencia; de acuerdo con este análisis, que un enunciado A presupone un
enunciado B es equivalente a que la verdad de B sea condición necesaria para poder declarar
a A verdadero o falso. Strawson defendió además que hay un uso puramente referencial de
las descripciones definidas (esto último se tratará más adelante.)

Aunque la crítica de Strawson es incisiva y resulta hoy en día convincente, Russell aún pudo
responder a ella apelando de nuevo a intuiciones sobre la asignación de verdad a los
enunciados que filosóficamente es defendible. La teoría de las descripciones definidas de
Russell se considera hoy en día un ejemplo muy destacado de aplicación del método del
análisis lógico para desvelar la estructura semántica del lenguaje.

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Lenguaje lógicamente perfecto: hacer transparente la estructura del mundo a través de la


forma lógica de los enunciados (de su sintaxis lógica).

La tarea de la filosofía era para Russell la de llevar a cabo un análisis de los enunciados que
describen los hechos del mundo, con el fin de desvelar su verdadera estructura semántica y
permitir, después, una reconstrucción de nuestras descripciones del mundo, en especial de
los enunciados de las teorías científicas, en un nuevo lenguaje, carente de vaguedad o
ambigüedades y que no produzca confusión como lo hace la gramática externa del lenguaje
natural. Este sería un lenguaje lógicamente perfecto o epistémicamente ideal, capaz de hacer
transparente, en la estructura semántica y lógica de los enunciados, la estructura ontológica
de la realidad.

En la introducción que escribió al Tractatus Logico-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein,


Russell explicitaba las condiciones que debería cumplir un lenguaje lógicamente perfecto:

1. Sobre la sintaxis: condiciones para la univocidad de las reglas de la sintaxis lógica, que
garanticen que las expresiones generadas son expresiones susceptibles de
interpretarse con sentido.
2. Sobre la semántica: condiciones sobre la unicidad de significado de los términos y
expresiones, para que exista unicidad de significado o referencia en las expresiones y
sus combinaciones.

Y, al reflexionar acerca de cuál sería el estatuto de ese lenguaje, observaba:

No es que haya lenguaje lógicamente perfecto, o que nosotros nos creamos capaces,
aquí y ahora, de construir un lenguaje lógicamente perfecto, sino que toda la función
del lenguaje consiste en tener significado y sólo cumple esa función satisfactoriamente
en la medida en que se aproxima al lenguaje ideal que nosotros postulamos. (Ibid.)

Aunque hay desacuerdos explícitos de Russell con la teoría de Frege (se ha visto ya su crítica
a la noción de sentido), ambos parecen coincidir en su crítica a algunos aspectos del modo en
que funciona el lenguaje natural. En particular, tanto el fenómeno de la falta de referencia o

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denotación de expresiones aparentemente referenciales, como el de la polisemia, debían


evitarse en un lenguaje que fuera apropiado para comunicar el conocimiento de la realidad;
y la estructura sintáctica de los enunciados debía hacer transparente cómo se articulan las
expresiones que los componen, de manera tal que también resulte transparente el modo en
que cada enunciado se relaciona con la realidad. A esta sintaxis, que está motivada
semánticamente, Russell la llama sintaxis lógica. Puede hablarse también aquí de forma
lógica. La sintaxis o forma lógica de un enunciado resulta de un análisis que muestre la
estructura formal en que se articulan los elementos constituyentes del enunciado, sus
expresiones componentes. Y este análisis ha de permitir poner en correspondencia al
enunciado con la estructura formal de la realidad.

El método propuesto por Russell para llevar a cabo el análisis lógico del lenguaje consiste en
utilizar un lenguaje lógico, en particular el cálculo de predicados de primer orden. Dado un
enunciado simple, primero se analiza o descompone en sus constituyentes (nombres y
predicados), y después estos constituyentes se sustituyen por variables (individuales y
predicativas). Los enunciados compuestos a partir de enunciados simples se analizan
también, de modo que esa composición resulte visible mediante los operadores lógicos. El
resultado es una estructura sintáctica en un lenguaje lógico (puede pensarse aquí en cualquier
fórmula bien formada del cálculo de predicados de primer orden). Russell estaba convencido
de que este tipo de análisis lógico del lenguaje permitiría desvelar la verdadera forma lógica
de los enunciados y, al hacerlo, evitar las confusiones y errores que se producen en el lenguaje
natural, en particular los problemas de falta de determinación de la referencia por
ambigüedad y vaguedad.

Un buen ejemplo de aplicación del análisis lógico del lenguaje para obtener la forma lógica de
un enunciado se encuentra en los ejemplos que hemos visto ya de análisis de enunciados que
contienen descripciones definidas (1’ a 6’). Lo que importa tener en cuenta en el caso de
Russell, desde un punto de vista filosófico, es que el análisis que lleva a esta estructura o
forma lógica está motivado semánticamente, teniendo en cuenta cómo el enunciado se
corresponde en su estructura con la estructura de la realidad.

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Filosofía del Lenguaje I – Grado en Filosofía UNED

Aunque, al parecer, Wittgenstein se mostró en desacuerdo con algún aspecto de la


interpretación de Russell (en particular, por su identificación de los objetos del Tractatus con
los particulares de su propio atomismo lógico), importantes elementos de la filosofía de Frege
y Russell aparecen y se discuten en esta obra, que no puede leerse por tanto sin tener en
cuenta sus preocupaciones comunes –y, en el caso de Russell y Wittgenstein, sus discusiones
e intercambios en el contexto académico de la universidad de Cambridge.

Cristina Corredor

UNED

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