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Cuarta ate
Frente al
imperio |ee Capitulo 1
EI principio
del fin
El imperio logra cercar a
Monte-del-Rey la tierra de los libres
Cuando sobre su camino empezaron a correrse las
nubes del fuerte invierno para dejar pasar timidos
rayos de sol —cabeza del veranillo—, se aproximé al
gran rio de la Cruz-del-Sur, sobre la misma ruta de las
sabanas comuneras, onduladas y tapizadas de grama
donde pacian tranquilas las madrinas de caballos y los
hatos de ganados cimarrones, del color de los monos
araguatos, rojinegros como figuras de barro cocido
que fabricaban los artesanos de la lejana Rua-Quira
el pueblo de los olleros. Reconocié los lugares donde
descendian las hadas al encuentro de su amada, los
mismos paisajes que habia visto en suefios cuando
era un nifio pescador en la aldea de Mata-de-Pantano
> 305 <E] clima era dulcemente benigno, las aguas
abundantes y el aire claro y perfumado, atravesado
por inclinadas columnas de luz que se colaban por
entre las nubes del atardecer, a la hora del sol que
invita a los venados a triscar los cogollos recientes
de la sabana. Cada vez estaba mas cerca de Franke-
lin de Oriente, a quien buscaba desde el secreto
sendero de la sangre, que venfa a su vez de arboles
y flores, de rios, fieras, cantos de pajaros y huellas
remotas de nubes en el cielo y mas arriba, mucho
més alla del vuelo de las dguilas y de los céndores.
Venta del sol, de las estrellas mds lejanas y de los mas
remotos luceros. Ahora era otro y seguia siendo el
mismo, tenia en el coraz6n su recuerdo y esta luz del
hermoso atardecer,
Empezaba a pasar el invierno, que en su pasado
casi siempre habia coincidido con la tristeza; enten-
dia que habia buscado siempre el camino a ciegas
y solamente lo habia encontrado cuando el amor le
hizo olvidar que lo buscaba, cuando tuvo alas que
nacieron en su corazon sin que nadie se las prestara.
En la noche estrellada del verano incipiente, supo
que ellas germinaban de las semillas que nos dejan
las hadas y que se abren cuando el amor nos Ilena el
alma de rocfo con una sola mirada, enmarcada por
una sonrisa placida bajo la luz de la luna.
> 306<
Lareina y el serpiente habian extendido sus ten-
taculos muy lejos, pero el viajero siempre estuvo mas
alla, un paso adelante, una casualidad, un milagro, una
inesperada sefial o advertencia lo mantuvieron libre.
La reina descuidé un instante el limite mas lejano de
su imperio en el momento en que Viajero alcanz6 las
onduladas sabanas de Monte-del-Rey; mientras él
tenia el corazon mas lleno de amor por haber llegado
al limite de la vida en lo mas crudo del invierno, la
reina se habia alejado tanto de si misma, llevada por
su afan de acrecentar su poder, que cuando fueron
fuertes las fronteras del imperio, en el propio centro,
en la capital misma, se abrié una grieta.
Los sucesos de los ultimos tiempos se habian
presentado vertiginosamente. La toma de la ciudad.
Malabar produjo un enorme ctiimulo de informacién
“que era poder —segtin palabras de la reina—, pues
permitia actuar”. Estaba representada en las crénicas
de la ciudad y en un documento de valor incalculable:
el diario del ultimo guerrero, en el cual se confirmaba
de manera irrefutable la supervivencia de Viajero y se
mencionaban los buscados pasos cordilleranos hacia
Monte-del-Rey la tierra de los libres. Los ejércitos
imperiales fueron reorganizados inmediatamente en
tres grandes columnas que a su paso arrasaron los ulti-
mos bosques de niebla y recrudecieron el recuerdo de
>307<los ominosos afios en los cuales las legiones de hache-
tos e incendiarios oscurecian él cielo con el humo de
los fuegos que desencadenaban a su paso.
La aproximacién de Viajero y las tropas impe-
tiales al gran rio de la Cruz-del-Sur fueron casi simul-
taneas. El] desenlace parecia tan inminente que la
reina y el serpiente supervisaron personalmente el
desarrollo de las acciones militares, que no eran otra
cosa que el arrasamiento de poblados campesinos y
el degiiello de poblaciones enteras, que los escribas
y los pintores de la corte se encargaban de convertir
en heroicas batallas donde el estandarte del imperio,
con la culebra y la telarafia, triunfaba como adalid de
la libertad y el progreso.
Sin embargo, en un instante la caida fue propi-
ciada por el minimo descuido, como cuando el centi-
nela monta guardia y en un parpadeo pasa el profugo,
que supo estar mds atento y pudo hacer su movi-
miento. De la misma manera, el mago de palacio y
el pintor de la corte vieron la oportunidad de actuar
movidos el uno por su miedo y el otro por su ambicion
Su permanencia en el palacio obedecié a la
premura que tenia la reina por incorporar a su férula
los nuevos territorios conquistados y para ello dejé al
mago mayor encargado de analizar los documentos
que se iban encontrando y al pintor le encomendé la
> 308 <
ilustracion de las hazafias de sojuzgamiento de las nue-
vas naciones, ultima terra incognita que permanecia
sin someter. Fl palacio tendria una nueva ala, en cuyas
paredes quedaria consignada, para gloria del imperio
y ensefianza de las nuevas generaciones, la epopeya
que llevaria al auge universal del estandarte imperial.
Tiempo atrés, cuando el mago buscaba repro-
ducir el secreto de Okar para taladrar la roca, habia
mirado la retina de una de las aguilas sacrificadas
en las innumerables camicerias llevadas a cabo por
las guarniciones fronterizas cuando empezaban las
temporadas de migracién; en el fondo del ojo del ave
habia encontrado lo que parecia ser la inconfundi-
ble reticula de los escuadrones de Edka-mano-de-
hierro organizandose en ejercicios de defensa, sobre
las sabanas comuneras de Monte-del-Rey. Pidié al
pintor de la corte que hiciera una versién grafica tan
meticulosa como fuera posible, pues, aunque habia
transcurrido el tiempo y esa retina hubiese quedado
almacenada en las bodegas imperiales, el valor mili-
tar de lo visto por el Aguila era indudable.
Fue por aquella época cuando debieron pasar
muchas horas trabajando juntos, pues, para lograr
una mayor exactitud en el dibujo, el mago debia per-
feccionar lentes y aparejos para dilucidar algunas
imagenes que no coincidian con lo que sencillamente
> 309<deberian ser jinetes con armaduras doradas y lanzas
magnificas—algunas del célebre acero Sugamuxi— y
trabajaron largas horas hasta confirmar el hallazgo
y poder llegar a sus majestades imperiales con todo
el boato del importante descubrimiento:
—Alteza, sefioria, los escuadrones de Monte-
del-Rey han sido reforzados con hadas que cabalgan
luceros. No nos queda la menor duda.
—jMaldito ese rey! —exclam6 furiosa la reina
arafia. jPero asi sera mas humillante su derrota, ten-
dremos hadas esclavas que limpien los pasillos y ali-
menten los cerdos. Lo haremos constar en los nuevos
murales del palacio de la victoria!
Una noticia como esa la motivé a dirigirse al
campo de batalla y a dejar en manos del mago y el pin-
tor los preparativos de la ampliacion del castillo. Sin
embargo, la soberana no contaba con que en su tiempo
de trabajo ellos habian descubierto no la amistad, sino
la complicidad que permite compartir sin entregar
el corazén; ambicion y miedo se habian enyuntado, el
mago de la corte y el pintor de palacio decidieron apro-
vechar la ausencia repentina de los tiranos para cum-
plir con su propio plan: robar el tesoro de palacio.
El mago puso todo su ingenio al servicio de la
codicia del pintor quien le prometié riquezas sufi-
cientes para adquirir un reino —que fuese exclusivo
>310<
de su propiedad—, donde pudiera retirarse, lejos de
las exigencias de la reina arafia y de las constantes y
ofensivas impertinencias del serpiente.
Desde el instante mismo en que partieron las
tropas imperiales rumbo a la conquista, en medio
de las simuladas aclamaciones del populacho, en
secreto empezé a inventar un artificio capaz de des-
cifrar las claves secretas que sellaban las bovedas de
palacio donde se guardaban los tesoros, producto
de toda una vida de saqueos. E] pintor se encarga-
tia de usar todo su arte para falsificar las érdenes de
acceso que Unicamente eran expedidas con autori-
zacion firmada de la reina arafia y el serpiente, los
tnicos que durante toda la existencia del imperio
podian entrar en las galerias subterraneas.
El plan se mantuvo en completo secreto y sola-
mente echaron a andar su confabulacién cuando lle-
garon noticias del frente de guerra, que venian no solo
con los primeros envios de documentos, armas, joyas
y prisioneros, sino con la noticia del extraordinario
fendmeno que tifid la noche de la frontera oriental
con las luces moviles, maravillosas, que se produ-
jeron con la llegada de los refuerzos del ejército de
las hadas y el encuentro de Viajero con Frankelin
de Oriente, lo cual verdaderamente ponia en peligro
la estabilidad imperial.
>3an<Mago y pintor —seguros de que la reina y el
serpiente estaban suficientemente ocupados con la
guerra como para supervisar lo que ocurria en pala-
cio— decidieron intentar el acceso a los depésitos
imperiales. La guardia del tesoro revisd los documen-
tos, presentados con el pretexto de depositar en las
bévedas las primeras joyas enviadas, ya dibujadas
por el pintor. La autorizacion traia el sello real repu-
jado, las firmas reglamentarias, el lacre de los sobera-
nos y los demas requisitos minuciosos para entrar en
las galerias subterréneas. Ocultos entre el botin iban
los artefactos disefiados por el mago para descifrar
jas claves que abrian las enormes puertas de piedra.
Después de atravesar numerosas galerias de seguri-
dad, llegaron al deposito principal.
La visi6n era inverosimil: el sal6n del tesoro bri-
llaba con luz propia, producto del resplandor de las
joyas, los lingotes de oro y plata, los doblones colo-
niales y todos los tesoros de décadas de expoliacién;
pero en medio del centelleante fulgor del botin, les
llamo la atencion el glacial halo que provenia de una
béveda central, indudablemente un recinto especial,
semejante a un altar. Se acercaron con su cautela de
Jadrones y quedaron perplejos. Ante ellos se encon-
traban, en urnas de cristal, el corazon de la reina y el
veneno del serpiente.
Entendieron muchas cosas que antes hab{an
notado, que luego pasaron desapercibidas, y hoy se
revelaban con didfana claridad: los tiranos hab{fan
logrado cimentar un poder tan grande sobre la base
misma del desamor y, por eso mismo, se torné peli-
groso para ellos dos. Convencidos de que su sola
presencia, tras afios y afios de sanguinaria repre-
sion, era suficiente para infundir el terror y manejar
el panico y la amenaza, pactaron entre ellos la no
agresién, garantizada por la presencia de sus mas
preciados valores en un lugar neutral, en este caso
los depdsitos reales del tesoro, donde unicamente
ellos dos tenfan acceso.
Sin corazén en el pecho, la reina arafia podia
cometer todos los crimenes —incluso los mds abe-
trantes— sin ningun asomo de remordimiento y
podria relacionarse con el serpiente sin la menor posi-
bilidad de llegar a generar amor en ese hueco donde
una vez palpitara la viscera sanguinolenta; él, por su
parte, sin su veneno no podria traicionarla, pues ella
Jo dominaba con el gesto, la mirada y la caricia de
las manos. Asi neutralizaron la agresién mutua a que
pudiera llevarlos el creciente aumento de riquezas,
especialmente ahora que las perspectivas eran tan
halagadoras respecto de la conquista de Monte-del-
Rey la tierra de los libres.El mago entrd en panico, sus miedos crecie-
ron y temblaron sus manos a la vista de las urnas,
que parecian tener ojos para vigilar el tesoro, porque
sabia que el corazén de la reina tenia la capacidad
de transmitir a su duefia lo que ocurriera dentro del
salon del tesoro, e intuia que tarde o temprano serfan
descubiertos. Sin embargo, algo extrafio pasaha...
porque nada ocurria. La desmedida ambicién del
pintor le hizo ver claras las ventajas de la situacién.
Conservé la calma movido por su codicia, embe-
lesado por las riquezas que tenia al frente y sobre
todo por la posibilidad de mantener con ellos una
prenda de garantia:
—Llevemos el corazén y el veneno, seran nues-
tro salvoconducto —dijo impasible.
Con mano temblorosa, el mago tomo el reci-
piente de cristal que contenia ese viejo y ajado cora-
zon que palpitaba lento y parecia estar agazapado,
como una bestezuela lista a morder y a punto de ata-
car. Con un estremecimiento sintié el helaje de la vis-
cera y no lo soporté, y dejé el recipiente nuevamente
en su sitio. Dentro de él se balanceé ese corazén que
se golpeaba contra los bordes del cristal.
En todo el imperio, se escuché un grito horrible
de dolor que llegaba con la primera luz del amanecer.
Era un grito que venia desde lo profundo del tiempo,
>314<
del miedo a que esto pasara, a que las profecias se
cumplieran y empezara a desbaratarse el andamiaje,
tan minuciosamente montado afio tras afio, en una
calculada secuencia de dominar sin dejar grietas. El]
alarido venia de la cueva oscura de la garganta de la
reina en el campamento de avanzada sobre la fron-
tera de Monte-del-Rey la tierra de los libres. El dolor y
Ja furia eran una sola llamarada en los ojos de la reina
que se retorcia encorvada en su baldaquinada cama,
apretandose el pecho con las manos retorcidas como
garras sobre el hueco negro del lado izquierdo, donde
los humanos tienen ese fruto maravilloso y rosado
tefugio amor, que se llama corazén y que vibra con
una caricia, con un beso, con una sonrisa, con el bri-
llo de una mirada enamorada. En el revuelo que llend
los cuarteles de hacheros e incendiarios, con el ir y
venir de los médicos, los rumores volaron por entre la
tropa y se hablaba de que a la reina le habia dado un
infarto fulminante.
—Su majestad ha sufrido una ligera indisposi-
cién —dijo el serpiente a las tropas a través de un
comunicado oficial que para todos era una indudable
patrafia, ya que de inmediato empezaron los prepara-
tivos para el retorno a la capital. Estaba sembrada la
semilla del desorden futuro, abonada por la increduli-
dad y la desconfianza
>315<Capitulo 2
El desolado
campo
de batalla
Monte-del-Rey a punto de caer
La imagen descubierta por el mago en la retina del
Aguila migratoria, dibujada por el pintor de la corte
en el informe a la reina, era el refuerzo de las hadas,
jinetes en estrellas fugaces y en luceros titilantes que
llegaban al festival de las lluvias todos los afios, con
exacta regularidad para anunciar el fin del verano,
pero que esta vez parecia indicar preparativos mili-
tares. Era la época en que las sabanas comuneras se
llenaban de luces en el encuentro de cielo y tierra, en
el espacio que tanto amaba Frankelin de Oriente y
donde Viajero tantas veces la habia sofiado.
El] rey Edka-mano-de-hierro era de una volun-
tad a toda prueba, que le habia hecho ganar ese
>3I7<apelativo, con el cual era conocido en el territorio de
leyenda en que se habia convertido su nacién, siem-
pre indémita y libre, jamds hollada por el imperio
En su infancia habia aprendido a conocer arboles y
animales con un indigena que en el futuro llegaria
a ser el sabio viejo Makuna. Les ligaba una amistad
de hermanos y se mantuvieron unidos por constante
comunicacién hasta que el surgimiento del imperio
los aisl6, al uno en el bosque oculto por la niebla y al
otro en el piedemonte, donde la nacién de Monte-del-
Rey tuvo la buena fortuna de contar con una frontera
natural después del cierre voluntario de los caminos
indigenas de Guaicaramo, Uwa y Cusiri. El Ultimo
contacto entre ellos se habia dado por la época de
paz que finaliz6 con el ataque a la nacién de Makuna
por parte del imperio unificado bajo el estandarte de
la serpiente y la arafa. Previendo en la pared de la
cueva sagrada los terribles tiempos que se avecina-
ban, Makuna pidié a Edka que se hiciese cargo de
los nifios, pero desafortunadamente solo la pequefia
Yassuna logr6 llegar y fue criada por el rey como su
propia hija con el nombre de Frankelin de Oriente.
Monte-del-Rey era una nacién que vivia en
armonia con la naturaleza y que consideraba tesoros
de igual valor un arbol y un libro, un venado y una
escultura, una joya y el canto de un pajaro. Por eso,
>318<
Frankelin conocié muy temprano las artes de la lec-
tura y la escritura, que, ademas de lo aprendido con
Atta y Loti, le permitieron disfrutar con igual interés
la biblioteca y el bosque, las galerias con antiguas
obras de arte en el palacio de Edka y los riachuelos
—llamados “cafios” en esa tierra— bordeados por los
bosquecillos de palma de moriche. Desde su arribo, la
pequefia conocido los grandes secretos de aquel pais:
la capacidad de volar, el amor por los caballos moros
lunados de la estirpe del Guarataro y los festivales de
la Iluvia con la presencia de las hadas. Al igual que
Viajero, Frankelin habia perdido la memoria, pero se
comunicaba con Chaquén en el mismo suefio donde
crecieron los dos hasta el dia que llegé su tiempo
para empezar a recobrar la memoria y darle forma a
su destino. Cuando ella cumplié veinte afios, sus alas
estaban listas y asi pudo ayudar a su amado varias
veces, cuando sobrevol6 —con enorme riesgo— la
frontera para recibirlo sobre el puente del rio de fuego
—aunque él no la reconociera por no ser todavia su
tiempo—, luego para llevar la fruta del arbol de la
vida a la torre cuadrada, después el zurr6én con agua
sagrada al pais de la lluvia y finalmente cuando le
salvo la vida al dejarle una flor en el corazon después
de pasar por el bosque de las letras. Siempre estuvo
a su lado y ahora mas que nunca ella lo necesitaba,pues los pueblos fronterizos empezaban a ser victi-
mas de la incontenible entrada de tropas imperiales
por los senderos recientemente reabiertos.
El rey Edka entregé a Frankelin la mochila de
cumare con su mitad de los manuscritos; aunque
durante muchas noches los miraron, los estudiaron
y los analizaron con varios sabios de la corte, ter-
minaron convencidos de que solamente adquiririan
sentido cuando los mezclaran con los que portaba
Viajero. La preocupacion al leer los fragmentos que
hablaban de la crueldad de las batallas movieron al
rey a ensefiar a Frankelin las artes de la guerra, que
Edka a su vez habia aprendido en su juventud con los
guerreros de Malabar, pueblo que mantuvo un inter-
cambio comercial y cultural intenso con su nacién
hasta el cierre de los caminos.
Cuando las hadas llegaron al ultimo festival de
las lluvias, Edka las cité a un concilio y alli les mani-
festd sus temores por el creciente peligro al cual
se vefan expuestas si decidian quedarse, teniendo
en cuenta las terribles noticias que llegaban de la
frontera. Una enorme avalancha invernal habia rea-
bierto el paso de Uwa, al norte; y los pasos de Cusiri,
al centro, y de Guaicaramo, al sur, habian sido des-
enterrados por el imperio; por alli venia, galopante,
la destruccién.
> 320<
—No nos iremos, majestad, esta también es
nuestra tierra, pues es la que da sentido a nuestras
vidas; antes bien, solicitaremos refuerzos y apoya-
remos la defensa —dijeron las hadas con gallardia
Emocionado, Edka agradecié ese gesto de amor
hacia Monte-del-Rey. El dia que descendieron los
escuadrones de hadas montadas en estrellas fugaces
y en luceros enjaezados para la guerra, las aguilas
migratorias —atraidas por el destello de luz de aquel
prodigio— miraron hacia los escuadrones formados
en las sabanas comuneras y en sus retinas quedd
grabada aquella visién sobrenatural.
Edka se despidio de Frankelin con un fuerte
abrazo —que presentia seria el ultimo— pidiéndole
que, como alguna vez habian acordado cuando él le
ensefié las artes malabares de la guerra, impidiera
que su espada fuera deshonrada dejandola caer en
manos del enemigo. El rey se dirigié al frente de bata-
lla, comandando el ejército de luces y las brigadas
de hadas que iluminaban la noche a su paso. Ella lo
despidié con tristeza en el rostro y se quedé al mando
de la organizacién de suministros y el envio de per-
trechos a los puestos fronterizos mas asediados. Muy
preocupada, presintiendo la tragedia, llamé con su
corazén a Chaquén, su Unica esperanza en este terri-
ble momento que se avecinaba. Viajero la escuchéen su pensamiento y corrié como un venado hacia
Ja garganta de Cusiri, por donde la inmensa nube de
humo le indicaba la llegada de las tropas imperiales y
donde esperaba encontrar al rey Edka.
La reina y el serpiente estaban absortos en su
campamento de guerra contemplando hipnotiza-
dos ese fulgor del amor de las hadas que se levan-
taba como una aurora boreal mas alla de los filos
de la montafia que marcaban las fronteras entre su
imperio y el indomable reino de Monte-del-Rey, tra-
zando en el atardecer el camino por donde venia el
soberano Edka-mano-de-hierro a presentar batalla
con sus tropas reforzadas por el ejército de hadas.
Se restregaban las manos, pasaban saliva y miraban
fijamente como fieras hacia el horizonte por donde
titilaba la sabana.
El rey, caballero en su imponente semental
moro lunado del Guarataro, inicié la marcha por tierra
y, al llegar hasta el gran rio de la Cruz-del-Sur, divi-
dio sus tropas en tres columnas para volar con ellas
hacia cada una de las entradas a su nacién. Dos
de sus mejores generales comandaban cada una de
las columnas —norte y centro—, mientras él perso-
nalmente comandaria la del sur. Esta necesidad de
defender varios frentes simult4neamente lo ponia en
desventaja numérica ante la notoria superioridad de
Pai
los invasores. Edka lo sabia y por eso su rostro tenia
un aspecto sombrio cuando las tropas se separaron
y emprendieron el viaje; para muchos, el ultimo. Los
antiguos caminos de indios seguian los desaguaderos
naturales de la cordillera y esto les daha la ventaja de
establecer barricadas donde las gargantas talladas por
los rios se angostaban y favorecian la resistencia.
Las legiones de hadas sobrevolaron las saba-
nas comuneras y se encaminaron hacia las monta-
fias donde las tropas de avanzada de Monte-del-Rey
habian establecido los primeros atrincheramientos,
aprovechando y reconstruyendo las fortificaciones
—Caribabare, Santiago de las Atalayas, El Secreto,
Sdécama y La Salina, entre otras— levantadas
durante la primerisima época del imperio cuando
los conquistadores las construyeron previendo este
tipo de ataques
A uno de estos puestos de avanzada habia
llegado el dia anterior un guerrero que portaba tan
solo un pufial damasquinado de acero Sugamuxi
y el escudo, la lanza y la cota de malla que habian
sido del rey Eukal, soberano de la torre cuadrada.
Era Chaquén quien humildemente se puso al servi-
cio del comandante de la guarnicién. Los manuscri-
tos del anciano Makuna contenian otro secreto: la
muerte prodigaria una espada, pero Viajero no podia
>323<entender su significado, Cuando al caer la tarde lle-
garon las hadas del segundo ejército, trafan la noti-
cia de que el rey Edka habia decidido a ultima hora
ir a dirigir la columna del sur, en Guaicaramo, por
donde consideraba que vendria el grueso del ataque.
Avatares del destino, porque Frankelin deseaba que
Chaquén protegiera a su padre y todo parecia indicar
que se encontrarian en Cusiri.
La noche estaba particularmente clara y desde
la distancia, en la alta cima de las montafias, se
podian mirar las estrellas, se distinguian con claridad
los puntos de luz donde las hadas se habian apertre-
chado en cada una de las rutas de entrada al piede-
monte. Ese fue el principio de la sangrienta muerte
del rey Edka-mano-de-hierro: la reina arafia y el ser-
piente pudieron ubicar los lugares donde se ofreceria
resistencia al amanecer y por ello decidieron antici-
par el ataque al amparo de la noche.
Cuando el ultimo fulgor del atardecer desapa-
recié y dio paso a la oscuridad, con un grito dieron
a las tropas la orden de acometer inmediatamente
el asalto, prometiendo a los mercenarios el derecho
de saco y la participacioén en el botin, que incluia
la reparticion de esclavos. Tan absortos estaban los
tiranos en la contemplacion de la erupcion de luces
y el placer de la cercana muerte que no pudieron ver
ni sentir cémo el mago de palacio y el pintor de la
corte en ese mismo momento entraban en el depd-
sito del tesoro.
Oleadas de atacantes descendieron —en tui-
dosa guasaébara— por las estribaciones de la cordi-
llera hacia los iluminados campamentos donde las
tropas de Monte-del-Rey y las legiones de hadas
esperaban un ataque con las primeras luces de la
mafiana. Tomados por sorpresa, empezaron a ceder
terreno. Los sanguinarios escuadrones bajaron en
incontenibles avalanchas sobre los reductos ilumi-
nados y empezaron una metdédica camiceria; nada
podian contra ellos las espadas de oro y las lanzas
de plata venidas del fondo del cielo estrellado, que
luchaban hombro a hombro con las tropas Tegio-
montunas que combatian con el corazén conmo-
vido, ya que no hay escena més triste sobre la Tierra
que la agonia de un hada degollada. Todo parecia
perdido en las desembocaduras de los caminos de
indios, donde la resistencia era heroica. Las armas
de Edka-mano-de-hierro y sus comandantes aguan-
taron con épica valentia en los tres frentes, pero la
furia, la superioridad numérica y el afan de botin de
las huestes imperiales los fueron haciendo retroceder
rio abajo, camino de las onduladas sabanas comune-
ras nunca antes profanadas.
#325 <Si en el descenso de las montafias las columnas
enemigas lograban unirse en los amplios espacios de
la base del piedemonte, la nacién de Monte-del-Rey
la tierra de los libres caerfa sin duda en las garras del
imperio y estaria perdida para siempre. Nada mas
querian con inmensa ansiedad la ambiciosa reina y
su consorte.
Edka-mano-de-hierro supo que habfa llegado
su fin y resistia solo para ver la primera luz del ama-
necer. Valiente como ningun otro sobre esta tierra,
vio clarear por oriente el primer rayo de sol y grité
con toda la fuerza de la vida que le quedaba en ese
cuerpo que habia disfrutado con maxima intensidad
cada instante de su existencia; rugié con su enorme
poderio de leén y su voz resono por los cafiones de
Guaicaramo y siguié extendiéndose por el cielo del
amanecer hasta que llegé a su palacio. Frankelin se
habia quedado dormida, doblada por el cansancio y
Ja voz de su padre entré en su corazén pidiéndole que
no dejara profanar su espada. Ella desperto dentro
del suefio, desplego sus alas color de luna y sobrevolé
rauda el amanecer y llegé al lugar donde su padre,
ensangrentado, atravesado por una lanza mercenaria
abria la mano, soltaba su espada y con una sonrisa
veia que ella se iba volando en manos de su amada
hija que como un angel se perdia en la luz franca del
> 326<
sol al amanecer. La espada permanecié escondida
donde las tropas enemigas jamas podrian hallarla.
En ese mismo instante, la reina y el serpiente,
dando por segura la victoria, cansados por el trasno-
cho y la vigilia en la noche del combate, se retiraron
a los aposentos en las regias carpas. Embriagados
por la orgia de sangre y degtiello que habifan pre-
senciado, no podfan conciliar el suefio a pesar de la
fatiga. Sus mentes se detuvieron un instante en el
espacio blanco del pensamiento y volaron en el vér-
tigo de la angustia, salieron una fraccién de segundo
de su frenesi de muerte, olieron el aire y sintieron,
con la primera luz de la madrugada, que el corazon y
el veneno habian sido profanados: el mago y el pintor
de la corte los traicionaban.
Como incendiandose en una sola llamarada de
ira, los tiranos percibieron la conspiracion, y la reina,
con un dolor horrible en el hueco del pecho, llené el
aire con un berrido pavoroso de bestia herida. El grito
al amanecer descontrold las tropas —prontas a can-
tar victoria— haciéndolas detenerse una fraccién de
segundo antes de dar el golpe final, de manera que
los legionarios del imperio levantaron la cabeza como
fieras que otean el aire y, al alzar lenta, levemente el
menton para que por sus narices entrara el aire frio
que venfa de la montafia empapado de terror, dejaron
> 327 <el cuello al descubierto y las hadas, que parecian
derrotadas, encontraron el espacio preciso para que
las espadas de oro y las lanzas de plata cortaran las
gargantas mercenarias.
La derrota se transformé en victoria y la salida
del sol llamé las ocultas fuerzas de la vida. Las des-
concertadas tropas del imperio dejaron de recibir
ordenes de sus lideres, la reina arafia y el serpiente.
Los capitanes, desorientados, retrocedieron, y los
sobrevivientes de las cohortes degolladas con el
primer rayo de luz iniciaron la retirada en desorden
hacia las fortificaciones conquistadas. Alli se reagru-
paron a la espera de las noticias de su comandancia.
Los ejércitos de Monte-del-Rey también aprove-
charon el respiro, recogieron los heridos y los muertos
y retrocedieron piedemonte abajo para reordenarse
al abrigo de las colinas onduladas. Muy pronto sobre
los campos desolados reiné el silencio. Las hadas
restafiaron sus heridas y colocaron sus compafieras
muertas sobre las estrellas que las retornaron al fir-
mamento en una caravana ligubre rumbo al espacio
profundo donde se sale del tiempo de los hombres
—marcado por la muerte— y se recobra la vida. En
Ja tierra de los libres reinaba la pena al inicio de la
mafiana cuando lleg6 la triste noticia de la muerte del
rey Edka. Su cuerpo, llevado en unas parihuelas de
> 328 <
lanzas, fue transportado a palacio para ser velado por
los suyos. Nunca antes la alegre nacién de la vida y
Ja libertad vio caravana mas pesarosa sobre los cam-
pos mustios de la guerra. Las tropas le dijeron adiés
sin abandonar las lineas del frente, pues esperaban
un nuevo ataque definitivo del imperio, cebado de
ambicién y de sangre. Sus huellas se evidenciaban
por todas partes: los bosques estaban muertos, piso-
teados e incendiados por el paso de los regimientos
imperiales. Hacia los confines del universo parecia
extenderse el manto de los destrozos, en un horizonte
de tocones requemados
La reina y el serpiente dejaron la direccién de
las tropas en manos de sus generales de milicia mer-
cenaria y regresaron a marchas forzadas, reventando
caballos, al palacio donde la traicién habia crecido
de manera inaudita. Tremenda sorpresa les esperaba
al llegar a las bovedas del tesoro, pues el mago y el
pintor habian tomado una ventaja considerable. La
felonia era, de verdad, grande.
» 329<Capitulo 3
La noche de
la espada
El arma oculta llega a quien la merece
El secreto de los tiranos habia sido descubierto: sin
corazon y sin veneno solo tenian la mitad del poder.
A lo largo del camino, incapaces de recobrar la calma,
planeaban una retaliaci6n atroz. Ella hablaba sin parar,
repitiendo su deseo de venganza en una diatriba
interminable que volvia a empezar como el circulo
de la serpiente que se muerde la cola. A medida que
avanzaban, en el tirano crecia el odio. Enfundado en
su capa negra, oculto por la caperuza que lo protegia
del helaje paramuno, mascullaba su ira hacia la reina
que lo habia despojado del veneno para garantizar un
pacto que les permitiera convivir sin agredirse. Ahora
todo estaba en peligro y la responsabilizaba por lo que
> 331¢en el fondo no habia sido sino su propia debilidad de
macho manipulado. Le ponia cuidado como quien
oye llover, dejé que las palabras le pasaran por encima
como la llovizna helada, dejé que las quejas entrapa-
das de odio le resbalaran por la caperuza, le rodaran
por los hombros, gotearan por sus espaldas, se desli-
zaran por la grupa del caballazo negro que montaba
y salpicaran, muertas, en el barro chirle de ceniza y
de sangre de la senda de guerra. En el depésito del
tesoro, la guardia los recibié sorprendida, pues los
imaginaban en el frente de batalla. Desconcertados
mostraron el cumulo de documentos en los cua-
les constaba la autorizacién certificada no solo para
entrar en la boveda, sino para “trasladar los tesoros a
lugar seguro dada la situacién de guerra que vive la
nacion” y continuaban con una larga lista de todas las
viquezas que fueron Ilevadas “en misién secreta con
la discrecién correspondiente en nombre de la lealtad
al imperio”. Largas caravanas salieron de la ciudad, y
nadie las not6, pues era lo usual en tiempos de guerra.
Mago y pintor desaparecieron con el inmenso botin.
Las arcas estaban vacias, el corazon de la reina y el
veneno del serpiente eran rehenes.
Mientras tanto, en las sabanas comuneras de la
tierra del fallecido Edka reinaba el desconcierto. Una
guardia especial de hadas llevé el cuerpo a su palacio
>332<
y encontraron a Frankelin en una de las bodegas de
suministros para las tropas. La creyeron vencida por
Ja fatiga al encontrarla sumida en un profundo trance,
pero lo que realmente le ocurria era que portaba, por
los caminos de la luz y los vericuetos de los suefios,
Ja espada del padre. Trataba de localizar a Chaquén
para que se cumpliera la profecia consignada en los
manuscritos de Makuna.
Las tropas del cafién de Cusiri se habian reple-
gado hasta un pequefio poblado habilitado como cuar-
telillo y hospital de sangre. Alli Viajero hallo refugio
y fatigado contemplaba el desolado paisaje que los
rios de fuego imperial habian dejado sobre la super-
ficie de la tierra. Demasiado cansado para dormir,
se bafié en el riachuelo que surtia a la ciudad, luego
recibid, como los demas soldados, su magra racion de
guerra y, sin dejar las armas, salié a hacer un turno de
guardia en los alrededores del campamento. Encon-
tro arboles sagrados quemados de pie como marti-
res de la hoguera, hendidos por la reseca muerte,
sus ramas silenciosas, acallados sus nidos, mudos de
perfumes, repletos de silencios. En el suelo, yacian
las cenizas de los florecidos follajes bajo cuya sombra
alguna vez se abrazaron los amantes; eran carbones
las cortezas donde treparon las ardillas, cantaron los
grillos y escarbaron los pajaros carpinteros.
> 333 <Silenciosa transcurrié la mafiana de la tregua
sobre los campos asolados. Hacian falta la vida y el
amor, el amor otra vez, el amor siempre, el amor que
hace reir y trae el agua y con ella la flor. Se hincéd
ante los muertos tocones y pidié ayuda al Gran Espi-
ritu. Sacé de la mochila las semillas del bosque de las
letras, la de la palma mapora recibida en el Tacuya,
e invocé el poder y la fuerza contenidos en ellas,
demando la magia de la sonrisa y la capacidad de los
recuerdos para permanecer por encima de los avata-
res del tiempo, pidid a la ternura que volviera con sus
pajaros y ella volvid. Los arboles resucitaron delante
de él. Los troncos muertos se estremecieron con el
impulso de la vida. Un rumor vino de Pachamama, la
Madre Tierra, y un canto descendio del cielo traido
por el viento, un susurro verde que tenia el perfume
de las flores llamadas azahar de naranjo y azahar de
mandarino, aromas de mastranto, de yerbabuena
y albahaca, de menta, de resinas de palosanto, de
almibares de fruta, de mieles y de blanca esencia
de sandalo. Con aquella brisa llegaban los colores
ausentes, los soles amarillos de las pupilas del tigre,
los azules tornasolados de las alas del colibri, de los
cielos y las aguas, las formas de las nubes, los tonos
de las hojas, los destellos del horizonte, los titilares
eternos de las estrellas, los cambios de la luna con su
>334<
genio de mujer, los suefios, las ilusiones que faltaban
por nacer. El universo recuperé lo perdido, la ciudad,
victima de la guerra, vio crecer de nuevo un bosque
al que retornaron los pajaros exiliados por el fuego de
Ja contienda; en el hospital de sangre restafiaron las
heridas de los combatientes.
El comandante de la guarnicién llegé a relevarlo
del turno de guardia y quedé maravillado por la hermo-
sura del jardin perdido y de nuevo encontrado. Ahora
si podria Viajero pasar al reposo, pues de los puestos
de avanzada llegaban informes de que las tropas del
imperio permanecian quietas, como a la expectativa
El cansancio le cayé sobre los parpados como
una cortina de plomo cuando se quité la cota de malla
de Eukal y se recosté en el camastro de campafia. La
noche se acercé lenta, con la calma angustiosa que
antecede a las grandes tragedias; en la oscuridad
del refugio sintié que estaba mas cerca que nunca
de Frankelin de Oriente, la Yassuna de su infancia,
necesitado de verla para decirle cudnto la amaba.
Oyé6 entonces los golpes cortos, ansiosos, en la puerta
del lugar donde reposaba dentro del suefio. Era ese
instante en el cual los seres humanos tenemos miedo
y deseamos que no amanezca para no enfrentarnos
al destino. Era la hora en que caminan los fantasmas
llenos de nostalgia en la encrucijada de la oscuridad.
>335<Abrié los ojos y percibié en la ventana el titilar del
alto cielo de verano.
“Somos nada comparados con las estrellas,
somos briznas en el viento del tiempo, solo el amor
nos permite ser iguales a ellas”, pensd Viajero
cuando pasé por su alma la sonrisa de Frankelin.
Los golpes volvieron a sonar en la gruesa puerta de
madera como si alguien quisiera entrar con premura
en el espacio de su suefio. Era ella que hallaba por
fin el camino para prometerle que volverian a encon-
trarse después de la batalla. Se llevaban en los cora-
zones como rios de fuego que fluian alegres por los
cauces de la vida. Por eso, se encontraban siempre
como fuentes que les afloraban por dentro cuando en
sus caminos revoloteaba una mariposa, una golon-
drina anunciaba lluvia, una flor brindaba su perfume
para éxtasis de las abejas, una hoja temblaba bajo
el sol cabrilleando con el viento, un arbol les rega-
Jaba sombra para mitigar el cansancio, fruto para que
sus labios recordaran el beso. Ahora se veian dentro
del suefio, cada uno miraba su otra mitad y por fin
sentian que estaban completos; eran ellos mismos y
sabian que, a pesar de estar unidos, seguian siendo
diferentes. Eran como la flor que entrega el polen y la
abeja que lo recibe, pues, si no, ¢quién harfa la miel
y quién podria volverse fruto y luego semilla para
> 336<
que la vida continuara? Podian tener todo lo que tie-
nen las estrellas y llegar tan alto como titilaban ellas
mientras el amor los uniera a pesar de la distancia y
sin cadenas visibles 0 invisibles. Se llevaban en cada
palpitar, en todas las flores de todos los jardines, en
toda la ternura que prodigaba el mundo a cada ins-
tante cuando en los parques se besaban los enamora-
dos, cuando en las alcobas se abrazaban los amantes
diciéndose dulzuras que inventaban la vida y vol-
vian a reinventar la alegria. Ellos dos eran la luz que
mueve el universo, eran el lejano astro en el centro de
Ja espolvoreada Via Lactea —la ruta de la anaconda
sagrada, el camino del caballo y el bisonte— que esta
noche contemplaba el viajero a través de la ventana
del refugio en el frente de batalla. Entendieron que
no podian desfallecer, pues al amanecer enfrentarian
los ejércitos imperiales.
La princesa le dejo en las manos la espada de
finisimo acero Sugamuxi, salvada al ser escondida en
el pais de los suefios adonde solo entran los enamo-
tados, luego besé al guerrero, en el instante en que
volvia a escucharse el toque en la puerta.
Viajero despert6 y traté de incorporarse. Sobre
su pecho estaba el arma reluciendo a la luz de la lam-
para que traia el comandante de la guarnicién, era la
luz de esta realidad, encandilandolo.
>337<—Prepérate para la batalla —le dijo. Fl se sento
en el camastro de campafia, acercé la empufiadura a
Jalumbre y vio escrito, con antiguos caracteres de oro,
“por el camino dificil hasta las estrellas”. Alli estaban
grabados el rostro de Payara, la silueta agil de Ocho-
puntas el venado, la silueta de Kila el aguila, el cuerpo
macizo de Okar el armadillo y la figura poderosa de
Panga el jaguar. Ahora lo tenia todo para enfrentar la
batalla definitiva. Su viaje a lo largo de cinco lunas
habia despertado la fuerza dentro de él.
La nacién del tapir y del pecari creyeron que los
herederos de sus dinastias habian perecido, y eso era
lo que propalaban los murales y las cronicas oficiales.
Viajero entendidé que la libertad tenfa rafces en la his-
toria, y que si esta era conocida y reescrita en el pre-
sente, las nuevas generaciones conocerian el amor
que les dio vida y no el odio que los separaba. Ese
era el inmenso valor de los manuscritos de Makuna:
recuperar la memoria de los pueblos hermanos.
La leyenda decia que, cuando la espada estu-
viera en manos de un hijo de rey, criado en los secretos
de la selva y consagrado por los secretos del universo,
el imperio perderia el poder. La muerte de Edka pro-
dig6 el arma. Cuando Viajero salié listo para la batalla,
los exploradores del frente anunciaban movimientos
de tropas en la frontera, en numeros inverosimiles.
> 338<
—La resistencia seguramente sera inttil
—dijo el capitan de la guarnicién, de morena pre-
sencia, pero la decisién es resistir. Hemos hecho
regar arena en los callejones de la ciudad para que
los combatientes no resbalen en los rios de sangre y
se han dado armas a todos los que estén en capaci-
dad de combatir, incluidos los cocineros, los caballi-
ceros, los artesanos y los poetas. Las tropas sabian
que el mando ya estaba en manos de Frankelin de
Oriente quien reorganizaba la resistencia desde el
interior del pais donde la geografia hacia inaccesi-
bles algunos lugares. Al abrigo de la noche habian
sido evacuadas las mujeres y los nifios de la ciudad
fronteriza. No restaba otra cosa que esperar el golpe
final. Cuando salié el sol, todas las manos apretaban
con fuerza las empufiaduras de las espadas
> 339 <C one wei Capitulo 4
La segunda
batalla
El fuego en la frontera
Manteniendo en completo secreto el robo del tesoro
real, disfrazado de operacién secreta de guerra, la
reina y el serpiente ordenaron desde la capital del
imperio la reorganizacién de las tropas y su envio
de nuevo a cruzar la frontera para destruir por com-
pleto esa nacién que les ensombrecia el futuro. Al
mismo tiempo, iniciaron la busqueda con un afan
desesperado, usando para ello su ejército particular
de espias y delatores, pero solamente encontraron el
silencio. El imperio, cohesionado durante afios por la
brutalidad macabra de la amenaza, el martirio y el
terror, empezo a mostrar su desesperacion cuando
los soberanos torturaron personalmente con sus hilos
>34i<babosos y sus anillos constrictores a quienes estaban
en palacio durante el robo. Al caer la tarde, los pasi-
llos estaban desolados, todos los criados habian sido
degollados. Z d
Nadie sabia nada. La fortaleza se liené de cadaé-
veres y solo encontraron los artificios inventados por
el mago dando pistas falsas y enviando mensajes
contradictorios que se sumaban a las habiles arti-
mafias del pintor, que habfa falsificado las firmas de
todos aquellos que eran obedecidos ciegamente. Por
la noche vieron una luz en la frontera de su imperio, y
no era el fuego fatuo de los campos de muerte, era una
cortina de miles de resplandores salidos de todos los
rincones del imperio como si la tierra arrojara hacia
el cielo estrellas de plata que describian una curva
sobre el firmamento, se orientaban y se iban hacia
Monte-del-Rey la tierra de los libres al Ultimo campo
de batalla. Sobre el tapiz de la oscuridad se dibujaba
esa silueta como de 4rbol, se recogia sobre si misma
y dejaba impregnado el corazon con la fuerza de la
vida. Era el brillo del amor que la reina y el serpiente
se negaron a sentir.
Sin nadie en el inmenso castillo vacio, sin un
solo criado a quien darle una orden, sin nadie a quien
matar para saciar su odio, la reina y el serpiente vol-
vieron a quedar solos como al principio, con una
>342<
inmensa rabia y un intenso odio. Al dia siguiente, el
serpiente subid a una de las torres, en el principio del
atardecer, con el sol poniéndose sobre el costillar de
las cordilleras devastadas del imperio que se les iba
de las manos, y vio venir una paloma mensajera que
volaba desde oriente. Se prepar6 para capturarla. Alo
mejor en sus ojos habia alguna noticia del frente de
batalla. Agazapado en la almena de una torre, la mir6é
fiiamente
cae
A
> 343oe
SS” Capitulo 5
El retorno
del caliz
La princesa lee los designios del agua
Una vez entregada la espada de su padre, Franke-
lin sintid que debia dirigirse hacia la frontera al dia
siguiente. Esa noche miré las estrellas, ya con la cer-
teza de encontrarse muy pronto con Chaquén. Los
insectos cantores Ilenaban el aire, ella se sentia feliz
a pesar de la cercania de la guerra, amando esa tie-
tra de sabanas onduladas tanto como habria amado a
su natal Amacayacu o al bosque del abuelo Makuna.
Como atraidas por su pensamiento, miles de luces
plateadas empezaron a llegar del otro lado de la fron-
tera al palacio de Edka. Reproducian en el aire noc-
turno la forma del arbol de la vida, el mismo que el
tey tenia en los jardines, y del cual ella llevara un.
> 345 <dia un fruto para proteger la torre de la reina Kurha.
La princesa primero confundié ese prodigio con las
hadas que volvian del alto firmamento y después con
el homenaje que luciérnagas y cocuyos brindaban al
soberano fallecido. Entonces oy6é su voz:
—Aqui estoy, hija, para traerte el caliz de
Payara, ya es tiempo de recuperarlo.
Las luces giraron en el fondo de la noche y, reu-
niéndose delante de Frankelin, conformaron el vaso
sagrado donde se leia el agua. Los innumerables tro-
zos volvieron a recomponerse frente a ella, tal como
estaba escrito por Makuna. Venian de todos los luga-
res donde permanecieron tanto tiempo guardando la
esperanza, avivaron la llama de la libertad y deshi-
cieron su camino desde todos los puntos del imperio
adonde habian sido lanzados. El caliz quedo en las
manos de Frankelin de Oriente. Ella se dirigié a la
fuente y lo llenéd con el fresco liquido para ver en él
los hechos del presente. Con una sonrisa contempl6
a su amado guerrero, altivo y alerta con el escudo de
Eukal y la espada de su padre, en el frente de Uwa,
esperando la arremetida de los ejércitos del imperio.
Dirigio el caliz hacia occidente, hacia la capital
del imperio y vio a la reina arafia y al serpiente bus-
cando desesperadamente su corazén y su veneno;
se enteré de que harfan una emboscada con tropas
> B46<
frescas y bien apertrechadas enviadas en secreto
por el sur y por el norte, a través de la Garganta
de Guaicaramo, y cruzando el paso cordillerano de
Uwa la tierra de los antepasados. El] enemigo llega-
ria a espaldas de Chaquén, ala guarnicién fronteriza
de Cusiri al mismo tiempo que fingirfan una Unica
‘acometida frontal por el mismo lugar de la primera
batalla. Aunque estaban dispuestos a todo y habian
regado arena en las callejuelas, ese frente apenas era
defendido con un heterogéneo ejército de campe-
sinog voluntarios, hadas sobrevivientes y soldados
cansados, pero decididos a frenar el ataque.
Esa misma noche Frankelin reunid a los oficia-
les y los puso al tanto de las intenciones imperiales.
Era necesario apresurarse y enviar dos columnas que
impidieran el cierre de la tenaza contra la guarnicién
que corria peligro. Lo que ella no supo, y que el caliz
mostr6 mientras ella se preparaba para viajar, era que
las columnas del imperio serfan comandadas por dos
generales ambiciosos que se enteraron del robo del
tesoro. Supieron que los ladrones escapaban hacia la
frontera aprovechando el desorden de la guerra y que
probablemente se habian dividido, tomando el uno el
rumbo de Guaicaramo y el otro el de Uwa
A la madrugada, el espejo de agua en el caliz
mostraba la caravana que huia a revientacaballos,
>347<en una loca carrera por el paso de Cusiri en busca
de los vericuetos infinitos y las insondables caver-
nas de los Farallones del Cusiana. Una paloma men-
sajera volo sobre el jardin y, como en un designio del
destino, descendié a beber y miré, curiosa, por unos
instantes, la escena en el caliz. Luego emprendié el
vuelo hacia su palomar mas alla del palacio impe-
tial, pasando por encima de la alta torre donde ya
al atardecer los ojillos sin parpados del serpiente la
vieron aproximarse.
—Algo debe haber visto —se repitié el furioso
tirano y, haciendo gala de su agilidad de bestia vene-
nosa, brincé como un resorte al paso del ave agarran-
dola en el viento y aprisionandola al instante con sus
poderosas fauces. Descendié a la sala del trono con
ella ain temblando con los estertores de la muerte
y pidid a la reina que la examinara con uno de los
muchos artilugios de aumento inventados por el
mago de la corte. En el fondo del ojo de la paloma,
estaba grabada la escena de la caravana del tesoro,
guiada por el pintor de la corte, rumbo a la incon-
fundible silueta de los insondables Farallones del
Cusiana. De inmediato, partieron hacia alla, y deja-
ron el palacio a merced de las ratas y las alimafias
que empezaron a salir de las cloacas, los sétanos y los
calabozos abandonados. Una rafaga de viento helado
>348<
entro por la ventana desde donde se veia el ultimo
rayo de sol y, agitando una cortina, empujé la lam-
parilla que con su luz permitia amplificar las image-
nes grabadas en los ojos de las palomas mensajeras,
de los prisioneros y de los sospechosos. El artilugio
rod6 hasta el borde de la mesa, cayé al suelo sobre las
innumerables érdenes falsificadas por el pintor de la
corte, el recipiente de cristal con el aceite se reventd
y las llamas se avivaron originando un incendio que
devoro el castillo. Ardié durante varios afios y con él
se consumieron los inventos del mago y los murales
que mostraban las grandes batallas —falsas todas—
donde se retrataban los soberanos como héroes mifti-
cos, forjadores de una gran nacion.
>349<Capitulo 6
El destino
del tesoro
Por fin la reina y el serpiente
encuentran lo robado
La loca Carrera de la caravana con el tesoro pudo ser
seguida por la reina y el serpiente gracias a las nubes
de aves carrofieras que se cebaban en los cadave-
tes de las bestias de carga y los esclavos muertos de
cansancio a lo largo de la ruta. Tal como lo mostrara el
ojo de la paloma, el periplo de los fugitivos no seguia
directo hacia el oriente por el camino del Cusiri, sino
que desviaba al sur en busca de los farallones, regi6n
sagrada donde habria sido mejor no entrar, pero la
ambicion los obligé a hollar ese suelo restringido sin
importar las consecuencias. Entre los vericuetos y las
gargantas de las empinadas montafias, se sucedian
los laberintos de lo que fuera una antigua ciudad
> 351<castigada por los dioses. Los ladrones empezaron a
vagar hasta que dieron con la compleja red de caver-
nas llenas de murciélagos y reptiles, correspondiente
a un sistema de cloacas y caminos subterraéneos. El
mago, que era sabio en las artes de la orientacion,
dejé una serie de sefiales falsas para tratar de despis-
tar a los perseguidores, de manera que la galeria con
las riquezas no fuera encontrada. Pero no sabian que,
cuando la reina se acercaba a su corazon, podia ver a
través de él, ubicdndolo facilmente.
Cuando el mago de palacio y el pintor de la
corte terminaron de esconder el botin, no quedaban
sino ellos dos, desconfiados y solos en el mundo. La
ambicién les hizo matar uno a uno a los porteadores
El procedimiento era sencillo: el mago daba a cada
carguero un lingote de oro como pago por su trabajo
y luego lo obligaba a jurar silencio y lo hacia seguir
por uno de los ramales de la cueva diciéndole que esa
era la salida oculta. Cuando iba hacia la luz, el pintor
lo degollaba con un golpe certero de cuchillo corvo,
recogfa el lingote de oro y se lo daba al mago para
que repitiera la escena con el siguiente. Para cuando
entré el ultimo cofre y sacrificaron al esclavo, el pin-
tor de la corte estaba bafiado en sangre y el mago
se sentia extenuado por tanta carniceria. Se recos-
taron contra las riquezas en el fondo de la cueva y se
>352<
preguntaron mutuamente si no quedarfan provisio-
nes. No quedaba nada de comer ni de beber. Todas
las bestias de carga y de silla habian muerto, la ultima
hacia varios dias. Ninguno de los dos se atrevia a
salir por temor a darle la espalda al otro. Decidieron
esperar hasta el dia siguiente y durmieron sin cerrar
los ojos, cada uno con su arma en la mano.
El amanecer los sorprendié doblemente exte-
nuados y, con los primeros rayos de sol, vieron en
la boca de la cueva las siluetas inconfundibles de la
reina arafia y el serpiente. Los habian encontrado.
Su primera reaccién fue mostrar a los soberanos el
recurso escondido que les asegurarfa la superviven-
cia: el corazén ajado dentro de su recipiente de cris-
tal y la botella con el veneno atroz de la mapana. Se
incorporaron despacio, pidiéndoles detenerse, bajo
la amenaza de destruir la garantia de su poder.
—Sin esto no son nada —dijo osado el pintor,
mientras el mago temblaba de pavor.
Retrocedieron hacia el fondo dela cueva, por uno
de los pasillos laterales y se perdieron en la distancia.
Los rodeaha el brillo fosforescente que emanaba de
los recipientes que llevaban en la mano. La reina y el
serpiente mantuvieron el espacio, deteniéndose cada
vez que el pintor y el mago amenazaban con dejar
caer los vasos de cristal. Ese fuego helado pareciatener hipnotizados a los soberanos que pasaron por
delante del tesoro amontonado sin prestarle atencion,
dejandolo atras para seguir hacia las profundidades
de la tierra por galerias interminables, tras la huella de
vaga luminosidad que dejaban los ladrones.
El tunel desembocé de pronto en el espacio
inmenso de una béveda en las entrafias del planeta.
La luz parecié ampliarse al volar en todas direccio-
nes hasta que golped las estalactitas que pendian del
techo y descendié a las estalagmitas que se levan-
taban del piso en lo que parecia el interior de una
descomunal catedral con columnas de sal. Unos ojos
se cerraron para evitar ser vistos cuando la luz pasé
cerca de ellos
—Estan en mis dominios y no tienen la luz que
encuentra las salidas. Okar el armadillo, sefor de las
profundidades de la tierra, observaba sin prisa esa
persecucién que interrumpfa la tranquilidad de sus
dominios. Dejabaqueocurrieranlossucesos; sabia que
los destinos son escritos por quienes los viven, y
que, si después aparecen registrados en los manus-
critos sagrados, es la simple corroboracién de que
era lo unico que podia pasar. Hacia muchas lunas
también a su territorio habia descendido un viajero,
perdido en el afan de su propia busqueda, y sola-
mente pudo hallar la salida cuando en lo profundo del
>354<
corazon encontré el hilo de oro que lo ataba al sol.
Sabia que en ninguno de estos anidaba el fuego vivo
contra el cual la oscuridad no prevalece.
Muy pronto perseguidores y perseguidos com-
prendieron que estaban perdidos, dando vueltas en
circulo y condenados a perecer en aquel intestino
de la tierra. Mago y pintor se detuvieron al borde de
un foso. Se pararon espalda contra espalda; el uno
con un instrumento capaz de detectar presencias
en la oscuridad, semejante al artilugio sonoro de los
murciélagos, y el otro con su cuchillo corvo, la sica,
cubierta de una costra de sangre seca, acostumbrada
a matar sin ruido y a degollar por la espalda. El silen-
cio helado llenaba la cripta donde solo se escuchaban
el jadeo angustioso del pintor y el sollozo tardio del
mago. Transcurrieron instantes interminables.
—jEstén aqui, malditos! —grité muerto de
pavor el mago al sentir cOémo su armaje de extrafias
piezas detectaba la presencia de la reina y el serpiente
que se abalanzaron sobre ellos tratando de salvar su
corazén y su veneno. El golpe del serpiente aprisiono
en su anillo constrictor el cuerpo delgado y torpe del
mago, desnucandolo de inmediato, pero el recipiente
de cristal con el veneno parecié volar de las manos
desgonzadas del cadaver. Al mismo tiempo, cayd el
pintor de la corte ahogado por los hilos viscosos que le
Pa5Svomnitara la reina arafia en su Ultimo ataque. Tampoco
ella alcanzé6 el recipiente de cristal con su ajado cora-
z0n, porque se le escapé de las manos, en medio del
panico, como si la oscuridad del pozo lo hubiera arre-
batado. Luego se oy6 el crujido en el fondo del abismo
La ultima trampa del pintor y el postrero invento del
mago fue el aparato que uni los dos recipientes atan-
dolos a una roca, y que al menor movimiento, si se
retiraba de las manos de cualquiera de ellos, volaria
a las profundidades. Trampa indigna del privilegiado
cerebro del inventor, si se considera lo burdo del aca-
bado en él, que solia crear aparatos para mirar estre-
llas y para arrancar ojos que las miraban. El sonido del
cristal roto se confundié con el gemido de pavor de la
reina y el aullido de angustia del serpiente.
Nunca lo mencionaron, pero esperaban la trai-
cion mutua. A lo mejor no existia, la crearon. La reina
penso que su coraz6n habfa sido robado por el ser-
piente y él creyé lo mismo de su veneno por parte
de ella. Se abalanzaron dispuestos a la venganza y
se entrelazaron en su ultimo duelo a muerte, cega-
dos por la rabia y el odio, ante la mirada impasible
de Okar el armadillo. La luminosidad mortecina de
la cueva presencid el encuentro pavoroso de los dos
entreverados hasta asfixiarse en un nudo de anillos
constrictores y babosos hilos. Rodaron estremecidos
> 356 <
en la penumbra hasta chocar contra las columnas
de sal que se desmoronaron con estrépito, la tierra
empezé a temblar cuando sus entrafias los devoraron
llevandolos hacia el fuego.
Okar oy6é los ultimos gemidos de la asfixia
desde la unica salida en la oscuridad. Cancelaba ese
espacio escarbando impasible para sellar esa entrada
mientras la béveda colapsaba enterrando para siem-
pre las cabezas del imperio que no pudo florecer por
simple falta de amor. El terremoto sacudié la cordi-
llera y la tumba de la reina y el serpiente se llend con
el magma profundo y devorador del planeta. Alli se
fundieron en la lava hirviente que ascendié en busca
de la noche rompiendo la montafia de nieve llamada
ellen dormido que arrojé las cenizas de los despojos
en una nube de vapor y centellas como si la tierra
tubricara el final de la dinastia.
Esa imagen estaba impresa en la primera
pagina de los manuscritos del abuelo Makuna, era la
misma que se habia dibujado hacia tantos afios en
la pared sin tiempo de la cueva sagrada del bosque
de niebla. Al mismo tiempo, germind la semilla del
Parasiempre, que habia permanecido dormida en
una tumba, a la espera de la hora propicia para des-
pertar. Habia llegado el tiempo de los libres.
23575Capitulo 7
Los
manuscritos
se completan
Termina una aventura
y recomienza la vida
Esta es la historia principal, la palabra magica... los viejos la
ensefian a los mds jévenes,
para que sus memorias la conserven y mds tarde puedan ense-
fiar su origen a sus descendienies.
Hugo Nifio, Primitivos relatos contados otra vez
Sin la direccién de los soberanos y enterados de la pér-
dida del tesoro real, los comandantes de los batallones
de reconquista se dedicaron al saqueo dentro de las
fronteras mismas del imperio. Arrasaron con la ciudad
de Sugamuxi donde alguna vez hubo un templo dedi-
cado al sol por los sibditos del zaque y quemaron para
siempre los ultimos bosques sagrados de cedros, ence-
nillos, robles y nogales donde habitaban los espiritus
de la selva. Todas las poblaciones fronterizas corrieron
la misma suerte, asoladas por las tropas del imperio
con el argumento de que buscaban el botin robado.
La noticia se propagé rapidamente y los habi-
tantes huyeron a las montafias donde permanecieronocultos, de manera que, cuando las tropas de refresco
llegaban a las ciudades, con las 6rdenes expresas de
lareina y el serpiente de seguir camino de Monte-del-
Rey, las encontraban abandonadas. De inmediato,
saqueaban con safia lo poco que hubiesen dejado los
pobladores, abrian los depésitos de licores y, embria-
gados, le prendian fuego a lo que hallaban a su paso.
La misma oleada de ruina y desorden descendié por
los tres caminos que llevaban al reino de las ondula-
das sabanas comuneras
Estos ejércitos desordenados fueron los que
encontraron como rivales Viajero y el recio capitan
de la quarnicién del Cusiri. La espada del rey Edka
tenia el poder de cantar en las batallas, volaba para
ir al encuentro de los contendientes y no se mellaba
por tener el damasquinado acero templado en la fra-
gua de los dioses. Manejada con pericia por Cha-
quén el guerrero fue muy pronto factor decisivo para
hacer retroceder a las desorganizadas tropas inva-
soras hacia las escarpas que dan a las turbulentas
aguas del rio de la Cruz-del-sur donde se suponia que
debian cerrar la tenaza al encontrarse con las colum-
nas que descendian por Guaicaramo y Uwa.
Pero sucedié que las tropas de Frankelin, habil-
mente comandadas, disciplinadas y bien preparadas,
atacaron primero obligandolos a huir en la direccion
de los despefiaderos. Los tres ejércitos invasores
quedaron agrupados contra la corriente y se lanza-
ron a ella creyendo que podrian atravesarla y huir de
nuevo hacia la cordillera en busca del imperio.
No contaban con la alianza de Payara, con la
furia y la fuerza de los espiritus del agua. El gran
rio crecié de manera inusitada y se llevé las tropas
invasoras, anarquizadas y cargadas con el botin pro-
ducto de los saqueos a lo largo del camino. No se
salv6 ninguno. El rio se tifid de rojo y por eso atin
hoy se encuentran, muy adentro en la sabana, los
huesos, las armas oxidadas, las corazas carcomidas
y uno que otro doblén deslucido por la humedad y
la intemperie.
Elreencuentro de Yassuna-Frankelin de Oriente
y Chaquén-Viajero sellé la caida del imperio.
Llovié durante toda la noche después de la bata-
la, como si el cielo quisiera borrar con Iluvia de vida
las huellas de la guerra. Al amanecer, el aire estaba
limpio y ahora si mas que nunca cantaban los pajaros
y los altivos gallos campesinos de Monte-del-Rey la
tierra de los libres.
Al despertar, las manos se cerraron sobre las
empufiaduras de las armas —como llevadas por un
impulso reflejo—, pero, tranquilizadas por el canto
de las aves, se aflojaron nuevamente. Eso era la paz.
> 361<Todos los guerreros permanecieron unos instantes
escuchando el concierto de la musica al amanecer y
una sonrisa se dibujé en las bocas aun entredormidas.
Pensaron en los seres amados y en quienes ya no esta-
ban, en los miles de sacrificados durante la guerra. La
paz era también la responsabilidad de vivir doble-
mente felices, por ellos mismos y por los ausentes.
La noche parecia haber lavado las cicatrices
en toda su extensién. La tierra guardé la sangre y
las plantas la purificaron en forma de rebrotes verde
esmeralda y botones de flores que empezaban a des-
plegarse con las primeras luces, despertados por
las hadas, que abrian los pétalos ojos y estiraban
los pétalos brazos diciendo buenos dias Yassuna-
Frankelin a la joven que parecia llevar el corazén en
Ja mano y el destino en la bolsa de fibra sagrada de
cumare, con los manuscritos heredados del abuelo
Makuna, volando al galope por las sabanas renova-
das, purificadas por la primera neblina, camino hacia
su encuentro con Chaquén-Viajero.
EI hacia otro tanto. Dejé en su funda la espada
de Edka-mano-de-hierro, guardé el escudo, la lanza y
la cota de malla de Eukal en un lugar donde estuvie-
ran siempre disponibles —que es donde deben estar
las armas—, y en la isla de vida que significaba esa
mafiana emprendié viaje en busca de la mujer que
amaba, guiado tan solo por el coraz6n. Llevaba ter-
ciada su mochila de sagrada fibra de cumare con los
manuscritos.
Ni un instante dejaron de cantar los turpiales
y el sol prepard con su luz un bosque en medio de
dos onduladas colinas de las sabanas comuneras
Alli se habian reunido, para darles la bienvenida,
los espiritus del agua y de los arboles, sus compa-
fieros de la infancia. El sonriente destello entre la
filigrana del follaje indicaba la presencia del viejo
Makuna, acompafiado por Atta el mono rojo y Loti
la nutria inteligente inquieta y bella como el espi-
ritu mismo de la mujer. Alli estaban el Hojarasquin
del Monte con su vestido de hojas otra vez lleno de
nidos de colibries, florecido de orquideas y de qui-
ches llenos de agua donde nadaban las ranas y se
escondian, como joyas, las salamandras que pare-
cian hechas de metales preciosos; estaba la Llo-
rona, que ya no lloraba, acariciando en su regazo
un jaguar —el mismo que entregara a Chaquén su
poder en una tormenta bajo un abrigo rocoso—,
ronroneando como un gato, mirando el mundo con
los ojos entrecerrados. Estaban todos los duendes
haciendo coronas de flores para las hadas que, con
sus alas de libélula, no se cansaban de abrir las flo-
res de los arboles que permanecieron escondidos
>363<durante el tiempo de la guerra. Volvieron todos con
la promesa de la vida, embriagadora como un per-
fume que llené ese bosque.
Los caballos, los briosos moros lunados de la
estirpe del Guarataro, resoplaron alegres cuando sin-
tieron en el aire la promesa de la vida. Cantaban los
follajes, cantaba el suelo, cantaba el agua contando
la historia de los reyes que en el mundo han sido que
tuvieron que existir por entre los enrevesados cami-
nos de la historia para que por fin se pudieran encon-
trar los que se amaban, y con su encuentro construir
Ja paz tan anhelada, la de los amaneceres sin miedos
y sin amenazas.
Descendieron de las cabalgaduras y se acer-
caron en medio del concierto de las flores que se
abrian entre el revolotear de las mariposas y el ale-
tear de los colibries. De entre el follaje surgieron un
pecari de luz y un tapit recubierto por el aura clara,
luminosa, de quienes han alcanzado Ja eternidad
Eran Tayu y Piru
—Somos los protectores de las tribus que van
a firmar la paz —dijeron acercéndose a los dos prin-
cipes—. Los acompafiatian siempre, dentro del cora-
zon, dandoles su fuerza, su valor, su amor por ese
bien que se llama la vida, tal como lo habia dejado
escrito el abuelo Makura.
> 364<
"Yassuna estaba hermosa. Es mas bella que
en los suefios", pens6 Chaquén al verla por primera
vez delante de 61 después de tantos afios de haberla
imaginado.
“Es mas hermoso que el Chaquén sofiado”,
pensé ella al verlo acercarse vestido con el sencillo
habito de tela cruda de los soldados de Monte-del-
Rey la tierra de los libres. La delgadez de los padeci-
mientos de la guerra los habia embellecido.
Se miraron en silencio durante una eternidad
que dur6 apenas un instante, navegaron en laluz delos
ojos devolviendo el tiempo hasta el amor de la infancia
en el bosque de niebla. Las manos se buscaron solas
y las pieles se encontraron por fin. La sangre tembl6 y
los corazones empezaron a aletear con las alas que les
presto la vida para que jamas perdieran la esperanza
ni se olvidaran el vuelo. Los rostros se acercaron, las
mejillas sintieron lo que era el contacto de otra piel
dispuesta a completarla y los labios por fin pudieron
hablar sin palabras, porque era dentro del corazon que
ahora se comunicaban, dialogaron las manos ilumi-
nando paisajes nuevos, descubriendo mundos con las
yemas de los dedos. Cerraron los ojos para conocer el
sol que ilumina por dentro el vasto espacio de la vida.
Estaban por fin juntos después de los millones
de afios que los separaron desde el comienzo del
>365<universo cuando todos éramos uno solo, cuando la
vida empezé en un acto de amor para que nos fuese
dado el privilegio de un beso, de encontrar la otra
mitad que se nos habfa perdido por los vericuetos del
infinito. El milagro estaba escrito y las vidas se com-
paginaban con la exactitud de las letras en el papel
de fibras iluminado por Makuna. Los acompafiaban el
sol y el rocio como la garantia de su origen y la espe-
ranza de su futuro, pasaron los limites que los habian
separado y la sensacién maravillosa que tuvieron fue
lade no haber estado nunca lejos. Ahora que estaban
juntos cesaron las distancias, lo demas serfan pala-
bras, largas conversaciones, abrazados simplemenite
para confirmar que a pesar de todo siempre estuvie-
ron juntos unidos por la fuerza que derrota el tiempo
y las distancias.
Por fin pudieron completarse los manuscritos
con la historia de cada uno, ya que el sabio Makuna
habia enviado a los nifios con la mitad del relato,
pero no eran paginas consecutivas sino intercala-
das. Yassuna llevaba las paginas pares y Chaquén
las impares. Por esa razoén cada paquete era ilegible.
Ahora estaban completas, eran una sola y continua-
ria en lo que viniera de ahora en adelante, que seria
escrito por ellos en la historia del amor construido
dia a dia. La ultima pagina era el presente.
> 366 <
Desde el lejano reino de las sabanas de ondula-
das colinas comuneras de Monte-del-Rey la tierra de
los libres, en medio de la noche de la celebracion de la
victoria rubricada con la boda de Yassuna-Frankelin
de Oriente y Chaquén-Viajero-y-Guerrero, la multitud
feliz vio la erupcion volcanica en la montafia del leon
dormido. Todos la consideraron como un saludo de la
vida, una sefial de bienvenida de una nueva era.
Ahora los inocentes podian reposar en paz, los
desaparecidos volverian a existir en quienes guar-
daron su recuerdo en espera de este instante. Los
recién nacidos llegarian a abrir las alas sobre este
nuevo mundo donde las verdaderas riquezas eran
todas las cosas y todos los seres enttelazados en el
tejido maravilloso que soporta la vida; alli las nuevas
generaciones aprenderian a conversar con el rio y
con el arbol, serian hermanos de la abeja y el jaguar,
verdaderos hijos del sol y las estrellas. Yassuna y
Chaquén ya podian retornar al territorio de Amaca-
yacu para ver otra vez la ceiba con la huella de la
inquietud de Tayu el pecari, curarle con una flor su
herida en la bamba y decirle que ya podia dejar de
permanecer oculta.
Cada nuevo ciudadano de esta tierra naceria
con la responsabilidad de amar la vida, unica alterna-
tiva para impedir el surgimiento de los imperios del
>367<mal. La luna estabiliz6 desde entonces sus manchas,
que para unos dibujan al mismo tiempo el aguila,
el pez, el venado, el armadillo y el jaguar. Para otros
—los enamorados— dejan ver simplemente los jar-
dines de rosas blancas donde pacen los unicornios
alados acompafiados por las hadas.
FIN