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VERSIÓN EN ESPAÑOL

CORBELLE, Florencia. 2023. “Surgimento, desenvolvimento e consolidação do


ativismo cannábico na Argentina, 20 anos de militância”. En: Frederico Policarpo,
Marcos Veríssimo, Yuri Motta y Luana Martins (org.) Maconha: erva boa para
pensar. Rio de Janeiro, Editora Autografia.
Surgimiento, desarrollo y consolidación del activismo cannábico en Argentina, 20
años de militancia

Florencia Corbelle *

En su momento empezamos con el uso adulto que es todo y es a donde vamos: a la


modificación de la ley de drogas. Pero en el medio se han trazado otras líneas y han crecido
organizaciones en relación a estas líneas de trabajo. Es evidente que, entre el 2016 y el
2017, se da la proliferación de organizaciones que atañen al uso terapéutico y es evidente
que, desde el 2019-2020 a esta parte, empiezan a plantearse organizaciones que quieren
poner el foco en lo productivo.
(Entrevista a activista, 2022)

Introducción
En este trabajo analizo la historia del activismo cannábico en Argentina, deteniéndome
especialmente en las transformaciones que han experimentado las agrupaciones de larga
data en los últimos doce años. Este recorte temporal no es caprichoso, sino que, por un lado,
toma como punto de partida el año 2010 que, como he analizado en otros trabajos, se trata
de un momento fundacional para el activismo en el que los intentos asociativos previos acaban
por consolidarse dando lugar a la emergencia de una decena de agrupaciones en las
principales ciudades del país (Corbelle, 2015, 2016, 2018); y, por otro lado, se extiende hasta
nuestros días con el objetivo de describir y analizar el impacto que tuvo en estas
organizaciones la difusión de los usos terapéutico medicinales del cannabis y las
modificaciones en materia legislativa que le sucedieron (Corbelle, 2021b; Fusero, 2017;
Labiano, 2018). No obstante, se describe asimismo el período inmediatamente previo a la
conformación de las agrupaciones, esto es, el terreno en el que germinan.

El objetivo es dar cuenta, a partir del análisis de entrevistas realizadas a activistas de extensa
trayectoria que integran organizaciones de larga data radicadas en diferentes puntos del país,
de las características que fueron adquiriendo las agrupaciones y sus acciones colectivas,
atendiendo a su composición, objetivos, demandas, prácticas cotidianas, formas de protesta
y estrategias político-jurídicas, así como también a las relaciones que mantienen entre sí, con
las burocracias estatales y otros colectivos. En poco menos de diez años, las agrupaciones
cannábicas pasaron de ser menos de una decena a contarse en centenas, y a tener –las más
grandes- más de cien socios/as. Este camino no fue lineal y los/as activistas entrevistados/as
distinguen cinco grandes etapas que retomamos aquí para organizar el capítulo: la de los/as
pioneros/as (2000-2009), la de consolidación de las primeras agrupaciones (2010-2012), el
período de especialización y formalización (2013-2015), la etapa del “giro hacia lo medicinal”
(2015-2020) y, por último, el período que culmina en nuestros días con la proliferación de
proyectos de carácter productivo (2020-2022). Para terminar, concluimos con una breve

* Doctora en Antropología Social, licenciada y profesora en Ciencias Antropológicas por la Universidad de Buenos
Aires (UBA). Es Investigadora asistente del CONICET e integra el Programa de Antropología Política y Jurídica,
Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA (ICA|UBA).
recapitulación de estos veinte años de militancia y algunas reflexiones en torno a los desafíos
que enfrenta, de cara a las recientes reformas legislativas, el activismo cannábico de larga
data.

Los/as pioneros/as

Es posible que ésta (la clandestina, la que va de onda, de intercambio y con mucha carpa)
sea la única manera viable. Pero también queda el interrogante de qué tan jodido
[complicado] puede ser salir a hacer un poco de ruido, de hasta qué punto podríamos
ayudar a instalar socialmente el consumo de cannabis, si para lograr eso es estrictamente
necesario dar la cara o también es posible conseguirlo desde el anonimato y el bajo perfil
(…)
Pienso que plantar un frente de batalla de plano, en este momento, no sería del todo
sensato. El escenario está un poco más tranquilo que hace unos años atrás, pero todavía
hay mucho facho dando vuelta (…) Sin embargo, pienso que a la vez sí da para llevar a
cabo laburos más “hormigas” en favor del cultivo del cannabis y la despenalización y
eventual legalización de su consumo. Las parades, los festivales, los foros y el intercambio
son un ejemplo de lo que refiero.
(Post de activista en el foro Cannabiscafe, 2006)

El movimiento cannábico argentino 1 comienza a gestarse a principios de este siglo, inicio que
muchos/as adjudican a la baja calidad del prensado paraguayo 2 que comienza a llegar al país
a raíz de la crisis económica de 2001. En ese primer momento, los ámbitos de socialización
por antonomasia eran los foros, los comercios que atendían con las persianas bajas, y eventos
clandestinos de difícil acceso aún para los/as usuarios/as y cultivadores/as de cannabis. La
penalización encubierta del consumo de sustancia psicoactivas así como de todas las
actividades a éste relacionadas, hacían que la desconfianza y el miedo primaran al deseo de
conocerse, de verse las caras, por lo que no había organizaciones de usuarios/as o
cultivadores/as de cannabis. Notable excepción era Cogollos Córdoba, una asociación que
desde 2001 se abocaba a asistir haciendo uso terapéutico del cannabis a personas viviendo
con VIH y cáncer, y que sería secundada años después por Cogollos Rosario, fundada por un
puñado de activistas oriundos/as de la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe.

De hecho, la Copa Cannábica del Plata –primer campeonato de cogollos (flores de marihuana)
de Latinoamérica– fue, por muchos años, el principal símbolo y acto de resistencia del
movimiento cannábico. No sólo porque se trataba de un evento clandestino que desafiaba al
prohibicionismo imperante defendiendo el uso de sustancias psicoactivas y el autocultivo en
nombre de derechos individuales constitucionalmente amparados; sino porque, además,
logró, poco tiempo después de haber sido ideada, que pioneros/as y foreros/as salieran de
atrás del teclado y rompieran con la soledad del anonimato constituyéndose en punto de

1 El movimiento cannábico argentino es un espacio de contornos imprecisos conformado, mayormente, por


organizaciones de usuarios/as y cultivadores/as, equipos de trabajo de revistas especializadas, dueños/as de
growshops y cultivadores/as no organizados que, de una u otra forma, colaboran a la expansión y normalización
de la “cultura cannábica”. En otras palabras, refiere a todas las personas que “activan” brindando información,
regalando esquejes y semillas, enseñando a cultivar u organizando copas u otros eventos cannábicos. El término
“activismo cannábico” en cambio es usualmente reservado para hacer referencia a quienes se han organizado en
agrupaciones para luchar por la modificación de la ley de drogas dando la cara, esto es, en pocas palabras,
miembros de agrupaciones cannábicas.
2 Nombre con el que se denomina a la marihuana de origen paraguayo que se vende en el mercado. Ésta se

caracteriza por su aspecto geométrico, su estructura sólida y compacta así como por contener hojas, tallos,
semillas y sustancias tóxicas como amoníaco, moho y hongos que pueden afectar la salud del/la usuario/a.
encuentro de cultivadores/as y cuna de la, por ese entonces, incipiente “cultura cannábica”.
Sin embargo, la Copa del Plata no fue el único espacio de socialización. Desde un principio,
convivió con encuentros más pequeños e informales y las Cannabis Parade celebradas desde
2005 en la provincia de Córdoba. 3

Con el correr de los años los espacios de encuentro se fueron multiplicando. No obstante, las
reuniones de usuarios/as y cultivadores/as aún se parecían más a las de una logia secreta
que a las de un grupo organizado que buscaba hacer público su reclamo. De hecho, gran
parte de los intentos asociativos que tuvieron lugar en ese entonces, como Arhemptina o
Conciencia Cannabis en Argentina, perecieron antes de consolidarse. Como recuerdan
aquellos/as primeros/as entusiastas, la propuesta era juntarse para conocerse y empezar a
organizar alguna “movida”; pero, por lo general, eran pocos/as los/as asistentes y no faltaba
oportunidad en que, reunidos/as en una plaza, la policía los/as rodeara e “invitara” a retirarse.
De hecho, el único evento público de concurrencia masiva era la Marcha Mundial de la
Marihuana (MMM) –evento que, a diferencia de Brasil y al igual que en otras partes del mundo,
se celebra cada primer sábado de mayo–, que no era organizada por el movimiento cannábico
sino por la Red Argentina en Defensa de los Derechos de los Usuarios de Drogas (RADDUD)
y la Asociación de Reducción de Daños de Argentina (ARDA). Así las cosas, los objetivos y
consignas de estas agrupaciones –i.e. luchar por la despenalización, cambiar la visión sobre
la planta e informar sobre la cultura cannábica– se desvanecieron invisibilizados.

Fue recién en 2007, con la revista THC –i.e. primera publicación nacional especializada en la
temática– ya en las calles, que esta situación comenzó a modificarse. Ello así porque, la
revista, además de otorgarle mayor visibilidad a la cultura cannábica, supo convertirse en
punto de encuentro, espacio de denuncia, información y asesoramiento jurídico para
usuarios/as y cultivadores/as de cannabis. Pero lo cierto es que no fue sino hasta que la
publicación asumió en 2008 la labor de coordinadora de la MMM que logró impulsar la
organización de activistas, hasta entonces dispersos/as, en lo que fueron las primeras
agrupaciones cannábicas sobre todo en el Área Metropolitana de Buenos Aires. 4 Así lo
recordaban algunos activistas entrevistados,
En la revista había un mail donde decía “si querés ayudar mandá un mail”. Fue hace como
seis años, mandé ese mail y nos juntamos en una casa como sesenta personas para mover
la marcha de ese año. De esas sesenta personas, después de la marcha habrán quedado
veinte o treinta que nos seguimos juntando. Quince porque se iba depurando a través del
tiempo y se formó la Co.Cannabis, Colectivo Cannabis. Maneras de trabajo de grupo ‘¿A favor
de todas las drogas o sólo del cannabis?’ Blum, quince y quince. Bueno, ‘Conciliadores’. ‘No,
agresivos, tenemos que salir a exigir nuestros derechos’. Blum, siete y siete. Se fue
depurando. Algunos seguimos laburando, otros se fueron y están laburando afuera porque
están en Colombia o en distintos lados, y bueno algunos de los que seguimos después nos
seguimos juntando con distinta gente, mucha del foro y formamos la Asociación Cannábica
de Buenos Aires (Entrevista a activista, 2011).

3 A diferencia de la CCDP, la Cannabis Parade no era un campeonato de cogollos sino un encuentro de


cultivadores/as pensado para intercambiar semillas y consejos, compartir historias, conocerse, disfrutar de la
naturaleza y deleitarse fumando lo cosechado; aunque también para conversar sobre cuestiones legales y posibles
estrategias políticas.
4 El AMBA es la zona urbana que conforman la Ciudad de Buenos Aires y los cuarenta municipios de la Provincia

de Buenos Aires que la rodean. En el resto del país, la revista incentivó a activistas y lectores/as comprometidos/as
a organizar la marcha en sus respectivas ciudades. Ese año se sumaron las ciudades de Santiago del Estero,
Mendoza, El Bolsón y Comodoro Rivadavia. Además, la THC colaboró económicamente y con material de difusión
con las agrupaciones que ya organizaban la marcha en las ciudades de Córdoba y Rosario.
Se consiguió treinta voluntades para dar una mano a la gente de la THC que, en ese
momento, organizaba la marcha y posterior a eso nos seguimos juntando periódicamente. La
idea era una asociación civil. Se marcaba el tema despenalizar, normalizar y legalizar. Y como
sucede en todo grupo se va desgastando en el tiempo. En el tiempo que son meses. Y de
treinta, veintisiete, veintiuno, dieciocho quedamos siete. Y después ahí hubo diferencias en
cuanto a cómo se iba a manejar la asociación. Una gente más influenciada por una postura,
gente que por ahí pensaba una cosa distinta y ahí quedó tres-cuatro. Quedamos de un lado:
este muchacho colombiano, Rodrigo, que es un sociólogo, otro muchacho Pedro que ahora
ya no está –está militando en la Nacional y Popular– y yo. Y después empecé a conocer a los
chicos [que hoy forman la Agrupación Agricultores Cannábicos Argentinos] porque era de
participar en cualquier movida cannábica (Entrevista a activista, 2012)

Así, pese a que Co.Cannabis como colectivo no prosperó, la semilla del activismo –aunque
no libre de contratiempos– finalmente había germinado. De hecho, para ese entonces, grupos
cada vez más grandes de foreros/as reunidos/as por foro y/o zona geográfica se juntaban
para conocerse y comenzar a organizar talleres de cultivo, ciclos de cine, charlas y otros
eventos cannábicos. Atrás iba quedando la época de los/as pioneros/as, de la “vieja escuela”
en que cultivar era toda una hazaña. Luego de que la Corte Suprema de Justicia de la Nación
declarara en 2009 la inconstitucionalidad de la penalización de la tenencia de drogas para
consumo personal la caída del reinado prohibicionista parecía más cercana y una nueva
generación de activistas dejaba en claro que ya no bastaba con ser cultivador/a. Además de
plantar, había que “plantarse”, “salir del indoor”, “dar la cara”.

La consolidación de las agrupaciones cannábicas

Queremos que nos escuchen, no que digan “Esos drogadictos están rompiendo todo”. La
idea es ir cartelito, pasacalle, pero tranca [tranquilos/as], sin bardo [lío]. Si te entrevistan,
decir “Yo laburo y estudio, no soy un delincuente. Las leyes me convierten en delincuente
por consumir y eso tiene que cambiar porque no lo somos”
(Entrevista a activista, 2010)

El 2010 fue un año bisagra para el movimiento cannábico. Se multiplicaron los eventos y las
tiendas de cultivo y salieron al mercado nuevas publicaciones como la revista Haze y, en 2011,
el periódico de distribución gratuita Soft Secrets Latinoamérica; pero, sobre todo, lo que creció
fue la cantidad de usuarios/as y cultivadores/as dispuestos/as a salir a la calle como dejó de
manifiesto la gran convocatoria que tuvo la novena edición de la MMM. En la Ciudad de
Buenos Aires, la marcha dejó de ser una concentración de unos/as pocos/as miles para
convertirse en una marcha multitudinaria que además se replicó en once ciudades del país. 5
Como en años anteriores, el cese de las detenciones, discriminación y maltrato a usuarios/as,
el respeto por las libertades individuales y los derechos de los/as usuarios/as medicinales, la
promoción de políticas de salud, prevención y reducción de daños, y la despenalización de la
tenencia de drogas y el cultivo de marihuana, fueron las consignas que acompañaron el
reclamo. Es más, ese año dos diputadas nacionales presentaron un proyecto de ley elaborado
en conjunto con la revista THC que proponía quitar las medidas de seguridad curativas de la
ley penal y modificaba aquellos artículos que penalizaban la tenencia de drogas y el cultivo

5A saber, Córdoba (Córdoba), Rosario (Santa Fe), Comodoro Rivadavia (Chubut), La Plata (Buenos Aires),
Mendoza (Mendoza), Mar del Plata (Buenos Aires), Neuquén (Neuquén), San Juan (San Juan), Trelew (Chubut),
San Miguel de Tucumán (Tucumán) y Río Cuarto (Córdoba).
de cannabis. El proyecto se sumaba a los confeccionados en ese momento por otros espacios
políticos. De modo que, la modificación de la ley de drogas no sólo estaba en agenda, 6 sino
que usuarios/as y cultivadores/as de cannabis tenían su proyecto.

En este contexto político promisorio, el proceso organizativo que, se había iniciado en 2007 y
que, entre fines de 2008 y principios de 2010, había copado buena parte de las discusiones
que se desarrollaban en los foros especializados, ahora se aceleraba de forma hasta entonces
impensada, cristalizando en la creación simultánea de numerosas agrupaciones cannábicas.
Grupos de amigos/as y foreros/as que ya se encontraban en forma periódica en asados,
talleres, catas, copas y parades, formalizaron sus reuniones y comenzaron a organizarse. Ese
año, se crearon en la provincia de Córdoba y en la provincia y Ciudad de Buenos Aires la
Agrupación Marplatense de Cannabicultores (AMC), la Agrupación Cannabicultores del Oeste
(ACO), el Movimiento Cannábico Argentino (MCA), la Unión Cannabicultores de Zona Sur
(UCZS), la Asociación Cannábica La Plata (ACaLP), la Unión Cannabicultores de Zona Norte
(UNCAZN), la Comunidad Cannábica Cordobesa (CCC) y la Asociación Cannábica de Buenos
Aires (ACaBA); en tanto que, un grupo de usuarios/as de cannabis que se denominaba
autoconvocado comenzaba a reunirse en un parque ubicado en el corazón de la Ciudad de
Buenos Aires. Así lo recordaba un activista entrevistado,
Cuando empecé a conocer a toda la gente del movimiento y demás, Diego [uno de los
directores de la Revista THC] me dijo que me metiera en Plantate, en el foro. Yo cero internet
hasta ese momento, nunca había tocado una máquina. Bueno, me meto en Plantate y empecé
a conocer gente. Se separó por zonas. Estaba la gente del oeste. Entonces se pusieron
Cannabis Social Club del Oeste y hablábamos un grupo de personas, en los asados del foro
siempre nos juntábamos… y del oeste, en un momento, éramos como veintipico. Y en los
asados y demás siempre eran las mismas charlas. Yo venía hace rato con esta problemática
sólo ya en casa y, bueno, empecé a encontrar gente con las mismas inquietudes. Se empezó
a purgar de alguna manera, el grupo quedó cada vez menor, cada vez menor, cada vez
menor… y después en el mismo foro los chicos de Zona Norte se empezaron a agrupar, los
de Zona Sur… (Entrevista a activista, 2012).

Desde un principio, el tamaño y estructura de estas agrupaciones tanto como la dinámica y


frecuencia de sus reuniones estuvieron íntimamente atravesadas por las condiciones de
ilegalidad imperantes que aconsejaban extrema cautela y cuidado. Así, en líneas generales,
eran organizaciones muy pequeñas compuestas por un núcleo de 6 o 7 personas y una serie
de colaboradores/as y simpatizantes/as más bien fluctuante. Ello contribuía a una estructura
organizativa interna más bien simple que se reducía a la figura de un/a presidente/a o “mesa
chica” que tomaba las decisiones cuando no funcionaban íntegramente bajo la modalidad de
asamblea. Por otra parte, como ninguna agrupación tenía sede propia, las reuniones solían
realizarse de manera fija o itinerante en growshops, plazas o en el domicilio particular de algún
miembro o conocido/a. De modo que, si bien algunas agrupaciones luego se hicieron de un
local propio y otras consiguieron que centros culturales, organizaciones sociales y políticas o
publicaciones especializadas les cedieran un espacio, la mayoría se reunía en condiciones
precarias, donde el clima y el descontento nada inusual de familiares o compañeros/as de
quien prestaba la casa bastaban para poner en jaque la continuidad de las “juntadas”.

6 A fines de la década del 2000 diversas organizaciones de la sociedad civil lograron colocar en la agenda pública
la discusión del modelo prohibicionista de intervención estatal vigente. El debate contó con el respaldo de sectores
de los poderes ejecutivo, legislativo, y judicial, y se plasmó en discursos y decisiones políticas, fallos judiciales y
numerosos proyectos de modificación de la Ley 23737 presentados en 2010 en el Congreso de la Nación.
Conforme varios/as activistas entrevistados/as, estas condiciones adversas y las ideas
discordantes sobre los fines de las agrupaciones –muchas personas, me explicaron,
confundían asociarse para difundir información, visibilizar a las personas usuarias, fomentar
el autocultivo y modificar la ley penal con “fumar porro en el parque”–, acabaron por socavar
la participación en estos espacios; aunque cierto es que la mayoría de los/as activistas
entrevistados/as no dudó en señalar al hostigamiento policial como principal causa del
debilitamiento del ímpetu asociativo. Sea como fuere, muchas agrupaciones perecieron;
mientras que, otras lograron sortear estos obstáculos. Es más, a lo largo y ancho del país se
fueron creando –a partir de las reuniones de autoconvocados/as en Ciudad de Buenos Aires,
el equipo de trabajo de la revista THC y grupos de usuarios/as y cultivadores/as que
organizaban la MMM en distintas ciudades del país– nuevas organizaciones como la
Agrupación Agricultores Cannábicos Argentinos (AACA), el Centro de Estudios sobre la
Cultura Cannábica (CECCa) y Cogollos del Oeste (CodelO) en el Área Metropolitana de
Buenos Aires, la Organización Cannábica Bariloche (OCB) en la provincia de Río Negro, la
Agrupación Cannábica La Rioja en la provincia homónima y la Cofradía Cannábica Bahiense
en la provincia de Buenos Aires.

En síntesis, pese a los contratiempos, el activismo cannábico continuó floreciendo. Más aún,
a lo largo de esos años, sus actividades y acciones políticas se multiplicaron y diversificaron.
Es decir, en este período no sólo proliferaron los ciclos de cine, copas y catas y se organizaron
con mayor periodicidad mesas informativas, charlas abiertas y talleres de cultivo –i.e.
actividades orientadas a informar y concientizar a la sociedad sobre los aspectos legales y
costos sociales del prohibicionismo, las propiedades medicinales e industriales del cannabis,
el uso de sustancias psicoactivas y los beneficios del autocultivo–; sino que se desplegaron
en el espacio público nuevas acciones colectivas. Así, en 2010, se sumó a la MMM la Marcha
Nacional del Cannabis (MNC) 7 y, en 2011, se impusieron las concentraciones como principal
forma de protesta ante casos de detenciones, allanamientos y procesamientos judiciales a
usuarios/as y cultivadores/as de cannabis, que básicamente consistían en manifestarse frente
a comisarías y dependencias judiciales o bien frente al domicilio o local que estaba siendo
allanado con el objetivo de impugnar estas prácticas policiales y judiciales y, al mismo tiempo,
acompañar, brindar ayuda y respaldo.

Ahora bien, aunque el movimiento cannábico creció de forma exponencial durante estos años,
participó activamente del debate parlamentario que se desarrolló entre 2011 y 2012 en el
Congreso de la Nación, durante el cual se debatió la reforma integral de la ley de drogas, e
incluso el piso mínimo de reformas exigidas por el activismo aumentó –como da cuenta el
proyecto de legalización y regulación del cannabis y clubes de cultivo presentado, en 2012,
por la Agrupación Agricultores Cannábicos Argentinos y la Mesa Nacional por la Igualdad y
contra la Discriminación–, 8 lo cierto es que las agrupaciones continuaban enfrentando serias
dificultades para obtener su personería jurídica como asociaciones civiles y contaban entre

7 En la primera edición de la MNC, los manifestantes se movilizaron –al igual que en la MMM– por una nueva ley
de drogas, por campañas de reducción de daños, por la despenalización de la marihuana, por el derecho al
autocultivo y a los usos medicinales e industriales del cannabis. Al año siguiente, las consignas eran la
normalización del cannabis y el reconocimiento del autocultivo y usos medicinales e industriales del cannabis; y,
desde 2012, se movilizan bajo una única consigna: la “legalización y regulación del cannabis para todos sus usos”.
8 La Mesa Nacional por la Igualdad y contra la Discriminación es un espacio de articulación política integrado por

organizaciones que luchan por la igualdad y contra la discriminación de diferentes grupos o sectores sociales
excluidos y vulnerados en sus derechos.
sus filas con usuarios/as y cultivadores/as que habían sido allanados/as y/o estaban o habían
estado detenidos/as y/o procesados/as por tenencia, comercialización y activismo.

La persecución policial y criminalización, empero, no era el único obstáculo que afrontaban


estos/as activistas. Como ha advertido Baratta en su Introducción a una sociología de la droga,
tan negativos como los efectos de la penalización propiamente dicha son, entre otros, la
estigmatización y actitud discriminatoria que ésta genera en la sociedad. Esto se traduce en
dificultades para acceder al sistema de salud, pérdida o problemas para conseguir empleo y
en la impugnación por parte de sectores de la sociedad respecto del derecho de los/as
usuarios/as a proponer y opinar en lo concerniente al diseño e implementación de políticas
públicas en materia de drogas o a la modificación de la ley penal. De modo que, amén de
luchar por el derecho a circular libremente, acceder al sistema de salud, elegir un estilo de
vida y hacer libre uso de su cuerpo, parte importante de la lucha de estos/as activistas era
también por ser reconocidos/as como interlocutores/as válidos/as, como sujetos políticos
plenos con el derecho a organizarse, manifestarse y demandar por sus derechos.

En este sentido, el concepto de “usuario responsable” ocupó un lugar central en la praxis


política de los/as activistas por aquellos años (Corbelle, 2016, 2017). El término, originalmente
acuñado por especialistas del campo de la salud y ciencias sociales para hacer referencia al
“uso responsable” de drogas –un uso que no supone riesgos significativos ni para los/as
usuarios/as ni para otras personas–, fue redefinido por estos/as activistas como, “Una persona
que consume por una elección personal y [cuyos] consumos no alteran su normal desarrollo
en la vida diaria, o sea, una persona que estudia, trabaja, tiene una familia (…) puede llevar
adelante una vida, un proyecto de vida, de manera responsable”. De este modo, buscaban
discutir con aquellas construcciones dicotómicas propias del sentido común, médico y jurídico
–que caracterizan a los/as consumidores/as de sustancias psicoactivas ilegales como sujetos
enfermos, dependientes, aislados, faltos de voluntad, sin un proyecto de vida, estudio o
trabajo, despreocupados por su salud, incapaces de cuidar de sí y de otras personas,
irracionales, descontrolados, mentirosos, carentes de responsabilidad, autonomía y libertad;
y/o bien como seres desviados, violentos, peligrosos, vinculados a la delincuencia y al
narcotráfico–, apelando a conceptos de fuerte carga moral como la familia, el estudio y el
trabajo, que remiten a una forma de vida positivamente valorada e hipotéticamente compartida
por la mayoría de la sociedad, una vida “normal”, entendiendo aquí “normal” en su doble
carácter de usual, típico, común (“lo que hace todo el mundo”) y de valor moral.

En otras palabras, al definirse como personas “responsables” lo que intentaban hacer era fijar
con fines reivindicativos nuevos y más inclusivos parámetros de “normalidad”, apelando a
valores compartidos, a una supuesta “moralidad común” para, en definitiva, poder afirmar
“Nosotros/as, [los/as usuarios/as responsables], no somos adictos/as ni delincuentes, somos
gente normal, gente común [por ende, tenemos los mismos derechos y obligaciones que
ustedes]”; en donde ese “ustedes” presente en el discurso de los/as activistas, eran todas
aquellas otras personas susceptibles de apropiar su reclamo. De este modo, la dimensión
moral del concepto de usuario responsable les permitía posicionarse en lo que intuían eran
términos moral y políticamente positivos y, de esta manera, aumentar sus posibilidades de
generar empatía y concitar adhesiones entre los miembros no-consumidores de la sociedad.
De ahí, el esfuerzo que realizaban para que el universo moral que vehiculiza la categoría se
materializara en las acciones de denuncia, demanda y concientización que desplegaban en
el espacio público y en escenarios institucionales, apelando para ello a recursos verbales y
no-verbales –i.e. determinados usos del espacio y la palabra, la vestimenta, actitudes, gestos,
comportamientos, compañías, saberes y prácticas–, que buscaban dar encarnadura al
concepto de usuario responsable. 9

En síntesis, como señalaba un activista entrevistado, reflexionando en retrospectiva sobre


aquellos primeros años,
[se trataba de] buscar una despenalización, de la búsqueda del autocultivo como herramienta
y, a la vez, de la búsqueda de la autoprotección. Me parece que, en esos tiempos, era
fundamental estar coordinados. Poder, ante cualquier eventualidad, salir conjuntamente o
rápidamente a defender al cultivador o cultivadora que tuviera algún inconveniente. Y,
después, […] la Marcha Mundial de la Marihuana me parece que fue también un gran evento
aglutinador de lo que es el movimiento cannábico en Argentina, sobre todo las primeras
marchas, la masividad que empiezan a tener esas marchas y el crecimiento (Entrevista a
activista, 2022).

En otras palabras, las marchas –sobre todo, la MMM– y las agrupaciones se constituyeron en
los dos grandes espacios de encuentro de activistas del período y los principales objetivos por
ese entonces eran la autoprotección, la despenalización de la tenencia de sustancias
psicoactivas ilegales y la difusión del autocultivo. Y, todo ello, parafraseando a otro activista,
debía realizarse de manera responsable, porque justamente la idea era “dar la cara como
usuarios responsables”; mientras que las demandas del activismo, producto del clima de
época y su contacto con la política partidaria en el marco del debate parlamentario por la
reforma integral de la ley de drogas (2011-2012), comenzaban a expresarse en el lenguaje de
los derechos humanos. 10

Especialización y formalización

Cada grupo tiene una ubicación social, sociopolítica y geopolítica. Nosotros


geopolíticamente (...) estamos en una ciudad en donde hay determinadas particularidades
que permiten que podamos salir mucho más que el resto (…) Por eso es que aprovechamos
esto que tenemos acá. El resto tiene otro tipo de construcciones que está bien que lograron
a través de otros puntos.
(Entrevista a activistas, 2012)

Durante los años que siguieron al debate parlamentario –que, como he analizado en otros
trabajos, lamentablemente se estancó producto de que sectores afines al prohibicionismo
lograron imponer como falso prerrequisito para la modificación de la ley penal la creación de
un Plan integral para el abordaje de los consumos problemáticos (Corbelle, 2016, 2018)–, las

9 Para un análisis detallado del modo en que el concepto de usuario responsable se materializa en marchas,
concentraciones, mesas informativas, talleres, charlas, etc. ver Corbelle (2016, 2017).
10 Este desplazamiento del lenguaje de los derechos individuales al de los derechos humanos debe enmarcarse

en un clima internacional de creciente crítica al paradigma prohibicionista desde la óptica de los derechos humanos
(Armenta, Metaal y Jelsma, 2012; CELS, 2015; Garzón y Pol, 2015), pero también en la transformación que se dio
a nivel local en los procesos de demanda y reconocimiento de derechos producto de la incorporación de los
tratados de derechos humanos al régimen constitucional así como del inédito apoyo del gobierno nacional de ese
entonces, que aseguró su expansión y consolidación en la arena política democrática; tanto que, han inspirado
políticas, acciones y estrategias desplegadas por diferentes actores en diversos ámbitos. De hecho, el análisis del
modo en que los derechos humanos como valor moral y paradigma de justicia dieron forma, a nivel nacional, a
políticas públicas en materia de investigación de los crímenes de la dictadura, reformas policiales, medidas y planes
de seguridad, e investigación y denuncia de la violencia institucional constituía el objetivo del Proyecto UBACyT
“Políticas de derechos humanos en justicia y seguridad. Etnografías y estudios de caso”, programación científica
2014-2017, dirigido por Sofía Tiscornia, que por ese entonces integraba en calidad de becaria.
agrupaciones no sólo continuaron creciendo en cantidad de socios/as 11 y se constituyeron
como asociaciones civiles, sino que también se fueron especializando,
Empezó una etapa más de formalización, o sea de pedir reconocimiento ante la IGJ
[Inspección General de Justicia], de conformación como asociaciones civiles de esas
organizaciones (…) y se empieza quizás a especificar un poco más el trabajo de las
organizaciones (…) [se] empiezan a definir un poco más los perfiles a tener propuestas más
integrales digamos, no sólo vinculado a un método de acceso como es el autocultivo y una
posición defensiva sino empezar a tratar de elaborar propuestas (Entrevista a activista, 2022)

Sin embargo, este proceso de formalización no se presentó libre de obstáculos. El trámite a


iniciar ante las inspecciones de justicia locales para obtener la personería jurídica y
constituirse en asociaciones civiles, que en teoría era relativamente sencillo, en la práctica se
volvió sumamente complicado. Dado el carácter ilegal del cannabis, algunas agrupaciones
como la Asociación Rosarina de Estudios Cannábicos (AREC) y la Agrupación Marplatense
de Cannabicultores (MDQ) debieron quitar de sus nombres la referencia a la planta. Otras,
tras acumular varios rechazos, optaron por no inscribirse; y hubo quienes, por falta de recursos
y/o cantidad de miembros necesarios desistieron o ni siquiera lo intentaron. Finalmente, en
2013, el Centro de Estudios sobre la Cultura Cannábica (CECCa) consiguió que le otorgaran
la personería jurídica sin necesidad de alterar su nombre.

De todas formas, pese a que los resultados no siempre fueron los deseados, el proceso de
redactar el estatuto resultó de suma utilidad para las agrupaciones que lo transitaron ya que
tuvieron que elegir forma de gobierno, precisar cuestiones patrimoniales, delimitar derechos
y obligaciones de los/as socios/as y autoridades y, por supuesto, definir sus objetivos y las
actividades para llevarlos a cabo. Probablemente sea esta, en parte, la razón por la cual en
este período las organizaciones pasaron de concentrarse en lo meramente “defensivo” a
“elaborar propuestas propias y especializarse”. Como señalaron los/as activistas
entrevistados/as, la mayoría de las agrupaciones se volcó a la investigación de los usos
terapéutico medicinales del cannabis y un grupo muy minoritario a investigar y difundir
información sobre los beneficios del uso industrial del cáñamo. Otras, en cambio, adoptaron
un perfil educativo/formativo dedicándose al dictado de cursos y talleres; mientras que, otro
grupo se abocó más a la comunicación pública e incidencia política. Por último, algunas pocas
agrupaciones adoptaron un perfil más productivo, adquiriendo características similares a un
club de cultivo.

Por esos años, las agrupaciones consiguieron además organizar eventos en otros escenarios.
En abril de 2013, CECCa junto a la Universidad Nacional de Quilmes y con el auspicio de la
Cámara de Senadores de la Provincia de Buenos Aires y la revista THC organizó las I
Jornadas Universitarias sobre Políticas de Drogas y Cannabis. Exactamente un año después,

11 La mayoría de los miembros de las agrupaciones, cultivadores/as, foreros/as, organizadores/as y participantes


de las Copas continuaban siendo hombres, jóvenes (entre 20 y 40 años). No obstante, la participación y sobre todo
visibilidad de las mujeres al interior del activismo fue aumentando con los años. De hecho, en 2013, se organiza la
Copa Eva y de ese año también datan los primeros encuentros de mujeres cannábicas. Así lo describe una activista
entrevistada, “la cultura cannábica es muy machista. Eso se ve en las organizaciones cannábicas que están
integradas mayormente por varones, se ve en las copas cannábicas que quienes juzgan el porro de otres son
varones, quienes participan en su mayoría, más del 90 por ciento, son varones. De a muy poquito va cambiando,
hay muy pocas emprendedoras a nivel nacional, la mayoría siempre son varones. Lo mismo que quienes dirigen
los grows o propietarios de grows. Pero yo por lo menos no lo veía hace 10 años atrás. Hoy sí lo detecto y eso les
pasó a muchas mujeres que fumamos porro y que reivindicamos eso. Entonces se organizaron, hoy en día hay
muchas organizaciones feministas cannábicas y eso también está bueno porque se hace como se hizo dentro de
FOCA [Frente de Organizaciones Cannábicas Argentinas] un protocolo contra las violencias (2022).
el Movimiento por el Cannabis Libre (MOCALI), agrupaciones cannábicas y redes de
usuarios/as terapéutico medicinales de cannabis, con el apoyo de programas radiales, la
revista Haze, marcas y tiendas especializadas hicieron lo suyo en las I Jornadas Itinerantes
Cannamed. Como indica el nombre, este último evento se llevó a cabo en múltiples sedes –a
saber, el Anexo H de la Cámara de Diputados de la Nación, la Legislatura de la Ciudad de
Buenos Aires y el Centro Cultural Casa Lumpen en la ciudad de La Plata– con el objetivo de
difundir los usos médicos del cannabis y ofrecer información sobre la historia de la industria
del cáñamo. Y a fines de ese año, en el Consejo Municipal de Rosario activistas de esa ciudad
organizaron una serie de foros de debate bajo el título Nuevos paradigmas en seguridad, salud
y regulación del cannabis. En estas ocasiones, se contó con la participación de activistas,
legisladores/as, ministros de la corte, jueces/zas, fiscales, funcionarios/as, reconocidos/as
especialistas, prestigiosos/as académicos/as, profesionales e invitados/as internacionales. 12
Estos eventos eran en sumo grado valorados por el activismo. Por un lado, porque su
participación hasta el momento en medios de comunicación y ámbitos universitarios no sólo
era esporádica, sino que las contadas veces en que fueron invitados/as se sintieron con
frecuencia maltratados/as, descalificados/as y/o bien que se les había otorgado un lugar (por
ellos/as) no deseado. En otras palabras, mientras que los/as funcionarios/as, legisladores/as,
operadores/as judiciales y profesionales de la salud eran invitados/as en calidad de
expertos/as; ellos/as (si es que, y cuando, se los/as convocaba) eran –en su versión más
burda– ridiculizados/as, (des)calificados/as de porreros/as, drogadictos/as, acusados de
hacer apología y de narcos o bien –en el mejor de los casos–, retratados/as como víctimas,
excepciones o, valga la redundancia, meros casos de políticas que habían dado resultado. Y,
por otro lado, porque, en palabras de un activista entrevistado, “…estas jornadas me parece
que fueron súper importantes porque fueron la primera vez en que se cortó con esto: ‘no hay
evidencias sobre cannabis’. ‘No, mirá, hay todos estos profesionales que vienen a traer esa
evidencia’”. En otras palabras, porque estos eventos les permitieron, apoyándose en el
prestigio de determinados/as oradores/as y los propios espacios, no sólo otorgar mayor
legitimidad a sus saberes, prácticas y demandas sino también reforzar su lugar como
activistas en ámbitos antes adversos que solían descalificarlos/as.

El “giro hacia lo medicinal”

Nosotros veníamos discutiendo cómo cambiar la ley, cómo generar una situación de
derecho desde perspectiva de derechos humanos respecto a los usuarios y usuarias de
drogas y ahí se generó como que “No, bueno, vamos a resolver este problema urgente del
acceso al cannabis medicinal” y eso me parece que nos lleva hasta ahora
(Entrevista a activista, 2022)

La demanda por la legalización e investigación científica de los usos terapéuticos de la


marihuana en Argentina no es novedosa. De hecho, figura entre las consignas de la primera
edición local de la MMM (2002) y, como vimos, la primera agrupación cannábica del país,

12 Otros eventos organizados por las agrupaciones fueron las actividades desarrolladas por AACA y Salud

Cannábica, en 2012, en el marco de la Semana del Cannabis Medicinal –i.e. volanteadas en las puertas del
Hospital de Enfermedades Infecciosas Dr. F. Muñiz y del Hospital Oftalmológico Santa Lucía, charlas, cine-debates
y mesas informativas que culminaron con un recital frente al Congreso Nacional–, la charla informativa organizada,
en 2013, por la ACO en una escuela secundaria del conurbano y la Conferencia sobre Cannabis realizada en las
ciudades de El Bolsón y Bariloche a mediados de 2014.
Cogollos Córdoba, se presentaba a sí misma como una agrupación abocada a asistir haciendo
uso terapéutico del cannabis a personas viviendo con VIH y cáncer. Es más, como ya hemos
señalado, varias agrupaciones luego se especializaron en los usos terapéutico medicinales
de la planta –tanto que colocaron el término en el nombre de la agrupación, como es el caso,
por ejemplo, de Cannabis Medicinal Bahía Blanca–, organizaron jornadas sobre esta temática
y, en 2012, incluso se creó una red de usuarios/as medicinales: la Red de Usuarios de
Cannabis Medicinal (RUCAM). Pero lo cierto es que la sucesión de hechos que desencadenó
el debate parlamentario por la despenalización de los usos terapéuticos del cannabis que se
desarrolló entre 2016 y 2017 en el Congreso de la Nación y culminó con la sanción de la Ley
de Cannabis Medicinal, tuvo lugar en unos pocos meses y estuvo ligada, en sintonía con los
debates que se estaban sucediendo en la región, 13 a los efectos terapéuticos de la planta,
fundamental, aunque no exclusivamente, en los casos de epilepsia refractaria.

De hecho, el primer antecedente público de petición formal de acceso legal al cannabis


medicinal, data de 2013 y se trata de una acción de amparo presentada por un activista
integrante de RUCAM ante el fuero Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad de
Buenos Aires (Asociación Pensamiento Penal, 2018). Poco tiempo después, para ser más
precisos en 2014, se autorizaba por primera vez la importación, por vía administrativa
mediante el “régimen de usos compasivos” de la Administración Nacional de Medicamentos,
Alimentos y Tecnología (ANMAT), del producto conocido comercialmente como SATIVEX
(ratio 1:1 THC/CBD): y, al año siguiente, recién se autorizan los primeros aceites a base de
CBD. Esto último se desarrolló por pedido expreso de la madre y padre de una niña oriunda
de una localidad bonaerense que vive con síndrome de West y padecía numerosas
convulsiones diarias. Las solicitudes pronto se multiplicaron; 14 tanto que, en febrero de 2016,
la ANMAT autorizó cinco importaciones más y en junio publicó el Informe Ultrarrápido de
Evaluación de Tecnología Sanitaria. Usos Terapéuticos de los Cannabinoides donde se
presentaban los resultados obtenidos en dieciocho estudios “respecto a la eficacia y seguridad
del uso medicinal de los cannabinoides para el tratamiento del dolor crónico, náuseas y
vómitos debido a quimioterapia, estimulación del apetito en infección HIV/SIDA, espasticidad
debido a esclerosis múltiple o paraplejía, síndrome de Tourette y epilepsia refractaria a los
tratamientos convencionales” (2016:2). 15

Paralelamente, un médico, profesor e investigador de la Universidad Nacional de La Plata –


que, en 2014, motivado por la enfermedad de su hermana había viajado a Canadá a
especializarse en la temática– daba a conocer a mediados de 2015 el diseño del primer
ensayo clínico del país sobre tratamiento del dolor con cannabis. Tiempo después, su
hermano, miembro del Concejo Deliberante de General La Madrid, una localidad de la
provincia de Buenos Aires, lograba que ese órgano emitiera una resolución solicitando al

13 Entre 2015 y 2017, Argentina, Chile, Perú, Paraguay, Colombia, México, Colombia, Jamaica y Puerto Rico
sancionaron normativas en materia de cannabis medicinal. Para un análisis comparativo de estos procesos ver,
entre otros/as autores/as, Labiano (2020).
14 La madre y el padre optaron por el uso medicinal de cannabis cuando conocieron el caso de Charlotte Fidgi, una

niña estadounidense que convulsionaba más de trescientas veces por semana y logró mejorar gracias al aceite de
cannabis. Primero probaron con aceite de extracción casera y como los resultados fueron buenos solicitaron la
importación del aceite a la ANMAT. Posteriormente, presentaron un recurso de amparo y consiguieron que la obra
social costeara la importación del aceite (Revista THC Nº89, 2016).
15 Meses después, en pleno debate parlamentario, la ANMAT se desdecía y comunicaba que dada la “gran cantidad

de consultas y solicitudes” recibidas y “de acuerdo a las conclusiones de la revisión sistemática realizada y
disponible al público en el sitio web institucional”, restringiría las autorizaciones a los casos de epilepsia refractaria
de niños y adultos jóvenes. El comunicado en cuestión data del 7 de octubre y se encuentra disponible en la página
de la ANMAT: http://www.anmat.gov.ar/comunicados/aceite_cannabis_para_uso_compasivo.pdf
Congreso de la Nación la despenalización de “la siembra, el cultivo y la producción de
cannabis para la investigación científica tendiente al uso medicinal”; y el intendente de la
localidad llevaba la propuesta aún más lejos al disponerse a conseguir autorización para
cultivar cannabis para el mencionado ensayo clínico esperando poder sumar otro de epilepsia
refractaria. En los meses siguientes emitieron resoluciones similares los municipios de Morón
y Villa Gesell (provincia de Buenos Aires), y Comodoro Rivadavia (provincia de Chubut).

Apenas unos meses más tarde usuarios/as medicinales y sus familiares se habían organizado
y conformado organizaciones no gubernamentales. Es más, en abril de 2016, Cannabis
Medicinal Argentina (CAMEDA), nacida como comunidad virtual a principios de año, 16
organizó en una localidad de la costa bonaerense el Primer Seminario de Cannabis Medicinal
de Argentina y la intendencia de General La Madrid, el Primer Seminario Internacional de
Cannabis Medicinal. De este último evento participó Mamá Cultiva Argentina una asociación
que, inspirada en su homónima chilena, planteaba como objetivos cultivar cannabis en forma
individual y colectiva para niños/as que padecen epilepsia refractaria y otras patologías y
promover leyes que faciliten el acceso al cannabis medicinal sin restricciones económicas. La
agrupación se había presentado públicamente a comienzos de ese mes en la Universidad
Metropolitana para la Educación y el Trabajo en la Ciudad de Buenos Aires y seis meses
después, estaba conformada por más de quinientas familias oriundas de las provincias de
Buenos Aires, Chubut, Entre Ríos, Mendoza y Santa Fe (Romeral, 2016; Salech, 2018). Al
mes siguiente, usuarios/as medicinales y sus familiares encabezaban la MMM.

En síntesis, la difusión de los beneficios terapéuticos del cannabis dio lugar en Argentina a la
emergencia de nuevos actores políticos que exigían la regulación del acceso al cannabis con
fines medicinales: organizaciones conformadas por usuarios/as y familiares –en su mayoría
madres–17 de usuarios/as terapéutico-medicinales y, en algunos casos, profesionales de la
salud y otros/as especialistas que los/as acompañaban. Esto enfrentó a las agrupaciones
preexistentes a un debate interno respecto a cómo incorporar esa demanda a su lucha por
regular el acceso al cannabis para todo fin. Algunas agrupaciones optaron simplemente por
acompañar el reclamo; mientras que otras, se volcaron no sólo a facilitar el acceso al cannabis
brindando información y asistencia en el cultivo y la producción de derivados sobre todo a
personas mayores, sino que además en muchos casos frente a la creciente demanda
destinaron una parte cada vez más importante de sus cultivos a fines solidarios.

A mediados de 2016, se inicia el debate parlamentario. Los proyectos presentados coincidían


en la despenalización del uso medicinal del cannabis, por lo que el debate se centró en la
calidad de la evidencia científica existente y en la autorización (o no) del autocultivo, cultivo
solidario y colectivo de la planta. De un lado de la controversia, se ubicaron representantes
de buena parte del arco político que, en línea con las demandas del activísimo, abogaban por
el acceso al cannabis a través de una variedad de modalidades de cultivo. Del otro, el
oficialismo que, alineado a la política de tolerancia cero del Ministerio de Seguridad de la

16 La asociación creada en 2015 por un matrimonio de profesionales de la salud cuenta entre sus miembros con
“pacientes, padres, cannabicultores, profesionales de la salud y del derecho” y se encuentra abocada a informar,
mejorar la calidad de vida y lograr una alternativa terapéutica para diferentes patologías que no responden a
tratamientos convencionales. Como objetivo se propone “lograr el acceso de los pacientes de forma legal al
cannabis medicinal, acompañados por el sistema de salud, autorizado por entes regulatorios, producido en todas
sus formas posibles bajo normas de seguridad y calidad establecidas (…), y sea cubiertas por los prestadores de
salud”. Información obtenida en: www.cannabismedicinal.com.ar
17 Sobre las dinámicas de género que atraviesan el cuidado de usuarios/as terapéutico medicinales y las demandas

de acceso al cannabis con fines medicinales en la región ver, entre otros/as autores/as, Díaz (2020a), Góngora
(2017) y Prado (2016).
Nación, había presentado en agosto un proyecto que reducía el acceso a la importación de
aceite a través de la ANMAT –útil únicamente en el veinte por ciento de los casos– y proponía
crear un programa para el estudio y la investigación de las propiedades medicinales del
cannabis para generar evidencia científica. Para el activismo y los/as legisladores/as que
los/as acompañaban, en cambio, había suficiente evidencia empírica y se podía mejorar la
calidad de la evidencia científica, pero ante todo se debía dar respuesta a las personas. De
ahí que, “el dolor no puede esperar” haya sido el lema y el derecho a la salud, en un contexto
político en que la alianza gobernante mostraba un profundo desprecio por toda política pública
que se exprese en términos de derechos humanos, su principal “caballito de batalla”.

Los/as usuarios/as y familiares de usuarios/as y los/as científicos/as y profesionales de la


salud que los/as acompañaban llevaron la voz cantante y fueron la cara visible del reclamo.
Las madres, en particular, expusieron incansablemente sus historias de vida en las reuniones
de comisión, en encuentros con diputados/as, senadores/as y funcionarios/as, en los medios
de comunicación y en el centenar de seminarios, jornadas y talleres informativos que se
organizaron a lo largo y ancho del país para acompañar el debate (Díaz, 2018, 2020b). Por
su parte, el activismo cannábico de larga data mantuvo un perfil bajo: relegaron sus demandas
a un segundo plano y se presentaron no ya como “usuarios/as responsables”, sino como
“cultivadores/as solidarios/as” –esto es, personas que cultivan para una tercera persona que
hace uso terapéutico-medicinal de cannabis, pero que, por razones de tiempo, espacio, salud,
edad, no pueden cultivarlo por sus propios medios–. Esta categoría les permitía no sólo
presentarse en términos moralmente positivos, en tanto la “solidaridad” se presenta por fuera
de todo interés y cálculo; sino que además, en un escenario institucional donde es preciso dar
cuenta de la propia experiencia y expertise para ser considerado interlocutor válido, participar
activamente del debate parlamentario en tanto poseedores de un saber del que eran los/as
únicos/as depositarios/as, y a la vez, y de esta forma, incidir en la definición del problema y
en la construcción de figuras legales que reconocieran al menos parte de las actividades que
realizan los/as cultivadores/as y activistas cannábicos/as.

Ahora, si bien adoptaron este lugar secundario –es decir, se presentaron como productores/as
al mismo tiempo que relegaban “lo productivo” a un segundo plano–, lo cierto es que el
protagonismo y rápido crecimiento que adquirían las nuevas “agrupaciones medicinales” en
el debate generaba gran preocupación en el activismo de larga data. Probablemente es por
ello que, en 2017, finalmente se logra saldar una gran deuda que el activismo tenía pendiente:
la creación de un frente nacional de agrupaciones. Así, tras una década de intentos fallidos, 18
en febrero de ese año en la ciudad de Necochea (provincia de Buenos Aires) nace el Frente
de Organizaciones Cannábicas Argentinas (FOCA), cuyo objetivo es “promover la regulación
del cultivo en todas sus formas y para todos los usos”, y que se plantea como uno de sus
primeros desafíos precisamente el diseño de estrategias para intervenir activamente en el
debate por los usos terapéuticos del cannabis, 19 además de actuar frente a los allanamientos

18 Los primeros intentos tuvieron lugar tan temprano como 2010. Pero, en palabras de un activista entrevistado,
estos esfuerzos fracasaron, fundamentalmente, debido a las rivalidades internas y a la falta de madurez del
activismo. No obstante, lo cierto es que pese al paso del tiempo y la consolidación del movimiento cannábico la
situación no mejoró. De hecho, aunque en 2012 se conformó una coordinadora de agrupaciones de Buenos Aires,
las rivalidades terminaron frustrando nuevamente el diálogo. Recién en 2014, se logró que nuevamente las
agrupaciones se sentaran a discutir sobre la posibilidad de conformar una coordinadora. A esa reunión en Bariloche
(provincia de Río Negro), le sucedieron otras dos más: una en Mar del Plata en 2014 y la otra en Sierra de la
Ventana en 2015, ambas en la provincia de Buenos Aires.
19 Para un análisis del proceso de constitución, composición y funcionamiento del FOCA ver, Corbelle (2020).
y detenciones de usuarios/as y cultivadores/as de cannabis, que crecieron exponencialmente
durante el debate parlamentario (Corbelle, 2021a).

En 2017, el Congreso de la Nación sancionó la Ley de Cannabis Medicinal. Esta normativa y


su posterior reglamentación dejaron como saldo poco más que un programa de investigación
que en ese primer momento facilitó una única vía de acceso, la importación del aceite, y
contempló una sola patología, la epilepsia, por lo que el acceso legal al cannabis siguió
estando severamente restringido. En otras palabras, los/as usuarios/as continuaron
recurriendo al mercado ilegal, con los peligros y costos a la salud que ello puede traer
aparejado; produciéndolo ellos/as mismos/as; o bien apelando a la ayuda de cultivadores/as
solidarios/as o agrupaciones cannábicas, todos actores que se exponían a ser blanco de
detenciones, allanamientos y procesamientos judiciales por cultivar y producir esta medicina.
No obstante, pese a los magros resultados en lo que a avances normativos respecta, el mundo
de la militancia y el activismo cannábico había cambiado. Ciertamente, con el surgimiento de
las agrupaciones enfocadas en lo terapéutico medicinal se ampliaron y “diversificaron” sus
bases, pero también las viejas agrupaciones, como veremos a continuación, se transformaron.

Según las/os activistas entrevistados/as, si bien uno de los aspectos más evidentes que trajo
la difusión de los usos terapéuticos del cannabis fue el incremento en la cantidad de
agrupaciones –“se multiplicaban como conejos, empezaba a haber organizaciones en cada
pueblo, en cada ciudad, en las ciudades grandes se dividían las organizaciones originales y
surgían tres, cuatro o cinco organizaciones distintas”–, “con un discurso basado en lo
terapéutico”; junto con ello, también destacan los cambios en la composición de las
organizaciones de larga data,
…fue el quiebre en una milésima de segundo de una estructura de setenta años. Esas son
las cosas lindas que se fueron dando cuando empezó todo esto del cannabis medicinal. Y ni
hablar el crecimiento de la organización a nivel humano, familia, después de toda esta ola,
porque fue un aluvión social, en que se gestó todo esto. Se destapó una olla y de repente
obviamente empezamos a conocer un montón de gente y (…) a seis años después de esto,
tenemos madres que vienen del palo de lo terapéutico y son parte de la comisión directiva. O
sea, se amalgamó muy bien (…) nos ha pasado esto de tener un intercambio generacional
(…) y encontrabas una ronda con gente que fumaba, gente que no, pibes de 19 o 20 años
que recién arrancan y están con el primer cultivo, y tenías un señor de 80 y una señora de 75
y nada, eso, la comunión. Se diversificó. Y a su vez, se diversificó sin sobresaltos. Como que
pasó a ser algo normalizado (Entrevista a activista, 2022).

Y, en este sentido, los/as activistas coinciden en que, esta “normalización” –i.e. la creciente
aceptación social del cannabis– contribuyó a su vez a que las actividades cotidianas de las
agrupaciones adquirieran un carácter más abierto,
Nosotros pasamos a hacer más abiertamente cuestiones que eran clandestinas o ilegales,
como por ejemplo abastecer aceite. Al principio, medio que se hacía por debajo: “Bueno,
quién sos, de dónde venís, quién te manda”, y hoy me parece que está más formalizado (…).
Hoy mismo tenemos un dispositivo médico funcionando dentro de la agrupación (…) O sea,
antes nosotros no hacíamos talleres así como hacemos ahora abierto, o charlas de “bueno,
a ver si lo traemos a éste que sabe de esto”. No hacíamos tanto esas cosas. Sí capaz como
intervención política, como para generar algo en algún lado, o nos invitaban. Pero no eran
organizadas por la agrupación. A partir del 2015, nosotros hicimos una charla con Mamá
Cultiva que fue de los primeros talleres abiertos, convocando, en el formato que da un poco
Mamá Cultiva y a partir de ahí quedó, se generó la referencia: un día de atención del
dispositivo medicinal, otro día de acompañamiento en el taller de autoproducción –digamos
cómo cultivar la planta, cómo llegar a tener flores, e ir resolviendo dudas–, y después el aceite,
sobre todo cómo interactúa con el cuerpo, toda la parte no sólo práctica sino también más de
cuidado de la salud… (Entrevista a activista, 2022).

Asimismo, con la creación de estos “dispositivos” se sumaron a muchas agrupaciones de larga


data profesionales, aunque no siempre esta incorporación se dio sin sobresaltos y, en general,
como se desprende de las entrevistas realizadas, quienes se incorporaron a trabajar en las
organizaciones son personas que ya eran activistas y usuarias de cannabis, que se
encontraban culminando sus estudios en el área de la salud, las ciencias naturales o las
ciencias exactas; mientras que otros/as profesionales trabajan de forma “satélite” o se nuclean
en agrupaciones de profesionales,
[La asociación] tiene una comisión clínica, una comisión de extracción, una comisión de
cultivo, una comisión legal... La comisión de extracción tiene farmacéutico, biotecnólogo,
técnico químico, todos pibes fumones. Pero todos tienen un título universitario específico en
la temática. Becarios de CONICET, todos. Digamos la transformación de la organización…
(Entrevista a activista, 2022)

Actualmente estamos trabajando con profesionales de la salud de una manera satélite


justamente porque estas personas también tienen su individualidad (…) no hay un vínculo tan
directo. Sí lo que venimos impulsando, que está buenísimo, es trabajar con compas
[compañeros/as] que están en la orga [organización] y que vienen terminando carreras y
entran por otro lado, que ya vienen con laburo de abajo, con la lucha y bueno, nada, darles
ese lugar (Entrevista a activista, 2022).

Además, de este período datan las primeras participaciones de agrupaciones en proyectos de


extensión universitaria que apuntaban a garantizar el acceso seguro a la sustancia. Se
destacan en este sentido, el proyecto Cannabis y Salud del Centro de Investigaciones del
Medioambiente de la Universidad Nacional de La Plata (2016) y el grupo de extensión
universitaria ConCiencia Cannabis la Universidad Nacional de Mar del Plata (2017). No
obstante, la mayor parte de los proyectos de extensión, investigación y productivos se
desarrollan con posterioridad a la sanción de la Ley de Cannabis Medicinal. 20

Ahora bien, más allá de los cambios generacionales, la creciente apertura de las actividades,
la incorporación de los saberes profesionales de los activistas a las prácticas cotidianas de
las agrupaciones, y el mayor diálogo con las universidades, una “realidad”, que pasó
desapercibida al ojo externo, probablemente debido a la gran repercusión que tuvo “lo
medicinal”, pero que sin dudas advierten los/as activistas es que, “a partir del 2015 se refuerza
muchísimo el lugar del productor, digamos en el movimiento hubo un movimiento paralelo
entre el crecimiento terapéutico y el crecimiento productivo”. Esto reavivará un histórico
debate entre las agrupaciones respecto a lo que algunos/as activistas denominan el
“endoprohibicionismo” y se comienza nuevamente a discutir acera de cómo debían
posicionarse las agrupaciones frente al suministro gratuito, venta directa y/o indirecta (i.e. a
través de cuotas societales) de semillas, cannabis y sus derivados. Hasta ese momento, este
tipo de actividades eran, en general, fuertemente cuestionadas e incluso el estatuto del FOCA
prohibía a las agrupaciones miembro sostenerse a través de la comercialización de cannabis
o sus derivados. En 2018, en la quinta asamblea del FOCA finalmente se acordó remover el
cuestionado artículo quinto. Esto no quiere decir que todas las agrupaciones comenzaran a
comercializar cannabis. Como explicaba una activista entrevistada “muchas organizaciones

20 Par aun análisis de estas actividades de extensión e investigación bajo dinámicas colaborativas y de co-
producción de conocimiento ver, Romero y Aguilar Avedaño (2020).
eligieron no seguir en la línea de la comercialización por distintos motivos: exposición de
matrícula profesional o demás. Pero el endoprohibicionismo en el movimiento, como
movimiento, se cayó en 2018”.

De todas formas, esta veta productiva no terminará de abrirse sino hasta que, en otro
escenario político más propicio, se modifique la reglamentación de la Ley de Cannabis
Medicinal, impulsando esta, a su vez, nuevas políticas y la sanción de otras normativas.

Los proyectos productivos

Comprendimos que atrás del cannabis hay una industria, como en todos lados. Crecimos en
la escuela híper-prohibicionista, que ponía en juicio a la persona que era productora o que
vendía (…) Y nos dimos cuenta que eso no es así. (…) También entendemos
cronológicamente, o espaciotemporalmente, que hace diez años no podíamos salir a bancar
a alguien que estuviera vendiendo porro. Pero también fuimos cómplices de que eso no
cambiara antes. Hasta que nos empezamos a dar cuenta, gracias justamente a la Ley
27.350, que hay mucha gente que necesita ir a comprar el cannabis. Hay mucha gente que
se tiene que abastecer y que no lo cultiva. Hay dos millones de variables distintas que
hacen que una persona no se haga el porro ni el aceite
(Entrevista a activista, 2022)

En 2020, con el cambio de gobierno, la reglamentación de la Ley de Cannabis Medicinal fue


modificada. Del proceso participaron investigadores/as y organizaciones nucleadas en la Red
de Cannabis y sus usos medicinales (RACME) del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET) 21 y las organizaciones de la sociedad civil que integran el
Consejo Consultivo Honorario (CCH) creado por la normativa. 22 En esta oportunidad, el saldo
fue un decreto que, además de crear el REPROCANN –i.e. un registro que autoriza a cultivar
con fines medicinales, terapéuticos y/o paliativos del dolor a usuarios/as, familiares, terceras
personas y ONG–, impulsa la producción pública, promueve la investigación científica y
garantiza el acceso de forma gratuita a las personas que no tengan cobertura de salud. Con
esta modificación no sólo proliferarán los convenios entre universidades y asociaciones
cannábicas; sino que también, florecen varios proyectos de investigación que suponen la

21 Se trata de una de las Redes Institucionales Orientadas a la Solución de Problemas (RIOSP) del CONICET.
Estas redes se conforman a partir de la asociación de grupos de investigación pertenecientes a Organismos de
Ciencia y Tecnología e instituciones públicas y/o privadas y su objetivo es “abordar problemas complejos y
significativos para el desarrollo del medio social, productivo y el ambiente, así como también situaciones de riesgo
o amenazas” (Información extraída de: https://proyectosinv.conicet.gov.ar/riosp/). En el caso particular de la
RACME está además integrada por organizaciones de la sociedad civil y su objetivo es generar un “programa de
investigación y desarrollo multidisciplinario y multicéntrico que aporte soluciones en este tema de amplia demanda
social” (RACME, 2019).
22 El CCH es un espacio de consulta a la sociedad civil que debe difundir información, auditar y generar propuestas

que faciliten los propósitos del Programa creado por la Ley 23750 y estimular el intercambio de información entre
laboratorios y centros de investigación del Cannabis Medicinal. Se encuentra conformado por representantes del
Ministerio de Salud, el CONICET, la ANMAT, la Agencia Nacional de Laboratorios Públicos (ANLAP), el Instituto
Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el Consejo Interuniversitario Nacional, la Defensoría General del
Pueblo de la Nación, la Comisión Nacional de Evaluación de Tecnologías de Salud (CONETEC), el Instituto
Nacional de Semillas (INASE) y de asociaciones civiles con personería jurídica que tuvieran dentro de sus fines la
investigación y uso terapéutico del Cannabis.
producción de cannabis y de los que participan empresas, organismos públicos, gobiernos
provinciales y municipales y, en algunos casos, organizaciones cannábicas. 23

En lo que respecta al REPROCANN, en marzo de 2021, se puso en marcha el registro para


usuarios/as, familiares y terceras personas. Actualmente, se calcula que hay setenta mil
personas registradas y mayor cantidad aún de trámites activos (e inconclusos). No obstante,
el registro presenta algunos inconvenientes entre los que se destacan: las dificultades que
presenta el sistema informático, la imposibilidad de inscribirse en más de un rol (i.e. los/as
profesionales de la salud no pueden ser a la vez cultivadores/as solidarios/as y
autocultivadores/as, y los/as titulares de ONG y cultivadores/as solidarios/as no pueden
cultivar para sí) y la obligatoriedad contar con la certificación de un/a médico/a ya que no sólo
son pocos/as los/as profesionales que avalan los permisos; sino que además no hay oferta
desde el sistema público por lo que muchas personas no logran inscribirse por razones
económicas (Comunicado ONG del Consejo Consultivo Honorario, 2021; Jamele, 2021). Por
otra parte, lo cierto es que el registro no ha morigerado la persecución policial y criminalización
a usuarios/as y cultivadores/as de cannabis con fines terapéutico medicinales. De hecho,
personas correctamente inscriptas en el registro han sido blanco de detenciones y
allanamientos. En el caso de las detenciones en el mejor de los escenarios se les secuestra
el cannabis y en el peor, terminan alojados/as en una celda; mientras que, en el caso de los
allanamientos, si bien es cierto que en algunas oportunidades se logró evitar el ingreso de las
fuerzas de seguridad al domicilio (Carrillo, 2021), en otras lamentablemente se procedió al
secuestro de las plantas y se destruyó completamente el espacio de cultivo (Peche, 2021).

De todas formas, pese a estos inconvenientes, varias personas lograron inscribirse y


paralelamente se produjeron avances en el plano productivo. Concretamente, en abril de
2021, el Ministerio de Salud de la Nación y el Instituto Nacional de Semillas (INASE),
autorizaron la inscripción de germoplasma nacional de Cannabis sativa L. para uso medicinal
en los registros del INASE y, poco tiempo después, se inició el proceso de inscripción de
productores/as u obtentores/as y se aprobaron las primeras variedades de semillas. Por su
parte, el Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación presentó en junio de 2021 un
proyecto de marco regulatorio para la industria del cáñamo y del cannabis con fines
medicinales, que fue aprobado por la Cámara de Diputados de la Nación el pasado 4 de mayo.
Esto es, apenas unos días luego de que se lanzara el REPROCANN para ONG, en donde se
las habilita en el marco de la Ley de Cannabis Medicinal a cultivar entre 1 y 9 plantas por
persona para un máximo de 150 personas. Así, en palabras de un activista entrevistado, con
este paquete de normativas se termina de “destrabar lo productivo”.

Para las agrupaciones cannábicas la nueva reglamentación de la Ley de Cannabis Medicinal


en 2020 les permitió, firmar convenios con universidades y organismos públicos. En este
sentido, si bien en el pasado existían algunos vínculos entre organizaciones y la academia, lo
que cambian son –como señala una activista entrevistada– las características de esa relación,
la universidad históricamente se acercó a las organizaciones, pero como dealer: vos me das
la materia vegetal y yo investigo y te pongo tu nombre en el trabajo, pero no quiero que
participes. Así era el trabajo con la universidad. Hace dos años se vienen formalizando
muchas capacitaciones (…) Hoy, te puedo decir que la ley que baja en 2017 y se reglamenta

23 Al momento de escribir este capítulo había más de veinticinco proyectos de investigación y productivos en
desarrollo en las provincias de Buenos Aires, Chubut, Córdoba, Corrientes, Jujuy, La Rioja, Mendoza, Misiones,
Salta, San Luis, San Juan y Río Negro. El listado de proyectos aprobados se encuentra disponible en,
https://www.argentina.gob.ar/normativa/nacional/ley-27350-273801/normas-modifican
en 2020, hoy año y medio más tarde se está haciendo rizoma, se está enraizando, se está
metiendo, está realmente tejiendo raíces, realmente está unificando a los actores: las orgas
[organizaciones] van a la uni [universidad], la uni llama a la orga. (Entrevista a activista, 2022)

En otras palabras, las asociaciones no sólo donan el germoplasma y sigue el cultivo, sino que
capacitan en las universidades e incluso participan en ocasiones de la elaboración de los
resultados de la investigación y confección de posters científicos.

Por otro lado, desde el 2020, frente a la eminente puesta en marcha del REPROCANN para
ONG y la presentación del Proyecto de marco regulatorio para la industria del cáñamo y del
cannabis con fines medicinales, comienzan a proliferar al interior del activismo propuestas,
organizaciones y proyectos productivos,
Por un lado, muchos están pensando el tema de la transformación de la orga a la cooperativa.
Por otro lado, hay cooperativas en funcionamiento, o proyectos de cooperativa, en
funcionamiento que no están directamente desprendidos de una ONG, o por ahí son un
pequeño desprendimiento que no hace a la ONG (Entrevista a activista, 2022)

Mucha gente encontró en lo medicinal, en el REPROCANN, en esto que va a salir de las


cooperativas un marco legal –ya no solamente legítimo, sino legal– para producir marihuana
que lo viene haciendo hace veinte años o treinta en la Argentina. Y ahora encontraron un
lugar de protección, de seguridad, de fuente de trabajo, de dignidad (…) Pensar en tener un
sueldo (…) hace diez años era impensable (Entrevista a activista, 2022)

Así, al abrirse esta veta productiva se crearon cooperativas, asociaciones de breeders (i.e.
criadores), cámaras empresariales, pero también se reforzó la presentación de los/as
cultivadores/as como trabajadores/as quienes comienzan a debatir sobre la necesidad de
conformar un sindicato para defender sus derechos laborales, “entendemos hoy en día que la
industria del porro tiene que estar regulada. Hay muchos trabajadores que están en la
clandestinidad hace muchos años y que hacen su trabajo y en contraposición a muchos otros
trabajos, brindan calidad de vida, brindan una solución” (Entrevista a activista, 2022). Es más,
varias agrupaciones vienen trabajando con el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía
Social (INAES) en un proyecto piloto para fomentar y financiar, en el marco de la
recientemente sancionada ley de producción, el desarrollo de cooperativas que, más allá de
cuales sean sus resultados, da cuenta del creciente diálogo de algunas organizaciones con
diferentes organismos del estado.

Por último, con el cambio de gobierno, también se reavivaron las demandas por la regulación
del cannabis para uso adulto. Desde el FOCA se impulsó la Campaña Nacional Cannabis al
Congreso que demanda una nueva legislación sobre la planta de cannabis y sus derivados
para todos sus usos y reclama a los/as legisladores/as tomar posición pública sobre el tema
y dar tratamiento a los proyectos con estado parlamentario. Y, a fines del 2019, se creó el
Acuerdo por la Regulación Legal del Cannabis, conformado por más de cincuenta organismos
públicos y organizaciones de la sociedad civil –y del que participan varias agrupaciones
cannábicas–, que tiene por objetivo crear un proyecto propio de regulación del cannabis para
uso adulto y la descriminalización de las conductas asociadas al consumo de todas las
sustancias.

Veinte años de militancia


En verdad, no cambiamos nada, vamos ampliando las esferas que nos habilitó el estado. La
orga hace lo mismo hace veinte años: produce, elabora fitopreparados, acompaña. Digamos
la orga hace lo mismo: fuma porro, hace copas, hace catas. La orga hace lo mismo: hace
incidencia política hace veinte años. No dejamos de hacer nada. Asesora a otras. El objetivo
no cambia, lo que está cambiando es la posición de la luz que la ilumina: hoy iluminamos
esta cara terapéutica como estrategia, mañana iluminamos esta cara productiva como
estrategia, pasado iluminamos esta cara de elaboración de los fitopreparados y las
farmacias vivas como estrategia.
(Entrevista a activista, 2022)

Hoy en día, el mundo del activismo cannábico es un espacio conformado mayormente por
agrupaciones de usuarios/as y cultivadores/as de cannabis y, en menor medida, por activistas
dispersos/as: cultivadores/as, organizadores/as de copas, catas y otros eventos cannábicos,
dueños/as de growshops, integrantes de equipos de trabajo de revistas especializadas, entre
otros actores. En lo que respecta a las agrupaciones, existen cerca de doscientas con
presencia en todas las jurisdicciones del país a excepción de la provincia de Formosa, seis
frentes y tres redes (Mapa Federal Organizaciones Cannábicas Argentinas, 2021), que
realizan tareas de incidencia política, asesoramiento legal, formación, producción, elaboración
de fitopreparados, abastecimiento, acompañamiento psicológico, atención clínica y atención
veterinaria. Esto no siempre fue así.

Como fuimos dando cuenta a lo largo del capítulo, en los primeros años de la década del 2000
los/as cultivadores/as y activistas se encontraban en gran medida dispersos/as, reuniéndose
en espacios virtuales y eventos como copas, catas y parades. En este sentido, la revista THC
pero sobre todo la MMM, fungieron como los primeros aglutinantes y, luego, el Fallo Arriola
de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (2009), se constituyó en el puntapié final que
animó a muchos/as a salir a la calle y agruparse. De hecho, la mayor parte de las primeras
agrupaciones cannábicas se conformaron en 2010. En ese entonces, eran organizaciones
pequeñas de estructura simple, abocadas a la defensa de sus integrantes y, en sintonía con
el debate parlamentario de la época, su principal objetivo era la modificación de la ley de
drogas, específicamente, la despenalización de la tenencia para consumo personal y del
autocultivo. Si bien el debate en cuestión se estancó, la participación de los/as activistas en
este ámbito no sólo transformó el modo en que presentaban sus demandas, que puede
caracterizarse como un desplazamiento del lenguaje de los “derechos individuales” al de los
“derechos humanos” –en gran medida debido al contacto con la política partidaria pero
también influenciado por el modo en que se formulaban los cuestionamientos al paradigma
prohibicionista a nivel regional–; sino que además, producto de la discriminación y
estigmatización que sufrían en este y otros escenarios, hizo a la construcción de la categoría
de “usuarios responsable” que aún hoy continúa siendo central a su praxis política.

En los años siguientes, las agrupaciones se especializaron e intentaron inscribirse como


asociaciones civiles en las inspecciones de justicia locales. En 2015, cuando este proceso
aún estaba en ciernes, la rápida difusión de los beneficios terapéuticos del cannabis, sacude
al mundo de la militancia. Se multiplican y diversifican las organizaciones y el activismo
cannábico de larga data se enfrenta al doble desafío de atender a la creciente demanda de
cannabis y sus derivados con fines terapéutico medicinales, por un lado; y, por otro lado, de
relegar sus demandas a segundo plano. En este sentido, la figura del/a cultivador/a solidario/a
y la creación de un frente de organizaciones cannábicas serán las estrategias que despliegue
el activismo de larga data para participar activamente del debate en el Congreso de la Nación
y lograr la construcción de figuras legales que reconozcan parte de las actividades que
realizan los/as cultivadores/as y militantes.

La sanción de la Ley de Cannabis Medicinal en 2017, no significó grandes cambios en materia


de conquista de derechos. No obstante, es valorada como un avance significativo en la medida
en que el debate no sólo cambió la mirada que la sociedad tenía sobre la marihuana –de
hecho, muchos/as activistas afirman que desde el 2016 “la batalla cultural ya está ganada”–,
sino que, y al mismo tiempo, el “giro a lo medicinal” estimuló el crecimiento productivo y
contribuyó a socavar las bases del “endoprohibicionismo”. En este sentido, el gran desafío
que enfrentan de cara al futuro los/as activistas es conquistar sus derechos productivos y
evitar que la producción de cannabis que habilita el Marco Regulatorio para el Desarrollo de
la Industria del Cannabis Medicinal y el Cáñamo Industrial recientemente sancionado quede
en manos de unos pocos o del estado. En definitiva, se trata de que se reconozca la labor que
las agrupaciones cannábicas de larga data llevan adelante hace décadas, de que estas
organizaciones se beneficien con las nuevas políticas, y de que se respeten sus
conocimientos y los derechos laborales de los/as cultivadores/as de cannabis.

En síntesis, si bien el derecho que se demanda ha ido cambiando con los años en sintonía
con la agenda política y, junto con ello, también lo ha hecho la forma en que se presentan y
conciben a sí mismos los/as activistas, 24 los objetivos, acciones colectivas y prácticas
cotidianas de las agrupaciones –aunque han adquirido un carácter más abierto– no se han
transformado. Estas continúan abogando por un cambio de paradigma, la regulación del
cannabis para todo fin y la modificación de la ley de drogas; y, para ello, realizan las mismas
actividades y acciones políticas que hace veinte años, aunque la composición de las
agrupaciones se haya modificado y los escenarios diversificado producto de la creciente
aceptación social del cannabis y los vínculos que han sabido forjar con el ámbito académico
y científico, otros colectivos y burocracias del estado.

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Carrillo, S. 2021. Comodoro Rivadavia: por estar registrado un cultivador evita ser allanado.
Revista THC. Disponible aquí: https://bit.ly/3iWKa7E

24 Esto no supone afirmar que las formas en que se presentan a sí mismos/as sea una elección meramente
estratégica. Al contrario, las categorías de usuario responsable, cultivador/a solidario/a anclan en valores centrales
al movimiento cannábico argentino desde sus inicios y hacen a la forma en que estos/as activistas/as se piensan
a sí mismos/as, valoran, conciben y orientan sus prácticas cotidianas, su vida y, por ende, también su praxis política
(Corbelle, 2016, 2017 y 2018).
Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). 2015. Derechos humanos en Argentina.
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