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Neuropsicologia de Las Enfermedades Neurodegenerativas - Lectura Modulo I 1
Neuropsicologia de Las Enfermedades Neurodegenerativas - Lectura Modulo I 1
Introducción
1- PERCEPCIÓN
b) Modelo de Posner
Teoría multicomponente
La atención es un mecanismo central de control del procesamiento de la
información que actúa de acuerdo con los objetivos del organismo
activando o inhibiendo procesos, y que puede orientarse hacia los
sentidos, las estructuras de conocimiento en memoria y los sistemas de
respuesta. El sistema atencional es un sistema complejo, no unitario,
cuyas partes se concretan anatómicamente en un conjunto de redes de
áreas específicas. Los componentes de cada una de estas redes realizan
una serie de operaciones concretas. La atención se conformaría por tres
redes de áreas, que no son excluyentes mutuamente ni abarcan todos los
aspectos de la atención, pero que sin embargo mantienen una relación
funcional durante la respuesta a estímulos (Posner & Petersen, 1990;
Funes & Lupiáñez, 2002). Postula tres redes neurales o subsistemas
diferentes:
1. Red de alerta o de vigilancia: se encarga de controlar y mantener la
alerta.
A nivel cognitivo, la red de alerta o vigilancia, se relaciona con el control
y el mantenimiento de la alerta. La ALERTA es un mecanismo endógeno,
o definido como el estado óptimo de un organismo para procesar
estímulos. La alerta fluctúa entre dos estados: sueño y vigilia
5- LENGUAJE
Es una función cognitiva superior, esencialmente humana, que nos
distingue del resto de los animales.
Los lingüistas consideran que las palabras están formadas por unidades
de sonido denominadas fonemas. El análisis de cómo se procesan los
fonemas se denomina análisis fonológico. Los fonemas, a su vez se
combinan para formar morfemas, que son las unidades más pequeñas
que constituyen la palabra y que tienen sentido. Un morfema puede ser
una base (hacer en deshacer), un prefijo (des en deshacer) o una
inflexión (endo en corriendo o as en niñas). Algunos morfemas son
palabras completas otros deben combinarse para formar palabras. El
léxico es el conjunto de todas las palabras que hay en un idioma. Las
palabras se combinan según determinados patrones y conforman las
reglas de la gramática, también conocidas como “sintaxis”. Un aspecto
clave de la sintaxis es la elección apropiada de los tiempos verbales.
Es interesante el hecho de que los niños desarrollen habilidades
sintácticas independientemente del entrenamiento formal, lo cual
condujo a Chomsky a sugerir que el ser humano posee un mecanismo
innato para el desarrollo del lenguaje. El significado que surge de las
palabras y oraciones es lo que se conoce como “semántica”. La
entonación vocal que puede modificar el sentido literal de palabras y
oraciones es lo que llamamos “prosodia”. Finalmente, la combinación de
oraciones en un relato con sentido se denomina “discurso” (Kolb y
Whishaw, 2003).
El léxico mental es un almacén, una memoria de largo plazo en la que se
guarda distinto tipo de información con respecto a las palabras. Dicho
almacén guardaría al menos tres tipos diferentes de información:
Semántica: Información con respecto al significado de una palabra.
Formal: Información con respecto a la forma sonora de una palabra oral
o a su forma ortográfica, en el caso de una palabra escrita.
Sintáctica: Información con respecto a cómo se combinan las palabras
dentro de una oración.
Lenguaje en el envejecimiento normal
El desempeño en pruebas verbales no varía notablemente con el paso del
tiempo. Como norma general, se asume que los procesos verbales son
muy resistentes al envejecimiento, a diferencia de los conocimientos
experienciales y las habilidades espaciales. Es común que la memoria
semántica se conserve durante la senectud, mientras que la memoria
episódica sufre un mayor deterioro (Mitrushina et al., 1989). Este patrón
típico de envejecimiento (mejor conservación de las habilidades verbales
y mayor decremento de las habilidades no verbales) podría no aplicarse a
sujetos analfabetos (Finley et al., 1991), lo que llevaría a suponer que
tampoco es necesariamente válido en todas las culturas (Ardila y Roselli,
2007).
En general, se acepta que los efectos de la edad sobre el lenguaje no son
evidentes sino a partir de los 80 años. Sin embargo, después de la sexta
década comienzan a observarse algunos cambios sutiles. Botwinick et al.,
(1975, citado en Ardila y Roselli 2007) compararon los resultados de la
subprueba de vocabulario de la Escala de Inteligencia de Wechler entre
jóvenes y ancianos. Encontraron que, a pesar de que estos últimos
producían definiciones adecuadas, estas eran cualitativamente inferiores
a las producidas por los jóvenes, tanto en relación con el tipo de
descripciones como en el manejo de sinónimos. Sin embargo, Mitrushina
et al. (1989, citado en Ardila y Roselli 2007) estudiaron cualitativamente
las respuestas a la misma prueba de vocabulario en 156 sujetos con
edades entre los 58 y los 85 años y no encontraron vínculos significativos
entre la calidad de las respuestas y la edad.
Los resultados obtenidos en los estudios sobre memoria de las palabras
no siempre resultan consistentes. Cerella y Fozard (1984), y Mitchell y
Perlmutter (1986), no hallaron ningún decremento lexical asociado con el
envejecimiento. Cerella y Fozard demostraron cierta estabilidad en el
proceso de registro y evocación de información semántica. Más aún,
funciones lingüísticas como el estilo narrativo pueden mejorar y volverse
más complejas y sofisticadas a una edad avanzada. Sin embargo, otros
estudiosos encontraron que la edad afecta la fluidez verbal dentro de
categorías semánticas (por ejemplo, animales) más que la producción de
palabras dentro de categorías fonológicas (Tombough et al,.1999) lo cual
evidencia que la memoria semántica es más sensible al envejecimiento.
Sin embargo, los ancianos normales muestran fallas discretas en la
capacidad de hallar palabras. También se advierte una tendencia a la
reducción en el repertorio lexical y un incremento en los tiempos
necesarios para recuperar información verbal. La capacidad de
denominación se reduce significativamente durante el envejecimiento, en
particular después de la séptima década (Wingfield y Stine-Morrow,
2000). Esta dificultad es notoria en la tardanza para encontrar la palabra
necesaria, y en el fenómeno de la punta de la lengua.
En conclusión, podemos inferir que el lenguaje no es afectado
significativamente en el envejecimiento normal.
6- FUNCIONES EJECUTIVAS
El término “Funciones Ejecutivas” es un término relativamente reciente
dentro de las neurociencias. La observación de que las áreas cerebrales
prefrontales están involucradas en estrategias cognitivas, tales como la
solución de problemas, formación de conceptos, planeación y memoria de
trabajo, dio como resultado el concepto de “funciones ejecutivas” (Ardila
& Surloff, 2007).
Luria el antecesor directo del concepto de funciones ejecutivas, propuso
tres unidades funcionales en el cerebro: (1) alerta-motivación (sistema
límbico y reticular); (2) recepción, procesamiento y almacenamiento de la
información (áreas corticales post rolándicas); y (3) programación,
control y verificación de la actividad, lo cual depende de la actividad de
la corteza prefrontal (Luria, 1980). Luria, menciona que esta tercera
unidad juega un papel ejecutivo.
Lezak (1983) se refiere al “funcionamiento ejecutivo” para distinguirlo de
funciones cognitivas que explican el “cómo” de las conductas humanas.
Baddeley (1986) agrupó estas conductas en dominios cognitivos que
incluían problemas en planeación y organización de conductas,
desinhibición, perseveración y decremento en fluidez e iniciación.
Baddeley también acuñó el término “síndrome disejecutivo”. Cada
componente del funcionamiento ejecutivo se añade al conjunto de
procesos cognitivos, que incluyen el mantenimiento de un contexto para
la solución de problemas, dirección de la conducta hacia un objetivo,
control de la interferencia, flexibilidad, planeación estratégica y la
habilidad para anticipar y comprometerse en actividades dirigidas a una
meta
La definición de función ejecutiva incluye la habilidad de filtrar
información que interfiere con la tarea, involucrarse en conductas
dirigidas a un objetivo, anticipa las consecuencias de las propias acciones
y el concepto de flexibilidad mental (Denckla, 1996; Goldberg, 2001;
Luria 1969, 1980; Stuss & Benson, 1986). El concepto de moralidad,
conductas éticas, autoconciencia y la idea de los lóbulos frontales, como
un director y programador de la psique humana también se contemplan
dentro de su definición (Ardila & Surloff, 2007).
Luria (1966,1969) relaciona la actividad de los lóbulos prefrontales con la
programación de la conducta motora, inhibición de respuestas
inmediatas, abstracción, solución de problemas, regulación verbal de
la conducta, reorientación de la conducta de acuerdo a las
consecuencias conductuales, integración temporal de la conducta,
integridad de la personalidad y conciencia.
Inicialmente se pensaba que el “lóbulo frontal” y la “corteza prefrontal
eran sinónimos del déficit ejecutivo. Posteriormente, se hizo evidente que
el “síndrome prefrontal” y las “funciones ejecutivas” no son sinónimos.
La corteza prefrontal juega un papel clave de monitoreo en las funciones
ejecutivas, pero también participan otras áreas del cerebro.
Elliott (2003) define el funcionamiento ejecutivo como un proceso
complejo que requiere la coordinación de varios subprocesos para lograr
un objetivo particular. Los procesos frontales intactos, a pesar de no ser
sinónimos del funcionamiento ejecutivo, son parte integral de esta
función. Aunque los esfuerzos para localizar el funcionamiento ejecutivo
en áreas cerebrales frontales discretas no han sido concluyentes, el
punto de vista actual es que la función ejecutiva es mediada por redes
dinámicas y flexibles. Los estudios de neuroimagen han involucrado a
regiones posteriores, corticales y subcorticales en el funcionamiento
ejecutivo (Roberts, Robbins, & Weiskrantz, 2002).
Stuss y Benson proponen el modelo Jerárquico, en el cual las funciones
de la corteza prefrontal componen un sistema con funciones jerárquicas,
independientes, pero interactivas.
Figura 3: Sistema jerárquico de las Funciones Ejecutivas.Fuente: Tirapu
Ustarróz y Luna Lario. Neuropsicología de las Funciones Ejecutivas.
C- Cambios físicos
Existe una variedad de cambios físicos en la senectud. Por nombrar
algunos de ellos, sabemos que hay cambios en los órganos de los
sentidos: pérdida de agudeza visual, reducción del campo visual, pérdida
progresiva de audición, atrofia del canal auditivo externo, menor
capacidad para distinguir olores, aumento del umbral gustativo, y menor
sensibilidad al dolor y a la temperatura. Asimismo, la piel pierde su
elasticidad, apareciendo arrugas y manchas.
Por su parte, en el sistema músculo-esquelético disminuye la masa
muscular, mayor fragilidad, se modifica la marcha, aumenta la base de
sustentación y la flexión del tronco, y disminuye el braceo.
En el sistema excretor suele haber déficit en los riñones para filtrar la
sangre e incontinencia urinaria. El sistema respiratorio, reduce la
cantidad y calidad del oxígeno en sangre y el sistema cardiovascular,
tiene cambios en las arterias, se reducen las válvulas cardiacas.
En relación al cerebro, el peso cerebral permanece estable hasta los 45 o
50 años, a partir de este momento comienza un declive lento. Se ha
estimado que para la edad de 86 años el cerebro se habrá reducido cerca
de un 11% si lo comparamos con su peso a los 19 años. conforme decrece
el peso cerebral incrementa los ventrículos y los surcos corticales de
forma concomitante, la sustancia gris y la blanca reducen su volumen,
pero a ritmos diferentes; así a la edad de 20 años, la proporción de
sustancia gris /blanca es de 1,28/1 a los 50 esta proporción es de 1,13/1;
esto refleja la maduración de la sustancia blanca durante la etapa adulta
temprana. Sin embargo, a la edad de 100 años la proporción se
incrementa hasta 1,55/1, lo cual indica una reducción diferencial en
sustancia blanca con la edad. diferentes regiones cerebrales también
disminuyen de volumen a ritmos diferentes (Mataró, 2014).
D- Cambios emocionales
Con el paso del tiempo la gente tiende a reducir el número de
actividades, las novedades resultan menos atractivas y en muchos casos
la rutina es fuente de tranquilidad. Estos cambios son evidentes en la
mayoría de las personas a partir de los 70 años, aunque existen
importantes diferencias individuales (Cumming y Benson, 1992). La
tendencia a la depresión constituye la alteración afectiva más frecuente
en la senectud. Los estados emocionales pueden afectar el
funcionamiento cognoscitivo. Asimismo, los pensamientos o estados de
ánimo negativos pueden inhibir el buen funcionamiento en pruebas
cognoscitivas (Isaacowitz et al., 2000).
Hay ciertos aspectos comunes en la vida de la mayoría de las personas
seniles: la presencia de enfermedades, la enfermedad o muerte del
cónyuge -incluidos los amigos o familiares- , ausencia de la familia
inmediata (hijos), merma en el número de intereses y limitaciones físicas
generales. Estos aspectos pueden explicar la frecuencia con que se
manifiesta la depresión. Cuando esta es severa, se trata de una condición
psicológica que no puede ser explicada sólo por factores ambientales y
que requiere tratamiento médico apropiado.
Muchos autores opinan que el envejecimiento no necesariamente se
relaciona con cambios emocionales negativos, sino que, por el contrario,
tiene que ver con un mayor control de las emociones y con una menor
recurrencia de trastornos psiquiátricos (Isaacowitz et al., 2000). Los
cambios emocionales negativos están más vinculados a factores sociales
y culturales (Staundinger y Pasupathi, 2000).
E- Reserva Cognitiva
La reserva cognitiva, es la capacidad que posee la persona para afrontar
severos daños cerebrales conservando sus capacidades funcionales
preservadas, es decir clínicamente libre de signos de deterioro cognitivo.
Con el paso del tiempo se han realizado investigaciones que han
modificado con ciertos matices dicho concepto, en la actualidad la
reserva cognitiva tiende a entenderse como la combinación de una serie
de factores que dan lugar al desarrollo de una capacidad cuya función es
conservar la integridad de las funciones cognitivas durante un lapso
superior al esperado, a partir del deterioro natural de las estructuras y
conexiones cerebrales originadas por causas naturales o patológicas
(Quiroz, 2013).
Dentro de los elementos determinantes de la reserva cognitiva, se
incluyen elementos como: propiedades anatomofuncionales del cerebro,
capacidad intelectual, duración y calidad de la educación, desempeño
profesional o laboral, las actividades de ocio, recreación, la interacción y
las relaciones sociales.
La reserva cognitiva es resultado de un proceso que se inició en las
primeras etapas de la vida y que continúa a lo largo de la misma, por lo
que es probable que pueda ser estimulada y enriquecida por diversos
factores a lo largo del tiempo.
Cuando se empezó a utilizar el término como tal, se relaciona el grado de
reserva cognitiva con el nivel de escolaridad, realizándose varios estudios
al respecto. Se tomó en cuenta el grado de estimulación cognitiva en las
primeras décadas de las personas.En la actualidad sabemos que existen
infinidad de variables que influyen en el desarrollo y el desenvolvimiento
y potenciación de la reserva cognitiva a lo largo de la vida de la persona,
aunque no existen estudios concluyentes con respecto a la importancia
de cada uno de los factores que intervienen.
Existen teorías que proponen que las relaciones sociales incrementarían
la reserva cognitiva dado que las personas deben poner en manifiesto sus
recursos y capacidades para lograr una mejor comunicación, así como
también el aprendizaje de idiomas también se ha considerado una
actividad que ayuda a incrementar la reserva cognitiva.
Ricardo Allegri y Liliana Sabe destacaron el rol de la denominada
“reserva cognitiva” a la hora de combatir el avance del mal de Alzheimer.
Tres años antes, la española Yolanda Vecilla Bravo (2008) publicó una
interesante tesis sobre la misma variable que, si bien “contribuye a
tolerar mejor los efectos de la demencia”, parece terminar convirtiéndose
en parte del problema.
El artículo académico distingue entre “reserva cognitiva” (Re Co) y
“cerebral” (Re Ce). La primera engloba “habilidades psicológicas, fruto
de la experiencia a lo largo de la vida”, como el trabajo y la educación: la
Re Co es más alta en personas con gran demanda intelectual (tanto en
sus trabajos como en sus momentos recreativos), con alto grado de
actividad física durante la infancia, con un buen desarrollo de las
relaciones sociales (numerosas y/o de calidad) entre otras características.
La reserva cognitiva dependería entonces del desarrollo de la
inteligencia potencial, de la capacidad adaptativa del sujeto, de su
eficiencia y flexibilidad para resolver distintos tipos de problema. En
cambio, la reserva cerebral se define por factores biológicos innatos
(tamaño del cerebro, cantidad de neuronas, densidad sináptica,
enfermedades hereditarias) que conforman un tejido cerebral más o
menos plástico. (Bertoni, 2012).
Según dicha autora “la teoría de la reserva cognitiva explica que una
educación superior y una ocupación laboral elevada son factores de
protección contra la expresión clínica del Alzheimer, pero nunca contra
el daño neuronal” derivado del olvido patológico. En otras palabras, el
nivel de reserva cognitiva incidirá en la manifestación más temprana o
más tardía de los síntomas de la enfermedad. Es cierto que una adecuada
estimulación intelectual mantiene en forma a la reserva cognitiva, y por
lo tanto retarda la aparición sintomatológica del Alzheimer. Pero el
problema es que, en el paciente con alta Re Co, los síntomas terminan
irrumpiendo cuando el daño cerebral está más avanzado que en alguien
con menos Re Co: en esta instancia la reserva cognitiva se queda sin
sustrato biológico (porque la Re Ce es mínima), y entonces la enfermedad
se desarrolla mucho más rápido.
Bibliografía
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