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FORMAS DE INVESTIGACIÓN EN CIENCIAS SOCIALES.

ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y
SOCIOLOGÍA.

María Eugenia Chávez Arellano


Universidad Autónoma Chapingo, México.

Introducción.

La palabra metodología significa estudio, análisis, experimentación e interpretación


de los diversos métodos empleados en la investigación de la ciencia en general y de las
diferentes disciplinas en particular. Esto significa que no existe un único método de
investigación, sino diversos métodos en tanto que las teorías y los objetivos de la
investigación son diversos, especialmente si se hace referencia a las ciencias sociales.
La palabra metodología, entonces, en sentido estricto, significa el estudio de los
diversos métodos de investigación. A la metodología le interesa conocer los
procedimientos específicos que se siguen en el trabajo de indagación, el papel de la
teoría o de los conceptos que permiten explicar o interpretar la información obtenida
mediante los instrumentos requeridos en la indagación de campo, entre otras cosas.

No obstante, la connotación de la palabra metodología, actualmente y como resultado


de su traducción directa del inglés –methodology‐ sugiere un camino, una serie de
pasos, un procedimiento o estrategia previamente elaborada y diseñada con todo
detalle para la consecución de una meta específica en la empresa investigativa, es
decir, se entiende como sinónimo del método. La metodología, desde esta perspectiva,
es organizar los diferentes momentos del trabajo de investigación, permitiendo al
investigador la conformación de un objeto de estudio, a través del diseño del qué,
cómo, dónde y por qué indagará sobre un asunto de su interés.

La sociología y la antropología han caminado un largo trecho de consolidación más o


menos exitosa en el ámbito académico, de tal manera que sus aportaciones a la
comprensión de los acontecimientos sociales y culturales son relevantes. Sin embargo,
el concepto de ciencias sociales es ampliamente incluyente y, por tanto a veces
impreciso, lo cual lleva consigo un amplio abanico de metodologías e intereses.

A partir de mi experiencia particular de investigación, la cual ha ido de las formas más


convencionales y cuantitativas de la sociología, a las experiencias de cercanía y
convivencia con la gente que impone la antropología y, a veces un poco entre ambas,
puedo dar cuenta de algunas convergencias y divergencias entre las dos disciplinas.
Estos encuentros‐desencuentros se dan desde de la concepción metodológica como a
partir de una forma específica de concebir el trabajo de investigación con objetos que
son absolutamente familiares a las y los investigadores, ya que formamos parte de
ellos: los seres humanos.

El trabajo de investigación que se realiza con personas exige en todo momento una
vigilancia epistemológica (Bachelard, 1979), ya que el investigador social se enfrenta
invariablemente con seres humanos que, al formar parte de grupos o comunidades,
objetivan en sus prácticas cotidianas formas de pensar, sentir y actuar que al
experimentarse como cuestiones naturalmente establecidas, son permanentemente
sometidas a valoraciones jerárquicas, socialmente impuestas por los sistemas de
construcción social que legitiman lo instituido históricamente. En este sentido, el
investigador, que también forma parte de grupos o comunidades, tiene una historia
social que lo hace similar a aquéllos a quienes pretende estudiar y analizar.

Debido a la cercanía del investigador con los sujetos que forman parte de su universo
de estudio y de su objeto de análisis, puede suceder que el propósito de interpretación
y comprensión de las diversas problemáticas que se le presentan al investigador se
vea obstaculizado al vaciar en su análisis sus propias valoraciones o tratar de hacerlo
desde las propias valoraciones de los sujetos de estudio. Esto no significa
que las opiniones de los sujetos de estudio o las opiniones del investigador no sean
adecuadas o importantes. Significa que, en todo caso, estamos ante un momento
inicial de un proceso, el cual es indispensable, pero que no da cuenta más que de una
parte de lo que debe conformar su investigación.

Las opiniones de sentido común expresadas por la gente que está involucrada en
sucesos o acontecimientos importantes son una parte fundamental de lo que el
investigador debe recoger en su proceso, pero justamente la vigilancia que éste le
exige consiste en estar alerta a todas las fases del proceso de investigación que
consisten en tomar en cuenta diversas fuentes de información, todo lo cual, junto con
una metodología adecuada le permita ir más allá de lo expresado por el sentido
común. En tanto que el investigador social tiene entre sus principales propósitos el
conocimiento, la explicación, la interpretación y la comprensión de los aconteceres
sociales y humanos, con apoyo de teorías y metodologías adecuadas, es fundamental
que en su tarea, se haga un uso crítico no sólo de los conceptos y teorías de mediano y
amplio alcance, sino de la metodología de investigación existente.

De acuerdo con lo señalado en los primeros párrafos de este documento, no es el


objetivo polemizar sobre las connotaciones mas o menos pertinentes del concepto
metodología así que, por razones prácticas, asumo la acepción inicialmente señalada,
toda vez que la intención fundamental es hacer algunas acotaciones sobre las
posibilidades y formas de investigación en dos áreas de las ciencias sociales sobre las
que he trabajado los últimos años: la sociología y la antropología.

1. Desencuentros.

La demarcación de cada disciplina ha sido sin duda harto azarosa y cada investigador
o estudioso adscrito a su campo sabe, defiende y sigue las pautas que le parecen
relevantes en su desempeño académico, de acuerdo con la orientación teórica que le
parece más adecuada. De manera muy particular, tanto sociología como la
antropología han caminado de manera paralela, sin embargo, las pocas posibilidades
de convergencia son más ficticias que reales, pues las distancias entre las disciplinas
son resultado más de una preocupación de los especialistas por delimitar y conservar
la propiedad sobre ciertos temas y áreas de conocimiento muy concretas, que de las
diferencias naturales de las disciplinas. Es un hecho que la realidad actual en su
complejidad, exige formas de investigación que no aíslen factores cuyas categorías
sociales, económicas, políticas o culturales manejando una variable de manera
privilegiada.

En un trabajo anterior (Chávez, 2000) he escrito sobre las convergencias teóricas y


epistemológicas de cada disciplina, pero considero pertinente señalar de manera
esquemáticas algunos puntos que puedan ilustrar algunas diferencias.

DIVERGENCIAS SOCIOLOGÍA ANTROPOLOGÍA


Tipo de sociedad Avanzadas Primitivas
de interés Industriales precapitalistas
modernas premodernas
Dimensión de sus Nacionales, mundiales, Locales, micro
estudios macro
Alcances predictivos Particulares
explicativos
Técnicas Predominantemente Predominantemente
cuantitativas cualitativas
Foco de interés resultados Procesos

Esta especie de relación binaria que muestra una polarización extrema de las formas
de hacer en cada disciplina, ha predominado en la lucha por los espacios académicos y
por los objetos de estudio que los antropólogos sociales y los sociólogos han empleado
en la definición y reivindicación de su propia ciencia. Incluso, la definición de la
disciplina en torno a un objeto particular, se hace prioritaria para darle a cada una un
sentido propio que la identifique. De manera muy general, puede decirse que esto
sería el caso de reconocer a la cultura como el objeto central de la antropología y a la
sociedad como el de la sociología.

La antropología social, a partir de diversos enfoques y distintos momentos ha


ponderado el conocimiento de la cultura, más allá de su polisemia: desde aquella idea
que la identifica con el grado de educación formal, la posesión de un capital cultural
(dominante) respecto de las artes y recreación del espíritu, hasta la definición
descriptiva de la cultura como una serie de rasgos conexos o inconexos que permite
identificar a un grupo humano además de sus normas, tradiciones, valores, rituales, o
quizá la cultura entendida como aquella generada en un proceso social de producción
simbólica y de sentido.

Por su parte, la sociología ha centrado sus esfuerzos a la explicación de cómo las


sociedades modernas funcionan, para lo cual ha definido a la sociedad como su objeto
a partir de las estructuras, las instituciones y la forma en que éstas dan lugar a la
cohesión y el funcionamiento de los grupos. Aquí es pertinente señalar que el
marxismo ha jugado un papel central en las ciencias sociales en general. Al ser una
teoría de análisis social en la cual, por primera vez se asume abiertamente una crítica
a la neutralidad científica del discurso social y a la necesidad de incorporar una visión
histórica del desarrollo de las sociedades, desenmascarando las formas de explotación
del capitalismo y de la ideología, se convierte en un discurso político que se difunde y
trasciende a favor de los movimientos socialistas europeos de fines del siglo XIX.

En América Latina, el marxismo se convirtió en un enfoque de cierta manera


hegemónico para las ciencias sociales en general y, por supuesto, para la sociología y
para la antropología en particular especialmente en la década de los 70. Es posible,
como lo señala Gouldner (1979), identificar al marxismo como una sociología, en
tanto ha permitido dar explicaciones y alternativas a diversos problemas tales como
los movimientos sociales obreros, populares, campesinos, así como abordar
cuestiones relacionadas con el estado, el desarrollo o la dependencia económica de los
países, entre otros. No obstante, háblese de la sociología académica o del marxismo, su
orientación central no difiere esencialmente con la orientación sociológica de
pretensiones científicas: le interesan las estructuras e instituciones de las sociedades
industriales y la dimensión macro de su perspectiva.

Este ejercicio de la sociología en México, a pesar de que permitió análisis críticos


sobre los temas que se mencionaron en el párrafo anterior, dio lugar a que los
estudios en esta disciplina se realizarán por lo general a manera de análisis y ensayos
puramente documentales resultando en disertaciones sobre los grandes
acontecimientos sociales sin referentes empíricos concretos sobre los cuales
confrontar los planteamientos teóricos del marxismo o de cualquier otra tradición
teórica importante en el área. En este sentido y como otra divergencia con la
antropología, la sociología produjo poca investigación que diera cuenta de realidades
específicas en espacios y tiempos determinados.

2. Encuentros.

Cultura y sociedad, sin embargo, son conceptos que en diversos momentos, en


variados trabajos y a partir de diversas interpretaciones, han formado parte del
corpus de la sociología y de la antropología. Por esta razón, podemos descubrir más
puntos de convergencia de que separación entre estas disciplinas, pues no es sólo el
objeto de investigación lo que puede hacer reconocer en un estudio su orientación
disciplinaria. También la forma en que se construye, se aborda, se asume o se expone
permite esa identificación. Una misma cuestión puede ser de interés para la
antropología o la sociología y llegar a plantearse de manera distinta e incluso dar
explicaciones e interpretaciones divergentes o, por el contrario, llegar a conclusiones
similares.

La actual efervescencia de temas comunes que han abordado tanto la sociología como
la antropología: las prácticas sociales, las representaciones sociales, la identidad, los
movimientos sociales, es una muestra de las varias convergencias posibles entre
disciplinas. Sin embargo, la antropología, más que la sociología se ha caracterizado
por su interés en incorporar aspectos diversos en la descripción‐interpretación de las
culturas, precisamente como resultado del polisémico concepto de cultura que, por lo
demás, abarca distintas actividades que realizan los seres humanos.

También puede decirse que en la antropología se ha dado una especie de


transferencia de conceptos, entre otros de la sociología, que le han permitido tener
visiones e interpretaciones amplias de situaciones concretas; si bien es posible
sostener que lo que le da sentido a la antropología frente a otras disciplinas está en su
trabajo de campo. El trabajo de campo en la antropología implica –aun desde distintas
fundamentaciones teóricas‐ un conocimiento profundo, a través del contacto estrecho
y prolongado del investigador hacia su objeto de interés científico. Ese trabajo de
campo centrado en la identificación de los imponderables de la vida real (Malinowski,
1975), sigue siendo el fundamento de la tarea antropológica.

La sociología por su parte y como resultado de los intereses de investigación


emergentes de la disciplina se ha acercado cada vez más a las formas cualitativas de
abordar sus objetos de investigación y, más allá de la forma que adquiera el trabajo de
campo o la manera de recopilar información, la interpretación de la realidad percibida
ha de estar siempre mediada por la tradición académica a la cual el investigador se
halle adscrito, la haga o no explícita. Su concepto de sociedad, comunidad, acción
social o de la realidad misma va a cristalizarse en las inclusiones y exclusiones de lo
que considere pertinente, en lo que resulte para él significativo y en la forma en que
ha de exponerlas.

La reconsideración actual sobre el quehacer de las ciencias sociales, tanto a nivel de la


investigación como a nivel teórico ha llevado a reconocer la necesidad de una
sociología que dirija la atención hacia aquéllos que habían estado ausentes de su
práctica específica, como sería el caso de la sociología de la cultura, la recuperación
del interaccionismo simbólico o el interés por la vida cotidiana. De la misma manera,
la relación entre las amplias explicaciones causales del determinismo social y el papel
de los sujetos en las prácticas concretas de la interacción ha sido la ocupación central
de sociólogos y antropólogos contemporáneos como Ibáñez, Mafessoli, Giddens o
Bourdieu. Por su parte, la antropología intenta un acercamiento a la sociología cuando
por ejemplo, a la manera de Hannerz (1992), propone realizar estudios sobre la
cultura para hallar en su dimensión social y la estructura, las fuentes de la diversidad
y sus consecuencias.

A partir de mi experiencia concreta de investigación, estoy convencida de que la


separación entre las diferentes disciplinas que componen el espectro de las ciencias
sociales es más bien ficticia, aunque, como ya lo señalé arriba, algunas de estas
disciplinas más que otras, se han ocupado de la Cultura y han hecho de ella su objeto
permanente de estudio. Tal es el caso de la Antropología Social, que a partir de
distintos enfoques y en distintos momentos, ha ponderado el conocimiento de la
cultura como creación humana.

3. De los buenos deseos.


Más allá de la compatibilidad o incompatibilidad de los paradigmas para el estudio de
la cultura y la sociedad, es necesario señalar que las formas de pensamiento, las ideas
y las acciones humanas, por su naturaleza, son difíciles de cuantificar, medir y
predecir, de acuerdo con el modelo de ciencia positiva. Por otro lado, en muchos
casos, los trabajos sobre cultura se mantienen en un nivel descriptivo,
antropológicamente necesario, pero insuficiente para la comprensión del sentido de la
cultura. En este sentido, me parece importante permanecer en el intento de
interpretar lo visto, lo escuchado, como una forma de "desentrañar" lo que ello
significa tanto para los actores de la cultura en cuestión, como para los antropólogos
mismos, de tal suerte que pueda llegarse a la comprensión de los aconteceres
humanos en un espacio y un tiempo determinados.

Cuando se elige una comunidad o un grupo de pobladores para tratar de entender por
qué sus miembros son y piensan de determinada manera y no de otra, lleva implícita
la idea de que nos hemos de acercar a algo diferente a nosotros, diferente a lo que
somos, a lo que conocemos y a lo que entendemos. De no ser así, la banalidad de
querer entender lo obvio impediría siquiera suponer que fuese interesante. En
algunos casos es el exotismo, en otros el atraso, pero en todos, lo otro se presenta
atractivo y promete "descubrimientos" que trascenderán lo ya establecido y, de esta
manera, una de las primeras cosas que se asume al intentar elaborar un estudio que
pretende conocer e interpretar aspectos de la realidad de un grupo social o
comunidad, es enfrentar "in situ" los acontecimientos cotidianos de los involucrados.

Me resulta difícil, en este momento, adscribirme de manera excluyente a una u otra


disciplina (sociología o antropología), sin embargo, de acuerdo con la tradición
interpretativa de las disciplinas humanas, me interesa rescatar como posible objeto de
trabajo todo aquello que va en busca de la comprensión del sentido de las relaciones y
acciones humanas en sus diversos contextos socio‐culturales, como una opción en la
construcción de objetos de trabajo que se hallan más cercanos a las ideas,
sentimientos y experiencias que las personas manifiestan en sus prácticas cotidianas.
El predominio en la atención a las causas y efectos de los movimientos colectivos
como formas de entender la realidad social, ha llevado a la subordinación de las
acciones individuales por las acciones colectivas y a su vez, al desconocimiento de las
formas en que los seres humanos entran en relación unos con otros. No se trata de
atender los comportamientos y motivaciones últimas individuales para extrapolar
sentimientos y acciones colectivas. Se trata más bien de comprender de qué manera
por ejemplo, en el estudio del medio rural, los cambios culturales, el contacto con la
sociedad urbana, la escuela, los cambios en la producción, la cultura de masas y otros
elementos propios de los procesos de modernización se manifiestan en las situaciones
comunes de la vida diaria y cómo, a partir de ella, se presenta la complejidad de la vida
social. Se trata de rescatar lo particular para entender porqué el aspecto de
objetivación de vida social en prácticas concretas puede ser manejado por los sujetos
en condiciones específicas de su vida diaria. Es necesario, como apunta Melucci
(1999), interesarse también por la dimensión personal de la vida social, en tanto que
la gente no sólo está determinada por lo estructural, sino que adapta y adopta las
condiciones que el mundo le presenta para dirigir su propia vida.
México es un país de profundos contrastes culturales, étnicos y de clase y, a la vez inmerso
en la modernidad como una forma de vida deseable y posible, es un ejemplo de la alta
complejidad existente de las sociedades participantes de lo que Wallerstein (1979) llama
sistema mundo. Por eso, la mexicana, se vuelve una realidad altamente compleja no sólo
por ser un país reconocidamente occidental y modernizado, sino por la existencia de un
gran número de culturas que cohabitan en el mismo territorio. Lo urbano y lo rural, lo
mestizo y lo indígena son ejemplos de dualidades que caracterizan parcialmente la
heterogeneidad de nuestro país, ya que los contrastes de desarrollo económico también
están presentes al interior de los paisajes urbano o rural.

La antigua polémica acerca de dos grandes paradigmas de las ciencias sociales y humanas
(galileano y aristotélico) que Mardones y Urzúa (1992) califican de incesante, ha devenido
una serie de reflexiones epistemológicas que invitan a asumir posiciones menos lineales en
la explicación de lo humano y lo social, si bien, como señala Gellner (1997) también han
dado lugar a descripciones someras y poco rigurosas. En todo caso, de acuerdo con Kosik
(1976:25-37), he asumido que la apariencia fenoménica y la esencia de las cosas no
necesariamente coinciden del todo y por tanto, se trata de destruir el mundo de la
“pseudoconcreción” para poder develar la esencia de las cosas a través de la
descomposición del todo. Y, entonces, como discurso que promete una forma novedosa de
interpretación de la realidad, lo anterior se antoja más una serie de buenos deseos del cómo
hacer, que una propuesta viable, cristalizable en prácticas de investigación reales.

Sin embargo, es un hecho que los aconteceres sociales exigen formas de análisis que
propongan no únicamente describir, sancionar o justificar la forma en que los distintos
grupos humanos se relacionan, sino que permitan el reconocimiento del sentido de las
acciones sociales en sus dimensiones tanto subjetivas como colectivas para poder
desentrañar y comprender su complejidad. Evidentemente, esta posibilidad supone no sólo
un dominio o uso de estrategias de recopilación de datos y de información diversa, sino una
empatía con formas de construcción de conocimientos que se arriesgue a “… afrontar lo
entramado (el juego infinito de inter-retroacciones), la solidaridad de los fenómenos entre
sí, la bruma, la incertidumbre, la contradicción” (Morin, 1996:36).

Esta última cuestión sobre la perspectiva epistemológica que sostiene las formas de
hacer investigación resulta pertinente en razón de la simplificación que se ha hecho de
lo correspondiente a las cuestiones técnicas como modelos o paradigmas excluyentes
o, en el mejor de los casos, como necesariamente complementarios: lo cualitativo y lo
cuantitativo. Particularmente me parece mucho más importante y decisiva la manera
en que se concibe la realidad y la forma en que se pretende acceder a su conocimiento.
Concebir a la realidad en general y específicamente a la realidad social y cultural, que
es la que nos ocupa ahora, como algo cambiante, impredecible y en absoluto
movimiento, supone de alguna manera un reacomodo –por llamarle de alguna
manera‐ de las estructuras mentales que se han formado bajo los esquemas de la
necesaria búsqueda de explicaciones certeras y predecibles de la vida social de las
culturas, las cuales finalmente dan cuenta de una parte, la parte simplificada de una
realidad –social o natural‐ que ha tenido que ser extraída de la complejidad inmanente
para su aprehensión racional. A veces, la intención de discernir entre las
contradicciones entre el método hipotético deductivo y las propuestas no causalísticas
de lo social o cultural no es suficiente.

4. De la práctica específica de la investigación.

La práctica de investigación en la sociología y la antropología está marcada en mucho por


las formas excluyentes que ya han sido explicadas arriba. Es decir, la sociología como una
disciplina preocupada y ocupada por demostrar científicamente los postulados que han
marcado los derroteros de la humanidad en su desarrollo histórico, social y económico y, en
lo posible por delinear los caminos futuros que las sociedades modernas. La antropología
por su parte, sin pretensiones macro sociales ha proporcionado –más allá de sus
perspectivas de interpretación- un panorama riquísimo de las sociedades no industriales en
diferentes partes del mundo y, más recientemente, de sociedades urbanas y diversos
procesos que se presentan en las sociedades a las que pertenece el investigador. Sin
embargo, en este caso, la intención de resaltar la idea de práctica de investigación se dirige
más a pensar la forma en que los interesados en el análisis sociológico o antropológico de la
realidad, se involucran en esta actividad.

Enseñar a investigar y aprender a investigar son tareas inseparables pero que de las cuales
no hay una forma única. La primera depende de una manera específica de concebir no sólo
al proceso sino a la realidad misma y así, de producir los conocimientos sociales. La
segunda es una práctica que genera formas y estilos de hacer a partir de un compromiso y
una pasión por el conocimiento científico. Evidentemente la investigación sociológica y la
investigación antropológica guardan sus particularidades, pero ambas suponen un largo
proceso de formación de prácticas específicas que no se aprende en cursos o seminarios de
investigación. Estamos ante la conformación de hábitus de la investigación social que
determina la práctica.

Involucrarse en la investigación científica es eso, meterse a los procesos específicos de


hacer investigación, se aprende a investigar investigando. No obstante, es un proceso que se
asemeja, como lo señalará Sánchez (1995), a un proceso artesanal de aprendizaje en el cual
es indispensable una comunicación estrecha entre un maestro y un aprendiz que aprende su
oficio haciendo: “A investigar se aprende al lado de otro más experimentado; a investigar
se enseña mostrando cómo; a investigar se aprende haciendo (…) no es tanto una
cuestiónde definiciones, sino de saberes prácticos y operativos. Más que problema de
conceptos es asunto de estrategias, de quehaceres y prácticas, de destrezas y habilidades.”
(Sánchez, 1995:10)

4.1. El papel de la teoría y la construcción del objeto.

La conformación del objeto y el proceso general de la investigación tiene variados y a


veces muy distintos derroteros que posibilitan su rumbo. Por un lado, la formación
teórica, como condición esencial que posibilita la construcción de los objetos de
conocimiento, permite dar forma y delimitar los problemas de investigación en el
marco de un referente empírico concreto que da lugar a un interés real por la
aventura de la investigación. Cuando alguien concibe la idea de realizar un trabajo de
investigación, por lo regular no se debe a una ocurrencia espontánea o a una
iluminación repentina que genere la necesidad de un conocimiento particular, sólo
porque sí. Las experiencias mediatas o inmediatas del entorno suelen llamar la
atención de las personas de tal manera que, dependiendo de los intereses personales y
profesionales de cada quien, uno puede percatarse de la necesidad de explicar y
resolver situaciones, es decir, el investigador construye su objeto de interés a través
de un proceso empírico e intelectual, que le debe llevar a una delimitación precisa de
su objeto, construcción que, por otro lado, no se aprende sino a través de una práctica
investigativa que exige constancia y dedicación, pero sobre todo, que estará tamizado,
lo sepa o no, lo haga explícito o no, por la teoría que orientará su trabajo en todas las
etapas.

La relevancia de la teoría como una lupa a través de la cual se percibe una realidad
particular es mayor de lo que suele creerse. El hecho de que en circunstancias
similares, como las condiciones materiales o laborales para el ejercicio de la
investigación, los estudiosos tengan diversos intereses no es sólo resultado de una
gran diversidad de necesidades sino también de una
diversidad de perspectivas teóricas con las que se aborda la realidad. Un mismo
evento o acontecimiento puede ser analizado de maneras incluso opuestas.

4.2 El investigador y la alteridad.

La cuestión de la alteridad como condición inherente al proceso de conocimiento de


los otros merece un comentario aparte. Una situación particular pero pocas veces
reflexionada por el investigador de lo social y lo cultural está en el hecho de que uno
forma parte del mundo al cual aspira conocer. Como ya se señaló, el riesgo de la
valoración moral de los hechos puede ser un obstáculo epistemológico insalvable.
Desde la tradición interpretativa, entendida como la búsqueda del sentido de las
acciones humanas, la emisión de juicios de valor en la comprensión de lo social
adquiere sentido en tanto que obnubila la razón e impide un acercamiento real al
conocimiento de las acciones humanas y sociales en condiciones históricas específicas.
En este caso, no debe confundirse a la intención de no hacer juicios de valor sobre una
realidad determinada con la objetividad positivista que da por hecho la existencia per
se de lo social como objetos cognoscibles esperando ser descubiertos a través de la
pura observación. No; se trata de reconocer las especificidades de las prácticas
sociales construidas y vividas por sujetos históricos con personalidades propias y en
contextos culturales que les dan sentido a sus acciones.

Por otro lado, ¿cómo resolver el problema de la alteridad cuando se investiga en


medios demasiado cercanos al investigador: su comunidad, su institución escolar, su
pueblo o su ciudad? ¿Es posible abrir un paréntesis para separar la parcela de realidad
que nos interesa? Difícilmente los científicos sociales hacen trabajos de investigación
sobre situaciones tan cercanas como su vida familiar, su vida laboral u otras
cuestiones que de manera directa le afectan. Escogemos lugares y situaciones que nos
son poco familiares o están espacial y simbólicamente lejanas a nuestras formas de
ser y pensar. O al menos eso suponemos. Sin embargo, cuando se realiza un trabajo de
investigación con personas y que exige un conocimiento estrecho de éstas, de sus
relaciones, formas de pensar, estilos de vida o formas de organización, se puede llegar
a establecer una relación tan estrechamente personal con la gente, que se pierda de
vista el propósito central del investigador: la producción de un conocimiento. Un
investigador con cierta experiencia es capaz de sostener una relación estrecha con sus
informantes y a la vez estar alerta de todos aquellos eventos circunstanciales que
suelen surgir en el proceso y son relevantes para sus propósitos. En general casi todo
lo que se presenta es relevante, hay que registrarlo, no debe restarse a importancia a
lo que parece obvio o simple, hay que permanecer en constante vigilancia para poder
recuperar lo que pudiera llegar a ser irrecuperable si se pierde de vista la intención
científica.

4.3 De la investigación como aventura intelectual.

Referirse a la aventura para hablar de empresas tan serias y trascendentes como la


investigación científica implica riesgos. El principal de ellos es que se derive una falta
de seriedad y rigor. No obstante, aventura implica una actitud abierta a lo
desconocido, de búsqueda permanente y de atrevimiento. La investigación en mucho
es eso, es una actividad que no por rigurosa es menos osada. Pero es igualmente
compromiso con una actividad cuyo proceso y resultados necesariamente
repercutirán en la vida de quienes fueron investigados y del investigador mismo.

El propósito de la interpretación – comprensión de lo social como forma de hacer


investigación no es sólo con la intención de lograr una ciencia social “en sí”, que se
regodee en los resultados obtenidos por una actividad individual de alto vuelo. Los
resultados de investigación, de la aventura vivida, si fueron alcanzados a partir de una
verdadera intención comprensiva, como aquella posibilidad –entre muchas otras‐ de
hablar real y metafóricamente el mismo idioma con los sujetos de la investigación,
supone entonces apostar por una ciencia social no sólo “para sí” sino “para nosotros”;
una sociología o una antropología que no únicamente de a conocer los resultados de
un trabajo investigativo a quienes les compete más directamente, sino hacerles
partícipes de las interpretaciones e intenciones del investigador con la idea de validar
en los hechos las percepciones y nos análisis del investigador. Regresar el trabajo de
investigación impreso puede no ser suficiente, si el proceso de interpretación se hizo a
espaldas –por así decirlo‐ de quienes fueron los protagonistas del suceso.

4.4 La metodología como estrategia de organización.

En esta parte, retomo la idea inicial de la metodología como la estrategia a seguir en la


organización del proceso y de la recolección de datos e información importante e
imprescindible, así como la organización e interpretación de la misma en el que hacer
científico. Este rubro, actualmente está regido por la tradición estadounidense que ha
clasificado las diversas técnicas en paradigmas de investigación, en razón de la forma
en que se recopila la información: de manera cuantitativa o de manera cualitativa. No
me interesa en este caso hacer una reseña del significado de ambos paradigmas, para
lo cual hay suficiente bibliografía disponible (Creswell, 1997; Taylor y Bogdan, 1987;
Festinger y Katz, 2000; Cook y Reichardt, 1986). Sin embargo, sí es importante la
manera excluyente en que cada una de estas perspectivas ha regido los procesos de
investigación social, en relación con la posibilidad de alcances y confiabilidad que cada
modalidad presenta.

De acuerdo con lo señalado anteriormente sobre las divergencias entre la sociología y


la antropología, por el tipo de poblaciones, dimensión y alcances que cada disciplina
contempla en la conformación de sus objetos de investigación, la predominancia de
técnicas cuantitativas para la primera y cualitativas para la segunda ha sido
característica.

El diseño de una investigación necesariamente lleva implícita una intención que


determina no sólo la elección de técnicas, sino la forma en que éstas deben elaborarse,
aplicarse, codificarse e interpretarse. Esto significa que la predilección de un
paradigma sobre otro, así como la incorporación de ambos en un mismo proceso
responderá a los intereses y objetivos de la investigación.

Quizá una de las polémicas más antiguas ‐pero no menos vigentes‐ en el campo, está
dada en torno a la legitimidad científica de estas disciplinas, pero no sólo en
confrontación con las ciencias duras o naturales, sino al interior del mismo. Más allá
de los matices en la discusión sobre el estatus de cientificidad de las disciplinas
sociales, puede aseverarse que prevalece la polarización entre quienes consideran
fundamental el seguimiento de criterios metodológicos rígidamente instrumentados,
como la forma más viable de garantizar la seriedad y la credibilidad de los hallazgos
científicos y, entre aquéllos que consideran que la particularidad metodológica en
estas áreas exigen formas propias que, sin ser menos rigurosas, permitan incorporar
los diversos aspectos de la especificidad de lo humano y lo social, a partir de formas
alternas de acceso al conocimiento en cuestión. La primera tendencia sostiene su
práctica científica en modelos matemáticos que permiten el control en la precisión y la
proposición de leyes o al menos tendencias o proyecciones con base en mediciones
altamente fiables. La segunda tendencia, ocupada de la obtención de información de
más difícil manejo y no de datos, en el sentido contable del término, han incorporado a
su práctica instrumentos más flexibles de acopio de información diversa, como sería el
caso de los registros de observación o las entrevistas abiertas.

No obstante, la rigidez o flexibilidad de los instrumentos y su manejo no garantizan en


sí mismos la calidad de la investigación o su orientación teórica y conceptual. Hay una
idea más o menos generalizada, casi de sentido común, que supone una relación
directa entre el tipo de instrumentos utilizados con la orientación epistemológica
subyacente al proceso investigativo, es decir, si se hace uso de técnicas cuantitativas
responde a una concepción positivista del conocimiento y si se acude al uso de
técnicas cualitativas, se toma distancia de él. Esto es en realidad una imprecisión, pues
la elección por la diversificación en las técnicas de investigación es muestra innegable
del reconocimiento de una necesidad por acceder a situaciones a las cuales no puede
llegarse sólo por medio de la medición controlada, como es el caso de la investigación
de las sociedades y culturas, pero también es cierto que la pura inclinación hacia lo
cualitativo no es garantía de una posición comprensiva o crítica de los aconteceres
sociales objetos de estudio. Es un hecho que la validez de los resultados obtenidos a
través de cualquier instrumento depende más de las intenciones del investigador y las
circunstancias bajo las cuales se haya aplicado, que del instrumento en sí mismo.

Lo importante del diseño metodológico de la investigación social, está en que para


lograr romper un poco las barreras de lo inmediato y superficial, hay que partir del
hecho de que la realidad a estudiar es un observable que se construye como resultado
de un concepto no acartonado ni estático de los eventos o acontecimientos, en donde
la observación no es únicamente la acción pasiva de descubrimiento de lo pre‐
existente, sino que es una actividad que conforma, junto con una serie de habilidades
adquiridas y elementos teóricos, un dispositivo amplio de análisis. En este sentido la
exclusión o reconciliación de los paradigmas cualitativo y cuantitativo y las técnicas
que les son inherentes resulta una discusión que pierde sentido pues la disyuntiva es
falsa. Si bien los orígenes de las tradiciones aludidas aquí tienen procedencias
disímiles, es cierto también que cada vez resulta más insuficiente ceñirse a una
exclusiva posición teórica, metodológica o técnica para dar cuenta seria y rigurosa de
las diversas temáticas sociales que requieren y están siendo estudiadas.

Actualmente la reconsideración sobre el que hacer de las ciencias sociales ha llevado a


que la sociología y la antropología reconozcan no sólo desde lo teórico, sino desde su
hacer, posibilidades nuevas de acción. En este sentido, establecer relación –a través de
la práctica concreta de la investigación‐ entre disciplinas que han sido
tradicionalmente abordadas con diferentes métodos y desde distintos ángulos, se hace
cada vez más relevante ante la necesidad de superar los límites artificiosos de las
barreras disciplinarias.

5. Cierre.

No obstante la elección que se haga de un tema, tópico o problema de investigación,


debe quedar clara que ésta no es una elección azarosa, se trata siempre, lo sepa o no el
investigador, de un proceso de construcción teórica y empírica que se realiza en razón
de una formación profesional específica.

La investigación no es una actividad que se realiza sólo a partir de una serie de buenos
deseos o como producto de cursos obligados sobre la metodología de investigación. Es
una práctica lograda por medio de una formación ex profeso que, a manera de una
socialización secundaria, supone la incorporación de estrategias, habilidades,
capacidades desarrolladas y optimizadas en un proceso vivencial del saber hacer, a la
luz de la conducción de quien conoce la actividad y por tanto es capaz de integrar a su
alrededor a un conjunto de personas que aprenden haciendo, es decir, que aprenden a
investigar investigando.

El ejercicio específico de investigación pasa por diversas etapas –desde la temprana


de formación‐ a lo largo de las cuales, la práctica se consolida y se genera un
compromiso pasional y una identidad por la actividad que llega a supeditar otras
acciones, como la docencia, la cual, cuando se ejerce, gira en torno a los temas y
problemas de investigación del académico.

La especificidad de la investigación sociológica y antropológica no escapa a la


necesaria distinción, al igual que en otras áreas de conocimiento, entre lo que es una
investigación básica y una aplicada. No obstante, justamente como resultado del
proceso de construcción de observables, es importante señalar que reconozco como
investigación a todo aquel trabajo que se realiza en torno a un referente empírico
concreto que permite confrontar, además de realidades entre sí, a las teorías con los
procesos sociales de cambio y continuidad de las sociedades y culturas, con la
consecuente y necesaria problematización permanente del campo de las ciencias
sociales.

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