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eon hd Ornamento y delito =e) 18 fel-t= ete) 1 ON melt ea) Weitere) Titulo de la obra en aleman: Adolf Loos. Simtliche Schriften Traduccién de Lourdes Cirlot y Pau Pérez 19 edicion 1972 22 edicion 1980 © Verlag Herold - Wien - Miinchen y Editorial Gustavo Gili, S. A., Barcelona (1972) Printed in Spain ISBN: 84252-0012-1 Depésito Legal: B. 17.386 - 1980 Industria Grafica Ferrer Coll, S. A. Pasaje Solsona, s/n. - Barcelona-14 a ORNAMENTO Y DELITO (1908) El embrién humano pasa, en el claustro materno, por todas las fases evolutivas del reino animal. Cuando nace un ser humano, sus impresiones sensoriales son iguales a las de un perro recién nacido. Su infancia pasa por todas las transformaciones que co- rresponden a aquellas por las que pasé la historia del género hu- mano. A los dos ajios, lo ve todo como si fuera un paptia. A los cuatro, como un germano. A los seis, como Sécrates y a los ocho como Voltaire. Cuando tiene ocho afios, percibe el violeta, color que fue descubierto en el siglo xv111, pues antes el violeta era azul y el purpura era rojo. El fisico sefiala que hay otros colores, en el espectro solar, que ya tienen nombres, pero el comprenderlo se reserva al hombre del futuro. El nifio es amoral. El paptia también lo es para nosotros. El paptia despedaza a sus enemigos y los devora. No es un delincuen- te, pero cuando el hombre moderno despedaza y devora a alguien entonces es un delincuente o un degenerado. El paptia se hace tatuajes en la piel, en el bote que emplea, en los remos, en fin, en todo lo que tiene a su a ance. No es un delincuente. El hom- bre moderno que se tattia es un delincuente o un degenerado. Hay carceles donde un 80% de los detenidos presentan tatuajes. Los tatuados que no estan detenidos son criminales latentes o aristé- cratas degenerados. Si un tatuado muere en libertad, esto quiere decir que ha muerto unos afios antes de cometer un asesinato. | El impulso de ornamentarse el rostro y cuanto se halle al al- cance es el primer origen de las artes plasticas. Es el primer balbuceo de la pintura. Todo arte es erdtico. El primer ornamento que surgié, la cruz, es de origen erético. La primera obra de arte, la primera actividad artistica que el artista pintarrajed en la pared, fue para despojarse de sus exce- sos. Una raya horizontal: la mujer yacente. Una raya vertical: el hombre que la penetra. El que creé esta imagen sintié el mismo impulso que Beethoven, estuvo en el mismo cielo en el que Bee- thoven creé la Novena Sinfonia. Pero el hombre de nuestro tiempo que, a causa de un impulso interior, pintarrajea las paredes con simbolos eréticos, es un de- lincuente o un degenerado. Obvio es decir que en los retretes es donde este impulso invade del modo més impetuoso a las personas 43 con tales manifestaciones de degeneracién. Se puede medir el gra- do de civilizacién de un pais atendiendo a la cantidad de garaba- tos que aparezcan en las paredes de sus retretes. En el nifio, garabatear es un fenémeno natural; su primera ma- nifestacién artistica es llenar las paredes con simbolos eréticos. Pero lo que es natural en el paptia y en el nifio resulta en el hombre moderno un fenédmeno de degeneracién. Descubri lo si- guiente y lo comuniqué al mundo: La evolucién cultural equivale a la eliminacién del ornamento del objeto usual. Crei con ello proporcionar a la humanidad algo nuevo con lo que alegrarse, pero la humanidad no me lo ha agradecido. Se pusieron tristes y su Animo decay6. Lo que les preocupaba era saber que no se podia producir un ornamento nuevo. ¢Cémo, lo que cada negro sabe, lo que todos los pueblos y épocas anteriores a nosotros han sabi- do, no seria posible para nosotros, hombres del siglo x1x? Lo que el género humano habia creado miles de afios atras sin ornamentos fue despreciado y se destruy6. No poseemos bancos de carpinteria de la época carolingia, pero el menor objeto carente de valor que estuviera ornamentado se conservé, se limpié cuidadosamente y se edificaron pomposos pa- lacios para albergarlo. Los hombres pasean entristecidos ante las vitrinas, avergonzandose de su actual impotencia. Cada época tiene su estilo, careceré la nuestra de uno que le sea propio? Con estilo, se queria significar ornamento. Por tanto, dije: jNo loréis! Lo que constituye la grandeza de nuestra época es que es incapaz de realizar un ornamento nuevo. Hemos vencido al ornamento. Nos hemos dominado hasta el punto de que ya no hay ornamentos. Ved, esta cercano el tiempo, la meta nos espera. Dentro de poco Jas calles de las ciudades brillaran como muros blancos. Como Sion, la ciudad santa, la capital del cielo. Entonces lo habremos conseguido. Pero existen los malos espiritus incapaces de tolerarlo. A su juicio, la humanidad deberia seguir jadeando en la esclavitud del ornamento. Los hombres estaban lo bastante adelantados como para que el ornamento no les deleitara, como para que un rostro tatuado no aumentara la sensacién estética, cual en los paptias, sino que la disminuyera. Lo bastante adelantados como para alegrarse por una pitillera no ornamentada y comprarse aquélla pudiendo, por el mismo precio, conseguir otra con adornos. Eran felices con sus vestidos y estaban contentos de no tener que ir de feria en feria como los monos Ievando pantalones de terciopelo con tiras doradas. Y dije: Fijaros: la habitacién en que murié Goethe es mas fantdstica que toda pompa renacentista y un mue- ble liso es mas bonito que todas las piezas de museo incrustadas 44 y esculpidas. El lenguaje de Goethe es mucho mds bonito que todos los ornamentos de los pastores-del Pegnitz.‘ Los malos espiritus lo oyeron con desagrado, y el Estado, cuya misién es retrasar a los pueblos en su evolucién cultural, consideré como suya la cuestién de la evolucién y reanudacién del ornamento. ;Pobre del Estado, cuyas revoluciones las dirijan los consejeros! Pronto pudo verse en el Museo de Artes Decorativas de Viena. un bufet con el nombre La rica pesca;’ hubo armarios que se llamaron La princesa encantada 0 algo por el estilo, cosa que se referfa a los ornamentos con que estaban decorados esos desgraciados muebles. El estado austriaco se tomé tan en serio su trabajo que se preocupé de que las polainas de pafio no de- sapareciesen de las fronteras de la monarquia austro-htingara. Obligé a todo hombre culto que tuviera veinte afios a llevar du- rante tres afios polainas en lugar de calzado eficiente* Ya que todo Estado parte de la suposicién de que un pueblo que esté en baja forma es mds facil de gobernar. Bien, la epidemia ornamental estd reconocida estatalmente y se subvenciona con dinero del Estado. Sin embargo, veo en ello un retroceso. No puedo admitir la objecién de que el ornamento aumenta la alegria de vivir de un hombre culto, no puedo admitir tampoco la que se disfraza con estas palabras: «jPero cuando el ornamento es bonito...!» A mi y a todos los hombres cultos, el or- namento no nos aumenta Ia alegria de vivir. Si quiero comer un trozo de alujtt escojo uno que sea completamente liso y no uno que esté recargado de ornamentos, que represente un cora- zon, un nifio en mantillas o un jinete. El hombre del siglo xv no me entenderia; pero si podrian hacerlo todos los hombres moder- nos. El defensor del ornamento cree que mi impulso hacia la sencillez equivale a una mortificacién. jNo, estimado sefior pro- fesor de la Escuela de Artes Decorativas, no me mortifico! Lo prefiero asf. Los platos de siglos pasados, que presentan ornamen- tos con objeto de hacer aparecer més apetitosos los pavos, faisa- nes y langostas a mi me producen el efecto contrario. Voy con repugnancia a una exposicién de arte culinario, sobre todo si pien- so que tendria que comer estos caddveres de animales rellenos. Como roastbeef. El enorme dafio y las devastaciones que ocasiona el redesper- tar del ornamento en la evolucién estética, podrian olvidarse con facilidad, ya que nadie, ni siquiera ninguna fuerza estatal puede detener la evolucién de la humanidad. Sélo es posible retrasarla. Podemos esperar. Pero es un delito respecto a la economia del pueblo el que, a través de ello, se pierda el trabajo, el dinero y el material humanos. El tiempo no puede compensar estos dafios. 45 El ritmo de la evolucién cultural sufre a causa de los rezaga- dos. Yo quiz4 vivo en 1908; mi vecino, sin embargo, hacia 1900; y el de més alla, en 1880. Es una desgracia para un Estado el que Ja cultura de sus habitantes abarque un periodo de tiempo tan amplio. El campesino de regiones apartadas vive en el siglo xit. Y en la procesién de la fiesta de jubileo tomaron parte gentes, que ya en la época de las grandes migraciones de los pueblos se hubieran encontrado retrasadas. Feliz el pais que no tenga este tipo de rezagados y merodeadores. {Feliz América! Entre nosotros mismos hay en las ciudades hombres que no son nada modernos, rezagados del siglo xv1iI que se horrorizan ante un cuadro con sombras violetas, porque aun no saben ver el violeta. Les gusta el faisan si el cocinero se ha pasado todo un dia para prepararlo y Ja pitillera con ornamentos renacentistas les gusta mucho mas que la lisa. gY qué pasa en el campo? Los vestidos y aderezos son de siglos anteriores. El campesino no es cristiano, todavia es pagano. Los rezagados retrasan la evolucién cultural de los pueblos y de la humanidad, ya que el ornamento no esta engendrado sélo por delincuentes, sino que comete un delito en tanto que perju- dica enormemente a los hombres atentando a la salud, al patri- monio nacional y por eso a la evolucion cultural. Cuando dos hombres viven cerca y tienen unas mismas exigencias, las mismas pretensiones y los mismos ingresos, pero no obstante pertenecen a distintas civilizaciones, se puede observar lo siguiente, desde el punto de vista econémico de un pueblo: el hombre del siglo xx sera cada vez mas rico, el del siglo xvi cada vez mds pobre. Supongamos que los dos viven segtin sus inclinaciones. El hom- bre del siglo xx puede cubrir sus exigencias con un capital mucho mas pequefio y por ello puede ahorrar. La verdura que le gusta esté simplemente hervida en agua y condimentada con mantequi- Ila. Al otro hombre le gusta mas cuando se le afiade miel y nue- ces y cuando sabe que otra persona ha pasado horas para coci- narla. Los platos ornamentados son muy caros, mientras que la vajilla blanca que le gusta al hombre es barata. Este ahorra mien- tras que el otro se endeuda. Asi ocurre con naciones enteras. ;Po- bre del pueblo que se quede rezagado en la evolucién cultural! Los ingleses seran cada vez mas ricos y nosotros cada vez mas pobres... Sin embargo, es mucho mayor el dafio que padece el pueblo productor a causa del ornamento, ya que el ornamento no es un producto natural de nuestra civilizacién, es decir, que representa un retroceso o una degeneracién; el trabajo del ornamentista ya no se paga como es debido. 46 Es conocida la situacién en los oficios de talla y adorno, los sueldos criminalmente bajos que se pagan a las bordadoras y encajeras. El ornamentista ha de trabajar viente horas para lo- grar los mismos ingresos de un obrero moderno que trabaje ocho horas. El ornamento encarece, por regla general, el objeto; sin embargo, se da la paradoja de que una pieza ornamentada con igual coste material que el de un objeto liso, y que necesita el triple de horas de trabajo para su realizacién, cuando se vende, se paga por el ornamentado la mitad que por el otro. La carencia de ornamento tiene como consecuencia una reduccién de las ho- ras de trabajo y un aumento de sueldo. El tallista chino trabaja dieciséis horas, el americano sélo ocho. Si por una caja lisa se paga lo mismo que por otra ornamentada, la diferencia, en cuanto a horas de trabajo, beneficia al obrero. Si no hubiera ningén tipo de ornamento —situacién que a lo mejor se daré dentro de miles de afios— el hombre, en vez de tener que trabajar ocho horas, podria trabajar solo cuatro, ya que la mitad del trabajo se va, atm hoy en dia, en realizar ornamentos. Ornamento es fuerza de trabajo desperdiciada y por ello salud desperdiciada. Asi fue siempre. Hoy significa, ademas, material des- perdiciado y ambas cosas significan capital desperdiciado. Como el ornamento ya no pertenece a nuestra civilizacién des- de el punto de vista organico, tampoco es ya expresién de ella. El ornamento que se crea en el presente ya no tiene ninguna relacién con nosotros ni con nada humano; es decir, no tiene re- lacién alguna con Ia actual ordenacién del mundo. No es capaz de evolucionar. ¢Qué ha sucedido con la ornamentacién de Otto Eckmann, con la de Van de Velde? Siempre estuvo el artista sano y vigoroso en las cumbres de Ja humanidad. El ornamentista mo- derno es un retrasado o una aparicién patoldgica. Reniega de sus productos una vez transcurridos tres afios. Las personas cultas los consideran insoportables de inmediato; los otros, sélo se dan cuenta de esto al cabo de afios. Dénde se hallan hoy las obras de Otto Eckmann? ¢Dénde estaran las obras de Olbrich dentro de diez afios? El ornamento moderno no tiene padres ni descendien- tes, no tiene pasado ni futuro. Sdlo es saludado con alegria por personas incultas, para quienes, la grandeza de nuestra época es un libro con siete sellos, y, al cabo de un tiempo, reniegan de él. En la actualidad, la humanidad es mAs sana que antes; sdélo estan enfermos unos pocos. Estos pocos, sin embargo, tiranizan al obrero, que esta tan sano que no puede inventar ornamento alguno. Le obligan a realizar, en diversos materiales, los orna- mentos inventados por ellos. El cambio del ornamento trae como consecuencia una pronta 41 desvaloracién del producto del trabajo. El tiempo del trabajador, el material empleado, son capitales que se derrochan. He enun- ciado la siguiente idea: La forma de un objeto debe ser tolerable el tiempo que dure fisicamente. Trataré de explicarlo: Un traje cambiar muchas mas veces su forma que una valiosa piel. El tra- je de baile creado para una sola noche, cambiaré de forma mucho mas deprisa que un escritorio. Qué malo seria, sin embargo, si tuviera que cambiarse el escritorio tan rapidamente como un traje de baile por el hecho de que a alguien le pareciera su forma inso- portable; entonces se perderia el dinero gastado en ese escritorio. Esto lo sabe bien el ornamentista y los ornamentistas austria- cos intentan resolver este problema. Dicen: «Preferimos al con- sumidor que tiene un mobiliario que, pasados diez afios, le resulta inaguantable, y que, por ello, se ve obligado a adquirir muebles nuevos cada década, al que se compra objetos sdlo cuando ha de substituir los gastados. La industria lo requiere. Millones de hom- bres tienen trabajo gracias al cambio rpido». Parece que éste es el misterio de la economia nacional austriaca; cuantas veces, al producirse un incendio, se oyen las palabras: «jGracias a Dios, ahora la gente ya tendra algo que hacer!» Propongo un buen sis- tema: Se incendia una ciudad, se incendia un imperio, y entonces todo nada en bienestar y en la abundancia. Que se fabriquen muebles que, al cabo de tres afios, puedan quemarse; que se ha- gan guarniciones que puedan ser fundidas al cabo de cuatro afios, ya que en las subastas no se logra ni la décima parte de lo que costé la mano de obra y el material, y asi nos haremos ricos y mis ricos. La pérdida no sdlo afecta a los consumidores, sino, sobre todo, a los productores. Hoy en dia, el ornamento, en aquellas cosas que gracias a la evolucién pueden privarse de él, significa fuerza de trabajo desperdiciada y material profanado. Si todos los ob- jetos pudieran durar tanto desde el Angulo estético como desde el fisico, el consumidor podria pagar un precio que posibilitara que el trabajador ganara mds dinero y tuviera que trabajar me- nos. Por un objeto del cual esté seguro que voy a utilizar y obte- ner el maximo rendimiento pago con gusto cuatro veces mds que por otro que tenga menos valor a causa de su forma o material. Por mis botas pago gustoso 40 coronas, a pesar de que en otra tienda encontraria botas por 10 coronas. Pero, en aquellos oficios que languidecen bajo la tirania de los ornamentistas, no se valora el trabajo bueno o malo. El trabajo sufre a causa de que nadie est4 dispuesto a pagar su verdadero valor. Y esto no deja de estar bien asf, ya que tales objetos orna- mentados sélo resultan tolerables en su ejecucién mas misera. 48 Puedo soportar un incendio més facilmente si oigo decir que sélo se han quemado cosas sin valor. Puedo alegrarme de las absurdas y ridiculas decoraciones montadas con motivo del baile de disfraces de los artistas, porque sé que lo han montado en pocos dias y que lo derribaran en un momento. Pero tirar mone- das de oro en vez de guijarros, encender un cigartillo con un billete de banco, pulverizar y beberse una perla es algo anties- tético. Verdaderamente los objetos ornamentados producen un efecto antiestético, sobre todo cuando se realizaron en el mejor mate- rial y con el maximo cuidado, requiriendo mucho tiempo de tra- bajo. Yo no puedo dejar de exigir ante todo trabajo de calidad, pero desde luego no para cosas de este tipo. El hombre moderno, que considera sagrado el ornamento, como signo de superioridad artistica de las épocas pasadas, reconoceré de inmediato, en los ornamentos modernos, lo torturado, lo pe- noso y lo enfermizo de los mismos. Alguien que viva en nuestro nivel cultural no puede crear ningin ornamento. Ocurre de distinta manera con los hombres y pueblos que no han alcanzado este grado. Predico para el aristécrata. Me refiero al hombre que se halla en la cima de la humanidad y que, sin embargo, comprende pro- fundamente los ruegos y exigencias del inferior. Comprende muy bien al cafre, que entreteje ornamentos en la tela segin un ritmo determinado, que sdlo se descubre al deshacerla; al persa que anuda sus alfombras; a la campesina eslovaca que borda su en- caje; a la anciana sefiora que realiza objetos maravillosos en cuentas de cristal y seda. El aristécrata les deja hacer, sabe que, para ellos, las horas de trabajo son sagradas. El revolucionario diria: «Todo esto carece de sentido». Lo mismo que apartaria a una ancianita de la vecindad de una ima- gen sagrada y le dirfa: «No hay Dios». Sin embargo, el ateo —en- tre los aristécratas— al pasar por delante de una iglesia se quita el sombrero. Mis zapatos estan Ienos de ornamentos por todas partes, cons- tituidos por pintas y agujeros, trabajo que ha ejecutado el zapa- tero y no le ha sido pagado. Voy al zapatero y le digo: «Usted pide por un par de zapatos 30 coronas. Yo le pagaré 40>. Con esto he elevado el estado animico de este hombre, cosa que me agradecer4 con trabajo y material, que, en cuanto a calidad, no estén en modo alguno relacionados con la sobreabundancia. Es feliz. Raras veces llega la felicidad a su casa. Ante él hay un hom- bre que le entiende, que aprecia su trabajo y no duda de su hon- radez, En suefios ya ve los zapatos terminados delante suyo. Sabe 49 dénde puede encontrar la mejor piel, sabe a qué trabajador debe confiar los zapatos y éstos tendran tantas pintas y agujeros como los que sdlo aparecen en los zapatos mds elegantes. Entonces le digo: «Pero impongo una condicién. Los zapatos tienen que ser enteramente lisos». Ahora es cuando le he lanzado desde las al- turas mas espirituales al Tartaro. Tendra menos trabajo, pero le he arrebatado toda la alegria. Predico para los aristécratas. Soporto los ornamentos en mi propio cuerpo si éstos constituyen la felicidad de mi prdéjimo. En este caso también Iegan a ser, para mi, motivo de contento. So- porto los ornamentos del cafre, del persa, de la campesina es- lovaca, los de mi zapatero, ya que todos ellos no tienen otro medio para alcanzar el punto culminante de su existencia. Tene- mos el arte que ha borrado el ornamento. Después del trabajo del dia vamos al encuentro de Beethoven o de Tristén. Esto no lo puede hacer mi zapatero. No puedo arrebatarle su alegria, ya que no tengo nada que ofrecerle a cambio. El que, en cambio, va a escuchar la Novena Sinfonia y luego se sienta a dibujar una muestra de tapete es un hipécrita o un degenerado. La carencia de ornamento ha conducido a las demas artes a una altura imprevista. Las sinfonias de Beethoven no hubieran sido escritas nunca por un hombre que fuera vestido de seda, terciopelos y encajes. El que hoy en dia leva una americana de terciopelo no es un artista, sino un payaso o un pintor de bro- cha gorda. Nos hemos vuelto més refinados, mas sutiles. Los grega- rios se tenian que diferenciar por colores distintos, el hombre moderno necesita su vestido impersonal como mascara. Su indi- vidualidad es tan monstruosamente vigorosa que ya no la puede expresar en prendas de vestir. La falta de ornamentos es un signo de fuerza espiritual. El hombre moderno utiliza los ornamentos de civilizaciones anteriores y extrafias a su antojo. Su propia inven- cién la concentra en otros objetos. ee Dirigida a los chistosos con motivo de haberse refdo del ar- ticulo Ornamento y delito (1910): Queridos chistosos: Y yo os digo que legar el tiempo en que la decoracién de una celda hecha por el tapicero de palacio Schulze o por el cate- dratico Van de Velde serviré como agravante de castigo. 50 jalatero, «cuando se pintan y pulen mis ornamentos a nadie se le ocurre pensar que son de hojalatay. —jTriste soledad! El espiritu de la autodegradacién pasa por nuestra industria. No hay que sorprenderse de que, legados a este punto, no les vaya bien las cosas. A esta gente no debe de irle bien. ;Carpintero, enorgullécete de ser carpintero! El estucador hace ornamentos. Has de pasar ante él sin envidia, sin deseo alguno. Y tu, estuca- dor, ¢qué te importa a ti el cantero? El cantero se sirve de jun- tas, por desgracia tiene que hacerlas, porque las piedras pequefias son més baratas. Enorgullécete de que tu trabajo no necesite es- tos pequefios cortes y juntas que fragmentan columnas, ornamen- tos y muros. Enorgullécete de tu oficio y alégrate de no ser can- tero. Estoy predicando en el desierto. El puiblico no quiere artesa- nos orgullosos, ya que cuanto mejor sabe uno imitar tanto mas le apoya el piiblico. El respeto ante los materiales caros, la sefial mds segura del estado de advenedizo en que se encuentra, no permite otra cosa. Al advenedizo le parece vergonzoso no ador- narse con brillantes, no llevar pieles, no poder vivir en un palacio de piedra, desde que averigué que los brillantes, las pieles y las fachadas de piedra cuestan mucho dinero. Ignora que la falta de brillantes, pieles o fachadas de piedra no influye para nada en la elegancia. Por ello, como no tiene bastante dinero, echa mano de los sucedaneos, de las imitaciones. Empresa irrisoria porque, a los que pretende engajiar, es decir los que tienen medios suficien- tes para rodearse de verdaderos brillantes, pieles y fachadas de piedra, a éstos no puede darles gato por liebre y estos esfuerzos les parecen cémicos. Y también son innecesarios para los que se hallan por debajo suyo, si de verdad es consciente de su supe- rioridad. En las tiltimas décadas, la imitacién ha dominado todo el cam- po de la construccién. Las paredes se forran de papel y no de tela, pero hay que procurar que no se vea la diferencia; por ello tiene que parecer seda adamascada o gobelino. Las puertas y ventanas son de madera blanda. Pero como las maderas duras son mas caras, han de pintarse como si estuvieran hechas con estas ulti- mas. El hierro ha de imitar al bronce y al cobre, pintandolo del matiz que tienen dichos metales. Pero frente al hormigén, que es un descubrimiento de este siglo, no habfa posible defensa. Como el hormigén es un material magnifico por si mismo sdlo se pensé al valorarlo en una cosa; lo mismo que se piensa a propésito de todo nuevo material: gqué puede imitarse con él? Se utilizé como suceddneo de la piedra y como el hormigén es extraordinariamen- te barato, como buenos advenedizos, Io utilizaron con gran pro- 214 digalidad. Una verdadera epidemia de hormigén se apoderé del siglo. «jAy!, querido sefior arquitecto, gpuede poner cinco flori- nes mds de arte en la fachada?», rogaba el vanidoso propietario. Y el arquitecto ponia en la fachada tantos gulden de arte como se le pedian, y, a veces, incluso algunos mas. Actualmente, el hormigén se emplea para imitar trabajos de estuco. Es caracteristico de nuestras circunstancias vienesas que, a mi, que me opuse con energia a la violacién de la identidad de los materiales, esto es, a la imitacién, se. me haya repudiado por materialista. Obsérvese el sofisma: As{ me denominéd la gente que otorgaba al material tal valor que no se asustaba frente a la ca- rencia de caracter y adoptaba suceddneos. Los ingleses nos han traspasado los papeles pintados. Por des- gracia, no podian enviar casas enteras. Pero gracias a dichos pape- les ya vemos lo que pretenden los ingleses. Son papeles pintados que no se avergiienzan de estar hechos de ese material. ¢Por qué? Existen ciertos revestimientos de pared que cuestan més, pero el inglés no es un advenedizo. En su vivienda nunca se pensaré que no tuvo bastante dinero para arreglarla, Sus telas para vestidos son de lana de oveja y no pretenden encubrirlo. Si la direccién del arte del vestir se dejara en manos de los vieneses, la lana de oveja se hilaria como si fuera terciopelo y raso. Las telas ingle- sas pera trajes, es decir, las que usamos, no muestran jamds el quiero y no puedo vienés, a pesar de que sdlo son de lana. Y asi habriamos Iegado al capitulo que desempefia el papel més importante en arquitectura, al principio con el que todo ar- quitecto deberia constituir su a.b.c., al principio del revestimiento. La explicacién de dicho principio se reserva para el capitulo pré- ximo. 215 EL PRINCIPIO DEL REVESTIMIENTO (4 de septiembre de 1898) Aunque para el artista todos los materiales tienen el mismo va- Jor no puede utilizarlos de igual modo para todos sus fines. La resistencia necesaria, el tipo de construccién esencial, con frecuen- cia, requieren materiales que no se hallan de conformidad con los fines del edificio. El arquitecto tiene la obligacién de realizar un espacio cdlido y cémodo. Las alfombras son calidas y cémodas. Por ello, decide extender una sobre el suelo y colgar tapices en las paredes. Pero no se puede construir una casa a base de al- fombras y tapices. Lo mismo unas que otros necesitan una arma- z6n consiructiva que los sostenga en la posicién correcta. Encon- trar esta armaz6n constituye el segundo trabajo del arquitecto. Este es el camino ldgico, el que se sigue en arquitectura. Asi, en ese mismo orden, ha aprendido a construir la humanidad. Al comienzo, se realizé el revestimiento. El hombre buscé protec- cion frente a las inclemencias del tiempo, proteccién y calor para las horas de su suefio. Quiso cubrirse. El techo es el elemento arquitecténico més antiguo. En un principio constaba de pieles © tejidos. (Este significado de la palabra atin se conoce en las Jenguas germanicas por la relacién que en ellas hay entre techo y cubrirse). El techo se tenia que disponer sobre un lugar que ofreciera bastante espacio para dar cobijo a toda una familia. De ahi provienen las paredes, que, al mismo tiempo, constituian una proteccién lateral. Y asi evolucioné el pensamiento arquitecténico, tanto en la humanidad como en el individuo. Hay arquitectos que proceden de otro modo. Su fantasia no forma espacios, sino muros. Lo que: queda entre los muros son los espacios. Y para estos espacios se elige el tipo de revestimien- to que al arquitecto le parece adecuado. Pero el artista, el arquitecto, primero siente el efecto que pien- sa producir y luego, con mirada espiritual, ve los espacios que desea crear. El efecto que quiere producir en el observador: mie- do o temor en una c4rcel; el sentimiento de la Divinidad, en una iglesia; respeto ante la fuerza estatal, en el Palacio del gobierno; piedad en un monumento funerario; caracter hogarefio en la vi- vienda; alegria en una taberna... en todos los casos este efecto se pone de relieve mediante el material y la forma. Cada mate- rial tiene su propio lenguaje formal y ningun material puede absorber las formas de otros, ya que estas formas son resultado 216 de Ia utilidad y del proceso de fabricacién propios. Han surgido junto con el material y gracias a él. Ningin material permite intromisiones en su circulo formal. No obstante, al que osa ha- cer una intromisién semejante, el mundo le sefiala como falsifica- dor. Pero el arte no tiene nada que ver con la falsificacién ni la mentira. Sus caminos, si bien son espinosos, son puros. El campanario de la catedral de San Esteban de Viena podria hacerse en hormigén y colocarlo en cualquier parte; pero enton- ces no seria una obra de arte. Y lo que es valido para dicho cam- panario, lo es también para el Palacio Pitti, de igual modo que lo valido para éste lo es para el Palacio Farnesio. Y con esta obra arquitecténica estarfamos en plena época de la arquitectura de la Ringstrasse? época triste para el arte, época triste para los po- cos artistas que habian entonces entre los arquitectos, que fueron obligados a prostituir su arte en favor de la plebe. Sdlo unos po- cos consiguieron encontrar clientes cuya ideologia era lo bastante amplia como para permitir al artista que hiciera lo que quisiera. El mejor fue Schmidt.’ Le sigue Hansen, el cual, cuando le iba mal, buscaba consuelo en la terracota.* El pobre Ferstel debié de pasar angustias terribles, porque, en el ultimo minuto, se le obli- g6 a revestir partes enteras de la fachada de su Universidad con hormig6n. Los demas arquitectos de esa época, con pocas excep- ciones, sabian que estaban libres de tales angustias y preocupacio- nes.’ ¢Ha cambiado algo? Que se me excuse de responder a esta pregunta. Todavia domina la imitacién y el arte de los suced4neos en arquitectura. Si, atin mas que entonces. En los tltimos afios ha habido personas que se prestaron a proteger esta tendencia —una de ellas, anénimamente, porque el asunto le parecfa un tan- to turbio—, de modo que el arquitecto de sucedaneos ya puede trabajar a sus anchas. Ahora ya recubren las fachadas con aplomo y se cuelgan las «piedras portantes» con derecho artistico bajo la cornisa principal. jBien, adelante, heraldos de la imitacién, elabo- radores de incrustaciones imitadas, de-chapucea-las-ventanas-de- tu-casa y falsos bocks de cerveza de papiermaché! jEn Viena flore- ce para vosotros una primavera nueva, el suelo esté recién abo- nado! Pero, la sala de estar —toda ella alfombrada y tapizada—, ¢no es una imitacién? {Las paredes no se construyeron con tapices! Claro que no. Pero estos tapices s6lo desean aparecer como ta- pices y no como ladrillos; no quieren ser considerados en modo alguno como tales, ni los imitan en el color ni en la muestra, sino que ponen de relieve su importancia como revestimiento de la su- perficie de la pared. Cumplen con su finalidad segin el principio del revestimiento.” Como ya se dijo al principio, el revestimiento 217 es mas antiguo que la construccién. Los motivos de que el reves- timiento exista son de indole diversa. A veces constituye la pro- teccién contra las inclemencias del tiempo como la pintura al aceite sobre madera, hierro o piedra, otras veces tiene motivos higiénicos, como ocurre con las baldosas que hay en los lavabos para revestir la superficie del muro, y otras veces es el medio de conseguir un determinado efecto, como el policromar las esta- tuas, el empapelado de las paredes o el aplacado de la madera. El principio del revestimiento, término que emples Semper por primera vez, se hace extensivo a la naturaleza. El hombre tiene una piel, el arbol est revestido por Ia corteza. Partiendo de este principio del revestimiento, formulé una ley enteramente definida, que denominé ley del revestimiento. No hay que asustarse. Las leyes, asi se dice cominmente, ponen tér- mino a toda evolucién. Y ademas todos los antiguos maestros nunca tuvieron necesidad de leyes. Cierto, Donde se desconoce el robo seria absurdo crear leyes referentes a él. Cuando los mate- riales que se utilizan para el revestimiento atin no se imitaban no hacian falta las leyes. Me parece que ya ha Ilegado su hora. La ley dice asi: Se ha de trabajar de tal modo que la confusién del material revestido con el revestimiento resulte imposible. Es decir: la madera puede pintarse con todos los colores menos con uno, el de la madera. En una ciudad cuya comisién de exposicio- nes decide pintar toda la madera de la Rotonda”™ como si fuera caoba, en una ciudad en que toda la madera se pinta con veteados, esta frase es muy arriesgada. Parece que aqui hay gente que con- sidera esto como algo distinguido. Como los tranvias y trolebu- ses, y como toda Ja produccién de vehiculos proceden de Ingla- terra, son Ios tmicos objetos de madera que presentan colores puros. Me atrevo a afirmar que uno de estos vehiculos —espe- cialmente uno de los de la linea eléctrica— me gusta mas con su color puro que si estuviera pintado, segin el principio de embe- llecimiento de la comisién de exposiciones, como si fuera caoba. Pero, en nuestro pueblo, también dormita el verdadero senti- miento de distincién; 0 mejor dicho se halla profundamente so- terrado. De otro modo la compafifa de tranvias no contaria con la circunstancia de que la tercera clase pintada de marrén, es de- cir, del color de la madera, infunde un sentimiento de menos distincién que las clases primera y segunda pintadas de verde. Referf a un colega, de manera drastica, este sentimiento in- consciente. En una casa habfa dos viviendas en la primera plan- ta. El que habia alquilado uno de los pisos hizo que a su cargo le pintaran los marcos de las ventanas en color blanco. Hicimos una apuesta que consistié en Ievar a un ntimero determinado de 218 personas ante la casa; y, sin advertirles la diferencia existente entre las ventanas, les preguntamos en qué parte debja vivir el sefior Pluntzengruber y en cual el conde Liechtenstein,® dos nom- bres de vecinos que nos permitimos inventar. Undnimemente, to- dos dijeron que la parte de madera veteada era la del sefior Plunizengruber. Desde entonces, mi colega sélo pinta de blanco. El veteado artificial de la madera es, naturalmente, un hallazgo de nuestro siglo. El hombre medieval pintaba la madera prefe- rentemente de rojo vivo, el renacentista de azul, el barroco y el rococé preferian interiores blancos y exteriores verdes. Nuestros campesinos han conservado su mente tan sana que pintan en co- lores puros. {Qué bello efecto producen la puerta y la verja verdes en contraste con la tierra, las persianas verdes con la pared enca- jada de blanco! Desgraciadamente, en algunos lugares ya ha pe- netrado el gusto de nuestra comisién de exposiciones. Todavia se recordaré la indignacién moral que se produjo en la sociedad de artesania y sucedéneos, cuando, procedentes de Inglaterra, Iegaron a Viena los primeros muebles pintados al acei- te. La ira de estos bravos no iba dirigida contra la pintura. En Viena, cuando se utilizaba madera blanda, también se pintaba al aceite. Pero que los muebles ingleses osaran presentar su pintura tan franca y abiertamente, en vez de imitar madera dura, hizo que estos santos varones excepcionales se exasperaran. Se guifia- ron los ojos y se hizo como si nunca se hubiera utilizado el acei. te. Seguramente estos sefiores creen que sus muebles y construc- ciones con falsos veteados se han tenido hasta ahora por muebles realizados con madera noble. No citando ningin nombre de los pintores de esta exposicién, creo que esa sociedad me lo agradecera. El principio del revestimiento dirigido a los estucadores di- rfa: Las obras de. estucado pueden presentar todo tipo de orna- mentos menos uno, el de la construccién de ladrillos. Debiera creerse que el enunciado de algo tan natural es innecesario, pero hace poco se me ha llamado la atencién con respecto a una obra arquitecténica cuya pared, una vez estucada, se habia pintado de rojo y se habian pintado juntas en color blanco, de modo que semejaran ladrillos. También es oportuno citar la decoracién de cocinas tan estimadas por todo el mundo, consistente en imitar sillares. En general, todos los materiales que sirven para revestir paredes, es decir, papeles pintados, hules, telas y tapices no de- ben representar ladrillos ni sillares. También se comprendera aho- ra por qué aparecen tan antiestéticas las piernas revestidas de tricot de nuestras bailarinas. El tejido de punto puede teifiirse de cualquier color, excepto de color carne. 219 Un material de revestimiento puede conservar su color natu- ral si el material cubierto es del mismo color. Asi, puedo pintar hierro negro con alquitran, puedo cubrir una madera con otra (aplacado, marqueteria, etc...), sin tener que pintar la madera que cubre; puedo revestir un metal con otro por el fuego o por galvanoplastia. Sin embargo, el principio del revestimiento prohibe imitar mediante una tintura el material que se halla debajo. Por ello, puede alquitranarse el hierro, pintarse al aceite o revestirse galvanicamente, pero nunca cubrirse con el color del bronce, es decir, con el color de otro metal. También merecen mencionarse las placas de chamota y las de piedra artificial, de las que unas imitan el mosaico y otras los tapices persas. Cierto es que hay gente que se lo cree; los fabri- cantes deben conocer a su publico. iPero, no, imitadores y arquitectos de suceddneos, os equivo- cdis! El alma humana es algo demasiado elevado y excelso para que a través de vuestros medios, insignificantes medios, pudierais engajiarla. Verdad es que tenéis en vuestro poder a nuestro pobre cuerpo. Sélo tiene a su disposicién cinco sentidos para distinguir lo verdadero de lo falso. Y alli donde el hombre alcanza con sus érganos sensoriales, allf empieza vuestro dominio, alli esta vues- tro imperio. Pero de todos modos, lo repito: ;Os equivocais! Pin- tad sobre la cubierta de madera las mejores incrustaciones, los pobres ojos se lo creerdn, pero la psique divina no creeré vues- tras falacias. Percibe en las mejores incrustaciones pintadas, las que parecen auténticas, solo la pintura al aceite. 220 ARQUITECTURA (1910) ¢Quiere usted acompafiarme a la orilla de un lago de monta- fia? El cielo es azul, el agua verde y todo est4 en profunda cal- ma. Las montafias y las nubes se reflejan en el lago y también Jas casas, granjas y capillas, No parecen hechas por la mano del hombre, sino surgidas del taller de Dios. Lo mismo que las mon- tafias y Arboles, las nubes y el cielo azul, Y todo respira belleza y calma. @Y alli? ¢Qué es aquello? Un tono discordante en esta paz. Como una estridencia innecesaria. En medio de las clases de los campesinos, que no las hicieron ellos, sino Dios, hay un chalet. La obra de un arquitecto, gbueno o malo? Lo ignoro. Sélo sé que han desaparecido la paz, la calma y la belleza. Porque ante Dios no hay arquitectos buenos o malos. En las cercanias de su trono, todos los arquitectos son iguales. En las ciu- dades, en el reino de Belial, hay finos matices, como precisamente corresponde a los vicios, y por ello pregunto: ¢Cémo es que todo arquitecto, tanto si es bueno como si es malo, estropea el paisaje del lago? El campesino no lo hace. Tampoco el ingéniero, que construye las vias para un tren que pase junto a la orilla, o con sus barcos que hacen profundos surcos en la clara superficie del lago. Estos crean de otro modo. El campesino ha cortado el verde césped donde ha de erigirse la nueva casa y ha excavado la tierra en el sitio donde han de alzarse los cimientos. Entonces surge el alba- ail. Si hay tierra arcillosa en las proximidades, esto significa que habra un ladrillar que le provea de ladrillos. Si no, también sirve la piedra que constituye la orilla. Y mientras el albafiil coloca un ladrillo sobre otro, o una piedra sobre otra, el carpintero inicia su trabajo. Alegres suenan los golpes del hacha. Hace la cubier- ta. Qué tipo de cubierta? ¢Bonita 0 fea? Lo ignora. La cubierta. Y¥ luego, el carpintero toma las medidas para puertas y ven- tanas y aparecen todos los demas trabajadores que, a su vez, to- man medidas, van a sus talleres y trabajan. Y después, el cam- pesino remueve en un gran cubo el preparado de cal y encala su casa de blanco. Guarda la brocha con que lo hace, porque, al afio siguiente por Pascua, volvera a necesitarla. Ha querido levantar una casa para él, para su familia y para su ganado, y lo ha conseguido. Igual que sus vecinos o su bisabue- 221 lo. Como lo consigue cualquier animal que se deja guiar por sus instintos. ¢La casa es bella? Si, es tan hermosa como pueda serlo una rosa o un cardo, un caballo o una vaca. Y de nuevo pregunto: gPor qué estropea un arquitecto, tanto si es bueno como si es malo, el paisaje del lago? El arquitecto, como casi todos los demas habitantes de la ciudad, no posee cultu- ra. Le falta la seguridad del campesino, que tiene dicha cultura. El habitante de la ciudad es un desarraigado. Llamo cultura al equilibrio entre-el interior y el exterior del ser humano, que ga- rantiza un modo de pensar y de actuar sensato. Préximamente daré una conferencia sobre el tema: ¢Por qué tienen los paptias una cultura y los alemanes no? La historia de la humanidad no presenta hasta ahora ningin perfodo carente de cultura. La creacién de este tipo de periodos estaba reservada al ciudadano de la segunda mitad del siglo xix. Hasta la evolucién de nuestra cultura habia sido continua. Se obedecia a la época y no se prestaba atencién al futuro ni al pasado. Pero entonces surgieron los falsos profetas. Dijeron: jQué vida més horrible y aburrida es la nuestra! Y reunieron todos los objetos de todas las culturas y los colocaron en museos y dije- ron: Ved, esto es belleza. Vosotros, sin embargo, habéis vivido entre cosas deplorables y feas. Entonces se produjeron muebles que, como las casas, estaban provistos de columnas y cornisas; se emplearon el terciopelo y la seda. Sobre todo, se produjeron ornamentos. Y como el arte- sano, por ser un hombre moderno y culto, no estaba en situacién de dibujar ornamentos se fundaron escuelas en las que se defor- m6 todo lo posible a jévenes mentalmente sanos. De igual modo que, en China, se mete a los nifios en Vasijas y se ceban durante afios hasta que, como atroces abortos, hacen estallar su jaula. Estos atroces abortos espirituales fueron, al igual que sus herma- nos chinos, debidamente observados y gracias a sus defectos pu- dieron ganarse con facilidad el pan. No habia nadie que dijera a los hombres: jPensad que el ca- mino de la cultura es un camino que, partiendo del ornamento, conduce a la carencia de ornamentos! La evolucién de la cultura va emparejada con el abandono del ornamento en los articulos de consumo. El paptia cubre de adornos cuanto se halla al alcan- ce de sus manos, desde su cuerpo y rostro hasta su arco y su barca de remos. Pero, actualmente, los tatuajes son signo de de- generacion y sdlo los Ievan los criminales y los aristécratas dege- nerados. Y el hombre culto, en contraste con el paptia, considera que un rostro sin tatuar es mas bello que otro tatuado, aunque 222 los tatuajes procedieran de Miguel Angel o del propio Kolo Mo- ser. Y el hombre del siglo x1x no s6lo quiere ver protegido su rostro, sino también sus maletas, vestidos, muebles, casas del nuevo paptia producido artificialmente. ¢El gético? Estamos mas allé que los hombres de la época gética. ¢E] Renacimiento? Tam- bién lo hemos superado. Nos hemos vuelto mas refinados y no- bles. Carecemos de los templados nervios que son precisos para beber en una jarra de marfil en la que esté labrada una batalla de amazonas. zHemos perdido las técnicas antiguas? ;Gracias a Dios! A cambio de todo esto tenemos la musica de Beethoven. Nuestros templos ya no estén pintados, como el Partenén, de azul, rojo, verde y blanco. No, hemos aprendido a estimar la be- Ieza de la piedra desnuda. Pero por aquel entonces —ya lo he dicho antes— no habia na- die que aleccionara a los hombres, y los enemigos de nuestra cultura y quienes alababan antiguas civilizaciones hallaron facil el juego. Ademas, se encontraban en un error. Entendfan mal las épocas pasadas. Como slo se conservaron los objetos que, gracias a su ornamentacién, carente de finalidad, no eran adecuados para el uso, solamente quedaron dichos objetos ornamentados y asi se llegé a la conclusién de que, en épocas anteriores, tan s6lo ha- bian habido objetos adornados. De otro modo, los objetos pu- dieron clasificarse con facilidad segin su antigiiedad y proce- dencia, gracias a sus ornamentos, y el catalogarlos fue una de las distracciones mds edificantes de aquella época maldita de Dios. El artesano no podia con ello. Debfa hacer en un dia todo lo que durante siglos habian hecho todos los pueblos, y, ademas, descubrir cosas nuevas. Estos objetos eran expresién de su cultura y los artesanos los realizaban del mismo modo que el campesino construye su casa. El artesano de nuestra época sabia trabajar como los de antes. Pero el coetneo de Goethe ya no sabia hacer ornamentos. Entonces, se Ilamé a los deformados y se les otorgé la tutela del artesano. EI albafil, el maestro de obra, tuvieron tutor. El maestro de obra sdélo podia construir casas que fueran del estilo de su tiem- po. Pero el que podia edificar en todos los estilos pasados, el que pudo salirse del contacto con su época, el desarraigado y defor- mado paso a ser el hombre importante, el arquitecto. El artesano no podia prestar mucha atencién a los libros. El arquitecto, en cambio, lo refirié todo a ellos. Una literatura enorme le alimentaba con todos los valores de la ciencia. No se previé el efecto tan nefasto que produciria esta infinidad de publicaciones en nuestra cultura urbana, ni que Iegara a perturbar todo cono- cimiento de nosotros mismos. Era lo mismo. que el arquitecto 223 estuviera imbuido de tal modo que pudiese dibujar las formas de memoria, que si precisaba tener ante él un libro, mientras pro- ducia su «

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