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“Muchos creyentes tienen un problema con la vida cristiana.

Para algunos,
el cristianismo solo es un conjunto de creencias, y para otros, un rígido
compendio de normas. Pero en el evangelio existe una dinámica cuyo
objetivo es fortalecer y guiar la vida humana por el camino adecuado. Dios
ha dado su palabra para indicarle a su pueblo un camino de devoción.
Casillas ha trazado un mapa que busca demostrar cómo las verdades bíblicas
deben ponerse en práctica en la vida. Él muestra de forma eficaz que el
cristianismo no es solamente una religión, sino un modo de vida”.
Michael P. V. Barret. Vicepresidente de asuntos académicos del
Seminario Teológico Puritano Reformado.

“¿Cómo puede un antiguo libro como la Biblia guiarnos a través de las


complejidades de la vida contemporánea? Esta es la pregunta que Ken
Casillas responde, y lo logra exitosamente. Este es un libro fuera de lo
común, y resulta ser excepcionalmente perspicaz. Con él, Casillas desafió mi
forma de pensar y alimentó mi alma”.
Kevin Bauder, profesor investigador de Teología Sistemática, Seminario
Teológico Bautista Central de Minneapolis.

“Casillas escribió este libro con el corazón de un pastor y con la


convicción basada en la Biblia de que Cristo salva a los creyentes no solo de
la ira de Dios, sino que nos salva también para que podamos reflejar cada vez
más la santidad de Dios. El libro Más Allá del Capítulo y el Versículo, le
brinda a cada cristiano un marco y un método teológicos para aplicar las
Escrituras en nuestras vidas cotidianas. En este libro Casillas sugiere que
nuestra búsqueda interpretativa debe distinguir los aspectos temporales de las
verdades eternas, y brinda una gran variedad de ejemplos del Antiguo y
Nuevo Testamento. Estos ejemplos sirven de base para un acercamiento a las
Escrituras que se toma en serio el poder salvador del evangelio, en el pasado,
el presente y el futuro. Con un gran sentido práctico, el autor establece una
diferencia entre su enfoque y el legalismo, brinda un concepto de libertad
cristiana, e inunda su discurso con sólidos y meticulosos argumentos bíblicos.
Este libro, amparado por una investigación rigurosa, rebosa de adoración a
Dios, ayudará a todos los que estamos en Cristo a continuar creciendo en
nuestra fe y a cumplir el propósito por el cual fuimos salvos”.
Jason S. DeRouchie, Profesor de Antiguo Testamento y Teología Bíblica
del Seminario y Universidad Bethlehem.

“Muchos de nuestros problemas en la vida cristiana están relacionados


con la manera de ‘aplicar’ las Escrituras de forma personal. Ken Casillas nos
ayuda brindándonos este estudio abarcador sobre la naturaleza de este uso, el
cual incluye muchos ejemplos específicos. Él nos muestra cómo los autores
bíblicos ponían en práctica la Palabra de Dios, y cómo debemos hacerlo
nosotros por nuestra parte. Este libro se basa en una sólida perspectiva acerca
de la autoridad y suficiencia de la Biblia, y muestra un profundo análisis de
los problemas reales que enfrentamos en nuestro andar con Dios. Casillas se
centra de forma especial en el tema de la santificación, la doctrina de cómo el
Espíritu y la Palabra conforman nuestras vidas a la imagen de Cristo. Espero
que este libro tenga muchos lectores y se convierta así en una gran bendición
para la iglesia”.
John Frame. Profesor Emérito de Teología Sistemática y Filosofía del
Seminario Teológico Reformado.

“Si usted no ha encontrado dificultades a la hora de aplicar las enseñanzas


de la Biblia es porque no ha pasado mucho tiempo intentando aplicarlas.
Vivir de una manera que sea digna del evangelio puede parecer poco realista,
o al menos, increíblemente difícil. Pero hay esperanza. Este libro constituye
una ayuda a la hora de conectar la Biblia con su vida. Estas páginas brindan
una herramienta útil gracias a la cual podrá, para la gloria de Dios, edificar su
vida con gozo y seguridad sobre su Palabra”.
Sam Horn, Presidente en The Master’s University.
Teología y Práctica
de la Aplicación Bíblica

Ken Casillas
Más Allá del Capítulo y el Versículo fue publicado originalmente en inglés bajo el título Beyond
Chapter and Verse.

© 2018 por Ken Casillas

Todos los derechos reservados. Sin permiso escrito por parte de los editores, ninguna parte de este libro
puede ser reproducida ni procesada en forma alguna o por medio alguno, ya sea de manera electrónica
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© 2020
EB-602-K
ISBN 978-1-953663-29-0
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3417 Kenilworth Blvd
Sebring, FL 33870
www.ebi-bmm.org
(863) 382-6350
Printed in the USA
A mis hijos:
Daniel, Josh, Anna Grace, Abigail y Samuel
Agradecimientos
Este libro refleja la incuantificable ayuda e influencia de muchos amigos
cristianos. Les agradezco de todo corazón por sus contribuciones a esta obra
y a mi vida en general.
En primer lugar, deseo expresar mi gratitud a Stephen Jones, antiguo
presidente de la Universidad Bob Jones (BJU, por sus siglas en inglés), por
haber establecido la Dotación del Presidente para la Literatura. Aquellos que
financiaron esta donación fueron usados por Dios para hacer posible desde el
punto de vista económico la redacción de este libro. El actual presidente,
Steve Pettit, permanece comprometido con este ministerio del Seminario de
la BJU, y estoy agradecido por su apoyo.
Debo agradecer también a Sam Horn y a Steve Hankins, decano y decano
adjunto respectivamente en el seminario. Su liderazgo desinteresado le ha
permitido al cuerpo docente ir en busca de nuestro llamado. Valoro mucho su
fiel aliento e intercesión. También les agradezco a mis colegas Gary Reimers
y Layton Talbert por leer el manuscrito. Ellos hicieron muchas
recomendaciones que fortalecieron el contenido de mi libro y pulieron mi
presentación.
Estoy eternamente en deuda con mis antiguos profesores de la BJU por
haberme enseñado la Palabra de Dios y por moldear mi enfoque hacia ella.
Su influencia es dominante en este libro. Ya llevo algunos años enseñando
junto a ellos, y alabo al Señor por ese privilegio.
También estoy agradecido por el apoyo que recibí del pueblo de Dios de
la Iglesia Bíblica de Cleveland Park. Ellos oraron por mí durante el curso de
este proyecto; y semana tras semana aceptan gentilmente mis esfuerzos por
aplicar las Escrituras cuando predico.
¿Cómo pudiera agradecerle lo suficiente a mi familia? Toda mi familia
extendida me apoyó en oración. Mis cinco hijos han soportado meses y meses
en los cuales he estado absorto con este libro. Confío en que el resultado los
beneficiará de forma especial. En el epílogo explico por qué les dedico esta
obra.
Mi esposa Soraya ha servido incesantemente como guerrera de oración,
porrista, caja de resonancia y facilitadora por detrás del telón. Cuando nos
casamos ni siquiera imaginaba el regalo que el Señor me estaba dando.
Al Señor pertenece la alabanza suprema por todo cuanto resulte verdadero
y útil en este libro, y por todo bien que de él provenga. Que su Palabra sea
obedecida y su nombre sea honrado. ¡Soli Deo gloria!
Abreviaturas
RVR60 = Reina Valera 1960
LBLA = La Biblia de las Américas
NVI = Nueva Versión Internacional
BSO = Biblia del Siglo de Oro
NBLH = Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy
NTV = Nueva Traducción Viviente
BTX = La Biblia Textual
TLA = Traducción en Lenguaje Actual
AOTC = Apollos Old Testament Commentary.
BDAG = Bauer,W., F. W. Danker, W. F. Arndt y F. W. Gingrich. Greek-
English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian
Literature. 3a edición, Chicago: University of Chicago Press, 2000.
BECNT = Baker Exegetical Commentary on the New Testament.
BSac = Bibliotheca Sacra.
CNTUOT = Beale, G. K. y D. A. Carson, eds. Commentary on the New
Testament Use of the Old Testament. Grand Rapids, MI: Baker, 2007.
GSC = A Geneva Series Commentary.
HALOT = Koehler, Ludwig y Walter Baumgartner. The Hebrew and
Aramaic Lexcion of the Old Testament. Edición de estudio. Revisada por
Walter Baumgartner y Johann Jakob Stamm. Traducido por M. E. J.
Richardson. Leiden, Países Bajos: Brill, 2001.
JBMW = Journal of Biblical Manhood and Womanhood.
JETS = Journal of the Evangelcial Theological Society.
NAC = The New American Commentary.
NICNT = New International Commentary on the New Testament.
NICOT = New International Commentary on the Old Testament.
NIDOTTE = New International Dictionary of Old Testament Theology and
Exegsis. Editado por William A. VanGemeren. 5 tomos. Grand Rapids,
MI: Zondervan, 1997.
NIGTC = New International Greek Testament Commentary. Grand Rapids,
MI: Eerdmans, 1999,
NSBT = New Studies in Biblical Theology.
PNTC = Pillar New Testament Commentary.
TNTC = Tyndale New Testament Commentary.
TOTC = Tyndale Old Testament Commentary.
WBC = Word Biblical Commentary.
ZECNT = Zondervan Exegetical Commentary on the New Testament.
Introducción

K atia cerró su Biblia sintiéndose decepcionada. Se sentía contenta de


haber hecho “su devocional” fielmente, pero a la vez frustrada de “no
haber sacado nada de él”. Pero lo más desalentador era que le había estado
pidiendo al Señor que le mostrara su voluntad acerca de una importante
decisión, y la Biblia no parecía estarle brindando la orientación que ella
necesitaba.
Andrea valoraba la oportunidad de poder aconsejar a su amiga Carla,
cuyo matrimonio había pasado por tiempos difíciles. Pero después de un
tiempo, Andrea no sabía ya qué hacer. Se estaba quedando en blanco cuando
trataba de pensar en versículos relacionados con la situación de Carla. Y
estaba enfrentando la misma dificultad a la hora de responder las preguntas y
objeciones de sus colegas no cristianos.
Ryan, pastor en un sector pobre del casco urbano de la ciudad, pensaba en
qué texto utilizar para su sermón del domingo. Él comprendía bastante bien
lo que Dios les estaba diciendo a los israelitas en el siguiente capítulo de
Deuteronomio; estaba comprometido con la exposición de las Escrituras,
pero, ¿qué podría tener en común este pasaje con los estadounidenses
urbanos del siglo veintiuno?
Al pensar en los cultos dominicales, Marta se sentía espiritualmente
energizada. Pero a la vez, se sentía un poco incómoda con algunos de los
planteamientos que el predicador visitante había hecho. No parecían tener
relación con el texto del día. La verdad es que parecían ser más bien
opiniones personales.
Conrado estaba teniendo otra discusión tensa con Carlos, su hijo
adolescente. Estaban de nuevo hablando sobre el tema de los videojuegos.
“¿Qué tiene de malo este juego?”, preguntó Carlos. “La violencia que se ve
es de mentiras. Además, ¿en qué parte de la Biblia se dice que es malo?
Además, en la Biblia se mencionan muchas matanzas”.
Natán no sabía qué pensar después de pasar el primer semestre en una
universidad cristiana. Él provenía de un hogar bastante conservador, y estaba
básicamente siguiendo los hábitos y normas que sus padres le habían
enseñado. Pero en este nuevo ambiente había tenido que enfrentar una
diversidad de opiniones relacionadas con la vida cristiana. También estaba
escuchando cómo algunos de sus colegas criticaban su propia educación,
tachándola de “legalista”. Deseaban vivir una vida “centrada en el
evangelio”, y no orientada hacia los detalles de la conducta. Natán había
leído algunos artículos en internet que solo le habían aportado aún más
confusión. Él quería desarrollar convicciones bíblicas, pero no sabía por
dónde empezar.

El Desafío de la Aplicación
Los ejemplos antes vistos ilustran solo algunos de los desafíos
relacionados con el tema que presenta este libro: la aplicación de las
Escrituras en la vida contemporánea. Para nadie es secreto que los libros de
la Biblia fueron escritos para individuos que vivieron hace miles de años. Por
tanto, no debe sorprendernos el hecho de que nos resulte difícil saber cómo la
Biblia puede guiarnos hoy, en medio de esta sociedad donde reinan la
tecnología, la globalización y la secularidad. Tampoco debe sorprendernos el
hecho de que a veces exageramos con la aplicación, o de que no aplicamos lo
suficiente. Piense en los problemas de aplicación de los ejemplos anteriores.
En nuestra propia lectura personal de las Escrituras, a veces nos resulta
difícil deducir verdades prácticas. Nuestra vida devocional puede tornarse
improductiva, una simple rutina religiosa. Es posible que también nos
sintamos desalentados al no hallar respuestas para las preguntas específicas
de nuestros corazones.
Esta dificultad se vuelve más pronunciada cuando estamos lidiando con
preguntas que nos hacen las personas a quienes tratamos de ministrar. Puede
llegar el momento en el que deseemos que la Biblia estuviese estructurada
como una enciclopedia de ética o apologética.
Los maestros de la Biblia y los predicadores enfrentan estos desafíos a un
nivel aún mayor. La preparación del sermón no termina cuando el predicador
ya ha interpretado el texto de forma precisa. Él debe aún establecer un
vínculo entre el texto y las vidas de los individuos de una forma convincente.
Esta tarea incluye algunas sub-tareas de enormes proporciones, sobre todo
cuando se trata de materiales relacionados con el Antiguo Pacto. Incluso al
hablar del Nuevo Testamento, el predicador necesitará establecer las
diferencias necesarias entre la cultura del primer siglo y la del siglo
veintiuno.
Desafortunadamente, no siempre los predicadores son lo suficientemente
cuidadosos, y pueden usar el púlpito para promover opiniones que tienen
poca o ninguna base bíblica. Como consecuencia de ello, pierden la
confianza de sus oyentes y esto puede contribuir al escepticismo y a otras
dificultades espirituales.
Por otra parte, ¿deberíamos esperar tener un “capítulo y versículo”
explícitos para cada pregunta que tengamos en la vida? Después de todo,
Dios no reedita la Biblia para cada nueva generación que surja. ¿Será posible
tomar lo que él ha dicho y discernir cuál es su voluntad acerca de asuntos que
él no ha abordado? De ser así, ¿cómo evitamos “añadir” cosas a la Palabra de
Dios?
Por último, ¿cómo se relaciona nuestra responsabilidad de aplicar las
Escrituras con la gloriosa verdad de que Dios nos salva por gracia y no por
nuestras propias obras? ¿Cómo detectar un “legalismo” de forma
inequívoca? ¿Y qué concepto podemos dar de “libertad cristiana”?

Asumiendo el Desafío
Esos son los aspectos que analizo en este libro. Ciertamente la aplicación
de las Escrituras es un tópico complejo. Es imposible plantear una fórmula
que nos garantice que siempre aplicaremos apropiadamente cada pasaje de la
Biblia ante cualquier situación concebible. La aplicación constituye tanto
“arte” como “ciencia”. No solo es necesario que sigamos un enfoque válido
cuando trabajamos con las Escrituras, sino también que hagamos uso de un
discernimiento guiado por el Espíritu cuando ponemos en práctica la Palabra
de Dios ante circunstancias específicas. Otra forma de expresar esto sería
diciendo que, por su misma naturaleza, la aplicación involucra tanto
elementos objetivos como subjetivos.
Sin embargo, no debemos permitir que el aspecto subjetivo nos desaliente
o nos lleve a minimizar la aplicación. Si creemos que la Biblia es nuestra
autoridad, necesitamos comprender cómo funciona realmente esa autoridad
en nuestras vidas. Debemos articular tanto una teología coherente como un
método para la aplicación bíblica. Ese es el objetivo de este libro.
Además, debemos escudriñar la misma Palabra de Dios para que ésta nos
ayude a alcanzar nuestra meta. Esa es una de mis tesis fundamentales, —que
la Biblia misma nos exige aplicar sus enseñanzas, y también nos guía a la
hora de desarrollar un proceso para hacerlo. Por ese motivo nuestro debate
será básicamente exegético, pues analizaremos detenidamente múltiples
pasajes que de una manera u otra se relacionan con el tema de la aplicación.
Este libro se divide en cinco partes. La primera parte proporciona material
contextual esencial; brinda un bosquejo del contexto teológico amplio que
tiene que ver con la aplicación bíblica, relacionándolo con el evangelio en
general (capítulo 1) y con la doctrina de la santificación en específico
(capítulos 2 y 3).
La segunda y tercera partes constituyen el núcleo del libro. Brindan una
síntesis de pasajes claves del Antiguo y Nuevo Testamento que mencionan el
tema de la aplicación. La segunda parte argumenta que la aplicación es
necesaria debido a la naturaleza de las Escrituras (capítulo 4) y también al
alcance de la santificación (capítulo 5). Después, la tercera parte revela
varios patrones bíblicos para la aplicación, basándose sobre todo en el uso
que hace el Nuevo Testamento del Antiguo Testamento (capítulos 6 y 7).
La cuarta parte interactúa con las objeciones más comunes ante la
aplicación. En ella, el capítulo 8 plantea los argumentos relacionados con la
doctrina de la suficiencia de las Escrituras, y el capítulo 9 debate sobre las
acusaciones de legalismo. Esto conduce a una exposición de la libertad
cristiana en el capítulo 10.
Basándose en todo lo anterior, la quinta parte propone procedimientos
para lograr aplicar la Palabra de Dios de forma legítima. Los capítulos del 11
al 14 explican e ilustran un enfoque válido para transitar de la Biblia a la
vida. Los capítulos del 15 al 17 nos enseñan a transitar en la dirección
opuesta: de la vida a la Biblia y viceversa. Un breve epílogo da por concluido
el libro, brindando algunas reflexiones personales.
En última instancia, este libro no es más que un plano de lo que debe ser
el proyecto constructivo permanente de todo cristiano: llevar una vida que
agrade a nuestro Señor. Le ruego al Señor que a medida que usted lea este
libro, Él le guíe, le dé sabiduría y le ayude a crecer en la aplicación de su
Palabra. Mi deseo es que todos podamos llegar a ser capaces de pensar como
Dios piensa.
Primera Parte

El Contexto de la Aplicación Bíblica


Capítulo 1
Todo Gira en Torno al Evangelio

E l término aplicación posee varios significados dentro del habla cristiana.


A menudo hace referencia a una etapa del estudio bíblico o a un
componente de un sermón. En este contexto significa la formulación de lo
que debemos hacer como respuesta a las Escrituras. Esta respuesta puede o
no constituir una acción tangible. Podría resultar, por ejemplo, en un cambio
en la forma de pensar, o en las creencias o las actitudes. Si usted dice,
“Quiero saber cómo se aplica este versículo en mi vida”, usted está
empleando el primer significado del término aplicación. Usted se está
refiriendo a lo que debería hacer. Este libro también se referirá mayormente a
esa acepción del término.
En otros casos el término “aplicación” indica “puesta en práctica”, es
decir, el decidir reaccionar ante la Palabra de Dios de forma apropiada. Esto
significa algo que usted realmente hace, como cuando alguien dice, “Puse en
práctica la palabra de Dios y le pedí perdón a mi hermano por haberle
hablado ásperamente”. Tal vez la palabra que mejor refleje esta idea sea
sencillamente “obediencia”.
Cualquiera que sea el significado en cuestión, la aplicación bíblica se
centra en la responsabilidad humana, lo que hacemos. Esta sencilla verdad
saca a la luz un tema esencial e importante. Tal vez usted haya escuchado
decir que las religiones del mundo pueden condensarse en la palabra haz,
pero que el evangelio cristiano es único, ya que proclama, “¡Está hecho!”.
Yo mismo he hecho esa afirmación, la cual resume de forma sucinta la
esencia del evangelio. Nuestra relación con Dios no se basa en lo que
hacemos, en nuestras obras. En lugar de ello se basa en lo que Jesucristo hizo
por gracia, en su obra como sustituto nuestro. ¡Esta verdad nos alivia y
reconforta en gran manera!
En nuestro esfuerzo por aplicar las Escrituras podemos fácilmente restarle
importancia a esta verdad. Ciertamente esto constituye una crítica común de
la aplicación bíblica. Así que en este capítulo analizaremos la relación que
existe entre la aplicación y el evangelio de forma general. Esto nos brindará
la perspectiva necesaria y nos ayudará a evitar interpretaciones erróneas. Y
espero que aún logre más: que nos ministre la motivación para siempre
luchar por aplicar las Escrituras.
El término griego del cual proviene la palabra en castellano evangelio
(euangelion) significa “buenas noticias”. Este sustantivo y otras partes del
discurso relacionadas aparecen más de 130 veces en el Nuevo Testamento.
¿Pero cuáles son exactamente las buenas noticias? A menudo los autores
bíblicos suponen que sus lectores conocen la respuesta, basándose en
enseñanzas pasadas o en el contexto más amplio, o en ambas cosas. Pero en
otras ocasiones los autores brindan detalles. Obtenemos un sentido de la
amplitud de las buenas noticias a partir de frases donde el sustantivo
evangelio es sucedido por la preposición “de” y después por otro término. En
estos casos, la preposición “de” por lo general significa “acerca”, o incluye
esa idea:
• El evangelio del reino (Mt. 4:23)
• El evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. (Mr. 1:1)
• El evangelio de la gracia de Dios (Hch. 20:24)
• El evangelio de Dios (Ro. 1:1)
• El evangelio de la gloria de Cristo (2 Co. 4:4)
• El evangelio de vuestra salvación (Ef. 1:13)
• El evangelio de la paz (Ef. 6:15).
Algunos pasajes también afirman las bendiciones que el evangelio brinda:
Cristo “quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el
evangelio” (2 Ti. 1:10). Otros resumen lo que ocurrió en la historia para
garantizar esas bendiciones: “Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David,
resucitado de los muertos conforme a mi evangelio” (2 Ti. 2:8). Pero otros
textos definen o describen el evangelio extensamente. Estaremos estudiando
dos de estos pasajes, posiblemente los dos más famosos: 1 Corintios 15 y
Romanos 1.

1 Corintios 15
El Espíritu Santo condujo al apóstol Pablo a escribir 1 Corintios 15 para
defender la resurrección corporal de los creyentes, y refutar la negación de
esa doctrina, la cual estaba ejerciendo cierta influencia en la iglesia corintia.
Al comenzar su epístola, Pablo repasa el mensaje que él había escrito
originalmente para la iglesia de Corinto. Llama a este mensaje evangelio, y
en los versículos del 1 al 11 explica el significado del término.
Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el
cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual
asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no
creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que
asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a
las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día,
conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los
doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los
cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a
Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un
abortivo, me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de los
apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a
la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su
gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que
todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Porque o sea
yo o sean ellos, así predicamos, y así habéis creído.
El Evangelio
Percatémonos de la presencia de algunas verdades esenciales en estos
versículos, comenzando por su prioridad. En el versículo 3 es posible que
Pablo esté diciendo que él llevó el evangelio a los corintios como “lo primero
que hizo”. Pero la traducción “primeramente” encaja mejor con el hecho de
que este capítulo es una defensa del evangelio contra las falsas enseñanzas.
Los corintios debían valorar la prioridad del evangelio, como aquel mensaje a
través del cual eran “salvos” (v. 2). En segundo lugar, analicemos la base
textual del evangelio. En dos ocasiones el apóstol asevera que su mensaje es
“conforme a las Escrituras” (v. 3 y 4). Esta frase indica que el evangelio
cumple las promesas redentoras de Dios presentes en todo el Antiguo
Testamento. De esta manera no podremos comprender la total trascendencia
del evangelio si lo apartamos de sus antecedentes que se hallan en el Antiguo
Testamento.
En tercer lugar, pasamos al contenido como tal del evangelio. A partir del
versículo 3 Pablo explica en detalle el contenido en un pasaje que puede
considerarse un antiguo credo que expone las creencias fundacionales de la
iglesia cristiana. Este resumen del evangelio se centra en determinados
sucesos históricos del ministerio de Jesús. Aun así, la frase “conforme a las
Escrituras” rompe con la estructura de forma tal que sugiere una relación
particular entre dichos sucesos.
Suceso principal: que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las
Escrituras.
Suceso secundario: y que fue sepultado.
Suceso principal: y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras.
Suceso secundario: y que apareció a Cefas, y después a los doce....
Así que tenemos dos sucesos principales: la muerte y la resurrección de
Jesús. Su sepultura se presenta como evidencia de que él realmente murió. De
la misma manera, los testigos oculares confirmaron que él realmente resucitó
de entre los muertos.1 Cualquiera que sea el caso, queda claro que el
evangelio gira en torno a lo que Jesús logró.
Pero, ¿por qué murió? Ese será el próximo tema a debatir: el propósito del
evangelio, o al menos uno de sus propósitos. Pablo dice que Cristo murió
“por nuestros pecados” (v. 3). Esta corta frase lleva consigo mucho de
teología: que Dios existe, que el hombre le debe obediencia, que el hombre se
ha rebelado contra él, que Dios castigará al hombre como consecuencia de su
rebelión, y que el hombre puede impedir ese castigo si acepta el sacrificio
expiatorio que Dios ha provisto a través de Cristo. La conexión inmediata que
se establece con la frase “conforme a las Escrituras” hace alusión a los
rituales sacrificiales del Antiguo Testamento para mayor explicación, y tal
vez específicamente a la profecía del varón de dolores, de Isaías 53.2
La frase “por nuestros pecados” además de encerrar mucha teología,
implica otros sentidos teológicos; da paso al tema de la relación que una
persona tiene con el pecado después de haber sido restaurada a Dios a través
de Cristo. ¿Contiene el evangelio también una solución para ese problema?
Comenzaremos a responder esa pregunta cuando analicemos la experiencia
humana del evangelio. Los corintios habían recibido (v. 1) y creído (v. 2), el
mensaje de Pablo. Estos términos piden a gritos una definición, pero una vez
más el apóstol da por sentado que sus lectores comprenden su significado
gracias a experiencias pasadas. Él sí presenta un argumento con respecto a la
fe genuina, una advertencia: “Por el cual asimismo, si retenéis la palabra que
os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano” (v. 2).
Son muchos los detalles en este versículo que merecen nuestra atención.
En primer lugar, el primer verbo en griego se traduce como “sois salvos”
porque está en el tiempo presente. Esta fraseología indica que los creyentes
corintios estaban experimentando una liberación continua de sus pecados a
través del evangelio.3 En segundo lugar, los corintios necesitan “retener” el
evangelio. De hecho, si los corintios no logran hacerlo, su fe habrá sido “en
vano”. Esta irónica observación anticipa las aseveraciones de los versículos
14 y 17. En ellos, utilizando palabras similares a “vano”, Pablo dice que si los
corintios rechazaban la doctrina de la resurrección, habrían creído en vano, ya
que estarían rechazando una verdad indispensable para el poder salvador del
evangelio.4
La última parte del pasaje habla aún más sobre las experiencias que tienen
los cristianos en el evangelio. Aquí los comentarios autobiográficos de Pablo
ilustran que el evangelio transforma al creyente, modificando sus valores y
dando un nuevo rumbo a su vida. El evangelio había tomado a un hombre que
perseguía a la iglesia de Dios (v. 9), y lo había convertido en alguien que
había “trabajado más que todos” los demás apóstoles para promover el
evangelio y la iglesia (v. 10). Este cambio dramático demostraba que la
gracia de Dios no había sido “en vano” en el caso de Pablo (v. 10). Y para
que nadie malinterpretase la realidad, pensando que ese cambio en Pablo se
había producido gracias a sus propios esfuerzos, él hace hincapié en la fuente
de todo cuanto había ocurrido en su vida y de lo que estaba ocurriendo:
“...pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (v. 10).
Aplicación
El capítulo 15 de 1 Corintios rebosa de verdades, pero ¿qué tiene esto que
ver con nuestro tema, la aplicación de las Escrituras? En primer lugar, esto
debe impulsarnos a “darle la prioridad a lo que lo merece.” La muerte y
resurrección de Jesucristo constituyen el núcleo del evangelio. No podemos
permitir que nuestra aplicación de las Escrituras tenga más importancia de la
que posee ese mensaje. Más que nada, nuestras vidas y nuestra predicación
deben estar evidentemente caracterizadas por tener su centro en Cristo y en su
obra expiatoria. Sin embargo, percátese de lo que acabo de hacer al decir eso,
¡hice una aplicación! Extendí hasta nuestra época una afirmación histórica
sobre el ministerio de Pablo a los corintios. Así que incluso cuando damos
prioridad al evangelio, estamos haciendo una aplicación.
Además, como 1 Corintios 15 enseña que somos salvos mediante la fe en
la obra de Jesús, debemos proteger al evangelio de cualquier pensamiento
que indique que nuestros esfuerzos, —antes o después de la conversión—
merecen de alguna manera el lugar que ocupamos delante de Dios, o se
derivan de nuestras propias capacidades. Al mismo tiempo, ¿no es acaso la fe
misma un tipo de aplicación, nuestra respuesta ante la provisión de Dios? ¿Y
acaso 1 Corintios 15 no enseña también que la fe salvadora transforma la
conducta de la persona? El mismo Pablo nos señala la respuesta al terminar
este capítulo con una exhortación: “Así que, hermanos míos amados, estad
firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que
vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (v. 58).
Cuando describimos el evangelio como un mensaje sencillo y una verdad
que hasta los niños pequeños pueden entender, estamos planteando una
verdad esencial. Sin embargo, no debemos ser simplistas cuando hablamos
sobre el evangelio. Tal y como dice un comentarista, en 1 Corintios 15 Pablo
expresa “‘sin rodeos’ el contenido del evangelio que salva”.5 El apóstol limita
su definición de esta manera porque es la que más se ajusta al breve análisis
que hace sobre la resurrección de los creyentes. Pablo no pretende que este
pasaje sea una declaración abarcadora acerca del evangelio. Y una vez que
analizamos toda la teología que él da por sentado e incluye implícitamente,
nos damos cuenta de que no tiene por qué existir tensión entre el evangelio y
nuestro empeño por aplicar la Biblia a los asuntos específicos de la vida. En
realidad, este empeño es el cumplimiento necesario del evangelio.
Romanos 1
Veremos cómo estas conclusiones se fortalecen al estudiar nuestro
segundo pasaje, Romanos 1. Desde el principio del pasaje Pablo les dice a los
Romanos, “...pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que
estáis en Roma” (v. 15). Aquí el apóstol pudo haberse referido al hecho de
evangelizar a los incrédulos en Roma. En ese sentido algunos comentaristas
sostienen que el pronombre vosotros se refiere a los lectores de Pablo en su
identidad como romanos, y no en su identidad como cristianos.6
A pesar de que Pablo ciertamente sentía pasión por predicar el evangelio a
los incrédulos, en este versículo la palabra vosotros se refiere de forma más
natural a los cristianos romanos sin distinción de identidad. La idea era que,
para volverse más maduros y productivos espiritualmente, estos creyentes
necesitaban una mayor comprensión del evangelio.7 Ciertamente, esa
fantástica exposición del evangelio que llamamos Romanos es una carta
inspirada por el Espíritu, y fue escrita para individuos que ya habían aceptado
el evangelio.
El Evangelio en Romanos 1:16-17
A medida que Pablo explica sus razones para desear proclamar el
evangelio, expresa la tesis abarcadora de Romanos (vs. 16-17):
Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios
para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también
al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y
para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.
Esta aseveración es famosa por iniciar el debate de Pablo acerca de la
doctrina de la justificación por gracia, por medio de la fe, —que no es más
que la manera en la que Dios declara a los pecadores como justos, al tiempo
que mantiene su propia justicia a través de la expiación sustitutiva de
Jesucristo.
¡La doctrina de la justificación es algo de gran valor para mí! Al recordar
frecuentemente esta valiosísima verdad mi corazón recibe estabilidad, fuerza
y renovación. Mi lugar delante de Dios está asegurado, porque no depende de
mi desempeño, sino de la justicia de Cristo atribuida a mi favor. Disfruto de
ese estatus solo debido a la gracia de Dios, la cual es gratuita para mí, aunque
haya sido terriblemente costosa para Jesús. Mi vida terrenal y destino eterno
dependen de la justificación por la fe en Cristo. Esta es la única vía que Dios
ha provisto para que alguien sea aceptado por él. Me encanta meditar en la
justificación, cantar sobre ella y predicar al respecto. De hecho, mi himno
favorito se regocija en esa doctrina:
Su sangre y su justicia son
Mis ropas y mi galardón;
Y así vestido quiero estar
Cuando ante Dios me vaya a hallar.
Y aunque haya de comparecer
No habrá denuncia que temer,
Mi culpa ha sido absuelta ya,
Y en Cristo ¿quién me acusará?8
Sin embargo, para cumplir con el propósito de este libro mi centro de
atención tiene que ser más amplio.9 Lo que debemos preguntarnos es si el
evangelio se limita a la doctrina de la justificación. Podemos responder esta
interrogante si continuamos leyendo el libro de Romanos. El tratamiento que
Pablo le da a la justificación alcanza su punto culminante en Romanos 3:21-
26. En el capítulo 4 él defiende la doctrina utilizando el ejemplo de la vida de
Abraham. Luego, entre los capítulos 5 y 8, él explora la seguridad absoluta
que tienen aquellos que han sido justificados por la obra de Cristo. Aquí
hallamos algunos énfasis nuevos.
Consideremos esta consecuencia de la justificación por fe: “...nos
gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia;
y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la
esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado” (5:3-5,
LBLA). Aquí Pablo establece una relación entre el carácter santo y la
seguridad. A medida que nuestro carácter crece en medio del sufrimiento,
más nos persuadimos de que Dios ha intervenido de forma sobrenatural en
nuestras vidas. Por tanto, crece nuestra confianza en que él nos reclama como
suyos por toda la eternidad.
Romanos 6 también aborda la experiencia cotidiana de aquellos que han
sido justificados por Cristo. Los versículos del 1 al 11 aseveran que los
creyentes han sido liberados de la esclavitud del pecado y se les ha otorgado
poder para vivir un nuevo tipo de vida. Debemos, por tanto, refrenarnos de
obedecer los impulsos pecaminosos (vs. 12-13):
No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo
obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros
miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos
vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros
miembros a Dios como instrumentos de justicia.
Romanos 7 explica que los creyentes también han sido liberados del poder
esclavizador de la ley de Dios. Esto no significa, sin embargo, que no
necesitemos ya obedecer las leyes morales que nos enseña la ley. Por el
contrario, uno de los propósitos por los cuales Dios nos salva es “para que la
justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la
carne, sino conforme al Espíritu” (8:4). Al parecer Pablo hace esta
declaración para responderles a sus detractores judíos, quienes alegaban que
su evangelio fomentaba una vida desordenada. En realidad, el apóstol
responde que el evangelio capacita a los creyentes para que cumplan las
normas éticas establecidas por la ley a través del poder del Espíritu Santo.10
Un estilo de vida así es prueba indispensable de que el individuo ha
experimentado el evangelio de forma genuina (vs.12-14).
Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que
vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne,
moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne,
viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios,
éstos son hijos de Dios.
Podríamos analizar más versículos, pero los que he citado son suficientes
para demostrar que Romanos expone no solamente la situación legal del
creyente (justificación), sino también su obediencia al Señor, hecha posible
gracias al poder divino (santificación). Una conduce inevitablemente a la
otra. En última instancia, el evangelio abarca ambos elementos. Constituye en
cada aspecto “poder de Dios para salvación” (1:16): salvación del castigo y
del poder del pecado, y en última instancia salvación de la misma presencia
del pecado.
De hecho, algunos eruditos consideran que Romanos 1:17, donde se cita a
Habacuc 2:4, es una anticipación de la estructura de Romanos 1–8. El
versículo dice literalmente, “el justo por la fe vivirá”, y la conexión quedaría
establecida de la siguiente manera:
“El justo por la fe”: 1:18–4:25, énfasis en la justificación
“vivirá”: 5:1–8:39, énfasis en la santificación.11
Este análisis fortalece aún más el vínculo entre el evangelio y la
santificación.
El Evangelio en Romanos 1:1-6
Pero nuestra explicación del evangelio aun no es lo suficientemente
amplia. Necesitamos analizar la primera declaración acerca del evangelio que
se encuentra en Romanos 1. A pesar de que los versículos 16 y 17 reciben
mucha atención, los versículos del 1 al 6 no son tan bien conocidos. Al
presentarse ante sus lectores romanos el autor escribe:
Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el
evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las
santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era
del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con
poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los
muertos, y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la
obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; entre
las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo.
Resulta sorprendente ver que este resumen del evangelio no contiene
referencias específicas acerca del pecado, la expiación, el perdón o la
justificación. Los beneficiarios humanos del evangelio no aparecen
explícitamente hasta el final del pasaje, y aun en ese momento Pablo no se
centra en lo que recibimos, sino en lo que entregamos a Cristo. ¿Qué está
haciendo aquí el apóstol?
Para comenzar, Pablo describe las mismas circunstancias que brinda en 1
Corintios 15: el evangelio no es un mensaje de última hora; ya había sido
profetizado en las Escrituras en el Antiguo Testamento (Ro. 1:2). El
evangelio lleva a cabo el complicado plan divino que Dios había estado
revelando de forma gradual durante siglos.
El versículo 3 plantea que el tema de este plan es el “Hijo” de Dios.
Entonces leemos que este Hijo pertenece al linaje de David. Esto lo conecta
con el pacto que Dios había hecho con David, mediante el cual él prometía
que la dinastía davídica disfrutaría de un dominio permanente en Israel y que
al final reinaría sobre el mundo entero.12
El versículo 4 juega un papel fundamental en este pasaje. Dice que a
través de su resurrección, Jesús fue “declarado Hijo de Dios con poder”. El
término griego que se traduce como declarado significa designar o nombrar.
La expresión Hijo de Dios con poder no implica que Cristo no fuese miembro
de la Deidad antes de la resurrección. Lo que esta frase enseña es que a través
de la resurrección Jesús fue oficialmente nombrado para desempeñar una
nueva fase de ministerio como el Hijo de Dios. El significado de la frase “con
poder” no significa que la resurrección haya desplegado un poder
sobrenatural (aunque ciertamente lo hizo), sino que la resurrección elevó a
Jesús a una nueva posición de poder como el Rey Mesiánico. La traducción
siguiente captura bien la idea: “designado con poder Hijo de Dios” (NVI).13
La Obediencia a la Fe
¿Cuál es la única respuesta apropiada ante esta figura exaltada? Pablo
declara la respuesta que él pide al predicar a las naciones: “la obediencia a la
fe” (v. 5). ¿Qué significa esta frase? Algunos comentaristas interpretan que se
trata de una “obediencia que consiste en fe”. Ellos alegan que aquí se
describe la conversión, declarando que la fe (aunque no es una obra
meritoria) es un tipo de obediencia, es decir, el sometimiento a Dios y a su
plan de salvación.14 Otros interpretan que se trata de una “obediencia
producida por la fe”. Esto describe el discipulado y significa que la fe
genuina conduce a una vida de obediencia a Cristo.15
Algunos expositores combinan ambas ideas, argumentando que “la
obediencia a la fe” comprende tanto la conversión como el discipulado.16
Esta opinión me resulta atractiva porque encaja muy bien en el ámbito
completo de lo que Romanos enseña sobre el evangelio, que no solo nos
declara justos sino que también nos capacita para practicar la justicia. Para
todo esto se necesita una postura del corazón de fe y obediencia. Como dice
un destacado experto en el libro de Romanos:
La obediencia siempre implica fe, y la fe siempre implica
obediencia. Éstas no deben ser equiparadas, compartimentadas ni
separadas en etapas distintas de la experiencia cristiana. Pablo hacía un
llamado a que hombres y mujeres tuviesen una fe que siempre fuese
inseparable de su obediencia (pues el Salvador en quien creemos es
nada menos que nuestro Señor), y a una obediencia que nunca pudiera
divorciarse de la fe (pues solo podemos obedecer a Jesús como Señor
si nos hemos entregado a él en fe). Vista a la luz de esa aclaración, la
frase [obediencia a la fe], captura la dimensión plena de la tarea
apostólica de Pablo, una tarea que no se limitaba solo a la
evangelización inicial, sino que incluía también la edificación y
establecimiento sólido de las iglesias.17
“La obediencia a la fe” no era un tema de poca importancia dentro del
ministerio de Pablo;18 y es vital al mensaje de Romanos. Podemos hallar
otras expresiones relacionadas en los pasajes de 6:17; 10:3,16; y 15:18. Más
tarde la frase la obediencia a la fe (1:5) se repite al final de Romanos (16:26).
De esa forma la expresión forma parte de una “dotación literaria” para la
exposición que el libro hace del evangelio.
Esto nos lleva a otra afirmación que se halla en Romanos 1:5. Pablo
termina el versículo exponiendo el propósito supremo por el cual él predica el
evangelio y hace un llamado a todos a “la obediencia a la fe.” Es por amor al
“nombre” de Cristo, para darle la gloria a medida que más y más personas
confían en él y se someten a él. En ocasiones los evangelistas tienden a
presentar el evangelio refiriéndose a la necesidad humana, anunciándolo de
esta manera: “Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida”. Aunque
el evangelio enfatiza el amor de Dios por nosotros, proclama
fundamentalmente que Dios ama a Cristo, y tiene un plan maravilloso para su
vida. Nuestra experiencia del evangelio contribuye a ese propósito mayor.
Microanálisis y Macroanálisis
Al examinar nuevamente Romanos 1, puede resultarle inquietante que el
evangelio que se describe en los versículos del 1 al 6 no parece ser el mismo
que el descrito en los versículos 16 y 17. Podemos resolver esa dificultad
organizando nuestras ideas en dos categorías.19 Algunos pasajes de las
Escrituras analizan exhaustivamente el evangelio, cual si se tratara de la
telefoto o teleobjetivo de una cámara. Este microanálisis se concentra en la
experiencia que el individuo tiene del evangelio. Puede resumirse en las
verdades básicas que por lo general se usan a la hora de testificarle a un
incrédulo:
• Dios se describe como un Creador y Rey santo.
• El hombre se describe como un pecador condenado.
• Cristo como el sustituto puro, quien llevó nuestros pecados, fue
crucificado y resucitó.
• La respuesta del hombre se describe como arrepentimiento y fe.
Existen pasajes como Romanos 1:16-17 y 1 Corintios 15:1-10 que se
centran en el micronivel.
Otros textos analizan el evangelio con un lente mucho más amplio. Este
análisis amplio o “macroanálisis” se centra en el plan de Dios para restaurar
su reino en la tierra a través de Cristo. Más adelante analizaremos este
aspecto, pero aquí lo resumiré en tres puntos, los movimientos principales
dentro de la trama bíblica:
• La creación de Dios de este reino terrenal, y de los seres humanos
como sus vice-regentes, hechos a su imagen.
• La caída de la humanidad, inspirada por Satanás, y sus consecuencias
devastadoras.
• La obra redentora de Dios, que incluye su trabajo preparatorio en y a
través de la nación de Israel; la encarnación, vida, muerte, resurrección
y ascensión de Cristo; la actual unificación de judíos y gentiles en la
iglesia; y la consumación de la redención divina en la restauración
suprema de su reino, incluyendo la derrota final de Satanás.
Romanos 1:1-6 resalta este macronivel. Incluso 1 Corintios 15 se fusiona
en él, ya que los versículos del 20 al 28 predicen que en el futuro Jesús le
entregaría el reino a Dios el Padre.
A veces la Biblia usa la terminología del evangelio para referirse al
micronivel de la salvación o a algunos de sus aspectos (p. ej. 1 Co. 1:17-18;
Col. 1:15) y a veces al macronivel o a aspectos relacionados con éste (p.ej.
Mr.1:14-15; Ef. 3:6-7). Otros pasajes fusionan ambos niveles hasta cierto
punto (p. ej. Hch. 20:24-25; Gá. 3:8). Sin embargo, no se trata de múltiples
evangelios. Solo existe un evangelio, aunque puede analizarse desde la
perspectiva de la redención personal o desde una visión más amplia de
redención cósmica. Ambas perspectivas coinciden en muchos aspectos. Más
específicamente, el macroanálisis abarca el microanálisis. Para poder
disfrutar de las bendiciones futuras del macronivel, debemos experimentar en
el presente la salvación en el micronivel. A pesar de que podemos distinguir
estas dos dimensiones del evangelio, a la postre no podemos separarlas.

Transformados por el Evangelio


Ha llegado el momento de plantear lo que se ha estado revelando como la
tesis de este capítulo: la transformación moral del hombre es un componente
clave en el evangelio. Ya hemos encontrado esta verdad tanto en el
microanálisis como en el macroanálisis del evangelio. En el macronivel, el
plan de Dios para restaurar su reino terrenal incluye hacer que cada individuo
por separado se someta a Jesucristo. “La obediencia a la fe” deja esto en
claro. O como dice Colosenses 1:13, el Padre “nos ha librado de la potestad
de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”. En cuanto al
micronivel, una vez que Dios nos ha declarado justos en Cristo, él comienza
a hacernos justos también. Romanos 6:18 lo afirma de una manera aún más
categórica: los creyentes son “esclavos de la justicia” (NVI). Por
consiguiente, nos esforzamos por aplicar las enseñanzas de las Escrituras a
todos los aspectos de nuestras vidas.
Podríamos explorar exhaustivamente el vínculo entre el evangelio y la
trasformación moral o santificación. Múltiples pasajes afirman y desarrollan
más profundamente los conceptos que hemos analizado en 1 Corintios 15 y
Romanos 1. Entre éstos se incluyen textos que a veces no utilizan palabras
relacionadas con el término “evangelio”, pero que emplean una terminología
relacionada, como “salvación”, “gracia” y “Cristo.” La conexión entre el
evangelio y la transformación moral queda implícita en pasajes que vinculan
el mensaje del evangelio con los aspectos del juicio (p. ej. Ro. 2:16), y la ley
de Dios (p. ej. 1 Ti. 1:8-11). Queda también implícita cuando se llama a los
incrédulos al arrepentimiento, es decir, a un cambio interior relacionado con
la orientación general de la vida humana —del pecado hacia Dios.20 De la
misma manera, en la Gran Comisión, Jesús les dijo a sus primeros discípulos
que hicieran otros discípulos, seguidores a quienes se enseñarían a obedecer
todo cuanto Cristo había ordenado (Mt. 28:18-20).
Es cierto que una persona que no ha sido regenerada no comprenderá las
muchas implicaciones morales del evangelio para su vida. Sin embargo,
como ha resultado evidente gracias al debate sobre “la obediencia a la fe”, la
conversión sí incluye una postura básica de sometimiento a Cristo. Se trata
de un cambio moral radical, y es por ello que tiene que ser Dios quien le
otorgue al ser humano el arrepentimiento y la fe (Hch. 11:18; Flm. 1:29).
Analicemos otras indicaciones de la transformación moral del evangelio.
El evangelio nos hace experimentar el Nuevo Pacto (2 Co. 3:4–4:6), y una
provisión de este pacto es que la ley de Dios está escrita en nuestros
corazones (Jer. 31:31-34; He.10:14-18). Además, existen múltiples pasajes
que declaran que uno de los propósitos fundamentales dentro de la salvación
de Dios es perfeccionarnos a su imagen, haciéndonos santos, posibilitando
que hagamos buenas obras.21 Por consiguiente y en gran manera, nuestra
seguridad de salvación fluye a partir del progreso de nuestra devoción.22
Como es lógico, el Nuevo Testamento frecuentemente establece un
vínculo entre el estilo de vida que escogemos y la verdad del evangelio.
Filipenses 1:27 dice claramente, “Solamente que os comportéis como es
digno del evangelio de Cristo”.23 En este sentido, los teólogos a menudo
distinguen entre indicativos e imperativos. Los indicativos declaran lo que
Cristo ha hecho por nosotros y quiénes somos en él. Los imperativos dictan
órdenes que debemos obedecer como resultado de lo anterior. Debemos
mantener el equilibrio bíblico entre indicativos e imperativos. Si
consideramos los imperativos separados de los indicativos, nos sentiremos
desmoralizados y derrotados. Por otra parte, los indicativos en solitario no
llevan a cabo el plan redentor de Dios.
El evangelio en su totalidad incluye tanto los indicativos como los
imperativos. Para el cristiano, “las órdenes de Dios ahora se han convertido
en Dios capacitándonos para obedecerlas”.24 Otra manera de decir esto sería:
Es una buena noticia que Dios nos esté diciendo, “A través de Cristo le he
liberado con misericordia de la esclavitud del pecado, y por gracia le he dado
todos los recursos que usted necesita para vivir una vida de obediencia.
¡Ahora aproveche esos recursos y odedézcame!”. Debemos valorar esta
oportunidad, ya que nuestra única razón para existir está inseparablemente
ligada a la obediencia. El evangelio nos capacita para poder hacer aquello
para lo cual fuimos creados en primer lugar, —vivir bajo el liderazgo
benévolo de Dios, mostrar su imagen, ejercer dominio en la tierra, glorificar
a Dios y disfrutar de él. ¡Debemos considerar todo esto como estupendas
noticias!
Por supuesto, en esta vida no alcanzaremos la perfección. “Aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser” (1 Jn. 3:2). Este versículo implica que las
luchas y cierto grado de fracasos continuarán siendo una triste realidad hasta
que veamos a nuestro Salvador cara a cara. De hecho, mientras más crecemos
más nos percatamos de nuestros pecados, y más éstos nos afligen. En el
próximo capítulo abundaré más acerca de estas verdades. Sin embargo,
nuestra actitud preponderante debe reflejar lo que plantea 1 Juan 3:3: “Y todo
aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es
puro”. Afortunadamente, el evangelio nos brinda los medios para una
purificación continua del pecado (1:9). Pero no nos deleitamos
constantemente en nuestra debilidad. Los corazones de los creyentes han sido
transformados de forma tal que amamos a Dios, y nuestras vidas llegan a
caracterizarse por la obediencia a sus mandamientos.
Algunos de estos mandamientos supondrán desafíos enormes, pero en el
contexto de un amor engendrado por el evangelio no los hallaremos onerosos
(5:3). Nuestra actitud reflejará cada vez más la de Cristo, cuando él dijo, “Mi
comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Jn.
4:34). Podemos expresar esto de forma poética diciendo:
Para mi alma salvar nunca trabajaré
pues Cristo lo logró,
mas cual esclavo bregaré
pues amo a su Hijo, mi Señor.25
Ciertamente, el evangelio anuncia audazmente, ¡Está hecho! Pero un
resumen tan corto no puede transmitir la totalidad de la gloriosa redención de
Dios. Podríamos también decirlo de la siguiente manera: una de las cosas que
ha sido “hecha” es que Cristo nos ha dado una vida nueva y una nueva
capacidad para obedecer. No somos salvos por nuestras obras, pero somos
salvos para hacer buenas obras (Ef. 2:8-10). La salvación es tan poderosa y
tan completa que no solo nos reconcilia con nuestro Creador, sino que
también nos renueva internamente para hallar gozo agradando al Señor.
Una Voz del Pasado
Los predicadores y teólogos han desarrollado este tema durante toda la
historia de la iglesia, pero las enseñanzas de los puritanos ingleses me han
resultado particularmente útiles. Ellos hablaban de la “santidad del
evangelio” u “obediencia evangélica”. Esta era la forma que tenían para
distinguir la santificación hecha posible por Dios de la moralidad
independiente que buscaba obtener méritos delante de Dios. John Owen
(1616-1683), el más prominente teólogo puritano lo describe así:
Todo el asunto de la santificación y la santidad está de forma
peculiar vinculado y limitado a la doctrina, verdad y gracia del
evangelio; pues la santidad no es más que la implantación, la escritura
y la realización del evangelio en nuestras almas... nunca ha habido ni
hubo en el mundo, ni habrá, la más mínima santidad, aparte de aquella
que, al fluir de Jesucristo, es comunicada por el Espíritu Santo, según
la verdad y promesa del evangelio. Puede haber algo parecido a ella,
en cuanto a sus acciones y efectos externos (al menos algunas de
ellas), algo que pueda llevar su librea [vestimenta distintiva] en el
mundo, pero eso no sería más que el fruto de los propios esfuerzos del
hombre impulsados por sus convicciones; pero la santidad no
pertenece al mismo tipo o naturaleza que éstas. Y ante esto los
hombres son muy capaces de engañarse.26
En este contexto del evangelio, Dios llama a los creyentes a obedecer a
sus mandamientos. En la época de Owen, sin embargo, algunos se mostraron
reacios ante esto, diciendo: “Si la santidad es nuestro deber, no hay espacio
para la gracia en este asunto; y si es un resultado de la gracia, no hay lugar
para el deber”. A lo cual Owen repuso:
Es cierto que nuestras obras y la gracia se oponen en lo
concerniente a la justificación, como algo completamente
contradictorio; si es por obras, no es por gracia; y si es por gracia, no
es por obras, como argumentaría nuestro apóstol en Romanos 11:6.
[Pero] nuestro deber y la gracia de Dios no se oponen en cuanto a la
santificación, de hecho, una presupone absolutamente la otra. No
podemos tampoco cumplir con nuestro deber aquí sin la gracia de
Dios; ni Dios nos da esta gracia para otro fin que no sea el de cumplir
con nuestro deber de forma apropiada.27
Más delante Owen establece un vínculo entre la búsqueda de la santidad
del cristiano y las tres funciones mediadoras de Cristo. Como Sacerdote,
Cristo vino para eliminar el pecado que nos separaba de Dios. Entonces,
¿cómo podría contentarse su pueblo permaneciendo en pecado? Como
Profeta, Cristo vino para revelar a Dios y su voluntad. Aceptar a Cristo
significa obedecer lo que él dice. Por último, como Rey, Cristo vino para
dominar a nuestros enemigos y liberarnos de ellos. El pecado es uno de esos
enemigos, así que cuando nos rendimos al pecado estamos yendo en contra
de su obra como Rey.28

Conclusión
El evangelio nos libera de la carga imposible de obedecer a Dios para
poder ser aceptados por él. Pero eso no significa que mientras más centrados
en el evangelio o en Cristo estemos menos tenemos que preocuparnos por
nuestra conducta. Por el contrario, mientras más comprendamos el evangelio,
más nos esforzaremos por obedecer la palabra de Dios. Cuando un corazón
ha sido fascinado por el evangelio, anhela experimentar más y más la
transformación que éste brinda.
No estoy sugiriendo que todas las aplicaciones contemporáneas de las
Escrituras pertenezcan a la definición de evangelio. Lo que digo es que el
evangelio nos hace honrar a Cristo con seriedad en cada aspecto de nuestras
vidas, a través del poder del Espíritu Santo. Las aplicaciones específicas son
el resultado de ese fervor engendrado por el evangelio, implementaciones
prácticas de los imperativos del evangelio.
Al terminar este capítulo deseo compartir algunos comentarios similares
del pastor Kevin DeYoung. Él ha ayudado a popularizar el movimiento
“centrado en el evangelio” de principios del siglo veintiuno, pero ha hecho
públicas algunas sorprendentes advertencias al respecto.
La grieta en nuestra santidad es que realmente no nos importa
mucho. En la mayoría de nuestras iglesias apenas se escuchan
exhortaciones apasionadas a buscar una santidad impulsada por el
evangelio....
Mi temor es que, al tiempo que celebramos como es menester (y en
algunos casos redescubrimos) todo aquello de lo que Cristo nos ha
salvado, apenas pensamos en todo aquello para lo cual Cristo nos ha
salvado, y apenas nos esforzamos para hacerlo. ¿No debiera suceder
que aquellos que más pasión sienten por el evangelio y la gloria de
Dios fuesen también los que más dedicados estuviesen a la búsqueda
de la santidad? Me preocupa que existe un vacío de entusiasmo y a
nadie parece importarle....
Existe también un vacío entre nuestro amor por el evangelio y
nuestro amor por la santidad. Eso debe cambiar. Tomarse la santidad
en serio no es sinónimo de pietismo, legalismo o fundamentalismo.
Sencillamente ese es el camino de todos los que han sido llamados a
un llamamiento santo por un Dios santo.29
Sin dudas, nuestro papel al aplicar la Palabra de Dios puede ser
interpretado de forma tal que termine compitiendo con el evangelio de la
gracia de Dios. Pero la solución de ese problema no es enfrentar la aplicación
con el evangelio. En lugar de ello, debemos arraigar la aplicación en un
evangelio bíblicamente robusto, sobre todo la doctrina de la santificación.
Los próximos dos capítulos analizarán esa doctrina con bastante detalle. Por
ahora, le exhorto a reflexionar sobre la idea central de nuestro primer capítulo
expresada en otro poema corto:
El mandato de la ley es correr y trabajar.
Pero ni manos ni pies me ha de dar.
Mejores noticias el evangelio otorga:
Me manda a volar y alas me aporta.30
1 Adaptado de Gordon D. Fee, Primera Epístola a los Corintios (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1994),
802-809.
2 Ibid. 803-5; Anthony Thiselton, First Epistle to the Corinthians (Grand Rapids, MI: Eerdmans,
2000), 1190-1192.
3 Fee, Primera Epístola a los Corintios, 800, n. 33; de Leon Morris, 1 Corinthians, edición revisada
(Leicester, RU: InterVaristy), 200; Thiselton, First Epistle to the Corinthians, 1185.
4 Fee, Primera Epístola a los Corintios, 801.
5 Ibid., 802.
6 Leon Morris sigue el ejemplo de Frederic Godet al asumir esta postura. Ver Morris, Romans, PNTC
(Grand Rapids, MI: Eerdmans), 65.
7 C. E. B. Cranfield, A Critical and Exegetical Commentary on the Epistle to the Romans, 2 tomos
(Edimburgo: T. & T. Clark) 1:86; de Colin G. Kruse, Paul’s Letter to the Romans, PNTC (Grand
Rapids, MI: Eerdmans), 66; de Douglas J. Moo, The Epistle to the Romans, NICNT (Grand Rapids,
MI: Eerdmans), 62-63. Schreiner ve aquí tanto evangelismo inicial como un discipulado continuo
(Romans, BECNT (Grand Rapids, MI: Baker), 52-56).
8 Tomado de “Jesús, Su Sangre y Su Jusiticia”, de Nikolaus Ludwig von Zinzendorf (1700-1760), trad.
de Andrés D. Messmer y Julia Palomino.
9 Para investigar acerca del tema de la justificación, ver de Barrett, Complete in Him (Greenville, SC:
Ambassador-Emerald International), 119-146. Para acceder a un estudio más abarcador,ver de Jerry
Bridges y Bob Bevington, Great Exchange: My Sin for His Righteousness [(Wheaton, IL: Crossway),
2007] libro basado en un estudio clásico del siglo diecinueve de George Smeaton. Otro clásico es The
Everlasting Righteousness or, How Shall Man Be Just with God? de Andrew Bonar [reimpreso,
(Edimburgo: Banner of Truth), 1993]. Para acceder a un análisis más profundo en el contexto de las
controversias contemporáneas, ver Faith Alone—The Doctrine of Justification: What the Reformers
Taught… and Why It Still Matters, de Thomas R. Schreiner [(Grand Rapids, MI: Zondervan), 2015].
10 Los comentaristas discrepan acerca del significado de la frase, “para que la justicia de la ley se
cumpliese en nosotros”. Muchos defienden la opinión anterior, por ejemplo, Cranfield, Romans,
1:383-385; Kruse, Romans, 328-330; Schreiner, Romans, 404-408; John R. Stott, El Mensaje de
Romanos (Lima, Perú: Puma, 2007), 221-222. Otros sostienen que la expresión se refiere a la
justificación, p. ej. Charles A. Hodge, A Commentary on Romans, (1864, reimpreso, Edimburgo:
Banner of Truth, 1972), 254-255; Moo, Romans, 481-485. Todos concuerdan en que la frase “que no
andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” aborda el tema de la vida cristiana.
11 Cranfield, Romans, 1:102; Douglas J. Moo, Encountering the Book of Romans (Grand Rapids, MI:
Baker, 2014), 86.
12 Ver sobre todo 2 S. 7; 1 Cr. 17; Sal. 2, 89, 110; Is. 9:6-7; 11:1-10; Jer. 33:19-26.
13 Esta es la opinión generalizada entre los comentaristas más recientes, p. ej. Cranfield, Romans, 1:61-
64; Kruse, Romans, 45-47; Moo, Romans, 47-51; Schreiner, Romans, 37-45; Stott, Romans, 49-51.
14 Cranfield, Romans, 1:66-67; John Murray, The Epistle to the Romans (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1959), 1:13-14.
15 Kruse, Romans, 50-52.
16 Moo, Romans, 51-53; Schreiner, 34-35; Stott, 52-53.
17 Moo, Romans, 52-53.
18 Ver, por ejemplo, 2 Tesalonicenses 1:8 y los comentarios del versículo en Gene L. Green, The
Letter to the Thessalonians (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2002), 291.
19 Varios autores contemporáneos han popularizado las categorías que utilizo aquí. Ver por ejemplo,
de Kevin DeYoung y Greg Gilbert, ¿Cuál es la Misión de la Iglesia? (Ciudad Real, España:
Peregrino, 2016), 67-139. Pero la idea del macro evangelio corresponde a un antiguo énfasis en la
historia redentora dentro de la disciplina de teología bíblica. Analizaré este tópico en varias ocasiones
al debatir sobre la trama bíblica.
20 Ver, por ejemplo, Mt. 3:1,8; Mr. 1:14-15; Hch. 2:36-38; 14:15; 20:18-27; 26:20.
21 Ver, por ejemplo, Ro. 8:28-30; 2 Co. 5:14-15; Ef. 1:4; 2:10; 5:26-27; Col. 1:21-29; 1 Ts. 4:7;
Ti.2:11-14; 1 P. 2:24.
22 Ver, por ejemplo, Gá.5:19-21; He. 12:12-17; Stg. 2:14-26; 2 P. 1:3-11; 1 Jn. 2-3; Ap. 21:8.
23 Podemos encontrar otros pasajes paralelos como Ro. 12:1-2; 1 Co. 6:18-20; Ef. 4:1; Col. 3:1-3; 1
P.1:13–2:2; 2:9-11.
24 F. F. Bruce, Romans: An Introduction and Commentary, (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1985),
164.
25 Autor desconocido, citado en W. H. Griffith Thomas, St. Paul’s Epistle to the Romans (Grand
Rapids, MI: Eerdmans, 1946), 329.
26 John Owen, A Discourse Concerning the Holy Spirit en The Works of John Owen (Londres: Banner
of Truth, 1966-1967), 3:371.
27 Ibid., 384.
28 Ibid., 628-641.
29 Kevin DeYoung, Una Grieta en Tu Santidad (Miami: Peniel, 2014), 10-11, 21. Para leer sobre el
movimiento centrado en el evangelio, vea de Collin Hansen, Young Restless, Reformed (Wheaton,
IL: Crossway, 2008). Compare con Josh Buice, ed., New Calvinism (Ross-shire, RU: Christian
Focus, 2018); de Greg Dutcher, Killing Calvinism (n.p.: Cruciform, 2012).
30 Se discute quién sea su autor. Citado en Bruce, Romans, 164. Para acceder a un estudio exhaustivo
estrechamente relacionado con la tesis básica de este capítulo, vea de Bradley G. Green, Covenant
and Commandment, NSBT (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2014). Para acceder a una herramienta
devocional que ayude a mantener la búsqueda de una santificación enraizada en el evangelio, vea de
Milton Vincent, A Gospel Primer for Christians (n.p.: Focus, 2008).
Capítulo 2
Analizando la Santificación

A sermenudo
“ oro, ‘Señor, hazme tan santo como un pecador perdonado puede
1
hecho’”. Así testificaba el amado pastor escocés Robert Murray
M’Cheyne (1813-1843). Y como explicaba el capítulo 1: el evangelio incita
en nosotros el anhelo por una vida santa. Pero la buena noticia es aún mejor
que eso. Dios no deja nuestro deseo sin cumplir. A través del evangelio él
provee la capacitación y los recursos que necesitamos para avanzar hacia la
meta de la santidad. Los capítulos 2 y 3 desarrollan esa verdad a medida que
continuamos analizando el contexto teológico para nuestra aplicación de las
Escrituras. Repasaremos específicamente la doctrina bíblica de la
santificación. Este capítulo definirá términos y luego resumirá tres aspectos
de la santificación.

Definiendo Nuestros Términos


¿Qué idea le viene a la mente cuando escucha los términos santidad y
santificación? Tal vez éstos generen una reacción negativa. Tal vez usted
asocie estas palabras, en gran medida, con reglas irritantes o prohibiciones
irrazonables. Es posible que estos términos le hagan evocar recuerdos de una
disciplina autoritaria, o sentimientos de culpa y desánimo. Sería lamentable si
sus experiencias pasadas le conducen a tener ese tipo de impresión. Espero
que haya comenzado a ver que la santidad y la santificación son palabras
profundamente positivas. Y espero que ese sentir crezca a medida que
vayamos definiendo estos términos más detalladamente.2
Para entender correctamente las palabras santidad y santificación
tendremos que entender las palabras hebreas y griegas que se traducen en la
Biblia. En el Antiguo Testamento las palabras hebreas relevantes se
construyen a partir de una sola raíz.3 Lo mismo ocurre con los términos
griegos primarios que en el Nuevo Testamento se traducen empleando la
terminología relacionada con santidad y santificación.4 Estas palabras no
significan perfección o falta de pecado. Comúnmente se dice que su idea
básica es “separación.” Esa explicación se acerca a la verdad, pero es
incompleta. Debemos preguntar para qué uno es separado y de qué es
separado.
La Santidad de Dios
Para poder responder estas preguntas, necesitamos comprender la propia
santidad de Dios. Cuando los autores bíblicos describen a Dios como Santo, a
menudo están comunicando el concepto amplio de que es incomparable o
único. Por ejemplo, 1 Samuel 2:2 dice, “No hay santo como el SEÑOR; en
verdad, no hay otro fuera de ti, ni hay roca como nuestro Dios” (LBLA). El
profeta Isaías, más que ningún otro autor, enfatizó esta verdad, “¿A qué,
pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo”. (40:25).
“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre
es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad” (57:15a). Estos versículos
están aseverando que Dios está separado de todos y de todo lo que no es
Dios. En otras palabras, él es único en su categoría, único en su tipo.
En este sentido general, la santidad de Dios significa la totalidad de lo que
lo hace ser Dios. Hay dos versículos en el libro de Amós que nos resultan
útiles en cuanto a esto. En Amós 6:8 leemos, “Jehová el Señor juró por sí
mismo” o “por su persona”. Una declaración paralela en Amós 4:2 dice,
“Jehová el Señor juró por su santidad”. Estos versículos igualan la santidad
de Dios con toda su persona.
Debido a tal evidencia, los eruditos concluyen que la santidad “puede
usarse casi como un sinónimo de deidad”.5 Algunos identifican este
significado como la “majestuosa-santidad” de Dios.6 Para analizar un
ejemplo en el Nuevo Testamento, podemos ver el Padre Nuestro. Cuando
oramos diciendo, “santificado” (forma pasiva de hagiazō) estamos pidiendo
que su carácter sea honrado como distintivo o único —que Dios reciba el
reconocimiento que merece como deidad (Mt. 6:9).
Pero a veces la santidad de Dios tiene un sentido más específico. Si nos
concentramos en temas relacionados con la moral, la santidad puede
significar que Dios está separado de cualquier cosa que contradiga su
carácter. Más específicamente, él está separado de todo mal moral. Habacuc 1
contiene un texto clásico al respecto. El versículo 12 describe a Jehová como
“Santo mío” y luego el versículo 13 dice “Muy limpio eres de ojos para ver el
mal” con aprobación. Aquí vemos que la santidad de Dios está ligada a su
pureza moral. Esta pureza hace no solo que él se aleje de los pecadores, sino
que también les castigue si no se arrepienten. “Y el hombre será humillado, y
el varón será abatido, y serán bajados los ojos de los altivos. Pero Jehová de
los ejércitos será exaltado en juicio, y el Dios Santo será santificado con
justicia” (Is. 5:15-16).
La famosa visión que Isaías tiene de Dios refleja ambas definiciones de
santidad divina. Hay varias características que realzan la majestad y
singularidad de Dios. Él estaba “sentado sobre un trono alto y sublime, y sus
faldas llenaban el templo” (6:1). Los ángeles que le servían no tenían en ellos
pecado alguno que les avergonzara ante la presencia de Dios, y aun así
cubrían sus rostros, reconociendo que él era mucho más exaltado que ellos (v.
2). Cuando los ángeles dieron voces entre ellos diciendo, “Santo, santo,
santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (v. 3), “los
quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la
casa se llenó de humo” (v. 4).
La reacción de Isaías ante esta visión no fue prorrumpir en un himno de
alabanza. Más bien se sintió aturdido con un sentido abrumador de culpa:
“¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y
habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos
al Rey, Jehová de los ejércitos” (v. 5) La santidad de Dios (en lo referente a
su pureza) hizo que Isaías fuese plenamente consciente de su propia
impureza. Afortunadamente, el Señor inmediatamente procedió a limpiarlo
(vs. 6-7), para que Isaías pudiese permanecer en su presencia y luego ser
enviado a una misión (vs. 8-13).
La Santidad como Sacralidad
Cada definición de la santidad de Dios posee una contraparte en la
santidad de su pueblo. De hecho, el Antiguo Testamento a menudo emplea la
primera definición para referirse incluso a objetos inanimados, y éstos sirven
como útiles ejemplos de nuestra santidad. Cuando Dios establece una
conexión especial entre él y determinados objetos, y los dedica a un servicio
especial para él, éstos son descritos empleando la terminología de la santidad.
Esto se aprecia en la primera vez que el verbo santificar se utilizó en la
Biblia: “Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó” (Gn. 2:3). Él estableció
una distinción entre el séptimo día y los seis días restantes. Cada día le
pertenece a él, pero el séptimo llegó a pertenecerle de una manera especial.
Percatémonos también de la primera vez que aparece el término santidad.
Cuando la zarza estaba ardiendo, Jehová le dijo a Moisés, “No te acerques;
quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es
[literalmente ‘tierra de santidad’]” (Éx. 3:5). Una parcela de tierra no tiene la
capacidad de obedecer o desobedecer a Dios. Aquí no estamos hablando de
separación del pecado. Más bien esta porción de tierra fue separada de otras
porciones de tierra (fue hecho única) porque Dios estaba manifestando allí su
presencia especial.
Levítico 10:10 les dice a los sacerdotes que deben “discernir entre lo santo
y lo profano”. Así que lo opuesto a lo santo es lo profano. En el Antiguo
Testamento, Jehová saca muchos objetos del uso profano y los coloca en una
categoría única para su servicio. Los muebles e implementos del tabernáculo
son ejemplos claves (p. ej. Éx. 40:9-13). En tales casos podemos usar el
verbo consagrar para expresar la acción de Dios y el adjetivo sagrado para
describir el estatus de lo que ha sido consagrado.
Es asombroso ver que Dios consagra a su pueblo, apartándonos como algo
sagrado. ¿Se considera usted como algo sagrado? Hubiese sido de esperar
que los sacerdotes levíticos tuviesen un estatus sagrado (ver Lv. 21). Sin
embargo, Dios describe a toda la nación de Israel de esa manera: “Porque tú
eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para
serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra”
(Dt. 7:6; compare con Éx. 19:5-6). Y el Nuevo Testamento dice lo mismo
acerca de la iglesia de Jesucristo: “Mas vosotros sois linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 P. 2:9a, adaptando el
lenguaje de Éxodo 19:5-6 y de Deuteronomio 7:6).
Estos pasajes deberían hacernos ver la santidad como un privilegio
inestimable. Si usted es cristiano, Dios no le ha permitido ir por su propio
camino, separándole de su presencia y bendición. Él lo ha distinguido,
apartándolo para que tenga una relación única con él. Es difícil de entender,
pero es así —Dios considera a su pueblo como algo sagrado, como su tesoro
especial. ¡Maravíllese ante la dignidad de su posición! ¡Deléitese en la gracia
que Dios ha derramado sobre usted al elevarle hasta esa posición!
Pero, ¿por qué el Señor nos separó para sí mismo? No fue solamente para
que pudiésemos disfrutar de su aceptación. Nuestro estatus sagrado está
vinculado con una enseñanza bíblica más profunda: que Dios creó al hombre
a su imagen (Gn. 1:26-27). Como señalé en el capítulo 1, cuando Dios
restaura a los pecadores para que vuelvan a él, comienza a reconstruir esa
imagen para reproducir en nosotros dimensiones múltiples de su carácter.
Jehová se estaba centrando en este propósito cuando les ordena a los
israelitas, “Santos seréis, porque santo soy yo” (Lv. 11:44-45; 19:2; 20:7, 26).
Sinclair Ferguson da una explicación muy útil del trasfondo de este
mandamiento:
Los indicativos e imperativos de la relación basada en el pacto que
aparecen en el Antiguo Testamento no son... frías formalidades.
Poseen una connotación distintivamente familiar. Su objetivo es
reproducir la semejanza familiar (la piedad o semejanza a Dios) en el
pueblo. Como mismo el centro de la relación con el pacto es, ‘Yo seré
su Dios, y ustedes serán mi pueblo’, o ‘Yo soy tu padre, tú eres mi
hijo’, así el centro de la santificación en el Antiguo Testamento es la
aplicación de esta idea: ‘Yo, el Señor [vuestro Padre] soy Santo; por
tanto, ustedes [mis hijos] deben expresar la semejanza e imagen
familiar —deben también ser santos’.7
En el contexto del Nuevo Pacto, Pedro aplica a la iglesia la enseñanza de
Levítico: “Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros
santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos,
porque yo soy santo” (1 P. 1:15-16). A través de Cristo hemos sido elevados
a un estatus santo para que podamos reflejar el santo carácter de Dios.
La Santidad como Pureza
Ahora podemos valorar la segunda definición de santidad: pureza. Cuando
Dios aparta a las personas para sí mismo, y trabaja para convertirlas en seres
semejantes a él, es natural que los llame a alejarse de todo aquello que le
desagrade. Es por ello que Levítico especifica su principio de santidad
aportando una larga lista de cosas que los israelitas debían evitar (ver, p. ej.
Lv. 19). Y Pedro cita este principio para confirmar una prohibición: “como
hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en
vuestra ignorancia” (1 P. 1:14). Pablo también establece un vínculo entre la
santidad y la separación del pecado. “...limpiémonos de toda contaminación
de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co.
7:1). Según el autor de Hebreos, la santidad es tan valiosa que Dios está
dispuesto a castigarnos para expulsar el pecado de nosotros. “Él [Dios] nos
disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad” (He.
12:10, LBLA).
Cuando usted piense en santidad y santificación, no debe nunca separar
los conceptos de sacralidad y pureza. Esta es la base de la afirmación que cité
tomada de Deuteronomio 7. El versículo 6 resalta el carácter “especial” de los
israelitas para motivarlos a llevar a cabo una tarea aleccionadora: exterminar
a los cananeos para que éstos no tentasen más al pueblo de Dios,
separándolos así de su relación única con él (vs. 1-5). En cuanto a la iglesia, 1
Pedro 2:9 también presenta una conexión práctica. El espléndido tratamiento
que ahí se les da a los hijos de Dios sirve también a ese propósito: “para que
anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz
admirable”.
Así que la santidad y la santificación tienen que ver con ser separados
como una posesión especial de Dios. Él nos ha distinguido de entre los demás
seres humanos para que disfrutemos de una relación especial con él, seamos
hechos como él y lo representemos delante de los demás. Para esto debemos
separarnos del mal moral. Necesitamos ver esta dimensión “negativa” de la
santidad a la luz positiva de nuestra posición gloriosa como pueblo sagrado
de Dios. Estaremos dispuestos a separarnos del pecado cuando nos invada el
deslumbramiento de haber sido separados para Dios.8

Tres Aspectos de la Santificación


Ahora que hemos abordado las definiciones básicas, podemos explicar
resumidamente la doctrina de la santificación como un todo. Cuando
comparamos los diversos pasajes que hablan de esta doctrina, descubrimos
cierta complejidad. La santificación en el cristiano consiste de tres aspectos
que son equivalentes a tres fases cronológicas.
Santificación Pasada
A la primera fase de la santificación la llamamos pasada porque es
instituida en el momento de nuestra conversión. Coincide con lo que ya
hemos visto acerca de cómo el Señor nos separa para sí mismo. Se refiere a
un estatus inalterable de santidad en el cual Dios nos ha colocado, y ese
estatus determina la perspectiva general que el Señor tiene de nosotros.
Según John Murray, cuando el Nuevo Testamento emplea la terminología
relacionada con santidad/santificación refiriéndose al creyente, la mayor parte
del tiempo se está centrando en el aspecto pasado de la santificación.9 David
Peterson opina que prácticamente todas las referencias se centran en esto.10
Algunas de las referencias son difíciles de interpretar de forma
concluyente (p. ej. 1 P. 1:2), pero muchas hablan claramente de la
santificación pasada. El Nuevo Testamento describe a los cristianos como
“santos”. Esto incluye a los corintios cristianos, incluso, con todos sus fallos
y debilidades (1 Co. 1:2; 6:1-2; 2 Co.1:1; comparar con 1 Co. 3:16-17). Pablo
dice que esos hermanos y hermanas ya habían sido santificados (1 Co. 6:11).
Hechos 20:32 y 26:18 describen de igual forma a los creyentes como aquellos
que ya han sido santificados.
¿Cómo puede ser esto? Teniendo en cuenta nuestra condición caída,
¿cómo puede Dios llamarnos santos? Algunos responden estableciendo un
vínculo entre la santificación pasada y la justificación específicamente. Esto
es lo que a veces tienen en mente algunos autores cuando se refieren a la
santificación pasada como santificación posicional.11
En otras palabras, Dios nos ve como santos porque ha perdonado nuestros
pecados y nos ha atribuido la justicia de Cristo. Hebreos utiliza la
terminología de la santificación en ese sentido. Dice que hemos sido
santificados a través de la muerte de Cristo, en la cual él derramó su sangre,
comparando esta santificación con nuestro perdón y acceso a la presencia de
Dios (9:13-14; 10:1-10; 13:9-13).
Muchos explican la santificación pasada no refiriéndose a la justificación,
sino a un tema crucial que abordaremos en breve. Se trata de la verdad de
que, a través de la unión con Cristo hemos sido sacados del esclavizador
dominio del pecado y hemos sido traídos al señorío de Dios (Ro. 6).12
Algunos prefieren la frase santificación definitiva para expresar esta idea,
aunque la frase santificación posicional puede también transmitir el mismo
significado.13
Deberíamos probablemente considerar la santificación pasada como una
obra divina multifacética. Se podría argumentar que tanto nuestra
justificación como nuestro traslado hacia el dominio de Dios nos colocan en
una categoría única al servicio de Dios.
Por su parte Peterson concluye que, “la santificación [pasada] involucra
perdón, limpieza y una reorientación de la vida que se produce como
consecuencia de haber confiado en Cristo”.14 Sea cual fuere la explicación
precisa, seamos humildes, y estemos dispuestos a adorar sabiendo que el Dios
Santo nos considera santos.
Santificación Futura
En el futuro los creyentes experimentarán la santificación en su totalidad.
Algún día reflejaremos nuestra sacralidad de forma perfecta, libres incluso de
la posibilidad de pecar. Las oraciones de Pablo por los tesalonicenses se
refieren a esta fase, utilizando terminología relacionada con la santidad (1Ts.
3:11-13; 5:23-24; cf. Ef. 5:27). Pero el Nuevo Testamento emplea una
variedad de términos, generales y específicos, para referirse a la santificación
futura. Filipenses 1:6 brinda un preciado ejemplo: “estando persuadido de
esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el
día de Jesucristo”.
La santificación futura tendrá lugar en dos etapas. Al ocurrir la muerte
física, el espíritu del cristiano entra en la presencia de Dios (2 Co. 5:8; Fil.
1:23). Hebreos 12:23 describe a los creyentes que están en ese estado como
“los espíritus de los justos hechos perfectos”. Pero en la resurrección, hasta
nuestros cuerpos serán santificados, librados completamente de la maldición
del pecado (Ro. 8:18-23; 1 Co. 15:51-57; Fil. 3:20-21). Este acontecimiento,
conocido como glorificación, dará por culminado el plan de Dios para
conformarnos a la imagen de Cristo (Ro. 8:28-30; Col. 3:4). “Amados, ahora
somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero
sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le
veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2).
Santificación Presente
Como es de esperar, la santificación presente tiene lugar entre la
santificación pasada y la futura. Aquí nuestra experiencia terrenal comienza a
estar más en sintonía con el estatus santo que disfrutamos a través de la
santificación pasada. De la misma manera, Dios nos hace avanzar hacia la
meta que alcanzaremos en la santificación futura. Cuando las personas
utilizan la palabra santificación sin emplear ningún calificador, por lo general
están hablando sobre la fase presente. Además, la santificación presente se
llama a menudo santificación progresiva, porque se trata de un proceso de
desarrollo que es gradual y que dura toda la vida. Este proceso incluye,
dentro de un amplio contexto de progreso, la posibilidad de pecados y
reveces.
La santificación progresiva ha sido ejemplificada de varias maneras.
Imagínese a una persona que asciende por una escalera mientras juega con un
yoyo. El yoyo se mueve hacia arriba y hacia abajo en su cuerda, pero en
sentido general sigue ascendiendo. Puede recordar también la última vez que
usted ascendió una montaña. Usted iba ascendiendo en sentido general, pero
por el camino tuvo que descender y ascender en diversos barrancos. También
caminó por senderos que serpenteaban en lugar de llevarlo por un camino
recto. Tal vez algunos de esos senderos terminaron siendo rutas sin salida, y
usted tuvo que volver sobre sus pasos y hallar un mejor camino. Esto también
ocurre en la santificación progresiva.
Un Proceso Gradual
Algunas opiniones sobre la vida cristiana terminan por minimizar la
progresión de la santificación. En particular algunos han enseñado que, a
través de determinadas crisis experimentadas tras la conversión, Dios
encamina a los cristianos a una vida de obediencia a él bastante
ininterrumpida.15 Aunque parezcan atractivas inicialmente, esas teologías tan
perfeccionistas han dejado a muchos creyentes desilusionados y derrotados.
Este problema resalta la necesidad de comprender de forma precisa la
naturaleza de la santificación presente.
Varias evidencias bíblicas indican que la santificación presente es un
proceso gradual. En primer lugar, el Nuevo Testamento habla de actitudes y
acciones erróneas como una posibilidad totalmente real de la vida cristiana.16
La santificación supone una batalla continua entre los deseos pecaminosos y
los deseos del Espíritu (Gá. 5:17). El pecado es una fuerza a la cual debemos
resistirnos activamente (Ro. 6:12-13). Santiago dice rotundamente, “Porque
todos tropezamos de muchas maneras...” (Stg. 3:2, LBLA). No es de
extrañarse que Jesús enseñara a sus discípulos a que oraran frecuentemente,
pidiendo, “Perdónanos nuestros pecados” (Lc. 11:4; comparar con Mt. 6:12).
En su primera epístola Juan brinda una aseveración categórica sobre pecar
continuamente; al parecer, como respuesta a algunos que estaban enseñando
lo contrario. En 1 Juan 1:8 dice, “Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”. El evangelio
de Juan utiliza la frase “tener pecado” cuatro veces y cada vez se refiere a ser
culpable de cometer pecados específicos (9:41; 15:22, 24; 19:11). Este parece
ser también su significado en 1 Juan 1:8: “Si afirmamos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad” (Nueva
versión internacional, NVI).17 1 Juan 1:10 replantea la idea del versículo 8
con palabras diferentes: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él
mentiroso, y su palabra no está en nosotros”. Afortunadamente, entre esos
dos versículos está insertada la garantía de que Dios perdona a aquellos que
confiesan sus pecados (v. 9). Juan “describe una vida cristiana auténtica que
implica un reconocimiento continuo y franco de los pecados personales”.18
Los muchos imperativos que Dios da a los cristianos también están
dirigidos al proceso de santificación. El obedecer a tales directivas no ocurre
automáticamente. Para ello es preciso que exista una decisión voluntaria que
predomine sobre otras alternativas. ¿Para qué fuesen necesarios los mandatos
y exhortaciones constantes en el Nuevo Testamento si el pecado no fuese una
posibilidad considerable?
Más importante aún, existen varias declaraciones claves acerca de la
santificación presente que describen claramente un proceso. En 2 Corintios
3:18 se habla de “ser transformados” a la imagen de Cristo “de gloria en
gloria”. 1 Juan 3:3 dice, “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se
purifica a sí mismo, así como él es puro”. En cada versículo el verbo griego
está en tiempo presente, indicando una actividad que está en curso. Hebreos
12:14 les ordena a los cristianos a luchar por alcanzar la santidad. Muchos
otros pasajes describen la santificación presente hablando de crecimiento,
madurez, renovación y aumento de las virtudes. Tal y como Pedro nos insta,
debemos crecer “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo” (2 P. 3:18).19
Por último, consideremos el célebre testimonio de Pablo en Filipenses 3.
Allí, de forma explícita, él plantea que no ha alcanzado la perfección (v. 12a,
13). Sin embargo, él está extendiéndose a lo que está delante (v. 13). El
apóstol también dice, “prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento
de Dios en Cristo Jesús” (v. 14). Este no es un lenguaje de alguien que llega,
sino de alguien que lucha y mejora.
Conclusión
A manera de exhortación, este capítulo ha mostrado que la santidad es un
privilegio y que la santificación es un proceso. Estas verdades nos otorgan
una posición estratégica a medida que continuamos con nuestro estudio. Nos
mantienen tanto positivos como realistas al aplicar la Biblia de forma
cotidiana. Nos estimulan a obedecer el evangelio de forma serena pero a la
vez con esperanza.
1 Citado en Andrew Bonar, Memoir and Remains of Robert Murray M’Cheyne (Edimburgo: Banner of
Truth, 1966), 159.
2 Para acceder a un debate más amplio acerca del concepto bíblico de la santidad, ver de Randy
Jaeggli, More Like the Master (Greenville, SC: Ambassador-Emerald, 2004), 19-78.
3 Las formas fundamentales son el verbo qādăsh, el sustantivo qōdesh, y el adjetivo qādôsh.
4 Las formas principales son el verbo hagiazō, el sustantivo hagiasmos y el adjetivo hagios.
5 Naudé, “ ”, 879.
6 Louis Berkhof, Teología Sistemática (Grand Rapids, MI: Desafio, 2009), 85.
7 Sinclair B. Ferguson, El Espíritu Santo (Barcelona: Andamio, 2016), 140-141.
8 Estos conceptos aparecen en pasajes que no utilizan términos que pertenecen a la familia de palabras
de ‘santidad’. Uno de esos pasajes es Esdras 6:21. Este versículo se refiere a un grupo de personas
que celebraban la Pascua junto a los judíos que habían retornado del exilio en Babilonia: “…todos
aquellos que se habían apartado [bādăl] de las inmundicias de las gentes de la tierra para buscar a
Jehová Dios de Israel (énfasis añadido). Aquí nuevamente vemos las dimensiones “negativa” y
“positiva” de la santidad ligadas inseparablemente.
9 John Murray, Collected Writings of John Murray, Volume Two (Edimburgo: Banner of Truth, 1977),
277.
10 Esta constituye la tesis básica del libro Possessed by God de David Peterson (Downers Grove, IL:
InterVarsity, 1995). Aunque Peterson en ocasiones exagera en sus argumentos, su libro sigue siendo
una rectificación útil y genuina ante aquellas opiniones que ponen demasiado énfasis en el papel que
juega el creyente en la santificación.
11 Bruce Demarest, Cross and Salvation: The Doctrine of Salvation (Wheaton, IL: Crossway, 1997),
407-408.
12 Podemos hallar una afirmación estándar en Murray, Collected Writings of John Murray, Volume
Two, 277-293. Son diversos los estudios en teología sistemática contemporánea que se han hecho eco
de su opinión, p. ej. Wayne Grudem, Teología Sistemática (Miami: Vida, 2007), 784-785. Grudem
argumenta que el uso que el libro de Hebreos hace de la terminología de la santificación es único en
su contexto y no está directamente relacionado con la doctrina más amplia de la santificación (785, n.
3).
13 Anthony A. Hoekema, Saved by Grace (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1989), 202-206.
14 Peterson, Possessed by God, 67. Rolland McCune llega a la misma conclusión, (Teología
Sistemática (Sebring, FL: Editorial Bautista Independiente, 2018), 571-574). Hoekema se opone a
incluir la justificación en la santificación pasada, porque no desea que se confunda justificación con
santificación, (Saved by Grace, 206). En lo personal, no estoy convencido de que dicha confusión sea
inevitable.
15 Para acceder a un análisis y crítica de estas opiniones, ver de J. I. Packer, Caminar en Sintonía con
el Espíritu (Barcelona: Andamio, 2017), 101-137; comparar con Andrew David Naselli, No Quick
Fix (Bellingham, WA: Lexham, 2017).
16 Este argumento analiza si el texto de Romanos 7 está describiendo las luchas de un cristiano o de un
incrédulo, o de ambos. Analizar este pasaje está más allá del alcance de mi debate. Ver de Terry L.
Wilder, ed., Perspectives on Our Struggle With Sin (Nashville, TN: Broadman & Holman, 2011).
17 Colin G. Kruse, The Letters of John, PNTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans), 66, 70. Los paralelos en
el evangelio de Juan hacen que esta teoría sea más probable que la idea común que plantea que el
versículo 8 lidia con la afirmación de no tener una “naturaleza pecaminosa”. Ver por ejemplo, de
Donald W. Burdick, The Letters of John the Apostle (Chicago: Moody, 1985), 125, 128.
18 Kruse, The Letters of John, 68.
19 Entre otros ejemplos están, Ro. 5:3-4; 12:2; 2 Co. 4:16; Ef. 4:13-16; Fil. 1:9-11; Col. 1:9-11; 3:10; 1
Ts. 3:12; 4:1; Stg. 1:2-4; 1 P. 2:2; 2 P. 1:5-8.
Capítulo 3
Conviértase en Quien Realmente Es

L a forma en la que un cristiano aplica las Escrituras forma parte de su


santificación progresiva. Necesitamos tener una visión completa de esto
antes de entrar a los detalles de la aplicación. Este capítulo, construido sobre
la base de los capítulos 1 y 2, sirve como manual de la santificación
progresiva, pues reunirá varias líneas argumentales que han salido a la luz en
nuestro debate y añadirá algunas otras.1

La Meta de la Santificación
Ya hemos visto cuál es la meta de la santificación, pero al explicarla con
mayor profundidad le proporcionaremos el énfasis apropiado. Para dar gloria
a su nombre, Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, y nos designó
para que dominásemos el mundo como sus representantes (Gn. 1:26-28; Sal.
8). Hasta un grado finito, pero aun así sorprendente, fuimos creados para
reflejar muchas de las perfecciones de Dios. La imagen de Dios abarca cada
una de las maneras en las que podemos reflejar su carácter. Los capítulos
iniciales de Génesis sugieren varios de estos puntos donde existe similitud:
nuestras facultades morales (2:16-17), nuestras capacidades intelectuales y
creativas (2:19-20, 23) y nuestra capacidad de comunión con otros que
también llevan la imagen de Dios (2:20-24). Lo más valioso de todo es que
nuestra semejanza con Dios nos permite disfrutar de comunión con él (3:8-
9).2
Sin embargo, el pecado nos ha separado de Dios, estropeando su imagen e
impidiéndonos cumplir con nuestro llamado de forma exitosa (Ro. 3:23; Ef.
4:17-19). Así que una de las metas más importantes dentro del plan de
salvación de Dios es restaurar su imagen en el hombre (Ef. 4:24; Col. 3:10).
La santificación progresiva es la forma en la que Dios está buscando cumplir
esa meta en la actualidad. Más específicamente, estamos siendo
transformados para ser más parecidos a Jesucristo, cuya humanidad
constituye la expresión suprema de la imagen de Dios (Jn. 1:14; 2 Co. 3:18;
4:4, 6).
Dios alcanzará su meta de santificarnos cuando nos haga similares a
Cristo tanto como sea posible para nosotros como seres humanos (Ro. 8:29a).
“Este es el más alto fin concebible, no solo por los hombres sino por el
mismo Dios. Dios mismo no podría considerar o determinar un destino más
elevado para sus criaturas”.3 Pero nuestra dicha contribuirá a una meta mucho
mayor en cuanto a Cristo: “para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos” (Ro. 8:29b). En otras palabras, Cristo recibirá la gloria eterna por
toda la bondad de su carácter que ha sido reproducida en nosotros. ¡Aleluya!

La Fuente de la Santificación
El hecho de que la santificación pertenece al plan de salvación de Dios
indica que él es la fuente de la misma. En diversas oraciones, bendiciones y
doxologías bíblicas se reconoce enfáticamente que Dios es quien lleva a cabo
la santificación. Yo encuentro que Hebreos 13:20-21 es especialmente
tranquilizador:
Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor
Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno,
os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad,
haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por
Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Las epístolas de Pablo abundan en tales oraciones, y debemos utilizarlas
para alimentar nuestra esperanza.4
Resulta más esperanzador aun saber que cada miembro de la Deidad está
involucrado en el proceso de santificación de los creyentes. La oración de
Pablo en Efesios 3:14-19 ilustra esto de forma conveniente. Su petición
primordial es que los efesios fuesen “llenos de toda la plenitud de Dios” (v.
19), es decir, que fuesen por completo poseedores del carácter moral de
Dios.5 Esta oración está dirigida al Padre (v. 14-15), pero incluye una
petición de ser fortalecidos en el hombre interior por el Espíritu (v. 16).
También solicita experimentar una mayor presencia y amor de Cristo (vs. 17-
19). ¡Toda la Trinidad obra en nuestro interior y nos hace crecer!
Pero es el Espíritu Santo quien funciona de forma especial como nuestro
santificador. El Espíritu nos llena de poder para resistir las tendencias
pecaminosas y mostrar las cualidades del carácter divino (Ro.8:13; Gá.5:16-
26). Su influencia trae como resultado que reaccionemos correctamente ante
Dios y las personas (Ef. 5:18–6:9). Él nos transforma de forma progresiva a
la imagen de Cristo (2 Co. 3:18).

El Fundamento de la Santificación
Analizaremos ahora la provisión fundacional que Dios ha dado para que
podamos crecer en santidad: nuestra unión con el Señor Jesucristo. Aunque a
menudo se ha visto subvalorada, la unión con Cristo ha sido bien descrita
como, “La idea fundamental que subyace a toda la gama de epístolas, y les
brinda el carácter específico de su doctrina”.6 Podríamos incluso llegar a
afirmar que la unión con Cristo constituye la esencia de nuestra relación con
Dios, “el alma y corazón” de toda la vida cristiana.
Es posible que pasemos por alto este concepto debido a que muchas de
sus expresiones bíblicas toman la forma de frases cortas como “en Cristo” y
“en él”. Sólo en los libros de Pablo esas frases aparecen más de 200 veces.7
El hecho de que estas frases sean tan dominantes y estén conectadas con
tantas ideas diferentes debería obligarnos a analizarlas detenidamente. Si lo
hacemos, podremos comprender por qué Hoekema concluyó, “Una vez que
nuestros ojos han sido abiertos al concepto de unión con Cristo, lo podremos
hallar casi en todas partes en el Nuevo Testamento”.8
Antes de que el mundo fuese, cuando el Padre decidió salvarnos, lo hizo
en Cristo, en conexión con él, sobre la base de lo que él haría (Ef. 1:4). Lo
que Cristo hizo en la historia fue unirse a nosotros en la encarnación (Jn.
1:14), asumiendo una naturaleza humana genuina, para que, como sustituto
nuestro, pudiese lograr todo lo que Dios exige del ser humano. Como
hombre, Cristo enfrentó la tentación exitosamente (He. 4:15) y vivió en
sumisión a la ley de Dios (Gá. 4:4). Su humanidad también le permitió sufrir
la ira de Dios en lugar nuestro en la Cruz (2 Co. 5:21; He. 2:14).
Luego, por fe, (de forma misteriosa pero verdadera) fuimos unidos
personalmente con Cristo cuando experimentamos la conversión. Como
resultado de ello, todos los beneficios de su obra redentora se volvieron
nuestros (Ef. 1:3). En Cristo disfrutamos cada aspecto de nuestra salvación.
En 1 Corintios 1:30 se brinda una clásica afirmación a manera de resumen,
“Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por
Dios sabiduría, justificación, santificación y redención”. Tal y como dice
John Murray, la unión con Cristo...
...no es solamente un paso en la aplicación de la redención; cuando
se analiza en sus aspectos más amplios, según las enseñanzas de las
Escrituras, subyace a cada paso de la aplicación de la redención. La
unión con Cristo es ciertamente la verdad central de toda la doctrina de
la salvación, no solo en su aplicación sino en su logro definitivo en la
obra consumada de Cristo.9
En este libro solo puedo esbozar la relación entre la unión con Cristo y la
santificación progresiva.10 Dividiremos nuestro debate en tres categorías: las
dimensiones posicional, vital y colectiva.
La Dimensión Posicional
El término posicional se refiere a nuestra posición oficial delante de Dios
como Creador, Dueño y Juez. Según Romanos 5:12-21, la expresión “en
Adán” resume la situación en la que se encuentran todos los seres humanos
de forma natural. Dios estructuró la raza humana de forma tal que la elección
de Adán nos afectó a todos. Como resultado de su pecado, todos hemos sido
condenados por Dios, separados de él en la tierra, y en rumbo hacia una
separación eterna de Dios. Además, como enseña Romanos 6, el pecado
mantiene una posición de autoridad sobre nosotros. Pablo plantea este asunto
de forma categórica: los que están en Adán son “esclavos del pecado”.
¡Pero el evangelio cambia todo eso! En el momento de nuestra conversión
Dios nos traslada de estar en Adán a estar en Cristo. Una de las
consecuencias de esto es ser declarados justos sobre la base de la obra de
Jesús, y por tanto se nos garantiza la vida eterna (Ro. 5:18-19). Esa es la
bendición de la justificación que he mencionado varias veces. Pero otro
resultado es que somos liberados de la esclavitud del pecado y puestos bajo la
autoridad de Dios (6:17-18). Aquí Pablo utiliza nuevamente un lenguaje
categórico: hemos “muerto al pecado” (v. 2); nuestro viejo hombre, quien
éramos en Adán, fue “crucificado” con Cristo (v. 6).
Esto no significa que ya no tenemos tendencias pecaminosas o que el
pecado no nos resulte atractivo, o que no podamos cometer actos
pecaminosos. Significa que nuestra relación de amo-esclavo con el pecado ha
terminado. Cuando Cristo murió, se separó de forma permanente de la
autoridad del reino del pecado, y cuando resucitó comenzó una vida nueva en
el reino de justicia de Dios (Ro. 6:10).11 El estar unidos con Cristo incluye
estar unidos con su muerte y resurrección, y con la victoria obtenida a través
de esos acontecimientos (Ro. 6:3-4).
Ya no tenemos que pecar, porque el pecado ya no es nuestro amo. No
posee ningún derecho legal sobre nosotros. Cuando optamos por pecar,
estamos sometiéndonos voluntariamente a un tirano destronado. Analicemos
esta analogía:
Se cuenta la historia de un águila amarrada a un poste, que
tristemente daba vueltas alrededor del mismo una y otra vez. Un día,
un nuevo dueño anunció que liberaría al ave. Se reunió una multitud,
la cuerda fue retirada, —pero el águila continuó dando vueltas
alrededor del poste, siguiendo su misma vieja rutina. Estaba libre para
poder volar, pero no lo hacía. Lo tristemente absurdo de esta escena es
semejante al cristiano que continúa pecando.12
La Dimensión Vital
Sin embargo, la unión con Cristo no solo nos separa de la autoridad del
pecado, sino que hace mucho más. Nos conecta con Cristo tan estrechamente
que recibimos fuerza y vida espiritual de él. Eso es lo que indica el adjetivo
vital.
Sorprendentemente, los pasajes que tocan este tema por lo general no
hablan de nosotros en Cristo, sino de Cristo en nosotros. En Gálatas 2:20
Pablo declara, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo,
mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del
Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. El testimonio
de Pablo nos hace recordar una metáfora en el evangelio de Juan: Cristo es la
vid a través de la cual nosotros, los pámpanos, llevamos fruto (15:1-11). Y
para que nadie piense que estas bendiciones solo son para los judíos, en
Colosenses 1:27 se nos enseña que los creyentes gentiles tienen a Cristo
viviendo en ellos como “la esperanza de gloria”.
Aquí retomamos el tema del ministerio del Espíritu Santo, pues Jesús
también enseñó que sería a través del Espíritu que él ministraría su presencia
vivificadora.13 Durante la regeneración el Espíritu nos dio vida en Cristo (2
Co. 5:17; Ef. 2:4-6). Ahora Cristo reside de forma permanente en nosotros a
través del Espíritu. Pablo identifica específicamente al Espíritu que mora en
nuestro interior como “el Espíritu de Cristo” (Ro. 8:9-11). Las implicaciones
para la santificación son asombrosas. El mismo poder de Cristo está siempre
disponible para capacitarnos para agradar a Dios. Por otro lado, estamos
unidos a Cristo de una manera tan inseparable que dondequiera que vayamos
lo llevamos con nosotros, incluso cuando pecamos (1 Co. 6:15-20).
La Dimensión Colectiva
Cuando hablo de “colectiva” me refiero a que, al estar unidos con Cristo,
también estamos unidos con todos aquellos que están unidos a Cristo. Jesús
oró pidiendo que sus discípulos “...todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí,
y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros... Yo en ellos, y tú en mí,
para que sean perfectos en unidad” (Jn. 17:21, 23). Posicionalmente, esto
ocurre a través del “bautismo del Espíritu”. En el momento de la conversión
en “un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o
griegos, sean esclavos o libres” (1 Co. 12:13a).
Pero la unión con el cuerpo de Cristo es tanto vital como posicional. Las
intensas descripciones que Pablo brinda en Efesios demuestran esta verdad.
Como piedra angular, Cristo brinda estabilidad a la iglesia a medida que ésta
se va transformando en un templo magnífico (2:20-22; comparar con 1 P.
2:4-5). Como cabeza, Cristo dirige al cuerpo en su crecimiento (Ef. 4:15-16).
Como esposo, Cristo provee amorosamente para todas las necesidades de su
esposa, que es el cuerpo (5:22-33). Más adelante en este capítulo
comenzaremos a ver que la dimensión colectiva de unión con Cristo posee
importantes repercusiones para nuestra santificación.

El Método de la Santificación
Necesitamos analizar más específicamente cómo Dios procede a la hora
de santificarnos. ¿Cómo se lleva a cabo la unión con Cristo para que
podamos ser transformados a su imagen en nuestro hombre interno, y en
nuestras decisiones externas? Más específicamente, ¿qué papel jugamos
nosotros en ese proceso?
Similar al Método de la Justificación
Como la justificación y la santificación son ambas obras divinas, puede
que esperemos que Dios use el mismo método para ambas. Hasta cierto punto
esto es verdadero. El Señor nos justifica y nos santifica por medio de la fe y
el arrepentimiento. En el capítulo anterior, cuando analizamos 1 Juan 1:8-10,
me referí a la necesidad de un arrepentimiento permanente en el proceso de la
santificación. A medida que nos entristecemos por nuestros pecados
específicos, los confesamos y nos apartamos de ellos reiteradamente, Dios
aumenta nuestra humildad, nuestro odio por el mal, y nuestro compromiso de
obedecerle.
De la misma manera la fe es también crucial para nuestro crecimiento.
Cuando contemplamos o miramos la gloria de Cristo en fe podemos ser
transformados a su imagen (2 Co. 3:18).14 Crecer en santidad no significa que
de alguna manera nos alejemos de nuestra dependencia de Cristo. De hecho,
cuando dependemos profundamente de Cristo para ser justificados
avanzamos en nuestra santificación.
Esto ocurre de varias maneras. En primer lugar, cuando recordamos que
hemos sido aceptados gracias a los méritos de Cristo, nos mantenemos
humildes, aun cuando progresemos espiritualmente. Y cuando fallamos, la
verdad de la justificación también nos protege de la desesperación. Al mismo
tiempo, la certeza de la justificación nos inspira a amar y a obedecer a Dios
más fervientemente, a medida que nuestros corazones se llenan de gozo,
gratitud y alabanzas. Vemos esta dinámica en el testimonio de Pablo que
aparece en Filipenses 3, y también en la prioridad e importancia que él le da a
la justificación en Romanos y en Gálatas.
Pero no confiamos en Cristo solo para ser justificados. También
confiamos en él para tener victoria en nuestra batalla diaria contra el pecado.
Tras referirse a nuestra unión con Cristo en su muerte y resurrección, Pablo
nos exhorta, “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero
vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Ro. 6:11). El término que se
traduce como “consideraos” significa tener en cuenta algo o considerarlo
como cierto, creerlo. Cuando nos enfrentamos a tentaciones específicas,
reflexionamos en el hecho de que ya el pecado no es nuestro amo, y
escogemos creer en esa verdad.
Diferente del Método de Justificación
Aunque Dios nos justifica y nos santifica a través de la fe y el
arrepentimiento, la justificación y la santificación difieren de maneras
importantes. En la justificación permanecemos pasivos al recibir los dones de
perdón y de una posición de justicia. Pero en la santificación Dios obra a
través de nuestra participación activa. Él nos llama a involucrarnos en
esfuerzos y actividades que emanen de nuestra fe y arrepentimiento.
Esto resulta evidente cuando analizamos las frases bíblicas a las que hice
referencia al presentar el tema de la santificación progresiva, por ejemplo,
“extendiéndome” (Fil. 3:13), “seguid” (He. 12:14), “poniendo toda
diligencia” (2 P. 1:5), y “creced” (2 P. 3:18). Podríamos añadir muchas más,
tales como, “golpeo mi cuerpo” (1 Co. 9:27), “Ejercítate para la piedad” (1
Ti. 4:7), y “sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la
mansedumbre” (1 Ti. 6:11). Además, el Nuevo Testamento describe la vida
cristiana en términos de guerra (p. ej. Ef. 6:10-17; 1 Ti. 6:12). De la misma
manera Romanos 6 enfatiza también que la fe debe ser puesta en práctica.
Pablo, tras exhortarnos a sentirnos muertos al pecado y vivos en Dios, nos
insta a resistir la influencia del pecado y a presentarnos ante Dios en
obediencia (vs. 12-13). Queda claro entonces que la santificación exige
nuestros esfuerzos más intensos.
Tal vez usted haya oído decir que en la justificación Dios hace todo el
trabajo, pero en la santificación nosotros “cooperamos” con él. Tal vez ésta
no sea la mejor forma de plantear esto, pues podría entenderse que Dios hace
un por ciento de la obra y el cristiano por separado hace otro por ciento. El
pasaje de Filipenses 2 aclara este asunto. Pablo, tras desafiar a los filipenses
para que muestren una humildad parecida a la de Cristo, escribe, “Por tanto,
amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia
solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor” (v. 12).
El verbo griego que se traduce como “ocupaos” (katergazomai) es
asombroso. Significa algo parecido a “producir”.15 El complemento directo
de este verbo, “en vuestra salvación”, no puede estar refiriéndose a la
justificación. De ser así, la afirmación de Pablo contradiría lo que él mismo
enseña en el capítulo siguiente: nuestra posición como justos es gracias a la fe
en Jesucristo, y no por nuestras obras (3:9). En el contexto de Filipenses 2, la
“salvación” tiene que ver con la meta de la salvación de hacernos como
Cristo en nuestras actitudes y acciones, específicamente en nuestro servicio
abnegado por los demás. Pablo indica que tenemos una responsabilidad
considerable en el cumplimiento de esta meta, y que ésta exige rigor y
trabajo.
Pero el apóstol no se detiene ahí. Él dice que debemos ocuparnos en
nuestra salvación “con temor y temblor”. ¿Cuál es la razón para esta
reverencia tan abrumadora? El versículo 13 comienza diciendo, “porque” a
manera de explicar el motivo: “porque Dios es el que en vosotros produce así
el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Cuando buscamos
sinceramente ser más parecidos a Cristo, nos sentimos fascinados al
percatarnos de que está teniendo lugar algo más allá de nuestro esfuerzo
humano. En nuestros esfuerzos por agradar a Dios, nuestros deseos y
determinación (“querer”), así como las consecuencias de éstos (“hacer”) son
el resultado de una energía sobrenatural.16
De manera que todas nuestras obras fluyen de la obra de Dios,
posibilitadas por su poder infinito. De igual modo, como plantea John
Murray, “Mientras más insistentemente activos seamos en nuestras obras,
más persuadidos estaremos de que toda la gracia y el poder vigorizantes
provienen de Dios”.17 Si esto suena paradójico, ¡entonces usted está en lo
correcto! De hecho, Pablo está describiendo todo su ministerio en estos
términos. Recuerde lo que se dice en 1 Corintios 15:10: “Pero por la gracia de
Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he
trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”.
Los Medios de la Gracia
A pesar de que no podemos explicar completamente la paradoja de la
santificación, podemos comprender nuestras responsabilidades en el proceso.
Para comenzar, podemos utilizar diligentemente los medios de la gracia,
vehículos a través de los cuales el Señor nos fortalece en nuestra búsqueda de
la santidad, y a través de los cuales nos hacer crecer en santidad.
El mayor de estos medios son las Escrituras. “Santifícalos en tu verdad; tu
palabra es verdad” (Jn. 17:17). “...desead, como niños recién nacidos, la leche
espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 P. 2:2).
A través de las Escrituras el Señor nos protege del mal (Sal. 119:9, 11), nos
edifica (Hch. 20:32), y nos capacita para toda buena obra (2 Ti. 3:16-17). La
Palabra de Dios es “la espada del Espíritu” que blandimos en la guerra
espiritual (Ef. 6:17). Para poder experimentar los muchos ministerios de las
Escrituras debemos meditar fielmente en ellas (Sal. 1:2) y ponerlas en
práctica (Stg. 1:22-25). ¿Puede hacerse esto sin que intervenga algún proceso
de aplicación?
En segundo lugar, la oración es un medio de la gracia. Como señalé
anteriormente, los autores bíblicos oraban para que Dios santificara a su
pueblo (p. ej. He. 13:20-21). Pablo menciona la oración en estrecho vínculo
con nuestra armadura espiritual (Ef. 6:18). Es a través de la oración que
confesamos nuestros pecados (Lc. 11:4; 1 Jn.1:9). Como respuesta a la
oración, Dios nos da gracia para resistir la tentación (Mt. 26:41; He. 4:14-16)
o nos libra de ella completamente (Lc. 11:4). A través de la oración podemos
disfrutar de una paz que sobrepasa toda ansiedad (Fil. 4:6-7). Y a través de la
oración nos sometemos a la voluntad de Dios (Lc. 22:42). La oración trabaja
de conjunto con las Escrituras. Una de las cosas por las que oramos es por
tener la iluminación para comprender la Palabra (Sal. 119:18; Ef. 1:15-18).
¡Una comunión constante con Dios ciertamente tiene efectos santificadores!
Por último, los demás creyentes, sobre todo aquellos con quienes
compartimos en nuestra iglesia local, funcionan como medios de la gracia
también. Antes habíamos apuntado que el estar unidos con Cristo incluye
estar unidos con otros cristianos. Un resultado de ello es que la santificación
es un “proyecto comunitario”. A través de conversaciones edificantes nos
ministramos gracia los unos a los otros (Ef. 4:29). Nos alentamos
mutuamente a perseverar (He. 10:23-25). Rendimos cuentas los unos a los
otros a través de varios niveles de disciplina dentro de la iglesia (p. ej. Mt.
18:15-20). En la adoración colectiva nos acercamos a Dios, pero también
ministramos su verdad los unos a los otros (Ef. 5:19-20; Col. 3:16).
Cuando usamos nuestros dones espirituales, Dios transmite de su gracia
santificadora a nuestros hermanos (Ro.12:3-8; 1 Co.12-14; 1 P. 4:10-11). De
manera más específica, él nos santifica a través del ministerio de nuestros
pastores y maestros (Ef. 4:11-16; He. 13:7, 17). A medida que prosigamos
con nuestro estudio veremos una conexión entre este énfasis comunitario y
nuestros esfuerzos por aplicar la Palabra. Al aplicar las Escrituras, lo
hacemos siendo sensibles a la congregación en la cual Dios nos ha
colocado.18
Mortificación y Vivificación
Además de aprovechar los medios de la gracia, nos negamos a
involucrarnos con el pecado y desarrollamos virtudes santas de forma activa.
A veces los teólogos se refieren a este lado negativo como “mortificación”.
Esta descripción de dar muerte al pecado proviene de Romanos 8:13 y
Colosenses 3:5. Representa la intensidad (violencia) necesaria para resistir la
tentación. Jesús tenía en mente tal intensidad cuando hablaba
hiperbólicamente de sacar el ojo, o cortar la mano que se ha convertido en
una vía para la tentación (Mt. 5:29-30). La Biblia utiliza otras metáforas en
este sentido. Por ejemplo, “despojarnos” de nuestra disposición y prácticas
pecaminosas de la misma forma en la que nos desharíamos de ropas
malolientes y raídas (Ef. 4:25; Col. 3:8).
En el aspecto positivo, la “vivificación” se refiere a cultivar las cualidades
de nuestra nueva vida en Cristo. Uno de los motivos por los que el Nuevo
Testamento narra la vida terrenal de Jesús es para detallar la manera en la que
él fue ejemplo de esas cualidades, para que nos sirvan de patrón.19 Además,
la Biblia enumera las categorías de bondad que debemos desarrollar, así
como las categorías de pecados que debemos evitar.20 En su momento
analizaremos la naturaleza de esas listas y sus consecuencias en nuestras
vidas.21
El elegir entre “despojarnos” y “vestirnos” es el resultado de una
experiencia pasada: en el momento de nuestra conversión Dios hace posible
que nos despojemos decididamente de nuestro viejo hombre y nos vistamos
del nuevo (Col. 3:9-10).22 Entonces procedemos a expresar este cambio
radical en nuestras decisiones cotidianas (Col. 3:8-14; Ef. 4:25-32; comparar
con Ro. 6:1-14). ¿Pero cómo? No se trata sencillamente de tener fuerza de
voluntad para “hacer borrón y cuenta nueva”. Progresamos cuando de forma
consciente nos sometemos a la influencia santificadora de Dios. La
mortificación tiene lugar “a través del Espíritu” cuando seguimos su
liderazgo (Ro. 8:13-14). Podemos resistir la carne, nuestras inclinaciones
pecaminosas y desarrollar características parecidas a las de Cristo si nos
sometemos de forma frecuente al ministerio impulsor y persuasivo del
Espíritu (Gá. 5:16-26; Ef. 5:18-21). A estas características ciertamente se les
conoce como “el fruto del Espíritu” (Gá. 5:23).

Conclusión
En nuestro próximo capítulo profundizaremos sobre la santificación
progresiva, pero percátese de que en este capítulo la mortificación y la
vivificación han sido mencionadas al final. Esto se debe a que la santidad no
tiene que ver esencialmente con “qué hacer y qué no hacer”. Más bien, este
capítulo ha enfatizado que la santificación progresiva tiene que ver con
convertirnos en quiénes realmente somos.
Dios ha apartado a los creyentes como su pueblo especial. Él nos ha unido
con Cristo. En Cristo hemos sido declarados justos, y hemos sido liberados
de la esclavitud del pecado. Además, Dios nos ha bendecido con todas las
cosas “que pertenecen a la vida y a la piedad” (2 P. 1:3). Él nos ha brindado
múltiples medios a través de los cuales podemos recibir la gracia
santificadora. También, Cristo ha fijado su residencia en nuestro interior a
través de su Espíritu Santo. A medida que hagamos uso de esos recursos nos
santificaremos cada vez más en corazón y conducta, y mostraremos la imagen
de Dios de forma tal que él reciba el honor que merece. Al aplicar las
Escrituras estamos contribuyendo a este propósito glorioso. Éstas constituyen
formas específicas a través de las cuales nos convertimos en aquello que
somos en Cristo.
1 Para leer más sobre la santificación, las siguientes obras brindan una útil mezcla de teología y
práctica: Jim Berg, Transformados a Su Imagen (Greenville, SC: Journey Forth, 2001); Jerry
Bridges, La Disciplina de Gracia (Fort Washington, PA: Christian Literature Crusade, 2004); Bryan
Chapell, Holiness by Grace (Wheaton, IL: Crossway, 2001); Andrew Davis, An Infinite Journey
(Greenville, SC: Ambassador International, 2014); Sinclair B. Ferguson, Devoted to God
(Edimburgo: Banner of Truth, 2016); Timothy S. Lane y Paul David Tripp, Cómo Cambia la Gente
(Greensboro, NC: New Growth, 2010). Santidad es una obra más antigua de J. C. Ryle (Pensacola,
FL: Chapel Library, 2016) y también está accesible. Para acceder a un clásico puritano ver, de Walter
Marshall, The Gospel Mystery of Santification (Grand Rapids, MI: Reformation Heritage, 1999).
2 Para leer más sobre la imagen de Dios, ver de Grudem, Teología Sistemática 462-471. Para un
análisis más profundo, ver de Anthony A. Hoekema, Creado a la Imagen de Dios (Grand Rapids,
MI: Libros Desafio, 2000).
3 Murray, Collected Writings of John Murray, Volume Two 316.
4 Ver, por ejemplo, Fil. 1:9-11; Col. 1:9-11; 1 Ts. 3:11-13; 5:23-24; 2 Ts.1:11-12. Para acceder a un
estudio útil ver, de D. A. Carson, Praying with Paul (Grand Rapids, MI: Baker, 2014).
5 Harold W. Hoehner, Ephesians (Grand Rapids: Baker, 2002), 491.
6 Thomas Dehany Bernard, The Progress of Doctrine in the New Testament (Boston: Gould and
Lincoln, 1869), 177.
7 Demarest, Cross and Salvation, 313.
8 Hoekema, Saved by Grace, 64.
9 John Murray, Redención: Consumada y Aplicada (Grand Rapids, MI: Desafio, 2007), 161.
10 Los recursos que hacen referencia a la unión con Cristo son numerosos, y algunos se tornan más
bien complejos. Para acceder a estudios generales ver de Hoekema, Saved by Grace, 54-67; Sinclair
B. Ferguson, The Christian Life (Edimburgo: Banner of Truth, 1981), 104-114; y de Murray,
Redención, 161-173. Para acceder a un debate más profundo, ver de Marcus Peter Johnson, One with
Christ (Wheaton, IL: Crossway, 2013); de Robert Letham Union with Christ in Scripture, History
and Theology (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed); de Rankin Wilbourne, Union with Christ
(Colorado Springs, CO: David C. Cook, 2016).
11 Por supuesto, esto no significa que Jesús pecó durante su vida terrenal. Aun así, Cristo vivió en un
reino en el cual el pecado tenía la autoridad. Por tanto, él experimentó la tentación. También soportó
experiencias físicas, emocionales y sociales que pertenecían a la maldición del pecado. Por último,
sufrió el castigo supremo del pecado en la Cruz. Ver de Moo, Romans, 378-379; de D. Martyn
Lloyd-Jones, Romans, an Exposition of Chapter 6 (Edimburgo: Banner of Truth, 1972), 102-103.
12 Christopher Ash, Teaching Romans, Volume 1 (Fearn, Escocia: Christian Focus, 2009), 232.
13 Ver Jn. 14:16-18, 25-26; 15:26; 16:7, 12-15; cf. 1 Jn.3:24; 4:13.
14 En el Nuevo Testamento el verbo griego katoptrizō solo aparece en 2 Corintios 3:18. Podría
significar “reflejar”, pero “mirar” es la traducción que mejor encaja, tanto en el contexto como en su
uso extrabíblico. Este verbo guarda relación con el sustantivo que significa “espejo” (katoptron), y es
por ello que muchos traducen katoptrizō como “mirando…como en un espejo.” Si Pablo tenía en
mente la idea de un espejo, es probable que no pretendiera identificar al espejo como un objeto
específico en el proceso de la santificación. En lugar de ello su argumento era más general: en esta
vida miramos a Cristo de forma indirecta (comparar con 1 Co. 13:12). Ver de David E. Garland, 2
Corinthians, NAC (Nashville, TN: Broadman & Holman, 1999), 199-200; Phillip E, Hughes, The
Second Epistle to the Corinthians, NICNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1962), 118-119, n. 19. Por
supuesto, tal y como explico más adelante, es a través de las Escrituras que tenemos acceso a la
gloria de Cristo.
15 BDAG, 531. Percátese de algunos usos paralelos de katergazomai (énfasis añadido): “la tribulación
produce paciencia” (Ro. 5:3); “el pecado… produjo en mí toda codicia” (Ro. 7:8); “las señales de
apóstol han sido hechas entre vosotros” (2 Co. 12:12).
16 El verbo griego que se traduce como “obras” es energeō. La palabra en español “energía” se deriva
de la raíz de esa palabra.
17 Murray, Redención, 149. Para un mayor debate, vea de Richard E. Melick, Philippians, Colossians,
Philemon (Nashville, TN: Broadman & Holman, 1991), 109-111; y de Moisés Silva, Philippians,
BECNT (Grand Rapids, MI: Baker), 118-123.
18 Para acceder a un análisis más amplio sobre los medios de la gracia, ver de Grudem, Teología
Sistemática, 999-1013. Para acceder a un estudio más profundo y orientado hacia la práctica, ver de
David Mathis, Habits of Grace (Wheaton, IL: Crossway, 2016). En cierto sentido, el sufrimiento
también puede considerarse un medio de la gracia. El sufrimiento es uno de los aspectos que trae la
maldición del pecado (Ro. 8:18-25), pero es más que eso. Dios lo modifica para nuestro bien,
empleándolo para hacernos más parecidos a Cristo (Ro. 8:28-30). A veces Dios usa el sufrimiento
como si fuese un castigo paternal (He. 12:5-11). De forma más general, el sufrimiento es la
herramienta que Dios emplea para hacer crecer nuestra dependencia de él (Co. 1:8-11; 12:1-10),
desarrollar nuestro carácter (Ro. 5:3-4; Stg. 1:2-4) y prepararnos para el ministerio (2 Co. 1:3-7). Los
pasajes citados enseñan que nosotros “usamos” estos medios de la gracia cuando aceptamos el
sufrimiento con humildad y confianza, y lo soportamos pacientemente.
19 Ver, por ejemplo, Mt. 11:28-30; Jn. 13:12-17; Ro. 15:1-3; Ef. 5:1-2; He. 12:1-2 y 1 P. 2:21-25.
20 Ver, por ejemplo, Ro. 12:9-21; 1 Co. 6:9-10; Gá. 5:19-25; Ef. 4:25–5:21; Col. 3:1-17 y 2 P. 5:1-7.
21 Para acceder a un estudio más profundo sobre la mortificación, vea las tres obras clásicas de John
Owen publicadas bajo el título Victoria Sobre el Pecado y la Tentación (Lima, Perú: Teología para
Vivir, 2019). Las enseñanzas de Owen están resumidas en el libro de Kris Lundgaard, The Enemy
Within (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 1998). Para leer más sobre la vivificación, ver de
Jim Berg, Essential Virtues (Greenville, SC: BJU Press, 2008) y de Jerry Bridges, The Practice of
Godliness (Colorado Springs, CO: NavPress, 1996).
22 El pasaje de Efesios 4:22-24, aunque posee una gramática más compleja, también parece referirse a
la conversión. Ver de Hoehner, Ephesians, 599-602 y de Daniel B. Wallace, Gramática Griega;
Sintaxis del Nuevo Testamento (Miami: Vida, 2011).
Segunda Parte

La Necesidad de la Aplicación
Bíblica
Capítulo 4
La Naturaleza de las Escrituras

M oisés había quedado perplejo nuevamente. Los israelitas se estaban


preparando para conquistar la tierra de Canaán, y el anciano líder
acababa de recibir la visita de cinco hermanas (Nm. 27:1-11). Maala, Noa,
Hogla, Milca y Tirsa estaban preocupadas por su futuro en la Tierra
Prometida. Su padre, Zelofehad, había muerto en el desierto sin
descendientes varones. Cuando un hombre moría, su heredad era transferida a
sus descendientes varones (compare con Dt. 21:15-17). En ausencia de hijos,
el pariente varón más cercano heredaba la tierra. Dicho sistema significaba
que el nombre de Zelofehad desaparecería; y si las hijas no se casaban, su
panorama financiero se vislumbraba sombrío.
Jehová no había provisto una ley para esas circunstancias en particular,
entonces, ¿qué podía hacer Moisés? ¡Solo podía preguntarle al Señor! Y el
Señor le dio una respuesta sencilla: “Bien dicen las hijas de Zelofehad; les
darás la posesión de una heredad entre los hermanos de su padre, y
traspasarás la heredad de su padre a ellas” (Nm. 27:7). Jehová entonces
procedió a establecer esto como ley permanente: si un hombre moría sin hijos
varones, sus hijas obtendrían la heredad. Y solo en ausencia de hijas la
heredad sería traspasada a otros parientes (vs. 8-11).
Sin duda alguna, las hijas de Zelofehad se fueron aliviadas, pero Moisés
aún tendría que volver a lidiar con ellas. Con el paso del tiempo, los líderes
del clan se acercaron a Moisés preocupados por el posible efecto dominó de
la nueva ley. Si estas mujeres se casaban con hombres de otras tribus, su
tierra pasaría a pertenecer a las tribus de sus esposos. Así que era necesario
tomar otras decisiones con respecto a esa ley divina. Como Jehová quería que
cada tribu retuviera su propiedad de forma íntegra, él decretó: “Cásense como
a ellas les plazca, pero en la familia de la tribu de su padre se casarán” (36:6).
Afortunadamente, había cinco solteros disponibles que cumplían con esta
condición (vs. 10-12).
Esta historia me parece fascinante en varios niveles. En primer lugar, en el
momento en que se resolvió el caso de las hijas, Israel estaba en la rivera
oriental del Jordán, y la Tierra Prometida estaba poblada por los cananeos.
Todo ese debate giraba alrededor de una propiedad que le pertenecía a otra
persona. El hecho de que Jehová estuviese estipulando leyes detalladas sobre
la tierra indicaba cuán comprometido estaba en permitirles a los israelitas
tomar Canaán. Fieles a la Palabra de Dios, después de la conquista, Eleazar y
Josué les dieron a las hijas de Zelofehad la herencia que era suya por derecho
(Jos. 17:3-4). Nos imaginamos que las hijas de Zelofehad vivieron felices
para siempre con sus esposos en sus heredades.
El relato de las hijas de Zelofehad constituye un conmovedor testimonio
de la compasión y fidelidad de Dios, pero también da lugar al desafío que
motiva este libro. Aunque muy pocos de nosotros desearíamos el papel de
liderazgo que tuvo Moisés, ciertamente sí nos gustaría tener una línea directa
con Dios cada vez que tuviésemos interrogantes que la Biblia no aborda
específicamente. El incidente de las hijas de Zelofehad no fue la primera vez
que Moisés se acercó a Jehová para preguntarle sobre temas que las
Escrituras no mencionaban. El Señor le dio órdenes detalladas acerca de
cómo lidiar con un hombre mitad israelita el cual había blasfemado (Lv.
24:10-16), con varios hombres que estaban inmundos en el momento
ceremonial de la Pascua (Nm. 9:6-14) y con otro hombre que recogía leña en
el día de reposo (Nm. 15:32-36).
Pero, ¿cómo debemos proceder en la actualidad? Tal y como hemos visto,
Dios en su misericordia nos ha apartado para sí mismo, para que podamos
mostrar la imagen de Cristo y por tanto glorificarle. Pero, ¿cómo saber qué
aspecto tiene la imagen de Cristo en nuestra vida contemporánea, sobre todo
cuando enfrentamos situaciones y problemas para los cuales no existen
capítulos ni versículos? La respuesta es que necesitamos aplicar las
Escrituras. Este capítulo y el próximo nos brindan una variedad de maneras
en las que la misma Biblia indica la necesidad de la aplicación.
Sobre todo, ¿qué tipo de libro o colección de libros es la Biblia? ¿Qué
cualidades caracterizan a la revelación escrita de Dios? A medida que vamos
reflexionando en algunos rasgos esenciales de las Escrituras, una y otra vez
nos encontramos con la necesidad de la aplicación.

Verdades Temporales y Verdades Eternas


Para comenzar, toda persona que estudia la Biblia tiene que batallar contra
la tensión entre los personajes de otro tiempo y la autoridad eterna de las
Escrituras. Por una parte, al leer la Biblia sentimos que estamos “leyendo una
correspondencia ajena”. Los libros de las Escrituras son registros históricos
de cómo Dios lidiaba con las personas en la antigüedad. Estos registros nos
narran cómo Dios los guiaba en el proceso de transformarlos a su imagen.
Pero como las vidas de estas personas eran enormemente diferentes de las
nuestras, la Biblia a menudo habla de problemas que es muy poco probable
que nosotros jamás enfrentemos. ¿Cuándo fue la última vez que usted se
preocupó en cuanto a si debía segar los rincones de su tierra (Lv. 19:9), o si
debía comer carne sacrificada a los ídolos (1 Co. 8–10)?
Nosotros, por el contrario, enfrentamos una multitud de problemas que
nunca habrían pasado por la mente de los destinatarios originales de la Biblia.
Ellos nunca oyeron hablar de límites de velocidad, tarjetas de crédito,
Hollywood, el internet o los teléfonos inteligentes. Dada la rapidez con la que
el mundo está cambiando, ¿cómo podría la Biblia abordar todas nuestras
preguntas, luchas, y problemas en cuanto a la santificación? El Señor tendría
que hacer lo que hacen las compañías que producen software —emitir
actualizaciones con frecuencia.
Pero no es así como el Señor ha elegido actuar. En lugar de ello, los libros
de la Biblia se presentan de forma tal que trascienden las generaciones.
Aunque constituyen las palabras que Dios les dio a determinados individuos
y grupos en la historia, tienen autoridad sobre individuos y grupos
posteriores. Por tanto, necesitamos cambiar la idea de que estamos leyendo
“la correspondencia ajena”. Tal y como le escuché decir a mi colega Gary
Reimers, leer la Biblia se parece más a leer una carta dirigida a otra persona,
pero que fue intencionalmente enviada a nosotros cual copia al carbón o
copia oculta.
Las Escrituras trascienden la historia, y este carácter sale a relucir a lo
largo del Antiguo y del Nuevo Testamento. En el pacto que Jehová hizo con
la nación de Israel, y que domina el Antiguo Testamento, hay una autoridad
intrínseca imperecedera. En Deuteronomio Moisés enfatiza este hecho a
través de una hipérbole: él dice que el pacto no se estableció con la primera
generación de israelitas que salieron de Egipto sino con sus descendientes
(5:1-3). Él extiende el pacto a generaciones incluso más lejanas: “Y no
solamente con vosotros hago yo este pacto y este juramento, sino con los que
están aquí presentes hoy con nosotros delante de Jehová nuestro Dios, y con
los que no están aquí hoy con nosotros” (Dt. 29:14-15, énfasis añadido). Por
último, Moisés utiliza repetidamente el pronombre vosotros para referirse a
los israelitas que no entrarían en escena sino hasta casi un milenio después,
aquellos que retornarían del exilio a la Tierra Prometida (30:1-5).
El libro [de Deuteronomio] fue escrito de forma tal que une a los
lectores originales con los posteriores —en un espacio de cientos de
años— para escuchar el mismísimo mensaje...
Si tomamos en serio el empleo del pronombre “vosotros”, debemos
leer el libro interpretando que se dirige a un lectorado de diferentes
generaciones, abarcando desde los últimos días de Moisés y hasta el
exilio, y en algunos sentidos, más allá.1
El Pacto Mosaico tendría este efecto específicamente a medida que los
padres israelitas enseñaban la Torá a sus hijos (p. ej. Dt. 6:7; 29:29). Esta
instrucción debía continuar generación tras generación. Jehová mismo le dijo
a Josué que obedeciera la Ley de Moisés (Jos. 1:7-8). El rey David le dijo lo
mismo a Salomón (1 R. 2:3). Algunos siglos después, el rey Josías se sintió
abrumado de dolor cuando se percató cuán lejos Judá se había apartado de la
Ley (2 R. 22:11-13). Incluso posteriormente, los líderes judíos lamentaron la
desobediencia que había provocado el exilio del pueblo de Dios (Neh. 9,
comparar con 2 R. 17). Y después del milenio antes mencionado, Malaquías
exhortaba a sus contemporáneos: “Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al
cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel” (Mal. 4:4).
Al volvernos hacia el Nuevo Testamento hallamos a Jesús preservando la
autoridad divina de los escritos del Antiguo Testamento (Mt. 5:17-19; Jn.
10:35). Él también afirmó que sus propias enseñanzas poseían esa misma
autoridad (Mt. 24:35; Jn.14:10, 24; ver 1:16-18). Luego, antes de su
ascensión, Cristo les dijo a sus discípulos originales no solo que hicieran
discípulos sino que les enseñasen a guardar todas las cosas que les había
mandado (Mt. 28:20). Además, él les prometió a los apóstoles un ministerio
poderoso del Espíritu Santo que les permitiría transmitir las palabras y obras
de Cristo e impartir mayores revelaciones (Jn.14:26; 15:26-27; 16:12-15).
Pablo y algunos otros que estaban conectados con los apóstoles también
disfrutaron de ese rol único (p. ej. 1 Co. 2:12-13; Gá. 1:11-12).
Como consecuencia, los documentos neotestamentarios poseen una
autoridad paralela a la de los escritos de los profetas del Antiguo Testamento
(Ef. 2:20; 2 P. 3:2; comparar con Jud. 17-18). Y como mismo sucede con el
Antiguo Testamento, esta autoridad se extiende más allá de los receptores
originales. Por ejemplo, Pablo dijo que su carta a la iglesia de los colosenses
debía ser leída en la iglesia de Laodicea (Col. 4:16). Esto se corresponde con
la autoridad apostólica que él aseguraba tener “en todas las iglesias” (1
Co.7:17; ver 14:33, 37-38). De la misma manera, aunque las cartas que
aparecen al comienzo de Apocalipsis están dirigidas a iglesias locales
determinadas y tratan asuntos específicos en esas iglesias, cada una termina
con una amonestación más amplia: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu
dice a las iglesias” (2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22). La conclusión del
Apocalipsis usa también un lenguaje universal (22:7, 12, 14, 17-19).
El llamado del evangelio es para “todos los hombres en todo lugar” (Hch.
17:30). Así que, a través de sus páginas, el Nuevo Testamento asume que sus
enseñanzas son normativas para “todas las naciones” (Ro. 1:5; 16:26), y en
especial, para “nosotros todos” los que hemos experimentado el Nuevo Pacto,
para todos los creyentes en Jesucristo (2 Co. 3:18). El Nuevo Testamento
registra la “fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jud. 3) ya sea a los
santos del primer siglo o a los del siglo veintiuno.
La aplicación nos permite someternos a esta autoridad de las Escrituras,
incluso mientras filtramos sus particularidades históricas. El proceso implica
retos y escollos, pero es factible al menos por tres razones.
• Aunque Dios ha cambiado sus métodos en el transcurso del tiempo, su
carácter y valores permanecen inalterables (Mal. 3:6; Stg. 1:17).
• Todos los seres humanos fueron hechos a la imagen de Dios (Gn.
1:26-27; Stg. 3:9), y todos somos pecadores (Ro. 3:10-23). Por tanto,
podemos esperar que haya un grado importante de continuidad en la
experiencia humana a pesar de las diferencias históricas y culturales.
• El Espíritu de Dios que mora en nosotros nos guía mientras buscamos
hallar la relevancia actual de su antigua Palabra (1 Co. 2:14; Ef. 1:16-
18).
A menudo el proceso de aplicación es sencillo. No hace falta ser tan
perspicaz para analizar el conflicto que tuvieron Evodia y Síntique (Fil. 4:2) y
contextualizarlo a un conflicto entre miembros de su iglesia. Y cuando Pablo
hace un llamado a los corintios para que den para los pobres de Jerusalén, (2
Co. 8-9), podemos fácilmente transferir sus enseñanzas a la ofrenda que se
recoge el domingo por la mañana en nuestras iglesias. Pero ya sea fácil o
difícil, la aplicación es vital si vamos a ser hacedores de la Palabra de Dios y
no solamente oidores (Mt. 7:24-27; Stg. 1:22-25). De hecho, los primeros
capítulos de este libro fueron un ejercicio de la aplicación: pues tomamos lo
que Dios les dijo a varios creyentes en tiempos bíblicos y lo relacionamos
con nuestra propia relación con Dios y nuestra santificación. La suposición
ha sido que la Palabra que Dios les dio a ellos —por extensión— es también
su voluntad para nosotros.
Ejemplos en 2 Timoteo
Para ilustrar más este tema quisiera detenerme en un libro bíblico cuyo
trasfondo histórico fue bastante limitado: 2 Timoteo. Pablo, anticipando su
martirio, le escribe esta carta a Timoteo para alentarlo a continuar con la
misión evangelística del apóstol, sobre todo en la ciudad de Éfeso. Con este
trasfondo, 2 Timoteo contiene información detallada que a nosotros nos
pudiera parecer irrelevante. Leemos acerca de cómo Figelo y Hermógenes se
opusieron a Pablo (1:15), la oposición también por parte de Himeneo y Fileto
(2:16-18) y por parte de Alejandro (4:14-15). Por otra parte, se elogia a
Onesíforo por apoyar a Pablo (1:16-18). Hallamos también apuntes de viaje
que mencionan a Demas, Crescente, Tito, Lucas, Marcos, Erasto y Trófimo
(4:10-12, 19-20). Pablo le pide a Timoteo que lo visite y le lleve su capote y
sus libros (4:13). Y la carta termina incluyendo algunos saludos personales
(4:19, 21).
Pero la relevancia de 2 Timoteo se extiende más allá de las circunstancias
personales de Pablo y del propio ministerio de Timoteo. “Lo que has oído de
mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para
enseñar también a otros” (2:2). Pablo prevé que las instrucciones que ha dado
a Timoteo tendrán una influencia que se extenderá con el paso del tiempo.
Además, no es difícil detectar las verdades universales que los detalles
históricos de esta carta nos enseñan. Basándose en su experiencia de
persecución Pablo generaliza explícitamente: “Y también todos los que
quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (3:12,
énfasis añadido). Y el censurable amor de Demas por este mundo (4:10)
contrasta con el apóstol y con “todos los que aman su venida [de Cristo]”
(4:8, énfasis añadido).
Concentrándonos en un Texto Famoso
Veremos esta interacción entre lo particular y lo universal a medida que
estudiemos un pasaje que posiblemente sea el más famoso de 2 Timoteo.
Posiblemente este sea el pasaje más importante sobre el rol de las Escrituras
en la vida cristiana. En 2 Timoteo 3 Pablo se concentra en preparar a Timoteo
para combatir a los falsos maestros. Su epístola alcanza su clímax con estas
inolvidables palabras (vs. 14-17):
“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo
de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas
Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe
que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil
para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a
fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para
toda buena obra”.
Si usted conoce este texto, es posible que usted espere que yo exponga los
siguientes tres aspectos sobre la Biblia.
• La Biblia tiene un origen divino. En el versículo 16 la expresión
“inspirada por Dios” enfatiza que las Escrituras son el discurso de
Dios.
• La Biblia es beneficiosa para la conversión (v. 15), la santificación, (v.
16) y el servicio eficaz (v. 17). De hecho, el versículo 16 enumera
cuatro ministerios de las Escrituras en la santificación: la enseñanza, la
amonestación, la corrección y la instrucción en justicia.
• La Biblia es suficiente para cumplir con los propósitos de
santificación. Como dice el versículo 17, las Escrituras hacen al
“hombre de Dios... perfecto, enteramente preparado para toda buena
obra” (énfasis añadido).
Las proposiciones anteriores son fundamentales para el cristianismo
ortodoxo, y yo las ratifico con entusiasmo. Sin embargo, para formular estas
afirmaciones fue necesario establecer conexiones teológicas equivalentes a
algún tipo de aplicación. Tomemos por ejemplo la misma palabra Escrituras
(v. 16). Este término es similar a las “Sagradas Escrituras” que Timoteo
aprendió en su juventud como mitad judío que era (v. 15). Como el Nuevo
Testamento no existía cuando Timoteo era niño, tanto “Escrituras” como
“Sagradas Escrituras” deben referirse a los documentos del Antiguo
Testamento (realidad de la cual yo saco mucho provecho, pues soy profesor
de Antiguo Testamento). Sin embargo, mis proposiciones se referían a “la
Biblia” y con ellos me refería a los sesenta y seis libros de la Biblia. ¿Cómo
puedo justificar el incluir aquí al Nuevo Testamento?
El versículo 15 provee parte de la respuesta. Dice que los escritos del
Antiguo Testamento “te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es
en Cristo Jesús”. El Antiguo Testamento no habla específicamente de la
“salvación a través de la fe en Cristo Jesús”. Sin embargo, él preparó el
terreno para la llegada del Mesías al revelar el plan redentor de Dios de una
forma más general. Sin embargo, una vez que ese plan se concretó en la obra
de Jesús, la meta suprema del Antiguo Testamento se volvió mucho más
clara. Pablo le había enseñado a Timoteo esta perspectiva del Nuevo Pacto en
el Antiguo Testamento,2 y los apóstoles y sus asociados estaban en el proceso
de codificarla en los libros del Nuevo Testamento. Por tanto, existe un
vínculo estrecho entre “Escrituras” y el Nuevo Testamento como el
“comentario” autorizado del Antiguo.3
Teniendo esto en mente, percatémonos del uso de la palabra “toda” en el
versículo 16. La frase toda la Escritura significa “cada parte de las
Escrituras” o “las Escrituras en su totalidad.” En cualquier caso, la amplitud
de esta afirmación sugiere que 2 Timoteo 3:16 es aplicable a cualquier
documento que pueda llamarse correctamente “Escrituras”. Incluso antes de
concluir el primer siglo d. de C., ya ese título estaba comenzando a emplearse
para referirse a los escritos del Nuevo Testamento (1 Ti. 5:18; 2 P. 3:16). Así
que, como es natural, concluimos que esos escritos son inspirados y
provechosos, al igual que los escritos del Antiguo Testamento.4
Nuestro uso práctico de 2 Timoteo 3:14-17 también depende de la
aplicación. Esto queda claro cuando analizamos nuevamente el versículo 17.
Aquí Pablo declara el propósito de los ministerios de las Escrituras: “que el
hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.
La expresión el hombre de Dios indica cuál es el centro de atención de Pablo
en este pasaje. Este título se usaba normalmente para referirse a los profetas
en el Antiguo Testamento (p. ej. Dt. 33:1; 1 S. 9:6; 2 R 1:9). En otro pasaje
que abordaba el ejemplo pastoral de Timoteo y su ministerio, Pablo había
llamado a Timoteo “hombre de Dios” (1 Ti. 6:11). Así que, al parecer,
cuando el apóstol habla en 2 Timoteo 3 sobre la influencia santificadora y
capacitadora de las Escrituras, él está hablando específicamente sobre su
influencia en la vida de Timoteo como líder y predicador designado por Dios
en Éfeso.
Pero, ¿es 2 Timoteo 3:16-17 aplicable solo a la vida de Timoteo? Una
razón para responder que no es que, a la luz de 2 Timoteo 2:2, la frase
hombre de Dios se extiende a otros hombres que tenían ministerios análogos
al ministerio de Timoteo. Pero la relevancia de este texto no termina ahí. El
capítulo siguiente comienza con un mandato trascendente para Timoteo:
“Predica la palabra” (4:2). Aquí “la palabra” se refiere a las Escrituras sobre
las cuales hemos estado debatiendo: el Antiguo Testamento visto a la luz de
la venida del Mesías y, por extensión, los escritos del Nuevo Testamento
añadidos al canon.
Al proclamar esta revelación, Timoteo debe “redargüir, reprender,
exhortar con toda paciencia y doctrina” (v. 2). Estos términos se
corresponden a grandes rasgos con los cuatro ministerios de las Escrituras en
2 Timoteo 3:16. En otras palabras, todas las experiencias que Timoteo
extrajese de la palabra de Dios debía aplicarlas en las vidas de los efesios.
Esta predicación es en sí misma un ejercicio de aplicación. Además, nos
conduce a inferir que este versículo (16) no se restringe a Timoteo como “el
hombre de Dios”. En lugar de ello, las Escrituras también enseñan,
reprenden, corrigen y capacitan a los creyentes a quienes él ministraba en
Éfeso.
Como nosotros somos cristianos del Nuevo Pacto, nuestra situación
espiritual es similar a la de los creyentes efesios. Deducimos, por tanto, que
la Biblia obra en nuestras vidas de la misma forma en que obró en las vidas
de aquellos. Como dice William Mounce, “Las Escrituras provienen de Dios
y son verdaderas, por tanto proveen el contenido y la dirección necesarias
para Timoteo, los líderes cristianos, y por implicación, para que todos los
cristianos estén enteramente preparados para toda buena obra”.5
Analice nuevamente mis comentarios acerca de 2 Timoteo 3:14-17 y
percátese de algunas palabras y frases que puse en cursiva para añadirles
énfasis: meta suprema, concluimos, extiende, análogo, por extensión, inferir,
similar, deducimos y por implicación. Este es el lenguaje de la aplicación.
Refleja un proceso lógico en el que se “relacionan los hechos” no solo en el
contexto del pasaje, y entre el pasaje y otros pasajes, sino también entre los
destinatarios originales de las Escrituras y nuestras vidas en la actualidad. Al
meditar en 2 Timoteo 3:14-17, cualquier cristiano maduro que lea la Biblia de
manera regular llegaría posiblemente a la misma conclusión que estoy
defendiendo, aunque él no lo haya estudiado tan detenidamente ni de forma
explícita. Pero el hecho de haber planteado el proceso de forma tan abierta
nos ayuda a establecer el argumento de este capítulo: la aplicación es
indispensable si queremos beneficiarnos de los escritos bíblicos.
Es por ello que tuvimos que aplicar la Biblia incluso para decir que ésta
nos enseña, redarguye, corrige e instruye. Y tenemos que aplicar si queremos
experimentar estos ministerios en otras partes de las Escrituras.
Un Último Pasaje
Antes de abandonar el pasaje de 2 Timoteo, quisiera dirigir su atención
hacia otro texto relacionado con la aplicación. Al comienzo del capítulo 2,
Pablo exhorta a Timoteo a perseverar en el ministerio. En los versículos 4-7
él brinda una serie de analogías:
Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo.
Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de
agradar a aquel que lo tomó por soldado. Y también el que lucha como
atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. El labrador, para
participar de los frutos, debe trabajar primero. Considera lo que digo, y
el Señor te dé entendimiento en todo.
Las analogías provienen del mundo militar (vs. 3-4), del mundo del
deporte (v. 5) y de la esfera de la agricultura (v. 6), y cada una comunica una
idea o ideas diferentes. Es posible que Timoteo, al igual que yo, no tuviese
mucha experiencia en esas esferas de la vida. Sea cual fuere el caso, al
parecer Pablo no esperaba que Timoteo comprendiese inmediatamente las
conexiones entre estas ilustraciones y su ministerio. Digo esto porque en el
versículo 7 el apóstol continúa diciendo, “Considera lo que digo, y el Señor te
dé entendimiento en todo”.
Aquí Pablo está llamando a Timoteo a la aplicación, a comprender la
relevancia específica de estas ilustraciones para su vida y ministerio. Y
presenta dos factores vitales para su aplicación: la meditación (“Considera lo
que digo), acompañada de una iluminación divina (“el Señor te dé
entendimiento en todo”). Aunque fue el destinatario original de esta carta,
Timoteo también tuvo que revisar los elementos orientados hacia la cultura
para poder llegar al mensaje de Dios para su vida.
Mi colega Randy Leedy ha escrito de una manera más amplia en cuanto a
este pasaje:
Si se me permite decirlo de esa manera, este pasaje dice más de lo
que dice. Pablo hace afirmaciones sencillas acerca de un soldado, un
atleta y un labrador. Pero cuando dice, “Considera lo que digo, y el
Señor te dé entendimiento en todo” él deja en claro que pretende
comunicar más de lo que realmente dice. Por supuesto, él hubiese
podido explicar exactamente lo que tenía en mente, pero no lo hizo. Él
les dejó este texto primero a Timoteo, y después a todos los creyentes
que han vivido desde entonces, para que infirieran, no solo la
interpretación correcta de estas afirmaciones, sino también la
aplicación en sus vidas. Él no estaba sencillamente permitiéndole a
Timoteo que infiriera la aplicación; su discurso lo exigía.6
Veremos la recurrencia de esta dinámica cuando analicemos otros rasgos
de la revelación bíblica.

Géneros Implícitos
¿A través de qué tipos de literatura Dios escogió revelarse? Esperaríamos
que hubiese preferido ensayos de teología sencillos. De hecho, hallamos
escritos similares a ensayos teológicos en muchos fragmentos de las epístolas
neotestamentarias. En Romanos 3:21-26 se emplea una terminología
altamente precisa, organizada en un discurso muy lógico para poder exponer
la doctrina de la justificación por fe. Y en Hebreos 8 se nos brinda una
exposición detallada del ministerio de Cristo como mediador del Nuevo
Pacto.
De la misma manera, las prohibiciones y mandatos inequívocos parecen
ser la forma más eficaz de enseñar ética. ¿Quién puede discutir con respecto a
la precisión del mandato “No hurtarás”? (Éx. 20:15; Ro. 13:9) ¿Quién podría
dejar de comprender la relevancia de 1 Tesalonicenses 4:3 cuando dice:
“...pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de
fornicación?”
Aun así, tales formas de comunicación no caracterizan la totalidad, y ni
siquiera la mayor parte de la Biblia. El Señor ha llenado su Palabra con una
rica variedad de géneros, y a menudo estos géneros no indican directamente
cómo se supone que el lector reaccione ante lo que está leyendo. De hecho,
algunos géneros a veces ni siquiera afirman su tesis básica en buena parte de
sus contenidos. Frecuentemente los lectores, ya sea los originales o los
posteriores, deben inferir los temas teológicos/éticos y luego relacionarlos
con los de su situación en particular. Aun cuando ese ejercicio es más
espontáneo que sistemático, sigue siendo necesario para la obra santificadora
de las Escrituras.
El ejemplo prominente aquí es el género narrativo en sus diversas formas,
que representa casi el 40 por ciento del contenido de la Biblia. En ocasiones
existen pasajes y libros narrativos que especifican su tema e incluso su
aplicación. El evangelio de Juan es uno de ellos: “Hizo además Jesús muchas
otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en
este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:30-
31). Además, los evangelios muchas veces verbalizan el argumento de una
parábola: “También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar
siempre, y no desmayar” (Lc. 18:1).
Sin embargo, la mayor parte de las veces, para poder beneficiarnos de las
narrativas bíblicas debemos hacer uso de una buena dosis de razonamiento
inductivo. En cuanto al libro de los Hechos, el tema de ser testigos de Cristo
claramente se aplica a todas las generaciones de cristianos (1:8). Pero, ¿acaso
pretende el autor enseñar también métodos ministeriales que deben ser
repetidos por el pueblo de Dios? Por ejemplo, ¿hasta qué punto las estrategias
misioneras de Pablo constituyen un modelo para nosotros? ¿Se supone que un
misionero contemporáneo debe evangelizar en la sinagoga local antes de
predicarles a los gentiles? ¿Debería típicamente trabajar en una ciudad
durante algunas semanas o meses y luego mudarse a otra localidad?
Las preguntas similares a éstas abundan cuando nos adentramos en las
narrativas del Antiguo Testamento. ¿Qué debemos aprender de Génesis 14,
donde Abram y sus siervos llevan a cabo un ataque militar para rescatar a
Lot, el sobrino de Abram? O veamos el libro de Rut. ¿Es acaso el objetivo de
esta bella historia el enseñar que las personas tienen que ocuparse de sus
suegras viudas? ¿Y debe acaso la proposición nocturna de Rut (Rut 3) servir
como patrón para la manera en la que deben comenzar hoy los matrimonios?
Muy pocos pensarían que sí, pero algunos han argumentado que Abraham
constituye un modelo a imitar debido a la forma en la que adquirió una
esposa para Isaac (Gn. 24). ¿Es legítima esta conclusión?
Dentro de la narrativa encontraremos otros géneros tales como las listas
administrativas. Los capítulos intermedios de Josué son un ejemplo (Jos.
19:1-3):
La segunda suerte tocó a Simeón, para la tribu de los hijos de
Simeón conforme a sus familias; y su heredad fue en medio de la
heredad de los hijos de Judá. Y tuvieron en su heredad a Beerseba,
Seba, Molada, Hazar-sual, Bala, Ezem.
¿Cómo contribuyen esos detalles a nuestra santificación?
Analicemos también 1 Crónicas. Los capítulos del 23 al 26 incluyen un
catálogo de oficiales que David organizó para el templo de Salomón: levitas,
sacerdotes, músicos, porteros y tesoreros. Dado que un templo físico no
forma parte del plan de Dios para la iglesia de hoy, ¿cuál es la importancia de
todo este material para nosotros? Hablando de 1 Crónicas, ese libro comienza
con nueve capítulos dedicados a la genealogía, que es aún otro género. ¿Qué
beneficios espirituales podemos obtener de esas larguísimas listas de nombres
difíciles de pronunciar? El texto no nos lo dice directamente. Y dentro de las
genealogías, ¿cómo debemos reaccionar ante la famosa oración de Jabes (1
Cr. 4:9-10)?
Existen otros tipos de literatura bíblica que comunican su relevancia de
forma implícita: salmos mesiánicos (p. ej. Sal. 20–21), canciones de amor
(sobre todo el Cantar de Salomón), visiones proféticas (p. ej. Ez. 40–48), y
oráculos contra naciones antiguas (p. ej. Jer. 46–51). Al mencionar estos
ejemplos mi meta no es abrumarle con dificultades bíblicas.
Por el contrario, mi objetivo es que, al finalizar la lectura de este libro,
usted se sienta alentado y haya recibido una ayuda útil en sus esfuerzos por
aplicar las Escrituras. Pero primero debemos estar absolutamente persuadidos
de que existe una conexión inseparable entre el ministerio santificador de las
Escrituras y el proceso de aplicación. Los géneros implícitos de la Biblia
hacen que esta conexión sea obvia.
Instrucciones Generales
Afortunadamente, como apuntamos anteriormente, algunos géneros
bíblicos comunican explícitamente lo que Dios quiere que la gente crea y
haga. Pero incluso en esos géneros, las cosas pueden no ser tan sencillas
como parecen a primera vista. Por ejemplo, muchas de las instrucciones de la
Biblia son bastante generales por naturaleza. Para que ese tipo de instrucción
influya en el lector de forma significativa, éste debe profundizar más allá de
la sencilla afirmación del texto e identificar expresiones concretas de esa
afirmación en su vida.
Piense en los Diez Mandamientos. ¿Qué significa realmente honrar a
nuestros padres (Éx. 20:12)? Esa pregunta tiene muchas respuestas, y éstas
dependen en gran medida de la edad de los hijos, así como de la edad de los
padres. Cuando los hijos son más jóvenes, ese honor incluye obedecer los
mandatos que les dan los padres. Esa es la aplicación que Pablo hace en
Efesios 6:1-3 para lectores que se desarrollaban en un escenario muy
diferente del de los israelitas que fueron los primeros en recibir los Diez
Mandamientos.
Cuando los hijos crecen, deben percatarse de que deben mostrar honor de
maneras adicionales. Al hablar de sus padres, por ejemplo, deben hacerlo de
la manera más positiva posible. Deben también evitar conductas necias que
podrían avergonzar a su familia —lo cual incluye conductas que sus padres
no han considerado prohibirles. Los hijos adultos pueden mostrar honor
buscando el consejo de sus padres ante decisiones importantes. Incluso las
tarjetas de cumpleaños y las llamadas telefónicas son medios de vivir
activamente ese quinto mandamiento. Y cuando los padres envejecen, el
honrarlos incluye asegurarnos de proveer para ellos materialmente. De hecho,
ese parece haber sido el significado original de “honrar” en Éxodo 20:12.7
Hay que reconocer que un debate completo sobre la honra debida a los
padres exige más detalles. Algunas de las aplicaciones antes mencionadas
podrían ser respaldadas con afirmaciones bíblicas directas (p. ej. 1 Ti. 5:8).
Además, muchas de éstas implican un elemento discrecional. ¿Hasta qué
edad y en qué circunstancias se exige la obediencia? ¿Cuán a menudo deben
los hijos adultos comunicarse con sus padres? ¿Qué tipo de cuidado físico
deben proveer para sus padres ancianos? Más adelante debatiré el papel de las
decisiones basadas en juicios propios como éstos. Pero aquí estoy
sencillamente argumentando que sin su aplicación el quinto mandamiento
tiene poco o ningún efecto.
Anteriormente cité el octavo mandamiento, “No hurtarás” (Éx. 20:15; Ro.
13:9). Es de suponer que nadie justificaría los pequeños hurtos en tiendas
basándose en el hecho de que este mandato no menciona un objeto para el
verbo hurtar. Pero el sentido común también nos diría que hurtar abarca una
acción que va más allá de llevarse físicamente algo que le pertenece a otro.
Pensemos en los desfalcos, la evasión de impuestos, la violación del derecho
de autor, la piratería relacionada con los softwares, y el robo de identidad.
Éstas son formas contemporáneas de hurto que no están incluidas en la
antigua prohibición general. Al menos, en casos como éstos, “a menos que la
aplicación sea tan autoritativa como las enseñanzas explícitas de las
Escrituras...entonces la autoridad bíblica se convierte en letra muerta”.8
En ese sentido, parece ser que Jehová estaba evitando enfoques
minimalistas a su ley cuando brindó más detalles para el décimo
mandamiento. “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de
tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de
tu prójimo” (Éx. 20:17, énfasis añadido).
También podemos ir al libro de Proverbios para hallar ejemplos de
categorías generales que deben ser completadas con datos de la vida real. “El
que turba su casa heredará viento” (11:29a). “La mujer sabia edifica su casa;
Mas la necia con sus manos la derriba” (14:1). Existen muchas maneras en
las que podríamos edificar o derribar nuestra casa, y el lector se queda
pensando en cuáles serían esas formas. De la misma manera, tanto oprimir
como tener misericordia del pobre puede tomar varias formas (14:31).
En las epístolas neotestamentarias abundan las enseñanzas genéricas.
Existen múltiples pasajes que presentan ideales que tal vez no sean difíciles
de definir, pero no dejan de ser abstractos y necesitan especificaciones. Aquí
les muestro algunos ejemplos:
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley
(Gá. 5:22-23).
...con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia
los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu
en el vínculo de la paz (Ef. 4:2-3).
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en
el amor, en la paciencia (Tit. 2:2).
Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después
pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin
incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz
para aquellos que hacen la paz (Stg. 3:17-18).
En cada uno de los casos anteriores, el lector debe determinar si las
actitudes, reacciones y conductas en su vida reflejan la visión ética del texto.
Por lo general este no es un proceso complicado, pero es necesario
profundizar más allá de la redacción del texto.
Permítanme ilustrar esto debatiendo acerca de la directiva que Pablo da a
los esposos: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la
iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Ef. 5:25). Esta declaración es
conmovedora y desafiante a la vez, pero entonces me pregunto, “¿Cómo
puedo yo mostrar un amor abnegado y parecido al de Cristo?” “¿Qué debo
hacer exactamente para amar a mi esposa de esa manera?”
Al leer los próximos dos versículos hallo que el propósito del amor de
Cristo es santificar a la iglesia. De esto infiero que al amar a mi esposa estoy
fomentando su santificación. En la práctica esto tomaría varias formas. Yo
debo ser su ejemplo en la búsqueda de la santidad. Yo tengo que asegurarme
de que ella tenga oportunidad de leer la Biblia y de orar de forma habitual.
Tal vez yo deba ayudar más en la casa para que ella tenga más tiempo libre
para estas cosas. También debo entablar conversaciones con mi esposa sobre
Cristo y sobre sus luchas y victorias espirituales, brindándole aliento y
consejo cuando son necesarios. Y debo asegurarme de que asistamos
frecuentemente a una iglesia sana, donde ella pueda aprender de las
Escrituras y desarrollar relaciones edificantes.
¿De qué otras maneras puedo mostrarle a mi esposa un amor como el de
Cristo? Me viene a la mente 1 Corintios 13. Aunque este pasaje fue escrito
para guiar a la iglesia corintia en el uso de los dones espirituales, su
descripción del amor toma la forma de características generales que se
aplican de forma natural en cualquier relación, incluyendo la matrimonial.
Pero esa misma generalidad crea interrogantes. En 1 Corintios 13:4 se
dice que el amor es benigno, pero para determinar si una conducta específica
constituye un acto de benignidad debemos analizar varios factores orientados
a la persona. A mi esposa le gusta la mantequilla de maní, pero tal vez la
esposa de otro individuo es alérgica a la misma. Algunas esposas se sienten
encantadas cuando sus esposos lavan los platos. En otros hogares y culturas,
eso puede resultar ofensivo, porque puede percibirse como una usurpación de
lo que la esposa desea hacer como un acto de benignidad.
Mientras pienso en todo esto, me acuerdo del mandato de Pedro:
“Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente” (1 P. 3:7a). En
este versículo la palabra sabiamente también es general:
El “conocimiento” del que Pedro habla aquí puede incluir cualquier
conocimiento que sea beneficioso para la relación entre esposo y
esposa: el conocimiento de los propósitos y principios de Dios para el
matrimonio; el conocimiento de los deseos, metas y frustraciones de la
esposa; el conocimiento de sus fortalezas y debilidades en las esferas
física, emocional y espiritual, etc.9
Lo que esto significa es que para amarla debo estudiar a mi esposa y a sus
particularidades. A través de la conversación y de la observación puedo
aprender cuáles son sus necesidades, lo que disfruta, y lo que más le ayuda.
Si me aparto de este proceso subjetivo no puedo amar completamente a mi
esposa tal y como Cristo amó a la iglesia, y por tanto no puedo obedecer el
mandato de Efesios 5:25 adecuadamente.
El análisis orientado hacia la subjetividad es especialmente necesario en el
caso de los imperativos epistolares que son tan generales que llegan a ser
abiertos.
...sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de
la carne (Ro. 13:14).
Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la
gloria de Dios (1 Co. 10:31).
Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y
mayormente a los de la familia de la fe (Gá. 6:10).
Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el
nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él
(Col. 3:17).
Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os
abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma,
manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que
en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a
Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras (1
P. 2:11-12).
Aquí vemos nuevamente que el lector debe establecer conexiones vitales
que no se especifican en el texto. Una vez más, esa es la única forma en la
que el texto tendrá un efecto importante.

Instrucción Paradigmática
Al lidiar con los desafíos que presentan los pasajes que brindan
instrucciones generales, podríamos preferir pasajes que brindan orientaciones
muy específicas. Pero esos pasajes dan lugar a otros problemas. Por un lado,
su estrecho alcance puede limitar su relevancia. Por otra parte, tenemos que
preguntarnos si esas instrucciones fueron también diseñadas para enseñar
algo más general.
La ley del Antiguo Testamento es el ejemplo que mejor viene al caso.
Cuando leemos el Pentateuco, podemos tener la impresión de que Jehová
legisló hasta el más diminuto de los aspectos en las vidas de los israelitas.
Pero no hay nada más lejos de la verdad. Dado el amplio rango de temas que
se aborda, lo que resalta es la selectividad y concisión del Pentateuco. Aquí
no solo tenemos los orígenes históricos de Israel, sino también su pacto
nacional (algo bastante parecido a una constitución), y todo el conjunto de
leyes que Dios había dado para la adoración, el gobierno, las fuerzas
armadas, el sistema judicial, y la vida social en Israel. Como contraste, piense
en los estantes para libros en la oficina de un abogado. El Pentateuco ni
siquiera se acerca a la extensión de códigos legales y estudios de casos que
los abogados modernos tienen que analizar. Jehová decidió no darle a Israel
tantos detalles. En su lugar, y en conformidad con la costumbre legal del
Cercano Oriente, él proveyó los detalles suficientes para establecer patrones
que los israelitas pudiesen relacionar con cualquier número de situaciones no
abordadas en la ley.
El término paradigmático se refiere a esta cualidad de las leyes del
Antiguo Testamento. Quiero resaltar el concepto de paradigma ya que
recurriremos a él a lo largo de este estudio. El carácter paradigmático de la
Ley representa un contrapunto ante la historia de las hijas de Zelofehad que
dio inicio a este capítulo. A veces Jehová sí daba nuevas leyes ante nuevas
situaciones. Pero la mayor parte de las veces, sobre todo cuando Moisés no
estaba presente, Dios esperaba que Israel fuese capaz de determinar cuál era
su voluntad en una situación nueva, deduciéndola de lo que ya él había
establecido para situaciones similares.
Los distintos tipos de leyes funcionaban de forma paradigmática. Los
eruditos, por lo general, distinguen entre leyes apodícticas y leyes casuísticas.
Las leyes apodícticas son imperativos absolutos, ya sean mandatos positivos
o prohibiciones. Ya hemos reflexionado acerca de éstos; los Diez
Mandamientos son el ejemplo clásico. Como hemos visto, esos mandatos
generales implican muchas expresiones prácticas. Aun así, algunas leyes
apodícticas son más específicas que el Decálogo. Pero esa especificidad no
restringe necesariamente su ámbito. Bien pueden establecer un paradigma
que se aplique a asuntos comparables.
Levítico 19:14 dice, “No maldecirás al sordo, y delante del ciego no
pondrás tropiezo, sino que tendrás temor de tu Dios. Yo Jehová”. No sé si
existía una ley que les impidiera a los israelitas burlarse de los que tenían
discapacidades mentales. Pero ciertamente Levítico 19:14 hablaba sobre ese
tema. Demostraba la preocupación de Jehová por proteger a aquellos que no
podían percibir el peligro personal y no podían defenderse adecuadamente.
Este mandato le enseñaba a Israel a reflejar el cuidado de Dios al hacer que
tratasen a esas personas de forma respetuosa y no abusiva.10
Las leyes casuísticas también establecían paradigmas. Éstas lidiaban con
casos particulares que presentaban cláusulas “si-entonces”. Por ejemplo: “Si
encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo”
(Éx. 23:4). ¿Estaría un israelita “exonerado de su responsabilidad” si en lugar
de un asno viese el caballo o el camello de su enemigo? Es interesante ver
que Deuteronomio 22:1 da una ley similar que tiene que ver con “el buey de
tu hermano, o su cordero”. Pero el versículo 3 añade, “Así harás con su asno,
así harás también con su vestido, y lo mismo harás con toda cosa de tu
hermano que se le perdiere y tú la hallares; no podrás negarle tu ayuda”
(énfasis añadido). Esta ampliación argumenta que el pasaje de Éxodo se
aplicaría a cualquier animal o cosa que el enemigo hubiese perdido, evitando
una revisión del texto de la ley.
La mayor parte de las veces, las leyes casuísticas tenían que ver con
castigos legales: si se cometía una infracción determinada, entonces se
imponía un castigo determinado. Douglas Stuart demuestra que los israelitas
también debían comprender estas leyes paradigmáticas:
Ningún israelita podía decir: “La ley dice que debo hacer
restitución por los bueyes u ovejas robados [Éx. 22:11], pero yo robé
tu cabra. Por tanto, no tengo que pagarte nada”; o, “La ley dice que
cualquiera que hiera a su madre o padre morirá [Éx. 21:15], pero yo
herí a mi abuela, por tanto no debo ser castigado”; o, “La ley dice que
existen castigos para aquellos que hieren a otros con piedra o con puño
[Éx. 21:18], pero yo pateé a mi vecino y lo golpeé con un pedazo de
madera, por tanto no debo ser castigado”. Tales argumentos habrían
insultado la inteligencia de todos los involucrados, y no habrían hecho
impacto alguno en los que hacían justicia.11
Queda claro que las leyes del Antiguo Testamento enseñaban patrones
que debían ser extrapolados a casos similares que no se abordaban en el
texto. Esa era una de las formas en las que las Escrituras ejercían autoridad en
Israel. En capítulos posteriores analizaremos más a profundidad la relevancia
de las leyes del Antiguo Testamento para los creyentes del Nuevo
Testamento, pero por ahora les brindo la conclusión de Stuart que le hará
reflexionar: “Si a un pueblo se le brinda un número razonable de leyes
abarcadoras y comprensibles como paradigma para una vida adecuada, no
existirá pretexto para que ese pueblo alegue ignorar la forma de conducta
correcta, o alegue ser inocente cuando se descubren sus pecados”.12
Algunos pasajes del Nuevo Testamento funcionan explícitamente de
forma paradigmática. Al presentar el Padrenuestro, Jesús les dijo a sus
seguidores que oraran “así” (Mt. 6:9), o “de esta manera” (la Biblia de las
Américas, LBLA). Cada vez que nos acercamos a Dios no tenemos que usar
las mismas palabras que hay en esta oración. Más bien en las peticiones del
Padrenuestro hallamos prioridades que deben caracterizar a nuestras
oraciones, prioridades que deben expresarse de varias maneras. En otra
ocasión, Jesús introdujo una versión diferente del Padrenuestro cuando dijo,
“Cuando oréis, decid...” (Lc. 11:2). Así que es apropiado repetir las palabras
de esa oración. Sin embargo, el hecho de que los evangelios contengan dos
versiones del Padrenuestro indica que el énfasis de Jesús está en el tema y no
en la fraseología de la oración.13
Pablo enseña también de forma paradigmática. En Gálatas 5:19-21 él
brinda una extensa lista que contiene las obras de la carne. Algunas son
bastante específicas (como la hechicería, v. 20), mientras que otras son más
generales (por ejemplo, inmundicia, v. 19). Tras enumerar estas actitudes y
acciones pecaminosas, el apóstol añade, “y cosas semejantes a estas” (v. 21).
En el mismo versículo él dice, “los que practican tales cosas no heredarán el
reino de Dios”. Luego, tras enumerar los frutos del Espíritu, el versículo 23
comenta, “contra tales cosas no hay ley”. Los términos “semejantes” y “tales”
indican que las listas de Pablo no son exhaustivas. Más bien representan el
tipo de cosas que la carne y el Espíritu producen.14 El apóstol da por sentado
que, basándose en estos ejemplos, el lector podrá identificar otros vicios y
virtudes.
Gálatas 5 no es el único pasaje que funciona de esa manera. Romanos
también utiliza el término “tales” a la hora de enumerar pecados (1:32; 2:2-
3). Hebreos 13:16 hace lo mismo, cuando debate sobre las acciones de
servicio abnegado. 1 Timoteo 1 usa una terminología diferente, pero es más
enfática. En los versículos del 9 al 10 Pablo enumera varias categorías de
infractores, tales como homicidas y mentirosos. Luego escribe, “y para
cuanto se oponga a la sana doctrina” (v. 10). Esta afirmación muestra que
“Pablo no solo le permite al lector que, al encontrarse en diversas
circunstancias en la vida, alargue la lista e incluya elementos no mencionados
por él, sino que espera que éste lo haga”.15
Además de las leyes del Antiguo Testamento y de los pasajes que indican
un paradigma explícitamente, ¿debemos interpretar otros pasajes de forma
paradigmática? Una vez más pospondré la respuesta completa hasta que
avancemos hacia otros capítulos, pero apelaré al sentido común por el
momento. Es poco probable que alguien diga estas mismas palabras a un
joven (Pr. 1:11-14):
...Ven con nosotros; Pongamos asechanzas para derramar sangre,
Acechemos sin motivo al inocente; Los tragaremos vivos como el
Seol, Y enteros, como los que caen en un abismo; Hallaremos riquezas
de toda clase, Llenaremos nuestras casas de despojos; Echa tu suerte
entre nosotros; Tengamos todos una bolsa.
Estas palabras reflejan, sin embargo, la actitud egoísta y violenta que
caracteriza a aquellas personas a quienes se deben evitar (vs. 15-19). De la
misma manera, Proverbios 7 describe vívidamente cómo una “mujer ajena”
seduce a un joven. El lector reconoce intuitivamente que tal vez él no
enfrente todos los detalles que aparecen en este relato, pero que el pasaje
refleja los tipos de tentaciones que él encontrará.
Pensemos nuevamente en las enseñanzas de Jesús. Al advertir sobre la ira
pecaminosa, él dijo, “cualquiera que diga: ‘Insensato (Inútil)’ a su hermano,
será culpable ante la corte suprema (el Sanedrín); y cualquiera que diga:
‘Idiota,’ será merecedor del infierno de fuego.” (La nueva Biblia de los
Hispanos, 2005, NBLH). ¿Debemos entonces suponer que “inútil” e “idiota”
son las únicas palabras que comunican una ira pecaminosa? ¿O son estos
términos ilustrativos de toda una gama de epítetos hirientes? También en el
Sermón del Monte, Jesús instó a sus seguidores a no preocuparse por si
tenían o no comida, bebida y vestido suficiente (Mt. 6:25-34) ¿No se refieren
acaso las reconfortantes palabras de nuestro Señor a otras cosas por las cuales
somos tentados a preocuparnos?
Las epístolas nos brindan más ejemplos. Efesios 5:18 dice, “No os
embriaguéis con vino”. ¿No se refiere naturalmente este texto a otras
sustancias estupefacientes? Santiago 1:27 enseña que un componente
fundamental de la religión “pura y sin mácula” es “visitar a los huérfanos y a
las viudas en sus tribulaciones”. ¿Son solamente las personas en estas
condiciones a las cuales debemos mostrarles compasión? Ciertamente estos
pasajes “dicen más de lo que dicen”.

Conclusión
Nuestras aplicaciones pueden terminar socavando la autoridad de las
Escrituras, y en capítulos posteriores advertiré sobre ese peligro. Pero aquí he
argumentado que una aplicación bien implementada es, de hecho, la forma en
la que la Biblia ejerce autoridad sobre nosotros. Hemos observado esto en el
carácter temporal y eterno de la Palabra de Dios, sus géneros implícitos y sus
instrucciones generales y paradigmáticas. La misma naturaleza de las
Escrituras demuestra que la aplicación es una obligación, no una opción.
1 Gary Edward Schnittjer, Torah Story: An Apprenticeship on the Pentateuch (Grand Rapids, MI:
Zondervan, 2006), 457-458.
2 Comparar los versículos 10 y 14 con Hch. 16:1-5; 18:5; 1 Co. 4:17; 16:10; 1 Ts. 3:2 y 1 Ti. 1:2-11.
3 Para acceder a explicaciones similares, ver de Donald Guthrie, The Pastoral Epistles, TNTC
(Leicester, RU: InterVarsity, 1957), 163-164; de George W. Knight III, Las Epístolas Pastorales
(Grand Rapids, MI: Portavoz, 2019), 447-448 y de William D. Mounce, Pastoral Epistle, WBC
(Nashville, TN: Thomas Nelson, 2000), 561-565.
4 Benjamin B. Warfield, The Inspiration and Authority of the Bible (Filadelfia: Presbyterian &
Reformed, 1948), 163-165.
5 Mounce, Pastoral Epistles, 570-571(énfasis añadido).
6 Randy Leedy, Love Not the World (Greenville, SC: BJU Press, 2012), 93; cp. con Mounce, Pastoral
Epistles, 510-511.
7 Douglas K. Stuart, Exodus (Nashville, TN: Broadman & Holman, 2006), 461-462.
8 John M. Frame, The Doctrine of the Knowledge of God (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed,
1987), 84.
9 Wayne Grudem, 1 Peter, TNTC (Leicester, RU: InterVarsity, 1988), 143. Comparar con Edmund
Clowney, The Message of 1 Peter, PST (Leiscester, RU: InterVarsity, 1988), 133-134.
10 Allen P. Ross, Holiness to the LORD (Grand Rapids, MI: Baker, 2002), 361; Mark F. Rooker,
Leviticus, NAC (Nashville, TN: Broadman & Holman, 2000), 257.
11 Stuart, Exodus, 443.
12 Ibid.
13 Darrell L. Bock, Luke, Volume 2, BECNT (Grand Rapids, Mi: Baker, 1996), 1050-1051.
14 Esta es una observación estándar hecha por los comentaristas. Ver, por ejemplo, de Ronald Y. K.
Fung, The Epistle to the Galatians, NICNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1988), 260, 273 y de
Douglas J. Moo, The Epistle to the Galatians, BECNT (Grand Rapids, MI: Baker, 2013), 362, 366;
de Thomas R. Schreiner, Galatians, ZECNT (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2010), 348.
15 Leedy, Love Not the World, 92.
Capítulo 5
El Alcance de la Santificación

L as conclusiones que sacamos al analizar la naturaleza de las Escrituras


se relacionan con el alcance de la santificación. La naturaleza
abarcadora de la santificación exige que vayamos más allá del texto bíblico y
lo pongamos en práctica. Sin aplicación, sencillamente no podremos mostrar
la imagen de Dios, a semejanza de la cual fuimos creados y redimidos para
mostrarla.

El Corazón
Ya sea en el Antiguo o en el Nuevo Testamento, el plan de Dios para
conformar a su pueblo a su imagen siempre se ha centrado en el corazón. Los
términos bíblicos que se usan para referirse al corazón, por lo general no se
refieren al órgano físico que bombea sangre, sino al hombre interior, al
núcleo inmaterial que impulsa nuestras vidas. “Como el agua refleja el rostro,
así el corazón del hombre refleja al hombre” (Pr. 27:19, LBLA). Este
versículo utiliza la frase “el corazón” para referirse al ser interior en general.
De manera más frecuente, la palabra corazón se refiere a aspectos o funciones
específicos del hombre interior, ya sea de la mente (p ej. Dt. 4:9), de las
emociones (p. ej. 1 R. 21:7), de la voluntad (p. ej. 2 Co. 9:7) e incluso de la
conciencia (p. ej. 1 S. 24:5).
El corazón es la fuente de nuestras acciones y por tanto debe ser guardado
cuidadosamente (Pr. 4:23; Mt.12:34-35; Mr. 7:14-23). Ciertamente los dos
mandamientos más importantes de la Biblia —amar a Dios y amar a nuestro
prójimo— son más que nada asuntos del corazón (Mt. 22:34-40). También lo
es la fe salvadora (10:9-10). Antes de la conversión, el corazón era corrupto,
endurecido contra Dios, y egoísta (Jer. 17:9; Ef. 4:17-19). Pero a través de la
regeneración Dios nos da un corazón nuevo, incluyendo la capacidad e
inclinación por agradarle a él (Dt. 30:6; Ez.36:26-27; Ro. 2:29; 6:17).
Jesús enseñó, “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también
vuestro corazón” (Mt. 6:21). Aquello que valoramos y deseamos revela la
condición de nuestros corazones y determina nuestras acciones. Incluso
teniendo un nuevo corazón, por causa de la carne continuamos
experimentando deseos impíos (Gá. 5:17; Stg. 4:1-3). Así que, por medio de
la santificación progresiva el Señor nos llama a tener un corazón puro (1 Ti.
1:5; 1 P. 1:22), y él trabaja en nuestro interior con ese objetivo (Ef. 3:14-21; 1
Ts.3:13). El verdadero crecimiento tiene lugar en nuestros corazones cuando
nuestro deseo por Dios y por su gloria sustituye cada vez más nuestro deseo
por el pecado; lo que el predicador escocés Thomas Chalmers (1780-1847)
memorablemente llama “el poder expulsivo de un nuevo afecto”.1
Pero, ¿cómo lidiamos con nuestros corazones? Por lo pronto, debemos
evaluar lo que está sucediendo en nuestro ser interior. Un autor sugiere
algunas “preguntas de radiografía” que nos ayudan a exponer el estado de
nuestros corazones. Aquí hay algunas:
• ¿Qué ama usted? ¿Qué odia?
• ¿Cuáles son las cosas que usted busca, cuáles son sus objetivos, por
qué está luchando? ¿Cuáles son sus metas y expectativas?
• ¿Dónde deposita sus esperanzas?
• ¿A que le teme? ¿Qué es lo que no desea? ¿Sobre qué cosas tiende a
preocuparse?
• ¿Dónde halla refugio, seguridad, consuelo, escape, placer, protección?
• ¿A quién debe complacer? ¿Cuál es la persona cuya opinión sobre
usted es importante? ¿De quién desea obtener aprobación y de quién
teme el rechazo?
• ¿En qué piensa más a menudo? ¿Qué le preocupa mucho o le
obsesiona? En la mañana, ¿hacia qué pensamientos se dirige su mente
instintivamente?2
El examinar nuestros corazones es un ejercicio de aplicación. Al hacernos
estas preguntas a la luz de las Escrituras, Dios nos lleva al arrepentimiento y
la renovación. Una medida saludable de autoevaluación contribuye a nuestro
crecimiento.3
Este enfoque que la Biblia brinda del corazón significa que no debemos
ver nuestro empleo de las Escrituras como un proceso mecánico. En un
sentido, la Biblia sirve como nuestro manual de vida. Pero la santificación no
tiene que ver con seguir pasos sencillos como los que encontraríamos en las
instrucciones para ensamblar un armario: “Adose el panel A al panel B, tal y
como indica la ilustración, inserte el tornillo de leva número 3 en el agujero
pre-perforado Q, luego gire el tornillo 180 grados”. La realidad es que el
proceso de crecer en santidad puede ser una prueba dura y bastante
complicada. Además de estudiar las enseñanzas de la Biblia, debemos evaluar
nuestros propios pensamientos, motivos y deseos a la luz de esas enseñanzas.
Afortunadamente, el Espíritu Santo que mora en nosotros nos guía. Pero mi
argumento aquí es que la aplicación es indispensable para poder experimentar
la santificación.
Discernimiento
La prioridad del corazón no implica que la conducta exterior sea
insignificante. A través de los numerosos pasajes que hemos analizado se ha
puesto en evidencia que la obra de Dios en la santificación transforma
nuestras disposiciones internas y nuestras acciones externas. De hecho, la
santificación es abarcadora: Dios quiere hacernos más parecidos a Cristo en
cada detalle de nuestras vidas (p. ej. 1 Co. 10:31; Col. 3:17). Hemos visto que
para progresar hacia esa meta necesitamos sacar conclusiones de las
Escrituras. También hemos visto que debemos evaluar los temas
extrabíblicos sobre la base de las enseñanzas bíblicas. Muchos pasajes hablan
específicamente del deber que tenemos de evaluar. Enseñan que la
santificación requiere una habilidad en la aplicación que se llama
discernimiento.
Estableciendo Diferencias
Varios términos bíblicos contribuyen al concepto bíblico de
discernimiento. En el Antiguo Testamento las palabras clave en hebreo son el
verbo bîn y los sustantivos relacionados bînâh y tebûnâh. Estos términos
coinciden con otras palabras en hebreo dentro de la categoría de
“entendimiento”. Entre los ejemplos tenemos términos que denotan
perspicacia o prudencia (el sustantivo sekel, el verbo sākal), y sabiduría o
habilidad en la toma de decisiones (el sustantivo khokmâh, el verbo khākam,
el adjetivo khākām).
Sin embargo, la familia de palabras bîn está asociada al aspecto de
discriminar o hacer distinción entre las cosas. La oración de Salomón
constituye un caso clásico: “Da, pues, a tu siervo corazón entendido para
juzgar a tu pueblo, y para discernir [bîn] entre lo bueno y lo malo; porque
¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?” (1 R. 3:9). Aquí la idea de
hacer distinción se ve reforzada por el hecho de que la preposición hebrea
que se traduce como “entre” es bên, que también pertenece a la familia de
palabras de bîn.4 Como Salomón había pedido “inteligencia [bîn] para oír
juicio”, Dios prometió darle al rey “corazón sabio [khākām] y entendido
[bîn]” (vs. 11-12). Salomón pronto tuvo la oportunidad de utilizarlo:
hábilmente identifico cuál de las dos mujeres que alegaban ser las madres de
un bebé era la verdadera madre (vs. 16-28).
Como es natural, las definiciones de discernimiento a menudo se centran
en la idea de hacer distinciones. Jay Adams dice que el discernimiento es “la
capacidad dada por Dios de distinguir los pensamientos y caminos divinos
de todos los demás”.5 Tim Challies abunda más: “Es la capacidad de
comprender y aplicar la palabra de Dios con el propósito de separar la
verdad del error, y lo correcto de lo incorrecto”.6
Este énfasis en las distinciones a veces se refleja en el verbo diakrinō y su
sustantivo relacionado diakrisis que se usan en el Nuevo Testamento.7 El
pasaje clave aquí es Hebreos 5:11-14:
Acerca de esto [el sacerdocio de Cristo] tenemos mucho que decir,
y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque
debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de
que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las
palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de
leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche
es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento
sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso
tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento [diakrisis] del bien
y del mal.
El autor expresa decepción ante la inmadurez espiritual de los cristianos
hebreos a quienes les escribía. Él asevera que se habían vuelto tardos para oír
(v. 11). Él dice que necesitaban que se les enseñase de nuevo la “leche” o los
“primeros rudimentos” de la palabra de Dios, y los llama “niños” (vs. 12-13).
Sea cual fuese el contenido específico de “la palabra de justicia” (v. 13)8, su
falta de habilidad con ésta incluía el no haber podido utilizar lo que se les
había enseñado.
Debido al fracaso a la hora de aplicar las Escrituras, los hebreos cristianos
habían dejado de crecer espiritualmente y por ello no habían desarrollado el
discernimiento que se describe en el versículo 14. Este versículo enseña
verdades claves para el discernimiento.
• El discernimiento implica poder distinguir entre “el bien y el mal”.
Ésta parece ser una afirmación general que se relaciona tanto con la
doctrina como con la conducta.9
• El discernimiento es el fruto de la madurez espiritual.
• Más específicamente, el discernimiento viene cuando ejercitamos
nuestros sentidos. El término que se traduce como “ejercitados por el
uso” es gymnazō, el cual da origen al vocablo en español gimnasio.
Hace referencia al ejercicio y la disciplina. La santificación exige el
desarrollo de nuestras facultades morales cuando las practicamos en
los asuntos de la vida real.
Comprobar y Aprobar
Llegaremos a conclusiones similares al analizar otra manera en la que la
Biblia describe el discernimiento. En Efesios 5:8 Pablo nos exhorta a “andar
como hijos de luz”, y el versículo 9 define esto diciendo que consiste en
reflejar la bondad moral de nuestro Dios. Luego el versículo 10 explica cómo
hacerlo: “comprobando lo que es agradable al Señor”. El participio griego
que se traduce como “comprobando” proviene del verbo dokimazō, que
significa “poner a prueba”. Se empleaba para examinar elementos, tales como
supuestos metales preciosos, para determinar si eran genuinos. Si el objeto
pasaba la prueba, dokimazō transmitía la idea de “aprobado” (p. ej. en 1 P.
1:7).10 Con este término, Efesios 5:10 nos exhorta a evaluar cuidadosamente
cada opción que se nos presente para poder determinar cuál o cuáles serían
agradables delante de Dios.
No se trata aquí de un simple estudio bíblico, ni de obedecer
mandamientos inequívocos. Como señala Harold Hoehner, las declaraciones
de Dios que están en las Escrituras no necesitan nuestra aprobación. Más bien
la prueba evalúa la calidad moral de asuntos extrabíblicos sobre la base de
una instrucción bíblica pertinente.
Es para comprobar cuál es la voluntad de Dios en cada aspecto de
la vida y para aprobar lo que le agradaría. La Palabra de Dios es una
guía para este propósito. Sin embargo, las Escrituras no abordan
directamente ciertas situaciones de la vida. En tales casos, los
creyentes necesitan hallar principios bíblicos a partir de los cuales
ellos pudiesen tomar decisiones que agradarían al Señor. Aunque aquí
no se menciona, cuando el creyente consulta las Escrituras, el Espíritu
Santo lo ilumina y le permite discernir lo que le agrada al Señor.11
Efesios 5 habla detalladamente sobre la necesidad de tener
discernimiento. El versículo 15 dice, “Mirad, pues, con diligencia cómo
andéis, no como necios sino como sabios”. El adverbio que aquí se traduce
como “con diligencia”, (akribōs) se refiere a precisión. Herodes lo utilizó
cuando les dijo a los magos que averiguaran “con diligencia” dónde estaba el
Cristo recién nacido (Mt. 2:8). Lucas lo empleó para referirse a la
meticulosidad de su investigación sobre la vida de Jesús (Lc. 1:3). Lo más
sorprendente es que Pablo utilizó la forma superlativa del adjetivo
relacionado akribēs para describir a los fariseos como la más “rigurosa secta”
del judaísmo (Hch. 26:5). Los fariseos tenían muchos problemas a la hora de
la aplicación, y debatiremos sobre esto después. Pero no podemos considerar
como problemática su preocupación por los detalles de la conducta, ya que
Efesios 5:15 llama a los cristianos a esa misma preocupación. Charles Hodge
dice que la frase, “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis”, significa que
debemos “caminar estrictamente de acuerdo a las normas, para no desviarnos
ni por un pelo”.12 Esto trae a mi mente al pastor inglés Richard Rogers, (ca.
1550-1618). Al igual que sucedía con muchos de los primeros puritanos, de
él se burlaban llamándole “obseso de la precisión” debido a su concienzuda
atención a los detalles de la doctrina y el estilo de vida cristianos. En cierta
ocasión alguien le preguntó por qué él era tan preciso, y Rogers respondió,
“Yo sirvo a un Dios preciso”.13
Al concluir esta sección de Efesios, Pablo establece una conexión entre
una vida precisa y el discernimiento: “Por tanto, no seáis insensatos, sino
entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (5:17). Aquí, una vez más, el
apóstol no nos está diciendo sencillamente que leamos nuestras Biblias. Él
nos ordena que “comprendamos” la voluntad de Dios, aplicando la verdad
bíblica a cualquier problema que enfrentemos, ya sea que se aborde
explícitamente en las Escrituras o no.
Otros Textos Paulinos
En otros pasajes escritos por Pablo, el Espíritu subraya la necesidad de
discernimiento. Al hablar sobre profecías en las reuniones de las iglesias del
primer siglo, el apóstol escribe, “Examinadlo [dokimazō] todo; retened lo
bueno. Absteneos de toda especie de mal” (1 Ts. 5:21-22). Y Romanos 12:2
dice que el discernimiento es una consecuencia esencial, a medida que
nuestra mente se va renovando: “No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis [dokimazō] cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y
perfecta”. Pasajes como ese llevaron a Frank Thielman a escribir:
Este enfoque [el del discernimiento] a la ética parece haber sido un
aspecto estudiado de las convicciones teológicas de Pablo. Aunque
ciertamente él les entregó a los que estaban bajo su cuidado pastoral un
conjunto establecido de enseñanzas éticas,... también dejó, de forma
intencional, espacio para que los creyentes tomaran decisiones,
empleando su propio entendimiento renovado.14
La oración que hace Pablo por los creyentes de Filipos también realza el
papel del discernimiento en la santificación.
Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aún más y más en
ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de
que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de
frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y
alabanza de Dios (Fil. 1:9-11).
Pablo ora para que los filipenses tengan más amor, pero distingue el amor
de una simple emoción o del sentimentalismo. Él establece un vínculo entre
el amor cristiano y cuatro expresiones relacionadas con el discernimiento. En
primer lugar, la palabra griega que se traduce como “conocimiento”
(epignōsis, v. 9), parece referirse a un profundo conocimiento —
conocimiento personal de Dios o conocimiento moral o espiritual adquirido
por experiencia, o ambos.15
En segundo lugar, el término que se traduce como “discernimiento”
(aisthēsis, v.9), solo aparece aquí dentro del Nuevo Testamento. Pero
comparte la misma raíz del término que se traduce como “poderes”, o
“sentidos” en Hebreos 5:14 (aisthētērion). La traducción griega de
Proverbios usa frecuentemente el término aisthēsis para hacer referencia a un
conocimiento o perspicacia orientado a la práctica (p. ej. 5:2). Llega al
español por medio de la palabra estesia (la capacidad de sentir o percibir), y
por su antónimo, mucho más conocido, anestesia. Percatémonos también del
sentido abarcador de la percepción que Pablo solicita: “en todo
conocimiento” o “en todo discernimiento” (LBLA).
En tercer lugar, un amor con discernimiento y conocimiento le permite al
cristiano “aprobar” (dokimazō) “lo mejor” (v. 10).16 La última frase describe
lo que es superior a otras cosas, como en Mateo 6:26: “Mirad las aves del
cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (énfasis
añadido). En Filipenses 1:10 la frase tiene un matiz que puede referirse a “las
cosas que son esenciales” en contraposición con las que carecen de
importancia (adiaphora); o a “cosas que realmente importan”, en oposición a
las que tienen poco o ningún valor.17 Algunos interpretan esta idea como una
anticipación de la afirmación posterior de Pablo, cuando dijo que él había
abandonado todo su prestigio y sus logros por la “excelencia del
conocimiento de Cristo” (3:8).18
En cualquier caso, la frase “para que aprobéis lo mejor” posee una
relevancia general para la vida cristiana. Esa frase indica la necesidad de
escoger no solo el bien por encima del mal, sino también lo mejor por encima
de lo que solamente es aceptable. Carson brinda unos comentarios excelentes
acerca de esta excelencia:
En la vida hay incontables decisiones que no tienen que ver con
sencillamente elegir entre el bien y el mal. Lo que usted necesita es un
discernimiento extraordinario que le ayude a percibir las diferencias
entre las cosas para poder tomar la mejor decisión posible...
La búsqueda de tal excelencia no depende de diferenciaciones
obvias entre lo bueno y lo malo. Más bien depende de decisiones
delicadas que reflejen todo el sistema de valores del individuo, todo su
conjunto de prioridades, el corazón y la mente de la persona. Es por
ello que Pablo ora pidiendo que el amor de los filipenses abunde más y
más en conocimiento y profundo discernimiento: él quiere que sus
corazones y mentes se vuelvan profundamente cristianos, de otra
manera, no serán capaces de discernir qué es lo mejor.19
Al concluir su oración, Pablo revela el propósito del discernimiento:
provocará que abundemos en frutos que honren a Dios cuando estemos
delante del Señor (vs. 10b-11). ¡Esa esperanza con certeza motivará el
corazón del creyente a escoger lo que es mejor!
Otros Ejemplos
Aunque algunos pasajes indican la necesidad de discernimiento, otros
ilustran esa necesidad al debatir decisiones específicas que el pueblo de Dios
debe tomar. Como es lógico, emplear los textos de Salomón exige evaluar
situaciones específicas para determinar la mejor conducta a seguir. “Manzana
de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene” (Pr. 25:11).
“En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es
prudente” (Pr. 10:19). Hace falta discernimiento para saber cuándo hablar y
cuándo permanecer callado. “Fieles son las heridas del amigo” (27:6a,
LBLA). “La cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto
la ofensa” (19:11). El discernimiento nos ayuda a decidir cuándo debemos
reprender al amigo y cuándo debemos abstenernos de reprender.20
Solo analizaremos un ejemplo del Nuevo Testamento, uno que surge de la
oración de Pablo que se halla en Filipenses 1. Al concluir su epístola, el
apóstol escribe: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo
honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen
nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”
(4:8). Al igual que en otros pasajes que he citado, aquí el término “todo”
abarca toda clase de detalles no identificados en el texto.
Aun así, necesitamos examinar más cuidadosamente los criterios reales
que Pablo brinda para evaluar nuestros pensamientos. Algunos son bastante
sencillos: es probable que a usted no le sea demasiado difícil determinar si
sus pensamientos son “verdaderos”, “justos” o “puros”. Sin embargo, los
demás términos no son tan sencillos. Un léxico o comentario puede proveer
ayuda a la hora de definir estos vocablos. Por ejemplo, el término griego que
se traduce como “honesto” (semnos), señala hacia aquello que infunde
respeto, en oposición con aquello que es despreciable. Y “todo lo amable”
[prosphilēs]” habla de cosas que inspiran amor o se caracterizan por ser
sanamente atractivas.21 Tales definiciones son útiles, pero aún son generales.
Aquí nos enfrentamos a una tensión. Por una parte, Pablo da por sentado
que estas normas representan realidades objetivas. Por la otra, no se llega a
dichas realidades solamente al hacer referencia a condiciones inequívocas.
Éstas suponen la existencia de juicios de valor que están bien fundados,
gracias a la experiencia que se adquiere en la vida y en la cultura que nos
rodea. Si no fuese por el discernimiento que se ha cultivado por medio del
Espíritu Santo y a través de la interacción entre las Escrituras y la experiencia
de la vida, a la larga no podríamos obedecer las instrucciones de Filipenses
4:8.
Para ilustrar aún más la necesidad de tener discernimiento para la
santificación, le dejo con algunas interrogantes prácticas que plantea Carson.
¿Qué hace usted con su tiempo? ¿Cuántas horas a la semana pasa
con sus hijos? ¿Ha dedicado algún tiempo en los últimos dos meses
predicándole el evangelio a alguien? ¿Qué cantidad de tiempo ha
pasado viendo televisión o en otras formas de relajación personal?
¿Está usted comprometido, en su uso del tiempo, a emplearlo en lo que
es mejor?
¿Qué ha leído en los últimos seis meses? Si ha tenido tiempo para
leer periódicos, o revistas de noticias, o un par de novelas policiacas, o
una novela o dos o tal vez un diario comercial, ¿ha hecho tiempo
también para leer un comentario o alguna otra literatura cristiana que
le ayude a comprender la Biblia o a mejorar su disciplina espiritual o a
ampliar sus horizontes? ¿Está usted comprometido, en sus hábitos de
lectura, a leer lo que es mejor?22
Después de muchas preguntas como éstas, Carson concluye correctamente
que las mejores opciones en dichas áreas “son el tipo de decisión que no se
toma sobre la base de la ley solamente. Surgen de un corazón transformado
por la gracia de Dios”.23

Conclusión
La santificación es tan intensiva y extensiva que necesita la disciplina de
la aplicación. Esto podría resultar desalentador a la luz de las dificultades que
a menudo enfrentamos en la aplicación. Podríamos desear que Dios hubiese
brindado más detalles en su Palabra para que no tuviésemos que esforzarnos
tanto. Podríamos desear también que la santificación fuese más como seguir
algunos pasos fáciles. Aunque puedo identificarme con esos deseos, estoy
convencido de que son equivocados.
Piense en cuán tediosa sería la Biblia si Dios se hubiese propuesto abordar
todas las contingencias que podamos enfrentar en la vida. Anteriormente hice
referencia a las instrucciones para ensamblar un armario. Aquí le brindo otra
ilustración:
Debido a que la vida nunca se paraliza, ningún libro podría brindar
siquiera un mandato para cada situación posible. Una obra semejante
no solamente sería extremadamente difícil de manejar, sino también
increíblemente aburrida, y se parecería más a un catálogo de piezas de
automóviles que a una Biblia (p. ej. Clonación de ovejas: libro 3,
sección A, parte 1, ley número 3.034.578: no jugarás con los genomas
de los animales). Afortunadamente Dios tenía otro plan.24
Lo que es más importante, a la luz de Hebreos 5:14, debemos percatarnos
de que un enfoque semejante traería como resultado un crecimiento atrofiado.
Como educador, se me recuerda con frecuencia que les enseñe a los
estudiantes “habilidades mentales superiores”, y no solo hechos. En
particular, debo recordar la taxonomía de Bloom. En su versión revisada este
modelo identifica seis categorías de aprendizaje cognitivo que van desde lo
sencillo hasta lo complejo: recordar, comprender, aplicar, analizar, evaluar y
crear.25 Cuando diseño los currículos, enseño, y evalúo el aprendizaje de los
estudiantes, debo concentrarme en las últimas categorías. El objetivo no es
que los estudiantes regurgiten la información. Es enseñarles a pensar y a usar
en la vida real lo que han aprendido. Esto es lo que más contribuirá a su
madurez y éxito a largo plazo.
De la misma manera, el crecimiento espiritual no se adquiere a través de
una obediencia memorizada. La semejanza a Cristo no consiste en una
obediencia robótica en la que se obedece a una lista de mandatos. En su
lugar, Dios nos capacita para desarrollar una relación genuina y personal con
él. Él nos llama a que nutramos un sincero afecto hacia él, y a que
internalicemos sus valores a través de la meditación en las Escrituras. Y él
desea que nos ocupemos activamente a la hora de discernir la relevancia de
su Palabra en nuestras circunstancias. Es así como él nos hace transcurrir de
la niñez a la madurez. El Señor también nos ha bendecido con múltiples
recursos que nos enseñan a utilizar su Palabra. La próxima parte de nuestro
estudio explorará uno de estos recursos.
1 Ver el sermón que lleva ese mismo título en The Works of Thomas Chalmers (Filadelfia: Towar &
Hagan, 1830), 381-388.
2 David Powlison, Seeing with New Eyes (Phillipsburg, NY: Presbyterian & Reformed, 2003), 129-143
(énfasis en el original).
3 Ver, por ejemplo, Sal. 119:59; Lm. 3:40; Hag.1:5-7; 1 Co.11:27-31; 2 Co. 13:5-6; Gá. 6:3-4; Stg.
1:22-25.
4 Ver el HALOT 1:122-123.
5 J. E. Adams, A Call for Discernment, (Woodruff, SC: Timeless, 1998), 49 (énfasis en el original).
6 Tim Challies, The Discipline of Spiritual Discernment (Wheaton, IL: Crossway, 2007), 61 (énfasis en
el original).
7 Ver el BDAG, 231.
8 Ver de William L. Lane, Hebrews 1–8, WBC (Nashville, TN: Word, 1991), 137-139.
9 Paul Ellingworth, The Epistle to the Hebrews, NIGTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1993), 309-
310.
10 Ver el BDAG, 255-256.
11 Hoehner, Ephesians, 676-677.
12 Charles A. Hodge, A Commentary on Ephesians, GSC (Edimburgo: Banner of Truth, 1964), 218.
13 Citado en J. I. Packer, A Quest for Godliness (Wheaton, IL: Crossway, 1990), 114 (énfasis original).
14 Frank Thielman, Ephesians, BECNT (Grand Rapids, MI: Baker, 2000), 341.
15 Melick, Philippians, 64-65.
16 Esta es la traducción del participio del verbo diapherō que aparece también en Romanos 2:18,
haciendo referencia a los judíos: “y conoces su voluntad, [de Dios] e instruido por la ley apruebas lo
mejor” (énfasis añadido).
17 BDAG, 239.
18 Ver Thielman, Philippians, 41.
19 Carson, Praying with Paul, 106, 108.
20 Otro ejemplo pudiera ser Proverbios 26:4-5: “Nunca respondas al necio de acuerdo con su necedad,
para que no seas tú también como él. Responde al necio como merece su necedad, para que no se
estime sabio en su propia opinión”. Challies concluye que el discernimiento nos indica cuándo
debemos responderle a un necio y cuándo no (The Discipline of Spiritual Discernment, 57). Sin
embargo, tras estudiar la traducción al griego del Antiguo Testamento, Bruce K. Waltke argumenta
que la preposición griega ke que significa “de acuerdo con” tiene un significado diferente en cada uno
de los versículos. Por tanto, el versículo 4 dice que no debemos responder al necio de la misma
manera o de acuerdo con su necedad. Pero el versículo 5 dice que debemos responder como merece
su necedad, es decir, debemos contrarrestar su necedad con sabiduría (The Book of Proverbios:
Chapters 15-31, NICOT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2005), 348-350). “Ambos proverbios son
absolutos y aplicables al mismo tiempo, contrario a la opinión de muchos comentaristas, quienes
piensan que son relativos con respecto a la situación. Ciertamente hay un momento de callar y un
tiempo de hablar (Ec. 4:5) [refiriéndose a 3:7], pero uno debe siempre, y no solo en determinadas
situaciones, responderle a un necio para desestabilizarlo, pero siempre, y no solo a veces, sin
volverse como él” (349).
21 Ver Melick, Philippians, 150-151.
22 Carson, Praying with Paul, 108.
23 Ibid., 109.
24 Andreas Köstenberger y Richard D. Patterson, Invitation to Biblical Interpretation (Grand Rapids,
MI: Kregel, 2011), 786-787.
25 Ver de Benjamin S. Bloom, ed., Taxonomy of Educational Objectives (Nueva York: David McKay,
1956), de Lorin W. Anderson et al., eds., Taxonomy for Learning, Teaching, and Assessing (Nueva
York: Longman, 2001).
Tercera Parte

Patrones para la Aplicación Bíblica


Capítulo 6
Patrones Fundamentales de la Aplicación

A l comenzar a escribir este capítulo, el asistente administrativo de nuestra


iglesia estaba terminando el directorio anual ilustrado. Es un proceso
tedioso, pues es preciso asegurarse de que la información de contacto de cada
persona sea correcta, sin mencionar todos los cumpleaños y aniversarios.
¡Incluso en una iglesia más pequeña, son muchísimos números que recordar!
Además, hay que programar días para tomar fotos, tomarlas, darles un
formato e insertarlas en lo que se convierte en una voluminosa carpeta
electrónica que parece tener mente propia. ¿Para qué complicarse tanto, sobre
todo con las fotos? El directorio ilustrado nos sirve de varias maneras, pero es
especialmente útil para los recién llegados. El directorio les ayuda a
familiarizarse con las personas de la iglesia al poder vincular el nombre con
el rostro.
Todos comprendemos el valor de las imágenes, ya sean visuales o
verbales, para atraer a las personas y para aclarar ideas. Es por ello que los
libros infantiles están repletos de dibujos y fotos. Es por ello que los
diseñadores enriquecen sus sitios web con gráficos. Y es por ello que los
maestros dan clases prácticas, y los predicadores utilizan ilustraciones en sus
sermones. Nuestro Creador también comprende el beneficio de las analogías,
y ha llenado su Palabra de ellas.
Al establecer la necesidad de la aplicación, la segunda parte de este libro
mostró muchas ilustraciones bíblicas relacionadas con la naturaleza de las
Escrituras y con el alcance de la santificación. La tercera parte se centra en
ilustraciones de otro tipo: casos en los que los autores bíblicos aplican
enseñanzas bíblicas anteriores. Pero estos ejemplos de aplicación no solo
sirven de ilustración; sino que brindan patrones divinamente inspirados para
que apliquemos la Palabra de Dios.

El Precedente en el Antiguo Testamento


Estudiaremos estos patrones de forma inductiva y gradualmente
obtendremos conclusiones para nuestra aplicación de las Escrituras. En
primer lugar, examinaré algunos ejemplos del Antiguo Testamento. La
aplicación es una parte tan elemental del Antiguo Testamento que podríamos
fácilmente pasarla por alto. Y la práctica de los autores del Antiguo
Testamento estableció un precedente que sería repetido extensivamente en el
Nuevo Testamento.
La Aplicación de la Torá
A partir del libro de Josué, casi todos los escritos en el Antiguo
Testamento se pueden describir de alguna manera como la aplicación de los
libros del Pentateuco, o la Torá (los documentos básicos del pacto de Israel).
En primer lugar, los libros históricos evalúan a la nación y a sus líderes sobre
la base de la Ley Mosaica. Josué, Jueces, Samuel y Reyes, por ejemplo, se
caracterizan por evaluar los acontecimientos en la historia de Israel como
consecuencias de la obediencia o desobediencia de la nación ante los
mandatos de Deuteronomio en particular.1 Para citar solamente un pasaje, 2
Reyes 14 nos brinda una valoración algo contradictoria a cerca de Amasías,
rey de Judá. Por una parte, el versículo 4 dice que él no quitó los lugares
altos, lo cual violaba la insistencia de Deuteronomio 12 de tener un solo lugar
de adoración colectiva en Israel. Por otra parte, el versículo 6 dice que
Amasías no mató a los hijos de los asesinos de su padre, y se cita
Deuteronomio 24:16 como la ley que el rey estaba obedeciendo así.
Cuando analizamos los Libros Poéticos hallamos más aplicaciones de la
instrucción mosaica. Por ejemplo, la teología del Pentateuco acerca de Jehová
y su pacto con Israel, sirve de apoyo a los Salmos. Existen pasajes como los
Salmos 1, 19 y 119 que enseñan sobre el poder transformador de la Torá más
allá de las vidas de sus destinatarios originales. Así que no debe
sorprendernos ver que los conceptos generales y afirmaciones específicas del
Pentateuco sean citados como relevantes para los lectores del libro de los
Salmos. El Salmo 8 exalta la posición dignificada del hombre, tal y como se
enseña en el relato de la creación que se halla en Génesis 1. Al alabar la
bondad de Dios, el Salmo 103:8 refleja el texto de Éxodo 34:6:
“Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira, y grande en
misericordia”.
Además, varios salmos históricos narran relatos del Pentateuco (y de los
Libros Históricos) para obtener de ellos lecciones prácticas. El Salmo 78
brinda una de esas reseñas, para que las generaciones posteriores “...pongan
en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios;... guarden sus
mandamientos, y no sean como sus padres, generación contumaz y rebelde;
generación que no dispuso su corazón, ni fue fiel para con Dios su espíritu”
(vs. 7-8).
Los Libros Proféticos, tal vez más que cualquier otra sección del Antiguo
Testamento, abundan en aplicaciones de la Torá. Ezequiel 18 representa
pasajes proféticos que citan explícitamente las leyes mosaicas como algo
aplicable a los israelitas que vivían ya en tiempos lejanos a los de Moisés.
Pero la dependencia es más profunda que esas citas. La Torá, sobre todo las
bendiciones y maldiciones propias del pacto (Lv. 26; Dt. 28), provee el
mensaje central de los profetas acerca del juicio y la restauración. Los
eruditos han trabajado enormemente para exponer en detalle la conexión
entre el Pentateuco y los Libros Proféticos. Niehaus ha enumerado cerca de
40 “ecos literarios” de la Torá en los nueve capítulos de Amós solamente.2
Garret presenta una investigación similar de Oseas y concluye: “La crítica
que Oseas hace de su generación se basa completamente en el Pentateuco...
La interpretación de Oseas sería imposible si no tuviésemos en cuenta la
forma en la que usó la Torá como su canon”.3 Tales evidencias han llevado a
Fee y a Stuart a llamar a los profetas, “mediadores responsables de hacer
cumplir el pacto,” levantados por Dios para aplicar la ley mosaica a sus
lectores y para anunciar las consecuencias de obedecerla y desobedecerla.4
Aplicar el Espíritu de la Ley
Las aplicaciones del Pentateuco involucraban más que una obediencia
técnica ante mandatos específicos. Por ejemplo, el libro de Rut describe a
Booz como un israelita ejemplar que implementó generosamente la ética de
la ley en circunstancias particulares de su vida. La ley les decía a los
terratenientes que dejaran las esquinas de su siembra sin segar para los pobres
(Lv. 19:9-10; 23:22; Dt. 24:19). Booz sobrepasó esa exigencia. Él no solo le
permitió a Rut rebuscar en su campo, sino que la invitó a comer y beber con
sus segadores (Rut 2:8-14). Además, les mandó a sus trabajadores a que
dejaran caer para ella de sus manojos intencionalmente (vs. 15-16).
El carácter de Booz se torna más impresionante a medida que la historia
se desarrolla. Al final del libro de Rut él asume dos responsabilidades
familiares que aparecían en el Pentateuco. En primer lugar, al adquirir la
heredad de Elimelec (o los derechos a usar la heredad), Booz jugó el papel de
pariente-cercano (en hebreo, gō’ēl; Lv. 25:25-29). Esto les garantizó
estabilidad económica a Noemí y a Rut. En segundo lugar, Booz aplica la ley
de levirato de Deuteronomio 25:5-10: si un hombre moría sin tener un hijo,
su hermano debía tomar la mujer del hombre como suya, a fin de engendrar
un hijo que llevase el nombre del hombre.5 Booz no era cuñado de Rut.
Tampoco el Antiguo Testamento estipulaba que el pariente-cercano y la ley
del levirato tenían que estar conectadas. Pero el sentido común sí los
conectaba: si Noemí y Rut sobrevivían, pero no tenían descendientes, su
nombre familiar moriría a la postre, y sus propiedades familiares se perderían
(Rt. 4:5).
A diferencia del pariente más cercano, Booz se sacrificó y dio un paso al
frente para resolver todos esos problemas (Rt. 4:6-13). Él comprendía lo que
vimos en el capítulo 4 de nuestro estudio: que la ley es paradigmática, no
exhaustiva.
La historia de Rut es el relato de khesed [lealtad afectuosa, a
menudo en el contexto de un pacto] que motiva más allá del texto de la
ley. Las actividades del gō’ēl no se resumían solamente a las prescritas
por la ley, pero las leyes específicas eran indicadores o guías que
mostraban de una forma concreta cómo el khesed podía operar dentro
de la familia... La historia de Rut es por tanto el relato de un verdadero
gō’ēl, ya que nos brinda un ejemplo del khesed en plenas funciones,
capturando el espíritu de la ley del levirato y operando de forma
coherente con otras actividades del gō’ēl a favor de los miembros de la
familia.6
Además, la preocupación de Booz por mantener el espíritu de la ley no
comienza ni termina en sí mismo; es un reflejo de la lealtad del pacto de
Jehová (cf. Rut 1:8; 2:20; 3:10). Y como ancestro de David, Booz viene a ser
un tipo de la suprema lealtad del pacto del Mesías.7 ¡Las aplicaciones de
Booz favorecieron el plan de Dios!
Aplicando Otras Secciones del Antiguo Testamento
Aunque el Antiguo Testamento enfatiza en la aplicación de las enseñanzas
del Pentateuco, cada nuevo segmento de libros comienza a ser aplicada en
libros posteriores. Entre los Libros Históricos, gran parte de Crónicas
constituye un ejercicio de aplicación que da forma a los relatos de Samuel y
de Reyes, para abordar las necesidades de los judíos tras el exilio, mientras
trabajaban en la restauración de la teocracia y su adoración.8 Ya hacia el final
del marco de tiempo veterotestamentario, Nehemías hace algo similar. Él
reprende a sus contemporáneos, no solo por violar los mandatos del
Pentateuco sobre el día de reposo (Neh.13:17-18) sino también por no
aprender de la historia de Israel (vs. 26-27):
¿No pecó por esto Salomón, rey de Israel? Bien que en muchas
naciones no hubo rey como él, que era amado de su Dios, y Dios lo
había puesto por rey sobre todo Israel, aun a él le hicieron pecar las
mujeres extranjeras. ¿Y obedeceremos a vosotros para cometer todo
este mal tan grande de prevaricar contra nuestro Dios, tomando
mujeres extranjeras?
Además de los salmos históricos, el Salmo 89 y el 132 representan a un
número de salmos que aplican contenido de los Libros Históricos. Estas dos
oraciones de liberación apelan a las promesas del pacto que Jehová hizo con
David sobre su dinastía (2 S. 7). Por tanto, la aplicación no implica solamente
obedecer mandamientos e implementar ideales éticos. Incluye también
alimentar nuestra fe de lo que Dios ha dicho sobre su carácter y
compromisos, y orar como respuesta a ello.
Los Libros Proféticos contienen varios tipos de aplicaciones de secciones
que no son del Pentateuco. La oración que Jonás hizo desde el vientre del pez
(Jonás 2) está repleta de lenguaje proveniente de los salmos.
Se trata de un buen ejemplo de salmos-poemas hebreos, en el cual
el poeta, para ajustarse a la situación, recurre al lenguaje litúrgico
regular que era común en el Libro de los Salmos y en otros poemas del
Antiguo Testamento. Es un hermoso ejemplo de un creyente que oró
bíblicamente. Inevitablemente, aquellos que conocen al Señor, no solo
hablarán entre ellos usando el lenguaje bíblico, sino que también lo
utilizarán para hablar con Dios.9
Jeremías 26:17-19 nos brinda otro tipo de ejemplo. Aquí algunos líderes
judíos recuerdan una antigua profecía de Miqueas, como argumento para
prestar atención a las advertencias de Jeremías. Y luego, Daniel reacciona
ante la profecía de Jeremías de los setenta años de exilio, orando para que
Jehová restaure su pueblo a su tierra (Dn. 9:1-19; cf. Jer. 25:11-12; 29-10).
¡Las palabras de Dios están profundamente interconectadas y tienen gran
trascendencia!

Las Aplicaciones que Cristo hace en el Libro de


Mateo
Aunque podríamos analizar más aplicaciones en el Antiguo Testamento,
los patrones del Nuevo Testamento son aún más pertinentes, sobre todo las
aplicaciones que el Nuevo Testamento hace de textos del Antiguo
Testamento. Aquí tendré que volver a ser altamente selectivo. Según un
conteo, el Nuevo Testamento contiene 295 citas del Antiguo Testamento.10
He escogido algunas que parecen ser especialmente útiles para nuestro tema.
Es preciso reconocer que el uso que hace el Nuevo Testamento del
Antiguo Testamento es difícil de analizar y muy controversial.11 Los eruditos
debaten hasta qué grado podemos nosotros tomar a Jesucristo, el Dios-
Hombre, y a los autores neotestamentarios que estaban influenciados de
manera sobrenatural, como ejemplos para nuestro uso personal de la Biblia.
Aquí los asuntos más espinosos están relacionados con la profecía, tipología
y cumplimiento. Nuestro debate, aunque no evitará totalmente estos asuntos,
se concentrará en aquellos textos que abordan tópicos prácticos y teológicos
más básicos.12 Espero que usted se percate de que, a pesar de las
dificultades, estos pasajes sí nos brindan patrones a seguir a medida que
buscamos aplicar las Escrituras en nuestros tiempos. Ciertamente no
podremos seguir los patrones de forma inerrante. ¡Pero la verdad es que no
podemos hacer nada sin que erremos! Nuestra falibilidad no es razón para la
inactividad, sino para ser diligentemente dependientes de Dios.
En el resto de este capítulo, estudiaremos varias aplicaciones bíblicas en
el Evangelio de Mateo. El tema de este Evangelio es que Jesús es el Rey
Mesiánico esperado por tanto tiempo. Este enfoque judío es evidente en sus
frecuentes aplicaciones del Antiguo Testamento. Examinaremos varias de
ellas de la boca del mismo Señor.
Resistir la Tentación
El relato de Mateo de la tentación de Jesús está lleno de conexiones con el
Antiguo Testamento (4:1-11; cf. Mr.1:12-23; Lc.4:1-13). En general, los
pasajes aluden a la experiencia de Israel en el desierto. La nación pasó
cuarenta años en el desierto como castigo a su incredulidad y desobediencia.
A diferencia de ellos, tras cuarenta días y noches en el desierto, Jesús mostró
una fe y obediencia completas ante los ataques de Satanás. Aquí Cristo actuó
como nuestro sustituto justo (Gá. 4:4-5) y como el ejemplo supremo de un
estilo de vida de sacrificio y obediencia, al cual nos llama a nosotros como
sus discípulos (Mt.16:24-25; 20:25-28). Como Cristo es nuestro ejemplo, su
uso del Antiguo Testamento para resistir la tentación nos señala cuál es la
aplicación correcta de las Escrituras.
Satanás en primer lugar le dice a Jesús que use su poder para convertir las
piedras en pan (Mt. 4:3). Nuestro Señor le responde citando Deuteronomio
8:3, “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios” (Mt. 4:4). En su contexto original, esta declaración describe
una lección que Jehová le enseñó a Israel en el desierto. Él los hizo pasar por
largos períodos de hambre y los alimentó con el maná para que aprendiesen a
priorizar la obediencia a su palabra por encima de la satisfacción de sus
necesidades físicas.
Jesús ve un paralelo entre la situación de Israel y la suya propia: él debe
seguir las instrucciones de Dios en lo concerniente a cómo satisfacer sus
necesidades corporales, y ciertamente obedecer a Satanás desentona
totalmente con esas instrucciones. Como veremos, el énfasis que hace nuestro
Señor en las instrucciones divinas permea su respuesta ante las otras
tentaciones. Él toma las Escrituras como la base de todas sus decisiones, y
también las usa como filtro para evaluar las opciones que se le presentan. Por
supuesto, él jamás violaría nada de lo establecido por Dios. Y para aquellas
áreas donde no existen mandatos específicos, Jesús busca paralelos similares
entre las Escrituras y la situación que enfrenta.
Sorprendentemente, durante la segunda tentación, se citan las Escrituras
para argumentar que Jesús debía saltar desde el pináculo del templo. Satanás
cita el Salmo 91:11, “Pues a sus ángeles mandará acerca de ti”, y luego el
versículo 12, “En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra”
(Mt. 4:6). Las aplicaciones que el diablo hace de estos versículos adolecen de
dos falacias. En primer lugar, aunque el Salmo 91 sí promete protección,
muchos otros pasajes enseñan que a menudo es la voluntad de Dios que su
pueblo sufra —y Job es el máximo ejemplo de ello, cuyo libro Satanás debía
haber conocido muy bien. Ningún pasaje o libro debe tomarse como una
descripción total de los caminos de Dios para con su pueblo; nuestras
aplicaciones necesitan ser coherentes con todo el consejo de Dios. Pero,
además, Satanás estaba tergiversando el Salmo 91. Este pasaje da por sentado
que los peligros que se mencionan son los que rodean a un creyente cuando
éste camina en obediencia a Jehová, no cuando está siendo necio y obstinado.
El versículo 14 específicamente establece una conexión entre la liberación de
Dios y la devoción del salmista: “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo
también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre”.
La respuesta de Jesús a Satanás se centra en esa realidad. Él cita a
Deuteronomio 6:16, “No tentarás al Señor tu Dios” (Mt. 4:7). En
Deuteronomio este mandato continúa, “como lo tentasteis en Masah”. Masah
hace referencia a un lugar donde los israelitas se quejaron porque no tenían
agua, tal y como registra Éxodo 17:1-7. Así que Jesús está aplicando un texto
que a su vez hace una aplicación de un suceso registrado antes en las
Escrituras. En Masah los israelitas pusieron a prueba al Señor, exigiendo que
les proveyera según ellos dictaban, y negándose a confiar en él a menos que
él accediera. En Deuteronomio 6 Moisés le recuerda al pueblo este incidente,
advirtiéndoles que no pusiesen a prueba a Jehová, y sobre todo que se
abstuviesen de buscar ayuda de dioses paganos en lugar de depender de él y
de seguir sus caminos (vs. 10-15, 17-19).
Si hubiese saltado desde el templo, Jesús hubiese puesto a prueba a Dios,
insistiendo en que su Padre actuase según su plan egoísta, en lugar de seguir
humildemente el plan del Padre. El toque de ironía es que, por un momento,
ese plan incluiría el ministerio de ángeles que servían a Jesús (Mt. 4:11), en
conformidad con la promesa del Salmo 91. En cualquier caso, aunque las
situaciones en las que Dios fue puesto a prueba en Éxodo, Deuteronomio y
Mateo difieren en cuanto a los detalles, sí comparten las ideas básicas de
incredulidad y arrogancia. Debido a esta unidad de pensamiento, Jesús usa
los pasajes del Antiguo Testamento como reflejo de la respuesta de Dios a la
segunda tentación de Satanás.
La tercera tentación es la más insolente, en la que el diablo le pide a Jesús
que lo adore (Mt. 4:9). La respuesta de Jesús es la más sencilla, y cita a
Deuteronomio 6:13: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (v. 10).
Este mandato había sido dado a los israelitas casi 1.500 años antes, y les
prohibía adorar a los dioses de las naciones vecinas (Dt. 6:14). Pero también
le prohibía a Jesús, el israelita supremo, adorar al archienemigo de Dios.
¿Cómo reaccionó Jesús ante las tentaciones de Satanás? Las tres veces
citó pasajes del Antiguo Testamento. Él entendía que cada pasaje enseñaba
una verdad ética y teológica que trascendía el tiempo y las circunstancias de
sus destinatarios originales. Él relacionó esa verdad con sus propias
circunstancias; y aceptó esa relación como un indicador de la voluntad del
Padre para él. Como apunta Blomberg, “Jesús está extrayendo el principio
moral o espiritual eterno que está contenido en el texto de Deuteronomio, y lo
está aplicando a su tentación”.13
El Espíritu de la Ley Retomada
Hay aplicaciones del Antiguo Testamento que permean el Sermón del
Monte de Jesús (Mt. 5–7; cf. con Lc. 6:17-49). Las más explícitas aparecen
en Mateo 5, y comienzan con estas palabras: “No penséis que he venido para
abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir”
(v. 17). La frase “la ley o los profetas” refleja la manera en la que los judíos
describían toda su Biblia como “la Ley y los Profetas”. Así que nuestro Señor
dice que él no vino a abrogar el Antiguo Testamento, sino a cumplirlo. El
término cumplir sugiere el cumplimiento de una predicción. Sin embargo, la
mayor parte del Antiguo Testamento no clasifica dentro de la categoría de
profecía predictiva. En especial, ¿cómo cumplía Jesús con la parte legal?
Para responder esta pregunta, primero necesitamos apuntar que el término
griego que se traduce como “cumplir” (plēroō) significa esencialmente llenar
o completar. El Nuevo Testamento utiliza esta palabra para distintos tipos de
llenado, y el contexto determina de qué tipo se trata.14 La idea que mejor
parece corresponder en Mateo 5:17 es la de hacer que algo sea completado o
llevado a su total realización. El Mesías y su obra constituyen la realización
completa de todo cuanto el Antiguo Testamento reveló sobre Dios y sus
caminos.
Esto adquiere varias formas. Jesucristo ciertamente logró el cumplimiento
de predicciones específicas, tales como la profecía sobre Emanuel de Isaías
(Is. 7:14, citado en Mt. 1:22-23).15 Él es también la culminación de patrones
divinos establecidos por acontecimientos históricos como el Éxodo (Os.11:1,
citado en Mt. 2:15).16 Pero en lo tocante al material legal del Antiguo
Testamento, creo que Cristo está diciendo que él lo cumple, puesto que él
enseña el propósito total o meta de la Ley Mosaica.17 Nuestro Señor
comienza a explicar esto en los versículos 18-20. Aquí él no solo sostiene la
autoridad perdurable de la Ley, sino que también llama a sus discípulos a una
justicia que sobrepasa la de los expertos legales y los fariseos.
Análisis de Seis Leyes
El significado de esto se hace evidente a medida que Cristo pasa a debatir
seis tipos de leyes, exponiendo el objetivo ético que constituía la meta de las
mismas. En los dos primeros casos, él identifica disposiciones internas que en
última instancia están siendo abordadas por las prohibiciones externas de la
Ley. Él dice que la ira hostil, y no solo el asesinato, constituye un pecado (v.
21-26). De la misma manera, la concupiscencia es una forma de adulterio (v.
27-30). Estas verdades debían haber sido evidentes para los lectores del
Antiguo Testamento. Levítico 19 les decía a los israelitas que no odiaran, que
no tomaran venganza y que no guardaran rencor a sus compatriotas (vs. 17-
18). Y el décimo mandamiento prohibía codiciar la mujer del prójimo (Éx.
20:17). Pero nuestro Señor trae estos asuntos afectivos a un primer plano.
Las demás leyes son más complejas. En los versículos del 31 al 32 Jesús
permite el divorcio solo en caso de actividad sexual inmoral. Esto parece ser
más restrictivo que la concesión de Deuteronomio 24:1-4, y es
definitivamente más restrictivo que el uso de ese texto por parte de muchos
maestros judíos.18 El pasaje paralelo de Mateo acerca del divorcio explica el
razonamiento de Cristo (19:1-12). Dios diseñó originalmente el matrimonio
para que fuera una unión permanente (vs. 4-6; cf. con Gn. 2:24), pero la Ley
permitía el divorcio “Por la dureza de vuestro corazón” (Mt. 19:8). La postura
de Jesús retorna al ideal divino original. El argumento de Cristo es bastante
parecido en el cuarto ejemplo de cómo él cumple la Ley: los juramentos
(5:33-37). Aunque la Ley lo incluía (Lv. 19:12; Nm. 30:2; Dt. 23:21, 23),
tales afirmaciones enfáticas sobre la honradez del individuo eran innecesarias
si los discípulos de Jesús eran personas de una honradez a toda prueba.
Luego Jesús cita la ley “Ojo por ojo, y diente por diente” (Mt. 5:38.
compare con Éx. 21:24. Dt. 19:21). Un castigo judicial tenía que
corresponderse con la ofensa cometida. Aunque esta ley promovía el castigo
de los culpables, también limitaba ese castigo a lo que era justo, reduciendo
así la venganza. Cristo cumple la Ley al restringir la venganza un poco más:
habría momentos en los que sus seguidores sufrirían injusticias humildemente
(vs. 39-41). Desde el punto de vista positivo, debían dar a los necesitados,
más allá de los requerimientos de la justicia (v. 42).
El último ejemplo de Jesús comienza así: “Oísteis que fue dicho: Amarás
a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo” (Mt. 5:43). La Ley ordenaba amar
al prójimo (Lv. 19:18), pero no ordenaba de manera alguna a odiar al
enemigo de forma correspondiente. De hecho, un pasaje que mencioné en el
capítulo 4 exigía compasión hacia los animales del enemigo (Éx. 23:4-5). En
otros textos, sin embargo, Jehová le ordenaba a Israel, o bien ejecutar su
juicio contra ciertos grupos de personas que habían provocado su justa ira, o
bien oponerse a ellos (ej. Dt. 7; 23:3-6; cf. Sal. 139:21-22). Es posible que
algunos judíos infirieran, basándose en esos pasajes, que en general debían
odiar a sus enemigos.19
Esto ilustraría otra manera en la que las Escrituras podrían ser mal
aplicadas: al generalizar excesivamente contextos estrechos mientras se
ignoran otras evidencias bíblicas (p. ej. Dt. 23:7-8; Pr. 25:21-22). A
diferencia de esto, Jesús les dice a sus discípulos que amen a sus enemigos
activamente (Mt. 5:43-44). Esto cumpliría con el interés primordial de que el
pueblo de Dios imitase su carácter único (vs. 45-48; cf. Lv. 19:2; Dt. 10:18-
19).
Llegando a la Esencia
¿Qué está haciendo nuestro Señor en Mateo 5:17-48? Está aclarando,
enfatizando y aplicando la virtud interna que sugería la Ley Mosaica. La
esencia de esa virtud es un amor como el de Dios, un amor que causa una
conducta que va más allá de las exigencias establecidas en la Ley (vs. 45-48;
cf. 7:12). Esto es análogo al patrón que vimos en la vida de Booz.
También es análogo al punto de vista de algunos maestros judíos. Al
documentar la tradición oral de los rabinos, el talmud se refiere al concepto
de lifnim mishurat hadin.20 Esta frase significa “más allá de la línea de la
ley”. Describe implementaciones del espíritu de la ley que exceden su
contenido, sobre todo los precedentes de un derecho legal para mostrar
compasión hacia otra persona. Los eruditos rabínicos han comparado las
enseñanzas de Jesús con esta tendencia de la tradición judía, en contraste con
la tendencia hacia la superficialidad entre los fariseos.21
Nuestra próxima sección comenzará a abordar las frecuentes críticas que
nuestro Señor hacía a los fariseos por ser excesivamente “estrictos”. Pero en
el Sermón del Monte él emite un contrapunto: en muchos aspectos los
estándares de los fariseos eran demasiado bajos. Se centraban solamente en
lo externo y en los tecnicismos, e ignoraban lo interno y los vínculos
relacionales que más importan a Dios (cf. Mt. 23:23-24). Jesús llama a sus
seguidores a vivir en un plano más elevado, interiorizando los objetivos
éticos de la ley. Esto no significa necesariamente que un discípulo haría
menos que lo que hacían los fariseos. A menudo significaría que haría más de
lo que los fariseos y la misma Ley estipulaban. A esto se refería nuestro
Señor cuando dijo, “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que
la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (5:20).
De hecho, Cristo indica que en su tolerancia de ciertas prácticas la Ley
Mosaica en sí no expresaba completamente los ideales éticos de Dios. En
algunos aspectos, como el divorcio, solo presentaba un planteamiento
provisional. Jesús expresa totalmente lo que la Ley, como expresión primitiva
en el progreso de la revelación, expresaba parcialmente.
Además, las propias enseñanzas de Jesús necesitan ser aplicadas con
sabiduría. Al lidiar con el tema de la concupiscencia, él habla
hiperbólicamente cuando insta a sus seguidores a sacar uno de sus ojos o a
cortar una de sus manos, si éstos les eran ocasión de caer (Mt. 5:28-29). La
realidad es que las personas, aunque estén ciegas y mutiladas pueden seguir
cayendo en concupiscencia. Por tanto, cada discípulo necesitaría determinar
qué cosa debía “amputar”22 para evitar la tentación.
Además de esto, Jesús no parece prohibir de forma absoluta los
juramentos (vs. 34-37). Después de todo, él permite que le pongan bajo
juramento en un entorno legal (26:63). Pablo también llama a Dios como
testigo (p. ej. Ro. 1:9), y el autor de Hebreos ve el juramento que Dios hizo a
Abraham como algo bueno (6:13-17). De la misma manera, el “volver la otra
mejilla” (Mt. 5:39) no es la única reacción aceptable ante la hostilidad.
Incluso, a veces Jesús evitó a sus perseguidores (Lc. 4:29-30; Jn. 8:59;
10:39). Pablo hizo lo mismo (Hch. 9:23-25).
Seguir las enseñanzas de nuestro Señor no solo implica comparar
fragmentos de las Escrituras, sino también identificar aquellas situaciones
específicas de la vida a las cuales se pueden aplicar. Afortunadamente, como
vimos en el capítulo 3, los creyentes disfrutan de una unión con Cristo y del
poder del Espíritu Santo de forma tal que podemos vivir los ideales del
Sermón del Monte de manera cada vez más profunda.
Aplicaciones con Respecto al Día de reposo
La observancia del día de reposo era la manzana de la discordia entre los
fariseos y Jesús. En Mateo 12:1-8, la acusación fue que los discípulos de
Jesús estaban recogiendo espigas mientras caminaban a través de algunos
campos el día de reposo (cf. Mr. 2:23-28; Lc. 6:1-5). Ninguna ley del
Antiguo Testamento prohibía esto, pero la actividad de los discípulos violaba
las reglas que la tradición judía había establecido como “valla protectora”
para evitar la desobediencia al mandato de Dios de abstenerse de trabajar el
día de reposo (p. ej. Éx. 20:8-11). Jesús no les responde que establecer esas
vallas es intrínsecamente inapropiado; en lugar de ello, defiende su propia
aplicación.
En primer lugar, Cristo cita un acontecimiento registrado en 1 Samuel
21:1-6 (Mt. 12:3-4). En el relato, David y sus hombres huían de Saúl
mientras estaban muy hambrientos, y David le pide al sacerdote Ahimelec
algo de comida. Ahimelec les da lo que tenía a su alcance, el Pan sagrado de
la Proposición que la Ley solo permitía comer a los sacerdotes (Lv. 24:5-9).
Basándose en ese incidente, Jesús infiere que satisfacer una necesidad
humana tiene mayor prioridad que los asuntos relacionados con rituales de
adoración. Por tanto, se les debía permitir a sus discípulos recoger espigas
durante el día de reposo.
El segundo argumento de Jesús abordaba más específicamente el asunto
de los rituales. Él les recordó a sus oponentes que la ley permitía a los
sacerdotes trabajar en el templo el día de reposo, preparando y ofreciendo
sacrificios (Mt. 12:5; Nm. 28:9-10). Luego expresa esta audaz aseveración:
“Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí” (v. 6). Se trata aquí de
una inferencia que resulta a partir de un elemento que supera al anterior: si el
sacerdote del templo puede trabajar el día de día de reposo, entonces aquel
que sustituye al templo puede permitirles a sus discípulos que “trabajen”
también. Es probable que ese tipo de lógica estuviese implícita en el
argumento inicial de Jesús: él es mayor que David, así que las necesidades de
sus seguidores tienen más prioridad que los escrúpulos del día de reposo.23
En tercer lugar, Cristo cita a Oseas 6:6: “Y si supieseis qué significa [lit.
lo que es]: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los
inocentes” (Mt. 12:7). En mi opinión, el término griego que se traduce como
“misericordia” (eleos), se traduciría mejor aquí como “lealtad” o “amor
leal”.24 Esto se debe a que este término es, a su vez, una traducción del
término hebreo khesed, la palabra que denota ‘amor leal’ en el libro de Rut. Y
al establecer una analogía entre khesed y el “conocimiento de Dios”, Oseas
6:6 sugiere que aquí khesed significa lealtad hacia Dios. El versículo enseña
que una relación personal y un compromiso con Dios son más importantes
que los deberes litúrgicos que él ha prescrito. ¿Cómo se relaciona esto con la
controversia acerca del día de reposo? La lógica de Jesús dice más o menos
esto:
• Un amor leal hacia Dios es más importante que las regulaciones
ceremoniales (Os. 6:6).
• Un amor leal hacia Dios se refleja en amor hacia los demás. (Esta
verdad está implícita en Oseas 6. Los versículos del 8 al 9 condenan
específicamente a ciertos israelitas por tratar con violencia a sus
compatriotas).
• Si los fariseos tuviesen amor por los demás les permitirían a los
discípulos recoger y comer espigas durante el día de reposo.
Sin duda alguna, Jesús estaba reprendiendo a los fariseos por no mostrar
“misericordia”. Pero su argumento era aún más categórico: aunque los
fariseos observaban el día de reposo con extremo rigor, su falta de amor por
los discípulos demuestra que no aman a Dios genuinamente. Empleando el
mismo versículo de Oseas, Jesús había reprendido de igual manera a los
fariseos cuando éstos cuestionaron el hecho de que él comiera con publicanos
y pecadores (Mt. 9:13).
El último argumento sencillamente declara: “...porque el Hijo del Hombre
es Señor del día de reposo” (Mt. 12:8). Jesús hace valer su prerrogativa de
enseñar sobre el día de reposo con autoridad, ya que él es el Mesías. Y
ciertamente sus enseñanzas han sido impresionantes. Para defender su caso,
él ha apelado a pasajes provenientes de todo el Antiguo Testamento: del
Pentateuco (Lv. 24; Nm. 28), de los Libros Históricos (1 S. 21) y de los
Libros Proféticos (Os. 6).
¿Qué hace Jesús con estos pasajes? Él emplea la lógica deductiva, y sus
razonamientos van desde premisas hasta conclusiones. Y para él las
conclusiones resuelven el debate sobre el día de reposo. Dada su identidad
divina, Cristo espera que los fariseos acepten sus aplicaciones como
definitivas. Pero no está diciendo que nadie más puede razonar de esa manera
basándose en las Escrituras. Percátese de cómo nuestro Señor presenta los
primeros tres argumentos:
• “¿No habéis leído lo que hizo David...?” (Mt. 12:3)
• “¿O no habéis leído en la ley...?” (v. 5)
• “Y si supieseis qué significa...” (v. 7)
Estas afirmaciones sugieren que los fariseos debían ser capaces de inferir
las mismas aplicaciones que Jesús. Si comenzaban con las premisas
correctas, y luego razonaban adecuadamente, podían llegar a las mismas
conclusiones que nuestro Señor.
La tercera afirmación nos hace reflexionar de manera especial. Implica
que los fariseos no habían logrado aplicar el texto de Oseas 6:6 al no haber
podido comprender el versículo. Una aplicación adecuada es lo que
demuestra una comprensión adecuada de las Escrituras. Así que la
controversia de Jesús con los fariseos no gira en torno a si se deben aplicar
las Escrituras, sino a cómo aplicarlas.
Demostrando la Resurrección
En nuestro último ejemplo de Mateo, veremos más énfasis en el uso de la
lógica para relacionar un pasaje con un tema, más allá de la afirmación
explícita del pasaje. Aunque este ejemplo no se centra en un problema ético,
contribuye de forma significativa a nuestro debate.
Los pasajes de Mateo 21–23 registran las últimas confrontaciones de
Jesús con los líderes judíos que condujeron a su arresto, juicio y crucifixión.
Esta sección contiene múltiples aplicaciones del Antiguo Testamento, pero
quiero concentrarme en el debate que Cristo tuvo con los saduceos (22:23-33;
cf. Mr. 12:18-27; Lc. 20:27-40). En su calidad de guardianes de los sumos
sacerdotes y del grupo que era mayoría en el Sanedrín, los saduceos tenían
motivos para temer la influencia de Jesús. Al igual que los fariseos,
intentaron ponerle una zancadilla teológica a Jesús. A diferencia de los
fariseos, y del mismo Jesús, los saduceos negaban la doctrina de la
resurrección (Mt. 22:23). Le plantearon a nuestro Señor una situación con el
fin de exponer esa doctrina como absurda: en la resurrección, ¿de quién será
esposa una mujer que se había casado con siete hombres debido a la ley del
levirato que había en el Antiguo Testamento (vs. 24-28)?
Cristo responde con dos refutaciones: “Erráis, ignorando las Escrituras y
el poder de Dios” (v. 29). Luego comienza a elaborar estos argumentos en
orden inverso. En cuanto al “poder de Dios”, Jesús dice que en la
resurrección Dios transformará de tal forma a la humanidad que el
matrimonio ya no será parte de nuestra experiencia (v. 30).
En cuanto a “las Escrituras”, Jesús cita a Éxodo 3:6: “¿no habéis leído lo
que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios
de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mt.
22:31b-32). Nuestro Señor hizo bien en usar un texto del Éxodo, ya que los
saduceos parecían haber exigido que todas las doctrinas se estableciesen a
partir del Pentateuco.25
Es interesante observar que Jesús sostiene que en Éxodo 3:6 Dios les
hablaba a ellos, a los saduceos, aunque el versículo registraba las palabras
que Jehová había dirigido a Moisés unos 1.500 años antes. La dificultad
radica en explicar cómo Cristo halla el origen de la doctrina de la
resurrección en ese pasaje de Éxodo 3:6. Los eruditos debaten acerca de su
progresión lógica.
Blomberg enumera siete posibles análisis, y luego sugiere que Jesús
empleó un argumento ad hoc o ad hominem, usando una lógica que en su
época era aceptada, aunque tal vez imperfecta desde nuestra perspectiva.26
Esta teoría es problemática por dos motivos fundamentales. En primer lugar,
porque en toda esta sección Jesús se había establecido como el intérprete
autoritativo del Antiguo Testamento, en contraste con los obtusos fariseos y
saduceos (ver 21:12-17, 33-45; 22:34-45; 23:1-36). De Jesús haber empleado
una lógica poco sólida, habría socavado a la larga su propia postura. En
segundo lugar, Cristo cita Éxodo 3:6 para defender su aseveración de que los
saduceos ignoraban las Escrituras (Mt. 22:29). Él estaba afirmando
específicamente que su conclusión sobre la resurrección reflejaba con
exactitud las enseñanzas de Éxodo 3:6.
¿De qué manera se establece la doctrina de la resurrección a partir de la
afirmación, “Yo soy el Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob”?
Yo hallo que existen dos explicaciones convincentes. En primer lugar, es
posible que Jesús esté basando su argumento en el tiempo presente de la frase
“Yo soy” que está implícito en el hebreo, y hecho explícito en las
traducciones griegas. El hecho de que Jehová diga que él es (y no que fue) el
Dios de los patriarcas siglos después de su muerte física, implica que estos
hombres aun vivían. En sentido general en la teología judía (a diferencia del
dualismo griego), la vida después de la muerte era física, no inmaterial, así
que la existencia de un espíritu inmortal establecía automáticamente la
resurrección.27
De forma alternativa, es posible que nuestro Señor estuviese centrándose
en el carácter de alianza que tenía la declaración de Jehová en Éxodo 3:6. Su
razonamiento sería así:
Jehová se unió a Abraham, Isaac y Jacob por medio de un pacto. La
muerte no anularía ese pacto. Dios hizo promesas a los patriarcas que
no llegó a cumplir totalmente. Entre ellas hay promesas físicas, sobre
todo con respecto a la tierra de Canaán (p. ej. Gn. 17:8; Éx. 6:3).
Jehová resucitaría a los patriarcas para que pudiesen disfrutar de todo
cuanto se les había prometido. Él permanecería resolutivamente fiel a
su palabra.28
Esa lógica es análoga al propio razonamiento de Abraham de que Dios
resucitaría a Isaac después de haber sido sacrificado (He. 11:17-19).
Es posible que el argumento de Cristo mezcle los dos razonamientos antes
mencionados. En cualquier caso, para lo que nos proponemos, lo asombroso
es que nuestro Señor considera que la ignorancia del significado bíblico es
equivalente a la ignorancia de las propias Escrituras, e igual de condenable
(v. 29).

Conclusión
Le podría resultar sorprendente que un significado pudiese tener tanto
peso. Pero las aplicaciones del Antiguo Testamento nos preparan para esta
realidad, y esto lo hemos visto en repetidas ocasiones en las enseñanzas del
Fundador de nuestra fe. Volveremos a hallarlas a medida que nos adentremos
más en el estudio del Nuevo Testamento. Un significado bíblico al que se ha
llegado de forma correcta posee autoridad divina.
1 A menudo los eruditos llaman a estos libros “Historia deuteronómica”. Esta clasificación se asocia a
los enfoques liberales del Antiguo Testamento. Pero la idea básica de dependencia de Deuteronomio
sigue siendo compatible con una teoría ortodoxa de inspiración y fe en la autoría mosaica del
Pentateuco. Ver de Richard L. Pratt Jr., He Gave Us Stories (Phillipsburg, NJ: Presbyterian &
Reformed, 1990), 285-294. De hecho, los múltiples vínculos entre Deuteronomio y los libros
posteriores testifican de la unidad divina de las Escrituras.
2 Jeffrey Niehaus, “Amos” en The Minor Prophets: An Exegetical and Expository Commentary (Grand
Rapids, MI; Baker, 1992), 322-323.
3 Duane A. Garrett, Hosea, Joel, NAC (Nashville, TN: Broadman & Holman, 1997), 27-29.
4 Gordon D. Fee y Douglas Stuart, La Lectura Eficaz de la Biblia (Miami: Vida, 2007), 190-192.
5 El término levirato proviene de levir, que en latín significa cuñado.
6 Donald A. Legget, The Levirate and Gō’ēl Institutions in the Old Testament with Special Attention to
the Book of Ruth, (Cherry Hill, NY: Mack, 1974), 249. Varios expositores argumentan a favor de
esta perspectiva de Booz y su lugar en el libro de Rut, ver p. ej. de Daniel Block, Judges, Ruth, NAC
(Nashville, TN: Broadman & Holman, 2002), 715. Para leer más sobre la palabra clave khesed, ver
de D. A. Baer y R. P. Gordon, “ ”, NIDOTEE, 211-218.
7 Ver de Dean R. Ulrich, From Famine to Fullness (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2007),
103-139.
8 Ver de Pratt, He Gave Us Stories, 296-298.
9 De Billy K. Smith y Frank S. Page, Amos, Obadiah, Jonah, NAC (Nashville, TN: Broadman &
Holman, 1995), 244-245.
10 Roger Nicole, “New Testament Use of the Old Testament”, en Revelation and the Bible. Ed. por
Carl F. H. Henry (Grand Rapids, MI: Baker, 1958), 137-138. Compare el índice de citas en el libro
de Barbara Aland, The Greek New Testament (Stuttgart, Alemania: Deutsche Biblegesellchaft, 2001),
887-890. Esta cifra no incluye los cientos, o incluso miles de alusiones al Antiguo Testamento.
11 Para acceder a un punto de partida de este debate, ver de Kenneth Berding y Jonathan Lunde, eds.,
Three Views on the New Testament Use of the Old Testament (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2007).
Para consultar una colección de artículos que exponen varios puntos de vista, ver de G. K. Beale, The
Right Doctrine from the Wrong Texts? (Grand Rapids, MI: Baker, 1994). Un libro especialmente útil
es, de G. K. Beale, Handbook on the New Testament Use of the Old Testament (Grand Rapids, MI:
Baker, 2012), el cual explica el método que siguió el CNTUOT. En años recientes se ha visto una
explosión de interés por parte de los eruditos en esta esfera de la “intertextualidad” bíblica. Los
resultados han sido diversos. Ver, por ejemplo, de Richard B. Hays, Stefan Alkier, y Leroy A.
Huizenga, Reading the Bible Intertextually (Waco, TX: Baylor University Press, 2009).
12 Al lidiar con estos pasajes, no debatiré sobre el origen textual de sus citas en el Antiguo Testamento
(texto hebreo del tipo masorético, la Septuaginta, etc.). Para tales interrogantes consulte las secciones
relevantes del CNTUOT; comparar con el libro de Gleason L. Archer y Gregory Chirichigno, Old
Testament Quotations in the New Testament (Chicago: Moody, 1983).
13 Craig L. Blomberg, “Matthew”, en CNTUOT, 15. Hallé muy útil el análisis de Blomberg a la hora
de escribir esta sección.
14 Para investigar sobre el uso de plēroō ver el BDAG, 827-829.
15 Para un análisis de Isaías 7:14 como predicción de la concepción virginal del Mesías, ver de Jay
Alec Motyer, The Prophecy of Isaiah (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1993), 84-86.
16 Para leer sobre el uso que Mateo hace de Oseas 11:1, ver de Michael P. Barrett, Love Divine and
Unfailing, (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2008), 169-77.
17 Para acceder a interpretaciones que por lo general son similares a las mías, ver de Darrell L. Bock y
Benjamin I. Simpson, Jesus According to Scripture (Grand Rapids, MI: Baker, 2017), 207-216; de
Donald A. Hagner, Matthew 1–13, WBC (Dallas, TX: Word, 1993). 102-136; de John Nolland, The
Gospel of Matthew, NIGTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2005), 215-271; de John R. W. Stott, El
Sermón del Monte (Buenos Aires: Certeza, 2018), 69-124; de David L. Turner, Matthew, BECNT
(Grand Rapids, MI: Baker, 2008), 157-178. De forma alternativa muchos sostienen que plēroō indica
que Cristo causa personalmente el cumplimiento escatológico de la Ley. Ver, por ejemplo, de D. A.
Carson, Comentario Bíblico del Expositor: Mateo (Miami: Vida, 2004), 171-196; compare con el
libro de Blomberg, Matthew, 103-115; Vern S. Poythress, The Shadow of Christ in the Law of
Moises, (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 1991), 263-269; 363-377. La idea aquí es que el
Mesías mismo cumplió la Ley Mosaica, y uno de sus resultados es que la Ley, como un todo, no es
directamente aplicable a los creyentes de esta era. Al mismo tiempo, “la ley de Cristo” para los
cristianos (1 Co. 9:21) puede transformar, mantener, extender o anular las leyes mosaicas
individuales. Para acceder a una presentación excelente de esta opinión y más documentación, ver de
Jason S. DeRouchie, How to Understand and Apply the Old Testament (Phillipsburg, NJ:
Presbyterian & Reformed, 2017), 427-259. En este enfoque encuentro contenido de mucho valor. De
la misma manera, mi propio enfoque ve la venida de Cristo como parte esencial en cuanto al tema de
la Ley en nuestros días. Adicionalmente, hay bastante coincidencia entre ambos enfoques en lo
tocante a la relevancia actual de las leyes individuales. Para más información, ver de Ken Casillas,
The Law and the Christian (Greenville, SC: BJU Press, 2007), y mis comentarios sobre la ley más
adelante, en el capítulo 12.
18 En Deuteronomio 24:1 la frase “alguna cosa indecente” (lit. “desnudez de alguna cosa”)
probablemente no se refiere al adulterio, pues en otros fragmentos del Pentateuco se exige la pena de
muerte para el adulterio (Lv. 20:10; Dt. 22:22). Para acceder a un debate sobre este asunto y para
acceder a las enseñanzas bíblicas más detalladas acerca del divorcio y el nuevo matrimonio, ver de
John Murray, Divorce (Filadelfia: Presbyterian & Reformed, 1976), de Mark L. Strauss, Remarriage
after Divorce in Today’s Church (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2006), comparar con el libro de Jim
Newheiser, Marriage, Divorce, and Remarriage (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2017).
19 Craig L. Blomberg, “Matthew”, en CNTUOT, 27.
20 Para un breve resumen, ver la “Li-Fenim Mi-Shurat Ha-din”, Geoffrey Wigoder, Fred Skolnik y
Shmuel Himelstein, eds., The New Encyclopedia of Judaism (Nueva York: NY University Press,
2002), 478. Para acceder a un análisis de la evidencia del talmud, ver de Louis E. Newman, Past
Imperatives (Albany, NY: State University of NY Press, 1998), 17-44. Le agradezco a Craig
Hartman de los ministerios Shalom por dirigir mi atención hacia el concepto de lifnim mishurat
hadin.
21 Un defensor clave es Phillip Sigal, The Halakhah ofJesus of Nazareth According to the Gospel of
Matthew (Atlanta: Society of Biblical Literature, 2007), 93-97. Él tiene algunas opiniones extremas,
p. ej. hace una distinción marcada entre los fariseos y los precursores del judaísmo rabínico. Es
importante ejercer gran cuidado con los eruditos que no creen en la inspiración del Nuevo
Testamento y en el carácter divino de Jesús como el Mesías. Sin embargo, los autores como él
pueden brindar materiales útiles acerca del entorno judío en el que Jesús enseñó. Para ver más
comparaciones entre el Sermón del Monte y varios métodos de aplicación judíos, ver de David
Flusser, Judaism and the Origins of Christianity (Jerusalén: Magnes, 1988), 102-125, 490-508.
Debido a falta de espacio, no detallaré las conexiones entre los métodos de interpretación y
aplicación judíos y los del Nuevo Testamento. Sobre este tema, ver de Beale, Handbook on the New
Testament Use of the Old Testament, 1-5, 46-48, 103-132.
22 Ver de Jay E. Adams, Temptation (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2012).
23 Ver de Carson, Mateo, 322-327; de R. T. France, The Gospel According to Matthew, TNTC
(Leicester, RU: InterVarsity, 1985), 458-459.
24 Para acceder a una opinión similar ver, de Carson, Mateo, 264-265, 326.
25 Ver de Everett Ferguson, Backgrounds of Early Christianity (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1993),
486-487; de Mark L. Strauss, “Sadducees” en Dictionary of Jesus and the Gospels (Downers Grove,
IL: InterVarsity, 2013), 823-825.
26 Ver de Craig L. Blomberg, Matthew, en CNTUOT, 79. Esto difiere de su anterior valoración: “Las
objeciones contemporáneas a esta lógica de Jesús revelan una rigidez innecesaria en nuestra
hermenéutica histórico-gramatical moderna, en vez de alguna falacia en la interpretación de Jesús”
(Matthew, 334).
27 Ver de Morris, The Gospel According to Matthew, PNTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1992),
561; de Turner, Matthew, 532; comparar con el libro de Carson, “Matthew”, 520.
28 Ver de France, The Gospel According to Matthew, 840-841; comparar Con Bock, Luke, Volume 2,
1624-1629; James R. Edwards, The Gospel According to Mark, PNTC (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 2002), 368-369. Por lo general los comentaristas no hablan sobre la conexión con las
promesas de tierra. Sobre ese tema, ver de Brian C. Collins, “Scripture, Hermeneutics, and
Theology”. Tesis doctoral (Bob Jones University, 2011) 245. Le agradezco a mi colega Layton
Talbert por haberme ayudado a perfeccionar mi debate de Mateo 22:23-33.
Capítulo 7
Patrones para la Aplicación en las Epístolas

N uestro estudio nos trae ahora a las Epístolas. Como estas cartas están
dirigidas tan directamente a iglesias y creyentes del Nuevo Testamento,
son especialmente queridas por los cristianos. En ellas podemos esperar
encontrar valiosos patrones de aplicación bíblica. Nos concentraremos en
cuatro epístolas que abundan en ejemplos: Romanos, 1 y 2 Corintios y
Hebreos.

Aplicación en Romanos
En el libro de Romanos, Pablo no solo expone las doctrinas de la
justificación y la santificación. Dirigido por el Espíritu, el apóstol estaba
preparando el terreno para una visita a los cristianos romanos —para
ministrarles y recoger su apoyo financiero para su misión de evangelizar en
España (1:9-15; 15:22-29). Como no había visitado su iglesia con
anterioridad, Pablo les escribe para presentarse y hablar sobre su mensaje.
Esto incluía demostrar que su evangelio era el cumplimiento del plan
redentor de Dios que el Antiguo Testamento había anticipado (1:2; 3:21;
16:25-27).
También incluía la enseñanza de que el plan de Dios abarcaba tanto a
judíos como a gentiles. El tema de los judíos y gentiles es fundamental en los
capítulos del 9 al 11, pero está presente en la carta de principio (1:6, 16) a fin
(15:8-13; 16:25-27). Se trataba de un tema especialmente necesario para la
iglesia romana, que estaba experimentando algunas divisiones evidentemente
causadas por diferencias étnicas (14:1–15:13; vea mi debate en el capítulo
10). Solo a través de la unidad bíblica esos hermanos y hermanas podían
darle a Dios la gloria que él merece por su gran salvación (15:5-13).1 Debido
a estos énfasis, Romanos está repleto de aplicaciones de revelaciones
pasadas. La epístola contiene unas sesenta citas del Antiguo Testamento,
“más numerosas y concentradas que en cualquier otra carta de Pablo”.2
Investigaremos algunas de ellas.
Para que Toda Boca se Cierre
Al argumentar a favor de la necesidad universal de justificación a través
de Cristo, Pablo afirma la pecaminosidad y condenación de toda la
humanidad ante su Creador (Ro. 1:18–3:20). El fragmento de Romanos 3:9-
20 es el punto cumbre de este tema, pues incluye una cadena de media
docena de citas, “la más larga alusión a las Escrituras en todas las cartas [de
Pablo]”.3 Los versículos siguientes fueron citados o adaptados:
• Salmo14:1-3 y/o Salmo 53:1-3 y/o Eclesiastés 7:20 (Ro.3:10-12)
• Salmos 5:9; 140:3; 10:7 (Ro.3:13-14)
• Isaías 59:7-8 (Ro.3:15-17)
• Salmo 36:1 (Ro.3:18)
La dificultad radica en que el contexto de cada pasaje del Antiguo
Testamento hace distinción entre los justos y los impíos. De hecho, los
impíos son los que persiguen a los israelitas consagrados. La ironía de Pablo
al elegir esos pasajes y emplearlos con sus compatriotas judíos es
retóricamente eficaz, pero ¿cómo puede ser defendible exegéticamente?
¿Cómo puede él usar esos versículos para argumentar que todos los judíos,
así como todos los gentiles son pecadores?4
Hay varios factores que ayudan a explicar la aplicación que aquí hace
Pablo. En primer lugar, Romanos 2:17-24 niega que el pueblo judío cumpla
la ley tan cuidadosamente como ellos alegan. Pablo los acusa de hipocresía
en aras de convencer a los que tienen pretensiones de superioridad moral. Sus
conciencias debían entonces decirles que ellos, por naturaleza, no eran
distintos de los impíos del Antiguo Testamento.
En segundo lugar, Romanos 2:25-29 afirma que una persona (judía o
gentil) se convierte en parte del pueblo de Dios cuando experimenta la
“circuncisión del corazón” (vs. 25-29). Un cambio tan radical es necesario,
porque, a pesar de cualquier privilegio espiritual, cada ser humano está, por
naturaleza, bajo el control del pecado (3:9). Esta idea es congruente con los
textos del Antiguo Testamento que Pablo cita. Los pasajes de los Salmos no
dicen que solo gentiles son malvados. Salvo el Salmo 10, todos los demás se
atribuyen a David, quien enfrentó persecución por parte de su misma gente,
así como de extraños. Además, en Isaías 59 los impíos son israelitas que se
han rebelado contra Jehová. De entre ellos, solo un pequeño remanente se
apartó del mal (v. 15). El final de ese capítulo promete una transformación en
Israel, en la cual estarán presentes un Redentor, el arrepentimiento y la obra
del Espíritu Santo (vs. 19-21). La necesidad de una intervención sobrenatural
concuerda con la valoración de Pablo de que las descripciones que el Antiguo
Testamento hace de los impíos también se aplican a los judíos que no han
sido regenerados.
En tercer lugar, en todos los textos que Pablo usa para apoyarse, los justos
son personas marcadas por la fe. Los salmos citados son oraciones que piden
liberación de la opresión. Su atmósfera se caracteriza por las confesiones,
como la del Salmo 5:7: “Mas yo por la abundancia de tu misericordia entraré
en tu casa; Adoraré hacia tu santo templo en tu temor”. Esta actitud encaja
perfectamente con la enseñanza de Romanos de que Dios considera a las
personas justas, no por su propio desempeño, sino porque están confiando
solamente en la provisión de Dios.
Romanos 3:19-20 da por concluido el debate de Pablo sobre el pecado: la
Ley (que aquí abarcaba todo el Antiguo Testamento) establecía que tanto
judíos como gentiles eran culpables ante Dios, e incapaces de justificarse por
sí mismos. Pero los pasajes que Pablo había citado del Antiguo Testamento
no argumentaban a favor de esto directamente. Sin embargo, sí apoyaban esta
opinión a través de varias conexiones e implicaciones. Tal vez la
argumentación de Pablo involucraba algunas sutilezas, pero él la consideraba
irrefutable.
Solo por Fe
Al defender la doctrina de la justificación por fe, Romanos 4 apela a la
experiencia de Abraham. Aquí una vez más el Espíritu guía a Pablo a usar
evidencia bíblica explícita e implícita. El principal texto de Pablo es Génesis
15:6: “Creyó Abraham [realmente aún era Abram] a Dios, y le fue contado
por justicia” (Ro. 4:3). Pablo está usando una traducción griega del Antiguo
Testamento que modifica la redacción de Génesis. Pero el punto sigue siendo
el mismo: Dios estaba reconociendo a Abraham como justo por causa de su
fe.5
Pero Pablo no está argumentando que Abraham fue salvo en ocasión de
los acontecimientos de Génesis 15. La conversión del patriarca a Jehová tuvo
lugar cuando él abandonó su tierra años antes (cf. Gn. 11:31–12:5; Jos. 24:2-
3; He. 7:2-4). Sin embargo, Génesis 15 sí marcó un momento crucial en la
vida de Abram, pues allí él aceptó la promesa de Dios de darle un
descendiente físico y de otorgarle descendencia innumerable por medio de él
(vs. 1-5). El Señor, además, expandió sus promesas originales y las formalizó
al establecer un pacto con Abram (vs. 7-21).
Transitando entre estos dos acontecimientos, Génesis 15:6 enfatiza que la
relación del patriarca con Dios se basaba esencialmente en su confianza en él.
Pablo supone que esto apoya su enseñanza de que el hombre disfruta de una
posición justa delante de Dios, no por sus propios méritos, sino por haber
recibido la justicia como un regalo (Ro. 4:4-5). A este uso de Génesis 15:6
Douglas Moo lo llama “una aplicación teológica”, ya que hace surgir un
principio a raíz de un incidente en la vida de un hombre, y luego lo relaciona
con el camino de salvación más amplio de Dios.6
Romanos 4:6-8 hace referencia al Salmo 32:1-2 como confirmación.
Aquí, luego de haber confesado sus pecados, David se regocija en la
bendición del perdón. David no se había ganado ese perdón, él simplemente
lo pidió con un corazón arrepentido. Debido a la gracia, Dios no le achacó a
David su pecado. De la misma manera, Pablo razona que Dios les otorga su
justicia a los creyentes solo por gracia.
Romanos 4:9-12 aborda el tema de la circuncisión. Pablo señala el simple
hecho histórico de que Dios reconoció a Abram como justo (Gn. 15) antes de
ordenarle al patriarca que se circuncidara (Gn. 17). Gracias a la información
que obtenemos en Génesis sabemos que al menos 14 años transcurrieron
entre ambos acontecimientos (12:4; 16:16; 17:1). Aunque el intervalo haya
sido largo, Pablo infiere que la circuncisión no es necesaria para la
justificación. Más específicamente, dice que la secuencia de experiencias de
Abraham fue diseñada para convertirlo en el padre espiritual de todos los
creyentes, fuesen gentiles (incircuncisos) o judíos (circuncisos). Esto
potencia el énfasis que hace Romanos en la unidad de todos los cristianos.
Muestra también que los detalles de las historias bíblicas pueden tener gran
relevancia más allá de su importancia inmediata.
A partir del versículo 13, el resto de Romanos 4 desarrolla el tema de que
la promesa que Dios le hizo a Abraham no vino a través de la ley de Moisés,
sino a través de la fe (cf. Gá. 3:6-29). A la postre, Pablo retorna a Génesis
15:6 y concluye el capítulo con estos comentarios:
Y esto de que “se le tomó en cuenta” no se escribió sólo para
Abraham, sino también para nosotros. Dios tomará en cuenta nuestra
fe como justicia, pues creemos en aquel que levantó de entre los
muertos a Jesús nuestro Señor. Él fue entregado a la muerte por
nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación (Ro. 4:23-25,
NVI, énfasis añadido).
Esto es lo que se da por sentado en todo el capítulo 4 de Romanos: que el
Antiguo Testamento les habló también a aquellos que vivieron mucho tiempo
después de su contexto original. Y Pablo ha mostrado una manera esencial en
la que el Antiguo Testamento habló: a través de patrones en la historia de la
redención de las cuales podemos inferir verdades teológicas que rigen nuestra
relación con Dios.
Amor y Unidad
Al debatir sobre las relaciones interpersonales de los cristianos, Romanos
a menudo desarrolla su enseñanza con material del Antiguo Testamento. Por
ejemplo, Romanos 12:19 dice: “No os venguéis vosotros mismos, amados
míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la
venganza, yo pagaré, dice el Señor”.
Este versículo cita una frase del Cántico de Moisés (Dt. 32:35) como
argumento para esperar que el Señor lidie con nuestros adversarios. En su
contexto original esa afirmación promete que Dios juzgará a los enemigos de
Israel. Sin vacilación, Pablo la aplica a aquellos que se oponen a los creyentes
del nuevo pacto (ya fuesen judíos o gentiles). Es interesante observar que
Hebreos 10:30 aplica el pasaje de Deuteronomio 32:35 a los creyentes
profesos que se apartaban de Cristo. Así que el mismo principio rige a grupos
diferentes y a distintos asuntos.
Al concluir el capítulo 12, Pablo insta no solo a dejar a un lado la
venganza, sino a practicar una bondad positiva hacia los antagonistas
personales. Para afianzar ese argumento, él cita Proverbios 25:21-22: “...si tu
enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues
haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza” (Ro. 12:20).7
El proverbio hebreo menciona darle agua y pan específicamente. Pablo,
obviamente siguiendo una traducción griega, generaliza la frase a la comida y
a la bebida. Y sin dudas, el Espíritu Santo desea que nosotros generalicemos
aún más: “Debemos interpretar que, con las palabras carne [pan], y bebida,
se incluyen también todo tipo de actos de bondad. Cualquiera que sea su
capacidad, en cualquier asunto que su enemigo solicite o sus posesiones, o su
consejo, o sus esfuerzos, debe ayudarle”.8
La ética de Pablo se parece bastante a las enseñanzas de Jesús, y sobre
todo en el caso de Romanos 13. Nuestro Señor había enseñado que la esencia
de la Ley es el amor (Mt.7:12; 22:34-40). En Romanos 13:8-10 Pablo
escribe:
No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que
ama a su prójimo, ha cumplido [plēroō] la ley. Porque esto: NO
COMETERÁS ADULTERIO, NO MATARÁS, NO HURTARÁS, NO CODICIARÁS, y
cualquier otro mandamiento, en estas palabras se resume: AMARÁS A TU
PRÓJIMO COMO A TI MISMO [Lv. 19:18]. El amor no hace mal al prójimo;
por tanto, el amor es el cumplimiento [plērōma] de la ley. (LBLA)
Pablo hace referencia a la mayoría de los mandatos sociales del Decálogo
y da por sentado que continúan indicando la voluntad de Dios. Sin embargo,
el apóstol enfatiza no los mandatos en sí, sino en su esencia moral: el amor.
Si los creyentes se dedicaran a amarse entre sí, terminarían “cumpliendo” la
ley (cf. Gá 5:13-14). Este lenguaje debería resultarnos conocido, pues es
análogo a lo que estudiamos en el último capítulo: la afirmación de Jesús
cuando dijo que él había venido a cumplir la ley en el sentido de enseñar cuál
es el objetivo supremo de ésta (Mt. 5:17-20).
Por consiguiente, a mi entender Pablo está diciendo que a medida que
amamos a los demás, cumpliremos (mediante el poder del Espíritu, Romanos
8:4) los objetivos éticos a los cuales nos llevan los mandamientos de la Ley.9
Esto sugiere un concepto bilateral que encontraremos nuevamente: la Ley
Mosaica continúa proveyendo orientación a los cristianos, pero debemos
centrarnos primariamente en los ideales éticos que motivan los mandatos.
El pasaje de Romanos 14:1–15:13 explica cómo debe ser el amor en la
iglesia romana específicamente. En el capítulo 10 analizaremos la enseñanza
más general sobre la libertad cristiana en esta sección de la epístola. Aquí
deseo realzar solamente las aplicaciones del Antiguo Testamento que Pablo
hace en el comienzo de Romanos 15. Los versículos 1 y 2 hacen un llamado:
“Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los
débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a
su prójimo en lo que es bueno, para edificación”. El versículo 3 brinda el
modelo y la motivación para vivir de esa manera: “Porque ni aun Cristo se
agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te
vituperaban, cayeron sobre mí”.
Pablo está citando el Salmo 69, que es la oración de un israelita piadoso
pidiendo liberación de sus enemigos. El Nuevo Testamento indica que este
salmo halla su expresión suprema en Jesucristo, el israelita ideal.
Juan 2:17 ve en el Salmo 69:9a el celo de Cristo por la casa de Dios. Y
Romanos 15:3 ve en el Salmo 69:9b la disposición de Cristo de sufrir en la
cruz, reproche que a la postre fue dirigido contra el Padre.10 La actitud
abnegada del Salvador debía inducir a los “fuertes” en Roma a dejar a un lado
sus deseos personales y restringir sus libertades por causa de los “débiles”.
Es posible que Pablo pretendiese establecer conexiones más específicas
con el Salmo 69. Es posible que los “fuertes” terminasen sufriendo el oprobio
de los extraños debido al ministerio de los “débiles”. Y tal vez Pablo quiera
que los “fuertes” se identifiquen con el resto del Salmo 69: como el salmista
y Cristo, serán vindicados al final.11
En una aseveración radical, Pablo continúa con su discurso y brinda
razones para lograr aplicar un enigmático texto del Antiguo Testamento a la
situación de Roma: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra
enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las
Escrituras, tengamos esperanza” (Ro. 15:4). Esta metódica afirmación podría
casi servir como resumen de todo nuestro libro. Ésta enseña que todo el
Antiguo Testamento (“las cosas”), aunque haya estado en un primer lugar
dirigido al pueblo de la era del pacto antiguo, fue aun así diseñado por Dios
para enseñar y alentar a los que viven bajo el Nuevo Pacto (“nuestra”,
“tengamos”). Y una vez más Pablo ha ilustrado cómo tiene lugar este
ministerio del Antiguo Testamento: a través de un proceso de inferencia y
comparación.
Además, al apóstol no parece molestarle que tanto tiempo y tantos
factores culturales y teológicos separaran a las personas del Nuevo Pacto de
aquellas del Antiguo Pacto. Acerca de ese tema, los comentarios de George
Knight brindan un resumen adecuado de nuestro estudio de Romanos:
Lo que más llama la atención y resulta instructivo sobre el uso que
hace Pablo de las Escrituras, en su opinión de que éstas nos instruyen
directamente, es que él escribe casi como si no existiese intervalo de
tiempo alguno entre las Escrituras que se escribieron hace siglos o
años, y “nosotros”, para quienes fueron escritas. Él presupone que las
analogías y similitudes son tantas que ese intervalo de tiempo no solo
puede salvarse fácilmente, sino que Dios desea que esa distancia sea
salvada: Dios pensó en nosotros cuando las Escrituras fueron
redactadas.12

La Aplicación en 1 y 2 Corintios
Los dieciocho meses de ministerio de Pablo en Corinto habían sido
inmensamente fructíferos (Hch. 18:1-18). Pero no pasó mucho tiempo antes
de que la iglesia que él había plantado se hallara atribulada por problemas
internos, así como por oposición al mismo apóstol. Las dos cartas canónicas
que Pablo le escribe a la iglesia corintia son muy situacionales, y abordan
controversias específicas que desestabilizaban a esa congregación. Pero esa
correspondencia inspirada por Dios tiene un carácter universal. De hecho,
varias veces Pablo tiene que lidiar con los problemas de los corintios
aplicando textos altamente situacionales del Antiguo Testamento. Estas
aplicaciones son especialmente notables ya que la iglesia de Corinto parece
haber estado formada en su mayoría por gentiles.13 Examinaremos tres
ejemplos clave.
El Buey y el Predicador
En 1 Corintios 8:1–11:1 se aborda el tema de los alimentos que habían
sido ofrecidos a los ídolos. Volveremos a analizar este pasaje en el capítulo
10 porque, al igual que Romanos 14:1–15:13, se le cita a menudo en debates
sobre la libertad cristiana. Para nuestro énfasis actual en las aplicaciones del
Antiguo Testamento, me concentraré en partes de 1 Corintios 9 y 10.
En 1 Corintios 9 el Espíritu Santo guía a Pablo para que se presente como
ejemplo de la abnegación que los corintios necesitaban desarrollar. Aunque
tenía el derecho de recibir remuneración financiera como predicador, Pablo,
por lo general, la rechaza para evitar que esto se convierta en un estorbo para
la influencia del evangelio.
La primera mitad de 1 Corintios 9 defiende el derecho de Pablo de ser
compensado por aquellos a quienes él ministraba. Vemos cinco argumentos
que apoyan este derecho:
• La posición de Pablo como apóstol (vs. 1-6)
• El sentido común: el hecho de que otros tipos de obreros se beneficien
de sus trabajos (v. 7)
• La Ley Mosaica, específicamente el mandato de no poner bozal al
buey mientras trilla (1 Co. 9:8-12; Dt. 25:4)
• La práctica de los sacerdotes (v. 13), quienes comían de los sacrificios
que ofrecían (p.ej. Lv. 6:16-18, 26)
• El mandato del Señor (1 Co. 9:14), que era evidentemente una
referencia a la frase de Jesús de que “el obrero es digno de su salario”
(Lc. 10:7; cf. Mt. 10:10; 1 Ti. 5:18).
Todos estos argumentos tienen relevancia para nuestro tema, ya que
involucran algún empleo de lógica para alcanzar una postura con respecto a la
práctica cristiana. Pero abundaré en el tercer argumento, el mandato que tiene
que ver con el buey.
En un contexto que enfatiza el tratamiento humano de las personas,
Deuteronomio 25:4 hacía un llamado a que se tratara a los animales de igual
manera. Este versículo exigía que a los bueyes no se les impidiera comer
grano mientras trabajaban en la cosecha. Pablo cita la ley y luego pregunta,
“¿Tiene Dios cuidado de los bueyes...?” (1 Co. 9:9b). El apóstol no está
negando el significado original y contextual de la ley, ni está negando
tampoco el cuidado de Dios hacia los animales. Como sugiere el versículo
siguiente, él está lidiando con la relevancia de la ley concerniente a la
interrogante que nos ocupa: “¿O lo dice especialmente por nosotros? Sí, se
escribió por nosotros, porque el que ara debe arar con esperanza, y el que
trilla debe trillar con la esperanza de recibir de la cosecha” (Ro. 9:10,
LBLA).14
En otras palabras, ¿qué lección debían aprender los cristianos corintios de
Deuteronomio 25:4? En una metrópoli como Corinto, lo más probable es que
muchos de ellos no fuesen agricultores, así que podrían concluir que esa ley
no era aplicable a ellos. Aun así, Pablo insiste en que el Antiguo Testamento
“por nosotros se escribió”. Lo más probable es que Moisés no estuviese
pensando en Pablo ni en los corintios cuando escribió Deuteronomio 25:4.
Sin embargo, el versículo fue escrito para ellos en el sentido de que el
Espíritu Santo, el supremo Autor del versículo, quería que éstos lo aplicasen
a sus circunstancias.
Es posible que la aplicación de Pablo siguiese la lógica de menor a mayor
empleada comúnmente por los maestros judíos: si el pueblo de Dios
compensaba a los animales que les ayudaban con sus necesidades físicas,
¿cuánto más debían compensar a los hombres que les ayudaban a satisfacer
sus necesidades espirituales? En un sentido más general, Pablo reconoce un
concepto que presenté en el capítulo 4: la naturaleza paradigmática de la Ley
del Antiguo Testamento.
En conformidad con todo el antiguo Cercano Oriente, Pablo
comprendía bien el carácter paradigmático y analógico de la ley. Las
leyes, por su misma naturaleza, y por estar limitadas en número, no
pretenden abarcar todas las circunstancias; es por ello que funcionan
por lo general como paradigmas para la aplicación en todo tipo de
circunstancia humana. Deberíamos apuntar que Pablo no se refiere a lo
que la ley quiso decir originalmente, lo cual tiende a ser nuestra
preocupación. Más bien él se enfoca en lo que ésta significa en
términos de su aplicación en su situación actual. Hay un sentido en el
cual él claramente mantiene la intención original; y solamente cambia
la aplicación.15
Para comprender el paradigma en Deuteronomio 24:5, debemos preguntar
lo que motivó en última instancia a la redacción de esta ley. El libro de
Deuteronomio encuentra el origen del humanitarismo de Israel en el carácter
de Jehová. Él es un Dios de justicia y amor, y llama a su pueblo a mostrar
estas cualidades en todos sus asuntos (p.ej. 10:18-19; 24:17-22; 25:13-16). Es
por ello que los israelitas debían dejar que sus bueyes comiesen del grano. Es
por ello también que las iglesias debían pagarles a sus predicadores. Aunque
estas conductas difieren, ambas expresan la naturaleza inmutable de Dios.
Deuteronomio 25:4 no dice nada sobre compensar a los ministros. Pero
Pablo argumenta que el versículo “dice más de lo que dice”. Él esperaba que
los corintios aceptaran su aplicación como autoritativa, porque refleja de
forma precisa una pauta ética y teológica que Deuteronomio 25:4 enseñaba
detalladamente. Y esta aplicación no solo era para la iglesia corintia. El
apóstol presenta argumentos idénticos en 1 Timoteo 5:17-18, confirmando
que Deuteronomio 25:4 establece una remuneración ministerial en las iglesias
en sentido general. El versículo funciona de manera paradigmática bajo el
Nuevo Pacto como lo hacía en el Antiguo Pacto. Y dada la creciente
evidencia que hemos visto en nuestro estudio, tenemos pruebas suficientes
para pensar que Dios diseñó todas las Escrituras para que funcionasen así.
Lecciones desde el Desierto
En 1 Corintios 10 Pablo insta con energía a los corintios a que no
participen en banquetes que se celebraban en templos paganos. Como parte
de esta advertencia contra la idolatría, los versículos del 1 al 13 les aplican a
los cristianos corintios varios acontecimientos de la historia antigua de Israel.
Los israelitas habían disfrutado de demostraciones milagrosas en la presencia
de Dios: la nube que los guiaba, la división del Mar Rojo, y la provisión de
alimento y agua en el desierto (vs. 1-4).16 “Pero”, escribe Pablo, “de los más
de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto” (v.
5).
Pero el apóstol no solamente está relatando la historia. Él se refiere a los
israelitas como “nuestros padres” (v. 1), aunque muchos de sus lectores son
gentiles. Al igual que los israelitas, los corintios disfrutaban de grandes
privilegios espirituales (cf. vs. 16-17). Pero también sufrían de las mismas
tendencias pecaminosas que afligían al pueblo antiguo de Dios. En cuanto a
los fallos de Israel, el versículo 6 dice, “Mas estas cosas sucedieron como
ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos
codiciaron”.
El término griego que se traduce como “ejemplos” es tupos, del cual el
español obtuvo las palabras tipo y tipología. Aquí, sin embargo, tupos no
posee el significado específico de predicción pictórica. Sería exagerado decir
que los pecados de los israelitas anunciaban los de los corintios. Más bien las
experiencias funcionan como un patrón: como “un modelo paradigmático” o
incluso un “modelo formativo”.17 Sirven como advertencia de los tipos de
tentación que los corintios enfrentaban (cf. v. 13) y de las consecuencias de
sucumbir ante dichas tentaciones.
Pablo enumera cuatro maneras específicas en las cuales los israelitas
pecaron y por las cuales fueron juzgados.
• Idolatría, específicamente en la forma de banquetes paganos (1 Co.
10:7; cf. Éx. 32:6).
• Inmoralidad sexual en el contexto de la idolatría (1 Co. 10:8. cf. Nm.
25:1-9)
• Tentar a Dios (1 Co. 10:9; cf. Nm. 21:4-6; Sal.78:18)
• Murmuraciones (1 Co. 10:10; cf. Nm. 11:1 y otros pasajes en
Números).
El apóstol les dice a los corintios que están corriendo el peligro de
cometer esos mismos pecados y de llevar los castigos correspondientes. Él
lleva este listado a su máxima expresión con la siguiente afirmación: “Y estas
cosas les acontecieron como ejemplo [tupikōs, relacionado con tupos], y
están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines
de los siglos” (1 Co. 10:11).
Esto se parece mucho a Romanos 15:4, pero la última frase es distintiva:
“a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. Según esta descripción, los
cristianos del Nuevo Pacto viven en la fase final del programa de Dios para
las edades. Como nosotros estamos viviendo en los “últimos días” mesiánicos
(cf. He. 1:1-2), tenemos en nuestro pasado la mayor cantidad de revelación
disponible para nosotros y la historia más redentora. Al observar el
cumplimiento de tantos textos bíblicos, podemos ver muy claramente los
propósitos y caminos de Dios.
Más específicamente, tenemos la mejor posición estratégica para
comprender los paradigmas que las narraciones del Antiguo Testamento
enseñan, y para discernir sus muchas aplicaciones. Dios planeó que
disfrutásemos este privilegio y que hiciéramos pleno uso de él. Es en ese
sentido que Dios escribió la historia de Israel “para amonestarnos”. Esta
enseñanza sobre el Antiguo Testamento también posee implicaciones para
nuestro uso en el Nuevo Testamento.
Si este principio [del alcance trascendental de las Escrituras] se
aplica a las Escrituras del Antiguo Testamento que se escribieron
mucho antes de que llegara el fin de los tiempos, cuánto más será
aplicable a... las Escrituras del Nuevo Testamento, que fueron escritas
en el período en el que nosotros, y los que lo recibieron originalmente,
hemos vivido. Si las instrucciones éticas salvan la importante distancia
entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y se aplican a nosotros,
ciertamente en circunstancias donde no existe diferencia entre el
momento religioso de nosotros y el de la iglesia del Nuevo
Testamento, entonces debemos esperar que las enseñanzas del Nuevo
Testamento sean aún más directamente aplicables a nosotros.18
Salid de en Medio de Ellos
La epístola de 2 Corintios es mayormente una defensa del ministerio
apostólico de Pablo. Esto se hizo necesario por causa de la creciente
influencia de falsos maestros que estaban difamándolo y socavando su
autoridad en la iglesia corintia. La respuesta del apóstol se torna más severa
en los capítulos del 10 al 13, donde describe a sus detractores como “falsos
apóstoles”, “obreros fraudulentos” y “siervos” disfrazados de Satanás (11:13-
15). La epístola llama a los corintios a estar a tono con Pablo, su padre
espiritual, y a distanciarse de los falsos maestros (p. ej. vs. 2-4).
En ese sentido, Pablo pide a los cristianos en el capítulo 6 que abran su
corazón hacia él (vs. 11-13, LBLA). Más adelante él repite: “Aceptadnos en
vuestro corazón” (7:2, LBLA). Entre ambas súplicas hallamos la bien
conocida prohibición, “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”
(6:14). El argumento de Pablo parece ser que los corintios no debían
asociarse a los falsos apóstoles.19
Los argumentos del apóstol para esa separación culminan con una
impactante serie de citas del Antiguo Testamento. Él pregunta, ¿Y qué
acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?” (6:16a). Luego presenta
una cita de Levítico 26:11-12 y de Ezequiel 37:27: “Porque vosotros sois el
templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y
seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (2 Co 6:16b). En Levítico 26 estas
palabras prometen la máxima bendición del pacto de Dios con Israel. En
Ezequiel 37 prometen que en los tiempos del fin Israel disfrutará de esa
bendición. Pero Pablo afirma que éstas describen la actual identidad de la
iglesia como morada de Dios.
Las siguientes citas desarrollan una ramificación práctica de esta
incomparable identidad. Segunda de Corintios 6:17a se basa en el texto de
Isaías 52:11: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no
toquéis lo inmundo...”. Es posible que en Isaías estas órdenes hagan alusión a
la liberación de Israel del exilio babilónico, pero probablemente apunten
también hacia la restauración de la nación a Jehová en los últimos tiempos.
Cuando el Señor efectúe ese “nuevo éxodo” a favor de los israelitas, él espera
que éstos dejen atrás cualquier cosa que los contamine espiritualmente.20
Pablo relaciona este concepto con la necesidad de los corintios de separarse
de los falsos maestros.
Luego cita una frase de la traducción griega de Ezequiel 20:34, “Y yo os
recibiré” (2 Co. 6:17b). Ezequiel está prediciendo que Jehová volverá a juntar
a Israel para limpiar y volver a establecer a la nación. Pablo utiliza esta
predicción para hablar de la comunión renovada con Dios que los corintios
disfrutarían tras rechazar a los falsos apóstoles.
En 2 Corintios 6:18 se describe esta bendición: “Y seré para vosotros por
Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. Esta
es una expansión de 2 Samuel 7:14, un elemento clave en el pacto davídico.
Aquí Jehová se compromete a establecer una relación especial Padre-hijo con
los descendientes de David, los gobernantes humanos escogidos por Dios
para guiar a Israel. Pablo emplea la promesa de Jehová para hablar sobre la
relación familiar entre Dios y los creyentes corintios, incluyendo a las
creyentes (“hijas”).
Podríamos pensar que el apóstol está sencillamente tomando prestada la
fraseología del Antiguo Testamento para fortalecer su retórica, sin pretender
conectar a los corintios con las promesas y mandatos que Jehová había dado a
Israel. O tal vez Pablo esté estableciendo una analogía general entre Israel y
la iglesia corintia. Realmente, su presentación va más allá de la retórica y la
analogía. Él introduce la primera cita como evidencia: “Porque vosotros sois
el templo del Dios viviente, como Dios dijo...” (2 Co. 6:16b).
Luego, cuando el apóstol analiza todas sus citas, hace una declaración
sorprendente: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas,
limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la
santidad en el temor de Dios” (7: 1, énfasis añadido). Pablo asegura que en
algún importante sentido las promesas de Dios para Israel, y sus aplicaciones
prácticas, pertenecen a los cristianos corintios, y por extensión a todos los
creyentes de estos tiempos.
¿Cómo se explica esto? Yo rechazaría la idea de que la iglesia ha
reemplazado a Israel, o de que Israel ha perdido para siempre la bendición
que Dios había prometido a esa nación (ver Ro. 9–11).21 Sin embargo, en 2
Corintios 3, Pablo se presenta como ministro del Nuevo Pacto, enseñando
que la bendición espiritual de ese pacto está disponible para los creyentes de
esta época (sean judíos o gentiles).22 Además, los creyentes están unidos en
Cristo, el Descendiente supremo de Abraham (Gá. 3:6-29). Esto significa que
hoy la iglesia puede extraer numerosas aplicaciones de las Escrituras de
Israel. En específico, las realidades espirituales que forman el núcleo de la
relación de Dios con Israel también pertenecen a la iglesia (cf. Ef. 2:11-22).
El texto de 2 Corintios 6:14–7:1 nos ayuda al ilustrar los distintos tipos de
realidades espirituales que compartimos con Israel: el privilegio de ser el
pueblo especial de Dios y la consiguiente obligación de separarnos del error.
Esta sección no aborda el tema del destino del “pueblo de Dios” del
que habla el Antiguo Testamento; sencillamente afirma de forma
natural que los seguidores de Cristo son ahora también el pueblo de
Dios, aun si son de origen “gentil”. Las citas del Antiguo Testamento
están dirigidas a ellos ahora; Dios es su padre también; ellos
pertenecen también ahora al pueblo de Dios.23
La antigua Palabra de Dios dirigiéndose a nosotros ahora, ¡esa es la
esencia de la aplicación!

Aplicación en Hebreos
Nuestra última categoría de patrones proviene de Hebreos. Este libro está
dirigido a los cristianos judíos profesos que se sentían tentados a abandonar a
Cristo y volver al judaísmo, sobre todo debido a la presión de la persecución.
El autor expone el tema de que la persona y obra de Jesús son superiores a
cualquier aspecto de la revelación del Antiguo Testamento. Esta superioridad
de Cristo debía obligar a los lectores a mantenerse firmes en su compromiso
con él. Él es digno de toda su fe, ministerio, e incluso de su sufrimiento.
En un sentido, Hebreos está alejando a sus lectores del Antiguo
Testamento. Sin embargo, aplica toda clase de textos y temas del Antiguo
Testamento a la situación de esos lectores. Estas aplicaciones no debían
tampoco restringirse a la audiencia original del libro, que es la judía. Un
aspecto central de la superioridad de Cristo es su papel como Mediador del
Nuevo Pacto (He. 8:7-13). Como acabamos de ver, los creyentes gentiles hoy
en día comparten las bendiciones espirituales de este pacto. Por tanto, todos
los cristianos tienen mucho que aprender del contenido y método de las
aplicaciones de las Escrituras en Hebreos.
Busquemos el Reposo
Hebreos 3:1-6 describe la superioridad de Cristo con respecto a Moisés, y
luego un extenso pasaje desafía al lector a continuar confiando en Cristo (3:7-
4:13). El desafío se basa en un texto del Antiguo Testamento relacionado con
el ministerio de Moisés. Es interesante observar que este texto en sí
constituye una aplicación de un pasaje bíblico anterior. Se trata del Salmo
95:7b-11, donde David les advierte a sus contemporáneos que no endurezcan
su corazón contra Jehová, como había hecho la generación del Éxodo (cf.
Nm. 14:20-35; 20:1-14). El autor de Hebreos utiliza el Salmos 95 para hablar
sobre las luchas de sus propios contemporáneos (cf.1 Co. 10:1-13).
Hebreos 3:7-19 desarrolla el elemento negativo de esa advertencia. La cita
del Salmo 95 se presenta de la siguiente manera: “Por lo cual, como dice el
Espíritu Santo” (He. 3:7a). Esta forma de redactar indica no solo que el
Espíritu es el autor supremo del Salmo, sino que continúa hablando a través
de este pasaje, siglos después de que David lo escribiera. Después de esta cita
(He. 3:7-11), el autor llama la atención hacia la palabra hoy en esa
declaración, “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como
en la provocación” (Sal. 95:7b-8a; He. 3:15). Aquí, una vez más, la palabra
“hoy” hace énfasis en que el Salmo les está hablando en la actualidad a los
lectores de Hebreos. Además, sugiere que su oportunidad de reaccionar es
limitada. Si se alejaban de Cristo, sufrirían la devastación que habían sufrido
los israelitas en tiempos de Moisés.
Hebreos 4:1 se concentra en el elemento positivo de la promesa. Aquí el
escritor se centra en la palabra clave reposo (Sal. 95:11). Él supone que este
término apunta a la dicha de una relación restaurada con Dios, como
resultado de su plan redentor. Más específicamente, “reposo” es la
consumación suprema de esa relación —un día de reposo eterno, que
incluiría el cese de toda labor terrenal. Es posible que también se refiriese al
disfrute parcial de esa relación en la vida presente.24
Pero como el reposo que se menciona en el Salmo 95 estaba asociado a la
posesión por parte de Israel de la Tierra Prometida de Canaán, se hace
necesario una mayor explicación. El autor hace referencia al mismo reposo de
Dios después de la semana de la creación (Gn. 2:2), y lo vincula con el
reposo mencionado en el Salmo 95 (He. 4:4-5). Su argumento fundamental es
que el reposo en el Antiguo Testamento no era esencialmente un lugar físico;
Dios había disfrutado del reposo mucho antes de que existiesen Moisés e
Israel. Además, el Salmo 95 fue escrito siglos antes de que ocurriera la
conquista de Canaán por parte de Josué. Si el reposo hiciese referencia
estrictamente a la Tierra Prometida, el Salmo no habría seguido hablando
sobre la posibilidad de reposo en tiempos de David (He. 4:6-10).
William Lane lo resume así: “La teología del reposo que se desarrolla en
el pasaje 4:1-11, toma en cuenta el patrón del arquetipo (el reposo primario
de Dios, v. 4), el tipo (asentamiento de la tierra en tiempos de Josué), y
antitipo (la celebración eterna del día de reposo de la consumación, v. 9)”.25
Basándose en esta teología el autor de Hebreos insta, “Procuremos, pues,
entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de
desobediencia” (v. 11). Estas palabras paradójicas significan que para
alcanzar la dicha eterna los lectores deben perseverar en Cristo, confiando en
él y siguiéndole ahora.
Volviendo al uso del Salmo 95, Hebreos 4:12-13 hace algunos
comentarios hermosos pero aleccionadores:
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las
coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta
en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a
los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.
¡La Biblia, al ser la Palabra de Dios, es un Libro vivo! Aunque fue escrita
hace milenios, posee la capacidad de penetrar en nuestro ser interior, exponer
nuestra incredulidad y llevarnos al arrepentimiento y al cambio. Y logra esta
obra a través de la aplicación, a través de las analogías y correlatos que el
autor de Hebreos acaba de exponer.
Más Motivaciones para Perseverar
Una vez que el cuerpo doctrinal de Hebreos se acerca a su fin en el 10:18,
el resto del libro brinda vehementes exhortaciones y motivaciones. Entre las
múltiples aplicaciones del Antiguo Testamento que aparecen en dicha
porción, la más prominente es el Capítulo 11, el aclamado “Salón de la fe”.
En un abarcador resumen de la historia del Antiguo Testamento, el autor
subraya la necesidad e importancia de la fe para tener una relación con Dios.
Él da por sentado que el material biográfico registrado en el Antiguo
Testamento ejemplifica las verdades espirituales que son aplicables al pueblo
de Dios en todos los tiempos.
Estas verdades espirituales son tan variadas como prácticas. Algunas se
mencionan explícitamente en contextos del Antiguo Testamento; otras son
inferidas. Observe los temas que Hebreos 11 asocia con la fe:
• La adoración (Abel, v. 4)
• La recompensa divina (Enoc, vs. 5-6)
• Una posición de justicia (Noé, v. 7)
• La obediencia (Abraham, v. 8)
• Una vida peregrina (los patriarcas, vs. 9-10, 13-16)
• El cumplimiento de promesas divinas (Sara, vs. 11-12; Isaac, Jacob y
José, vs. 20-22)
• Las pruebas (Abraham, vs. 17-19)
• La persecución (Moisés y sus padres, vs. 23-27; varios individuos
cuyos nombres no se mencionan, vs. 35b-38)
• Poderosas liberaciones y victorias (Israel durante el Éxodo, vs. 28-29;
Israel en Jericó, v. 30; Rahab, v. 31; varios personajes cuyos nombres
se mencionan, y otros que no, vs. 32-35)
El autor concluye su análisis con estas fascinantes observaciones: “Y
todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron
lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no
fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (vs. 39-40). Los cristianos
del Nuevo Pacto forman parte del “desenlace final” de la historia redentora.
En la providencia de Dios estamos involucrados en la conclusión de la
historia de la fe. Los temas de esa historia alcanzan una expresión más
acentuada en nuestras vidas.
Hebreos 12 continúa refiriéndose a los creyentes del Antiguo Testamento
como una “grande nube de testigos” (v. 1). Posiblemente la idea no aluda a
espectadores que nos observan. Más bien, se dice que estos individuos,
habiendo experimentado una vida de fe, son testigos de que vale la pena vivir
una vida semejante, y que ésta también puede ser nuestra experiencia a pesar
de la hostilidad del mundo. Sus vidas son un testimonio de la confiabilidad
del Dios en quien confiaron. Por tanto, su ejemplo anima a los creyentes del
Nuevo Pacto a permanecer en la carrera por causa de Cristo.26 De hecho, el
“testigo” supremo no es otro que el mismo Cristo (vs. 2-4), cuya fe soportó la
prueba máxima y dio paso a la victoria suprema.
Hebreos 12:5-11 introduce la idea de que las circunstancias difíciles son,
al menos en parte, debido a la disciplina divina. Aquí el autor cita Proverbios
3:11-12: “Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes
cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota
a todo el que recibe por hijo” (He. 12:5b-6). Originalmente, un padre había
dirigido estas palabras a un hijo específico. Pero el autor de Hebreos
introduce este pasaje, contemporizándolo y personalizándolo para sus
lectores: “y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige”
(v. 5a). Luego lo aplica a ellos más específicamente, argumentando que la
disciplina de Dios es una señal de que son hijos, y está diseñada para su
conocimiento y santidad (vs. 7-11).
Hebreos 12 contiene otras aplicaciones del Antiguo Testamento, como la
advertencia de no seguir el ejemplo de Esaú cuando éste menospreció sus
privilegios (vs. 16-17). Pero a medida que concluimos, quiero referirme a
Hebreos 13, donde el autor aborda brevemente varios temas prácticos,
incluyendo el problema de la avaricia: “Sean vuestras costumbres sin
avaricia, contentos con lo que tenéis ahora” (v. 5a). ¿Por qué puede el
cristiano vivir con un espíritu de contentamiento? ¡El Antiguo Testamento
tiene la respuesta! “...porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré” (v. 5b).
Esta promesa ocurre de varias formas en distintos pasajes. El Señor le
habló en esos términos a Jacob cuando éste viajaba a Mesopotamia (Gn.
28:15). Moisés transmitió esta promesa a Israel y a Josué con respecto a la
conquista de Canaán (Dt. 31:6,8). Luego, Jehová mismo le aseguró a Josué
que su presencia lo acompañaría (Jos. 1:5). Mucho después, David aplicó esta
promesa a Salomón al alentarlo a construir el templo (1 Cr. 28:20). Por
último, el autor de Hebreos la emplea en los cristianos del Nuevo Pacto como
motivación para que tengan contentamiento. Vemos así que una sola promesa
ha sido aplicable a creyentes de diversas épocas y ha abordado gran variedad
de circunstancias.
¿Y cómo deben responder los cristianos a esta promesa? Una vez más el
Antiguo Testamento responde: “de manera que podemos decir
confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el
hombre” (He. 13:6). Esta expresión, tomada del Salmo 118:6, refiere la
certeza del creyente con respecto a la ayuda divina que tendrá cuando
enfrente una oposición abrumadora. Pero este versículo habla también de la
inalterable fe que los lectores de Hebreos debían tener en el Señor. El Salmo
118 continúa narrando una victoria decisiva ganada por Dios. El hecho de
que el Nuevo Testamento interprete que el patrón del Salmo culmina en la
experiencia del Mesías hace que sea más relevante para los creyentes del
Nuevo Pacto.27

Conclusión
Podríamos estudiar muchos más fragmentos asociados a la aplicación
bíblica dentro de las mismas Escrituras. El Nuevo Testamento aporta a la
iglesia la ley del Antiguo Testamento de que eran necesarios dos o tres
testigos para establecer una acusación (Mt. 18:16; 2 Co. 13:1; 1 Ti. 5:19).
Santiago utiliza la vida de Abraham para demostrar que la fe sin obras es
muerta (Stg. 2:21-26). Y al igual que el autor de Hebreos, Santiago nos
exhorta a resistir, apelando a los ejemplos de personajes del Antiguo
Testamento (5:10-11; cf.16-17). Pedro enseña que la profecía predictiva
veterotestamentaria es más para los creyentes del Nuevo Pacto que para la
audiencia original del Antiguo Testamento, debido a que estamos viviendo
después de la venida del Mesías prometido (1 P 1:10-12). El apóstol también
enseña que la posición de la iglesia y su llamado son análogos a los de Israel
(2:4-10).
Sin citar más pasajes, podemos resumir de forma certera las ideas
relevantes que han estado surgiendo de nuestros patrones bíblicos.
• La relevancia y autoridad de las Escrituras trascienden el tiempo y las
circunstancias. Esto es válido para ambos Testamentos de la Biblia y
para cada género dentro de esos Testamentos.
• La eterna autoridad de las Escrituras fluye desde el carácter inmutable
de Dios y de la continuidad espiritual de su pueblo en todas las épocas
(sobre todo a través del Nuevo Pacto hoy).
• Las Escrituras funcionan de forma paradigmática. Sus detalles enseñan
verdades universales que abordan temas que están más allá del alcance
de los temas abordados originalmente. Otra manera de expresar esto
sería diciendo que Dios espera que, en medio de nuestras
circunstancias, busquemos el propósito supremo que él tenía en mente
cuando comunicó un texto a su primer grupo de destinatarios. En ese
sentido, debemos priorizar el espíritu de las Escrituras más que su
texto.
• El identificar y aplicar las verdades universales de las Escrituras
requiere que empleemos la deducción, la analogía y otros ejercicios de
la lógica.28
• La autoridad de las aplicaciones depende de la precisión de la exégesis
y la lógica que las respalden.
• La aplicación errónea es una posibilidad real de la cual tenemos que
protegernos.
Todos estos factores argumentan que, basándonos en los patrones
bíblicos, debemos desarrollar un método cuidadoso para aplicar las
Escrituras. Nuestro debate se encamina hacia ese propósito. Pero ante todo
debo responder a algunas objeciones hechas a la práctica de la aplicación.
1 Ash coincide y dice: “El propósito de Romanos es la gloria de Dios vista en una iglesia misionera
unida, donde todos, en humildad, están bajo su gracia”. Teaching Romans, Volume 1, 37; comparar
con Schreiner, Romans, 10-23.
2 Ver de Mark A. Seifrid, “Romans”, en el CNTUOT, 607.
3 Ibid., 616.
4 Los comentaristas, por lo general, no responden esta pregunta con detalle. Para acceder a enfoques
similares al mío ver de Ash, Teaching Romans, Volume 1, 127-127; James D. Dunn, Romans 1–8,
WBC (Dallas, TX: Word, 1988), 144-160.
5 Para ver más detalles sobre la redacción de Romanos 4:3, ver de Hodge, Romans, 105-112; de Moo,
Romans, 261-263.
6 Ibid., 263.
7 La metáfora de las ascuas de fuego posiblemente se refiera a hacer que el enemigo sienta vergüenza y
arrepentimiento cuando lo tratamos con misericordia. Ver de Waltke, The Book of Proverbs:
chapters 15-31, 330-332; de Moo, Romans, 787-789.
8 John Calvin, Commentaries on the Epistle of Paul to the Romans (Grand Rapids, MI: Baker, 2009),
475.
9 Para ver explicaciones similares, ver de Murray, The Epistle to the Romans, 2:158-164; de Schreiner,
Romans, 690-695.
10 El Nuevo Testamento hace referencia al Salmo 69 en varias ocasiones. El vinagre que Jesús recibió
en la Cruz refleja el Salmo 69:21 (Mt. 27:34, 48; Mr. 15:23, 36; Lc. 23:36; Jn. 19:29). En su
experiencia, Cristo ve reflejado el Salmo 69:4 también: “Sin causa me aborrecieron” (Jn. 15:25).
Hechos 1:20 le aplica a Judas el Salmo 69:25. Y Romanos 11:9-10 le aplica el Salmo 69:22-23 a los
israelitas incrédulos.
11 Mark A. Seifrid, “Romans”, en CNTUOT, 686.
12 Ver de George W. Knight III, “Written for Our Instruction”, en Joseph Pipa y J. Andrew Wortman,
Written for Our Instruction (Taylors, SC: Southern Presbyterian, 2001), 62. Compare con Brian S.
Rosner, “‘Written for Us’”, en Phillip E. Satterthwaite y David F. Wright, A Pathway into the Holy
Scripture (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1994), 98-105.
13 Ver de Fee, Primera Epístola a los Corintios, 3-4.
14 La LBLA brinda una mejor traducción del vocablo griego pantōs: “especialmente” en vez de
“enteramente” (RVR60). ver el BDAG, 755.
15 Ver de Fee, Primera Epístola a los Corintios, 450-451. Comparar con Thiselton, The First Epistle to
the Corinthians, 685-688.
16 Algunas de las expresiones en estos versículos son difíciles de entender. Ver de Fee, Primera
Epístola a los Corintios, 487-496; de Thiselton, The First Epistle to the Corinthians, 717-730.
17 Ibid., 731-732.
18 George W. Knight III, “Written for Our Instruction”, en Pipa y Wortman, Written for Our
Instruction, 63.
19 Ver de Scott J. Hafeman, The NIV Application Commentary: 2 Corinthians (Grand Rapids, MI:
Zondervan, 2000), 277-304; compare con Thomas R. Schreiner, Paul, An Apostle of God’s Glory in
Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2001), 98-99. Este pasaje se ve más frecuentemente como
un llamado a no involucrarse en alianzas comprometedoras con incrédulos en general, y en específico
con idólatras paganos. Ver, por ejemplo, de Garland, 2 Corinthians, 330-333. Estos aspectos de
separación son aplicaciones legítimas de las enseñanzas de Pablo, pero no parecen ser temas a
debatir en el contexto de 2 Corintios 6:14–7:1.
20 Ver de Motyer, Isaiah, 420-422; de John N. Oswalt, The Book of Isaiah, Chapters 40–66, NICOT
(Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1998), 371-373.
21 Ver de Michael Vlach, Has the Church Replaced Israel? (Nashville, TN: Broadman & Holman,
2010). Compare con Darrell L. Bock y Mitch Glaser, eds., The People, the Land, and the Future of
Israel, (Grand Rapids, MI: Kregel, 2014), de Donald K. Campbell y Jeffrey L. Townsend, A Case for
Premillennialism y de Gerald R. McDermott, The New Christian Zionism (Downers Grove, IL:
InterVarsity, 2016).
22 Ver de Rodney J. Decker, “The Church’s Relationship to the New Covenant”, BSac 152 (1995),
290-305, 431-456.
23 Peter Balla, “2 Corinthians”, en CNTUOT, 773.
24 Ver de George H. Guthrie, “Hebrews”, en CNTUOT, 958-960; de William L. Lane, Hebrews 1–8,
98-102.
25 Ibid., 104.
26 F. F. Bruce, La Epístola a los Hebreos (Grand Rapids, MI: Desafío, 2002), 333.
27 El Sal. 118:22-23 se cita en Mt. 21:42; Mr. 12:10-11; Lc. 20:17; He. 4:11; 1 P. 2:7. El Sal. 118:25-
26 se cita en Mt. 21:9; 23:39; Mr. 11:9-10; Lc. 13:35; 19:38; Jn. 12:13.
28 Robert L. Reymond, reflexionando sobre el mismo tipo de teología neotestamentaria que hemos
analizado en los capítulos 6 y 7, escribe: “El modelo apostólico de exposición, reflexión y deducción
a partir de las Escrituras apoya nuestro compromiso en la actividad teológica. Si realmente vamos a
ayudar a nuestra generación a comprender las Escrituras, debemos nosotros también deducir y
obtener conclusiones de lo que hemos aprendido de nuestra labor exegética con respecto a las
Escrituras, y debemos estar listos para ‘dialogar’ con los hombres. La teología consiste en
involucrarnos en esta tarea y obtener resultados”. A New Systematic Theology of the Christian Faith
(Nashville, TN: Thomas Nelson, 1998), xxx.
Cuarta Parte:

Objeciones a la Aplicación Bíblica


Capítulo 8
La Suficiencia de las Escrituras

L a aplicación bíblica a menudo enfrenta escepticismo y resistencia. En


muchos casos la culpa es de aquellos que hacen las aplicaciones, y en
nuestro capítulo previo comenzamos a señalar los errores en ese sentido. Los
que se resisten a las aplicaciones tienden a concentrarse en dos conceptos
teológicos: la doctrina de la suficiencia de las Escrituras y el problema del
legalismo.
A medida que vayamos explorando estos temas en los próximos tres
capítulos, iré citando a múltiples autores, sobre todo con el propósito de
hallar definiciones. Por otra parte, mi enfoque no se centrará en la crítica de
autores individuales que desafían algún aspecto de la aplicación bíblica. El
espacio que haría falta para hacer una crítica sustancial y matizada nos
distraería del enfoque de este libro. De cierta manera, todo este libro
constituye mi crítica. En esta cuarta parte estoy respondiendo en gran manera
a las tendencias que he hallado a través de los años durante mi juventud en
una iglesia cristiana conservadora, ministrando a otros, y observando los
debates en internet. Es precisamente a esos niveles más populares que se
encuentran las objeciones a la aplicación.
El concepto de sola Scriptura —solo las Escrituras— constituyó el
cimiento de la Reforma Protestante. Los eruditos se refieren a él llamándole
el “principio formal” de la Reforma. A diferencia de la iglesia católica
romana, que había elevado la tradición hasta colocarla al mismo nivel de
autoridad que las Escrituras, los reformistas sostenían que la Biblia es la
única norma final de fe y práctica.1
Un aspecto clave de sola Scriptura es la doctrina de la suficiencia de las
Escrituras: la Biblia constituye toda la revelación verbal divina que
necesitamos para conocer y agradar a Dios. Analizaremos esta doctrina en
este capítulo porque ha sido utilizada cada vez más para enfrentar la práctica
de la aplicación bíblica. ¿No estamos acaso añadiendo a la Palabra de Dios al
afirmar que las deducciones que hace el hombre de las Escrituras tienen
autoridad? Una interrogante parecida surge de la naturaleza humana: dada
nuestra falibilidad, ¿cómo podemos confiar en nuestras conclusiones? ¿No
estamos también negando la suficiencia de la Biblia cuando usamos
información extrabíblica al aplicar las Escrituras? ¿Es la Palabra de Dios
suficiente, o no? Toda la argumentación bíblica que hemos ofrecido en la
segunda y tercera partes ayuda a responder esas interrogantes, pero debemos
profundizar un poco más.

Consideraciones Preliminares
Aunque estos tipos de objeción puedan reflejar una elevada opinión de las
Escrituras, también reflejan varias percepciones erróneas.2 Para comenzar, no
logran comprender lo que sucede a través del proceso completo de
interpretación. La interpretación de las Escrituras exige información
extrabíblica. Definimos palabras sobre la base de nuestro conocimiento de la
vida y el lenguaje humanos. Identificamos referentes geográficos e históricos.
Al leer somos sensibles a las características de cada género. Por supuesto,
para poder tener una Biblia hemos tenido que depender enormemente de las
investigaciones y conclusiones de los críticos textuales y traductores. El
emplear dichos recursos extrabíblicos no implica que estemos “añadiendo” a
las Escrituras. Estas herramientas nos ayudan a interpretar la Biblia, y en
principio no deberían existir objeciones en cuanto al uso de herramientas
similares que nos ayuden a relacionar las enseñanzas bíblicas con la vida
contemporánea.
Podría decirse lo mismo sobre el uso de la lógica. La lectura más sencilla
de cualquier pasaje bíblico depende del uso de la lógica, y de seguir el flujo
de pensamiento del autor, estableciendo las conexiones entre sus distintas
afirmaciones. De la misma manera, la lógica deductiva que se usa
frecuentemente en la aplicación no añade a las palabras del autor. De hacerse
correctamente (lo cual es una condición crucial que analizaremos después), lo
que hace es identificar lo que está implícito en el texto.
En el silogismo clásico “Todos los hombres son mortales; Sócrates
es un hombre; por tanto Sócrates es mortal”, la conclusión no nos dice
nada que no hubiésemos podido hallar de las mismas premisas. Lo que
hace el silogismo es convertir el contenido implícito en explícito. La
lógica es una herramienta hermenéutica [interpretativa], un recurso
que se emplea para extraer el significado que ya está allí, en el texto.
De esa forma, (a) el “contenido de las Escrituras” incluye todas las
implicaciones lógicas de las Escrituras, (b) las implicaciones lógicas
de las Escrituras poseen la misma autoridad que las Escrituras y (c) las
deducciones lógicas de las Escrituras no añaden nada a las Escrituras.3
Además, tal y como ocurre en todo acto de comunicación, la falibilidad
humana es una dura realidad en cada etapa de la interpretación bíblica. Esto
debería impulsarnos a seguir una metodología cuidadosa, y a permanecer
humildemente abiertos a la corrección. También debería animarnos a valorar
las contribuciones de eruditos y demás creyentes. Sobre todas las cosas,
debería impulsarnos a pedirle a Dios que abra nuestros ojos a su verdad (Sal.
119:18). Pero la posibilidad del error no debe disuadirnos de tratar de
comprender las Escrituras lo mejor posible. Ni tampoco debilita de forma
inherente la aplicación bíblica.

El Fundamento de la Suficiencia
Teniendo en mente estas realidades, podemos analizar más detalladamente
la doctrina de la suficiencia de las Escrituras. En primer lugar, debemos
reconocer que la formulación de esta doctrina implica la presencia de una
lógica orientada hacia la aplicación. Son diversos los textos que le advierten
al creyente que no añada ni quite nada de las palabras de Dios (Dt. 4:2;
12:32; Pr. 30:5-6; Ap. 22:18-19). Esto implica, sin dudas, que Dios ha dado a
su pueblo todas las palabras que él desea que tengamos, y que deberíamos
estar contentos con ellas (cp. Dt. 29:29).
Pero esa afirmación necesita un poco más de descripción. En el Salmo
19:7 David describe la Palabra de Dios empleando el adjetivo hebreo tâmîm,
que significa perfecta, completa, o intachable. El Salmo ensalza las Escrituras
con otros términos elogiosos, y describe también su poder para transformar
las vidas de los creyentes. De hecho, en el versículo 13 se emplea el verbo
tâmam, que guarda relación con tâmîm, para expresar el efecto de la obra de
Dios a través de las Escrituras: “Entonces seré íntegro”. La Palabra completa
hace que el salmista sea completo.
Sin embargo, surge un dilema. Este pasaje habla sobre la “La ley de
Jehová” o “la Torá de Jehová” (v. 7). Como es posible que el Pentateuco
fuese la única revelación escrita disponible para David, esta frase
evidentemente se refiere a la Ley Mosaica o al Pentateuco como un todo.4
Con el transcurrir del tiempo, Dios añadiría mucho más a su Palabra. De
hecho, este mismo Salmo era una adición al canon. Entonces, ¿cómo podían
las Escrituras ser suficientes para David?
Tenemos que concluir que la revelación que cada generación recibió fue
suficiente para su tiempo, pero que Dios decidió revelar más de sí a las
generaciones posteriores, dándoles lo suficiente para sus circunstancias.
Podemos y debemos usar el Salmo 19 como texto que evidencia la
suficiencia de todas las Escrituras, y al hacerlo, extendemos esta afirmación a
todos los libros de la Biblia que ni siquiera existían cuando ese Salmo fue
escrito.5
En el capítulo 4 llegamos a una conclusión paralela con respecto a
2 Timoteo 3:14-17. Allí Pablo asevera la suficiencia del Antiguo Testamento
para la conversión, santificación y servicio de Timoteo. Pero el contexto y
otros pasajes implican que esa suficiencia se extiende a los documentos del
Nuevo Testamento que se estaban escribiendo en el siglo primero, y se aplica
también a cada creyente del Nuevo Pacto.
Nos queda la interrogante de si debiéramos esperar que Dios continúe
añadiendo a sus Escrituras en nuestra época. El Nuevo Testamento implica
una respuesta negativa. Juan 1:8 afirma que Jesucristo vino para dar a
conocer al Padre. De la misma manera, Hebreos 1:1-3 dice que Cristo, cual
Hijo divino, revela a Dios con una claridad y finalidad que lo distinguen de
los demás voceros de Dios. Esos versículos sugieren enfáticamente que una
vez que Cristo cumplió su obra redentora y la explicó a través de sus
primeros discípulos, no hizo falta más revelación.6
Debiera ser obvio que cuando decimos: ¡Solo las Escrituras!, no estamos
desechando totalmente la lógica humana, ni estamos limitando la verdad de
Dios solamente al texto de las Escrituras. Ciertamente la misma doctrina de la
suficiencia de las Escrituras se basa en las inferencias lógicas.7

La Definición de Suficiencia
Lo que acabo de referir se corresponde con la comprensión protestante
estándar de la suficiencia de la Biblia. Deseo defender esta teoría, y para
hacerlo compartiré materiales escritos por varios teólogos de una variedad de
tradiciones denominacionales.
Martín Lutero
El papel de la lógica hizo su aparición en una de las declaraciones más
antiguas y famosas de sola Scriptura. Al defender su teoría ante la Dieta de
Worms, Martín Lutero (1483-1546) dijo,
A menos que no esté convencido mediante el testimonio de las
Escrituras o por razones evidentes (puesto que no confío en el Papa ni
en sus concilios, debido a que es bien conocido que ellos han errado
continuamente y se han contradicho entre sí) me mantengo firme en
las Escrituras que he citado y mi conciencia es prisionera de la Palabra
de Dios; y no puedo ni quiero revocar nada reconociendo que no es
seguro o correcto actuar contra la conciencia.8
Aquí el Reformador afirma que solamente las Escrituras rigen su
conciencia. Niega también la autoridad del hombre de inventar doctrinas. Sin
embargo, defiende el rol de la “razón clara, [o evidente]”. J. I. Packer, quien
es anglicano, explica:
La referencia que hace Lutero a la “razón evidente” como fuente de
convicción, no afecta el principio de ‘solo las Escrituras’, ya que la
“razón” aquí significa precisamente “una inferencia lógica a partir de
los principios bíblicos”. Lutero rechazaba la idea de que la reflexión
racional de los hombres caídos, apartada de la Biblia, pudiese ser
fuente de verdades religiosas; y cuando él se imaginaba a la razón
tratando de pronunciarse con respecto a cosas divinas, apartándose de
las Escrituras, la llamaba “la prostituta al servicio del diablo”. Ésta era
su distinción entre el uso magistral de la razón, el cual él condena
como expresión deplorable del orgullo humano, y el uso ministerial de
la misma, el cual ve como correcto y necesario. ¡Ninguno de los
reformadores era irracionalista!9
La Confesión de Westminster
En el siglo que transcurrió después de Lutero, los puritanos ingleses
formularon la clásica declaración protestante acerca de la suficiencia de la
Biblia. La sección 1.6 de la Confesión de Westminster (1646) dice,
La totalidad del consejo de Dios concerniente a todas las cosas
necesarias para su propia gloria, para la salvación del hombre, para la
fe y para la vida, está expresamente expuesto en las Escrituras, o por
buena y necesaria consecuencia puede deducirse de ellas: a las cuales
en ningún momento debe añadírseles nada ya sea por nuevas
revelaciones del Espíritu o por tradiciones humanas. Sin embargo,
reconocemos que la iluminación interna del Espíritu de Dios es
necesaria para una comprensión salvífica de las cosas reveladas en
ellas. Reconocemos también que hay algunas circunstancias
concernientes a la adoración de Dios y al gobierno de la Iglesia,
comunes a todas las acciones y sociedades humanas, que deben
ordenarse conforme a la luz de la naturaleza y la prudencia cristiana,
según las reglas generales de la Palabra, las cuales siempre han de ser
obedecidas.10
Siglos después, esta declaración sigue siendo impresionante por su
meticulosidad y equilibrio. En primer lugar, la suficiencia tiene que ver con
“La totalidad del consejo de Dios concerniente a todas las cosas necesarias
para su propia gloria, para la salvación del hombre, para la fe y para la vida”.
Aquí es importante observar que toda la Confesión comienza reconociendo
que Dios se ha revelado a sí mismo a través de otros medios ajenos a las
Escrituras. “Aunque la luz de la naturaleza, las obras de la creación y
providencia manifiestan la bondad, la sabiduría y el poder de Dios de tal
manera que los seres humanos no tienen excusa.”11 Los teólogos se refieren a
esto como la “revelación general”.
La realidad de la revelación general indica que cuando la Confesión habla
de la suficiencia de las Escrituras se refiere a que la Biblia constituye toda la
revelación verbal divina que necesitamos para reconciliarnos con Dios y vivir
para su gloria.12 Esto no significa que las Escrituras contengan toda la
información que necesitamos en cada esfera de la vida. La Biblia no le dice al
cristiano todo cuanto debe saber para conducir un automóvil, obtener un
título universitario, hacer crecer su pequeño negocio o remodelar su casa. De
hecho, las Escrituras ni siquiera le dicen todo cuanto debe saber para servir en
su iglesia local. ¡Si así fuera, yo no tendría que estar investigando en
manuales sobre normas para guarderías en la iglesia donde soy pastor! Pero
la Biblia sí nos brinda todo lo que Dios ha revelado verbalmente para
guiarnos en todas las esferas de la vida.13
De esa manera, la doctrina de la suficiencia excluye otras supuestas
fuentes de revelación verbal. La Confesión rechaza cualquier adición a las
Escrituras, “por nuevas revelaciones del Espíritu o por tradiciones humanas”.
Esta frase rechaza tanto las afirmaciones de algunos radicales de haber
recibido revelación, como la afirmación de Roma de que las tradiciones
extrabíblicas pueden tener tanta autoridad como la Biblia.
Por otra parte, la Confesión aclara cómo las Escrituras ejercen su
autoridad suficiente. Las palabras de Dios que guían nuestra fe y conducta
abarcan lo que “está expresamente expuesto en las Escrituras, o lo que por
buena y necesaria consecuencia puede deducirse de ellas”. La frase “buena y
necesaria consecuencia” se refiere a deducciones lógicas de las Escrituras. La
Confesión las considera autoritativas porque extraen lo que está implícito en
la Biblia.14
Los adjetivos “buenas y necesarias” brindan requisitos esenciales en lo
tocante a la deducción de las Escrituras.
Para que un argumento sea sólido debe cumplir con dos criterios
específicos, dígase, (1) las premisas deben ser verdaderas y (2) la
conclusión debe surgir necesariamente de las premisas (‘validez
deductiva’). Las premisas verdaderas hacen que un argumento sea
‘bueno’, mientras que la validez deductiva hace que su conclusión sea
‘necesaria.’15
La parte quinta de nuestro estudio retomará estos asuntos. Pero por el
momento, hay que mencionar otra característica: la Confesión considera que
la lógica es una herramienta, no una autoridad.
No se trata, por supuesto, de convertir a la razón en el terreno de la
autoridad de doctrinas y deberes inferidos. La razón es el instrumento
de descubrimiento de todas las doctrinas y deberes, ya sean los que
están expresamente expuestos en las Escrituras, o los que por buena y
necesaria consecuencia pueden deducirse de ellas: pero su autoridad,
una vez descubierta, proviene de Dios, quien los revela y prescribe en
las Escrituras, ya sea por aseveración literal o por implicación
necesaria.16
Los teólogos del siglo XVII defendían las “buenas y necesarias
consecuencias”, en parte, sobre la misma base que emplearon nuestros dos
capítulos anteriores: el uso que el Nuevo Testamento hace del Antiguo
Testamento. George Gillespie (1613-1648), un comisionado escocés a la
Asamblea de Westminster, realzó la autoridad de la deducción en el
argumento de Cristo contra los saduceos a favor de la resurrección (Mt.
22:31-33)17. También lo hizo Francis Turretin, un teólogo suizo-italiano
(1623-1687). Él enfatizó que Jesús no basó su argumento en su propia
infalibilidad divina puesto que los saduceos no aceptaban su deidad. En lugar
de ello, nuestro Señor silenció a sus oponentes por medio de una
extrapolación lógica de las Escrituras.18
En 1689 la Confesión de Westminster fue revisada para sacar a la luz la
Confesión Bautista de Londres. Es interesante observar que la expresión “por
buena y necesaria consecuencia pueden deducirse de ellas” fue modificada y
se convirtió en “o necesariamente contenida en las Escrituras”.19 Esto parece
ser un argumento incluso más fuerte acerca de las deducciones precisas: se
consideran como incluidas en las Escrituras, como parte de ellas.20
Aunque niega la existencia de nuevas revelaciones del Espíritu, la
Confesión de Westminster reconoce la necesidad de “una iluminación interna
del Espíritu de Dios”. La Biblia es suficiente, pero no se puede acceder a su
verdad si no es por medio del ministerio personal de su Autor (1 Co. 2:6-16).
Esto es válido sobre todo en la esfera de la aplicación.
Por último, la Confesión habla de “algunas circunstancias concernientes a
la adoración de Dios y al gobierno de la Iglesia, comunes a todas las acciones
y sociedades humanas que deben ordenarse conforme a la luz de la naturaleza
y la prudencia cristiana”. Esta es una salvedad importante: algunas cuestiones
de la vida de la iglesia (así como de la vida personal también) no pueden ser
resueltas completamente a través de las afirmaciones expresas de la Biblia, o
deducciones de las Escrituras. Supongo que las normas de una guardería caen
dentro de esa categoría.
Afortunadamente, tenemos dos recursos disponibles que nos pueden
ayudar en estos asuntos. En primer lugar, tenemos “la luz de la naturaleza”.
No deberíamos igualar exactamente esta categoría con “revelación general”,
porque la revelación general trata específicamente con la existencia de Dios y
las verdades básicas en lo concerniente a su carácter (cp. Ro. 1:19-20).21 Sin
embargo podemos aprender de muchos temas observando la naturaleza de las
cosas como Dios las hizo. Agustín, el padre de la iglesia (354-430) se percató
de una verdad legítima, aunque compleja, cuando argumentó a favor de la
idea de que toda verdad es la verdad de Dios.22
En segundo lugar, “la prudencia cristiana” es lo que la Biblia llama
discernimiento, y ya expliqué esto en el capítulo 5, analizando pasajes como
Hebreos 5:14, Efesios 5:10 y Filipenses 1:9-11. Necesitamos observar, sin
embargo, que incluso con estos factores más orientados hacia la subjetividad,
la Biblia continúa ejerciendo autoridad: ésta dicta las “reglas generales...que
siempre se han de observar”.
Teólogos Recientes
Muchos teólogos se han hecho eco de la definición de Westminster en
cuanto a la suficiencia de las Escrituras. Para aclarar más sobre este tema
compartiré algunas citas de autores recientes. En primer lugar, los bautistas
Dockery y Nelson escriben:
El creyente no carece de una revelación adecuada, ya que la misma
Biblia inspirada provee toda la revelación necesaria para saber cómo
vivir y obedecerle a Dios como él desea.. La doctrina de la suficiencia
no indica que la revelación bíblica sea exhaustiva, o que contenga todo
el conocimiento sobre los temas que allí se enseñan, sino que la Biblia
es suficiente de forma tal, que no es necesaria una revelación adicional
más allá del alcance de las Escrituras para vivir fielmente la vida
cristiana.23
El contexto indica que aquí “revelación” se refiere a una revelación verbal
especial. En un fragmento anterior Dockery y Nelson habían dicho esto: “La
verdad divina existe fuera de la revelación especial; pero concuerda con la
revelación especial, y la suplementa; no constituye una sustituta de ella”. La
revelación general concuerda con la revelación especial, pero es distinta de
ésta.24 En el mismo libro Richard Moore escribe, “La sabiduría bíblica...no
solo incluye la toma de decisiones empleando el sentido común, sino también
un análisis de la sabiduría a través de la cual Dios ha diseñado el orden
natural para administrar y dominar la creación”. Además, el principio de la
Reforma de sola Scriptura “no desvanece la comprensión de la revelación
general, sino que sostiene que la revelación especial brinda la única y
suprema autoridad para todo el pensamiento humano”.25
John Frame, quien es presbiteriano, ofrece una detallada y extensa
explicación sobre la afirmación de la Confesión de Westminster acerca de la
suficiencia de la Biblia. He aquí su definición básica: “Las Escrituras
contienen todas las palabras divinas necesarias para cualquier aspecto de la
vida humana”.26 Pero Frame luego distingue dos tipos de suficiencia. La
suficiencia general es “el principio que indica que en cualquier momento de
la historia redentora la revelación dada en ese contexto ha sido suficiente.27
La suficiencia particular es “la suficiencia del canon presente para mostrar a
Cristo y todos sus recursos. Dios mismo no añadirá a la obra de Cristo, por
tanto, no debemos esperar que él añada al mensaje de Cristo”.28
Las siguientes observaciones adicionales de Frame son especialmente
relevantes para los propósitos de este libro:
Podemos, por tanto, formular de la forma siguiente la suficiencia de
las Escrituras en lo tocante a la ética: las Escrituras son suficientes
para brindar todas las normas supremas, todas las premisas normativas
que necesitamos para tomar cualquier decisión ética. Las Escrituras
contienen todas las palabras de Dios que necesitamos para cualquier
aspecto de la vida, y todas las normas supremas provienen de las
palabras divinas.29

La Manifestación de la Suficiencia
La aplicación toma las normas suficientes de la Biblia y las relaciona con
los diversos aspectos de la vida. De hecho, la aplicación, lejos de contravenir
la suficiencia de la Biblia, resulta esencial para ella. En el capítulo 4
demostramos que, por varios motivos, la aplicación es la única forma en la
que la Biblia puede ejercer su autoridad sobre nuestras vidas. Del mismo
modo, la aplicación es la única manera en la que la Biblia puede ser
suficiente para nuestras vidas. Esto se debe al desafío básico que dio lugar a
este libro: las Escrituras no abordan explícitamente muchos de los problemas
que enfrentamos. Podremos valorar cómo la suficiencia funciona al examinar
algunos ejemplos. Los dos primeros se llaman “doctrinas”, pero incluso éstos
pueden considerarse como aplicaciones, ya que nos enseñan lo que debemos
creer como cristianos.
El Espíritu Santo como Persona
¿Qué debemos creer sobre la identidad del Espíritu Santo? La Biblia
nunca dice que se trata de una persona, y los testigos de Jehová argumentan
que el Espíritu es solamente una fuerza que emana de Dios. La teología
cristiana llega a la conclusión de que el Espíritu Santo es una persona por
medio de varias deducciones de las Escrituras. Existen varios pasajes que
consideran al Espíritu como análogo al Padre y al Hijo, lo cual sugiere que
los tres son Personas (p.ej., Mt. 28:19; 2 Co.13:14). Existe un silogismo que
aporta más al argumento:
• Premisa mayor: Todos quienes poseen una mente, una voluntad y
emociones son personas (Esta es una observación relacionada con el
sentido común; y parece reflejar la estructura de la humanidad creada
por Dios).
• Premisa menor: El Espíritu Santo posee una mente (1 Co. 2:10-11),
una voluntad (1 Co. 12:11) y emociones (Ef. 4:30).
• Conclusión: Por tanto, el Espíritu Santo es una persona.
De la misma manera, el Espíritu lleva a cabo varias acciones personales:
enseña (Jn. 14:26; 16:13), convence (Jn. 16:8), ordena (Hch. 13:2, 4) e
intercede (Ro. 8:26-27). Además de esto, los seres humanos pueden pecar
contra el Espíritu, pueden resistírsele (Hch. 7:51), blasfemarle (Mt. 12:31-
32), mentirle (Hch. 5:3), tentarle (Hch. 5:9), apagarle (1 Ts. 5:19), contristarle
(Ef. 4:30) y ultrajarle (He. 10:29, LBLA). Tales argumentos, basados en la
implicación bíblica de conjunto con la experiencia humana, nos llevan a
concluir que el Espíritu Santo es una persona, y no una influencia o fuerza
impersonal.30
La Trinidad
La doctrina del Espíritu Santo como persona coincide con nuestro
segundo ejemplo, la Tri-unidad de la Deidad. Las palabras Tri-unidad y
Trinidad no aparecen en la Biblia. Sin embargo, la Biblia enseña claramente
las verdades que estos términos agrupan. He aquí las verdades básicas con
algunos de los textos más relevantes:
• Solo existe un Dios (Dt. 6:4; Is. 45:5-6; 1 Ti. 2:5).
• Tanto el Padre, como el Hijo, como el Espíritu Santo son Dios (1 Co.
8:6; Jn. 1:1; Hch. 5:3-4)
• El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son distintos entre sí (Mt. 27:46;
Jn. 14:26; 15:26).
La pregunta sería, ¿cómo pueden todas esas proposiciones ser verdaderas
a la vez? Si tomamos prestadas algunas categorías de la filosofía, inferimos
que Dios es uno en esencia, pero existe como tres personas. Esta conclusión,
aunque sigue siendo un misterio, explica todos los datos bíblicos. La doctrina
de la trinidad es una “buena y necesaria consecuencia” de lo que la Biblia
afirma sobre la Deidad.31
El Aborto
Pasando a temas éticos, reflexionemos sobre el horroroso problema del
aborto inducido por un médico.32 Ningún versículo afirma que el aborto sea
algo malo. Sin embargo, el siguiente silogismo establece su pecaminosidad.
• Premisa mayor: Asesinar a seres humanos es pecado (Gn. 9:5-6; Éx.
20:13; Ro. 3:9).
• Premisa menor: Los bebés que no han nacido son seres humanos.
• Conclusión: Por tanto, asesinar a un bebé que no ha nacido es pecado.
La premisa menor es crucial, aun así, tampoco aparece explícitamente
escrita en las Escrituras. Podríamos argumentar que es evidente a “a luz de
la naturaleza”. Si no es en el momento de la concepción, ¿en qué otro
momento comenzaría el ser humano a existir como persona?
Más importante aún, inferimos que los bebés nonatos poseen
personalidad humana partiendo de datos bíblicos como los siguientes:
• David fue un pecador desde el momento en que fue concebido (Sal.
51:5).
• Dios cuidó tiernamente de David mientras lo formaba en el vientre de
su madre (Sal. 139:13-16).
• Juan experimentó gozo cuando aún estaba en el vientre de Elisabet
(Lc. 1:44).
Los cristianos siempre se han opuesto al mal del aborto sobre la base de
tales inferencias. ¡Continuemos haciéndolo!33
El Racismo
Resistámonos también al mal del racismo. Aquí una vez más, sin
embargo, no tenemos ningún versículo que nos diga, “No serás racista”. Lo
que tenemos es una serie de enseñanzas bíblicas que nos hacen llegar a esa
conclusión.
• Todos los seres humanos son igualmente creados a la imagen de Dios
(Gn. 1:26-28; Stg. 3:9), habiendo descendido de un solo hombre (Hch.
17:26).
• Después del amor hacia Dios, nuestro segundo deber más grande es
amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mt. 22:34-40). En
este deber no existen limitaciones basadas en la etnia, el color de la
piel o ningún otro factor. De hecho, cuando Jesús enseñó sobre el
amor, desafió de manera indirecta una forma de prejuicio étnico que
existía en su tiempo (Lc. 10:25-37, la parábola del buen samaritano).
• En Cristo todos los creyentes han sido reconciliados con Dios. Sobre
la misma base espiritual hemos también sido unidos los unos con los
otros en un solo cuerpo, sin distinción de diferencias étnicas o
culturales. Por tanto, debemos amar fervientemente a nuestros
hermanos cristianos a pesar de esas diferencias (Gá. 3:27-28; Ef. 2:11-
22; Col. 3:9-15).
• El plan redentor de Dios incluye la unidad eterna de personas con
diversos orígenes (Ap. 5:9-10; 7:9-10).
• Ambos Testamentos prohíben la discriminación motivada por
diferencias socioeconómicas (p.ej., Dt. 24:17-18; Stg. 2:1-13; cf. Pr.
17:5; 22:2). Tenemos abundantes motivos para extender esta
prohibición a la discriminación motivada por la “raza”.
Una vez analizados todos estos factores, ¿cómo podemos alegar que Dios
se complace cuando consideramos o tratamos a otro ser humano como
inferior solo porque su color de piel o etnicidad es diferente a la nuestra? No
necesitamos un mandato específico para saber cuál es la voluntad de nuestro
Señor al respecto. Una vez más, gracias a la aplicación, la Biblia, que no es
exhaustiva, funciona como nuestra norma suficiente de fe y conducta.34

Conclusión
La doctrina de la suficiencia de las Escrituras, lejos de excluir a la
aplicación, realmente la involucra. Esto se ha evidenciado a partir de la base
bíblica de la suficiencia, la definición histórica de la suficiencia y su
manifestación en aplicaciones comúnmente aceptadas. Debemos reiterar que
el argumento de este capítulo pudiera ser mal empleado, y que los debates
posteriores nos ayudarán a protegernos de tales usos inadecuados. Pero si
restringimos el significado de la suficiencia bíblica por temor a caer en un
uso inadecuado, terminaremos limitando seriamente la autoridad y valor de
las Escrituras. Para decirlo de otra manera: la Biblia es suficiente, pero
necesitamos asegurarnos de que estamos haciendo lo suficiente con la
Biblia.35
1 Ver “Sola scriptura” en Richard A. Muller, Dictionary of Latin and Greek Theological Terms (Grand
Rapids, MI: Baker, 1985), 284 y de Anthony N. S. Lane, “Sola Scriptura? Making Sense of a Post-
Reformation Slogan”, en Satterthwaite y Wright, A Pathway into the Holy Scripture, 297-327.
2 Mi debate en esta sección concuerda con el de John M. Frame en The Doctrine of the Word of God
(Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2010), 220-238.
3 Ibid. 222. Cp. De Frame, The Doctrine of the Knowledge of God, 242-301; de Paul Helm, “The Role
of Logic in Biblical Interpretation”, en Earl D. Radmacher y Robert D. Preus, eds., Hermeneutics,
Inerrancy, and the Bible (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1984), 839-858, con respuestas de Mark M.
Hanna (859-870) y John H. Gerstner (871-878).
4 Ver de Eric Lane, Psalms 1–89 (Ross-shire, RU: Christian Focus, 2006), 98; de Allen P. Ross, A
Commentary on the Psalms: Volume 1 (Grand Rapids, MI: Kregel, 2011), 478.
5 Ibid.
6 Por supuesto, el argumento que defiende la idea de un canon cerrado involucra más factores. Ver por
ejemplo, de Michael J. Kruger, Canon Revisited (Wheaton, IL: Crossway, 2012), 260-287.
7 A veces 1 Corintios 4:6 se emplea como un texto que evidencia la suficiencia de las Escrituras. Allí
Pablo escribe, “Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de
vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa
de uno, os envanezcáis unos contra otros”. Sin embargo, los expositores debaten sobre el significado
de la frase “para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito”. Se han llegado a
proponer hasta siete interpretaciones. Ver de Thiselton, The First Epistle to the Corinthians, 351-356.
Craig L. Blomberg dice, “Dado el significado incierto del versículo 6a, debemos ser cuidadosos de
no extraer aplicaciones demasiado dogmáticas de esa mitad del versículo” (The NIN Application
Bible: 1 Corinthians (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1994), 94). Es posible que Pablo se esté
refiriendo a la suficiencia bíblica, pero como argumentamos anteriormente, esto no excluye las
deducciones de las Escrituras. Existen formas correctas e incorrectas de ir “más allá” de las
Escrituras. De hecho, lo más probable es que la afirmación de Pablo apoye el rol de la deducción. La
frase “lo que está escrito” parece apuntar hacia seis citas del Antiguo Testamento que aparecen en 1
Corintios 1-3. Pablo emplea esas citas para instar a los corintios a que no se envanezcan por causa de
sus líderes espirituales preferidos, ni que se dividan por causa de ellos. Luego les dice que no vayan
“más allá” de las Escrituras, probablemente queriendo decir que no debían desobedecer el Antiguo
Testamento, tal y como él se lo había aplicado a ellos. Ver de Roy E. Ciampa y Brian S. Rosner, The
First Letter to the Corinthians (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2010), 175-177; de David E. Garland,
1 Corinthians, BECNT (Grand Rapids, MI: Baker, 2003), 131-136.
8 Martín Lutero, “Luther at the Diet of Worms, 1521”, en Luther’s Works, Volume 32, (Filadelfia:
Muhlenberg, 1958), 112.
9 J. I. Packer, “‘Sola Scriptura’ en el libro de John Warwick Montgomery, God’s Inerrant Word
(Minneapolis, MN: Bethany, 1974), 44.
10 Sección 1.1, en S. W. Carruthers, Westminster Confession of Faith (Glasgow, Escocia: Free
Presbyterian Publications, 1995), 22-23, cita el Sal. 19:1-3; Ro. 1:19-20, 32; 2:1, 14-15.
11 Ibid., 19.
12 Benjamin B. Warfield, The Westminster Assembly and its Work (Nueva York: Oxford Press, 1931),
224.
13 Frame, Word of God, 221.
14 Para acceder a un estudio detallado de esta expresión, ver de Ryan M. McGraw, By Good and
Necessary Consequence (Grand Rapids, MI: Reformation Heritage, 2012), de Richard A. Muller,
“Either Expressly Set Down... or by Good and Necessary Consequence”, en Richard A. Muller y
Rowland S. Ward, Scripture and Worship (Phillipsburg, NY: Presbyterian & Reformed, 2007), 59-
82; de Warfield, The Westminster Assembly and Its Work, 224-232; de C. J. Williams, “Good and
Necessary Consequence in the Westminster Confession”, en Anthony T. Selvaggio, The Faith Once
Delivered (Phillipsburg, NY: Presbyterian & Reformed, 2007), 171-190.
15 Ibid., 179.
16 Warfield, The Westminster Assembly and Its Work, 226.
17 George Gillespie, A Treatise of Miscellany Questions (Edimburgo: University of Edinburgh, 1649),
240.
18 Francis Turretin, Institutes of Elenctic Theology (Phillipsburg, NY: Presbyterian & Reformed,
1992), 1:39.
19 Sección 1.6, citada en Samuel E. Waldron, Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689
(Asunción, Paraguay: Publicaciones Águila, 2016), 26.
20 Ibid., 42-43; McGraw, By Good and Necessary Consequence, 51-52, n.10.
21 Le agradezco a mi colega Jim Berg por ayudarme a valorar esta distinción. Cp. con McCune,
Teología Sistemática, 24-25, 93-99.
22 Ver de Agustín, “On Christian Doctrine” Book II, Chapter 18, en Philip Schaff, ed., A Select
Library of the the Nicene and Post-Nicene Fathers (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1956), 544-545.
23 David S. Dockery y David P. Nelson, “Special Revelation”, en Daniel L. Akin, A Theology for the
Church (Nashville, TN: Broadman & Holman, 2007), 163.
24 Ibid., 119.
25 Russell D. Moore, “Natural Revelation”, en Ibid., 109, 111.
26 Frame, The Doctrine of the Word of God, 220.
27 Ibid., 226.
28 Ibid., 228.
29 Ibid., 231. Para acceder a un mayor debate sobre la suficiencia de las Escrituras, ver de Matthew
Barrett, God’s Word Alone (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2016); de Pipa y Wortman, Written for
Our Instruction; de Noel Weeks, The Sufficiency of Scripture (Edimburgo: Banner of Truth, 1988) y
de James R. White, Scripture Alone (Grand Rapids, MI: Bethany, 2004). Compare de Kevin J.
Vanhoozer, Biblical Authority after Babel (Grand Rapids, MI: Brazos), 109-146.
30 Para acceder a un mayor debate, ver de Ferguson, El Espíritu Santo, 15-33.
31 Para acceder a un mayor debate, ver de Fred Sanders, The Deep Things of God (Wheaton. IL:
Crossway, 2017).
32 Al explicar la Sola Scriptura, Scott Aniol usa también el aborto como ejemplo [Worship in Song
(Winona Lake, IN: BMH, 2009), 17-19].
33 Para acceder a un mayor debate, ver de Megan Best, Fearfully and Wonderfully Made (Kingsford,
NSW, Australia: Matthias, 2012).
34 Para acceder a un mayor debate ver de J. Daniel Hays, From Every People and Nation, NSBT
(Downers Grove, IL: InterVarsity, 2003).
35 Adaptado de Leedy, Love Not the World, 91.
Capítulo 9
El Problema del Legalismo

L os más serios esfuerzos por aplicar las enseñanzas bíblicas a veces son
catalogados como “legalismo”. Al abordar este tema, enfrentamos un
problema inmediato: ¿qué significa “legalismo”? Robert Spinney narra una
experiencia que tuvo como profesor de una universidad cristiana
conservadora. Estaba enseñando a sus estudiantes sobre los puritanos, y se
comenzó a percatar de que sus alumnos no se sentían muy atraídos por ese
grupo. Cuando Spinney presionó a sus estudiantes para obtener una
explicación, ellos opinaron que los puritanos eran “legalistas”. Sin embargo,
los alumnos no pudieron brindar una definición de ese término. “Por último,
un estudiante dijo, titubeando, ‘Bueno, ellos [los puritanos] estaban
demasiado preocupados por obedecer a Dios todo el tiempo”.1
Como soy admirador de los puritanos, me siento frustrado cuando alguien
malinterpreta a estos gigantes espirituales, o los calumnia. Más importante
aún, debería alarmarnos ver que alguien considere como negativo el hecho de
“estar demasiado preocupado por obedecer a Dios todo el tiempo”. Además,
y sobre todo cuando debatimos sobre teología, necesitamos reflexionar
cuidadosamente en cómo definimos nuestros términos. Aquí la conclusión de
Spinney refleja mi propia experiencia:
La palabra legalismo es un término que los cristianos usamos
descuidadamente. Pareciera que cada persona que asiste a la iglesia
pudiese usar el término legalista con fervor. Pero cuando he pedido a
los cristianos que definan ese concepto, invariablemente obtengo
respuestas imprecisas y titubeos. Si se les pidiese a diez de ellos que
definiesen el legalismo, lo más probable sería recibir diez definiciones
diferentes.2
El purista (o puritano) que hay en mí desea insistir en definir el legalismo
de una única manera. Aunque eso simplificaría las cosas, parece poco realista
en el momento actual de la historia de la iglesia. Los significados de las
palabras cambian con el tiempo. El significado de una palabra en un
momento específico se ve determinado por el uso que tenga en esa época.
Pero creo que cada orador o escritor debe al menos aclarar lo que desea
transmitir cuando emplea un término, sobre todo cuando lo usa para criticar
las creencias o prácticas de alguien. En este capítulo debatiré acerca de los
tres significados más comunes que tiene el término legalismo. Ya sea
“legalismo” o no el mejor término para definir todas estas ideas, las mismas
constituyen inquietudes genuinas que deben ser abordadas en relación con el
tópico de la aplicación bíblica.

Justificación por Esfuerzo Propio


En primer lugar, y fundamentalmente, el legalismo es la noción de que, en
un grado u otro, las obras humanas son dignas de obtener una posición de
justicia delante de Dios. Erickson dice así: “el legalismo es un seguimiento
esclavo de la ley creyendo que por ello conseguimos un mérito...”.3 Jaeggli
concuerda: “Históricamente el término legalismo ha sido usado para describir
la idea de que una persona puede obtener la salvación a través de una
exigente adherencia a un código de ley específico, ya sea el Mosaico o
cualquier otro hecho por el hombre”.4 Según Packer, el “primer fallo” del
legalismo “es que desvía el motivo y el propósito, al considerar las buenas
obras como formas esenciales de adquirir un favor divino mayor que el que
se tiene en el momento”.5
Las Escrituras registran múltiples ejemplos de legalismo en ese sentido.
Al comparar las oraciones del fariseo y el publicano, Jesús indicó que el
mayor problema de los fariseos era su soberbia dependencia en sus propias
obras (Lc. 18:9-14). La vida del apóstol Pablo antes de su conversión también
resalta como otro ejemplo (Fil. 3:2-11). Y él generaliza en lo concerniente a
sus correligionarios judíos: “Porque ignorando la justicia de Dios, y
procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios”
(Ro. 10:3). Tristemente ya ese legalismo comenzaba a afligir a la iglesia
desde la época de Hechos 15. En la epístola a los Gálatas, sobre todo, Pablo
refutó intensamente el legalismo de los “judaizantes”, calificándolo como una
de las enseñanzas falsas más peligrosas (ver especialmente 1:8-9).
Si alguien es legalista en el primer sentido de la palabra, esa persona no es
para nada cristiana, “por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado”
(Gá. 2:16b). Sin embargo, el legalismo puede continuar teniendo una sutil
influencia en el cristiano. Recordemos que el diccionario incluye como
legalismo “las enseñanzas que tengan rasgos de” la justificación por obras.
Como un concepto ambiguo puede ser difícil de identificar en nuestro propio
pensamiento o en la teología de otra persona. Sin embargo, cuando nos
concentramos en nuestro deber de aplicar la palabra de Dios a los detalles de
nuestras vidas, ciertamente es posible perder de vista la gracia de la
salvación.
Por ejemplo, aunque sepa que ha sido justificado por la fe, es posible que
el cristiano viva con el vago sentido de que permanece justificado por sus
propias obras. La definición de Spinney abarca esa posibilidad: “El legalismo
es una actitud (o motivo) que conduce a las personas a tratar de establecer,
mantener o mejorar una posición de justicia ante Dios a través de sus propias
actividades”.6
Aceptando las Complejidades
Este es un tema complejo, ya que la desobediencia, de hecho, tiene un
impacto en la relación del cristiano con Dios. Nuestro pecado contrista al
Espíritu Santo (Ef. 4:30). También hace que perdamos el gozo de la salvación
(Sal. 32:3-34; 51:12). La falta de crecimiento espiritual disminuye nuestra
seguridad de que somos creyentes genuinos (2 P. 1:5-11). Es posible que el
Señor no nos conceda nuestras peticiones (Sal. 66:18; 1 P. 3:7); y como Padre
nuestro que es, es posible que decida disciplinarnos (He. 12:4-11). Estas
realidades demuestran que el pecado sigue siendo un problema serio para el
cristiano; por tanto, no constituye un legalismo evitar el pecado a toda costa
(Mt. 5:29-30; 2 Ti. 2:22) o confesarlo con un corazón contrito (Sal. 51; 1 Jn.
1:9).
También necesitamos tener en cuenta las enseñanzas de Jesús en el
Aposento Alto. Comenzando en el fragmento de Juan 14:15, nuestro Señor
establece un vínculo entre el amor de los discípulos hacia él, su obediencia a
sus mandamientos y su experiencia del ministerio del Nuevo Pacto del
Espíritu Santo tras la ascensión. En ese contexto, él hace las siguientes
declaraciones (vs. 21, 23):
El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama;
y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me
manifestaré a él...El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le
amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.
Estas palabras hacen referencia a la situación histórica de los discípulos
del primer siglo. Si perseveraban en seguir y obedecer a Cristo, accederían a
un nivel más profundo de intimidad con la Deidad a través del nuevo
ministerio del Espíritu. Por supuesto, ellos no perseveraron de forma perfecta,
pero excepto Judas, todos renovaron a la postre, por la gracia de Dios, su
compromiso con Cristo tras su resurrección. Por ello, pudieron experimentar
el cumplimiento de la predicción de Jesús cuando el Espíritu vino en el día de
Pentecostés (Hch. 2).
Pero como argumentan muchos expositores, Juan 14 aplica este principio
a los discípulos de Jesús de todos los tiempos. Este pasaje no puede significar
que nuestra obediencia merece el amor salvador de Dios ni que nos garantiza
una posición justificada delante de él. ¡Eso ciertamente sería legalismo! El
apóstol Juan se mostraría reacio ante esa conclusión, después de todo, él hace
hincapié en que solo Dios es quien inicia nuestra salvación (1:13; 6:37, 44,
65). También hace énfasis en que Dios es quien nos preserva en la vida eterna
(10:28-29).
Sin embargo, esto no significa que nuestra obediencia al Señor no posee
ningún efecto en nuestra experiencia de relación con él. Como dice D. A.
Carson:
El crecimiento del cristiano en el conocimiento de Dios y en la
experiencia del Espíritu Santo depende, al menos en parte, de su amor
por Cristo y su obediencia a él...No debemos pensar que podemos de
alguna manera ganarnos el amor del padre y el amor de Jesús siendo
obedientes y amorosos. No podemos arrancarle a Dios su amor por
medio de nuestra obediencia... pero una vez que alguien se ha
convertido en seguidor de Jesús, debe comprender que tal relación se
caracteriza por la fe, el amor y la obediencia, y es en ese marco que
podrá experimentar el amor de Dios de forma especial.7
En otro fragmento Carson distingue cinco maneras en las cuales las
Escrituras hablan del amor de Dios:
• El amor característico del Padre hacia el Hijo, y del Hijo hacia el
Padre (p. ej. Jn. 3:35)....
• El amor providencial de Dios hacia todo lo que él ha hecho [p. ej, Mt.
5:44-48]....
• La postura salvífica de Dios hacia este mundo caído (p. ej. Jn. 3:16)....
• El amor particular, eficaz y selectivo de Dios hacia sus escogidos (p.
ej. Ef. 5:25)....
• Por último, se dice que el amor de Dios está dirigido hacia su propio
pueblo de una manera provisional o condicionada —es decir,
condicionada por la obediencia de éste.8
Lo que Jesús está debatiendo en Juan 14 es la última dimensión del amor.
Él la retoma en Juan 15: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he
amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de
mi Padre, y permanezco en su amor” (vs. 9-10, énfasis añadido). De la misma
manera Judas escribe: “Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra
santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios,
esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna” (vs.
20-21, énfasis añadido). Cuando se trata de obtener y asegurar la salvación de
su pueblo, el amor de Dios es gloriosamente incondicional. Sin embargo, el
aspecto que tiene que ver con la experiencia del amor de Dios implica cierta
condicionalidad.
Carson ilustra esta diferencia a través de la dinámica de la relación padre-
hijo. Un buen padre ama a su hijo de la misma manera todo el tiempo. Su
corazón siempre está consagrado a su hijo. En todas las circunstancias, el
padre sigue cuidando del hijo y permanece comprometido con su bienestar.
Pero el amor involucra otras dimensiones, tales como el sentido de la
cercanía y el disfrute emocional de la relación. En el sentido positivo, el
cariño del padre por su hijo crece mientras más experiencias afectivas
comparta con éste. Pero desde el punto de vista negativo, un padre
manifiesta, con razón, desagrado hacia un hijo desobediente, e incluso llega a
experimentar un intenso disgusto en caso de una desobediencia grave.9
Aunque esto no debería causar que sienta menos devoción hacia su hijo, sí
posee un impacto importante en la forma en que su amor se expresa, y en el
nivel de intimidad con su hijo. La aplicación a nuestra relación con Dios es
reveladora:
La disciplina de Dios significa que él puede volverse contra
nosotros con el equivalente divino de la “ira” de un padre hacia su
adolescente rebelde. De hecho, citarle el cliché de que ‘el amor de
Dios es incondicional’ a un cristiano que se está adentrando en el
pecado, puede transmitir la impresión equivocada y provocar mucho
daño. A esos cristianos se les debe decir que permanecerán en el amor
de Dios solo si hacen lo que él dice. Entonces, es obvio que a la hora
de guiar a alguien es importante conocer cuáles pasajes y temas se
deben aplicar en cada caso y en cada momento.10
Carson escoge con cuidado sus palabras al hablar de la “ira”. Él no está
refiriéndose a la ira de Dios en el sentido del castigo legal por nuestros
pecados, o sea, el castigo eterno en el lago de fuego. El creyente permanece
libre para siempre de esa condenación (Ro. 8:1). Más bien, nuestro mismo
gozo al haber sido liberados misericordiosamente se convierte en el motivo
para evitar desagradar a nuestro Señor y perturbar nuestra comunión con él.
Lidiando con las Tensiones
El mantener nuestra justificación y nuestra obediencia en un equilibrio
adecuado constituye uno de los mayores desafíos de la vida cristiana. En
varios períodos de la historia, la iglesia ha batallado contra el extremo del
legalismo y contra el extremo del antinomianismo, que es la disminución o
rechazo del papel de la ley de Dios en la vida del creyente.11 ¿Cómo
podemos evitar estos extremos?
En primer lugar y fundamentalmente, debemos tomar en consideración
todo lo que la Biblia enseña sobre nuestra relación con Dios. Resulta
tentador desechar un elemento determinado de las enseñanzas bíblicas por
habernos concentrado demasiado en otro. Se trata de un peligro permanente
en la teología, y es un riesgo sobre el cual tenemos que estar advertidos de
forma regular. Debemos basar nuestro enfoque a la vida cristiana en “todo el
consejo de Dios” (Hch. 20:27, énfasis añadido).
En segundo lugar, debemos ser cuidadosos al distinguir entre nuestra
experiencia diaria con Dios y nuestra posición legal y final ante él. La
primera fluctúa en dependencia de varios factores, incluyendo nuestra
obediencia. La última no puede cambiar —nos guste o no— porque está
basada en la obra perfecta de Jesucristo (Ro. 3:21-26; 5:18-19; 8:1, 31-39).
Veamos el caso del matrimonio para analizar otra analogía familiar. Las
interacciones cariñosas y las escapadas románticas hacen que un matrimonio
se fortalezca, pero no hacen que una pareja esté más casada a los ojos de la
ley. Tampoco nuestra amorosa obediencia hacia Cristo nos hará más
justificados a los ojos de Dios. En cambio, las palabras ásperas y las acciones
egoístas crean distanciamiento entre los esposos, enfrían el afecto y hacen
que en el hogar reine la infelicidad. Aunque estas ofensas son serias,
legalmente no conducen al fin del matrimonio. De la misma manera, nuestra
desobediencia deteriora nuestra comunión con Dios sin alterar nuestro estatus
legal.
En tercer lugar, debemos mantener nuestra obediencia en su contexto
adecuado de misericordia. Debemos recordarnos frecuentemente que nuestra
obediencia es el resultado —y no la base— de la posición justificada que
disfrutamos como regalo de la mano de un Dios amoroso y abnegado (Ro.
12:1; 2 Co. 5:14-15). Comencé este libro enfatizando esta verdad que alivia
el alma, y ahora es crucial recordarla a medida que avanzamos en nuestro
estudio.
De forma más general, como argumenta Sinclair Ferguson, comprender y
disfrutar de la gracia de Dios en nuestra unión con Cristo es la cura del
legalismo y del antinomianismo. El legalismo —sobre todo en el primer
sentido— interpreta que Dios no está dispuesto a bendecirnos a menos que
obedezcamos. El antinomianismo por su parte, considera que la obediencia a
la ley de Dios es anti-ética para nuestra felicidad. Ambos reflejan la mentira
satánica que embaucó a Eva en el Edén: que Dios realmente no nos ama, y
por tanto no podemos confiar en él. “El evangelio está diseñado para
librarnos de esa mentira, pues revela que detrás de la venida de Cristo y su
muerte por nosotros, y manifestado en estas cosas, está el amor de un Padre
que nos da todo cuanto tiene: primero a su Hijo para que muriese por
nosotros, y después a su Espíritu para que viviese en nosotros”.12

La Santificación por Esfuerzo Propio


Esto nos lleva al segundo sentido del término “legalismo”. A veces este
término se emplea para describir un énfasis exagerado en el rol del cristiano
en la santificación. Robert Reymond dice que “una posición ética pudiera
presentar ‘rasgos’ de legalismo si no logra darle la atención adecuada a la
unión con Cristo como la ética dinámica de la vida cristiana (ver Ro. 6:1-14)
y a la obra capacitadora del Espíritu Santo en la santificación”.13 Este sentido
de legalismo es parecido al moralismo: el enfatizar la conducta moral sin
darle suficiente atención al corazón o el motivo que impulsa esa conducta.
Johnson hace una distinción entre el legalismo de los judaizantes y
el legalismo de los fariseos. Aunque este último se asemeja a la tercera
definición que brindo a continuación, también se relaciona con nuestro
debate actual. Según Johnson, el legalismo de los fariseos era “la
tendencia de medir la espiritualidad guiándose por una lista de reglas
creadas por el hombre. El legalismo farisaico tiene sus orígenes en la
creencia de que la santidad se alcanza a través de medios legales —
vivir la vida guiándose por reglas y restricciones rigurosas: ‘No
manejes, ni gustes, ni aun toques’ (Col. 2:20-22). Este tipo de
legalismo no destruye necesariamente la doctrina de la justificación
como el legalismo de los judaizantes. Pero sí hace un daño importante
a la doctrina de la santificación, y ciertamente es apropiado llamarlo
por su nombre: legalismo. Se trata de una mala y pecaminosa
aplicación de la ley, de un intento por hacer que la ley haga la obra que
sólo la gracia puede hacer”.14
La diferencia entre los fariseos y los judaizantes no debe presionarnos, ya
que como dijimos anteriormente, los fariseos sí eran propensos a considerar
su obediencia como meritoria. Johnson, sin embargo, plantea un verdadero
problema. Nuestra búsqueda de la santidad puede fácilmente degenerar en
una experiencia de autoconfianza, y por tanto frustrante.
Johnson señala acertadamente hacia Colosenses para advertirnos sobre la
futilidad de la fuerza de voluntad y el ascetismo. Desde el punto de vista
positivo, Colosenses nos dice que estamos completos en Cristo (2:10), y que
poseemos todos los recursos necesarios para el crecimiento espiritual. Esto es
lo que Reymond enfatiza cuando se refiere a la unión con Cristo y la
capacitación del Espíritu. Nuestro debate sobre la santificación en el capítulo
3 resaltó esas mismas verdades. La gracia de Dios es la fuente que nos hace
progresar en nuestra semejanza a Cristo. Si esto se nos olvida, estamos
sentenciados al fracaso sin importar cuán bien fundadas estén nuestras
aplicaciones bíblicas.
Sin embargo, como coinciden Reymond y Johnson, una vez más estamos
enfrentando una tensión. Inmediatamente después de advertirles a los
colosenses sobre el “legalismo”, Pablo los insta a buscar las cosas celestiales
y a hacer morir algunos pecados específicos (3:1-17). Por tanto, la unión con
Cristo no hace que el esfuerzo sea innecesario, más bien nos empodera para
que el esfuerzo sea eficaz. El olvidar esto nos conduce al fracaso tanto como
la confianza en uno mismo. A veces necesitaremos orar como sugiere el
pastor Scotty Smith. Reflexionando en la reprensión que Jesús hace a los
fariseos en Marcos 7 (un pasaje que analizaremos en breve), Smith ofrece
“Una oración para los fariseos y escribas del evangelio”. Esta incluye
peticiones como las siguientes:
Perdónanos cuando digamos que estamos “dejando de ser fariseos”,
o “dejando de ser legalistas” cuando en realidad no estamos dejando
de ser nada de eso....
Perdónanos por ser tan arrogantes con respecto a la teología de la
gracia así como fuimos detestables con respecto a la teología legalista.
Perdónanos cuando no usamos nuestra libertad para servirnos los
unos a los otros en amor, sino que la usamos para adormecer nuestras
conciencias.
Perdónanos cuando nuestro amor por el evangelio no se traduce en
un amor por la santidad, el evangelismo mundial y el cuidado de las
viudas y huérfanos.
Perdónanos por tener doctorados en los indicativos del evangelio, y
aun así fracasar tan miserablemente en los imperativos del evangelio.15
En lo tocante a la santificación y al legalismo podemos evitar el ir de un
extremo al otro como mismo lo hacemos con la justificación y el legalismo:
aceptando todo lo que la Biblia dice sobre este tema, y no solo una parte.
Como expliqué en el capítulo 3, en Filipenses 2:12-13 hallamos un resumen
de las enseñanzas de la Biblia sobre cómo avanzamos en la santificación:
Dios nos infunde el vigor para obrar.
Motivaciones para la Santificación
Parte de lo que nos conduce a la santificación o al legalismo está
relacionado con lo que nos motiva buscar la santidad. Aquí podemos errar de
varias maneras. Por un lado, una interpretación distorsionada de la gratitud
nos puede llevar a pensar que a través de nuestras buenas obras estamos, de
alguna manera, pagándole a Cristo por su obra salvadora. Por el otro, el
enfatizar exageradamente nuestra gratitud hacia Dios por su gracia, y sobre
todo por su justificación, puede llevarnos a no tener en cuenta otros motivos,
o a sugerir que son legalistas.
Al responder a esta tendencia, tal vez la palabra “equilibrio” no es la
mejor manera de expresar nuestra meta. En lugar de ello, debemos tener
como objetivo mantener la misma proporción que las Escrituras brindan.
Enumerar de forma precisa las motivaciones que la Biblia brinda para la
obediencia está más allá del alcance de este libro. Sin embargo, pareciera que
una respuesta de adoración y fe ante la misericordiosa salvación de Dios (en
el pasado, presente y futuro), es la principal de las motivaciones.16 Debería,
por tanto, ser lo principal en el pensamiento y la predicación cristianas.
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Jn. 4:19). Esta
dinámica conforma el contexto general de nuestra obediencia.
Sin embargo, en ese contexto, la Biblia habla con una riqueza que se
resiste a la simplificación y el reduccionismo. Son varios los autores que han
llamado la atención sobre esto. Frame ha identificado tres razones bíblicas
para hacer buenas obras: la historia de la redención (Jn. 13:34), la autoridad
de los mandatos de Dios (p.ej. Mt. 5:19) y la presencia del Espíritu (p.ej. Gá.
5:16-17).17 Grudem expone amplias evidencias neotestamentarias que apoyan
la obediencia a Dios por el deseo de agradarle (p. ej. 1 Ts. 4:1).18 Y DeYoung
enumera cuarenta motivaciones bíblicas para la obediencia —desde la
motivación de seguir el ejemplo de Cristo (Ef. 5:2), hasta el temor del Señor
(2 Co. 5:11a) y hasta el evitar las trampas del diablo (Ef. 4:26-27).19 De
forma aislada, esos incentivos pueden volverse legalistas, pero bajo la
cobertura de la gracia inspiran al corazón regenerado.
Sorprendentemente, uno de los que mejor abordan este tema es un
puritano. Samuel Bolton (1606-1654), quien fue teólogo de Westminster,
para contrarrestar a los antinomianistas de su época, expuso la naturaleza de
la libertad cristiana y el lugar de la obediencia en la vida del creyente. Él
enumeró nueve diferencias entre la “obediencia legal” y la “obediencia
evangélica”. Por ejemplo, la obediencia legal es una carga, es obedecer solo
por deber. Pero la obediencia evangélica es un gozo, es obedecer por estar en
una relación con Dios, y como un medio de fomentar nuestra comunión con
él.20
Debido a nuestra carnalidad y a las muchas presiones de la vida, podemos
ciertamente volvernos fríos y retroceder hasta una obediencia orientada hacia
el legalismo. Pero a medida que renovamos nuestro enfoque en Cristo y en la
gracia de Dios a través de él, nuestros corazones comienzan a volverse
cálidos nuevamente. Desarrollamos la perspectiva necesaria para valorar
correctamente las múltiples motivaciones de nuestro Señor. Comenzamos a
experimentar más de 1 Juan 5:3, “Pues este es el amor a Dios, que guardemos
sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”. De hecho, cada
vez más nuestro deber se convierte en nuestro gozo.21

Imponiendo Normas Humanas


Es posible que la tercera definición de legalismo sea la más común hoy:
imponerles a otros normas de conducta hechas por hombres como si se
tratasen de requisitos divinos. Esto, a menudo, incluye la idea de juzgar la
espiritualidad de otros sobre la base de tales normas. En su clasificación de
los legalistas, Daniel Doriani habla de aquellos que “aman tanto la ley que
crean nuevas leyes, las cuales no se encuentran en las Escrituras, y exigen
que los demás se sometan a ellas”.22 Swavely dice que “cuando se utiliza en
conexión con la santificación (la vida cristiana tras la salvación), el término
[legalismo] por lo general tiene algo que ver con tradiciones hechas por el
hombre que han sido añadidas a la Biblia”.23 Sam Storms coincide: “El
legalismo es la tendencia a considerar como ley divina cosas que Dios ni ha
exigido ni ha prohibido en las Escrituras, y la correspondiente inclinación a
mirar con recelo a los que no logran cumplirlas o se niegan a hacerlo”.24
Evitando el Fariseísmo
Con esta definición la reprimenda de la tradición farisaica por parte de
Jesús entra en escena. El vínculo entre el legalismo y los fariseos es tan
estrecho que a veces ambos términos, “legalismo” y “fariseísmo”, se utilizan
como sinónimos. Nuestro estudio ha abordado el tema de los fariseos varias
veces, pero he reservado para este capítulo el incidente clave de Marcos 7 (cf.
Mt. 15:1-20). Aquí los fariseos y escribas desafiaron a Jesús porque sus
discípulos estaban comiendo sin seguir el ritual de los judíos de lavarse las
manos (Mr. 7:1-5).
Nuestro Señor respondió con una aplastante denuncia al aplicarles a los
fariseos un pasaje del Antiguo Testamento, Isaías 29:13: “...Este pueblo de
labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran,
enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Mr. 7:6-7).
Extendiéndose hasta el versículo 23, los comentarios de Jesús tipificaron su
reprimenda a los fariseos en todos los evangelios. Podríamos resumir sus
enseñanzas en cuatro proposiciones.
En primer lugar, al llevar a cabo las aplicaciones debemos protegernos
constantemente de la hipocresía (Mr. 7:6). Jesús describe a los fariseos con
un término teatral que significa “actor”. Él amplía sobre esto en los lamentos
de Mateo 23, criticando a los fariseos por la podredumbre interna que
poseían, enmascarada por meticulosas prácticas religiosas externas. Resulta
alarmante cuando nuestros labios abundan en expresiones de devoción hacia
Dios, al tiempo que nuestros corazones están lejos de él. Para aplicar la Biblia
a la vida, debemos primero aplicarla a nuestros corazones, evaluando
frecuentemente nuestros motivos y arrepintiéndonos de cualquier egoísmo
que el Espíritu exponga.
En segundo lugar, la aplicación que no tenga verdaderos orígenes en las
Escrituras no es obligatoria para el pueblo de Dios (Mr. 7:7). En el Antiguo
Testamento, el único caso que exigía el lavado ceremonial de manos para los
que no pertenecen al clero, era tras haber tenido contacto con fluidos
corporales (Lv. 15:11). Los demás mandatos sobre el lavado de las manos
estaban dirigidos a los sacerdotes involucrados en el servicio del tabernáculo
o templo (Éx. 30:18-19; 40:12; Lv. 22:1-6). Aun así, y sin un razonamiento
bíblico convincente, la tradición oral había implementado pormenorizadas
regulaciones para el lavado de manos de los judíos en general.
El propósito original era noble: ya que en determinado sentido todos los
israelitas eran sacerdotes (Éx. 19:6), la pureza ritual en todas las áreas de la
vida se consideraba conveniente. Pero las regulaciones como tal estaban tan
alejadas de las Escrituras que no tenían autoridad.25 Jesús las identifica como
“mandamientos de hombres” que estaban siendo enseñados como si fuesen
“doctrinas” divinas (Mr. 7:7). En el caso de la aplicación estamos ante el
mismo peligro. Para que nuestras inferencias bíblicas sean sólidas, debemos
ser capaces de demostrar que son “buenas y necesarias”, un tema al cual
retornaremos en la Parte V. Además, necesitamos moderar nuestro
dogmatismo que se basa en la fuerza de los argumentos que subyacen a cada
aplicación.
En tercer lugar, la aplicación de una enseñanza bíblica nunca puede
invalidar cualquier otra enseñanza bíblica (Mr. 7:8-13). Los fariseos no solo
imponían aplicaciones dudosas a las personas. Jesús dice que estos hombres
remplazaban la Palabra de Dios con sus ideas. “Bien invalidáis el
mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (v. 9).
A manera de ejemplo, nuestro Señor cita la tradición del “Corbán”. Este
término significa “regalo” y se refiere a algo que se da o que se dedica a
Dios, siguiendo el precedente de Levítico 27:28 y Números 18:14. En
tiempos de Cristo, un individuo podía dejar sus bienes en testamento a favor
del templo, pero podía seguir usándolos de forma personal durante su vida.
Como esos bienes habían sido dados a Dios, no podían ser dados a nadie más.
Sobre todo, no se podían usar para ayudar a los padres del donante cuando
llegaran a la vejez. Se trataba de una manera conveniente en la que un
individuo podía burlar la obligación de honrar a los padres— con la
bendición de sus líderes religiosos.26 Y Jesús dice que los fariseos hacían
“muchas cosas semejantes a estas” (Mr. 7:13). Antes de indignarnos
demasiado con los fariseos debemos preguntarnos: ¿sirve alguna de nuestras
aplicaciones bíblicas para acallar la voz de nuestras conciencias con respecto
a la violación de alguna directiva divina?
En cuarto lugar, nuestras aplicaciones bíblicas deben priorizar el interés
que Dios tiene en el corazón (Mr. 7:14-23). Retomando el tema del
lavamiento de las manos, Jesús enseña que la inmundicia surge en el interior
de la persona, y no tiene que ver con lo que entra en su cuerpo. El legalismo
de los fariseos estaba estrechamente asociado con el externalismo, un énfasis
exagerado en la conducta externa, acompañado de muy poco énfasis en la
devoción interna y el carácter. Jesús aborda este problema en Mateo 23,
cuando dice que los escribas y fariseos habían dejado lo más importante de la
ley: la justicia, la misericordia y la fe (v. 23). Como vimos en el capítulo 6,
este es el sentido en el cual nuestra justicia debe exceder la justicia de los
escribas y fariseos (Mt. 5:20). Ellos eran expertos en extrapolar el contenido
de la ley, pero los discípulos de Jesús, teniendo un corazón de amor hacia
Dios y hacia el prójimo (Mt. 22:34-40), se especializaban en extrapolar el
espíritu de la ley.27
La contundencia y frecuencia de las reprensiones que nuestro Señor daba
a la hipocresía judía nos brinda una pausa para inferir algunas aplicaciones.
Nosotros, al igual que los fariseos, somos pecadores. Por tanto, somos
susceptibles a los problemas de los que padecían, y necesitamos estar
prevenidos sobre éstos.
Sin embargo, las palabras de Jesús no deben interpretarse como un
rechazo absoluto hacia la aplicación o la tradición.28 En su totalidad Mateo
23:23 dice, “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis
la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la
justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer
aquello”. Percatémonos en lo que dice la última frase, “sin dejar de hacer
aquello”. Esta afirmación indica que el Señor quería que los judíos aplicasen
las leyes diezmales de la agricultura que planteaba el Antiguo Testamento,
hasta en la más diminuta de las especias (Lv. 27:30; Dt. 14:22-23). Él estaba
reprendiendo su desequilibrio e hipocresía exagerados, y no su atención al
detalle. “Esto no quiere decir que el diezmar las especias no sea importante,
sino que la justicia, la misericordia y la fe son más importantes. No se trata
aquí de una ética jerárquica sino de una incisiva enseñanza que priorizaba los
valores fundamentales que respaldaban la obligación legal específica”.29
Además, recordemos todas las evidencias que analizamos en la tercera
parte: en múltiples ocasiones Jesús y los autores neotestamentarios
empleaban la lógica para alcanzar conclusiones que no estaban directamente
escritas en el Antiguo Testamento. Al reprender a los fariseos, Jesús no podía
estar diciendo que no debíamos aplicar las enseñanzas bíblicas; más bien nos
estaba desafiando acerca de cómo aplicarla y cómo no hacerlo. Aunque
pudiésemos decir que la aplicación farisaica era legalista, una aplicación
implementada correctamente se asemeja a la de Cristo.

Conclusión
Tomo en serio la acusación de que la aplicación bíblica puede hacerse de
forma legalista. Nuestros esfuerzos por aplicar las Escrituras deben
permanecer alerta ante este peligro, pero en primer lugar debemos
comprender qué es el legalismo. Este capítulo ha planteado que este término
puede significar justificación por esfuerzo propio, santificación por esfuerzo
propio o la imposición de estándares humanos como si fuesen divinos. Se
trata de asuntos complejos, y nuestro próximo capítulo presentará más
complejidades. Pero nada de esto modifica la idea central de nuestro estudio.
Una aplicación bien razonada, e impulsada por el evangelio, sigue siendo
imprescindible.
1 De Robert G. Spinney, Are You Legalistic? (Hartsville, TN: Tulip, 2007), 2.
2 Ibid., 2-3.
3 Millard J. Erickson, Teología Sistemética (Barcelona: CLIE, 2008), 986.
4 Randy Jaeggli, Love, Liberty, and Christian Conscience (Greenville, SC: BJU Press, 2007), 5.
5 J. I. Packer, Teología Concisa (Miami, FL: UNILIT, 1998), 184.
6 De Spinney, Are You Legalistic?, 12 (énfasis en el original).
7 D. A. Carson, The Farewell Discourse and Final Prayer of Jesus (Grand Rapids, MI: Baker, 1980),
59, 61. Para más detalles ver de D. A. Carson, The Gospel According to John, PNTC (Grand Rapids,
MI: Eerdmans, 1993), 498-505. Comparar con F. F. Bruce, The Gospel of John (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1983), 301-304; Colin G. Kruse, John, TNTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2004), 303-
310.
8 D. A. Carson, The Difficult Doctrine of the Love of God (Wheaton, IL: Crossway, 2000), 16-19
(énfasis en el original).
9 Ibid., 19-20.
10 Ibid., 24.
11 El término antinomianismo refleja los vocablos griegos anti “contra”, y nomos, “ley”. Para acceder
a un breve resumen de los distintos tipos de antinomianismo, ver de Packer, Teología Concisa, 187-
189. Para un debate histórico, ver de Sinclair B. Ferguson, El Cristo Completo (Medellín, Colombia:
Poiema, 2019); de Mark Jones, Antinomianism (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2013);
de Erenest Kevan, The Grace of Law (Morgan, PA: Soli Deo Gloria, 1993).
12 Ferguson, El Cristo Completo, 69.
13 Reymond, A New Systematic Theology of the Christian Faith, 771.
14 Phil Johnson, “Real Love and Real Liberty”, en Don Kistler, ed., Law and Liberty (Orlando, FL:
Northhampton, 2013), 164.
15 Scotty Smith, Everyday Prayers (Grand Rapids, MI: Baker, 2011), 56.
16 Ver, por ejemplo, Ro. 12:1-2; 2 Co. 5:14-15; Ef. 4:1; Fil. 1:27; Col. 3:1-4; 1 Ts. 2:12; Tit. 2:11-14; 1
P. 1:18-19.
17 John M. Frame, The Doctrine of the Christian Life (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed,
2008), 29-31.
18 Wayne Grudem, “Pleasing God”, en Sam Storms y Justin Taylor, ed., For the Fame of God’s Name
(Wheaton, IL: Crossway, 2010), 272-292.
19 DeYoung, Una Grieta en Tu Santidad, 56-60. Para un estudio complementario ver de David
Powlison, How Does Sanctification Work? (Wheaton, IL: Crossway, 2017).
20 Samuel Bolton, The True Bounds of Christian Freedom (Edimburgo: Banner of Truth, 1964), 140-
144.
21 Ferguson, El Cristo Completo, 157.
22 Daniel M. Doriani propone una clasificación de los legalistas a cuatro niveles: “Los legalistas del
primer nivel son auto-soteristas [auto-salvadores]; declaran lo que debe hacer el individuo para
obtener el favor o salvación de Dios. El joven rico era un legalista del primer nivel. Los legalistas del
segundo nivel declaran las buenas obras o disciplinas espirituales que el individuo debe llevar a cabo
para retener el favor o salvación de Dios. Los legalistas del tercer nivel aman tanto la ley que crean
nuevas leyes, las cuales no se encuentran en las Escrituras, y exigen que los demás se sometan a
ellas. Los fariseos, quienes construyen vallas alrededor de la ley, eran legalistas del tercer nivel. Los
legalistas del cuarto nivel evitan esos errores crasos, pero acentúan tanto la obediencia a la ley de
Dios que las demás ideas van disminuyendo hasta desaparecer”. Putting the Truth to Work
(Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2001), 279.
23 Dave Swavely, Who Are You to Judge? (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2005), 51.
24 Sam Storms, Tough Topics (Wheaton, IL: Crossway, 2013), 311 (énfasis en el original).
25 Edwards, Mark, 205-206; David E. Garland, The NIV Application Commentary: Mark (Grands
Rapids, MI: Zondervan, 1996), 277-282; William L. Lane, The Gospel According to Mark, NICNT
(Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1974), 245-247. Para acceder a la tradición completa del lavamiento
de las manos, vea la disertación Yadaim, en Herbert Danby, The Mishnah (Londres: Oxford
University Press, 1933), 778-785.
26 Edwards, The Gospel According to Mark, 210-211. Para leer sobre la tradición Corbán (renombrada
como “Konam”) en su totalidad, ver la disertación Nedarim, en Danby, The Mishnah, 264-280.
27 Esta forma de plantear este asunto se me ocurrió tras leer algunos comentarios de Craig S. Keener,
en su libro The Gospel According to Matthew (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2009), 350.
28 En este sentido es difícil interpretar las palabras de Jesús en Mateo 23:2-3, “En la cátedra de Moisés
se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y
hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen”. Algunos piensan que Cristo
estaba hablando aquí sarcásticamente. Esta teoría posee buenos argumentos, incluyendo la palabra
“todo” y la valoración negativa de las enseñanzas farisaicas en el siguiente versículo: “Porque atan
cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con
un dedo quieren moverlas”. Ver de Carson, “Matthew”, 530-33; de France, Matthew, 859-860. Por
otro lado, es posible que la afirmación de Jesús se centre en la partícula griega oun (así que) que
conecta la frase “En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos” con la frase “todo lo
que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo”. Es decir, las personas deben hacer caso a los
fariseos siempre y cuando sus enseñanzas reflejen fielmente las de Moisés. Ver de Blomberg,
Matthew, 340-341; de Turner, Matthew, 545-546. Bock y Simpson, adoptando esta opinión, dicen,
“Jesús no planteó un rechazo total a lo que la ley enseñaba (cf. Mt. 5:17), y ni siquiera a lo que los
líderes alegaban enseñar sobre el cumplimiento de la ley (Jesus According to Scripture, 434)”.
29 Turner, Matthew, 556.
Capítulo 10
La Libertad Cristiana

N uestro capítulo anterior identificó tres definiciones de legalismo, y la


tercera era la imposición de exigencias hechas por hombres como si
proviniesen de Dios. Una manera más específica de decir esto es que el
legalismo puede tomar la forma de violación de la libertad cristiana. Aquí hay
dos pasajes que exigen nuestra atención: Romanos 14:1–15:13, y 1 Corintios
8:1–11:1. Sería bueno que el lector leyese cuidadosamente ambos pasajes
antes de leer a continuación los debates correspondientes.
Para apoyarnos en estos pasajes de forma responsable, debemos analizar a
profundidad sus escenarios y contextos originales. Espero que el siguiente
análisis sea útil en ese sentido. Para comenzar, debemos percatarnos de que el
apóstol Pablo estaba lidiando aquí con dos temas muy específicos que
estaban perturbando a dos iglesias locales del siglo primero. El uso de estos
textos para enfrentar debates contemporáneos (incluyendo su uso para
argumentar a favor de libertades específicas), constituye un ejercicio de
aplicación. Esta realidad debe alejarnos de la postura que plantea que las
expectativas que la Biblia no especifica violan necesariamente la libertad
cristiana. Todos vamos “más allá” de estos pasajes a la hora de tratar de
determinar cómo practicar la libertad cristiana hoy en día.

1 Corintios 8:1–11:1
Estudiaremos primero el pasaje de 1 Corintios, pues fue escrito primero1.
Aquí Pablo aborda el asunto de comer alimentos que habían sido ofrecidos a
los ídolos, refiriéndose ante todo a los banquetes que se celebraban en los
predios de templos paganos. A los cristianos occidentales modernos les
cuesta trabajo comprender el grado en el cual la adoración de imágenes y las
asociaciones idolátricas permean a muchas culturas del mundo. Cuando los
gentiles del siglo primero aceptaban a Cristo, no sabían cómo reaccionar ante
las prácticas de su estilo de vida anterior. Entre éstas estaban acontecimientos
sociales y cívicos que se celebraban en los predios de los templos paganos.
Las comidas festivas en estas ocasiones tenían trasfondos idolátricos, ya que
involucraban el comer porciones de comida que acababan de ser ofrecidas a
los ídolos en un lugar de adoración cercano. Sin embargo, el dejar de asistir a
dichos eventos podía traer consigo el ostracismo social o algo peor.
En 1 Corintios 8:1–11:1, Pablo está lidiando con este tema y otros temas
relacionados que eran de importancia entre los cristianos corintios. Él daba
por sentado que sus lectores originales comprendían la naturaleza precisa de
este debate en sus iglesias, así que no brinda mucha información contextual.
Los eruditos discrepan en cuanto a algunos detalles de este contexto, y sus
puntos de vista influyen en la forma en la que interpretan algunos fragmentos
de este pasaje. Sin meterme de a lleno en estos detalles, intentaré esbozar la
línea de pensamiento de Pablo.2
Exposición
El principal objetivo del apóstol era prohibir la idolatría, específicamente
en la forma de participación en banquetes idolátricos. Él afirma esto
rotundamente en el capítulo 10, pero comienza el debate de forma menos
directa. En el capítulo 8 él reconoce que los ídolos no son deidades
verdaderas, y que sacrificar carne a los ídolos no contamina de ninguna
manera la carne (vs. 1-6). Sin embargo, el creyente no debe contentarse con
tener este conocimiento teológico, sino que debe tener como objetivo amar y
edificar a los demás (v. 2).
Con esta meta en mente, Pablo hace un llamado a los corintios a no
participar en banquetes que se celebren en los predios de los templos
idolátricos (vs. 7-13). Él respalda esta petición con un escenario hipotético.
Durante su participación en un banquete idolátrico, un cristiano puede ser
visto por otro creyente que tenga una conciencia “débil”. Este hermano
“débil” puede, a su vez, seguir el ejemplo del otro hermano y participar en el
banquete.
Muchos piensan que aquí la palabra “débil” transmite el mismo
significado que el término “débil” que aparece en el pasaje paralelo de
Romanos. Como argumentaré en breve, en Romanos el hermano débil es un
cristiano que no está convencido de que puede participar en determinada
actividad. Esto no parece ser lo que Pablo tiene en mente en 1 Corintios.
Aquí los individuos en cuestión se identifican primero como aquellos que
“habituados hasta aquí a los ídolos, comen como sacrificado a ídolos” (v. 7).
Pablo no intenta corregir el pensamiento de estas personas. Él sencillamente
sostiene que si alguien considera que comer cierta comida es un acto
idolátrico, entonces no debe comerla.
La debilidad mencionada en 1 Corintios 8 no hace referencia a la
percepción de idolatría de una persona. Se refiere a que su conciencia no
logra disuadirlo de participar en lo que se percibe como idolatría. Este
individuo es débil porque cede ante la presión ejercida por el ejemplo de otro,
en lugar de obedecer a su propia conciencia. Esto trae como resultado la
contaminación de su conciencia (v. 7).
Puede también traer como resultado su destrucción (1 Co. 8:11). El
término griego (apollumi) que se usa en los escritos de Pablo, se refiere
sistemáticamente al castigo eterno.3 De la misma manera, los términos que
hacen referencia a una “piedra de tropiezo” (proskomma, v. 9; skandalizō, v.
13) a veces de usan para describir un pecado que conduce al castigo eterno.4
Al comer en un banquete idolátrico, la persona débil recae en la idolatría
nuevamente, y si no se arrepiente, termina por sufrir la destrucción eterna.5 El
apóstol está tan alarmado ante esta posibilidad que está dispuesto a abstenerse
totalmente de comer carne si fuera necesario (v. 13).
Pablo no está poniéndose del lado de la parte “fuerte” en Corinto. De
hecho, en 1 Corintios 8:1–11:1 no se emplea ningún término alusivo a la
fortaleza. Pablo sí afirma que, en teoría, “si bien la vianda no nos hace más
aceptos ante Dios; pues ni porque comamos, seremos más, ni porque no
comamos, seremos menos” (8:8).6 Sin embargo, nuestro pasaje no tiene que
ver con esta teoría, sino que se concentra en las comidas que se efectuaban en
entornos específicos.
En este sentido fácilmente se pueden malinterpretar las categorías de
“moralmente neutral” y “moralmente indiferente” (en griego, adiaphora). En
un sentido no moral la comida es definitivamente buena porque fue creada
por Dios (1 Ti. 4:1-5). En cuanto a la moralidad, ni el comer ni la comida
afectan inherentemente nuestra relación con Dios ni nuestra condición
espiritual o moral (1 Co. 8:8). Aun así, Pablo insta a los corintios a que
glorifiquen a Dios a través de lo que comen y beben (10:31), lo que implica
que estas acciones podían también no glorificar a Dios. Esto se debe a que el
comer y beber se podía hacer en formas y escenarios específicos, así como
con motivos, actitudes, asociaciones y efectos que podían agradar o
desagradar a Dios. Por esta causa, en última instancia, ninguna acción
humana es moralmente indiferente. Esto se aplica incluso cuando tenemos
dificultad para determinar cuál forma de proceder honra al Señor.7
Pablo nunca afirma que los cristianos tuviesen derecho de comer en tales
banquetes idolátricos. De hecho, su frase “esta libertad vuestra” da a entender
sarcásticamente que él no cree que los creyentes tengan ese derecho (v. 9).
Pero antes de abordar ese asunto, él expone la forma en la que los cristianos
debían lidiar con el complejo tema de los derechos.
Al pasar al capítulo 9 veremos cómo Pablo desarrolla el tema de
renunciar a los derechos. Él enumera varios derechos que disfruta como
apóstol a los cuales voluntariamente renuncia por causa del evangelio (vs. 1-
6). Sobre todo, aunque posee el derecho de recibir una remuneración
financiera por su ministerio, él frecuentemente rechaza cualquier
compensación (vs. 6-18; ver el debate del capítulo 7). Pablo hace todos los
ajustes personales que razonablemente puede para alcanzar a los perdidos con
el mensaje de salvación (vs. 19-23). Esto exige un alto grado de abnegación
(vs. 24-27). Al subrayar su ejemplo, la meta de Pablo es instar a los corintios
a negarse a sí mismos el derecho que algunos pensaban tener de comer en los
banquetes idolátricos.
Pero en el capítulo 10 el apóstol continúa argumentando que los corintios
realmente no poseen ese derecho. Tras una advertencia categórica basada en
el ejemplo de Israel (vs. 1-13; ver de nuevo el capítulo 7), él plantea la tesis
que estaba tratando de establecer: “Por tanto, amados míos, huid de la
idolatría” (v. 14). Los versículos del 15 al 22 sostienen luego que la
participación en los banquetes idolátricos constituye idolatría.
Aquí Pablo se centra en el significado de la Cena del Señor. A través de
esta ordenanza los creyentes comparten juntos en un acto de comunión con
Cristo (vs. 15-18). De la misma manera, a través de los banquetes idolátricos
los participantes comparten juntos en un acto de comunión espiritual, no con
deidades sino con demonios que son quienes realmente se ocultan tras los
ídolos (vs. 19-20). La comunión con demonios es absolutamente
incompatible con la comunión con Cristo, y provoca los celos del Señor (vs.
21-22). Es por ello que los corintios debían evitar completamente los
banquetes idolátricos, aunque esto fuese perjudicial para su estatus social.
Luego 1 Corintios 10:23-30 aborda algunos asuntos que se subordinan al
tema de los banquetes idolátricos. Estos versículos impiden que los corintios
piensen que Pablo espera que vivan una vida de aislamiento total de su
cultura pagana (cf. 5:9-10). Pero el objetivo de esta sección es también que
los creyentes se centren nuevamente en el efecto que su conducta tiene sobre
los demás (10:23-24).
Por un lado, los corintios no necesitaban ser escrupulosos con respecto a
la comida fuera de los predios de templos paganos. Podían comer libremente
de la carne que se vendía en los mercados públicos sin averiguar si había sido
ofrecida a los ídolos (10:25-26). En un contexto más amplio como ese, las
asociaciones tendían a desvanecerse, y “Cristo no los había llamado a ser
inspectores de carne”.8
Por otro lado, el asunto podía complicarse al comer en casa de un
incrédulo (vs. 27-30). En ese contexto alguien podía anunciar que la carne
había sido sacrificada a los ídolos, indicando que en su conciencia un vínculo
idolátrico permanecía asociado a la carne. En ese caso el cristiano debía
abstenerse de comer, para evitar sugerir que estaba participando en un acto de
idolatría, o aprobándolo de alguna manera.
En resumen, Pablo había enseñado a los corintios que no comiesen carne
que sabían se había ofrecido a los ídolos. Eso era lo que habría de esperarse
sobre la base del resto del Nuevo Testamento. Con anterioridad el concilio de
Jerusalén había exhortado a los creyentes gentiles a no comer comidas
ofrecidas a ídolos (Hch. 15:19-20, 29; 21:25). Y Cristo, después de su
ascensión, reprendería a las iglesias de Pérgamo y Tiatira por tolerar a los
falsos maestros que influenciaban a los cristianos a comer alimentos
ofrecidos a los ídolos (Ap. 2:14, 20).
Pablo concluye su enseñanza enfatizando las motivaciones que tenían los
cristianos para mantener un estilo de vida de abnegación. En primer lugar, el
objetivo del creyente debía ser agradar a Dios, y no a sí mismo ni a los
demonios (10:31). En segundo lugar, al igual que Pablo, debían con amor
buscar hacer progresar la causa del evangelio en las vidas de las personas
(10:32–11:1).
La Aplicación
El pasaje de 1 Corintios 8:1-11:1 no aborda fundamentalmente el tema de
la libertad cristiana. Este pasaje enseña, en general, que se puede disfrutar de
la comida como una bendición de Dios (8:8; 10:25-26). Pero Pablo enfatiza
otro asunto. Él enseña que el comer se vuelve pecado cuando se hace en
asociación con la adoración a ídolos. Además, esa actitud bien puede
provocar que otros pequen.
Este pasaje se aplica directamente a las culturas contemporáneas que aún
practican comidas religiosas vinculadas a la adoración de ídolos. Teniendo en
cuenta las instrucciones de Pablo, un creyente en ese contexto no debía comer
nada asociado a la idolatría. Como pasaba con los corintios, el adoptar esta
postura podía posiblemente entrañar consecuencias dolorosas. Pero también
posee un gran potencial para proclamar con claridad y convicción la verdad
acerca de Jesucristo.
La frase “buena y necesaria consecuencia” nos conduce a aplicar
1 Corintios 8:1–11:1 más allá del tema de los alimentos ofrecidos a los
ídolos. Analicemos los siguientes argumentos en este sentido.
Necesitamos cerciorarnos de que los asuntos a los que aplicamos este
pasaje son análogos genuinos del tema que aquí se debate: comida, un objeto
inanimado, algo que no afecta intrínsecamente nuestra moral o condición
espiritual. El prohibir categóricamente estas cosas sería caer en un legalismo
en su tercera acepción. ¡De hecho Pablo clasificaba la prohibición de comer
las cosas creadas por Dios bajo el acápite “doctrinas de demonios” (1 Ti.
4:1)!
Debemos reconocer que incluso los objetos inanimados pueden
convertirse en problemáticos desde el punto de vista moral, en dependencia
de aquello a lo que se asocia. Nadie vive su vida fuera de un contexto. En
determinados escenarios, cosas y actividades que en otros contextos fueran
buenas, pueden comprometer la verdad bíblica y alentar a que otros pequen.
En esos casos, el próximo principio es especialmente profundo.
No debemos concentrarnos en preservar nuestros derechos, sino en amar
a los demás y protegerlos espiritualmente. Como escribe Anthony Thiselton,
Aquí las lecciones prácticas son profundas. Pablo no está
defendiendo el tipo de “autonomía” que hoy se considera
equivocadamente como “libertad de conciencia”. En lugar de ello, él
está argumentando a favor de lo contrario...si este pasaje aporta algo a
los debates éticos del mundo actual, no aborda precisamente el
desgastado tema de la “conciencia”... sino el error de otorgarle
estatus absoluto al “derecho a elegir”, sin pensar en las
consecuencias para los demás.9
En el segundo pasaje veremos cómo Pablo reafirma esta verdad.

Romanos 14:1–15:13
El pasaje de Romanos 14:1–15:13 comparte algunas características
importantes con 1 Corintios 8:1–11:1, pero también aborda otros temas
diferentes de forma significativa.10 Las diferencias entre estos dos textos
influyen en cómo son aplicados hoy en día.
Exposición
Pablo les advierte a los creyentes romanos con respecto a “contender
sobre opiniones” (Ro. 14:1). La expresión griega detrás de esta frase se
refiere a juzgar (LBLA, NBLH) o contender (RVR60, BSO, BTX) sobre
opiniones (RVR60, LBLA, BTX, BSO) o discusiones (NVI, BTX).11 Pablo
cita dos ejemplos específicos. En primer lugar, un creyente come carne,
mientras que otro solo come legumbres (v. 2). En segundo lugar, un creyente
considera que ciertos días son superiores a otros, mientras que otro creyente
considera que todos los días son iguales (v. 5).12
Al abordar estas discrepancias, Pablo llama “débil en la fe” o “débil con
respecto a la fe” al creyente que más se limita. Este título no puede significar
que a la persona le falta fe en Cristo para alcanzar justificación. El apóstol no
habría insistido en la aceptación fraternal ni la deferencia hacia una persona
que no estuviese firme en la doctrina básica del evangelio (cf. Ro.16:17-18;
Gá.1:8-9). El término “débil” tampoco se refiere en este contexto a una
inmadurez espiritual general, o a una vulnerabilidad inusual ante la tentación.
Mark Snoeberger identifica aún otra definición incorrecta de “débil”.
Sencillamente, no existe motivo para emplear el término “débil”
para describir a aquellos cristianos (sean fundamentalistas o no) que
colocan vallas extrabíblicas entre ellos y el pecado, en aras de “no
proveer para los deseos de la carne” (Ro. 13:14). Tales prácticas no
son manifestaciones de “debilidad” en el sentido que expresa Romanos
14, sino más bien expresiones de sabiduría. Indican un conocimiento
receloso del poder debilitador de la tentación, y muestran prudencia al
frustrarla. Es ridículo en el mejor de los casos, y peligrosísimo en el
peor, usar estos versículos para tildar a los creyentes cautelosos que
poseen un alto sentido de desconfianza hacia sí mismos, de “débiles”,
y para elogiar a los creyentes incautos y permisivos, llamándoles
“fuertes”. Sencillamente, eso no es lo que Pablo estaba planteando.13
¿Qué planteaba Pablo entonces? ¿Qué quería decir con “débil en la fe”?
Al abordar esta interrogante, percatémonos del vínculo que existe entre los
versículos 1 y 2: “Recibid al débil en la fe, [pistis] pero no para contender
sobre opiniones. Porque uno cree [pisteuō] que se ha de comer de todo; otro,
que es débil, come legumbres”. Los términos griegos que se traducen como
“fe” y “cree” provienen de la misma raíz. El versículo 2 contrasta al
individuo que “cree” (tiene fe) que puede comer cualquier cosa con el
individuo que es “débil”. Esto sugiere que la “fe” del versículo 1 se refiere a
la convicción o persuasión del individuo con respecto a si una acción
específica es aceptable o no.14
Las afirmaciones al final de Romanos 14 apoyan esta interpretación. El
versículo 22 compara la “fe” del fuerte con el hecho de no auto-condenarse
con respecto a lo que aprueba. Por su parte, el versículo 23 iguala las “dudas”
del débil con la expresión no lo hace con fe. Estos planteamientos
argumentan que los “débiles en la fe” son aquellos que no están seguros de
que determinadas actividades son permisibles, y por tanto asumen una
postura restrictiva.
También probablemente deberíamos interpretar que existe una conexión
general entre la fe de Romanos 14 y el tipo de fe que se describe en la
epístola como un todo: la fe en Jesucristo como Salvador y Señor. Cranfield
explica: “La debilidad en la fe a la que hace referencia este capítulo no es
debilidad en la fe básica del cristiano, sino debilidad en la certeza de que la fe
del individuo [en Cristo] le permite hacer ciertas cosas”.15 Es de suponer que
todos los creyentes podrían ser clasificados como “débiles” en determinado
momento, ya que todos presentamos interrogantes éticas que no podemos
responder de forma concluyente.16
¿Son necesarios los escrúpulos de los débiles en Romanos 14? En el caso
del comer carne la respuesta es no. Pablo dice sobre la carne, “Yo sé, y
confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo” (v. 14). Por
tanto, los débiles no comprenden completamente las implicaciones del
evangelio en relación con los alimentos.17 Pero en el caso de los días festivos,
el apóstol permite que el debate quede abierto: “Cada uno esté plenamente
convencido en su propia mente” (v. 5). Esto implica que no existe una sola
opinión correcta con respecto a los días festivos. Es de suponer que los
cristianos guardan los días festivos porque no pueden interpretar
definitivamente de las Escrituras que los cristianos no necesitan o no deben
observar tales días. La respuesta evasiva de Pablo sobre este tema me impide
describir a los débiles de la forma tan negativa en la que algunos
comentaristas los describen.18
Los antecedentes históricos de los debates mencionados en Romanos 14
están estrechamente relacionados con la definición de “débil en la fe”. Pablo
nunca expone los razonamientos en los que se basan los escrúpulos de los
débiles. Algunos comentaristas sostienen que los escrúpulos en cuestión no
comparten ningún trasfondo, o que el hecho de determinar el trasfondo no es
necesario para comprender y aplicar el pasaje, o ambos.19 La mayoría de los
comentaristas, sin embargo, considera que Romanos 14 refleja las tensiones
entre judíos y gentiles dentro de las iglesias de Roma.20 Estos eruditos
plantean que los débiles eran fundamentalmente judíos cristianos que aún se
sentían atados a los aspectos ceremoniales de la Ley Mosaica. Por su parte,
los fuertes eran, sobre todo, cristianos gentiles que no poseían esa
sensibilidad con respecto a las leyes ceremoniales mosaicas.
Esta interpretación es congruente con el contexto de Romanos 14:1–
15:13. A lo largo de la epístola, Pablo demuestra preocupación por el lugar
que ocupaban los judíos y los gentiles en la era del Nuevo Pacto (p.ej., 1:16-
17; 4:9-25). Esta preocupación ocupa un lugar preponderante en los capítulos
del 9 al 11, donde se incluye una fuerte advertencia a los creyentes gentiles
de no vanagloriarse de su actual situación en la iglesia (11:17-24). Además,
el debate de Pablo sobre los temas abordados culmina con un énfasis en la
unidad entre judíos y gentiles en la iglesia (15:8-13).
Los tópicos de debate específicos en Romanos 14 encajan también de
forma natural con un contexto judío-gentil. La discrepancia con respecto a los
días festivos (v. 5) sugiere naturalmente al día de reposo mosaico y a otros
días sagrados. De la misma manera, los términos inmundo (koinos, 14:14) y
limpio (katharos, v. 20) nos hacen pensar en las leyes mosaicas sobre los
alimentos inmundos y limpios (Lv. 11; Dt. 14).
Por supuesto, el Antiguo Testamento legitima en general el comer carne
(p. ej. Gn. 9:2-3). Sin embargo, registra también el ejemplo de Daniel y sus
amigos, quienes se volvieron vegetarianos para evitar toda asociación con el
paganismo de Babilonia (Dn. 1). Los escritos inter-testamentarios indican que
otros judíos adoptaron un estilo de vida ascético similar. De manera que es
concebible que algunos cristianos judíos del primer siglo se abstuviesen de
comer carne, probablemente porque les preocupaba que la carne que se
vendía en los mercados hubiese sido ofrecida a los ídolos, o no estuviese
preparada de forma kosher.21 Un contexto judío explica bien las
sensibilidades de los “débiles en la fe”. Sus aplicaciones pueden haber estado
equivocadas, pero habrían tenido algún precedente bíblico que respaldase la
postura que estaban asumiendo.
La Aplicación
La forma en la que interpretamos el contexto de Romanos 14:1–15:13 por
lo general afecta la forma en la que aplicamos este pasaje. Por ejemplo,
Douglas Moo, al centrarse en las tensiones entre judíos y gentiles, plantea
que el único “paralelismo verdadero” hoy es el tema de la observancia del día
de reposo. 22 Pero incluso estos eruditos tienen que esforzarse para aplicar
estas profundas ideas del pasaje a otros paralelos contemporáneos. El mismo
Pablo exhorta a una aplicación más general cuando concluye que no es bueno
hacer nada que provoque el tropiezo de nuestros hermanos (14:21). Y si
creemos que Romanos 14:1–15:13 forma parte de las Escrituras, entonces
afirmaremos que fue escrito para nuestra enseñanza (15:4), —con una
relevancia que va más allá del contexto original (ver el capítulo 7 anterior).
En este sentido Moo añade, “El valor de esta sección no se limita al
consejo de Pablo sobre estos temas específicos. Pablo plantea principios que
son aplicables a toda una gama de asuntos que podemos clasificar de forma
flexible como adiaphora: asuntos que no se les exigen a los cristianos, ni
tampoco se les prohíben”.23 Yo podría concordar con el planteamiento de
Moo y con su definición de adiaphora. Pero quisiera hacer hincapié en lo que
hemos estado postulando a lo largo de este libro: los requisitos y
prohibiciones de Dios no se limitan a las afirmaciones explícitas de las
Escrituras. En otro fragmento Moo amplía su definición y dice: “asuntos que
las Escrituras no prohíben claramente, o que están prohibidos en virtud de un
razonamiento teológico claro”.24
Por otra parte, tenemos que reconocer que no todas las deducciones que
hacemos a partir de las Escrituras, ni las decisiones que tomamos en cuanto al
discernimiento, se encuentran en el mismo nivel de certeza. Romanos 14:1–
15:13 sí nos advierte sobre el legalismo de imponerles a otros aplicaciones
que son genuinamente debatibles. En cuanto a algunas aplicaciones, la
solución tendrá que ser, “Cada uno esté plenamente convencido en su propia
mente” (14:5). Como hemos señalado en varias ocasiones, necesitamos
evaluar las aplicaciones caso por caso, evaluando los fundamentos bíblicos y
la lógica detrás de cada aplicación. A medida que nuestro estudio avanza, le
exhorto a que evalúe también mis propias aplicaciones de esa manera.
Al mismo tiempo, debemos someternos a las enseñanzas de Romanos
14:1–15:13 en su totalidad. A continuación presento un resumen de las
principales enseñanzas del pasaje.
El débil y el fuerte no deben juzgarse el uno al otro (14:1-12). El Espíritu
se dirige a ambas categorías de creyentes. Cada uno debe resistir la tentación
de considerar o tratar al otro de forma condenatoria (vs. 1-3). Cada uno de
ellos debe rendir cuentas ante el Señor. Y al tomar decisiones cada uno debe
analizar, ante todo, no las preferencias personales, sino lo que es mejor
delante del Señor (vs. 4-12).
A veces los fuertes tendrán que limitar su libertad por el bien espiritual de
los débiles (14:13-23). Hay varios términos paralelos que identifican el daño
potencial que enfrentan los débiles: “tropiezo” (proskomma, v. 13) o
“tropezar” (también proskomma, v. 20); “ocasión de caer” (skandalon, v. 13);
“contristado” (lupeō, v. 15); “se pierda” (apollumi, v. 15); “destruyas”
(kataluō, v. 20) y “tropiece” (proskoptō, v. 21). El uso que da el Nuevo
Testamento de la mayoría de estos términos, así como el debate semi-paralelo
de 1 Corintios 8:7-13 sugieren que Pablo estaba pensando en el peor de los
escenarios: en el que una persona débil pudiese, en última instancia,
apostatar. Debido a la presión del ejemplo que ven en los fuertes, los débiles
pueden involucrarse en determinadas actividades, aunque no estén seguros de
que éstas sean aceptables. Esto podría ser el comienzo de un proceso de
deterioro espiritual que podría conducirles a abandonar por completo a
Cristo.25
Semejante posibilidad aborrecible debería instar al fuerte a no ejercer su
libertad cuando ésta pudiese presionar al débil (v. 21). También le advierte al
débil que no participe en ninguna actividad sobre la cual tenga dudas éticas
(v. 23; cf. v. 14).
Los fuertes tienen razones contundentes para negarse a sí mismos cuando
sea necesario (15:1-13). La primera pregunta que debe hacerse el creyente no
debe ser si puede participar en una actividad, sino si debe participar, tomando
en cuenta los factores en cuestión.26 Pablo exhorta a tener esta mentalidad
sacrificada con una serie de motivaciones. El ejemplo de Cristo (v. 3), el
aliento que nos brindan las Escrituras (v. 4, ver mi debate en el capítulo 7) y
la forma en la que Dios nos capacita (v. 5-6) inspiran al fuerte a ayudar al
débil (v. 1-2). Por último, la obra de Cristo tiene como objetivo reunir a
diversas personas en adoración a Dios. Los cristianos contribuyen a la meta
suprema de dar gloria a Dios cuando se unen a pesar de sus diferencias acerca
de temas debatibles (vs. 7-13).

Conclusión
El apóstol Pablo reconoce que el tema de la aplicación bíblica puede ser
complicado. También nos enseña acerca de cómo reaccionar ante individuos
cuyas conclusiones sobre alguna aplicación de interpretación dudosa difieran
de las nuestras. Sin embargo, esto no debe hacernos desistir de aplicar las
Escrituras. Incluso al enseñar sobre temas de libertad, Pablo insta a tener un
enfoque cuidadoso con respecto a la vida cristiana. Él no nos llama a
centrarnos en nuestros derechos, sino en lo que beneficia a otros, y en lo que
honra a Dios.
De hecho, dadas las múltiples formas que hemos visto en que la Biblia
exhorta a la aplicación, podemos argumentar a favor de una definición
adicional e irónica del legalismo. Si el legalismo por lo general tiene que ver
con un uso desequilibrado de la ley de Dios, tal vez alguien ha sido legalista
al quedar satisfecho con el texto o el simple planteamiento de las Escrituras.
Tal vez el legalismo incluye la incapacidad de valorar el espíritu de la Palabra
de Dios, y de aplicar ideales bíblicos a cada aspecto de la vida.27 La quinta
parte nos ayudará a evitar este error a medida que luchamos por desarrollar
procedimientos sólidos para la aplicación.
1 Pablo escribió 1 Corintios alrededor del año 55 d. de C., mientras que Romanos data de alrededor del
57 d. de C. Ver de D. A. Carson y Douglas J. Moo, Introducción al Nuevo Testamento (Barcelona:
CLIE, 2016), 393-394, 447-448.
2 Mi enfoque en este pasaje es análogo al de Garland, 1 Corinthians, 347-504, quien brinda
argumentos y documentación extensos. Para acceder a análisis bastante similares, ver de Fee,
Primera Epístola a los Corintios, 394-541; de Thiselton, The First Epistle to the Corinthians, 607-
797.
3 Ver, por ejemplo Ro. 2:12; 1 Co. 1:18; 2 Co. 2:15; 4:3.
4 Ver, por ejemplo Mt. 5:29-30; Ro. 9:32-33; 11:9; 1 P. 2:8.
5 Fee, Primera Epístola a los Corintios, 427-429; Garland, 1 Corinthians, 389-390. Dada las
enseñanzas de Pablo sobre la absoluta seguridad de los creyentes (p.ej. Ro. 8) yo llego a la
conclusión de que un creyente profeso que retorna permanentemente a una vida de idolatría nunca
fue un creyente genuino en primer lugar (cp. 1 Jn. 2:19). Sin embargo, esto no disminuye la seriedad
de las advertencias en 1 Corintios 8 y en otros pasajes. De hecho, el Espíritu usa esas advertencias
para traer perseverancia al corazón de los verdaderos creyentes. Ver de Grudem, Teología
Sistemática, 828-847.
6 Como argumentan varios comentaristas, esta afirmación puede haber sido un lema usado por los
cristianos corintios para defender sus acciones. Ver, por ejemplo, Thiselton, 644-649. Este es uno de
los aspectos del contexto que es difícil de confirmar.
7 Para acceder a una opinión análoga, ver de Frame, The Doctrine of the Christian Life, 168-175.
8 Garland, 1 Corinthians, 490.
9 Thiselton, The First Epistle to the Corinthians, 644, 649 (énfasis en el original; Thiselton también
pone en negrita la frase el derecho a elegir).
10 Para acceder a una lista de las diferencias entre estos pasajes, ver de Garland, 1 Corinthians, 358-
360.
11 Para ver más detalles sobre la frase griega diakriseis dialogismōn ver de Moo, The Epistle to the
Romans, 837, n. 45.
12 Es posible que los comentarios de Pablo en los versículos 17 y 21 impliquen la existencia de una
tercera discrepancia: el beber vino versus el abstenerse de éste. Se puede argumentar, sin embargo,
que las diferencias entre las bebidas alcohólicas modernas y las bebidas alcohólicas antiguas limitan
la relevancia de Romanos 14:1–15:13 para el tema del consumo de alcohol hoy en día. Ver de Randy
Jaeggli, Christians and Alcohol (Greenville, SC: BJU Press, 2014).
13 Mark A. Snoeberger, “Weakness or Wisdom? Fundamentalist and Romans 14:1–15:13”, Detroit
Baptist Seminary Journal 12 (2007), 45-46.
14 Hodge, A Commentary on Romans, 417.
15 Cranfield, Romans, 2:700. Comparar con Christopher Ash, Teaching Romans, Volume 2, (Fearn,
Escocia: Christian Focus, 2009), 197; y Moo, Romans, 835-836.
16 Agradezco a mi colega Gary Reimers por esta observación.
17 Para una valoración similar ver de Moo, Romans, 714.
18 Schreiner sostiene que los “débiles” no confían suficientemente en Dios, pues no aceptan que la fe
en Cristo implica libertad de las obligaciones rituales del Antiguo Testamento (Romans, 713-714).
Snoeberger va más allá: “Lo que se debate en los ejemplos presentados (el comer carne, el beber y
los días especiales) no son asuntos de implicación, sino asuntos sobre los cuales Dios ha hablado
directamente, y como tal pueden ser considerados genuinamente como objetos de fe… [Pablo está]
hablando sobre la aceptación por fe de aseveraciones de verdades bíblicas claras que son secundarias
para la salvación”. (“Weakness or Wisdom?”, 35.) Es difícil entender cómo esto puede ser cierto,
sobre todo en relación con los días festivos. Snoeberger dice, “El tema de los días especiales se
aborda de forma menos explícita en las Escrituras, pero la no necesidad de guardar días especiales
puede deducirse fácilmente de determinados pasajes (p.ej., Col. 2:13-17)” (32, n.10). Varios factores
argumentan en contra de esta afirmación. (1) Como se ha dicho anteriormente, en Romanos 14:5
Pablo asume una postura neutral en cuanto a los días festivos. (2) A diferencia de Romanos 14,
Colosenses 2 no está lidiando con la simple observancia de los días festivos. Rechaza la insistencia
en los días festivos como parte de un programa de espiritualidad que socava la suficiencia de Cristo
para la santificación. (De la misma manera, Gálatas 4:10 se opone a la observancia de los días
festivos como condición para la justificación). (3) El libro de Colosenses fue escrito varios años
después de Romanos, así que los creyentes romanos no podían haber tenido acceso a las enseñanzas
de Colosenses. (4) Si la “no necesidad de observar días especiales” se “deduce fácilmente” de las
Escrituras, parece extraño que hasta nuestros días los creyentes aún discrepen sobre la relevancia del
día de reposo para los creyentes del Nuevo Pacto. (5) Si los “débiles” no están creyendo en claras
enseñanzas bíblicas, nos preguntamos por qué Romanos 14:1-15:13 asume un enfoque tan indulgente
hacia ellos, y en última instancia por qué este pasaje es necesario. En todo caso, Pablo habría
corregido a los débiles y los habría llamado a tener fe en la Palabra de Dios. Snoeberger no brinda
una respuesta satisfactoria a estas interrogantes.
19 Ver, por ejemplo, de Robert Haldane, Commentary on Romans (Grand Rapids, MI: Kregel, 1988),
601-602; de R. C. H. Lenski, The Interpretation of St. Paul’s Epistle to the Romans (Peabody, MA:
Hendrickson, 1998), 811-814; de Morris, The Epistle to the Romans, 475; de Murray, The Epistle to
the Romans, 172-174.
20 Ver, por ejemplo de Cranfield, A Critical and Exegetical Commentary on the Epistle to the Romans,
2:690-697; de Hodge, A Commentary on Romans, 416-417; de Moo, The Epistle to the Romans, 826-
833; de Schreiner, Romans, 703-710; de Snoeberger, “Weakness or Wisdom?”, 30-37.
21 Ver de Schreiner, Romans, 709-710.
22 Moo, The Epistle to the Romans, 881.
23 Ibid., 881. El enfoque de Snoeberger refleja su restringida interpretación de Romanos 14:1–15:3
(ver la nota 18): “Salvo en lugares aislados de la iglesia donde los judíos estaban siendo
evangelizados activamente, este pasaje posee muy poca o ninguna aplicación directa en la iglesia de
hoy” (“Weakness or Wisdom?”, 47). Pero incluso él defiende la teoría de que el pasaje tiene un uso
más amplio: “La aplicación de Romanos 14 se extiende estrictamente a temas de la fe (es decir,
asuntos que las Escrituras aprueban específicamente) y que no son esenciales (o sea, temas que no
mencionan la validez del estatus del creyente como cristiano)” (ibid., 37).
24 Moo, Encountering the Book of Romans, 185 (énfasis añadido).
25 Ver de Schreiner, Romans, 726-744. Ver también mi anterior debate sobre 1 Corintios 8, sobre todo
las notas al pie 3, 4, y 5.
26 Moo, Encountering the Book of Romans, 183.
27 Recuerdo haber escuchado estas ideas de Mark Minnick, quien fue mi pastor y ahora es mi colega.
Quinta Parte:

Procedimientos para la Aplicación


Bíblica
Capítulo 11
Pasando de la Biblia a la Vida

¿ Se acuerda usted cuando estaba aprendiendo a conducir? Meses antes de


alcanzar la edad mínima para tener un permiso de aprendizaje,
seguramente usted leyó el manual para choferes y llegó a dominar lo esencial
acerca de transitar por las calles. Luego, tras salir airoso del examen escrito,
se sentó emocionado tras el timón. Su padre seguramente no parecía estar tan
emocionado. No pasó mucho tiempo antes de que los nervios de él se
dispararan al ver que usted alternaba al azar los giros amplios y los bruscos,
se detenía demasiado pronto o demasiado tarde, no aceleraba lo suficiente o
aceleraba demasiado. Había tantos detalles que recordar, señales de giro,
ceder al tráfico a veces, pero otras no, los límites de velocidad, ¡y el temido
estacionamiento en paralelo! Usted estaba aprendiendo la diferencia entre la
teoría y la práctica.
Hemos estado estudiando la base teológica de la aplicación bíblica, pero
la mayor parte del material ha sido teórica. En este proceso he estado
planteando varios argumentos acerca de la práctica de la aplicación. Ha
llegado el momento de desarrollar esos argumentos, de aplicar nuestra
teología de la aplicación. Así que en los capítulos del 11 al 14 recomendaré
un enfoque de nuestro estudio en curso y para el empleo de los libros de la
Biblia. Luego los capítulos del 15 al 17 presentan un método para analizar
temas cotidianos específicos a la luz de las Escrituras.
Para empezar, hace falta añadir un par de salvedades. En primer lugar,
deseo afirmar que una aplicación precisa puede tener lugar sin que medie un
método consciente. Esto ocurre sobre todo debido al ministerio personal del
Espíritu Santo, y por ello cuando el creyente medita en las Escrituras, a
menudo logra deducir aplicaciones de una manera intuitiva. “Cuando
interpretamos las Escrituras, las Escrituras nos interpretan a nosotros.
Escudriñamos el texto, y el texto nos escudriña a nosotros exponiendo
nuestras creencias, experiencias y secretos. Podríamos decir que las mismas
Escrituras se aplican a nosotros”.1 Mientras más un cristiano estudie su
Biblia, más experimentará este tipo de interacción, y ciertamente se trata de
una interacción que conmueve el alma.
Sin embargo, esto no brinda razones en contra de la metodología. Para
evitar una subjetividad excesiva, necesitamos asegurarnos que nuestras
aplicaciones estén estrechamente relacionadas con el mensaje del texto. Una
metodología nos ayuda aquí a mantenernos en el camino correcto. Esto es
importante sobre todo cuando analizamos pasajes más difíciles, y lidiamos
con temas de aplicación que son espinosos. Aunque los creyentes no estén de
acuerdo con cada aplicación, por lo menos debemos todos concordar acerca
de los factores que deberían considerarse al deducir una aplicación.
En segundo lugar, quiero reiterar la realidad de que ningún método puede
garantizarnos que nuestras aplicaciones siempre sean correctas. Después de
todo, somos seres finitos y caídos, y existen múltiples causas que pueden
descarrilarnos, aun cuando empleemos las mejores técnicas. Aunque la Biblia
es inerrante, nuestras interpretaciones y aplicaciones nunca lo serán. Nuestro
uso de las Escrituras es semejante, en sentido general, a nuestro proceso de
santificación: es progresivo. Nuestro proceso de buscar mejorar cada vez más
en nuestros esfuerzos de llevar a cabo la aplicación exigirá humildad. Sobre
todo, debemos regular nuestro dogmatismo en dependencia de la naturaleza
de la evidencia y los argumentos que respalden cada aplicación. Debemos
permanecer abiertos a la corrección; y debemos estar dispuestos a reconocer
nuestros errores y cambiar, de ser preciso, nuestras opiniones.

Métodos y Modelos
Cuando un creyente sigue un método de aplicación sistemático, a menudo
éste gira en torno a hacer una serie de preguntas orientadas hacia la persona.
Por ejemplo, ¿qué relación guarda un texto con los distintos aspectos de la
personalidad humana?
La mente: ¿En qué me hace reflexionar este pasaje? ¿Cómo me enseña
este pasaje a reflexionar?
Las emociones: ¿Qué debo sentir como respuesta a las verdades de este
pasaje?
La voluntad: ¿Qué decisión me exhorta a tomar este pasaje?
Otro enfoque frecuente utiliza las categorías que se hallan en 2 Timoteo
3:16:
¿Qué doctrina me enseña a creer este pasaje?
¿Qué pecado reprende este pasaje?
¿Existe algo en mi vida que este pasaje corrige o aclara?
¿Cómo me capacita este pasaje para ajustarme más a los estándares de
Dios?
La lista de preguntas que podemos hacer sobre un pasaje puede fácilmente
extenderse. Es posible que usted haya escuchado éstas antes:
¿Existe alguna verdad que debamos aceptar por fe y poner en práctica?
¿Existe algún atributo de Dios por el cual alabarle?
¿Existe algún pecado por confesar, o alguno por evitar?
¿Existe algún mandamiento a obedecer?
¿Existe alguna advertencia a la cual hacer caso?
¿Existe algún ejemplo a imitar o a evitar?
¿Existe alguna promesa a la cual aferrarnos?
Estas son interrogantes útiles, y las he aprovechado en mis lecturas de la
Biblia. Pero si la aplicación se limita a tales preguntas, o se dirige hacia ellas
demasiado rápido, podemos perdernos la riqueza y poder que hay en cada
pasaje. Lo que es peor, corremos el riesgo de ignorar el significado del pasaje
y de pasar por alto las diferencias significativas entre nosotros y los lectores
originales.
En un esfuerzo por aumentar la precisión, los eruditos han desarrollado
varios métodos y modelos para la aplicación bíblica. El método más conocido
es el principialismo”.2 En este método, lo primero que se hace es determinar
el significado de un pasaje en su contexto, y la aplicación del pasaje para sus
lectores originales. Luego se generaliza el pasaje con respecto a uno o más
principios universales que subyacen bajo los detalles. Por último,
establecemos una conexión entre el o los principios y la situación
contemporánea que es similar a la situación de los lectores originales. El
método de principialismo también ha sido llamado el modelo de la “escalera
de abstracción” porque involucra el transitar desde lo concreto del texto hasta
la verdad abstracta, y luego de vuelta a los detalles concretos en el presente.3
Podemos también imaginar que un principio universal es como un puente a
través del cual cruzamos la brecha entre los tiempos bíblicos y nuestros
tiempos.4
El método principialismo ha sido criticado en varias esferas.5 El
establecer los principios en un pasaje puede ser un asunto difícil. Los
podemos plantear de forma tan general que no sean útiles en lo particular. En
el sentido contrario, podemos centrarnos en un principio menor y no prestar
atención a uno mayor. Podemos ver un principio, no porque lo enseñe el
texto, sino porque lo estamos importando desde otro pasaje, o lo que es peor,
de nuestra propia predisposición cultural o personal. Al intentar resumir la
Biblia en principios, podemos también renunciar al impacto especial de los
variados géneros dentro de las Escrituras. No podemos permitirnos que
nuestras declaraciones de principios reemplacen lo que Dios realmente ha
dicho. En ese sentido, si nos concentramos estrictamente en los principios,
podemos perder de vista la narrativa redentora dominante de la Biblia y
podemos utilizar las Escrituras de forma legalista en el sentido del
moralismo.
Muchos de los que usan el método principialismo se esfuerzan al máximo
para evitar los problemas potenciales del mismo.6 Adicionalmente, los
enfoques alternativos no representan necesariamente un rechazo total del
método principialismo. Vanhoozer defiende la idea de una forma de
principialismo “aleccionadora” llamada “teodrama”. Aquí las Escrituras
funcionan como el guión de una obra teatral inacabada. Registran las
características de la sabiduría divina en momentos específicos de la historia
de la redención. Nosotros, por nuestra parte, “jugamos” nuestro rol en la
obra, poniendo en práctica la sabiduría bíblica en nuestras situaciones
presentes, no por replicación sino por “improvisación”.7
Podemos incluir el método de Vanhoozer en la categoría amplia de
enfoques “redentores-históricos”.8 En este sentido los escritores están bajo la
influencia de diversos sistemas teológicos y difieren en cuanto a los detalles
del análisis, pero todos le otorgan prominencia a la trama redentora o
metanarrativa de la Biblia. Tienen en cuenta de forma especial los cambios y
adiciones que Dios implementó a medida que fue dando su revelación de
forma progresiva, y subrayan la conexión entre el pasaje y la fase de la
historia redentora en la que fue escrito. Ante todo, los autores que se enfocan
en el aspecto redentor-histórico mantienen a Cristo y a su obra en el centro de
su interpretación y aplicación, luchando por evitar centrarse en el hombre, y
por evitar caer en el legalismo o moralismo. Yo coincido de todo corazón con
las preocupaciones del enfoque redentor-histórico, y deseo mantener
constantemente mi vista puesta en el marco y la meta redentores de las
Escrituras.
Valoro también una categoría que se ha incorporado a varios modelos
redentor-históricos. La hemos visto en repetidas ocasiones en los capítulos
anteriores: el concepto de paradigma. Éstos se distinguen hasta cierto punto
de los principios, y constituyen patrones teológicos, éticos y espirituales
estrechamente vinculados con los propósitos específicos que los autores
bíblicos trataban de cumplir en las vidas de los lectores originales, en su
etapa específica de la historia redentora. Dichos patrones y propósitos nos
guían en nuestra lucha por “contextualizar” la Palabra de Dios de manera fiel
en nuestras circunstancias.9

Conclusión
Un debate más profundo sobre materiales previos acerca de la aplicación
solo serviría para desviarnos del tema.10 Sin embargo deseo reconocer las
contribuciones de aquellos que han lidiado con este tema. Como se puede
ver, los métodos propuestos presentan ciertas coincidencias. Mi enfoque es
ecléctico, ya que he obtenido información de una variedad de autores. Sin
embargo, lo más importante es que deseo sintetizar, sistematizar y expandir
lo que he aprendido de la misma Biblia acerca de la aplicación.
Pero antes de continuar deseo evitar ser formulista. Incluso vacilo a la
hora de hablar sobre “pasos” consecutivos a seguir. Los estudios bíblicos y su
aplicación por lo general son más fluidos en la práctica, y a menudo hay
varios procesos ocurriendo a la vez. Aunque me esfuerzo por ser preciso, mi
método no es rígido. Además, mi objetivo no es la exhaustividad. Los temas
que mencionaré a continuación pueden desarrollarse con mayor detalle, y
como he sugerido en las notas a pie de página, pueden estar llenos de
tecnicismos. Intentaré esbozar un enfoque a la aplicación que refleje el
enfoque propio de las Escrituras. Por tanto, me referiré frecuentemente a los
capítulos anteriores de nuestro estudio. Deseo mantener nuestra práctica
arraigada en nuestra teología.
Ya en varias ocasiones he hecho hincapié en que la aplicación debe estar
firmemente arraigada en el pasaje bíblico en cuestión. Aquí el material de los
capítulos 6 y 7 es particularmente instructivo: los casos en los que las
Escrituras aplican pasajes bíblicos anteriores ilustran cómo aplicar un texto
de forma tal que éste sobrepase el significado deseado. Los principios del
sentido común en la comunicación humana también tienen una contribución
que hacer. Dichos aspectos apoyan a tres factores que comúnmente se citan a
la hora de interpretar y aplicar las Escrituras: el significado (capítulo 12), las
consecuencias (capítulo 13), y la importancia (capítulo 14).11 Un análisis
meticuloso de cada factor nos ayudará a avanzar significativamente hacia
aplicaciones certeras.
1 Doriani, Putting the Truth to Work, 22.
2 Entre los autores que han popularizado este método de principialismo están Jack Kuhatschek,
Applying the Bible (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1990), y Dave Veerman, How to Apply the Bible
(Wheaton, IL: Livingstone, 2009). A un nivel más profundo, varias obras de Walter C. Kaiser Jr. han
desarrollado el método de principialismo. Para acceder a un resumen y a materiales, ver su capítulo
“A Principlizing Model”, en Gary T. Meadors, Four Views on Moving beyond the Bible to Theology
(Grand Rapids, MI: Zondervan, 2009), 19-50.
3 Ver, por ejemplo, de Haddon Robinson, “The Heresy of Application” en Haddon W. Robinson y
Craig Brian Larson, The Art and Craft of Biblical Preaching (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2005),
308.
4 Esta es una metáfora unificadora que hallamos en el libro de J. Scott Duvall y J. Daniel Hays,
Grasping God’s Word (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2005). También se refleja en el enfoque
tridimensional que sigue la serie de Comentarios sobre Aplicación de la NVI, la cual es a menudo
muy útil: (1) Significado original, (2), Uniendo los contextos, y (3), Significado contemporáneo.
5 Ver, por ejemplo, de Jeannine K. Brown, Scripture as Communication (Grand Rapids, MI: Baker,
2007), 246-248, 261-267; de David K. Clark, To Know and Love God (Wheaton, IL: Crossway,
2003), 91-98; de Ramesh Richard, La Predicación Expostiva (Scotts Valley, CA: Create Space,
2014), 160-164; de Mark L. Strauss, “A Reflection by Mark L. Strauss” en Meadors, Four Views,
274-277.
6 Ver por ejemplo, a Duvall y Hays, 19-27; de Elliot E. Johnson, Expository Hermeneutics (Grand
Rapids, MI: Zondervan, 1990), 213-264; de William W. Klein, Craig L. Blomberg y Robert L.
Hubbard, Introduction to Biblical Interpretation (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2017), 602-636; de
Grant R. Osborne, The Hermeneutical Spiral (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2006), 410-464; de
Köstenberger y Patterson, Invitation to Biblical Interpretation, 784-797; de Henry A. Virkler,
Hermeneutica (Miami: Vida, 1995), 193-216.
7 Ver de Kevin J. Vanhoozer, “A Drama-of-Redemption Model: Always Performing? en Meadors,
Four Views on Moving Beyond the Bible to Theology, 151-199. Para un desarrollo más profundo, ver
de Vanhoozer, The Drama of Doctrine (Louisville, KY: Westmiinster John Knox, 2005) y de
Vanhoozer, Faith Speaking Understanding (Louisville, KY: Westmiinster John Knox, 2014).
8 Greidanus es uno de los más importantes representantes de la escuela redentora-histórica. Ver por
ejemplo, su libro, Sola Scriptura (Portland, OR: Wipf and Stock, 2001).
9 Aunque varían en cuanto a la terminología y el énfasis, las obras que se citan a continuación hacen
énfasis en la historia redentora y también abogan por la idea básica de los paradigmas. De Daniel M.
Doriani, “A Redemptive-Historical Model” en Meadors, Four Views on Moving Beyond the Bible to
Theology, 75-120; de Doriani, Putting the Truth to Work; de Mark L. Strauss, “A Reflection by Mark
L. Strauss” en Meadors, Four Views on Moving Beyond the Bible to Theology, 271-298; de Mark
L.Strauss, How to Read the Bible in Changing Times (Grand Rapids, MI: Baker, 2011), de Abert M.
Wolters “A Reflection by Al Wolters” en Meadors, Four Views on Moving Beyond the Bible to
Theology, 299-319; de Albert M. Wolters y Michael W. Goheen, Creation Regained (Grand Rapids,
MI: Eerdmans, 2005); de Christopher J. H. Wright, “A Reflection by Christopher J. H. Wright” en
Meadors, Four Views on Moving Beyond the Bible to Theology, 320-346; de Christopher Wright, Old
Testament Ethics for the People of God (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2004).
10 Está más allá de mi alcance, por ejemplo, brindar una evaluación detallada del modelo “movimiento
redentor” de William Webb. Webb sostiene que el Nuevo Testamento podría no decir la última
palabra sobre un asunto en particular. En su lugar, las Escrituras podrían establecer una trayectoria a
seguir que el pueblo de Dios necesita para continuar a medida que desarrolla una “ética máxima”.
Esta ética pudiera ser sustancialmente diferente de lo que la Biblia plantea. Por ejemplo, el enfoque
que da Webb lo conduce a una postura igualitaria en cuanto a los roles del hombre y la mujer. Ver de
William J. Webb, “A Redemptive Movement Model” en Meadors, Four Views on Moving Beyond
the Bible to Theology, 215-248. Para ver el desarrollo, ver de William J. Webb, Slaves, Women &
Homosexuals (Downers Gorve, IL: InterVarsity, 2001) y de William J. Webb, Corporal Punishment
(Downers Gorve, IL: InterVarsity, 2011). El modelo de Webb se basa de forma significativa en
conclusiones dudosas con respecto a las enseñanzas de la Biblia sobre la esclavitud. Ignora que los
roles de género tienen sus orígenes en el Nuevo Testamento como patrones creacionales divinos.
Presenta también un grado de subjetividad desmesurado en el desarrollo de una “ética máxima”. En
Meadors, Four Views on Moving Beyond the Bible to Theology, varios autores debaten los problemas
que tiene el enfoque de Webb; ver sobre todo, de Al Wolters, “A Reflection by Al Wolters”, 302-
310. Para acceder a una crítica exhaustiva ver de Benjamin Reaoch, Women, Slaves, and the Gender
Debate (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2012).
11 El erudito literario E. D. Hirsch, Jr, fue quien popularizó estas categorías gracias a su libro Validity
in Interpretation (New Haven, CO: Yale University Press, 1967) y a otros escritos. Aunque las
opiniones de Hirsch cambiaron con el tiempo, los teólogos conservadores han hallado útil su obra,
porque se enfoca en el significado deseado del autor humano. Entre los muchos autores que se han
hecho eco de la obra de Hirsch están los autores enumerados en el pie de página número 5, así como
Walter C. Kaiser Jr., Toward an Exegetical Theology (Grand Rapids, MI: Baker, 1981), Abraham
Kuruvilla, Privilege the Text! (Chicago: Moody, 2013) y Robert H. Stein, A Basic Guide to
Interpreting the Bible (Grand Rapids, MI: Baker, 2011). Estas obras me han sido útiles pero también
valoro los enfoques que dan a Dios un rol más prominente como Autor de las Escrituras. Ver, por
ejemplo, de Johnson, Expository Hermeneutics, y los escritos de Vern S. Poythress como La
Interpretación Bíblica Enfocada en Dios (Tampa, FL: Editorial Doulos, 2016). Compare con el libro
de Vanhoozer, Is There a Meaning in This Text? (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1998). Otro libro
útil aunque complicado es el de Ramesh Richard, “Methodological Proposals for Scripture
Relevance” en BSac 143 (1986). Como indiqué anteriormente, en mis categorizaciones y
definiciones no sigo a ningún erudito. Simplemente espero estar incorporando las virtudes de varias
opiniones, en un solo formato accesible.
Capítulo 12
El Significado de “Significado”

E n cada uso que hagamos de la Palabra de Dios debemos concentrarnos


en el significado de las Escrituras como la base y punto de referencia de
la aplicación. Y como punto de partida, debemos definir el término
significado. Mi definición general es la siguiente: se trata del mensaje que el
autor/Autor deseaba transmitir por medio de su/su decisión y organización
de las palabras. Esto refleja el hecho, sencillo pero profundo, de que los
libros de la Biblia constituyen una comunicación personal. Y que esa
comunicación se centra en una idea o conjunto de ideas que una persona, o
grupo de personas, desean transmitir a otra persona o grupo de personas.
En el caso de las Escrituras, el elemento excepcional es que dos autores
estaban involucrados: el autor humano y el Autor divino. En última instancia
los cristianos están interesados en el mensaje que el Espíritu Santo desea
transmitirles a través de un pasaje. Fue él quien guió a cada autor humano en
esta redacción (2 P. 1:20-21). Pero este mismo hecho indica que el mensaje
que el autor humano deseaba transmitir sirve como nuestro acceso al
significado que quiere transmitir el Espíritu. De esa manera, el significado del
autor humano y el significado del Autor divino están inseparablemente
vinculados. A medida que ahondamos en estos asuntos, nuestro debate se
dividirá en dos categorías igualmente vinculadas: el significado histórico de
un texto y su significado transhistórico.

Significado Histórico
El significado histórico es el mensaje dirigido a los lectores originales de
un pasaje. El método generalmente aceptado para determinar este significado
se conoce como interpretación histórico-gramatical. En este libro no existe
suficiente espacio para plantear una defensa y explicación completas del
método histórico-gramatical, así que insto al lector a profundizar en este
fundamental asunto.1 Pero como la aplicación está tan estrechamente
vinculada con la interpretación, examinaré los tipos de análisis que la
interpretación histórico-gramatical lleva a cabo para comprender el
significado de un pasaje lo más certeramente posible. De forma específica,
brindaré una perspectiva general del análisis histórico, el análisis del género,
el análisis contextual y el análisis lingüístico. Cada tipo de análisis busca
implementar un principio específico de interpretación histórico-gramatical.
Este material pudiera parecer académico o desconcertante. Mi intención
no es sugerir que el creyente tenga que convertirse en un erudito para poder
comprender y aplicar la Biblia. Ciertamente algunos tendrán la posibilidad de
estudiar más detalladamente que otros. ¿Acaso el conocimiento de Dios y de
su Palabra no merecen todo el esfuerzo que un cristiano puede dedicarles?
¿No merece nuestra santificación una búsqueda suprema de la verdad de
Dios? Ciertamente, esa es una de las maneras de amarle con toda nuestra
mente (Mt. 22:37). Ya lo ven. ¡Una vez más he hecho una aplicación!
Análisis Histórico
Hacemos un análisis histórico cuando deseamos interpretar cada pasaje
bíblico de acuerdo con su contexto histórico-cultural.2 Esto incluye aprender
todo cuanto podamos acerca del contexto de un libro bíblico en su totalidad:
su marco temporal y las características dominantes de ese marco temporal, su
autor y sus circunstancias, sus destinatarios originales y circunstancias, y el
propósito o propósitos por los cuales el libro fue escrito. Identificar el
propósito de un libro y de sus pasajes individuales es crucial para establecer
su aplicación: los propósitos que Dios desea ver cumplidos en nuestras vidas
serán congruentes con los propósitos que él deseaba se cumpliesen en las
vidas de los lectores originales.
¿Cómo comprender el contexto histórico-cultural de un libro bíblico? A
veces ese tipo de información se plantea explícitamente. Un ejemplo que
citamos en nuestro capítulo 4 es el pasaje de Juan 20:30-31. A veces es
necesario recopilar una cantidad suficiente de información obteniéndola del
contenido del mismo libro. Piense en las frecuentes referencias, directas o
indirectas, que hacen las epístolas a los problemas de las iglesias a las cuales
estaban dirigidas. Además, a veces un libro de la Biblia puede aclarar las
circunstancias históricas de otro libro. A menudo los libros proféticos
comienzan enumerando a los reyes bajo los cuales el profeta ministraba (p. ej.
Mi. 1:1). De esa manera, estudiamos los reinados de esos monarcas en los
Libros Históricos, y buscamos conexiones entre esos reinados y el mensaje
del profeta. Igualmente, el libro de Hechos brinda bastante información
contextual para interpretar (e incluso fechar) las epístolas.
La arqueología y la historia extrabíblica, como elementos suplementarios,
pueden también iluminar el contexto de los libros bíblicos. Ese es el caso,
ante todo, cuando lidiamos con rasgos histórico-culturales específicos en
pasajes individuales. Por ejemplo, los textos antiguos del cercano oriente
acerca de las costumbres de la herencia nos ayudan a comprender las
narrativas patriarcales del Génesis. El estudio de las religiones paganas
grecorromanas contribuye a nuestra interpretación de las enseñanzas de Pablo
sobre la comida ofrecida a los ídolos (1 Co. 8–10, cf. con mi debate en el
capítulo 10). Afortunadamente, tenemos a nuestra disposición muchas obras
y comentarios referenciales que recopilan y analizan los materiales que
esclarecen el contexto histórico-cultural de los libros bíblicos.3
El Análisis de los Géneros
El análisis de los géneros nos ayuda a interpretar cada pasaje bíblico en
conformidad con las características de su forma literaria. El capítulo 4
incluyó algo de debate sobre los géneros en las Escrituras, pero el concepto
puede sonar aun así un poco técnico. En realidad, hacemos uso de él cada vez
que leemos algo. Usted no espera que un artículo de periódico tenga las
características de una novela, ni que una carta de negocios se vea como una
nota de amor. Cada tipo de escrito posee su propio conjunto de rasgos que le
dan forma al significado que se está comunicando y que nos guían en la
interpretación. Esto se da por sentado en la comunicación escrita, así que
podemos esperar que el análisis del género juegue un rol fundamental en la
interpretación y aplicación de la Biblia.
A continuación ofrecemos un resumen de las características claves de los
principales géneros que se hallan en las Escrituras.
• Narrativa histórica: Como expliqué en el capítulo 4, los relatos son
menos explícitos sobre su significado que otros géneros. Exigen que se
preste atención a los elementos siguientes (1) Contexto, (2) Trama, y
(3) Caracterización (sobre todo diálogo). Los narradores también dan a
conocer su punto de vista de varias maneras, a veces directa (p.ej. con
comentarios evaluativos) pero más a menudo de forma indirecta (p. ej.
brindan una perspectiva desde un ángulo “omnisciente”). Los
evangelios son una forma única de narrativa que difiere de forma
significativa de una biografía estricta. Cada evangelio organiza y da
forma a distintos fragmentos de la vida de Jesús para resaltar un
aspecto particular de su persona y obra, centrándose de forma
preponderante en la Semana de Pasión.
• Leyes veterotestamentarias: Este material legal debe interpretarse a la
luz del misericordioso pero condicional Pacto Mosaico del cual forma
parte. El contexto histórico asume aquí un rol especialmente
importante. Existen documentos y tratados legales extrabíblicos que
han ayudado a comprender el funcionamiento de las leyes en el
segundo milenio antes de Cristo. La distinción entre leyes apodícticas
y casuísticas es importante, así como el hecho de que las leyes son
paradigmáticas y no exhaustivas (ver capítulos 4 y 6 y el debate más
adelante). El trasfondo cultural puede ayudar a identificar el propósito
de leyes específicas y a alcanzar paradigmas.
• Poesía veterotestamentaria: Hay dos rasgos de esta poesía que exigen
una atención especial: diversos tipos de paralelismo que se leen entre
líneas y una amplia variedad de figuras retóricas. Además, la poesía
del Antiguo Testamento a menudo utiliza la repetición para enfatizar
en las ideas claves y para acentuar el impacto emocional. Los Salmos
pueden clasificarse según determinados patrones estructurales y
temáticos que brindan un marco para la interpretación (p. ej. la
alabanza, el lamento, la majestuosidad).
• Literatura sapiencial veterotestamentaria: Las características antes
mencionadas de la poesía se aplican aquí. Percatémonos también de
que la sabiduría de esos libros no está orientada hacia reglas o
promesas rígidas. En lugar de ello, enseñan cómo funciona la vida en
sentido general (Proverbios), y también cómo responder ante las
excepciones (Job, Eclesiastés).
• Profecía: Los profetas del Antiguo Testamento por lo general eran
predicadores, y sus libros son grandes colecciones de sermones u
oráculos, casi siempre poéticos. Al igual que los Salmos estos oráculos
tienden a seguir determinados patrones (p. ej. lamentaciones,
salvación, litigios). Los fragmentos predictivos deben comprenderse a
la luz de su conexión con el tema del oráculo en el cual ocurre. Las
profecías apocalípticas son un tipo especial de profecía que ocurre
hasta cierto grado en libros como Zacarías. Éstas predicen el triunfo
final de Dios en la batalla contra el mal, y hacen un amplio uso del
simbolismo. El tema del simbolismo está relacionado con el análisis
contextual (descrito más adelante) ya que el contexto es nuestra guía
fundamental para determinar si un autor quiere dar o no un significado
simbólico a una afirmación en particular.
• Las Epístolas: Éstas son cartas modificadas que combinan enseñanzas
doctrinales con orientaciones prácticas con respecto a necesidades y
problemas específicos entre las iglesias y los creyentes del primer
siglo. Las epístolas están más cargadas de teología que otros géneros,
y en ellas es preciso examinar más detalladamente la gramática y la
lógica.
Una razón de peso por la cual malinterpretamos las Escrituras y no las
aplicamos bien es el leer un género como si se tratara de otro género. Esto
sucede sobre todo con la narrativa del Antiguo Testamento. Los estudios y
sermones bíblicos se desvían del camino correcto cuando abordan los relatos
del Antiguo Testamento como si fueran epístolas del Nuevo Testamento. Los
lectores buscan lecciones específicas en los pequeños detalles de estos
relatos, cuando la realidad es que de esos detalles no debe extraerse ninguna
aplicación.
Por ejemplo, una vez leí un estudio de Ester 1, donde el rey Asuero, en
medio de su banquete de embriaguez, destrona a la reina Vasti cuando ésta se
negó a mostrar su belleza. El comentarista empleó este texto para advertir
sobre la embriaguez, para instar a las esposas a que se sometieran a los
esposos y para exhortar a la iglesia, como novia de Cristo, a mostrar su
belleza al mundo, es decir, a evangelizar. Estas aplicaciones son erróneas en
varios aspectos, incluyendo el asunto del género.
El primer capítulo de Ester pertenece a la introducción del libro, la parte
de la trama que a menudo se denomina la “exposición”. Aquí el autor brinda
una información contextual y presenta a los personajes antes de que el
conflicto central del relato comience. En el libro de Ester ese conflicto se
centra en el ataque de Amán contra los judíos. La historia de Vasti muestra
cómo Dios utilizó la decisión arbitraria de un rey pagano para crear las
circunstancias en las que Dios pudiese usar a Ester para librar a los judíos.
Esto respalda categóricamente el tema del libro: la protección providencial de
Dios hacia su pueblo. A la luz de la trama y el tema de este libro, la
aplicación más natural del capítulo 1 se centraría en confiar en que un Dios
soberano puede usar hasta las acciones más malvadas de un gobernante para
cumplir sus propósitos redentores.
Análisis Contextual
Lo que dije sobre Ester 1 coincide con el análisis contextual, el cual lucha
por interpretar cada pasaje bíblico en conformidad con las capas de contexto
literario que rodean al pasaje.4 Proverbios posee secciones que están
formadas por series de versículos que no guardan relación entre sí, sin
embargo, esta excepción sugiere una regla: los planteamientos bíblicos no
existen de forma aislada. Están inseparablemente vinculados a una secuencia
más amplia de ideas, y esa secuencia moldea significativamente su
significado. Además, el contexto no consta de una sola información, sino de
una serie de capas. Esto se ha descrito en forma de una diana (el pasaje que se
estudia) rodeada de varios círculos concéntricos (los contextos).
El círculo más cercano a la diana representa el contexto inmediato, o sea,
los pasajes que inmediatamente preceden y suceden al pasaje en cuestión. Al
estudiar el contexto inmediato las delimitaciones de capítulos y versículos no
siempre son confiables. Aunque a menudo resultan útiles, estas divisiones
editoriales a veces crean una ruptura en el contexto inmediato. Sería más
seguro seguir las divisiones por párrafos (en el caso de la prosa) o por
estrofas (en el caso de la poesía), las cuales por lo general aparecen indicadas
en las versiones modernas. Cualquiera que sea el caso, el contexto inmediato
determina más el significado, porque conforma el flujo de ideas del cual
surge el texto directamente, y al cual contribuye también directamente.
He aquí el ejemplo de una aplicación no contextual que no ha
desaparecido a pesar de todas las veces que ha sido desafiada. En Filipenses
4:13 Pablo hace una declaración tranquilizadora que con razón se ha vuelto
famosa: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Sin embargo, la frase
“todo lo puedo” no garantiza que su equipo de fútbol va a ganar un juego, ni
que un inversor ganará dinero en su nueva empresa. El contexto inmediato
indica que Pablo está hablando sobre el vivir con contentamiento en cualquier
circunstancia, sea en necesidad o en abundancia (vs. 11-12). Las aplicaciones
de Filipenses 4:13 deberían ser extensiones naturales de ese argumento. Si
vamos a relacionar este versículo con los deportes, por ejemplo, éste sería
más aplicable para ayudar a un equipo a reaccionar correctamente cuando
pierde un partido.5
El mismo contexto inmediato pertenece a contextos más generales. Encaja
dentro de una sección particular de un libro bíblico. Y esa sección encaja a su
vez en el contexto del libro como un todo. No podemos establecer estos
contextos adicionales y su relevancia para un texto sin valorar la estructura
general y el tema del libro. Esto lo obtenemos al leer cada libro bíblico en su
totalidad, preferentemente de una sola vez y preferentemente múltiples veces.
El estudio bíblico cuidadoso interactúa constantemente entre el pasaje
individual y todo el libro. Ambos se interpretan entre sí. Mientras más nos
familiarizamos con todo el libro de Génesis, más veremos que el propósito
principal del relato patriarcal no es enseñar lecciones sobre la vida familiar.
Es mostrar cómo Dios hizo progresar su plan de salvación mundial a través
de personas caídas, y cómo él las estaba salvando cada vez más de sus
pecados, incluso a través de las consecuencias de sus propios fracasos.
Los círculos del contexto se amplían más allá del libro que se esté
analizando. A veces el mismo autor humano brinda un contexto más amplio,
por haber escrito otros libros de las Escrituras que se relacionan de alguna
manera con el libro que estudiamos. La terminología y temas del evangelio
de Juan, por ejemplo, pueden arrojar luz sobre sus epístolas y el Apocalipsis.
Si el autor de un libro recibió la influencia de una revelación anterior dada a
través de otros autores, entonces entra en la escena otro círculo contextual.
Como ha quedado en evidencia en los capítulos 6 y 7, esto sucedía
frecuentemente. En el Antiguo Testamento, los Libros Proféticos e Históricos
son mayormente aplicaciones de la teología del Pentateuco. De la misma
manera, los autores del Nuevo Testamento estaban inmersos en las
enseñanzas del Antiguo Testamento y les añadían a éstas de manera
consciente. Así que, a menudo, para conocer el propósito de un autor es
necesario interactuar con los libros de la Biblia con los que él ha interactuado.
Análisis Lingüístico
El objetivo del análisis lingüístico es interpretar cada pasaje bíblico en
conformidad con el uso normal de la lengua.6 Aquí he decidido usar el
adjetivo normal en lugar de emplear el término literal, más frecuentemente
usado, pero que fácilmente se presta para malinterpretaciones. En
dependencia del género y el contexto, el uso normal puede ser literal: “Así
salvó Jehová aquel día a Israel de mano de los egipcios” (Éx. 14:30a). El uso
también puede ser figurado: “Porque sol y escudo es Jehová Dios” (Sal.
84:11a). Una vez más vemos la interacción entre los diversos tipos de
análisis: tanto el género como el contexto informan a la lengua y viceversa.
Lo “normal” también nos dice que las lenguas que Dios empleó para
darnos su palabra (el hebreo, el arameo y el griego) no funcionan de forma
misteriosa o mística. Eran lenguas humanas comunes y corrientes, y seguían
los patrones típicos de la comunicación verbal. Lo mismo ocurre con las
lenguas a las que se tradujeron las Escrituras. De manera tal que, mientras
más conozcamos sobre las normas generales del lenguaje, mejor preparados
estaremos para comprender la Biblia. Esto puede parecer amedrentador, pero
realmente es alentador. Como yo enseño hebreo y arameo, no puedo negar
que estudiar las lenguas originales de las Escrituras agudiza las habilidades
para la interpretación.7 Pero afirmaré nuevamente que no es necesario
conocer las lenguas antiguas para comprender la Palabra de Dios. Lo que es
más necesario también es más alcanzable: tener conocimiento de cómo
funciona el lenguaje en general.8
Dicho conocimiento nos sirve de mucho al lidiar con las palabras
individuales que hay en un pasaje. A menudo, los estudios de palabras les
otorgan demasiada importancia a ciertos términos individuales más allá de lo
útil o justificable, sobre todo introduciendo ideas “profundas” que se basan
en raíces y orígenes históricos. Si utilizáramos el mismo enfoque con las
palabras de nuestro propio lenguaje, los resultados irían de lo divertido a lo
absurdo.9 El hecho es que una buena traducción moderna dejará bien en claro
el significado de la mayor parte de los términos bíblicos.
¿Cómo lidiamos con las palabras que requieren de un análisis detallado,
sobre todo aquellas que transmiten un significado teológico profundo (por
ejemplo, las que tienen que ver con el pacto, la justicia, la redención, la
santidad)? Debemos estudiar estas palabras de la misma manera en la que
estudiamos las palabras de nuestra lengua: analizando su uso. Al analizar los
términos que rodean la palabra en cuestión, buscamos en un pasaje en
particular indicaciones que nos ayuden con las definiciones; una vez más
entra en escena el contexto. Luego con la ayuda de una concordancia o
software bíblico analizamos otros pasajes que usan esta misma palabra, sobre
todo los que fueron escritos más o menos en la misma época que el pasaje en
cuestión. Los textos narrativos pueden ser particularmente útiles aquí, porque
los significados de las palabras son bastante obvios en ese género.
Más importante que el estudio de las palabras individuales es el estudio de
la sintaxis u orden de las palabras en una oración. ¿Puede usted identificar las
partes de una oración? ¿Recuerda cómo se hace el diagrama de una oración?
Estas son algunas de las habilidades más valiosas a la hora de interpretar las
Escrituras, sobre todo las epístolas. Nos permiten analizar en detalle, y hallar
el origen del razonamiento del autor paso a paso. En cada oración debemos
esforzarnos por comprender la conexión lógica entre cada cláusula
fundamental y sus cláusulas o frases subordinadas. Analicemos el siguiente
diagrama del texto de Colosenses 3:1-3 (énfasis añadido para resaltar las
cláusulas principales).
Expresión Bíblica Etiqueta Relación Lógica
Si, pues, habéis resucitado A Condicionante de C
con Cristo B Asociación de A
buscad las cosas de arriba C Mandato # 1
La descripción de “arriba” que aparece
donde está Cristo D
en C
Sentado a la diestra de Dios. E Descripción de “Cristo” en D
Poned la mira en las cosas de
F Mandato # 2
arriba
No en las de la tierra. G Contraste con F
Porque habéis muerto H Causa de F y G
y vuestra vida está escondida I Causa de F y G
con Cristo J Asociación de I
en Dios K Esfera de I
Si trabajamos las oraciones individualmente, de esta manera, al final
podremos hacer un esquema del flujo de ideas del autor en fragmentos más
extensos del pasaje. Se trata de un proceso tedioso, pero vale mucho la pena
hacer el esfuerzo. La primera vez que me enfrasqué en ese tipo de proyecto
aún era un estudiante universitario. No exagero cuando digo que este tipo de
análisis revolucionó mi relación con la Palabra de Dios, y con el Dios de la
Palabra.10

Significado Transhistórico
El significado histórico nos conduce al significado transhistórico: el
mensaje dirigido a los lectores de un pasaje que no guardan relación con los
lectores originales. Esto nos hace pensar nuevamente en la diferencia entre
autor y Autor. ¿Querían los autores humanos de las Escrituras enviar un
mensaje a los lectores que vivirían después del tiempo de los destinatarios
originales? Resulta claro que ese era el propósito de algunos. Recordemos
algunos pasajes que hemos debatido en capítulos anteriores: Deuteronomio
29:14-15, Salmo78:6-7, Mateo 28:20 y 2 Timoteo 2:2.
¿Qué sucede con los libros que no tienen esas indicaciones? Si el autor
bíblico era consciente de que era vocero de Dios, entonces es de suponer que
sabía que sus escritos tendrían algo que decirles a todos los seres humanos.
Aun así, si no podemos estar seguros de la relación entre el significado
transhistórico y el autor humano, todos los datos de los capítulos del 4 al 7
nos aseguran que el propósito comunicativo de Dios va más allá de los
destinatarios originales de la Biblia. Como supremo Autor, él se comunica de
forma transhistórica. “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra
enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las
Escrituras, tengamos esperanza” (Ro. 15:4).
La pregunta más importante aquí sería si el significado transhistórico de
un pasaje es idéntico a su significado histórico, sobre todo en el propósito de
su autor humano. Mi respuesta es que, de algunas maneras, ambos pueden
diferir, pero en su esencia se corresponden.
Elementos Excluidos
El significado transhistórico puede excluir elementos muy específicos del
significado histórico. Algunas sub-categorías aparecen en escena aquí.
Elementos Específicos del Pacto
Un elemento puede estar excluido del significado transhistórico debido a
que es específico del pacto. Me refiero a la Ley Mosaica en particular. La
relación entre los creyentes del Nuevo Testamento y la Ley del Antiguo
Testamento constituye una de las más grandes tensiones en la teología
cristiana. Por una parte, como hemos visto en varias ocasiones en nuestro
estudio, la Ley continúa enseñándonos con respecto al carácter y voluntad de
Dios (p. ej., Mt. 5:17-48; 22:35-40; Ro. 13:8-10; 2 Ti. 3:14-17). Esto incluye
verdades eternas enseñadas por las más estrictas regulaciones del Antiguo
Testamento (p. ej., “No pondrás bozal al buey cuando trillare”. Dt. 5:24; cf.1
Co. 9:8-11). Por otra parte, el Nuevo Testamento enfatiza que los cristianos
no están bajo la autoridad directa del pacto de la Ley Mosaica (p.ej., Ro.
6:14; 10:4; 2 Co. 3:6-18; Gá. 3:23–4:4). Identifica también varias leyes
Mosaicas individuales, cuyas exigencias planteadas Dios no espera que
cumplamos hoy.
Las leyes sobre los alimentos son un ejemplo (Mr. 7:19; cf. Hch. 10:9-16).
Estos eran aspectos excepcionales dentro de los planes de Jehová para Israel
como su nación del pacto. Así que, a pesar de lo que Moisés pretendiera
comunicar a los israelitas en Levítico 11, en este pasaje el Señor no estaba
prohibiéndonos a nosotros comer tocino o camarones. ¡Probablemente la
mayoría de nosotros estemos agradecidos de que aquí el significado
transhistórico difiera del significado histórico!
El Nuevo Testamento identifica más Leyes Mosaicas específicas del
pacto. La circuncisión (ej. Gá. 6:2), el sistema de sacrificios (p. ej. He. 8–10),
y los días sagrados (p. ej. Col. 2:16) vienen a nuestra mente. La propia
naturaleza de dichos elementos sugiere que las categorías generales de las
leyes que podemos esperar sean específicas del pacto de Israel con Jehová:
(1) Exigencias que fungían como símbolos del pacto o aspectos de éste, y (2)
Exigencias que pertenecían al excepcional sistema de adoración de Israel.
Sin duda alguna existen otros tipos de leyes mosaicas específicas del
pacto. Por ejemplo, la mayoría de los teólogos concuerda en que Dios no
espera que los gobiernos actuales implementen todas las penas criminales que
la Ley estipulaba para la sociedad israelita. El sentido común nos ayuda
mucho a discernir cuándo una regulación en particular se aplicaba solamente
al pacto de Israel, aunque hay que reconocer que persisten ciertas
dificultades. Yo he escrito con respecto a la Ley en otras obras11 y al final de
este capítulo retomaremos el tema de su relevancia en nuestras vidas.
Elementos Específicos Locales y Personales
Ambos testamentos contienen otros tipos de elementos específicos que no
pertenecen al significado transhistórico. Éstos por lo general son obvios, pero
los menciono para aportar claridad y compleción. Analicemos algunos
asuntos específicos personales en las epístolas de Pablo. Dios no me está
diciendo que le dé la bienvenida a Febe (Ro. 16:2), ni que le lleve a Pablo su
capote, libros y pergaminos (2 Ti. 4:13). También hallamos asuntos
específicos locales. Mi iglesia no puede expulsar al hombre inmoral de la
iglesia de Corinto (1 Co. 5:1-13), ni sentirse valorada por haber enviado un
presente a Pablo (Fil. 4:10-19).
Elementos Específicos Culturales
Por último, podemos distinguir algunos aspectos culturales específicos
propios del significado histórico que no son propios del significado
transhistórico. Algunos eruditos conservadores han propuesto varios criterios
razonables que nos ayudan a comprender más sobre los asuntos orientados
hacia la cultura en las Escrituras.12 Resaltaré los dos criterios que parecen ser
los más importantes.
En primer lugar, analicemos el motivo que un texto sugiere o afirma por
el cual cumplir con un deber en particular. Un motivo orientado hacia la
teología debería, más que ningún otro, darnos qué pensar. Por ejemplo, ¿está
un deber estrechamente vinculado con la naturaleza de la humanidad o con el
mundo como Dios lo creó? El texto de 1 Timoteo 2:12-14 fundamenta la
autoridad masculina en la iglesia local, no en factores culturales sino en el
orden de la creación. Esto indica que la enseñanza de Pablo aquí es normativa
para todas las épocas, y no era solamente un convencionalismo del siglo
primero.13
En segundo lugar, compare las enseñanzas en cuestión con el resto de la
Biblia. ¿Se limita ésta a un contexto estrecho o se enseña a lo largo de las
Escrituras y se dirige a múltiples grupos de personas? La Biblia argumenta en
contra de la conducta homosexual basándose en verdades teológicas, y esta
perspectiva aparece en ambos testamentos (p.ej., Lv. 18:22; 20:13; Ro.1:26-
27). Así que no debemos considerar la prohibición bíblica de este
comportamiento como el resultado de una cultura, marco temporal (o pacto)
específico.14
Mientras más trato de comprender estos criterios, más me percato del
peligro de exagerar la relatividad cultural en las Escrituras. Dicha relatividad
se relaciona más que nada con un grupo de acciones físicas que simbolizan
verdades más profundas, y que los cristianos de forma intuitiva ajustan de
cultura a cultura (p. ej., el ósculo santo, Ro. 16:16).15 Debemos ejercer sumo
cuidado en esta área para no desechar una exigencia divina como si se tratase
de una costumbre humana.
Al concluir este debate sobre los elementos bíblicos que distinguimos de
los mensajes transhistóricos de las Escrituras, ofrecemos en este sentido
algunos comentarios de R. C. Sproul que llaman a la cautela.
En asuntos donde exista incertidumbre, usemos el principio de la
humildad. ¿Qué sucede si, tras analizar cuidadosamente un mandato
bíblico, seguimos dudosos sobre el carácter de este mandato, sin saber
si se trata de un principio o de una costumbre? Si tenemos que tomar la
decisión de considerarlo de una forma u otra, pero no tenemos medios
conclusivos para tomar la decisión, ¿qué podemos hacer? Aquí el
principio bíblico de la humildad puede ser útil. El asunto es sencillo.
¿Sería mejor considerar una posible costumbre como principio y
sentirnos culpables de ser demasiado escrupulosos en nuestro
propósito de obedecer a Dios? ¿O sería mejor considerar un posible
principio como costumbre y ser culpables de ser inescrupulosos por
degradar una exigencia trascendente de Dios hasta el nivel de un
simple convencionalismo humano? Espero que la respuesta sea
obvia.16
Riqueza Añadida
El significado transhistórico puede ser más rico que el significado
histórico. Alcanzamos a ver esta riqueza a través del canon completo de las
Escrituras. Tal vez el autor humano no haya tenido acceso a todos los libros
bíblicos escritos antes de su tiempo. Y ciertamente no tenía acceso a los
escritos después de su época. Pero como en última instancia Dios es el Autor
de todos los libros bíblicos, éstos concuerdan entre sí. Y como Dios escribió
todos los libros para formar una sola historia, ellos también se interpretan
entre sí.
Los últimos libros de las Escrituras saltan a primera plana aquí. Al leer
una novela, ¿no hallamos que el final de la historia aclara todo lo sucedido en
los capítulos previos? Lo mismo ocurre con la Biblia. El Nuevo Testamento
en particular nos brinda una comprensión más completa del Antiguo
Testamento de la que tuvieron los mismos creyentes de esos tiempos. Por
ejemplo, como expliqué en el capítulo 6, las enseñanzas de Jesús aclaran los
ideales hacia los que apuntaba la Ley Mosaica (Mt. 5:17-18). De la misma
manera, el Nuevo Testamento les brinda a las narrativas del Antiguo
Testamento una mejor comprensión acerca del “fin de los tiempos” (p. ej. 1
Co. 10:1-13; ver el capítulo 7 de este libro).
Como el Nuevo Testamento registra tantos cumplimientos, nos ayuda
también a saber lo que Dios estaba comunicando a través de las profecías
predictivas del Antiguo Testamento. A veces los profetas mismos no
comprendían completamente lo que estaban revelando. Cuando Daniel le
pidió a Dios que le explicara la profecía que él había registrado, Dios no
atendió a su pedido (Dn.12:4-13). Y en 1 Pedro 1:10-11 se dice que algunos
profetas trataron de descubrir los detalles de sus predicciones sobre el
Mesías, sobre todo “qué persona y qué tiempo” (RVR60, RVA, LBLA, BSO,
NBLH) o “el tiempo y las circunstancias” (NVI, NTV, DHH).17 Pero Dios
los detuvo, y les reveló que estaban ministrando para los futuros creyentes del
Nuevo Pacto (v. 12). ¡En tales casos, Dios estaba dirigiendo su Palabra más a
los lectores futuros que a los destinatarios originales!
A pesar de las objeciones de algunos, me siento a gusto utilizando el
término significado para describir lo que los profetas no comprendieron. Más
específicamente, a veces el significado transhistórico sobrepasaba el
significado histórico que el autor humano deseaba transmitir.18 Sin embargo,
deseo enfatizar que el significado transhistórico no contradice o cambia el
significado histórico. Estamos hablando sobre la riqueza o plenitud de lo que
el Señor estaba revelando a través de los autores del Antiguo Testamento.
Profecías Mesiánicas
Desde el punto de vista de Dios, Génesis 3:15, el Salmo 22 e Isaías 53
todos apuntan a la muerte de Jesús de Nazaret en una cruz romana, y su
sufrimiento ante la ira infinita que merecen nuestros pecados, aun cuando los
autores humanos de esos pasajes no hubiesen podido explicar el asunto en
esos términos. Este es el tipo de fenómeno que tengo en mente cuando digo
que el Autor divino pudo haber deseado transmitir más de lo que los autores
humanos pretendían. En el caso de los tres pasajes que acabo de citar, los
textos del Nuevo Testamento establecen o sugieren un significado
transhistórico.
• Gen 3:15: Ro. 16:20; Ap. 12:9; cf. He. 2:14.
• Sal. 22: Mt. 27:35/Mr. 15:24/Lc. 23:34/Jn. 19:24; Mt. 27:39/Mr.
15:29; Mt. 27:43; Mt.27:46/Mr. 15:34; Lc. 24:39-40/Jn. 20:20, 25; cf.
Jn. 20:28.
• Is. 53: Mt. 8:17; Lc. 22:37; Jn. 12:38/Ro. 10:16; Hch. 8:32-35; 1 P.
2:22.
Esto no quiere decir, sin embargo, que en todas las ocasiones debamos
tener una confirmación explícita del Nuevo Testamento. Algunos temas más
generales del canon completo pueden también sugerir una mayor dimensión
de textos anteriores.
¿Estoy haciendo un llamado a buscar significados ocultos detrás de cada
resquicio del Antiguo Testamento? No, y todo cuanto he explicado sobre la
interpretación gramatical es exactamente lo que nos impide hacerlo. Se puede
esperar que exista una conexión demostrable entre el significado histórico y
el transhistórico.
Analicemos los tres ejemplos que acabo de mencionar. La conexión entre
los significados transhistóricos e históricos difiere en cada caso, pero sí existe
una conexión. En la primera mitad de Génesis 3:15, la “simiente” de la mujer
y la “simiente” de la serpiente son sustantivos colectivos que abarcan a todos
los creyentes e incrédulos respectivamente. La forma en la que la segunda
parte del versículo está redactada sugiere que habrá una batalla culminante
entre el Representante supremo de la simiente de la mujer y el diablo en
persona. El Nuevo Testamento muestra que Jesús es esa Simiente que
finalmente derrotará a Satanás.19
¿Qué ocurre entonces con el Salmo 22 e Isaías 53? En consonancia con la
naturaleza del libro de los Salmos, el Salmo 22 se presenta como un patrón
para el pueblo de Dios que está experimentando una intensa persecución.
Jesús se presenta como el ejemplo por excelencia del justo sufrido quien
experimenta una liberación divina a través de la resurrección.20 Isaías 53
habla más explícitamente de la expiación sustitutiva llevada a cabo por el
Siervo del Señor. El Nuevo Testamento identifica a este Siervo como Jesús, y
nos dice que su muerte fue a través de la crucifixión.21
Dichas conexiones contextuales no están presentes en otros pasajes donde
algunos ven significados “más profundos”. Tenemos que ser muy cuidadosos
a la hora de identificar los símbolos. Por ejemplo, 1 Samuel 17 en ningún
lugar da a entender que las cinco piedras lisas de David simbolizan cinco
rasgos del carácter o cinco disciplinas espirituales que son necesarias para
derrotar a los “gigantes” de nuestras vidas. También debemos tener mucho
cuidado a la hora de identificar los tipos y símbolos que anticipan elementos
futuros del plan de redención de Dios. Como debatimos anteriormente, en el
pasaje de Ester 1 no se da a entender de ninguna manera que la reina Vasti
sea un símbolo de la iglesia.22
Como mismo vimos la interacción entre los elementos del significado
histórico, debemos ser capaces de ver también una interacción entre el
significado histórico y el transhistórico. Como explica Packer, el significado
transhistórico “sigue siendo una extrapolación en el plano histórico-
gramatical, y no una nueva proyección hacia el plano de la alegoría”.23 Para
cambiar un poco la analogía, podemos decir que el significado transhistórico
está en la misma carretera del significado histórico, pero más alejado. No
salta hacia otra carretera. “Y aunque Dios tenga más que decirnos con
respecto a cada texto de lo que tenía en mente su autor humano, el significado
de Dios nunca es inferior a esto”.24
Valorando el Contexto Canónico
Teniendo en mente estas vitales aclaraciones, añadiré otro círculo
contextual a los que ya hemos analizado: el canon completo de las
Escrituras. Al analizar este círculo, podemos apreciar cómo un pasaje
específico contribuye al relato más abarcador de Dios. Podemos ver cómo las
verdades del pasaje alcanzan su clímax hacia el final de la historia. Y
podemos discernir cómo el final de la historia esclarece el propósito de Dios
a través de este pasaje.
Lo que necesitamos es un conocimiento básico de la trama bíblica y de su
culminación en la persona y obra de Jesucristo. De la forma más sencilla, me
estoy refiriendo al “macro evangelio” que resumí en el capítulo 1: la
Creación, la Caída y la Redención. Pero como también dije en el capítulo 1,
la redención es la obra de Dios para restaurar su reino en la tierra. Además,
este reino progresa por medio de los pactos que Dios hace en momentos
claves de la historia. Si somos capaces de ubicar estos temas, podremos
aportar un esquema más detallado de la Biblia.
Nuestra comprensión del esquema de las Escrituras aumentará al leer y
releer toda la Biblia con el paso del tiempo. Podemos también aprender
mucho de otras personas que han hecho lo mismo. Son muchos los estudios
que analizan la trama unificadora de las Escrituras. El enfoque de Vaughan
Roberts me ha resultado útil. Siguiendo los pasos de Graeme Goldsworthy,
Roberts define el reino teniendo en cuenta tres aspectos: el pueblo de Dios,
en el lugar de Dios, y bajo el gobierno y bendición de Dios.25 Cada uno de
estos aspectos se desarrolla en ocho fases a través de las Escrituras. En el
Apéndice I brindo mi propia adaptación del resumen de Roberts. Las
herramientas de este tipo nos ayudan a comprender el significado
transhistórico de un pasaje, pues resumen la historia completa a la cual el
pasaje está conectado.
Solo un Chico llamado David
En un comentario anterior deseché el enfoque de 1 Samuel 17. Y ahora
deseo sugerir un enfoque mejor, uno que reúna el significado histórico y el
transhistórico que es evidente en todo el canon. Los libros de Samuel
registran los comienzos de la monarquía en Israel. La nación necesita
estabilidad, pero la busca en un rey humano en lugar de buscarla en Jehová.
Dios le otorga a su pueblo el gobernante que éste solicita (1 S. 8–10) pero
obra de varias maneras para demostrar que él, Jehová, es el Rey supremo de
Israel. Su obra se centra en humillar a los soberbios y exaltar a los humildes,
sobre todo a los reyes soberbios y humildes (1 S. 2:1-10; 2 S. 22:26-31).26
Para mediados del libro de 1 Samuel, el corazón de Saúl se había vuelto
totalmente soberbio, y el Señor hace que Samuel unja a un humilde pastor
para que lo sustituya (cap. 16).
La transición hacia este nuevo rey comienza con la victoria de David
contra Goliat en 1 Samuel 17. David muestra un verdadero liderazgo
espiritual aquí. Él ardía de celo por la gloria de Dios (vs. 25-26). Él
permanecía confiado en la soberanía de Dios (vs. 45-47). La lealtad de Israel
comienza a inclinarse hacia David en el capítulo 18. A medida que la
narrativa avanza, él muestra una fe e integridad asombrosas en su espera de
que Jehová elimine a Saúl del trono, en lugar de resolver el asunto por sí
mismo. 1 Samuel termina con la humillante muerte de Saúl, y el escenario
queda listo para que David ascienda al trono.
Pero eso no es todo. Mucho antes, en Génesis 49:10, Dios había
prometido que su Rey definitivo saldría de la tribu de Judá. A esa misma
tribu pertenecía David. Cuando avanzamos en la lectura de Samuel vemos
cómo Dios hace un pacto con David, prometiéndole a su dinastía un gobierno
permanente (2 S. 7). También terminamos sintiéndonos profundamente
decepcionados con David cuando éste abusa de su poder y comete adulterio y
asesinato (cap. 11). Incluso el rey modelo había fallado. ¿Cuándo habría un
gobernante completamente confiable que el pueblo pudiera seguir?
Cuando al final abrimos nuestro Nuevo Testamento hallamos a Jesús,
quien es presentado como “el hijo de David” (Mt. 1:1). Dios ha sido fiel a su
pacto. El máximo Rey, el Ungido supremo, ¡había llegado! Él enseña cómo
es la vida en su reino (Mt. 5-7). Él es el modelo perfecto de ese tipo de vida,
y es ejemplo también de humildad y de un compromiso de usar su autoridad
para el bien de su pueblo (11:28-30). Y no pasa mucho tiempo antes de que él
entregue su vida como rescate por los pecadores (20:25-28).
Pero cuando Jesús resucita de entre los muertos, recibe autoridad sobre
todas las naciones y lanza un movimiento mundial para traer cada vez a más
personas bajo su misericordioso reinado (28:18-20). En nuestra actualidad, su
esfera especial de mandato es la iglesia (Col. 1:18). Pero un día el mundo
entero se inclinará ante él como su Señor (Fil. 2:10-11; Ap. 17:14; 19:16). Al
predecir el triunfo de Jesucristo sobre todos sus enemigos, el Apocalipsis
refleja la consumación de las verdades de la historia de David y Goliat.
¿Es la soberanía de Jehová el tema central de 1 Samuel 17? ¿Muestra las
cualidades de un liderazgo santo? ¿Fue este texto diseñado para exhortarnos a
confiar en Dios y a comprometernos con su gloria? ¿O era su objetivo el
mostrar una sombra del Cristo que habría de venir? ¡Teniendo en cuenta
todas las capas contextuales involucradas, creo que la respuesta es sí!27
Equivalencia Esencial
A pesar de las diferencias, el significado transhistórico equivale a la
esencia del significado histórico. He abordado esto cuando dije que siempre
habrá una conexión demostrable entre el significado histórico y el
transhistórico de un texto. Ese es realmente el argumento principal que deseo
plantear sobre el significado transhistórico, y es crucial en nuestra búsqueda
de la aplicación.
Tipos de Equivalencia
Existen dos tipos generales de equivalencia entre los significados
históricos y transhistóricos. En primer lugar, la equivalencia puede ser tan
cercana que ambos pueden ser idénticos o prácticamente idénticos. Resulta
innecesario presentar argumentos a favor de esto. Es gracias a los mensajes
transhistóricos obvios que a menudo podemos aplicar las Escrituras sin
dificultad. Sin embargo, brindaré algunos ejemplos para demostrar que la
Biblia no está tan enfocada en los tiempos antiguos como podríamos pensar.
Algunos textos bíblicos, aunque están dirigidos a personas específicas en
contextos antiguos, están redactados de manera tan amplia que son relevantes
para todos los lectores, sean originales o posteriores. Esto ocurre incluso en el
Antiguo Testamento. “Estableceré mi pacto con vosotros, y no exterminaré
ya más toda carne con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la
tierra” (Gn. 9:11, énfasis añadido). “Oíd esto, pueblos todos; Escuchad,
habitantes todos del mundo, así los plebeyos como los nobles, el rico y el
pobre juntamente... Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al
hermano, ni dar a Dios su rescate” (Sal. 49:1-2, 7, énfasis añadido). De la
misma manera, aunque gran parte del libro de Proverbios está dirigido a un
hijo específico, sus enseñanzas de sabiduría se presentan como verdaderas
para los seres humanos en general. Lo mismo ocurre con Eclesiastés.
Avanzando hacia el Nuevo Testamento, encontramos afirmaciones como
la siguiente: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y
tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá;
y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Mr.
8:34-35, énfasis añadido). Percatémonos de la amplitud del texto de 2 Pedro
2:9: “Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos
para ser castigados en el día del juicio” (énfasis añadido). Pasajes como éstos
ciertamente abundan en el Nuevo Testamento.28
Muchos otros planteamientos de las Escrituras no están tan explícitamente
indicados, sin embargo, sigue estando claro que sus significados históricos y
transhistóricos son equivalentes. En esta categoría debemos incluir cualquier
enseñanza bíblica con respecto al carácter de Dios. Como él nunca cambia
(Mal.3:6; He. 13:8; Stg.1:17), todo lo que es cierto sobre él es cierto desde el
punto de vista transhistórico. ¿Debemos limitar solamente a la iglesia de
Filipos la frase “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo:
¡Regocijaos!”, la cual está relacionada con la vida cristiana en general? De la
misma manera, no existen razones convincentes para restringir las siguientes
frases a los cristianos judíos a los cuales iba dirigido el libro de Hebreos: “No
perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es
necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios,
obtengáis la promesa” (10:35-36). De las epístolas podría hacer numerosas
citas. Aunque estas cartas habían sido escritas debido a necesidades surgidas
en el siglo primero, su mensaje transhistórico por lo general yace en la
superficie. “Siempre que compartamos detalles comparables (como
situaciones cotidianas específicas que sean similares) con los oyentes del
primer siglo, la palabra de Dios para nosotros será la misma que fue para
ellos”.29
El significado transhistórico directo de muchos pasajes nos exhorta a
buscar el mensaje transhistórico en los textos que están más influenciados por
la historia y son significativamente diferentes de nuestra situación. En esos
casos podemos esperar un segundo tipo de equivalencia entre los significados
históricos y transhistóricos: una equivalencia a nivel de paradigmas. El resto
de este capítulo se concentrará en ese nivel.
Analogías de los Paradigmas Bíblicos
Valoraremos mejor el concepto de paradigma al ver que algo parecido
opera en la vida cotidiana. Cuando los niños son pequeños los padres les
enseñan modales básicos para la hora de comer. Supongamos que un padre ve
que su hijo de cuatro años le está lanzando zanahorias a su hermana. El padre
dice, “Juancito, no le tires tus zanahorias a Sandra”. De mala gana Juancito
termina el juego, pero la siguiente noche a la hora de comer comienza a
lanzarle guisantes. El padre, frustrado, reacciona, “Hijo, ¿no te dije anoche
que no hicieras eso?” y Juancito le responde, “No, papá, ¡tú dijiste que no
lanzara mis zanahorias!”
O Juancito está fingiendo, o realmente no comprendió el paradigma. La
frase de su padre sobre las zanahorias tiene que ver con la corrección y la
amabilidad durante las comidas, e implícitamente prohíbe el arrojar cualquier
tipo de comida. El contexto de la vida familiar diaria debería enseñar al niño
a tomar la prohibición del padre como un paradigma. A medida que el niño
va madurando, más continuará haciéndolo. Podríamos entrar en tecnicismos y
preguntar si la primera noche el padre estaba pensando conscientemente en
objetivos generales y aplicaciones adicionales. ¡Pero la segunda noche éstas
estarían muy presentes en su mente y se aseguraría de inculcarlas en la mente
de Juancito también!
Este tema de la intencionalidad aflora en otra analogía de los paradigmas
bíblicos: los códigos legales. Abraham Kuruvilla nos brinda un ejemplo. Un
estatuto londinense de 1839 prohibía que las personas repararan carros o
carruajes en la vía pública (salvo en casos necesarios de accidentes). Esto fue
antes de la llegada de los vehículos de motor. Sin embargo, dice Kuruvilla,
“Es obvio que, considerando el género del texto (literatura legal), lo que se
deseaba transmitir con la palabra ‘carruaje’ iba más allá de una ‘calesa tirada
por caballos’. En un sentido orientado hacia el futuro, lo que la ley quería
decir con ‘carruaje’ era un ‘vehículo que empleara la carretera’ (= intención
transhistórica)”.30 Por lo tanto, lo que la ley del siglo diecinueve prohibía era
reparar carros o camiones en una carretera.
Las frases que Kuruvilla emplea, quería decir, e intención transhistórica
son debatibles. Pudiese ser imposible comprobar que los legisladores estaban
pensando conscientemente en la amplia categoría de ‘vehículos que emplean
la carretera’. Sin embargo, muy pocos discutirían con un oficial de policía o
un juez que considerara que el estatuto de 1839 abarca a los carros y
camiones. Es de suponer que esta aplicación, basada en el sentido común, no
exigiría certeza en cuanto a la intención del autor.
Nos encontramos con esta misma dinámica al comparar la Biblia con la
Constitución de los Estados Unidos.31 Alexander Hamilton (1755-1804),
famoso firmante de la constitución norteamericana y uno de sus primeros
comentaristas, escribió:
Tenemos que tener en cuenta que no debemos confinar nuestra
opinión al período presente, sino poner la mira en la futuridad remota.
Las constituciones de los gobiernos civiles no deben elaborarse sobre
la base de cálculos de exigencias existentes, sino sobre una
combinación de éstas con las posibles exigencias de las épocas, en
correspondencia con el curso natural y comprobado de los asuntos
humanos.32
En otras palabras, la Constitución norteamericana, aunque está situada
históricamente, se dirigiría a las diversas situaciones variables de las
generaciones que vivirían mucho después del siglo dieciocho.
Aun así, los artífices de la Constitución de los Estados Unidos no podían
prever cuáles serían todas esas situaciones. Quedaría como tarea para las
futuras generaciones el determinar cómo este documento histórico se
relacionaba con sus circunstancias. Muchos hoy en día se refieren a la
Constitución norteamericana diciendo que es un documento “vivo”,
sosteniendo que su significado cambia según las opiniones de la ciudadanía.
Los intérpretes más conservadores adoptan un enfoque “originalista” con
todos los documentos legales en general, centrándose en el significado
original del texto.33 Muchos dentro de ese grupo son específicamente
“textualistas”. Se adhieren de cerca a la redacción de esta Constitución y
evitan teorizar sobre la intención de los artífices más allá de lo que el texto
indica.
Los textualistas sí permiten que se extraigan conclusiones y se hagan
aplicaciones de acuerdo con el sentido común. Percatémonos del delicado
equilibrio que Antonin Scalia y Bryan Garner mantienen en los siguientes
comentarios:
El canon del caso omitido —el principio que plantea que lo que el
texto no brinda queda en omisión— a veces se debe reconciliar con el
principio de que un texto sí incluye no solo lo que expresa sino
también lo que está implícito. Por ejemplo, cuando un texto autoriza
determinada acción, implícitamente autoriza todo predicado necesario
de esa acción. La autorización de cosechar trigo implica genuinamente
la autorización de entrar en el campo con ese objetivo...forma parte de
la habilidad y de la honestidad del buen juez, el distinguir entre llenar
los vacíos en el texto y determinar lo que el texto implica.34
En otro fragmento Scalia escribe:
En la interpretación textual, el contexto es todo, y el contexto de la
Constitución norteamericana nos dice que no debemos esperar hallar
detalles quisquillosos, y que debemos darles a las frases y palabras una
interpretación expansiva y no estrecha, aunque nunca debe ser una
interpretación que el idioma no respalde.
Tomemos, por ejemplo, la disposición de la Primera Enmienda de
la Constitución de los Estados Unidos que prohíbe la limitación de “la
libertad de expresión y de la prensa”. Esa frase no enumera todo el
ámbito de la expresión comunicativa. Por ejemplo, las cartas escritas
no constituyen ni expresión oral ni prensa. Sin embargo, ciertamente
no existe duda de que no pueden ser censuradas. En este contexto
constitucional el discurso y la prensa, las dos formas de comunicación
más frecuentes, representan una suerte de sinécdoque para el todo. No
se trata de una interpretación estricta, sino de una razonable....
A veces (aunque no muy a menudo) existirá desacuerdo en lo
tocante al significado original; y a veces existirá desacuerdo acerca de
cómo aplicar ese significado original a unas circunstancias nuevas e
imprevistas. Por ejemplo, ¿cómo garantiza la Primera Enmienda de la
Constitución de los Estados Unidos la aplicación de la “libertad de
expresión” a las nuevas tecnologías que no existían cuando esa
garantía fue creada? Hablamos de bandas sonoras, o de las
transmisiones televisivas por aire autorizadas por el gobierno. En
dichas esferas nuevas el Tribunal debe seguir la trayectoria de la
Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, por así
decirlo, para determinar lo que se requiere, —y sin dudas, esta
actividad no puede ser algo preconcebido, sino que exige la puesta en
práctica del discernimiento.35
Así que, los textualistas van más allá del texto si solo identifican los
asuntos análogos a los temas abordados por la Constitución norteamericana y
los necesarios para ésta.
¿Cómo se compara un enfoque paradigmático de las Escrituras con el
textualismo? Al igual que el textualismo, y como se ha evidenciado en este
capítulo, el enfoque paradigmático se concentra intensamente en el texto y
toma el significado original como la base de todas las aplicaciones. Por otra
parte, y como veremos a continuación, el enfoque paradigmático puede ser
más expansivo que el textualismo a la hora de luchar por determinar el
propósito de un pasaje bíblico. ¿Por qué? La respuesta se halla en algunos
puntos básicos a los cuales nuestro estudio retorna constantemente:
• Dios es el Autor supremo de las Escrituras, y él dio su palabra con el
propósito de revelar su voluntad para la humanidad en general. Por
tanto, la Biblia está repleta de enseñanzas eternas que se aplican a una
amplia variedad de circunstancias más allá de las circunstancias a las
cuales fue dirigida.
• En lo relacionado con el Antiguo Testamento específicamente, los
códigos legales del antiguo Cercano Oriente eran más
intencionalmente paradigmáticos que los códigos occidentales en
general.36
• La Biblia es mucho más rica y detallada que documentos legales como
la Constitución norteamericana. Aquella contiene orientaciones
considerables en cuanto a su propia aplicación. Sobre todo, el uso que
las Escrituras hacen de Escrituras anteriores brinda un inspirado
modelo para nuestro uso paradigmático de la Biblia.
Pensando Paradigmáticamente
En la segunda y tercera partes se presentaron ejemplos de paradigmas
bíblicos, y aquí deseo añadir varios más. El enfoque paradigmático nos ayuda
de forma natural, sobre todo con el material legal de la Biblia. Christopher
Wright propone varias preguntas para identificar paradigmas en las leyes del
Antiguo Testamento. Éstas son muy útiles a la hora de lidiar con leyes que no
plantean una verdad universal, sino que parecen atadas de forma excepcional
al pacto de Israel con Jehová, o a la antigua cultura de Israel, o ambos.
• ¿Qué tipo de situación trataba de promover o de prevenir esta ley?
• ¿Cuáles eran los intereses que esta ley buscaba proteger?
• ¿Quién se beneficiaba de esta ley y por qué?
• ¿A quién pertenecía el poder que esta ley trataba de restringir, y cómo
lo hacía?
• ¿Qué derechos y responsabilidades quedaban plasmados en esta ley?
• ¿Qué tipo de conducta alentaba o desincentivaba esta ley?
• ¿Qué visión de la sociedad motivaba esta ley?
• ¿Qué principios morales, valores, o prioridades plasmaba o
ejemplificaba esta ley?
• ¿A cuáles motivaciones apelaba esta ley?
• ¿Qué sanciones o castigos (de existir alguno) iban acoplados a esta
ley, y qué mostraba esto sobre su relativa seriedad o prioridad moral?
37

Estas preguntas nos ayudan en nuestro estudio de Levítico 19. Las


prohibiciones siguientes aparecen en la lista: “No haréis tonsura en vuestras
cabezas, ni dañaréis la punta de vuestra barba. Y no haréis rasguños en
vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna. Yo
Jehová” (vs. 27-28; cf. con Dt. 14:1-2). ¿Cuál era el propósito de estas leyes?
Ellas prohibían las prácticas del paganismo cananeo, sobre todo las prácticas
del luto (cf. 1 R. 18:28). Su objetivo era evitar la desfiguración del cuerpo
que estaba asociada a la adoración de ídolos. La apariencia corporal del
pueblo de Dios no debía comprometer su visible dedicación a Jehová como el
único Dios. Ese es el paradigma que estas prohibiciones enseñaban.38
Levítico 19 confirma más adelante que hacemos bien en leer este capítulo
de manera paradigmática. El versículo 36a dice: “Tendréis balanzas justas,
pesas justas, un efa justo y un hin justo (LBLA). ¿Cómo saber si este
mandato no se limita a las medidas específicas mencionadas? Si las palabras
balanzas y pesas no son lo suficientemente generales, tenemos también la
idea más general planteada en la afirmación inmediata anterior que introduce
este tema: “No haréis injusticia en los juicios, ni en las medidas de peso ni de
capacidad” (v. 35, LBLA).
Percatémonos también de que el versículo 36b da seguimiento al mandato
con esta motivación: “Yo soy el SEÑOR vuestro Dios que os saqué de la
tierra de Egipto” (LBLA). Los israelitas disfrutaban de una relación de pacto
con un Dios que con misericordia satisfacía sus necesidades. Este hecho
debía impulsarlos a actuar con benevolencia hacia los demás y a no
aprovecharse de ellos en ninguna transacción comercial. Como siempre
ocurre en las Escrituras, el paradigma de Levítico 19:35-36 refleja el carácter
de Dios. Esta es una razón fundamental que nos ayuda a concluir que los
paradigmas de la Ley del Antiguo Testamento continúan instruyéndonos en
tiempos neotestamentarios.39
El Nuevo Testamento también enseña a través de paradigmas. En el
capítulo 4 mencionamos varios ejemplos, pero permítame brindar algunos
más. Jesús desafió a los fariseos con respecto a la falsa seguridad que sentían
como descendientes de Abraham (Jn. 8:31-59). Ciertamente esto enseña la
verdad más amplia de que una conexión física con cualquier predecesor santo
no nos garantiza una relación con Dios. Retomando el pasaje de 1 Corintios
5, la orientación de Pablo acerca del hombre inmoral en Corinto refleja un
patrón de expulsión de una congregación a los creyentes profesos que
persistan en pecar. Esto es compatible con las enseñanzas de Jesús en Mateo
18:17. A menudo los paradigmas de un pasaje se plantean explícitamente en
otro pasaje, y esta confirmación es tranquilizadora. La oposición de Juan a
Diótrefes nos advierte sobre los peligros de la soberbia y la división en la
iglesia local (3 Jn. 9-11). Y si el tema del ósculo santo termina siendo
solamente un asunto cultural, su propósito no lo es: demostrar el afecto
cristiano en formas tangibles y puras (Ro. 16:16).
Estos ejemplos nos muestran lo que debemos hacer, sobre todo en los
pasajes que no parecen ser directamente aplicables a nuestras vidas. Al
analizar el contexto histórico, el literario, los pasajes paralelos y el sentido
común, podemos determinar de la mejor forma posible el propósito que un
texto debe cumplir, y para el cual fue diseñado.

Conclusión
En este capítulo hemos presentado un número de términos y distinciones
técnicos. El material ha sido desafiante pero absolutamente necesario. Para
mantener la aplicación lo más objetiva posible, debemos fundamentarla en el
significado real de las Escrituras. Aunque este esfuerzo pueda descartar
algunas aplicaciones, de alguna manera no silencia a la Biblia. En lugar de
ello, nos ayuda a descubrir aplicaciones que son primordiales.
1 Para empezar, recomendaría el libro de Duvall y Hays, Grasping God’s Word, y de Fee y Stuart, La
Lectura Eficaz de la Biblia. Para acceder a un análisis más exhaustivo, entre los materiales
normativos están los enumerados en la nota número 5 del capítulo 11. Mi resumen del método
histórico-gramatical se debe ante todo al libro de Fee y Stuart, La Lectura Eficaz de la Biblia; de
Klein, Blomberg y Hubbard, Introduction to Biblical Interpretation; de Virkler, Hermenéutica.
2 Adaptado de Klein, Blomberg y Hubbard, Introduction to Biblical Interpretation, 312.
3 Para acceder a recomendaciones sobre herramientas para el estudio bíblico, ver de John Evans, A
Guide to Biblical Commentaries and Reference Works (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2016).
4 Adaptado de Klein, Blomberg y Hubbard, Introduction to Biblical Interpretation, 294.
5 Para profundizar, ver de Duvall y Hays, Grasping God’s Word, 237-241.
6 Adaptado de Klein, Blomberg, y Hubbard, Introduction to Biblical Interpretation, 325.
7 Ver de Jason S. DeRouchie, “The Profit of Enjoying the Biblical Languages”, Themolios 37 (2012).
8 Ver de Moisés Silva, God, Language, and Scripture (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1990).
9 Por ejemplo, la palabra en español, pedigrí, proviene de un vocablo francés que significa “pie de
grulla”. La conexión entre ambas expresiones es evidentemente un símbolo usado comúnmente para
indicar sucesión en los cuadros genealógicos: tres líneas verticales que se asemejan a las garras de
una grulla. Ver el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Aunque esta etimología
constituye una interesante trivialidad, hoy en día nada tiene que ver con los hablantes del español
cuando usan la palabra pedigrí, y por tanto esta etimología es irrelevante para la interpretación de una
frase que incluya esta palabra.
10 Para acceder a instrucciones básicas sobre el análisis gramatical y lógico en el Nuevo Testamento,
ver de Klein, Blomberg y Hubbard, Introduction to Biblical Interpretation, 344-360. Para más
detalles, ver de Douglas S. Huffman, The Handy Guide to New Testament Greek (Grand Rapids, MI:
Kregel, 2012), 83-106.
11 Ver de Casillas, The Law and the Christian. Compare con Wayne Strickland, ed., Five Views on
Law and Gospel (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1999).
12 Ver, por ejemplo, de Köstenberger y Patterson, Invitation to Biblical Interpretation, 790-792; de
Virkler, Hermenéutica, 204-209.
13 Ver de Wayne Grudem, Evangelical Feminism and Biblical Truth (Colorado Springs, CO:
Multnomah, 2004), 279-328.
14 Sobre la homosexualidad ver de Kevin DeYoung, ¿Qué Enseña la Biblia Realmente Acerca de la
Homosexualidad? (Medellín, Colombia: Publicaciones Poiema, 2016); de Robert A. J. Gagnon, The
Bible and Homosexual Practice (Nashville, TN: Abingdon, 2001).
15 Grudem, Evangelical Feminism and Biblical Truth, 397-402.
16 R. C. Sproul, Knowing Scripture (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2009), 126 (énfasis en el
original). Sproul continúa brindando más requisitos para evitar que el principio de la humildad se
convierta en motivo para atar las consciencias ajenas en temas relacionados con la libertad genuina.
Él llama a esto “una directriz de último recurso”.
17 Grudem argumenta a favor de la primera traducción (1 Peter, 74-75). Thomas R. Schreiner prefiere
la segunda traducción (1, 2 Peter, Jude (Nashville, TN: Broadman & Holman, 2003), 73-74).
18 Para acceder a un análisis de la literatura que aborda este tópico, y para acceder a una defensa más
amplia de la postura básica que asumo, ver de Jared M. Compton, “Shared Intentions?”, Themelios
33 (2008). Al igual que Compton y otros autores, no estoy convencido de que la diferencia entre
“sentido” y “referencia” explique de forma suficiente todas las diferencias entre el significado
transhistórico y el histórico. Comparar con W. Edward Glenny, “Divine Meaning”, JETS 38 (1995).
19 Ver de Geerhardus Vos, Biblical Theology (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1991), 42-44; de Bruce
K. Waltke con Cathi J. Fredricks, Genesis (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2001), 93-94, 103-104.
20 Ver de Richard D. Patterson, “Psalm 22”, JETS 47 (2204); de Ross, Commentary on the Psalms:
Volume I, 521-551.
21 Ver de Motyer, The Prophecy of Isaiah, 422-443; de Oswalt, The Book of Isaiah, Chapters 40-66,
373-410.
22 Para leer sobre tipología, ver de Michael P. V. Barrett, Beginning at Moses (Greenville, SC:
Ambassador-Emerald International, 1999), 243-293; de J. Barton Payne, The Theology of the Older
Testament (Grands Rapids, MI: Zondervan, 1962), 355-360. Compare con W. Edward Glenny,
“Tipology”, JETS 38 (1997).
23 J. I. Packer, “Hermeneutics and Biblical Authority”, Themelios 1 (1975), 4.
24 Ibid.
25 Ver Vaughan Roberts, God’s Big Picture (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2002), comparar con
Graeme Goldsworthy, Goldsworthy Trilogy (Milton Keynes, RU: Paternoster, 2000) y de Graeme
Goldsworthy, Estrategia Divina (Barcelona: Andamio, 2011). Entre los autores que ofrecen un
enfoque similar a la metanarrativa de la Biblia están T. Desmond Alexander, From Eden to the New
Jerusalem (Grand Rapids, MI: Kregel, 2009) y Craig G. Bartholomew y Michael W. Goheen, The
Drama of Scripture (Grand Rapids, MI: Baker, 2014). Una gran discrepancia que tengo con dichos
autores es que abordan el tema de las profecías de una forma que socava lo que Dios le prometió a
Israel como nación. La adaptación que hago de Roberts en el Apéndice busca corregir ese problema.
Comparar con el libro de Kaiser, The Promise-Plan of God (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2008) y
el de Thurman Wisdom, Royal Destiny (Greenville, SC: BJU Press, 2006). Para acceder a un estudio
del lugar de Israel en las profecías, ver los recursos enumerados en la nota 21 del capítulo 7.
26 Para profundizar sobre el tema de 1 y 2 Samuel, ver de Bill T. Arnold, The NIV Application
Commentary: 1 and 2 Samuel (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2003), 30-40; de Robert D. Bell, The
Theological Messages of the Old Testament Books (Greenville, SC: BJU Press, 2010), 131-146.
27 Para un útil estudio de 1 Samuel 17, ver de Arnold, 1 and 2 Samuel, 247-268. Comparar con Dale
Ralph Davis, 1 Samuel (Ross-shire, RU: Christian Focus, 2000), 179-191.
28 Ver, por ejemplo, Mt. 5:3-10; 11:28-30; Lc. 18:1; Jn. 3:3, 16; Gá. 1:8-9; 2 Ti. 3:12; Stg. 1:26-27; 1
Jn. 2:4-6; 3:3; 2 Jn. 9-11.
29 Fee y Stuart, La Lectura Eficaz de la Biblia, 78 (énfasis en el original).
30 Kuruvilla, Privilege the Text!, 45.
31 Ver, por ejemplo, Ibid., 142-145; de Dan McCartney y Charles Clayton, Let the Reader Understand
(Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2002), 161-162; de Jaroslav Pelikan, Interpreting the
Bible and the Constitution (New Haven, CT: Yale University Press, 2004); de Stein, A Basic Guide
to Interpreting the Bible, 8, 11-13, 32.
32 Alexander Hamilton, Federalist 34; en Lawrence Goldman, ed., The Federalist Papers (Oxford,
RU: Oxford University Press, 2008), 159; citados también en Kuruvilla, Privilege the Text!, 31.
33 Ver de Steven G. Calabresi, ed., Originalism (Washington, DC: Regnery, 2007).
34 Antonin Scalia y Bryan A. Garner, Reading Law (St. Paul, MN: Thomson/West, 2012), 96-97.
35 Antnonin Scalia, A Matter of Interpretation (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1997), 37-
38, 45; citado también en Kuruvilla, Privilege the Text!, 144.
36 Ver de Stuart, Exodus, 442-445; comparar mi debate en los capítulos 4 y 6.
37 Wright, Old Testament Ethics for the People of God, 323.
38 R. K. Harrison, Leviticus (Leicester, RU: InterVarsity, 1980), 201; Rooker, Leviticus, 262. Otros
interpretan aquí una proscripción general de la desfiguración del cuerpo como parte del
mantenimiento del orden creado por Dios. Ver de Ross, Holiness to the Lord, 364; Gordon J.
Wenham, The Book of Leviticus, NICOT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1979), 272. Esto necesitaría
algunas salvedades, sin embargo, porque la Ley ordenaba la circuncisión de los varones israelitas y
prosélitos (Éx. 12:44, 48; Lv. 12:3) y también designaba que se horadara la oreja de un siervo como
señal de su compromiso permanente con su amo (Éx. 21:6; Dt. 15:17).
39 Para leer más, ver, de Casillas, The Law and the Christian.
Capítulo 13
Evaluando las Implicaciones

Cuando transitamos del significado hacia la implicación, hay que


reconocer que nuestra terminología se vuelve confusa. Estoy empleando la
categoría de la implicación refiriéndome a cualquier idea claramente
implicada en un pasaje que esté excluida a un nivel o más de los argumentos
de ese pasaje. Citando una vez más la Confesión de Westminster, éstas son
verdades deducidas de las Escrituras “por buena y necesaria consecuencia”.1
Los términos implicación y su homólogo inferencia, tienen, sin embargo,
un alcance más amplio. Ya hemos visto que debemos inferir para poder
comprender la línea de pensamiento de un pasaje y comprender su
significado histórico. Además, las inferencias son necesarias a la hora de
establecer conexiones entre un libro de las Escrituras y el canon completo.
Son también necesarias para identificar los paradigmas. En este capítulo, sin
embargo, utilizaré los términos “implicación” e “inferencia” de forma más
específica. A través de estos términos me estoy refiriendo a ideas implicadas
que se distinguen perceptiblemente del “argumento principal” o “mensaje
básico” de un texto. Podríamos emplear los términos conclusión,
ramificación o extrapolación para lo que expongo aquí, aunque estos
términos pueden usarse también en un sentido más amplio.
Algunos podrían rechazar las diferencias que estoy estableciendo,
argumentando que la implicación debería considerarse como parte del
significado de las Escrituras. Uno de los motivos es el hecho que
encontramos en el capítulo 8: la deducción correcta de una afirmación no
añade a esa afirmación. Sencillamente trae a la luz lo que está “ahí”, pero no
ha sido expresado.2 Veamos uno de los ejemplos de implicación del capítulo
6: el argumento de Jesús basado en Éxodo 3:6 (Mt. 22:23-33). Éxodo 3:6 no
plantea la doctrina de la resurrección, aun así Jesús sostiene que la
resurrección está “en” ese versículo.
Otro argumento para subsumir la implicación por debajo del significado
es la autoría divina de las Escrituras.3 Yo no sé si Moisés infirió la
resurrección cuando escuchó a Jehová decir, “Yo soy el Dios de tu padre,
Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éx. 36a). Tampoco estoy
seguro de que Moisés pretendiese implicar la resurrección cuando mucho
después registrara estas palabras. Pero según Jesús, ése era al menos parte del
propósito de Dios. Todas las implicaciones que se extraigan correctamente de
su Palabra son el propósito de Dios.
A un nivel teórico, hallo que estos argumentos son casi persuasivos. En
ese sentido, podríamos decir que las implicaciones constituyen sub-
significados.4 Sin embargo, a un nivel práctico se hace necesario ser
cautelosos. Hay dos factores que me inclinan hacia establecer diferencias
entre el significado y la implicación. En primer lugar, el proceso de extraer
implicaciones de un pasaje puede ser más complejo, y puede involucrar más
dificultades de las que hallamos a la hora de comprender el mensaje básico de
un texto. A menudo ocurre que una implicación propuesta no es asunto de un
simple silogismo. La situación se complica aún más cuando una inferencia se
basa en múltiples pasajes. En segundo lugar, quiero evitar que todo cuanto
sea secundario o incidental o tangencial, tenga supremacía por encima de lo
que es primordial dentro de un pasaje. Ese es un desafío constante en el
estudio bíblico.
Sin importar de qué forma categoricemos las implicaciones, tendremos
que evaluar cada una de ellas según sus propios méritos. Aquí nos sería
beneficioso aprender todo cuanto podamos sobre la lógica, incluyendo las
falacias lógicas. Son muchos los autores que podrían exponer estos tópicos
más competentemente que yo.5 Pero deseo resaltar dos criterios claves para
evaluar las implicaciones. Éstas fueron expuestas en el capítulo 8, cuando
analizamos la Confesión de Westminster: la validez lógica y la solidez lógica.

La Validez Lógica
Para que un argumento sea válido, sus conclusiones deben deducirse de
sus premisas. Una sencilla ilustración aclara este argumento.
• Los magos del oriente visitaron al niño Jesús (Mt. 2:1-12).
• Los magos le dieron a Jesús tres presentes (v. 11).
• Por tanto, había tres (y solo tres) magos.
Tal vez nos sintamos tentados a decir que esta conclusión “tiene sentido”,
pero realmente solo se trata de una suposición. Las premisas realmente no
establecen una conclusión. (Además —y como anticipación de nuestro
próximo criterio— la segunda premisa podría ser cuestionable: el texto no
dice que los magos llevaron solo tres presentes).
En un tono más serio, los amigos de Job razonaron erróneamente en su
intento por ayudar a Job a atravesar sus dolorosas experiencias.
• Job estaba sufriendo
• Dios bendice a los justos con prosperidad y castiga a los malvados con
sufrimiento.
• Por tanto, Job ha sido malvado.
Como mismo ocurrió con nuestro primer ejemplo, este argumento no tiene
en cuenta la posibilidad de explicaciones alternativas. A pesar de que la
segunda premisa es una afirmación verdadera, no explica completamente los
propósitos de Dios que se cumplen a través del sufrimiento de una persona.
Concretamente, los amigos de Job no eran conscientes de la dimensión de la
batalla espiritual que tenía lugar tras ese sufrimiento (Job 1-2). Y su
razonamiento sin valor alguno solo servía para exacerbar la angustia de Job.
¿Sería demasiado difícil inferir que un argumento teológico infundado puede
también empeorar las cosas para nosotros?6
A continuación, una implicación que comúnmente se extrae de los
primeros capítulos de Génesis:
• Tras el diluvio Dios estipuló la pena de muerte como el castigo para el
asesinato (Gn. 9:5-6).
• La pena de muerte involucra a uno o más seres humanos que ejercen
autoridad sobre otro ser humano. La autoridad en cuestión se
corresponde con lo que llamamos “gobierno civil”. (Las revelaciones
posteriores, sobre todo en Romanos 13:1-14, plantean que la pena
capital es una función del gobierno).
• Por tanto, el gobierno civil comenzó después del diluvio.
La pena capital sí implica la idea básica de un gobierno civil. Pero esto no
prueba que alguna variante de gobierno civil no existiese antes del diluvio.
No tenemos evidencia definitiva de que antes del diluvio existiese gobierno,
pero tampoco tenemos evidencias de que no existiese. Lo más que podemos
decir es que Génesis 9 brinda las primeras afirmaciones divinas registradas
con respecto al gobierno civil.
Las conclusiones antes descritas son todas posibles. Es posible que haya
habido solo tres magos. En teoría Job pudo haber estado sufriendo por causa
del pecado. Y es posible que el gobierno civil haya comenzado tras el diluvio.
Pero en un sentido más estricto estas conclusiones no son válidas, porque no
son necesarias. No es incorrecto extraer posibles implicaciones. Sin
embargo, debemos presentarlas como teorías y no como certezas divinas.

La Solidez Lógica
Para que un argumento sea sólido, todas sus premisas deben ser
verdaderas. Una premisa teológica puede ser falsa por varios motivos, pero
definitivamente es falsa si contradice las Escrituras de alguna manera. La
premisa debe ser congruente tanto con el texto que se analiza, como con la
Palabra de Dios en su totalidad.
Congruencia con el Texto en Cuestión
Al enfatizar en la congruencia con el texto, estoy enfatizando nuevamente
en la necesidad de una interpretación histórico-gramatical. Es necesario
cotejar rigurosa y repetidamente las implicaciones con el pasaje en cuestión.
Aquí una vez más vemos un movimiento que alterna entre los diversos
aspectos del estudio bíblico.
Analizando la experiencia de Gedeón en Jueces 6:36-40 algunos han
argumentado lo siguiente:
• Gedeón buscó conocer la voluntad de Dios pidiéndole una señal que
tenía que ver con un vellón.
• Dios respondió la petición de Gedeón (dos veces).
• Por tanto, “poner un vellón” —especificando detalles circunstanciales
que confirmen la orientación divina— es una manera apropiada de
buscar comprender la voluntad de Dios.
Sin embargo, la premisa inicial no concuerda con el tema o los detalles de
la historia de Gedeón. Esto hace que todo el argumento sea poco sólido.
El libro de los Jueces en su totalidad no se centra en los jueces como
modelos de una conducta santa. En cambio, se centra en la gracia y fidelidad
de Jehová hacia su pueblo, pues él los libra repetidamente a pesar de su
infidelidad al seguir los caminos perversos de los cananeos. Además, esta
infidelidad se pone de manifiesto de diversas maneras en las vidas de los
mismos jueces.7 El contexto general de los Jueces debería hacernos pensar
cuando nos sintamos inclinados a tomar a un juez en particular como un
ejemplo positivo.
Cuando analizamos específicamente a Gedeón, simpatizamos con sus
luchas. Cuando el ángel del Señor se le aparece por primera vez, las
preguntas de Gedeón reflejan una frustración general debido a las
circunstancias de Israel, e incluso hasta humildad (vs. 11-15). Dios le
promete que estará presente con Gedeón para derrotar a los madianitas (v.
16). Gedeón le pide a Dios una señal confirmatoria, y el ángel consiente,
haciendo que el fuego consuma el sacrificio de Gedeón (vs. 17-21). Gedeón
reconoce que ciertamente ha recibido una visitación divina y adora allí (vs.
22-24). Luego obedece al Señor y destruye el altar idolátrico de su padre (vs.
25-27). Sin embargo, lo hace de noche, “... temiendo hacerlo de día, por la
familia de su padre y por los hombres de la ciudad...” (v. 27). Al final, los
hombres de la ciudad no toman represalias contra él, (vs. 28-32), pero el
comentario sobre el temor de Gedeón marca la pauta para el próximo
incidente.
El Espíritu de Dios llena de poder a Gedeón y éste convoca a varias tribus
de Israel para que peleen junto a él contra Madián (vs. 33-35). Pero incluso
en ese momento, a él todavía le cuesta trabajo creer en la seguridad de la
victoria que Dios le había ofrecido: “Si has de salvar a Israel por mi mano,
como has dicho” (v. 36, énfasis añadido). Es precisamente por esto que él le
pide a Dios que el vellón quede mojado de rocío y que la tierra quede seca. Él
lo repite en el versículo 37: “entonces entenderé que salvarás a Israel por mi
mano, como lo has dicho” (énfasis añadido).
Gedeón no estaba tratando de conocer la voluntad de Dios; ya él sabía
cuál era su voluntad. El problema era que él dudaba de la promesa de Dios.
Su duda era tan grande que le pide a Dios una señal opuesta al día siguiente
(vs. 38-40). En ambas ocasiones Dios le concede a Gedeón sus peticiones.
Esto magnifica la gracia de Dios, quien se digna a trabajar con un siervo
titubeante. En el resto de la narrativa sobre Gedeón podemos observar este
énfasis en la gracia de Dios que contrasta con la debilidad de su siervo. A
pesar de que él demuestra arrojo después de obtener más confirmación divina
(7:9-25), al final termina contribuyendo a la espiral descendente de idolatría
de Israel (8:22-27). Sea cual fuere el caso, hemos visto lo suficiente como
para desafiar la implicación de que el vellón representa un modelo a la hora
de discernir la voluntad de Dios.
El Señor organiza determinadas circunstancias y sí conduce a su pueblo
en medio de ellas (p.ej., 1 Co. 16:8-9; Stg. 4:13-17). Podemos también orar
para que él utilice las circunstancias para mostrarnos su voluntad. Pero no
tenemos ningún derecho de insistir en que lo haga de una forma específica.
Dios puede decidir otorgarnos determinadas peticiones descabelladas que le
hagamos. Sin embargo, como en el caso de Gedeón, esto sería una afirmación
de su enorme paciencia para con nosotros, y no de la legitimidad de nuestros
métodos. En cualquier caso, la oración pidiendo orientación es diferente de lo
que Gedeón había hecho, dudar de las palabras de Dios y casi exigirle que las
demostrara a través de un milagro.8
Congruencia con el Resto de las Escrituras
Con el tema de las implicaciones podemos fácilmente desviarnos, al estar
solamente pensando en algunos pasajes que abordan un tema, e ignorando
otros pasajes relevantes. Esto nos trae a la mente el círculo contextual del
canon en su totalidad. Una implicación sólida nunca contradecirá ninguna
enseñanza de las Escrituras. La doctrina de la soberanía de Dios brinda casos
clásicos de implicaciones que no reúnen estos requisitos.
Dios gobierna por encima de las decisiones de los hombres. “Conozco, oh
Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina
es el ordenar sus pasos” (Jer. 10:23; cf. Pr. 16:9; 20:24). “Como los
repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová;
a todo lo que quiere lo inclina” (Pr. 21:1). Podríamos entonces razonar que
los seres humanos no toman decisiones genuinas, o que nuestras decisiones
realmente no hacen ninguna diferencia en nuestras vidas. Pero Jesús no
estaría de acuerdo con esto. “¡Jerusalén, Jerusalén...! ¡Cuántas veces quise
juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no
quisiste!” (Mt. 23:37, énfasis añadido).
La Biblia nos enseña que el plan soberano de Dios abarca a toda la
creación (Sal. 135:6), a todas las naciones (Dn. 4:34-35; Hch. 17:26), a todos
los individuos (Sal. 139:16) e incluso a los acontecimientos “fortuitos” (Pr.
16:33). Él “hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11,
énfasis añadido). Y él sabe antes de tiempo lo que va a hacer (Is. 46:9-10).
De ser así, entonces la oración debe ser innecesaria, ¿verdad? ¿Cómo
podemos realmente nosotros influir en las decisiones de Dios? Ver Santiago
4: “No tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque
pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (vs. 2b-3).
Antes de la creación Dios escogió a aquellos individuos que él salvaría
(Ef. 1:4). Además, para que esos escogidos crean en el evangelio, Dios debe
traerlos —y así lo hará (Jn. 6:37, 44, 65). Podríamos entonces concluir que el
evangelismo no es solamente innecesario, sino también inapropiado, ya que,
inevitablemente, se les predicará el evangelio a muchas personas que no han
sido escogidas para salvación. Pero las Escrituras rechazan rotundamente esta
conclusión. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt.
28:19a). “Dios...ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se
arrepientan” (Hch. 17:30). “Porque todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?
¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber
quien les predique?” (Ro. 10:13-14).
La soberanía de Dios está incluso por encima del pecado humano. Él
podría detener el mal completamente, pero no lo hace. La realidad es que él
lo usa para cumplir sus propósitos: él hace que la ira del hombre le alabe (Sal.
76:10). Esa es la explicación bíblica para el injusto sufrimiento de José (Gn.
50:20) y del Mesías (Hch. 2:23; 4:27-28). Pero, ¿acaso no implica todo esto
que Dios es, en última instancia, culpable del mal? Santiago también
responde esta interrogante: “Cuando alguno es tentado, no diga que es
tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él
tienta a nadie” (1:13).
En cada uno de los ejemplos anteriores, un conjunto de versículos podría
conducir lógicamente a una conclusión específica. Pero existen otros
planteamientos bíblicos que contradicen rotundamente esa conclusión. En
tales casos debemos humildemente darle a Dios el beneficio de la duda y
aceptar su palabra en su totalidad. Debemos aceptar los misterios, confiar en
que su lógica está por encima de la nuestra, y dedicarnos a creer y obedecer
lo que él ha escogido revelarnos en su misericordia (Dt. 29:29).9

Conclusión
Luego de ver los ejemplos negativos anteriores, necesitamos algunas
ilustraciones de implicaciones que sean válidas y sólidas. Recordemos cuatro
ejemplos que analizamos en el capítulo 8: la persona del Espíritu Santo y la
doctrina de la Trinidad, así como la pecaminosidad del aborto y el racismo. A
continuación tres más:
• La prohibición de robar (Éx. 20:15; Ef. 4:28) implica el derecho a la
propiedad privada. A manera de aplicación, este derecho socava la
esencia del comunismo.10
• Satanás posee intelecto (2 Co. 11:3), emociones (Ap. 12:12) y
voluntad (Ap. 20:7-9). Puede comunicarse verbalmente (Lc. 4:1-12).
Él también tiene que rendir cuenta de sus acciones (Ap. 20:10). Por
tanto, concluimos que Satanás es una persona y no algún tipo de
símbolo del mal.11 Esta realidad nos motiva en especial a permanecer
alerta y preparados ante la batalla espiritual que describen las
Escrituras (Ef. 6:10-20).12
• Los autores del Nuevo Testamento a menudo citan la Septuaginta y
otras traducciones griegas del Antiguo Testamento. En un buen
número de casos, la redacción en lengua griega difiere
significativamente de la Biblia hebrea, aunque se preserve el
significado básico del pasaje original (p.ej., He. 10:5-10 / Sal. 40:6-8;
1 P. 4:18 / Pr. 11:31). Se cita el texto griego como si tuviese autoridad
divina, y esto implica que, en la medida en que una traducción bíblica
refleje el sentido de las Escrituras originales, hasta esa medida es
Palabra de Dios.13
En este capítulo no ha sido mi objetivo desalentar a los creyentes a no
extraer implicaciones de las Escrituras. Ciertamente las aplicaciones a
menudo descansan en las implicaciones bíblicas. Sin embargo, debemos
actuar con gran cautela en este sentido. Debemos someter humildemente
nuestras conclusiones a una comprobación lógica para que, en lugar de
insertar nuestras propias ideas en las Escrituras, podamos inferir los
pensamientos de Dios.
1 Carruthers, Westminster Confession of Faith, 22 (Section 1.6). Ver mi debate del capítulo 8.
2 Frame, The Doctrine of the Knowledge of God, 247.
3 Poythress, La Interpretación Bíblica Enfocado en Dios, 69-94.
4 Estoy adaptando este término de Elliot E. Johnson, quien a su vez se inspiró en E. D. Hirsch. Ver de
Elliot E. Johnson, “Dual Authorship and the Single Intended Meaning of Scripture”. BSac 143
(1986); de Johnson, Expository Hermeneutics, 13-54.
5 Entre las obras estándar se incluyen de Irving M. Copi, Carl Cohen, y Kenneth McMahon,
Introduction to Logic (Nueva York: Pearson, 2010); de Stephen E. Toulmin, The Uses of Argument
(Nueva York: Cambridge University Press, 2003). Entre los tratamientos explícitamente cristianos
están de Vern S. Poythress, Logic (Wheaton, IL: Crossway, 2013); de Ron Tagliapietra, Better
Thinking and Reasoning (Greenville, SC: BJU Press, 1995). Ver también de D. A. Carson, Falacias
Exegéticas (Barcelona: CLIE, 2013), 87-123.
6 Ver de Layton Talbert, Beyond Suffering (Greenville, SC: BJU Press, 2007), 249-268.
7 Sobre el tema de Jueces, ver de Bell, The Theological Messages of the Old Testament Books, 119-
130; de Block, Judges, Ruth, 57-59.
8 Ver Ibid., 272-274.
9 Para mayor información, ver de Layton Talbert, Not by Chance (Greenville, SC: BJU Press, 2001),
250-264.
10 Para mayor información, ver de Wayne Grudem, Politics (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2010),
261-268.
11 Para mayor información, ver de C. Fred Dickason, Angels (Chicago: Moody, 1995), 121-125.
12 Para mayor información, ver de Brian Borgman y Rob Ventura, Spiritual Warfare (Grand Rapids,
MI: Reformation Heritage, 2014).
13 Para mayor información, ver de James B. Williams y Randolph Shaylor, eds., God’s Word in Our
Hands (Greenville, SC: Ambassador-Emerald International, 2003).
Capítulo 14
Buscando la Relevancia

R elevancia es un término técnico que la mayoría de las personas tienen en


mente cuando usan la palabra aplicación. Es la reacción de un lector
ante el significado e implicaciones de un pasaje. Más específicamente, lo que
nos preocupa es cómo debe el lector reaccionar ante las verdades de las
Escrituras en lo concerniente a las situaciones de su vida.
Aquí una vez más nos encontramos con cierta confusión en cuanto a las
definiciones. Por un lado, el significado y la relevancia pueden coincidir
considerablemente, sobre todo en el caso de los mandatos bíblicos directos.
Además, hasta cierto punto, el propósito del autor incluye la relevancia. Los
autores humanos deseaban que sus lectores originales aplicasen las Escrituras
a las circunstancias específicas de sus vidas. Es cierto que estos autores no
habrían podido saber cuál sería la relevancia en cada caso. Pero el Autor
divino y omnisciente sí sabía las relevancias específicas de los lectores
originales y de los posteriores, y su propósito era que las personas aplicaran
su Palabra de todas estas maneras.1
Recordemos también un principio que aprendimos en el capítulo 6: si no
estamos aplicando la Biblia a nuestras propias vidas, entonces no
comprendemos realmente las Escrituras (p ej., Mt. 12:1-8). La aplicación es
lo que demuestra que hemos entendido. Por causa de esto, John Frame
propone eliminar completamente la distinción entre significado y relevancia.2
Sin embargo, esto puede conducir a una subestimación de las verdaderas
diferencias que pueden existir entre el lector original de los libros bíblicos y
los posteriores. Pudiera también impedir ver los desafíos que supone la
aplicación de los géneros menos directos de las Escrituras.
Doriani plantea esto de una mejor forma: existe un límite entre significado
y relevancia, pero es un límite permeable.3 Digámoslo de la forma que sea,
no debemos contentarnos con la descripción del significado histórico de un
pasaje o con los resúmenes teológicos abstractos. Debemos continuar
avanzando para identificar formas específicas en las que debemos reaccionar
ante este texto, y luego seguir adelante en obediencia. Solo entonces el
propósito santificador de la Palabra de Dios se cumplirá en nuestras vidas.
Progresaremos en esa dirección si identificamos las formas principales en
las que debemos reaccionar ante las Escrituras. Existen tres tipos de reacción
que se destacan:
• Adoramos a Dios y estamos en comunión con él, relacionándonos con
él a un nivel personal.
• Nos sometemos en nuestro interior a la verdad de Dios para que
nuestros corazones sean transformados.
• Hacemos todos los cambios concretos que sean necesarios para que
nuestra conducta refleje las enseñanzas bíblicas.
Estas categorías reflejan, a grandes rasgos, el énfasis que hace un pasaje
central en la vida cristiana: Romanos 12:1-2.
• “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios,
que es vuestro culto racional” (v. 1).
• “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento” (v. 2a).
• “...para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable
y perfecta” (v. 2b).
Estos tres tipos de relevancia también se hacen eco de nuestro estudio
anterior sobre la santificación en el evangelio. De hecho, podemos
reformularlas para enfatizar que son aspectos de la obra continuada de Dios
para restaurar nuestra relación con él y renovar su imagen en nosotros:
• Santificación relacional: conocer a Dios más íntimamente
• Santificación interna: ser más como Dios
• Santificación externa: actuar más como Dios.4
Cuando analizamos la relevancia o aplicación, es posible que pensemos
fundamentalmente en la tercera categoría. Deseamos llegar a lo primordial.
Queremos saber qué acción debemos emprender. Sin embargo, como
señalaba al principio de este libro, la aplicación no se limita a acciones
tangibles. Los primeros dos tipos de relevancia son bastante intangibles, sin
embargo, son fundamentales. De hecho, sin ellos el tercer tipo posee un valor
limitado. Las personas no regeneradas pueden modificar su conducta, e
incluso pueden decidir seguir muchos de los estándares éticos de la Biblia.
Dichos cambios pueden traer ventajas a un estilo de vida irresponsable, pero
no constituyen el cambio que trae el evangelio —la santificación— pues no
proceden de un corazón que está siendo transformado a través de una relación
personal con Dios. Por la gracia del Señor es que los cristianos disfrutan de
una experiencia íntegra de las Escrituras.

Santificación Relacional
Los debates sobre la aplicación a veces hacen caso omiso de la comunión
del creyente con Dios a través de la meditación en las Escrituras. Creo que es
un error separar este aspecto devocional de conocer a Dios a partir de la
experiencia propia, de la interpretación más cognitiva de la Biblia o del uso
práctico de las Escrituras. Después de todo, “El temor de Jehová es el
principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia”
(Pr. 9:10; cf. 1:7).
La naturaleza personal de la relación del cristiano con Dios y su Palabra
quedó implícita en mi debate sobre la teología de la aplicación. El evangelio
nos restaura para que alcancemos una relación personal con Dios, y su
objetivo es renovar su imagen en nosotros (capítulos 1 y 2). La Biblia es un
medio de gracia a través del cual Dios nos santifica (capítulos 3 y 5). Los
escritos bíblicos constituyen el discurso de Dios a su pueblo para todos los
tiempos (capítulos 4, 6 y 7). La obediencia a la Biblia es una reacción de
amor hacia el amor inicial de Dios (capítulo 9).
Dichas consideraciones deberían moldear la forma en la que vemos las
Escrituras. Como hemos visto, la Biblia no es esencialmente un libro de texto
de teología, ni un manual para la vida. Constituye el discurso auto-revelador
de Dios dirigido a nosotros. De igual modo, el cristianismo no constituye
fundamentalmente una relación con un libro. Es una relación con Dios a
través de un libro. Esto significa que la aplicación no tiene que ver solamente
con la toma de decisiones éticas. Tiene que ver con involucrarnos con Dios
mismo, escucharle y reaccionar ante él como seres humanos.
Para una confirmación de esta perspectiva analicemos el Salmo 119. Aquí
el salmista declara que, a través de la Palabra, Dios le ministra de varias
formas personales:
• Dándole consuelo (vs. 50, 52, 82)
• Vivificándolo (vs. 50, 93)
• Fortaleciéndolo (v. 92)
• Dándole sabiduría (vs. 98-100, 130)
• Dándole paz (v. 165)
• Ayudándolo (v. 175).
De modo que el salmista medita en las Escrituras siendo consciente de
que Dios está presente y le habla. A. W. Tozer (1897-1963) exhortaba
fervientemente a los cristianos de esta manera:
Creo que surgiría un nuevo mundo de las brumas religiosas desde
el momento en el que nos acercáramos a nuestra Biblia creyendo que
no se trata solamente de un libro que fue inspirado en el pasado, sino
que es un libro que nos habla hoy...Si usted desea conocer al Señor,
acérquese de una vez a su Biblia abierta, esperando que ésta le hable.
No vaya con la idea de que es una cosa que usted puede manipular a
su conveniencia. Es más que una cosa, es una voz, una palabra, la
Palabra misma del Dios viviente.5
Esto me hace recordar un llamamiento muy similar hecho por el puritano
Thomas Watson (aprox. 1620-1686):
No abandone la lectura de su Biblia hasta que sienta que su corazón
se ha reconfortado...lea la Palabra no solo como parte de una historia;
más bien esfuércese porque ésta lo impacte. No permita que solamente
lo informe, sino que lo inflame...No abandone la Palabra hasta que
pueda decir al igual que aquellos discípulos, ‘¿No ardía nuestro
corazón en nosotros...?’ [Lc. 24:32].6
A medida que Dios habla a través de las Escrituras, el autor del Salmo 119
responde. Él transita de la meditación a la oración como si fuese uno solo.
Salvo tres versículos introductorios, cada versículo de este Salmo está
dirigido de una forma u otra a Jehová. Las respuestas del salmista a las
Escrituras constituyen reacciones llenas de adoración hacia el Autor de las
Escrituras:
• Amor (vs. 47-48, 97, 113, 119, 127, 140, 159, 163, 165, 167)
• Regocijo (vs. 16, 24, 35, 47, 70, 72, 77, 92, 103, 143, 174)
• Fe (vs. 31, 42-43, 49, 66, 74, 81, 114, 116, 147)
• Anhelo (vs. 20, 40, 123, 131)
• Gozo (vs. 14, 111, 162)
• Temor (vs. 120, 161)
• Alabanza (vs. 62, 164).
Vemos la misma dinámica en el Salmo 19. Una reflexión sobre el
ministerio santificador de las Escrituras (vs. 7-10) se transforma luego en una
oración por la santidad (vs. 11-14). Tal oración como respuesta a la Palabra
es, en sí misma, una forma vital de aplicación,7 y es clave para nuestra
interacción personal con Dios a través de su Palabra. ¿De qué otro libro
puede decirse que su lectura nos pone en comunión con su autor?
De la misma manera, ¿de qué otro libro puede decirse que su autor
siempre está presente para ayudar a los lectores a comprender su libro? En el
Salmo 119 otra respuesta ante el Autor de las Escrituras es la siguiente:
“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (v. 18). Semejantes
oraciones pidiendo comprensión puntualizan las meditaciones bíblicas del
salmista (vs. 12, 26, 33, 64, 68, 108, 124, 125, 135). Y él afirma que Dios
ciertamente lleva a cabo este ministerio de enseñanza (vs. 102, 171).
A este ministerio lo denominamos iluminación. Ya lo habíamos apuntado
en el debate sobre los medios de la gracia, en el capítulo 3. También lo vimos
en el capítulo 4, cuando nos referimos a la exhortación que Pablo le hace a
Timoteo: “Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo” (2
Ti. 2:7). Pablo también les dijo a los corintios que, debido a la depravación
humana, la revelación de Dios no se puede conocer completamente aparte de
la obra iluminadora del Espíritu Santo (1 Co. 2:14). Además, el apóstol oraba
para que el Señor alumbrase los ojos del entendimiento de los efesios, para
que pudiesen comprender las profundas verdades del evangelio que él les
estaba exponiendo (Ef. 1:15-23).
La comprensión de la Palabra de Dios y su aplicación en nuestras vidas es
un asunto espiritual y no estrictamente intelectual. No importa cuán
cuidadosa sea nuestra metodología, siempre necesitaremos de manera
desesperada la iluminación del Espíritu. Nuestros métodos de estudio bíblico
deben incluir una oración continua para poder experimentar esta obra
misteriosa pero real. John Owen (1616-1683) argumentó esto de forma
convincente:
Todo hombre que asuma la interpretación de cualquier porción de
las Escrituras de forma seria, y lo haga sin invocar a Dios para obtener
así la enseñanza e instrucción de su Espíritu, incurre en una grave
provocación contra él. De la misma manera, no se puede esperar que
ningún individuo, que de forma soberbia e ignorante asuma semejante
empresa —muy por encima de su capacidad de manejar— descubra
ninguna verdad bíblica.8
El título de nuestro libro, Más Allá del Capítulo y el Versículo, se refiere
al moverse más allá que la Biblia en el sentido que debemos de relatarla a
asuntos de la vida contemporánea. Pero nuestro enfoque en la comunión con
Dios ha subrayado otro sentido de la expresión “más allá”: ir más allá de las
palabras para tener un encuentro personal con el Autor. Este sentido
indispensable se ve en la letra del himno “Dame de vida el pan”.
Dame, mi buen Señor, de vida el pan,
Como lo hiciste un día junto al mar;
Mi alma te busca a ti, Verbo de Dios,
Y en tu Palabra espero oír tu voz....
Con tu Espíritu toca mi ser,
Y abre mis ojos tu verdad a ver.
Muestra tu voluntad; dame tu luz;
Quiero en tu Libro verte a ti, Jesús.9

Santificación Interna
Una relación plena con Dios nunca deja de transformarnos. Esta
transformación tiene como objetivo el corazón o el ser interior. Analizamos
estos aspectos cuando estudiamos la santificación (cap. 2-3 y 5), y cuando
examinamos el legalismo (capítulo 9). “Sobre toda cosa guardada, guarda tu
corazón; porque de él mana la vida” (Pr. 4:23). “El hombre bueno, del buen
tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca
malas cosas” (Mt. 12:35). Dada la complejidad del corazón humano, la
transformación interna abarca al menos cuatro grandes elementos: la
cosmovisión, los afectos, las virtudes y el discernimiento.10 Describiré
brevemente cada uno de ellos.
La Cosmovisión
El corazón incluye a la mente (p. ej. Mt. 9:4), y Romanos 12:2 dice que
somos transformados mediante la renovación de nuestra mente (cf. Ef. 4:23).
Para crecer en santidad necesitamos pensar como Dios piensa. La categoría
de cosmovisión aborda esta necesidad.
La cosmovisión de un individuo no es más que su forma de interpretar la
realidad. Seamos conscientes de ello o no, todos tenemos una visión del
mundo formada por nuestras creencias básicas acerca del universo, nuestra
comprensión del lugar que ocupamos en él, y nuestros compromisos
fundamentales dentro de ese marco. Todos estos aspectos juntos funcionan
como un tipo de lente, a través del cual procesamos todo y reaccionamos ante
todo. Nuestra visión del mundo se centra en nuestras ideas sobre lo siguiente:
• El origen, naturaleza y propósito del mundo en general, y de la
humanidad en específico.
• Lo que está mal con el mundo y con los seres humanos.
• Lo que tiene que pasar para que éstos sean corregidos.
Estos conceptos a su vez reflejan una historia, una narrativa acerca de
cómo el mundo surgió, cómo llegó hasta su estado actual, y cómo podría,
debería o ciertamente avanzaría en el futuro.
Aquí retornamos al concepto de “macro-evangelio”, porque la
cosmovisión/trama bíblica consiste en la creación, la caída y la redención.
Mientras más expuestos estemos a esta trama, y mientras más la creamos
como explicación de la realidad, más percibiremos los diferentes elementos
de la vida de la forma en la que Dios los percibe, en lugar de la forma en la
que el mundo no regenerado los percibe (Ro. 12:1). Podemos familiarizarnos
con la trama bíblica a través de la lectura sistemática de toda la Biblia. En
nuestra época tenemos también acceso a múltiples recursos para comprender
y aplicar una visión cristiana del mundo.11
Los Afectos
La transformación interna no solo tiene que ver con afirmar los ideales de
cosmovisión bíblica, sino que también involucra amar esos ideales. Nuestros
afectos espirituales ocupan aquí un lugar preponderante. Jonathan Edwards
(1703-1758), los definió, acertadamente, como “los más vigorosos y
sensibles ejercicios de la inclinación y voluntad del alma”.12 Aunque existe
cierta coincidencia, lo que llamamos emociones o sentimientos no son lo
mismo que los afectos. Las emociones tienden a operar a un nivel más
superficial, y pueden ser causadas por estímulos puramente físicos.
Los afectos, por su parte, son nuestras propensiones más profundas,
nuestro ejercicio de la aprobación o desaprobación, las principales cosas que
amamos y que detestamos, los deseos primordiales que determinan nuestras
metas fundamentales. El salmista se refirió al lado negativo de éstos: “De tus
preceptos adquiero entendimiento; por eso aborrezco toda senda de mentira”
(Sal. 119:104). El texto fundamental de Edwards subraya el lado positivo:
“Ustedes lo aman [a Cristo] a pesar de no haberlo visto; y aunque no lo ven
ahora, creen en él y se alegran con un gozo indescriptible y glorioso” (1 P.
1:8).
¿Recuerda las “preguntas de radiografía” que cité en el capítulo 5?
Semejantes herramientas nos ayudan a evaluar nuestros afectos bíblicamente.
Ellas nos conducen a suplicarle a Dios que dirija nuestros corazones hacia él
y hacia su voluntad, que nos alimente con su amor hacia él y hacia nuestro
prójimo (Mt. 22:35-40).
Las Virtudes
Al analizar el tema de los afectos santos, rápidamente nos adentramos en
el reino de las virtudes cristianas. Esta es una categoría más amplia de
cualidades internas que reflejan el carácter de Dios. En este sentido la lista
más abarcadora es el fruto del Espíritu con sus nueve elementos, el cual
contrasta con las muchas obras de la carne (Gá. 5:16-26). Éstos no
constituyen fundamentalmente conductas sino hábitos del corazón. A medida
que vamos hallando estas cualidades en las Escrituras (sobre todo en la vida
de Cristo), nos sentimos atraídos hacia ellas y moldeados por ellas de forma
sobrenatural (2 Co. 3:18). Al poner nuestra confianza en el poder de Dios,
cultivamos estos hábitos y hallamos que comienzan a crecer en nuestro
interior (2 P. 1:3-11; ver mi debate en el capítulo 3).
El Discernimiento
Existe otro elemento que es crucial para nuestra transformación interna.
Supongo que se podría clasificar como un subconjunto de la virtud, pero
merece una atención especial: se trata del discernimiento que es mucho más
que sabiduría para tomar las decisiones de la vida. Ya analizamos esto con
algo de detalle en el capítulo 5. Allí definimos el discernimiento como la
habilidad de distinguir y de comprobar determinados asuntos para determinar
cuáles son las acciones que agradan al Señor (He. 5:14; Ef. 5:10). “Aplicar la
Palabra de Dios a las circunstancias requiere de cierto tipo de visión moral.
Esas aplicaciones requieren de la capacidad de ver las circunstancias a la luz
de los principios bíblicos...Una disertación ética... nunca consiste solamente
en exponer verdades o pasajes bíblicos”.13
También hemos visto cómo Dios desarrolla el discernimiento en nosotros.
Es cierto que a través de la meditación constante en las Escrituras asimilamos
cada vez más sus pensamientos y deseos. Sin embargo, la oración y las
experiencias de la vida también constituyen una parte importante en este
proceso de aprendizaje (Fil. 1:9-11; He. 5:14). “Bien pueden existir algunas
cuestiones éticas...que no podremos resolver (o incluso valorar
completamente) hasta que hayamos estado en un combate espiritual contra las
fuerzas de las tinieblas”.14

Santificación Externa
Por último, la santificación incluye una conducta que cada vez más se
parece a la de Cristo. Se trata del tipo más obvio de relevancia: las acciones
concretas que realizamos como respuesta a la Palabra de Dios. Esas acciones
se asocian sobre todo con los mandatos divinos. Como expliqué en el capítulo
4, puede tratarse de imperativos genéricos que deben implementarse de
formas específicas (p. ej. “Honra a tu padre y a tu madre”, Éx. 20:12). O
puede tratarse de imperativos específicos que establecen paradigmas para
cualquier número de detalles análogos (p. ej., “No os embriaguéis con vino”,
Ef. 5:18). Pero nuestra conducta no está orientada solamente hacia los
mandatos. Cada género de las Escrituras revela acciones del Dios que nos
creó y redimió, y al cual debemos imitar. Cada género de las Escrituras
enseña paradigmas que promueven una conducta como la de Cristo.
El discernimiento entra de nuevo en escena bajo el acápite de la
santificación externa. Cuando se trata de detalles que Dios no aborda
específicamente en su Palabra, ¿cómo determinaremos cuáles acciones
específicas debemos realizar y cuáles no? En ese caso debemos hacer una
valoración sobre la base de la verdad bíblica que conocemos. De esa forma
podremos determinar cuáles asuntos de nuestras vidas son paralelos
apropiados de los temas que se debaten en las Escrituras.
Reflexione acerca de algunos de los pasajes que he debatido hasta ahora
en la parte V. A continuación le brindo los tipos de preguntas de
discernimiento que debemos hacer para determinar la relevancia de estos
pasajes.
• Marcas corporales paganas (Lv.19:27-28): En mi cultura, ¿qué tipo de
apariencia física debo evitar para no comprometer mi testimonio
cristiano?
• Medidas justas (Lv. 19:35-36): ¿Qué tentaciones de engañar a otros
necesito resistir en mis tratos financieros?
• El vellón de Gedeón (Jue. 6:36-40): ¿De qué manera la incredulidad
me está impidiendo hacer lo que Dios me ha llamado a hacer?
• David y Goliat (1 S. 17): ¿Cómo se está difamando el nombre de Dios
en mi entorno? ¿Cuáles acciones de fe debo realizar para promover su
gloria en el mundo?
• El ósculo santo (Ro. 16:16): ¿De qué maneras puras y tangibles puedo
demostrar mi amor hacia los miembros de mi iglesia?
Algunos detalles de relevancia serán los mismos para todos los cristianos.
Pero en el caso de varios detalles de la santificación externa que no se
especifican en las Escrituras, la relevancia puede diferir legítimamente entre
los cristianos. Algunas de estas aplicaciones pueden cambiar con el tiempo, al
cambiar las circunstancias. Resulta imposible afirmar de forma abarcadora
cuáles asuntos son absolutos y cuáles son variables. Pero al analizar el tema
del discernimiento, hay dos aspectos que se tornan especialmente
importantes: el ejercicio continuado de la lógica y el rol de la conciencia.
Re-analizando la Lógica
Lo que vimos sobre la lógica cuando hablamos sobre la implicación
también se aplica a la categoría de la relevancia. Tendremos que prestar una
atención específica a la lógica al identificar los paralelos entre los temas de
las Escrituras y los de nuestras vidas. El proceso puede resumirse de la
siguiente manera:
• Dios les dijo a los destinatarios originales de las Escrituras que
hicieran (o no hicieran) “X”.
• “Y” en nuestros tiempos equivale a “X” en los tiempos bíblicos.
• Por tanto, Dios nos dice que hagamos (o no hagamos) “Y”.
Un argumento semejante se sostiene o se derrumba en dependencia de si
la premisa central es verdadera. Si no lo es, la conclusión, relevancia o
aplicación fracasará.
Analicemos cómo los Testigos de Jehová prohíben las transfusiones de
sangre.15 Ellos basan parcialmente su teoría en lo siguiente:
• La Biblia prohíbe comer sangre (Gn. 9:4; Lv. 17:10-12; Dt. 12:15;
Hch. 15:20, 28-29).
• Una transfusión de sangre es equivalente a comer sangre.
• Por tanto, la Biblia prohíbe las transfusiones de sangre.16
Este argumento es válido, porque sus premisas, de ser ciertas, conducen a
esa conclusión. Sin embargo, no es sólido: incluso si la primera premisa se
hubiese mantenido en la era del Nuevo Pacto, la premisa central no es
verdadera. Los testigos de Jehová argumentan a favor de la analogía entre las
transfusiones de sangre y el comer sangre a través de otra equivalencia: la
similitud entre una transfusión y una alimentación intravenosa. Pero esta
conexión no funciona. En la alimentación intravenosa se insertan los
nutrientes en el cuerpo para que éste lo consuma, mientras que la sangre
transfundida realiza una función diferente, pues continúa circulando por el
cuerpo.
Las sectas no son los únicos grupos que emplean argumentos débiles. A
veces los cristianos caen también en la misma trampa. Debido a la decadencia
de nuestros tiempos, debemos humildemente abrazar y aplicar
completamente las enseñanzas de la Biblia con respecto a la vestimenta y la
modestia (p. ej. 1 Ti. 2:9-10).17 Por otra parte, un argumento poco sólido
daña la credibilidad de la persona en este sentido. Esto ha sucedido a veces
con la ley del vestido de Deuteronomio 22:5a:
• “No vestirá la mujer traje de hombre”
• Los pantalones son traje de hombre
• Por tanto, la mujer no puede usar pantalones.
Yo no veo razón ninguna por la cual Deuteronomio 22:5a no deba
aplicarse directamente bajo el Nuevo Pacto. Sin embargo, aquí una vez más
vemos que la premisa del centro del argumento para la aplicación es
problemática.
Esto se hace patente cuando leemos la segunda parte del versículo: “ni el
hombre vestirá ropa de mujer”. La palabra que se traduce como “ropa”
(simlāh) es un término general que también puede usarse para describir
prendas de vestir exteriores de los hombres (p.ej., Gn. 37:4; Is. 3:6).18 Esto
indica que Deuteronomio 22:5 no está refiriéndose a tipos de ropa
específicos, sino a estilos de vestir que eran específicos de cada género en la
cultura de esa época. Tanto en el mundo antiguo como en el moderno, el
estilo es ante todo lo que distingue la ropa de hombre de la de mujer. En la
época de Moisés tanto hombres como mujeres usaban túnicas. En nuestros
días, los hombres de diversas culturas usan indumentarias parecidas a
vestidos. Es el estilo de esa indumentaria el que indica el género para la cual
fue diseñada. De la misma manera, los pantalones que la mayoría de las
mujeres usa están diseñados específicamente para mujeres.
Lo que Deuteronomio 22:5 prohíbe es el transformismo o travestismo.
Algunas evidencias arqueológicas sugieren que en el antiguo cercano oriente
el travestismo se practicaba como parte de rituales religiosos paganos. Como
a menudo ocurre hoy en día, esta práctica estaba asociada probablemente con
la homosexualidad.19 Sin embargo, cuando una mujer usa pantalones, por lo
general no está practicando el travestismo. En una etapa determinada del
siglo veinte, la tendencia de una mujer de usar pantalones pudiera haber
estado asociada al movimiento feminista, pero esta conexión ya no prevalece.
Aunque aún prevaleciera, Deuteronomio 22:5 no sería el versículo más
convincente a usar. El esfuerzo del feminismo por eliminar las distinciones
entre los sexos no es equivalente al travestismo. Por otra parte, Deuteronomio
22:5 sí tiene relevancia ante las tendencias “transgénero” contemporáneas. El
pasaje enfatiza la necesidad de mantener la distinción que Dios estableció
entre hombres y mujeres, incluso en el área de la vestimenta.20 Sin embargo,
cuando nos adentramos en aplicaciones dudosas nos distraemos de estos
temas vitales.
Nuestros últimos capítulos plantearán algunas analogías contemporáneas a
las situaciones bíblicas que espero el lector halle más persuasivas. Sin
embargo, reconozco que nos encontramos con desafíos genuinos a la hora de
identificar tales analogías. Sobre todo, la premisa del centro en el argumento
de una aplicación puede no estar muy clara, y más bien puede ser falsa hasta
cierto punto, y por tanto, debatible. En ese sentido un autor exhorta a los
predicadores a evaluar cada aplicación potencial y a preguntarse si es
“necesaria, probable, posible, improbable o imposible”.21 Otro autor escribe,
“El hecho de que un cristiano pueda reconocer que su aplicación posee
diferentes niveles de autoridad, constituye una señal de madurez”.22
El Rol de la Conciencia
El proceso de discernir la relevancia de las Escrituras para nuestras vidas
involucra inevitablemente a nuestras conciencias. Sin embargo, mientras
menos cierta sea una aplicación, más la conciencia del individuo se convierte
en el factor determinante. Por tanto, necesitamos comprender qué es la
conciencia y lo que hace. Ocasionalmente la Biblia se refiere a la conciencia
empleando términos generales, como es el caso de “corazón” (1 S. 24:5; 2 S.
24:10; 1 Jn. 3:21) y “mente” (Ro. 1:28). Pero la palabra clave para referirse a
la conciencia es el vocablo griego syneidēsis, y aparece treinta veces en el
Nuevo Testamento. Romanos 2:15 es un pasaje muy útil para definirla, pues
presenta a la conciencia dando testimonio a los gentiles. Aquí la conciencia
funciona como sinónimo del conocimiento que Dios da a los gentiles en lo
tocante a su ley moral. También está vinculada con sus razonamientos, que
están “acusándoles o defendiéndoles”. Este pasaje y otros nos conducen a
definir la conciencia como el conocimiento moral del hombre, su capacidad,
dada por Dios, de distinguir entre el bien y el mal.23
El cristiano tiene como objetivo tener una conciencia buena (Hch. 23:1; 1
Ti. 1:5, 19; He. 13:18; 1 P. 3:16), irreprensible (Hch. 24:16, LBLA) o limpia
(1 Ti. 3:9; 2 Ti. 1:3). En otras palabras, luchamos por vivir de manera tal que
nuestras conciencias no nos condenen por hacer el mal. El pecado provoca
que la conciencia se contamine (1 Co. 8:7; Tit. 1:15), quede herida (1 Co.
8:12) o sea mala en el sentido de culpable (He. 10:22). Cuando fallamos,
afortunadamente la sangre de Jesús sigue estando disponible para limpiar la
conciencia (He. 9:9, 14; 10:2, 22; cf.1 P. 1:21).
Una conciencia que funcione adecuadamente es un aspecto clave para la
santificación progresiva y una herramienta poderosa del Espíritu Santo (p.ej.,
Hch. 23:1; 24:16; Ro. 9:1; 13:5; 1 Ti. 1:5, 19). Sin embargo, un gran número
de factores pueden influir en nuestras conciencias de una manera u otra. Entre
éstos están nuestra cultura, nuestra familia y crianza, nuestro trasfondo
religioso, nuestros errores pasados, e incluso nuestras personalidades. En este
sentido, el Nuevo Testamento presenta varias formas en las que la conciencia
no opera adecuadamente.
• La conciencia puede vacilar, siendo incapaz de llegar a una
conclusión, o ser demasiado sensible, registrando cosas permisibles
como si fuesen pecaminosas. Como vimos en el capítulo 10, Romanos
14 emplea la expresión débil en la fe para describir estos problemas
(vs. 1-2, 22-23).
• Como también vimos en el capítulo 10, 1 Corintios 10 usa el término
débil para referirse a otro problema de conciencia: la propensión a
ceder ante la presión externa en vez de ceder ante la propia
conciencia (vs. 7, 10).
• Cuando pecamos contra nuestra conciencia, podemos terminar con una
conciencia cauterizada, que es insensible ante lo mal hecho, incapaz de
hacer juicios exactos (1 Ti. 4:2; cf. “una mente reprobada”, Ro. 1:28).
Semejantes posibilidades aleccionadoras instan a todos los cristianos a
seguir los pasos siguientes con respecto a sus conciencias. Estos puntos
coinciden con los que vimos en el estudio de Romanos 14, pero merecen
énfasis a medida que analizamos aplicaciones específicas.
• No viole su conciencia, a no ser que ésta le esté impulsando a
desobedecer un mandamiento claro de Dios. “Todo lo que no proviene
de fe, es pecado” (v. 23).
• Concéntrese en reaccionar ante su propia conciencia, y no en corregir
las ajenas. Dios es perfectamente capaz de dirigir a cada uno de sus
hijos (v. 4). “Cada uno esté plenamente convencido en su propia
mente” en cuanto a los asuntos que no están claramente ordenados o
prohibidos por afirmaciones bíblicas o por implicación (v. 5).
• Llene su mente de las Escrituras de una forma constante y humilde.
Con el paso del tiempo el Espíritu usará la Palabra para ajustar
cualquier hipersensibilidad o insensibilidad de su conciencia (Ro.
12:2).24
La Importancia de la Santificación Externa
A veces existirán diferencias en temas de conciencia, pero no podemos
atrevernos a volvernos indiferentes ante esta situación. Las dificultades
relacionadas con el tema de la santificación externa no hacen que estos temas
sean triviales. Por el contrario, la lucha por alcanzar una conducta santa sirve
como prueba de fuego de una respuesta genuina a la Palabra de Dios. Antes
había mencionado que ciertos cambios externos pueden ocurrir sin que medie
una transformación interna. Mi argumento aquí es que una transformación
interna necesariamente trae consigo acciones que agradan al Señor. “Si me
amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15). “Así también la fe, si no
tiene obras, es muerta en sí misma” (Stg. 2:17).
Una experiencia auténtica de la gracia de Dios nos conduce a “renunciar a
la impiedad y a los deseos mundanos, [y a vivir] en este siglo sobria, justa y
piadosamente”. También Tozer dice,
La verdad divorciada de la vida no es verdad en el sentido bíblico,
sino otra cosa inferior... La Biblia... es más que un libro de verdades
hasta ahora desconocidas, sobre Dios, el hombre y el universo. Se trata
de un libro de exhortación que se basa en esas verdades...Ningún
hombre es mejor por saber que en el principio Dios creó los cielos y la
tierra. El diablo lo sabe, y también lo sabían Acab y Judas Iscariote.
Ningún hombre es mejor por saber que Dios amó al mundo de tal
manera que dio a su Hijo unigénito para que muriera por su redención.
En el infierno hay millones que saben eso. La verdad teológica no
sirve de nada a menos que sea obedecida. El propósito de toda la
doctrina es garantizar una acción moral.25

Aplicaciones en la Interacción
Los tres tipos de relevancia son inseparables e interactúan de varias
maneras. Por lo general la aplicación comienza por una comunión con Dios
que da paso a una transformación interna, y por último a un cambio
conductual. Esto es lo que George Müller (1805-1898) aprendió y luego les
enseñó a otros. Él meditaba en las Escrituras diariamente, ante todo para que
su alma “se gozara en el Señor”. Gracias a esa experiencia surgió su vida de
oración llena de fe, y su abnegado ministerio como predicador y
humanitario.26
Pero la aplicación puede moverse también en otras direcciones. Nuestros
afectos espirituales enriquecen de forma natural (o debería decir, de forma
sobrenatural) nuestra experiencia de comunión con Dios, y también sucede
así con los actos de obediencia que podemos hacer gracias al Espíritu. Como
expliqué en el capítulo 9, el Señor usa nuestra obediencia para profundizar
nuestra intimidad con él (Jn. 14:21, 23) y nuestra seguridad de que somos sus
hijos (2 P. 5:1-11). Además, él emplea los actos externos de obediencia para
transformar aún más nuestro hombre interior. Nuestra cosmovisión, afectos,
virtudes y discernimiento son como músculos que se fortalecen con el uso
(recordemos He. 5:14).
Al subrayar estas interacciones entre las aplicaciones, no estoy tratando de
decir que tenemos que averiguar en qué dirección debemos ir cada vez que
leemos nuestra Biblia. Sin embargo, la santificación en el evangelio sí exige
que busquemos frecuentemente los tres tipos de relevancia. Dicho de una
forma negativa, no debemos limitarnos solamente a aquellas aplicaciones que
nos resulten más fáciles o más atractivas.

Conclusión
El recuadro de la página siguiente brinda una instantánea de los conceptos
que hemos abordado en los capítulos del 12 al 14. Percátese de que las líneas
que dividen el significado, la implicación y la relevancia son líneas de
puntos. Ellas representan el hecho de que las diferencias entre estos factores
no son absolutas.
Mi deseo no es complicar el recuadro, pero se podrían añadir más flechas.
Como hemos visto, los diferentes aspectos del estudio bíblico y la aplicación
interactúan entre sí de varias formas. De hecho, mientras más aplicamos un
pasaje, mejor lo comprendemos. De esa manera, pudiéramos imaginar una
flecha grande que dibuje un círculo alrededor de la relevancia y retroceda
hasta el significado. El ciclo continúa a lo largo de nuestras vidas, a medida
que busquemos tener una comprensión cada vez mayor de la Palabra de Dios
y luchemos por obedecerle más. Esto es similar a lo que los eruditos llaman
“la espiral hermenéutica”.27
Significado
Significado histórico
Analice:

1. Trasfondo
2. Género
Implicación
3. Contexto
4. Lengua Identifique cualquier idea que el pasaje implique
claramente.
El argumento de una implicación debe ser:
Significado transhistórico 1. Lógicamente válido: su conclusión debe
derivarse necesariamente de sus premisas.
Identifique: 2. Lógicamente sólido: todas sus premisas tienen
1. Cualquier elemento que ser verdaderas (más específicamente deben
excluido del significado ser congruentes con el texto en cuestión y con
histórico. todas las Escrituras.)
2. Dimensiones ampliadas a la
luz del canon completo y su
total revelación del evangelio
de Jesucristo.
3. Correspondencia esencial
entre el significado histórico,
incluyendo los paradigmas.

Relevancia
1. Santificación relacional: Conocer a Dios más íntimamente. Incluye nuestra
reacción ante él a un nivel personal, y la oración para alcanzar iluminación.
2. Santificación interna: Ser más como Dios. Incluye alimentar la cosmovisión,
afectos, virtudes y discernimiento.
3. Santificación externa: Actuar más como Dios. Involucra el ejercicio del
discernimiento, determinar los equivalentes actuales de los asuntos bíblicos;
requiere atención especial a la lógica y la conciencia.

1 Poythress, La Interpretación Bíblica Enfocada en Dios, 76-77.


2 Frame, The Doctrine of the Knowledge of God, 81-85.
3 Doriani, Putting the Truth to Work, 18-27.
4 Le agradezco a mi colega Layton Talbert por ayudarme a refinar la formulación de estas categorías.
5 A. W. Tozer, The Pursuit of God (Harrisburg, PA Christian Publications, 1948), 82-83.
6 Thomas Watson, “How We May Read the Scriptures with the Most Scriptural Profits”, en Thomas
Watson y Samuel Lee, The Bible and the Closet (Harrisonburg, VA: Sprinkle, 1992), 39.
7 Para obtener ayuda práctica en este sentido, ver de Donald S. Whitney, Praying the Bible (Wheaton,
IL: Crossway, 2015); cf. Carson, Praying with Paul.
8 Owen, A Discourse Concerning the Holy Spirit en The Works of John Owen, 4:204-205. A diferencia
de algunos autores contemporáneos, yo concuerdo con Owen en que la iluminación no se limita al
ámbito de la relevancia, sino que opera a través del proceso interpretativo. Ver de David J.
McKinley, “John Owen’s View of Illumination”, BSac 154 (1997). Para acceder a una perspectiva
general de la doctrina de la iluminación, ver de Robert L. Plummer, 40 Questions about Interpreting
the Bible (Grand Rapids, MI: Kregel, 2010), 143-150. Para un estudio más amplio, ver de Paul E.
Brown, The Holy Spirit & the Bible (Ross-shire: RU, Christian Focus, 2002).
9 Tomado del himno de Mary A. Lathbury (1841-1913) y Alexander Groves (1842-1909) [“Dame de
vida el pan”, Celebremos Su Gloria (Cúcuta, Colombia: Libros Alianza, 1992]. Strauss también hace
referencia a este himno en How to Read the Bible in Changing Times, 71. Para acceder a un estudio
bíblico más profundo que enfatiza la comunión con Dios, ver de Piper, Reading the Bible
Supernaturally (Wheaton, IL: Crossway, 2017).
10 Para acceder a un estudio más detallado sobre el corazón, ver de John Flavel, Keeping the Heart
(Morgan, PA: Soli Deo Gloria, 1998), y de Robert L. Saucy, Minding the Heart (Grand Rapids, MI:
Kregel, 1994).
11 Las siguientes obras brindan una importante ayuda para obtener una cosmovisión cristiana: de
Charles Colson y Nancy Pearcey, How Now Shall We Live? (Wheaton, IL: Tyndale, 1999); de Nancy
Pearcey, Total Truth (Wheaton, IL: Tyndale, 2005); de Phillip Graham Ryken, Christian Worldview
(Wheaton, IL: Crossway, 2013); de C. Fred Smith, Developing a Biblical Worldview (Downers
Grove, IL: InterVarsity, 1980); de Mark L. Ward Jr., et al., Biblical Worldview (Greenville, SC: BJU
Press, 2015); de Wolters con Goheen, Creation Regained. Ver también de James W. Sire, The
Universe Next Door (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2009).
12 Jonathan Edwards, Los Afectos Religiosos (Graham, NC: Faro de Gracia, 2000), 96.
13 Frame, The Doctrine of the Christian Life, 356, 358.
14 Ibid., 359.
15 Estoy adaptando este ejemplo de James W. Sire, Scripture Twisting (Downers Grove, IL:
InterVarsity, 1980), 84-88.
16 Ver The Truth That Leads to Eternal Life (Nueva York: Watchtower, 1968), 163-169.
17 Ver, por ejemplo, de Martha Peace y Kent Keller, Modesty (Phillipsburg, NJ: Presbyterian &
Reformed, 2015).
18 El término que en Deuteronomio 22:5a se traduce como “traje” (kelî), es igualmente general. Puede
referirse a una amplia variedad de implementos, incluyendo armas y equipamiento militar (p.ej., Gn.
27:3; Jue. 18:11). Por tanto, es posible que Deuteronomio 22:5a se esté refiriendo a implementos de
guerra. Pero el paralelo con “ropa” (simlāh) en 5b sugiere vestimenta de varios tipos. La Nueva
Traducción viviente es muy útil por ser más amplia: “Una mujer no debe vestirse con ropa de
hombre, y un hombre no debe vestirse con ropa de mujer”.
19 Ver de Peter C. Craigie, The Book of Deuteronomy NICOT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1976),
287-288; de J. G. McConville, Deuteronomy AOTC (Leicester, RU: Apollos, 2002), 337; de J.
A.Thompson, Deuteronomy, TOTC (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1974), 234.
20 Ver de Jason S. DeRouchie, “Confronting the Transgender Storm” JBMW 21 (2016); comparar con
DeRouchie, How to Understand and Apply the Old Testament, 444-449.
21 Haddon Robinson, “The Heresy of Application”, en Robinson y Larson, The Art and Craft of
Biblical Teaching, 309.
22 Andrew David Naselli, How to Understand and Apply the New Testament (Phillipsburg, NJ:
Presbyterian & Reformed, 2017), 323.
23 Ver el BDAG, 967.
24 Para mayor información, ver de Christopher Ash, Discovering the Joy of a Clear Conscience
(Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2014); de Andrew David Naselli y J. D. Crowley,
Conscience (Wheaton, IL: Crossway, 2016); de John F. MacArthur Jr., The Vanishing Conscience
(Dallas, TX: Word, 1994).
25 A. W. Tozer, Of God and Men (Harrisburg, PA: Christian Publications, 1960), 26-27.
26 Ver George Müller, The Life of Trust (Boston: Crowell, 1898), 204-208.
27 Ver de Osborne, The Hermeneutical Spiral, 22-23.
Capítulo 15
Pasando de la Vida a la Biblia

H ace algún tiempo se rompió el velocímetro de mi auto. Por defecto


comenzó a indicar diferentes cifras por encima del cero. Durante un
tiempo quedó fijo en 80 kilómetros por hora: y cuando iba a 60 kilómetros
parecía que iba a 140. Eso puede ser un poco desconcertante para el que no
está acostumbrado; pero reparar el velocímetro era costoso.
Pero no me preocupé demasiado. En cuestión de segundos encontré una
aplicación de velocímetro gratis para mi teléfono inteligente. Ahora todo lo
que tengo que hacer es poner el teléfono en el tablero de mandos y me dice a
qué velocidad voy. ¡Cuando le dije a mi mecánico lo que había hecho, él me
respondió que él estaba haciendo lo mismo porque su velocímetro también se
había roto!
La capacidad de ejecutar aplicaciones es lo que hace que un teléfono
inteligente sea inteligente. Gracias a las aplicaciones podemos usar nuestro
teléfono para sacarnos un selfie, para editar nuestras imperfecciones y luego
colocar la foto en internet. También podemos revisar nuestro correo, jugar
miles de juegos, comprar pizza, encargar muebles, encontrar cupones para
pizzas y muebles, obtener direcciones, escuchar emisiones radiales en
internet, encontrar y compartir recetas, ver películas, abrir la puerta de su
garaje, controlar la temperatura de su habitación, tener una videoconferencia
con alguien al otro lado del planeta, escanear documentos y traducirlos (y
cosas por el estilo).
En nuestro teléfono podemos monitorear nuestro tiempo, nuestros gastos,
nuestra alimentación, ejercicio, tiempo de sueño, nuestra lista de cosas por
hacer, a nuestros hijos y las aplicaciones que están usando, estar al tanto de
nuestros amigos y de la diversión que supuestamente están teniendo, de
nuestros equipos deportivos, del clima, de las noticias, del mercado bursátil y
del venado que vamos a cazar. Yo leo libros en mi teléfono, pero no he
encontrado ninguna aplicación que pueda escribir libros. La realidad es que
existe una aplicación para casi todo. De hecho, si no fuera por las
aplicaciones, podríamos volver a usar los teléfonos plegables baratos de
antaño.
De la misma manera, ¿cuán provechosos serían los antiguos libros de las
Escrituras si no fuese por las aplicaciones? Lo que ha estado impulsando este
libro es la convicción de que la aplicación bíblica nos permite experimentar el
ministerio transformador de la Palabra de Dios en nuestras vidas.
Continuando con ese énfasis, este capítulo explica resumidamente un método
a seguir a la hora de examinar un asunto específico de la conducta y
dirigirnos a la Biblia para buscar orientación.
A diferencia del capítulo anterior, aquí estaré sugiriendo pasos a seguir.
Sin embargo, al analizar cualquier asunto cotidiano, nos damos cuenta de que
no se trata solamente de seguir algunos pasos. “Un juicio ético implica que
una persona aplique una norma a una situación”.1 El componente ‘persona’
es convincente. Nuestras ideas y decisiones sufren la inevitable influencia de
quienes somos como personas individuales. Por tanto, no podemos aislar
ninguna decisión del proceso de santificación en general. Esa es una de las
razones por las cuales este capítulo está al final del libro.
En el terreno de un corazón bueno nacen las decisiones conductuales que
glorifican a Dios. Existen varios elementos orientados al interior del
individuo que deben permear el proceso de pasar de la vida a la Biblia, y
viceversa. Enumeraré tres que son especialmente primordiales. Después de
todo lo que hemos analizado, éstos no sorprenderán al lector.
• La oración: confiar en el Espíritu Santo para que nos ilumine y nos
ayude a obedecer (Sal. 25:4-5; Ef. 1:15-18; 5:18).
• La humildad: permanecer receptivos delante del Señor (sometidos a
hacer lo que él nos diga) y ser implacablemente sinceros con nosotros
mismos, nuestras relaciones, nuestras circunstancias y cultura (Sal.
25:8-9; Ro. 12:1-2).
• La diligencia: buscar de todo corazón obtener una comprensión
precisa de la Palabra y voluntad de Dios (Ef. 5:10; 2 Ti. 2:15).
El llamamiento que hace Proverbios 2:1-8 captura todas estas ideas, y
comienza nuestro debate en el camino correcto:
Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares
dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu
corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia
dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a
tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el
conocimiento de Dios. Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca
viene el conocimiento y la inteligencia. Él provee de sana sabiduría a
los rectos; es escudo a los que caminan rectamente. Es el que guarda
las veredas del juicio, y preserva el camino de sus santos.
Tras asumir esta postura, ¿cómo podemos evaluar un aspecto específico
de la conducta? Sugiero cuatro pasos generales: definir los términos,
escudriñar las Escrituras, buscar consejo y formular respuestas.

Definir los Términos


En primer lugar, debemos definir el asunto de una forma precisa. Una
definición imprecisa puede crear confusión desde el comienzo. Existen
muchas palabras y expresiones relacionadas con la vida cristiana que pueden
comprenderse de diversas maneras. Es el caso específico de frases de moda,
por ejemplo “justicia social”. Otra dificultad relacionada es que algunos de
estos términos representan categorías completas de temas. Me viene a la
mente la palabra “mayordomía”. Estos términos deben dividirse en sub-
tópicos. De no hacerlo, podríamos terminar por ignorar algunos tópicos, o por
sentirnos abrumados. Por otra parte, muchos términos específicos están
relacionados con temas bíblicos generales. Por ejemplo, el término
“murmuración” cae dentro del tema de la conversación o de la lengua, y se
aborda a través de diferentes vocablos, descripciones y comentarios. Esas
conexiones pueden abrir la puerta a más materiales bíblicos de lo que usted
pudiera haber pensado originalmente. En este sentido, el paso de la definición
puede involucrar la anotación de categorías o pasajes que sean preliminares o
fundamentales para su tópico.

Escudriñar las Escrituras


En segundo lugar, debemos escudriñar las Escrituras y estudiar los
pasajes que sean relevantes para nuestro tópico. Debemos comenzar por
analizar la Palabra de Dios como un todo, buscando los datos pertinentes. En
este sentido una Biblia temática o un diccionario o enciclopedia bíblicos
serían de gran ayuda.2 Podríamos descubrir una secuencia de pasajes a lo
largo de las Escrituras, o tal vez solo algunos versos diseminados aquí y allá.
Pero en el caso de solo hallar algunos escasos textos, ¿podríamos extraer
implicaciones para nuestro tópico de los textos que abordan tópicos paralelos
o temas más generales?
Ajustándonos a las recomendaciones de los capítulos del 12 al 14,
debemos estudiar los pasajes seleccionados al máximo detalle que sea
necesario para comprender su relevancia dentro del tópico que analizamos.
Luego debemos extraer los resultados de nuestro estudio y organizar las ideas
principales de forma coherente. Esto puede hacerse de varias maneras.
Podríamos escribir una sencilla lista de argumentos o principios claves.
Buscar información sobre un tema a lo largo de la trama bíblica o de la
cosmovisión bíblica puede no funcionar bien en todos los casos, pero
probablemente constituya el mejor enfoque.
• La creación: ¿Cuál era la idea original de Dios en esto?
• La caída: ¿Cómo nos ha corrompido el pecado?
• La redención: ¿Cómo está Cristo restaurando eso ahora a su ideal
original, rumbo a su manifestación suprema en su reino eterno?
Existe una estrategia complementaria que distingue entre estructura y
dirección.
• La estructura de algo es su esencia, su naturaleza, tal y como Dios lo
creó. Al pensar en la estructura, observe la creación y también las
Escrituras. A pesar de la caída, ¿sigue el orden creado reflejando algún
patrón que sugiera cuál es el propósito de Dios en el tema que está
estudiando?
• La dirección se refiere a la forma en la que algo se desvía o se utiliza.
¿De qué manera el pecado desvía eso de Dios, o lo pervierte? ¿Cómo
está Dios, en su misericordia, trabajando para devolver el carácter y
propósito originales con el que realmente creó aquello, con el fin de
renovarlo para así recibir él la gloria?3

Buscar Consejo
En tercer lugar, busquemos el consejo de varios creyentes maduros.
“Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de
consejeros hay seguridad” (Pr. 11:14).4 Tomemos la iniciativa de pedirles
orientación a nuestros líderes espirituales u otros cristianos que tengan un
historial de haber tomado decisiones sabias. Compartamos con ellos el
resultado de nuestro estudio y pidámosles su evaluación. El buscar consejo
santo puede también incluir leer las obras de autores bíblicamente confiables,
sean históricos o contemporáneos. En esto me concentraré al debatir sobre
algunos asuntos de prueba en lo que queda de este libro.
La Biblia concede gran valor a la sabiduría alcanzada por los de más edad,
y nosotros deberíamos hacer lo mismo (Pr. 16:31; 1 P. 5:5). Es cierto que
necesitaremos poner en práctica nuestro discernimiento, incluso en lo
concerniente al consejo que recibimos. Pero la humildad incluye una medida
saludable de desconfianza en sí mismo, y la disposición de ser enseñado,
desafiado y corregido por los demás. Proverbios incluso llega a decir, “El que
confía en su propio corazón es necio” (28:26a; cf. 12:15).

Formular Respuestas
En cuarto lugar, como respuesta a lo que hemos descubierto en los pasos
anteriores, debemos formular una postura clara con respecto al tema en
cuestión. Tras revisar el material recopilado, expresemos nuestras
conclusiones. Seamos lo más concretos posibles tocante a lo que pensaremos
y haremos, así como a lo que no pensaremos y no haremos, concerniente a
este tema. Tal vez esto exija reflexionar más profundamente en los textos
estudiados o en otros pasajes y patrones bíblicos. Al desarrollar nuestra
postura, mantengámosla conectada con el evangelio, la santificación y el
corazón.
Una vez formulada la aplicación, lo que resta es implementarla en
nuestras vidas. En esencia, esto implica obediencia. Por otra parte,
necesitaremos evaluar hasta qué grado nuestra aplicación está determinada
por factores personales como nuestra conciencia sobre temas debatibles. Esto
influirá sobre la manera en la que interactuamos con otros cristianos sobre
este tema (Ro. 14:1–15:13; ver lo expresado en los anteriores capítulos 10 y
14).

Conclusión
Los pasos que he planteado son bastante sencillos. Sin embargo, en
dependencia del tema que se analice, usted podrá enfrentarse a un número de
desafíos interpretativos y difíciles preguntas prácticas. Tal vez se sienta
tentado a renunciar al esfuerzo y contentarse con un enfoque vago y evasivo.
¿Para qué ser tan intencional? ¿Para qué tanto trabajo?
Por lo general, las personas están dispuestas a trabajar duro para alcanzar
una meta que haya atrapado su imaginación lo suficiente. Así que quiero
recordarle sobre la meta en la que he enfatizado en todo nuestro estudio.
Dios, en su misericordia, nos ha distinguido y redimido para hacernos
semejantes a Cristo, y para su máxima gloria (Ro. 8:28-30). Este asombroso
objetivo vale todo el esfuerzo necesario para aplicar la Palabra de Dios en
nuestras vidas. Manténgalo presente en sus pensamientos ahora que nuestro
libro concluye con el estudio de algunos casos.
1 Frame, The Doctrine of the Christian Life, 33.
2 Ver, por ejemplo, de John R. Kohlenberger III., Zondervan NIV Nave’s Topical Bible (Grand Rapids,
MI: Zondervan, 1999); de Merrill C. Tenney y Moisés Silva, eds., The Zondervan Encyclopedia of
the Bible (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2009). En nuestros tiempos tenemos la oportunidad sin
precedentes de tener acceso a softwares que ejecutan búsquedas rápidas de este tipo de recursos. Ver
sobre todo www.logos.com.
3 Wolters y Goheen, Creation Regained, 10-11, 59-63, 87-89.
4 Ver también Pr. 15:22; 19:20; 20:18; 24:6; He. 13:7, 17.
Capítulo 16
El Trabajo y la Iglesia

E n nuestros dos capítulos finales seguiré los pasos que sugerí en el


capítulo 15, al tiempo que debatimos los tres temas de la “santificación
externa”. Estos temas difieren entre sí por su naturaleza, y en la forma en la
que las Escrituras los abordan. Por tanto, organizaré el material de diferentes
formas. Estoy precisamente buscando la variedad, porque la variedad
caracteriza a la vida. Por supuesto, no analizaré ningún tópico de forma
exhaustiva. Debido al amplio alcance de este libro, mi debate tendrá que ser
muy selectivo y condensado. Este capítulo aborda los temas del trabajo y de
la membresía de la iglesia local, y el próximo capítulo debatirá sobre el tema
de la música.1

El trabajo
Uno de los motivos por los que he escogido el trabajo como nuestro
primer tópico es que ilustra muy claramente el enfoque de la trama bíblica.
Sin embargo, el trabajo es un tema vital por derecho propio. Aunque no
existiese ninguna otra razón, deberíamos reflexionar cuidadosamente acerca
de nuestro trabajo, ya que éste absorbe una gran parte de nuestro tiempo. Sin
embargo, desde el punto de vista de las Escrituras, el trabajo tiene que ver
con muchas cosas más, y no solamente con cumplir un horario de oficina.
Definir los Términos
Aunque el término trabajo puede referirse a cualquier tipo de actividad, lo
estoy empleando en el sentido más estrecho del empleo, ocupación o puesto
de una persona. No lo estoy describiendo, sin embargo, como un empleo
remunerado, porque no deseo excluir los oficios no remunerados de muchas
personas, tales como estudiantes, personas que se ocupan de la casa, y los que
hacen trabajo voluntario de diversos tipos.
El concepto de trabajo pertenece a la doctrina de la vocación o llamado.
Se trata de la verdad de que Dios llama a determinados individuos a tener
privilegios y responsabilidades. Entre éstos están situaciones específicas de la
vida, tales como la ocupación del individuo (1 Co. 7:17-24). Por lo general, el
Señor indica su llamado a medida que el creyente evalúa sus habilidades (Éx.
4:11), deseos (1 Co. 7:36-39; 1 Ti. 3:1) y circunstancias (Pr. 16:9); cuando
busca consejos sabios (Pr. 11:14; 20:18), y cuando ora (Stg. 4:13-17).
Escudriñar las Escrituras
Aunque la Biblia no nos dice qué ocupación debemos tener, sí contiene
muchas enseñanzas sobre el rol del trabajo en el plan de Dios y sobre cómo
trabajar. Cada etapa dentro de la trama bíblica aborda el tema del trabajo.
En la Creación
El relato de la creación presenta a Dios mismo como un trabajador (Gn.
2:2). Por tanto, el trabajo es parte de su plan bueno y original para los seres
que él hizo a su imagen. El Señor capacita y comisiona a la raza humana a
ejercer dominio sobre toda la tierra para su gloria (Gn. 1:26-28; Sal. 8). Esto
exige trabajo, y se ilustra en la responsabilidad de Adán de “labrar” y
“guardar” el jardín del Edén (2:15), y de poner nombre a los animales (vs.
19-20). El trabajo de Adán refleja el trabajo de Dios de organizar la creación
y nombrar sus elementos (Gn. 1).
La Caída
La maldición no creó el trabajo, sino que lo complicó considerablemente.
Una de las consecuencias del pecado humano fue que el trabajo se volvió
fatigante, debido a que la naturaleza se resistiría a los esfuerzos del hombre
por sojuzgarla (Gn. 3:17-19). Otras realidades, tales como el resultado
impredecible de la ocupación del individuo, hacen que el trabajo sea
frustrante (Ec. 2:18-23). Además, varios aspectos de la depravación humana
tienen un impacto en la esfera del trabajo. Uno de los más prominentes es la
propensión a la pereza (p.ej., Pr. 6:6-11; 24:30-34).
La Redención
A pesar de los desafíos del trabajo en un mundo caído, Dios instruye y
capacita a su pueblo para involucrarse en éste de forma fiel. Una vez que sus
hijos han sido restaurados a su Creador, su máxima motivación hacia el
trabajo vuelve a ser la que fue al principio de la creación: la gloria de Dios.
Esa fue la motivación de Jesús en su trabajo terrenal (p. ej., Jn. 4:34; 9:4). Y
esto hace que el trabajo sea más fácil, aun en los ambientes de trabajo más
desafiantes. En numerosas ocasiones Pablo exhorta tanto a esclavos como a
dueños a considerar su trabajo como un servicio a Cristo (Ef. 6:5-9; Col.
3:22–4:1). Las implicaciones son inevitables: si hasta los esclavos pueden
honrar al Señor en sus ocupaciones, ¿cuánto más deben hacerlo otros
trabajadores?
La meta original de que el hombre ejerciese dominio sobre el mundo aún
se mantiene vigente (Gn. 1:26-28; 9:1-7). Las demás funciones del trabajo
también redundan en la gloria de Dios: el proveer para nuestras necesidades y
las de nuestra familia (2 Ts. 3:10-12; 1 Ti. 5:8); el dar a los necesitados (Ef.
4:28; 1 Ti. 6:17-19); y el presentar un testimonio creíble del evangelio ante
los incrédulos (1 Ts. 4:11-12). Dios también quiere que disfrutemos de los
beneficios materiales que son el resultado de nuestro trabajo (Ec. 3:9-13;
5:18-20).
La diligencia es la característica en la que más hincapié se hace en lo que
respecta al trabajo de los redimidos. Proverbios tiene bastante que decir sobre
esto (p.ej., 10:4-5; 12:11, 24, 27). Existen otros libros bíblicos que también
ponen de relieve la importancia del fervor y la laboriosidad en nuestros
trabajos (p. ej., Ec. 9:10; Col. 3:23; 2 Ts. 3:10-12). Desde el punto de vista de
nuestro empleador, la falta de diligencia equivale al robo (una aplicación de
pasajes como Éx. 20:15 y Ef. 4:25).
Por otra parte, la Biblia nos advierte sobre una excesiva devoción hacia el
trabajo y sus beneficios. Aunque la ley sabática del Antiguo Testamento no
se aplica directamente a los cristianos, al menos sí enseña un patrón de
incorporar un descanso regular a nuestro ciclo de trabajo (Éx. 20:8-11; Dt.
5:12-15; cf. Gn. 2:2-3).2 De forma más general, la ética de trabajo bíblica
incluye una apacible confianza en Dios por la gracia del trabajo y por los
resultados del mismo. El Salmo 127 advierte contra la ansiedad que provoca
una adicción al trabajo, afirmando que el Señor puede proveer para su pueblo
“aun mientras éste duerme” (v. 2). Sin duda, la avaricia es aquí un factor
fundamental, y la Biblia la califica como idolatría (Col. 3:5). Cuando la
redención se consuma, y la maldición desaparezca, la Nueva Creación
mostrará una mezcla perfecta de trabajo (Ap. 7:15; 22:1-5) y descanso (He.
4:1–11).
Buscar Consejo
La teología cristiana ha aportado un tesoro de reflexiones sabias sobre el
tema del trabajo. Esto procede particularmente de la Reforma Protestante.
Una de las muchas opiniones católico-romanas que los reformistas refutaron
fue la rígida distinción entre el clero y el laicado, incluyendo la tendencia a
devaluar la obra “secular” hecha por los laicos. Aplicando diversas verdades
bíblicas, los reformistas buscaron alentar a los creyentes, brindándoles un
sentido de dignidad en cuanto a sus llamados específicos.3
La tradición luterana especialmente ha desarrollado la idea de que el
trabajo es el medio a través del cual Dios trabaja en el mundo. Alentados por
su amor hacia el prójimo, los obreros sirven a los demás (una aplicación de
Mateo 22:39). De manera tal que, cuando trabajamos, somos instrumentos de
Dios para satisfacer las necesidades de otros seres humanos. Si Dios trabaja
de forma providencial a través del gobierno civil, podemos esperar entonces
que trabaje a través de otras vocaciones también (una implicación extraída de
Romanos 13:1-6). El trabajo humano es como una máscara detrás de la cual
Dios se oculta, y va cumpliendo sus propósitos en el mundo. Esta perspectiva
les infunde a los trabajadores un fuerte sentido de propósito, aun en las tareas
más terrenales.4
Otras corrientes dentro de la Reforma hacen hincapié en que el trabajo,
sus resultados, y las capacidades que exige, glorifican a Dios de forma
inherente. Todos estos aspectos reflejan su carácter multifacético. También
contribuyen a su mandato original de que la humanidad debe maximizar la
belleza y utilidad de la creación (Gn. 1:26-28). De la misma manera, el
trabajo tiene que ver con la mayordomía, y con emplear fielmente las
habilidades y recursos que el Señor nos ha provisto en su misericordia (una
aplicación de varios pasajes, entre los que están Mt. 25:14-30 y 1 Co. 4:2).
Cuando un trabajador piensa de esta manera, halla una poderosa motivación
para esforzarse en su trabajo y buscar la excelencia.5
Formular una Respuesta
Nuestro estudio acerca del tema del trabajo conduce a varios imperativos.
En primer lugar, debemos ver el trabajo como algo digno. El trabajo es más
que una carga y más que el medio por el cual nos ganamos la vida.
Constituye una parte esencial de nuestro glorioso propósito como aquellos
que están siendo creados de nuevo a imagen de Dios. Alimentar este modo de
pensar es fundamental para las aplicaciones restantes.
En segundo lugar, debemos confiar en Dios para obtener la gracia de
trabajar. Es él quien nos llama a nuestro trabajo, y es él la fuente de la fuerza
y sabiduría que necesitamos para cumplir con nuestro deber. El orar a lo
largo de nuestro día de trabajo para que Dios nos capacite es la forma natural
y bíblica de expresar nuestra dependencia de Dios.
En tercer lugar, debemos trabajar diligentemente. Trabajamos para
glorificar a Dios, y para que él nos use para bendecir a otros. Por tanto,
debemos trabajar lo mejor posible. Con esta meta en la mira, debemos evitar
las actividades que nos distraigan innecesariamente del trabajo. Aquí
debemos obviamente observar cualquier parámetro que nuestro empleador
establezca. Cada creyente también tendrá que identificar y evitar las
distracciones que constituyan tentaciones específicas. Entre las distracciones
más frecuentes están las conversaciones personales excesivas con los colegas
de trabajo y la actividad personal en internet.
En cuarto lugar, no debemos idolatrar el trabajo. Resístase a toda
tendencia de permitir que su trabajo domine excesivamente su vida. A
nuestro horario de trabajo semanal le debemos incorporar periodos de
descanso. Los miembros de nuestra familia deben sentirse en libertad de
compartir con nosotros cualquier preocupación que puedan tener sobre los
patrones de adicción al trabajo en nuestras vidas. Debemos también evitar las
ambiciones y los compromisos financieros que nos impulsen a trabajar
excesivamente.
En quinto lugar, debemos ver el trabajo como una oportunidad para
evangelizar. Queremos que los demás vean al Salvador cuando nos observen
trabajar. Desarrollamos relaciones positivas con los colegas de trabajo y con
otros contactos de trabajo, buscando compartir el mensaje de Cristo con ellos
(al tiempo que respetamos los deseos de nuestro empleador con respecto al
uso del tiempo de trabajo).

La Membresía de la Iglesia Local


Al lidiar con el trabajo hemos estado analizando al cristiano en la
sociedad. Ahora nos referiremos a un círculo más pequeño que es la iglesia
local.
Definir los Términos
Cuando una persona se convierte a Cristo, inmediatamente se vuelve
miembro del cuerpo de Cristo, el grupo de verdaderos creyentes en la época
presente (Mt. 16:18; Ef. 1:22-23; 5:25). En la práctica, esta iglesia universal
funciona a través de las iglesias locales, las asambleas en diferentes
ubicaciones geográficas (p. ej. “la iglesia en Jerusalén”, Hch. 8:1, “la iglesia
en Antioquía”, Hch. 13:1). En general, yo defino a la iglesia local como el
grupo de creyentes bautizados que de forma voluntaria se han puesto de
acuerdo para trabajar juntos en la misión de Dios para la iglesia local: hacer y
desarrollar discípulos de Jesucristo (Mt. 28:18-20; Ef. 4:11-16). Más
específicamente, como enseña la tradición reformista, una iglesia local se
caracteriza sobre todo por su predicación fiel de la Palabra de Dios (1 Ti.
4:13; 2 Ti. 4:1-2), por la administración bíblica de las ordenanzas (Mt. 28:19;
1 Co. 11:17-34) y por el ejercicio de la disciplina (He. 10:24-25; Mt. 18:15-
20).6
Al referirme a la membresía de tales iglesias no estoy limitándome a un
mecanismo en particular para convertirse en miembro. Más bien estoy
hablando sobre la idea central de un compromiso voluntario y definitivo con
una iglesia local como expresión de una fe personal en Cristo, la Cabeza de
la iglesia.
Escudriñar las Escrituras
Como las iglesias locales solo surgieron después de Pentecostés (Hch. 2)
no hallaremos ningún dato específico acerca de nuestro tema en el Antiguo
Testamento. Pero en cuanto a la trama bíblica, la iglesia local es central en lo
que Dios está haciendo para cumplir su plan de redención en el tiempo
presente (ver sobre todo la epístola completa a los efesios y 1 Ti. 3:14-16). Es
cierto que ningún versículo dice textualmente, “Te unirás a una iglesia”. Sin
embargo, cuando leemos los relatos del Nuevo Testamento, encontramos
varias líneas de evidencia que argumentan a favor de una membresía en una
iglesia local.
Las Enseñanzas de Jesús
En Mateo, nuestro Señor solo habla de la iglesia brevemente, pero sus
comentarios son trascendentales y realizan el trabajo preliminar para las
enseñanzas del resto del Nuevo Testamento. En Mateo 16:18 Jesús predice
que él edificará su iglesia. Luego le da a Pedro, como representante de los
apóstoles a través de los cuales él fundaría la iglesia, “las llaves del reino de
los cielos” (v. 19). Se trata de la autoridad de reconocer a las personas como
miembros del reino de Cristo, basándose en su confesión de fe en él (cf. Jn.
20:23).
En Mateo 18, Jesús da a entender que su autoridad pasaría a sus discípulos
en general e incluiría la autoridad de la disciplina de la iglesia. Como mismo
pasa con “las llaves del reino de los cielos”, cuando una iglesia local decide
excomulgar a un creyente profeso que no se arrepiente de su pecado, está
expresando la voluntad de Dios en los cielos (comparar 16:19 con 18:17-20).
Además, cuando Cristo recibe la autoridad universal como el Rey mesiánico,
la disciplina de la iglesia pasa a ser parte de “todas las cosas que os he
mandado” que deben enseñarse a los discípulos en todas las naciones (Mt.
28:18-20).7
Para nuestro propósito el resultado final es este: Jesús describe que sus
discípulos deben tener una relación comprometida con un grupo de otros
discípulos que se supervisan entre sí. Esto implica excluir del grupo a
aquellos cuyas vidas claramente no se corresponden con su profesión de fe.
Aquí debemos preguntar, ¿cómo puede alguien ser excluido de un grupo si no
es miembro del mismo?
El Patrón en el Libro de los Hechos
Los relatos de las iglesias primitivas en el libro de Hechos desarrollan más
específicamente el concepto de la iglesia local esbozado por Jesús.
Específicamente, la conversión, el bautizo y la incorporación a la iglesia local
están estrechamente relacionados. Para los que vivían en Jerusalén, ¿qué
involucraba la respuesta positiva al mensaje que Pedro había predicado el día
de Pentecostés? Incluía varios aspectos: el arrepentimiento y fe en Cristo, el
bautismo y la asimilación en la asamblea de Jerusalén (Hch. 2:37-41). Era un
“todo incluído”; y traía como consecuencia una participación sostenida en las
prácticas de la iglesia (v. 42): “en la doctrina de los apóstoles, en la comunión
unos con otros...en el partimiento del pan y en las oraciones”. Por supuesto,
el único medio de salvación era el arrepentimiento y la fe, pero los otros
aspectos aparecen como corolarios inseparables. Fijémonos sobre todo en el
versículo 47a: “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser
salvos”. Aquí el número de los salvos equivale al número de personas en la
asamblea.
El libro de Hechos no brinda detalles sobre la fundación de cada una de
las iglesias del siglo primero, pero, ¿qué paradigma general refleja? El
ministerio de Pablo es especialmente instructivo en ese sentido. Mientras
viajaba de ciudad en ciudad él no se limitaba a predicar para que las personas
se convirtieran a Cristo. Su práctica sistemática consistía en reunirlos en
asambleas identificables para que pudiesen adorar a su Señor y vivir su fe en
comunidad. Ver, por ejemplo, Hch. 14:21-23; 15:41; 16:5; y 20:17-38.
Las Instrucciones de las Epístolas
Como es natural, las epístolas contienen el material más explícito en lo
tocante a la relación del creyente con la iglesia local. Éstas describen la vida
de los cristianos entrelazada con las de otros cristianos y también en su
interdependencia mutua. Como vimos en el capítulo 3, existe una fuerte
conexión entre la iglesia local y la santificación del creyente. Percatémonos
del lenguaje colectivo de Efesios 4:11-16 (énfasis añadido):
Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de
Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños
fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por
estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las
artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos
en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el
cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que
se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro,
recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.
El crecimiento hasta la estatura de Cristo se presenta como un esfuerzo
conjunto que involucra a toda la iglesia, una clase de “deporte de equipo”.
Hace falta la contribución de “cada coyuntura”, y de “cada miembro” para
que cada uno de nosotros de forma individual, y la iglesia como un todo
podamos convertirnos en todo aquello que Dios quiere que seamos. Este
concepto de cuerpo sugiere una relación establecida e íntima entre las partes
involucradas.
Aquí un componente fundamental es el ministerio de los líderes de la
iglesia local. Ciertamente en Efesios 4 la referencia que se hace a “pastores y
maestros” (v. 11) indica que el lado práctico de este texto es principalmente a
nivel de la iglesia local. Las epístolas asumen que el cristiano tiene un pastor
o pastores a quienes acude en busca de alimento espiritual y orientación (p.
ej., 1 Ts. 5:12-13; He.13:17). Las ovejas necesitan un pastor, es decir, sub-
pastores (1 P. 5:1-4).
Al mismo tiempo, las epístolas hacen un llamado al ejercicio regular de
los diversos dones espirituales por parte de una gran variedad de cristianos.
Los pasajes que abordan este tema dan por sentado que existe una asamblea,
y que las personas en esa asamblea saben quiénes forman parte de ella, de
forma tal que pueden llevar a cabo sus ministerios entre ellos (Ro. 12:3-8; 1
Co. 12–14; 1 P. 4:10-11). Refiriéndose a los dones espirituales Romanos 12:5
dice, “así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos
miembros los unos de los otros”. La iglesia local es el ámbito principal en el
que se experimenta de forma práctica esta realidad espiritual.
En las Epístolas también se hace hincapié en la supervisión y disciplina
que Jesús presentó en Mateo 18. La excomunión sigue siendo necesaria en
los casos extremos (p.ej. 1 Co. 5), sabiéndose una vez más que se trata de un
grupo definido. Pero la disciplina no se limita a la excomunión. Abarca
varios niveles de rendición de cuentas, incluyendo las exhortaciones
frecuentes entre los cristianos (p.ej., He. 3:12-13; 10:23-25). Tales
exhortaciones son más eficaces en el contexto de relaciones comprometidas.
Las Epístolas pastorales contribuyen significativamente a nuestro tema.
Pablo comisiona a Timoteo y a Tito para que concreten varios asuntos
organizacionales en las iglesias de Éfeso y Creta respectivamente (1 Ti. 3:14-
15; Tit. 1:5). El apóstol aborda los tópicos siguientes:
• La diferencia de roles en dependencia de la edad y el sexo (1 Ti. 2:11-
15; Tit. 2:2-8).
• Requisitos, deberes y remuneración de los líderes (1 Ti. 3:1-13; 5:17-
18; 2 Ti. 2:24-26; 4:1-5; Tit. 1:5-9).
• Una lista de mujeres viudas (1 Ti. 5:13-16).
• Pasos para lidiar con los problemas (1 Ti. 5:19-25; Tit. 3:10-11).
Tales prácticas y procedimientos implican que las iglesias locales del
siglo primero eran cuerpos bien definidos con una membresía reconocible.
A fines del siglo primero el apóstol Juan hace un asombroso comentario
relacionado con la iglesia local. Hablando de los falsos maestros, él escribe,
“Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de
nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se
manifestase que no todos son de nosotros” (1 Jn. 2:19). Esto no significa que
si alguien abandona una iglesia local específica en un momento dado, es por
ello una persona no regenerada. Sin embargo, sí implica que el compromiso a
una asamblea ortodoxa es un resultado esperado de la regeneración.8
Buscar Consejo
Solo haré referencia a algunos de los muchos autores que han brindado
debates útiles sobre la membresía de las iglesias. Basándose en algunos de los
mismos pasajes antes citados, la Confesión Bautista de Londres (1689)
infiere que Cristo “ordena [a los creyentes] a caminar juntos en sociedades o
iglesias específicas, para su mutua edificación y el ejercicio debido de esa
adoración pública que él exigió de ellos en el mundo”.9 Samuel Waldron
explica:
El mandato de Cristo a su pueblo de caminar juntos en iglesias
específicas es más que sencillamente otro de sus preceptos. Este
precepto crea la estructura o contexto en el cual la Gran Comisión... se
lleva a cabo. Jesús deseaba que sus discípulos fuesen enseñados a
guardar todo lo que él había ordenado. ¿Cómo podía cumplirse esto? A
través de la creación de iglesias locales, con maestros-ancianos
locales. Jesús ordena la existencia de tales iglesias en Mateo 18:15-20.
Si Jesús manda que las infracciones sean traídas a la iglesia, y ordena
que la iglesia reprenda tales infracciones y que en última instancia
excluya al impenitente, entonces necesariamente él está ordenando la
existencia de dichas iglesias locales.10
Se trata de un encomiable ejemplo de una “buena y necesaria
consecuencia” extraída de las Escrituras.
Jonathan Leeman escribió uno de los materiales más exhaustivos acerca
de nuestro tema. Sus estudios están dirigidos hacia el “bagaje” cultural
contemporáneo que a menudo constituye un obstáculo para la membresía y
disciplina de la iglesia: el individualismo, el consumismo, la fobia al
compromiso y el escepticismo.11 Leeman argumenta que estos problemas
delatan una actitud deficiente acerca del amor. El amor de Dios opera en
conexión con su santidad, y su pueblo ha sido llamado a reflejar ese mismo
tipo de amor. Esto significa que la relación del cristiano con la iglesia debe
incluir compromiso y responsabilidad.12 Leeman hace un análisis a fondo que
incluye el comentario siguiente:
Una de las tragedias principales del evangelicalismo hoy en día es
que ha perdido de vista la maravillosa y vivificadora fuerza de la
autoridad. Nos hemos dejado arrastrar por la cultura. Nos
consideramos, más de lo que pensamos, agentes independientes,
encargados de determinar la mejor manera en la que podemos crecer,
servir y amar en fe. Sí, es cierto que escuchamos a los demás, los
respetamos, y aceptamos la orientación que otros nos ofrecen, pero en
el análisis final, nos vemos como nuestros propios directores, gestores
de nuestros proyectos, guías, jueces y capitanes de nuestras propias
naves, de una manera que es más cultural que bíblica. En resumen, una
teología subdesarrollada conspira con nuestra anti-autoridad e instintos
individualistas para engañarnos cuando decimos que amamos a todos
los cristianos en todas partes de la misma manera, mientras por otro
lado ponemos pretextos para no amar específicamente a ninguno de
esos cristianos, sobre todo de una forma sumisa. No es de sorprenderse
entonces que nuestras iglesias sean superficiales, que los cristianos
sean débiles y que el pueblo de Dios se parezca al mundo.13
En conexión con el amor, la analogía del matrimonio plantea argumentos
importantes en lo concerniente a la membresía de la iglesia. Los cristianos
que asisten a una iglesia indefinidamente sin nunca hacerse sus miembros han
sido comparados con un hombre y una mujer que viven juntos sin casarse.
Ellos desean los beneficios del matrimonio, pero no sus compromisos. En
realidad, están perdiendo el derecho de algunos de esos beneficios. Lo peor
es que, incluso sin darse cuenta, se están hiriendo mutuamente. También
están confundiendo a los que observan su situación.14
Formular una Respuesta
La aplicación en ese sentido no será una sorpresa para nadie: ¡conviértase
en miembro de una iglesia! Sin embargo, dado el énfasis de los pasajes que
hemos analizado, la forma en la que Jonathan Leeman plantea el asunto
parece ser más precisa: “Los cristianos no se hacen miembros de una iglesia;
se someten a ella”.15 Ciertamente, se puede abusar de la autoridad de la
iglesia, como cuando un pastor trata de microgestionar las vidas de los
miembros de su iglesia. Pero ese abuso no argumenta en contra de la
autoridad legítima de la iglesia local.
De hecho, el tema de la autoridad nos ayuda a abordar la cuestión de
cómo exactamente alguien puede hacerse miembro de una iglesia. En algunas
iglesias es posible que al candidato se le pida que dé un testimonio público.
En otras, firma un pacto o hace votos como miembro. Algunas
congregaciones votan para aceptar a un nuevo miembro, y otras no lo hacen.
Esos detalles no están estipulados en las Escrituras, pero constituyen medidas
prácticas que se toman para implementar la instrucción bíblica general sobre
la iglesia. Parecería que la iglesia o su liderazgo, o ambos, están operando
dentro de su jurisdicción cuando determinan el proceso de membresía que
implementarán. Después de todo, ellos toman otras decisiones acerca de
asuntos que conciernen a toda la iglesia, tales como su ubicación, horarios de
los cultos y compromisos financieros de la congregación. Mientras no se
viole ninguna enseñanza bíblica, el obedecer los métodos establecidos para
convertirse en miembro, le da al cristiano su primera oportunidad de mostrar
un sometimiento adecuado a su iglesia local.
Aunque nuestro debate se ha centrado en el proceso de aceptación de un
nuevo miembro, este solo es por supuesto, el primer paso. Tristemente, a
veces las iglesias poseen listas enormes de miembros de los cuales muchos
no participan activamente en la vida de la iglesia. La membresía solo es
valiosa cuando representa un compromiso. ¿Cómo podemos aplicar en su
totalidad los pasajes que hemos examinado? Confiando en la gracia de Dios,
debemos luchar por cumplir fielmente con los deberes de membresía de la
iglesia que hemos visto en nuestro debate. Debemos asistir frecuentemente a
los cultos y permanecer abiertos a la enseñanza bajo la predicación de la
Palabra de Dios. Debemos someternos a la legítima autoridad de los líderes
de nuestra iglesia. Debemos emplear nuestros dones espirituales para edificar
al cuerpo. Debemos ministrar para las necesidades de nuestros hermanos y
hermanas, empleando nuestro tiempo, dinero, energía y oraciones. Debemos
trabajar para llevar el evangelio a los perdidos.16

Conclusión
Como la iglesia y el trabajo juegan un papel tan importante en el plan de
Dios para nuestras vidas, merecen nuestra participación fiel y reflexión
cuidadosa. Afortunadamente, la Biblia brinda una cantidad considerable de
enseñanzas para orientar al creyente. Nuestro análisis de este tema ha
ilustrado un número de objetivos claves en este libro: el poder motivador del
evangelio, la necesidad de una interpretación precisa, la importancia de la
trama bíblica, el rol de las implicaciones y los paradigmas, y la necesidad de
una implementación práctica. Quiera el Señor que su vida en el trabajo y en
el seno de la iglesia honren a Dios, y por tanto den resultados fructíferos.
1 Para acceder a otros debates que sirvan como estudios útiles en la aplicación, analice los siguientes:
de John Dyer, From the Garden to the City; de John MacArthur, et al., Right Thinking in a World
Gone Wrong (Eugene, OR: Harvest House, 2009); de Paul David Tripp, Guerra de Palabras
(Medellín, Colombia: Poiema, 2017); y la serie Biblical Discernment for Difficult Issues publicada
por Bob Jones University Press.
2 Acerca del día de reposo, ver de D. A. Carson, From Sabbath to Lord’s Day (Eugene, OR: Wipf &
Stock: 1999).
3 Para acceder a útiles planteamientos contemporáneos sobre la ética de trabajo de la Reforma, ver de
Leland Ryken, Redeeming the Time (Grand Rapids, MI: Baker, 1995). Comparar con Timothy
Keller, Every Good Endeavor (Nueva York: Dutton, 2012).
4 Ver, por ejemplo, de Gene Veith, God at Work (Wheaton, IL: Crossway, 2002).
5 Ver, por ejemplo, de Paul Helm, The Callings (Edimburgo: Banner of Truth, 1987).
6 Ver el artículo 29 de la Confesión Belga en el libro de Philip Schaff, The Creeds of Christendom
(Grand Rapids, MI: Baker, 2007), 419-421.
7 Para acceder a más información sobre las enseñanzas de Jesús sobre la iglesia, ver de Blomberg,
Matthew, 250-256, 278-281, 431-434; de Carson, Comentario Bíblico Expositor: Mateo, 413-427,
455-458, 664-670; de Turner Matthew, 402-408, 443-447, 689-692. Comparar con el libro de
Jonathan Leeman, The Church and the Surprising Offense of God’s Love (Wheaton, IL: Crossway,
2010), 169-227.
8 Burdick, en un comentario sobre la frase, “porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido
con nosotros”, escribe, “Esta declaración, que es contraria a los hechos, se construye sobre el
principio de que los creyentes genuinos perseveran en la fe y en su asociación con otros creyentes”.
The Letters of John the Apostle, 195.
9 Sección 26.5, citado en Waldron, Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689, 307 (énfasis
añadido).
10 Ibid., 317.
11 The Church and the Surprising Offense of God’s Love, 39-74.
12 Ibid., 77-126.
13 Ibid., 216.
14 Wayne A. Mack y Dave Swavely, Life in the Father’s House (Phillipsburg, NJ: Presbyterian &
Reformed, 2006), 51-52; citando a Eric Lane, Members One of Another (Londres: Evangelical,
1968), 66.
15 Jonathan Leeman, Church Membership (Wheaton, IL: Crossway, 2012), 30.
16 Para acceder a más detalles sobre la membresía de la iglesia, ver de Thabiti M. Anyabwile, What Is
a Healthy Church Member? (Wheaton, IL: Crossway, 2008); de Mack y Swavely, Life in the
Father’s House; de Donald S. Whitney, Spiritual Disciplines within the Church (Chicago: Moody,
1996).
Capítulo 17
Finalizando con una Canción

L a música, nuestro último caso a analizar, es más complejo que los


tópicos del trabajo y la membresía de la iglesia, y como es natural, es
también más controversial. Aunque el debate a continuación solo es el
comienzo, confío en que brinde una base confiable para tomar decisiones
sabias en este sentido.

Definir los Términos


Definir la música pareciera innecesario, pero la precisión nunca está de
más. La música es una forma de organizar el sonido en el tiempo. Sus
principales propiedades son el tono (agudo o grave), la intensidad (fuerte o
suave), el timbre (“claro” u “oscuro”) y la duración. Éstas se organizan en
patrones para producir ritmo, melodía, armonía y tesitura (“capas” de
sonido).1 El sonido musical puede sugerir ideas, generar emociones y brindar
placer. Cuando la música incorpora una letra, comunica las ideas de forma
más explícita.
La música pertenece a varias categorías más generales. En primer lugar,
es un aspecto de la cultura. Aquí brindo una definición estándar de la cultura
en un sentido general: “Es un patrón de significados históricamente
transmitido, plasmado a través de símbolos, es un sistema de concepciones
heredadas expresadas por formas simbólicas por medio de las cuales las
personas pueden comunicar, perpetuar y desarrollar sus conocimientos de la
vida y sus actitudes hacia ésta”.2 Percatémonos del estrecho vínculo que
existe entre la cultura y las “actitudes hacia la vida”. Hasta cierto punto la
cultura de una persona refleja su cosmovisión. Esto es válido para la música y
también para otros elementos más proposicionales de la cultura, tales como la
literatura.
En segundo lugar, la música es una forma de arte. Este término se refiere
a la “actividad creativa del ser humano que consiste en transformar y
combinar materiales, imágenes, sonidos, etc., para transmitir una idea o un
sentimiento y producir un efecto estético, o embellecer ciertos objetos o
estructuras funcionales...”.3 Al ser el resultado de la creatividad y la
imaginación, la música y otras manifestaciones artísticas son expresiones de
la naturaleza humana. Además, su objetivo específico es exhibir algo bello, o
conmover a las personas desde el punto de vista emocional, o ambos.

Escudriñar las Escrituras


La subordinación de la música a la cultura y al arte amplía nuestro
diapasón a medida que escudriñamos en busca de materiales bíblicos. Aquí
resulta útil abordar el tema de la diferencia entre estructura y dirección (ver
el capítulo 15).
La Estructura
El desarrollo de la cultura y el arte refleja dos realidades
fundamentalmente buenas de la existencia humana que Génesis 1:26-28
enseña. En primer lugar, Dios hizo al hombre a su imagen. Fuimos diseñados
para reflejar a Dios. ¿Qué tipo de Dios es éste? Entre otras características es
un Dios que crea y disfruta de la belleza. El relato de la creación que leemos
en Génesis argumenta brillantemente a favor de esta afirmación. También
hallamos allí este antiguo planteamiento sobre estética: “Y Jehová Dios hizo
nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer” (Gn.
2:9a, énfasis añadido). De la misma manera, la música es una manifestación
del amor de Dios por la belleza (p. ej. el Sal. 96:6). En segundo lugar, Dios le
encargó al hombre que ejerciera dominio sobre la tierra, para maximizar sus
recursos y capacidades con el fin de que fuese cada vez más útil y productiva.
La música es una de las áreas en las que podemos cumplir con ese
mandamiento de dominar la tierra. Ésta contribuye al florecimiento humano,
pues aprovecha y moldea los elementos del sonido.
Dirección
Los seres humanos pueden “encauzar” la música hacia una dirección
positiva o negativa.4 La dirección positiva abarca varias formas de música.
Además de servir de entretenimiento en general (p.ej., Job 21:12), la música
aparece como una manera normal y evidentemente apropiada de celebrar
múltiples experiencias en la vida:
• Despedidas (Gn. 31:27)
• Victorias militares (1 S. 18:6)
• El amor romántico (Cnt. 1:1)
• El dolor (En Jer. 9:10 se traduce la palabra hebrea qinah como
“canción de una lamentación”)
• Regreso al hogar (Lc. 15:24-25)
Algunas músicas están dirigidas a Dios directamente, y lo honran de una
forma excepcional, p. ej. “el canto para Jehová” (1 Cr. 25:7), los “cánticos
espirituales” (Ef. 5:19; Col. 3:16). Esas canciones pueden también tener un
efecto edificante en el individuo y en los demás creyentes (Job 35:10; Ef.
5:19; Col.3:16).5
La Biblia indica que el sonido musical puede tener efectos positivos en los
oyentes. Muchos pasajes hacen referencia en general al deleite que brinda una
música hermosa. Hallamos términos como “deliciosa” (Sal. 81:2), y
“gloriosa” (Sal. 66:2) que la describen. De la misma manera la música puede
transmitir gozo (Job 21:12; 1 Cr. 15:16). La música que salía del arpa ayudó a
Saúl a experimentar paz (1 S. 16:23).
Por otro lado, las Escrituras nos enseñan que el pecado ha contaminado
cada parte de la naturaleza y cultura humanas (p.ej., Gn. 6:5; Ef. 4:17-19).
Aquí tenemos que analizar, sobre todo, las enseñanzas del Nuevo Testamento
en lo que respecta al “mundo” (en griego, kosmos). No me estoy refiriendo a
la tierra física ni a la humanidad en general, sino a “la parte mala de la
cultura”6, que es impulsada por los deseos de la carne, los deseos de los ojos
y la vanagloria de la vida (1 Jn. 2:16). Basándose en un estudio detallado del
material bíblico relevante, mi colega Randy Leedy brinda una definición más
específica:
El mundo es un reino espiritual gobernado por Satanás, el cual
está inmerso en un conflicto sin tregua contra el reino de Dios, y ese
mundo está formado visiblemente por una masa de personas que no
conocen a Dios y quienes, como respuesta a la seducción satánica que
se aprovecha de la naturaleza humana caída y se alimenta de ella,
convierten los distintos aspectos de la creación terrenal de Dios en
medios para gratificar su ego, en lugar de dar la gloria a Dios, de esta
forma acarreando para sí mismos juicio y destrucción eternos.7
Dios nos manda a no amar al mundo (1 Jn. 2:15-17). En palabras de
Romanos 12:2 no debemos conformarnos a este siglo (en griego, aiōn).
Utilizando términos diferentes, Efesios 5 nos habla del mismo tema. Pablo
nos exhorta a comprobar lo que es agradable al Señor (v. 10, ver mi debate en
el capítulo 5). Luego dice, “Y no participéis en las obras infructuosas de las
tinieblas, sino más bien reprendedlas; porque vergonzoso es aun hablar de lo
que ellos hacen en secreto” (vs. 10-12).
De hecho, la Biblia no se cohíbe a la hora de especificar algunas
tendencias pecaminosas de determinadas culturas en particular. Tito 1
contiene uno de los textos bíblicos más “políticamente incorrectos” en ese
sentido. Aquí el apóstol Pablo critica hábil pero rotundamente la cultura de la
isla de Creta: “Uno de ellos, su propio profeta [probablemente Epiménides],
dijo: Los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos. Este
testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente...” (vs. 12-13b).
Dada la depravación del hombre y el ingenio de Satanás al dirigir el
mundo, tenemos suficientes motivos para esperar que la música pueda ser
moldeada y utilizada de forma tal que promueva planes pecaminosos e
influya sobre las personas para que se aparten de Dios. La primera referencia
que hace la Biblia a la música humana parece insinuar esto. La invención de
los instrumentos musicales aparece como una expresión natural de la orden
de dominar la tierra, junto con el surgimiento de la cría de ganado y la
metalurgia (Gn. 4:20-22). Pero el hecho de que el inventor de los
instrumentos musicales fuese Jubal, hijo del malvado Lamec, y parte de la
familia del malvado Caín, da lugar a la posibilidad de que la música pueda
usarse para fines malvados (v. 21). Waltke y Fredricks llegan al punto de
decir, “El arte y la ciencia, expresiones apropiadas del mandato cultural
divino, aquí se expresan en una cultura depravada como medio de
reafirmación del ego y de la violencia, y alcanzan su punto culminante en la
canción tiránica de Lamec”.8
A medida que continuamos leyendo las Escrituras, nos encontramos con
música que tiene una connotación claramente negativa. Existen canciones de
ebrios (Sal. 69:12), de necios (Ec. 7:5) y de prostitutas (Isa. 23:15-16). Nos
preguntamos qué hacía exactamente que esas canciones fuesen
problemáticas, ¿la letra o la melodía, o ambas? Pero si un sonido musical
puede promover inclinaciones buenas, como la paz y el gozo (1 S. 16:23, 1
Cr. 15:16; cf. Gá. 5:22), ¿no podrá acaso promover también las obras de la
carne, como la lascivia, la ira, y las borracheras (Gá. 5:19-21)? Esta parece
ser una inferencia sólida.
Buscar Consejo
Los teólogos y músicos cristianos han brindado abundantes instrucciones
para evaluar la música, sobre todo la música de adoración desde una
perspectiva bíblica. Ciertamente le recomendaría al lector leer obras sobre ese
tema.9 Sin embargo me gustaría compartir algunas perspectivas más
generales sobre la cultura como un todo. Estoy escribiendo esta parte bajo el
acápite de “Buscar consejo” porque no se halla en la Biblia. Más bien es
información que se extrae de la observación de la vida. Como he señalado
anteriormente, a menudo necesitaremos usar información que no está en la
Biblia para poder aplicar la Biblia.
Un método común para clasificar la cultura se centra en tres categorías: la
alta (o clásica o refinada) cultura, la cultura folclórica (o tradicional) y la
cultura popular.10 Estas definiciones no son herméticas, y no es posible
colocar cada producto cultural de forma perfecta en una de estas categorías.
Pero en su calidad de generalizaciones, éstas brindan información valiosa
para evaluar la música. A modo de analogía aproximada, estamos hablando
de las diferencias entre un restaurante especializado en bistecs (alto), un
restaurante mexicano auténtico (tradicional) y una cafetería de comida rápida
y hamburguesas (popular).
¿Cuáles son algunas de las características generales de estos tipos de
cultura? La alta cultura se caracteriza por tener rasgos tales como
trascendencia, intemporalidad, un contenido sustancioso, disciplina de la
forma y gratificación demorada. Los ideales de la alta cultura se
corresponden estrechamente con ciertos énfasis de la teología cristiana. La
cultura folclórica tiene algunas cualidades en común con la alta cultura, pero
está más orientada a la persona promedio y es, por tanto, más sencilla y
accesible. La cultura folclórica es el medio que se usa por lo general para
perpetuar los valores de grupos étnicos específicos y otras comunidades. Al
mezclar la sustancia con la accesibilidad, posee un potencial considerable
para propagar el cristianismo, sobre todo en grupos específicos.
Podríamos caracterizar a la cultura popular diciendo que es lo opuesto a la
alta cultura: presenta una preocupación excesiva por la novedad y la
generación actual, la superficialidad y el énfasis en la expresión individual, la
libertad de la forma y la gratificación inmediata. El nombre popular no
implica que otros tipos de cultura no sean populares. Pero sí deja en claro que
la cultura popular es extremadamente popular en una escala amplia. El
desarrollo moderno de los medios de comunicación masivos ha permitido una
diseminación rápida y vasta de nuevas ideas, lo cual ha conducido a una
nueva característica de la cultura popular: el comercialismo. En la cultura
popular, los que utilizan los medios tienen como objetivo complacer a las
masas, y a menudo redefinen la cultura para ganar dinero, apelando muchas
veces al denominador común más bajo de la sociedad.
No debemos llegar a la conclusión de que todos los productos de la
cultura popular son inherentemente malos. Después de todo, comencé el
capítulo 15 de este libro hablando sobre mi teléfono inteligente, y acabo de
usarlo para revisar mis cuentas de medios sociales. También he comido
bastante comida rápida. Pero estos ejemplos realmente apoyan el argumento
que quiero presentar: la cultura popular suscita un buen número de
inquietudes. Como se centra en la gratificación inmediata, tiende a enfatizar
demasiado en la experiencia y la emoción, al tiempo que descuida a la mente.
Aquí debemos reconocer que “el medio es el mensaje”.11 Una cultura
sentimental cultiva a personas sentimentales. Lo que es peor, una inclinación
hacia el denominador común más bajo significa que la cultura popular posee
un gran potencial de ser atractiva para la carne (cf. Ro. 13:14).
Subrayaré solo una tendencia más de la cultura popular: su énfasis en la
juventud. Incluso los analistas seculares han criticado esta tendencia. El
musicólogo Julian Johnson escribe,
La música comercial contemporánea es, ante todo, la música de la
juventud. Los jóvenes pasan más tiempo escuchando música y gastan
más dinero en música que ningún otro sector de la sociedad, y como
nuestra dieta cultural está fundamentalmente regida por el mercado, lo
que ocurre es que nuestra cultura musical dominante es la de los
jóvenes.... Esta música se emplea, como en otras áreas de moda, como
parte de ritos de paso adolescentes que incluyen la formulación de
identidades individuales relacionadas con los grupos colectivos, la
expresión de independencia de una generación parental, y el manejo de
una energía libidinal excesiva en ausencia de otras válvulas de escape
obvias....
Lo que sigue siendo difícil de entender es por qué la cultura adulta
debe verse moldeada de una forma tan profunda por algo que es,
después de todo, cultura joven. Pero, por supuesto, la distinción que
estoy haciendo no está claramente definida en la cultura
contemporánea. Nuestra fascinación colectiva por las imágenes que
muestran juventud y escenas juveniles elimina eficazmente cualquier
límite entre las dietas culturales de niños, adolescentes y adultos.
Tanto los niños de siete años como los adultos de treinta y siete están,
al parecer, igualmente fascinados por una cultura musical definida casi
exclusivamente por imágenes de cantantes que están entre los
diecisiete y los veintisiete años de edad.12
Aunque esto sea un poco exagerado, ¿no se corresponde acaso con lo que
usted ha observado en general? Permítame hacerle otra pregunta: ¿cómo
concuerda esto con las enseñanzas bíblicas?
Al criticar la cultura popular no estoy insinuando que los demás tipos de
cultura sean perfectos. Además, el elitismo cultural es un peligro que
debemos evitar. Pero no me parece que sea el mayor peligro de nuestros
tiempos. Si estamos comprometidos con una santidad impulsada por el
evangelio, no podemos minimizar la degeneración moral obvia que la cultura
popular ha promovido en la historia reciente.

Formular una Respuesta


Las Escrituras no especifican cómo evaluar la dirección moral de una
pieza musical. Se trata de un acto de discernimiento. Para agudizar nuestro
discernimiento, haríamos bien en evaluar tres aspectos específicos de la
música: la letra, el sonido musical y las asociaciones. Al debatir sobre cada
aspecto a continuación, me esforzaré por aplicar los criterios bíblicos como
los que encontramos en un versículo que subrayé en el capítulo 5, Filipenses
4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo
lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay
virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.
La Letra
Abordaré el tema de la letra primero porque es lo más objetivo. Ya que
debemos rendir cuentas incluso por cualquier palabra que salga de nuestra
boca por descuido, debemos también estar alerta ante las palabras que
hablamos y escuchamos (Mt. 12:36). Ciertamente las palabras poseen una
trascendencia moral. Reflejan la condición de nuestro corazón (Mt. 12:34), y
pueden usarse para bendecir o maldecir (Pr. 18:21; Stg. 3:9-10). Según
Efesios 4:25-32, nuestras palabras no deben ser ni falsas, ni carnales, ni
vulgares, ni llenas de amargura o de ira pecaminosa. En lugar de ello deben
ser veraces, edificantes y amables. Estos requisitos se aplican tanto a las
palabras cantadas como a las que usamos en la conversación.
Por ejemplo, las letras de muchas canciones populares son explícitamente
impías. Si esas palabras no son apropiadas para que el pueblo de Dios las
diga, ¿por qué escoger escucharlas como forma de entretenimiento? En este
sentido Johnson plantea una interrogante sobre la ironía de nuestra época que
nos hace reflexionar: “¿Por qué estamos tan preocupados por los aditivos
alimentarios, por la presencia de cosechas genéticamente modificadas o por
las vidas de las gallinas de criaderos, y por otra parte somos totalmente
indiferentes ante el contenido de los productos culturales con los que
alimentamos nuestras mentes?”13
Debemos evaluar con mucho más cuidado aun las letras de nuestras
canciones de adoración. Tales canciones son presentadas delante de Dios
como ofrenda, la cual exige de una reverencia y cautela especiales (Ec. 5:1-
2). Se supone que las canciones de adoración también edifiquen a los demás
espiritualmente (Ef. 5:19; Col. 3:16; He. 13:15). Aquí los Salmos y otros
cánticos bíblicos nos sirven como nuestro mayor recurso. Ellos no solo
brindan las palabras específicas que debemos cantar, sino que también
ejemplifican los tipos de letra que deleitan el corazón de Dios.14 Nuestro
Señor se complace con las palabras que lo representan de forma precisa. Los
textos que ponen en alto su posición exaltada le brindan honra, incluso
cuando le alabamos por su gracia condescendiente. ¿Puede usted pensar en
algunas canciones de adoración, recientes o antiguas, que no cumplan con
estos requisitos?
El Sonido Musical
Los compositores combinan los elementos sonoros de varias maneras para
producir los efectos deseados, sobre todo efectos emocionales. Esto parece
obvio, una verdad que aprendemos al observar el orden creado. Dios creó la
música con el potencial de causar dichos efectos. La música que acompaña la
escena de una película fue concebida para apoyar y realzar el contenido
temático de esa escena. Cuando vemos una película, intuitivamente podemos
decir si la música es alegre, triste, de suspenso, reflexiva, romántica o
triunfante. También podemos detectar los ambientes problemáticos que la
música sugiere: de ira o de libertinaje, por ejemplo.
En este momento no me adentraré en detalles referentes a los acordes y
los tiempos. No soy músico, y semejantes argumentos a menudo son poco
persuasivos. El sonido musical, como un medio de comunicación no verbal,
no es tan preciso como la comunicación verbal. Específicamente, el
identificar elementos musicales aislados como intrínsecamente buenos o
malos, parece algo forzado.
Sin embargo, una obra de arte, es mayor y más comunicativa que la suma
de sus partes. Por tanto, debemos hacer todo lo posible por evaluar el sentido
auditivo general de una pieza musical, preguntándonos específicamente si
tiene efectos negativos. ¿Sugiere o provoca deseos pecaminosos (Gá. 5:19-
21; 1 Jn. 2:16)? Aquí no debemos limitar nuestra evaluación a la melodía o
instrumentación de la canción. Otros factores pueden también afectar el
impacto de la música.
En un concierto, por ejemplo, la atmosfera en general, el estilo a la hora
de cantar e incluso la apariencia física del cantante pueden intensificar el
efecto de la experiencia —para bien o para mal.
Evaluar el sonido musical resulta especialmente importante cuando se
trata de la música de adoración. Las enseñanzas bíblicas sobre la adoración
hacen hincapié repetidamente en la santidad de Dios (p.ej., 1 Cr. 16:29; 2 Cr.
20:21; Sal. 29:1-2; 93:5; 96:9). ¿Cómo podemos ofrecerle a un Dios santo
una música que alienta a las personas a pecar? Ciertamente Jehová le advirtió
a Israel específicamente que no le adorara según las costumbres malvadas de
los cananeos (Dt. 12:29-32).
El pecado no es, sin embargo, el único problema a considerar. La música
de adoración expresa emociones correctas hacia Dios y las fomenta (p.ej.,
Sal. 98:4-6). Sin embargo, esto puede fácilmente caer en el emocionalismo.
Sobre todo cuando una música de estilo popular se emplea como música para
adorar, puede volverse difícil determinar si el individuo está realmente
involucrado emocionalmente con el Señor, o si está sencillamente
experimentando un estímulo artificial debido a la música. De forma tal que
debemos evaluar con sinceridad nuestra música de adoración según el
principio siguiente: “Cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el
entendimiento” (1 Co. 14:15).15
Las Asociaciones
A menudo la música trae aparejadas asociaciones que se distinguen un
tanto de sus otros aspectos. Se genera una idea o sentimiento, no solo a través
del sonido musical y la letra, sino a través de una conexión simbólica entre la
música y su cultura. Necesitamos examinar esos “bagajes” asociativos a la
hora de evaluar la música.
Toda cultura posee símbolos que comunican ideas de manera no verbal
por vía de asociación. Para poner un ejemplo extremo, la mayor parte de las
personas reaccionan cuando ven una esvástica. No hay nada inherentemente
malo en la forma e intersección de las líneas que forman este símbolo, e
históricamente ha sido usado con varios propósitos. Sin embargo, décadas
después del fin del Tercer Reich, la esvástica se sigue identificando de forma
fuerte y perturbadora con el holocausto nazi. Por tanto, ese símbolo se evita
con razón. Me vienen a la mente otros ejemplos: varios gestos corporales,
banderas, artículos y estilos de las prendas de vestir —y canciones. Las
asociaciones vinculadas a los mismos pueden cambiar con el tiempo. En una
época se asociaban enormemente el llevar barba con la rebelión del
movimiento hippie, pero ese simbolismo no persiste hoy en día. Es por ello
que las asociaciones deben evaluarse de forma periódica.
Como muchos han dicho, necesitamos “hacer una exégesis” de la cultura,
así como de las Escrituras. Para comprender las asociaciones de un elemento
cultural, probablemente el paso más útil que podemos dar sería sencillamente
consultar la cultura —o el mundo mismo. ¿Cuáles son las asociaciones de la
música rock, por ejemplo? Constituye un hecho histórico que hasta cierto
punto este género surgió como vehículo para la expresión de la inmoralidad,
el hedonismo y la rebelión.16 ¿Se ha desvanecido esta conexión?
La estrella del pop Janet Jackson no cree que se haya desvanecido. Larry
King la entrevistó en 2008 en su programa de televisión, y la presentó
diciendo que estaba “más sexy... inteligente... y delgada que nunca”. Mientras
ambos conversaban sobre las letras de algunas de sus canciones, los adjetivos
picante y sensual se emplearon abiertamente. Tras conversar sobre algunos
problemas personales de Jackson, la plática se enfocó hacia el tema de las
drogas recreacionales. Entonces Jackson dijo, “Estoy muy en contra de las
drogas y todo eso. Pero al mismo tiempo, en este tipo de trabajo todo gira
alrededor de eso. Es como las drogas, el sexo y el rocanrol”. Ella continuó
hablando, y afirmó que, a pesar de la prevalencia de las drogas en su
industria, ella no las había usado. Sin embargo, el debate termina con una
nota triste.
Jackson: Las he visto, pero nunca las he usado, —gracias a Dios.
King: Gracias a Dios.
Jackson: Toca madera.17
Al citar este ejemplo, no estoy argumentando que todas las canciones en
el género del rocanrol y otros géneros asociados promuevan una conducta
carnal. Más bien estoy refiriéndome al tema de las asociaciones: al menos en
sentido general, ¿qué representa este tipo de música en la sociedad?
Los cristianos debemos considerar esta interrogante, porque las Escrituras
nos llaman a ejercer cuidado en lo que respecta a nuestra pureza personal y al
testimonio que damos a los demás. Debemos luchar por vivir de una manera
que refleje de forma incuestionable el carácter santo del Dios al quien
adoramos (Mt. 5:14-16; 1 P. 2:11-12). También deseamos exhibir una
diferencia notable entre nuestras vidas y los planes pecaminosos del mundo
(Ro. 12:2; 1 Jn. 2:15-17; Stg. 4:4). Teniendo esto en mente, ¿cuál debe ser
nuestra reacción ante las prácticas culturales que representan valores
mundanos?
Recordemos el estudio que hicimos en el capítulo 10 del pasaje de 1
Corintios 8:1–11:1. Este pasaje no encaja con la música precisamente, pues
Pablo estaba hablando sobre la carne, algo que en sí mismo no posee efectos
morales o espirituales en las personas (8:8). Como hemos visto, no se puede
decir lo mismo sobre la música. Por tanto, ¿no deberíamos inferir que si aun
las asociaciones de la carne son importantes, las asociaciones de la música
también importan? De ser así, el Señor querría que analizáramos
sinceramente las siguientes preguntas en relación con la música:
• ¿Cómo puedo contribuir al máximo en el progreso del evangelio (9:1-
27; 10:32-33)?
• ¿Es posible que mi participación influya en alguien para que peque
(10:23-30)?
• ¿Qué decisión mía glorificará a Dios (10:31)?
Por último, si pareciera que un tema relacionado con la música cae en la
categoría de asuntos genuinamente debatibles (Ro.14:1–15:13), las preguntas
a hacer también deben hacernos reflexionar:
• ¿En qué beneficiaría esto al Señor (14:6-9)?
• ¿Podré justificar mi decisión ante el trono del juicio de Dios (14:10-
12)?
• ¿Provocaría posiblemente mi participación que alguien viole su
conciencia (Ro.14:13-21)?
• ¿Estoy dudando en mi propia conciencia (14:22-23)?

Conclusión
Resulta apropiado que nuestro último capítulo culmine con estas
interrogantes. Aunque el estudio de las aplicaciones en este libro ha incluido
numerosos detalles, sin duda no ha respondido todas las preguntas que tiene
el lector sobre los temas que he abordado. Pero eso no me preocupa. Mi meta
no ha sido aplicar por usted los pasajes bíblicos, sino ayudarle a que los
aplique usted mismo. Ciertamente, dadas la inmensidad de las Escrituras y las
complejidades de la vida, pasaremos el resto de nuestro tiempo en la tierra
perfeccionando nuestra habilidad de transitar más allá de los capítulos y
versículos.
1 Ver de Roger Kamien con Anita Kamien, Music (Nueva York: McGraw-Hill, 2011), 1-55.
2 Clifford Geertz, The Interpretation of Cultures (Nueva York: Basic, 1973), 89.
3 “Arte”, El Pequeño Larousse Ilustrado (México, D.F.: Ediciones Larousse, 1956).
4 Le debo a mi colega Peter Davis, quien tiene un doctorado en pedagogía del piano y varios títulos de
teología, la mayor parte de la argumentación bíblica que resta en este capítulo.
5 Para acceder a materiales sobre la traducción e interpretación de Col. 3:16, ver de Douglas J. Moo,
The Letters to the Colossians and to Philemon, PNTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2008), 285-
290.
6 Frame, The Doctrine of the Christian Life, 866.
7 Leedy, Love Not the World, 69 (énfasis original). Para acceder a una aplicación de la enseñanza
bíblica sobre la mundanalidad y otros temas diversos, ver de R. Kent Hughes, Set Apart (Wheaton,
IL: Crossway, 2003).
8 Waltke y Fredricks, Genesis, 100.
9 Recomendaría de forma especial a John Makujina, Measuring the Music (n.p.: Religious Affections,
2016). Entre otras obras que me han sido provechosas están de Scott Aniol, Sound Worship (n.p.:
Religious Affections, 2010); de Aniol, Worship in Song; de T. David Gordon, Why Johnny Can’t
Sing Hymns (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2010).
10 Aquí mi debate se basa mayormente en el libro de Ken Myers, All God’s Children and Blue Suede
Shoes (Wheaton, IL: Crossway, 2012). Comparar con el libro de Aniol, Worship in Song, 59-78.
11 Ver de Marshall McLuhan, Understanding Media (Berkeley, CA: Gingko, 2013); de Neil Postman,
Amusing Ourselves to Death (Nueva York: Penguin, 2005).
12 Julian Johnson, Who Needs Classical Music? (Nueva York: Oxford University Press, 2002); 44-45.
Le agradezco a Amy Schoneweis, una miembro de mi iglesia, por dirigir mi atención hacia la obra de
Johnson. Para obtener evidencias de cómo el énfasis en la juventud de la cultura popular ha
moldeado la vida de la iglesia contemporánea, ver de Thomas Bergler, The Juvenilization of
American Christianity (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2012).
13 Johnson, Who Needs Classical Music?, 121.
14 Ver de Douglas Sean O’Donnell, God’s Lyrics (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed).
15 Para acceder a un debate general sobre la adoración, ver de Bryan Chapell, Christ-Centered
Worship (Grand Rapids, MI: Baker, 2009); de David Peterson, Engaging with God (Downers Grove,
IL: InterVarsity, 1992); de Gary Reimers, The Glory Due his Name (Greenville, SC: BJU Press,
2009); de Allen P. Ross, Recalling the Hope of Glory (Grand Rapids, MI: Kregel, 2006).
16 Ver, por ejemplo, de Robert C. Cottrell, Sex, Drugs, and Rock ‘N’ Roll (Lanham, MD: Rowman and
Littlefield, 2015); de Paul Friedlander, Rock & Roll (Cambridge, MA: Westview, 2006). Para leer
acerca de los orígenes de la música cristiana contemporánea, ver de David W. Stowe, No Sympathy
for the Devil (Chapel Hill, NC: UNC Press, 2011).
17 Transcripción del programa “Larry King en vivo” de CNN, 28 de febrero de 2008 (énfasis añadido).
Le agradezco a Steve Hankins, mi decano adjunto, por hablarme sobre esta entrevista.
Epílogo

A unque este libro a veces ha exigido el uso de aspectos técnicos, mi


interés en el tema de la aplicación bíblica no es académico, es
profundamente personal. Tal vez si explico mis antecedentes familiares el
lector comprenderá mis motivos para escribir.
Como consecuencia de la guerra Hispano-Americana en 1898 la isla de
Puerto Rico se convirtió en territorio de los Estados Unidos de América. Una
de las bendiciones que este suceso trajo consigo fue la diseminación del
evangelio en la isla, tras siglos de dominio católico-romano bajo el régimen
español. Durante esos primeros años de libertad religiosa, mi bisabuelo
aceptó a Cristo como Salvador gracias al testimonio de un misionero enviado
por una importante denominación norteamericana. Mi abuelo también se
convirtió a Cristo y posteriormente comenzó a servir como pastor en esa
denominación.
Esa fue la familia en la que nació mi padre y a través de la cual también se
convirtió. Durante su juventud, mi papá se convenció de que Dios lo había
llamado al ministerio pastoral y se le garantizó una beca en el seminario de su
denominación. Sin embargo, él se preguntaba si debía estudiar en otro lugar.
A principios de los años 50, mi papá fue asignado a Alemania a servir en
el área de la salud dentro del ejército de los Estados Unidos. Cuando la guerra
de Corea estaba llegando a su fin, él empezó a pensar en su futuro y en la
necesidad que sentía de recibir entrenamiento ministerial. Un día, mientras
hojeaba una revista cristiana, sintió curiosidad al leer un anuncio de un centro
llamado Universidad Bob Jones (BJU) en la ciudad de Greenville, Carolina
del Sur.
Más o menos para esa época el evangelista Billy Graham viajó a
Alemania a predicarles a los soldados. Mi papá asistió a una concentración y
después aprovechó la oportunidad de pedirle a Graham algunos consejos. La
historia cuenta que cuando mi papá le preguntó a Graham si conocía la BJU,
el evangelista le respondió, “Es una gran universidad. Si quieres aprender a
predicar, ese es el lugar adecuado”.
Esta breve recomendación tendría consecuencias trascendentales e
irónicas. Mi papá regresó a casa y anunció que rechazaría la beca que la
denominación le había ofrecido y que asistiría a la BJU. Él sabía que
encontraría bastante resistencia, pero la soportó, y prosiguió hacia su meta,
gracias al proyecto de ley de los veteranos de la II Guerra Mundial.
Los años que mi papá pasó en la BJU demostraron ser formativos de
muchas maneras, y una de las cosas más importantes que le sucedió fue el
conocer a una piadosa joven que se convertiría en mi madre. Sin embargo,
me centraré en otro aspecto de su experiencia. Esos años fueron testigos de
un momento decisivo para la controversia entre el “fundamentalismo” y el
“nuevo evangelicalismo”.1 Ese momento llegó cuando los fundamentalistas,
dirigidos por Bob Jones padre, y otros, se separaron de Billy Graham por
causa del ecumenismo que éste formalizó en su cruzada en Nueva York en
1957.
Mi padre se convenció de que deseaba seguir la postura fundamentalista y
eso determinó el rumbo que tomaría su ministerio. Cuando regresó a Puerto
Rico fue como misionero independiente. Mientras más aprendía sobre el
liberalismo teológico que persistía en la denominación en la que había sido
criado, más se convencía de que no podía ser partícipe de él. Durante casi
cincuenta años mi papá sirvió fielmente como evangelista, plantador de
iglesias y educador.
Al referirme a esto lo que deseo expresar es que yo crecí como un
fundamentalista de segunda generación. Me convertí a Jesucristo a través de
la influencia fundamentalista de mis padres. Tanto ellos como todo un
ejército de predicadores y maestros también me enseñaron los principios
separatistas del cristianismo fundamentalista. He visto esos principios
implementados en muchas situaciones. Y he sido testigo de primera mano de
los sacrificios relacionales, financieros y de otros tipos, que a menudo hace
falta hacer para mantener esos principios.
También he observado mucha controversia en cuanto al fundamentalismo,
y eso me trae al tema que nos ocupa en este libro. En mayor o menor grado,
el fundamentalismo se ha caracterizado por su adherencia a las verdades
doctrinales centrales del cristianismo —los fundamentos, y por una
separación eclesiástica de aquellos que niegan o transigen esas verdades. Otra
característica relacionada ha sido un énfasis en la santidad del estilo de vida o
“separación personal”. Esto ha incluido muchas enseñanzas sobre la
autodisciplina, así como advertencias y prohibiciones contra actividades
consideradas mundanas o espiritualmente insanas.
La actitud del fundamentalismo ante la santidad ha sido sometida a todo
tipo de críticas. Este movimiento ha sido tildado de oscurantista,
antropocéntrico, aislacionista, hipócrita, legalista y abusivo. La diversidad
dentro del fundamentalismo ha hecho imposible que se evalúe el movimiento
de una forma generalizada, sobre todo debido a que las líneas de demarcación
eclesiásticas se han vuelto nebulosas. De hecho, el fundamentalismo del siglo
veintiuno no parece lo suficientemente cohesivo como para ser calificado
como un solo movimiento. Además, por diversos motivos, algunos
individuos que históricamente han llevado el nombre de fundamentalistas
están cuestionando si vale la pena seguir usando ese calificativo. También
debemos distinguir entre los ideales del fundamentalismo y la falibilidad
personal de sus partidarios y líderes. Mi experiencia personal en una de las
corrientes del fundamentalismo ha sido positiva en muchos aspectos. Sin
embargo, las acusaciones contra el movimiento —en sus diversas variantes—
son serias, y llaman a la autoevaluación racional.
Cuando reflexiono en los años que llevo siendo fundamentalista, me
siento agradecido de una manera especial por la devoción y perseverancia de
mis padres. Ambos dejaron esta vida y pasaron a la presencia de Cristo
durante la preparación de este libro. Eso hizo que la finalización de este
proyecto fuese muy conmovedora para mí. También me inspira cuando miro
hacia el futuro. Siento la carga del legado que debo dejarles a mis hijos, así
como a los miembros de mi iglesia y a mis alumnos. Oro para que este
estudio les brinde una asistencia confiable a todos ellos, así como a cualquier
creyente, sea fundamentalista o no, que lucha por fundamentar firmemente en
las Escrituras su búsqueda de la santidad.
Una de mis preocupaciones principales ha sido enraizar la santidad y la
aplicación en el evangelio. Uno de mis antiguos profesores en la BJU me
inculcó esto. Él escribió,
Uno de los objetivos primordiales en mi ministerio ha sido lograr
que mis estudiantes vean y comprendan algo sobre el Salvador: quién
es él, lo que él ha hecho, y cuál es su lugar en él. En numerosas
ocasiones me he entristecido cuando, tras exponer verdades esenciales
del evangelio, tales como la justificación por fe o la unión con Cristo,
muchos estudiantes me han confesado que nunca habían escuchado
esas verdades. El consenso general parece ser que, aunque el mensaje
del evangelio es esencial para el evangelismo, la edificación exige algo
más allá de esas simples realidades. Una reacción tan triste ante el
evangelio delata un triste desconocimiento de su poder y alcance.
Aunque me he regocijado al ver que muchos han aceptado la
verdadera libertad del evangelio, he lamentado también que lo que
estoy enseñando de las Escrituras sea algo tan novedoso para
muchos....
Les he dicho a mis alumnos, tal vez miles de veces en el transcurso
de los años, que un conocimiento correcto del evangelio trae como
resultado una vida correcta en el evangelio. Es la verdad, no la
actividad, lo que hace que el cristianismo sea diferente. No podemos
ignorar el vínculo que existe entre la doctrina del evangelio y el deber
del evangelio si deseamos acercarnos a una vida cristiana genuina y a
un modo de vida cristiano exitoso.2
Me siento conmovido al recordar el impacto que tal enseñanza tuvo en mi
vida. Mi corazón grita, “¡Sí! ¡Ese es el tipo de fundamentalismo que quiero!”
Sin embargo, cuando comencé a enseñar en la BJU, empecé a encontrar
problemas en un sentido opuesto. Debido, en parte, a los excesos dentro del
movimiento “centrado en el evangelio” como parte de un evangelicalismo
más amplio3, la preocupación por la santidad práctica parecía estar
menguando. Un día enseñé acerca de la doctrina de la santificación. Después,
un alumno se me acercó y me preguntó, “¿Qué quiere usted decir con
‘santidad personal’? Yo pensaba que ya había sido hecho justo en Cristo” No
creo que el problema había sido una falta de claridad de parte mía. A medida
que seguí hablando con el alumno, se hizo evidente que él había sufrido la
influencia de una teología específica, la cual hacía ver que, debido a la
justificación por fe, la búsqueda de la santidad experiencial no era tan
importante.
Yo espero haber podido encaminar a ese joven en un rumbo más bíblico.
La teología a la que él se refirió no es lo que deseo para mí ni para mis hijos.
Como enfatizamos en los capítulos 1 y 2, el evangelio no puede separarse de
la santificación. Cristo nos salva precisamente con el propósito de
restaurarnos como imagen de Dios.
Tampoco deseo una versión del cristianismo que se sienta satisfecha con
el texto de las Escrituras, y que no logre internalizar su espíritu ni buscar sus
implicaciones para la vida contemporánea. Siento temor del legalismo en
todas sus variantes, incluyendo el minimalismo. Tampoco deseo ser ingenuo
con respecto a la impiedad del mundo, ni complaciente con respecto a la
carnalidad, oculta bajo el nombre de libertad cristiana o de actividad cultural.
Por otra parte, reconozco que enfrentamos dificultades genuinas a medida
que tratamos de poner en práctica los detalles de la santificación. Esta es
definitivamente un área en la cual el fundamentalismo necesita crecer. Una
cosa es enseñar posturas y prácticas, y otra cosa es enseñar los motivos para
implementarlas. Y cuando les prestamos atención a nuestros motivos, a veces
nos percatamos de que no son muy convincentes. Necesitamos una base
bíblica sólida para la aplicación en general y un método sensible para llegar a
aplicaciones específicas.
Las instituciones educacionales fundamentalistas a menudo han sido
criticadas por insistir en que los alumnos acaten códigos de conducta
extrabíblicos. Los líderes deben colocar dichos códigos en un contexto
teológico apropiado, manteniendo en claro las enseñanzas de la Biblia sobre
el evangelio y la santificación. Necesitan basar sus reglas en razones sólidas y
explicar cuidadosamente esas razones. También deben evaluar
frecuentemente la necesidad de implementar reglas específicas, así como el
grado de hincapié que se les da a las reglas en general. Sin embargo, en
principio, yo no hallo que una regla sea censurable solo porque sea
extrabíblica. Después de todo, los ciudadanos, empleados y soldados se
someten a las reglas extrabíblicas de sus superiores cada día. Por tanto, no
debo necesariamente molestarme cuando a mis hijos se les exige someterse a
las reglas extrabíblicas de una escuela cristiana, ni creo que dichas reglas
sean inherentemente legalistas.
Lo que sí me preocupa es lo siguiente: mis hijos están rápidamente
terminando sus años de estudio en una escuela cristiana. Es de suponer que
pronto dejarán de vivir bajo mi techo. Vivirán como adultos en un mundo de
impiedad. ¿Cómo podrán prosperar en el Señor?
Por la propia obra misericordiosa de Dios obrando en ellos, la
cosmovisión bíblica tendrá que moldear cada vez más sus afectos,
pensamientos y decisiones. Tendrán que enfrentar los problemas de la vida y
ejercer discernimiento sobre la base de esa cosmovisión. También necesitarán
interactuar bíblicamente con otros creyentes en lo tocante a las cuestiones de
la vida cristiana.
Mi atención no está centrada en los “estándares” de conducta de mis hijos.
Me preocupo por su santificación en general, por su amor por Jesucristo y por
su semejanza a él. La santidad se ve motivada fundamentalmente por la
lealtad, no hacia los hombres o hacia los movimientos y ni siquiera hacia las
doctrinas, sino hacia el mismo Cristo. Y esa lealtad se alimenta a través de
una relación íntima con el Señor, a través de su Palabra.
También anhelo que mis hijos sean buenos representantes de Cristo en un
mundo perdido. Para alcanzar a los incrédulos con el evangelio es necesario
tener un fundamento bíblico firme, y la capacidad de emplear la Palabra de
Dios de una manera clara y persuasiva.
Cada aspecto en la vida de un cristiano está vinculado, de una manera u
otra, a su comprensión de las Escrituras y su respuesta ante ellas. Por tanto,
como padre, yo necesito enseñar a mis hijos a usar sus Biblias. También
necesito enseñarles, a través de mi ejemplo, a hacer aplicaciones bíblicas. A
través de este libro he intentado, fundamentalmente, pensar “radicalmente”
en estos asuntos para poder discipular a mis hijos de forma más eficaz. Si
ellos logran estar más preparados para aplicar la Palabra de Dios en sus vidas,
me regocijaré en la gracia divina. Si este libro también le resulta de provecho
al lector, tendré muchas más razones para alabar a nuestro Señor.
1 Ver de David O. Beale, In Pursuit of Purity (Greenville, SC: Unusual, 1986); de Iain H. Murray,
Evangelicalism Divided (Edimburgo: Banner of Truth, 2000); de George M. Marsden, Reforming
Fundamentalism (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1987); de Ernest Pickering y Myron Houghton,
Biblical Separation (Schaumburg, IL: Regular Baptist Press, 2008); de Mark Sidwell, Set Apart
(Greenville, SC: BJU Press, 2016). Comparar con el libro de Andrew David Naselli y Collin Hansen,
Four Views on the Spectrum of Evangelicalism (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2011).
2 Barrett, Complete in Him, 2-3 (énfasis en el original).
3 Para leer sobre el movimiento centrado en el evangelio, vea las fuentes citadas en la nota 29 del
capítulo 1.
Apéndice
La Trama Bíblica1

Fase
del reino Personas Lugar Regla y bendición

Una comunión perfecta


con Dios.
El Edén, morada
Reino Relaciones humanas
Adán y Eva. original de Dios en
concebido perfectas.
la tierra.
Dominio perfecto sobre la
tierra.
De la oposición a la
Reino La simiente de la rebelión y la maldición.
Fuera del Edén.
deteriorado mujer. Gracia común y gracia
especial.
Pacto abrahámico:
Reino La simiente de
Canaán Simiente, Tierra,
prometido Abraham.
Bendición universal.
El Éxodo.
Canaán y el
El pacto Sinaítico.
Reino tabernáculo.
Israel La conquista de Canaán.
parcial Jerusalén y el
La monarquía.
templo.
El pacto davídico.
El exilio y el Juicios nacionales y
Reino regreso. universales.
Israel
profetizado El nuevo templo, la El Mesías davídico.
nueva creación. El nuevo pacto.
Jesucristo: Jesucristo:
Reino el segundo Adán Jesucristo: el nuevo el Rey davídico y
actual y el israelita templo. Mediador de un nuevo
ideal. pacto.

La iglesia: judíos Todas las naciones Un Nuevo Pacto


Reino La iglesia y el predicado al mundo.
proclamado y gentiles en un creyente como El ministerio realzado del
solo cuerpo. templo. Espíritu Santo.

Toda la Bendiciones espirituales y


humanidad Jerusalén y el materiales sin
centrada en un templo. precedentes durante el
Israel restaurado. Milenio.
Reino Una comunión perfecta
perfeccionado Nueva
con Dios.
creación/Nueva
Todos los Relaciones humanas
Jerusalén. Dios
creyentes perfectas.
mismo es el
Dominio perfecto sobre la
templo.
tierra.
1 Adaptado de Roberts, God’s Big Picture.
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