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EL EVANGELIO PERDIDO DE LOS

EVANGÉLICOS

Evangélicos sin un Evangelio Auténtico

Me da qué pensar cuando recuerdo el refrán que dice: “En la casa del herrero,
cuchillo de palo” que podría equivaler a algo así como: “En la Iglesia cristiana
evangélica, evangelio del diablo” que justamente es lo que viene sucediendo en la
mayoría de las denominaciones evangélicas y carismáticas de hoy. Ellas llevan
el nombre de evangélicas, pero enseñan un evangelio barato, de cartón o de
hojarasca que no alimenta ni nutre el alma. Sencillamente estas iglesias están
trabajando para los demonios, los inventores de las doctrinas perversas,
diabólicas, y que ciegan el entendimiento de los incrédulos con propuestas o
promesas seductoras y mundanas, imposibilitándolos así de ver la luz del
verdadero evangelio de la gloria de Cristo, que es el evangelio del reino (2 Cor.
4:4).

Hoy, desgraciadamente, los evangélicos están más confundidos que nunca


sobre el significado del vocablo “evangelio”. Y para muestra basta un botón:
Usted sólo pregunte por separado a cada uno de los miembros de una iglesia
evangélica ¿qué es el evangelio? y se sorprenderá al recibir tantas respuestas
diversas que ciertamente confundirían a cualquier novicio. ¡Y pensar que sólo
hay un evangelio en la Biblia! (Gálatas 1:6-9). Realmente y tristemente el
evangelio original está oculto para ellos por acción del enemigo invisible.

No obstante, me pregunto ¿por qué se les hace muy difícil a muchos entender
que sólo hay un evangelio verdadero y salvador en la Biblia, y más, cuando éste
está tan claramente revelado por Jesús y Pablo? ¿Por qué hay tan poco interés
por parte de los evangélicos por averiguar cuál es exactamente ese único y
singular evangelio de Cristo, cuando sabemos perfectamente que es vital para la
salvación? (Romanos 1:16). ¿No es acaso injusto que estos “creyentes” se
arroguen el nombre de “evangélicos” cuando en realidad han puesto poco o
ningún interés por averiguar lo que es el evangelio?

¿Es Cristo el Evangelio?

Todos los creyentes comprometidos amamos al Señor Jesús, y lo consideramos


como el Señor y el Salvador de nuestras vidas, así como también nuestro rey del
reino venidero. Sin embargo, este hecho no lo convierte a Jesús en el evangelio
propiamente dicho. Sorprendentemente, Jesús vino a predicar el Reino de Dios

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y no a su persona como tal. El no vino a decirnos que su persona era
específicamente el evangelio de Dios. En realidad él nunca dijo que él era el
evangelio, y usted no encontrará ni una sola instancia en que él dijera semejante
cosa, pese a que Pablo habló a veces del “evangelio de Cristo” pero sólo en el
sentido de que el evangelio pertenece a Cristo y proviene de él.

La Biblia define a Jesús más bien como el Mensajero de Dios, encargado de


entregar el evangelio o Buenas Nuevas al pueblo del Señor. Dice Hechos 10:36:
“Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por
medio de Jesucristo; este es el Señor de todos”. Sin embargo, más adelante
veremos que él mismo, al predicar el evangelio, se encuentra totalmente
involucrado en él y se convierte en el personaje central y fundamental del
evangelio.

¿Cómo llamó Jesús a Su mensaje o evangelio?

La respuesta a esta pregunta está en Lucas 4:43, donde el mensajero, Jesucristo,


proclama: “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del
reino de Dios, porque para esto he sido enviado”. En el evangelio de Marcos
1:1,13,14 leemos: “Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Después
que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino
de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos, y creed en el evangelio”. Así que el reino de Dios es el evangelio, el
evangelio del reino de Dios, o las buenas nuevas del reino de Dios. El Reino de
Dios es una noticia muy buena, un anuncio de Cristo que trae dicha, gozo, y
bendición. Jesús no sólo empezó predicando “el evangelio” y punto, sino el
evangelio del reino de Dios. Todo completo. Sin embargo, entre los llamados
evangélicos, sólo les oímos decir o predicar: “Crean en el evangelio”, “crean en
Cristo”, “crean en la Palabra”, “crean en la Biblia”, “acepten el evangelio
salvador”, pero nunca, o casi nunca, se les oye decir: “crean en el evangelio del
reino de Dios”. Simplemente no es su lenguaje o cliché. Pareciera que hubiese
un embarazo o un prejuicio de hablar del reino porque les hace recordar a los
“Testigos de Jehová” con su mensaje del reino, o a los “Mesiánicos” con su
mensaje del reinado davídico por restaurarse. Y efectivamente, cuando yo les
hablo a las personas sobre el reino de Dios como el evangelio, me acusan de ser
un Testigo de Jehová, porque esta secta proclama como su mensaje central, el
reino de Dios, pero un reino que a mi entender tiene atisbos errados.

Sin embargo, no hay excusa válida para dejar de lado la expresión completa
usada por nuestro Señor para el evangelio. Si él lo llamó desde un comienzo
como “el evangelio del Reino de Dios”, entonces usted, mi hermano, debe
respetar esa locución al pie de la letra, y no quitarle nada.

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Pero usted dirá que en otras partes Jesús sólo usó la frase “El evangelio” y no
menciona el reino de Dios. Sí, es verdad, pero cualquier lector de la Biblia sabe
que cuando Jesús habla del “evangelio”, él se está refiriendo al “Reino de Dios”
como sucede en Marcos 1:14, 15: “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino
a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha
cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el
evangelio”. Aquí usted verá que en el verso 14 Jesús habla del “evangelio del
reino de Dios”, y en el versículo 15 él separa la frase hablando sobre “el reino de
Dios” y un poquito más adelante él dice: “el evangelio”. Así que tome nota que
cuando Jesús habla en otras citas sobre “el evangelio” (p.e. Lucas 7:22; Marcos
8:35; 13:10), nosotros sabemos que se refiere al reino de Dios. Tenemos que
aceptar de una vez por todas que “el evangelio”, “el evangelio de Cristo”, “el
evangelio de la paz”, “el evangelio de aquella promesa”, “el evangelio de la
gracia” y el “evangelio de la gloria” son todos sinónimos para el único
evangelio que es el evangelio del Reino de Dios.

¿Un Reino en los corazones de los hombres?

Hoy escuchamos a los mal llamados “evangélicos” hablar de que el reino de


Dios es “Cristo reinando en tu corazón” o que “Cristo es el rey de tu vida”, o
locuciones similares. Y aunque esto suena hermoso a los oídos de todos, NO ES
EL REINO DE DIOS que Cristo vino a predicar. Jesús no dijo: “Quiero ser el
Señor de tu vida” ó “Quiero reinar en tu corazón” como oímos frecuentemente
enseñar a los evangélicos. En sus prédicas nos dicen: “Haz de Jesús el rey y
Señor de tu vida o “deja que Cristo reine en ti” como si éstos fueran el mismo
mensaje que Cristo quiso difundir a todos los hombres.

Aparentemente no hay nada de malo que se predique tales tiernos mensajes,


pero ninguno de éstos fue el mensaje que Cristo quiso remarcar en las mentes
de sus interlocutores. Él no vino a enseñarnos un reinado suyo en nuestros
“corazones” o en nuestras vidas… ¡Lo que él realmente vino a enseñarnos a
través del mensaje divino es su futuro reinado personal y mundial en la era
venidera para traernos la paz y la justicia perdurables! Esta verdad no es muy
“potable” para quienes están acostumbrados a que se les enseñe una promesa
gnóstica consistente en una partida al cielo después de morir para estar con
Dios y Cristo por la eternidad a través de sus almas inmortales. La iglesia
Católica es la responsable número 1 de que este evangelio trucado del cielo se
haya impregnado en las conciencias de ex miembros romanistas convertidos en
“evangélicos”. Tanto la doctrina de la Trinidad, como la de la partida de las
almas al cielo, nos llegaron vía Iglesia Católica Romana, y aparentemente sus
hijas adúlteras siguen sus pasos en este quehacer “evangélistico”.

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Sí, las “iglesias hijas” del romanismo, sin darse cuenta, aún predican algunas
herejías católicas que no han logrado extirpar de sus credos de fe. Siguen aún
metidas en Babilonia la grande, la madre de las rameras, y participando de su
fornicación espiritual. Si hay algo que cambiar inmediatamente son los
evangelios falsos que velan al único y salvador evangelio que es el que Cristo
predicó.

¿Qué es el Reino de Dios, entonces?

Cuando nuestro Señor comenzó predicando el Reino de Dios a sus paisanos, él


comenzó diciendo: “El Reino de Dios se ha acercado, arrepentíos” (Marcos
1:13). Esta proclama directa no fue precedida por una introducción de lo que
era el Reino de Dios—¿por qué?— ¡Porque los Judíos ya estaban esperando por
muchos siglos la venida de ese reino! Ellos sabían perfectamente lo que Cristo
quiso decirles cuando proclamaba “El reino de Dios se ha acercado…”. Su
esperanza era justamente el restablecimiento del reino de Dios en la nación de
Israel (Ver Marcos 11:9,10; Hechos 1:6).

Los Judíos, dijimos, sabían perfectamente de lo que se trataba el reino o la


buena nueva del reino que Cristo les proclamaba. No era un mensaje nuevo y
revolucionario para ellos que requería una previa explicación por parte del
mensajero. Era, más bien, un anuncio esperado de un reino harto conocido por
cualquier Judío conocedor de su propia historia monárquica, y en particular, de
las promesas divinas sobre una futura restauración de la dinastía real Judía que
estaba suspendida desde los tiempos del rey impío Sedequías (587 AC). Sin
embargo, también es verdad que muchísimos Judíos estaban errados en el
tiempo de su llegada. Jesús proclamaba que estaba cerca, ¿pero cuán cerca estaba
en realidad?

¿Pero no es Cristo Mismo parte de las Buenas Nuevas?

Si bien es cierto que Jesús nunca dijo ser el evangelio en los evangelios sinópticos,
no obstante después descubrimos que Pablo predicaba a los Corintios el
evangelio diciendo: “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he
predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el
cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no
creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo
recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que
fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que
apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos
hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya
duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último
de todos, como a un abortivo, me apareció a mí”. Ajá, aquí vemos que Pablo

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devela cuál fue el mensaje del evangelio que predicaba a los gentiles. Y
claramente él dice que el evangelio que predicaba era “que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó
al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los
doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales
muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a
todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a
mí”. Es decir, el evangelio que Pablo predica a los gentiles es que Cristo,
conforme a las Escrituras, fue sepultado, y que resucitó al tercer día, y que se
apareció a Cefas, y a los doce, y a quinientos hermanos, a Jacobo, y al mismo
Pablo, como a un abortivo. ¿Y dónde quedó el evangelio del reino de Dios?
¿Será que sólo fue para los Judíos y no para los gentiles como algunos maestros
enseñan? Pues no! El evangelio es único y para todos los que crean, sean Judíos
o Gentiles.

Ahora bien, nótese que hemos resaltado el vocablo “primeramente” de la


cita de arriba porque es muy importante destacarlo. Pablo, y esto muy pocos
estudiantes de la Biblia observan, empieza diciendo que la muerte, sepultura, y
resurrección de Cristo es lo PRIMERO de Su evangelio, pero no lo ÚNICO o el
TODO del evangelio que él predicaba. Simplemente es lo primero o lo
primordial—¿por qué?— Porque como Pablo mismo lo dice unos versos más
adelante: “Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y
si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también
vuestra fe” (1 Corintios 15:13,14). Así que Pablo recurre a la verdad de la
victoria de Cristo sobre su propia muerte para confirmar que la esperanza
cristiana no es vana, y que todo lo demás prometido por el Señor se hará
realidad tarde o temprano. Así que para él, la muerte, sepultura, y resurrección
de Cristo es parte vital del único evangelio bíblico que se suma al prístino, es
decir, al evangelio del reino predicado por Cristo.

Pero algo más, Pablo no se olvida del Reino de Dios, ya que en esta misma carta
de 1 Corintios 15 y en el verso 50 él escribió: “Pero esto digo, hermanos: que la
carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la
incorrupción”. Así que Pablo pone como meta del cristiano la herencia del
reino de Dios (el evangelio de Cristo), que es la otra parte del evangelio que
complementa al de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo.

Con esto podemos concluir que no se puede predicar el reino de Dios sin
predicar sobre la muerte, sepultura y resurrección de Cristo y viceversa. Los
evangélicos (como los católicos) predican acerca de la victoria de Cristo sobre la
muerte, y su gloriosa y visible resurrección. Pero para nada mencionan que tal
evento extraordinario sirve para que tengamos seguridad de que si hacemos

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nuestra parte, heredaremos el reino de Dios (el evangelio de Cristo) en la nueva
tierra de justicia. Y mientras que los grupos evangélicos y protestantes en
general ignoren esto, seguirán predicando un “evangelio” mutilado.

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